moral burguesa y revolución [rozitchner]

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Moral Burguesa y Revolución [Rozitchner]

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  • Moral burguesa y Revolucin

  • Len RozitchneR. obRasbiblioteca nacional

    Direccin: Horacio Gonzlezsubdireccin: Elsa BarberDireccin de cultura: Ezequiel Grimson

    rea de Publicaciones: Sebastin Scolnik, Horacio Nieva, Juana Orquin, Mara Rita Fernndez, Alejandro Truant, Ignacio Gago, Gabriela Mocca, Yasmn Fardjoume, Juan Pablo Canala, Griselda Ibarra

    Diseo de tapas: Alejandro Truant

    seleccin, compilacin y textos preliminares: Cristian Sucksdorf, Diego Sztulwark

    La edicin de estas Obras fue posible gracias al apoyo de Claudia De Gyldenfeldt, y a su inters por la publicacin y la difusin del pensamiento de Len Rozitchner.

    2012, Biblioteca NacionalAgero 2502 (C1425EID)Ciudad Autnoma de Buenos Aireswww.bn.gov.ar

    isbn: 978-987-1741-40-3

    IMPRESO EN ARGENTINA - PRINTED IN ARGENTINAHecho el depsito que marca la ley 11.723

    Len RozitchnerMoral burguesa y Revolucin - 1a ed. - Buenos Aires : Biblioteca Nacional, 2012.208 p. ; 23x15 cm.ISBN 978-987-1741-40-31. Filosofa Poltica. I. TtuloCDD 320.1

  • Presentacin

    Palabras previas

    Prlogo a la primera edicin

    Introduccin

    I. Imagen del oportunista

    II. La moral de los cruzados

    III. La verdad del grupo est en el asesino

    IV. El racionalismo moral de la burguesa

    V. Las cuentas morales de la libre empresa

    VI. El formalismo democrtico

    VII. La moral burguesa internacional

    Conclusiones

    Apndice

    ndice

    9

    15

    21

    25

    35

    73

    95

    111

    139

    163

    179

    197

    201

  • Esta edicin de las Obras de Len Rozitchner es la debida ceremonia pstuma por parte de una institucin pblica hacia un filsofo que constituy su lenguaje con tramos elocuentes de la filosofa contempornea y de la crtica apasionada al modo en que se desenvolvan los asuntos pblicos de su pas. Sus temas fueron tanto la materia traspasada por los secretos pulsionales del ser, de la lengua femenina y de la existencia humillada, como las configuraciones polticas de un largo ciclo histrico a las que dedic trabajos fundamentales. Realiz as toda su obra bajo el imperativo de un riguroso compromiso pblico. Durante largos aos, Len Rozitchner escribi con elegantes trazos una teora crtica de la realidad histrica, recogiendo los aires de una feno-menologa existencial a la que supo ofrecerle la masa fecunda de un castellano insinuante y ramificado por novedosos cobijos del idioma. Recre una veta del psicoanlisis existencial y examin como pocos las fuentes teolgico-polticas de los grandes textos de las religiones mundiales. Busc en estos anlisis el modo en que los lenguajes pblicos que proclamaban el amor, solan alejarlo con implcitas construcciones que asfixiaban un vivir emanci-patorio y carnal. Su filosofar ltimo se internaba cada vez ms en las expresiones primordiales de la maternalidad, a la que, dndole otro nombre, percibi como un materialismo ensoado. Ledo ahora, en la complejidad entera de su obra, nos permite atestiguar de qu modo elevado se hizo filosofa en la Argentina durante extensas dcadas de convulsiones pero tambin de opciones personales sensitivas, amorosas.

    Biblioteca Nacional

  • 9Presentacin

    La obra de Len Rozitchner tiende al infinito. Por un lado, hay que contar ms de una docena de libros editados en Argentina durante las ltimas cinco dcadas, la existencia de cientos de artculos publicados en diarios y revistas, varias traducciones, muchsimas clases, algunas poesas y un sinnmero de entrevistas y ponencias que abarcan casi seis dcadas de una vida filosfica y poltica activa. Por otro, una cantidad igualmente prolfica de producciones inditas, que con la presente coleccin saldrn por primera vez a la luz pblica.

    Pero esta tendencia al infinito no consiste simplemente en una despeinada sucesin de textos, tan inacabada como inacabable; es decir, en un falso infinito cuantitativo de la acumulacin. Lo que aqu late como una tendencia a lo infinito cualitativo surge de la abolicin de los lmites que definen dos mbitos fundamentales: el del lector y el de su propia obra.

    El del lector, porque para abrirnos su sentido esta obra nos exige la gimnasia de una reciprocidad que ponga en juego nuestros lmites: slo si somos nosotros mismos el ndice de verdad de esos pensa-mientos accederemos a comprenderlos. Pues esta verdad que se nos propone, para que sea cierta, no podr surgir de la contemplacin inocua de un pensar ajeno, sino de la verificacin que en nosotros ese cuerpo entretejido con los otros encuentre.

    Para Rozitchner el pensamiento consiste esencialmente en desa-fiar los propios lmites, y en ir ms all de la angustia de muerte que nos acecha en los bordes de lo que nos fue mandado como expe-riencia posible. Pensar ser siempre hacerlo contra el terror. Como lectores debemos entonces verificar en nosotros mismos la verdad de ese pensamiento: enfrentar en nosotros mismos los lmites que el terror nos impone.

    Pero habamos dicho tambin que ese infinito cualitativo no slo se expanda en nuestra direccin la de los lectores sino

  • Len Rozitchner

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    tambin en la de su propia obra. Y es que la produccin filosfica de Rozitchner, que se nos presenta como el desenvolvimiento de un lenguaje propio en torno de una pregunta fundamental sobre las claves del poder y de la subjetividad, despliega su camino en el trazo arremolinado de una hondonada. Paisaje de mltiples estratos cuyos lmites se modifican al andar: cada libro, adems de desplegar su temtica particular, incluye de algn modo en sus pginas una nueva imagen de los anteriores, que slo entonces, en esa aparicin tarda, parecen desnudar su verdadera fisonoma.

    As, podramos arriesgar apenas con fines ilustrativos un orde-namiento de este desenvolvimiento del pensamiento de Rozitchner en cuatro momentos fundamentales; estratos geolgicos organizados en torno al modo en que se constituye el sentido. Estas etapas funcionan a partir de algunas claves de comprensin que ordenan la obra y posi-bilitan ese ahondarse de la reflexin.

    En la primera, el sentido aparecera sostenido por la vivencia intransferible de un mundo compartido. La filosofa ser entonces la puesta en juego de ese sustrato nico fundante es el trmino cabal de la propia vivencia del mundo, a partir de la cual se anuda en uno lo absoluto de ese irreductible ser yo mismo con el plano ms amplio del mundo en el que la existencia se sostiene y en el que uno es, por lo tanto, relativo. La posibilidad del sentido, de la comunicacin, no podr ser entonces la mera suscripcin al sistema de smbolos abstractos de un lenguaje, sino la pertenencia comn al mundo, vivida en ese entrevero de los muchos cuerpos. Entonces, constituido a partir de lo ms intransferible de la propia vivencia, el sentido crecer en el otro como verdad slo si ste es capaz de verificarlo en lo ms propio e intransferible de su vivencia. El mundo compartido es as la garanta de que haya sentido y comunicacin.

    En lo que, a grandes rasgos, podramos llamar la segunda etapa, este esquema persiste; pero al fundamento que el sentido encontraba en la vivencia comn de mundo, deber sumarse ahora la presencia del otro en lo ms ntimo del propio cuerpo. Es este un amplio perodo

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    del pensamiento de Rozitchner, cuyo inicio podemos marcar a partir de la sntesis ms compleja de la influencia de Freud en la dcada del 70. Encontramos, entonces, una de sus formas ms acabadas en el anlisis de la figura de Pern, el emergente adulto y real del drama del origen y su victoria prrica; la derrota de ese enfrentamiento imaginario e infantil en el que nos constituimos ser el correlato de la sumisin adulta, real y colectiva, cuyos lmites son el terror: lo que comenz con el padre, culmina con las masas, cita ms de una vez Rozitchner. Pero en el extremo opuesto del espectro, el trabajo indito sobre Simn Rodrguez establece nuevas bases: el otro apare-cer ahora como el sostn interno de la posibilidad de sentido. No ya como el ordenamiento exterior de una limitacin, sino como la posi-bilidad de proyectarme en l hacia un mundo comn. Slo entonces, sintiendo en m lo que el otro siente la compasin podr darse un final diferente al drama del enfrentamiento adulto, real y colectivo, camino que es inaugurado por ese segundo nacimiento desde uno mismo que seala Len Rozitchner en Simn Rodrguez como nica posibilidad de abrirse al otro.

    El tercer momento estara marcado por un descubrimiento fundamental que surge a partir del libro La Cosa y la Cruz: la expe-riencia arcaica materna, es decir, la simbiosis entre el beb y la madre como el lugar a partir del cual se fundamentara el yo, el mundo y los otros. En esta nueva clave de la experiencia arcaica con la madre se anan las etapas anteriores del pensamiento de Rozitchner en un nivel ms profundo. Pues el fundamento del sentido ya no ser slo esa co-pertenencia a un mundo comn, sino la experiencia necesa-riamente compartida desde la cual ese mundo como tambin el yo y los otros surge y a partir de la cual se sostendr para siempre. Pero esto no es todo, porque tambin las formas mismas de esa incorporacin del otro en uno mismo que segn vimos podan estructurarse en funcin de dos modalidades opuestas, cuyos para-digmas los encontramos en Pern como limitacin (identificacin) y en Simn Rodrguez como prolongacin (com-pasin) sern

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    ahora redefinidas en funcin de esta experiencia arcaica. El modelo de la limitacin que el otro institua en uno mediante la identifica-cin como en el anlisis de Pern ser ahora encontrado en un fundamento anterior, condicin de posibilidad de esta forma de dominacin: la expropiacin de esa experiencia arcaica por parte del cristianismo, que transforma las marcas maternas sensibles que nos constituyen en una razn que se instaura como negacin de toda materialidad. Pero tambin ser lo materno mismo la posibilidad de sentir el sentido del otro en el propio cuerpo, entendiendo, entonces, ese segundo nacimiento como una prolongacin de la experiencia arcaica en el mundo adulto, real y colectivo. Esta nueva clave redefine el modo de comprender la limitacin que el terror nos impone, que es comprendido ahora como la operacin fundamental con la que el cristianismo niega el fundamento materno-material de la vida y expropia las fuerzas colectivas para la acumulacin infinita de capital.

    El cuarto momento es en verdad la profundizacin de las conse-cuencias de esta clave encontrada en la experiencia arcaico-materna y que en cierto modo se resume en la postulacin programtica de pensar un mater-ialismo ensoado, es decir, de pensar esa experiencia arcaica y sensible desde su propia lgica inmanente, pensarla desde s misma y pensarla, adems, contra el terror que intenta aniquilarla en nosotros. Y esta ltima etapa del pensamiento de Rozitchner, que se desarrolla espe-cialmente a partir del artculo La mater del materialismo histrico de 2008 y llega hasta el final de su vida, ser tambin la de una reconversin de su lenguaje, que para operar en la inmanencia de esa experiencia slo podr hacerlo desde una profundizacin potica del decir.

    No obstante este desarrollo que hemos intentado aqu, estas claves y sus etapas no pueden, de ningn modo, ser consideradas recintos estancos, estaciones eleticas en el caminar de un pensamiento, pues su lgica no es la de un corpus terico que debe sistemticamente orde-narse, sino la sntesis viva de un cuerpo que exige, como decamos ms arriba, que lo prolonguemos en nosotros para sostener su verdad. Slo queda entonces el trato directo con la obra.

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    La actual edicin de la obra de Len Rozitchner, a cargo de la Biblioteca Nacional, hace justicia tanto con el valor y la actualidad de su obra, como con la necesidad de un punto de vista de conjunto. La presente edicin intenta aportar a esta perspectiva reuniendo material disperso, y sobre todo, dando a luz los cuantiosos inditos en los que Rozitchner segua trabajando.

    Hay, sin embargo, una razn ms significativa. La conviccin de que nuestro presente histrico requiere de una filosofa sensual, capaz de pensar a partir de los filamentos vivos del cuerpo afectivo, y de dotar al lenguaje de una materialidad sensible para una nueva prosa del mundo.

    Cristian Sucksdorf Diego Sztulwark

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    Palabras previas

    En 1963 la editorial Procyon de Buenos Aires public Moral burguesa y Revolucin, el segundo libro de Len Rozitchner. Luego fue reeditada por Tiempo Contemporneo en 1964 y en 1969; casi la totalidad de los ejemplares de esta ltima edicin fueron destruidos por la dictadura de Ongana. En 1971 fue traducida al italiano y publi-cada por la editorial Feltrinelli.

    La edicin que aqu presentamos como parte de la coleccin Len Rozitchner. Obras pretende enmendar, hasta donde eso sea posible, la ausencia por ms de 40 aos de una obra fundamental del pensamiento latinoamericano.

    Este libro tiene un origen muy especfico: la presencia de Len Rozitchner en Cuba entre los aos 1961 y 1962 poco tiempo despus de la invasin a Playa Girn, que por entonces se encontraba dando clases de tica en la Universidad de La Habana. En aquel momento fueron publicados en Cuba cuatro volmenes que compendiaban toda la informacin de aquellos sucesos, entre los que se destacaba la repro-duccin de los debates televisivos que los invasores y los revolucionarios cubanos haban mantenido al calor mismo del desenlace de la batalla.

    As explicitaba Rozitchner el propsito de su libro: Quisimos adems mostrar que la reflexin filosfica, sobre todo si es reflexin tica, debe ponerse a prueba en el anlisis de situaciones vividas en las cuales los hombres asumen la mayor de sus responsabilidades hist-ricas. En ese sentido este trabajo quiere ser el pendant extremo de la actividad pseudofilosfica que se desarrolla oficialmente en las univer-sidades de nuestro pas, dedicada toda ella a ocultar, precisamente en nombre del conocimiento, aquello que se refiere a las situaciones ms dramticas que nos toca comprender en nuestro momento histrico.

    Con el testimonio de los invasores, que de un modo u otro intentaban justificar su posicin individual, Len Rozitchner busca reconstruir el discurso de una clase dominante que, derrotada, era

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    obligada a discutir los presupuestos de su dominacin pero que, por eso mismo, ya no estaba dispuesta a asumirse como tal:

    Cada uno nos advierte entonces el autor se remite a su propia individualidad cuando quiere alejarse de la miseria ajena que (cree) inmerecidamente lo contamina, o se sumerge en el grupo indiferen-ciado cuando tiene que ocultar su propia responsabilidad, y conta-mina entonces sin empacho a los otros.

    En su extremo ms explcito, el objeto de este libro era enfrentar las concepciones morales de la burguesa con la tica de la Revolucin; devolver a los abstractos razonamientos de la clase dominante ese nivel de experiencia vivida la invasin como muestra ineludible y dram-tica de la muerte cotidiana y en sordina que propicia el capitalismo que por su cercana y magnitud no poda ser negada, aun cuando cada quien intentara eludir su responsabilidad descomponiendo el sentido total en la individualidad de cada accin.

    Pero quizs el significado ms profundo que podamos encontrar en estas pginas sea, acaso, la imagen construida desde una pers-pectiva privilegiada que consigue evidenciar la estructura moral del capitalismo, de nuestra propia sociedad. Porque en ese vrtice tan particular de la historia que es la derrota de una clase domi-nante, y su correspondiente descomposicin como tal, Rozitchner explicita su mecanismo secreto al hacer visible el sentido oculto que organiza la dispersin de los discursos. Y esta experiencia vivida, la invasin, que cada individuo disuelve en la soledad de su persona, regresar entonces en el nivel ms abyecto: el asesino y torturador que, escapando de su responsabilidad individual, se exhibe entonces como la verdad del grupo. En este punto fugaz de la historia en que se deshace el domino de la burguesa, nos seala Rozitchner el ncleo negado de nuestras sociedades capitalistas: esa muerte sobre la que se asientan todas las dems actividades elevadas de la sociedad (cuyo ms perfecto correlato es la pura espiritualidad del sacerdote), aparecer entonces como la verdad ms profunda y oculta de nuestras sociedades.

  • Moral burguesa y Revolucin

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    A 50 aos de la primera edicin de esta obra creemos no slo que no ha perdido actualidad sino que quiz se trate de un camino de reflexin ineludible si queremos conquistar nuevos umbrales de verdad frente a aquello que calladamente nos conforma. Pues acaso la excepciona-lidad misma del momento histrico en que este libro fue escrito sea una clave que nos permita comprender aquello que en nuestra propia sociedad se constituye, aunque escondido, como regla.

    Buenos Aires, noviembre de 2012

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    Prlogo a la primera edicin

    Los filsofos hablan de tica, pero es posible la tica? Es decir, existe el derecho a hablar de tica? Si la razn extrajera su criterio de validez slo de su coherencia interior, bastara hablar coheren-temente de tica para ser morales. Pero ya lo sabemos: todo pensa-miento es pensamiento de algo, porque ni la razn ni la reflexin se alimentan de s misas. Pero entonces, usted, que filosofa, que conoce de algn modo aquello por lo cual pregunta, cmo se las arregla para silenciar con su pregunta la presencia dramtica de las guerras, de la muerte, de la revolucin?

    Por la paciencia obsesiva que Rozitchner pone en fijar y describir las estructuras de las conductas morales cuando ellas no son casual-mente las pacficas del filsofo que slo opera con conceptos revela la significacin de una mala filosofa, esa que se niega a poner a prueba la reflexin al contacto con el hecho de la muerte concreta, la muerte histrica, poltica. Los invasores de Playa Girn, un momento despus de empuar las armas contra sus hermanos, se muestran como filsofos agnsticos cuando son llevados por los revolucionarios a declarar ante las cmaras de televisin.

    He ah a este prisionero que declara que nada tiene que ver con los propsitos imperialistas en el momento mismo en que es apoyado por los aviones y destroyers norteamericanos, que no se reconoce cmplice ni responsable del gobierno de Batista cuando era funcio-nario de ese gobierno. La miseria, el hambre, la muerte de los otros no toca ni hiere a su buena conciencia y no reconoce otras exigencias racionales sino aquellas que le proporciona la razn estrecha de la ideologa de clase a que pertenece.

    Se comprende entonces el propsito oblicuo del hermoso libro de Rozitchner: tratar a los contrarrevolucionarios cubanos como si fueran filsofos para sugerir los puntos en comn entre la ideologa que los mueve y toda la filosofa ajena al marxismo. Y quien dice

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    filosofa ajena al marxismo dice, en nuestro pas, filosofa universi-taria. Realizar la filosofa, deca Marx. Encontramos un filsofo a la obra en cada hombre concreto, nos dice Rozitchner, y atisbaremos en los prisioneros de Playa Girn la miseria de la filosofa que los refleja. Si la filosofa es la filosofa sin clases sociales, sin mal y sin revoluciones nadie ser menos filsofo que Rozitchner; pero si la filo-sofa no es ms que un intento de mantener palpitante la exigencia humana de racionalidad y de universalidad al contacto vivo con el mal y las tragedias de la historia, podremos llamar filsofo, contra su propio gusto, a Rozitchner. Uno adivina por detrs de su prosa revuelta y salpicada de tecnicismos filosficos que han perdido su mero valor tcnico hasta hacerse sarcasmos, toda la lucidez, el rigor y la presencia un poco sombra de un hombre que no se perdona ser filsofo, y que habiendo elegido el terreno de la reflexin tica, slo est a gusto al contacto con las cosas: la poltica de su pas o la Revolucin Cubana, la guerra o el hecho de la muerte, la lucha, la violencia, esto es, al contacto con la verdad.

    Oscar Masotta, 1963

  • A mis compaeros de Contorno

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    Introduccin

    Enfrentar las concepciones morales de la burguesa con la tica de la Revolucin, tal es la finalidad del presente trabajo. Pero no se trata de una oposicin imaginaria en la cual tendramos que recrear noso-tros mismos el papel de unos y otros. Hemos recurrido a materiales concretos: los dilogos que los prisioneros mantuvieron con los revo-lucionarios a raz de la fracasada invasin contrarrevolucionaria a Cuba enviada por los Estados Unidos.1

    Como es sabido, a medida que iban cayendo prisioneros muchos combatientes de las brigadas invasoras, preparados por los Estados Unidos, fueron llevados ante las cmaras de televisin, an con sus uniformes de campaa, para dialogar con un grupo de periodistas y miembros del gobierno revolucionario, en una oposicin esta vez discur-siva, cuando el enfrentamiento armado todava no haba terminado. Todos ellos aceptaron voluntariamente la discusin, como se concluye de las preguntas previas que se les haca. Todos tenan plena libertad para expresarse, y saban por otra parte que estaban siendo observados y escuchados tanto por sus parientes y amigos en los Estados Unidos y contrarrevolucionarios en Cuba, como por la poblacin revolucionaria.

    Para evitar las declaraciones que estuviesen dictadas por el temor, hemos dejado de lado las de quienes no hacan sino confesar plena-mente su equvoco y su repentina adhesin a la Revolucin.2 Solamente

    1. Playa Girn, derrota del imperialismo, Ediciones R., cuatro tomos, La Habana, 1961-1962. Primer tomo: La invasin y los hroes; segundo tomo: Reaccin internacional; tercer tomo: La batalla de la ONU; cuarto tomo: Los mercenarios. Nosotros hemos utilizado sobre todo el tercer tomo, para el ltimo captulo, y el cuarto para los captulos restantes.

    2. Como por ejemplo, las declaraciones del sacerdote Segundo Las Heras Cabo: Sacerdote: Estoy completamente arrepentido de lo que ha pasado, y suplico al pueblo de Cuba que acepte este arrepentimiento mo, que yo estoy dispuesto a reparar mi falta, sea donde sea (p. 258).Periodista: Y usted, como sacerdote, como devoto de la doctrina cristiana no cree que sta es una revolucin que procede de acuerdo con la prdica de Cristo?

  • Len Rozitchner

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    hemos utilizado aquellas que establecan un dilogo a la defensiva, reivindicando la accin que los llev al combate, y reiterndola en las palabras. Los prisioneros cuyas respuestas utilizamos continuaban as la lucha, sabindose situados en un campo complejo que contena las dos perspectivas opuestas en el campo de batalla, y por lo tanto ambas interiorizadas como espectadores de cada afirmacin o negacin.

    Este combate discursivo nos proporcion la oportunidad privi-legiada de comprender las categoras morales que dos concepciones del mundo opuestas, en ocasin de una lucha concreta, ponan en juego para dar sentido a la accin. Logrbamos de este modo unir dos extremos: el de una actividad prctica, la ms dramtica y culminante de todas como es la guerra, con su expresin racional que, no acallado an el tronar de las armas, recupera su voz para traducir ese acto en una expresin consciente. Esta circunstancia es la que, creemos, propor-ciona todo su valor de prueba al anlisis que efectuamos.

    Quisimos adems mostrar que la reflexin filosfica, sobre todo si es reflexin tica, debe ponerse a prueba en el anlisis de situa-ciones vividas en las cuales los hombres asumen la mayor de sus responsabilidades histricas. En ese sentido este trabajo quiere ser el pendant extremo de la actividad seudofilosfica que se desarrolla oficialmente en las universidades de nuestro pas, dedicada toda ella a ocultar, precisamente en nombre del conocimiento, aquel que se refiere a las situaciones ms dramticas que nos toca comprender en nuestro momento histrico. Contra esa seudofisolofa (que se explica tambin por los menesteres de encubrimiento que histricamente le toca asumir), hemos querido intentar este libro. Por lo tanto, contra esa poltica implcita en la reflexin filosfica oficial que no tiene todava autorizacin para plantearse la pregunta, que sigue inqui-riendo sobre si cabe preguntar, y cuyo engao consiste precisamente en lo siguiente: que se interroga slo por lo ms absoluto (y cree

    Sacerdote: Yo creo que s, casi en su totalidad. El doctor Fidel Castro dijo el otro da eso s que lo pude or que era una Revolucin para los humildes, por los humildes y con los humildes. Entonces, sinceramente, he podido ir comprobando... (p. 261).

  • Moral burguesa y Revolucin

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    estar ya en l) justo cuando ms relativa y dependiente se manifiesta, cuando ms sierva del poder poltico se muestra.

    La invasin de Playa Girn, y las declaraciones de los prisioneros, nos permitieron resolver un conflicto siempre presente en el campo de la tica. Ese conflicto se plantea del siguiente modo: para analizar los problemas que le son propios cada disciplina debe resolver prime-ramente, en el plano del mtodo, las perspectivas desde las cuales su objeto de estudio quedar delimitado. Tratndose de un objeto humano, es preciso saber si las miradas que lo sitan pueden realmente verlo, si no estn comprometidas en el acontecimiento y prefieren, ms que descubrirlo, ocultarlo. Se puede afirmar que los resultados que posteriormente se obtengan dependern de ese primer paso que es, al mismo tiempo, el prejuicio del observador: aqu se revela el secreto de la primaca que la ontologa pretende tener sobre la ciencia.

    Es verdad que el objeto, como se acostumbra a decir, est situado en el mundo. Esto ya lo proclaman todos, abstractos y concretos, a la derecha y a la izquierda. Pero una afirmacin tan general no basta. Es preciso poner de relieve cules son, concretamente, esos lazos que mantienen con el mundo y en qu medida determinan tanto al objeto como a quien se ocupa por conocerlo. Es lo que se pone en evidencia, ms que en ninguna otra disciplina, en el campo de la tica. Este problema aparece contaminado aqu por las presuposi-ciones esencialistas de la ideologa burguesa que afirma que el objeto en este caso el hombre y sus conductas slo se define a partir de determinadas estructuras ocultando justamente aquellas que la desfavorecen como clase. Por eso son ellos los primeros que intro-ducen la poltica en la filosofa, slo que lo hacen de manera incon-fesada y por lo tanto deshonesta: utilizan a sus lectores para ganarlos generalmente para inmovilizarlos, en favor de su causa. La preemi-nencia del sujeto moral formal la persona y su intimidad por sobre las determinaciones pasivas pero concretas del medio, hace que los anlisis adolezcan de la misma deformacin ideolgica: nos

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    presentan al hombre abstracto, al hombre del amor que definen en sus principios pero que no aparece nunca en los hechos. Este enri-quecimiento y purificacin esencial del hombre realiza al mismo tiempo un empobrecimiento del fenmeno que precisamente deben reconocer. Todo anlisis, desde esa perspectiva, es slo un simulacro interesado: se obtiene como si fuese una evidencia absoluta aquello que ya, desde el punto de partida, se quera justificar.

    Nos propusimos conocer la significacin de una de las coyunturas claves de nuestra poca, y en particular una de las que ms nos inte-resa a nosotros, latinoamericanos. Debamos hallar entonces dentro de las experiencias que englobaran tanto la existencia de la burguesa como de los revolucionarios, de los espiritualistas como de los materialistas, una conducta o un conjunto de ellas que pudieran ser aceptadas desde ambas perspectivas precisamente esas que cons-tituyen las posiciones claves del debate que nos atae. Un caso que, por su carcter de forzosidad, presentara al mismo tiempo una evidencia irrefutable para todos.

    Ya hemos mostrado cul era la dificultad: el objeto de la tica es un objeto interesado. Su construccin como objeto de estudio, hemos visto, depende muy particularmente de la concepcin del mundo y del hombre que el observador o el lector poseen. Esto no puede ser puesto entre parntesis: forma parte del proyecto humano total dentro del cual la actividad cientfica se realiza. De all la dificultad: en estas situa-ciones de soberano riesgo la verdad objetiva, cientfica, aceptable para todos, no puede aparecer, o bien porque quienes las proclaman vencen y dominan, o bien porque son vencidos o exterminados y no pueden siquiera acceder a la palabra. La lucha que se refleja en el plano de la tica, que expresa el plano de la realidad total, puesto que es total, alcanza tambin a la investigacin filosfica. Es una lucha a muerte donde los adversarios no pueden considerarse mutuamente, en el momento preciso del enfrentamiento, como objeto de estudio. La lucha realiza la convergencia dramtica de todas las perspectivas y las pone a prueba en el acto concreto: en ella se materializan las ideologas.

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    Porque el tema de toda tica considera justamente el momento en que las conductas del hombre se expresan en una accin material definitoria del mundo, reivindicando los valores que promueven y en medio de quienes se oponen a la existencia de esa nueva modalidad de ser. Las conductas culminantes de la tica responden a la cate-gora del todo o nada. En ese momento preciso, y tambin fugaz, lo singular sabe que su accin se instaura en lo universal, que el curso del mundo converge en ese acto. Que su acto limita entonces con todos los otros, y que una nueva significacin de nosotros depende comienza a circular por las venas de la historia. No hay pues, por sobre la lucha en la cual los hombres se oponen a muerte, un dilogo cien-tfico que se haga explcito solamente en la oposicin racional. Esta oposicin discursiva est, como una aproximacin, o antes o despus. El dilogo se hace lucha precisamente en el momento en que deja de serlo y habla entonces por la promocin concreta que realiza. Esto quiere decir adems que la verdad en filosofa trata de expresar ese rudo combate contra la muerte. No hay por eso treguas filosficas en la lucha histrica en que estamos viviendo, y cada afirmacin expre-sada lo es siempre desde una situacin asumida. La verificacin slo podr realizarse entonces cuando todas las expresiones se pongan a prueba sobre el fondo del enfrentamiento concreto. Si la filosofa pudiera producir el entendimiento racional y la comprensin mutua entre los individuos que se oponen, quedara demostrada entonces la posibilidad del acuerdo por encima de las luchas, o antes o despus, y los filsofos dirigiran el mundo. La lucha sera, como en Hegel, una lucha entre conciencias. Pero los individuos constituyen su raciona-lidad y su sustancia humana en el medio mismo desde el cual acceden al combate. Por eso la salida est, volvemos a repetir a Marx, en realizar la filosofa, teniendo la seguridad de que no habra modificacin a partir de las solas ideas. Y menos an cuando stas son falsas.

    De all que podamos sostener: mientras exista la parcialidad domi-nante de la burguesa no habr dilogo de ideas, oposicin racional discursiva, en la que el poder asentado sobre la materia, pero materia

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    destinada a sojuzgar a los hombres, se preste a la puesta en claro de los verdaderos motivos que lo mueven. No quiere decir esto que nos evadamos del dilogo; simplemente decimos que el oponente no admitir en el dilogo, si admite siquiera el dilogo, las evidencias que podamos presentarle. El oponente, an racional, es tambin un hombre que juega en lo moral su destino personal y material, su propia seguridad. Conoce entonces, porque siempre la ha utilizado en su provecho, esa verdad que Marx pone al desnudo.

    Todo lo dicho nos permite comprender el carcter privilegiado de la situacin que analizamos. Tenemos aqu un objeto de estudio posterior al momento de la lucha, pero que conserva todava los carac-teres de la accin. Este dilogo fue posible porque la discusin se hizo sobre el fondo de una evidencia irrefutable; era preciso agarrarlos con las manos en la masa, discutir con quienes fueron desalojados del privi-legio y del poder. Pero discutir desde una posicin tal que no les fuera ya posible ni acallar al adversario por medio de la aplicacin de sus leyes democrticas, ni negar la relacin material que constituy su fundamento, pero que comnmente aparece negado en sus conductas. Era preciso una situacin as la inversa, que los revolucionarios fueran llevados a enfrentarse con sus opositores en un rgimen democrtico no se dio nunca para que no pudieran ya negar la significacin que adquira esa totalidad de individuos que integraron la invasin. Para lograrlo fue preciso que se llevaran esas conexiones hasta sus conse-cuencias ltimas. Por eso se present una situacin ideal: confrontar las ideas, la ideologa, con los hechos, una vez que estos hechos, puesto que no podan ser ya ocultados, sirvieron de fondo real y evidente para cada una de las afirmaciones vertidas. Y eso fue posible porque slo la actividad prctica revolucionaria, y el combate, reunieron en un todo las significaciones que brotaron en el proceso revolucionario junto con aquellas que la burguesa, por boca de sus representantes, les acerc.

    Se nos podra reprochar que hayamos recurrido a un ejemplo lejano y no propio, como si nuestra misma realidad no fuese tan significativa como aqulla. Esto es indudable: podemos dedicarnos a pensar qu

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    diran qu dirn? tantos personajes ahora dominantes cuando tengan que enfrentar las evidencias que se hagan a la luz en un proceso revolucionario nacional. Slo recurrimos al de Cuba porque contiene sintticamente, en un slo haz, significaciones que entre nosotros estn diseminadas y contenidas en su expresin por el poder de la burguesa. Por ahora, entre nosotros, slo caben las preguntas autorizadas y las respuestas encuadradas en la justificacin de lo dado: el poder de las armas, que no del pueblo, los respalda. El poder de una minora respalda aqu y conserva la imposibilidad del dilogo, el estricto contorno no disturbable, como en Cuba el poder del pueblo respalda, por el contrario, la posibilidad material, con los hechos de poner a la burguesa continuamente al descubierto. Ese privilegio revolucionario, ligado al problema de la verdad tica, es el que quisimos sealar en este trabajo: como la verdad requiere darse a s misma el mbito nacional que la haga posible, y que slo la revolucin abre.

    Por eso en el grupo de prisioneros tomados en Playa Girn se nos ofreci la oportunidad de ver inmediatamente cmo expresa la ideo-loga burguesa esa accin de encubrimiento cotidiano emprendida en el lenguaje que le es propio, con todos los subterfugios que no alcanzan a encubrir, porque la evidencia est all y ellos mismos no pueden negarla totalmente. Esta situacin se hizo visible en el mtodo que utilizan para ocultar la verdadera significacin moral de sus actos. En ellos veremos aparecer algunos de los mecanismos fundamentales que emplean coti-dianamente, pero puestos aqu privilegiadamente al desnudo en una sola totalidad significativa. Ya no es la moral que ensea en sus manuales, en sus catecismos y en sus declogos; ya no es la ideologa apoyada en las armas o en el dominio econmico que impide en los dominados la aparicin de toda crtica. Aqu estn sus aserciones verificadas una a una por los revolucionarios, cada una de ellas puesta inmediatamente sobre el fondo de una accin concreta y material cuyo sentido slo tiene una lectura objetiva posible. No ha habido entre los que hablaron un solo combatiente democrtico que pudiera hacerse cargo del sentido total de la accin que emprendieron, que sintiera que su responsabilidad

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    atravesaba toda la dimensin del propio grupo invasor. Esto sucede porque en la tica de la burguesa no hay nadie, como veremos, respon-sable concretamente del conjunto. Nadie lleva aqu la totalidad del sentido de la accin; todos aparecen como elementos dislocados de un sentido global que ninguno asume completamente; cada uno se remite a su propia individualidad cuando quiere alejarse de la miseria ajena que (cree) inmerecidamente lo contamina, o se sumerge en el grupo indife-renciado cuando tiene que ocultar su propia responsabilidad, y conta-mina entonces sin empacho a los otros. No hay, entre ellos, en el sentido tico, una sola personalidad moral; no hay uno solo que pueda hacerse cargo de su accin y extender su sentido hasta reencontrar en ella la significacin de los actos emprendidos en comn, involucrando toda la materialidad en la que se apoyan. Para la burguesa la significacin verda-dera de sus actos es reversible: o est en la ms profunda subjetividad o est en lo hondo e inmarcesible del profundo cielo. O es lo ms ntimo o lo ms lejano: nunca lo objetivo, nunca la realidad plena. Todos ellos son incapaces de dar cuenta coherentemente del mundo que habitan.

    Por eso, extendiendo las semejanzas, nos preguntbamos: consti-tuye un acto tico la tarea que nuestros filsofos realizan? Vamos viendo entonces que para que as sea no podemos recurrir a la filosofa y cons-truir con ella un estado de excepcin que nos permita eludir el sentido de las luchas humanas. Quienes as lo hacen slo tienen una salida: se entregan al poder que los resguarda y permutan su silencio por el pan de cada da que ya no es Dios quien se lo da. Los filsofos de la burguesa hacen tica sin incluir en esta actividad la propia dimensin moral: se limitan aqu, dicen, a la funcin contemplativa, objetiva, desnuda y trascendental del conocimiento. Pastores del ser, como les gusta decir de s mismos en buclica imagen. Pero nosotros insistimos: por qu dejan de lado su propia situacin frente a los problemas morales de su tiempo y slo ejercen el conocimiento metodolgico en el mbito social incontaminado de la comunidad universitaria? Pues no se trata de que vayan luego a reencontrar lo que dejan de lado, no se trata de que adems de dedicarse al conocimiento vayan despus a terminar

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    tomando posicin. Se trata de hacer que ese conocimiento mismo, sin tomar partido, no puede alcanzar siquiera la dignidad de conocimiento cientfico. nicamente el propio compromiso logra descubrir las signi-ficaciones ocultas que la mera dedicacin al solo conocimiento (que es tambin un acto tico, aunque voluntariamente mudo y de sentido negativo) trata vanamente de encubrir. Los que se dedican a la filosofa pura, los intimistas, de-puran a la filosofa de la historia concreta. Creen que de este modo hacen algo ms objetivo cuando, en realidad, lo nico que logran es convertir al objeto de estudio en un pobre objeto, queremos decir en un objeto empobrecido, que se ve despojado as de su significacin ms humana: lo depuran del nombre.

    Esto significa tambin que nuestro compromiso, al actualizar y validar la conexin total que mantenemos con el mundo, nos prepara, como hombres que reflexionamos, para acoger al objeto en su significa-cin interhumana total. Si as no lo hiciramos, nuestro acto de cono-cimiento no nos proporcionara un verdadero conocimiento. Por qu? Porque supondra que puede haber alguien, yo que analizo, yo privile-giado, que logre en algn momento evadirse de la responsabilidad que en todos los rdenes mantengo con los dems hombres. Y precisamente en el momento en el cual, digo, me dedico a pensar para ellos.

    Esta misma responsabilidad es la que nos permite definir el criterio de anlisis: cada individuo expresa una perspectiva personal estruc-turada en el seno de una determinada clase social. Es en ella donde todas sus categoras de comprensin, todo el orden de su mundo actual, se han formado. Y como aqu no estudiamos seres de excep-cin, sino personas que por sus hechos y sus respuestas responden a esquemas generales bastante conocidos, nos hemos permitido extraer los caracteres que ellos mismos nos sugieren en sus actos, que tuvieron que poner en evidencia al confrontar su querer con su hacer. Aqu lo irrefutable es el cuadro aceptado por todos: cada presunta excepcin encuentra inmediatamente la banalidad y el verdadero sentido de su destino singular en el grupo como lugar de la actividad comn. Se trataba entonces de observar cmo esa realidad bsica, oculta en unos y

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    revelada en otros, era interpretada en ambos casos, ya que disponamos para comprender la situacin de dos perspectivas que se excluan.

    Hemos sealado, adems, que esa totalizacin lograda en el conjunto invasor resume y simboliza la estructura moral bsica de la sociedad capitalista, dependiente del imperialismo, que iba a suplantar al socialismo en Cuba. En tanto avanzada del capitalismo, su presencia en Cuba adelantaba, en el grupo, el esquema humano bsico del sistema que iban a implantar. Por eso encontraremos bajo la organizacin militar de las brigadas invasoras una jerarqua de funciones sociales que sintetiza y compendia la divisin del trabajo social y moral de la burguesa: el sacerdote, el hombre de la libre empresa, el funcionario diletante, el torturador, el filsofo, el poltico, y los innumerables hijos de buena familia. Cada uno de ellos ejerca una funcin especfica, y sin embargo fue la totalidad, el grupo, quien proporcionaba el sentido a las actitudes individuales. Poder leer ese sentido comn, colectivo, en forma pblica, fue lo que permiti disolver las diferencias individuales y encontrar la verdad elemental que gua los actos encubiertos general-mente bajo la falacia de la singularidad personal, de la intimidad pura.

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    I

    Imagen del oportunista

    ...Y si tengo algn pecado es haber vivido al margen de las circunstancias, porque yo era un hombre de

    posicin econmica desahogada. (p. 193)Felipe Rivero Daz

    La burguesa como conjunto indiferenciado

    A travs de las respuestas del prisionero trataremos de comprender las categoras fundamentales que ordenan la concepcin del mundo de la burguesa. Lo primero y ms importante ser reconocer qu sentido posee para el invasor el propio conjunto social del cual formaba parte, como expresin de ese conjunto mayor de la sociedad total cuya representacin, en accin tan decisiva, deca ejercer. Veremos as cmo concibe su inhe-rencia a la totalidad de individuos en los cuales reconoce a su sociedad.

    Lo primero que notamos es el carcter negativo de la totalidad humana en la cual se encuentra integrado, y la necesidad de perma-necer sin embargo en ella. Por una parte admite que en el grupo invasor se encuentra la representacin democrtica de la sociedad:

    Prisionero: ...en ese grupo haban todos los matices sociales y todas las tendencias... (p. 197).

    Prisionero: Los hombres que estn all (en el FRD1) responden a distintas tendencias y a distintos partidos polticos y agrupaciones (p. 196).

    1. Siglas del Frente Revolucionario Democrtico, con asiento en los Estados Unidos.

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    El grupo manifiesta el carcter heterogneo del todo, que contiene la universalidad posible, pero no actual: parecera que el prisionero ve en ese conjunto el fermento social (las distintas tendencias) del cual tendra que surgir el futuro mejor que da sentido a su accin presente. Pero inmediatamente reconoce que, sin embargo, como futuro posible, sobre ese conjunto no se puede contar:

    Prisionero: ...porque lo que vena, s, yo estoy de acuerdo, son veinte aos de retroceso. Ahora, si haba un grupo ms o menos sano, podamos tratar de que esos veinte aos no fuesen exacta-mente veinte aos (p. 196).

    El grupo invasor, expresin de todos los matices sociales, estaba formado entonces por una agrupacin indiscriminada de sentido negativo, dentro de la cual se encontraban incluidas las fuerzas ms retrgradas de la sociedad. Este marco colectivo, que el prisionero concibe como la sociedad, comprenda las ms bajas expresiones de su contorno. Se va viendo entonces que el concepto democrtico de sociedad constituye un todo indiscriminado de valor que tolera y admite en ella tanto sus factores positivos (l mismo y una minora que intentara que esos veinte aos no fuesen exactamente veinte aos) como los negativos (esos que traan los veinte aos de retroceso). Y al decir negativos los revolucionarios insisten en sealar: torturadores, latifundistas, militares, mercenarios, delatores, polticos venales, etc-tera. Desde el punto de vista subjetivo parecera que esta aceptacin constituye una virtud moral: es el necesario sacrificio que a la realidad ms verdadera hace una personalidad burguesa cuando quiere vencer sus diferencias para penetrar en el plano de lo objetivo del cual su marginalidad lo haba arrojado. Es su despertar a la accin:

    Prisionero: Ahora, si yo me quedaba en mi casa de nuevo con las manos cruzadas, como cuando la lucha entre Batista y los fidelistas, por ejemplo, que no me fui por una serie de razones

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    personales, pues entonces ni yo ni los que piensan como yo podramos el da de maana funcionar o tratar de movernos y de rescatar algo (p. 196).

    Pero esta misma decisin de aparente objetividad es una eleccin muy parcial. Pues ese marco social que se da, y para el cual tiene la extraa indulgencia de tolerar lo negativo, deja fuera de s precisa-mente al pueblo que apoya la Revolucin, y especficamente a todos los revolucionarios. Deja justamente fuera de s a aquella otra gran capa social, los obreros, los campesinos, la clase media activa, con la cual la Revolucin emprendi su tarea transformadora. Es decir, deja fuera de s precisamente a la parte ms positiva de la sociedad. A su concepcin de sociedad, en la cual estn borrados los lmites de lo negativo y positivo, con preeminencia reconocida de los factores nega-tivos, la Revolucin opone una concepcin diametralmente diferente: una totalidad humana que selecciona para su accin a la parte ms positiva de sus habitantes, y slo a ella.

    Pero no solamente el prisionero se proporciona una sociedad indis-criminada sino tambin una sociedad minoritaria. Esa invencible imagen de la realidad nacional como un todo indiscriminado no es un hecho de azar: seala la percepcin del mundo y el ncleo humano que esta perso-nalidad burguesa arrastra como su necesario contorno. Ms tarde veremos cmo este contorno es funcionalizado. Sus cmplices actuales, que l mismo desprecia, pero que son los suyos, constituyen el marco dentro del cual emerger su pureza individual, su excepcionalidad.

    Se transparentan aqu con toda claridad dos concepciones sociales: 1) la que domina por una parte a la burguesa como clase, que se reco-noce en una totalidad indiscriminada, esa que se rene, se conglo-mera y se actualiza como grupo en el momento de peligro, y 2) por la otra, a los obreros y campesinos que se unifican alrededor de la Revolucin, es decir, que realizaron el proceso de excluir, por medio de la lucha, el enfrentamiento armado y el sacrificio de la vida, a la parcela negativa de la sociedad.

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    El peligro de su desaparicin como clase permite as ver cmo convergen en la burguesa, y se dan cita para defender sus intereses, todos los elementos aparentemente disgregados y negativos que la constituyen. Esa diseminacin de los elementos que la conforman como clase ilegible aun para sus propios miembros, emerge a la conciencia en los tiempos de crisis y es aceptada con el reconoci-miento ms veraz y objetivo de su realidad. Este realismo burgus, hemos visto, constituye sin embargo una eleccin que se define frente y contra la totalidad social que conglomera a los revolucionarios. La totalidad que conglomera a los revolucionarios no es de ningn modo esa aceptacin de lo indiscriminado, sino seleccin. Mientras en un caso la clase burguesa aparece como aceptacin pasiva, sosla-yando su carcter negativo por medio de una lnguida posibilidad de modificacin remitida a un futuro incierto (...podamos tratar de que no fuesen veinte aos...), la Revolucin es rechazo activo de la realidad presente, con la cual se define necesariamente la burguesa. El pasaje al verdadero realismo revolucionario, su decisin de modi-ficar la realidad, se encuentra ya en la actualidad misma: no integra sus filas sino con los que, desde el presente mismo, viven la necesidad de esa modificacin.

    Dialctica entre la individualidad pura y el grupo impuro

    Dentro de esa totalidad donde predominan los elementos nega-tivos, el burgus que sin embargo la acepta como propia, realiza dentro de ella un movimiento de diferenciacin personal:

    Prisionero: Ahora, lo que tenamos era una idea. Yo hablo por m y los individuos que piensan como yo quiz somos los menos. Yo no hablo por Ventura (asesino al servicio de Batista), ni por los choferes de Batista, ni por una serie de gente miserable que ustedes me han nombrado, y yo creo que

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    ustedes saben perfectamente bien que hay, inclusive, en una crcel de presos comunes vamos a poner as grados, no? As que no todos somos iguales (p. 200).

    La crcel con su conjunto de delincuentes comunes, imagen a la que recurre para hacer ms inteligible su propia situacin, nos ofrece lo mismo que sealbamos de la burguesa como clase: interioriza en s mismo la necesaria coexistencia con la mxima degradacin, dentro de una limitacin sufrida desde afuera. Nuestro prisionero tiene perfecta conciencia de que debe recurrir necesariamente a esa degradacin para realizar o proyectar su futuro, pues son los nicos hombres con los cuales cuenta. Ya veremos luego que ese futuro, que excluye esa nega-tividad, ni siquiera es concebible imaginariamente para l mismo, pues no puede darse, desde su perspectiva de clase, ni siquiera una imagen de ese futuro mejor por el cual pretendi luchar. Y esto es lo que cons-tituye uno de los factores de su realismo: la inmovilidad de su realidad. Pero no se vea aqu el sacrificio que su persona hace en aras de la Realidad: el realismo al cual se sacrifica constituye la necesaria contra-parte de s mismo, esa que en los momentos de distensin, cuando es su clase la que ocupa el poder, puede darse el lujo de desalojarla del plano de su realidad cercana y convertirla en lo ms distante.

    Periodista: Y hiere grandemente su sensibilidad el codearse, el haberse codeado en Retalhaleu2 con esa ralea de asesinos batis-tianos y ex oficiales del ejrcito de Batista, malversadores y politiqueros? Ha herido esa sensibilidad suya esa compaa?Prisionero: Me hiri la primera vez cuando me vi obligado a irme con una serie de malversadores, cuando estaba en la Emba-jada (...). As que imagnese. Pero cuando estaba trabajando para una causa o estaba tratando de cumplir con una cosa que es un

    2. Campo de entrenamiento situado en Guatemala, donde los instructores norteamericanos prepararon a los invasores.

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    deber, uno tiene que hacer de tripas corazn como vulgar-mente se dice, y hacer caso omiso a lo que lo rodea (p. 201).

    En la sociedad burguesa slidamente establecida, el prisio-nero, marginal, poda vivir la singularidad de su persona sin que los individuos que integraban y sostenan esa sociedad aparecieran junto a l. Esta marginalidad le sugera la ilusin de una verdadera indepen-dencia. Ahora bien: esta independencia fue rpidamente quebrada en momento de crisis y disolucin, durante la cual se realiza la integra-cin de las relaciones e individuos antes diseminados. Sin embargo el prisionero no sabe leer este sentido objetivo que se produce en la nueva situacin: le parece solamente un hecho de azar, una casualidad fortuita que pone a cuenta de esa irracionalidad que cimenta su escep-ticismo y con la cual es preciso transar. Pero esta aceptacin de la nega-tividad de su clase se convierte en un acto moral (no en su rechazo sino en su aceptacin); es la causa, es el deber lo que lleva a reivindicarla como propia. Y ante el deber y la causa realiza el supremo sacrificio de su persona moral: la integracin de s mismo con lo ms miserable de lo social. Sin embargo esto que la conciencia acepta despus, como un sacrificio, estaba en la conducta concreta desde antes, como un beneficio. Desde el comienzo mismo de la accin sta se encuentra ya caracterizada por el abandono, la falta de reconocimiento mutuo, la complicidad pasiva con el crimen. Estas significaciones el prisionero no puede leerlas ni explicarlas a la altura de su individualidad: cons-tituyen un resultado social, colectivo, que se impone al individuo cuando su ser est amasado ya por la inercia de la clase.

    La situacin aparece claramente cuando el prisionero tiene que justifi-carse por haber venido en compaa de Calvio,3 asesino y torturador:

    Prisionero: Mire, le voy a ser franco: hoy por primera vez vine a conocer al seor Calvio, que es un seor rubio que estaba

    3. El anlisis de Calvio lo efectuamos en el captulo III.

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    ah, que todo el mundo lo estaba mirando como una cosa rara, y nosotros nos opusimos a venir (a comparecer ante la televisin) con ese seor (p. 201).

    Desde el comienzo mismo de la accin, el prisionero sabe que ella conglomera a los individuos ms despreciables de su sociedad, que con ellos debe personalmente contar porque constituyen la realidad comn a su clase. Pero luego esboza ese movimiento de exquisita dife-renciacin: no puede tolerar que ese sentido inscripto en la realidad parezca concretamente ligado a su persona. Quiere reproducir, en este momento sinttico que la Revolucin provoca, la misma lejana simulada en la cual viva la burguesa en la poca de Batista, cuando l era apoltico y gozaba de sus acciones y escriba sus libros como hobby, mientras este Calvio que est ahora a su lado torturaba y asesinaba. Pues Calvio torturaba lejos de sus casas, en lugares espe-ciales, desde donde los gritos de los moribundos no disturbaban su marginalidad topogrfica, esa que ahora habra de quebrarse ante la televisin. La burguesa atomizada se horroriza de las conexiones concretas y materiales: ama la separacin y la distancia que torna ilegibles los sentidos que sin embargo la constituyen. Las institu-ciones represivas consolidaban el marco concreto en y del cual viva. Por eso Calvio y otros asesinos4 formaban parte ahora de la expedi-cin invasora. No es una relacin que el azar les depar, y solamente aceptable en aras de la causa: nicamente la rechazan cuando la contaminacin se hace objetiva, visible para todos, pero con esa obje-tividad que proporciona la promiscuidad de sus modelos humanos que se deben mutuamente la existencia.

    Esta cobarda por las conexiones concretas, este encubrimiento dignificante de aquello que realmente los conforma y sobre los cuales se apoyan, es lo que les permite darse la apariencia ms apreciada por la burguesa: construir la mscara de una personalidad impoluta, de una

    4. Rafael Soler Puig, Jorge Chino King.

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    intimidad virgen de toda contaminacin, aun cuando viva dentro de la abyeccin de clase y la lleve profundamente dentro.

    Aparece aqu uno de los rasgos que ponen de relieve la divisin del trabajo moral dentro de la burguesa, paralela a la divisin del trabajo social. El modo como el prisionero se ganaba su vida demuestra esto que decimos; a la pureza moral corresponde un alejamiento de lo material:

    Periodista: A qu se dedicaba usted?Prisionero: Yo me dedicaba a... mi familia tena acciones en las minas de Matahambre.Periodista: Entonces usted viva de las acciones de las minas de Matahambre?Prisionero: Era escritor tambin, escriba por hobby.Periodista: Dnde escriba usted?Prisionero: Escrib un libro, y tena dos en preparacin, y tena unas obras de teatro (p. 197).

    Periodista: Usted dice adems que era accionista de las minas de Matahambre?Prisionero: Era un modo de vida.Periodista: Era su modo de vida. Cortar cupones.Prisionero: Eh?Periodista: S, cortar cupones, es decir, usted no trabajaba, usted cortaba cupones. S, es un modo de vida, desde luego uno puede estar contra l, pero es un modo de vida; hay muchos modos de vida. ste es uno de ellos.Prisionero: No me las rob.Periodista: Es que usted haba elegido (p. 212).

    Cmo pretender que el prisionero llevara ms lejos las conexiones que viva en la realidad, puesto que su vida estaba basada en el encu-brimiento de ese origen? Esto aparece claramente en el comporta-miento con el dinero, cuya gnesis la herencia borra por completo,

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    como si su existencia sin trabajar fuese un don legtimo de clase y le eximiera de conocer ese origen del privilegio cuando se extiende ms all de la propiedad privada. Esa limpieza que ostenta en el plano personal, resulta de su falta de contacto con la misma tierra en tanto tierra trabajada por el esfuerzo y sacrificio sucio de los otros. El prisio-nero realizaba el acto asptico de cortar los cupones del mismo modo como realizaba el acto asptico, frente a las cmaras de televisin, de separarse de Calvio. Su inocencia quedaba rubricada tambin por otra actitud moral: esas acciones de la mina no las haba robado. Por derecho propio y por estricta moralidad su persona emerga desde el fondo de su clase destinndolo, a l, ser de excepcin, a vivir del trabajo de los otros. Y en ese mismo acto su persona aparece como absoluta-mente independiente. Todo su derecho a ser como es, se basa sobre una legalidad justificatoria que lo mantuvo inocente tanto tiempo como su clase se mantena en el poder; sus acciones no robadas constituyen el smbolo de su conexin encubierta con el mundo.

    La imposibilidad de imaginar el futuro

    Cuando el prisionero tuvo que comenzar una actividad prc-tica no hizo otra cosa que integrarse en un grupo, el de su clase. Es esta misma determinacin la que le impide, por otro lado, imaginar concretamente un futuro que modifique ese estado de cosas sobre las que su clase se apoya. El marco concreto de sus relaciones vividas configura tambin, al ser aceptado pasivamente, el campo de su imaginacin. Y aun cuando acude al arsenal ideolgico-moral de su clase, los elementos que extrae de l poseen esa misma significacin. As con sus ideas de nacionalismo y tercera posicin:

    Prisionero: Poda a lo sumo fundar un partido poltico que buscara la tercera posicin, vamos a suponer. Yo no s, yo no tena plan ninguno (p. 199).

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    Prisionero: Ya le digo que con el triunfo, si hubiera sucedido, de este aparato, no se iba a llegar a la tercera posicin. Al contrario, muy lejos de la tercera posicin. Pero haba una posibilidad, y estbamos unos cuantos que no pensbamos como los seores que apuntaban... (p. 199).

    Periodista: Bueno, y usted que es un hombre preocupado por la tercera posicin y el nacionalismo, por qu se le dio por comenzar a ser nacionalista ahora que Cuba es verdaderamente nacionalista, y no en la poca en que su familia, y todos los que..., y su clase, dominaban a Cuba, cmo es que se le ocurri tan tarde esa preocupacin?Prisionero: Se me ocurri tarde... no es que se me haya ocurrido tarde, he pensado en eso en muchas ocasiones, pero no haba ambiente, por lo menos no tuve..., parece que padeca la miopa de no verlo, lo vieron otros por m...Periodista: No haba ambiente? (p. 202).

    Esta limitacin, su miopa, dada por la perspectiva de la clase, explica su posicin frente a la Revolucin:

    Prisionero: Bueno, le voy a explicar: durante la Revolucin, y yo aqu lo admit, si tuve algn pecado fue vivir al margen de las circunstancias; no pens que esa Revolucin iba a ganar. En primer lugar, la opinin que nosotros tenamos, o tena yo, era de que esa Revolucin se haba hecho para poner a un seor que, a la verdad, yo despreciaba mucho, al seor Pro Socarrs, en el poder; o sea, volver... era una Revolucin ms. Si Batista era malo, el otro era peor, o era igual as que... no cre que... y nunca me preocup por leer la propaganda de ustedes, ni nada; es ms no consideraba que pudieran ganar (p. 203).

    Cmo se constituy en el prisionero esa miopa que le impeda

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    imaginar el futuro, ni considerar siquiera que fuese posible su adve-nimiento a la realidad? Ante una Revolucin en marcha, vivida como opuesta a los de su clase, extendi sobre ella el pesimismo. Ms an: ni siquiera se preocup por conocerla. Su inteligencia ignor lo que su afectividad negaba. Esta deformacin perceptual de la realidad es la que le segua permitiendo la vida: dejaba expedito el camino de su morosidad. Las mismas categoras que, en tanto burgus, hacan irreconocibles las verdaderas relaciones sobre las cuales l se asentaba, son las que ahora le hacan tambin irreconocible esa modificacin que avanzaba en la Revolucin. La destruccin de las verdaderas significa-ciones de su pasado tambin destrua las significaciones de su futuro. El mecanismo para ocultarlo consisti en extender sobre la realidad, como un signo que la sobrevolaba, su escepticismo de clase. Escepti-cismo quiere decir aqu incapacidad de nutrir una posibilidad con su propia vida. Este escepticismo voluntario, que no surge de la expe-riencia total (como queda evidenciado por el triunfo, inimaginable para l, de la Revolucin) ocultaba con su mecanismo toda posibi-lidad de modificacin imaginaria:

    1. Si pensaba que los revolucionarios iban a ganar, solamente poda ser ste, nuevamente, el triunfo de uno de los suyos (ese que despre-ciaba, miserable, pero que formaba parte de su medio, pues conver-gieron luego todos, los de Pro y de Batista, hermanados en la invasin). Este futuro igual al presente (era una Revolucin ms. Si Batista era malo, el otro era peor, o era igual, as que...) lo frenaba en su accin.

    2. Si imaginaba a los Revolucionarios como modificadores verda-deros de la realidad, stos no podan sino perder. Para negar el futuro revolucionario cuando de alguna manera asomaba como posible, el recurso imaginario contaba entonces con las fuerzas slidamente establecidas por los semejantes a s mismo en la clase: ejrcito, clero, torturadores, imperialistas, etctera: no consideraba que pudieran ganar. Las mismas fuerzas que repriman a la Revolucin en la realidad eran las que repriman la posibilidad de concebirlas triunfadoras en su imaginacin. Y la ignorancia en la que adrede permaneca (nunca me

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    preocup por leer la propaganda de ustedes, ni nada) coadyuvaba a su escepticismo, para que su conciencia no se forzara en tener que enfrentar la necesidad de integrar otros datos en su juego imaginario. Esta conciencia desgraciada slo poda encontrar en el escepticismo y el agnosticismo su consuelo. As es como, funcionalizado en una situacin determinada, el escepticismo burgus constituye una de las caras de la ignorancia voluntaria en la que permanece.

    El futuro abstracto como consolacin moral

    La imposibilidad de imaginar el futuro concreto es una determi-nacin de clase, como hemos visto. La clase, entonces, es la que inhibe el despliegue de las cualidades ms esenciales del hombre, encerrado como queda en los estrechos lmites que sta le fija.

    Prisionero: El triunfo, cuando vino... lo que pas en esto, la derrota que tuvimos, sa s yo la daba como posible, porque ms o menos conoca las fuerzas a las que nos habamos aliado, pero era un riesgo que haba que correr.Periodista: Qu fuerzas son sas?Prisionero: Me imagino que los imperialistas, como ustedes llaman...Periodista: Que nosotros llamamos o que son?Prisionero: Bueno, lo son; todos los grandes imperialistas, todas las naciones grandes son imperialistas... todas las naciones grandes son imperialistas, se es mi modo de ver las cosas. Y adems los norteamericanos tienen una forma de actuar que es nefasta, su poltica, es nefasta.Periodista: Pero usted estaba aliado con ellos, o no?Prisionero: Hay una frase que dice que a veces hay que recibir ayuda aunque sea del diablo, no? o algo de eso...Periodista: Entonces ustedes estaban aliados con el diablo?

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    Prisionero: Bueno, si usted lo quiere poner as...Periodista: No, usted es quien lo dice, no yo...Prisionero: Ayuda, no aliado, ayuda...Periodista: Ah! Ustedes reciban ayuda pero no estaban aliados?Prisionero: Por lo menos yo no me senta aliado... (pp. 203-204).

    Este dilogo es, en ese sentido, esclarecedor. Primero los imperia-listas no son tales, sino para los revolucionarios. Luego, casi inme-diatamente, debe admitir que s lo son, pero slo en el plano de una generalidad que disuelve la relacin que el imperialismo mantiene con su propia realidad: todas las grandes naciones lo son. Y termina admitiendo, penosamente, por fin, su verdadera cualidad, cuando reconoce que el imperialismo es como el diablo. Repite aqu el mismo movimiento de retraerse hacia su individualidad cuando la significacin objetiva al fin pareca comprometerlo: no fue l quien se ali con los imperialistas. El prisionero, ente absoluto, intimidad pura, individualidad retrada, mnada incontaminada, permaneca sin sentirse aliado con ellos (Por lo menos yo no me senta aliado) en el momento mismo en que toda su actividad material estaba condicio-nada por ese poder. l, en su intimidad, senta otra cosa. Y era su senti-miento el que desuna lo que la realidad uni. Este sentimiento que lo desligaba del imperialismo en su intimidad, justo en el momento en que la realidad ms lo ligaba concretamente, adquira para l una mayor realidad que la realidad misma, esa por donde asomaba la muerte que venan a dar a los otros. Slo el atomismo individualista de la burguesa logra de este modo transformar lo abstracto en concreto, convertir en concretos sus sentimientos ms abstractos. Y esta dialc-tica que tiene como centro a su intimidad pura corresponde punto por punto con la percepcin tambin atomizada que se dan de la realidad:

    Periodista: Dgame una cosa, Rivero, usted que es un hombre inteligente...

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    Prisionero: Muchas gracias.Periodista: ...un hombre que ha estudiado, seguramente, y, por sus expresiones, yo creo que es inteligente: usted cree que lo que usted ha realizado, es decir, salir de los Estados Unidos, ir a Guatemala, all, en esos predios de la United Fruit, recibir instruccin de los instructores norteamericanos, ir a Nicaragua, la finca de los Somoza y del imperialismo, salir de Nicaragua, en aviones norteamericanos, protegidos por destroyers norteamericanos, y caer en Cuba, para combatir al pueblo de Cuba, con armas norteamericanas, usted cree que eso es nacionalismo, Rivero?Prisionero: Pero yo le expliqu ya por qu lo hicimos. Pero yo estoy de acuerdo, estoy de acuerdo con que el rgimen de Somoza es monstruoso, estoy de acuerdo con que el rgimen de Nicaragua es monstruoso, yo he visto los indios cmo viven... adems, yo no tena que salir, porque yo he ledo historia y s cmo viven esos pases, pero haba que hacer algo, como le repet siempre haba que estar en eso. As que nosotros lo que pensbamos era dar despus, el da de maana, un tercer paso... o un segundo paso, pero se era el primer paso, haba que tragarse esa pldora (p. 205).

    Todos los primeros pasos de estos idealistas promueven entonces previamente la aceptacin de la miseria que ya es, de una realidad que en nada modifica el proyecto que realizan. Porque el marco mental que se proporcionan encubre y disuelve las conexiones que descansan en esa realidad finalmente aceptada, pero siempre de otro modo. Con la aceptacin que acabamos de leer culmina el proceso de separar los velos de ignorancia consciente que su escepticismo haba introducido, esa lejana con que recubri las significaciones evidentes que ya estaban en l (adems yo no tena que salir, porque yo he ledo historia y s cmo viven esos pases) pero que no deban jugar con la percepcin de la realidad: se las retiraba de circulacin. El escepticismo era el medidor

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    entre el saber consciente y la conveniencia propia: imperialismo, que ustedes le llaman... Y cuando aparece el imperialismo como lo que es, sin la relatividad escptica, cuando los velos son retirados por el esfuerzo de verificacin que el revolucionario realiza como mediador, entonces ante esa evidencia que el prisionero termina reconociendo no cabe sino una actitud: tragarla como se traga una pldora. Y se es el momento en que junto con la aceptacin de esa realidad despreciable aparece la salvacin personal esbozada por su conciencia moral como consolacin proyectada hacia el futuro que habr de negarla, no se sabe cmo ni por quin. Que el futuro es solamente una consolacin para aceptar ms decididamente la miseria actual se hace evidente en su carcter abstracto, de completa lejana e ineficacia, vaga aureola, camino intransitable, imagen teida de completa irrealidad: el da de maana... un tercer paso... o un segundo paso, pero se era el primer paso: haba que tragarse esa pldora (p. 205).

    Qu diferencia exista entre el acto de deliberada ignorancia que este intelectual diletante burgus se impona a s mismo, y el de Batista, por ejemplo, ordenando quemar los libros que divulgaban la verdadera situacin del pas? Pues que aqu el intelectual quemaba en su propia intimidad, en s mismo, la eficacia del conocimiento: interiorizaba hasta su mximo extremo la accin poltica de su clase, ejercida por Batista, all donde sin Batista cada burgus prosigue su propia represin interior. Esta es la mxima alineacin cultural de la burguesa.

    La marginalidad burguesa

    Las mismas contradicciones que han ido hasta ahora confor-mando sus relaciones pblicas son las que encontramos en los lazos estrictamente personales. Las mismas consolaciones morales, que le sirven para justificar la inversin interesada de los procesos sociales, son las que encontramos cuando intenta justificar su presunta margi-nalidad personal. Toda su moralidad consiste en darse, dentro de la

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    inmoralidad ambiente, una presunta isla donde rige la buena admi-nistracin, donde l es honesto... con los corruptores y malversadores.

    Periodista: Usted nos dijo que haba sido pasivo con Batista. Pero no tuvo ningn puesto?Prisionero: S, tuve un puesto.Periodista: As que usted fue pasivo desde un puesto. Qu puesto tena?Prisionero: Le voy a explicar... Cristbal Daz necesitaba un presidente para un Retiro y entonces me nombraron a m.Periodista: Lo nombraron a usted porque necesitaban un presidente.Prisionero: Necesitaban un candidato idneo, necesitaban una persona que no fuera, que no hiciera...Periodista: Que no les chocara...Prisionero: Perdn... que no chocara con nadie. Entonces me ofrecen el puesto a m. Yo estaba aburrido y dije: bueno, voy a hacer una buena obra (p. 213).

    Periodista: Y su pasividad consisti en no decir una palabra contra Batista y usufructuar ese puesto durante todo ese gobierno?Prisionero: Bueno, le voy a decir: al final las cosas del Gobierno llegaron... yo reconozco que viva al margen de las circunstancias...Periodista: No, al margen no... dentro de ellas. Vivir al margen es un seor... perdneme vivir al margen es un seor que no se beneficiaba nada con aquello, que estaba completamente al margen. Usted estaba dentro de la situacin.Prisionero: Bueno, un momento, yo en mi puesto creo que rend una funcin social, porque si no, lo hubiera cogido un malver-sador y sabe Dios cmo hubiera dejado aquello all (p. 215).

    El campo de accin moral quedaba limitado, como vemos, al esta-blecido por la misma burguesa y su dictadura. Su justificacin se

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    reduce aqu al campo mnimo de los malversadores del rgimen, y a la probidad y honestidad burguesas de las cuentas bien hechas. Ntese aqu nuevamente la existencia de dos horizontes:

    1. Por una parte, aquel horizonte verdaderamente total dentro del cual se encontraban los revolucionarios, y que permita comprender al rgimen de Batista como una fraccin deformante de las conexiones reales que constituyen el pas.

    2. Por la otra, el horizonte de clase que el prisionero se da, y que queda restringido voluntariamente al rgimen de Batista, y del cual quedaban excluidos los revolucionarios.

    Considerado desde este ngulo su honestidad personal es sola-mente una honestidad regional, encuadrada dentro de la fraccin ms deshonesta de la sociedad. Pero constituye entonces la excusa subjetiva, moral, que pretende suplir la cobarda de no pasar a la verda-dera totalidad concreta que constituye el campo pleno de la moral: yo rend una funcin social.

    Esa funcin social slo era tal si permaneca dndose como hori-zonte la inmoralidad de la tirana: si no, lo hubiera cogido un malver-sador, y sabe Dios cmo hubiera dejado aquello all. Pero con su acto mantena ese rgimen que haca posible un modo de vida: cortar cupones, escribir libros como hobby, cobrar 350 dlares mensuales para no aburrirse, en momentos en que sus compatriotas eran perse-guidos, asesinados o ms simplemente condenados al hambre y a la explotacin: toda la nacin dominada por la deshonestidad bsica de las relaciones imperialistas.

    Pero ms an: esta deshonestidad suya era tambin en otro plano una legalidad relativa tambin al rgimen de Batista. Por eso el sentido de su justicia corresponda al orden legal imperante:

    Periodista: Usted que dice que hizo una funcin social a cargo del Retiro, qu hizo cuando lleg all al Retiro con los empleados que haba? Usted no bot a 64 empleados?

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    Prisionero: Haba sido ordenado por el Tribunal de Cuentas, me remito a los hechos, 21 excedencias, y ordenadas por el Directorio, nada ms, y hubo que sacar a unos cuantos de all...Periodista: Usted permiti pasivamente, como usted ha acos-tumbrado en todas sus funciones...Prisionero: Pero, imagnese, si era una cosa que el presupuesto... los clculos actuariales de los retiros estn mal hechos. Todo eso lo sabe todo el mundo, los retiros estaban hechos para darle un puesto a Fulano y a Mengano... (p. 231).

    La marginalidad no consiste entonces en apartarse del rgimen, sino en considerarse l mismo una excepcin, pero esta vez legtima, aun participando dentro de l. Excepcin tan profundamente sentida que le sirve para dictaminar la exclusin de los otros, porque les haban dado un puesto, pero no de s mismo. Y sin embargo tambin l mismo, Fulano o Mengano como los dems, es uno de ellos. Pero se coloca fuera de la situacin como si no hubiera l tambin llegado all por una decisin arbitraria semejante a la que llev a los otros.

    Al restringir los lmites de su horizonte a los individuos que formaban su clase, negaba, dijimos, ese otro horizonte concreto revo-lucionario que no quera percibir (nunca me preocup por leer la propaganda de ustedes, ni nada; es ms, no consideraba que pudieran ganar). Ese horizonte revolucionario hubiera modificado el senti-miento que lo ataba ciegamente al mundo, porque constitua la nega-cin de aquel otro en el cual viva y usufructuaba. En definitiva: es el marco humano que nos damos, son los hombres que hemos inte-riorizado como semejantes los que confieren sentido a cada acto que efectuamos. Pero nuestro prisionero manifestaba su inercia de clase, su pasividad, en el hecho de ser incapaz de concebir como posible la nega-cin de su propia miseria, de darse otro marco humano para encuadrar su accin. Los lmites de la clase definen estrictamente el contorno de sus actos. Por eso, al no querer percibir esa otra posibilidad (que no estaba

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    oculta sino por l mismo, tcnicamente, por un subterfugio prepa-rado por su propia conciencia) slo quedaba la actitud individualista del egosmo prescindente y excepcional que destruyera, para su sola conciencia, esas relaciones que sin embargo mantena:

    Periodista: Sin embargo usted, desde luego, en aquella poca no saba que precisamente por asesinos como Calvio y por ladrones como Andrs Domingo y Morales del Castillo (parientes suyos) usted poda detentar un cargo de presidente de un Retiro. Eso no lo saba?Prisionero: Yo no conoca ni a Calvio en aquella poca...Periodista: Pero usted no conoca eso, que usted poda detentar cargo porque haba asesinos como Calvio y ladrones como Andrs Domingo...?Prisionero: Le voy a decir una cosa: en el gobierno de Pro Socarrs haba ladrones y haba asesinos, y si yo en aquel momento me iba... no haba otra cosa, nada ms que estaban los pristas, la gente que responda a la tendencia autntica, que nunca estuve de acuerdo con ellos, y los batistianos (p. 232).

    Los otros, los revolucionarios, estaban fuera del sistema, estaban en la Sierra, en las crceles, expatriados o simplemente muertos. Pero eso no cuenta, porque el mundo qued reducido, como vemos, a los lmites de su mundo. Y contina, ms explcitamente:

    Prisionero: A m lo que me interesaba era, sencillamente, vivir mi vida. Me dieron un puesto, dije: Bueno, pues, voy a cumplir una funcin: yo voy a demostrarle a esa gente que me rodea que soy distinto a ellos. Esa es mi posicin en cuanto a eso... usted, lgicamente, no me cree... (p. 232).

    Esto muestra claramente el vaco que la adhesin a una clase muerta crea como futuro: no parecerse a nadie, ser distinto a ellos, pero siempre

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    dentro de los lmites que le marcan a aquellos a quienes cree despreciar. Era precisamente en los mismos delincuentes donde buscaba la confir-macin de su excepcionalidad moral: su conciencia moral perciba como valiosa la perspectiva de s mismo que le proporcionaban los individuos inmorales de su clase: yo voy a demostrarle a esa gente que me rodea que soy distinto a ellos. Quera ser reconocido por los mismos delincuentes, porque ellos eran los que le proporcionaban ese espejo en el cual lea su propio ser. Por lo tanto, sta, su bsqueda para ser distinto, empren-dida en medio de la colaboracin concreta, slo poda proporcionarle una apariencia de heterogeneidad: en realidad era lo opuesto dentro de lo homogneo. Los otros, los Revolucionarios, los que eran verdadera y cualitativamente distintos, aquellos que defendan los valores ms altos de una nueva sociedad, requeran para integrarse a ellos un acto concreto: desligarse materialmente y ponerse fuera de la burguesa para poder darse ese otro futuro que la imaginacin niega pero que la accin proporciona. El prisionero no poda eludir esos lmites porque todo l, su personalidad concreta, dependa de ellos. Su conciencia no haca sino reflejar esta relacin de dependencia, y los subterfugios empleados para eludir la evidencia. No era una funcin de clarividencia la que su conciencia ejerca: era pura pasividad, pura oscuridad, ocultamiento tenaz de aquello que poda ponerlo en peligro y disturbar su paz:

    Periodista: Y a usted se le ocurri meterse en una expedicin para ver si algn da poda llegar a hacer un partido y...Prisionero: Bueno, no, porque yo no era poltico. No me iba a levantar en un cajn en el Parque Central, porque nadie me iba a seguir en ese sentido. Nosotros, si ramos cuatro o cinco que pensbamos como yo, ramos muchos, y no conoca a los dems. As es que yo no me iba a dedicar a la poltica, como no tena... vaya, digamos mtier como dicen los franceses para ese tipo de cosa, pues me consideraba incapaz de hacerlo. Y como le vuelvo a repetir, no lo niego, ese es mi pecado: viva al margen de las circunstancias (p. 233).

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    Realismo y riesgo de la vida

    Esta aceptacin disminuida de la realidad que pretende pasar por plena no muestra, en su lmite, sino el temor ante el riesgo de la vida que no se supo asumir. La burguesa dependiente del imperialismo es aquella porcin de la sociedad que cedi lo ms alto ante lo ms bajo, que conserva sus privilegios sobre la muerte de los otros, aquellos para quienes la vida est asentada cotidianamente sobre la imposibilidad de vivir. Realismo no es aqu sino otro nombre para justificar la acomo-dacin. En el caso del prisionero que consideramos, todos sus movi-mientos son de aquel que permanece aferrado a los valores mnimos del goce individual (yo quera vivir mi vida) y que perseverar reali-zando todos los actos que l mismo, a priori, sabe que han de ser los de la aceptacin. Toda su estructura personal lo preparaba para ello.

    La conciencia, para todos, aun para los burgueses, cumple su funcin: la de ser el poder de unificacin coherente de todas las significaciones relativas a la realidad. Slo que los burgueses, como el prisionero, no pueden sino dislocar esa coherencia, rechazando, obstruyendo, restando sentido a aquellos elementos que permiti-ran totalizar las significaciones vividas en el campo de la actividad. Este disloque de la realidad culmina con el ataque a Cuba en la inva-sin preparada por los enemigos histricos de su patria. Ese poder del imperialismo, que permita el suyo como mero poder delegado, muestra as el trmino de la larga cadena de relaciones que una su persona cotidiana con el imperialismo, puesto que desalojado del privilegio que ejerca en Cuba, vuelve a caballo de ese otro que lo cimentaba. Se presenta as, sintticamente, la verdadera relacin sobre la cual se encontraba fundada su persona, porque constituye tambin el ltimo recurso para volver a recuperarla. Pero para los revolucionarios es como si de este modo se desenvolviera impdi-camente, en el momento del todo o nada, de este ser o no ser de la burguesa, la evidencia cnica y obscena de su dependencia antes encubierta. El ataque bajo la dependencia norteamericana seala el

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    retorno a la matriz de la burguesa colonizada: el momento en que osa desnudarse en pblico, acepta el mximo de los ultrajes contra s misma, porque da su ser por lo que vale.

    Que no arriesg decididamente la vida sino que vena a sembrar la muerte se deduce por el armamento que traan y por sus propias confesiones:

    Prisionero: As que yo no pens que me iba a encontrar a una tropa entusiasta defendiendo un ideal (p. 234).

    Prisionero: Exactamente, por eso fuimos, porque nosotros no somos suicidas. Nosotros tambin contbamos con que la Isla entera estaba en llamas y que la Milicia se nos iba a unir (p. 206).

    Prisionero: Pero yo, personalmente, pensaba que la nica salva-cin de nosotros era de que fuese cierto eso, que todo el pas estaba en contra, que haba fracasado el experimento socialista, y que lo nuestro iba a ser un paseo (p. 206).

    Ni siquiera la posibilidad de la muerte, el riesgo de la vida, constitua el eje de la accin emprendida. Y cmo podra ser de otro modo si la burguesa construye su propia existencia sobre la muerte de los otros? Su propia vida cotidiana es la continua concesin que realizan precisa-mente para no afrontar los lmites de la existencia. Mientras que para los revolucionarios cubanos, desde las guerrillas, el riesgo de la muerte ha estado siempre presente en el proyecto de construir una verdadera universalidad (vase: La guerra de guerrillas de Che Guevara), para los invasores la lucha slo se realiz escudada en el mximo poder del imperialismo, resguardados abundantemente por sus riquezas, y la seguridad de que, apoyados por sus destroyers y sus aviones, tambin la lucha para ellos iba a ser un paseo. Ellos eran los que bien armados venan una vez ms a revelar la modalidad cotidiana: dar la muerte a los otros. La propia vida la saban a resguardo: por eso afirmaron casi

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    todos que haban sido embarcados, es decir engaados. Se vieron forzados a correr, sin quererlo, el riesgo de la vida.

    La inversin de la realidad

    La falsa totalidad que constituye el horizonte de su clase como un todo indiscriminado, es el marco sobre el cual se apoya su falsa objeti-vidad, pues tambin la objetividad es un producto de su clase. En el plano de la razn la clase vuelve a aparecer como el esquema ms amplio, comprensivo, que el individuo se da para asimilar el proceso de la realidad. Y sin embargo, esa falsa objetividad constituida con ese esquema se veri-fica en sus resultados: la realidad aparece invertida, y lo ms abstracto ocupa el lugar de lo ms concreto. Sigamos los pasos de este proceso:

    1. Limar las oposiciones y diluir con ello el sentido del privilegio.

    Prisionero: Bueno, yo le voy a decir una cosa: yo entiendo que el nacionalismo no es slo nacionalizar empresas y propiedades privadas, yo entiendo que el nacionalismo no tiene que ser una cosa precisamente de izquierdas o derechas, yo entiendo que el verdadero nacionalismo tiene que contemplar la sociedad como un todo, no como... digamos, parcializarla (p. 208).

    Esta totalidad indiscriminada a la que quiere volver como fuente de la objetividad muestra su sentido: es para seguir conservando en ella sus aspectos negativos.

    2. Referir la accin a un motivo superficial (falsa totalidad).Nacionalizar? Desde luego...

    Prisionero: (...) Ahora, no en la forma tan radical. Quizs ustedes sean los que tengan razn: yo no soy un experto, yo estoy expo-niendo opiniones personales (p. 209).

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    Por qu no radicalizar? Como no conciben las actitudes morales sino como la aureola que se adopta luego de haber transado con la realidad, la dignidad nacionalista de derecha no requiere que se haya establecido primero la verdadera dignidad material en los hechos. Adems, porque fuera de las bases materiales sobre las cuales se apoya su clase, los burgueses no conciben otra posibilidad de vida digna salvo la que se asienta en el poder que hasta entonces haban ejercido y que ven desaparecer. Esta actitud moral del nacionalismo de derecha reposa en una concepcin tan bajamente material de la persona espiri-tual que no pueden proyectar sobre ella sino su propia imagen.

    3. Dar como motivo para no radicalizar la esencia innoble del hombre (definicin cristiana de la maldad humana; egosmo del liberalismo).

    Prisionero: Si se llega, en este tipo de nacionalizacin, a comple-tamente terminar con la propiedad privada, se termina con el estmulo del individuo (p. 209).

    El ser se confunde con la propiedad privada: fuera de ella no hay estmulo para la vida. Esta adhesin fervorosa a la materia vuelve nuevamente a querer justificarse por el idealismo moral, realizando aqu entonces ese proceso de inversin durante el cual la justificacin secundaria se convierte en la verdadera causa:

    4. a) La justificacin moral abstracta se convierte en lo concreto al tratar de convertir lo innoble en noble: encuentro con la conciencia moral.

    Prisionero: El nacionalismo, aparte de eso, es otra cosa: mantener una postura digna del pas, hablarles y decirles las cosas de igual a igual a los americanos, en eso estoy de acuerdo con ustedes, a los americanos o a la China, al pas que sea (p. 210).

    b) Por ese mismo proceso, lo concreto se convierte en abstracto y queda desplazado:

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    Periodista: Cuando Cuba realiza la Reforma Agraria, cuando nacionaliza las propiedades extranjeras, cuando arma al pueblo, cuando rescata su soberana nacional, se inclina a algo o se inclina nica y exclusivamente a un verdadero nacionalismo?Prisionero: A mi modo de ver, se inclina a un nacionalismo en la forma, en el aspecto, pero no lo hace en el fondo (pp. 210-211).

    Nacionalismo y tercera posicin

    Las categoras privadas del prisionero, concebidas a partir de las relaciones mnimas que ordenan el mundo de su clase, determinan rigurosamente la moral no solamente individual sino tambin nacional e internacional. Las conexiones de la intimidad, ese reducto interior conformado en la sociedad capitalista, reproducen de este modo en el plano de las relaciones entre grupos y pases la misma degradacin del hombre sobre la que se apoya la vida privada.

    Habamos visto que su concepcin de nacin englobaba indiferen-ciadamente a la totalidad indiscriminada de individuos que componen a la burguesa, dependiente del imperialismo. Es decir: la nacin presenta de este modo la misma estructura de dominio y de depen-dencia que los hombres ejercen desde una clase sobre otra. La nacin conserva esencialmente, como si fuese una necesidad de su definicin, todos los desequilibrios que caracterizan este dominio. Pero si hay un concepto de nacin verdadero, se ser aquel en el cual todos los hombres puedan encontrarlo como el lugar comn de una conducta recproca de reconocimiento. Si la nacin delimita un mbito geogrfico, eso significa que la verdad de cada hombre, en la Nacin, debe leerse desde el plano mnimo de la materialidad, por lo tanto en el modo humano como su persona habita esa porcin de tierra.

    Pero esta totalidad que es al mismo tiempo fsica, vital y espiritual y que abarca todas las dimensiones concretas de la Nacin, no puede ser asumida por el prisionero. Para seguir reinando en lo material tiene

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    que definir a la nacin en el aspecto que menos le afecta pero que ms simula reverenciar: en el aspecto espiritual. Dnde son actualmente iguales los individuos? Dnde son reconocidos como semejantes por la burguesa? No en los hechos concretos, sino en los principios. De este modo, incapacitado de definir a la nacin en los hechos c