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JOAQUÍN YEBRA SERRANO Arcángel Quién Miguél es el

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JOAQUÍN YEBRA SERRANO

ArcángelQuién

Miguélesel

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“EL MISTERIO DEL ARCÁNGEL MIGUEL Y DEL ÁNGEL DE JEHOVÁ”

Pr. Joaquín Yebra.

Madrid, invierno del 2019.

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CONTENIDO:

· Introducción.

· El Testimonio Bíblico de las Apariciones del Arcángel Miguel.

· Relación de Cristo Jesús con los Ángeles.

· La Naturaleza del Arcángel Miguel y del Ángel de Jehová, una misma.

· El Ángel de Jehová y el Arcángel Miguel, un solo ser.

· Apéndice.

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INTRODUCCIÓN:

Muchos se han preguntado en el curso de los siglos quiénes son estos personajes que

aparecen en las Sagradas Escrituras bajo la designación de “Ángel de Jehová” y

“Arcángel Miguel”.

Nosotros también nos lo hemos preguntado en numerosos ocasiones.

En este estudio vamos a tratar de ver lo que la Biblia nos muestra acerca de estos seres

misteriosos, particularmente el Arcángel Miguel, a quien vemos en el libro del profeta

Daniel combatiendo contra los ángeles enemigos de Dios, engañados por las

contrataciones fraudulentas de Luzbel.

En la Epístola de Judas vemos de nuevo a Miguel combatiendo con Satanás, cuando éste

trata de arrebatar el cuerpo de Moisés, y en el libro de Apocalipsis vuelve a aparecer

luchando contra Satanás y sus ángeles, es decir, los demonios.

Es evidente que Miguel siempre es hallado defendiendo la autoridad de Dios y luchando

contra aquellos que se alzan como enemigos del Eterno.

De esa manera le vemos haciendo honor al significado de su nombre: “¡¿Quién como

Dios?!”

Antes de proseguir en nuestro estudio sobre quién es Miguel, vamos a analizar la voz

“arcángel” en el original de las Sagradas Escrituras.

Se trata de “ángel principal”, y en la Epístola de Judas se le nombra “el arcángel”, lo que

mediante el uso del artículo determinado significa que solamente hay uno de esos

ángeles o mensajeros de Dios, es decir, que es inigualable porque carece de parangón.

Lo mismo podeos decir respecto al “Ángel de Jehová”, como iremos viendo en el curso de

este estudio.

Esto es ya de por sí suficientemente inquietante, por cuanto el único que carece de

parangón es Dios nuestro Señor.

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Podemos constatar que en las Sagradas Escrituras nunca aparece la voz “arcángel” en

plural, sino siempre y únicamente en singular, lo que destaca la singular unicidad de la

esencia de este ser.

Además, nuestro Señor Jesucristo aparece en la Biblia con la labor de arcángel, como es

el caso de 1ª Tesalonicenses 4:16, donde se revela lo que hará nuestro Señor resucitado

y glorificado en su Segundo Adviento, y cómo será su gloriosa venida:

“El Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios,

descenderá del cielo. Entonces los muertos en Cristo resucitarán primero.”

Este magno acontecimiento del Segundo Adviento de nuestro Señor Jesucristo no

sucederá en secreto, como lamentablemente enseñan muchos hermanos, sino que se

tratará de una resurrección física que restaurará la existencia corporal glorificada de todos

los redimidos, todos cuantos vivieron en la esperanza mesiánica.

El Señor descenderá del cielo haciendo una llamada imperativa, de ahí que se describa,

ya no con voz de hombre, sino “con voz de arcángel”.

Creemos que bastaría esto para que pudiéramos comprender que el Arcángel Miguel no

es otro sino el propio Señor Jesucristo antes de su encarnación, y que “Miguel” es otro de

títulos de nuestro Señor anteriores a su venida en carne humana como Jesús de Nazaret.

Aquí conviene que tengamos presente que en las Sagradas Escrituras aparecen varias

personas que poseyeron más de un nombre.

Recordemos, por ejemplo, al patriarca Jacob, quien es conocido también por Israel,

nombre que le fue dado por el propio Señor, y al propio apóstol Pedro como Simón.

Génesis 49:1-2:

“Llamó Jacob a sus hijos, y dijo: Acercaos y os declararé lo que ha de aconteceros en los

días venideros. Acercaos y oíd, hijos de Jacob; escuchad a vuestro padre Israel.”

Mateo 10:2:

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“Los nombres de los doce apóstoles son estos: primero Simón, llamado Pedro, y su

hermano Andrés; Jacobo hijo de Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe, Bartolomé, Tomás,

Mateo, el publicano, Jacobo hijo de Alfeo, Lebeo, por sobrenombre Tadeo, Simón el

cananita, y Judas Iscariote, el que también lo entregó (a Jesús).”

Esta es la única vez en que el evangelista Mateo designa a los apóstoles por dicho

nombre.

Recordemos que la voz “apóstol” es la transliteración del término griego “apostolos”, cuyo

significado es “uno enviado con un mensaje”.

De manera que “Miguel” parece ser otro nombre para el Cristo, el Mesías, el Deseado de

todas las gentes, es decir, para el Verbo o Palabra de Dios antes de su encarnación en

esta tierra, y que recupera después de realizar su misión redentora entre nosotros para

regresar al seno del Padre, de donde había venido en su primer adviento, si bien la

Escritura también nos revela que sus salidas han sido muchas, desde el principio:

Miqueas 5:2:

“Pero tú, Belén Éfrata, tan pequeña entre las familias de Judá, de ti ha de salir el que será

Señor en Israel; sus orígenes se remontan al inicio de los tiempos.”

La frase “se remontan al inicio de los tiempos” permite también traducirse como “sus

salidas son desde la eternidad”.

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EL TESTIMONIO BÍBLICO DE LAS APARICIONES DEL ARCÁNGEL MIGUEL

La primera aparición del Arcángel Miguel en las Sagradas Escrituras se halla en el libro de

Génesis 22:11, evitando que Isaac fuera sacrificado:

“Entonces el Ángel de Jehová lo llamó desde el cielo: ‘¡Abraham, Abraham!’ en el original

de las Escrituras.z "lo que la Biblia nos muestra esignaci. Él respondió: 'Aquí estoy'. El

Ángel le dijo: ‘No extiendas tu mano sobre el muchacho ni le hagas nada, pues ya sé que

temes a Dios, por cuanto no me rehusaste a tu hijo, tu único hijo’.”

El doble llamamiento expresa urgencia. Abraham ha pasado con éxito la inmensa prueba

a la que ha sido llamado por el Señor, nada menos que la entrega en sacrificio de su hijo

único Isaac, figura y sombra del sacrificio sustitutivo de Jesucristo, el Unigénito Hijo de

Dios, el verdadero Cordero de Dios, en la Cruz del Calvario, para redención de nuestro

pecado.

Entonces Abraham contempla un carnero trabado por los cuernos en un zarzal, y lo ofrece

en lugar de su hijo, una clara referencia simbólica a la expiación sustitutiva del Mesías

Sufriente:

Génesis 2213-14:

“Entonces alzó Abraham sus ojos y vio a sus espaldas un carnero trabado por los cuernos

en un zarzal; fue Abraham, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.

Y llamó Abraham a aquel lugar ‘Jehová proveerá’. Por tanto se dice hoy: ‘En el monte de

Jehová será provisto’.”

Después volvemos a hallar al Arcángel Miguel luchando con Jacob en Génesis 32:25:

“Cuando el varón vio que no podía con él (con Jacob), tocó en el sitio del encaje de su

muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba.”

En esta escena de la lucha de Jacob con el misterioso personaje, el verbo “luchar” suena

de manera muy similar en el hebreo al propio nombre de Jacob, el hebreo “Yacob”.

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Se trata de la voz “Javoq”, cuyo sentido no es sólo “luchar”, “pelear”, sino también

“abrazar”, de ahí que pueda entenderse como “luchar abrazando”, no golpeando, sino al

estilo de la lucha greco-romana y canaria.

En este pasaje no se trata de un abrazo amistoso, sino evidentemente de lucha.

Es lógico que nos preguntemos por la identidad del varón atacante con quien lucha el

patriarca. La respuesta la hallamos en el libro del profeta Oseas:

Oseas 12:4:

“Luchó con el ángel y prevaleció; lloró y le rogó; lo halló en Bet-el, y allí habló con

nosotros. Mas Jehová es Dios de los ejércitos: ¡Jehová es su nombre!”

Claramente se le identifica con el “Ángel del Señor”, y el propio Jacob lo identifica como

Dios.

El propio patriarca Jacob identifica al “Ángel de Jehová” con Dios, como se desprende de

Génesis 32:30:

“Jacob llamó Peniel a aquel lugar, porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi

alma.”

Jacob contempló el rostro de Dios en medio de la total oscuridad de la noche, cuando del

Señor sólo podían verse las espaldas, los pies o una apariencia, como se desprende de

las palabras del Señor a su siervo Moisés en Éxodo:

Éxodo 33:23:

“Después apartaré mi mano y verás mis espaldas, pero no se verá mi rostro.”

La revelación que Dios hace de sí mismo se centra en su Nombre, vinculado a su

naturaleza. La prueba de esto la hallamos en que cuando Moisés le pide al Señor que le

muestre su gloria, el Eterno le responde diciendo estas palabras:

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Éxodo 33:18-19:

“Entonces dijo Moisés: Te ruego que me muestres tu gloria. Jehová le respondió: Yo haré

pasar toda mi bondad delante de tu rostro y pronunciaré el Nombre de Jehová delante de

ti.”

v. 20: “Pero no podrás ver mi rostro –añadió-, porque ningún hombre podrá verme y seguir

viviendo.”

Así podemos comprender que Jacob en Génesis 32:30 estuviera maravillado de haber

contemplado el rostro de Dios y permanecer vivo.

Éxodo 24:9-10:

“Subieron Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, junto con setenta de los ancianos de Israel, y

vieron al Dios de Israel. Debajo de sus pies había como un embaldosado de zafiro,

semejante al cielo cuando está sereno.”

Esta es la quinta ocasión en la que Moisés sube a la montaña, y por primera vez se

menciona a los setenta ancianos, que lo más probable es que fueran los designados por

consejo de Jetro a Moisés, como leemos en Éxodo 18:19-23:

“Oye ahora mi voz: Yo te aconsejaré y Dios estará contigo. Preséntate tú por el pueblo

delante de Dios, y somete tú tus asuntos a Dios. Enséñales los preceptos y las leyes,

muéstrales el camino por donde deben andar y lo que han de hacer. Además escoge tú

de entre todo el pueblo a hombres virtuosos, temerosos de Dios, hombres veraces, que

aborrezcan la avaricia, y ponlos sobre el pueblo como jefes de mil, de cien, de cincuenta y

de diez. Ellos juzgarán al pueblo en todo tiempo; todo asunto grave lo traerán a ti, y ellos

juzgarán todo asunto pequeño. Así se aliviará tu carga, pues ellos la llevarán contigo. Si

esto haces, y Dios te lo manda, tú podrás sostenerte, y también todo este pueblo irá en

paz a su lugar.”

La expresión “cara a cara” denota una relación de máxima cercanía e intimidad, como se

desprende de Números 12:6-8:

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“Y Jehová les dijo (a Aarón y a María, los hermanos de Moisés, que habían hablado

contra su hermano): Oíd ahora mis palabras: Cuando haya entre vosotros un profeta de

Jehová, me apareceré a él en visión, en sueños le hablaré. No así con mi siervo Moisés,

que es fiel en toda mi casa. Cara a cara hablaré con él, claramente y no con enigmas, y

verá la apariencia de Jehová. ¿Por qué, pues, no tuvisteis temor de hablar contra mi

siervo Moisés?”

El Señor no niega el ministerio profético a Aarón y María, pero evidentemente Moisés se

hallaba en un plano superior como profeta del Dios Altísimo.

Volviendo al Arcángel Miguel, también se nos presenta conduciendo a Israel durante

cuarenta años por el desierto camino a la tierra promisoria:

Éxodo 23:20:

“Yo envío mi Ángel delante de ti, para que te guarde en el camino y te introduzca en el

lugar que yo he preparado.”

El Arcángel Miguel se aparece a Josué como “comandante del ejército del Señor”. Y se

evidencia que se trata de un ser divino:

Josué 5:13-15:

“Aconteció que estando Josué cerca de Jericó, alzó los ojos y vio a un hombre que estaba

delante de él, con una espada desenvainada en su mano. Josué se le acercó y le dijo:

‘¿Eres de los nuestros o de nuestros enemigos?’ ‘No’, respondió él, sino que he venido

como Príncipe del ejército de Jehová. Entonces Josué, postrándose en tierra, lo adoró y le

dijo: ‘¿Qué dice mi Señor a su siervo?’ El Príncipe del ejército de Jehová respondió a

Josué: ‘Quítate el calzado de los pies, porque el lugar en el que estás es santo.’ Y Josué

así lo hizo.”

Este “Príncipe del Ejército del Eterno” no es un ángel entre otros, y la prueba se encuentra

en el hecho de que no corrige a Josué por su acto de adoración, sino que lo acepta.

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De modo que las huestes divinas son comandadas por un ser divino que es digno de

adoración –cuando sólo Dios ha de ser adorado- y no sólo eso, sino que su presencia

hace que ese lugar sea santo, es decir, apartado y consagrado a Dios.

¿Cabe alguna prueba más de la naturaleza divina del “Ángel de Jehová”?

Sólo podemos concluir reconociendo que el Ángel del Señor es el propio Señor en forma

angélica, es decir, como mensajero divino.

El “Ángel de Jehová” es Dios, es decir, Cristo antes de su encarnación, el Verbo antes de

ser hecho carne, hombre entre los hombres para poder salvar a sus hermanos los

hombres, como lo muestra la adoración de Josué y el hecho de que su presencia

santifique la tierra donde acontece su manifestación.

Este título de nuestro Señor Jesucristo solamente aparece aquí y en el libro del profeta

Daniel:

Daniel 8:11:

“Aun se engrandeció frente al Príncipe de los ejércitos.”

En este texto se muestra el engrandecimiento soberbio del “macho cabrío” que simboliza

al imperio macedonio-griego, cuyo único cuerno grande representa su primer rey,

versículo 21:

“El macho cabrío es el rey de Grecia, y el cuerno grande que tenía entre sus ojos es el rey

primero.”

El comandante de los ejércitos celestiales es el Hijo del Hombre:

Daniel 7:13-14:

“Miraba yo (Daniel) en la visión de la noche, y vi que con las nubes del cielo venía uno

como un hijo de hombre; vino hasta el Anciano de Días, y lo hicieron acercase delante de

Él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas lo

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sirvieran; su dominio es dominio eterno, y que nunca pasará; y su reino es uno que nunca

será destruido.”

En esta impresionante escena, un ser que se asemeja a un humano se aproxima al Trono

de la Majestad en las Alturas para recibir el reinado eterno de Dios sobre la Tierra:

Daniel 2:44:

“En los días de estos reyes, el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás

destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos

reinos, pero él permanecerá para siempre.”

Pero volviendo al texto de Josué 5:13, a la pregunta de si el Ángel estaba al lado de Israel

o al lado de sus enemigos, la respuesta del Ángel es sencilla y llanamente “No”, es decir,

ni lo uno ni lo otro.

El Ángel de Jehová no estaba simplemente tomando partido, sino que se trataba del

comandante divino de las huestes de Dios.

En Éxodo 3:5, en el llamamiento de Moisés ante la zarza seca y ardiente, en el desierto

de Horeb, voz que significa precisamente “secadal”, podemos ver de nuevo que quien se

manifiesta es el Ángel de Jehová, el apelativo divino ya conocido para Dios en los

capítulos 16 y 22 de Génesis:

Éxodo 3:1-6:

“Apacentando Moisés las ovejas de su suegro Jetro, sacerdote de Madián, llevó las

ovejas a través del desierto y llegó hasta Horeb, monte de Dios. Allí se le apareció el

Ángel de Jehová en una llama de fuego, en medio de una zarza. Al fijarse, vio que la

zarza ardía en fuego, pero la zarza no se consumía. Entonces Moisés se dijo: ‘Iré ahora

para contemplar esta gran visión, por qué causa la zara no se quema.’ Cuando Jehová vio

que él iba a mirar, lo llamó de en medio de la zarza: ‘¡Moisés, Moisés!’ ‘Aquí estoy’,

respondió él. Dios le dijo: ‘No te acerques; quita el calzado de tus pies, porque el lugar en

que tú estás, tierra santa es.’ Y añadió: ‘Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el

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Dios de Isaac y el Dios de Jacob’. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo

de mirar a Dios.”

Este pasaje nos muestra la razón de la manifestación del Señor. La secuencia de los

verbos en este pasaje para mostrar la percepción de Dios y su intervención es claramente

reveladora:

“He visto”, “he oído”, “he conocido”, “he descendido”, “para librarlos” y “para sacarlos”.

El Señor envía a Moisés porque ha oído el clamor de las tribus hebreas inconexas,

esclavizadas y explotadas, las que constituirá después en una nación como confederación

tribal gobernada por los “jueces”, los “shoftim”, cuyo sentido literal es de “libertadores”, es

decir, “garantes de la libertad”, por cuanto sólo hay verdadera libertad caminando en los

mandamientos de Dios.

Éxodo 3:7-10:

“Dijo luego Jehová: ‘Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído

su clamor a causa de sus opresores, pues he conocido sus angustias. Por eso he

descendido para librarlos de manos de los egipcios y sacarlos de aquella tierra a una

tierra buena y ancha, a una tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del

heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo. El clamor, pues, de los hijos de

Israel ha llegado ante mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen.

Ven, por tanto, ahora, y te enviaré al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los

hijos de Israel’.”

¿Quién puede ser ese ser divino que se presenta como Miguel?

¿Quién puede responder a su propio nombre, cuyo significado es “¡¿Quién como Dios?!”

Creemos que se trata del propio Hijo de Dios antes de su encarnación en la persona de

Jesucristo, para estar entre nosotros como uno de nosotros y entregar su vida por

nosotros.

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Recordemos que el Unigénito Hijo de Dios, el Verbo Divino, se presenta en el Antiguo

Testamento como “El Ángel de Jehová”, no un ángel entre otros, sino “El Ángel del

Eterno”:

También se presenta, como vamos a ver, con el título de “Ángel de Dios”:

Éxodo 14:19:

“El Ángel de Dios, que iba delante del campamento de Israel, se apartó y se puso detrás

de ellos (de los israelitas antes de cruzar el Mar Rojo); asimismo la columna de nube que

iba delante de ellos se apartó y se puso a sus espaldas.”

Fue entonces cuando “Moisés extendió su mano sobre el mar e hizo Jehová que el mar

se retirara por medio de un recio viento oriental que sopló toda aquella noche. Así se secó

el mar y las aguas quedaron divididas. Entonces los hijos de Israel entraron en medio del

mar, en seco, y las aguas eran como un muro a su derecha y a su izquierda.” (Éxodo

14:21-22).

Si somos observadores nos daremos cuenta de que el lenguaje que aquí se emplea

corresponde al que se emplea para describir el acto de la Creación en el libro de Génesis.

En esta ocasión, el acto creacional que se describe es el de un pueblo.

Del mismo modo que el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas que

cubrían la Tierra (Génesis 1:2), Moisés extiende su mano sobre el Mar Rojo.

Génesis 1:2:

“La tierra estaba desordenada y vacía, las tinieblas estaban sobre la faz del abismo y el

Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.”

En la Creación, Dios había separado las aguas, y ahora separaba las aguas del mar,

haciendo aparecer la tierra seca sobre la cual su pueblo hebreo pudiera atravesar a salvo.

Génesis 1:7:

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“E hizo Dios un firmamento que separó las aguas que estaban debajo del firmamento, de

las aguas que estaban sobre el firmamento. Y fue así.”

Génesis 1:9:

“Dijo también Dios: Reúnanse las aguas que están debajo de los cielos en un solo lugar,

para que se descubra lo seco. Y fue así.”

Aquí es de interés recordar que el acto de partir en dos y pasar por en medio es el sentido

de la voz “brit”, es decir, “pacto”, “alianza”.

También vemos al Ángel del Señor con la designación de “El Ángel de su Faz”:

Isaías 63:9:

“En toda angustia de ellos Él fue angustiado, y el Ángel de su Faz los salvó; en su amor y

en su clemencia los redimió, los trajo y los levantó todos los días de la antigüedad.”

Cuando leemos el contexto de estas palabras, constatamos que en esta oración pactual el

profeta Isaías está hablando de la bondad de Jehová para con Israel, y en claro

paralelismo sinonímico, Jehová y el “Ángel de su Faz” son una misma realidad.

En los versículos 14 y 16, vemos el cuadro que completa la triunidad divina:

Isaías 63:14, 16:

“El Espíritu de Jehová los pastoreó, como a una bestia que desciende al valle. Así

pastoreaste a tu pueblo para hacerte un nombre glorioso… ¡Pero tú eres nuestro Padre!

Aunque Abraham nos ignore e Israel no nos reconozca, tú, Jehová, eres nuestro Padre.

Redentor nuestro es tu Nombre desde la eternidad.”

El “Ángel del Señor” es igualmente designado como “El Mensajero del Pacto”:

Malaquías 3:1:

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“Yo envío mi mensajero para que prepare el camino delante de mí. Y vendrá súbitamente

a su Templo el Señor a quien vosotros buscáis; y el Ángel del Pacto.”

Este mensajero vendrá para preparar el camino al Señor. De manera que de la misma

forma que la gloria del Señor llenó el tabernáculo de Moisés (Éxodo 40:34-35), y así lo

haría también en el Templo de Salomón (1º Reyes 8:10-11), el profetas Malaquías anuncia

aquí que el Templo restaurado recibirá la visita del propio Jehová en cumplimiento de la

palabra profética.

Veamos la visión profética a la que condujo la mano de Jehová al profeta Ezequiel:

Ezequiel 43:1-5:

“Me llevó (la mano del Señor) luego a la puerta, la que mira hacia el oriente, y vi que la

gloria del Dios de Israel venía del oriente. Su sonido era como el sonido de muchas

aguas, y la tierra resplandecía a causa de su gloria. El aspecto de lo que vi era como una

visión, como aquella visión que vi cuando vine para destruir la ciudad; y las visiones eran

como la visión que vi junto al río Quebar; y me postré sobre mi rostro. La gloria de Jehová

entró en la casa por la vía de la puerta que daba al oriente. Entonces el espíritu me

levantó y me llevó al atrio interior, y vi que la gloria de Jehová llenó la casa.”

Zacarías 8:3:

“Así dice Jehová: Yo he restaurado a Sión y habitaré en medio de Jerusalem. Jerusalem

se llamará ciudad de la Verdad, y el monte de Jehová de los ejércitos, monte de

Santidad.”

La descripción que hace el Señor de Jerusalem es de una urbe restaurada en paz y

seguridad para los jóvenes y para los ancianos frente a toda clase de ataques y peligros:

Zacarías 8:4-5:

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“Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Aún han de morar ancianos y ancianas en las calles

de Jerusalem, cada cual con un bastón en la mano por lo avanzado de su edad. Y las

calles de la ciudad estarán llenas de muchachos y muchachas que jugarán en ellas.”

Hageo 2:9:

“La gloria de esta segunda Casa será mayor que la de la primera, ha dicho Jehová de los

ejércitos; y daré paz en este lugar, dice Jehová de los ejércitos.”

Aquí conviene recordar que la voz “ejércitos”, “shebaot”, no hace referencia a formaciones

de soldados, sino que se aplica a las “constelaciones” de los cielos.

El “Ángel del Señor” es designado igualmente como “mi Ángel”.

Así se le dice a Moisés, y registrado está en el libro del Éxodo:

Éxodo 23:20, 23:

“Yo envío mi Ángel delante de ti, para que te guarde en el camino y te introduzca en el

lugar que yo he preparado… Mi Ángel irá delante de ti y te llevará a la tierra del amorreo,

del heteo, del ferezeo, del cananeo, del heveo y del jebuseo.”

En el libro del profeta Daniel vuelve a denominarse con la designación de “su Ángel”:

Daniel 3:28:

“Y Nabucodonosor dijo: Bendito sea el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego, que envió su

Ángel y libró a sus siervos que confiaron en él, los cuales no cumplieron el edicto del rey y

entregaron sus cuerpos antes que servir y adorar a otro dios que su Dios.”

Creemos que es evidente que el “Arcángel Miguel”, el “Ángel de Jehová”, el “Ángel de

Dios”, el “Ángel de Su Faz”, el “Mensajero del Pacto”, “Mi Ángel”, y “Su Ángel”, son los

diversos títulos referidos a la misma Persona en distintas funciones.

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RELACIÓN DE CRISTO JESÚS CON LOS ÁNGELES

No hemos de olvidar que los ángeles son criaturas de Dios, es decir, seres creados.

No así nuestro Señor Jesucristo, quien se describe en la Epístola a los Colosenses de la

siguiente manera:

Colosenses 1:15-17:

“Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación, porque en Él fueron

creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e

invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue

creado por medio de Él y para Él. Y Él es antes que todas las cosas, y todas las cosas en

Él subsisten.”

El Apóstol Pablo muestra en este himno el papel de Cristo en la Creación como

“primogénito”.

Esta voz en el original griego no es “protoktistos”, en cuyo caso significaría “primer

creado”, sino que se trata del vocablo griego “prototokos”, cuyo sentido es el de

“heredero”, “patrón” y “primero en rango”, por lo cual no debe tomarse como si se refiriera

a su nacimiento, sino a los derechos y privilegios del primogénito heredero.

Así vemos esta voz en su equivalencia hebrea en el Salmo 89:27:

“Yo también lo pondré por primogénito (a David), el más excelso de los reyes de la tierra.”

Por consiguiente, los ángeles no deben ser adorados, por cuanto son criaturas, mientras

que el Hijo merece toda adoración:

Colosenses 2:18:

“Que nadie os prive de vuestro premio haciendo alarde de humildad y de dar culto a los

ángeles (metiéndose en lo que no ha visto), hinchado de vanidad por su propia mente

carnal.”

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Tenemos dos escenas en el libro de Apocalipsis en las que vemos con prístina claridad

cómo los ángeles no aceptan la adoración, que solamente pertenece a la divinidad:

Apocalipsis 19:9-10:

“El ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas

del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios. Yo (Juan) me postré a sus

pies para adorarlo, pero él me dijo: ¡Mira, no lo hagas! Yo soy consiervo tuyo y de tus

hermanos que mantienen el testimonio de Jesús. ¡Adora a Dios! El testimonio de Jesús es

el espíritu de la profecía.”

Apocalipsis 22:8-9:

“Yo, Juan, soy el que oyó y vio estas cosas. Después que las hube oído y visto, me postré

a los pies del ángel que me mostraba estas cosas, para adorarlo. Pero él me dijo: ¡Mira,

no lo hagas!, pues yo soy consiervo tuyo, de tus hermanos los profetas y de los que

guardan las palabras de este libro. ¡Adora a Dios!”

Los ángeles son mensajeros de Dios para quienes serán herederos de salvación:

Hebreos 1:13-14:

“¿A cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus

enemigos por estrado de mis pies? ¿No son todos espíritus ministradores, enviados para

servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?”

Queda perfectamente evidenciado que los santos ángeles fieles a Dios son espíritus

ministradores, no sólo adoradores, sino siervos activos al servicio del Eterno y en

beneficio de los fieles.

Sin embargo, de Jesucristo se nos dice que “tiene más excelente nombre que los

ángeles”, por cuanto Él es el resplandor de la gloria de Dios, la imagen misma de la

sustancia divina, heredero del universo, uno con el Padre, creador y sustentador de todo

lo creado.

Hebreos 1:4:

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“Tanto superior a los ángeles, cuanto que heredó más excelente nombre que ellos.”

Podríamos decir que Cristo es el reflejo luminoso del esplendor del Padre de las luces, y

que, al igual que nadie puede ver la luz solar, sino a través de su resplandor sobre las

cosas, sólo a través de Cristo podemos ver al Dios Eterno:

Juan 1:18:

“A Dios nadie lo ha visto jamás; el Unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él lo ha

dado a conocer.”

Cristo, como resplandor de la gloria de Dios, es el reflejo luminoso del esplendor divino, la

expresión de la naturaleza y del carácter del Altísimo, una representación exacta, de ahí

que se manifieste como sustancialmente idéntico al Eterno, como la impresión que deja

un sello en un objeto.

Jesucristo es, pues, la encarnación de la representación exacta de Dios. De ahí que su

nombre profético sea “Emanuel”, es decir, “Dios con nosotros”.

Hebreos 1:3-4, 8, 10-12:

“Él (Cristo) que es el resplandor de su gloria (de Dios), la imagen misma de su sustancia y

quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la

purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la

Majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles cuanto que heredó más

excelente nombre que ellos…

Pero del Hijo dice: Tu trono, Dios, por los siglos de los siglos. Cetro de equidad es el cetro

de tu reino…

También dice: Tú, Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus

manos. Ellos perecerán, mas tú permaneces. Todos ellos se envejecerán como una

vestidura; como un vestido los envolverás, y serán mudados. Pero tú eres el mismo, y tus

años no acabarán.”

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Lo que es más, se nos revela que “tiene un nombre que es sobre todo nombre”.

Filipenses 2:9-11:

“Por eso Dios también lo exaltó sobre todas las cosas y le dio un nombre que es sobre

todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en

los cielos, en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el

Señor, para gloria de Dios Padre.”

La dignidad de nuestro Señor Jesucristo está sobre todos los ángeles de los cielos.

Efesios 1:20-23:

“Esta fuerza operó en Cristo, resucitándolo de los muertos y sentándolo a su derecha en

los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad, poder y señorío, y sobre todo

nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero. Y sometió

todas las cosas debajo de sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia,

la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.”

Es más, todos los ángeles están sometidos a nuestro Señor Jesucristo.

1ª Pedro 3:22:

“Quien habiendo subido al cielo está a la diestra de Dios; y al Él están sujetos ángeles,

autoridades y poderes.”

La prueba la hallamos en que los ángeles se inclinan ante Cristo Jesús:

Filipenses 2:10:

“Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la

tierra y debajo de la tierra.”

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Esta última expresión –“debajo de la tierra”- hace referencia al sometimiento incluso de

los demonios, como se desprende del testimonio que nos llega en el libro de Apocalipsis:

Apocalipsis 20:1-3:

“Vi un ángel que descendía del cielo con la llave del abismo y una gran cadena en la

mano. Prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el Diablo y Satanás, y lo ató por mil

años. Lo arrojó al abismo, lo encerró y puso un sello sobre él, para que no engañara más

a las naciones hasta que fueran cumplidos mil años. Después de esto debe ser desatado

por un poco de tiempo.”

El testimonio de la adoración de los ángeles al Señor Jesucristo se expresa con prístina

claridad en la Epístola a los Hebreos:

Hebreos 1:6:

“Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: ‘Adórenlo todos los

ángeles de Dios’.”

La voz “Primogénito” tiene el sentido de “hijo supremo”, no relacionado con un nacimiento

natural, sino del título de la realeza davídica que se aplica a nuestro Señor Jesucristo y

denota su supremacía absoluta sobre todo el Universo:

Salmo 89:26-29:

“Él clamará a mí, diciendo: ‘Mi Padre eres tú, mi Dios, y la roca de mi salvación.’ Yo

también lo pondré por primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra. Para siempre

le aseguraré mi misericordia y mi pacto será firme con él. Estableceré su descendencia

para siempre y su trono como los días de los cielos.”

Sin embargo, como hemos visto en Apocalipsis 19:10 y 22:8-9, los ángeles no aceptan la

adoración, pues son criaturas, y sólo el Creador ha de ser adorado.

A la luz de cuanto antecede, todo parece apuntar a que el Unigénito Hijo de Dios, cuyos

nombres son tantos en las Sagradas Escrituras (Admirable Consejero, Dios Fuerte, Padre

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Eterno, Príncipe de Paz, Unigénito del Padre, Verbo de Dios, Estrella Resplandeciente de

la Mañana, Sol de Justicia, Rey de reyes, Señor de señores, Vara Verde, Mesías de

Israel, Deseado de las Naciones, Testigo Fiel y Verdadero, Amén de Dios), tiene también

por Nombre el de “Arcángel Miguel”, en su función como Capitán de las huestes

angélicas.

Este nombre, al igual que todos los demás, no disminuye en absoluto el sentido de la

Divinidad de Cristo, como tampoco lo hizo el que “en el principio era el Verbo, el Verbo

estaba con Dios y el Verbo era Dios… Y aquel Verbo fue hecho carne y habitó entre

nosotros lleno de gracia y de verdad, y vimos su gloria como del Unigénito del Padre”.

(Juan 1:1, 14).

Merece estudiarse el texto griego original, que dice así:

“En arjé en ho lógos kai ho lógos en pros tón Theón kai Theós en ho lógos.”

“En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.” (Juan 1:1).

Dios se hace audible en su Palabra, se autorevela, se da a conocer haciéndose “carne”,

es decir, entra en la historia humana como un humano más, sin privilegios sobre los

demás.

“En el principio” nos presenta la voz “arjé”, que nos ha llegado al castellano en términos

como “arqueología”, para referirse al estudio de las cosas antiguas, las del “principio”.

Ahora bien, la traducción al castellano y a las demás lenguas occidentales, de “ho lógos

en prós Theón”, “la Palabra estaba con Dios”, es muy pobre respecto al sentido del

original griego, el cual no dice simplemente que la Palabra de Dios “estaba con Dios” en

un sentido estático, sino que “pros ton Theón” tiene el sentido de “estar vuelta hacia” o

“dirigida hacia Dios”.

¿Qué significa esto? Esto representa un claro gesto de comunicación y de respuesta: Es

decir, la Palabra de Dios parte de Dios y vuelve a Él.

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Ahora bien, considerando que tras el vocablo griego “Lógos” se halla el término hebreo

“dabar”, cuyo sentido es el de que la Palabra viene de Dios y vuelve a Dios después de

realizar su obra, podemos así aproximarnos más al sentido del hebreo que nos dice así:

Isaías 55:10-11:

“Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega

la tierra y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra y pan al que come, así

será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo

quiero y será prosperada en aquello para lo cual la envié.”

Conviene aquí tener presente que el sentido semítico de “dabar”, “palabra”, es el de

“palabra-hecho”, es decir, el acontecimiento que surge de la comunicación verbal, y en

sentido absoluto se trata de la comunicación y del comunicante que se convierten en un

acontecimiento histórico inseparable.

Este sentido no puede darse en la equivalencia griega, en “lógos”, cuyo sentido no tiene la

capacidad de interpelar, sino que queda anclada en la lógica del discurso y de la escucha.

En la Palabra de la Creación, en la Palabra de la Alianza, en la Palabra Profética, en la

Palabra de Sabiduría, en la Palabra Encarnada, en toda Palabra que sale de la boca de

Dios, siempre se produce la presencia de Dios que actúa y entra en relación dialogal con

el hombre, varón y mujer.

Jesús de Nazaret es la Palabra de Dios en el sentido semítico, “Dabar de Jehová”,

“Palabra” en la que Dios se comunica, en la que Dios se da a conocer. Ese es el sentido

del misterio de la Encarnación del Verbo.

Teológicamente hablamos de la “Palabra de Dios” como la que expresa la

comunicabilidad de Dios en la persona de Jesús de Nazaret.

No se trata de una palabra “sobre Dios” o “acerca de Dios”, sino “de Dios”. La Palabra de

Dios es Dios mismo que se vuelve palabra.

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De ahí que se nos diga “kaì Théos en ho lógos”, “y Dios era la Palabra”, donde el sujeto

de esta afirmación es la Palabra de Dios personificada, haciéndose “carne”.

El Verbo de Dios, quien es Dios, tomó nuestra carne humana para ser “Dios con

nosotros”, “Emanuel”, y así poder dar su vida por nosotros.

Ciertamente el Verbo se convirtió en “Hijo del Hombre”, pero todo el tiempo que pasó en

nuestra tierra en condición humana, fue a la vez Dios manifestado en carne.

La voz original griega para “carne” es “sarx”, equivalente al hebreo “basar”, no en sentido

abstracto, sino como una “carne concreta”, una existencia personal en el hombre Jesús.

Una vez que vemos que Cristo antes de la encarnación es el “Ángel del Señor”, y

considerando que “Miguel”, cuyo significado es “¿¡Quién como Dios!?”, y que la voz

“arcángel” es título divino, vemos que con esa voz vendrá nuestro Señor en el Gran Día

de Dios:

1ª Tesalonicenses 4:16-17:

“El Señor mismo, con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios,

descenderá del cielo. Entonces los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego

nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente

con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el

Señor.”

Esta es la esperanza cristiana, la esperanza bienaventurada, con ocasión de la

manifestación gloriosa de nuestro Señor Jesucristo, no en forma de un traslado

desencarnado al cielo, sino con cuerpos glorificados, es decir, revestidos de gloria,

revestidos de luz.

El acontecimiento ciertamente no será un rapto secreto, por cuanto “rapto” es un delito,

sino un “arrebatamiento” en su acepción de “escape”, “salida”, “liberación” del juicio

venidero, y será en forma visible y audible, absolutamente inimitable.

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Vamos ahora a analizar el significado de la voz “arcángel”, término que puede suscitar

diversas imágenes en nuestra mente, pero que no responden a su verdadero significado

bíblico.

Aquí, al igual que en tantas otras ocasiones, hemos de desprendernos de ideas

apriorísticas, bajo la influencia de la literatura y la pinacoteca, heredadas de las diversas

tradiciones culturales, que nada tienen que ver con la enseñanza de las Sagradas

Escrituras.

Primeramente, consideremos la partícula “arc” que actúa como prefijo griego, y cuyo

sentido es “arjé”, “arjón”.

“Arjé” significa “principio”, e implica el sentido de “gobierno” y “autoridad”.

Esta voz se vierte a menudo al castellano y a las demás lenguas occidentales por

“gobernante” y “príncipe”. Y en el Nuevo Testamento se aplica a nuestro Señor Jesucristo

como “príncipe soberano de los reyes de la tierra”:

Apocalipsis 1:5:

“Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de los muertos y el soberano de los reyes de la

tierra.”

El nombre “Miguel” nos llega del hebreo “myka’el”, cuyo significado, como hemos

anticipado, es “¡¿Quién como Dios!?”. Aunque el solo significado no es una prueba

definitiva de tratarse de un título de Cristo, no deja de ser un indicativo de su íntima

relación con el Señor.

Creemos que identificar a Jesús con Miguel no entra en conflicto con la afirmación de la

suma de la Palabra de Dios respecto a la Divinidad de nuestro Señor Jesucristo, Dios

manifestado en carne, y su preexistencia eterna y plena deidad.

Colosenses 2:8-10:

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“Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas basadas en las

tradiciones de los hombres, conforme a los elementos del mundo, y no según Cristo.

Porque en Él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad, y vosotros estáis

completos en Él, que es la cabeza de todo principado y potestad.”

**********

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LA NATURALEZA DEL ARCÁNGEL MIGUEL Y DEL ÁNGEL DE JEHOVÁ, UNA MISMA.

Vamos a comenzar acercándonos al texto de Génesis 1:26:

“Entonces dijo Dios: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra

semejanza; y tenga potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y las bestias,

sobre toda la tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra.”

En este texto hallamos un claro signo distintivo de la creación de la humanidad y su

relación con los demás seres vivos.

En él se incluye una forma plural –“hagamos”- con la que se personaliza la acción que

describe, distinguiéndola de todos los mandatos previamente dados por Dios en su obra

creadora.

De ahí que el Eterno cree a la humanidad a su imagen y semejanza, y después ordene

que ejerza su mandato sobre todas las demás criaturas desde la potestad que le otorga

dicha imagen y semejanza divina.

Este texto deja perfectamente claro que el Dios Eterno se expresa en un plural imperativo

que revela la triunidad dentro de su absoluta unicidad, por cuanto toda la Escritura

siempre revela al Dios Eterno como uno, único, incomparable, inefable e inimaginable.

El uso del plural ha venido siendo una larga polémica histórica, ya que podría sugerir una

pluralidad de deidades.

La Septuaginta, versión griega del Antiguo Testamento hebreo, traduce esta frase

directamente en singular.

Para los Padres de la Iglesia, el plural que emplea el texto hebreo “hagamos”, es una

manera de referirse a la Triunidad Divina.

Para quienes presentan objeciones a esta interpretación aludiendo a un plural

“mayestático”, como recurso retórico habitualmente empleado por los monarcas y otras

autoridades en eminencia, hemos de recordarles que tal uso no se da en el hebreo

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bíblico, por cuanto esta manera de expresarse no hizo acto de presencia hasta llegar a los

días de la realeza medieval y el feudalismo europeo.

Para los exégetas judíos, este plural fue entendido como una referencia al consejo

recibido por Dios de parte de los “Malajei HaSharet”, es decir, los “Ángeles

Administradores”.

Para otros sabios judíos de la antigüedad, el plural “hagamos” comprende a Dios y a su

instrumento creador, es decir, a la “Sabiduría”.

Recordemos el Canto a la Sabiduría que hallamos en el libro de los Proverbios:

Proverbios 8:22-31:

“Jehová me poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras.

Eternamente tuve la primacía, desde el principio, antes de la tierra.

Fui engendrada antes que los abismos, antes de que existieran las fuentes d las muchas

aguas.

Antes que los montes fueran formados, antes que los collados, ya había sido yo

engendrada.

Cuando él aún no había hecho la tierra, ni los campos, ni el principio del polvo del mundo.

Cuando formaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba el círculo sobre la faz del

abismo.

Cuando afirmaba los cielos arriba, cuando afirmaba las fuentes del abismo.

Cuando fijaba los límites del mar para que las aguas no transgredieran su mandato.

Cuando establecía los fundamentos de la tierra, con él estaba yo ordenándolo todo.

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Yo era su delicia cada día y me recreaba delante de él en todo tiempo.

Me regocijaba con la parte habitada de su tierra, pues mis delicias están con los hijos de

los hombres.”

La puntuación tradicional del texto hebreo aconseja entender que “yo, la Sabiduría”, v. 12,

es una cláusula sin verbo característica de la manera en que el Señor se presenta, como,

por ejemplo, en Ezequiel 12:25:

“Porque yo, Jehová, hablaré y se cumplirá la palabra que yo hable.”

En vista de todo esto, ¿a quién se dirige Dios cuando en Génesis 1:26 dice “naasé adam”,

“hagamos al hombre”?

Creemos que es una referencia a la pluralidad de las tres Personas Divinas, dentro de la

absoluta unicidad del Eterno, e implica un nivel de asimetría con los demás actos

creadores del texto, todos ellos expresados en singular.

Para quienes interpretan que este texto se refiere a la orden dada por el Padre al Hijo

para que realizara la creación del ser humano, hemos de responder que si así fuera el

texto diría “haz” o “hagan”, no “hagamos”.

Creemos que la fórmula “hagamos” revela un plural en la creación de la humanidad, y que

los intervinientes tienen la misma dignidad.

Para aproximarnos a una recta interpretación de este texto creemos que hemos de

considerar las siguientes Escrituras:

Juan 1:1-3:

“En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Éste estaba

en el principio con Dios. Todas las cosas por medio de Él fueron hechas, y sin Él nada de

lo que ha sido hecho fue hecho.”

Este himno, que constituye el prólogo del Evangelio según Juan, comienza

recordándonos el texto de Génesis 1:1:

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“En el principio creó Dios los cielos y la tierra.”

El pretérito imperfecto “era” nos muestra una acción continuada en el pasado, lo que

implica la existencia del Verbo de Dios, su Palabra, es decir, Cristo antes de su

encarnación, desde la eternidad.

Juan 1:4-5:

“En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz resplandece en las

tinieblas, y las tinieblas no la dominaron.”

El Verbo creador implica que Él no fue creado. De ahí que las tinieblas no pudieran

prevalecer, ni atrapar, ni extinguir esa luz.

Salmo 33:6:

“Por la Palabra de YHVH fueron hechos los cielos; y todo el ejército de ellos, por el aliento

de su boca.”

El Salmista enfatiza lo que se nos dice en Génesis 1:1.

Dios creó mediante el poder de su Palabra, de su Verbo:

Génesis 1:1-3:

“En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba desordenada y vacía, las

tinieblas estaban sobre la faz del abismo y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las

aguas. Dijo Dios: ‘Sea la luz, y fue la luz’.”

La Creación es fruto de la Palabra de Dios, quien dijo y fue, mostrando así la acción

generadora del Verbo. Así es como la luz llega desde el propio Dios, antes de la creación

de las lumbreras mayor y menor en el cuarto día del relato mosaico, a las que no se les

da todavía los nombres respectivos de “Sol y Luna”.

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Génesis 1:14-19:

“Dijo luego Dios: ‘Haya lumbreras en el firmamento de los cielos para separar el día de la

noche, que sirvan de señales para las estaciones, los días y los años, y sean por

lumbreras en el firmamento celeste para alumbrar sobre la tierra’. Y fue así. He hizo Dios

las dos grandes lumbreras: la lumbrera mayor para que señorease en el día, y la lumbrera

menor para que señoreara en la noche; e hizo también las estrellas. Las puso Dios en el

firmamento de los cielos para alumbrar sobre la tierra, señorear en el día y en la noche y

para separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que era bueno. Y fue la tarde y la mañana

del cuarto día.”

A la pregunta de por qué no se les denomina con los nombres con los que después

aparecerán en las Escrituras, es decir, como “Sol” y “Luna”, los sabios antiguos de Israel

explicaron que el texto bíblico emplea epítetos alusivos refiriéndose a estos cuerpos

estelares como “lumbreras” o “luminarias” sin especificar nombres propios con el fin de

evitar darles el carácter de entidades autónomas y promover el culto idolátrico a los

astros.

Aquí es interesante ver lo que se nos dice respecto a algunas de las reformas del rey

Josías (639-608 a.C.).

2º Reyes 23:5:

“Después quitó a los sacerdotes idólatras que habían puesto los reyes de Judá para que

quemaran incienso en los lugares altos de las ciudades de Judá y en los alrededores de

Jerusalem, así como a los que quemaban incienso a Baal, al sol y a la luna, a los signos

del zodíaco y a todo el ejército de los cielos.”

Vemos así también que los días de la Creación son constituidos en “tarde” y “mañana”,

delimitándose el día “uno”, hebreo “yom ejád”, del resto de los días de la semana.

Dicho día es denominado “ejád”, “uno” y no “rishón”, “primero”, por cuanto en él no había

habido ninguno antes ni después.

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Los pasajes bíblicos en los que nuestro Señor Jesucristo habla de sí mismo como “Luz”

son verdaderamente impresionantes:

Juan 3:19-21: “Y esta es la condenación: La luz vino al mundo, pero los hombres amaron

más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas, pues todo aquel que hace lo

malo detesta la luz, y no viene a la luz, para que sus obras no sean puestas al

descubierto. Pero el que practica la verdad viene a la luz, para que se ponga de

manifiesto que sus obras son hechas en Dios.”

El propósito fundamental del ministerio de Jesucristo es la salvación de los humanos, sus

hermanos menores, pero aquellos que rechazan ese ministerio se juzgan a sí mismos al

rechazar el amor de Dios en la Luz que vino al mundo.

Juan 12:36:

“Entre tanto que tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz.”

Pero ante todo y sobre todo, hablar del Verbo encarnado como “Luz de Dios” es llegar a

quedarnos extasiados ante la Divinidad de la Palabra de Dios, la cual no pudo ni jamás

podrá ser atrapada, jamás podrá ser poseída o apagada por las tinieblas.

Revelándosenos que sin la Palabra de Dios nada fue hecho, vemos que no hay existencia

fuera de esa Palabra, ni tampoco vida, por cuanto en Él, en el Verbo, en la Palabra eterna,

estaba la vida, y la vida era y es la luz de los humanos.

Esa Palabra es Dios, quien se expresa y da a conocer en su Creación. Como la vida es

luz, la muerte, como ausencia de vida, es oscuridad. De ahí que este Salmo que forma la

mayor parte del prólogo del Evangelio según Juan hayamos de interpretarlo como cántico

de victoria de la Luz sobre las tinieblas. Ese es el testimonio que el Evangelista Juan está

dando en este breve himno.

El Apóstol Pablo igualmente nos lo dice escribiendo a los cristianos de Colosas:

Colosenses 1:15-17:

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“Cristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación, porque en Él

fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra,

visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades, todo

fue creado por medio de Él y para Él. Y Él es antes que todas las cosas, y todas las cosas

en Él subsisten.”

Poéticamente se destacan dos aspectos centrales de la obra de nuestro Señor Jesucristo.

Primeramente la Creación, y en segundo lugar la Redención.

Solamente Cristo es imagen de la substancia del Dios Eterno, y por lo tanto digno de toda

adoración.

Veamos ahora lo que sucedió a Abraham en Génesis 12:1:

“YHVH había dicho a Abram: Vete de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre, a

la tierra que te mostraré.”

Con esta orden comienza una historia muy bella: Abraham se había criado en un

ambiente de paganismo e idolatría. A fin de que Dios pudiera capacitarlo para la gran obra

que le iba a encomendar como depositario de la Palabra de Dios y la formación de un

pueblo llamado a ser luz a las naciones, Abraham debía salir del imperio de Ur de los

caldeos y separarse de su cultura, de su entorno y parentela.

La influencia de su familia y entorno impediría la formación que Dios tenía para él. De ahí

se desprende la orden de salir de aquella atmósfera contaminada y contaminante.

No fue una prueba sencilla la que experimentó Abraham, ni tampoco el sacrificio que tuvo

que hacer al obedecer al Señor al separarse de sus vínculos familiares, amistosos y

culturales.

Sin embargo, Abraham no vaciló en obedecer a Dios. De ahí que el Apóstol Pablo llame a

Abraham “padre de todos los creyentes”.

Romanos 4:7-12:

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“Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son

cubiertos. Bienaventurado el hombre a quien el Señor no culpa de pecado. ¿Es, pues,

esta bienaventuranza solamente para los de la circuncisión o también para los de la

incircuncisión? Porque decimos que a Abraham le fue contada la fe por justicia. ¿Cómo,

pues, le fue contada? ¿Estando en la circuncisión o en la incircuncisión? No en la

circuncisión, sino en la incircuncisión. Y recibió la circuncisión como señal, como sello de

la justicia de la fe que tuvo cuando aún no había sido circuncidado, para que fuera padre

de todos los creyentes no circuncidados, a fin de que también a ellos la fe les sea contada

por justicia; y padre de la circuncisión, para los que no solamente son de la circuncisión,

sino que también siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham antes de

ser circuncidado.”

Veamos el desarrollo de esta historia, según leemos en Génesis 17:1-2:

“Abram tenía noventa y nueve años de edad cuando se le apareció Jehová y le dijo: ‘Yo

soy el Dios Todopoderoso. Anda delante de mí y sé perfecto. Yo haré un pacto contigo y

te multiplicaré en gran manera’.”

La importancia de este relato radica en que quien dialoga con Abraham es el propio Dios.

En esta historia, muy conocida por todos cuantos estudiamos la Biblia, suele, no obstante,

pasar inadvertido lo que sigue en Génesis 22:1-2, 9-12:

“Aconteció después de estas cosas, que Dios probó a Abraham. Le dijo: ‘Abraham’. Este

respondió: ‘Aquí estoy.’ Y Dios le dijo: ‘Toma ahora a tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas,

vete a tierra de Moriah y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te

diré…’ Cuando llegaron al lugar que Dios le había dicho, edificó allí Abraham un altar,

compuso la leña, ató a Isaac, su hijo, y lo puso en el altar sobre la leña. Extendió luego

Abraham su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. Entonces el Ángel de Jehová

lo llamó desde el cielo: ‘¡Abraham, Abraham!’ Él respondió: ‘Aquí estoy’. El Ángel le dijo:

‘No extiendas tu mano sobre el muchacho ni le hagas nada, pues ya sé que temes a Dios,

por cuanto no me rehusaste a tu hijo, tu único hijo’.”

La más grande prueba de fe que Dios haya impuesto sobre un ser humano fue la petición

a Abraham de sacrificar a su hijo amado.

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Todos los sueños que Abraham había tenido estaban centrados en su hijo único. ¿Cómo

podía Dios hacerle semejante petición? ¿Acaso no era mediante aquel muchacho que

Dios cumpliría sus promesas?

Dentro de este relato hay algo que no podemos pasar por alto ni tomar a la ligera. Quien

habló con Abraham fue Jehová. Ahora bien, al llegar a Génesis 22:11 notamos algo

impresionante: Aquí, quien está hablando, es el Ángel de Jehová. Y no sólo le habla a

Abraham, sino que le recuerda las cosas que Jehová y Abraham habían hablado.

¿Quién fue quien habló a Abraham? La respuesta la tenemos en Génesis 22:15-18:

“Llamó el Ángel de Jehová a Abraham por segunda vez desde el cielo, y le dijo: ‘Por mí

mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto y no me has rehusado a tu

hijo, tu único hijo, de cierto te bendeciré y te multiplicaré tu descendencia como las

estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; tu descendencia se

adueñará de las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las

naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz’.”

Tenemos aquí una reafirmación de las promesas hechas por el Eterno a Abraham,

vinculadas al acto de suprema obediencia del patriarca.

Si hacemos un paralelismo entre el texto antes citado y lo comparamos con Isaías 42:8-9

e Isaías 43:10-13 podemos ver algo verdaderamente impresionante: Los textos de Isaías

hacen referencia a la supremacía, el poder y la autoridad de Jehová.

Pero el texto de Génesis 22:15-18 revela algo sorprendente: No es posible que Jehová,

habiendo rechazado abiertamente la rebelión de Lucifer y los ángeles que éste había

engañado arrastrándoles a pretender ser iguales a Dios, entonces cambie de parecer y

permita que un ángel ejecute su voluntad. Porque una cosa es que Jehová dé la orden a

uno de sus ángeles para ejecutar un mandato, y otra muy diferente es que un ángel

realice una acción de manera autónoma, sin que Jehová le dé el permiso.

Isaías 42:8-9:

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“¡Yo, Jehová, este es mi nombre! A ningún otro daré mi gloria, ni a los ídolos mi alabanza.

He aquí, ya se cumplieron las cosas primeras y yo anuncio cosas nuevas, antes que

salgan a luz, yo os las haré saber.”

Isaías 43:10-13:

“Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi siervo que yo escogí, para que me

conozcáis y creáis y entendáis que yo mismo soy; antes de mí no fue formado dios ni lo

será después de mí. Yo, yo soy Jehová, y fuera de mí no hay quien salve. Yo anuncié y

salvé, hice oír y no hubo entre vosotros dios ajeno. Vosotros, pues, sois mis testigos, dice

Jehová, que yo soy Dios. Aun antes que hubiera día, yo era, y no hay quien de mis manos

libre. Lo que hago yo, ¿quién lo estorbará?”

En estos textos no es Jehová quien da orden y autoridad al Ángel de Jehová para que

actúe, sino que el Ángel de Jehová es el propio Jehová.

Fue el propio Ángel de Jehová quien tomó la decisión y las atribuciones que sólo a Dios

pertenecen. Podemos comprobarlo en Génesis 22:15-16:

“Llamó el Ángel de Jehová a Abraham por segunda vez desde el cielo, y le dijo: Por mí

mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto y no me has rehusado a tu

hijo, tu único hijo, de cierto te bendeciré.”

Ahora podemos acercarnos a las atribuciones que se revelan en el Arcángel Miguel.

Cuando en las Sagradas Escrituras se habla del “Arcángel Miguel” y del “Ángel de

Jehová”, se está haciendo referencia a la misma entidad, puesto que los atributos que

poseen tanto el Arcángel Miguel como el Ángel de Jehová, son exactamente los mismos:

Éxodo 3:2, 6:

“Allí se le apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego, en medio de una zarza. Al

fijarse, vio que la zarza ardía en fuego, pero la zarza no se consumía… Y añadió: ‘Yo soy

el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob’.”

Éxodo 33:11-13, 17-23:

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“Jehová hablaba con Moisés cara a cara, como habla cualquiera con su compañero.

Luego Moisés volvía al campamento, pero el joven Josué hijo de Nun, su servidor, nunca

se apartaba de en medio del Tabernáculo. Dijo Moisés a Jehová: ‘Mira, tú me dices: “Saca

a este pueblo”, pero no me has indicado a quién enviarás conmigo. Sin embargo, tú dices:

Yo te he conocido por tu nombre y has hallado también gracia a mis ojos. Pues bien, si he

hallado gracia a tus ojos, te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca

y halle gracia a tus ojos, y mira que esta gente es tu pueblo… También haré esto que has

dicho, por cuanto has hallado gracia a mis ojos y te he conocido por tu nombre, respondió

Jehová a Moisés.’ Entonces dijo Moisés: ‘Te ruego que me muestres tu gloria.’ Jehová le

respondió: ‘Yo haré pasar toda mi bondad delante de tu rostro y pronunciaré el nombre de

Jehová delante de ti, pues tengo misericordia del que quiero tener misericordia, y soy

clemente con quien quiero ser clemente; pero no podrás ver mi rostro,’ añadió, ‘porque

ningún hombre podrá verme y seguir viviendo.’ Luego dijo Jehová: ‘Aquí hay un lugar

junto a mí. Tú estarás sobre la peña, y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una

hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después apartaré

mi mano y verás mis espaldas, pero no se verá mi rostro’.”

Aquí el Eterno revela que la gloria suya está vinculada a su bondad misericordiosa, el

elemento clave del carácter divino.

Aparece aquí el interesante vocablo hebreo “HaMakom”, “el lugar”, voz aplicada

originalmente tanto a un punto en particular como al espacio.

Posteriormente, este término recibió un significado más amplio, con el sentido de

“posición” o “grado”, con referencia a la mayor o menor perfección de un hombre o de

una cosa.

Los rabinos emplearon este vocablo para referirse a la sabiduría o la piedad de una

persona. En la mística hebrea “HaMakom”, es concebido como el espacio en el que se

escucha lo que se halla en el corazón de los hombres, un lugar indefinido de la mente

donde se da la comprensión de la existencia material, donde se produce el encuentro del

hombre con el Dios Eterno.

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Para los sabios antiguos de Israel, “HaMakom” es el poder de comprensión intelectual de

los humanos, donde podemos transformar el dolor, la confusión y la violencia de la vida;

es lo que quizá hoy denominaríamos “el lugar de la intuición creativa”; es el lugar del

hombre en el que habita Dios, su inmanencia, por lo que los hebreos desarrollaron la

expresión antigua que reza así:

“Dios es el lugar del mundo, y no el mundo el lugar de Dios.”

Éxodo 24:9-11:

“Subieron Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, junto con setenta de los ancianos de Israel, y

vieron al Dios de Israel. Debajo de sus pies había como un embaldosado de zafiro,

semejante al cielo cuando está sereno. Pero no extendió su mano contra los príncipes de

los hijos de Israel; ellos vieron a Dios, comieron y bebieron.”

Quien está hablando en Éxodo 3:6 es el Ángel de YHVH y se está atribuyendo facultades

divinas, ya que está alegando que él es Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob.

Ahora bien, el testimonio de las Sagradas Escrituras es que Dios no comparte su gloria

con nadie. Cuando Moisés escucha quien es quien le habla, es decir Jehová, cubre su

rostro por cuanto sabía que nadie podía ver el rostro de Dios y seguir vivo.

Esto queda confirmado cuando según Éxodo 33:20 Jehová le dice a Moisés que nadie

puede ver su rostro y seguir vivo.

En los versículos 12-13, y 17 del capítulo 33 de Éxodo, como hemos visto, Moisés le hace

una petición a Jehová y el Señor se la concede. La petición consistía en que Jehová le

dejara ver su gloria. Y aunque Jehová no le permitió ver su rostro, sí pudo ver su gloria, es

decir, pudo ver su bondad.

La gran excepción a todo esto se realiza en Éxodo 24:9-11, cuando Jehová les permite a

Moisés, Aarón, Nadab, Abiú y setenta ancianos de Israel ver al Señor e incluso comer y

beber con Él.

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E incluso dice el relato que Jehová no extendió su mano contra ellos. Esto es posible

gracias a que Él mismo había ordenado que se realizara esta reunión.

Un punto a resaltar en estos textos es el que se encuentra en Éxodo 33:19, donde hay

dos menciones del nombre del Eterno:

“Jehová le respondió (a Moisés): Yo haré pasar toda mi bondad delante de tu rostro y

pronunciaré el nombre de Jehová delante de ti…”

Jehová proclamará el Nombre de Jehová. ¿Acaso puede significar semejante cosa que

hay dos “Jehová”?

En términos comprensibles es evidente que el texto se refiere a dos seres divinos en una

perfecta igualdad y unidad. En el versículo 21 se nos dice: “Y dijo aún Jehová”, lo que

implica que este “Jehová” está representado en un ser diferenciado de otro.

Si se toman en consideración estos textos se puede apreciar que hay dos entidades en la

expresión de “Jehová”. Esto es confirmado por otros pasajes. Veamos unos ejemplos:

Amós 4:11:

“Os trastorné como Dios trastornó a Sodoma y a Gomorra, y fuisteis como tizón escapado

del fuego, mas no os volvisteis a mí, dice Jehová.”

Jueces 6:11-12, 14:

“Entonces vino el Ángel de Jehová y se sentó debajo de la encina que está en Ofra, la

cual era de Joás abiezerita. Gedeón, su hijo, estaba sacudiendo el trigo en el lagar, para

esconderlo de los madianitas, cuando se le apareció el Ángel de Jehová y le dijo: ‘Jehová

está contigo, hombre esforzado y valiente.’ Gedeón le respondió: ‘Ah, Señor mío, si

Jehová está con nosotros, ¿por qué nos ha sobrevenido todo esto? ¿Dónde están todas

esas maravillas que nuestros padres nos han contado? Decían: ¿No nos sacó Jehová de

Egipto? Y ahora Jehová nos ha desamparado y nos ha entregado en manos de los

madianitas.’ Mirándolo Jehová, le dijo: ‘Ve con esta tu fuerza y salvarás a Israel de manos

de los madianitas. ¿No te envío yo?’.”

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Es evidente que el “Ángel de Jehová” es la persona del Verbo de Dios, la Palabra de Dios,

Cristo antes de su encarnación, quien en forma humana se manifiesta a Gedeón, donde la

misma persona es Jehová, y de la reacción de Gedeón se muestra a quién ha visto:

Jueces 6:22-23:

“Al ver Gedeón que era el Ángel de Jehová, dijo: Ah, Señor Jehová, he visto al Ángel de

Jehová cara a cara. Pero Jehová le dijo: La paz sea contigo. No tengas temor, no

morirás.”

Génesis 32:24-30:

“Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba. Cuando el

hombre vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó

el muslo de Jacob mientras con él luchaba. Y dijo: ‘Déjame, porque raya el alba’. Jacob le

respondió: ‘No te dejaré, si no me bendices. ¿Cuál es tu nombre? le preguntó el hombre.

Jacob, respondió él. Entonces el hombre dijo: Ya no te llamarás Jacob , sino Israel,

porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido.’ ‘Declárame ahora tu

nombre’, le preguntó Jacob. ‘¿Por qué me preguntas por mi nombre?’ respondió el

hombre. Y lo bendijo allí mismo. Jacob llamó Peniel a aquel lugar, porque dijo: ‘Vi a Dios

cara a cara, y fue librada mi alma’.”

En este relato vemos a Jacob luchando con un Ángel, pero este Ángel no es un ángel

cualquiera, uno entre otros, por cuanto durante este encuentro sucedieron dos cosas

absolutamente extraordinarias. Primeramente, este Ángel bendice a Jehová, puesto que

la bendición dada no fue solamente una bendición de saludo, sino que se trataba del

cumplimiento de la promesa hecha por el mismo Jehová a Jacob:

Génesis 28:10-17:

“Jacob, pues, salió de Beerseba y fue a Harán. Llegó a un cierto lugar y durmió allí,

porque ya el sol se había puesto. De las piedras de aquel paraje tomó una para su

cabecera y se acostó en aquel lugar. Y tuvo un sueño: Vio una escalera que estaba

apoyada en tierra, y su extremo tocaba en el cielo. Ángeles de Dios subían y descendían

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por ella. Jehová estaba en lo alto de ella y dijo: ‘Yo soy Jehová, el Dios de Abraham, tu

padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu

descendencia. Será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al

occidente, al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y

en tu simiente, pues yo estoy contigo, te guardaré dondequiera que vayas y volveré a

traerte a esta tierra, porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho.’

Cuando Jacob despertó de su sueño, dijo: ‘Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no

lo sabía.’ Entonces tuvo miedo y exclamó: ‘¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa

que casa de Dios y puerta del cielo’.”

En segundo lugar, Jacob asegura haber visto a Dios “cara a cara” y seguir viviendo. De

todo esto se desprende que quien luchó con Jacob no era otro sino el mismo Jehová.

No fue que Jehová le dio la orden de representación a uno de sus ángeles, sino que fue el

mismo Jehová quien tomó participación en el hecho.

Sigamos viendo paralelismos. Ahora leamos Éxodo 3:1-6:

“Apacentando Moisés las ovejas de su suegro Jetro, sacerdote de Madián, llevó las

ovejas a través del desierto y llegó hasta Horeb, monte de Dios. Allí se le apareció el

Ángel de Jehová en una llama de fuego, en medio de una zarza. Al fijarse, vio que la

zarza ardía en fuego, pero la zarza no se consumía. Entonces Moisés se dijo: ‘Iré ahora

para contemplar esta gran visión, por qué causa la zarza no se quema.’ Cuando Jehová

vio que él iba a mirar, lo llamó de en medio de la zarza: ‘¡Moisés, Moisés!’ ‘Aquí estoy’,

respondió él. Dios le dijo: ‘No te acerques, quita el calzado de tus pies, porque el lugar en

que tú estás, tierra santa es.’ Y añadió: ‘Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el

Dios de Isaac y el Dios de Jacob.’ Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo

de mirar a Dios.”

En este texto vemos como se emplean indistintamente las voces “Ángel de Jehová”,

“Jehová”, y “Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob”. Y Moisés no tuvo duda

alguna de que a quien habían contemplado sus ojos era al propio Dios.

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Algunos podrán objetar que en esta ocasión lo sucedido fue que Jehová usó la persona

de un ángel, dándole a éste la potestad de ser su representante. Esto podría ser así, de

no ser por un detalle muy significativo que se desprende de los siguientes textos:

Éxodo 19:16-19:

“Aconteció que al tercer día, cuando vino la mañana, hubo truenos y relámpagos, una

espesa nube cubrió el monte y se oyó un sonido de bocina muy fuerte. Todo el pueblo que

estaba en el campamento se estremeció. Moisés sacó del campamento al pueblo para

recibir a Dios, y ellos se detuvieron al pie del monte. Todo el monte Sinaí humeaba,

porque Jehová había descendido sobre él en medio del fuego. El humo subía como el

humo de un horno, y todo el monte se estremecía violentamente. El sonido de la bocina

se hacía cada vez más fuerte. Moisés hablaba, y Dios le respondía con voz de trueno.”

Éxodo 20:18-19:

“Todo el pueblo observaba el estruendo, los relámpagos, el sonido de la bocina y el monte

que humeaba. Al ver esto, el pueblo tuvo miedo y se mantuvo alejado. Entonces dijeron a

Moisés: Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros para

que no muramos.”

Podemos ver que no se trataba de una representación la que el Ángel de Jehová estaba

haciendo:

Isaías 43:10-11:

“Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi siervo que yo escogí, para que me

conozcáis y creáis y entendáis que yo mismo soy; antes de mí no fue formado dios ni lo

será después de mí. Yo, yo soy Jehová, y fuera de mí no hay quien salve.”

Isaías 42:8:

“¡Yo, Jehová, este es mi nombre! A ningún otro daré mi gloria, ni a los ídolos mi alabanza.”

Estos textos muestran que Dios no va a permitir que un ángel lo represente, por cuanto

semejante acto sería compartir su gloria.

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Recordemos que eso era precisamente lo que Lucifer deseaba y Jehová no se lo permitió:

Isaías 14:13-14:

“Tú que decías en tu corazón: ‘Subiré al cielo. En lo alto, junto a las estrellas de Dios,

levantaré mi trono y en el monte del testimonio me sentaré, en los extremos del norte;

sobre las alturas de las nubes subiré y seré semejante al Altísimo’.”

Podemos, pues, afirmar que cuando el Ángel de Jehová habló a Moisés desde la zarza

ardiente lo hizo por su propia voluntad y con la autoridad que de él mismo procedía.

El texto citado en Éxodo 3:2-6 tiene otro texto gemelo en Josué 5:13-15:

“Aconteció que estando Josué cerca de Jericó, alzó los ojos y vio a un hombre que estaba

delante de él, con una espada desenvainada en su mano. Josué se le acercó y le dijo:

‘¿Eres de los nuestros o de nuestros enemigos?’ ‘No’, respondió él, ‘sino que he venido

como Príncipe del ejército de Jehová.’ Entonces Josué, postrándose en tierra sobre su

rostro, lo adoró y le dijo: ‘¿Qué dice mi Señor a su siervo?’ El Príncipe del ejército de

Jehová respondió a Josué: ‘Quítate el calzado de los pies, porque el lugar en que estás es

santo.’ Y Josué a sí lo hizo.”

Creemos que con este texto no se precisan más aclaraciones al respecto de lo que

venimos estudiando. Lo expuesto en Josué 5 sepulta cualquier otra interpretación, pues

deja ver con toda certeza quién es el que está hablando a Josué, el mismo que habló a

Moisés y lo hizo basándose en su propio poder y autoridad.

Josué se enfrenta al mismísimo Dios. Se trata más allá de toda duda de Cristo antes de

su encarnación como el Ángel de Jehová, el Príncipe del ejército de Jehová, el Arcángel

Miguel.

Queda perfectamente evidenciado que no estaba haciendo el papel de representante de

Jehová, sino que Jehová era quien estaba presente en forma angélica, es decir, como

mensajero, y de ahí que Josué lo adorara, así como el hecho de que su presencia

santificara aquel lugar.

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Este título de Cristo preencarnado aparece aquí y en una de las visiones del profeta

Daniel, donde un “cuerno pequeño” crece sobremanera, representado una potencia cuyo

crecimiento se expande desde el noroeste hacia el sur y el oriente, y hasta la “tierra

gloriosa”, la tierra de Israel, que también caerá bajo su poder.

Estas son precisamente las direcciones en las cuales se expandió el Imperio Romano,

apoderándose de los reinos griegos, uno tras otro.

Daniel 8:10-11:

“Creció hasta llegar al ejército del cielo, y parte del ejército y de las estrellas echó por

tierra, y las pisoteó. Aun se engrandeció frente al príncipe de los ejércitos; por él fue

quitado el sacrificio continuo, y el lugar de su santuario fue echado por tierra.”

Hay pasajes de las Sagradas Escrituras en las que el “ejército del cielo” puede referirse a

la inmensa hueste de astros que pueblan el cosmos, descritos como “ejército” por

asemejarse su formación a la de las tropas de un ejército, pero también hay ocasiones en

que el “ejército del cielo” se refiere a los asistentes angélicos de Dios Altísimo.

En este caso, el versículo 24 aclara que se trata de “los fuertes y el pueblo de los santos”.

Son humanos, hombres y mujeres que pertenecen al pueblo de Dios y, por lo tanto, se les

considera pertenecientes al cielo:

Daniel 12:3:

“Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la

justicia a la multitud, como las estrellas, a perpetua eternidad.”

¿Quiénes son esos “entendidos” a los que se refiere este texto?

El hebreo original es “HaMesqilim”, término que se refiere a “quienes llevan a cuestas la

parábola”, hebreo “mashal”, y la usan como un instrumento para la enseñanza de la

justicia.

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Son quienes conocen el “cuándo”, es decir, la circunstancia de las palabras con el objetivo

de pacificar al prójimo, de completarle creando el “Shalom”, la “paz”.

El “Príncipe” o “Comandante” de los ejércitos celestiales es el “Hijo del hombre”, como se

desprende de una de las visiones del profeta Daniel:

Daniel 7:13:

“Miraba yo en la visión de la noche, y vi que con las nubes del cielo venía uno como un

hijo de hombre; vino hasta el Anciano de días, y lo hicieron acercarse delante de él. Y le

fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas lo

sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará; y su reino es uno que nunca

será destruido.”

Este “Hijo de hombre” es evidentemente Cristo antes de su encarnación, que se acerca al

Trono de la Majestad en las alturas para recibir el reinado eterno de Dios sobre el planeta

tierra:

Daniel 2:44:

“En los días de estos reyes, el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás

destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos

reinos, pero él permanecerá para siempre.”

Recordemos que en el encuentro de Josué con el Príncipe de los ejércitos celestiales,

éste le pidió que se descalzara, exactamente lo mismo que le fue dicho a Moisés:

Josué 5:15:

“El Príncipe del ejército de Jehová respondió a Josué: ‘Quítate el calzado de los pies,

porque el lugar en que estás es santo’.”

Éxodo 3:5:

“Dios le dijo (a Moisés): ‘No te acerques; quita el calzado de tus pies, porque el lugar en

que tú estás, tierra santa es.”

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En este pasaje de Éxodo 3, el Señor es llamado repetidamente “Ángel de Jehová”,

“Jehová” y “Dios”.

Es evidente que se trata de Dios, por cuanto los ángeles no permiten ser adorados, lo que

el Ángel de Jehová acepta.

***********

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EL ÁNGEL DE JEHOVÁ Y EL ARCÁNGEL MIGUEL, UN SOLO SER.

Vamos a comenzar abriendo las Escrituras en el libro del Éxodo 3:2-6:

“Allí (en Horeb, monte de Dios) se le apareció (a Moisés) el Ángel de Jehová en una llama

de fuego, en medio de una zarza. Al fijarse, vio que la zarza ardía en fuego, pero la zarza

no se consumía. Entonces Moisés se dijo: ‘iré ahora para contemplar esta gran visión, por

qué causa la zarza no se quema.’ Cuando Jehová vio que él iba a mirar, lo llamó de en

medio de la zarza: ‘¡Moisés, Moisés!’ ‘Aquí estoy’, respondió él. Dios le dijo: ‘No te

acerques; quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es.’ Y

añadió: ‘Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de

Jacob.’ Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios.”

Después de haber sido ahijado de la hija del faraón, y por lo tanto de haber sido nieto

adoptivo suyo, Moisés ahora era un simple pastor de ovejas del rebaño de su suegro.

Según el libro de los Hechos de los Apóstoles, Moisés permaneció en Madián durante

cuarenta años, después de haber matado a un egipcio que maltrataba a un hebreo:

Hechos 7:29-30:

“Moisés huyó y vivió como extranjero en tierra de Madián, donde engendró dos hijos.

Pasados cuarenta años, un ángel se le apareció en el desierto del monte Sinaí, en la

llama de fuego de una zarza.”

Josué 5:13-15:

“Aconteció que estando Josué cerca de Jericó, alzó los ojos y vio a un hombre que estaba

delante de él, con una espada desenvainada en su mano. Josué se le acercó y le dijo:

‘¿Eres de los nuestros o de nuestros enemigos?’ ‘No’, respondió él, ‘sino que he venido

como Príncipe de los ejércitos de Jehová.’ Entonces Josué, postrándose en tierra sobre

su rostro, lo adoró y le dijo: ‘¿Qué dice mi Señor a su siervo?’ El Príncipe del ejército de

Jehová respondió a Josué: ‘Quítate el calzado de los pies, porque el lugar en que estás es

santo.”

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También esto demuestra que cuando las Sagradas Escrituras hablan del Ángel de Jehová

y del Arcángel Miguel, están refiriéndose a la misma persona, pues el paralelismo no

puede ser más evidente.

Esto se puede demostrar cotejando los siguientes textos:

Josué 5:14:

“No, respondió él, sino que he venido como Príncipe del ejército de Jehová. Entonces

Josué, postrándose en tierra sobre su rostro, lo adoró…”

En una de sus visiones, el profeta Daniel nos relata su encuentro con el Príncipe de

Jehová:

Daniel 10:18-21:

“Aquel que tenía semejanza de hombre me tocó otra vez, me fortaleció y me dijo: ‘Muy

amado, no temas; la paz sea contigo; esfuérzate y cobra aliento.’ Mientras él me hablaba,

recobré las fuerzas y dije: ‘Hable mi Señor, porque me has fortalecido.’ Él me dijo:

‘¿Sabes por qué he venido a ti? Ahora tengo que volver a pelear contra el príncipe de

Persia; al terminar con él, el príncipe de Grecia vendrá. Pero yo te declararé lo que está

escrito en el libro de la verdad: nadie me ayuda contra ellos, sino Miguel vuestro príncipe.”

Daniel 12:1:

“En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu

pueblo.”

Es evidente que Miguel es el nombre que el Ángel de Jehová recibe en este contexto

como guardián celestial de los hijos e hijas de Dios nuestro Señor.

Pero podemos profundizar todavía más si vamos a los siguientes textos:

Jueces 6:11-14:

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“Entonces vino el Ángel de Jehová y se sentó debajo de la encina que está en Ofra, la

cual era de Joás ebiezerita. Gedeón, su hijo, estaba sacudiendo el trigo en el lagar, para

esconderlo de los madianitas, cuando se le apareció el Ángel de Jehová y le dijo: ‘Jehová

está contigo, hombre esforzado y valiente.’ Gedeón le respondió: ‘Ah, Señor mío, si

Jehová está con nosotros, ¿por qué nos ha sobrevenido todo esto? ¿Dónde están todos

esas maravillas que nuestros padres nos han contado? Decían: ¿No nos sacó Jehová de

Egipto? Y ahora Jehová nos ha desamparado y nos ha entregado en manos de los

madianitas.’ Mirándolo Jehová, le dijo: ‘Ve con esta tu fuerza y salvarás a Israel de manos

de los madianitas. ¿No te envío yo?’.”

Jueces 6:22-23:

“Al ver Gedeón que era el Ángel de Jehová, dijo: ‘Ah, Señor Jehová, he visto al Ángel de

Jehová cara a cara’. Pero Jehová le dijo: ‘La paz sea contigo. No tengas temor, no

morirás.”

El temor de Gedeón de morir es la clara evidencia de que estaba convencido de haber

visto a Dios en el Ángel de Jehová.

Este interesante relato deja evidenciado claramente que el Ángel de Jehová no es otro

que el mismo Jehová manifestándose en la dualidad de mensajero y de mensaje.

Al considerar el paralelismo entre el Ángel de Jehová y el Arcángel Miguel comprendemos

que son el mismo ser divino bajo dos nombres-títulos distintivos respecto a sus

respectivas funciones.

Pero también otros aspectos que pueden señalarse son los siguientes:

Primeramente, quien envía a Gedeón a la batalla es el Ángel de Jehová.

En segundo lugar, cuando Gedeón le ofrece la ofrenda al Ángel de Jehová, éste la acepta,

y esto es una clarísima evidencia de su divinidad, pues de no ser Jehová, el aceptar la

ofrenda sería una abierta rebelión contra Dios, ya que, conforme a Levítico 10:1-2, Nadab

y Abiú ofrecieron “fuego extraño” al Señor, es decir, fuego no consagrado, y las

consecuencias fueron fatales.

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“Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, pusieron en ellos fuego,

le echaron incienso encima, y ofrecieron delante de Jehová un fuego extraño, que el

Señor nunca les había mandado. Entonces salió de la presencia de Jehová un fuego que

los quemó, y murieron delante de Jehová.”

“Fuego extraño” es una expresión que significa “ajeno”, es decir, “profano”, “no

autorizado”. Deberían haber obedecido al Señor tomando el fuego del altar:

Levítico 16:12-13:

“Después tomará un incensario lleno de brasas de fuego del altar que está delante de

Jehová, y dos puñados del perfume aromático molido, y lo llevará detrás del velo. Pondrá

el perfume sobre el fuego delante de Jehová, y la nube del perfume cubrirá el propiciatorio

que está sobre el Testimonio, para que no muera.”

Debería haber sido fuego encendido por Dios mismo, pero aquellos hombres actuaron por

su propia cuenta, sin considerar las instrucciones del Señor.

Frecuentemente olvidamos que a los humanos sólo se nos permite acercarnos a Dios

como Él nos autoriza, no según nuestros propios criterios. De ahí que el culto a Dios haya

de ser conforme a sus mandatos, y no conforme a nuestros gustos o preferencias. Ante el

Señor, el “todo vale” no vale.

Estos hijos de Aarón estaban intentado substituir el poder de Jehová por su propio poder,

lo que el Señor no les consintió.

Por consiguiente, al aceptar el Ángel de Jehová la ofrenda presentada por Gedeón, se

estaba atribuyendo cualidades y méritos que no le hubieran correspondido si hubiera sido

un ángel más, una criatura.

De haber sido así, habría sido reprendido y destituido de su posición, al igual que lo fue

Lucifer cuando traspasó los límites de su habitación.

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Pero, ¿por qué esto no ocurrió? La respuesta es simple y sencilla: Porque el Ángel de

Jehová no es otro que el propio Jehová.

Vamos ahora a considerar otro relato bíblico de gran interés: Se halla en el capítulo 13 del

libro de los Jueces, y hay un momento en el que Manoa no sabe que está ante el Ángel

de Jehová, y éste hace un milagro delante de sus ojos:

Jueces 13:17-24:

“Entonces preguntó Manoa al Ángel de Jehová: ‘Cuál es tu nombre, para que cuando se

cumpla tu palabra te honremos?’ El Ángel de Jehová respondió: ‘¿Por qué preguntas por

mi nombre, que es un nombre admirable?’ Tomó, pues, Manoa un cabrito y una ofrenda, y

los ofreció sobre una peña a Jehová. Entonces el Ángel hizo un milagro ante los ojos de

Manoa y de su mujer (los padres de Sansón). Porque aconteció que cuando la llama

subió del altar hacia el cielo, Manoa y su mujer vieron al Ángel de Jehová subir en la llama

del altar. Entonces se postraron en tierra. Manoa supo entonces que era el Ángel de

Jehová, pues no se les volvió a aparecer ni a él ni a su mujer. Y dijo Manoa a su mujer:

‘Ciertamente moriremos, porque hemos visto a Dios.’ Su mujer respondió: ‘Si Jehová nos

quisiera matar, no aceptaría de nuestras manos el holocausto y la ofrenda, ni nos hubiera

mostrado todas estas cosas, ni ahora nos habría anunciado esto’.”

El anuncio que el Ángel de Jehová les había hecho está registrado en este capítulo 13 del

libro de los Jueces:

Jueces 13:3:

“Tú ere estéril y nunca has tenido hijos, pero concebirás y darás a luz un hijo.”). A su

tiempo, la mujer dio a luz un hijo y le puso por nombre Sansón. El niño creció y Jehová lo

bendijo.”

En este pasaje no queda duda alguna de que el Ángel de Jehová es Jehová en su

expresión angélica, es decir, trayendo personalmente un mensaje, no delegando en otro

mensajero.

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No así en el caso de otras apariciones angélicas, como las sucedidas a María de Nazaret,

a Zacarías, el padre de Juan el Bautista, o las apariciones de Gabriel a Daniel, donde los

seres angélicos son criaturas enviadas por el Señor con mensajes y promesas que ellos

mismos no podrían dar cumplimiento, sino que eran literalmente “mensajeros”.

Hay una historia que revela de manera muy especial la relación entre el Ángel de Jehová,

el Arcángel Miguel, Jehová y Cristo: Vamos al libro del profeta Zacarías:

Zacarías 3:1-8:

“Luego me mostró al sumo sacerdote Josué, el cual estaba delante del Ángel de Jehová,

mientras el Satán estaba a su mano derecha para acusarlo. Entonces dijo Jehová al

Satán: ‘¡Jehová te reprenda, Satán! ¡Jehová, que ha escogido a Jerusalem, te reprenda!

¿No es este un tizón arrebatado del incendio?’ Josué, que estaba cubierto de vestiduras

viles, permanecía en pie delante del Ángel. Habló el Ángel y ordenó a los que estaban

delante de él: ‘Quitadle esas vestiduras viles’. Y a él dijo: ‘Mira que he quitado de ti tu

pecado y te he hecho vestir de ropas de gala.’ Después dijo: ‘Pongan un turbante limpio

sobre su cabeza.’ Pusieron un turbante limpio sobre su cabeza y lo vistieron de gala. Y el

Ángel de Jehová seguía en pie. Después el Ángel de Jehová amonestó a Josué

diciéndole: ‘Así dice Jehová de los ejércitos: ‘Si andas por mis caminos y si guardas mi

ordenanza, entonces tú gobernarás mi Casa y guardarás mis atrios, y entre estos que

aquí están te daré lugar. Escucha, pues, ahora, Josué, sumo sacerdote, tú y tus amigos

que se sientan delante de ti, pues sois como una señal profética: Yo traigo a mi siervo, el

Renuevo.”

Respecto a esta expresión, el “Renuevo”, se nos remite al texto de Isaías 11:1-5:

“Saldrá una vara del tronco de Isaí; un vástago retoñará de sus raíces y reposará sobre él

el Espíritu de Jehová: Espíritu de Sabiduría y de Inteligencia, Espíritu de Consejo y de

Poder, Espíritu de Conocimiento y de Temor de Jehová. Y le hará entender diligente en el

temor de Jehová. No juzgará según la vista de sus ojos ni resolverá por lo que oigan sus

oídos, sino que juzgará con justicia a los pobres y resolverá con equidad a favor de los

mansos de la tierra. Herirá la tierra con la vara de su boca y con el espíritu de sus labios

matará al impío. Y será la justicia cinto de sus caderas y la fidelidad ceñirá su cintura.”

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Volviendo a la escena descrita por el profeta Zacarías, el sumo sacerdote está delante del

Ángel de Jehová, mientras Satanás está allí para hacer función de fiscal y acusador de los

hermanos.

Es la dramatización de una corte judicial. El acusado es el sumo sacerdote Josué, vestido

con ropas sucias; ropas viles, dignas de un malhechor, de alguien que ha sido hallado

culpable. Es una situación de aflicción, de agonía, de derrota, sabiendo que es culpable

de los hechos que se le imputan.

El acusador, Satanás, ha ocupado su lugar para lanzar la acusación contra este siervo de

Dios. El defensor es el Ángel de Jehová, y está frente a Josué presto a defenderlo.

El juez, Jehová, es presentado en el versículo 2 reprendiendo al enemigo de Josué y de

todos los siervos de Dios. La presentación que hace de sí mismo es “Jehová, quien ha

escogido a Jerusalem”.

No deja de ser extraña esta presentación, pero lo cierto es que para Dios esta elección

tiene trascendencia. Vamos a comprobarlo en las Escrituras:

Salmo 132:13:

“Porque Jehová ha elegido a Sión; la quiso por morada suya.”

Joel 3:16-17:

“Jehová rugirá desde Sión, dará su voz desde Jerusalem y temblarán los cielos y la tierra;

pero Jehová será la esperanza de su pueblo, la fortaleza de los hijos de Israel. Entonces

conoceréis que yo soy Jehová, vuestro Dios, que habito en Sión, mi santo monte.

Jerusalem será santa y extraños no pasarán más por ella.”

2º Crónicas 7:16:

“Pues ahora he elegido y santificado esta Casa, para que esté en ella mi nombre para

siempre, y mis ojos y mi corazón estarán ahí para siempre.”

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Jerusalem fue escogida por Dios como su monte santo, como figura y sombra de la

Jerusalem Celestial, la ciudad eterna, no edificada por manos humanas, por no ser, al

igual que el Santuario Celestial, de esta Creación.

Todos los que aman a Dios son atraídos hacia este símbolo de su hogar. De ahí también

que quienes conspiran contra Dios, lo hagan igualmente contra esta ciudad y lo que

representa.

El Eterno dijo que pondría en ella su nombre para siempre. Y nosotros hoy, en esta época

de imágenes en que nos ha correspondido vivir, podemos ver por satélite que

efectivamente, en sentido literal, Dios puso su sello sobre los montes de Jerusalem: La

letra hebrea “shin”, la abreviatura para el nombre divino de “El Shadai”, “Dios de las

montañas”, puede verse desde la altura formada por los tres valles principales de Cedrón,

Hinom y Turopeón. Se trata de algo realmente impresionante para la vista humana.

De vuelta a la visión de Zacarías, no provee todos los detalles sobre el juicio, sino que

simplemente presenta la escena.

Podemos suponer que Josué no apeló a su inocencia, sino que debe haber reconocido su

pecado, porque el pasaje nos regresa a una escena de restauración.

El Ángel de Jehová (vv. 4-5) es identificado en el Antiguo Testamento con la Segunda

Persona de la Deidad. Este pasaje nos enseña la singularidad de este ser angélico en

términos de divinidad al ejercer su autoridad sobre los demás ángeles que están delante

de él, ordenándoles que cambiaran la ropa de Josué, el sumo sacerdote, en señal de

perdón y restauración.

Se trata evidentemente de un cambio simbólico, una restauración completa al ser

declarado Josué limpio de su pecado. Josué estaba, como sumo sacerdote,

representando a toda la nación que había sido favorecida con el perdón de su maldad.

El Ángel de Jehová había borrado la iniquidad. Nada puede ser más sorprendente que

esta declaración, pues sólo Dios puede perdonar pecados.

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Recordemos que nuestro Señor Jesucristo, al sanar al paralítico, según lo registrado en el

Evangelio según Mateo 9:2, pronuncio esa solemne declaración:

“Tus pecados te son perdonados”: (Marcos 2:5; Lucas 5:20; Lucas 7:48).

Esto provocó la reacción de los escribas, conocedores de las Sagradas Escrituras,

quienes sabían perfectamente que solamente Dios puede perdonar los pecados, por lo

que no dudaron en tildar aquella expresión de ser una crasa blasfemia.

El Arcángel Miguel, en la Epístola de Judas (v. 9), ¿tenía potestad o era solamente un

ángel entre otros?

“Pero cuando el Arcángel Miguel luchaba con el diablo disputándole el cuerpo de Moisés,

no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: ‘El Señor te reprenda’.”

Curiosamente, la voz “arcángel” aparece solamente dos veces en las Sagradas

Escrituras. Pero el hecho verdaderamente importante es que en una de ellas se le

relaciona directamente con el mismo Cristo en ocasión de su Segunda Venida:

Daniel 12:1:

“En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu

pueblo.”

¿Cuándo se levantará? Cuando el poder apóstata y sus aliados se propongan destruir a

muchos hombres, mujeres y niños del pueblo de Dios, los que serán el blanco de la

persecución de tales días anteriores al Segundo Adviento de nuestro Señor, cuando las

autoridades de la Babilonia reinante se sientan amenazadas al proclamarse el mensaje de

lealtad al Dios Altísimo y se acerque el momento de rendir cuentas ante la ejecución del

juicio decretado en los cielos.

1ª Tesalonicenses 4:16:

“El Señor mismo, con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios,

descenderá del cielo. Entonces los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego

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nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente

con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el

Señor.”

El énfasis no puede ser más transparente: La voz de Cristo es voz de arcángel. Por otra

parte, el hincapié en la “trompeta de Dios” nos remite a la Carta del Apóstol Pablo a los

Corintios:

1ª Corintios 15:52:

“En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta, porque se tocará la

trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles y nosotros seremos

transformados.”

La figura de la “trompeta”, señala al “shofar”, el cuerno de carnero empleado para las

convocatorias del pueblo de Israel en la antigüedad, lo que también apunta a la

resurrección como un despertamiento.

En el Segundo Adviento de nuestro Salvador, muchos hermanos y hermanas estarán

durmiendo esperando el gran día de la resurrección prometida, mientras que otros estarán

vivos en la misma esperanza mesiánica, la esperanza bienaventurada y manifestación del

Señor nuestro Dios.

El texto no puede expresar de manera más clara que el cambio de los efectos letales de

la mortalidad y la corrupción se cambiarán por la inmortalidad y la incorrupción en ocasión

de la Segunda Venida de Cristo con gran poder y gloria.

El atributo exclusivamente divino de la inmortalidad será concedido a los redimidos como

vida eterna en el Segundo Adviento del Redentor, nunca antes.

En otras palabras, la voz “arcángel” es un título, no una designación técnica para Cristo.

Como hemos venido viendo en las Escrituras, Cristo no es un ángel, ni siquiera el más

importante de todos los ángeles, sino el Verbo Encarnado, y el Verbo es Dios.

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¿Por qué no profirió el Arcángel Miguel juicio de maldición contra Satanás, si era el Ángel

de Jehová? Si somos buenos observadores nos percataremos de que hay un contraste

entre las personas que osan rebelarse contra las autoridades superiores, siguiendo el

ejemplo de Sodoma y Gomorra, como en la contradicción de Coré, y los ángeles caídos

en la rebelión iniciada por Luzbel en los cielos, los que entraron en sus engaños y le

siguieron, es decir, “los que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia

morada, y han quedado guardados bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del

gran día.” (Judas 6).

Judas utiliza estas rebeliones, tanto de Israel como de los ángeles rebeldes, para traer un

contraste con Miguel. La diferencia entre estos “soñadores” (v. 8) es más que

astronómica. El Arcángel Miguel, al disputar con el propio Satanás, no se rebajó a poner

al nivel del maligno su dignidad y poder celestial. La respuesta que brinda Miguel es

paralela a la que hallamos en Zacarías 3:2:

“Entonces dijo Jehová al Satán: ‘Jehová te reprenda’.”

La escena parece ser casi paralela: En este pasaje citado por el profeta Zacarías se

muestra a Satanás a un lado acusando (v. 1), mientras que en Judas está luchando o

disputando por el cuerpo de Moisés. Tanto Jehová como Miguel en el Nuevo Testamento

pronuncian las mismas palabras. Son los únicos dos lugares en toda la Biblia donde

aparece esta expresión “Jehová te reprenda”.

Por otra parte, recordemos que en las tentaciones de nuestro Señor Jesucristo en el

desierto, Jesús respondió a todas ellas con las Sagradas Escrituras, pero tampoco

pronunció ningún juicio de maldición sobre el tentador.

Creemos que la conclusión es clara: Efectivamente, el Ángel de Jehová y el Arcángel

Miguel son las mismas personas. La diferencia en sus apelativos responde sólo, única y

exclusivamente a sus respectivas funciones según el testimonio de las Sagradas

Escrituras.

Además, proferir juicio de maldición implicaba un juicio inmediato a Satanás, algo que no

podría ocurrir en ese tiempo, ya que Satanás sería “lanzado en el lago de fuego y azufre”

en el momento establecido por la soberanía divina:

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Apocalipsis 20:10:

“Y el diablo, que los engañaba, fue lanzado en el lago de fuego y azufre donde estaban la

bestia y el falso profeta, y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.”

El contexto parece indicar que la bestia y el falso profeta no son personas sino entidades

corporativas representadas por ellos.

La alusión al castigo de las ciudades de Sodoma y Gomorra es evidente. La expresión

“por los siglos de los siglos” es semejante a “por siempre jamás” hasta ser reducido a

cenizas por el fuego eterno; eterno en sus consecuencias, no en su duración, pues su

final es el humo al que alude en Génesis 19:27-28:

“Subió Abraham por la mañana al lugar donde había estado delante de Jehová. Miró hacia

Sodoma y Gomorra, y hacia toda la tierra de aquella llanura, y vio que el humo subía de la

tierra como el humo de un horno.”

Esto acontecerá en un futuro en el que se completará el juicio total del maligno:

Ezequiel 28:14-19:

“Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios. Allí estuviste, y en

medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el

día en que fuiste creado hasta que se halló en ti maldad. A causa de tu intenso trato

comercial te llenaste de iniquidad y pecaste, por lo cual yo te eché del monte de Dios y te

arrojé de entre las piedras del fuego, querubín protector. Se enalteció tu corazón a causa

de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor; yo te arrojaré por

tierra, y delante de los reyes te pondré por espectáculo. Con tus muchas maldades y con

la iniquidad de tus tratos comerciales profanaste tu santuario; yo, pues, saqué fuego de en

medio de ti, el cual te consumió, y te puse en ceniza sobre la tierra ante los ojos de todos

los que te miran. Todos los que te conocieron de entre los pueblos se quedarán atónitos

por causa tuya; serás objeto de espanto, y para siempre dejarás de ser.”

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Aquí conviene recordar que el hebreo para “contrataciones”, la voz empleada en muchas

versiones bíblicas para “tratos comerciales”, es “racal”, cuyo sentido es el de

“contratación” como “mercadería”, “comercio”, y en sentido figurado “engaño”,

relacionándose siempre con la astucia del mal comerciante que para enriquecerse recurre

al engaño y el fraude.

“Racal” es, pues, toda actividad que produce un enriquecimiento basado en la injusticia.

Esta es la imagen empleada en esta profecía de Ezequiel para describir la conducta del

maligno.

Lucifer fue un hábil “comerciante fraudulento”, ya que consiguió mediante el engaño

convencer a la tercera parte de los ángeles para que “compraran sus mentiras” acerca de

Dios:

Apocalipsis 12:3-4, 7-9:

“Otra señal también apareció en el cielo: un gran dragón escarlata que tenía siete

cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas tenía siete diademas. Su cola arrastró la

tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se paró

frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como

naciera… Entonces hubo una guerra en el cielo. Miguel y sus ángeles luchaban contra el

dragón. Luchaban el dragón y sus ángeles, pero no prevalecieron ni se halló ya lugar para

ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama

Diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero. Fue arrojado a la tierra y sus ángeles

fueron arrojados con él.”

El contexto inmediato es la ascensión de nuestro Señor Jesucristo al cielo y su

entronización en el lugar que como Verbo tuvo con el Padre antes de su encarnación,

pero las alusiones evocan retrospectivamente la primera guerra que hubo en los cielos. La

encarnación de Cristo Jesús zanjó para siempre las cuestiones planteadas por aquella

guerra.

La alusión a las “estrellas del cielo” es clave apocalíptica una referencia a los ángeles,

como se desprende de este texto.

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El lanzamiento de Satanás a la tierra muestra claramente que la actividad del maligno se

centraría en nuestra tierra como resultado del conflicto iniciado en los cielos y la caída de

Adam y Eva bajo el engaño satánico.

Lo mismo hizo Satanás con el hombre y la mujer en su estado de inocencia:

Génesis 3:1-6:

“La serpiente era más astuta que todos los animales del campo que Jehová Dios había

hecho, y dijo a la mujer: ‘¿Conque Dios os ha dicho: ‘No comáis de ningún árbol del

huerto?’ La mujer respondió a la serpiente: ‘Del fruto de los árboles del huerto podemos

comer, pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: ‘No comeréis de él,

ni lo tocaréis, para que no muráis.’ Entonces la serpiente dijo a la mujer: ‘No moriréis.

Pero Dios sabe que el día que comáis de él serán abiertos vuestros ojos y seréis como

Dios, conocedores del bien y del mal.’ Al ver la mujer que el árbol era bueno para comer,

agradable a los ojos y deseable para alcanzar la sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio

también a su marido, el cual comió al igual que ella.”

La Biblia enseña que Dios es quien abre nuestros ojos. Cualquier otro camino para

adquirir sabiduría, en desobediencia a los mandamientos de la Santa y Eterna Ley del

Señor jamás producirá bendición en nuestras vidas.

Génesis 5:1-5:

“Este es el libro de los descendientes de Adam. El día en que creó Dios al hombre, a

semejanza de Dios lo hizo. Hombre y mujer los creó; y los bendijo, y les puso por nombre

Adam el día en que fueron creados. Vivió Adam ciento treinta años, y engendró un hijo a

su semejanza, conforme a su imagen, y le puso por nombre Set. Fueron los días de Adam

después que engendró a Set, ochocientos años, y engendró hijos e hijas. Así que Adam

vivió novecientos treinta años, y murió.”

Siguiendo el patrón divino, el hombre engendra a sus hijos a su semejanza, transmitiendo

lo que Dios nos ha dado primero: su imagen y semejanza, no como una copia del original,

sino como transferencia de la autoridad y función otorgada por el Creador a nuestra

especie humana.

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De ahí se desprende que ningún ser humano puede atribuirse superioridad biológica

respecto a los demás congéneres.

La primera mentira pronunciada en la tierra fue la promesa del tentador de que “no

morirían”, sino que serían como Dios, es decir, inmortales. Sin embargo, la palabra del

Señor se cumplió, y Adam murió.

Otra voz importante que hemos de examinar es el vocablo “príncipe”, hebreo “sar”,

término frecuentemente usado para referirse a Cristo:

Josué 5:15:

“El Príncipe del ejército de Jehová respondió a Josué: ‘Quítate el calzado de los pies,

porque el lugar en que estás es santo.’ Y Josué así lo hizo.”

Es interesante que la voz “príncipe”, hebreo “sar”, se ligue a Miguel en tres de las cinco

veces que se menciona su nombre en la Biblia.

Daniel 10:5-6:

“Alcé mis ojos y miré, y vi un varón vestido de lino y ceñida su cintura con oro de Ufaz. Su

cuerpo era como de berilo, su rostro parecía un relámpago, sus ojos como antorchas de

fuego, sus brazos y sus pies como de color de bronce bruñido, y el sonido de sus

palabras como el estruendo de una multitud.”

Aquí se muestra a un personaje anónimo con las mismas características de quien es

claramente Cristo, como se desprende de la visión del Señor glorificado en Apocalipsis:

Apocalipsis 1:13-16:

“Me volví para ver la voz que hablaba conmigo. Y vuelto, vi siete candelabros de oro, y en

medio de los siete candelabros a uno semejante al Hijo del hombre, vestido de una ropa

que llegaba hasta los pies, y tenía el pecho ceñido con un cinto de oro. Su cabeza y sus

cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego. Sus

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pies eran semejantes al bronce pulido, refulgente como en un horno, y su voz como el

estruendo de muchas aguas. En su diestra tenía siete estrellas; de su boca salía una

espada aguda de dos filos y su rostro era como el sol cuando resplandece con toda su

fuerza.”

¿Cómo es posible que tantos no reparen en que claramente se está presentando a Miguel

como Cristo?

Los escritores neotestamentarios también hacen hincapié en este mismo principio y

aplican la terminología de Daniel a Jesucristo: Se declara que Cristo es el “Autor

(literalmente ‘príncipe’, griego ‘arjegós’) de la vida”. Las palabras del Apóstol Pedro en su

segundo discurso son muy claras al respecto:

Hechos 3:14-15:

“Pero vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diera un homicida, y

matasteis al Autor de la vida, a quien Dios resucitó de los muertos, de lo cual nosotros

somos testigos.”

“Es nuestro “Príncipe” (‘arjegós’) y Salvador”: Hechos 5:31.

Es “Soberano” (griego ‘arjón’, ‘soberano’, ‘principe’) de los reyes de la tierra”: Apocalipsis

1:5.

Por lo tanto, la comparación es clara y directa: El príncipe Cristo (hebreo “Mesías”,

“Ungido”) del Antiguo Testamento es equiparado con Miguel. Por consiguiente

entendemos que Miguel es el título de Cristo como Arcángel, siendo Miguel el único

portador de esas características en las Sagradas Escrituras.

También vale resaltar el texto de Daniel 10:13, donde surge la pregunta de cómo es

posible que existan otros príncipes semejantes a Miguel. La respuesta es la siguiente:

Gabriel menciona a Miguel como alguien que lucha de su lado:

Daniel 10:13, 21:

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“Mas el príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días; pero Miguel, uno

de los principales príncipes, vino para ayudarme, y quedé allí con los reyes de Persia…

Pero yo te declararé lo que está escrito en el libro de la verdad: nadie me ayuda contra

ellos, sino Miguel vuestro príncipe.”

El príncipe del reino de Persia podría ser Cambises, hijo de Ciro (559-530 a.C.), quien

probablemente resistió los planes de Dios de restaurar a su pueblo.

El hecho de que fuera menester la intervención del Príncipe de los ejércitos de Jehová

para luchar contra este monarca sugiere que se trató de un combate espiritual contra

seres malvados.

Esto sugiere que ha habido y hay demonios, es decir, ángeles caídos que luchan para

influir sobre los gobiernos humanos y controlarlos, levantando déspotas tiránicos que

conducen a los pueblos a las guerras, los derramamientos de sangre y las ruinas más

espantosas imaginables.

Recordemos que en palabras de nuestro Señor Jesucristo, según el Evangelio de Juan

12:31, Satanás es el “príncipe de este mundo”, no del “universo”, sino de esta tierra caída

en el pecado.

“Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera.”

Y un dato sumamente claro respecto a la intervención de los poderes malignos en los

reinos de este mundo, se desprende del relato de las tentaciones de nuestro Señor

Jesucristo en el desierto, tras sus cuarenta días de ayuno, cuando Satanás le ofreció

todos los reinos del mundo y su gloria, es decir, su poderío y sus riquezas, lo que

demuestra que el maligno tiene potestad sobre ellos:

Mateo 4:8-10:

“Otra vez lo llevó el diablo a un monte muy alto y le mostró todos los reinos del mundo y la

gloria de ellos, y le dijo: ‘Todo esto te daré, si postrado me adoras.’ Entonces Jesús le dijo:

‘Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y sólo a él servirás’.”

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El versículo 13 del capítulo 10 de Daniel muestra un superlativo en el original, donde dice

“el príncipe principal”, y no “uno de los principales príncipes”, que es traducción errónea.

La voz “ejad”, traducida generalmente por el numeral “uno” conlleva el sentido de

“principal”, no de “uno entre varios”.

Esta traducción concuerda mejor con el sentido de la frase y el mensaje del libro de

Daniel, donde la voz “ejad” en lugar del vocablo “rishón”, “primero”, se usa para evitar la

redundancia “rishón ha-rishonim”, literalmente “primero de primeros”, equivalente al

castellano “primero sobre todos” o “primero por excelencia suprema”.

El libro de Daniel emplea “ejad” en lugar de “rishón” para describir “primero”, la misma voz

que leemos en Deuteronomio 6:4:

“Oye, Israel, Jehová, nuestro Dios, Jehová uno es.”

E igualmente, la misma voz que nos llega en el relato mosaico de la Creación, como “yom

ejad”, “día uno”, que no “primero”.

El superlativo “primero de los primeros príncipes”, con que se designa a Miguel, es la

expresión “Príncipe de los príncipes” de Daniel 8:25 y, por lo tanto, se refiere a la misma

figura sobrenatural.

Nuestra conclusión es que Miguel es otro de los títulos de nuestro bendito Señor y

Salvador Jesucristo antes de su encarnación.

El Miguel de Daniel 10:13 es el mismo “Príncipe de los príncipes” de Daniel 8 y el “Gran

Principe” de Daniel 12, y que, por consiguiente, se trata del mismo Cristo, antes de su

encarnación, quien también aparece en el Antiguo Testamento como Ángel de Jehová.

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APÉNDICE:

Los Nombres de Cristo:

El Admirable Consejero.

El Agua Viva.

El Amado.

El Amén de Dios.

El Ángel de Jehová.

El Ángel del Pacto.

El Apóstol (Enviado).

El Arcángel Miguel.

El Autor y Consumador de la Fe.

El Buen Pastor.

La Cabeza de la Iglesia.

El Camino, la Verdad y la Vida.

El Carpintero.

El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

El Cristo (Mesías, Ungido).

El Deseado de todas las gentes.

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Dios Fuerte.

Emanuel (Dios con nosotros).

El Escogido de Dios.

Nuestra Esperanza.

El Esposo.

La Estrella Resplandeciente de la mañana.

El Hijo de Dios.

La Imagen del Dios Invisible.

Jesús (Salvador).

El Juez de todos los hombres.

El León de la tribu de Judá.

Lirios de los Valles.

La Luz del Mundo.

El Maestro.

El Mesías de Israel.

El Padre Eterno.

El Pan de Vida.

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La Piedra Principal del Ángulo.

Las Primicias de los que durmieron.

El Primogénito.

El Príncipe de Paz.

El Profeta Esperado.

La Puerta del Aprisco.

El Redentor.

El Renuevo.

La Resurrección y la Vida.

El Rey de reyes.

La Roca Eterna.

Rosa de Sharón.

La Sabiduría de Dios.

El Salvador.

El Santo de Israel.

El Señor de señores.

Siloh (El Enviado que trae la Paz).

Sol de Justicia.

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El Sumo Sacerdote.

El Testigo Fiel y Verdadero.

El Todopoderoso.

El Último Adam.

Uno con el Padre.

La Vara Verde.

El Verbo de Dios.

La Vid Verdadera.

Yavé (Jehová).

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