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María Eugenia Coeymans NOVENA DE NAVIDAD Cuentos extraídos del libro “Cuentos para Conversar” de la autora, editado por Editorial Nueva Patris, Chile 2012

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María Eugenia Coeymans

NOVENA DE NAVIDAD

Cuentos extraídos del libro “Cuentos para Conversar” de la autora, editado por Editorial

Nueva Patris, Chile

2012

PRIMER DÍA El Arcángel San Gabriel saluda a la Virgen y le dice: Alégrate llena de gracia, el Señor está contigo” y agrega “No temas María, porque has encontrado el favor de Dios. Concebirás en tu seno un Hijo, al que pondrás por nombre Jesús. Será grande y justamente será llamado Hijo del Altísimo” Lucas, 28 y 30

ORACIÓN INICIAL Padre Dios, en tu infinito amor por nosotros,

nos envías a tu Hijo Jesús como camino hacia Ti. Abre nuestro corazón para recibirlo en esta Navidad,

ver su rostro en nuestros hermanos, con la ayuda de Tu santo espíritu,

seguirlo como nuestro Camino, Verdad y Vida

NOCHEBUENA A LA LUZ DE LAS VELAS

Teresa trabaja sin cesar para tener la ropa almidonada y planchada, lista para entregar a sus patrones.

Los manteles quedaron albos y sin arruga. Se verán hermosos en Nochebuena con la familia entera reunida, la porcelana fina y las velas encendidas... Así quisiera comer ella esta noche. Pero Tomás su esposo no está. Busca trabajo en otras tierras. Sólo sabe que ahora tiene que pagar lo que pidió fiado a don Andrés y comprar gas para cocinar. No cree que pueda comprar un pollo y un regalo para su pequeña Sara.

Sara su hija juega a su lado sin darse cuenta de los pensamientos maternos. Sólo se acerca diciéndole:

-Te ayudo, mamá. Extiende sus brazos y la besa. Cuando está todo preparado van juntas con

la cesta de ropa al otro lado de la ciudad. Desde el bus, Sara percibe el movimiento de la gente y ve un Pascuero tras otro, todos sudorosos en sus gruesos disfraces.

-¿Quién es? -pregunta inquieta al pasar junto a uno. Teresa le responde: -Un anciano que da regalos sólo a los niños que se portan bien.

Sara recuerda haber dejado algo de sopa al almuerzo y también que desobedeció a su mamá cuando le pidió que guardara la loza. Recuerda que mintió cuando le preguntaron si ella se había comido un durazno y... varias cosas más.

Su rostro se entristece mientras piensa que no recibirá ningún regalo. Sólo a quienes se portan bien, se repite una y otra vez.

Bajan del bus y caminan un par de cuadras. Pasan frente a una Iglesia y la niña pide entrar. Está triste, se siente culpable. La madre accede.

Entran en completo silencio. Está todo oscuro salvo una luz tenue al lado del altar. La pequeña se acerca y ve la figura de una mujer inclinada mirando hacia abajo y un señor a su lado apoyado en un bastón alto. Detrás, las figuras de un burro y un buey. Nada más. Ah! Una cuna de paja vacía y una estrella que cuelga de lo alto.

-Mamá, ¿qué mira la señora, si la cuna está vacía? -Ella espera a su hijo. Es la Virgen María y Él llega cada Nochebuena como

lo hizo en Belén. Viene a todos los que deseen recibirlo. - Mamá, yo quiero verlo, quiero conocerlo. - Pidamos a su Madre que lo haga nacer en tu corazón esta noche. -Mamá, pero si Él es como esos Pascueros, vendrá sólo a los niños que se

porten bien, y yo me porté mal. Mientras decía esto, la imagen de la Virgen levantó su cabeza y mirándola le

habló muy bajo: -Mi Hijo viene a todos y esta noche Él te visitará... Sara miró a su madre y le dijo: -Vamos pronto a casa a esperar su visita. Dejan la ropa. Teresa recibe su paga y su patrona le entrega una caja

diciéndole al oído: -Va comida para hoy y un recuerdo para usted y su hija. -Muchas gracias, señora Alicia. Que Dios la bendiga siempre. En el camino de regreso a casa Sara va silenciosa. Teresa la abraza y

musita: -Gracias Señor, porque tendremos algo para pasar la Nochebuena. Al llegar, Sara pide: -Mamá, por favor, preparemos la casa. ¡Él vendrá esta noche!. Luego coge la escoba. Barre todo: el piso de la cocina, la acera y la entrada

de la casa. Pasa un paño por los muebles, sacude la ropa. Busca un mantel limpio y pone tres puestos en la mesa. Coge tres rosas del único rosal al lado

de su ventana y las coloca frente a cada lugar. Va a la cocina y saca una vela. La parte en tres trozos y las ubica al lado de cada rosa.

La madre calienta el pollo, que viene asado, y las papas. Aliña la ensalada y pone en un cesto de mimbre un trozo de pan de Pascua y fruta fresca.

Cuando está todo listo abraza a su hija y le dice: -Demos gracias a Dios por esta Nochebuena. Abren la ventana y miran juntas las estrellas. Una de ellas brilla mucho

más. -Mamá, esa es la de Belén - exclama Sara. ¡Y Él vendrá esta noche, pues yo

lo espero!. Mientras dice esto siente un brazo fuerte en su hombro y Teresa otro en el

suyo. Se miran y descubren a Tomás abrazándolas con sus ojos brillantes. Comen juntos después de mucho tiempo, sobre un mantel limpio y

almidonado, a la luz de las velas, y se dicen cuánto se quieren y cuánto se extrañaron.

Sara se duerme feliz en brazos de su padre y ve venir en su sueño a María y Su Hijo recién nacido sonriéndole.

1. ¿Qué me dice a mí hoy el ángel? 2. ¿Qué respondo yo a esto que me dice de parte del Señor? 3. ¿Qué puedo hacer para recibir a Jesús en mi vida, ahora?

SEGUNDO DÍA La Virgen responde: “Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí tal como has dicho” Lucas, 1, 38

ORACIÓN INICIAL Señor Jesús, enséñame a descubrir

el plan de amor que Tú tienes para mi vida, y darle un sí como María,

a escuchar Tu Palabra y seguirla. Hazme comprender la ley del Amor

y regálame el don de entrega a los demás, Que yo reconozca Tu rostro en ellos

y los mire con Tus ojos de misericordia. Amén

TEODORO Y DOROTEO

Lleva varios días en la pesebrera. Teodoro es un burro joven y fuerte y

se apronta a servir a su amo dueño de una posada llena por las fiestas, de modo que aquel no emprende aún viaje a las afueras de la ciudad para buscar fardos de paja para los animales, carbón de espino y otros menesteres. Cada vez que puede, Teodoro levanta las orejas para oír mejor. Escucha el paso de los camellos en caravana y las personas que van al pueblo a enrolarse en el censo. También oye la voz de un campesino despidiéndose de un buey viejo y cansado, quien se echa en el suelo entre las pajas y se duerme al instante.

Al anochecer el burro escucha mugir a Manso, el buey, al ver entrar a una joven encinta y su marido, quiénes se sientan en el suelo y juntos musitan una plegaria a Dios. Pasa un rato y ambos animales se duermen por el cansancio del día.

Cerca de la medianoche una luz enceguecedora les despierta, un coro de ángeles canta Gloria a Dios y el ambiente huele a azahares.

Hace frío, mucho frío. Teodoro mira a Manso y éste le invita a acercarse a la joven que sostiene

un recién nacido en brazos mientras el padre los contempla en silencio. Ambos dirigen su aliento al niño para entibiarlo.

La madre acaricia a Manso y luego a Teodoro.

Pasado un rato el lugar se llena de pastores que portan presentes para alimentar a los padres y vestir al niño: granadas, naranjas, olivas y pasas; también aves de corral y ovejas; mantillas de hilo y chales de lana.

Pasan los días y reciben la visita de tres reyes de Oriente quienes arrodillados ofrecen al hijo, oro incienso y mirra.

Manso y Teodoro observan en silencio y entibian con su aliento a la familia cada vez que pueden.

Un día, el padre despierta sobresaltado de un sueño y coge todas sus cosas junto a la madre y su hijo para irse de prisa del lugar.

El posadero al ver la urgencia en los ojos del hombre busca a Teodoro y ayuda a subir sobre su lomo a la madre con el niño en sus brazos.

El burro siente una corriente por todo su cuerpo e inicia con ellos una larga caminata bajo un sol abrasador.

Pasan varios días y se da cuenta que su carga no serán fardos de paja, ni carbón de espino, ni su amo el posadero, sino de ahora en adelante estará al servicio de esta familia, de la madre de manos tibias y suaves, del niño de la mirada penetrante y cálida, del padre atento y amable.

Luego de un largo tiempo, regresan a la tierra natal. El niño crece y juega a cogerle la cola, le da pasto y lo lleva a tomar agua

fresca. Teodoro en gratitud da paseos con él por las afueras de la ciudad y recogen trozos de ciprés para llevar al padre carpintero.

Teodoro entretanto junto a Dora la borrica son padres de Doroteo un pollino de larga cola y recia estampa.

Un tiempo más tarde Teodoro se duerme para siempre y Doroteo acompaña al joven en sus juegos y salidas por el vecindario hasta que éste, adulto ya, deja la casa paterna.

Doroteo es llevado junto a su madre a una casa en la gran ciudad, donde nadie lo monta. Sólo acarrea muchas cargas, dócil al mandato de su nuevo amo, pero con su corazón dolido por la lejanía de aquél joven.

Quisiera verlo pero no lo encuentra posible. Está lejos, tiene mucho trabajo y al anochecer queda atado, para descansar y dormir.

Un día, llega Pedro, un ex pescador quien lo desata y dice al dueño: -“El Señor tiene necesidad de él” Doroteo es cepillado, le dan alimento y lo llevan a encontrarse con un

joven hombre vestido de túnica blanca quien posa sus manos sobre él, le acaricia y sube en su lomo.

Siente una fuerte corriente en su cuerpo al igual que su padre aquella bendita noche y reconoce a su amado Jesús.

Éste, en ese momento, hace una entrada triunfal en Jerusalén, mientras el pueblo entero le vitorea a su paso.

En su felicidad, Doroteo apura el tranco y sigue dócilmente el camino que Jesús le señala.

1. ¿Conozco el querer de Dios para mí? 2. ¿Quiero llevar a Jesús cómo Teodoro y Doroteo? 3. ¿A quién quiero llevarle Jesús, y cómo lo podría hacer?

TERCER DÍA El profeta Isaías anuncia la venida de Jesús diciendo: “Una rama saldrá del tronco de Jesé, un brote surgirá de sus raíces. Sobre Él reposará el Espíritu de Yahvé, Espíritu de Sabiduría e Inteligencia, Espíritu de Prudencia y Valentía, Espíritu para conocer a Yahvé y para respetarlo, y para gobernar según sus preceptos” .Isaías 11, 1

ORACIÓN INICIAL

Señor Jesús, permite que desde hoy conozca la rama que brotará de mí

para bien de los demás, que descubra los dones que me has regalado

y los ponga al servicio Tuyo en quiénes me rodean. Permite que el tiempo de este adviento

sea un tiempo de maduración y reflexión , para renovarnos en Tu Amor

Gracias Señor. Amén

EL PINO DE NAVIDAD

En los países del Norte, la Navidad es en invierno. Y en aquellos más cercanos al polo, los árboles dejan caer sus hojas aprontándose a resistir el frío y las nevazones. Pinos, abetos, cipreses y araucarias mantienen su follaje intacto.

Los lugareños, instauraron la tradición de iluminar y adornar esos únicos árboles verdes para acompañar los pesebres con Jesús Recién Nacido. Los países del Sur, en pleno esplendor estival, con árboles cargados de frutas multicolores, miraron la tradición y les gustó. Prefirieron el pino para adornar sus nochebuenas.

Por eso don Arturo, el jardinero, tenía algunos preparados especialmente para la ocasión. Eran cuatro pinos azules, de crecimiento lento con ramas que crecen y se arrastran por el suelo.

Cada día don Arturo limpiaba las malezas, los regaba al amanecer y cuando se ponía el sol. Se mantenían frescos y sanos.

También les hablaba: -Cuando crezcan, ustedes irán a decorar algún lindo jardín. Acompañarán a

Jesús en Navidad y tendrán una familia que los cuide como yo, porque estaré viejo para hacerlo.

Al escucharlo, los pinos agitaban sus ramas. El tiempo pasó y tres de ellos se convirtieron en hermosos ejemplares,

listos para ser trasplantados a terreno definitivo. Uno en cambio, era de naturaleza más débil y enfermiza. Don Arturo lo

protegía del sol con una sombrilla y le daba vitaminas. Aún así, crecía poco. Seguía bastante más pequeño que sus hermanos y éstos se reían de él:

-Apunta hacia arriba, empínate a ver si nos alcanzas. -Extiende tus ramas; así te verás más fuerte. -Le faltó hierro a tu tierra, por eso te ves tan pálido. Y el pino se inclinaba y empequeñecía con los comentarios. Tanto bajó sus

ramas, que una arrastrada por el suelo se quebró. Primero tuvo un fuerte tiritón y luego un ruido, ¡crash!

Don Arturo lo escuchó y corrió a ver. -¡Vaya! ¡Vaya! ¡qué lástima pinito! ¡cómo estás herido! Veré si puedo

ayudarte... Con cuidado cogió la rama para unirla al tronco, pero no pudo. Pesaba mucho

y no había como mantenerla adherida. La retiró y aplicó una resina para cubrir la parte desgarrada.

El pino quedó con su falda dispareja. Se ruborizaba cuando pensaba en su apariencia, pero no había nada que hacer.

Los otros pinos detuvieron sus burlas. - Es tan pequeño y con una rama rota... Dejémoslo tranquilo. Alguien se

compadecerá de él. Ese año, don Arturo preparó la exhibición de su trabajo de tanto tiempo.

Puso en hilera los tres pinos grandes y un poco más atrás, el pequeño. -Creo que seré el primero en ser elegido porque mi color brilla más -anunció

uno. -Pienso que yo, pues tengo porte real -rebatió el otro. -Se equivocan. Seré yo, porque mi punta está más recta -agregó el tercero. Pasó un rato, y llegó una señora buscando su pino de Navidad. -Buenos días -dijo Don Arturo-. Estos tres pinos son muy especiales.

Tienen varios años, y ni la lluvia ni el calor los ha dañado. Observe sus ramas, su altura, su señorío.

La señora comentó: -Son maravillosos, lo felicito -. Los tres pinos irguieron sus hojas y

estiraron aún más su tronco. -Pero valen más de lo que puedo pagar. Muchas gracias.

Llegó un señor muy elegante quien revisó uno a uno los pinos y se mostró muy interesado, pero luego dijo:

-Me gustan mucho. Pero son aún pequeños para lo que deseo. Vino luego una familia con tres niños que corrían de un lado a otro, mientras

sus padres examinaban los árboles. -Nos gustan mucho, pero son muy grandes para nuestro terreno ¿no tiene

alguno más pequeño? Don Arturo titubeó un poco. Recordó el pino dañado y dudaba si mostrarlo.

Finalmente dijo: -Vean éste. Es pequeño y no tiene el brío de los otros... En ese momento, Rafael, uno de los niños, gritó: -¡Éste mamá! ¡éste sí que es lindo! Mira, tiene el espacio justo bajo sus

ramas para colocar el Nacimiento. El corazón del pino golpeteó su pecho al escuchar al niño. -Sí hijo. Pero está muy pálido... No resistirá las luces. -Mamá, piensa... se verá precioso en nuestro jardín en Nochebuena -agregó

Gabriel, otro de los niños. -Mira su color, es hermoso. -Lo veo muy débil. No creo que dure otra temporada. Yo quiero uno que

esté con nosotros largo tiempo. -Señora, es pequeño y parece delicado. Pero tiene ya varios años y si los

niños lo quieren estoy seguro que se fortalecerá. Llévelo... yo se los regalo. -Muchas gracias por su generosidad. Lo llevaremos, pero deseamos pagar su

precio pues es su trabajo de años... Don Arturo acarició el pino y luego lo entregó a su nueva familia. El pequeño árbol sintió que su punta se estiraba y sus ramas se erguían en

un intento de abrazarlos a todos.

1. ¿Con quién me identifico más, con el pino de la rama caída o los

otros pinos? 2. ¿Cuál es mi rama quebrada? 3. ¿Cómo pueda usarla para el Bien?

CUARTO DÍA El profeta Isaías continúa: “No juzgará por las apariencias ni se decidirá por lo que se dice, sino que hará justicia a los débiles y defenderá el derecho de los pobres del país” Isaías 11, 3

ORACIÓN INICIAL Señor Jesús, te hiciste hombre por mí.

Viniste a defender el derecho de los pobres y a liberar a los cautivos. Libérame Señor de lo que cautiva mi alma, miedos, angustias, rencores y

llénala de Tu Amor, de Tu Bondad y Misericordia. Gracias Señor. Amén

NOCHEBUENA BAJO EL PUENTE

Es de día y todo el mundo muy ajetreado corre de arriba-abajo buscando regalos,

para Navidad. Viejos Pascueros sudorosos repiquetean con campanas, y preguntan a los niños: -¿Tú, qué quieres en Navidad? Si te has portado bien, por la noche te

llegará lo anhelado y si te has portado mal... nada tendrás. En las tiendas más pascueros. Grandes, de goma, de madera, pintados, de

cerámica y porcelana para adornar la casa esa noche tan especial. Un gran árbol iluminado preside la celebración, mientras coros envasados

repiten villancicos hasta el cansancio y acompañan a los transeúntes en su prisa por el centro comercial.

Desde lo alto, el Sol contempla desgarrado el olvido del Mesías. De Jesús recién nacido en el Portal de Belén. Y de sus ojos brota una lágrima de oro que cae hacia la Tierra.

Llega la noche y la Luna doliente ve el olvido de Jesús Niño en Nazaret. Y de sus ojos brota una lágrima de plata que cae hacia la Tierra.

Los planetas enmudecidos, miran el olvido de Jesús Hombre en la Cruz. Y de sus ojos brotan lágrimas de esmeralda que caen hacia la Tierra.

Las estrellas temblorosas, escuchan en silencio el olvido de Jesús Resucitado en Jerusalén. Y de sus ojos brotan lágrimas de brillante que caen hacia la Tierra.

Y bajo el puente del río de la gran ciudad, en Nochebuena, tres niños, Pedro, Antonio y Alberto, en su pobreza celebran la Navidad. Reparten abrazos y

compañía. También migajas de pan. Musitan una oración al Niño aquél, nacido pobre como ellos, y cuyo portal cubrió la estrella. Y miran hacia lo alto.

Ven venir desde allí destellos de colores que les caen encima como lluvia fresca. Gotas de oro, plata, esmeralda y brillante, venidas desde el cielo.

Y en el universo entero, el Sol sonríe de nuevo, la Luna seca sus ojos y los planetas y estrellas titilan cantando Gloria a Dios.

1. ¿A quién celebro en Nochebuena? 2. En este período previo a Nochebuena, ¿Tengo presente a Jesús en

quiénes me rodean? ¿Comparto algo mío con ellos? 3. ¿Cómo preparo mi corazón para celebrarlo?

QUINTO DÍA Sigue Isaías con su profecía: “El lobo habitará con el cordero, el puma se acostará junto al cabrito, el ternero comerá al lado del león, y un niño chiquito los cuidará” Isaías, 11, 6

ORACIÓN INICIAL Señor Jesús, quiero ser constructor de paz.

Que cada persona aquí, reconozca en mí, un sembrador del entendimiento y comprensión.

Que mi primera mirada hacia los demás sea de acogida y de mi rostro nazca una sonrisa.

Amén

LOS TRES PASTORES

Tres jóvenes de rostro y manos curtidos por el aire y el sol se encuentran

en unas planicies cercanas a una aldea Allí tienen sus rebaños y dedican sus días al pastoreo arriando ovejas,

corderos, cabras y carneros de un predio a otro, en busca de mejores pastos y agua fresca para el calor.

Mientras los animales pastan, ellos, tendidos bajo la sombra de un naranjo, de un cedro o de un olivo comen, conversan sobre las muchachas de la aldea y contemplan la pureza del cielo.

Uno de los pastores, Sit, disfruta tallando madera seca de cedro y con un afilado cuchillo le da la forma de un pez de cola larga y cubierto de escamas.

Otro, Rur, toca la flauta para llamar sus ovejas y llenar la soledad de sus noches silentes. Su música alcanza el cielo y se devuelve en fulgores de estrellas.

El tercer pastor, Lem, poeta de alma, entona salmos acompañado de su cítara.

Es tarde ya y los tres pastores se aprontan, también, a dormir. La noche es una noche clara, por la transparencia del aire y nitidez de la

estrellas, y oscura por la ausencia de la luna. Un silencio sobrecogedor cae en el ambiente. Sit, Rur y Lem se miran inquietos y corren a ver su rebaño. Este duerme.

Es cerca de la medianoche y el aire está frío pues llega el invierno. Caminan para entrar en calor y luego regresan a su tienda y se acuestan.

La inquietud persiste y el sueño no viene. La nostalgia sí lo hace, pues esta noche, especialmente esta noche, quisieran estar en casa para celebrar la Nochebuena junto al pesebre familiar.

Pero están en la campiña a cargo de sus corderos y ovejas, cabras y carneros y no pueden abandonarlos. Escucharon que merodea en la región un lobo hambriento y temen por sus vidas.

En medio del silencio, se oye un aullido. Saltan rápido y van a proteger su rebaño. Este continúa dormido. En la oscuridad una estrella brilla mucho más que las restantes. Al mirarla

se encandilan y quedan enceguecidos. En sus pupilas sólo ven la silueta de una mujer con su hijo recién nacido en brazos. A su lado, el padre acaricia la pequeña cabeza.

No temen ya por su rebaño sino por esa familia y corren a defenderla del lobo. Al llegar jadeantes a la cima del cerro encuentran al lobo, echado, contemplando al Niño quien le sonríe. Junto a ellos varios pastores avanzan sin miedo portando presentes en sus brazos: corderos, ovejas, cestos de frutas, panes... Sit, Rur y Lem se acercan también. Temblorosos aún, no saben qué ofrecer al Niño.

Sit recuerda el pez que acaba de tallar y que guarda en el bolsillo de su pantalón. Lo coge con cuidado, le da un beso y lo deja a los pies del pesebre. Rur coge su flauta y toca su canto de llamada a las ovejas.

Luego, Lem toma su cítara y recita su salmo favorito en voz alta. Al terminar grita: “todo cuanto respira alabe al Señor”. En ese instante la creación entera despierta. Balan las ovejas, rebuzna el burro, muge el buey, trinan las aves, aúlla el lobo, cantan los pastores. Vuelve el silencio. Los jóvenes salen de su encandilamiento y miran las estrellas. Una, aún brilla mucho más que el resto, y su luz resplandeciente cae sobre el rostro del Recién Nacido quien dirige sus ojos sonrientes hacia ellos. Con sus manos le envían un beso.

Tranquilos y contentos regresan a su pastoreo. Esta Nochebuena vieron al propio Niño Dios.

1. Esta Navidad el Señor me visitará. ¿Cuál será mi canto, mi pez, o mi cítara para Él?

2. ¿Qué oración escribiré para rezar por mis seres queridos? 3. ¿Qué puedo hacer yo para construir la paz?

SEXTO DÍA Isaías anuncia: “Porque un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado, le ponen en el hombro el distintivo del rey y proclaman su nombre: Consejero Admirable, Dios Fuerte; Padre Inmortal; Príncipe de la Paz” Isaías, 9, 5.

ORACIÓN INICIAL Señor Jesús, hay días en que desde el amanecer,

todo me produce hastío. El desánimo me habita y no quiero saber de nada.

En esos días, acude Tú en mi ayuda y permíteme ver Tus regalos:

mis seres queridos, la vida, la salud, mis posibilidades de crecer y desarrollarme;

mis manos para acariciar y bendecir, mis ojos para ver, mis pies para andar.

Gracias Señor por todo eso. Amén

UN FRÍO INVIERNO EN BELÉN

Cuando salieron las primeras plumas grises de su cola, Simón el pavo se ufanó por ellas. Eran muy largas y llegaban al suelo. Pasó el tiempo; crecieron mucho más y al pasear junto a sus amigos, gallos y gallinas, patos y gansos, se arrastraban dejando una huella en el camino.

En los días de mucho calor, las alzaba y abría como abanico. Refrescaba, moviéndose de un lado a otro, a los pollos, conejos y ardillas.

Se alimentaba de gusanos de tierra y también con el maíz que escurría de un viejo granero.

Ese año el invierno llegó más temprano. El otoño fue corto y el frío se sintió fuerte con el gélido viento.

Todos los habitantes de Belén la pequeña aldea y sus alrededores prepararon sus casas y guaridas. También lo hizo Simón, aunque sabía que sus plumas le darían el calor necesario.

Una noche, escucha que en las afueras de la aldea va a nacer un niño y no tiene abrigo.

Las arañas están tejiendo un cobertor para Él, pero no tienen cómo rellenarlo.

Los insectos y avecillas del lugar juntan hojas secas del reciente otoño, pero el viento se las lleva.

Las aves de corral buscan paja en los trigales segados, pero está molida y queda muy poca.

Las ovejas dieron su lana a los pastores y sólo tiene una pelusa recién salida. Los gusanos entregaron su seda en el verano y la morera que los cobija está

sin hojas. Al oír esto, Simón mira su larga cola. La despliega en toda su magnitud.

Vuelve a mirarla…, la repliega y pide a sus amigas las aves que saquen una a una sus plumas y rellenen la manta de las arañas para cubrir al Niño.

En un pesebre en las afueras de la aldea, junto a un burro y un buey, la mujer encinta y su esposo, encuentran tendido un cobertor de hilos de plata relleno con plumas de pavo. Es liviano, pero abriga mucho. Sonríen agradecidos y un rato más tarde, mientras una estrella resplandece sobre ellos y un coro de ángeles canta Gloria a Dios envuelven con él a su Hijo recién nacido.

Todo ese largo invierno, Simón pasa frío. Mucho frío. Se cubre como puede. Por la noche sus amigos duermen junto a él para darle calor.

Al fin llega la primavera, los primeros rayos de sol y en su cuerpo asoman plumas. Las mira. No son grises como las antiguas. Son de color verde azulado. Crecen y aparece una larga, larga cola. Cada pluma tiene un ojo dibujado en su extremo. Despliega su cola como lo hacía antes. Ya no es un pavo gris: ahora es pavo real porque sus plumas abrigaron al Rey del Universo.

1. ¿Cuál será mi ofrecimiento a Jesús en esta Navidad? 2. ¿Qué plumas mías puedo ofrecerle? 3. ¿Cuál de los nombres dados en la profecía de Isaías me llega más?

¿Cómo puedo alabarlo?

SÉPTIMO DÍA El evangelista San Lucas narra el nacimiento de Jesús: “Mientras estaban en Belén, llegó para María el momento del parto y dio a luz a su Hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, pues no había lugar para ellos en la sala principal de la casa”. Lucas 2, 6-7

ORACIÓN INICIAL

Señor Jesús, ya falta poco para que Tú vengas a mí nuevamente. Tú eres el Camino, la Verdad y la Vida.

Tú viniste para traer a los pobres la buena noticia; para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos; para dar libertad a los

oprimidos y a proclamar el año de gracia del Señor. Libérame Señor, de mi cárcel interior, de todo lo que me acongoja y

encierra en mi, para recibirte con un corazón nuevo. Amén

CAMINO A BELÉN

En las afueras de una pequeña aldea, vivía una familia campesina dedicada al cultivo del trigo y cebada. También crecían allí los olivos, naranjos y granados de jugosa fruta. Sus únicas posesiones eran la tierra, la casa y un par de bueyes buenos para el arado y arrastre de su carreta.

Un buey era mucho mayor que el otro y le gustaba conversar con el más joven. Se sentía limitado en su recorrido por el campo y hacía la aldea. Le dolía no haber vivido nada extraordinario en su larga existencia. No tuvo esposa, no fue padre. Sólo sabía caminar lento al paso de su compañero enyuntado por años. Todos los vecinos lo conocían y saludaban pues era muy dócil. Tanto, que le llamaron Manso.

Su mayor alegría era llevar niños de paseo. Los oía reír y cantar. Se enteraba también de las noticias del lugar cuando comentaban el nacimiento de un bebé, el matrimonio de una joven, la muerte del más anciano del pueblo, el buen rendimiento de un viñedo, o la pérdida de una cosecha de trigo.

Cuando caía al sol, su amo lo sacaba del yugo y arriaba al establo. Allí pasaba la noche acompañado del buey joven. Comían paja y bebían agua. Luego cerraban sus ojos y se dormían.

Al amanecer siguiente, regresaban a su yunta y rutina. Una mañana, el granjero los guió camino a la aldea. Llevaban como carga

fardos de paja para el dueño de una posada. Al llegar allí, oyó la voz de su amo, más ronca que de costumbre:

-Este buey está viejo y cansado. Necesito un lugar donde dejarlo reposar. A mí me espera otro buey joven.

-Déjelo en la pesebrera –respondió el posadero. Ahí está sólo el burro. Puede ser buena compañía. Tienen agua y alimentos.

-No creo que sea por mucho tiempo. Usted sabe, a sus años... El buey agachó su cabeza mientras lo soltaban de su yunta. Miró a su amigo

como despedida y cerró sus ojos. Sintió un palmoteo conocido en su lomo: las manos de su amo. Con voz temblorosa le dijo:

-Gracias, viejo amigo. Descansa tranquilo. Te visitaré cada vez que venga a la aldea y te traeré pasto fresco.

Manso abrió sus ojos nuevamente, inclinó la cabeza y se dejó arriar por el posadero hacia la pesebrera.

Allí, se echó enfrente del burro quien lo saludó con un rebuzno moviendo sus orejas. El buey respondió con un suave mugido. Estaba tan cansado que se resignó a pasar sus días en ese lugar, lejos del encanto de su tierra y las risas de los niños del campesino. Añoró las noches estrelladas y el brillo de la luna sobre los olivos.

Pasó un rato y se durmió, mientras el burro bostezaba y caía, también, en un sueño profundo.

Una hora después escucharon la voz del posadero que decía: -Este es el único lugar donde podrían reposar. Está todo lleno. Al menos

aquí estarán bajo techo protegidos del frío y viento. Y vieron entrar una hermosa joven encinta acompañada de su esposo,

quienes se sentaron sobre sus túnicas de lana tendidas en la paja, luego de orar juntos un rato.

Un agradable silencio descendió en el lugar y el buey se durmió de nuevo. De pronto, una luz brillante lo despertó. Se alzó para mirar mejor. Logró al

fin ver... En brazos de la joven estaba un Recién Nacido irradiando luz y a su lado el

padre le contemplaba. Hacía frío y no tenían mucho abrigo para El. Manso se acercó al burro y con su pata lo despertó. Este abrió sus ojos,

grandes, muy grandes, y miró fijamente la luz que emanaba del Niño. Juntos se acercaron al Recién Nacido y con su aliento entibiaron el

ambiente. La Madre, agradecida, extendió su mano sobre el lomo del burro, quien

rebuznó quedamente. Luego, acarició al buey, quien se estremeció y dio un largo, largo suspiro, mientras feliz inclinaba su cabeza y dirigía su aliento nuevamente hacía el Niño.

1. ¿Quiénes son importantes en mi vida? 2. ¿Qué hecho importante ha sucedido en mi vida? 3. ¿A quiénes regalaré mi afecto en Navidad y cómo lo haré?

OCTAVO DÍA San Lucas continúa su relato: “No tengan miedo, pues yo vengo a comunicarles una buena noticia, que será de alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, ha nacido para ustedes un Salvador, que es el Mesías, el Señor” Lucas 2, 10 y 11.

ORACIÓN INICIAL Señor Jesús, quiero esta Navidad recibirte dignamente.

Te pido perdón por las faltas que cometí y que Tú conoces. Por favor, sana mi alma, y límpiala de todo mal.

Pon el perdón en mi corazón, para quiénes me han ofendido, que recuerde el Padre Nuestro y lo haga vida:

perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Amén

CAMPANAS DE NOCHEBUENA

En un campo lleno de árboles nativos, canelos, coihues, raulíes, quillayes,

viven Emilio y Raimundo, mellizos de siete años, junto a sus padres, Juan y Francisca. Su casa queda al lado de una gran patagua donde pasan horas trepados, contando aventuras vividas e imaginadas bajo la refrescante sombra del árbol.

Les encanta reconocer las estaciones por los distintos cambios que hay en ellas.

Su mamá sostiene que los primeros dedales de oro, pequeñas flores silvestres, anuncian la llegada de la primavera, aún cuando con el cambio de clima, florecen cada año más temprano y no son ya sus heraldos; son flores de invierno, ahora lleno de días de sol. Ella dice que todos los que rodean la colina son suyos pues Dios los planta para ella por amarlos tanto.

El papá cuenta que el canto de las cigarras proclama que empezó el verano y las hojas amarillas del álamo a la entrada de su casa, el otoño.

Los mellizos se preguntan por el invierno y deciden que los carbones encendidos del viejo brasero, le dan inicio.

Y ¿cuándo llega la Navidad? Ambos buscan la respuesta. Así como Francisca se sabe dueña de los dedales de oro, ellos se sienten

dueños de todas las estrellas y les ponen los nombres de sus primos y amigos y en las noches de verano juegan a identificarlas desde la patagua.

De día van a la escuela rural más cercana y a su regreso los espera su mamá con pan amasado caliente, té y dulce de membrillo y ellos le cuentan de su día con sus compañeros. Luego hacen sus tareas apresurados para ir a jugar.

Cuando se acerca Navidad, con su mamá preparan todo lo necesario para recibir al Niño Dios. Hacen galletas y regalos para los tres hijos de su vecina una madre viuda y otros niños del vecindario. Colocan el nacimiento, junto al pino decorado con luces de colores y visitan a sus vecinos.

Un día todo cambió. Un par de semanas antes de la tan esperada fiesta, Francisca se enferma gravemente y la hospitalizan. Pese a que ella compró lo necesario para el Pan de Pascua y galletas navideñas, no alcanzó a hacerlas. Tampoco pudo preparar nada.

Los niños no saben cuándo regresará a casa y cada tarde preguntan a su padre con voz baja:

-¿Cómo está la mamá? ¡Queremos que vuelva! Y el padre les contesta con un abrazo y un fuerte suspiro: -¡Pronto, muy pronto! Ya come de todo, está más animada y duerme bien. Emilio y Raimundo deciden ayudar a su papá para que Dios les escuche y

regrese luego su mamá. Barren la casa, limpian la cocina, sacuden el polvo de los muebles. También animan a sus vecinos. Recogen fresas para la anciana señora

Alicia, guardan un trozo de pan amasado para Victoria su pequeña amiga y juegan con ella, y en las noches, de rodillas al lado de su cama rezan:

- Padre Dios, ¡Sana a la mamá. Tú puedes hacerlo. Ayúdala por favor! Pasan los días, Francisca recupera los colores y, justo la víspera de

Navidad, está en condiciones de regresar a casa. Más está afligida pues no tiene regalo para sus hijos, ni un pino para acompañar al pesebre, ni Pan de Pascua.

- ¡Ellos gozan tanto con la Navidad y esta vez no será como antes!- musita con lágrimas en los ojos.

Mientras tanto, Emilio y Raimundo acelerados se preguntan cómo tener todo listo cuándo su mamá llegue, y dónde poner el nacimiento si no hay un pino bajo el cual colocarlo.

Deciden entonces, armarlo baja la patagua cubierta de flores blancas con forma de campana. También, con la ayuda de su vecina doña Alicia, y los ingredientes dejados por su mamá, hacen un Pan de Pascua y galletas usando la harina, pasas, jengibre, frutas confitadas y otras especias que perfuman la casa. El olor impregna las paredes, el aire, y sale hacia el exterior cuando llega Francisca.

-¡Mamá, mamacita querida, llegaste al fin!- gritan a coro y corren a abrazarla.

Ella les devuelve los abrazos y los besa mientras mira la casa limpia, el piso brillante y la mesa lista con un cirio encendido en medio de ella La noche está templada y luego de comer a la luz de las velas se acercan al pesebre a saludar al Niño y agradecerle la presencia de Francisca. La patagua se mece con el viento. En ese preciso momento, la luna la ilumina, sus flores se ven como campanas de plata, así como cada imagen del nacimiento. ¡Mamá, papá!- gritan. ¡Miren cómo brilla la patagua!

Sopla una brisa suave, las ramas se agitan y las campanas regalan una música que suena a Noche de Paz. Se abrazan y sienten que en toda la tierra no hay un nacimiento como el suyo, ni un árbol tan precioso, ni una familia más feliz. ¡Y saben que la Navidad está cerca cuando brotan las primeras flores de la patagua, campanas de Nochebuena!

1. ¿Cómo puedo preparar mi corazón para recibir dignamente a

Jesús? 2. ¿Hay alguien a quién tengo que perdonar? ¿Quiero hacerlo para

liberarme? 3. ¿A quién tengo que pedir perdón? ¿Quiero y puedo hacerlo?

NOVENO DÍA Y San Lucas nos cuenta que un coro de ángeles alababa a Dios: “ Gloria a Dios en lo más alto del cielo y en la Tierra paz a los hombres: esta es la hora de Su gracia” Lucas 2, 14

ORACIÓN INICIAL Señor Jesús: bienvenido a mi alma.

Te recibo una vez más y agradezco Tu venida. Te ofrezco como un regalo Pascual, la promesa de ser mejor,

de seguirte como a mi Buen Pastor, porque Tú estás dispuesto a dar Tu vida por mí. Gracias Señor. Amén

EL TROMPO DE NAVIDAD

Cecilia era muy pequeña cuando lo conoció. El trompo tenía un pie de acero sobre una base de goma y un mango para darle cuerda. En cuanto giraba, se oía Noche de Paz. Sobre su cubierta tenía dibujado un pesebre de Belén: María, el Niño y San José. Un desfile de pastores con ovejas, otros animales y frutos para el Recién Nacido. También se acercaban los Reyes en actitud de adoración con oro, incienso y mirra.

Durante su niñez, las Navidades fueron animadas con el baile y sonido del trompo. Ella, sus padres y hermanos permanecían en muda contemplación. Cada Nochebuena fue así.

Pero, un día, el trompo se extravió. Nadie supo cómo, ni adónde fue a dar. ¡Qué pena tuvo Cecilia!

Año a año, en Navidad, aumentaba su nostalgia. Buscó y buscó, aunque fuese un trompo parecido. No había nada igual.

Pasó el tiempo. Se casó y tuvo un solo hijo: Rodrigo. Lo amó con toda su alma. Pero, cerca de Navidad, empezaban las peticiones del niño. Las vitrinas exhibían juguetes que atraían su atención. El se ponía exigente. ¡Quería tenerlo todo!

Sus padres intentaron darle gusto: podían hacerlo. Cuando Rodrigo tuvo nueve años su papá quedó sin trabajo y no pudieron dar respuesta a sus deseos.

-Quiero una bicicleta. Y también unos soldados de juguete. ¡Ah! ¡Y no olviden la pistola cósmica!... - insistía.

Ese año, sus padres le explicaron a Rodrigo que sería una Navidad distinta, que estarían juntos como de costumbre, pero no habría regalos como en ocasiones anteriores. Su situación económica no lo permitía.

Rodrigo creyó a medias: -¡No puede ser verdad! –se dijo. Algo me darán... Y cada vez que pudo, volvió a plantear sus exigencias. Ellos, entre uno y

otro trabajo temporal, ahorraron dinero para comprarle un regalo. Pero, no alcanzaba para lo que él pedía.

Recorrieron muchos lugares buscando algo de acuerdo a sus posibilidades. Y, en tanto viaje, llegaron a una feria de juguetes nuevos y usados. En medio de todos ellos, con gran sorpresa para la madre, descubrieron un trompo idéntico al de su niñez. Tan igual, que supo que era el de ella... ¿Cómo habría llegado allí...? ¡Sólo Dios sabría!

-¿Cuánto vale, señor? –preguntó Cecilia al dueño del local. Y éste contestó: -Es un trompo muy antiguo, señora. Verá usted, está en perfecto estado,

escuche su música. Y los sones de Noche de Paz la transportaron, en un instante, a sus queridas

navidades. -Por favor, ¡dígame cuánto vale! Quisiera llevarlo para mi hijo... -Señora, vale mil pesos –respondió el dueño. -Es más de lo que tenemos, no podemos llevarlo... Gracias de todas maneras

–dijo la mujer, con sus ojos llenos de lágrimas a punto de caer. El dueño del negocio la miró. Entonces, le preguntó: -¿Cuánto podría ofrecerme por él? Me gustaría que usted se lo lleve... -Sólo tenemos quinientos, señor, y es mucha diferencia. -Señora, ¡es Navidad! Llévelo por ese precio. La mujer rompió a llorar. Las palabras salieron apenas: -Muchas gracias, señor, muchas gracias. ¡Qué feliz estará nuestro hijo!

¡Feliz Navidad! Ya en casa prepararon el Nacimiento como de costumbre. Envolvieron el

trompo con mucho cuidado. ¡Quedó convertido en un precioso paquete de regalo!

Luego de una oración junto al pesebre familiar, llegó el momento de entregarlo.

Rodrigo lo abrió con entusiasmo. Esperaba encontrar algo de lo que había pedido. Y vio el trompo. Junto con su desilusión, le pareció que el tiempo se detenía y creyó soñar.

El trompo giraba vertiginosamente. Las figuras dibujadas en la superficie, cobraron vida y saltaron. Primero el pesebre, luego el burro y el buey. Enseguida la Virgen, el Niño y San José. Continuaron los pastores y, al final, los Reyes.

Cada personaje caminó con un regalo en sus brazos para el Recién Nacido. Un pastor llevaba una oveja muy lanuda sobre sus hombros; otro, una ovejita recién nacida y, un tercero, una cabra. Los demás portaban cestos de frutas, verduras y grano seco para alimentarlo. Todos llevaban algo. También los Reyes.

Rodrigo miró la escena durante un rato. Y cuando Gaspar, Melchor y Baltasar llegaron junto al Niño, se dio cuenta que sólo a él le faltaba saludar... ¡No tenía nada para ofrecerle!

-¿Qué puedo hacer? No tengo nada en mis manos, no tengo mucho en mi corazón. ¿Qué puedo ofrecer al Niño?

Y de tanto pensar, descubrió que podía ofrecerle algo. Al menos, una promesa. Llegó su turno. Se acercó al Recién Nacido y le dijo:

- Vine con las manos y mi corazón vacíos. Pero, al ver a los pastores y reyes ofreciéndote lo que tenían, me transformé. ¿Puedo ofrecerte, como regalo pascual, mi deseo de ser mejor y hacer lo imposible para lograrlo?

El Niño lo miró sonriente, le guiñó un ojo y levantó sus brazos como para abrazarlo...

En ese momento, Rodrigo abrió sus ojos. Miró las caras de sus padres, quienes aún no sabían si le habría gustado o no el trompo. Lo tomó, le dio cuerda con mucha fuerza y durante largo rato escuchó como hipnotizado su música. Luego, corrió y los abrazó diciéndoles:

-¡A Él también le gustó mi regalo...!

1. ¿Cómo puedo preparar mi alma para la venida de Jesús? 2. ¿Qué necesito cambiar para desarrollarme mejor como persona? 3. ¿Qué regalo haré esta Noche Bendita al Niño Dios que llega a mi

corazón y quiere renacer allí para mí?