mensaje de benedicto xvi. domund 2012

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  • 7/31/2019 Mensaje de Benedicto XVI. DOMUND 2012

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    Mensaje del Papa

    Queridos hermanos y hermanas:

    La celebracin de la Jornada Mundial de las Misiones de este ao adquiere un sig-nificado especial. La celebracin del 50 aniversario del comienzo del Concilio Va-ticano II, la apertura del Ao de la Fe y el Snodo de los Obispos sobre la Nueva Evan-

    gelizacin contribuyen a reafirmar la voluntad de la Iglesia de comprometerse con ms valor

    y celo en la misin ad gentes, para que el Evangelio llegue hasta los confines de la tierra.

    El Concilio Ecumnico Vaticano II, con la participacin de tantos obispos de todoslos rincones de la tierra, fue un signo brillante de la universalidad de la Iglesia,reuniendo por primera vez a tantos Padres Conciliares procedentes de Asia, frica,

    Latinoamrica y Oceana. Obispos misioneros y obispos autctonos, pastores de co-munidades dispersas entre poblaciones no cristianas, que llevaron a las sesionesdel Concilio la imagen de una Iglesia presente en todos los continentes, y queeran intrpretes de las complejas realidades del entonces llamado Tercer Mun-do. Ricos de una experiencia que tenan por ser pastores de Iglesias jvenes yen vas de formacin, animados por la pasin de la difusin del Reino de Dios,

    ellos contribuyeron significativamente a reafirmar la necesidad y la urgencia dela evangelizacin ad gentes, y de esta manera llevar al centro de la eclesiologa

    la naturaleza misionera de la Iglesia.

    Eclesiologa misionera

    Hoy esta visin no ha disminuido, sino que, por elcontrario, ha experimentado una fructfera reflexinteolgica y pastoral, a la vez que vuelve con renovada

    urgencia, ya que ha aumentado enormemente el nmero deaquellos que an no conocen a Cristo: Los hombres que es-peran a Cristo son todava un nmero inmenso, coment el

    beatoJuan Pablo II

    en su encclicaRedemptoris missio

    so-bre la validez del mandato misionero, y agregaba: No po-demos permanecer tranquilos, pensando en los millones dehermanos y hermanas, redimidos tambin por la Sangre de

    Cristo, que viven sin conocer el amor de Dios (n. 86). En laproclamacin del Ao de la Fe, tambin yo he dicho que Cris-

    to, hoy como ayer, nos enva por los caminos del mundo paraproclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (carta

    apostlica Porta fidei, 7); una proclamacin que, como afirmtambin el siervo de Dios Pablo VI en su exhortacin apostlica

    Evangelii nuntiandi, no constituye para la Iglesia algo de orden fa-cultativo: est de por medio el deber que le incumbe, por mandato del

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    Llamados a hacer resplandecer la Palabra de verdad

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    Mensaje del Papa

    Seor, con vistas a que los hombres crean y

    se salven. S, este mensaje es necesario. Esnico. De ningn modo podra ser reempla-zado (n. 5). Necesitamos, por tanto, reto-mar el mismo fervor apostlico de las pri-meras comunidades cristianas, que, peque-as e indefensas, fueron capaces de difundirel Evangelio en todo el mundo entonces co-nocido mediante su anuncio y testimonio.

    As, no sorprende que el ConcilioVaticano II y el Magisterio pos-terior de la Iglesia insistan de modo

    especial en el mandamiento misionero queCristo ha confiado a sus discpulos y que de-be ser un compromiso de todo el Pueblo deDios, obispos, sacerdotes, diconos, religio-sos, religiosas y laicos. El encargo de anun-ciar el Evangelio en todas las partes de la tie-rra pertenece principalmente a los obispos,primeros responsables de la evangelizacindel mundo, ya sea como miembros del cole-gio episcopal, o como pastores de las iglesiasparticulares. Ellos, efectivamente, han sidoconsagrados no solo para una dicesis, sinopara la salvacin de todo el mundo (Juan Pa-blo II, carta encclica Redemptoris missio,63), mensajeros de la fe, que llevan nuevosdiscpulos a Cristo (Ad gentes, 20) y hacenvisible el espritu y el celo misionero delPueblo de Dios, para que toda la dicesis sehaga misionera (ibd., 38).

    La prioridad de evangelizar

    P

    ara un Pastor, pues, el mandatode predicar el Evangelio no se

    agota en la atencin por la parte delPueblo de Dios que se le ha confiado a sucuidado pastoral, o en el envo de algnsacerdote, laico o laica Fidei donum. Debeimplicar todas las actividades de la Iglesialocal, todos sus sectores y, en resumidascuentas, todo su ser y su trabajo. El Conci-lio Vaticano II lo ha indicado con claridady el Magisterio posterior lo ha reiteradocon vigor. Esto implica adecuar constante-mente estilos de vida, planes pastorales y

    organizaciones diocesanas a esta dimensinfundamental de ser Iglesia, especialmenteen nuestro mundo, que cambia de continuo.Y esto vale tambin tanto para los institu-tos de vida consagrada y las sociedades devida apostlica, como para los movimien-tos eclesiales: todos los componentes delgran mosaico de la Iglesia deben sentirsefuertemente interpelados por el manda-miento del Seor de predicar el Evangelio,de modo que Cristo sea anunciado por to-das partes. Nosotros los pastores, los reli-giosos, las religiosas y todos los fieles enCristo debemos seguir las huellas del aps-tol Pablo, quien, prisionero de Cristo pa-ra los gentiles (Ef 3,1), ha trabajado, su-frido y luchado para llevar el Evangelio en-tre los paganos (Col 1,24-29), sin ahorrarenergas, tiempo y medios para dar a cono-cer el mensaje de Cristo.

    Tambin hoy, la misin ad gentesdebe ser el horizonte constantey el paradigma en todas las activi-

    dades eclesiales, porque la misma identidadde la Iglesia est constituida por la fe en elmisterio de Dios, que se ha revelado en Cris-

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    to para traernos la salvacin, y por la misin

    de testimoniarlo y anunciarlo al mundo, has-ta que l vuelva. Como Pablo, debemos di-rigirnos hacia los que estn lejos, aquellosque no conocen todava a Cristo y no hanexperimentado an la paternidad de Dios,con la conciencia de que la cooperacinmisionera se debe ampliar hoy con nuevasformas para incluir no solo la ayuda econ-mica, sino tambin la participacin directaen la evangelizacin (Juan Pablo II, cartaencclica Redemptoris missio, 82). La cele-bracin del Ao de la Fe y el Snodo de los

    Obispos sobre la Nueva Evangelizacin se-rn ocasiones propicias para un nuevo im-pulso de la cooperacin misionera, sobre to-do en esta segunda dimensin.

    La fe y el anuncio

    El afn de predicar a Cristo noslleva a leer la historia para escu-driar los problemas, las aspiracio-

    nes y las esperanzas de la humanidad, queCristo debe curar, purificar y llenar de supresencia. En efecto, su mensaje es siempreactual, se introduce en el corazn de la his-toria y es capaz de dar una respuesta a lasinquietudes ms profundas de cada ser hu-mano. Por eso la Iglesia debe ser conscien-te, en todas sus partes, de que el inmensohorizonte de la misin de la Iglesia, la com-plejidad de la situacin actual, requieren hoynuevas formas para poder comunicar eficaz-mente la Palabra de Dios (Benedicto XVI,exhort. apostlica postsinodal Verbum Do-mini, 97). Esto exige, ante todo, una reno-vada adhesin de fe personal y comunitariaen el Evangelio de Jesucristo, en un mo-mento de cambio profundo como el que lahumanidad est viviendo (carta apostlicaPorta fidei, 8).

    En efecto, uno de los obstculospara el impulso de la evangeliza-cin es la crisis de fe, no solo en el

    mundo occidental, sino en la mayor parte dela humanidad, que, no obstante, tiene ham-

    bre y sed de Dios y debe ser invitada y con-ducida al pan de vida y al agua viva, comola samaritana que llega al pozo de Jacob yconversa con Cristo. Como relata el evange-lista Juan, la historia de esta mujer es parti-cularmente significativa (cf. Jn 4,1-30): en-cuentra a Jess, que le pide de beber; luegole habla de un agua nueva, capaz de saciar lased para siempre. La mujer al principio noentiende, se queda en el nivel material, peroel Seor la gua lentamente a emprender uncamino de fe que la lleva a reconocerlo co-mo el Mesas. A este respecto, dice sanAgustn: Despus de haber acogido en elcorazn a Cristo Seor, qu otra cosa hu-biera podido hacer [esta mujer] sino dejar elcntaro y correr a anunciar la buena noticia?(In Ioannis Ev., 15,30). El encuentro conCristo como Persona viva, que colma la seddel corazn, no puede dejar de llevar al de-seo de compartir con otros el gozo de estapresencia y de hacerla conocer, para que to-dos la puedan experimentar. Es necesario re-novar el entusiasmo de comunicar la fe parapromover una nueva evangelizacin de las

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    comunidades y de los pases de antigua tra-

    dicin cristiana, que estn perdiendo la refe-rencia de Dios, de forma que se pueda re-descubrir la alegra de creer. La preocupa-cin de evangelizar nunca debe quedar almargen de la actividad eclesial y de la vidapersonal del cristiano, sino que ha de carac-terizarla de manera destacada, consciente deser destinatario y, al mismo tiempo, misio-nero del Evangelio. El punto central delanuncio sigue siendo el mismo: el kerigmade Cristo muerto y resucitado para la salva-cin del mundo, el kerigma del amor de

    Dios, absoluto y total para cada hombre y pa-ra cada mujer, que culmina en el envo delHijo eterno y unignito, el Seor Jess, quienno rehus compartir la pobreza de nuestranaturaleza humana, amndola y rescatndoladel pecado y de la muerte mediante el ofre-cimiento de s mismo en la cruz.

    En este designio de amor realiza-do en Cristo, la fe en Dios es an-te todo un don y un misterio que he-

    mos de acoger en el corazn y en la vida, ydel cual debemos estar siempre agradecidosal Seor. Pero la fe es un don que se nos dapara ser compartido; es un talento recibidopara que d fruto; es una luz que no debequedar escondida, sino iluminar toda la ca-sa. Es el don ms importante que se nos hadado en nuestra existencia y que no pode-mos guardarnos para nosotros mismos.

    El anuncio se

    transforma en caridad

    Ay de m si no evangelizase!, di-ce el apstol Pablo (1 Cor 9,16). Estas palabras resuenan con

    fuerza para cada cristiano y para cada co-munidad cristiana en todos los continentes.Tambin en las Iglesias en los territorios demisin, Iglesias en su mayora jvenes, fre-cuentemente de reciente creacin, el carc-ter misionero se ha hecho una dimensinconnatural, incluso cuando ellas mismasan necesitan misioneros. Muchos sacerdo-

    tes, religiosos y religiosas de todas partes

    del mundo, numerosos laicos y hasta fami-lias enteras dejan sus pases, sus comunida-des locales, y se van a otras Iglesias paratestimoniar y anunciar el Nombre de Cristo,en el cual la humanidad encuentra la salva-cin. Se trata de una expresin de profundacomunin, de un compartir y de una caridadentre las Iglesias, para que cada hombrepueda escuchar o volver a escuchar el anun-cio que cura y, as, acercarse a los sacra-mentos, fuente de la verdadera vida.

    Junto a este gran signo de fe que setransforma en caridad, recuerdo y

    doy las gracias a las Obras MisionalesPontificias, instrumento de cooperacin en lamisin universal de la Iglesia en el mundo.Por medio de sus actividades, el anuncio delEvangelio se convierte en una intervencinde ayuda al prjimo, de justicia para los mspobres, de posibilidad de instruccin en lospueblos ms recnditos, de asistencia mdi-ca en lugares remotos, de superacin de lamiseria, de rehabilitacin de los marginados,de apoyo al desarrollo de los pueblos, de su-peracin de las divisiones tnicas, de respetopor la vida en cada una de sus etapas.

    Queridos hermanos y hermanas,invoco la efusin del EsprituSanto sobre la obra de la evangeliza-

    cin ad gentes, y en particular sobre quie-nes trabajan en ella, para que la gracia deDios la haga caminar ms decididamente enla historia del mundo. Con el beato JohnHenry Newman, quisiera implorar: Acom-paa, oh Seor, a tus misioneros en las tie-rras por evangelizar; pon las palabras justasen sus labios, haz fructfero su trabajo. Quela Virgen Mara, Madre de la Iglesia y Es-trella de la Evangelizacin, acompae a to-dos los misioneros del Evangelio.

    Benedicto XVI

    Vaticano, 6 de enero de 2012,

    Solemnidad de la Epifana del Seor

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