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Rodríguez 1 El tema de la identidad nacional ha sido muy debatido y desarrollado a través de la historia en Puerto Rico. Escritores como Antonio S. Pedreira y Palés Matos hicieron un intento por crear un modelo estándar que explicara la naturaleza y los componentes de la puertorriqueñidad. A este modelo se le añadieron elementos políticos, raciales entre muchos otros. ¿Qué es un puertorriqueño? No hay una definición concisa, sino más bien un conglomerado de elementos que conforman un todo. A nivel individual, en algún momento de nuestra existencia nos llegamos a preguntar: ¿Quién soy realmente? La respuesta en ocasiones no está definida. Cada quien tiene un marco mental, compuesto por una pintura con muchos matices y colores, a veces abstracta, pero con un sentido y un significado. Hay quien tiene un cuadro bastante claro y otros, cuyo marco bordea un espacio en blanco. Ese espacio vacío es llenado con elementos que de alguna manera se entrelazan y componen una realidad. Así se nos presenta la novela “Cuando era Puertorriqueña” de Esmeralda Santiago. Una duda salta en la cabeza del lector al leer el título de esta narración: ¿Cuándo era puertorriqueña? ¿Ya no lo es? Las contestaciones a estas interrogantes son sustentadas por varios elementos que cimentaron la construcción de la identidad nacional de la escritora, viven en su recuerdo y en su presente. Las memorias de Santiago son narradas a través de los ojos de la protagonista, Negi. Siendo ésta una niña, sus vivencias son presentadas desde una perspectiva inocente y conmovedora. La niñez es una etapa fundamental en la vida del ser humano. Lo que aprendemos y percibimos en ese periodo es decisivo en nuestro desarrollo. Por tanto, Santiago destaca momentos clave de su vida que fueron trascendentales en su definición como mujer y sobre todo, como puertorriqueña. La década del cincuenta cobra gran importancia en esta historia. Para ese entonces, Puerto Rico se encontraba todavía en proceso de colonización y transición hacia la modernidad.

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Rodríguez 1

El tema de la identidad nacional ha sido muy debatido y desarrollado a través de la

historia en Puerto Rico. Escritores como Antonio S. Pedreira y Palés Matos hicieron un intento

por crear un modelo estándar que explicara la naturaleza y los componentes de la

puertorriqueñidad. A este modelo se le añadieron elementos políticos, raciales entre muchos

otros. ¿Qué es un puertorriqueño? No hay una definición concisa, sino más bien un

conglomerado de elementos que conforman un todo. A nivel individual, en algún momento de

nuestra existencia nos llegamos a preguntar: ¿Quién soy realmente? La respuesta en ocasiones no

está definida. Cada quien tiene un marco mental, compuesto por una pintura con muchos matices

y colores, a veces abstracta, pero con un sentido y un significado. Hay quien tiene un cuadro

bastante claro y otros, cuyo marco bordea un espacio en blanco. Ese espacio vacío es llenado con

elementos que de alguna manera se entrelazan y componen una realidad. Así se nos presenta la

novela “Cuando era Puertorriqueña” de Esmeralda Santiago. Una duda salta en la cabeza del

lector al leer el título de esta narración: ¿Cuándo era puertorriqueña? ¿Ya no lo es? Las

contestaciones a estas interrogantes son sustentadas por varios elementos que cimentaron la

construcción de la identidad nacional de la escritora, viven en su recuerdo y en su presente.

Las memorias de Santiago son narradas a través de los ojos de la protagonista, Negi.

Siendo ésta una niña, sus vivencias son presentadas desde una perspectiva inocente y

conmovedora. La niñez es una etapa fundamental en la vida del ser humano. Lo que aprendemos

y percibimos en ese periodo es decisivo en nuestro desarrollo. Por tanto, Santiago destaca

momentos clave de su vida que fueron trascendentales en su definición como mujer y sobre todo,

como puertorriqueña.

La década del cincuenta cobra gran importancia en esta historia. Para ese entonces,

Puerto Rico se encontraba todavía en proceso de colonización y transición hacia la modernidad.

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Los intentos por integrar al país a las costumbres estadounidenses y crear una asimilación en

diversos sentidos fueron más que evidentes. Más adelante se presentaran estos esfuerzos y cómo

Negi se rehusaba a cambiar su cultura por otra. De igual manera, la figura del jíbaro es relevante

y representa para la protagonista un pasado añorado, una actitud de apego a la patria, un dialecto

particular y en fin, todo un estilo de vida. Para ese tiempo el jíbaro comenzó a verse de manera

despectiva, como símbolo de atraso y de ignorancia. Negi quería ser una jíbara más que nada en

el mundo. Las circunstancias de la vida no la convirtieron en una jíbara, pero el recuerdo de ese

deseo pervivió.

La historia de Negi comienza en Macún, una comunidad humilde, con casitas de madera

y zinc, rodeadas de barro y abundante vegetación. Los habitantes de Macún vivían en extrema

pobreza y necesidad, aunque a Negi nunca le faltó lo esencial. A pesar de las vicisitudes, tuvo

una niñez feliz y recuerda más que lo negativo, los momentos alegres y los que quedaron

impregnados en su recuerdo: las primeras lluvias de mayo, el olor a cilantro y recao en el vestido

de su madre, las comidas hechas al fogón, el canto del coquí como canción de cuna y el

momento en que descubrió de qué estaban hechas las morcillas que tanto disfrutaba. En un

espacio donde resaltaban las tradiciones puertorriqueñas, trataba de buscar espacio el

norteamericano y sus costumbres.

Con la política del Nuevo Trato, en Puerto Rico se implantaron ayudas federales, como la

“Puerto Rico Emergency Act” y la “Puerto Rico Reconstruction Act”. La primera brindaba

alimentos y productos de primera necesidad al ciudadano. La segunda se ocupó de la

construcción de carreteras, energía hidroeléctrica y centros comunales donde personas como la

mamá de Negi, eran orientadas sobre nutrición e higiene. Por esa vía, se intentó cambiar el

tradicional plato de arroz con habichuela y el mangó por comidas enlatadas, manzanas y

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melocotones. Los huevos no se cogían del nido de una gallina, sino que venían en polvo. En la

escuela servían melocotones en “siró” y no guayabas recién tomadas del árbol. Como por

difusión, el puertorriqueño añadía elementos de la cultura estadounidense a su diario vivir. Para

una niña que veneraba la tradición de su país todo este proceso resultaba confuso. En una

ocasión le preguntó a su padre: “si nos comemos toda esa comida americana que nos dan en el

centro, ¿nos volvemos americanos? Sólo si te gusta más que nuestro arroz con habichuelas”,

contestó. ¿Lo que define nuestra identidad se impone o se escoge? La contestación es: ambas.

Hay eventos tan fuertes que involuntariamente pasan a ser parte de nuestra idiosincrasia y otros

elementos, simplemente los adoptamos por decisión.

Como parte del proceso de asimilación con la cultura estadounidense, se impuso la

enseñanza del idioma inglés. Negi se rehusaba a aprender inglés porque no quería ser “gringa”.

Más tarde su padre le haría entender que ser americana no lo definía el uso de una lengua. Una

de sus maestras intentó enseñar inglés por medio de canciones, pero los niños las aprendían

fonéticamente sin entender su significado. Cuenta Negi, que cuando intentaron enseñarles

“America the Beautiful ” la maestra desistió porque se enredaban al cantar “fó espechos scays”

(for spacious skies). Esto demuestra que la enseñanza del idioma no fue muy fructífera y hasta

nuestros días se arrastran deficiencias. Sin embargo, la resistencia de Negi tuvo su límite, pues en

su adolescencia tendría que aprender el inglés por necesidad, sabiendo que su educación y futuro

dependía de ello.

Mientras más se alejaba del campo y se adentraba a la ciudad, el relato de Negi se tornaba

más angustioso y triste. Pareciera como si la modernidad, a pesar de sus comodidades, tuviese un

efecto negativo. El que vivía en la ciudad gozaba de los beneficios de la electrificación y sistema

de acueductos. La gente abandonaba la vida tranquila y el trabajo de la tierra por una vida más

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cómoda en la ciudad y mejores condiciones de trabajo. Había más tiempo para el libertinaje, la

baraja y el alcohol. La sociedad se centraba en el entretenimiento y la vida de pueblo. El jíbaro se

desvanecía y el campo se achicaba con la llegada de la modernidad.

No solo hay eventos o épocas en la vida que distinguen nuestra identidad nacional. Las

personas influyen de manera significativa. El padre de Negi le enseñó a amar la poesía de Luis

Llorens Torres y a conocer la vida del jíbaro a través de la música. Aunque esa vida se

presentaba como una “dura y llena de sacrificios, decían que los jíbaros eran recompensados con

una vida contemplativa, independiente, vecina con la naturaleza, respetuosa de sus caprichos,

orgullosamente nacionalista”. En Macún y en el país en general, la gente se burlaba del jíbaro

por sus viejas costumbres y su manera de hablar. La madre de Negi la reprendía cuando ignoraba

algo: “¡No seas tan jíbara!” Luego le explicaba que ella jamás podría ser jíbara porque había

nacido en Santurce. Negi se preguntaba por qué si no eran jíbaros, vivían como tal. Comían

como los jíbaros, vivían en el campo y su casa era pobre como la de los jíbaros. Ser jíbaro o

llamar jíbaro a una persona era considerado un insulto.

Sin embargo, había una contradicción en la ideología “progresista” del puertorriqueño. A

pesar de apoyar la modernidad en ciertos aspectos, había unos estigmas sociales que ponían una

barrera hacia el adelanto. En esto concordaba el personaje principal, quien desaprobaba las

ideologías colectivas que atentaban contra la figura femenina. Las mujeres debían tener una

manera específica de caminar, mirar, hablar y eran señaladas al mínimo intento de romper la

regla. Los vecinos en Macún dejaron de ver con buenos ojos a la madre de Negi desde que ésta

comenzó a trabajar. La mujer debía estar en el hogar para cuidar a sus hijos y atender al esposo.

La madre de Negi le recordaba siempre que era casi una señorita y debía comportarse como tal.

Gran parte de ese pensamiento machista era apoyado por las mujeres, lo que resultaba ridículo

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para Negi. Cuando caminaba hacia la escuela escuchaba los boleros que hablaban de hombres

despechados por culpa de mujeres maliciosas. Esta experiencia la ayudó a discernir entre lo que

debía acoger de su cultura y lo que debía rechazar. En una sociedad donde el varón fijaba la

norma, la mujer vivía a la merced del maltrato y la discriminación. Los hombres acostumbraban

a tener una doble vida, con hijos fuera del matrimonio y varias mujeres. En gran medida, esto fue

la base para los problemas entre los padres de Negi y su futura mudanza a Estados Unidos. Allá

tendría su primer encuentro con una sociedad distinta que influyó en la composición de una

identidad dualista. Sin embargo, el encuentro con una nueva cultura, no destruyó su parte

puertorriqueña, sino que la reforzó y la enriqueció.

A causa de las mencionadas disputas entre sus padres, Negi se mudó de casa y de escuela

en varias ocasiones. A pesar de su inestabilidad, fue criada con buenos valores y con una idea de

lo que representaba la dignidad. No obstante, esa idea que intentaron de inculcarle estaba ligada

a valores machistas. Dignidad implicaba, entre otras cosas, “que los hombres podían mirar a las

mujeres lascivamente, pero las mujeres no podían mirar a los hombres de cara, solo de reojo, a

menos que fueran putas” (Santiago 35). Esa inestabilidad permitió que Negi visitara muchos

lugares, conociera muchas personas y participara en diversas costumbres puertorriqueñas. Tuvo

la oportunidad de asistir a un baquiné y de cerrarle los ojos al niño difunto para que su alma

subiera al cielo. En Navidad presenció la matanza de un cerdo, comió arroz con dulce y esperó la

llegada de los reyes. Entre el desastre de un huracán comió un guisado de gallina vieja a la luz de

un quinqué y vio a los hombres jugar dominó. En alguna ocasión supo distinguir las voces de

José Miguel Agrelot y Jacobo Morales en los muñequitos de la televisión. Cuando su vecino Don

Berto murió, escuchó a sus padres cantar las novenas. Aunque su familia no era muy religiosa,

hacían muchas cosas por tradición. Negi aprendió que al rezar, debía santiguarse con la mano

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derecha porque la izquierda era del demonio. Aprendió también que no se les puede levantar la

mano a los padres, pues al morir, la mano se le quedaría levantada y no podrían cerrar su ataúd.

Un sinfín de experiencias como éstas son expuestas a lo largo de toda la historia, reforzando el

hecho de que la autora no está distante de sus raíces y que éstas tienen un valor significativo en

su vida.

El uso de refranes en toda la narración indica el conocimiento que tiene la autora de sus

costumbres y del pensamiento puertorriqueño. Los refranes recogen una multiplicidad de ideas,

que solo pueden ser descifradas por un individuo que conoce su historia y tradiciones. Siendo la

mayor de once hijos, Negi sintió como cada uno de sus hermanos venía a “quitarle la falda”, es

decir, a robarle el cariño y la cercanía de su madre. Su padre, era tan mujeriego que andaba

“enamorado hasta de un palo de escoba”. La ayuda de los federales, luego del huracán, llegaría a

Macún “cuando las gallinas meen”. Negi había contemplado lo suficiente a las gallinas como

para saber que eso nunca sucedería. Cuando intentaron hacerle creer que la dieta estadounidense

era mejor que la puertorriqueña, entendió que “lo que no mata engorda”, pues a todo se le busca

el lado negativo. Al llegar a Estados Unidos supo que “ahí fue donde la puerca entorchó el rabo”,

pues las cosas no cambiarían para bien, sino que empeorarían.

Al enterarse que abandonaría su patria, Negi sintió un gran resentimiento. Sentía que la

despojaban del entorno con el que se identificaba y donde se había formado como persona. Al

llegar a Estados Unidos, descubrió que Puerto Rico no era el único lugar del mundo donde

existían las diferencias por nacionalidad. En su nueva escuela observó disputas entre culturas,

razas y discrepancias entre personas de una misma procedencia. Entre los puertorriqueños

también había desacuerdos entre los recién llegados como Negi y los nacidos en Brooklyn.

Dentro de los que habían vivido en Puerto Rico, estaban los que anhelaban regresar y los que

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querían olvidar el pasado. Aquí entra el asunto de la identidad como una construcción

influenciada por elementos externos e individuales. En el caso de Negi, ella decía sentirse a

veces como una traidora: “por querer aprender inglés, porque me gustaba la pizza, porque

estudiaba a las muchachas con mucho pelo y probaba sus estilos en casa, encerrada en el baño

donde nadie me viera”. Poco a poco Negi tomaría préstamos de la cultura estadounidense y los

adaptaría a su nueva vida.

La criminalidad para ese entonces no se hacía invisible. Por tal razón Negi carecía de

libertad para salir por las calles como lo hacía en Puerto Rico. Sin embargo, sus esfuerzos

estaban orientados al progreso. Cuando intentaron bajarla de grado por no dominar el inglés,

Negi le explicó al director de su escuela: “Ay jab A in scul Puerto Rico. Ay lern gud. Ay no

sében gré gerl”, logrando así su matrícula en el octavo grado. De tal manera, Santiago presenta

como su identidad se fraccionó entre dos países que le brindaron lo mejor de dos mundos. Puerto

Rico le había brindado su base: valores, costumbres, refranes, idioma y una hermosa herencia.

Estados Unidos le abrió las puertas hacia la diversidad, una nueva cultura, un nuevo idioma y

una llave hacia el progreso.

El prólogo de la novela “Cuando era Puertorriqueña” hace alusión a un momento en el

que la autora se encontraba en un mercado donde vendían guayabas llamado “Shop and Save”.

Santiago hace una descripción de las guayabas, todas verdes en el mercado. Esta fruta le

recuerda los días de verano de su niñez, cuando era feliz y despreocupaba. Ahora es una mujer

adulta y profesional. Empuja su carrito hacia las manzanas y peras de su adultez con “su

previsible madurez olvidable y agridulce” (Santiago 5). Las frutas, símbolos de sus diversas

etapas, conviven en un mismo espacio, aunque las guayabas, por alguna razón, tienen un aroma

seductor e inolvidable.

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En un principio mencioné que ser puertorriqueño conlleva un sinnúmero de elementos y

que juntos conforman un todo. Nadie puede señalar o acusar a alguien de no ser puertorriqueño

porque vive en Nueva York o porque habla inglés. El puertorriqueño residente no es más

puertorriqueño que el que vive afuera y viceversa. No hay una regla fija que dicta la

puertorriqueñidad. Hay un refrán puertorriqueño que dice: “nadie sabe lo que hay en la olla más

que el que la menea”. Entonces, cada individuo define su identidad y llena una serie de

requisitos, nunca impuestos, que lo hacen llegar a una conclusión.

En los días de nieve, Negi tomaba copos de nieve e intentaba echarle “siró” para hacer

una piragua, pero nunca quedaba igual como las que compraba en Puerto Rico. Comía un asopao

para las noches frías o tomaba una taza con chocolate Cortés. No tenía que ir a Puerto Rico para

hablar español o practicar sus costumbres. Esmeralda Santiago admite que aunque el idioma que

más habla es el inglés, en sus noches sus pensamientos son en español. El idioma tiene todo un

significado cultural que va más allá de su utilidad comunicativa. Santiago afirma que aunque el

título de su libro está en tiempo pasado no implica que dejó de ser puertorriqueña, sino que

cuando se mudó a Estados Unidos se convirtió en “una puertorriqueña que vive en los Estados

Unidos, habla inglés todo el día y se desenvuelve en la cultura norteamericana día y noche”

(Santiago xvii).

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