memorias docentes - novelasbiograficas.com docentes.pdf · 3 memorias docentes… anécdotas...

245
1 Memorias Docentes OBRA COMPLETA René Romero Díaz

Upload: dokiet

Post on 09-Jun-2018

224 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

1

Memorias Docentes OBRA COMPLETA René Romero Díaz

2

Memorias Docentes

Anécdotas escolares

Profr. René Romero Díaz

3

Memorias Docentes… Anécdotas Escolares Derechos: René Romero Díaz Edición por entregas Publicado gratuitamente en: novelasbiograficas.com 2016 ISBN Impreso en México Reservados todos los derechos. Queda totalmente prohibida la reproducción, registro y trasmisión total o parcial del contenido de esta publicación (texto, ilustraciones, fotografías y demás material gráfico) por cualquier medio físico o electrónico sin previa autorización por escrito del Sr. René Romero Díaz.

4

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

OBRA POR ENTREGAS PRIMERA ENTREGA

Prefacio p. 6 Capítulo I ¿Yo Profesor? p. 8 Capítulo II Lo quiero Matar p. 14 Capítulo III Norma y el Caos p. 19 Capítulo IV Contrastes p. 26 Capítulo V Directivos del Cumbres p. 33 Capítulo VI Miguel Castillo Pimentes p. 40 Capítulo VII Juan Solá Mendoza p. 45 Capítulo VIII Barreetohven p. 51 Capítulo IX Pudo Ser Tragedia p. 56 Capítulo X Venganza Docente p. 64

SEGUNDA ENTREGA Prólogo p. 73 Capítulo XI Diversos entre Miles p. 74 Capítulo XII Entre Bromas, Clases y Pambas p. 93 Capítulo XIII Profesores de Antaño p. 96 Capítulo XIV La Casa Embrujada p.106 Capítulo XV Casis, el Cinco p.110 Capítulo XVI El Grupo de Teatro p.113 Capítulo XVII Fugas a la Barranca p.120 Capítulo XVIII Tarsicio p.127 Capítulo XIX Otros Docentes p.132 Capítulo XX El Pleito p.139

5

TERCERA ENTREGA Prefacio p.146 Capítulo XXI Los Directores p.148 Capítulo XXII Aquellos Docentes p.157 Capítulo XXIII Los Jinetes del Apocalipsis p.169 Capítulo XXIV Los Formadores p.178 Capítulo XXV Casa Cumbres y “PS” p.186 Capítulo XXVI Alumnos del Recuerdo p.195 Capítulo XXVII Entre Clases y Bromas p.209 Capítulo XXVIII Sin Decir Adiós p.219 Capítulo XXIX Dentro de Clases p.224 Capítulo XXX Muchos Años p.236 Epílogo p.243

6

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

PREFACIO

A punto de mi retiro de las aulas, me surgió la necesidad de crear esta antología de anécdotas que resumiera algunas de mis experiencias vividas en el ámbito escolar. Siempre fue mi preocupación como profesor de literatura crear nuevos lectores y me di a la tarea de buscar temas que atraparan el interés de mis alumnos, para ellos principalmente escribo estas narraciones. Con el correr de los años, me resultó más fácil crear cuentos, adaptar obras de teatro, poemas o lecturas del interés de mis educandos. Frecuentemente, ellos me animaron o me sugirieron ideas a tratar; los personajes participantes de las historias han sido mis alumnos de mucho tiempo atrás o de épocas recientes. En los salones actuales, he leído los avances de las memorias que podían aprobar o de las que sugerían algunos cambios. Para este proyecto, las clases se volvieron otra vez un laboratorio de ensayo y error, donde ellos ratificaban o reprobaban mis escritos. Las narraciones se pueden leer en orden o por separado y no perderán ninguna secuencia en el contexto de la obra. Los breves capítulos revelan experiencias distintas de más de cuarenta años, en donde los personajes serán alumnos o profesores que participaron en mi vida profesional.

7

El tiempo ha sido tan breve para mí, que aún me veo sentado, tomando mis clases de secundaria como alumno. En esos años veía a mis profesores como personas muy mayores, que frecuentemente repetían las ideas o las bromas de la clase anterior… No me explicaba cómo podían tener tan alterada su memoria, que redundaban en lo mismo; ahora desde el otro lado, seguramente habrá alumnos que me perciban como alguien muy mayor que repite ideas… El tiempo no se detiene y ahora narró lo que fue de mi vida laboral, principalmente en el Instituto Cumbres. En aquellos años mozos, imaginaba mi futuro como un camino que no tenía fin, pero ahora, a punto de retirarme, me parece que el trayecto fue tan corto, que su devenir, apenas fue una nimiedad. Estas narraciones buscan rendir tributo y respeto a profesores o alumnos que en algún momento se cruzaron en mi vida docente. Por tanto, pido disculpas por los errores cometidos o las omisiones de personajes que debí haber citado, en los que no reparé por la premura de que pronto se diera la primera publicación en mi página. Aclaro que esta edición no cuenta con un equipo de corrección de estilo por tratarse un trabajo informal y sin afán de lucro. Agradezco a los lectores, alumnos y exalumnos, a quiénes pude arrancar algún sentimiento de nostalgia por los recuerdos de su paso por el Instituto Cumbres.

8

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO I

¿YO PROFESOR?

A mis trece años, decidí que quería ser escritor, pero ser profesor nunca fue mi propósito, aunque con los años se convirtió en mi indudable vocación. Para pagar mis estudios universitarios, fue necesario que trabajara simultáneamente. Apenas ingresando a la UNAM, tuve mi primer empleo formal en la Secretaría de Educación Pública. Trabajaba en una oficina de cómputo que archivaba la información de los profesores del país. Cierta vez, al pasar por la oficina de Educación Media, mi compañero, Luis Martín, me preguntó, por qué no daba clases en secundaria. Desde luego que le dije: -¿Yo profesor?, ¿cómo crees?, si apenas terminé el segundo semestre de mi carrera. Mi colega era maestro de primaria, tenía tiempo de trabajar en la SEP y sabía que faltaban docentes de Lengua y Literatura Española para educación secundaria. No sé cómo, pero me animó a que reuniera los documentos necesarios para solicitar una plaza. Llevé mi certificado de bachillerato, la tira de materias de la UNAM y otros documentos, acompañados de la solicitud.

9

El día que recibí el telegrama, en donde se me informaba que debería pasar a firmar mi nombramiento de profesor interino, brincaba de emoción. A mis diecinueve años, me inicié en lo que sería mi profesión. No medité que nunca había dado clase, que había sido un alumno introvertido, mediocre y no tenía la más remota idea de ser un maestro de secundaria. Me olvidé que había sido un estudiante de primaria y secundaria que no participaba en clases, que si me obligaban, mi voz se quebraba de nerviosismo y casi llegaba al llanto. Firmé mi nombramiento y me llamaron por primera vez: -“Profesor”-, me parecía tan extraño. Nunca imaginé que mi vida daría aquel vuelco y que impensadamente encontraría mi verdadera vocación. Frente a los alumnos que casi tenían mi edad, tuve que dominar mis nervios y memorizar aquello que nunca había aprendido cuando fui estudiante. Impartiría cuatro horas a la semana a un grupo de segundo grado y devengaría un salario de doce horas, además de mi sueldo matutino. Mi nuevo trabajo complicó mis estudios, pues dejaría de cursar algunas materias en la universidad. Estaba tan emocionado que no medité lo que implicaría esa responsabilidad. Mi caso fue especial, cómo siendo un alumno extremadamente temeroso para hablar en público, desarrollaría mi vida empleando la expresión oral como una actividad consuetudinaria. No olvido que en la primera clase, los estudiantes me miraban como queriendo probarme, a pesar de mis nervios logré imponerme. Fue toda una proeza abarcar los cincuenta minutos más largos de mi

10

vida, en donde era observado por más de cincuenta pares de ojos. Una alumna con una intención pícara y burlona, desde que me paré en el estrado, me quería decir algo, mas no le permití que hablara, como no dejaba de levantar la mano con esa sonrisa socarrona, le di la palabra y me dijo: -Desde que llegó, tiene la bragueta abierta y se le ve la trusa blanca, pero no me hace caso.

Todos soltaron la carcajada, buscaban un pretexto para generar el caos. Sonrojado me volteé para subir el zíper, me acomodé la corbata y continué con mi clase. A la semana siguiente, como no llevaba saco y

corbata, el conserje que aún no me conocía, no me dejó ingresar porque creía que era un alumno sin uniforme. Fue el director, quien le ordenó que dejara entrar al nuevo profesor de español. Seguro estoy que cometí muchos errores al iniciarme como profesor, no controlaba la disciplina a un cien por ciento, no era reiterativo en lo que enseñaba y creía que los alumnos en automático, deberían aprender lo que dijera, aunque solo lo explicara una vez. Cuando lograba que me atendieran y trabajaran con orden, me animaba a seguir en ese sendero. Siempre he creído que el premio para el que enseña, es una gran satisfacción, porque se sabe útil.

11

No había estudiado ninguna carrera dedicada a la enseñanza, no obstante, jamás imaginé que a ella me dedicaría toda mi vida laboral. Desde mi adolescencia deseaba ser escritor y sabía que el mejor camino sería cursar la carrera de Letras Hispánicas para desempeñarme en ese oficio. Durante mis estudios universitarios y mi inesperado trabajo, más me preocupé por la pedagogía que por la escritura creativa de mis poemas y cuentos cortos. Muy pronto abandoné mis inclinaciones estéticas para preparar mis clases. La imagen de mis eminentes profesores universitarios como: Juan José Arreola, César Rodríguez Chicharro, Luis Rius, Juan Miguel Lope Blanch, me motivaron para que, ante tanta sapiencia, desistiera de mis intentos literarios y me abocara más a mis clases de Español. Me inicié en el magisterio en una escuela con una gran problemática social y con gran desinterés para que los alumnos aprendieran. Ahí conocí a profesores excelentes (algunos muy recelosos en compartir lo que sabían con los universitarios), también a corruptos que por dádivas aprobaban a los alumnos y a personas que devengaban salarios sin trabajar. Fue más vergonzoso comprobar, que había educadores, que aprovechando su labor, se convertían en acosadores de las alumnas. No olvido que existía un pseudo mentor, ex agente del ministerio público, que me doblaba la edad e impartía la materia de Civismo. Era tan grande su cinismo, que empleaba su posición de docente frente a niñas de muy bajo nivel económico para conquistarlas, a sabiendas que eran estudiantes menores de edad. Muchas chicas lo seguían asombradas por su automóvil último modelo, su vestimenta

12

ostentosa y los anillos dorados que lucía. Después de varias demandas de padres de familia, el personaje fue transferido a otra escuela, donde seguramente siguió haciendo de las suyas. Lo más absurdo es que quienes podían ser consignados a las autoridades y recibir un castigo, disfrutaban la protección de un sindicato que los premiaba, cambiándolos a otra adscripción escolar, en donde seguirían cometiendo sus mismas actitudes deshonestas o de corrupción. Los problemas de drogadicción, ausentismo y desintegración familiar eran el pan de cada día. Desde luego que existían educadores preocupados por mejorar las condiciones de sus alumnos y de quienes aprendí, pero era más abundante el personal burócrata que encontraba las mejores condiciones para realizar un trabajo mediocre y desinteresado. Los propios alumnos apodaban a su escuela: “El Reclusorio” y esto se debía a que los cristales que daban a la calle fueron rotos en poco tiempo. Los vidrios fueron cambiados por láminas transparentes y para evitar que arrojaran las bancas hacia la calle, un director mandó a poner protecciones. Como eso no evitó la anarquía de la destrucción, una subdirectora mandó colocar otras protecciones en sentido perpendicular, dando con ello al apelativo perfecto. Por fuera eran tantos los barrotes que verdaderamente parecía una prisión. Durante diez años, trabajé, lo mismo en aquellas aulas vespertinas, que con jóvenes de un medio social privilegiado en el turno matutino,

13

hasta que decidí dejar la educación pública, para dedicarme al cien por ciento a la educación privada que me ofrecía un mejor salario y mejores condiciones para desarrollar mi vocación. Mis primeros alumnos ganaron todo mi aprecio y estimación porque podrían carecer de muchas cosas, no obstante, el respeto que me brindaron, me obligaba a corresponderles preparando mejores clases y buscando orientarles de la mejor forma. Dejé de trabajar en la educación pública y así como llegué solo, sin que nadie me reconociera, así entregué mi renuncia y salí como cualquier desconocido. Mis alumnos de aquellos años pudieron haber tenido muchas deficiencias y lagunas en el conocimiento, pero su agradecimiento, respeto y sencillez aún lo conservo.

14

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO II

LO QUIERO MATAR… Han pasado tantos años, que olvidé su nombre, quizá se llamaba Armando. Recuerdo que durante mi clase, su mirada se hallaba completamente extraviada, parecía que estaba drogado, solo inferí que algo le pasaba. Lo conocía y sabía que no sería de los alumnos que

perdían el rumbo al entrar a la secundaria. Faltaban algunos minutos para que sonara el timbre de salida de las 8:15 de la noche y le pregunté, si se sentía mal. De respuesta movió la cabeza afirmativamente con mucha lentitud, le indiqué que se podría retirar

y seguí explicando la conjugación verbal que tanto trabajo les costaba. Los alumnos de aquel barrio marginado, al sentirse libres de sus labores escolares, sin alguna autoridad presente (los prefectos eran los primeros en partir) bajaban los pisos en desbandada con gran gritería; algunos azotaban las puertas de los salones que aún no concluían la clase; otros apagaban las luces de los corredores y escaleras y la

15

mayoría gritaba. Por la turba de adolescentes que descendían veloces, el aroma infecto de los baños se removía y se mezclaba con el aroma a petate quemado, de quienes entre la obscuridad, habían prendido una “bacha” de mariguana. Esa noche de otoño, la única secundaria de la zona, daba por concluida sus labores vespertinas. Cientos de alumnos de quince grupos, debería subir una empinada cuesta con toda la inseguridad posible. Caminarían en una calle sin banqueta, llegarían hasta una avenida principal, en donde abordarían los autobuses urbanos que los acercarían a sus humildes viviendas. Por la falta de iluminación que había en la calle, percibí a alguien recargado en mi auto. Lo identifiqué por su silueta, ya de cerca por el roído suéter y el par de cuadernos forrados con papel periódico que invariablemente llevaba. Era Armando, me esperaba apesadumbrado. Me pidió hablar conmigo y a cambio, le ofrecí llevarlo. Íbamos por el mismo rumbo. -¡Quiero matar a mi papá!... Ya lo pensé… Es lo mejor para todos, para mis hermanos y para mi mamá. A mis veinte años de edad y con mi escasa experiencia, no sabía que decirle. De momento frené y tuve que concentrarme para pensar lo que diría. Decenas de estudiantes que abarcaban toda la calle, nos rebasaron, volteando a ver quiénes íbamos en el auto. Mientras siguió justificándose.

16

-Si lo mato, mi mamá ya no sufrirá. El viejo dejaría de emborracharse, no golpearía a mis hermanas y a mis hermanastros y no se llevaría a otra mujer a vivir con nosotros. Ya lo pensé mucho tiempo profesor, eso sería lo mejor. Qué importa que me lleven a la cárcel, ese señor ya no seguiría haciéndonos daño. Me duele ver a mi mamá, ahí parada en la cocina con la mirada perdida, con sus ojos ya sin lágrimas y llena de moretones porque el monstruo la golpeó sin motivo. No sabía qué hacer... Apenas cursaba el quinto semestre de mi carrera en la universidad y sin haber estudiado ningún curso de didáctica o de psicología no tenía una respuesta… Un adolescente me decía que quería matar a su padre… Recurrí al sentido común y antes de reprocharle cualquier cosa, le seguí escuchando. -Con la venta de los tamales, diariamente se emborracha. Trabajamos para su vicio, por eso a veces falto. En las mañanas, voy a comprar todo lo que se necesita. Regreso a casa, llevo a mis hermanos a la escuela y cuando me da tiempo, vengo a la secu... Tomó aire, aspiró profundamente la nariz que abundantemente le fluía, secó sus lágrimas con la manga derecha del suéter y con la otra, lo que no pudo aspirar. Hizo una pausa larga; esperé y lo dejé desahogarse. -En la noche, llegando de la escuela, le tengo que ayudar a mamá a preparar la maza y los guisos. En la madrugada me levanto a prender el carbón de los anafres. Luego, muy temprano, ya que

17

cargamos la bicicleta, caminamos más de una hora y media para llegar a donde vendemos los tamales. Al observarlo, descubrí una mirada de infinita ansiedad, sus negros ojos acuosos brillaban por aquellas lagrimillas que nacían de lo más profundo de su angustia. Era un muchacho muy moreno, que a pesar de su corta edad, aparentaba ser mayor. Su uniforme humilde, tantas veces rezurcido, denotaba su pobreza. -Como a las diez de la mañana regresamos, apenas llegamos y voy al mercado… No entrego las tareas porque no tengo los libros, a veces hago lo que puedo, aunque siempre hacen falta otros mandados. Nunca termino lo que nos dejaron los maestros. La historia se repite igual todos los días, él borracho, ella golpeada, mis hermanos temerosos y yo… y yo sin hacer nada… La razón lógica me obligó a encontrar los argumentos que persuadieran al muchacho de dieciséis años a buscar otras alternativas. Lo dejé en la cercanía de un barrio, carente de todos los servicios públicos, en donde no entraban los vehículos por falta de vialidad. Todavía esperé un tiempo considerable, escuchándole y buscando que declinara en su propósito. Le orienté sobre la necesidad de estudiar y trabajar como muchos lo habían hecho antes que él. Le insistí en todo lo que podría hacer por su mamá y sus hermanos menores. Cuando lo observé más tranquilo, nos despedimos. A lo lejos, quise creer que caminaba más seguro y que tal vez, algo había sembrado en su conciencia.

18

Jamás regresó a mi salón. Estuve muchos días preguntando a sus compañeros, pero poco me pudieron decir, no les importaba. Entre la marginación de aquel medio social, sus compañeros de clase lo menospreciaban por su apariencia campesina, su carácter introvertido, ¡ah!, y por sus cuadernos forrados con papel periódico. Tiempo después, una alumna que vivía cerca de su casa, me dijo que había entrado a trabajar a una fábrica y que ya no iría a la secundaria. Le pedí que por favor me lo saludara. Una semana más tarde, me hizo llegar el fragmento de una hoja arrancada de un cuaderno y un chocolate. La nota escrita con una grafía poco legible decía:

grAciAs profE rEnE

LLA Estoy TrABAjando

ARmAndo

Qué me iba a importar si estaba con mala ortografía, minúscula inicial, si mezclaba mayúsculas con minúsculas y no tenía acento ni punto final. A la vuelta de muchos años, por pura casualidad, me enteré que se había convertido en el encargado de la bodega de una gran fábrica de tubos de concreto.

19

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO III

NORMA Y EL CAOS

Desde la dirección, se dominaba el patio de la Secundaria. Lo increíble es que más de cuatrocientos alumnos corrían por todas partes y simultáneamente jugaban en el mismo espacio tres o cuatro partidos diferentes. Sorprendía, que en esa maraña de

jugadores y alumnos, su recreo transcurriera sin incidentes. Aquellos momentos de esparcimiento, muchas veces se prolongaron más de la cuenta, cuando el prefecto o el director no se encontraban en su puesto o no asistían, los burócratas de escuela sin freno, tomaban más tiempo para el descanso. La marginada secundaria tenía un reducido patio que colindaba con el basurero de la misma escuela. Absurdamente, el vertedero de desperdicios fue creado en el desnivel del predio que antes fuera una barranca. Los chicos y chicas podían sentarse en el “prado basurero” para disfrutar de sus alimentos o bebidas durante el descanso. La ineficacia de los trabajadores de limpieza y de sus autoridades, les había llevado a crear dentro de la misma escuela ese foco de

20

infección. Los alumnos sin reflexionar sobre su entorno, vivían diariamente, la afrenta de ser los olvidados. Me resultaba indignante, observar que los “vagos de la calle”, así les nombraban a los malvivientes de la zona, podían saltar al patio para exigirles dinero a los alumnos, si querían jugar en su propia escuela. Durante los años que trabajé en aquel lugar, ningún director pudo erradicar el cáncer social que sufrían los alumnos al ser extorsionados. Cierta vez, había entregado en la dirección de la escuela los resultados de los exámenes bimestrales y reflexionaba preocupado sobre las pésimas calificaciones y el gran desinterés de mis alumnos. La secundaria donde trabajaba, seguía ostentando el primer lugar en reprobación a nivel nacional y, francamente, eso me preocupaba mucho; aunque poco hacía, no estaba en mis manos remediar la caótica situación. En esos pensamientos reflexionaba, cuando la vi desde los ventanales de la dirección. La identifiqué fácilmente por su estatura, sus cabellos largos y sus pulseras; era ella, se llamaba Norma. Tenía un mes de haber ingresado a primer grado de secundaria. Me llamó la atención, que no solo la abrazaba, quien supuse que era su novio, sino varios compañeros. La pequeña se dejaba sujetar de muchas maneras y a los más altos les compartía besos en los labios. Llamé al psicólogo, quien se hallaba junto a mí y le pedí que observara lo que pasaba alrededor de la alumna. Desde luego notó

21

que se trataba de una conducta muy permisiva y esa misma tarde, la llamó a su oficina. En la plática que tuvo con ella, decía: -Bueno, no hago nada malo, los muchachos me gustan y yo siento que a ellos también les agrado. A veces quiero comportarme bien, pero… no hago nada malo.

El psicólogo se limitó a escucharla. Ella, hablaba, hablaba y volvía a conversar, sin que fuera necesario interrogarla. -“Mmmh” a veces quiero ser buena, pero es que me gustan mis amigos y yo creo que no le hago daño a nadie. Aunque a veces creo que no está

bien, pero pues, ¿qué tiene de malo? Malo sería que hiciera otras cosas, ¡no!… ¡eso no! El especialista la siguió escuchando y con mucho tiento, al final de la entrevista, le pidió que se presentara con su mamá al día siguiente, porque necesitaba hablar con ella. -¿Qué?, ¿me va a reportar?, si yo no hice nada malo… ¿El profesor de Español fue quien me reportó?, ¿fue él?, qué le importa lo que yo haga de mi vida. La mamá se presentó la tarde siguiente y el orientador descubrió una situación familiar muy complicada. La madre era conserje de una primaria cercana, que después de muchas desgracias y una vida de

22

perdición, había logrado contar con un trabajo estable. También le contó sin prejuicio alguno, que cuando su hija tenía nueve años, presenció una escena terrible y desgarradora, que ella consideraba, le había afectado para toda la vida. El papá las había abandonado varios años atrás y el día que decidió volver, encontró que su mujer ya tenía otra pareja. No medió ninguna palabra antes de la desgracia… Regresó a su antiguo hogar, pero la vida de su exmujer y sus hijos era ya otra. El que volvió, no soportó que lo hubieran cambiado por otro hombre y lleno de furia acribilló de varios disparos a su rival. Los padres de la pequeña fueron detenidos, mientras tanto, Norma se quedó al cuidado de sus hermanos menores, en tanto su madre era exonerada de cualquier cargo. Los buenos vecinos durante varios meses de la ausencia de la mujer, ayudaron a los niños, hasta que finalmente salió del reclusorio. Aquello que vivió la pequeña, se quedó grabado en su memoria para siempre; según los argumentos de la madre, eso la hizo muy rebelde. En el departamento de orientación y psicología estuvieron atendiendo a Norma, aunque en un par de meses, la muchachita dejó de asistir sin haber concluido el tercer bimestre. Al siguiente ciclo escolar, sus excompañeros me contaron que se había embarazado. Sin haber cumplido los quince años, daría a luz. Sería otra madre soltera, así como muchas otras chicas de su entorno.

23

La problemática social que vivían mis alumnos, se aderezaba con muchos ingredientes desagradables que potenciaban sus malos resultados académicos. El ausentismo docente era una práctica constante, pero el desinterés de los directivos y empleados como: prefectos de disciplina, secretarias o personal de intendencia era su peor medicina. Tanto tiempo permanecían solos los grupos, sin que nadie se preocupara por su disciplina o trabajo, que en una ocasión un joven hizo un pequeño orificio para observar al salón contiguo. La oquedad fue creciendo, después, alguno destruyó y quitó un tabique, luego fueron dos, finalmente en uno de los días comunes, donde los grupos no tenían profesor al frente; un grupo de estudiantes se dedicó a tirar a patadas, decenas de tabiques que permitieron que dos salones se convirtieran en uno mismo. ¿Y los prefectos o profesores de aquella tarde, dónde se encontraban? Era una interrogante, que muchos se hacían. Desde luego que los responsables ya habían encontrado su mejor justificación… Para las autoridades no existieron más culpables que los alumnos destructores. De aquellos momentos, vergonzosamente tengo presente a un seudomaestro, quien asistía regularmente al hipódromo durante su horario de trabajo y devengaba el mismo salario, de igual manera que los que impartíamos clases en el mismo turno. Para mis cursos de la tarde, era necesario llevar en mi portafolios un par de focos para que se iluminara mi salón y así no se suspendieran las clases con mis grupos. Todavía conocí las aulas con sus lámparas de neón completas, pero con el tiempo, estas se fueron

24

rompiendo. No olvido que algunos estudiantes, para salir temprano, se atrevieron a encintar los polos opuestos del cableado. Al accionar la corriente, las pastillas de la corriente eléctrica se botaban por el corto y, al no existir la iluminación necesaria, la salida se adelantaba en cuanto empezaba a obscurecer. Otra técnica para evitar que las clases se dieran, la aplicaban ciertos desconocidos. Cuando la bomba de agua de la escuela se descomponía o alguien colaboraba para que se trastornara, las clases se suspendían porque el aroma de los baños era insoportable, aunque con agua o sin ella, invariablemente el hedor era intolerante para cualquier olfato. Por falta de presupuesto para realizar la reparación, las actividades se cancelaban durante varios días para regocijo de muchos. Lo que resultó inaudito, es que en una ocasión, el conserje de la escuela y algunos profesores decidieron irse de parranda y no hubo quien abriera la escuela, por tanto no hubo cursos. Cuando tuve a mi cargo la tutoría de un grupo, organizamos con los alumnos un salón modelo, al que le pusimos chapa, pintamos el pizarrón, el piso y las paredes; también reparamos las lámparas y las bancas. Gracias al apoyo de los alumnos y padres de familia logramos contar con un aula que tenía todas las comodidades necesarias para que las clases se dieran sin interrupciones. Al siguiente año escolar, dejé la tutoría del grupo y nuevamente surgió el caos, todo lo que habíamos logrado, se empezó a deteriorar desde inicio del ciclo, en un par de meses. Las bancas fueron destrozadas y pintarrajeadas, se robaron la chapa y los enemigos del orden rompieron las lámparas.

25

Todavía durante varios años, compartí mi trabajo docente en aquella escuela con tantas carencias y una institución privada de gran prestigio, dónde no tenía que batallar contra el ausentismo de los alumnos, pero sí con otras problemáticas disciplinares, con adolescentes varones de un medio social diametralmente opuesto. A pesar de todas las carencias de mis estudiantes, el respeto que me brindaron fue la mejor paga que de ellos obtuve. Es cierto que no era el lugar para permanecer mucho tiempo, pero fue donde empecé a desarrollarme en mis labores académicas y donde obtuve muchas experiencias de vida. Si hacía una pregunta cotidiana en la clase, nadie levantaba la mano por temor a responder, aunque supieran la respuesta. Si revisaba una tarea, unos cuantos la cumplían y los resultados en los exámenes eran deprimentes, pero el cariño que llegué a recibir de ellos, es lo que me hizo permanecer los diez años que trabajé en aquellas aulas.

26

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO IV

CONTRASTES Cuando se es joven, no siempre se tiene un plan trazado para vislumbrar lo que será uno en la vida. Es cierto, que desde el segundo de secundaria, una buena maestra de Historia del Arte me enseñó a versificar y a metrificar mi primer sonetillo y eso me inclinó a que pensara estudiar literatura para ser escritor, aunque mi vida giró hacia otro rumbo y sin pretenderlo, me dediqué de lleno a la enseñanza, con los años me reencontré con la creación literaria.

Renuncié a mi trabajo administrativo en las oficinas de la SEP e ingresé a una preparatoria de un medio social absolutamente disímil al de la secundaria, donde fui aprendiendo las bases didácticas. Era una escuela

privada que albergaba alumnos, que por sus bajos promedios, buscaban recuperarse en otra institución. En el turno matutino laboraba en la Preparatoria Mixcoac Polanco y en la tarde en la secundaria vespertina, sumando experiencias. La variedad del alumnado era interesante, lo mismo podía asistir el hijo de un pudiente empresario, que una bella chica judía, un muchacho de origen extranjero, una joven ama de casa que deseaba concluir su

27

preparatoria, una alumna altamente indisciplinada o el hijo de un pequeño comerciante que podía pagar la colegiatura. Me vino a la mente un grato profesor, médico de profesión y de apellido Nieves, que seguramente daba clases, no por necesidad sino por pasión a la enseñanza. Sus alumnos lo querían mucho y esperaban su clase con entusiasmo. Muy lejos estaba yo, de que así me aguardaran, no obstante aprendía, observando sus dinámicas y la habilidad que tenían para impartir su cátedra. Era muy simpático, en la clase de anatomía les decía que iba a reprobar a quienes no contaran con un noviazgo a fin del ciclo escolar. Según él, para tener una salud mental, los jóvenes preparatorianos deberían ir aprendiendo las cosas sanas de la vida. Esa Mañana, llegué al salón de sexto y esperé a que terminara la clase de psicología. Apenas entrando, Edgardo me pidió permiso para ir al baño y lo dejé salir, pero lo vi caminar un poco extraño. Me costó trabajo disciplinar al grupo y pedir que me explicaran lo que había pasado. Ante tantas voces al mismo tiempo queriéndome explicar, fui comprendiendo lo que había sucedido. El joven había llegado aún borracho y a pesar de la introversión que siempre había demostrado, no dejaba de hablar. La psicóloga dejó que se expresara y a cambio le cedió su lugar en el escritorio. Lo que platicó en partes era divertido, pero en otras, patético, porque también les habló de su mal genético y de cómo se sentía

28

menospreciado por sus compañeros. Sacó a relucir su coraje en contra de los que se burlaban por tener labio leporino. Apenas estaba comprendiendo lo que había ocurrido, cuando el director, un hombre pequeño y enérgico llegó muy enojado a preguntarme por qué lo había dejado entrar, a lo que respondí: -¡No!, yo lo dejé salir. Esa misma mañana, entró el padre de Edgardo a la dirección de la preparatoria para conocer lo que había ocurrido. Violentamente reprendió a su hijo delante del director y se lo llevó a su casa. Al día siguiente, la noticia salió en todos los medios; un estudiante de preparatoria había acabado con la vida de su padre. La irreflexión de algunos jóvenes, les llevó gastar bromas de su compañero. Alguien de mal gusto pegó el recorte en el friso del salón. Desde luego que muchos estudiantes tomaron la noticia como algo muy delicado e incluso meditaron sobre su mala o indiferente relación con Edgardo. La psicóloga muy apenada por lo ocurrido, dio la orientación necesaria al grupo, difícilmente olvidarían el terrible acontecimiento. Seguí alternado mi labor docente entre dos mundos sociales opuestos. Los alumnos de la escuela pública se enfrentaban a otro tipo de problemática. Al inicio escolar había sobrecupo en los salones, pero en un par de meses, el ausentismo se reflejaba en las aulas. Cuando iniciaba el ciclo escolar, las bancas no alcanzaban porque

29

anualmente se destrozaba un alto porcentaje de ellas y había alumnos que tenía que tomar sus clases sentados en el piso. Cierta vez, en el periodo de inscripciones, le pregunté a un alumno por qué no había llevado a su mamá para inscribirse y respondió: -No quiso venir porque su patrona no le dio permiso de faltar y porque no tenía dinero; dice que mejor me vaya a trabajar y no venga a la escuela a perder el tiempo, pero yo sí quiero estudiar. Saqué la moneda de cinco pesos que necesitaba y convencí a una señora que inscribía a su hija para que firmara por ausencia de la mamá del alumno. Lo pensó poco tiempo y firmó el documento. El muchachito, al menos ese año escolar continuaría en la escuela. Al concluir uno de los ciclos escolares de la escuela pública, los alumnos de tercer grado realizaron una pequeña celebración. Había que estar pendiente en la entrada para que no llevaran bebidas alcohólicas, pero se las ingeniaban para introducirlas. En las naranjas y en las bebidas en tetrapack o de plástico, inyectaban vodka o tequila; primero sacaban algo de jugo y luego agregaban el licor. En

esas convivencias, frecuentemente había alumnos que terminaban en plena borrachera y en la enfermería. En otro ciclo escolar, un grupo de alumnos que egresarían, muy insistentes me invitaron a su festejo extraescolar y acudí con mis reservas. En el patio de la humilde casa,

30

bajo los tendederos, entre botes de macetas y tanques de gas se realizaba la fiesta. Los jóvenes se mostraban en su ambiente. Ya no escondían las bebidas alcohólicas, por eso en cuanto pude, preferí retirarme. No deseaba ver las escenas deprimentes de chamacos alcoholizados y menos los pleitos que surgirían en poco tiempo debido a los excesos. Por aquellas fechas, acudí a la graduación de los alumnos de bachillerato de la escuela privada de la zona de Polanco. El costoso evento se realizó en un nuevo y lujoso hotel. Las chicas que concluían su bachillerato disfrutaban la ocasión, luciendo sus grandes galas. Una de mis alumnas, recelosa porque aprobó con bajo promedio, me quiso reclamar. Creía que merecía un mejor resultado porque me había obsequiado un libro de las obras escogidas de Sor Juana Inés de la Cruz. Era una mujer casada, quince años mayor que yo y que había vuelto a estudiar, solo para concluir la preparatoria que había dejado trunca. Se advertía en la señora su enojo por no haber obtenido una mejor calificación, quizá se reprochaba cómo era posible que un profesor, varios años menor que ella, se atrevía a evaluarla con un seis de calificación. Francamente, en aquella fiesta de graduación, evité estar cercano con ella y su marido, quien retadoramente me observaba con recelo. Como una actividad de fin de cursos en la secundaria oficial, preparé la adaptación del cuento “Amor del Bueno” de José Agustín, al que titulé: “La Fiesta del Nueve”. Empezamos nuestro proyecto, creando un

31

grupo de teatro. Fue necesaria la adaptación del auditorio para convertirlo en un escenario escolar. El apoyo del profesor Francisco Carrasco y alumnos empeñosos fue muy valioso para realizar nuestro propósito. También recibimos la donación del telón por parte de una tienda de telas. Fue un alumno del Cumbres, Daniel del Río, quien consiguió ese patrocinio. Los personajes principales serían interpretados por una pareja de chicos que se enamoraban en una fiesta. Durante los ensayos surgieron algunos problemas porque las chicas que intervenían; la protagonista y la antagonista no se caían bien. En la obra se disputaban al chico actor, aunque sus pasiones llegarían más allá de la actuación para transformarse en una realidad violenta. Fue necesaria mi intervención y la del departamento de orientación escolar para limar las asperezas entre las alumnas. La obra se presentó en diferentes funciones para los alumnos y padres de familia. Desgraciadamente, el par de chicas fuera de la escuela se enfrentaron y la discrepante hirió con un arma blanca a la chica del personaje principal. Al concluir el año escolar, aquel par de alumnas se vieron envueltas en un conflicto con demandas legales y el enfrentamiento de dos familias defendiendo a sus hijas. En la obra original los novios terminan presos en la delegación de policía y en la farsa que presentamos como un trabajo escolar, lamentablemente las alumnas concluyeron en una riña de pasión por el alumno protagonista.

32

Los contrastes de dos contextos sociales me nutrieron de las experiencias que necesitaba en mi fortuita profesión. ¿Quiénes fueron mejores o peores?... ni unos ni otros, pues de ambas realidades seguí aprendiendo muchos años más.

33

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO V

DIRECTIVOS DEL CUMBRES Después de incursionar cuatro años como profesor de la SEP y dos en una preparatoria, descubrí esa vocación oculta que no conocía y me dediqué de lleno a la enseñanza de la lengua. Gracias a un profesor de nombre Javier Gómez (mi primer coordinador) quien laboraba conmigo en la SEP, recibí su invitación para que trabajara en un colegio de educación católica. Él me recomendó que acudiera a la entrevista para presentar una serie de exámenes de ingreso, que por cierto se prolongaron toda una mañana. Aquel día, dejé mi volkswagen frente a la Secundaria Cumbres de la calle de Ahuehuetes, que en 1979 se hallaba en esa sede. Cuando salí, me encontré con la ventanilla trasera rota, aunque no se robaron nada de su interior, lo que me hizo suponer que por ser periodo de vacaciones, quizá algún alumno receloso, pretendió vengarse de sus bajas calificaciones.

34

Después de algunos días, me llamaron para que me iniciara en la institución, impartiendo un curso de verano para alumnos que venía de diferentes partes, tanto del país como del extranjero. En un principio, pensé trabajar poco tiempo en el nuevo colegio porque mi pretensión era ingresar como profesor a la escuela de extranjeros de la UNAM. En la enseñanza, me atiborré de muchas horas de clase en ambos turnos, que me dificultó concluir a tiempo todas las materias de la universidad. La brevedad que pretendía permanecer en el Cumbres, se prolongó treinta y ocho años, que hoy me parece, transcurrieron en un abrir y cerrar de ojos. Solo cursé una materia optativa de la carrera de Letras Hispánicas, que se llamaba Didáctica de la Lengua y esa fue toda mi instrucción académica. Fue en las aulas del Cumbres, observando a muchos profesores con experiencia, donde me fui formando. Nunca olvidaré a personajes importantes como Juan Solá Mendoza, Miguel Castillo Pimentel, José Barreto, Fernando García (“El Amapolo”) y muchos otros, de quienes hice mías sus estrategias docentes.

UN GRAN DIRECTIVO En la sendero del magisterio, me encontré con maestros que me dejaron tanta huella, como los que tuve durante toda mi formación escolar. El Padre José Antonio Méndez, fue uno de ellos. Cierta vez, dogmático me dijo algo que de momento me pareció muy pretensioso, pero que al paso de los años lo

35

pude comprobar. Sus palabras fueron: -Profesor no solo tu labor es significativa por el hecho de estar formando a los jóvenes en valores y conocimientos, es doblemente importante tu trabajo de profesor porque estás educando con valores a los futuros directivos del país. Y ahí se quedó, grabado en mi mente el mensaje de aquel sacerdote, fue una colmada realidad comprobarlo. En ese colegio privado de educación separada y en el área de varones, he participado casi cuatro décadas, dando formación y educación a muchos exalumnos que hoy rigen nuestro país o enarbolan en otras naciones que son mexicanos exitosos en sus profesiones. A mis veinticuatros años, me pareció exagerada su observación, pero a la vuelta de tanta experiencia acumulada, comprendo que tenía razón. Ahora en los medios de comunicación, en las redes sociales o en el cine, veo o escucho noticias sobre algunos de mis expupilos. Es grato saber sobre el destino de aquellos adolescentes que hoy se han convertido en profesionistas que trabajan en México o en el extranjero. Muchos se convirtieron en: empresarios, comunicadores, deportistas, religiosos, actores, políticos, así como hombres creadores de grandes obras sociales. Desde luego que también llegué a conocer sobre los derroteros de algunos que desviaron el camino. Al paso de tantas generaciones, también he podido conocer sobre sus tragedias o los fatales destinos de quienes fueron mis estudiantes.

36

Ha sido un placer convivir con diferentes generaciones de exalumnos en los festejos que conmemoran el aniversario del egreso escolar de su bachillerato. Después de mucho tiempo he vuelto a reunirme con algunos de ellos, para identificar y recordar tantos detalles de aquellos rebeldes de la autoridad. Hace poco organicé una mesa redonda titulada: “Los problemas de los adolescentes y los padres” y en esa dinámica reuní, sin pretenderlo a algunos exalumnos, hoy padres de familia, con sus hijos, alumnos contemporáneos. Qué grato ha sido recordar y comparar detalles de los padres, en paralelo con sus hijos y conjuntarlos en el mismo salón de clases. Aquel personaje líder, José Antonio Méndez, fue para mí, un gran referente, de quien mucho aprendí durante mi carrera magisterial. Recuerdo otro par de mensajes que me legó; uno de ellos, fue el que me dijera, cuando quise tratar un asunto de suma importancia para resolver un problema educativo, me recalcó lo siguiente: -No es así joven profesor, en un asunto de esa envergadura, no se acude a los pies, ni a las extremidades, se va directo a la cabeza. Si quieres que algo se resuelva, pronto y bien, ve directo a quienes tienen capacidad de decisión y no a quienes solo son capaces de escuchar. Si quieres realizar o cambiar algo, no te calles y has que se realice. Cuántas cosas como profesor aún debía cultivar en mi vida académica de las personas que tenían más experiencia y visión en la educación.

37

Siempre estuve abierto para observar y aprender de la gente con más práctica. En otro momento, cuando trabajaba en un pequeño detalle de un proyecto de teatro escolar, fue tajante al decirme: -Nunca pienses en pequeño, piensa en grande. Si vas a proyectar algo, no lo concibas para resolver el problema ahora, proyéctalo para el futuro. Que lo hagas en este momento, sea lo que sea, pueda estar funcionando con calidad en treinta o más años. En esa ocasión se refería a unos detalles de las luces del escenario de un auditorio. Nunca imaginé, durante mis primeros años, que sumándole siete lustros de permanencia en esta escuela, pudiera comprobar que en aquellas proyecciones a futuro, mis alumnos; tuvieran tanta conquista. El liderazgo del padre fue enorme, gozaba de un temperamento muy especial y exigente pero que impulsaba a la gente a desarrollarse. Algo tenía su autoridad, que me hizo observarlo detenidamente para obtener lo mejor de sus ejemplos y trasladarlos a mi naturaleza y forma de ser. La figura de aquel director influyó enormemente en mi vida y muchos años, en diferentes actividades ha seguido presente. Su desarrollo fue muy grande y llegó a ocupar los puestos más importantes, hasta que llegó el momento, en que por decisión propia dejó la organización.

38

EL PREFECTO DE ESTUDIOS: Julio, “El lic” (hoy doctor en Evaluación) fue otro de mis grandes maestros, de quien mucho aprendí y me supo guiar para desarrollarme en mi carrera. Él me contrató y a quien acudí en mi primera entrevista laboral; él vislumbró en mi inexperiencia docente que mucho de mí se podía aprovechar. Lo observaba con detenimiento en las cátedras de capacitación que nos impartía. Era un excelente conversador que atrapaba la atención de los profesores, algunos compañeros muy quisquillosos, muertos de envidia, decían que más que un buen orador, era un buen charlista. En el deporte, además de practicarlo, invariablemente ha sido un gran apasionado en el futbol. Me agradaba mucho su elocuencia y el manejo de los diferentes auditorios que sabía seducir durante sus exposiciones, así como el control grupal y disciplinar que ejercía en los alumnos. El equilibrio de su temperamento fue muy ecuánime, sabía manejar por separado cada asunto y no perdía el control en los momentos difíciles. Fue mi jefe muchos años y gradualmente escaló todos los puestos, hasta lograr una máxima jerarquía, no solo en el país, sino a nivel internacional. Tuvo una gran carrera ascendente dentro de la empresa educativa y, no obstante, me fue incluyendo en muchas otras actividades que permitieron mi desarrollo profesional. Gracias al apoyo del Lic. Julio

39

dirigí grupos de teatro en el turno vespertino y por ello adapté y escribí muchas obras dramáticas para mis alumnos. Por su confianza en mi trabajo, me encargó la redacción de todos los libros de Español para primaria, pero era un trabajo muy extenso y solo pude concluir cuatro libros de español, uno más de lectura y otro que compartí su escritura con mi esposa. Estos se distribuyeron a nivel nacional durante diez ciclos escolares y fueron los libros autorizados en todos los colegios legionarios. Más de una década estuve participando con su equipo docente en el área de español para capacitar a profesores de primaria de muchos estados del país. Fui profesor de sus tres hijos y en mi último año de labores lidié con su inquieto nieto, quien heredó de su abuelo las dotes del amor a la palabra y su gusto por la actuación. La formación académica del “Lic” Julio fue la licenciatura en pedagogía, profesor de educación básica, con especialidad en enseñanza del castellano, motivo por el cual empatamos en vocaciones similares. Concluyó algunas maestrías y después el Doctorado en Evaluación. Actualmente concluye un Master en Coaching en la UNED, España. Julio me apoyó como el principal presentador de mis dos novelas para adolescentes: “Conquistando a Margot y Siguiendo a Margot”. Hasta la fecha lo conservo como amigo y con mucho cariño lo reconozco como mi principal promotor para que yo me desarrollara y continuara mi vida profesional en el Instituto Cumbres México durante tantos años.

40

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO VI

MIGUEL CASTILLO PIMENTEL Cuando lo conocí, descubrí en él, toda la experiencia docente acumulada en una misma persona. Era un profesor de inglés muy eficiente en la didáctica, dominaba plenamente la disciplina de sus grupos y se daba el lujo de hacer clases muy divertidas, si contaba alguna de sus anécdotas o chistes en la lengua anglosajona. Era tan buen imitador que podía interpretar con exactitud el habla de un negro del Bronx o el habla campesina de un inglés británico. Su agilidad mental le hacía ser dueño de las circunstancias, constantemente tenía una respuesta precisa para cada situación y si requería llamar la atención de los alumnos, nadie se atrevía a contradecirlo, porque además de corregir la pronunciación, inmediatamente tenía una respuesta lógica y justa que desarmaba argumentalmente al que se quería rebelar. Sus clases eran en algunos aspectos muy tradicionales y francamente, nunca me sedujeron para que las imitara, pero le funcionaban a la perfección. El sistema era ganar puntos para estar en los primeros lugares. Empleaba el modelo de la clase pública, día a día, en cada sesión los alumnos

41

podrían ocupar un lugar diferente, que obtenían por su aprovechamiento, de tal manera, que los jóvenes flojos o incumplidos, siempre ocupaban los últimos sitios y los destacados invariablemente se mantenían en los primeros. Para un profesor inexperto como yo, se me presentaba una excelente oportunidad para tomar lo mejor de cada uno de los expertos. Con el tiempo conocí, que su formación académica fue todo un mérito, pues fue el único de su familia y de sus hermanos que se desarrolló profesionalmente. Cuando se retiró, recibió el reconocimiento de treinta y cinco generaciones de alumnos. Hoy todavía escucho de aquellos exalumnos, hoy hombres destacados en sus profesiones, quienes reconocen que sus enseñanzas del inglés fueron determinantes en su vida profesional. Ingresó al Cumbres en el año de 1958 y en 1993 se retiró. Trabajó varios años en la primaria y posteriormente en la secundaria. Me recordaba el doctor Enrique Barreto, que cuando cursaba la primaria, la primera impresión que tuvo de Don “Mike” fue la de un profesor muy estricto, pero muy eficiente. En aquellos tiempos, usaba una bata blanca como vestimenta de su laboratorio de inglés. El profesor comentaba en corto, que fue gracias a una maestra de tierra que se dedicó al estudio del inglés, ella le decía: -Miguelito si quieres ser alguien en la vida, no te quedes en el pueblo y vete a estudiar a la capital, ahí encontrarás más oportunidades que aquí en Teziutlán.

42

Dejó su tierra y trabajando como empleado administrativo, por orgullo propio estudió lo que sería su vocación. Su habilidad para pronunciar el inglés como “native speaker” (hablante nativo) lo llevó a viajar por los Estados Unidos en repetidas ocasiones, a donde asistía a las convenciones de inglés (MEXTESOL) representando a los profesores mexicanos. En la docencia es simplemente inevitable sustraerse al apodo con que nos bautizan los alumnos, Don Miguel Castillo Pimentel era conocido como: “El Carnitas”, algunos afirman que lo llamaban así porque llegaba con su borrador, una caja de gises y una regla con la que golpeaba suavemente el escritorio para decir: -Next- cada que el alumno interrogado respondía incorrectamente. Al golpear la regla, les parecía que picaba las carnitas sobre la tabla de madera. Es cierto que así lo conocían, aunque nadie por ningún motivo, quizá por respeto o temor a la reprimenda, se atrevería a decirle su apodo. A varios profesores nos parecía muy engorroso cambiar de lugar a los alumnos en cualquier momento, pero lo hacía sistemáticamente, sin crear ningún desorden. Sus métodos me parecían muy estrictos, sin embargo, era reconocido por sus alumnos como un profesor muy exigente, pero al mismo tiempo, divertido y querido. En cierta ocasión, un alumno de muy buen promedio, que estaba enfermo en su casa, habló por teléfono con Julio Fernández, para que le diera permiso de asistir solamente a la clase del profesor Castillo, no quería perder el lugar que tanto trabajo le había costado

43

obtener. El espíritu de competencia y el interés por dominar mejor el inglés era un plus que solo don Miguel Castillo podía lograr. Casi al final de su carrera, renunció a la coordinación de inglés y volvió a impartir cursos. Para sus clases, contaba con su salón especial. Al frente y arriba del pizarrón le fueron colocados un par de luces, una verde (correcto) y una roja (incorrecto). Si la luz roja se prendía, se escuchaba el aleteo de una mosca y nadie se atrevía a hablar y cuando la luz verde se encendía, también; los alumnos podían hacer preguntas o pasar la clase con mayor relajación. Ante tal nivel de exigencia, los alumnos aprendían y terminaban reconociendo su calidad de profesor. En cierta ocasión, formó un grupo de profesores que requerían perfeccionar su inglés para participar en un gremio que regiría la educación del país dentro de la organización privada de más de cien colegios. Entre sus alumnos se encontraban: Julio, el prefecto de estudios de la escuela, el doctor Enrique Barreto y José Luis Noriega. A todos les exigía tanto o más que a los alumnos y si tenía que llamarles la atención por la falta de tareas, claro que lo hacía con la misma rigidez que regañaba a los adolescentes. Si los docentes de aquel grupillo no cumplían con sus tareas, evidentemente se llevaban las fuertes reprimendas por su incumplimiento. Confiesa el doctor Barreto que el grupo dejó de funcionar porque ellos nunca llegaban a clase con la tarea completa. Antes de pensionarse, escuchaba en las pláticas del salón de maestros que a veces se entrevista con exalumnos, que llevaban a

44

sus hijos al colegio. Nunca imaginé que yo viviría situaciones muy similares y que también educaría a los hijos de mis exalumnos. Invariablemente, tenía un chiste o una broma que le festejaban los compañeros. Su liderazgo era muy natural, regularmente se hacía escuchar o esperaban escucharlo quienes disfrutaban de sus amenas charlas. A la vuelta de muchos ciclos escolares, cuando me encuentro con alumnos de antaño, siguen recordando que era muy exigente, aunque, reconocen que mucho aprendieron de su didáctica. Fue el primer profesor que en la secundaria tuvo un salón exclusivo para su materia. La condición con la prefectura de estudios fue que los alumnos, deberían subir y bajar en orden y sin perder tiempo. Si el maestro subía y bajaba en todas las horas, hubiera sido mucho el ejercicio y el desgaste, pero lo sorprendente fue que los grupos completos y bien formados, bajaban solos. Mientras el “Teacher Mike” los esperaba. Los últimos cinco años de su existencia sufrió de hemiplejia por un infarto cerebral. Perdió el habla y un fondo de gran sufrimiento le embargó, hasta que Don Miguel Castillo Pimentel, mi suegro, finalmente descansara. No dudo que a donde se encuentre, seguramente continuará con su labor docente y su misma exigencia. Él hubiera deseado que alguno de sus descendientes continuara con su labor docente, pero no lo supo, porque falleció el 21 de enero de 2003. Una de sus nietas, que aprendió de él su didáctica, trabaja actualmente como maestra de inglés en un colegio legionario de la zona sur de la capital.

45

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO VII

JUAN SOLÁ MENDOZA

Juan Solá Mendoza, se autonombraba: “El Amiguito”, “El Cuñado”, “El Happy” o lo que se le ocurría. Cada vez que así lo quería, se rebautizaba, porque decía que prefería llamarse a sí mismo, como mejor le parecía, a que le nombraran de una manera despectiva. Cuando ingresé al Cumbres era uno de los profesores con mayor experiencia, un maestro comprometido que amaba su vocación y de quien aprendí mucho en mi

carrera. Los alumnos disfrutaban su clase porque su didáctica era muy divertida y diversa; era prácticamente un actor que los seducía con su plática. Si hablaba de las mitocondrias o de la célula, siempre hallaba cómo interesar al estudiante. Sabía compartir con sus compañeros profesores lo que la experiencia le había brindado. Fue autor de libros como: “Higiene Escolar”, Puericultura y Pedagogía en Píldoras que todavía se venden en las librerías.

46

Si los alumnos le preguntaban, por qué les decían cuñado, respondía: -Es que tengo una hermana solterona de ochenta años y no quiero que muera sin haberse casado, por eso te espero en mi casa para que la conozcas cuñado. La broma la repetía frecuentemente, por eso los chicos le preguntaban varias veces lo mismo, solo para reírse. Al iniciar el mes de febrero, conforme se acercaba el periodo de vacaciones, los alumnos se inquietaban mucho con todos los profesores, pero Juanito tenía un control absoluto y eso llamó la atención al Lic. Julio Fernández. Se entrevistó con el profesor para que le dijera cómo le hacía y de esa manera orientar a los profesores para que aplicaran sus estrategias. Sin embargo, no quiso comentar su pericia. Indagando con un alumno, para conocer la clave de su control grupal, notó que el chico quiso decir lo que hacía, pero los nervios lo derrotaron. Temeroso, pidió que no le hicieran nada al profesor porque él y sus compañeros lo querían mucho. El secreto era que previamente les decía: -No te voy a gritar ni te voy a reprobar, pero si sigues dando lata. Te voy a dar un beso. Entonces con la mímica de sus labios, hacía la mueca como el que va a dar un beso envolvente. Sus labios sobresalían exageradamente, que daba miedo al que le advertía que se callara o le daría el beso tronado. Desde luego que nunca lo hizo, sin embargo, graciosamente lograba mantener el orden. Sus explicaciones, su creatividad y ánimo

47

de transmitir lo que sabía y lo que quería exponer, le afamaron siempre.

Uno de sus alumnos de hace más de cincuenta años, me contaba que tenía el laboratorio de Biología más hermoso, con colecciones de animales y objetos que atraían a sus alumnos de nuevo ingreso. Cuando asistían al laboratorio, los alumnos corrían para ocupar los mejores lugares.

Para ellos era emocionante estar en aquel salón, porque implicaba atender y ocuparse de observar lo que a su alrededor se les presentaba; además aprenderían cosas de una manera muy agradable. En la práctica de tabaquismo, les pedía a los alumnos que llevaran un cigarro porque lo iban a encender en el laboratorio de Biología y esa acción causaba mucha expectativa. Los alumnos no imaginaban que la práctica tan simple, buscaba disuadirles de fumar. Es cierto, que muchos chicos creían que al llevar el cigarro se convertirían prácticamente en adultos. Los jóvenes que participaban, daban una fumada y soplaban sobre un pañuelo desechable. Debían apretar los labios fuertemente, al mismo tiempo que expulsaban el humo. El pañuelo se manchaba y quedaba impregnado de un aroma muy desagradable. Entre tosidos y mareos, la clase terminaba creando animadversión al tabaco en forma práctica. El mismo inventaba su vocabulario, decía que su mayor insulto era decirles: -¡No seas Trelles!-, porque el entrenador de la selección

48

nacional, así se apellidaba y como nadie lo quería, gritarles: -¡Trelles!-, era como el peor de los insultos. A veces les decía: -No seas Solá, ¡entiende!- Lo empleaba como un sinónimo de “torpe” y así evitaba decirle una palabra más fuerte. Como padecía diabetes, a veces sus estados de ánimo eran muy variables y, la clase amena y amable, se perdía por un fuerte grito o un merecido castigo para los guerrosos. Los cambios de humor y de temperamento lo orillaban a enojarse con algunos alumnos o incluso profesores. A pesar de que lo estimé mucho, en cierta ocasión, los insidiosos alumnos nos enfrentaron y algunos días dejamos de dirigirnos la palabra. Juanito Solá decía que su labor de profesor y formador, no abarcaba solo la jornada de trabajo, continuamente tenía presente que debía dar ejemplo a sus alumnos y estoy seguro que así lo hacía. Hubo algunas cosas que nunca difundió sobre su vida religiosa. Los fines de semana acudía, como Ministro de la Eucaristía, a llevar la comunión a los enfermos en hospitales; nunca lo dijo, se lo callaba, estoy seguro que aplicaba la frase: “Que no sepa tu mano izquierda, lo que hace la derecha”. Las prácticas del laboratorio eran elaboradas con tanta calidad, que al finalizar el ciclo escolar, los alumnos las empastaban como libros para preservarlas durante años. Uno de sus alumnos de hace cincuenta años me comentaba que aún conserva sus prácticas de Biología del primer grado de secundaria, texto que conserva junto a sus tesis de Medicina y de Patología.

49

Como buen pedagogo que era, invariablemente inventaba recursos motivacionales que empleaba para generar interés en sus cátedras. Cierta vez, llegó

al salón con una bomba rociadora. Inició su clase con ella en las manos, después de varios minutos, la colocó sobre el escritorio; diariamente la dejaba en el mismo lugar. Si le preguntaban para qué serviría, no respondía. Los alumnos murmuraban que les echaría insecticida a los ojos de los más latosos, por si las dudas, se comportaban mejor. Después del algún tiempo, ante un joven guerroso, de los que constantemente abundaron en nuestra escuela y, que no se callaba en su clase, corrió al escritorio por la bomba y la dirigió al que creaba desorden. En esa primera vez, el silencio y el asombro fueron absolutos, iba emplear su arma, pero del artefacto solo salió aire y con su aguda voz, dijo: -¡No me molestes, mosquito!- Desde luego que la risa fue general y al inquieto, no le quedó más remedio que atender la explicación y callar durante la dinámica de la práctica. En algún momento, los Maristas contactaron con el profesor, sabedores de su amor a las aulas y le hicieron una oferta de trabajo, que mejoraba en un buen porcentaje su salario. Le dieron un

50

plazo para que decidiera si dejaba el Cumbres, pero a la vuelta de meditarlo seriamente. Prefirió quedarse en la escuela, de la que decía: -Del Cumbres mucho he recibido y otro tanto le he brindado, por algo me quedé tantos años. Se pensionó del colegio, siendo coordinador general. Fue director de una escuela nocturna muchos años, después se desempeñó como supervisor de la SEP. Su amor a la docencia le llevó a contratarse, ya pensionado, como director técnico del Colegio Peterson, hasta que un día, al acudir a realizar algunos trámites de aquella escuela, un infarto lo dejó sin vida en plena calle. Al sepelio asistieron las principales autoridades de su antigua colegio, pero faltaron sus exalumnos, no obstante que fue uno de los profesores más queridos. No fueron porque era viernes y no se enteraron, sin embargo, lo más bello ha sido, que más de treinta generaciones aún lo siguen recordando.

51

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO VIII

BARREETOHVEN

Existen y han existido profesores que han dado su vida a la docencia, gente de una valía enorme, que renunciaron a desarrollarse en otras actividades que seguramente les hubieran otorgado éxitos económicos muy superiores, pero el trabajo de un maestro, cuando se convierte en una pasión, recibe otros beneficios. La satisfacción y el orgullo al observar los cambios o éxitos en los alumnos,

es un salario que no tiene precio. Les han llamado merecidamente, “Apóstoles del Saber”. Era un señor maduro y de cabello blanco cuando lo conocí, los alumnos le temían y le respetaban porque tenía muchos años de experiencia en aquella institución. Francamente no me acercaba a él por su carácter osco y huraño, solo convivía con los profesores de mucha experiencia y a los novatos como yo, no se dignaba ni a observarlos. Fumaba apretando fuertemente los labios y, si se le interrumpía, era capaz de arrojar el humo bruscamente para responder o te ignoraba simplemente.

52

Lo apodaban Barreethoven porque era profesor de música. Había estudiado en el Conservatorio de las Rosas, nada menos que con el gran maestro Miguel Bernal Jiménez y su profesor Anzures, a quienes frecuentemente nombraba. De niño participó en el coro de los niños cantores de Morelia y siempre mencionaba agradecido, que gracias a su maestro, él se dedicaba en cuerpo y alma a enseñar la música. Pensé que él abría la escuela, pues llegaba muy temprano y prácticamente recibía a todos los estudiantes. Sus métodos tradicionales para enseñar la historia de los músicos eran muy memorísticos, no obstante, lograba que grupos muy numerosos de insurrectos adolescentes, tocaran la flauta al unísono para acompañar los recitales corales. El profesor combinaba sus clases, entre un colegio pudiente y la dirección de un coro de mujeres reclusas. Una vez al año, organizaba un concierto, en donde las flautas de los secundarianos seguían los cantos de aquellas mujeres. Ellas tenían la oportunidad de salir un día de su encierro para acudir a las aulas de un colegio. En cierta ocasión, organizó un concierto en Bellas Artes que fue muy particular, aunque los coros que dirigiría no eran homogéneos, pues participarían reclusas, estudiantes de una secundaria y mujeres de una empresa privada, todos hermanados por su dirección. El concierto fue un éxito, gracias al gran empeño del profesor, Cuando les dijo a sus muchachas (así les llamaba a las convictas) que las llevaría a Bellas Artes, la respuesta fue de total incredulidad, estas fueron algunas de sus expresiones:

53

-¿Cómo cree profesor? Ese lugar es para artistas, no para nosotras. -¡Ahora sí que se la voló! -No irá nadie a vernos. -Ni nuestros familiares irán, porque somos como apestadas. -¿Quién pagará para vernos, cómo cree? El proyecto era muy complicado y conseguir la sala principal de Bellas Artes sería prácticamente imposible, no obstante, fue su primer triunfo. Después logró la autorización de la cárcel y de los otros coros, sin embargo, amalgamar un espectáculo musical con personajes tan dispares fue su mayor reto. Había mucho trabajo por realizar, implicaba preparar por separado tres grupos diferentes con particularidades muy específicas. No tendría un ensayo final con todas las voces e instrumentos. Finalmente logró hacer realidad el deseo de muchas mujeres y jóvenes. Reconozco que no cualquiera ha logrado presentarse en un centro cultural tan importante.

Para llenar la sala recurrió a los alumnos, ellos vendieran los boletos; gracias a ese apoyo logró llenar el teatro. Un detalle de la gran benevolencia de Barreto es el siguiente: con las ganancias creó un fondo de ayuda, que recibirían las

reclusas cuando estas fueran liberadas. Después de la presentación en Bellas Artes, organizó en el patio de la escuela dos conciertos de la Orquesta Filarmónica de la UNAM. Los alumnos y sus padres de

54

familia tuvieron la oportunidad única de escuchar en su propia escuela una de las más prestigiosas filarmónicas del país. En el fondo de aquel aparente y enérgico profesor, se escondía un hombre amigable. Los alumnos inquietos buscaban bromas que gastarle e invariablemente su voz imponente, le gritaba a un alumno apuntador de calificaciones: -¡Bótale un cero!, ¡qué va, un racimo de ceros a ese chamaco! Esas acciones divertían a los alumnos y permitían al músico, controlar la difícil labor de educar, a quienes muy poco interés tenían por cantar, tocar una flauta o conocer sobre la música. Los alumnos que fuera de clase platicaban con él, habían encontrado la clave perfecta para conversar con el mentor, le comentaban sobre las luchas, de las cuáles era un gran aficionado. Frecuentemente le llevaban dulces, cigarros o chocolates que el profesor les entregaba a las “chamacas” del reclusorio. Con los años me volví amigo del Profesor Barreto y tuve el placer de escribir una letra al jarabe tapatío y a los sones de mariachi de Blas Galindo, que él supo adaptar para su coro. Eran dos obras musicales, a las que les adapté la letra, pero que lamentablemente las perdí. La vez que acudí a la cárcel de Tepepan a escuchar su recital, con gran orgullo disfruté cómo había adecuado las letras a su coro. La diferencia de edades entre ambos era enorme, me llevaba más de veinte años de experiencia; de él y otros profesores aprendí observando el manejo de sus grupos. El tiempo inevitable, quiso que

55

llegara a ser su coordinador; aquel profesor tan temido y lleno de energía se había cansado al cumplir los 65 años de edad. Los alumnos que durante tantas generaciones habían desfilado por sus aulas, ahora eran diferentes, la insolencia e intolerancia los caracterizaba… Aquel exigente profesor perdió su brillo y se esfumó su excelente control grupal. . El momento para retirarse de la docencia llegó inesperadamente. Algunos años después, lo fuimos a visitar. Acudimos a saludarlo, tres profesores: Miguel Castillo, Efrén Partida y yo. Cuando lo entrevistamos de momento no los reconoció, sin embargo, a mí, que era el más joven de sus colegas, me identificó de inmediato. Esa tarde se puso de buen humor, después de muchos años de no tocar el piano, nos interpretó algunas piezas que al concertista tanto le gustaban. Salimos muy contentos de visitar a un compañero que dio su vida por la enseñanza musical, un par de días, después de aquella entrevista, recibimos la noticia de que había fallecido.

56

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO IX

PUDO SER TRAGEDIA

Para no herir susceptibilidades en esta narración, que pudo ser tragedia, nombraré a dos alumnos participantes con otros apelativos inventados por mí: Andrés y Óscar. Qué importa decir la fecha en que ocurrió, baste mencionar que fue un hecho completamente real y que ocurrió no hace mucho tiempo, pero tampoco es cercano. Cierto día, tal vez a punto de concluir la primavera, época en que los adolescentes se vuelven más inquietos de lo normal por el cambio de estación. En lo que llegaba el profesor de Matemáticas, a quien apodaban: “El Mariachi”, sucedió el terrible accidente. Fue precisamente durante un intermedio de clases, antes de que ocurriera el primer recreo escolar.

Andrés quizá regresaba del baño y Oscar acostumbrado a molestarlo, como era su costumbre, abriendo la puerta, lo arrojó contra una de las ventanas. Andrés, que era más bajo de estatura, resbaló y con la nuca rompió el cristal de un ventanal de un grosor de seis milímetros. La ruptura del enorme vidrio causó un gran estruendo

57

que se repartió por todo el edificio. El pequeño se descontroló tanto, que un torrente de adrenalina se aglomeró en su cerebro, advirtiendo que el porrazo le pudo haber matado. El coraje por tanto tiempo de asedio, así como por el tremendo susto, le obnubilaron la razón y el pensamiento. No tuvo tiempo de mediar palabras al sentir su vida en peligro y ante el acoso de su odiado compañero, reaccionó instintivamente. Había sentido algunas gotas de sangre en el cuero cabelludo y esto más lo sacudió, pero la impresión, se convirtió en defensa y esta en violenta respuesta. Lleno de furia, tomó un gran pedazo de cristal para agredirlo, conocedor de sus habilidades en las artes marciales, quiso frenarse, pero ya no lo meditó… Atacaría a quien siempre lo había molestado. El hábil joven llevaba varios años de instrucción en las artes marciales y su grado de cinta negra no le valió para controlar su ira. En la primera embestida, no se dio cuenta, que al tomar el fragmento de vidrio le había provocado heridas en su mano. Óscar, alterado por lo que había ocasionado, observaba; le faltó tiempo para decirle a su compañero que se frenara. Al ver al herido tan decidido a atacarlo, logró hacerse hacia atrás lo más que pudo. Cuando vio el movimiento circular de su atacante, arqueó el cuerpo lo más que pudo, logrando que la primera embestida solo le rasgara el suéter del uniforme. La escena fue tan rápida, que los espectadores solo tuvieron tiempo de observar, quizá alguno de los compañeros advirtió a Andrés que se detuviera, pero este no tenía oídos para escuchar nada.

58

Óscar se alarmó al observar el peligro tan grande al que se enfrentaba y su cuerpo excretó mucha adrenalina. Observaba a su compañero, tenía los brazos abiertos para reaccionar mejor ante el próximo ataque. Y ahora sí gritó: -¡Perdón, no era mi intención!, ¡discúlpame! No habría ninguna palabra que convenciera a su rival para evitar la siguiente tajada. Y en segundos vino, sería la determinante… La furia lo había segado, en una décima de segundo, cuando el brazo veloz se movía en semicírculo para atacar nuevamente, en ese fragmento de tiempo, se arrepintió y jaló el arma cristal hacia su cuerpo; el mismo vidrio le rajó: suéter, camisa y piel. Al sentir que se había herido, se sujetó el vientre. Los azorados alumnos no podían creerlo, se había abierto el abdomen más de veinte centímetros. El tiempo se detuvo como congelado. Nadie hablaba. No lo podían creer, los intestinos estaban sin contención y solo se detuvieron por la presión que el alumno ejercía con sus manos. El chico, al sentirse perdido, salió del salón buscando ayuda y bajó a la planta baja. El profesor Walberto lo encontró en las escaleras, mientras Andrés gritaba desesperado que llamaran a un sacerdote porque se iba a morir. El cirujano dentista acostumbrado a ver sangre lo observó. -Tranquilo, estás bien, vienes caminando, no hay sangre, solo te abriste.

59

Con mucha calma lo bajó al pasillo de la planta baja y lo recostó. El susto del joven se desbordaba en terror. El profesor le repetía que no había sangre, que estaba bien, aunque el muchacho entraba en shock nervioso y no atendía sus palabras. Durante su desesperación gritaba que fuera un sacerdote porque se moría. El profesor trató inútilmente de calmarlo, pero no comprendía lo que le explicaba. Más que sufrir dolor era preso de un miedo terrible. Nunca imaginó que antes de las doce del día estaría a punto de morir. Las escenas se le repetían en la mente, pensaba, que si Óscar no lo hubiera agredido, no estaría en esas circunstancias. Él regresaba del baño y aquel compañero, solo por molestarlo, lo había aventado contra el vidrio. El estruendo del grueso ventanal que se rompía, el golpe seco de su cabeza, la sangre que le fluía de la nuca y el coraje hacia su agresor, lo hicieron reaccionar de esa manera. Solo sabía, que un sacerdote le podía auxiliar en ese momento. Pensó en su mamá, en sus hermanos y en toda su familia. Creía que esos serían sus últimos momentos. Se preguntaba por qué no llegaba el Cura, si en el colegio había religiosos. Estaba a punto de morir y no llegaban a auxiliarlo. Pronto se dio aviso al médico de preparatoria. La secretaria de dirección llamó al seguro médico, quienes avisaron que en unos minutos llegaría un helicóptero por el accidentado. En breve tocaría el timbre del recreo y se dio la orden de que ningún alumno o profesor debería bajar hasta que se llevaran al accidentado.

60

Como sucede, la noticia se dispersó fácilmente y en muchos salones, por decisión espontánea de profesores y alumnos, se realizaron rezos y oraciones para que su compañero se salvara de tan dramático accidente. Solo rodeaban el cuerpo del chico, quienes lo estaban auxiliando, alguien sostenía el suero que le habían administrado y esperaban a que llegara la ambulancia aérea por eso el profesor Walberto se retiró a su laboratorio. Cuál fue su sorpresa que al llegar al salón, el hermano de Andrés, que cursaba en segundo grado, nervioso metía en su mochila el cráneo del esqueleto que servía como auxiliar didáctico a los profesores. Al ver la escena el educador le llamó la atención: -¿Qué haces?, ¿por qué te llevas el cráneo? -¡No!, yo no sé quién lo metió… -¿No?, pero si te estoy viendo. -¡No!, ¡se lo juro, yo no fui! Indignado, le dijo que cómo era posible tanta desvergüenza, que mejor bajara porque su hermano estaba herido. Desde luego que el atrevido no lo creyó. Por eso agregó: -¡Sí cómo no!, ¡ya parece!, ¡no le creo! -Ahora que veas que llega un helicóptero, me vas a creer. Ante la necedad del chico, mejor prefirió guardar silencio. En un par de minutos, se escucharon las aspas del aparato que descendía, el hermano palideció y bajó corriendo hacia donde se encontraba el

61

herido. Seguramente se arrepintió de no haberle creído, pero también le quedó la vergüenza de que lo hubieran sorprendido tomando lo que no le pertenecía. Casi una

hora, tardaron en estabilizar la presión intracraneal, el descenso en la tensión arterial y el aumento en la frecuencia cardiaca. La mayoría hubiera creído que pronto despegaría la ambulancia aérea, pero no fue así, debían fortalecer los signos antes de trasladarlo a un hospital. Los alumnos en los salones no habían cambiado de profesor y estaban muy nerviosos por lo que había pasado. Ya se había terminado el tiempo de su recreo y querían bajar, no tanto por el descanso, sino para conocer con detalle lo que había pasado con su compañero. El helicóptero se elevó y todos salieron a los pasillos, mientras muchos corrieron al baño, la mayoría observaba la nave que se elevaba de su colegio, algo nada frecuente. Lo trasladaron a un hospital cercano a la zona, en donde ya lo esperaba el equipo médico que atendería la emergencia. Un cirujano con su equipo atendió al joven, muchas puntadas sirvieron para cerrar la enorme abertura. El corte había sido tan preciso que no alcanzó a dañar ningún órgano vital. El médico afirmó: --Pocos cirujanos hubieran logrado una incisión tan exacta, seguramente mi paciente será un excelente médico.

62

Lo extraordinario es que en la noche, cuando el doctor fue a visitar a su paciente, se encontró con que Andrés era su sobrino: -¿Cómo?, ¿tú eras el chico que atendí hoy mismo?, ¿por qué no me dijeron? Las coincidencias de las personas a veces son sorprendentes, ese día, jamás imaginó Andrés el terrible accidente y menos que su tío le hubiera operado de emergencia, pero estaba vivo y eso era lo más importante. El profesor Walberto tenía que reportar el intento de robo y así lo hizo, pero el director estaba más consternado por la terrible tragedia de la que se salvó uno de sus alumnos, que hubiera preferido no escuchar el informe sobre el hermano. Afortunadamente, para el deshonesto, este no recibió ninguna reprimenda. En pocos días el herido regresó, y evidentemente ante las necedades de sus compañeros, en varias ocasiones tuvo que mostrar la magnitud de su cicatriz; divertidos sus compañeros contaban las tres docenas de puntos. Andrés, al terminar la secundaria, se convirtió en uno de los más famosos alumnos de aquellos años, popular porque se salvó de milagro. ¿Y qué fue de Óscar?, ya no regresó a su salón, sus padres acordaron con la dirección de la escuela que solo presentaría los exámenes finales sin acudir a clases. Al hermano incómodo no se le penalizó, pero llevará el mal recuerdo que mientras desmembraba

63

un esqueleto de laboratorio, su hermano se debatía entre la vida y la muerte. Afortunadamente este hecho no terminó en tragedia, aunque muchos lo recuerdan y existen generaciones nuevas de alumnos que preguntan cómo fue o qué pasó. Para evitar agregados a la leyenda, mejor les comparto la memoria de aquel día.

64

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO X

VENGANZA DOCENTE El prof. Walberto, Walas o Walbert, como era conocido por los alumnos, tenía un espíritu juguetón, frente a la desobediencia de los alumnos rebeldes con quienes trabajaba. Para tanta travesura, bromas y faltas de respeto, encontró algunas formas de juguetear con los estudiantes y ejercer un mejor control. Era como el homeópata de la educación, pues empleaba las mismas estrategias de los alumnos indisciplinados para disipar su conducta.

En varias ocasiones, al llegar al laboratorio de Biología, se encontraba con alumnos de preparatoria que se habían escondido para perder clases fuera de la vista de su prefecto. Los jóvenes al verlo llegar, huían

despavoridos. El reporte a los prefectos de preparatoria lo realizaba, pero no se identificaba a los bromistas. Con mucho tiento y espera, descubrió que era un alumno de secundaria, quien, antes de salir del laboratorio, dejaba abierto el seguro de la ventana. Bastaba, para que desde el pasillo de la preparatoria, los alumnos escapistas se introdujeran con un pequeño salto a su escondite.

65

Cuando el profe llegaba, percibía aroma a cigarro y un desorden en el mobiliario, lo que le llevó a pensar que eran los alumnos de prepa, quienes se habían colado otra vez. Como la naturaleza del profesor era muy creativa, inventó algunos escarmientos. Primero observó que el cómplice de secundaria bajara el seguro y espero a que llegaran los tramposos. La broma ya estaba lista, con un mechero calentaría la manija, que era de aluminio, para que en el momento que trataran de abrirla, estuviera muy caliente. Desde el interior podía observar a los bribones pues los cristales eran polarizados, los estaría esperando. Cuando trataron de abrir se quemaron, mientras el profe divertido se reía de sus fechorías. Luego intentaron sujetando la manija con un trapo, pero inmediatamente puso el cerrojo. Creyeron que su cómplice no había realizado su trabajo. Unos días después, empleó otra divertida destreza. Llegaron y tocaron suavemente para comprobar que no había calor, ya convencidos, quisieron abrir, pero ahora, la corriente eléctrica de un aparato de toques los ahuyentó. El primer alumno apartó rápidamente la mano y gritó. No obstante, siguió la broma y le dijo a su compañero: -No está caliente, era una bromita. El segundo compañero también recibió otra descarga, mas don Walberto observaba muy divertido. Pensaba:

66

-Si los alumnos son muy inquietos, que se lleven una de cal por tantas de arena. Tantas nos han hecho… La broma de grandes dimensiones, que surgió de su ingenio, fue para escarmentar a uno de los alumnos más rebeldes, aquel que solo asistía al laboratorio para generar desorden con la única pretensión de molestar al profesor. Alejandro Contreras (“Alegando Contrarios”, así lo apodaban) ya había hecho de todo. Si se le decía que no mezclara tales o cuales substancias, eso exactamente hacía como si fuera un mandato. Ya había accionado el extinguidor y la ducha de emergencia, había roto varios matraces, echado a perder muchos tubos de ensayo, así como todo lo que se cruzaba en su mesa de trabajo tenía un mal destino. El profesor había recibido una nueva compresora que arrojaba el aire comprimido con tanta fuerza que podía provocar dolor en cualquier parte del cuerpo. Al probar el aparato, le surgió la idea de aquella, dulce venganza. Preparó la práctica y conectó la compresora en el ducto de gas. Ya tenía todo listo para cuando empezara la clase y además agregó encima de cada mesa varias hojas de papel bond. Al llegar el grupo, el alumno Contreras fue observado por el profesor con disimulo. Se sentó como siempre lo hacía, cerca de la puerta, desde el pizarrón lo observaba, veía cómo iba inspeccionando lo que podría hacer para generar el caos. La práctica estaba anotada en el pizarrón y el profesor fue muy insistente en que respetaran las medidas de seguridad:

67

-¡Adviertan jóvenes! Es muy importante que no abran la llave derecha porque es gas, si lo hacen es muy peligroso y podemos explotar porque tengo prendido este mechero. ¡Escuchen!, no la vayan a abrir por ningún motivo. ¿Entendieron?, ¡no lo abran! De reojo observó a Contreras, en cuyo rostro pudo adivinar que ya estaba fraguando la fechoría que realizaría, haría exactamente lo prohibido. Walberto no tenía para que voltear, pero lo hizo, dándole la espada al grupo. Entonces “requetetetuuuummm” (sonido de explosión) el ruido fue tremendo, las hojas volaban por todo el salón y el culpable huyó aterrado; iba a todo lo que daban sus pequeñas zancadas. El profesor, una vez que salió Contreras, cerró la llave del aire comprimido y se puso en la puerta calmando al grupo. Cómplice de su broma, les cerraba un ojo y hacía la mueca de que callaran, pidiendo que observaran por la ventana. Contreras ya se encontraba a medio patio, cubriéndose los oídos como esperando el estallido. No entendía por qué nadie había salido despavorido. A una señal, todos los alumnos se habían asomado al barandal y se carcajeaban al ver al pseudocausante de la explosión. En aquellos años, no existían las demandas por acoso escolar, porque sin duda, muchos alumnos como él hubieran pagado las consecuencias del maltrato a profesores. Conocí varias docenas de profesores, educadores que fueron desfilando por los salones en periodos breves, a veces unos días,

68

meses o menos de un año escolar. Uno de ellos solo soportó una clase de caos e indisciplina, no le quedó más remedio que salir sin despedirse de nadie. Se dio el lujo de recordar violentamente a la progenitora de los que le rechiflaban sin control y le aventaban papeles, cuando trataba de dar su primera clase. Yo le había invitado a trabajar, aunque nunca imaginé la tempestad que se generaría con su presencia. Aquel compañero de la universidad tomó como un agravio que lo hubiera llevado y hasta el habla me retiró. En otra época, invité a Carlos Saavedra, otro compañero de mi generación, pero su trabajo se convirtió en una verdadera patología. El cabello se le caía y se mostraba muy nervioso; llegando al colegio no se quería bajar del auto. Finalmente con problemas serios de salud dejó la cátedra en el Instituto. Volviendo al profesor Walberto, este encontró la manera de contrarrestar tanta indisciplina y supo adaptarse a las bromas y juegos bruscos de los alumnos. En una escuela de varones, los golpes eran muy frecuentes, como una forma cotidiana de llevarse con los amigos. Como la corpulencia del profesor era recia y su altura considerable, a los alumnos más grandes les propinada, jugando, fuertes golpes en los brazos o en las piernas o les aplicaba alguna llave para inmovilizarlos. Era cierto, que los alumnos lo provocaban para que jugara con ellos. Cuando pasaban por el pasillo de los laboratorios, hacia el salón de computación, como los estudiantes no veían al interior del laboratorio, los aguardaba y en el momento que pasaba la víctima, lo jalaba al

69

interior del salón, sin que el profesor de computación lo advirtiera. Ahí daba cuenta de muchos golpes a los latosos. Nunca algún estudiante se quejó porque era parte del juego, pero eso sí les bajaba la intensidad a los guerrosos quienes llegaban cansados a la siguiente clase. El “Bebesaurio” (un alumno de apellido Damián), así conocido por todos, que medía un metro con ochenta centímetros era su principal cliente. Una de sus últimas bromas, se la aplicó a un muchacho que destacaba por su indisciplina y la falta de respeto a los profesores. Esa vez el chico, del que olvidé su nombre, llegó durante el recreo al laboratorio, mientras el mentor preparaba la siguiente práctica. Como parte de la venganza, le dijo al joven que le ayudara a vaciar una substancia a un vaso de precipitados y le pidió que lo hiciera con mucho cuidado. Desde luego que el profesor sabía que habría una reacción y que saldría mucho vapor, pero fingiendo alarma dijo: -¡Oh no!, espérate, que se puede reventar el vaso y es peligroso porque es un ácido. Pronto se metió al interior de la bodega, inmediatamente se embarró los brazos y la cara con sangre falsa que habían elaborado para el Vía Crucis del colegio. Para armar mejor su dramatización, rompió en el bote de basura dos frascos y gritó adolorido. El alumno preocupado entró y descubrió al profesor sangrando de los brazos y el rostro. Tanto fue el susto que se llevó, que sin más salió en busca de la enfermera.

70

En el momento que regresó, el profesor ya se había lavado los brazos y la cara. La enfermera le pidió al alumno que no bromeara de esa manera y le dijo que lo reportaría por hacer esas tonteras. Cuando quiso explicar que era una broma del profesor, el docente se hizo el desentendido, evidentemente no le creyeron, pensaron que era otra de sus fechorías. Walberto guardó silencio. Nunca dijo algo a favor o en contra de lo ocurrido, pero en secreto le dijo: -Ya ves amigo, la venganza es dulce. El alumno aceptó que esta vez había perdido y se fue con su reporte rojo, que invariablemente entregaría al siguiente día con la firma falsificada de su padre. El carácter bonachón y guasón del profesor siguió fraguando sus burlas durante los años que laboró en el colegio. Cierta vez, preparaba una broma magistral para su compañero de laboratorio, vivió un momento que nunca olvidó. Al profesor Héctor (apodado Andre Agazzi) le daba terror el estallido de cualquier globo, seguramente como un recuerdo traumático de su infancia o quizá alguna dosis de autismo no calificado. Por eso su compañero le estaba preparando un coctel de estallidos. Ingeniosamente colocó una cuerda, una polea, una pesa, un bisturí y media docena de globos. Cuando Héctor abriera la puerta, la polea bajaría el bisturí por el peso y gradualmente rompería globo por globo. Mientras elaboraba su ingeniosa guasa, sintió a sus espaldas la mirada y presencia de alguien... Lentamente volteó para descubrir la

71

presencia del director, un personaje muy estricto y vigilante escrupuloso de que los tiempos laborales se respetaran. -¿Qué haces profesor? ¿Esa es una práctica?, me supongo que... Tartamudeando, respondió: No... Lo que pasa es que… estaba preparando una broma para el profesor Héctor, pero ahora quito todo. El directivo, con las manos a sus espaldas, guardando silencio y viéndolo a los ojos con enfado, habló con un tono enérgico: -Qué bien profesor… Le voy a pedir un favor… Cuando llegue... Walberto pensó que sería definitivo en sus palabras y que por una simpleza prescindiría de sus servicios. Se imaginaba que ese mismo día estaría en la oficina de personal firmando su renuncia. -¡Perdón padre!, pues... yo solo quería. -¡Primero escúcheme profesor!, le repito... Cuando llegue el profesor Héctor, me llama para ver la cara que pone. Va a ser muy divertido cuando abra la puerta. El padre se retiró esbozando una leve sonrisa. Seguramente pensó que el Profesor Walberto a sus veintitantos años, aún tenía muchas ocurrencias de adolescente. Un par de años siguió trabajando en la

72

institución, hasta que se cambió de escuela a la zona sur, donde hoy es uno de los directivos de uno de los colegios de la misma organización y por las tardes se desempeña atendiendo a sus pacientes en su consultorio odontológico.

73

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

PREFACIO SEGUNDA ENTREGA

El objetivo de mis “Memorias Docentes”, sigue siendo el mismo, elaborar una serie de lecturas dedicadas a mis alumnos y exalumnos. Los comentarios que recibí sobre la primera entrega han sido muy halagüeños y motivantes para continuar con mi proyecto. Varios lectores pudieron rememorar grata y entrañablemente a sus profesores y a algunos de sus compañeros. Cabe mencionar que la presente memoria no lleva ninguna crítica malsana, ni pretende agraviar a terceros. Es un texto emotivo que no busca premios y mucho menos pretende lucrar. Carece de la corrección de estilo de un equipo editorial. Es simple y sencillamente una antología de recuerdos y anécdotas escolares. A mis lectores, pido disculpas por los errores cometidos o las omisiones de muchos personajes en los que no reparé por la premura de que pronto se diera la primera publicación. Agradezco a los seguidores de mi lectura, alumnos y exalumnos, a quiénes pude arrancar algún sentimiento de nostalgia por los recuerdos de su paso en el Instituto Cumbres.

74

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO XI

DIVERSOS ENTRE MILES

Al inicio de los cursos, después de una semana de capacitación, Juan Solá, me dijo muy puntual: -Ahora sí Romero o eres tú o son ellos. Tú puedes más… En el Instituto Cumbres de la década de los años ochenta, imperaba la ley del más fuerte. Los profesores además de enseñar, debían tener la sartén por el mango y el mango también, porque si lo perdían, sus clases se volvían un verdadero caos. En aquellos años

75

para controlar la conducta, el lenguaje que empleábamos los profesores no era muy ortodoxo.

Algunos mentores con mucha experiencia en la escuela, podían emplear su poder e ironía hasta con un vocabulario soez, no obstante, el alumno debería callar y respetar. Aunque un profesor nuevo, siempre pagaba el noviciado y podía sufrir dentro de su salón, la

crueldad de docenas de adolescentes incontrolables. En tantos años de labor, me atrevo a asegurar que fueron muchas docenas de los educadores que desfilaron por las aulas del Instituto, siendo víctimas de los alumnos. Los propios padres de familia, para que sus hijos se educaran en la obediencia, podían decir: -Yo le autorizo maestro a que le dé una bofetada cada que le falte al respeto-. Todavía existían muchos adultos, quienes creían en el refrán: “La letra con sangre entra”. Las cosas han cambiado para bien de los escolares, aunque, a veces la balanza le ha otorgado a los alumnos, motivos para no disciplinarse y cometer atropellos o incluso acoso escolar contra los maestros incipientes. Los profesores de aquellos días empleábamos la “pamba” (los alumnos daban golpes con la mano abierta sobre la cabeza del castigado), para lograr mayor atención ante el desorden cotidiano. En ese juego,

76

estrategia disciplinar, el maestro y los alumnos contaban hasta el número tres para que se diera el silencio, el que no lo cumplía, recibía el castigo. Muchas veces, el educador podía imponer su autoridad con escarmientos físicos que para los alumnos resultaban muy comunes y divertidos. Había muchas variedades de sanciones como: el jalón de patillas, el “borradorazo”, el gis dirigido a la cabeza del que estaba distraído o la araña patona (jalón de cabellos). Las reprimendas solo se aplicaban a los que no dejaban dar la clase por su indisciplina o las frecuentes interrupciones al profesor. Algunos “zapeadores” (alumnos golpeadores que se autoproponían) ellos ayudaban a someter a los indisciplinados. Otro escarmiento podía ser que se hincaran o cargaran su mochila durante la sesión o simplemente que permanecieran de pie sobre el asiento de su banca toda la clase. Si por algún motivo, los alumnos se encontraban solos en el salón, ponían en práctica el “Calzón Chino”, que consistía en arrancar el resorte de la trusa a jalones, ¡vaya que era muy doloroso! “El Potro” era el más salvaje; a la víctima se le estiraba de pies y brazos, mientras un compañero se montaba sobre él y lo salteaban. Hubo otros juegos que a veces daban como resultado alumnos heridos o lastimados. Si había un chico que no dejaba de molestar o boicotear al maestro, este daba a entender, que saldría un momento al pasillo. Entonces los alumnos que atendían la clase, reprimían al que no se callaba.

77

Unos segundos después regresaba el mentor y encontraba al reprendido muy despeinado para decirle: -¿Qué te pasó? -No se haga, usted les dijo que me dieran una pamba. -¿No entiendo, de qué hablas? -No se haga el chistoso… Hoy, afortunadamente las cosas han cambiado, el educador debe respetar a sus estudiantes como debe ser, si no lo hace así, corre el riesgo de sufrir demandas, sin embargo, algunos grupos de escolares se rebelan a placer y muchas veces llegan a ser tiranos con los profesores novicios. En el año de 1979, cuando ingresé al Cumbres, en ese entonces existían dieciocho grupos de más de treinta alumnos. Muchos años las generaciones podían ser de seis a siete grupos por grado. A partir del año 2002, el colegio se fue reduciendo por los cambios de estrategias administrativas. Haciendo cuentas, calculo que en los treinta y ocho ciclos escolares, pude haber educado a un promedio de 15,000 jóvenes, a quienes, formé, instruí, regañé o tuve que soportar o tolerar en las diferentes materias que impartía. Un educador recordará a los estudiantes brillantes o los más indisciplinados, lamentablemente a los alumnos promedio, a veces los olvidamos, sin embargo, siempre habrá otros que por algún detalle o alguna insignificancia, seguirán presentes en nosotros. Me resulta muy grato, reencontrarme con algún exalumno después de muchos años, regularmente lo identifico por sus rasgos y, poco a poco, empiezo en

78

retrospectiva a rememorar algunos detalles de cuando estuvo por mis aulas. Hace muchos años escribí estos versos, para delinear a mis estudiantes. Mis alumnos recordados, a Dios gracias, son diversos, pues sino, que aburrido sería escribir estos versos. En la viña, ellos son: altos, bajos, respetuosos, altaneros, recelosos, flojos, listos y virtuosos; pertinaces, testarudos, necios, flacos, estudiosos, juguetones y discretos; buenos, gordos y gaseosos. Ellos pueden ser de todo, mal hablados y lunáticos, muy astutos, son graciosos, ingeniosos, simpáticos,

Si me piden delinearlos, los alumnos de hoy y ayer: son el mismo mocerío que requiere aprender. Entrañables mozalbetes, amigables compañeros, envidiables muchachitos, ¡oh terribles rapazuelos! Que te sacan canas verdes y te quitan la paciencia, pero al paso de los años, bien recuerdan tu existencia. Que moldeamos oro fino, nunca olvides profesor, las creaciones más valiosas, las criaturas del Señor.

En las décadas pasadas, no se había desarrollado la conciencia contra el acoso escolar y no se empleaba el anglicismo, “Bullying”, aunque, las acciones represivas siempre habían existido hacia algunos estudiantes. A los débiles de carácter, en un colegio de varones, era

79

muy común que los alumnos, padres de familia, profesores o incluso autoridades le recomendaran lo siguiente: -¡Aprende a defenderte! -Si te pegan, tú responde. -No te dejes. -Tú tienes la culpa por permitir que te molesten. -Cuando vean que les respondes… -El día que le partas la cara a quien te moleste… -Si te expulsan por defenderte, no te castigaré. FITO PARDO

De aquellos miles de escolares que años tras año pasaron por mis aulas, sobresale Adolfo Pardo, aquel jovencito que muchos compañeros o profesores, seguramente lo descalificaron, pensando que nunca sería exitoso en la vida. Lo incluyo en estas memorias porque muchos años después que lo

reencontré, me hizo hincapié, que ese chico con problemas del lenguaje, aquel por quien pocos hubieran apostado, había logrado sus sueños. Ahora destaca en la cinematografía y es reconocido como un exitoso cineasta independiente. Su problema se centraba en la comunicación (disfluencia del habla o tartamudez), ante cualquier participación oral, su respuesta era tardía,

80

entrecortada y pronto enrojecía por los nervios. Las actitudes de Fito me preocupaban, porque pudiendo responder una pregunta simple, se apenaba demasiado. Sus frecuentes interrupciones en el habla, le tensaban el rostro, el cuello y su estrés se acentuaba. A algunos profesores y alumnos nos angustiaba verlo en ese estado, aunque, poco pudimos hacer por él. La falta de una pronta respuesta le ruborizaba y su nerviosismo lo manifestaba con una mayor traba en su habla. Desde luego que no faltó el irrespetuoso que se reía o el formador que prefería dar la palabra a otro compañero. Si en mi clase le tocaba leer en voz alta, no lo limitaba, al contario, hacía que leyera. Me acercaba y simultáneamente pronunciábamos el texto, de esa manera, su lectura se volvía fluida. Al terminar, muchas veces sus compañeros le aplaudieran para motivarlo, no faltaba el que lo hacía con burla. Desde luego que se mostraba muy introvertido, no era el típico alumno de una escuela de varones que se llevara con todos sus compañeros o compartiera las bromas pesadas, solo convivía con sus amigos más cercanos. En ese tiempo, no todos los profesores atendían estos casos con interés, algunos podían estigmatizar su comunicación, pensando que se trataba de falta de inteligencia. Las personas que lo rodeaban, ignorantemente especulaban que si se calmaba o se concentraba, podía hablar mejor. Qué lejos estaban de encontrar una solución a su tartamudez. Adolfo llegó a segundo de secundaria, procedente de Oaklawn Academy. Allá era considerado un alumno promedio, sus compañeros

81

no se burlaban y lo trataban bien, pero al regresar a México, fue víctima del menosprecio de sus colegas y profesores. Por ese cambio tan radical, el chico se preguntaba por qué en la academia se había desempeñado como un alumno más, sin embargo, aquí en su país era motivo de acoso. Para evitar la burla de maestros y compañeros, prefería adormilarse y así no le preguntarían, no respondería y sobre todo no lo molestarían. Como frecuentemente se dormía, los profesores pensaban que era un acto de rebeldía, desinterés o mediocridad. Desde luego que no era por desinterés o porque estuviera cansado, reaccionaba así porque no soportaba el acorralamiento de muchos. Julio Fernández, el prefecto de estudios de aquella época, le daba clases de oratoria para fortalecer su comunicación oral, aunque, pocos avances logró en sus habilidades discursivas. Hasta que un día, el mismo alumno le propuso, que la disertación la dijera en inglés. Desde luego que su instructor pensó, que si le costaba trabajo en su lengua materna, mayor sería la complejidad para decirlo en otro idioma. Cuál fue la sorpresa, que al hablar en inglés del principio al final, nunca titubeo. El alumno decía que era como cantar, si se sabía la canción, simplemente la repetía sin duda ni temor. A ingresar a la preparatoria, sufrió un accidente tremendo que le cambió su percepción por la vida. Iba en el auto de uno de sus compañeros de generación y por la falta de pericia del conductor o quizá su imprudencia, se estrellaron contra otro vehículo. Adolfo sufrió

82

múltiples heridas. Tres días permaneció en coma, afortunadamente logró salvarse, aunque, su recuperación fue muy lenta. A partir de aquel trágico percance, donde pudo haber perdido la existencia, según me contó, se operó en él una transformación radical en creencias y actitudes de vida. Ese terrible hecho lo impulsó a luchar con mucha energía por sus sueños. El mismo me contó lo siguiente: -No fue nada fácil lograr lo que deseaba… El resultado de mi examen de admisión reportó que no era apto para las carreras de la Universidad Anáhuac. Según las psicólogas que rechazaron mi ingreso, lo mío eran las artes visuales, en eso sí acertaron. Con una gran recomendación ingresé a la licenciatura de turismo, porque papá no quería que yo estudiara cine, decía que era una carrera de vagos. A los seis meses, me cambié a la carrera de Comunicación y en ese tiempo aproveché las clases de oratoria, pero el día que papá descubrió mi permuta, no le agradó y me quitó todo su apoyo. Ya no tenía coche, tarjetas, dinero; tuve que trabajar para solventar mi carrera, y también me cambié de universidad. No me sería fácil pagar la colegiatura (en la UNUM), afortunadamente me dieron oportunidad de solucionarla poco a poco. Por esos días estudié un curso de actuación, pues era fundamental para poder dirigir la cámara y a los actores en el set. En el quinto semestre de la carrera de comunicación, mis profesores valoraron mis habilidades para contar y narrar historias, así como el uso que le daba a la cámara y eso me motivó demasiado.

83

Definitivamente, mi perfil estaba bien orientado hacia el cine. Poco después tuve la fortuna de conseguir que la NYFA (New York Film Academy) me diera la beca: “Lionel Richie Scholarships”; ya que la obtuve, se la mostré a mi papá y no le quedó más remedio que conceder lo que deseaba para mi vida profesional. Desde entonces me aboqué a lo mío y dejé temporalmente la carrera de comunicación para estudiar dirección de cine durante dos años en Nueva York. En la época, en que Adolfo estudiaba en la UCLA, su problema de tartamudez se agudizó de repente y, preocupado por ello, buscó alternativas, haciendo ejercicio, pesas y practicando la bicicleta, pero no hubo ningún resultado. La yoga fue la mejor alternativa, apenas empezó a practicarla, vio cambios inmediatos. No obstante, aún no entendía por qué se complicaba su expresión oral; quería descubrir por qué era tartamudo. Qué lamentable fue haber escuchado de algunos psicólogos mexicanos que lo trataron muchos años, que su problema había sido creado por una probable violación durante su infancia. ¡Cuánto desconocimiento!, ahora descubría que su dificultad no era algo creado, sino una condición de su nacimiento. En UCLA, se inscribió en una materia titulada: “Alexander Technique”, una asignatura que tenía que ver con la actuación y el fluir del ser para realizar cualquier tipo de actividad. Gracias a ese curso, cambió completamente su percepción sobre la tartamudez. Entre la yoga y el curso se gestó un cambio significativo, por fin pudo comprender que su problema era corporal y que lo adquirió por la herencia genética.

84

Aquella disciplina le enseñó a identificar cada órgano de su cuerpo, a entrar en relajación, a conectar todo su organismo y analizarlo para: actuar, jugar golf, tocar un instrumento, usar una cámara o incluso manejar. A partir de esas experiencias, comprendió que siempre sería tartamudo; aunque, controlando la respiración y el cuerpo, le vendría la fluidez al hablar. A su regreso, continuó sus estudios, pero ya tenía muy claro que sería director de cine y, a esta actividad se ha dedicado su vida profesional. No obstante, por su problema de comunicación, nunca dejó de prepararse. En la UNUM, contó con profesores que le exigían demasiado y no por ello se desalentó, al contrario, sintió que lo impulsaban para continuar adelante. Hace muy poco, lo invité a la Secundaria Cumbres a una entrevista delante de todos los alumnos y fue muy exitosa su charla. Si bien el problema del lenguaje continúa, no fue un obstáculo para que su plática fuera un éxito y un aliciente para los jóvenes. La mejor parte de su mensaje fue que se mantuvo firme para lograr lo que se había propuesto en la vida y que hacía su trabajo con gran placer. Hoy, es un fotógrafo no alineado, rebelde y muy creativo. A la fecha, ha realizado más de 80 producciones, incluyendo: cortometrajes, largometrajes, videos musicales y comerciales. Ha participado como juez en el concurso de fotografía de “National Geographic”: “Luces de América”.

85

Su experiencia se ha difundido en más de 15 casas productoras en México y en Estados Unidos. Su preparación se inició desde niño, con una cámara que le regalo su papá. Fito Pardo se ha desarrollado en las mejores escuelas de cinematografía de Estados Unidos y ha sido entrenado por un grupo Elite de cinematógrafos y directores internacionales. Una de las grandes recompensas que recibe un profesor, es conocer sobre los logros y éxitos de sus alumnos, pero en especial el de aquellos jóvenes que han llegado a triunfar a pesar tantas dificultades que enfrentaron. ENRICO: El nombre no corresponde con el personaje real y lo presentó así, para no herir susceptibilidades. Solo puedo asegurar que fue uno de esos alumnos, que se recuerdan con cariño por su carácter y su forma particular de ser. Con los profesores era muy respetuoso y fácilmente llegaba a granjearse su amistad, no obstante, era un golpeador tremendo con sus rivales. Desde el primer grado, se ofrecía a ser el “zapeador” del salón. Algo nada frecuente para un alumno de su edad, era que se enfrentaba a golpes con los peleoneros de tercer grado. En calificaciones no destacaba, no obstante, se le reconocía por sus habilidades pugilísticas como ningún otro alumno que yo recuerde.

86

La historia de Enrico había sido muy adversa, en su infancia sufrió el fallecimiento de su padre en un espantoso accidente; lamentablemente también sus familiares sufrieron lesiones terribles. Sus compañeros contaban que él había sido el único ileso y que había ayudado a rescatar a los heridos. El hecho impactó tanto en su ánimo, que durante el quinto grado de primaria, dejó de comunicarse. Padeció un mutismo selectivo que duró cerca de un año. Tanta era su pasión por el box, que tuvo de entrenador a un excampeón mundial. Me llegó a comentar, que en una ocasión, les pagó a unos soldados de la SEDENA para que se enfrentaran con él. Desde luego que sus rivales pensaban, que con unos cuantos golpes lo vencerían, aunque, resultó lo contrario; recibieron una tunda tremenda. Muchas veces, cuando cursaba el segundo grado, hablé con Enrico, tratando de orientarle para suavizar su carácter ardiente, sin embargo, nunca obtuve una reacción positiva. Sin ningún fundamento, llegué a creer que su violencia, era una respuesta a la tragedia que en su infancia había sufrido. En los recreos o en la salida de clases, ahí estaba, dándole su merecido a los que según él, lo habían agraviado. Cierta vez, quise detener una de sus peleas. Intenté colocarme entre los rijosos, pero a cambio me encontré con una mirada llena de furia, que francamente confieso, me asustó. Con ese miramiento de odio, me dijo: -¡Quítese profesor!, porque no respondo.

87

En el forcejeo, caí entre los alumnos espectadores, quienes ayudaron a levantarme, mientras Enrico daba una tanda de golpes a su rival. Los instigadores aseguraban que me había golpeado, hecho que definitivamente nunca ocurrió. Otra vez, como en muchas ocasiones, Enrico sería expulsado… Finalmente concluyó la secundaria y en preparatoria continuó practicando sus lides pugilísticas. Como suele ocurrir, los alumnos egresan y rara vez vuelven a su colegio, aunque, inevitablemente lleven muy dentro sus gratos recuerdos. Después de muchos años, lo encontré fortuitamente; recibí a cambio un fuerte abrazo y todo su reconocimiento por haber sido su profesor. Por esas fechas, estaba a punto de casarse y me aseguró que pronto recibiría la invitación para que asistiera a su boda. Invitación que a la fecha nunca llegó, aunque, no hizo falta para conservar de aquel alumno, amigo y golpeador, un muy grato recuerdo. Gracias a las redes sociales, le envié un mensaje y me respondió. En sus pocas palabras, detecté algo de emoción, con ese ánimo me comentó que sus hijos ya estudian en el Cumbres y que pronto me visitaría. Enrico es de aquellos alumnos, a quienes los profesores recordamos con mucho cariño. SALVADOR VILLALOBOS Definitivamente, los excelentes alumnos se recordarán gratamente y este es el caso de

88

Salvador. Un joven serio, respetuoso como pocos, atento, trabajador y con un gran liderazgo natural. Muchos años había dejado de verlo y lo reencontré fortuitamente en un restaurante en compañía de varios de sus compañeros de escuela y de toda la vida. Los rostros juveniles de aquellos chicos secundarianos, se habían arreciado después de cerca de treinta años. Aún recordaba a esos alumnos de la primera generación que empecé a educar en el Cumbres. Desde entonces, he recibido en diferentes momentos su invitación para acudir a comidas de aniversario de aquel grupo y ha sido muy grato reencontrarme con mis expupilos. Hace poco asistí a la celebración de treinta y cinco años de haber egresado de preparatoria, aunque, a ellos los tuve en primero o segundo grado de secundaria. En ese festejo, me reencontré con exalumnos, hoy hombres de empresa, profesionistas, uno de ellos un religioso, la mayoría padres de familia, abogados, arquitectos, artistas, empresarios, divorciados y mucha variedad de trabajadores. Eran los mismos que don José Antonio Méndez me había dicho muchos años atrás, serían los que estarían dirigiendo al país. Cuánta razón tenía aquel directivo… Hace algún tiempo invité a Salvador, a que nos diera una plática sobre la influencia de su colegio para la labor que hoy realiza y fue una charla muy exitosa. En ella reconocía que la formación académica y espiritual que había recibido en su colegio, le había llevado a desempeñarse con valores en su labor profesional. Hoy es el Presidente Ejecutivo del Consejo de la Comunicación, Voz de la

89

Empresas. Durante muchos años, el CC ha difundido campañas de beneficio social, como la educación, combate a la pobreza. Lo valioso de esta institución es acudir a las causas y no solo mitigar las consecuencias. En ese aniversario, en el Club de Empresarios de Bosques de las Lomas, Billy, como es conocido por sus compañeros, sigue siendo el líder positivo que invariablemente fue desde sus años mozos. Hace varios años, tuve de alumno a su hijo y con mucho agrado pude comprobar que llevaba los mismos valores y el ejemplo de honestidad de su padre. MANUEL RODRÍGUEZ DÁVALOS Hace poco tiempo, uno de mis alumnos se indignó porque le dije otro apellido: -¡Rodríguez Dávalos!, ¡deja de estar hablando y ponte a trabajar! -¡No soy ese!, ¡yo soy Rodríguez de la Gala! Después de callarlo y exigirle que trabajara, medité que era el apellido de un exalumno de muchos años atrás, que se remontaba hasta la década de los años ochenta. Con ese pequeño detalle, me di cuenta que mi memoria a largo plazo se mantiene y la de corto plazo se limita a periodos breves; qué fácil olvidar el apellido de un alumno actual y recordar a otro de tanto tiempo atrás. Lo extraordinario fue, que unos días después, revisando mis correos y el facebook, me encontré con Manuel Rodríguez Dávalos y le escribí

90

para contarle que lo mencioné aquella mañana. A cambio de mi mensaje, obtuve de respuesta unas palabras emotivas que me llenaron de satisfacción, textualmente lo transcribo: -Profesor Romero: nunca hay edad para dejar de enseñar… Yo también menciono su nombre a mis hijos, dos o tres décadas después. La huella que dejó en nosotros es permanente y ha marcado la diferencia de muchas vidas (por cierto, aún uso mis tarjetas bibliográficas a diario, aquellas que usted me enseñó). Es un orgullo para mí, llamarme su alumno y alumno del Instituto Cumbres. Gracias por sus enseñanzas. Ahora que trabajo en la docencia, sé que no es fácil (quizá uno de las labores más difíciles), pero qué satisfacción más grande es ser maestro. En los momentos que escribo estas líneas, observo en su página que tuvo un gran desarrollo profesional. Manuel es un trasplantólogo en USA, estudió en Recanati/Miller Transplantation Institute, vive en Woodbridge, Connecticut, es profesor de Yale University. Además de su bella labor médica, participa en eventos que permiten recaudar fondos para los trasplantes. Es también un activista en la educación y toma de conciencia sobre la donación de órganos de la organización: “Donate Life, Connecticut”.

91

Un profesor de vocación se vacía en sus clases, da lo mejor de él mismo, constantemente busca que sus alumnos aprendan lo que requieren y espera que lo superen, por eso comparte lo que sabe. Cuando conozco sobre los logros de mis exalumnos, como el caso de Manuel, me lleno de orgullo porque compruebo que valió la pena participar en su formación escolar. JOSÉ ANTONIO RUY DÍAZ REYNOSO Desde que lo tuve de alumno, me llamó la atención su apellido: Ruy-Díaz, pues en la literatura medieval que cursaba en la universidad, era obligado leer y analizar el Poema del Mío Cid, (Rodrigo Díaz de Vivar: Ruy Díaz), sin embargo, por aquellos tiempos, nunca le

pregunté el origen de su apellido. A tantos siglos de distancia de la vida de aquel héroe, imaginé que sería muy difícil determinar tan remota ascendencia. Pasaron treinta y cinco años para que le diera clases a su hijo Sergio y volviera a tener contacto con José Antonio. Uno de los proyectos, que realizo con mis alumnos, es la elaboración de su novela familiar, en ella escriben la historia de sus antepasados. Cuando su hijo me llevó el árbol genealógico,

caí en la cuenta de que verdaderamente descendía de aquel personaje histórico.

92

Después de la presentación de mi novela: “Siguiendo a Margot”, José Antonio me contrató para que narrara la historia de su padre y de su abuelo. Durante todo el 2015, me di a la tarea de escribir la novela biográfica de su familia: “Si Rodrigo Viviera”, la edición fue limitada, pero hoy se puede adquirir en Amazon Books, la más grande editorial de comercio electrónico. José Antonio heredó de su padre el interés por conocer sus orígenes y preservarlos. La historia del Cid y de su familia, me la contó en su propia voz porque desde niño ha sido un aficionado a la investigación de la historia de España. Nunca imaginé, cuando llegué al Cumbres que realizaría un trabajo como este, y menos, cuyo protagonista fuera uno de mis exalumnos y que además, fuera de la primera generación que atendí en las aulas del Instituto, hace apenas 38 años… José Antonio es un médico destacado que coordina la carrera de medicina de la Universidad Anáhuac, que tiene un gran espíritu solidario, apoyando a Cáritas y a otras obras sociales. Es miembro de varias academias en México, América y Europa, pero principalmente es un exalumno extremadamente respetuoso, buen padre, esposo y un gran amigo para mí.

93

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO XII

ENTRE BROMAS, CLASES Y PAMBAS

Me complace mucho compartirles esta narración, quizá prosa poética plena de sentimiento, misma que escribí hace algunos años después de una comida tertulia con exalumnos. Hace no más de cinco lustros, a finales del siglo veinte y en un lugar donde sí quiero acordarme, estudiaron en el “Cumbres”, un colegio de prestigio, cientos de imberbes que hicieron de las clases: un juego, un deporte, algo serio o un desmoche… Seguramente te acordarás lo que viviste en las aulas hace tantos años: las pambas, el calzón chino, la silla eléctrica, las arañas, el borradorazo o la regla pedagógica, sin que existieran las demandas ni reclamos de tutores querellosos.

94

¡Ah de aquellos días! Entre racimos de ceros, que botaba un músico canoso, frente a la broma dominante del “Teacher Carnitas”, la regla implacable de “Patiño”, las pambas en desbandada de cualquier clase o la huida en manada, perseguidos por el cinto, de quien fuera director… de todas esas memorias brotan gratos, cientos, miles de recuerdos. En las aulas del colegio, fueron: “enseñados, educados y formados” por mentores conocidos por apodos o apellidos renombrados. Desfilaron con nostalgia muchos nombres: los “Grandío” (Eugenio y Eduardo), los “Castillo” (Mike, “El Carnitas” y Óscar), Juventino, Mendizábal, Pinto o Rosas, Montiel, Julio Fernández, Noriega, Partida, “Tatú”, Barreto, “Cebú”, Sauza, “Charro” o “Huarache”, mas disculpen los omitidos, pues serán bien recordados, como muestra de homenaje por la huella que dejaron, en aquellos sus pupilos. Nunca olvida mi memoria a esos locos chamaquillos, que aún están presentes: los Garza Cabañas, que eran muchos, o los Rojas Osa, en la misma proporción, ya los Eduardo (Capetillo), padre e hijo y que decir del Emilio (Azcárraga), del Pepe (Bastón) o el Bernardo (Gómez) tan reconocidos en la televisión. Famosos o virtuosos, amigables camaradas, exalumnos de prestigio o notables por su estima. En el cine (Kuno Becker), en las noticias algunos secretarios (Juan Millán), políticos (Adrián Rubalcaba), en el arte a muchos destacados (Pinto o Bonnet), en los negocios (los Villamayor o los del Valle). En mis memorias de repente aparecen aquellos rapaces de

95

mis clases, son recuerdos inevitables de aquellos que por mis aulas se pasearon. Y llegando a concluir, yo les quiero confesar, estimados exalumnos, que el salario del docente a la vuelta de los años, bien recibe de intereses, el saber que valió la pena, invertir en su futuro… Nunca olvida un profesor que las muestras de cariño de quienes fueran sus pupilos son jornales bien habidos en las lides del saber.

96

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO XIII

PROFESORES DE ANTAÑO

Existió una generación de nuevos profesores que ingresamos al Instituto Cumbres a finales de la década de los años setenta o principios de los años ochenta y que alternamos con los educadores de mucha antigüedad, pero que también hicimos o dejamos historia. Las escuelas permanecen, los alumnos se cambian, los mentores se pensionan o fallecen, pero los recuerdos, afortunadamente subsisten. EFRÉN PARTIDA Pertenecía al Antiguo Testamento (profesores de mucha experiencia), daba la materia de Geografía”. En los años setenta surgió un medicamento antigripal para niños y su lema era: “Para el adulto chiquito” y, como Efrén era delgado y bajo de estatura le apodaron: “El Desenfriolito”. Más de veinte años conviví con mi compañero de trabajo hasta que se pensionó en el año de 1999.

97

Cuando conocí a Partida, su cabello era obscuro, al retirarse, las canas lo habían invadido. Los veinte años que me llevaba de experiencias, parece que transcurrieron tan velozmente que fueron imperceptibles en mi vida… aunque, las memorias no perecen fácilmente y menos si se escriben. Fue egresado de la carrera de Ciencias Políticas de la UNAM y muchos años firmó como director técnico del Instituto del Bosque. En el turno vespertino trabajaba como subdirector y luego director de una escuela de la SEP. Laboró en el Cumbres treinta años, suficientes para lograr su pensión. Muchos exalumnos aún conservan sus apuntes, que incluían dibujos y mapas que elaboraban con gran detalle y que solían empastar como trabajo final de la materia de Geografía Física y Humana. Uno de los mejores recuerdos que aún conserva de su excolegio, se remite a un hecho muy simple, pero muy significativo. Durante los recreos, le gustaba asistir a la comunión y los alumnos que lo veían con frecuencia, el día que faltaba le decían que lo habían echado de menos, eso le llenaba de satisfacción y le animaba a comulgar con regularidad, cosas que no cualquier profesor realizaba en esos años. En cierta ocasión, que platicábamos por teléfono, me rememoraba un momento de mucha tristeza; la pérdida de uno de nuestros alumnos que se apellidaba Herrera. El chico se había quedado solo en su casa, mientras sus padres habían asistido a misa. Como padecía asma, le vino una crisis, pero su medicamento se había consumido y lamentablemente falleció. Tristemente nos enteramos de la noticia al

98

inicio de las clases, lo habían encontrado con un bronco dilatador vacío entre sus manos, el medicamento se había agotado. El trabajo que el chico había preparado para la materia de Geografía, tenía tanta calidad que el profesor le pidió a su padre, le permitiera conservarlo como un recuerdo grato de su buen alumno, pero los señores con todo el derecho, prefirieron conservar aquellos apuntes que su hijo había preparado. No se quedó con las prácticas, pero sí con la bella remembranza de un buen chico que falleciera a tan temprana edad. A propósito del sepelio del chico, fue el único funeral de un alumno al que llegué a asistir. Si mal no recuerdo, acudí con unos cuantos alumnos a su despedida, fue un momento muy triste pues era un chico valioso, al que dejamos de ver en la flor de su vida. El profesor Partida, hace muy poco enviudó. En diciembre de 2015 sufrió un infarto al que logró sobrevivir. Le operaron a corazón abierto y a sus ochenta y un años, continúa muy activo. En estos tiempos, a Efrén lo embarga la tristeza por haber perdido a su esposa, no obstante, continúa realizando labores de voluntariado, visitando a enfermos en hospitales. SERGIO PATIÑO: La clase de Dibujo y de Artes Plásticas no solo tuvo de profesor a un exalumno del Cumbres, sino a un docente muy capaz. Fue egresado de la carrera de diseño de la Universidad Anáhuac y sabía

99

manejar con mucho dominio diversas clases de materiales. Su especialización como escultor en miniatura, le hizo merecedor de reconocimientos internacionales en algunos certámenes. Su labor profesional abarcaba también la restauración de obras de arte. El puesto lo desempeñó con mucha eficacia y su clase tenía gran prestigio porque él mismo era un personaje muy creativo y versátil.

Conocedor de la indisciplina de los alumnos, sabía dominarlos con los juegos o bromas de aquellas épocas. La regla de dibujo era su mejor instrumento para generar orden en su taller, lo mismo le permitía que realizara los trazos en el pizarrón que delineara las normas de conducta a los guerrosos. Un reglazo colocado detrás de las rodillas era el mejor antídoto

para los chicos insurrectos. En una ocasión, la mamá de un alumno llegó a la dirección y pidió entrevistarse con Sergio, otro profesor que ya no recuerdo y conmigo. La señora acudía en plan conciliador, pues sabía que su hijo era muy desobediente, pero quería enterarse porque había regresado a su casa con la regla marcada, con un chipote y moretones. La pena nos embargaba porque augurábamos que venía a reclamar sobre la forma en que habíamos disciplinado a su hijo. El castigo físico de los años ochenta, infringido por los mismos alumnos, era una práctica que se realizaba con frecuencia y muy rara vez los alumnos se quejaban. El incidente ocurrió porque Sergio le había advertido que no estuviera molestando a sus compañeros y, como hizo caso omiso de la

100

indicación, lo sorprendió en el momento que le aplicaba una llave a un chico que estaba trabajando. Al encontrarlo de espaldas, le aplicó la pedagógica (así le llamaban a la regla correctiva) y el guerroso solo así se calmó. Más tarde, en mi materia (Español), sus compañeros le aplicaron una pamba porque no dejaba de interrumpir durante la lectura y, con el otro profesor, por no trabajar y gritar majaderías, se ganó el “tenis” (el castigado pasaba al estrado y los alumnos le aventaban los tenis a donde le atinaran). El alumno aceptó delante de su mamá, que era verdad lo que sus profesores afirmaban y, ante todos, se comprometió a cambiar sus actitudes de indisciplina; promesa que claro solo cumplió un par de días, porque concluyó la secundaria sin la carta de buena conducta. En ese tiempo, los mismos padres apoyaban los castigos físicos, pero si esto hubiera ocurrido en la época actual, los tres adultos hubiéramos sufrido una demanda por maltrato escolar. Si trabajaban con semillas, llegaban a reproducir cuadros religiosos con las tonalidades de una pintura, desde luego que hubo trabajos de gran calidad, frente a la simpleza de otros que no merecían una calificación aprobatoria en la materia. Los grabados en madera (tipo José Guadalupe Posada) o las esculturas que realizaban con gubias eran trabajos escolares muy bien logrados, pero que invariablemente daban por resultado accidentes y lesiones en los irreflexibles alumnos.

101

Él había sido alumno de muchos de los profesores expertos del Cumbres y conocía muchas personalidades de la organización. Desde luego que tenía muchas virtudes en el gusto por el arte y el conocimiento de la historia de las artes. Coleccionaba monedas, billetes y filatelia e invertía lo bastante en la compra de las piezas que le hacían falta. Los alumnos de sus cursos llegaban a crear verdaderas obras de arte con palillos, semillas o diversos materiales que el profesor les exigía que emplearan. Desde luego que primero les modelaba lo que debían realizar y los inducía para crear trabajos de gran calidad. Recuerdo haber observado muchos de sus trabajos en palillos de dientes que podrían ser reproducciones en miniatura de todo tipo, como la Torre Eiffel o el Coliseo Romano.

Estoy seguro que esta remembranza la recordarán muchos exalumnos… para el examen final de la materia de dibujo de imitación, el profesor colocó su Ford Topaz en medio del patio y los alumnos

se sentaron alrededor para observarlo y reproducirlo a lápiz. Por cierto, ese año se había ganado el auto en un concurso de la Cruz Roja. Sergio Patiño era muy aceptado y reconocido por sus estudiantes y compañeros de trabajo. En esos años, aún no se casaba y cursaba en la Universidad algún posgrado de su carrera. Los que lo conocíamos, lo aceptábamos como un buen compañero y amigo. Aunque como profesores jóvenes, muchas veces replicábamos los

102

comportamientos de los alumnos con bromas y un lenguaje muy coloquial en nuestra forma de llevarnos. Llegó el día que se retiró porque sus clases las concentraría en la Universidad Anáhuac y así lo hizo, pero dejó un grato recuerdo en todos aquellos que con él tuvimos un buen trato. Definitivamente fue y sigue siendo un profesor por vocación, un conocedor de su materia y hábil modelador de los trabajos que pedía a sus alumnos. Hoy continúa impartiendo sus cursos de taller en la Universidad. En algunos veranos hemos coincidido con él, aunque, las canas ya nos han invadido y los años también, así como han pasado por nuestras aulas muchas generaciones de alumnos. EUGENIO GRANDÍO Fue un exalumno del colegio, desde la primaria del Cumbres, hasta la Universidad Anáhuac. Lo conocí cuando apenas concluía su carrera. Durante un par de años se desempeñó como prefecto de disciplina y a pesar de su juventud, ejercía muy bien su papel como autoridad disciplinar. Estoy seguro, que muchos de los pupilos de aquellos años recibieron los correctivos necesarios para mejorar su actitud frente a los profesores. Posteriormente realizó acertadamente las labores de subdirector de la secundaria. Su carrera dio un rápido ascenso, cuando se desempeñó como director del Instituto Cumbres de Saltillo. Muchos años después, regresó a la ciudad de México para ocupar

103

puestos directivos importantes en la regencia educativa (CAP, hoy ICIF) de los colegios legionarios. JOSÉ LUIS NORIEGA

Este señor profesor y gran amigo se desempeñó como: prefecto de disciplina, docente de Civismo, Geografía, Español, Actividades Estéticas, Historia, Prefecto de Estudios, y concluyó sus labores en la Secundaria Cumbres como asistente del director. Antes de retirarse del colegio para fungir como director del Instituto Cumbres de Cancún, me legó el micrófono para organizar las

actividades culturales del colegio, recuerdo que dijo: -No sé, pero tú como Coordinador Académico serás quien deba organizar los eventos frente a los padres de familia. Y así fue, no había alternativa. A pesar de mis inseguridades, tuve que sobreponer mis nervios ante auditorios de más de quinientas personas, entre alumnos y padres de familia. Debía ser el maestro de ceremonias en los concursos de español, teatro, pantomima, cierres de cursos y otras actividades del colegio. José Luis me promovió laboralmente en diferentes momentos y circunstancias, por su intervención estuve nominado para ocupar la dirección en algunos colegios legionarios, pero estaban tan distantes de la capital, que nunca me atreví a trasladarme a tan remotos

104

estados. En los cursos de capacitación, que se impartían en la provincia mexicana, regularmente me incluía, (al igual que Julio Fernández) en el equipo de capacitadores. El adiestramiento a profesores de Español durante los veranos y en los colegios legionarios fue una actividad muy placentera en la que participé durante más de diez años. Gracias a su reconocimiento por mi trabajo, cuando viajamos a Roma en 1991, fui patrocinado para que llevara a mi grupo de teatro sin que pagara un solo cargo. No se puede olvidar la experiencia de aquel viaje por el cincuenta aniversario de la fundación de los Legionarios de Cristo. Él me recordó para elaborar este capítulo los momentos gratos que disfrutamos cuando estábamos haciendo escala en Madrid, frente al "Oso y el Madroño" con un frío irresistible, así como los paseos en la "Ciudad Eterna” en compañía de alumnos, profesores y padres de familia. En otros momentos llegué a trabajar en diferentes proyectos que coordinaba en conjunto con el padre Méndez, y que él me proponía, siempre confiando en mi desempeño. Actualmente se desempeña como coordinador del programa de cursos de mística en el departamento de formación del ICIF, a donde también me invitó a trabajar, pero solo estuve apoyando las labores, cerca de un semestre. José Luis es uno de los compañeros de trabajo a quien se lleva presente por su amistad desinteresada, su grata diplomacia y buen trato con las personas. LOS JUBILADOS

105

El primer profesor que se jubiló en la historia de la secundaria Cumbres por su antigüedad, fue el profesor Juan Solá Mendoza, se retiró a los sesenta y cinco años, pero siguió activo en otro colegio. En ese orden continuó el profesor Miguel Castillo Pimentel, dejó de trabajar a los sesenta y cinco años. Falleció cinco años después de sufrir un infarto cerebral. El tercer jubilado fue el profesor Barreto, ya que cumplió la edad necesaria. Dejó de existir por un infarto al corazón. El cuarto profesor pensionado, con treinta años de servicio, le correspondió a Camerino Bernal, impartía mecanografía y posteriormente inglés. Efrén Partida, trabajó treinta años como geógrafo, ocupó el quinto lugar en el orden de los docentes retirados del Cumbres, aún disfruta de sus días haciendo ejercicio y apoyando en hospitales como voluntario. El sexto profesor a punto de su retiro, soy yo, logrando trabajar treinta y ocho años ininterrumpidos en la Secundaria Cumbres México. Si me pidieran cuantificar el tiempo transcurrido, me ha resultado tan breve, que parece fue ayer cuando llegué a estas aulas de las que próximamente me ausentaré. Me dedicaré de lleno a la escritura de las novelas biográficas que realizo y a los proyectos literarios que están por venir.

106

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO XIV

LA CASA EMBRUJADA Pasaron más de veinte años, sus rostros habían cambiado, eran diferentes, aunque en esencia los mismos. Los dejé de ver siendo unos imberbes de secundaria y cuando mi barba aún era negra y no ceniza como la tengo en la actualidad. Los reencontré en una comida escolar que pronto se convirtió en tertulia de copa y tabaco. Eran ellos, mis ex alumnos de apenas ayer. A muchos los reconocí, pero hubo varios a los que les pedí que me recordaran su nombre, apellido o apodo. Fue una tarde muy grata, un regalo de recuerdos de buenos momentos y grandes travesuras. Nunca imaginé en mis inicios docentes, que el tiempo me redituara tantos abrazos y reconocimientos verbales de quienes me escucharon en las aulas. Fue como una tarde homenaje de discípulos agradecidos. Esa vez, descubrí un mundo de historias en cada uno de ellos; muchas profesiones, caminos y vocaciones. Óscar Lara me confesó varias de sus travesuras, fue él quien hábilmente encontró los cables de la chicharra que marcaba los recesos y la salida de clases. Durante una semana, los recreos se adelantaron varios minutos y las

107

clases terminaron antes de lo habitual. En el colegio, se revisó el reloj y se cambió a un sistema automático, pero la alarma seguía fallando para beneficio de los alumnos. Por fin, descubrieron la falla, el caso fue muy sencillo, una tapa metálica contigua a la banca de Óscar y unos cables pelados que al juntarse accionaban el timbre escolar. La solución: una expulsión con trabajo escolar en casa y asunto arreglado. Tuve muchos regalos a la memoria, aunque, hubo uno muy dramático que había olvidado. Juan Pablo me lo recordó, él fue una de las víctimas de la tragedia. Transcurría un viernes, cuando la euforia del inicio del fin de semana, llevó a un grupo de estudiantes recién egresados de secundaria a encontrarse en la “Casa Embrujada”, una antigua residencia con prados llenos de hierba, aspecto lúgubre y abandonado. Muchos jóvenes la conocían, algunos hasta se habían brincado, buscando aventuras, pero las sombras o las luces provenientes de algún lugar les obligaba a salir corriendo. Algunos contaban que se escuchaban gritos y reclamos de entes que les hacían huir en polvorosa. Las historias de la casa embrujada eran conocidas por los jóvenes de la zona, muchos se acercaban tan solo para asomarse a su interior. La fantasía de varios aseguraba que se prendían y apagaban las luces y que se veían toda clase de espectros entrando o saliendo de la vivienda. Hubo intrusos, que en estado de ebriedad, arrojaban las botellas vacías al interior y huían a toda velocidad. Juan Pablo me dijo:

108

-Fue la hora y el día en que nunca debimos estar en ese lugar. Se conjuntaron el destino y la mala suerte y en ese nexo ocurrió lo inevitable. Antes de partir a una fiesta y a punto de obscurecer, se quedaron de ver afuera de la casa. Primero llegó un auto, luego otro y tal vez otros dos más. El sonido de los estéreos de la música del momento era muy estrepitoso. El ruido, pudo haber sido la señal para que los dueños de la vivienda, se pusieran alertas esperando que invadieran su propiedad. Afuera, quizá una docena de jóvenes de bachillerato, se ponían de acuerdo para divertirse esa noche de viernes. El escándalo que provocaban no resultó nada agradable para la anciana y su hijo (de edad madura) que habitaban la residencia que fuera de un gran general finado. Sin sospechar ni temer, los muchachos estaban en sus arreglos, mientras los dos habitantes indignados, se disponían a vengarse de los majaderos e impertinentes que solían invadir su propiedad y que les creaban problemas. Un rifle que fuera del general sería su defensa… Ninguno de los muchachos se ocupó de molestar. Donato se hallaba sentado al volante de su auto, solo esperaba a que sus amigos acordaran el plan de esa noche… Con el ruido de la música, fue apenas perceptible la detonación del arma. El disparo fue certero, desde una de las ventanas abiertas, que nadie advirtió, salió el mortal proyectil. Donato, sin saber lo que pasó a su alrededor, quedó recargado sobre el volante y cerró los ojos para siempre, Juan Pablo, quien se hallaba junto a su amigo

109

fallecido, sobrevivió para contarme los hechos de aquel trágico momento. Termino esta narración, agregando, lo que líneas atrás me dijera Juan Pablo: -Fue la hora y el día en que nunca debimos estar en ese lugar.

(Fotografía ilustrativa)

110

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO XV

CASIS “EL CINCO” Este cuento lo escribí hace cerca de veinticinco años, cuando no imaginaba que algún día dejaría la docencia y menos que llegara a recibir mi pensión laboral, pero estoy a punto de retirarme y queda esta historia muy a propósito como otro de los capítulos de mis memorias. Esta narración surgió como una parodia, antónima del cuento titulado: “Cartas contra la Autoridad”, de Esther Charabati. En él, después de muchos años, un alumno juzga el rígido papel de un profesor y sus ironías, pero yo quise hacer un remedo contrario, de cuando un profesor se enfrenta con un alumno extremadamente difícil. Aclaro que el personaje de mi historia es ficticio, no obstante, puede haber una gran coincidencia con jóvenes rebeldes que a muchos nos sacaron o nos siguen sacando canas verdes. …¿Sabes querido alumno? Ayer te recordé, justamente cuando recibí el primer cheque de mi pensión. Llegaste a mi memoria, saliste espontáneamente del baúl de los recuerdos que prefería olvidar. Generalmente los profesores recordamos a los alumnos más brillantes o a los más inquietos, nos olvidamos de los intermedios y preferimos

111

borrar de la memoria los casos difíciles como el tuyo, pero hoy te recordé, el más complicado de muchos.

Ocho lustros después de trabajar en las aulas y a punto de pensionarme, en retrospectiva apareciste. Nunca olvidaré esa cara burlona que expresabas cuando te conocí. Será porque advertiste mi novatez y mis palabras poco rígidas para exigirte que callaras. Fuiste capaz de gritarme el apodo que estigmatizó mi carrera docente, la risa de los alumnos brotó natural y creo que yo también sonreí o eludí el tema... han pasado tantos años que aún recuerdo aquel momento.

(Fotografía ilustrativa)

Nunca pude contigo, te dormías cada que querías, tu indómito carácter te exigía discutir por todo y en cualquier momento. Y ante faltas graves de respeto, lo reconozco, nada te detenía. ¿Recuerdas ese día?, yo discurría sobre el Poeta Manuel Acuña, mientras y sin importarte, te dormiste. Al observarte, pedí que te despertaran, obviamente te interrogué y exigí tus apuntes. -Ya ve, usted no me quiere, para qué escribo los apuntes si bien que lo escuché. Usted nada más busca afectarme, ¿por qué me da

112

ese reporte?, ¡sólo quiere que mi papá me siga castigando!, ¿para qué escribir, si siempre lo atiendo?, no me duermo, yo lo escucho. ¿Le digo qué estaba diciendo?, ¿por qué me saca?, ¡hágame caso, le estoy hablando!... Es usted un hi… Ante tales respuestas, confieso que ya no quise saber nada de ti; te expulsé, dijiste que no te saldrías. Desesperado, grité que no hicieras nada, que no me importaba, es más que no tenías ningún reporte y que hicieras lo que fuera. El mismo grupo de tus compañeros, coreaba que te sacará. Confieso que no supe que hacer contigo. En tres décadas, nunca volví a tener un alumno como tú... Solo “Pacheco”, pero eso es otro cuento... El tercero de secundaria hizo crisis en tu carácter, profesores y alumnos hacían querella de ti, ese famoso “cinco” de la lista del tercero E, era idéntico a tu desempeño académico... ¿Cuántas canas en ti invertimos?... Cuántos profesores deseamos tu expulsión por majadero y prepotente, pero esta nunca se dio. Muchos años después, supe que te habías titulado como jurisconsulto, que estudiaste varios posgrados en el extranjero y que te hiciste político del gobierno. Hasta ahora reparo el porqué de tu recuerdo… Veo que mi cheque tiene tu nombre, la firma del Director General del IMSS. Por lo menos, después de tantos años, veo con agrado que la inversión en ti tuvo buenos resultados... Si algún día te encontrara, te diría: -Estimado exalumno… Si me debes, nada te reclamo...

113

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO XVI

EL GRUPO DE TEATRO

Para dedicarme a la academia vespertina de teatro del Instituto Cumbres, renuncié a la secundaria de la SEP. Me consideraba un afortunado porque me pagarían por realizar una actividad que me agradaba bastante. En ese trabajo diversión puse en práctica mi habilidad y creatividad para escribir o adaptar obras de teatro, tomando ideas de: películas, cuentos o novelas cortas. Es tarde para arrepentirme, si hubiera seguido trabajado en la SEP, me hubiera pensionado hace once años. Existen muchos exalumnos que integraron el grupo de teatro y con quienes realicé una grata amistad que subsiste después de muchos tiempo. Durante más de quince años, presentamos obras en asilos para ancianos, en reclusorios, en el Desierto de los Leones,

114

pastorelas en el colegio e incluso en teatros comerciales en funciones gratuitas para todo público.

-o- Un terrible susto me llevé en una tarde de ensayos, cuando un alumno se me quedó hipnotizado. Acostumbraba relajarlos con una técnica muy similar a la que se emplea para la hipnosis. Ese día, a uno de los chicos, lo dejé sin querer en un profundo sueño. Les había pedido que imaginaran un bosque lleno de naturaleza, que escucharan el canto de los pájaros y el fluir del agua de un río; que observaran en su mente el color del cielo, y sintieran el viento en conjunción con el calor del sol. Antes de concluir el ejercicio les pedía que regresaran al salón, que tallaran sus manos, se estiraran y que dieran un fuerte grito. Seguramente olvidé o me salté un paso del proceso y el hipnotizado (Ricardo García Zetina) permaneció inmóvil. Como pensé que estaba jugando, porque eran muy frecuentes sus bromas, les pedí a sus compañeros que le dieran una pamba si no se levantaba. Contamos hasta tres y no se movió, por tanto sus colegas, dieron cuenta del castigo, sin embargo, el chico se quedó en la misma posición y un muchacho gritó: -¡Tiene las pupilas dilatadas!, ¡se quedó en el viaje!… Me acerqué y efectivamente con los ojos abiertos permanecía completamente dormido. José Luis Noriega, en esos años Prefecto de Estudios, se hallaba de visita y al ver mi nerviosismo me dijo:

115

-Tranquilo René, solo va despertar por tu voz, debes retomar y concluir el ejercicio. Todos los muchachos callaron su gritería nerviosa y ocuparon su lugar para escuchar mis instrucciones: -Ahora vamos a regresar al auditorio, (todos sus compañeros expectantes, recostados en el piso volteaban a ver a su amigo), bien ahora estamos en el auditorio, estiren su cuerpo, froten las palmas de sus manos, aplaudan… El chico realizó lo que le pedía. Al volver en sí, se encontró con una docena de pares de ojos encima de él, que lo miraban curiosos. -¿Qué les pasa, por qué me ven?... ¡Qué susto me llevé! Los alumnos constantemente piensan que su actividad es el aprendizaje diario, pero ignoran que los profesores también aprendemos con todas las experiencias.

-o- En otro momento, presentamos una obra en el reclusorio de Tepepan. Los alumnos de trece a quince años asistirían con cierto temor por el público que los observaría (mujeres recluidas de una cárcel). Los muchachos fueron muy aplaudidos y recibieron piropos que los ruborizaron. El personaje principal era Miguel Chaya, que hacía el papel de Dios. En ese entonces era muy bajito, sin embargo, suscitó bromas y galanterías de muchas de las internas.

116

Esa vez, al salir de aquel lugar, uno de los actores que llevaba cargando la manta de la escenografía, sin querer derramó un vaso de atole sobre el registro de las personas que iban de visita. Claro que no fue su culpa porque la burócrata celadora lo había dejado en un lugar indebido. El profesor Barreto, quien nos había invitado, regañó a la celadora por qué ella era la responsable; fue entonces que el rostro del alumno se transformó, dejando atrás su cara de preocupación. Aquella misma tarde, el autobús en el que regresábamos, tuvo un corto circuito que ocasionó un fuego peligroso en segundos. Mientras apagaba con el suéter de un chico los cables, el chofer se detuvo en los carriles centrales y pronto bajamos a los alumnos para ponerlos en resguardo. Permanecimos en espera hasta la noche, gradualmente los padres fueron a recoger a sus hijos. El padre de Luis Zurita me hizo el favor de llevarme a casa pues ya era muy tarde y tuve que dejar mi auto en el colegio.

-o-

117

En otro momento, nos presentamos en la nave mayor del Desierto de los Leones; aquella vez, un alumno de apellido Cárdenas mezcló los parlamentos de otra de las obras cortas que presentábamos el mismo día; al notar el error, Leonardo Zimbrón, muy seguro, lo introdujo nuevamente a los diálogos. El público no lo notó, pero nosotros tras bambalinas reíamos divertidos. A Xavier Cárdenas le apodaban: “El “Denas”, por su Tartamudez, decía apellidarse así, al no poder pronunciar su nombre completo. Era otro de mis actores que curiosamente, al aprenderse de memoria sus papeles, no tartamudeaba. Tengo aún presente que en nuestro elenco de jóvenes actores, Juan Miguel Zunzunegui (hoy prolífico escritor de novelas: La Tiranía de la Ideas, El Misterio del Águila y muchas otras obras históricas) tocaba su mandolina para acompañar la obra. Una de las primeras obras, que presentamos fue: “Guau, Vida de Perros”, de Alejandro Licona, una obrita muy divertida, en donde José Ángel del Río, que nunca se aprendía los parlamentos completos, logró divertir a los viejitos del asilo. Este chico era muy bueno para improvisar e incluso logró que los asilados participaran en las escenas, sin que estuviera programado en el guion. Ese día, los pequeños actores regresaron felices por haber logrado gratos momentos de diversión en su público.

118

Lamentablemente no puedo enumerar a todos los que participaron en su momento, entre otros puedo mencionar a: Francisco Zea (hoy comunicador de televisión y de radio), Eric Robledo (hoy actor de teatro en Nueva York), Leonardo Zimbrón (hoy productor de cine mexicano y de Nosotros los Nobles

y la serie Club de Cuervos), Luis Genaro Vázquez, (hoy político y candidato independiente), Guillermo Velazco (exdiputado), Roberto Trad (hoy politólogo), Miguel Chaya (hoy ginecólogo), Jorge Arzamendi (hoy concertista y excelente orador), Fabio Maioco (ejecutivo de grupo modelo), Raúl Vale (hoy abogado). Algunas de las obras que presentamos con diferentes grupos de alumnos fueron: “Como te Quedó el Ojo Lucifer”, Fabio Maioco era el Diablo, Eric Robledo y Andrade eran los pastores. En “El Principito”, Andrés Arzamendi era el Principito, el Borracho fue Molina, el geógrafo: Luis Genaro Vázquez y los músicos: cantante y guitarra Raúl Vale y batería: Floreal Moreno. Durante “El Proceso contra Jesús”, el fiscal fue Luis Genaro Vázquez y Francisco Zea era otro de los personajes. En “La Deuda Pagada” participaron: Alonso Cedeño, Leonardo Zimbrón, Javier del Río Aspra. En “Los Habladores”, montada en diferentes épocas, participaron: Javier Valenzuela, Fernando Amezcua,

119

Fabio, Nettel, García Richaud, Luis Fernando Shaard y muchos otros alumnos. Otras obras que escenificamos fueron: “El Censo” de Emilio Carballido, “El Fundador” (obra presentada en Roma, Italia, el personaje principal era Guillermo Velasco), “Padres e Hijos”, “El Retablo de las Maravillas”, “El Cuento de Navidad” (obra con niñas del Rosedal), “Mi Pie Izquierdo! (el protagonista era Fernández Borja). “El Lazarillo de Tormes”. Mis recuerdos no dieron para más, más obras seguimos presentando en otras fechas y años posteriores. Un par de cursos, trabajé en el Rosedal con niñas y alumnos del Cumbres, más tarde, con un grupo de bachillerato formamos el GIT (Grupo Independiente de Teatro). No hace mucho tiempo pude crear otra academia con alumnos de secundaria y preparatoria del Cumbres y del Rosedal. Al final de mi trabajo docente, me resistía a impartir la materia de teatro a los alumnos de tercer grado de secundaria, pero me resultó mejor de lo que imaginé; me divertí y sobretodo logré que todos mis alumnos, incluso los introvertidos y temerosos actuaran. Durante el año escolar, presentaron sus obras montadas en equipo y dirigidas por ellos mismos. El salón de clases lo convertí en un “Salón Teatro” con implementos muy sencillos (telón, cañón, sonido y actores). Sé que la materia les ha divertido y que actuar entre ellos, se volvió durante el ciclo escolar una actividad cotidiana.

120

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO XVII

FUGAS A LA BARRANCA Definitivamente olvidé el nombre de los participantes de esta travesura. Allá por los inicios de la década de los ochenta, algunos alumnos se escaparon y se fueron de pinta a la barranca que colindaba con el colegio. En aquellos años, no existía el Centro Comercial de Pabellón Bosques, la avenida que llegaba al colegio solo contaba con un carril en ambos lados. El colegio Israelita, aún no se construía y el Rosedal, aunque, ya se había edificado, aún no estaba ocupado por las alumnas. Los árboles del colegio eran muy pequeños y por la carencia de arbustos y de bardas, los ventarrones era tan fuertes, que los botes de basura se arrastraban por el patio. Las puertas de los salones se abrían fácilmente por el viento pues las chapas eran deslizables, por eso se hacía necesario colocar una banca con el alumno más robusto para evitar que estas se abrieran. Una mañana, quizá después del primer recreo, se escaparon algunos estudiantes a la barranca que estaba contigua al Rosedal. Seguramente ya habían realizado su pinta en otras ocasiones. Por aquellos años, el colegio aún colindaba con terrenos baldíos y un

121

contorno agreste. No se habían desarrollado las grandes avenidas y como se aprecia en la fotografía era la construcción más grande y la única de la zona. No todas las bardas se habían construido, por tanto no fue difícil para que aquellos alumnos lograran su escapatoria.

La memoria de tantos años transcurridos, hizo que olvidara muchos detalles y hechos concretos. La siguiente narración es una recreación hipotética de los hechos que me contaron y de unos cuantos recuerdos que aún prevalecen en mis recuerdos. Para los cuatro o cinco escapistas, resultaba muy divertido estar fuera en horas de clases y, lo mejor, nunca los buscarían en ese lugar. En aquella depresión aún corría un riachuelo de agua potable. Para llegar al fondo debían librar muchos obstáculos, cada paso era resbaladizo y las caídas eran inevitables, sin embargo, para los fugitivos escolares esa era lo mejor de su aventura, pasatiempo. Cuando quisieron bajar, uno de los chicos, removió inevitablemente muchas piedras. Bajo una de ellas, estaba el reptil, su piel amarillenta

122

verdosa se movió como rayo, ante quienes sintió que la agredían y arrojó la venenosa mordida, era una temible serpiente. Tres de ellos la vieron, y escucharon el sonido característico del sonajero, asustados se gritaron: -¡No manches, es una cascabel! ¡Ten cuidado, guey! Fue muy tarde para el chico que descubrió el nido del crótalo. -¡Ay, me mordió, me mordió! Asustadísimo gritó su pareja: -¡Aguas gueyes! ¡Una serpiente mordió a Íñigo! Sentía que el corazón le salía por el susto y aterrorizado decía: -¡No jales, me voy a morir!, ¡me voy a morir!, ¡un médico!, ¡vayan por un médico! El grito de aviso fue muy tarde, el reptil había atacado a su víctima; lo embistió tan rápido que así como apareció entre las piedras, así huyó. Ante el peligro, se llenaron de pánico. Rápidamente subieron hasta un rellano, jalando a su aterrorizado compañero; resguardados de la inseguridad, observaron que la herida sangraba y escucharon: -Me duele mucho y veo borroso, ¡ah!, me duele, siento que se me duerme la pierna y me hormiguea. Su compañero muy alarmado levantó la voz: -¡No manches… estás sudando, se te hinchó la pierna! En pocos minutos, el intoxicado con voz densa murmuró: -¡No puedo respirar, me voy a morir! ¡Pidan ayuda, por favor!

123

Llenos de terror y conocedores del riesgo que corría su compañero, uno de ellos arrancó hacia el colegio. Llegó gritando lo que había pasado. Muy pronto se dio aviso al servicio de “Médica Móvil”, advirtiendo lo delicado del caso. Como pudieron, los amigos del accidentado lo llevaron a la enfermería y, como ocurre en esos casos, la noticia se regó por toda la escuela. Una gran expectación se generó, cuando un helicóptero fue aterrizando en el campo de fútbol, fue inevitable mantener a los alumnos en su sitio. Muchos grupos al escuchar el sonido de las aspas, sin permiso de los profesores salieron a los pasillos; ya después, todo el estudiantado presenciaba como trasladaban a uno de sus compañeros que requería ser atendido de urgencia. Nunca imaginaron aquellos temerarios que al escaparse para no tomar clases, se encontrarían con tan grave peligro. Afortunadamente aquella fuga no llegó a mayores consecuencias. El alumno se salvó, pero todos los participantes de la pinta (fuga escolar) no se escaparon de firmar una carta de condicionamiento disciplinar. EL RESCATE En otro momento, quizá en otro año, qué importa si fue anterior o posterior al primer incidente, otro grupillo de alumnos se dio a la tarea de explorar por la barranca. Ubiquemos los hechos en el horario de las academias, quizá esa tarde, no tuvieron entrenamiento de futbol y, motivados por la aventura, decidieron bajar hasta el arroyuelo.

124

Para un adolescente envalentonado y azuzado por sus compañeros, no había peligro, ni reflexión y menos anticipación de que algo pudiera pasar. Bajaron pronto, pues la arena y los desperdicios de la construcción de los dos colegios eran completamente removibles a cada paso que daban. Claro que gritaban de la emoción al sentirse veloces en su descenso. Al llegar al arroyuelo, que aún tenía agua clara y sin contaminación, mataron el tiempo, tal vez arrojando piedras al riachuelo, a los arbustos, a los árboles. Quizá se entretuvieron rompiendo los frascos de vidrio o atinándole a las latas que encontraron. Ya que calcularon que sería tiempo de volver a la escuela para que sus familiares los recogieran, iniciaron su ascenso, pero nunca imaginaron lo que vendría después. Cada paso que daban, se reducía a nada porque la arena y los fragmentos de tabiques, cascajos de cemento y las piedras del entorno se resbalaban. Los irreflexivos se burlaban del que intentaba subir y no lo lograba. Cuando cayeron en la cuenta que todos lo intentaron y no ascendían más de unos cuantos centímetros, comprendieron que no sería fácil el regreso. El tiempo fue transcurriendo lentamente, pero la hora de salida ya había llegado. Si uno de los chicos avanzaba más de la cuenta, los que venían detrás, recibían la caída de la arena y de piedras que en la subida se desprendían. Uno de los muchachos alcanzó un raquítico arbusto y con los suéteres de sus compañeros creó una especie de cuerda y

125

así pudieron subir algunos metros. El tiempo no se detendría, se hallaban muy lejos de llegar a lo alto.

Los nervios les invadieron cuando empezaba a hacerse tarde y no avanzaban. Uno de los muchachos gritó desesperado pidiendo auxilio, pero el colegio Rosedal, aún no estaba ocupado y no había quien les escuchara. Era

necesario que al menos uno de ellos llegara a dar aviso para que los rescataran. Después de muchos intentos, subidas y caídas, el más hábil logró salir del atolladero y corrió a la escuela donde seguramente algunos padres preocupados ya los buscaban. Se dio aviso a las autoridades y llegaron los bomberos al salvamento.

126

Con el equipo adecuado los fueron rescatando. Los mismos socorristas reconocieron que no sería fácil subirlos. Ya estaba obscuro cuando recuperaron al último. Al siguiente día, poco a poco fue fluyendo la información. Los mismos alumnos, sin ningún prejuicio, daban rienda suelta a contar sus aventuras como si fuera una gran proeza. No recuerdo cuáles fueron las consecuencias, pero estoy seguro que la experiencia jamás la olvidaron… solo Julio Fernández y José Luis Noriega recordamos los hechos, pues aquella aventura adolescente transcurrió hace más de treinta años.

127

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO XVIII

TARSICIO

(Foto ilustrativa)

La siguiente historia la escribí como si fuera narrada por un alumno. El nombre es ficticio, lo mismo su apodo, sin embargo, las circunstancias se basan en hechos reales que ocurrieron en diferentes momentos, con otros personajes y en distintos ciclos escolares. Esta narración pudo acontecer hace cuatro lustros. Desde que llegó, fue el hazmerreír de sus compañeros. Su nombre, poco común era Tarsicio... Todos decían que un calificativo así, no requería de apodo, sin embargo, le llamaban: “El Huevo”.... los alumnos, profesores, prefectos y hasta Triny, así lo conocían. Su rostro era oval, con abundantes pecas areniscas, dientes manchados, lentes de mucho aumento y la prominencia de oídos, enmarcaban el

128

rostro del popular “Huevo”. Por su cuerpo encorvado, esquelético y en pleno crecimiento, lo identificaban fácilmente incluso en la obscuridad. Su voz cambiante, a ratos aguda y en momentos ruda, era singular. ¿Cuánto lo fastidié?... ya ni me acuerdo, ¿cuántas veces el grupo completo lo molestaba?... Tantas ocasiones fue asediado por alumnos y profesores, quienes hacían del “Huevo”, un excelente blanco y banco de burlas. El día que llegó al salón ante el prof. de “H.U.”, bastó que le dijera: -¡Tarsicio Cástulo, Tarsicio Cástulo!, ¡Qué bárbaro, qué nombrecito!, de seguro tus papás no te quieren, ¿por qué te pusieron ese nombre?, mejor te digo “Huevo”. Todos se reían. Nunca nos preocupó en absoluto la crueldad de las bromas que le hacíamos. Yo lo llegué a ver que estaba llorando por los baños, sin embargo, lo seguíamos molestando en todos los rincones de la secundaria. Una mañana, toda la escuela lo rodeaba y le gritaban salvajemente: -¡Huevo, Huevo!- Cómo no lo iban a molestar con esa chamarra de color naranja fosforescente que llevaba. El prefecto de terceros lo tuvo que rescatar, cuando lo empezaban a aventar, se lo llevó a la prefectura y mejor le prestó una chamarra de la “Trinicueva” (lugar de las cosas extraviadas, atendido por Trinidad Silvestre). Todos lo tachaban de tonto, no obstante, sus calificaciones invariablemente figuraban en el cuadro de honor. Su fama llegaba a los de primero, quienes malosamente lo interceptaban en los corredores o escaleras para molestarlo o gritarle alguna violenta

129

majadería. El admirable estoicismo de Tarsicio les prodigaba indiferencia a sus agresores, nunca jugaba en recreos ni en Educación Física, sólo de vez en cuando platicaba con los conserjes o con un hambriento que le lambisconeaba para que le invitara una torta o algo de la tiendita. Eso sí, era muy amable con todos los que lo trataban bien, solícito con profesores, prefectos y atento con cualquier secretaria de la escuela; su único pecado era ser la víctima de muchos y eso... en esa edad, a veces resultaba muy caro, pero para nosotros ¿qué nos iba a importar?, ¿si el Huevo sufría o se sentía mal?, ese era su problema, no sabía defenderse. Muy tarde lo advertí. Esa mañana de verano, las canchas estaban anegadas y algunos como yo, nos divertíamos pateando pelotas a los charcos del patio. Éramos cuatro los abusadores, dos recibían en la puerta a quienes haríamos nuestras víctimas; los abrazaban, engañosamente los acercaban y yo pateaba una pelota que bañaba al agredido. Con la mayor desvergüenza me acercaba, les pedía disculpas; mientras los mirones se divertían a costa de los engañados. Por mi fama y estatura, quién podía reclamarme algo. Era conocido como el “Chabelo” por lo alto y mi temperamento rudo. ¿Y quién crees que apareció?, ¡desde luego!, la víctima consentida de mi colegio, exclusiva de momentos hilarantes, el mismísimo “Huevo”. Los entrometidos se acercaron, era casi media escuela la que se aglomeró ante lo que sería un festín. Una carcajada unísona brotó en el patio cuando lo bañé. Muy hipócrita recogí sus mojadas láminas de

130

dibujo, su torta “ahogada” y me dispuse a limpiar su ridículo rostro. Atrás del “Huevo” ya se había colocado un alumno como si fuera un banco y le di un pequeño empujón para que callera de espaldas. Su cuerpo se arqueó y calló para quedar completamente mojado. Su mirada de odio acumulado, traspasó mi pupila y sentí miedo. Seguí la pantomima y hasta le pedí disculpas. No dijo nada, calló, inclinó su cabeza y bestialmente la estrelló contra mis mandíbulas. Mis piernas se tambalearon y al caer, recibieron en “lo más noble” tremendas patadas. Se volvió loco, me golpeó con todo lo que pudo y yo, el gigantón desmayado, quedé a su disposición. Me dijeron mis amigos, que entre varios no podían arrancarme de su ira. En cuestión de segundos, mi fama se vino por tierra y Tarsicio, vertiginosamente se sacudió el estigma de tonto. ¿Quién se atrevió, a partir de ese momento, a molestar al “Huevo”?... Esa anécdota fue muy comentada, algunas veces corregida y aumentada o con personajes diferentes y hechos parecidos. Después de 20 años, aún siento vergüenza por tantas bromas que le hice. Hace poco, un grupo de compañeros comentábamos con el profesor Romero, cómo había sido posible que hubiera aguantado tantos abusos que muchos le llegamos a hacer. La mayoría somos padres de familia y aquel día, disertamos durante nuestra comida de aniversario que por ningún motivo permitiríamos esos abusos con nuestros hijos. Con Tarsicio no tuvimos perdón, ciertamente eran otras épocas y otros tiempos, en dónde se cometían tantos atropellos, pero hoy, no hay justificación.

131

Si ustedes conocieran al Tarsicio actual, no lo reconocerían: es alto, fornido, pero delgado, sin lentes; ganó el premio al mejor promedio de su carrera y se casó con una mujer guapísima... Muchos años después, me sigo arrepintiendo de lo que le hice, pero esto no cambió los hechos ni este cuento lo hará, ¿o sí?, porque esto no fue un cuento, es algo de lo que me avergüenzo. Aclaro que después de tanto daño que le hice, me perdonó cuando ingresamos a la prepa. Hoy el Huevo y yo tenemos hijos adolescentes. Después de tantos años, nos hicimos compadres, dice que ya no se acuerda de lo que le hice, aunque todavía me da vergüenza.

132

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO XIX

OTROS DOCENTES

MARTÍN RÍOS

Lo invité a trabajar al Cumbres, pues era mi compañero en la escuela de la SEP, aún no concluía sus estudios de Física en el Politécnico Nacional y ya impartía clases. Desde su inició halló la manera de caerles bien a los alumnos y si bien su materia era muy complicada para exponerla, encontró la forma de hacerla atractiva. Martín gozaba de un buen carácter y

profesores y alumnos lo apreciaban por su forma tan sencilla de ser, era una persona auténtica. La amistad que llevaba con el profesor Humberto Serrano hizo que los alumnos creyeran que eran hermanos, por menudos y bajos de estatura. Cuando alguien hacía referencia a cualquiera de los dos, ambos mencionaban que eran familiares. Su aspecto era descuidado, su físico muy delgado, bajo de estatura, por las espaldas parecía un chamaco; sus cabellos eran lacios y escurridos, su traje arrugado. Usaba camisas sin planchar, corbatas

133

brillosas por tanto uso y además muy delgadas. Sus clases tenían un encanto especial, sus exposiciones eran muy informales, no obstante lograba interesar a todos sus oyentes. Los ejemplos de Física que empleaba eran tan triviales y comunes que curiosamente eso constituía la principal atención de los alumnos. Fue un profesor que sería recordado durante muchos años por su forma de ser y carácter solidario. Era de esos educadores extintos que lograba, con sus narraciones de ciencia y con sus experimentos, captar toda la atención de sus estudiantes. Los números eran su pasión por eso apostaba en la lotería y en los caballos del hipódromo. Cierta vez, en una clase le dio a un alumno una caja de cerillos y le pidió que retirara los que quisiera, después le ordenó que vaciara los que quisiera en el escritorio; inmediatamente, sin contarlos dijo que había treinta y nueve cerillos, el mismo joven los contó y se quedó sorprendido para escuchar del profesor: -Así es la Física, exacta en sus cálculos, no puede haber margen de error, los que viajan al espacio no pueden tener la menor equivocación. A partir de ese ejemplo, la clase podía derivar al tema de los hoyos negros o cualquier tema interesante; los estudiantes seducidos por sus argumentos y sin necesidad de escuchar gritos o presenciar desórdenes, se disciplinaban y atendían completamente sus explicaciones.

134

Sus educandos realizaban las prácticas de física con mucho entusiasmo, pero había una actividad anual que esperaban con gusto; ellos debían diseñar y construir un cohete que volarían en el campo de futbol, el resultado de su proyecto sería su calificación. Pondrían en práctica los cálculos para determinar la altura y la velocidad, entre otras cosas. En una ocasión, jugando con un alumno que molestaba afuera del salón de maestros, el profesor trató de meterlo para que los profesores le diéramos una pequeña pamba de escarmiento, pero entre los jaloneos, el chico se tiró al piso, mientras Martín lo jalaba de una pierna. A punto estaba de meterlo al salón, cuando el director lo vio, su reacción inmediata fue gritarle al alumno: -Vete de aquí niño, ¿por qué quieres entrar al salón?, vete al patio. El padre director, sabía perfectamente la suerte que podría haber tenido el chico y solo dijo: -¡Vaya, vaya profesor!, luego por qué le faltan al respeto. La autoridad tenía que llamarle la atención y así fue, en su expresión había sarcasmo por la tonta excusa del profesor. La risa de quiénes estábamos en el salón fue incontenible puesto que la salida del “Gizmo” había sido muy ocurrente. Fue un profesor muy apreciado por la mayoría de sus alumnos, a tal grado, que en cierta ocasión una familia que lo reconocía mucho, le obsequió un auto de uso. Lamentablemente su relación familiar no le había sido favorable y eso le afectó en su trabajo porque llegaba a faltar con frecuencia o incluso asistía con rastros de no haber dormido toda la noche.

135

El colegio decidió prescindir de sus servicios y de otros maestros. Los docentes despedidos en conjunto, reclamaron su despido. Transcurrieron varios años y los querellosos ganaron el juicio, pero del profesor nunca se supo la suerte que tuvo. La fotografía de Martín Ríos se publicó mucho tiempo en la televisión en “Servicios a la Comunidad” del canal cinco, donde se reportaba como desaparecido. Nunca supimos el destino del Físico, ya que jamás acudió a cobrar la jugosa compensación salarial. Por alguna fuente, supe que su esposa y sus hijos, antes de su desaparición, habían emigrado a los Estados Unidos de Norteamérica. ÓSCAR CASTILLO

Ingresó al Instituto, el mismo día que yo lo hiciera, el 15 de agosto de 1979. Empezó sus labores para apoyar a la prefectura de estudios en actividades administrativas. Había estudiado la carrera de Contador y ante la vacante de profesor de mecanografía, se desempeñó como responsable del taller, hoy, materia inexistente.

Los alumnos además de cargar con los libros y cuadernos de todas sus materias en enormes portafolios, que más parecían antiguos baúles, tenían que soportar el peso de su máquina de escribir. Los más afortunados contaban con máquinas portables, algunas pequeñas o incluso eléctricas, pero muchas llevaban sus gigantescas armatostes, pesadas y voluminosas.

136

En aquellas décadas, las escuelas públicas incluían ese taller, pero contaban con la infraestructura de máquinas de escribir fijas al escritorio, por tanto los alumnos no debían cargarlas, pero en el Cumbres, los estudiantes las debían llevar dos veces por semana. El profesor Óscar era apreciado por sus alumnos, porque además de ser muy bromista, les obligaba a memorizar el teclado de la máquina de escribir. Las prácticas que debían realizar, antes de que hubiera el taller de computación, eran obligatorias para poder aprobar. Como parte de sus estrategias, el teclado se cubría para que el estudiante escribiera sin verlo. Algunos de los ejercicios que debían entregar eran como los siguientes: faja jaba faja jaba faja jaba… y repetirlo toda la página sin errores, otro como este: uru rrrr urru rru rurur uur… o este otro: ruf furj jruf uffu jfj rfrj jrf ufrr… desde luego que esta materia para un estudiante de secundaria, hiperactivo y desordenado les podía desesperar, pero Óscar también sabía controlar a los “apaches

137

enyerbados” (así les decía a los alumnos inquietos) y ya con bromas o castigos lograba que la mayoría trabajara. Hoy, los hombres de empresa o profesionistas que fueron sus discípulos y, con quienes he platicado en diferentes encuentros o aniversarios de exalumnos, lo recuerdan, además presumen del dominio que tienen para escribir sin ver el teclado. Aseguran que en aquellos tiempos mozos, odiaban la materia, pero hoy reconocen que el teclado es un instrumento muy útil en sus profesiones. En el año de 1994, dejó de trabajar en el colegio pues se trasladó a radicar a la ciudad de Guadalajara.

ARTURO LAGUNA (“El Charro”)

Llegó importado de Guadalajara para impartir la clase de Matemáticas en la secundaria Cumbres. Él y un profesor al que le apodaban “El Sabio” venían de Jalisco a trabajar a la ciudad de México. Muy pronto lo nombraron: “El Charro”, sobrenombre que aceptaba sin problema; los profesores, estudiantes y autoridades, así le llamábamos. Sus clases eran divertidas porque el lenguaje

que empleaba era rudo y con doble sentido; les llamaba a sus alumnos como si fueran niñas. Entre chanzas y bromas era muy exigente, pero también sabía explicar para que los alumnos

138

comprendieran, porque era un profesor de vocación. Los alumnos que cursaban la secundaria, tomarían clase con “El Charro” en algún grado escolar. Después de varios años, se cambió a la preparatoria, donde concluyó su vida laboral y se pensionó. La historia de “El Charro” fue más reconocida en preparatoria porque su vida docente acumuló más años en ese nivel académico.

139

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO XX

EL PLEITO

La siguiente narración es un capítulo de mi novela: “Siguiendo a Margot” (Editorial Ramos, 2014), la mayoría de los personajes son alumnos contemporáneos, aunque, la historia pudo haber transcurrido hace mucho tiempo o un par de años atrás (como fue); lamentablemente los pleitos escolares fueron y siguen siendo frecuentes a pesar de las sanciones que reciben los rijosos. Fernando creía que por ser de los bajos de estatura, debía hacerse notar en su nuevo grupo y escuela. Como ya cursaba el tercero de secundaria, creía que debía demostrar que no era tonto. Nunca sabremos por qué, en tan pocos meses, se operó en él un cambio tan drástico. Creía que pronto debía actuar, pues sus nuevos compañeros eran muy altos y podrían «agarrarlo de bajada». El liderazgo no lo podría obtener con la fuerza de sus puños, pero si por sus habilidades para organizar alguno que otro desorden. La verdad sobre este pleito, solo unos cuantos la conocieron, pero se lo callaron, Fernando fue el principal instigador en una pelea que todos recordarían en su escuela. Fue tan astuto que nadie pudo culparlo.

140

Ochoa siempre fue un alumno respetuoso y muy tranquilo que jamás había tenido ninguna dificultad con sus compañeros, pero como suele suceder, fue azuzado por sus amigos de tercero «A» a que se peleara con otro compañero de segundo grado. En cierta ocasión, Luis Guaida y Ochoa por alguna insignificancia, se dijeron palabras ofensivas e intercambiaron empujones en un evento escolar. El problema se magnificó porque el incidente fue presenciado por los grandotes de tercer grado, colado entre ellos, Fernando. A partir de aquel momento, no dejaban de molestar a su compañero con expresiones como: – ¿Cómo te dejas de un imbécil de segundo grado? –Eres una nena, te gana un enano de segundo. –Cuídate, que ahí viene Guaida y te va a romper la boca. – ¡Le tienes miedo! – ¡Eres un cobarde! Cada que llegaba Ochoa del recreo o de otro salón, Fernando corría la voz, y murmuraba: – ¡Cobarde! ¡Cobarde! ¡Cobarde!

141

Inmediatamente, todos le gritaban. Ya que la mayoría lo incitaban a pelearse, Fernando guardaba silencio y se hacía el desentendido. Guaida era bajo de estatura, medianamente fuerte y contaba con un carácter atrabancado; frecuentemente lo reportaban por indisciplinado y por sus malas notas. Aquella vez, cuando Ochoa le respondió que era un inútil de segundo, inmediatamente lo retó a golpes, pero en esos momentos los dos sabían que no se podrían enfrentar y menos a unos pasos del subdirector. No se pelearon, aunque, Ochoa se llevó solo el rozón de un golpe en el rostro que pudo esquivar a tiempo. Tanto molestaron a Ochoa con bromas y burlas, que tomó una mala decisión. Aunque no era agresivo, se envalentonó y le dijo a Bang, –su principal instigador, que más parecía su promotor pugilista–: – ¡Órale! Le voy a romper la boca a ese desgraciado enano, ya me cansé de que por su culpa me estén molestando. Todos escucharon en el salón, y el escándalo resonó por cualquier lado, como si se tratara de la pelea de dos famosos rivales. Algunos de sus amigos le gritaron: – ¡No les hagas caso, Ochoa! Ellos solo quieren verte pelear. –Los van a expulsar y recuerda que estamos en exámenes. -No seas tonto, ¿para qué te peleas? El coro burlón de los frenéticos los opacó. El provocado ya estaba decidido, debía golpear a su contrincante si quería dejar de ser la burla de todos. Mientras los enardecidos clamaban golpes, su amigo

142

sabía que por ningún motivo podría avisar al prefecto. No se atrevería a denunciar lo que iba a pasar porque las represalias en contra suya… Sebastián Gallo (así se apellidaba) le gritó al rostro: – ¡Espérate, Ochoa!, ellos solo quieren ver peleas, pero tú no eres agresivo. Alguien respondió a tiempo: – ¡Cállate Gallo!, déjalo que le parta la cara a ese subidito. Estaba todo arreglado: en el cambio de clases y en las escaleras, junto al salón de español, sería la golpiza. Emilio Bang se encargaría de sacar de su salón a Guaida, mientras tanto, “Pollo” (otro alumno) tendría listo a Ochoa y los gigantones de tercero obstruirían al prefecto. Ya estaba todo dispuesto como se había planeado, pero Víctor Hugo, el «prof» de «compu», una mole convertida en profesor, llegó de improviso. Ya Ochoa había arrojado un golpe a Guaida, quien fácilmente lo esquivó, pero a cambio, el de menor estatura le propinó varios puñetazos en diferentes partes del rostro. El profesor, al ver la escena, corrió hacia ellos, pero Kamel se interpuso; entre tanta confusión, otro compañero lo aventó contra el educador. La fuerza del adulto se descontroló y solo tardó algunos segundos para neutralizar a los adolescentes, mientras tanto, el alumno más alto acertaba un golpe en el rostro del menor.

143

El hormiguero encrespado coreaba el leñazo, como si presenciaran una pelea de box. Un brazo descomunal sujetó con fuerza al mayor de los rijosos. En ese momento, llegó el «profe amiguito» (yo) y trató de controlar el desorden con su grito característico: -« ¡Ehhhyyyy!». Algunos se disiparon de la primera fila o intentaron correr a su salón, pero morbosos, antes querían presenciar otro golpe. Guaida, después de haber sentido el único trallazo en el rostro, aprovechó para descargar con mucha velocidad una furia de golpes repetidos en la cara de aquel que estaba maniatado. En lo que aquello sucedía, muchos corrían hacia la multitud que se agolpaba en un breve espacio. En cuestión de segundos, el rumor se corrió por los pasillos de la escuela, algunos aseguraban que al «Profe amiguito», Guaida lo había noqueado de un solo golpe. Otros, afirmaban que Kamel había tirado al «teacher» Víctor Hugo. Muchos juraban que el de «compu», había recibido varios golpes. Pero como siempre ocurre, los mirones y los instigadores del pleito fueron los primeros en huir. Al escuchar el silbato del prefecto y la voz del subdirector que, con micrófono en mano, se acercaba para detener la gresca escolar. En la precipitada huida, algunos cayeron al piso y la desbandada pasó sobre de ellos. Muchos golpes y pisotones tuvieron que soportar los curiosos de aquella pelea. Ellos resultaron ser otras de las víctimas, accidentados que no dijeron nada para no resultar inculpados en el pleito.

144

Los enervados rijosos, jadeantes esperaban a respirar con calma, pues tanta adrenalina les había transformado el rostro. El de «El Gigantón» sujetaba a Ochoa, y Fernando a Guaida, como si fuera un alumno pacifista. Después de que se calmaron las aguas, los pseudopugilistas de escuela y los incitadores recibieron un fuerte regaño y un inminente reporte de expulsión, no obstante que se encontraban en el periodo de exámenes. Antes de acabar las clases, ya se habían generado toda clase de versiones, corregidas y aumentadas. Claro que Bang y Pollo, los principales causantes nunca aceptarían que eran tan responsables como las víctimas que se golpearon. Fernando, el organizador intelectual, jamás fue mencionado como uno de los culpables, sin embargo, fue felicitado porque supuestamente ayudó a separar a los contendientes. Cuando regresaron de su expulsión, un consagrado llamó la atención al grupo de tercer grado: –Estoy indignado, pero no solo con los que se golpearon, pues a ellos ya les dieron su sanción; sin embargo, a todos aquellos que morbosos fueron a presenciar el pleito, a esos también se les debería reprender, esos que gritaban como si estuvieran en una arena de box y que todavía inventaron rumores falsos de la pelea. No sé cómo puede ser posible que todos gritaran enardecidos y llenos de gusto cuando se golpeaban dos de sus compañeros. Solo unos cuantos asentían ante sus palabras, sin embargo, otros pensaban para sí:

145

–Este consagrado no entiende, así somos los alumnos. ¡Qué iluso!, con discursos no nos va a cambiar…

146

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

PRÓLOGO TERCERA ENTREGA

Muchas motivaciones me nutrieron de entusiasmo para la conclusión de esta tercera entrega. En pocos días, recibí numerosos comentarios y testimonios escritos de exalumnos de muchas generaciones, profesores y conocidos. Como prólogo de esta entrega he querido incluir una carta que recibí de un excompañero que transcribo textualmente a continuación: Estimado en Cristo: Es todo un gesto de tu parte, el haberme incluido en tus memorias. Es increíble la forma en que ha pasado el tiempo. Me enteré, por conocidos comunes, que te estás preparando para jubilarte y me sorprendió, porque eres un hombre de "batallas largas". Sí, una persona muy dedicada, responsable y trabajadora, pero también te distingue la sensatez. Llegó la hora y como siempre, todo lo haces con planeación. Seguramente continuarás haciendo lo que te apasiona, escribir, confío en que nos mantendrás al tanto de tus continuos logros como escritor. René, tu experiencia como educador y formador de adolescentes, es muy rica y reconocida por quienes conocemos tu trabajo; ojalá puedas escribir -a manera de novela, si quieres- una serie de consejos, para

147

las nuevas generaciones de educadores que ni se imaginan la que les espera en este mundo de grandes retos, que es la educación. Recuerdo las "Píldoras de Pedagogía" de Juan Solá y creo que tú tienes, de igual manera, grandes experiencias que compartir, sobre todo, más actualizadas y vivenciadas, por la forma en que alternaste todas tus actividades. Me hiciste recordar muchos momentos gratos con la lectura de tus memorias. René, soy testigo de ese paso de tu vida, en el que descubriste tus cualidades de apóstol (aunque te resistas a creerlo), así fue; lo demostraste en la materia de Participación Social y sus prácticas, loable labor que realizaste en la Secundaria. Estimado René, Dios te conserve la simpatía que te distingue, siempre con una sonrisa y dispuesto a escuchar. Amigo, con orgullo te acompaño, encomendándote de manera especial en estos momentos tan importantes de tu vida, para que vivas intensamente la satisfacción por tantos años entregados a la formación del pensamiento, carácter y voluntad de innumerables generaciones de jóvenes. Como siempre, quedo a tus órdenes, con la seguridad de mis oraciones y te envío un fuerte abrazo.

José Luis Noriega Coronado.

148

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO XXI

LOS DIRECTORES

RAMIRO FERNÁNDEZ Cuando me contrataron en agosto de 1979 para ingresar a la Secundaria Cumbres, que en aquellos años se localizaba en Ahuehuetes (actual Cumbres Bosques), el padre Ramiro fungía como Director. Qué curioso, a mis veinticuatro años lo concebía como alguien muy mayor, pero apenas frisaba los cincuenta años de edad. Hace muy poco, en una clase le comentaba a Pedro Espinosa (un alumno) que Jaime Sabines decía que la juventud solo le podía llegar por contagio al estar en contacto con los jóvenes y que mis alumnos eso me inyectaban, pero me respondió: -Aunque, creo que ya casi nada le contagiaron. El padre Fernández era un señor muy humano,

149

dispuesto a atender a cualquiera cuando recurrían a él. En poco tiempo lo trasladaron al sureste donde participó en la creación de la universidad del Mayab, si bien su perfil se orientaba más al aspecto espiritual y pastoral, fue un gran emprendedor para grandes proyectos de los legionarios. CARLOS VILLALBA

Su gestión como director de la Secundaria Cumbres fue muy breve, quizá un ciclo escolar y, si mi memoria no me engaña, a él le tocó estrenar la dirección de las instalaciones del Cumbres de la colonia Vista Hermosa. Poco le pude conocer, según testimonios de Julio Fernández era un gran teólogo, un sacerdote de gran conocimiento bíblico

y toda una autoridad en esos temas. JOHN O¨REILLY Trabajó como director del colegio, quizá tres años. Su liderazgo lo ejercía de una manera muy natural. Los alumnos y padres de familia frecuentemente acudían a él, su oficina siempre tenía una antesala repleta. Cuando los profesores le planteaban alguna sugerencia, la atendía con prontitud. Un grato recuerdo de su persona, es que el salario de los docentes se incrementó considerablemente en la

150

crisis de los años ochenta. En poco tiempo fue trasladado al sur del continente a fundar uno de los colegios legionarios. PADRE O´BRIAN Su permanencia fue muy breve. Aclaro que en la cronología de los directores, pude haber cometido algún error en su ubicación o el orden en que fungió como director. De cada uno puedo mencionar algunos detalles, que le arrebato a mi memoria. Su ascendencia irlandesa le hacía ser un sacerdote muy formal en su papel de director. Era un señor alto, delgado y serio, en esos años, el manejo de su español tenía mucho influjo de su lengua y se advertía fácilmente su ascendencia europea. Pocas veces, tuve oportunidad de entablar alguna plática con él, pero no olvido que su trato era muy respetuoso y afable. JOSÉ ANTONIO MÉNDEZ MOORE

En la década de los años ochenta, fue nuestro director y dejó una notable huella en quienes lo conocimos. Su relación con el Cumbres se inició desde que ingresó al colegio como alumno de primaria. Cuando lo conocí, había regresado a la institución como consagrado y se desempeñaba como

asistente de la dirección del padre Ramiro. En un par de años partió

151

a Roma y en una carrera, que a mí me pareció muy rápida, regresó a la secundaria ya ordenado y fungiendo como Director. Su permanencia en la dirección, abarcó más tiempo que sus antecesores, quizá más de seis años. Su capacidad y organización le llevaron a desempeñar muchas funciones importantes para los legionarios de Cristo. En su último desempeño dentro de la congregación fue el director de la oficina de Mística e Integración con sede en la Universidad Anáhuac. Lo que aprendí de un personaje como el padre Méndez, ya lo he mencionado en otros capítulos. Su impulso me sirvió tanto que ha durado hasta mis últimos días laborales. RAFAEL PARDO Lo conocí cuando apenas era un consagrado y se desempeñaba como prefecto de disciplina con nuestros inquietísimos alumnos. Varios años después, regresó ordenado como director del Cumbres. Durante su periodo, me ascendieron a la coordinación de humanidades que desempeñé durante catorce años. Su temperamento español congeniaba bien con la idiosincrasia mexicana, siempre mantuvo un buen respeto hacia nosotros sus colaboradores. En apariencia era muy serio, pero sabía confiar en la gente que trabajaba a su lado.

152

FERNANDO CUTANDA Fue otro de los directores del colegio de origen español que tuvo como su característica principal ejercer un gran liderazgo en los estudiantes. Su oficina siempre estaba llena de alumnos y se atrevió a decirnos (un mensaje no muy cordial para nosotros los profesores) que prefería perder

a un profesor que a un alumno. Durante el tiempo que dirigió el colegio se incrementaron los grupos escolares al tope máximo, quizá siete salones por grado. El número de educandos lo acrecentó porque, el mismo asistía a diferentes colegios no legionarios para promover la secundaria. Gracias a su apoyo y a que creyó en mi trabajo, la Casa Cumbres Anáhuac, que tuve el privilegio de fundar, funcionó durante algunos años. Le gustaba asistir con los mazahuas a sus comunidades indígenas, donde les llevaba la ayuda de alimentos y gestionó la construcción de una capilla, así como otros muchos beneficios. Me tocó observar que cuando llegaba a la comunidad, decenas de niños corrían a subirse a la camioneta para que los paseara por el poblado. En cierta ocasión, regresando de un fin de semana de Valle de Bravo, tuvo un fatal accidente, donde falleció uno de los sacerdotes que lo acompañaban y el quedó en un estado de coma muy lamentable, del que se salvó. Durante su convalecencia, el Padre, mejor conocido como: “El Pillo Herrera”, se encargó algunos meses de sustituirlo en la dirección. Después del accidente se fue recuperando lentamente, volvió al instituto, pero al siguiente curso lo removieron a otro colegio.

153

HIGINIO IZQUIERDO Fue otro de los directores de origen español que llegó a revolucionar muchas cosas en el colegio. Su temperamento era muy arrebatado y a veces entraba en conflicto con padres de familia, alumnos o incluso profesores. Sin embargo, su carácter emprendedor le llevó a lograr, que para

el cincuenta aniversario de los legionarios y el torneo de la amistad en Roma, viajáramos al viejo continente con un contingente muy numeroso, integrado por alumnos, profesores, padres de familia e incluso personal administrativo y hasta a las “misses” de la tiendita. Durante su periodo, muchos profesores fueron removidos de sus puestos. Recuerdo que asistí a su oficina para renunciarle y pedirle mi cambio a la preparatoria, aunque no lo hizo, a cambio recibí un incremento salarial, que no era lo que buscaba, pero me benefició.

154

LUIS GERARDO FERNÁNDEZ De los directores de la secundaria, fue quien mayor permanencia tuvo en su puesto que duró cerca de diez años. El implemento de la tecnología en el salón de clases y el desarrollo computacional fue muy significativo durante sus gestiones como director. El nivel de exigencia que se logró en el profesorado nos colocó a nivel nacional con muy buenos resultados académicos en los exámenes del College Board. Durante tres años se implementó como programa piloto, el uso de la computadora en el salón de clases por parte de los alumnos, pero por los resultados poco halagüeños se dio marcha atrás. Sin embargo, fue durante el tiempo que permaneció el padre Luis Gerardo, cuando en nuestro colegio se contó con la tecnología necesaria en todos los salones y que los profesores la empleáramos en cada una de nuestras ponencias. El bilingüismo en algunas materias de la secundaria se desarrolló, empezando por capacitar al propio personal, pero después de su dirección se dio por concluido el proyecto. El Padre Fernando lo sustituyó, para llevar a cabo la fusión entre la primaria, la secundaria y la preparatoria, pero su permanencia fue muy breve y pocas veces lo veíamos en el colegio por las múltiples ocupaciones que tenía.

155

JAIME GURZA

Regresó al Cumbres, donde fue alumno desde la primaria hasta la preparatoria. Después de veinticinco años de ausencia en México retornó a su primer colegio. Había trabajado en Venezuela, en donde se decía que los padres de

familia y alumnos suplicaban que no lo removieran por el cariño que se había ganado como un excelente director. Debo confesar que pensé que se trataba de una exageración por quienes lo apreciaban, pero no fue así. Hoy es patente el respeto y cariño que se ha ganado por sus alumnos, profesores, padres de familia y todo el personal que dirige. El Instituto Cumbres a través de los años ha tenido muchos cambios positivos en su infraestructura, muchos directores fueron dejando su sello, sin embargo, al padre Gurza le tocó concluir la alberca que muchos años tardó en su construcción, así como otras mejoras en la imagen de la institución. En los últimos años, desde su arribo los profesores recobramos la confianza en nuestro trabajo y fuimos reconocidos humanamente por nuestro desempeño. Su buen carácter le ha llevado a ganarse el cariño de todos los que dependen de su dirección, por eso en su treinta aniversario de su ordenación escribí estos versos.

156

A don Jaime Gurza, Hombre de Dios

Hace treinta años, Dios escogió, de los hombres, al más probo, su nombre: Jaime, hombre de fe,

humilde, a prueba de todo.

Dirige no solo una escuela, orienta a cientos de almas, educa muchas conciencias

con toda su fuerza y ganas.

Antes de un regaño, orienta, bajo un problema, enseña, frente a una pena, mitiga y ante caídas, no condena.

Que su espíritu celebre muchos años de oficio,

conductor de almas celestes, de Dios, orfebre divino.

Estos versos le escribo,

a un ser colmado de humildad, que muchos años más cumpla

en su vida espiritual.

En el ciclo escolar que concluye (2015-2016) dejará la dirección del colegio, pero continuará su labor pastoral como director espiritual.

157

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO XXII

AQUELLOS DOCENTES EDUARDO ÁLVAREZ

Si hubiera continuado en la Secundaria Cumbres, sería el profesor que se pensionaría antes que yo, pero no aceptó que eliminaran el puesto de coordinador de ciencias y menos su liquidación. Después de un receso, se volvió a integrar a los colegios legionarios, durante algún tiempo trabajó como subdirector en el Cumbres de Chiapas y más

tarde en Querétaro como coordinador, donde seguramente se pensionará. Desde luego que en el ámbito estudiantil es inevitable que los alumnos bauticen con sobrenombres a sus profesores y Eduardo, no se escapó. Le nombraban el “Huarache”, aunque nadie se atrevía a llamarle así porque era una falta de respeto y además recibiría del mismo profesor una fuerte reprimenda con palabras nada académicas y muy poco cordiales. A los profesores nos explicaba que le había puesto ese mote por un llavero que tenía con la forma de un Huarache, pero a la picardía de algún maestro, no le satisfacía su explicación y hacía escarnio de su apodo.

158

Fuimos compañeros en la docencia y en la coordinación muchos años y compartimos momentos muy gratos en nuestro colegio con jefes de gran calidad, pero también momentos muy desagradables con un personaje que no supo conciliar sus pasiones y arrebatos para ejercer un mando con rudeza innecesaria, queriendo que todo su personal actuara y pensara con su misma arbitrariedad. Aquel personaje basaba su trabajo en la desconfianza y su lema era: “Piensa mal y acertarás”. Los cuadernos que elaboraban sus alumnos eran muy formativos, porque su nivel de exigencia permitía que llevaran un estricto orden en lo que hacían. Desde el forro, las portadas y empleo de los márgenes, así como los colores de las plumas para los apuntes o los títulos estaban bien especificados. Ciertamente era muy exigente, pero a cambio, sus clases se daban en una atmósfera de trabajo y de respeto, hechos no frecuentes en todos los docentes. SERGIO LARA BAÑOS

Ingresó como apoyo administrativo cuando Julio Fernández era el Prefecto de Estudios y pronto lo ascendieron a la prefectura de disciplina. En aquellos años, a quien realizaba el trabajo difícil le llamaba auxiliar, porque un religioso presidía la prefectura. Durante mucho tiempo ha laborado a cargo de todos los casos de indisciplina. Es el

único de los prefectos que ha incursionado en los tres niveles

159

escolares: primaria, secundaria y preparatoria. Ha sido conocido por muchas generaciones como “Serch”, regularmente siempre ha tenido buen trato con los alumnos, pero cuando lo desesperan, entonces explota completamente y con un humor inaguantable. En otras épocas le hacía mención que se parecía a José José, pero nunca fue motivo de enojo cuando se lo referían. Trabajó más de veinte años en secundaria y regularmente tenía buenas relaciones con los alumnos e incluso había algunos con los que jugaba bruscamente, pero cuando debía castigar los casos delicados actuaba con total seriedad. Con los profesores siempre mantuvo una buena amistad. Existe una anécdota enigmática, cierta vez llegó al salón de maestros a comentar que había soñado al profesor Martín Ríos y que se asomaba desde el pasillo, para decirle: -Ya me voy hermano, nos vemos. Dentro del sueño, Sergio lo invitaba a pasar al salón, pero Martín no entraba y de momento desapareció. Lo extraordinario es que la misma visión, la tuvieron dos profesores más y las circunstancias eran las mismas. Tanto Humberto Serrano como Eduardo Álvarez lo habían visto despedirse la misma noche en que los tres lo soñaron. Los maestros habían tenido mucha amistad con el profesor Martín, a quien no habían vuelto a ver después de muchos años. Algunos de los alumnos que tuvo Sergio en primaria, me dijeron que cuando estuvo con ellos, era muy relajado y los trataba muy bien. A

160

veces se portaba muy juguetón y complaciente. Para ganar la confianza de los indisciplinados, les podía quitar los reportes con tal de cambiar su actitud. Es curioso que surgiera el rumor de que solo tenía un pulmón y que por eso hablaba muy reposado con los alumnos de primaria. Durante muchos años en secundaria, fue un apoyo para los profesores al atender los múltiples casos de indisciplina. En cierta ocasión, muy enojado le llevé el caso de un alumno que imitaba mi ceceo al hablar. Cuando llegamos a la prefectura el alumno, asustado, argumentó su inocencia y agregó: -No profesor, no le hago burla, así hablo desde pequeño. No tuve más alternativa que disculparme con el chico. Después de que se retiró, no pudimos evitar las risas por mi torpe confusión. Sergio ha sido un gran compañero de batallas que ha dejado en las aulas muchos años de trabajo y orientación hacia los difíciles adolescentes con quienes hemos trabajado tantos años. Cada año que concluye, nos abrazamos deseándonos que sigamos con la fuerza que un docente requiere para seguir desempeñando nuestra ardua labor. Quizá un año después de mí se pensione y deje el colegio donde tantos años ha laborado.

161

HUMBERTO SERRANO TRONCO

Más de veinte años trabajó impartiendo la clase de Biología, su buen carácter y su temperamento bromista le permitieron trabajar ante el caos de la indisciplina en tantos grupos del colegio. Su estatura era menuda, cualquiera que lo viera de espaldas, pensaría que se trataba de un alumno de primer grado.

En aquellos tiempos, existía un comercial de un insecticida de la marca Baygón y en la publicidad, el actor que lo anunciaba era muy semejante al profesor Humberto y aunado al parecido, el lema decía: “El hombre que se hace chiquito”. Los alumnos acostumbrados a poner sobrenombres a sus profesores lo bautizaron con la marca de ese producto. Siempre llegaba de buen humor con sus alumnos, si le peguntaban: -¿Cómo está profesor?, podía responder: -¿Qué, no me ves?, bueno y de moda-. Frecuentemente hacía mención de que venía de ver a Lorena Herrera o inventaba cualquier ocurrencia. Muchos bromistas, le colocaban el borrador sobre el marco del pizarrón, sabiendo que no lo podía alcanzar, pero sin enojarse, le pedía a cualquiera que se lo bajara y con ello se desbarataba el interés de los que pensaban que se enfurecería.

162

En cierta ocasión, llegó un profesor de muchos años de experiencia a su salón y se encontró con que todos los alumnos habían volteado su banca hacia la parte posterior del salón. El hecho le causó un gran enojo y lo tomó como una falta de respeto, por tanto, tuvo que intervenir el prefecto y a todos les dieron un castigo colectivo. El día que le gastaron al profesor Serrano la misma broma, fue más astuto y se adaptó a las circunstancias. Esa vez se colocó enfrente y desde ahí les dio la clase, sin entrar en discusiones. Los alumnos satisfechos de que no se había enojado, atendieron mejor su clase desde otro ángulo. Junto con otros profesores formó el equipo de bilingüismo en la secundaria. Durante una década, impartió la materia de Biología en inglés. Su preparación docente le llevó a concluir la maestría de Tecnología Educativa en la Universidad Anáhuac. Continúa trabajando en el colegio de Ciencias y Humanidades de la UNAM, donde ha laborado más de treinta años. Humberto Serrano, alias “Betito” y “muchos otros apelativos”, fue muy reconocido y apreciado por los profesores y para todos tenía una broma. Si por verlo pequeño, hubieran pensado que lo acosarían, al contrario, el mismo se convertía en el acosador de muchos compañeros. Pocas veces lo hacían enojar los alumnos y eso ocasionado por una leyenda. Poco tiempo después de su ingresó, se corrió la historia de que era cinta negra en karate y que en una ocasión le había roto la cara al profesor Enrique Rebollar (“El Pájaro”) quien impartiera Geografía.

163

Había alumnos que juraban que ellos habían presenciado el pleito de los profesores, en donde Enrique no pudo ni meter las manos, porque Humbertito le dio su merecido. De aquel mito se decía que la golpiza había sido por una mujer de nombre Chucha. Y entre más negaba Serrano que fuera karateca o que Rebollar dijera que nunca hubo una tal “Chucha”, más aún, todos los alumnos confirmaban la veracidad de aquella fantástica historia. El profesor Rebollar, siempre que pasaba fuera de su salón se refería a Serrano, como la “Criatura” o el “Niño”, a veces le decía, al verlo pasar por el corredor: -¿Qué es eso?-. El profesor Beto, por el contrario, siguiendo la broma, respondía a las burlas de Rebollar; cuando alguien en clase le preguntaba por Enrique, les gritaba, aparentemente enojado: -No me mencionen a ese personaje, que le vuelvo a romper la cara-. Desde luego que una mentira repetida tantas veces, se convierte en verdad y por eso los alumnos se decían: -Ya ves, ¡Sí le rompió la cara al Pájaro! -Te lo dije, es karateca. -Dicen que una vez un alumno, le quiso dar un golpe por la espalda, pero se volteó, lo esquivó e hizo que se cayera. -¿Ya ves, cómo son enemigos?, se odian por la tal Chucha. Rebollar y Serrano habían estado un par de años completando su horario entre el colegio Emanuel Mounier y el Cumbres, después de muchas décadas, decidieron renunciar al instituto para completar su horario en la naciente escuela, donde siguen laborando, como buenos

164

amigos que siempre han sido, a pesar de la leyenda que aún les persigue en el Mounier. ARTURO TORRES

El Cumbres era un colegio muy concurrido, de tal manera que en la sala de maestros, nos podíamos reunir en cada recreo más de veinte maestros a tomar el refrigerio, en esas convivencias replicábamos las actitudes, comportamientos y bromas de los alumnos. A veces se requería de dos o tres maestros para impartir la cátedra de Historia por la cantidad de

horas de clases y de grupos que se debían cubrir. Sería muy difícil enumerar a todos los docentes que dejaron huella en su paso por el colegio. Quizá durante el tiempo que laboré en el instituto, conocí y conviví con cerca de cuatrocientos mentores diferentes, cada uno con sus estilos y formas diferentes de enseñar. En estas memorias, solo pude incluir a aquellos que trabajaron muchos años en la formación de alumnos y con quienes desarrollé fuertes lazos de amistad. Arturo llegó a trabajar cuando aún era soltero, posteriormente se casó y se esmeró en cimentar a su familia. La convivencia con los profesores no solo se daba en la escuela, sino podía trascender en ámbitos familiares y así ocurrió con él. Su trabajo era apreciado por los alumnos con quienes ejerció un buen liderazgo. Su carácter sencillo era como un plus para lograr el interés de sus educandos en

165

la materia que impartía. En los festejos de los días del maestro era muy reconocido por su alumnos. “El Olmeca” era el sobrenombre con el que era conocido por todos en el colegio, pero no lo empleaban sus alumnos para agraviarlo, generalmente no tenía conflictos con ellos. Cuando trataba el tema de la cultura más importante del Golfo, los alumnos discretamente esbozaban una sonrisa al comprobar la similitud que tenía con los rasgos de esa civilización. Como suele suceder, no siempre las personas son eternas en algún lugar y, ante algunas diferencias laborales, lo despidieron, pero a la vuelta de muchos años, él y otros docentes ganaron la demanda. Arturo, después de trabajar en el Instituto, se desarrolló en otros colegios privados de prestigio, donde ocupó cargos directivos durante muchos años. ALFREDO RUBIO MORALES Ingresó cuando apenas había terminado la carrera de Licenciado en Historia en la ENEP Acatlán de la UNAM. Julio Fernández acudió a la universidad, buscando egresados con alto promedio y contactó con el profesor para invitarlo a trabajar en el Cumbres. En otras épocas, llegó a tener algún mote empleado por los alumnos, pero el que ha prevalecido durante mucho tiempo es el apocope de su nombre; los alumnos le llaman familiarmente “Fredy”.

166

Durante los primeros años, le costaba mucho trabajo mantener la disciplina como a muchos otros. Sus explicaciones de Historia siempre fueron muy enriquecedoras, pues dominaba ampliamente los temas, su memoria sigue siendo extraordinariamente buena para recordar a personajes y hechos con apreciaciones críticas y nada simplistas. Su trato con los alumnos, fuera de clase es un tanto informal pues le gusta bromear sobre los temas de deportes que mucho le agradan. La ironía formó parte de su estrategia para lograr una mejor comunicación con los estudiantes. El equipo Pumas de la UNAM siempre fue su favorito, todos los alumnos lo sabían y le hacían bromas cuando perdía o ganaba; se notaba que disfrutaba defendiendo su afición. El mismo se mofaba, diciendo que empleaba corbatas de empresario, pero trajes de baja categoría. Le gustaba mostrar la marca de sus corbatas y aceptaba con risas la crítica o comentarios de sus alumnos. Durante mucho tiempo, participó en el grupo de profesores de bilingüismo, impartiendo la materia de Historia en inglés. En los últimos años, gracias a su perfil profesional ha dictado las materias de Historia, Civismo y también Geografía. No hace mucho tiempo concluyó la maestría en Tecnología Educativa en el Tecnológico de Monterrey. En el turno vespertino, trabajaba en una preparatoria del Estado de México y los fines de semana es profesor de una de las maestrías de la UCI, Universidad de Cuautitlán Izcalli.

167

Cerca de treinta años ha laborado en el instituto y por su estabilidad profesional, seguramente permanecerá hasta jubilarse.

EDWIN SÁNCHEZ RICO

Se inició como profesor de Educación Física cuando tenía muy poco tiempo de haber terminado su carrera en el Colegio Militar. En un par de años dejó el sol de los patios y de las canchas deportivas para dedicarse a la prefectura de disciplina durante más de diez años. Cuando el colegio fue reduciendo su

número de grupos, fue transferido a la primaria Lomas, donde llegó a realizar el trabajo que bien conocía, pero como suele suceder en cuestiones laborales, por infundios lo liquidaron. La formalidad con que trataba de hablar (vaya que hablaba mucho) y su trató con los alumnos, le permitieron permanecer en sus labores bastante tiempo. Además de estar pendiente de sus actividades como prefecto, también prestaba cuidado a su peinado y arreglo de la corbata que lo distinguían como parte de su personalidad. Apenas llegando al Instituto, fue incluido en la lista de profesores que acudirían al Torneo de la Amistad en Roma y eso permitió que se integrara más al cuerpo docente. De los profesores que han laborado en el Cumbres es quizá, quien más extraña y desearía volver a sus instalaciones, pero en los momentos en que pudo haber ingresado,

168

nuevamente, alguien difamó el papel que realizó cuando trabajaba en el Cumbres Lomas. En varias ocasiones me he entrevistado con Edwin e invariablemente me comenta la nostalgia que siente por los dieciséis años que laboró en un colegio como el Cumbres.

169

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO XXIII

LOS JINETES DEL APOCALIPSIS

Constituye un reto muy especial trabajar en una escuela de varones, de un medio social elevado y de una zona exclusiva de la capital y del país. Se requiere de un temperamento muy particular por parte del docente. El título del capítulo se debe a que un grupo de cuatro profesores, fueron bautizados con ese mote, todos eran altos, enérgicos y fornidos. Los integrantes eran Ernesto Vázquez (“El Mariachi”, así nombrado por alto, abdomen prominente y traje negro), Conrado (en esos tiempos muy regordete), José Luis Rojo (Prefecto y entrenador fortachón) y Ernesto Dodero (alto y fuerte). Los alumnos decían que a cualquier profesor le podían crear problemas y hasta un caos en su salón, pero con ninguno de ellos se atreverían, porque los cuatro la emprenderían en su contra. Hacerles alguna escena en sus clases o demostrar mal comportamiento; sería fatal para sus notas escolares y seguramente, por añadidura se llevarían algunos moretones en sus brazos o piernas. Francamente, la disciplina en el Cumbres ha sido muy difícil a través de los años, hasta que en algún momento de su historia surgieron

170

estos amigables mentores que entre juegos bruscos y correctivos severos (hoy, muy penados) controlaban mejor a sus alumnos. ERNESTO DODERO

Pocos son los docentes que han logrado permanecer invictos y con total dominio en sus educandos. Uno de los pocos que recuerdo, es el caso de Ernesto Dodero, quien fuera coordinador de inglés. Llegó como profesor ya iniciado el curso, mi pronóstico y el de otros coordinadores era funesto,

pensábamos que no podría con los alumnos y que pronto renunciaría, pero no fue así, a pesar de que los estudiantes ya estaban atrincherados en su territorio, logró disciplinarlos y trabajar con orden. Ya establecido en el colegio lo ascendieron a la coordinación. Su carácter amable y de buen trato con los chicos se podría transformar en mucha exigencia y control total en sus educandos. Durante un par de años realizó su labor de coordinador y era muy dispuesto a trabajar en equipo con los otros coordinadores que realizábamos nuestra labor. Por su estatura, ironías y fuerte carácter fue respetado por los alumnos. Controlaba perfectamente la disciplina y el aprendizaje de sus grupos. Dejó de laborar por un infundio, una broma malinterpretada, pero principalmente por un personaje lleno de rencor contra las personas que ejercían un liderazgo natural.

171

En aquellos años, los coordinadores académicos éramos: Eduardo Álvarez (Ciencias), Eduardo García Varillas (Matemáticas), Ernesto Dodero (Inglés y materias bilingües) y yo (Humanidades y Participación Social). Coordinábamos a un grupo cercano a los treinta profesores, cuando la secundaria contaba con un promedio de seis a siete grupos por nivel académico. ERNESTO VÁZQUEZ

Era mejor conocido como: “El Mariachi”, impartía la clase de Matemáticas; sus alumnos se esmeraban en estudiar lo suficiente porque era muy exigente. Por su estatura enorme, los alumnos más rudos lo retaban y se enfrentaban a un roble que golpeaba como ninguno lo hiciera. En los partidos de futbol,

nadie se atrevía a cruzar en su camino porque parecía una “mole” arrolladora. Era un profesor amigo con los chicos solidarios, pero un rudo con los indisciplinados. Sergio Lara (prefecto) nunca olvidará cuando en un retiro de profesores luchaban como si fueran un par de adolescentes. En el autobús donde nos transportábamos de regreso a la capital, emulaban con mucha exactitud el comportamiento de nuestros jóvenes. Su juego de lucha duró más de una hora, mientras otros profesores más reposados dormitaban en el trayecto.

172

CONRADO GC De los cuatro profesores, era el más bonachón, no el menos alto, pero sí bastante fornido. Ingresó al Cumbres cuando apenas cursaba la universidad, su juventud le acercaba mucho a los alumnos con quienes mantenía buenas relaciones, no así con los que boicoteaban las

clases. Durante algún tiempo fungió como coordinador, pero por alguno de los ajustes académicos se transfirió a la preparatoria del Cumbres y posteriormente al Colegio Irlandés. Durante los eventos intercolegiales le gustaba estar presente. No olvido cuando participamos en Monterrey en un Torneo de la Amistad, disfrutaba el evento como pocos, era el profesor que asistía convencido y dispuesto a disfrutar como si fuera otro más de los alumnos participantes. En las reuniones de profesores de la preparatoria Cumbres regularmente asiste a las convivencias que se organizan. JOSÉ LUIS ROJO Trabajó en la Secundaria cerca de veinte años, se inició como entrenador de básquetbol en la primaria Lomas y posteriormente como prefecto de disciplina del tercer grado de secundaria y coordinador de actividades deportivas del Cumbres México. Su liderazgo como autoridad disciplinar lo ejercía con

173

buen dominio sobre los terribles irrespetuosos. Si bien era estimado por los estudiantes, a veces también fue odiado por los indisciplinados. Mantenía muy buenas relaciones con los padres de familia, autoridades y alumnos o equipos de alumnas de otros colegios, en donde también entrenaba a sus selecciones. Nuestra escuela llegó a ser cede de muchos torneos de liga que organizaba y presidía. Del grupo, que los alumnos nombraron los “Jinetes”, era el más temido porque aplicaba las sanciones disciplinares que le reportaban. Desde luego que los mentores de este grupo no eran arbitrarios o malintencionados, necesitaban como cualquier otro educador trabajar con respeto, pero se enfrentaban a grupos de alumnos expertos en generar desorden. En los retiros del personal educativo, organizaba las actividades deportivas y regularmente participaba en los diferentes juegos pues siempre fue buen atleta. Dejó el colegio por circunstancias ajenas a sus deseos. Obligado por las situaciones, creo una escuela abierta, ideal para los alumnos desubicados que requieren buscar otras alternativas para aprobar. Actualmente cuenta con un suficiente número de alumnos que logran aprobar las materias en el sistema no escolarizado. En una ocasión y, a manera de juego, un grupo de alumnos retó a los Jinetes. Acordaron que se enfrentaría a manera de juego, seis de los más altos y fuertes de tercer grado contra José Luis, el más fuerte de los profesores. Conrado se colocó en la puerta para que

174

nadie saliera. El Mariachi protegería las espaldas del prefecto y Dodero solo sería el observador. La lucha no permitía golpes al rostro, ni al abdomen, pero sí las llaves o golpes de luchador. El enfrentamiento se realizó entre los seis alumnos que alevosos pensaron que “Rojo” (así le llamaban todos) sería fácil presa para ellos. El primero que se atrevió fue repelido con un fuerte aventón que lo dejó en el piso. Entre bravuconerías, brincos y engaños trataban de sujetar al prefecto, pero no podían acercarse, sin llevarse una torcedura o un golpe en los brazos o piernas, definitivamente no lo pudieron doblegar, pero a cambio dos o tres cayeron sometidos por alguna llave. Después de veinte minutos, los muchachos jadeaban por el esfuerzo que implicaba no poder someter a su prefecto. Al término de la “lucha diversión”, los profesores invitaron a sus vencidos rivales a tomar un refresco en la tiendita. Desde luego que los alumnos se encargaron de comentar a sus compañeros la batalla campal que tuvieron con los Jinetes. No dudo que muchos recordarán este hecho, como un buen momento de sus travesuras, hecho que ocurriera por la década de los años noventa. José Luis ingresó muy joven al colegio y permaneció más de veinte años entre la disciplina de los salones y las instalaciones deportivas. Hace muy poco me confesó que le divertía mucho su trabajo de prefecto. No había día que no lo disfrutara, porque ante el desorden de los adolescentes había encontrado el equilibrio con los castigos

175

que inventaba. A los alumnos que no se cortaban el cabello, les llamaba a sus padres para pedir autorización de que les hiciera el corte. Una vez obtenido el permiso, “sin querer queriendo” los tusaba de más y, eso ocasionaba, que tuvieran que asistir esa misma tarde a la estética. A los flojos que no se querían rasurar, les obligaba a que lo hicieran, con una navaja que en mucho, mucho tiempo no había renovado. Ya que regresaban afeitados, aunque no quisieran les untaba alcohol y los irritados saltaban, ¡ah como se divertía con los insurrectos! Con esas rudas experiencias, jamás olvidarían rastrillarse en casa. En las prefecturas de disciplina, tenía que estar al pendiente de todo tipo de casos, desde los más simples hasta los más extraordinarios. Lo mismo atendía a un golpeado, que a un desmayado; el que no pudo llegar al baño, el que rompió una ventana y se abrió el brazo o la cabeza. Reprendía al que aventó la banca sin querer cuando pasaba el profesor o el que juraba que sin ninguna intensión le dio un ligazo en la cabeza del profe nuevo. Muchas veces, tuvo que ser el investigador de quien robaba los lonches, las tareas, las plumas o llevaba los cigarros. Los prefectos de disciplina en un colegio de varones, nunca acabarían de contar, cuántos se liaron a golpes durante el año escolar, a cuántos encontraban fumando o cuántos se escondían en cualquier recoveco de la escuela. Cada vez que los profesores los requerían en sus salones, debía reprender al que creaba desorden

176

con sus fétidos efluvios; al que amenazaba a los más débiles; así como al que había gritado una letanía de majaderías o simplemente al que no se quería salir porque lo habían expulsado del salón. A veces, tuvo que ser un orientador porque un chico se había fugado de su casa o tuvo que regañar al que había llevado alguna bebida que quiso abrir. Tantas veces llenó reportes rojos de expulsión y otras tantas, tuvo que levantar la voz y ponerse de pie muy enojado ante las impertinencias. Muchas veces al día, tenía que apoyar a los profesores nuevos o experimentados para exigir el silencio frente al caos, la limpieza, el orden de las bancas y un sinfín de circunstancias. En cierta ocasión, ocurrió un caso muy divertido, llegó un niño de primaria que se acercó para decirle que esa no era su escuela, pero el profesor le dijo que buscara a su maestra. El niño iba y venía, hasta que regresó muy confundido. Al pequeño le interrogaron y así pudieron concluir que su mamá se equivocó de camión y lo subió al transporte de nuestro colegio. El trabajo de un profesor o un prefecto es arduo y complicado, pero también se nutre de una gran variedad de quehaceres y puede ser muy divertido, aunque su hígado se vaya desgastando por los corajes de tanta indisciplina amalgamada en una misma escuela. José Luis Rojo dejó de laborar en el Cumbres después de más de dos décadas. Gracias a su liquidación creo una escuela para regularizar a los alumnos indisciplinados de la zona. Desde luego que

177

extraña el ambiente del colegio y a los profesores con quienes convivió muchos años.

178

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO XXIV

LOS FORMADORES

JOSÉ ÁNGEL MARTÍNEZ FLORES

Es un profesor originario de Chiapas. Su preparación como ingeniero químico, egresado de la UNAM, le llevó a desarrollarse poco tiempo en la industria. Se cambió a la ciudad de México para laborar en una empresa capitalina que no le cumplió lo prometido, por esas circunstancias, prefirió dedicarse a la docencia de Matemáticas,

Química y Física en donde encontró su verdadera vocación. Según testimonio de sus alumnos es un profesor que sabe enseñar y que exige que aprendan y evidentemente trabajen en sus clases. Quien no lo conoce, pudiera pensar que es un poco brusco en el

179

trato con sus alumnos, pero su forma rígida de ser, va en paralelo y proporción a su efectividad para enseñar. Ha tenido tanto prestigio en la enseñanza de las Matemáticas para alumnos de bajo rendimiento, que muchos estudiantes del instituto, de otros colegios o incluso de universidades, lo buscan para que puedan aprobar los exámenes que han reprobado. En los periodos de evaluaciones, tiene tanta demanda de clases que frecuentemente se ocupa los sábados o domingos. Su sentido de responsabilidad es tal que muy rara vez llega a faltar a su trabajo. Es muy aficionado al futbol, tanto para jugarlo como para apreciarlo. Sus alumnos igual de aficionados le comentan o bromean sobre los resultados del Cruz Azul, su equipo favorito. A veces apuesta un refresco a favor de su equipo; aunque frecuentemente tiene que pagar sus deudas. Su permanencia en el colegio le ha llevado a preparar dieciocho generaciones. JIMMIE ERNESTO VEGA REYES

Ingresó al instituto como coordinador de la materia de inglés, venía de coordinar a profesores de una academia de idiomas de prestigio. Es de hacer notar que nunca le pusieron un sobrenombre y lo conocieron como Jimmie, no por ser un diminutivo, sino porque así fue registrado por sus padres. Durante casi una

180

década, compartimos la coordinación de nuestras respectivas áreas. Varios años permanecimos en nuestro trabajo con mucha presión laboral, pero afortunadamente, soportamos hasta que removieron a un mal jefe, aunque, antes de ello, nuestras coordinaciones dejaron de existir. Estoy seguro que le costó trabajo volver a las aulas, así como otros que dejamos la coordinación para volver a enfrentar muchas horas de clases. Debo reconocer que siempre se ha esmeró en emplear la tecnología educativa en beneficio de sus clases y de sus materiales didácticos. Cierta vez, me comentó que cuando ingresó al colegio, no empleaba la computadora, pero fue su interés y curiosidad innata lo que le llevó al manejo de la tecnología como una excelente forma de administrarse y un efectivo recurso didáctico. Su nivel de exigencia en clase no permitía la indisciplina, no aceptaba las frecuentes bromas sarcásticas. Sus alumnos trabajaban con orden y eran evaluados meticulosamente, clase por clase y llevaba como ningún otro profesor el registro de sus calificaciones. Un problema al que se ha enfrentó, es que existían alumnos, que al haber vivido en el extranjero, hablan la lengua inglesa de una forma coloquial, pero al practicar la norma gramatical que el profesor exigía y la lectura de obras literarias, criticaban sin razón lo que por su practicidad e ignorancia desconocían. Frecuentemente empleaba los libros de su asignatura y creaba actividades para la ejercitación de la gramática o la literatura en

181

inglés, pero se encontró con la intolerancia y el desinterés de los adolescentes actuales. EDUARDO GARCÍA VARILLAS

Las generaciones actuales lo reconocen como el subdirector de Instituto Cumbres México, un personaje que ejerce su autoridad con determinación y exigencia. Quienes lo hemos conocido, convivimos con él cuando era profesor de Matemáticas y posteriormente como coordinador. En la docencia de las Matemáticas,

fue reconocido por sus alumnos por su habilidad para enseñar, pero también por su control grupal. En el breve tiempo que fungió como prefecto, logró cambios notables en la disciplina tan controvertida de nuestros alumnos. Durante mucho tiempo, nos correspondió actuar como coordinadores de área con descontento. Debíamos ejercer nuestro trabajo con mucho estrés por indicaciones de un superior, quien por su falta de liderazgo natural, se empecinaba en hostigar a su personal, creyendo que con tantos niveles de exigencia se creaba la perfección académica. Afortunadamente para él y para el colegio, los cambios se dieron y con el tiempo lo propusieron en su puesto actual. Su preparación profesional y sus dos maestrías, le han otorgado el perfil necesario para desempeñarse en su cargo. Quien no lo conoce, pensaría que

182

es poco amigable, muy rígido y severo, pero en plan corto es solidario con quien lo necesita y amigable con quienes lo conocen, aunque aparente lo contrario Amalgamado al padre Jaime Gurza, le apoyó enormemente, buscando resolver los problemas que en el día a día se le presentaban. Quizá le tocó hacer el trabajo más complicado ante los alumnos, padres de familia y profesores, pero siempre autorizado por su director, ciertamente le correspondió emplear la mano firme de la autoridad. RODRIGO MONTIEL

Estudiaba conmigo en la UNAM y ante la necesidad de un profesor de Español lo invité a trabajar en las aulas del colegio. En poco tiempo le bautizaron con el nombre de una fruta mexicana, también conocida como persea americana de la familia de las Lauráceas. Pocos años, trabajó en secundaria, pero fueron suficientes para convivir con los profesores de

aquellas épocas y dejar lazos de amistad duraderos. Poco después ingresó a la preparatoria donde ha trabajado cerca de cinco lustros. Durante algún tiempo se desempeñó como coordinador de humanidades y luego se dedicó nuevamente a la docencia. En otro momento, compartió horas de clase con la secundaria, aunque su horario principal se concentraba en las clases de la preparatoria.

183

Muchas generaciones de alumnos han pasado por sus aulas y reconocen sus habilidades sobre autores, obras y corrientes literarias. Desde hace muchos años, ha tenido a su cargo la organización y montaje de obras teatrales como el Viacrucis y la Pastorela Juvenil; dos trabajos de gran envergadura, que requieren mucho tiempo para su organización. Para sus dos grandes proyectos frecuentemente ha contado con el apoyo de TV Azteca. Sus obras tienen un buen prestigio y generan en los alumnos mucha inquietud por participar en sus trabajos escénicos que año tras año prepara. Sus estudiantes compiten por lograr los mejores papeles y desde el inicio de la preparatoria ambicionan los personajes principales. El que un chico trabaje con chicas del colegio Rosedal es otra motivación que le inclina a buscar su participación en ambas obras. Quizá su ardua labor la realizó en un principio por compromiso, pero hoy, seguramente la realiza debido a su sensibilidad por el arte escénico, la tradición del colegio y su amor a la institución. Otro de sus vastos conocimientos, se centra en el rock y ello le ha llevado a crear una colección de más de tres mil discos de este género. En el Cine Nacional, también es un gran aficionado, ese placer le ha permitido reunir cientos de joyas del séptimo arte, que van desde el cine silente, la “Época de Oro” hasta las películas más destacadas de la época contemporánea. Con el profesor Arturo Laguna desarrolló una gran amistad, pues ambos también trabajaron en secundaria y en preparatoria. Junto con el profesor Juventino Velasco durante cerca de tres décadas han

184

compartido las clases de Literatura en el Bachillerato Cumbres, seguramente por su antigüedad laboral, pronto se pensionará. JUVENTINO VELASCO Durante mucho tiempo, ha trabajado en la preparatoria, pero en alguna época, compartió clases con la secundaria. Curiosamente me tocó ser su coordinador un par de años, para que impartiera la materia de Español en la secundaria. Cuando se fusionó el colegio (en primaria, secundaria y preparatoria), regresó a coordinar las humanidades y me correspondió que fuera mi coordinador de área. Una de sus características principales ha sido la diplomacia con los profesores, así como su reconocimiento y buen trato. Cuando ingresó al Instituto, le tocó un trabajo muy complicado, porque llegó a sustituir a un profesor de muchos años y buen prestigio. Le resultó muy difícil establecerse porque los alumnos creían que el profesor Juan Pino (profesor que se jubilaba) sería insustituible. Sin embargo, ante tales circunstancias logró ganarse el aprecio de sus renuentes alumnos. Su ascendencia, sus intenciones honestas y su amor docente fueron los factores que le permitieron su consolidación en la preparatoria.

185

Es otro de los docentes que ha sido muy reconocido por más de treinta generaciones que muchos egresados lo recuerdan con mucho agrado, principalmente por la huella que dejó en sus alumnos. Recientemente se jubiló en la SEP, después de cumplir tres décadas de trabajar en esa secretaría. En nuestro colegio siempre ha estado dispuesto a participar como maestro de ceremonias en los eventos escolares, así como en la organización de los certámenes de oratoria y debate que tanto prestigio tiene el colegio a nivel nacional. Dentro de sus cualidades extracurriculares, es un buen aficionado al canto y a la música roquera. Por tantos años de permanencia en el colegio, es otro de los candiditos a jubilarse próximamente.

186

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO XXV

CASA CUMBRES Y “PS”

Durante tantos años que laboré en el instituto, me desempeñé en muchas actividades como: profesor de Lengua y Literatura Española, Actividades Estéticas, Redacción, Literatura Universal y Mexicana (algunos años en la preparatoria en diferentes épocas), Director de Teatro, Coordinador de Deportes (solo aguanté un mes), Coordinador de Participación Social, Coordinador de Humanidades (durante catorce años) y otra vez profesor de Español, pero cuando me dediqué por entero a la Participación Social (de 1990 al 2000), dejé los grupos de teatro por completo y realicé con agrado muchas actividades de caridad cristiana. Me correspondía coordinar a padres de familia que daban una hora de servicio a la semana ante grupos de alumnos, entre ellos destacaba Diego Fernández de Ceballos y muchas personalidades como: notarios, empresarios, simples padres de familia muy colaboradores o exalumnos. Organizaba cada mes, dieciocho prácticas a diferentes instituciones, entre ellas: Las Misioneras de la Caridad, CONFE, dos asilos de ancianos, una casa de niños con cáncer, invidentes, orfanatorios, hogares para personas con discapacidades

187

diversas. En cada una de las visitas, llevábamos alimentos o artículos que nos solicitaban. Mensualmente repartíamos un promedio de una tonelada de alimentos y durante varios años donamos decenas de sillas de ruedas y beneficios materiales para las diferentes instituciones que apoyábamos.

Durante años llevamos alimentos, cobijas, ropa usada y atención médica a grupos de indígenas mazahuas. Organizamos primeras comuniones en la villa de Guadalupe para niños de San Felipe del Progreso. En otros momentos invitamos al museo del papalote a niños con

parálisis o indígenas, a ancianos, pequeños invidentes. Durante las festividades de navidad, fiestas patrias, días del niño o día del anciano, organizamos festejos muy divertidos con música en vivo y hasta con mariachis. En otras actividades llevamos a grupos de ancianos a comer a restaurantes, al cine o les conseguíamos lentes o aparatos para sordera. Era muy divertida para los alumnos y para mí, una práctica ecológica que realizábamos en el Desierto de los Leones. Se trataba de limpiar los desechos de bolsas de plástico y envases de “pet” de “La Vereda de los Corredores” que une la “Venta” con el Convento. Los alumnos llevaban guantes desechables y un costal para recoger toda la basura que dejaban los deportistas. Los equipos de alumnos que llenaban sus costales, obtenían mejores calificaciones y eso constituía una diversión para algunos. Durante el trayecto, colocábamos letreros

188

ecológicos en defensa del bosque que previamente habían confeccionado. Nos hacíamos acompañar de los guardabosques por seguridad de los muchachos. Hasta que un día, un alumno recogiendo lo que para él era basura, se encontró con un limón que metió a su costal, luego otro, después un huevo e hizo lo mismo. Una señora que hacía algún rito obscuro (magia negra) en pleno bosque, se acercó gritándole y estuvo a punto de golpearlo, pero el guarda con su máuser en mano la detuvo. A la mujer la llevaron detenida y nosotros decidimos dejar de asistir al enterarnos de los frecuentes asaltos en la zona. La noticia de que a los hijos del presidente Ernesto Zedillo también habían sido asaltados en las inmediaciones del lugar, fue la que determinó que dejáramos de realizar este tipo de prácticas sociales en defensa del bosque.

Uno de los lugares más difíciles para realizar las prácticas de “PS” fue la Casa Hogar de la Misioneras de la Caridad, en el antiguo pueblo de Santa Fe. A muchos de los alumnos le impactaba el lugar, por eso solo llevábamos a los alumnos de tercer

grado de secundaria. En las tres secciones del lugar trabajaban; algunos daban de comer a los bebés, otros a las chicas mayores con diferentes discapacidades, otro grupo llevaba esparcimiento a las

189

ancianas con quienes interactuaban jugando juegos de mesa, también podían hacer limpieza en las diferentes áreas. En tantos años de prácticas, pude observar muchas muestras de caridad. Recuerdo que había un anciana invidente que no hablaba y que si pasabas cerca de ella, te tomaba la mano para que le acariciaras su cabeza rapada. Un alumno que me acompañaba, se quedó con ella, pero como apenas empezaba a organizar la práctica, me olvidé de él y me dirigí a las diferentes secciones. A punto de partir, lo encontré, estoicamente seguía con la abuela, dándole las muestras del cariño que necesitaba, después me confesó que esa había sido para él la mejor práctica porque le había hecho reflexionar lo que tenía y que con muy poco, podía hacer mucho por alguien. En el mismo sitio, un alumno construyó con una patineta, un vehículo para una de las chicas mayores que sufría de parálisis espástica y que solo podía mover la pierna izquierda. Se la hizo al tamaño y además acojinada para evitar que se arrastrara como siempre lo había hecho. Era extraordinario observar la solidaridad de Paty (tenía 18 años y era muy pequeña). Ella con su pie podía darle de comer en la boca a dos chicas paralíticas (Tere grande y Tere chica) que pasaban la vida postradas sin ningún movimiento. Se las colocaban en unas colchonetas y con mucho cuidado les alimentaba, paradójicamente ella no podía comer, pero sí podía alimentar a quienes la necesitaban. Cuando uno de mis alumnos (los

190

más solidarios) le daba de comer, no lo podía evitar, se llenaba de vergüenza.

Desde luego que a muchos jóvenes no les gustaba el lugar o les impactaba demasiado y algunos preferían hacer labores de limpieza que enfrentarse a los efluvios corporales, nada gratos de las diferentes habitaciones. Cierta vez, uno de mis estudiantes me suplicó que no lo llevara a ninguna sección, que prefería limpiar los vidrios

de la institución y así lo hizo. Aquella vez, al llegar a la institución, las abuelitas internas me comunicaron que el fin de semana había fallecido Consuelo. Era una de las ancianas que no recordaba nada de su vida, pero repetía completas toda clase de oraciones. Parece mentira, pero se sospechaba que alguno de sus familiares, la había abandonado en un basurero, ahí la dejaron sentada en una silla de ruedas. Las autoridades la trasladaron con las Misioneras de la Caridad, el único lugar donde la podían aceptar. Continuamos las actividades y el chico que se dedicó a limpiar los vidrios, asustado me fue a buscar y me dijo: -Ahí está la muertita profe.- Desde luego que no le entendí. Me llevó a la capilla y ahí estaba el cadáver de la mujer. La burocracia de las autoridades olvidó sus responsabilidades y la desamparada anciana seguía esperando la sepultura.

191

En el trayecto al colegio, me platicó que estaba feliz porque no había entrado a ningún pabellón, por eso con esmero lavó todos los vidrios externos de la planta baja, pero nunca se imaginó lo que se encontraría. Después de terminar su labor se fue a la pequeña capilla, donde limpio por fuera y por dentro los cristales, luego el féretro, también le dio un trapazo, pero bajo el cristal la vio. No lo podía creer, tanto susto le obnubiló la conciencia y salió corriendo a buscarme. Ahí seguía Consuelo...

Durante varios veranos y en las instalaciones de la Universidad Anáhuac participé como instructor de prácticas de Participación Social para los nuevos profesores de los diferentes colegios del país. Era para mí muy divertido porque podía verter mi experiencia y compartir mi satisfacción por realizar obras sociales que me redituaban

más de lo que yo pudiera dar. El programa de Participación Social del Instituto Cumbres México destacó tanto, que fuimos la primera y única secundaria de los colegios legionarios del país que contaba con su propio centro social llamado CASA CUMBRES ANÁHUAC (Centro de Atención Social y de Apoyo). En poco tiempo llegué a la reflexión de que podríamos crear nuestra propia institución en lugar de acudir a otros lugares y así fue. En las colonias de Huixquilucan, había estado buscando algún terreno en donación para construir una obra social, pero cierto día, me encontré con que el gobierno había edificado un Centro Comunitario,

192

una construcción nueva que aún no se empleaba. Cuando vi el lugar pensé que sería un sueño contar con una obra ya realizada, tal y como la quería.

Ya me había entrevistado con los vecinos representantes de la colonia Pirules y ellos me acercaron a la presidencia municipal. Me contacté con las autoridades correspondientes y les presenté el programa de todas las actividades que realizaríamos. En menos de lo que imaginé, firmamos un contrato de comodato con el gobierno. Ellos nos prestarían el edificio a cambio de ofrecer actividades gratuitas a la comunidad. Iniciamos labores con cursos de: alfabetización, primaria y tareas dirigidas; posteriormente incluimos secundaria y preparatoria abierta del INEA, asesoría legal, consulta médica gratuita y apoyo psicológico, entre otros beneficios. Me tocó ser: “El burro que portaba las reliquias del Santo” porque gracias al apoyo del Director, de los alumnos y los padres de familia, la obra social se pudo realizar y yo recibía los reconocimientos de tan loable labor. Corría la década de los noventa cuando me autonombré coordinador general de la CASA Cumbres Anáhuac. Para el funcionamiento del centro fue necesario organizar anualmente, funciones de cine, rifa de un automóvil (una agencia me prestó uno de ellos), conciertos, recaudación de muchas toneladas de periódico, venta de chocolates y lo que fuera necesario para reunir fondos económicos.

193

El mantenimiento anual era muy barato porque solo contábamos con una coordinadora y una persona de limpieza que devengaban salario. El potencial humano lo integraban los alumnos de la Secundaria Cumbres y pasantes de la Universidad Anáhuac, que realizaban el servicio social con nosotros. También nos apoyaron colegios como el Irlandés y el Rosedal, quienes realizaban sus prácticas en nuestro centro. Algunas mamás de alumnos, nos apoyaron en diferentes momentos para que la obra funcionara, una de esas mujeres empeñosas y solidarias, como ninguna otra, fue la señora Dora Fernández.

Se conjuntaron muchos factores para que esta labor diera beneficio durante seis años a una comunidad muy necesitada, pero como suele ocurrir, ciertas personas de la colonia Pirules con intereses mezquinos quisieron beneficiarse y mejor decidimos devolver

el centro al gobierno. En el colegio también valoraron que siendo yo, coordinador de humanidades, dedicaba parte de mi tiempo a una obra social, que no era estrictamente académica para los intereses de la institución. Algún tiempo después, me localizaron para solicitarnos que volviéramos a hacernos cargo del centro, pero las condiciones y el tiempo para rehacer lo que habíamos emprendido en su momento, no eran las mismas. Quienes se habían quedado a cargo, cobraban por lo que

194

nosotros ofrecíamos gratuitamente; el pastel generoso que pensaron encontrar no fue la panacea que esperaban. Al cerrarse la CASA Cumbres Anáhuac, mis actividades se concentraron exclusivamente en actividades de coordinación académica. Dejé la Participación Social y el colegio vivió una transformación que nunca esperamos. Por determinaciones de la organización de los Colegios Legionarios cada plantel de primaria contaría con su propia secundaria y nuestra escuela se fue reduciendo gradualmente año tras año. Ya no captaríamos a los alumnos de las dos primarias (Lomas y Bosques); de los dieciocho grupos de secundaria de antaño, solo quedaron seis de ellos (en la actualidad). En el año de 2004, los coordinadores académicos eran muchos para tan pequeña escuela y el recorte como coordinador me alcanzó. Tuve la oportunidad de retirarme mediante la liquidación, pero después de seis meses de inactividad docente y, estar confinado en la biblioteca, decidí reintegrarme a las aulas porque el profesor de español había renunciado. Nunca olvido que los profesores a mi cargo, me preguntaban que si continuarían en la institución y pronto les respondía, que ellos debían tener la respuesta, valorar su trabajo y su responsabilidad. Pero cuando me llegó el recorte, comprobé que no siempre así eran las cosas. Debo reconocer que el encono de un personaje cortó mi desarrollo ascendente, pero nunca mi pasión por la docencia.

195

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO XXVI

ALUMNOS DEL RECUERDO

Existe una inmensidad de alumnos de mis recuerdos que difícilmente olvidaré, porque a veces se me revelan por cualquier detalle. No alcanzarían las páginas de estas memorias para reconocerlos, basten unos cuantos para rendirles pequeñas remembranzas. MANUEL GÓMEZ ENTERRÍA Merece un apartado especial incluir a Manuel, no porque ya se encuentre ausente, sino porque en vida se granjeó el aprecio y el cariño de quienes los conocimos. A sus quince años de edad, mantenía muy buenas relaciones con sus compañeros y profesores. Fue un buen estudiante, en el deporte, practicaba lo que se le pusiera

196

enfrente. Recuerdo su cara sudorosa y su respirar agitado, regresando del patio con la intensión de llegar a tiempo a la clase. El respeto que prodigaba a sus mentores era reconocido por todos, el mirar de sus ojos claros delataba transparencia de sentimientos y un buen talante. A pesar de las varias operaciones que sufrió en el labio superior, se veía un joven muy feliz. Era de los estudiantes que te contagiaban su energía y advertías que mucho disfrutaba la escuela. La adversidad invadió a su familia cuando apenas cursaba el primer grado. El pequeño Manolo tuvo que soportar la terrible desdicha de haber perdido a su padre en un asalto. Aquella vez, a sus trece años se tuvo que ocultar de los delincuentes en compañía de sus hermanas. Nunca podré reflejar en palabras el terror y la angustia que sufrieron al ocultarse y menos narrar los que después pasó. Por la crueldad de los verdugos, su madre fue herida de gravedad, mientras él y sus hermanas se ocultaban para protegerse de los delincuentes. Los hombres sin alma saquearon cuanto encontraron y no conformes, cegaron la vida de su padre. Ahí la vaciaron, por unos bienes superfluos que seguramente malbaratarían en unos cuantos pesos. Por esas insignificancias, arrebataron de tajo la existencia de un progenitor, cuánta desdicha ocasionaron… Seguramente, a su edad fue muy difícil aceptar la pérdida de su padre, nosotros sus profesores nunca conocimos sus sentimientos sobre la tragedia que sufriera su hogar. Me comentaba Julio

197

Fernández, el prefecto de estudios de aquellos años, que la mamá de Manuel era una mujer muy participativa y congruente con el movimiento del Regnum Christi, pero el rencor hacia los asesinos de su esposo, no lo había superado. Tanto sufrimiento era muy difícil de olvidar. Después de un retiro espiritual, la señora regresó muy contenta porque había logrado perdonar a sus verdugos. Para festejar la alegría de su perdón, decidió viajar con sus hijos a la playa durante las vacaciones de Semana Santa. Una de sus hijas, pensaba viajar con alguna de sus amigas a otro destino, pero ya no fue, en el último momento la mamá decidió que partirían a Puerto Vallarta. Toda la familia iba dispuesta a disfrutar de algunos días de relajación. Nunca imaginaron, que el vuelo 940 de Mexicana de Aviación del 31 de marzo de 1986, con destino a Miami y con escala en Puerto Vallarta, no llegara a su destino. A punto de lograr la velocidad de crucero, una explosión hizo que el avión se cimbrara y se generara en su interior la alarma de peligro. La torre de control recibió el aviso de emergencia e inmediatamente autorizó su regreso; unos mensajes después, el piloto decía alarmado que perdía altura, mientras la comunicación se desconectaba. El avión cayó envuelto en llamas en la Sierra Madre Occidental muy cerca de Maravatío, Estado de Michoacán. El peor accidente de la aviación nacional con el mayor número de víctimas ocurrió en aquella fecha, la misma en que Manolo, su madre y sus dos hermanas también perecieron. En tan solo dos años, todos

198

los miembros de la familia Gómez Enterría, entre ellos, nuestro querido alumno dejaron de existir. Al regresar de las vacaciones de Semana Santa, el Instituto Cumbres Vista Hermosa había perdido a un estudiante que aún muchos años después sigue siendo bien recordado. A punto de terminar el ciclo escolar, Julio Fernández, debía hacer la encuesta para la medalla Óptimus (hoy, Interger Homo), un premio que se otorgaba a los educandos más reconocidos por sus compañeros y profesores, no solo por sus calificaciones, sino por sus virtudes de buen compañero y amigo. Cuando entregó las boletas, donde los alumnos votarían por sus candidatos, la sorpresa que tuvo fue enorme, sin ningún acuerdo previo, la mayoría escribía el nombre de Manuel Gómez Enterría. Fue necesario que se reunieran los directivos para analizar el caso y acordaron que el alumno ausente participaría en la terna de los finalistas. Las votaciones lo favorecieron, el premio sería entregado por primera vez post-mortem a nuestro amigo Manolo. La dirección del colegio buscó a alguno de sus familiares para que recibiera el reconocimiento, pero no se encontró quien lo hiciera y por tanto acordaron que lo recibiera su mejor amigo. Antes de la entrega de las preseas, según me confesaba Julio Fernández, estaba un tanto preocupado porque el sentimiento de nostalgia lo invadiera y se perturbara al entregar los galardones. Por esa razón se metió a la biblioteca a meditar y tomó un libro, lo curioso es que la coincidencia le llevara a tomar uno que se titulaba:

199

“Hace Falta un Muchacho” de Arturo Cuyás y con esa frase inició las sentidas palabras del discurso para reconocer al chico que hacía falta y que jamás regresó al colegio. La medalla de Manolo la recibió su mejor amigo. Cuánta falta hizo el querido adolescente, aquel que fuera distinguido en esa fecha. Manuel partió para siempre con toda su familia, seguro estoy que se fue al encuentro con el padre que ya los esperaba. JUAN PABLO PAMPILLO Siempre fue un alumno ejemplar, que no solo tenía excelentes calificaciones, mantenía muy buenas relaciones con sus compañeros y profesores. Durante las clases, siempre estaba dispuesto a trabajar y a responder ante las preguntas de los profesores. Era el tipo de estudiante que cualquier mentor desearía hubiera en todas las clases. Agradezco a mi profesión que haya podido impulsar a jóvenes como Juan Pablo y, por qué no, a tantos otros indisciplinados, que si bien eran un remolino de cambios, también se han desarrollado en sus profesiones o su vida de adultos. Es sorprendente su currículum, se tituló con honores como abogado en la Escuela Libre de Derecho (1999), es doctor en Derecho “Cum Laude” (en latín, ´con elogio, con abalanza´) (2006) y premio extraordinario por la Universidad Complutense de Madrid (2007). Actualmente se desempeña como titular de la Unidad Ética y

200

Derechos Humanos de la Procuraduría General de la República. Ha sido investigador, profesor y coordinador de diferentes proyectos de la Universidad Anáhuac, autor de ocho libros y coautor de treinta y ocho libros colectivos. Lo registran como ponente y profesor a nivel de licenciatura, maestría y doctorado en universidades de prestigio de Estados Unidos de Norteamérica, Italia, España, Argentina, Brasil y Colombia entre otros. Es reconocido por el CONACIT como investigador nacional grado III (máxima distinción) y es mimbro de muchas academias de Jurisprudencia en México y otros países. Juan Pablo puede tener muchos reconocimientos nacionales e internacionales, pero es de mayor importancia para mí, observarlo en las fotos como padre de familia y esposo. Para un profesor debería ser un gran orgullo saber de los logros de sus exalumnos. Para mí, enterarme que han sido triunfadores es una grata satisfacción. FÉLIX LOPERENA Cuando era estudiante de la secundaria, era un buen parlanchín que participaba en las clases con respeto y atención, detalles de cortesía nada frecuentes en aquellos años. Desde que ingresó a preparatoria

201

le perdí la pista hasta que muchos años después, lo llegué a escuchar en la radio y me dio mucho gusto saber de su desarrollo en los medios. Pero para contar su historia, preferí incluir la carta que me envió después de una charla telefónica. Estimado René:

Me da mucho gusto leer tus memorias porque nos dan a conocer que sigues en activo y eso es algo que da gusto. También se convierten en una especie de viaje en el tiempo y nos llevan a una época en la que sólo nos teníamos que preocupar por estudiar. En ese entonces no lo comprendíamos, pero era un lujo llevar una vida tan despreocupada.

En cuanto a lo que ha sido de mi trayectoria después de salir del Cumbres, te puedo decir que los medios de comunicación siempre me llamaron la atención. Especialmente la radio y todo lo relacionado con la información. Me inicié como locutor en 1993 en una estación de radio que se llama Alfa (91.3). Llegué ahí por un casting que hicieron en diversas universidades y fui uno de los 4 elegidos (de entre más de 5,000).

Esa estación fue comprada por Grupo Radio Centro en 1994. Siempre dije que me faltaba conocimiento sobre la música pop en español,

202

pero tuve que aprender rápido porque en 1997 me cambiaron a Stereo 97.7, estación en la que estuve 2 años.

Dejé Grupo Radio Centro en 1999 gracias a una propuesta de TV Azteca. En esa televisora conduje un programa que se llamó “La Polaca”, producido por Javier Alatorre, en el que hicimos el seguimiento a los candidatos para la elección del 2000, especialmente a Vicente Fox. En Azteca, conocí a Eduardo Ruiz Healy, que a la postre se convertiría en uno de mis grandes amigos y mi más importante mentor en el mundo del análisis y la noticia.

Me invitó a participar en su programa de Radio Fórmula y todos los días tenía una sección en el noticiero de Eduardo, hasta que en 2001, decidí que necesitaba un descanso de los medios. Me dediqué a otras cosas, pero la querencia llama. Eduardo me pidió que regresara a su noticiero en Radio Fórmula y regresé con una sección que se llamaba “La Primera Vez”. En esta sección hablábamos de la historia de cientos de productos que hay en el mercado y después hablábamos del mercado mundial y nacional de cada uno de estos productos.

Me volví a retirar de los medios y estuve un tiempo en gobierno, pero francamente no fue lo mío. La burocracia y la poca movilidad de las instituciones públicas me desesperaron. Un día, comiendo con Eduardo Ruiz Healy y con el dueño de Newsweek en Español (a quien conocía desde que éramos unos niños, también iba en el Cumbres), a Eduardo se le ocurrió proponerme para entrar a Newsweek y al dueño le pareció buena idea. Es por eso que desde

203

septiembre de 2013 me desempeño como Director de Operaciones de esta importante publicación. Pero, como dije antes, la querencia llama. Es por eso que estoy desarrollando un proyecto para regresar a radio sin dejar Newsweek. Para no variar, ese proyecto es con otros dos amigos… del Cumbres. Ya veremos qué pasa. Te mando un afectuoso abrazo. RAFAEL CHÁVEZ LOZOYA

Apenas hace unos cuantos años, terminó la secundaria y lo vi en el Facebook anunciado en la revista “Petróleo” como un empresario emprendedor en el campo de la energía eléctrica, de momento no podía comprender como había llegado a ese lugar, incluso pensé que había ganado algún concurso de proyectos de bachillerato, pero no fue así, Rafa, estaba promocionando su propia empresa. Establecimos contacto, e inmediatamente le pregunté sobre la carrera que había estudiado, pero muy fresco me dijo: -no profe, apenas voy iniciándola, estoy cursando el segundo semestre-. Mi duda fue mayor porque no comprendía cómo a sus 19 años, estaba inmerso en proyectos tan importantes. Lo invité a una entrevista frente a mis alumnos y gustoso aceptó. Al llegar, me dijo que estaba emocionado porque volvía a su antigua escuela; eso me inquietó, pensé infundadamente que se pondría

204

nervioso durante el evento. Llegué a creer que por su juventud no pudiera interesar a los adolescentes dispersos por naturaleza, pero no fue así, desde que empezó a trasmitir su mensaje logró una excelente química con ellos. Los alumnos muy motivados escucharon que su interés siempre fue no depender de nadie y ser su propio jefe. Conocieron que su primer proyecto (camisas a la medida) empezó desde tercero de secundaria y que en un tiempo record, ya contaba con una empresa de gran futuro. Si bien no había sido un gran estudiante, nada destacado en la oratoria, aunque si un buen parlanchín en las clases, ahora se presentaba como un perfecto orador. Comentaba, que para algunas negociaciones, los empresarios se sorprendían y no podían creer que estaban a punto de cerrar contratos de producción eléctrica con jóvenes que parecían menores a sus hijos. En otro momento de la plática mencionó que también tuvo fracasos por su juventud, se llegó a encontrar con personas que ni siquiera quisieron atenderlo porque les parecía muy joven, sin formación y experiencia. En las diferentes entrevistas que realicé en los últimos dos años, llegué a invitar a un mosaico de exalumnos, dueños de muchas personalidades, expertos en los negocios, la política, obras sociales o la literatura, pero nunca tuve a nadie con su juventud y menos con tanta energía para emprender como él lo estaba haciendo.

205

Hasta después de la plática, comentando con el profesor Eduardo Varillas, me enteré que cuando cursaba el cuarto de preparatoria lo había expulsado por calificaciones e indisciplina. El cambio a la preparatoria no le había asentado, pero quizá ese fracaso fue el detonador de su rápido desarrollo. Después de la entrevista, solía comentar con mis grupos sobre los entrevistados y me encontré con que todos se expresaban muy bien, porque su ejemplo los había motivado. En primer grado de secundaria hubo un grupito (Braulio, Daniel y Ceferino) que muy motivados querían comenzar un negocio propio, no lo emprendieron, pero si formaron un equipo de debate que se enfrentó contra un grupo de segundo, luego con otro de tercer grado para ganar el concurso de debate. Si la plática de Rafael trascendió o no fue así, es lo de menos, lo importante es que transmitió su experiencia a pesar de su juventud., Me quedó de ejemplo, que los de “poco monta” también pueden destacar sin haber sido las grandes lumbreras. Rafa es un ejemplo de juventud y tenacidad, como es el caso de Ricardo Castro, otro exalumno de preparatoria a quien no le di clases, pero que incursionó, en el mundo de la fotografía con mucho éxito y una gran calidad artística en su trabajo.

ENRIQUE ST Fue un alumno de mi último curso escolar que ingresó al colegio, ese año venía exportado de alguna institución cercana. Como

206

estudiante nuevo, tuvo que granjearse un lugar dentro de sus compañeros, aunque no fue fácil porque tuvo varios enfrentamientos, tanto con profesores como con sus colegas. Como muchos adolescentes por sus cambiantes estados de ánimo, discutía sin mostrar respeto con las autoridades. Fue un escolar promedio que demostró sus habilidades oratorias y de actuación. Le gustaba participar en eventos ante grandes auditorios y en los debates escolares, sin embargo, su soberbia no le permitía reconocer, que podría prepararse mejor, aunque se sentía plenamente satisfecho por sus actuaciones y hacía alarde de ello. El motivo por el cual lo incluí en estas páginas es por un acto que me pareció muy encomiable, no así por su comportamiento a veces prepotente o cargado de inevitable vanidad. Después de la Semana Santa, comentaba a sus compañeros una aventura que me resultó interesante y que después me narró con detalle. En esas vacaciones, había viajado a los Estados Unidos de América a practicar el esquí en nieve. Mientras descendía en una pista que recientemente habían estrenado, presenció un accidente. Esa tarde, a punto de obscurecer, él y dos esquiadores más fueron los últimos en salir. Delante iba un “snowboardista” experto, pero antes descendía un esquiador de poca experiencia que bajaba con miedo y mucha lentitud. Enrique observó que el desesperado pretendía rebasar al novato y lo intentó en varias ocasiones, hasta que llegó el momento, en que queriendo saltarlo, le golpeó fuertemente la espalda, pero no se detuvo, quizá ignoró lo que había ocasionado o pensó castigar la falta de pericia del que no lo dejaba pasar.

207

Cuando Enrique vio que el inexperto se salía de la pista y rodaba algunos metros. No lo pensó y se detuvo, inmediatamente se quitó la tabla y se acercó a socorrerlo. El golpe había sido tan fuerte que el rictus de malestar se reflejaba en aquel rostro. Los quejidos del herido, un joven de más de treinta años, expresaban el dolor inmenso que sufría. Enrique sabía que en unos minutos cerrarían la pista, que la noche se venía irremediablemente y que sus padres lo estarían esperando, pero no podía dejar a la víctima a su suerte. Pronto se dio cuenta que el muchacho, con aspecto ruso y que poco hablaba inglés, no se podía mover. Con mucho tacto lo acomodó sobre la nieve, se quitó la chamarra para cubrirlo como si fuera cobija, sus guantes se los colocó en los oídos para mitigarle el frío y trató de calmarlo con frases cortas, pero con respuestas que poco comprendía. Por más que daba gritos de auxilio, no lo escuchaban. Conforme transcurría el tiempo, se ponía más nervioso, en la montaña nadie lo escuchaba, las sombras invadían los cerros. Claro que pudo abandonar al lesionado, pero su espíritu de solidaridad le obligó a quedarse. Todavía le quedara más de media hora por bajar y el poblado donde se hospedaba, se encontraba a varios kilómetros de distancia, sin embargo, no podía dejar de pensar en la angustia que estaría sufriendo su madre… era inhumano abandonar al lesionado. Como el accidentado no se podía mover y se quejaba de sus lesiones, trató de animarlo, diciendo repetidas veces que pronto vendrían a su rescate. Después de casi veinte minutos llegaron los paramédicos y el muchachito no lo pensó más, sin despedirse se retiró. Nunca supo el nombre de aquel esquiador, no hizo falta, lo importante es que ayudó a una persona que lo necesitaba. El ciclo

208

escolar terminó y Enrique nunca tuvo ningún cambio de actitud disciplinar, siguió molestando a un par de profesores que no eran de su agrado, pero en el momento que fue necesario ayudó a quien lo necesitaba. Nota aclaratoria: Pido disculpas a todos aquellos exalumnos que no incluí en estas memorias; a esos triunfadores, sencillos profesionistas o simples hombres de valores. A veces sin querer, vienen a mi recuerdo algunos detalles de cuando fueron mis pupilos. Si llego a ver las fotografías actuales de muchos exalumnos (Facebook), se genera en mi memoria la imagen que tuve durante su adolescencia e inevitablemente brotan pequeñas chipas de evocaciones.

209

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO XXVII

ENTRE CLASES Y BROMAS

Le comentaba a mi esposa que al inicio o al terminar la clase de primero o segundo de secundaria, se ha hecho rutina que muchos chicos se acerquen a despedirse de mí y con el puño intercambiamos un pequeño golpe. A veces me parece que les estuviera dando la bendición. Tanta ha sido la costumbre del día a día, que en otros momentos he querido saludar así a otras personas.

210

-o- Hace pocos meses, un alumno muy tranquilo, nada indisciplinado, como suelen ser pocos de mis estudiantes, me tendió una trampa que desembocó en un gran susto. Acostumbrado a saludarlos con pequeños golpes en los puños, le di uno muy débil a Roberto López en su brazo, al momento se tiró al piso desde la banca donde se encontraba y, empezó a convulsionarse. No alcancé a comprender lo que pasaba y de momento pensé -¡Ah, qué chamaco tan bromista!-, pero al ver que su cuerpo se arqueaba y temblaba incontenible, me incliné para ver qué le pasaba. ¡Qué susto me llevé! En tanto estuve a unos centímetros, se sonrió y divertido me gritó: -¡Lo engañé, lo engañé! No me quedó más alternativa que decirle: -¡Chamaco, no hagas eso, vaya que me asustaste! Iñaki Ansuátegui que había visto la escena se reía incontenible y le reclamó a López: -Ahora, que sí asustaste al Amiguito. Los chicos y yo reímos divertidos. La broma había sido buena, no tenía por qué llamarle la atención

-o- Desde luego que siempre ocurren en los salones muchos detalles que desembocan en risas incontenibles. Cierta vez, narrando a los alumnos de primer grado la leyenda de Popocatépetl e Iztaccíhuatl, les dramatizaba como el esposo, después de llegar de la guerra se

211

hincaba ante el cuerpo de la mujer. En eso me levanté y mi cabeza rebotó con el soporte de la televisión (que antes había en los salones) para quedar nuevamente en la misma posición seminoqueado, desde luego que los alumnos se rieron por el golpazo, pero al observar mi expresión de dolor, solidarios se callaron, aunque escuchaba la risa contenida de varios. Algunos se acercaron para levantarme, aunque permanecí de rodillas. Al palparme con la mano, descubrí un poco de sangre, asustados por el golpazo esperaban verme reaccionar. Cuando por fin me recuperé les dije: -No pasó nada, pero estuvo muy simpático. Ahora sí, ríanse… Ellos y yo carcajeábamos sin control, no faltó quienes se tiraron al piso dando rienda suelta a sus risotadas.

-o- Existe una broma de hace mucho tiempo que se fue conservando a través de los años sin que yo la propiciara. Los alumnos que ya han estado en mis aulas, se encargaban de que ocurriera y yo, según las circunstancias, podía seguirla o pararla para otro momento. Cuando ingresaba a la escuela un compañero nuevo, ya iniciado el ciclo escolar, los alumnos le decían: -El profesor Amiguito es muy buena persona y le gusta que le pregunten de su hermana porque es campeona olímpica de natación. Cuando alguien le pregunta, se pone muy contento y nos platica casi toda la clase de ella. Cuando llegaba al salón y descubría al nuevo estudiante, regularmente le daba la bienvenida, le entrevistaba muy brevemente para saber

212

algo de él y para que sus compañeros lo conocieran. En las breves preguntas descubría si podía o no soportar la broma. Si advertía mucho nerviosismo, al momento que me hacía la pregunta, le decía que no le podía contestar en ese momento, pero si permitía que me realizara la pregunta, esto pasaría: -¿Profesor que su hermana es campeona olímpica de natación? Al momento iniciaba mi actuación, transformaba mi rostro en enojo, mis ojos despedían fuego de coraje y podía gritarle, que yo no le faltaba al respeto. A veces le ordenaba que saliera del salón o explotaba enojadísimo. Después de mis desplantes de disgusto le decía: -¡Qué falta de respeto, mi hermana es paralítica! El rostro del mozalbete se confundía y acusaba a quien le había pedido que me preguntara. Entre tanta risa, pedía la calma y le decía: -Es una bienvenida a tu salón, es una broma que te hacen tus compañeros y que yo solo la actúo. Las reacciones de la víctima eran las que divertían a mis alumnos, algunas víctimas de la broma expresaban contrariedad, enojo contra quien le aconsejó la pregunta, gran pena, así como tristeza o un sensible arrepentimiento.

-o- Les narro a continuación una broma muy antigua que a veces los alumnos la reviven, principalmente para los nuevos profesores. En el cambio de clases, al salir el profesor, los alumnos cierran la puerta y se repliegan a la pared de los ventanales que dan al corredor. De

213

tal manera que si el profesor no tiene llave del salón, observa que el grupo se encuentra vacío. Muchas veces espera varios minutos, observando que sus alumnos crucen el patio, trasladándose a su salón desde el laboratorio o de la clase de Educación Física. Al observar que no se encuentra su grupo, el mentor va a buscar al prefecto y, un alumno espía, les indica que es tiempo para volver a su lugar. Rápidamente se sientan en sus bancas y cuando regresan; el “engañado” y la autoridad descubren que ahí estaban sus alumnos. El objetivo de perder minutos de la clase ya se ha cumplido. El prefecto invariablemente buscará al autor intelectual de lo ocurrido que nunca aparece porque todos han participado. El castigo grupal puede ser la única alternativa y pudiera consistir en quedarse sin recreo para hacer algún trabajo escrito o formar filas durante el receso. Otra variante de esta broma, es que un grupo de siete u ocho alumnos se apilan alrededor del escritorio con sus cuadernos, simulando que un profesor les califica sus trabajos. El nuevo profesor espera varios minutos, observa su reloj, pero no se atreve a tocar la puerta y si lo hace, ningún alumno lo voltea a ver como si no hubiera nadie afuera. En un momento de distracción para el que espera, los alumnos se sientan y descubre que no había nadie en el escritorio. Los minutos ya se han gastado y los alumnos han logrado su cometido. Las

214

reacciones del docente pueden ser muy diversas, enojarse y castigar a los culpables, llamar al prefecto y hacer lo mismo o festejar su broma y continuar con la clase. La última de las salidas puede resultar la mejor pues con ello se pudiera ganar la aceptación de los guerrosos, aunque pudiera ser el detonante de otras bromas mayores si no se tiene la experiencia didáctica.

-o- Hace muchos años, los alumnos les llamaban a los hermanos consagrados ORNI (Objeto Religioso No Identificado) y también les podían bromear como a cualquier otra autoridad escolar. Uno de ellos había llegado de Irlanda y su español no era muy bueno, confundía los géneros de las palabras, por eso cuando llegaba a recoger el contra-recibo de la boleta de calificaciones decía: -Dame, la boleto. No faltaban los graciosos que le llevaban boletos del metro, de autobuses o de aviones. Al observar la reacción de enojo del religioso, todavía se atrevían a discutir que eso era un boleto. Como los consagrados regularmente eran muy jóvenes e inocentes y como los alumnos eran doblemente inquietos, los primeros solían buscar la mejor manera de llevarse con los estudiantes. En algún recreo, un grupo de muchachos platicaba con el religioso y uno de ellos le dijo: -Hola hermano mamón. -¿Qué ser mamón?, mi no entender. -Amigo, camarada, hermano.

215

-¡Ah!, tú ser mamón. -No solo usted, por respeto así le decimos. Durante varios días al encontrar al hermano lo saludaban con esa vulgaridad y otras más, pero la benevolencia del hermano no le llevaba a pensar que se trataban de palabras prosaicas. En el fin de semana siguiente, se fueron a un retiro espiritual y el hermano recibió la orden de llamar a los chicos a comer por eso gritó: -¡Heeey you!, bola de mamones, vengan a comer. El director espiritual reaccionó inmediatamente y le preguntó: -¿Quién le enseñó eso hermano? Ya no recuerdo qué le pasó a los instructores del mal lenguaje a los extranjeros. Lo que aún tengo presente, es que muchos nos enteramos de la broma. Los mismos participantes difundían a todos lo que habían hecho al hermano nuevo.

-o- En los concursos de la materia de Español, la declamación era muy competida y el “Rolas” en aquel año de la década de los años noventa, quería ganar por tercer año consecutivo, pero quería lograr otro primer lugar con la misma poesía. Por eso le obligué a que olvidara: Los Motivos del Lobo de Rubén Darío y que participara con otro poema. No muy convencido se aprendió un nuevo poema. El alumno contaba que para ganar, en su familia le contrataban un instructor con un

216

estudio de televisión que le permitía observarse por cualquier ángulo para lograr mejor impacto en el público. Esa noche en el auditorio de a primaria de Rosedal 50, cerca de cuatrocientas personas esperaban la final del concurso de tercer grado. Llamé por el micrófono a Rolando y pasó muy seguro, aunque llevaba muletas por alguna fractura. Se paró en el escenario muy seguro de que nuevamente ganaría y dijo lo siguiente: -Respetable público, voy a declamar para todos ustedes el poema titulado… (Olvidé el título), ESCRIBIDO por… Sí, lo escribí con mayúsculas y en negritas porque apenas terminó la palabra y en el auditorio se escucharon las risas. Rolando acostumbrado al reconocimiento y los aplausos se desconcentró y se puso muy nervioso. Pedí al público que guardara silencio, me acerqué al alumno, le dije algunas palabras de aliento para que se concentrara. Inició su declamación con mucha energía, observaba que el público con su atención le otorgaba la confianza de que ganaría, pero a medio poema se trabó unos segundos y sin meditarlo dijo intolerante: -¡Puta madre!-. El público nuevamente rompió el silencio para reír estridente. La fuerte expresión que gritó ante religiosos, padres de familia y alumnos causó al auditorio descontroladas risotadas. No esperó más tiempo y se bajó del escenario. Tomando en cuenta el nerviosismo del alumno, consulté al jurado, pidiéndole otra oportunidad y la decisión fue que podría volver a

217

participar después de escuchar a los demás competidores, pero fuera del concurso. El evento llegó a su final y entonces solicité que Rolando pasara nuevamente, el público y sus amigos le aplaudían muy solidarios para que no se equivocara. Declamaba con gran dominio, aunque al final del poema se volvió a trabar, entonces la reacción y la expresión vulgar volvió a ser la misma. En forma proporcional la audiencia volvió a estallar de risa. Rolando lleno de impotencia salió por la entrada de los actores, nadie lo encontró. La vergüenza y la impotencia le obligaron a escabullirse. Desde luego que para el Rolas, yo fui el culpable de su fracaso porque le exigí que cambiara de poema.

-o- Los profesores nuevos eran el blanco perfecto para poner en práctica varias de las burlas estudiantiles. A un profesor que llegó sin conocer muchos detalles del colegio, los alumnos le advirtieron que debía empezar la clase rezando, para ello lo hincaron en el estrado. Los rezos podían durar más de veinte minutos y su clase se reducía mucho. Cuando se quejó en la sala de maestros de que las oraciones eran muy tardadas. Confesó que cada alumno hacía peticiones por todos, por la miss de la tienda, los policías, los trabajadores de limpieza, por Triny o por sus mascotas. Desde luego que los profesores nos reímos mucho, ahí estaba otra víctima de nuestros estudiantes. En el mismo salón de maestros se ventiló otra de las guasas de los alumnos. Un profesor que daba Matemáticas se quejaba que cómo

218

era posible que aceptaran alumnos que no sabían español y que eso le retrasaba su avance. -No puedo completar mi programación, porque llegó al salón, explico un tema, pero me interrumpe el traductor del alumno para que le expliqué en inglés lo que acabo de decir y mientras se preguntan y responden los otros alumnos se distraen.

Ya que le explicamos al profesor que no existía ningún extranjero en el salón, el mismo se rio por la puntada escolar que tanto tiempo le había hecho perder en su avance escolar.

219

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO XXVIII

SIN DECIR ADIÓS

El siguiente capítulo lo he tomado prestado de mi novela: “Siguiendo a Margot”, (Editorial Ramos, 2014) en este se relata la vivencia de un alumno que sobrellevó en carne propia, una experiencia muy similar a la que me enfrenté a mis trece años. Esta narración es contemporánea, ocurrió un par de años atrás; es una interpretación de lo ocurrido, pero al mismo tiempo, un paralelismo de circunstancias que se sufren por la muerte de un

padre cuando se estudia la secundaria.

Rodrigo Miranda, un compañero del salón de 2do. B, estaba tomando la clase cuando el prefecto apareció y le pidió que saliera con su mochila porque irían a la escuela por él. Los compañeros pensaron que lo iban a expulsar por alguna travesura que nadie conocía, pero cuando vieron que su cara se transformaba en angustia y después en llanto, el profesor de Español y todos sus compañeros de salón interpretaron que se trataba de una muy mala noticia.

220

Unos minutos después, sonó el timbre de salida y sus amigos fueron a preguntar qué le había pasado. Muy pronto se enteraron, que su padre había muerto. Un infarto fulminante le arrancó el último aliento. Su papá se encontraba de visita en casa de la abuela, cuando frente a todos cayó como si lo hubiera fulminado un rayo. Por más que sus familiares intentaron reanimarlo, nada lograron.

Fue una noticia que consternó a todos… Muchos compañeros hubieran querido estar a su lado, pero solo un par de sus mejores amigos lo pudieron acompañar. La mayoría de los muchachos en el fondo pensaron en sus padres.

El chico faltó varios días a la escuela, al regresar recibió de sus amigos y profesores muchos abrazos y buenos deseos para que se recuperara de su pena. Algo se rompió en su interior, pues si bien, siempre había sido muy indisciplinado, ahora buscaba cualquier pretexto para no entrar a clases, no hacía las tareas ni cumplía con los trabajos que se realizaban en clase.

Su primo, Juan Pablo, quien estudiaba en el mismo grado, pero en otro salón, trataba de animarlo, pero no logró sacarlo de su depresión. El psicólogo escolar frecuentemente lo entrevistaba en su oficina y a veces se les veía platicando por los pasillos. Su primo realmente se veía preocupado por Rodrigo, fue un hermoso ejemplo de solidaridad, siempre estaba pendiente para apoyarlo, muchas veces preguntó la tarea que debía hacer e incluso le ayudaba en las materias que tenían en común.

221

En cierta ocasión, le ayudó a escribir una carta al papá de Rodrigo, estas son las líneas:

Papito:

Quiero que sepas que te extraño más de lo que nunca imaginé. Cómo quisiera haber estado más tiempo a tu lado, pero muchas veces preferí jugar con mis amigos o primos. Los hijos nunca llegamos a imaginar que nuestros papás se pueden morir como a ti te pasó.

Me siento muy triste de saber que ya no te puedo abrazar, ni te voy a esperar a que llegues de trabajar en la noche, ni te voy a contar mis cosas como siempre lo hacía.

¿Sabes?, me siento tan mal que a veces no quiero despertarme y quisiera seguir soñando que aún estás en casa. Ya he soñado que estás vivo, que regresas de un viaje, que te abrazo y te digo miles de veces: ¡Te quiero, jefe! Al despertar he creído que no era cierto que habías muerto, que era otra de tus bromas, pero no, lo más triste es que tú ya nunca regresarás a casa.

Me duele mucho ver el rostro triste de mamá, porque, aunque me lo oculte, se nota que ha estado llorando. A veces, quisiera llorar y llorar para decirte y reclamarte con mucho coraje: ¿Por qué te moriste?

¿Y ahora, con quién voy a ver el futbol americano? A veces te extraño tanto que no tengo ganas de ir a la escuela y menos de hacer tareas o trabajos. ¿Sabes?, no me ha ido muy bien en los

222

exámenes. Sé que, si aún estuvieras en casa, en lugar de regañarme me animarías a que hiciera bien las cosas.

Ayúdame, papito, a salir de esta zanja tan enorme que no me permite ver que pueden existir días más alegres, como aquellos en los que jugabas conmigo y me cargabas en tu espalda como si fueras mi caballito y me hacías cosquillas y me contabas tus historias o reías con todos.

Desde que te fuiste ya no soy el mismo. Si al menos te hubieras despedido de mí, pero ese día por salir tarde a la escuela ya no te volví a ver.

Los domingos que antes me gustaban mucho son diferentes, porque ya no vamos con la abuela o salimos juntos a un partido o al cine. Te confieso que en las noches a veces tengo miedo pues el padre que nos cuidaba ya no está para hacerlo.

En el sepelio se veía tan triste tu ataúd que por más flores que pusieron a su alrededor seguía siendo horrible, no quise ver tu rostro porque sentía miedo, miedo de que tus ojos ya nunca se abrieran, preferí quedarme con la imagen del padre–amigo que siempre fuiste.

A mis amigos, me gustaría decirles que disfruten a sus papás, pues ninguno sabe en qué momento ya no estarán con ellos. Les diría algo que nunca pensé que yo pudiera decir: nadie sabe lo que tiene hasta que no lo pierde. Papá, fuiste mi mejor amigo y ya no estás para decírtelo, por eso hoy te lo escribo.

223

Papito, siempre estarás en mi mente. Te quiere por siempre, tu hijo Rodrigo.

A pesar de tanta tristeza que vivió Rodrigo, sus compañeros de escuela observaron con mucho agrado que la solidaridad de un primo como Juan Pablo no tenía límites para apoyar a un compañero con quien compartía lazos sanguíneos.

Claro que muchos de sus compañeros, en esos momentos valoraron la importancia de contar con sus papás. Después de terminar la redacción del capítulo, con la anuencia de Rodrigo, ante su grupo, leí la narración. Lo observaba y vi que su rostro expresó una mezcla de tristeza y agradecimiento. Se me acercó y me dio un fuerte apretón de mano con medio abrazo.

224

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO XXIX

DENTRO DE CLASE Hace unos días, previamente a un puente largo de mayo, (que también pudo haber ocurrido hace quince o veinte años atrás), me puse a observar el comportamiento de un grupo de secundaria y esto es lo que me encontré. Les invito a que se introduzcan al salón de segundo A, el mismo que pudo ser el tuyo o de cualquier clase de adolescentes, contemporáneos o de antaño, qué más da, son muy parecidos. El profesor de Física, explicaba la clase en español, pero escribía los conceptos e ideas en inglés. En ese grupo de veinte alumnos, los más serios y responsables, seis de ellos, observaban con atención y

225

elaboraban sus apuntes. Mientras ellos trabajaban, el resto hacían las cosas más absurdas que se pueden realizar a esa edad. El comportamiento habitual de los inquietos no era tan caótico como otros días pues advertían mi presencia (era el tutor de ese grupo). Con la ventana abierta, los observaba y tomaba nota de cada uno de ellos, esto es algo de lo pude ver. El maestro explicaba y no se detenía para llamar la atención de los alumnos que se ponían de pie o que generaban escándalo. La mayoría estaba relajada, esperaban pacientes porque en unos minutos tendrían tres días de descanso. En la primera fila, se hallaba Juan Pablo Mena, quien estaba muy afanoso en terminar lo que hacía, aunque su mente se hallaba exenta de las explicaciones del Físico. Diseñaba el embarrado de su estuche, para ello empleaba tinta negra que sacaba de un repuesto de bolígrafo. Claro que tenía manchados los labios y todos los dedos al realizar su destrucción, digo confección. Un estuche de buena marca y de color rojo, en su interior se transformaba en caos. Su compañero Dzin (nombre croata) en un par de ocasiones se colocó a su lado y seguramente comentaron lo que Juan hacía. Dzin, el admirador de su obra, tampoco trabajaba y sobre su banca no existía ningún cuaderno abierto y tampoco la remota idea de atender y menos de tomar los apuntes, que el profesor revisaría poco antes de concluir la clase. Al centro y al fondo del salón, Carlos Guerrero se amarraba el suéter de su uniforme sobre la cabeza para cubrir el rostro. El

226

apretujamiento llegó al grado extremo que no podía respirar y esto llamó la atención de quien explicaba la clase. Esta vez, dejó de distraerse con la prenda de vestir y solo discutió brevemente porque el profesor Romero (yo) observaba desde una de las ventanas, aunque siguió sin tomar nota de la clase, aunque callado. Más tarde veía al techo, sin expresar ninguna emoción, quizá pensaba que en menos de veinte minutos se olvidaría de sus aburridas clases. Toño Ocejo, un alumno de buen promedio, que siempre trabaja y tomaba nota con regularidad, se tapaba los ojos con sus manos y tras las rejillas que formaban sus dedos, observaba a los diferentes ángulos del salón. A veces, desde su perspectiva observaba al profesor o giraba su cámara natural hacia cualquier foco de atención del salón. Al ver que lo observaba, bajó sus manos y con cara de gran aburrimiento volteó a escuchar al docente. Eduardo Grandío (sobrino de los Grandío) se ocupaba afanosamente en “desatender” cualquier explicación. Su curiosidad se centraba en arrancar pedazos de su cuaderno, para doblarlos y arrojarlos a sus compañeros (diseñaba lo que los alumnos llaman grapas). Desde mi perspectiva visual no lo podía observar porque una columna se interponía. Cuando notó que los papeles se estrellaban en cualquiera de sus compañeros, me cambié de lugar y con señas le pedí que recogiera lo que había arrojado. Desde luego que hizo mueca de que no había sido él, inmediatamente después lo sorprendí en el momento que arrancaba otro fragmento de hoja y con señas le obligué a que llevara sus proyectiles a la basura. Sobre su banca no había ninguna evidencia de que copiara los datos del pizarrón y a pesar de mi

227

presencia, nunca tuvo intención de atender y menos de trabajar, pero sí de distraer y distraerse con los demás. Emilio Quintero y Benjamín Ramírez (quien regularmente trabajaba bien) entablaban interesante diálogo con bajo volumen porque el temperamento y comportamiento del grupo ese día estaba muy apaciguado. No supe que comentaban, su atención se centraba en ellos. Completamente desatento del profesor y volteado hacia atrás de su banca, Benjamín continuaba su diálogo sin ninguna preocupación por los temas. Aja se había dormido unos minutos durante la clase y se despertó para hacer nada, el profesor pidió que abriera su cuaderno y trabajara, de mal humor hizo lo que le pidieron, pero no tomó una sola línea de los apuntes. Diego Biebrich como siempre se había puesto varias veces de pie, iba a tirar un papel, pasaba junto al profesor y le preguntaba si le ayudaba en algo, regresaba a su lugar y se sentaba sobre el tablero de su banca, cuando le llamaron la atención se sentó correctamente, pero ni siquiera abrió su cuaderno. Ese día Schietekat estaba cansado y no tuvo humor para crear desorden y se encargó de elaborar un dibujo. Afortunadamente para el profesor Pedro Corona, el “Guerroso”, se entretenía en su diseño, pero nunca en atender la clase. Hubo otros alumnos como: Pinedo, Rojas, Alexander o Ralph que no hacían nada en particular; permanecían sentados, sin hablar, sin preguntar, sin apuntar y sin tomar en cuenta las explicaciones del profesor. Curiosamente en la inmediatez, participaron cuando el profesor comentó sobre los Pumas y el América, pero esperar a que

228

se activaran y plantearan preguntas o respondieran al mentor, eso no ocurriría. Los estudiantes interesados en la clase participaban como lo dictan las normas de la buena conducta, entre ellos podemos citar a: Ángel Santana, Pedro, Bosco, Arturo, Santiago y Javier Alejandro alumnos muy responsables y respetuosos del quehacer docente. Ese día faltaron o no entraron a la última clase, dos Joyas de la interrupción y grandes motivadores del desorden: Diego Ramírez y Andrés Solórzano. Si hubieran estado presentes la clase no hubiera sido la misma, seguramente se hubieran puesto de pie o creado el caos durante las explicaciones. Quizá le hubieran interrogado con toda clase de preguntas fuera de tema: ¿qué marca es su corbata?, ¿qué hará el fin de semana?, ¿por qué no se compra un coche nuevo?, ¿qué piensa sobre el doble hoy no circula?, ¿le cae bien el prefecto? Claro que ya lo hubieran desesperado. Existió en ese salón un chico, del que no diré su nombre, que tuvieron que retirar del colegio, por un padecimiento, que la gente llama adolescencia. Nuestro amigo podía interrumpir la clase cada que quería, llegaba tarde sin justificación, se salía del salón si lo deseaba o cuando el profesor se distraía; no hacía filas como todos los alumnos o simplemente no entraba a clase. Su actitud fue tan caótica que le gustaba discutir lo indiscutible y hacía lo contrario a lo que se le indicaba. Lo más grave es que podía insultar a compañeros o al mismo profesor u otras autoridades. En sus mejores días podía dormirse para que pronto transcurriera el día.

229

…Definitivamente era un alumno de segundo de secundaria en crisis muy parecido al adolescente de hace diez, treinta años o apenas unos meses atrás… Muchas veces, buscando un cambio en su actitud académica y disciplinar, las autoridades o algunos profesores hablamos con el chico tratando de rescatarlo. El departamento de psicología lo atendió en forma especial, pero no se obtuvieron resultados. Se le reportó muchas veces a casa, se habló con sus padres, se le expulsó, se le condicionó, se le hizo trabajar en otra área del colegio, se le reintegró nuevamente, hasta que se le retiró definitivamente. Recuerdo haber hablado en forma personal con el chico, pero algo había en su mirada que delataba un vacío existencial en su esencia de adolescente en crecimiento. Era cierto que el pequeño me escuchaba, pero algo había en su inconforme interior que no le permitía encontrar el cambio. Poco después de que me operaron regresé con la noticia de que no lo pudimos rescatar. Cierto es que muchos alumnos y compañeros profesores quedaron complacidos con su separación, aunque pocos meditaron los conflictos que le llevaban a comportarse con tanta inconformidad.

-o- Existió otro caso muy particular de otro chico de segundo grado de nombre Juan Pablo, que se cocinaba aparte. Desde primer grado, lo veía muy precoz en el trato y el lenguaje que empleaba con los alumnos mayores. Su temperamento era tan explosivo que podía reaccionar con faltas de respeto a los profesores, podía externar

230

comentarios hirientes a la autoridad y más de lo que se pudieran imaginar. Se había salvado de que lo expulsaran porque cuando quería, podía aprobar los exámenes sin estudiar o comportarse en forma agradable y respetuosa, pero si alguna autoridad lo llegábamos a encontrar en un mal momento, sus reacciones con toda seguridad serían definitivamente poco ortodoxas. Su lenguaje se manifestaba muy vulgar y su temperamento incontrolable. Invariablemente llegaba tarde a clase sin cuaderno, sin pluma y sin ganas de trabajar. En cierta ocasión, le retiré una pelota que estaba diseñando con muchas hojas de papel y diúrex. Le exigí que trabajara, pero no lo hizo e inmediatamente volvió a realizar lo que le había prohibido. Como le volví a reprender, me respondió de la manera más irrespetuosa y todavía me gritó algún improperio; enojado se salió y azotó la puerta del salón. En otras épocas, con esas faltas de respeto, ameritaba una sanción enérgica, sin embargo, no hubo sanción. Después de algunos días, que no quiso ingresar a mis clases finalmente tuvo que asistir. Cuando volvió, seguía tan indignado que me retiro el habla, no entendía porque le había quitado su juguete. Juan Pablo era un líder potencial que se resistía a ser orientado, su espíritu rebelde e intolerante le orillaba a actuar con total irreflexión. En primero y segundo grado, en los concursos de oratoria estuvo a punto de que lo descalificara porque no ensayaba delante de sus

231

compañeros y si lo hacía, mostraba un perfil bajo como demostrando que no estaba preparado. En la final del concurso, se llevó el primer lugar en oratoria en ambos cursos. Preparaba sus discursos sin la ayuda de sus hermanos mayores o de sus padres. Era un alumno poco común, pero también, como muchos de sus compañeros de las nuevas generaciones de jóvenes, era otro intolerante a la frustración. Para él, los adultos debíamos aceptar su contravenir a las normas porque solo él tenía el derecho de hacer su voluntad. En mi último ciclo escolar, se tuvieron que retirar a tres alumnos que como Juan Pablo no quisieron cambiar sus actitudes rebeldes. Fueron casos extremos de desobediencia que mucho influyeron en otros compañeros. Otra de sus travesuras fue que consiguió mi número telefónico y se divertía marcándome, mientras daba la clase. Como no respondía las llamadas, se divertía llamando repetidas veces sin que lo notara. Con la orientación de sus compañeros visualicé en mi aparato, a quien realizaba las llamadas; me sorprendió comprobar que el bromista estaba enfrente de mí, era él. Desde luego que buscó la manera de justificarse, inculpó a otros compañeros. Antes de que el prefecto le retirara el teléfono, ya había borrado de su número la fotografía que lo identificaba. Unos días después recibí un mensaje que decía: Profesor estoy más cerca que nunca de que me corran, es probable de que no lo vuelva a ver, solo quiero decirle que usted y el profesor Alfredo van a dejar marca en mi vida. Gracias.

232

Como solía suceder, en la sala de maestros me enteré del último agravio del chico. Fuera de la oficina del prefecto, esperaba lleno de furia a que recibiría algún reporte de expulsión por su mal comportamiento. Como no fue capaz de aceptar su error y menos de controlar su ira, desprendió una mica de la estructura del extinguidor y la arrojó a los pies del prefecto. En dos ocasiones repitió la misma acción y se ganó el reporte rojo de expulsión. Para concluir este capítulo, desperté un domingo, muy temprano; en mi sueño se revelaron las notas de su mensaje de texto y era necesario redactar la suerte del “amiguito” que seguramente expulsarían en forma definitiva. Muchas veces había orientado a Juan Pablo sobre su mala conducta y su liderazgo, así como de la necesidad que tenía para cambiar sus actitudes negativas en acciones positivas; con mucha seriedad siempre me escuchó. Esa vez, podría ocurrir la sanción más delicada, estaba convencido de que así sería, pero no, no ocurrió así. Solo lo expulsaron un par de días y regresó, según él, queriendo cambiar definitivamente, pero el mismo día que se reintegró a su grupo, otra vez empezó a generar desorden entre clase y clase. ANATOMÍA DE MIS ALUMNOS ADOLESCENTES

Los adolescentes actuales y de hace mucho tiempo en esencia pudieran ser los mismos, solo con algunos cambios. Hoy, son más intolerantes, no permiten

233

los abusos, aunque ellos pudieran cometerlos sin meditar en sus actos. Su comunicación con los amigos es inmediata, pues emplean los medios electrónicos modernos; aunque con sus familiares se encuentren muy distantes. Les gusta crear abreviaturas en sus textos virtuales que solo ellos saben interpretar; escriben sin ningún prejuicio ortográfico, aunque su comunicación se ha vuelto más icónica. Les encanta publicar sus “selfies” (autofotos en Instagram) que son mensajes implícitos de seducción, pero sin texto, solo ellos saben descifrarlos y difundirlos a sus amistades. Los jóvenes de hoy ya no ven la televisión abierta sino programas o series online (Netflix u otras opciones). La música que escuchan (spotfy, iTunes) es muy diversa, ya no se sujeta a un mismo género o momento como antaño lo hiciéramos sus profesores o sus padres. Hoy, nuestros alumnos son más competitivos que antes, pero también son más irresponsables ante el estudio, así como más solidarios al apoyar a sus amigos. Se enfrentan al hedonismo que van descubriendo por la abierta libertad de los modernos medios, consumen mucha pornografía, que ellos mismos comentan abiertamente sin ningún pudor. La banalidad y el consumismo es su moda. En el tercer grado de secundaria empiezan a consumir bebidas alcohólicas buscando la integración a los grupos sociales de los precoces adolescentes. En el deporte, a veces les interesa más pertenecer a los grupos de compañeros que demostrar sus habilidades competitivas. La motivación al estudio compite en desventaja con muchos canales que les hacen ruido (la tecnología, la telefonía, la música, la

234

inmediatez de la comunicación banal con sus amigos) y estas evitan que se puedan cautivar por el aprendizaje de la escuela. Son igual de contradictorios que otras generaciones pasadas, pero también son copartícipes con sus amistades y cuando se comprometen son capaces de lograr muchos objetivos. Aunque saben que el estudio les beneficia, desean ante todo salir de su escuela para hacer cosas diferentes a las tareas, los libros o las lecciones. Muchas veces son muy individualistas, pero también fraternos, solo con sus amigos, aunque no con sus familiares. Los adolescentes de ayer y de hoy, viven en la inmediatez, quiere vivir solo en el hoy sin meditar en su mañana. El problema es que muchos padres desligados de su educación y formación, los abandonan en la escuela, pensando que es la responsable y solo a ella le compete formarlos y educarlos para la vida. Me había resistido a escribir las siguientes líneas y solo traté de narrar lo mejor de mi trabajo, pero en este capítulo se dio el preámbulo para tratar el tema de los alumnos incómodos. Ciertamente debo reconocer que si bien tuve jóvenes muy respetuosos, también toleré a algunos majaderos, malintencionados y prepotentes. En mis últimos años en la docencia nunca faltaron aquellos que destacaban por su lenguaje vulgar. Afortunadamente un porcentaje menor de alumnos por su educación familiar actuaban arbitrariamente, anteponiendo su condición social, pretendiendo ver al docente como parte de su servidumbre. Desde luego, hubo quienes cobardemente podían atentar en contra de tu auto o de tus objetos personales

235

porque los había regañado o reportado por su indisciplina; porque les exigías orden y trabajo o no habían estudiado lo suficiente. Dentro del salón de clase, nunca faltaron los que se esmeraban en hacerte enojar con preguntas tontas, con ruidos, acciones necias o que hacían todo lo posible por boicotear la clase solo por el afán de hacerte enojar y porque eso les divertía. Algunos tan hábiles podían orquestar situaciones para culparte porque supuestamente no los había tratado correctamente cuando les llamaste la atención o eran capaces de difamarte con falsedades absurdas. Hace unos días me comuniqué con uno de aquellos guerrosos y me dijo: -Ah cómo lo molesté en clase, pero ahora lo recuerdo con mucho cariño. La docencia para mí fue una carrera de grandes gratificaciones, aunque también de ingratos momentos, pero mi balanza siempre se inclinó hacia los buenos recuerdos.

236

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

CAPÍTULO XXX

MUCHOS AÑOS

El par de años que pretendía permanecer en el Cumbres, se convirtieron en casi cuatro décadas (37 años), una auténtica y verdadera brevedad para mí. Pasó bastante tiempo, desfilaron profesores y miles de alumnos, pero me quedé y me convertí en

el profesor que más años permaneció laborando bajo las paredes del Instituto. Debo reconocer que mucho recibí de la institución y otro tanto les entregué a cambio del trueque salarial, valió la pena. Un trabajo se vuelve en una segunda casa y muchas veces, entreteje la vida de las personas. Dentro del personal docente, hice amistad con Óscar Castillo (daba mecanografía) y por la convivencia conocí a su hermana, con quien me casé; por tanto, emparenté con mi suegro, el profesor Miguel Castillo Pimentel (gran formador de treinta generaciones y para mí el mejor profesor de inglés del Cumbres). Siendo docente del Cumbres formé a mi familia, de la cual nació mi hija a quien le dediqué muchos poemas y a quien convertí, con otro nombre, (Margot) en protagonista de mis novelas juveniles. Con mi esposa he compartido

237

mis labores docentes durante toda nuestra vida. Ella es otra profesora de vocación y ha trabajado más de veinte años en el colegio Rosedal, como coordinadora académica de español. Mis inclinaciones por seguir escribiendo en mi vida adulta, se solidificaron gracias el grupo de teatro. Por necesidad tenía que adaptar películas o escribir obras para mis alumnos. En mis clases cuando no encontraba, el poema o el cuento que requería, me resultaba más fácil escribirlo que localizarlo. Por aquel tiempo, mi hermano Manuel me propuso que escribiera su historia (1986) y de ahí surgió mi novela familiar (o novela biográfica), que titulé: “Copias al Carbón”. Al transcurrir de los años la fui haciendo crecer, en ella narré con mucha nostalgia la historia de mis familiares ausentes. El mismo me propuso que me dedicara a escribir novelas biográficas como negocio, no lo tomé muy en cuenta, pero con los años me fueron contratando diferentes personas. Ha sido toda una aventura contar la historia de otras familias, convirtiéndose, mi afición literaria, en un verdadero trabajo placer, que durante décadas pude alternar con la docencia. Mis primeras publicaciones (1994) fueron cuatro libros de español para primaria, otro más de lectura y uno de español en coautoría con mi esposa, textos que se comercializaron durante diez años en todas las escuelas legionarias del país. Era para mí un orgullo que mi hija llevara en su escuela mis libros, pues en muchos ejercicios incluía su nombre y el de sus primos, pero curiosamente nunca dijo en la

238

Academia Madox, que su papá era el autor del libro de texto que se empleaba en su clase. A la fecha, he escrito quince biografías noveladas de diferentes familias y personajes. Obras que se publican exclusivamente para sus familias (desde 50 a 200 ejemplares) o incluso como libro electrónico en Amazon: “Si Rodrigo Viviera” o “Antología de la Infidelidad”. A mis alumnos de las últimas generaciones, les enseñé y les obligué a que contaran sus historias familiares. El proyecto lo iniciaban en primero y lo concluían en tercer grado de secundaria. Me siento satisfecho porque en ellos dejé la inquietud para que siguieran escribiendo sus historias. Uno de mis queridos exalumnos, José Miguel March (hijo de otro exalumno), quien vive en España, hace poco, me comentó que continúa escribiendo su historia y que agregó a 115 familiares de un total de 539 que lleva en su árbol genealógico. No puedo negar que es una gran satisfacción dejar en ellos, semillas que con los años fructifiquen. Gracias a Daniel López Piñero (exalumno del Cumbres, a quien no le di clase, pero sí mi amistad) y a sus padres (Editorial Bruguera México) pude publicar una primera antología: “Cuentos de Muertos y Fantasmas” (2000), que se vendió en puestos de revistas y tiendas departamentales como Liverpool y otras cadenas comerciales. Con los años, fui escribiendo poesías corales para que las declamaran mis alumnos. En una ocasión presentamos en Bellas Artes, uno de mis

239

poemas, ganador de un concurso de poesía coral en el Distrito Federal.

Un proyecto muy hermoso fue “Conquistando a Margot”, surgió espontáneo; los viernes de cada semana, para aplacar a los inquietos estudiantes que esperaban con ansias locas el toque del timbre, debía contenerlos con algo que llamara su atención.

En esos momentos inventé la historia de la chica ideal, de la que cualquier joven se pudiera enamorar. Algunos no entendían que les narraba una fantasía que gradualmente iba creando con improvisaciones y en donde incluía los nombres de mis alumnos. El último día de la semana me pedían que siguiera contando la historia de Margot. El nombre surgió porque en esos días leíamos el Diario de Ana Frank y la hermana de la protagonista se llamaba Margot; dentro de las improvisaciones de viernes así le puse al personaje de mi novela. En un primer año, les fui creando el argumento; al siguiente, lo escribí, simultáneamente, los mismos alumnos me sugerían cambios o la inclusión de algunos temas. Mientras se publicaba, se hizo costumbre que a varias generaciones les narrara la novela, e incluso preferían mi participación oral, por la picardía como se las platicaba.

240

Se hizo una tradición que los viernes concluyera en mis grupos de primer grado con la narración oral de “Conquistado a Margot”. Durante mucho tiempo (quizá cuatro años), con una editorial venezolana firmé un contrato para la edición que nunca se publicó, pero gracias a Manolito López García que me estuvo insistiendo en que la publicara (todos los días me preguntaba lo mismo). Hasta que por fin decidí enviarla a la editorial El Arca y al siguiente año (2013) se publicó como texto de lectura para los alumnos de los colegios legionarios del país. La continuación: “Siguiendo a Margot” (2014) se publicó en Ramos Editores, pero a pesar de que no se ha difundido como se esperaba, no dejé de contarla a mis alumnos. Este último año, como mi despedida de las aulas, a los tres grados pude leer sus páginas. En los nuevos capítulos, abordé temas que ellos me pidieron. La lectura de los capítulos les resultó muy atractiva y orientadora, porque abordé la problemática de la juventud, la sexualidad, las drogas, el alcoholismo, la amistad y la violencia entre otros. En este último ciclo escolar de mi vida docente, los alumnos me pedían un tercer texto de Margot, pues querían ser personajes de las nuevas historias, pero finalmente me decidí por mis Memorias Docentes (en tres entregas) que empecé a escribir en el mes de marzo y que concluí en junio del 2016. La novedad es que cualquier alumno y exalumno, pudiera leer estas memorias desde mi página novelasbiograficas.com, estando en México o en cualquier parte. La idea fue que llegaran estas narraciones a esas treinta y ocho

241

generaciones de exalumnos, ha sido un placer enorme descubrir que así está ocurriendo. El último día de mis clases frente a mis grupos, debo reconocer que fue muy especial y emotivo y lo disfruté enormemente. En la primera clase del día con un segundo grado, concluí: “Siguiendo a Margot”. Leía el capítulo “Adiós Profes”, que versaba sobre la despedida hacia los maestros y esta coincidía con mi último día de clases. Tuve que pedir a un alumno que continuara con la lectura porque me ganó la emoción y se me hizo un nudo en la garganta. Nunca imaginé al escribir esas páginas, que ese texto sería como mi propia despedida. A punto de terminar mi clase, llegó un exalumno de apenas treinta años atrás, venía solo a darme un abrazo muy emotivo. Hernán Pernett para mí representó la despedida de muchas generaciones de alumnos. Ese día, muy temprano, había publicado en el Facebook una fotografía que decía que ese sería mi último día de clases; de respuesta tuve cientos de felicitaciones de exalumnos, profesores, familiares y amistades. Recibí una gran variedad de mensajes que francamente me hicieron sentir muy honrado, como nunca lo imaginé al concluir mi vida profesional. Este texto es mi legado y agradecimiento a todos esos alumnos, a quienes tuve oportunidad de aleccionar, no solo en mi materia sino para la vida. A esos alumnos agradecidos y también a los majaderos y agresivos a quienes tuve la oportunidad de darles lo mejor de mí, les digo a todos, valió la pena compartir la aventura de educarlos.

242

243

Memorias Docentes____________________________________________________________________________René Romero Díaz

EPÍLOGO

Mi trabajo en el Cumbres concluyó, pero no así mis proyectos, continuaré escribiendo las novelas biográficas que se me vayan presentando, así como un manual para profesores nuevos y en coordinación con la editorial con la que trabajo, relanzaremos las dos obras de Margot y presentaremos en diferentes instituciones las obras. Definitivamente será un cambio gratificante, porque podré dedicarme a realizar nuevos proyectos de escritura.

Decía el profesor Juan Solá Mendoza: “descansando y haciendo adobes”, esa será mi labor; difícilmente me quedaría solo a descansar. Es mi deseo continuar escribiendo, ¿bien o mal?, no lo sé, pero siempre produciendo algo nuevo. Quiero terminar con una carta que me entregó un alumno de segundo grado y pidió que la leyera cuando estuviera solo. No le cumplí su deseo porque hoy su carta será pública. Lo hice así

porque me parece un buen cierre para última entrega.

244

Esta obra se publicó a partir del mes de marzo de 2016 y

durante el presente ciclo escolar.

245

El tiempo ha sido tan breve para mí, que aún me veo sentado, tomando mis clases

de secundaria como alumno. En esos años veía a mis profesores como personas muy mayores, que frecuentemente repetían las ideas o las bromas de la clase anterior… El tiempo no se detiene y ahora narró lo que fue de mi vida laboral en las aulas. En mis remembranzas siempre salen a relucir alumnos brillantes, indómitos, difíciles, cosas chuscas o dramáticas, así como anécdotas de grandes profesores que dejaron huella en mi camino. A ellos, mis exalumnos de cuarenta generaciones, deseo que disfruten la lectura de aquellos que fueron sus compañeros o profesores de antaño.

Prof. René Romero Díaz