los nietos del carnicero de enrique rivas - funesiana 2011

52
Enrique A. Rivas Los nietos del carnicero

Upload: mariano-perez-gallardo

Post on 20-Oct-2015

34 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Page 1: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Enriqu

e A. R

ivas

Los ni

etos d

el car

nicero

Page 2: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011
Page 3: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Losnietos

delcarnicero

EnriqueAntonioRivas

| Funesiana |2011

Page 4: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Este libro integra la colecciónNadie Cuenta Nada

a cargo de Lucas Oliveira

Diseño de logo:Matías Laje

Contacto con la [email protected]

editorialfunesiana.blogspot.com

copie, reenvíepreste, fotocopiecomente, corrija

tache y vuelva a copiarcitando todas las fuentes

* chequee *http://creativecommons.org/licenses/by/2.5/ar/

E D I C I Ó NP D F

| a g o s t o 2 0 1 1 |

Page 5: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

| Indice |

jesús

manopla

zzz

guacho

la noche de los mocos calientes

Page 6: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Los nietos del carnicero * 2011 # 6 # Enrique Rivas

Joaquín dibuja a Jesús desnudo y con los huevos y la verga colgán-

dole hasta las rodillas. Y yo le digo: está copado. Porque es cierto,

Joaquín dibuja muy bien. Debería haber sido artista. Pero no. Ahora es

Contador Público, egresado de la Facultad de Ciencias Económicas

de la Universidad de Lomas de Zamora. A todo esto, Joaquín tiene

tetas. Subdesarrolladas hinchazones como las de mis compañeras de

séptimo grado. Por supuesto que nunca se las vi, ni a Joaquín ni a

mis compañeras de séptimo grado. Joaquín nunca se pone en cueros

adelante mío. Adelante mío ni de nadie. Mis compañeras tampoco.

Aunque en las vacaciones de verano, que la pasamos callejeando el

barrio desierto y derretido desde las dos de la tarde hasta la hora de

cenar, Joaquín transpira tanto que la remera se le empapa de agua y

se le adhiere a la piel rojiza tipo matambre, entonces se la despega

con las puntas de los dedos y la sacude como cuando sacudís una

servilleta para deshacerte de las migas de pan. Son dos protuberan-

cias del tamaño de una pelotita de golf. Son sus tetas. Joaquín es mi

amigo, así que no me río. Hubo otros pibes, que no eran sus amigos,

que sí se rieron y Joaquín los tuvo que cagar a trompadas. Uno por

uno. De Joaquín aprendo que hay momentos de tu vida que la única

salida es la violencia. Que la violencia es el único medio que tenés

para hacerte respetar. Por supuesto que esto sólo funciona con pibes

del tamaño de Joaquín. Joaquín es gordo y grandote como la heladera

Siam de mi abuela. Me lleva una cabeza, Joaquín y la heladera Siam

de mi abuela. La piel de Joaquín es blanca y tiende a enrojecerse al

menor esfuerzo, ya sea caminar o correr. Además sufre de asma. Por

eso las tetas y su tendencia a engordar. Por culpa de las corticoides

me dijo una vez y nunca más lo volvió a decir. Joaquín toma corticoi-

des. En realidad, se las inyectan.

Joaquín vive en la esquina, a una casa de distancia de la mía. Y nos

vemos casi todos los días, luego del colegio. A la hora del almuerzo.

Joaquín no es mi compañero de séptimo grado, vamos a distintas es-

cuelas. Es mi amigo. Mi primer amigo del barrio. Y aunque siempre hay

otros pibes con nosotros, no todos son amigos como Joaquín y yo.

| j e s ú s |

Page 7: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Jesú

s #

7 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

Cuando llamás a Joaquín también me estás llamando a mí. Y cuando

me invitás a mí sabés que caigo con Joaquín. Así es la cosa. Nacimos

en el mismo año pero no somos del mismo signo zodiacal. Es más,

cuando nací yo, la madre de Joaquín vino con Joaquín en brazos a

visitar a mi vieja luego de que le dieran el alta. Así que Joaquín es unos

meses más grande. Nuestros viejos se conocían desde mucho antes

de que alguno de nosotros naciéramos. De hecho, el terreno adonde

los abuelos de Joaquín construyeron la casa se lo vendió mi abuela,

que antes de ser abandonada por mi abuelo le remató los tres terrenos

y se quedó con toda la plata. Que, para colmo, se la gastó enseguida.

Mi abuela representa al pie de la letra ese refrán que dice que no hay

peor cosa que una mujer despechada. O por lo menos eso decía mi

viejo que decía mi abuelo.

Joaquín dibuja un Jesús desnudo y con los huevos y la verga col-

gándole hasta las rodillas. Y yo le pregunto:

—¿Me lo regalás?

Y Joaquín me dice que no.

Joaquín tiene once años y su hermanito Felipe murió de pulmonía

apenas cumplidos los cinco. Felipe también era gordito, de piel colo-

rada, y tomaba corticoides y un montón de cosas peores. Encima, a

Felipe lo vivían internando en la Clínica Temperley, a seis cuadras de

casa. La Clínica Temperley ahora no existe, al igual que Felipe. Felipe

nunca salía ni siquiera a la vereda. Por su enfermedad y porque era

más chico que nosotros. Felipe murió en el invierno de 1987. Tres

años antes de que Joaquín tuviera once años y dibujara un Jesucristo

crucificado, completamente desnudo, y chorreando más sangre de

la que un ser humano normal puede chorrear. Aunque se supone que

Jesucristo no es un ser humano normal. Por lo menos eso es lo que

tratan de enseñarnos en las clases de catecismo, los sábados por la

mañana, bien temprano. Demasiado temprano para un sábado a la

mañana. Con Joaquín compartimos las clases de catequésis y vamos

a tomar la comunión el mismo día; un sábado de Noviembre de 1990.

A la tarde, por suerte. De lo único que hablamos cuando lo paso a

buscar y caminamos esos cincuenta metros hasta la iglesia, es de lo

que nos vamos a comprar con la plata de las estampitas. De Joaquín

aprendo que está bueno esto de que te paguen por enseñarte algo.

Aunque sea un cuento.

Page 8: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Jesú

s #

8 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

—Unos guantes —le digo.

—Yo una camiseta de Independiente —me dice.

Además de huevos y vergas colgando hasta las rodillas, Joaquín

dibuja casas arrasadas por el fuego, huracanes, terremotos, catástro-

fes, gente descuartizada, bombas cayendo desde el cielo, esqueletos

jugando al fútbol con una cabeza humana y un montón de cosas así.

Cosas que si las hiciera alguien como Dalí tendrían otro significado.

Pero no, las hace mi amigo Joaquín, entonces el único significado

que le podés encontrar es el que tiene. Por mi parte, dibujo un arquero

debajo de los tres palos preparado para que le pateen un penal. Nada

del otro mundo, por eso nunca voy a prosperar en el campo de las

Bellas Artes. Lo sé porque años más tarde incurso en el campo de las

Bellas Artes y abandono a los pocos meses. Más allá de un arquero

preparado para que le pateen un penal no se me ocurre dibujar otra

cosa. Con Joaquín dibujamos en el cuadernito verde de veinte hojas

que nos dieron para las clases de catecismo, en la Parroquia Sagrado

Corazón de Jesús. Dibujamos los sábados a la mañana, bien tempra-

no, demasiado temprano, mientras la maestra de catequésis, una mu-

chacha que se parece a una vieja bruja machona, se para delante de

un pizarrón y nos habla sobre cosas que, por más esfuerzo que haga,

no puedo retener. Entonces no puedo contarlas. Pero no son muy

distintas a cielo, dios, paraíso, pecados, etc. El cuadernito de tapa

verde tiene una frase en cada página, o una cita bíblica, que no ocupa

más de tres líneas, el resto de la hoja está en blanco. Supuestamente

para que lo completemos con lo que nos dicta la catequista. Es en

ese espacio vacío donde Joaquín dibuja a Jesús desnudo y con los

huevos y la verga colgándole hasta las rodillas y yo dibujo mi arquero,

que bien podría ser un tipo sentado sobre un inodoro pero sin ino-

doro. Nos ubicamos en el fondo de un pequeño cuarto que funciona

como aula y Joaquín a cada rato me muestra sus dibujos. Sus obras

de arte. Y me dice que le muestre el mío, pero yo le digo que todavía

no está, que le faltan unos retoques. Y es cierto. Tardo tres clases,

tres sábados, en terminar mi arquero. En la semana ni por asomo abro

el cuaderno, de otro modo lo habría terminado antes.

Al cuarto sábado Joaquín ya se acabó todas las hojas del cuaderno.

Cuando la catequista lo ve sin nada sobre la mesa le pregunta adónde

está tu cuaderno, y Joaquín, haciéndose el santo, le dice que se lo

Page 9: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Jesú

s #

9 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

robaron los chicos de Acción Católica. Que le pegaron y le robaron la

mochila. Mentira. Joaquín no usa mochila. Pero odiamos tanto a los

nenitos de mamá de Acción Católica que mentir sobre ellos es algo

que bien vale la pena. La catequista, que no puede creer que los chi-

cos de Acción Católica sean capaces de semejante cosa, le dice que

más tarde le consigue otro cuaderno, que por ahora se limite a escu-

char. Y Joaquín le dice que sí. Pero no se limita a escuchar, me pide el

dibujo. Mi dibujo. Y me dice que hace cuatro sábados que estoy con

el mismo dibujo, que debe ser malísimo, que me dedique a otra cosa.

Así que le doy el trazo final a mi arquero de dos metros (más de me-

tro y medio representan sus piernas) y le paso el cuaderno. Joaquín

lo mira, sonríe y agarra un lápiz. O agarra el lápiz, lo mira y sonríe. Es

todo tan rápido que no sabría decir. Y no más de un minuto después

me devuelve mi arquero: ahora tiene el pelo largo como Jesús, un par

de cuernos de toro y los huevos y la verga colgándole hasta las rodi-

llas.

—Así está mejor —me dice y se dedica a mirar el pizarrón. Y es cierto.

Cinco días antes de tomar la comunión, Joaquín va a estar a punto

de que yo le patee un penal y a él también algo le va a colgar, pero

no hasta las rodillas.

Fue así.

Si de algo somos fanáticos, Joaquín y yo, ese algo es el fútbol.

Pero hay dos problemas, dos problemas que te pueden arruinar la

infancia. El primero; ninguno de los dos sabe jugar. Joaquín tiene

mala puntería, es demasiado bruto y además se agita enseguida.

Por consiguiente, lo único que hace es dar órdenes. Pero nadie lo

escucha. Joaquín lleva la pelota, una Tango 86 de cuero y del color

de la luna, pero eso no te autoriza a darle órdenes a nadie. Aunque

eso Joaquín no lo sabe. A mí me tocó la parte menos cansadora: soy

arquero. Siempre quise jugar de 9, pero como conozco mis limita-

ciones me autoboicotié y me refugié en el arco. Tiene su lado posi-

tivo: no transpirás y sos el más solicitado. Como ningún pibe quiere

atajar, siempre te eligen a vos. Tengas o no tengas reflejos. Tengas

o no tengas manos. Para colmo, y como maldición, de las decenas

de pibes que conocemos y que nos conocen, todos saben jugar

perfectamente al fútbol. Menos Joaquín y yo, claro está. Quizá por

ese motivo preferimos jugar solos. Y he aquí el segundo problema:

Page 10: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Jesú

s #

10 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

dónde patear. Los tres lugares más concurridos son el Club ECA, el

campito y la Parroquia Sagrado Corazón de Jesús.

El Club ECA es un club para militares, que aunque nunca vimos

ninguno, dicen que fue fundado por militares. Tiene tres canchas de

fútbol; una de once y dos de papi. Además hay cuatro de tenis, un

enorme buffet, una piscina y todo el resto es un parque donde pre-

parar picnics. Para entrar tenés que ser socio. Joaquín y yo no somos

socios. Muchos de los que entramos saltando los alambrados no so-

mos socios. Entrar no es el problema. El problema es poder terminar

un partido en paz. Porque si encontrás una cancha vacía y te ponés

a patear, al rato aparecen los nenes vestidos de blanco y te hacen

echar o te desafían a un partido. Los nenes vestidos de blanco son los

nenes socios que visten como los tenistas: zapatillas, medias, shorts

y chombas blancas. Los nenes socios de blanco, además de jugar

muy bien (y de nunca manchar sus ropas), son unas mantequitas, así

que a la primera patada fuera de tiempo empiezan a gritar como ne-

nas malcriadas. Y tras sus gritos no sólo vienen sus padres (también

vestidos de blanco) sino que aparece el seguridad (Joselo) y nos raja

con el dedo índice señalando la puerta. La patada fuera de tiempo

mayormente la da Joaquín.

El campito ya es otra cosa. Otro mundo. Queda a tres cuadras al fon-

do y en realidad no es un campito, nada tiene de campo, pero lo llaman

así. Desde tiempos remotos que lo llaman así, todo porque esa calle no

está asfaltada. Es un terreno abandonado, angosto y largo, sin césped,

de tierra seca y tiene dos arcos de distintos tamaños fabricados con

palos de luz. Palos de luz con astillas. De eso te das cuenta cuando sos

arquero. El único problema del campito es que la cancha siempre está

ocupada por vagos con barba y bigotes. Y por más que les supliques,

no le hacen partidos a los nenes como nosotros.

La Parroquia Sagrado Corazón de Jesús, la que está a cincuenta

metros de casa, en la que hacemos catecismo y en la que vamos a

tomar la comunión, además de un templo tiene una canchita de fútbol.

De lija. De eso te enterás cuando te hacen ful y tus rodillas quedan

como dos semáforos en rojo. Y su problema es que para jugar (los

fines de semana, que es cuando uno realmente quiere jugar), tenés

que ser miembro de Acción Católica. La gente de Acción Católica

ocupa la cancha durante todo el santo sábado y todo el domingo.

Page 11: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Jesú

s #

11 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

Podés entremezclarte con la gente de Acción Católica y simular ser

uno de ellos, pero si no entendés de lo que se habla en catequésis,

los sábados a la mañana, temprano, demasiado temprano, menos vas

a entender de lo que se habla y se canta acá. Es como saltar de la

primaria a la Universidad.

Así que con Joaquín terminamos pateando en la calle. Pero a cada

rato estás gritando, ¡auto!, y tenés que parar el partido. Y el público

deja de cantar, de agitar las banderas, y el locutor se va a hacer algo

mejor. No se puede jugar así.

Fue mi idea. Nunca fui muy brillante que digamos, y la única vez que

lo fui, Joaquín casi se queda sordo. No fue mi culpa, en todo caso,

fue culpa de Dios. Me pasa a buscar un lunes a las dos de la tarde.

Cinco días antes de que tomemos la comunión. Cae con la Tango 86

y debatimos, como todos los días de nuestra corta existencia, sobre

dónde ir a patear. Que al ECA no porque nos echaron ayer. Que en

el campito te fajan. Que en la calle es imposible porque los vecinos

quieren dormir la siesta y te golpean la persiana para que dejes de

festejar. Le digo de ir a la iglesia. Joaquín me recuerda que está ce-

rrada. Que los lunes la Iglesia cierra, al igual que las panaderías y las

peluquerías y que no queda ni el tipo que vive ahí. Al tipo que vive ahí

lo llaman Párroco, aunque en realidad se llama Mario. Ya sé, le digo.

Y le explico que la gracia es esa. Entrar a la parroquia y tener la can-

cha para nosotros dos durante todo el día. Podemos hacer el arco-

arco más interminable de la historia. Joaquín se entusiasma. Y cuando

Joaquín se entusiasma el mundo y todo lo que hay adentro es tuyo.

Así que el lunes a las dos de la tarde enfilamos para la iglesia, con la

pelota bajo el brazo.

La iglesia tiene el templo en el medio y a sus costados hay dos rejas

de distintas medidas. La más grande, y la que siempre está abierta,

salvo los lunes, es por dónde ingresa el párroco Mario en su Ford

Falcon verde. La otra es una reja del tamaño de una puerta común y

corriente que nunca se abre y que linda con la pared de la casa ve-

cina. El portón no linda con ninguna pared sino con una alambrada

recubierta por arbustos que pinchan. Por eso preferimos la puerta

pequeña. Joaquín manda la pelota por encima de la reja, pero como

nunca puede contener su fuerza la pelota da dos piques y se va para

el fondo, bien lejos. Así que ahora no hay marcha atrás. Yo entro

Page 12: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Jesú

s #

12 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

primero. Joaquín me hace pata y me trepo al paredón vecino, de ahí

gateo unos metros por la cornisa y en vez de bajar usando la reja de

escalera, no, me tiro como quien se tira del trampolín de una piscina.

Caigo de culo y pego un grito inconsciente. Caigo sobre el pasto, pero

el pasto duele tanto como el cemento. Joaquín primero me dice que

me calle, callate, que nos va a escuchar la Tana (la Tana es la vecina,

que siempre escucha todo). Luego se empieza a reír burlonamente al

mismo tiempo que me levanto y me aprieto el culo con las dos manos

como cuando te estás cagando encima. Por supuesto que nunca me

cagué encima, pero estuve apunto. Todos estuvimos apunto en algún

momento de nuestras vidas.

—Apurate —le digo.

Joaquín no puede. No puede subir al paredón y tampoco puede

trepar a las rejas. Para colmo, cuando se agarra de los barrotes, el

portoncito se le mueve hacia adentro y hacia afuera y hace un ruido

a caño de escape rasguñando el asfalto. Luego de varios intentos

Joaquín consigue la cima. Ahora sólo falta que salte. Lo que le va a

llevar varios intentos más. No lo voy a ver saltar porque salgo corrien-

do hacia el fondo, agarro la pelota y me pongo a patear al arco vacío.

Estoy emocionadísimo y no me importa que el sol brille tanto que pa-

teás la pelota al cielo y no la ves ni subir ni bajar porque los rayos se

la devoran y luego la escupen y recién te das cuenta donde cayó por

el sonido que hace al picar en el cemento de lija.

—Pateame un penal —me ordena Joaquín cuando aparece corrien-

do. Está en shorts y tiene dos raspones verdes-rojos-tierra en ambas

rodillas. Pero no le duele. Nada te duele cuando hay emoción. A mí

tampoco me duele el culo. Y según Joaquín, perder media oreja tam-

poco duele. Por lo menos no al principio.

—No, vamos a jugar un arco-arco —le digo.

—El que gana los penales elige lado, me dice.

Y no sé por qué (nunca sabremos por qué), pero Joaquín se aco-

moda debajo del arco que le da el sol. En el otro hay sombra, porque

detrás hay una pared, pero vino corriendo y se acomodó en este. A

mí me da igual. Lo veo que hace visera con la mano derecha y no veo

nada más. Pongo la Tango 86 en lo que alguna vez fue un puntito pin-

tado con pintura amarilla y tomo distancia. La distancia más larga que

podés tomar así que pateo el penal más fuerte que podés patear. Le

Page 13: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Jesú

s #

13 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

di tan fuerte que apenas la pelota despegó del suelo perdí el equilibrio

y me caí de culo y quedé mirando el cielo celeste y despejado como

de dibujo animado. Al mismo tiempo que mi culo reventaba contra el

cemento escuché un sonido a alambre sacudirse y luego silencio. An-

tes de reincorporarme, Joaquín me dice:

—La colgaste.

Pero lo dice con un tono débil, casi afónico. En un momento lo des-

conocí. ¿Es Joaquín? Cuando me levanto veo que está de espaldas,

mirando el alambre que da a la otra casa vecina, como si el alambre

le estuviera hablando. Hipnotizándolo. Con la mano izquierda se tapa

la oreja. Y mientras me acerco descubro que por entre los dedos le

chorrea sangre. Litros de sangre que forman una especie de río des-

de sus dedos hasta el codo, y desde ahí hacia el piso. Me enganché,

dice, y se mira la palma de la mano ensangrentada. El pabellón de la

oreja izquierda le está colgando como si fuera un arito extraño. O un

audífono de carne. Y sangra. ¿Duele?, le pregunto, porque es lo único

que me sale preguntarle.

Joaquín vuelve a taparse la oreja y me dice que no con la cabeza.

Pero al mismo tiempo enfila hacia la salida. Yo lo sigo detrás y veo que

en el recorrido va dejando gotitas de sangre. Su mano izquierda es

roja. Cuando me le pongo al lado veo que tiene lágrimas en los ojos,

aunque no llora. Por suerte salta el enrejado en el primer intento y sale

corriendo. Yo tardo un poco más, y cuando estoy del lado de afuera,

gritándole esperá, esperá, ya no lo encuentro. Sólo están las gotitas;

en la tierra, en el pasto, en la vereda y en el medio de la calle. Parecen

las líneas limítrofes de los mapas geográficos.

En su casa Joaquín se desmaya. Sus viejos lo suben al Renault 9 y

lo llevan al Gandulfo, donde le suturan la oreja. Después le preguntan,

tanto los médicos como sus padres, cómo se hizo eso. Casi perdés

la oreja, qué pasó. Joaquín les dice que lo mordió Polo. Polo es un

perro policía de la otra cuadra que de vez en cuando salta el paredón

y muerde al primero que tiene cerca. A mí y a Maxi (uno de los tantos

pibes que se juntaba con nosotros) nos mordió una vez. Nos clavó

los dientes como si fuéramos un churrasco. A mí en el brazo. A Maxi

en los talones. Polo era más rápido que cualquiera. Por lo menos fue

más rápido que Maxi y que yo. Dos días después, el padre de Joaquín

lo envenena. Pasa por la puerta de la casa de esta familia que nunca

Page 14: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Jesú

s #

14 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

sale a la calle y tira un pedazo de carne por encima del paredón. El

pedazo de carne con vidrio molido adentro. Pero antes de que el pa-

dre de Joaquín despida a Polo, a Joaquín le dan la antirrábica.

De todo esto me entero al otro día del accidente. Joaquín tiene la

oreja recubierta por un vendaje blanco. Dice que escucha bien, que lo

único que siente es una pinza enganchada a su oreja. Algo así como

un broche electrificado. Y me dice que vayamos a buscar la pelota.

Así que vamos a la casa vecina de la iglesia y recuperamos la Tango

86, pinchada. Y no sabemos si se pinchó porque dio contra una rama

de los tantos árboles del jardín o si la pinchó el viejo con un tenedor. A

la noche siguiente Polo va estar revolcándose de dolor durante largas

horas. El sábado tomamos la comunión, pero antes, por la mañana,

tenemos que ir a confesarnos. Va a ser la primera y única vez en mi

vida que me confiese. De Joaquín no tengo idea. Dos o tres años

después ya no nos vamos a juntar más simplemente porque la gente

suele no juntarse más.

Paso a buscar a Joaquín y vamos a confesarnos, cláusula ineludible

para que tomes la comunión y recibas un pago por meterte un peda-

cito de pan y un traguito de vino en el estómago. Joaquín sigue te-

niendo el vendaje, siempre bien limpio porque su madre se lo cambia

cada dos días. Dice que le queda para una semana más. Joaquín me

cuenta cómo es una oreja cosida porque se la vio al espejo. Yo no

puedo imaginar cómo es una oreja cosida, pero sí puedo contar cómo

luce una oreja colgando. Porque la vi.

Entramos en la parroquia. El padre Mario ya está adentro. Cuando

ves el Ford Falcon estacionado cerca de la canchita de fútbol es por-

que el padre Mario ya vino y está rezando o haciendo rezar a la gen-

te. Esperamos en la puerta de la casita. Si a los once años fumara,

me estaría encendiendo un cigarrillo mientras me apoyo en la pared y

espero como el galán que espera a su chica. Pero no, para empezar

a fumar me faltan dos años, todavía. El padre Mario no nos toma la

confesión en el templo, que está adelante, sino en la casita del fondo,

que tiene habitaciones por todos lados y que un par de años después

va a tener dos pisos. Tampoco nos hace pasar a ningún confesionario

de madera típico de las películas sino que nos hace tomar asiento en

un cacharro cualquiera y él se sienta enfrente, en una silla con res-

paldo de felpa.

Page 15: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Jesú

s #

15 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

Y te pregunta:

—¿Cómo te anduviste portando?

Cuando salgo, entra Joaquín. Lo espero. Y como tarda bastante

me pongo a mirar a los chicos de Acción Católica que están senta-

dos formando un círculo en medio de la canchita. Una de las chicas,

la más grande, toca una guitarra criolla y los otros y otras aplauden

y cantan algo sobre un niño. Que el niño esto y que el niño lo otro.

Cantan, cantan y cantan. Encima afinan.

Al ratito aparece Joaquín al lado mío.

Y le pregunto:

—¿Cuánto te dio?

—¿A vos? —me repregunta.

—Un Padrenuestro y un Avemaría. ¿A vos?

—Nueve Padrenuestros y siete Avemaría. ¿Cuál era el Avemaría?

—Ave María, llena eres de gracia, el señor es contigo...

—Ah, ése.

—¿Y por qué tantos? ¿Qué le dijiste?

—La verdad. Que le rayé el auto.

Mucho no le creo, porque Joaquín, en el fondo, es medio mentiro-

so, pero cuando enfilamos para irnos a probar el pantalón de vestir,

la camisa, la corbata y todo eso que debemos ponernos al atardecer,

Joaquín me hace pasar junto al Falcon Verde y me señala una cruz

que le hizo a la puerta del conductor con una piedrita. Un par de horas

después ya somos oficialmente cristianos.

*

Page 16: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Los nietos del carnicero * 2011 # 16 # Enrique Rivas

| m a n o p l a |Andrés dice que las trompadas duelen más si apretás una llave.

O varias monedas de veinticinco centavos, una encima de la otra.

Cualquier porquería que aprietes con tu palma produce que al cerrar

la mano el puño se te endurezca por la presión y cuando pegues (en

la jeta, sobretodo debajo del ojo, el hueso malar), lo que mantengas

apretado evita que los nudillos se te desarmen como podría desar-

marse la mano de una nenita. Lo importante es que los huesos me-

tacarpianos permanezcan firmes. Eso dice Andrés, que en Biología

saca diez. Y en Historia. Y en Lengua. Y en Matemáticas. Andrés es

de lo más inteligente que conocemos. Pero Andrés nunca le pegó

una piña a nadie.

Andrés también dice que las colillas de los cigarrillos se pueden

transformar en bisturís. En pequeños bisturís desafilados. Que se aga-

rra el filtro y se lo quema con un encendedor. Se lo derrite. Luego se

moldea uno de los extremos con los dos dedos (índice y pulgar) hasta

que el filtro se seca. Cuando el filtro se seca queda endurecido como

el plástico y eso, si lo sabés usar, corta. Andrés dice que las colillas

cortadoras las usan los presos para suicidarse. Que se cortan las ve-

nas con esas colillas. O sino degollan a otros reclusos. Por supuesto

que Andrés nunca pisó una prisión. Se lo contaron.

Andrés también dice que le dijeron que el efecto del porro hace que

te largues a reír sin explicación alguna. Y sin hablar. Como si miraras

a la gente y la gente tuviera un chiste Bazooka pegado en la frente.

Entonces te reís, pero sin leer el chiste. Andrés nunca se fumó un po-

rro, claro.

Tenemos trece años y recién entramos en la adolescencia con un

atado de Marlboro que lo compartimos entre los tres y que nos dura

casi una tarde entera. Uno o dos años después vamos a empezar con

el atado individual y las cervezas. Por ahora nos conformamos con la

decena, a 75 centavos, y con la Coca-Cola de litro, botella de vidrio,

a peso veinticinco.

Corre el año 1992 y Smeells like teen spirit de Nirvana, Enter Sadman

de Metallica y Don’t cry de Guns n’ Roses suenan en todas las radios

Page 17: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Manopla

#

17 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

que se te ocurra encender. Los Ramones tocaron el domingo pasado,

o el próximo, en Hacelo por Mí.

Estamos en el primer año de la secundaria. Vamos al Instituto Mo-

delo Saint. Andrés y yo cursamos en 1° “A”. Leo cursa en 1° “B”. En

el “B” y en el “C” cursan los inmigrantes, aquellos que terminaron la

primaria en otras escuelas. El Saint queda a la vuelta de mi casa y a

no más de cuarenta metros de la casa de Leo. Leo es el alumno que

más cerca vive del colegio (incluyendo alumnos de primaria y se-

cundaria). Después le sigo yo. Leo siempre llega tarde. Yo a veces ni

llego. Andrés vive relativamente lejos. La relatividad se relaciona con

tu estatura y con tu capacidad perceptiva. Cuando sos chico todo te

queda grande y te queda lejos. Todo es enorme. Inabarcable. Treinta y

cinco cuadras puede ser la extensión de un país. Pero Andrés no vive

en otro país, ni siquiera en otra localidad. Vive en el fin de Temperley,

a dos cuadras de la calle Divisoria que, como su nombre lo indica,

separa Temperley de José Mármol.

Andrés dice que las piñas duelen más si apretás una llave. Leo le

dice que se calle, que es un tarado a cuerda y que de dónde sacó esa

taradez. Todo al mismo tiempo dice. Luego le hace un tajo en la frente

con un pedazo de madera.

¿Fumaste alguna vez?, me pregunta Leo. A Leo lo conozco del ba-

rrio, de cruzármelo miles de veces pero hasta el día de hoy nunca nos

habíamos hablado. De hecho, hubo enfrentamientos armados entre

nosotros. Puteadas, corridas y patadas. Y algún que otro piedrazo a la

puerta de su casa. Porque Leo escribió puto en el paredón de la mía.

Eso cuando éramos más jóvenes.

Cuando sos más joven tenés menos palabras y mucha más fuerza.

Por eso la cosa resulta interesante.

Con Leo nos cruzamos en el patio del colegio, el primer día de nues-

tro primer año de la secundaria y nos saludamos con la cabeza, como

diciendo que sí. Que sí, ¿qué? No sé, pero las semanas siguientes ya

nos saludábamos con un apretón de manos, a lo macho. Hasta que

aparece Andrés y nos dice que los hombres se saludan con un beso.

Andrés tiene un primo que vive en Congreso y dice que allá los pibes

se saludan con un beso. Eso sí, la interacción carnal entre cachete y

cachete no debe durar más de medio segundo.

Eso dice Andrés.

Page 18: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Manopla

#

18 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

Después del invierno Leo y yo nos transformamos en los mejores

amigos del mundo. Me pasa a buscar después de almorzar, y echar-

se una siestita, y pasamos las interminables tardes primaverales en

la placita Ituzaingó, a tres cuadras de casa. La placita Ituzaingó no

tiene tobogán, ni calesita, ni césped, ni bancos de madera, ni nada

de lo que se supone que toda placita debiera tener. Aunque alguna

vez los tuvo. Eso es cierto. Te das cuenta porque en el suelo todavía

están clavadas las estructuras metálicas color jugo manzana. Lo úni-

co que hay ahora son dos desproporcionadas hamacas con cadenas

oxidadas y un altar de cemento con una Virgen María de yeso donde

las viejas van a rezar y dejan unas monedas o unos billetes de dos

pesos. Sabemos que las viejas van a rezar porque las vemos. Forman

un triángulo con las palmas de la mano, agachan la cabeza y murmu-

ran cosas en voz alta. Luego dicen amén y hacen la señal de la cruz.

También sabemos que las viejas dejan guita porque la tomamos pres-

tada cuando necesitamos para los puchos y la coca.

Leo me pregunta si fumé alguna vez. Yo le digo que lo intenté. Que

agarré unas colillas del cenicero de mi casa y que me las prendí, a

escondidas. Leo me dice que él le afana los cigarros a su hermana y

a su vieja y que se los fuma en el patio cuando ellas se van de com-

pras. Que está bueno. Buenísimo. Lo que Leo no sabe es que fuma

mal. No traga el humo. Eso le digo una tarde que trae dos Camels

escondidos en el bolsillo de su jogging. Se pone el cigarrillo entre los

labios, aspira como si estuviera tomando de una pajita y luego escupe

el aire sin retenerlo. Le muestro cómo se hace aunque yo sólo lo sepa

en teoría de ver tanto a mis viejos. Durante trece años fui lo que en la

actualidad se conoce como fumador pasivo. A partir de esa tarde me

transformo en activo. El efecto de mi primera pitada oficial me pro-

duce mareo, baja presión y, un rato más tarde, vómitos. El efecto de

mi primera pitada oficial es de lo mejor que me pasó en trece años.

Comparable a mi primera borrachera. También a los trece años. A Leo

le produce algo similar y doce años después experimenta otro efecto

un tanto más extremo; un preinfarto. Aunque para ese entonces ya no

nos vemos con tanta frecuencia. De otro modo, hubiera ido a visitarlo

cuando estuvo internado.

Esta pitada es para vos, Leo.

Andrés dice que él fuma desde los once años. Mucho antes que

Page 19: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Manopla

#

19 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

nosotros. De hecho, Andrés dice que todo lo hizo antes que nosotros.

Inclusive la paja. Andrés es de lo más pajero que hay. Se clava tres

y hasta cuatro pajas por día. No importa en qué lugar estemos, si a

Andrés le entran las ganas se echa una y ya está. Hay un rincón de la

placita, debajo de un árbol pelado, reservado para Andrés. Cada vez

que Andrés se calienta lo mandamos para ahí. Pueden ser las tres de

la tarde, no importa, Andrés toma una posición semi encorvada y agita

la muñeca no más de treinta veces, luego va hasta la canilla, se lava, y

vuelve con nosotros, como si nada. Si bien la placita Ituzaingó no tiene

césped, sino tierra, en la zona de Andrés la tierra parece rociada con

lavandina. Es el cementerio de Andrés. El cementerio de los miles de

abortos manuales de Andrés. Millones de Andresitos descansan en esa

plaza. Lo primero que hace luego de cada paja es fumarse un pucho.

Andrés nos cuenta que sus viejos no fuman y que si lo llegan a en-

contrar con un pucho entre los dedos, lo matan. Andrés mastica chi-

cles de menta a cada rato. Así que todos masticamos chicle de menta

a cada rato, bebemos Coca-Cola a cada rato y nos olemos las manos

y las ropas a cada rato. Fumamos un cigarro a las 7.45 de la mañana,

en el kiosco lindero al colegio, uno a la salida, a las 12.15, y otros

muchos a la tarde, en la placita Ituzaingó. Tiene su gracia lo de fumar

a escondidas. Arrinconarte contra la pared más oculta y apretada de

la plaza para fumarte uno atrás de otro, mientras vigilás a la gente

que pasa por las dos veredas, porque entre esa gente pueden estar

tus viejos, o los viejos de Leo, o mi abuela, o la abuela de Leo. O mis

hermanas, o la hermana de Leo. Cualquiera. Cuando hacés cosas a

escondidas cualquiera puede ser policía. Todo lo que hacés a escon-

didas tiene su gracia. Sobretodo la paja.

Andrés dice que tiene como quince revistas porno. No le creemos.

Imposible que te vendan quince revistas. Imposible que te vendan una.

Andrés dice que no las compra. Que las encontró en la habitación de

su viejo, debajo del colchón. Dice que tiene una de Susana Giménez

(esa la del teléfono) en bolas. Y una de Moria Casán. Y muchas de

Yuyito González. No le creemos. Hasta una de la Pradón. Tampoco le

creemos. Andrés nos dice que vayamos a la casa, que nos las mues-

tra y después aprovechamos y salimos por ahí. Es viernes, las seis de

la tarde. Enfilamos para lo de Andrés. En el camino hacemos que se

pague un atado de veinte.

Page 20: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Manopla

#

20 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

Tenemos toda la noche por delante y uno de diez no nos alcanza.

Quizá fuera verdad, pero era mentira. No hay ninguna revista porno

en el cuarto de Andrés. Y eso que las busca. Revisa todas sus cosas;

cajones, armarios y debajo del colchón, que, según Andrés, es donde

las había escondido, pero no hay nada. No están. En ese momento

aparece Dieguito, su único hermano, su hermano dos años menor, y

Andrés le pregunta si tocó algo. Nunca dice porno. Dieguito le dice

que no, que habrá sido papá que estuvo buscando una cosa. Tam-

poco Dieguito dice porno. Le decimos a Andrés que no importa, que

lo deje.

—Vamos afuera a fumar unos puchos —dice Leo, con tanta mala

suerte que en ese momento aparece Norberto, el padre de Andrés.

Está parado en la puerta de la habitación y nos saluda con un gesto

de cabeza. Leo se pone colorado. Andrés clava sus ojos preocupa-

dos en la cara de Leo. Yo clavo mis ojos preocupados en la cara de

Andrés.

Norberto clava sus ojos militares en el bolsillo del pantalón de su

hijo, y dice:

—¿Van a salir?

—Sí —responde Andrés.

—Dice mamá que antes coman algo —le dice Norberto.

—No, gracias —dice Andrés—, los chicos ya comieron.

—Comimos unos Capitán del Espacio —dice Leo.

—Eso no es comer —dice Norberto.

—Papá, nos tenemos que ir. Vamos a un recital y empieza en un

ratito.

—Andrés, si no comés no salís.

Norberto se va. Andrés nos dice; bueno, comemos y nos vamos.

Quince minutos después estamos sentados a la mesa de los Mar-

tínez. Son las nueve de la noche. El recital empieza a las once. Hay

tiempo.

—¿Y? ¿Cómo les va en el cole? —nos pregunta la madre de Andrés,

jugándola de simpática.

—Como a todos —le dice Leo.

Yo no sé a qué se refiere, pero quedó bien. Queda mejor que decir

que tenés seis de las once materias desaprobadas, como es mi caso.

—¿Tan bien cómo a Andrés? —pregunta la doña.

Page 21: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Manopla

#

21 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

—Maaaa —interrumpe Andrés.

—Todo diez —dice la madre.

—Porque es un traga —susurra Dieguito.

—Es estudioso —dice la madre, orgullosa—, nos salió estudioso.

—Maaaa..., no empecés, ¿nos podemos ir?

—Todavía no empezaron.

—No tengo hambre. Además tenemos que ir.

—Comé —le dice el padre. Luego nos mira a Leo y a mí y nos dice:

Coman.

Así que introduzco el tenedor en una montaña de fideos, los enredo

y me los llevo a la boca. Deliciosos. Leo finge que come. Norberto

está sentado en la punta de la mesa, a su lado Andrés y Dieguito, en-

frente Leo y yo y en la otra punta la señora Martínez, coqueta. No mira

en ningún momento a su marido, como si este no estuviera. Tampoco

mira a sus hijos. En realidad no mira a nadie. Lo único que hace es

mirar el reloj colgado en la pared.

—¿Tenés que ir a algún lado? —le pregunta Norberto.

A lo que la señora, sin mirarlo, responde:

—Ya te dije.

Andrés se levanta de la silla y dice:

—Nosotros nos vamos.

—¡Comé! —le grita Norberto mientras lo apunta con el tenedor—.

Comé o no vas a ningún lado.

Andrés se sienta. Tiene las manos debajo de la mesa. Contempla su

plato de fideos con tuco como si delante tuviera un bollo de mierda de

caballo. Leo me patea por lo bajo. Se ríe. Yo sigo comiendo.

—No tengo hambre —dice Andrés.

—¡Comé! —le grita Norberto, que tiene los bigotes salpicados de

salsa.

—Si no quiere comer que no coma —opina la madre, así como si

nada.

—Vos también; comé —le dice Norberto—. Hay gente que no tiene

para comer y ustedes rechazando la comida.

—¿Dónde? —pregunta Dieguito, inocentemente.

—¿Dónde qué?

—¿Dónde hay gente que no tiene para comer?

Norberto se encoje de hombros y se sirve otro vaso de vino.

Page 22: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Manopla

#

22 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

Y dice:

—En África.

—¿Y dónde queda eso? —pregunta Dieguito.

—En África —le responde Leo. Y no sé cómo, pero sin que nadie lo

vea, me cambia el plato tras un movimiento archi veloz. Ahora tiene

mi plato semi vacío y yo su plato lleno—. Riquísimos los fideos —dice

Leo mientras se limpia los labios con una servilleta.

—Este chico no come nada —dice la señora cuando ve mi plato—.

Con razón está tan flaco.

—En la casa hace igual —agrega Leo.

—Si no comés no te podés concentrar. ¿Cómo te va en el colegio?

A lo que Andrés dice:

—Maaaaa.

—¿Qué?

—Nosotros nos vamos—. Andrés se levanta pero Norberto lo sujeta

del brazo y lo hace sentar de nuevo—. No tengo hambre.

—¡Comé, carajo!

—No tengo...

—¿O es que el cigarrillo te quita el hambre?

—¡¿Qué?! —pregunta sonrojado Andrés.

—No te hagás el boludo...

—Norberto, la boquita.

—Vos callate. Y vos, ¡comé!

—No teng...

Norberto estira su mano hacia el bolsillo de Andrés y saca una cajita

de cigarrillos. La apoya sobre la mesa dando un fuerte golpe que hace

saltar los vasos.

—¿Y esto de quién es? —le pregunta el padre.

Y Andrés dice:

—De Leo.

Leo, sobresaltado, me señala:

—Son de él. Yo no fumo.

Yo dijo que sí; no queda otra.

La señora me mira y dice:

—Tan chico y fumando —y sacude la cabeza negativamente—. ¿Tus

padres lo saben?

—Sí —respondo.

Page 23: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Manopla

#

23 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

—¿Y no te dijeron nada?

—No.

—Ay, Dios.

—Maaaa.

—Vos no te hagás el boludo —le dice Norberto a Andrés—, que yo

te vi. A los tres. También estaba el otro pelotudo, los cuatros pitando

pitando y pitando. Allá en la avenida. Ahora comé y después habla-

mos.

—No teng...

Los ojos de Andrés se introducen en los fideos. La nariz y la boca

también. Norberto lo agarra de la nuca y le sumerge la cabeza en el

plato.

—¡Norberto! —grita la madre mientras se levanta instintivamente.

Norberto, mientras Andrés saca la cabeza del plato y con las puntas

de los dedos se despega los fideos naranjas del pelo, sigue comiendo

de lo más bien.

—¿Qué? —pregunta—. ¿Qué pasa?

Un rato después, un rato después de que Andrés se levante de la

silla casi llorando y con fideos pegados en la frente, de que salga co-

rriendo y se esconda en su cuarto dando un fuerte portazo que hace

retumbar los portarretratos familiares clavados en la pared, de que Leo

y yo nos quedemos sentados escuchando los sermones de Norberto

acerca de las contradicciones de fumar, porque el fumar es perjudicial

para la salud, y de que dejamos eso sino él mismo se va a encargar de

informarles a nuestros padres, al tuyo también, aunque ya lo sepa, un

rato después de todo eso, los tres caminamos por la avenida en di-

rección al centro de Temperley. No tenemos cigarros. De eso se queja

Leo. Dice que fumarse un cigarrillo después de la cena es lo mejor

que hay en la vida (mejor que la paja) y que él nunca se lo pierde. Que

apenas termina de cenar, todos los santos días, le dice a sus viejos;

‘voy a pasear a Jony’ y se lo lleva a dar un par de vueltas manzana.

Yoni es un perro que parece dogo pero no es dogo ni de cerca porque

es más chico de tamaño, más feo de cara y más tonto que todos los

perros juntos. Entonces, dice Leo, mientras espera a que el perro se

eche un meo en las puertas de las casas, como le enseñó a hacerlo

(yo lo vi), se fuma, tranqui, uno o dos puchos, depende de cuántos

tenga esa noche. Si no pasa por mi casa y golpea mi persiana. Mi

Page 24: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Manopla

#

24 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

persiana da a un pasillo. Yo lo hago pasar y en mi cuarto fumamos

pucho tras pucho mientras escuchamos música. Hubo veces, sobre-

todo en invierno, que entró con Jony. Hasta que el perro epiléptico me

cagó adentro del placard. Después nunca más.

Andrés está que echa humo. Cuando Andrés se enoja no para de

putear a quien sea. Se pone todo rojo y putea y no puede parar de

putear y de moverse. Encima Leo le sopla la oreja. Dice que por culpa

de este gil nos quedamos sin cigarrillos. Andrés le dice que se calle

sino... ¿sino qué, gil?, sino te la voy a tener que dar. ¿A quién se la

vas a dar, vos?, le dice Leo. Yo me pongo en el medio para calmar-

los. No se calman pero por lo menos se callan un rato. Caminamos un

par de cuadras en silencio hasta que Leo empieza de nuevo. Que el

pucho esto, que el pucho lo otro. Veo que Andrés se mete las manos

en los bolsillos y extrae un llaverito. Disimuladamente lo aprieta con la

mano. Leo se calla. Seguimos caminando, faltan unas cinco cuadras.

Silencio que raspa.

—¿’Taban ricos los fideos, no? —pregunta Leo mientras me codea.

—Sí —digo yo.

—Riquísimos —dice Leo—. Daba para meter la cabeza en el plato y

comerlos con la nariz.

Andrés, que va caminando un par de metros adelante, gira todo su

cuerpo y se abalanza sobre Leo. Le pone un cortito. Un cortito de

nena, con el puño flácido. Luego se pone en guardia. Leo se queda

parado, tocándose el pómulo derecho.

Se ríe y dice:

—¿Con qué me pegaste, tarado?

Andrés, moviéndose como un boxeador, abre la palma de la mano y

muestra un llaverito, luego la cierra y vuelve a ponerse en guardia. Se

sacude. Leo se agacha y agarra un pedazo de tronco del tamaño de

un palo de jockey. Y Andrés dice que las piñas duelen más si apretás

una llave.

*

Page 25: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Los nietos del carnicero * 2011 # 25 # Enrique Rivas

| z z z |

Gonza dice: las huellas digitales, pelotudo, y enseguida agrega; llega

a entrar la cana y cagaste fuego, salame. El Langa abre los dos pla-

tos blancos como ojos y lo mira. Nos mira. Apunta sus ojos celestes

y muertos en nuestras caras y arruga la frente. Tarda en reaccionar.

Tarda lo que tardás en leer esta frase cincuenta y siete veces segui-

das. De mientras Varela le dice; si te agarran no nos botoniés porque

te cagamos a sopapos. Lo están delirando, y el Langa, en cierto modo,

ni se entera. Muy pocas veces se entera. Esa es la gracia del Langa.

Todos tenemos nuestra gracia, pero nadie tiene la gracia del Langa.

Lo conocemos hace tres meses y todavía no nos aburrió. Para que te

des una idea. Todo bien, dice el Langa, sonriendo; tengo guantez.

El Langa en realidad se llama Jonás. Jonás Ezequiel no-sabemos-

cuánto. Tiene catorce años y parte del cerebro atrofiado. Sobretodo la

parte izquierda donde se aloja el lenguaje y el razonamiento. Abando-

nó la secundaria en primer año y ahora se la pasa vagueando con no-

sotros, que, en cierto modo, también tenemos nuestra parte izquierda

atrofiada. Formamos, por así decirlo, el club de los cerebros atrofia-

dos. Los que ves acá no trabajamos ni estudiamos, somos demasiado

jóvenes para la primera opción y demasiado lentos para la segunda.

Otra cosa: somos demasiado pobres. Más que para las petacas y los

cigarrillos no tenemos. No pidas golosinas que no hay.

El Langa siempre anda con guita. Punto a favor. Y obedece lo que le

digas. Doble punto a favor. Por eso fue recibido con los brazos bien

abiertos. Casi como una mascota inválida. ¿De dónde salió? Nadie

tiene idea. Pero acá la cosa es así: estás ebrio y todos los días y no-

ches conocés un montón de flacos que se te pegan como la sangre

seca de la nariz y después, sobrio, ni te acordás de haberlos tratado.

Algunos, los que no tienen nada que hacer al otro día, se quedan una

temporada. Dos. Tres. Las que sean necesarias. Porque acá nadie

nunca tiene nada que hacer.

Jonás es hijo único y vive con sus viejos en una enorme casona

cerca de la avenida Almirante Brown, a poco de la frontera con Lomas

de Zamora. Sus padres lo palisiaban de pibe. Su viejo, con el cinto.

Page 26: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Z Z Z #

26 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

Su vieja, a cachetazos. Por lo menos eso contó alguna que otra vez.

Sobretodo cuando el Anticristo le preguntaba; ¿por qué sos tan ta-

rado, Langa? De hecho, fue el Anticristo el que lo bautizó así. Dice

que se la pasa haciéndose el galán. Lo que el Anti nunca se enteró es

que Jonás no se hace el galán, es medio afeminado. Son dos cosas

totalmente distintas. Sus maneras y sus movimientos son de chico

delicado con problemas motrices; lentitud y brutalidad corporal.

Tampoco habla como nosotros; tiene un tono de voz más grave y

articula las palabras pausadamente, casi con esfuerzo. Lo hace a bajo

volumen. Parece un conductor trasnochado de radio. Eso no significa

que hable bien, para nada. Ninguno de nosotros utilizamos más de

diez palabras seguidas. Y si las usamos, las acomodamos mal. Jonás,

para colmo, pronuncia las S como las Z. ¿Zabíaz ezo? ¿Vamoz a la

Ezzo? ¿Qué ez ezo?

Así habla.

El Langa, a todo esto, vive medicado. Ansiolíticos. Nos enteramos

una nochecita que estamos en su casa haciendo la previa para ir a un

recital. Somos un montón y casi que no entramos en la pequeña ha-

bitación. Hay algunos sentados en el piso, otros en la cama y el resto

en un par de sillas. El Langa se niega a escabiar, dice que después,

que después. Dice que en el living están sus viejos y unos tíos y que

si lo ven tomando alcohol no lo van a dejar salir. Pero ustedes tomen,

nos dice. De modo que nos tomamos todo lo que habíamos llevado.

De mientras le revolvemos los estantes de pies a cabeza. Algunos le

dicen; yo me llevo esto.Yo quiero esto. ¿Me regalás esto, Langa? El

Langa dice que no y nos quita las cosas de la mano y las vuelve a

colocar en su lugar. Es un pibe muy ordenado, el Langa. El Langa

colecciona soldaditos de plomo, latas de cervezas importadas, mar-

quillas de cigarrillos extranjeras y armas de juguete; rifles, escopetas,

revólveres y una bayesta. La bayesta resulta la más codiciada porque

es de verdad. Dispara una flecha de madera de treinta centímetros

de largo y está recubierta por una punta de metal. Y pincha bastante.

Por lo menos eso dijo Toten una tarde que se la clavaron en los ca-

chetes del culo. Pero el Langa no la quiere regalar. No quiere regalar

nada el muy egoísta. Así que le revolvemos todo otra vez. Menos los

manuales del colegio le quieren saquear cualquier cosa. Así nos di-

vertimos hasta que llega la hora de irnos porque el padre nos echa.

Page 27: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Z Z Z #

27 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

Nos ponemos a pogear, para agitar el alcohol y subirlo a la cabeza,

y de repente abren bruscamente la puerta. Es el padre del Langa que

nos dice; vamos, afuera. A hacer quilombo afuera, y se va dando un

portazo muy mala onda. El Langa nos mira aterrorizado y mueve la

cabeza señalando hacia la puerta, y dice; vamos. Es así. Siempre

hay alguien que te aterriza el vuelo, así que juntamos nuestras cosas,

sobretodo los envases con restos de vida, y salimos. Antes tenemos

que cruzar el enorme living en donde está reunida la familia Langa. Al-

gunos estamos re mareados y nos llevamos los muebles por delante.

Y pasamos diciendo; chau, chau, buenas, hola, chau. Así. Hasta que

suena un despertador. Un tic-tic-tic-tic-tic-tic ahogado y apagado.

Nos damos la vuelta y vemos que Gonza, desesperado, se rasca los

huevos. Y el despertador sigue sonando; tic-tic-tic-tic-tic-tic. Gon-

za se mete la mano debajo del jean rápidamente, como quien se rasca

una repentina picazón de huevos, y de un tirón saca el despertador de

plástico. Tic-tic-tic-tic-tic-tic. Gonza tiene el despertador celeste en

su mano y lo agita. Lo agita. Por poco lo tira al piso y lo aplasta de un

pisotón. No lo puede apagar. Todos lo estamos mirando. La familia

Langa también lo está mirando, en silencio. Gonza, sonrojado como

vino tinto, deja el aparatito sobre una mesita ratonera tic-tic-tic-tic-

tic-tic y dice: Hola, y sale como si nada. Jony, el remedio, le dice la

madre. Y el despertador deja de sonar.

Es una noche de invierno de 1995 y el Langa dice; todo bien, tengo

guantez. Estamos en plena semana laboral. Más o menos las tres de

la mañana. Todos empilchamos camperas, guantes, bufandas y go-

rros de lana. Todos rodeamos una pequeña y débil fogata que huele a

goma quemada, porque acabamos de quemar una llanta de bicicleta

que encontramos tirada por ahí. Todos nos estamos recontra cagando

de aburrimiento. Todos somos; el Langa, Gonza, Varela, el Anticristo y

yo. La petaca de licor de chocolate que vamos circulando de mano en

mano no resiste ni una ronda más. Vienen tan pequeñas estas cosas.

Para colmo nadie tiene unas monedas. También escasean los cigarri-

llos. Al Langa y a Gonza le quedan, pero dicen que no tienen más para

que no les mangueemos. Porque acá cuando pide uno piden todos.

Tenélo en cuenta. Otra noche que se nos consume como los pedazos

de ramas incendiadas y no hicimos nada con nuestras vidas. Aunque

tampoco había demasiado para hacer.

Page 28: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Z Z Z #

28 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

A ver los guantes, le dice el Anti, desconfiado. Acampamos en un

terrenito baldío ubicado en la intersección de Cangallo y Vélez Sar-

field. Un pequeño baldío con un árbol en el centro. El árbol ya no tiene

ramas, las arrancamos a todas para encender las cientos de fogatas

que encendimos durante las cientos de noches que pasamos acá. Y

que pasaremos. El piso es de tierra seca y hay escombros, botellas

rotas y chapas oxidadas por donde mires. De asiento usamos unos

pedazos de piedra del tamaño de una pelota de fútbol o cajones de

cerveza vacíos. Lo que pinte. De vecinos tenemos, a un lado, un enor-

me paredón de ladrillos que da a un galpón, del otro, una medianera

rasposa que se está viniendo abajo y que da a un patio lleno de galli-

nas. En algún momento el terreno estuvo protegido por una alambrada

oxidada que los pibes terminaron desencajando de cuajo. La mayoría

viven a pocas cuadras y paran acá desde tiempos inmemoriales. El

Langa vive a quince cuadras.

Langa, andá hasta la Esso a comprar una petaca, le dice el Anti. Y

el Langa responde: no.

La Esso más cercana queda a diez cuadras de nuestra trinchera, y

como de costumbre, nadie quiere caminar diez cuadras una noche de

tres grados bajo cero. Y menos que te manden. De todos modos, los

que lo conocemos, nos damos cuenta que el Anticristo se trae algo

entre manos. Estuvo callado un buen rato mientras nosotros hablá-

bamos de no sé qué, pero hablábamos de algo. Cuando el Anticristo

está callado un buen rato es porque en su mente planea alguna cosilla

ínfima que te puede salvar de la esclavitud del insomnio.

—Yo garpo —dice el Anti.

—¿Por qué ziempre yo? —pregunta el Langa.

—Yo fui ayer —le digo, por las dudas, a ver si todavía me quieren

mandar a mí.

—Y yo anteayer —dice Gonza.

—Yo voy a ir mañana —dice Varela.

—Que vaya el Anti entonzes —dice el Langa—, nunca va.

—No —dice el Anti mientras intenta revivir el fuego con un bollo de

papel, exactamente con una página del suplemento deportivo del Cla-

rín, la última que nos queda—, yo la pago.

—Entonzes yo la pago y vaz voz —sugiere el Langa.

—Ni a palos —dice el Anti y enciende una leve, triste y patética llama.

Page 29: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Z Z Z #

29 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

Pasamos un buen rato en silencio, frotándonos las manos y sacando

vapor como si en la garganta se nos hubiera atascado un freezer. El

fuego se apaga. Y ya no hay más papel. Ni ramas. Ni pedazos de ma-

dera. Nada. Ni siquiera restos de la corona fúnebre que encontramos

detrás de un geriátrico y que quemamos ayer. O anteayer.

—Langa, andá hasta la Esso a comprar una petaca —repite el Anti

con el mismo énfasis que antes.

El Langa no responde.

Y el Anti dice:

—Si vas hasta la Esso yo salto a lo de la vieja y te traigo algo, lo que

quieras.

El Langa levanta las orejas.

—La vieja no está —dice el Anti.

Y Gonza, que vive al lado de la casa de la vieja de las gallinas,

dice:

—Le dejó las llaves a mis viejos para que le den de comer a los gatos.

—Dicen que la vieja tiene guita escondida abajo del colchón. ¿Será

posta? —pregunta Varela.

—Es posta. Cobra como quinientos de jubilación —dice Gonza.

—Y bueno, que el Langa vaya hasta la Esso y yo me fijo —dice el

Anti—. Pero me quedo con la mitad y el resto se lo reparten ustedes.

—Listo —dice Gonza—, hacemos así.

—No —dice el Langa—, yo zalto y voz vaz hazta la Ezzo.

—Hmm, no sé —dice el Anti—. Ahora no me conviene.

—Pago doz —dice el Langa.

—No sé —repite el Anti, que ni lo mira. Si lo llega a mirar se mea de risa.

—Y unoz puchoz. Traé doz petacaz y comprá unoz puchoz —dice el

Langa mientras saca unos billetes del bolsillo de su pantalón.

—Y algo para papear —dice el Anti.

El Anticristo agarra la plata del Langa. Cuenta los billetes; diez pe-

sos. Se levanta y dice:

—No, antes saltá —se vuelve a sentar sobre el cajón de cerveza—.

A ver si voy hasta la Esso y después me cagás.

—No te voy a cagar. Cuando vuelvaz, zalto.

—Qué piola que sos, Langa. Ni a palos. Saltá ahora. Trae algo y yo

voy. Tengo que verte.

El Langa duda.

Page 30: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Z Z Z #

30 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

—Más de cinco minutos no vas a tardar —le dice Gonza—. Dale,

andá.

—Dejalo a este puto —dice Varela mientras finge que se levanta—.

Yo salto. Pero me quedo con la guita del Langa y con la guita que en-

cuentre abajo del colchón.

—Ni a palos —le dice el Anti—, la repartimos.

—Bueno —dice Varela—, pero con el Langa no.

El Langa se levanta, acomoda su ropa, que le queda un talle apre-

tada, y mira hacia la casa de la vieja.

Y dice:

—Yo voy.

El Langa se acerca hasta el paredón. El Langa es mucho más alto que

el paredón, le saca media cabeza. El Langa mide un metro ochenta y

es flaco. Debe ser anémico, seguro. El Langa trepa a la medianera sin

demasiadas complicaciones, porque dice que es un especialista en

colarse en las casas. Y así es, salvo que en esta oportunidad parece

no poder coordinar sus movimientos y pega un salto torpe hacia el

patio vecino, haciendo un tremendo quilombo al caer. Los pibes nun-

ca le avisaron que en ese preciso lugar hay unos gallineros de chapa.

Yo les pregunto si es verdad que la vieja no está. Me dicen que es

posta, que se fue unos días de vacaciones a lo del hijo. Entonces les

pregunto si es verdad lo de la guita. Ni a palos, dice Gonza, la vieja

es una muerta de hambre. Y como la cosa no me cierra, les pregunto

cuál es la gracia de hacerlo saltar. Y Gonza me dice que; no tiene nin-

gún gato. En ese instante escuchamos ruidos a ollas. A latas. Puertas

cerrándose. Ladridos. Muchos ladridos. Así que por las dudas nos

levantamos y empezamos a caminar. Hacemos tiempo dando unas

vueltas manzanas. Por Cangallo, y en dirección a la estación, pasa

un patrullero a baja velocidad, con las luces titilando. Nos pegan una

mirada fugaz pero no nos dicen nada. El Anticristo dice que ya nos

tienen, y que está todo bien.

Pasamos quince minutos caminando en círculos y regresamos al

terreno. El Langa está sentado alrededor de la fogata apagada. Ni el

humo queda, sólo neblina. Yo descubro que el Langa tiene un agujero

en el codo de la campera.

—No había guita —dice el Langa—. Pero traje ezto.

Page 31: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Z Z Z #

31 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

Abre una bolsa de los mandados que tiene a los pies y nos convida

con un kilo de flautitas.

—Te zarpás en boludo —le dice el Anti mientras manoteamos un par

de panes—. Hubieras dejado la bolsa.

—No ze va a dar cuenta —dice el Langa, apretando un pan entre sus

dientes—. ¿Trajeron la petaca?

—No —dice el Anti.

—Bueno, dáme la plata entonzez...

—¿Cómo sabés que no había guita? —le pregunta Varela—. ¿Te

fijaste bien?

—Zí.

—¿Abajo del colchón?

—Revizé todo.

—¿Tocaste algo? —le pregunto.

—¿Y los perros no te hicieron nada?

—¿Qué perroz? —pregunta el Langa haciéndose el sota.

—¿Y lo del codo? —le pregunto—. ¿Quién te hizo eso?

—Bueno —dice el Langa—, un poco en el codo y un poco acá.

Se levanta y nos muestra el culo. La parte del bolsillo derecho del

jean la tiene arrancada. Se le ven los calzones. Calzones blancos con

lunares en rojo.

—Sos un pancho —dice Varela mientras agarra otro pan duro.

—Igual lez dí un pedazo de pan y ze calmaron.

—Para mí que no entró. Es mentira —dice Gonza—. Para mí que en-

contró la bolsa en el gallinero y ni entró a la casa.

—¿Ah, no? —pregunta el Langa mientras saca algo de su campera—:

¿Y ezto?

Ahí nos muestra un portarretrato con la foto de una vieja.

Y dice:

—Para que vean que no miento.

—Sos un tarado —le dice Gonza.

—Es un tarado —digo yo—, este es capaz de dejar los documentos

adentro.

El Langa escupe pedazos de pan mientras se ríe. Me dice que nunca

los trae. Y como se siente un triunfador empieza a dar órdenes:

—Dale, vayan a comprar la petaca. Yo ya hize lo mío.

—Andá a devolver eso y vamos —le dice Gonza.

Page 32: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Z Z Z #

32 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

—No, para qué. Ni ze va a dar cuenta.

—¿Te pensás que no se va a dar cuenta de que le falta un porta-

rretratos y un kilo de pan? —le pregunta Gonza—. Sí que se va a dar

cuenta. Y le va a echar la culpa a mis viejos. Así que andá a dejar

eso.

—Estuvo pasando la cana, boludo, dejá eso —le dice Varela.

—Las huellas digitales, pelotudo —le dice Gonza, y enseguida

agrega—: Llega a entrar la cana y cagaste fuego, salame.

Y Varela dice:

—Si te agarran no nos botoniés porque te cagamos a sopapos.

El Langa los mira. Nos mira. Pestañea y nos mira, pestañea y nos

mira y al final dice:

—Eztá todo bien, tengo guantez.

Pero como tiene las manos en los bolsillos nadie le cree.

Y el Anti le dice:

—A ver los guantes.

El Langa saca las manos, abre las palmas y muestra los diez dedos

flacos y largos.

—Te zarpás en tarado —le dice el Anti.

El Langa lleva unos guantes de albañil con los dedos recortados a

la altura de los puños. Nos levantamos. Antes de irnos a comprar las

petacas, el Langa nos dice:

—Igual no toqué nada.

El Langa nos dice que lo esperemos. Que va a limpiar todo lo que

tocó y que nos acompaña hasta la Esso. El Anticristo le dice que agarre

un trapo, una rejilla, una franela, cualquier cosa. Y que se cambie los

guantes. Pero el Langa no lo escucha y vuelve a saltar el paredón.

*

Page 33: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Los nietos del carnicero * 2011 # 33 # Enrique Rivas

| g u a c h o |

El Tonga cae en mi casa y me pregunta si por casualidad no tengo

su documento encanutado por ahí. Su documento y su buzo de Me-

gadeth. Su documento, su buzo de Megadeth y sus zapatillas de lona.

Le digo que no, que ni a palos, y me lavo la cara con las pobres go-

titas calientes que caen de la canilla escondida entre las plantas de la

puerta de mi casa. Es domingo. Ayer fue el cumpleaños de Toten. Así

que hoy es domingo veintitantos de noviembre. Domingo caluroso.

Domingo resaquiento. Domingo pegajoso. Son pasadas las doce del

mediodía y yo me acosté a las ocho de la mañana, borracho. Hasta

que cayó el Tonga totalmente sobrio y bañado y peinado.

Y me dice lo del documento.

Y después me dice:

—No sabés lo que me pasó, chabón.

El Tonga se sienta en el paredoncito y me pide un pucho. Le digo

que no tengo.

Y me dice:

—Eh, no seas puto; conseguíte uno.

—No tengo —le repito, y me siento a su lado. Estoy en cuero y des-

calzo y con todos los pelos parados y sucios—. Dále, dejáte de joder.

¿Qué pasó?

El sol nos da de lleno en la cabeza y tenemos que achicar los ojos

para no enceguecer. Un auto pasa por la calle. El Tonga se saca la re-

mera del Acido Argentino de Hermética y se la envuelve en el puño.

Y dice:

—Re pega el coso ese.

Primero no entiendo a qué se refiere con el coso ese. Luego miro

dos palomas grises coqueteando en los cables de la luz. Luego una

sale volando. Luego la otra. El cable titila. Suena un teléfono. El telé-

fono del living de mi casa. Pasa un auto con la radio a todo lo que da;

escuchando un partido o algo así. Veo que el Tonga mueve los labios.

Se supone que está hablando. Ahí me doy cuenta de que no le estoy

prestando demasiada atención. Como sucede siempre con el Tonga.

—Acompañáme a lo del Toten —me dice, y se levanta de golpe.

Page 34: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Guacho #

34 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

—Aguantá que me pongo una remera y me echo un cago —le digo,

y me meto en mi casa.

El Tonga se pone a tararear su canción preferida; Seek and Destroy.

Se lo escucha desde el baño.

El día que conocemos al Tonga es el mismo día que el Tonga deja

de ser anónimo y se transforma en alcohólico. Fue en otro cumplea-

ños, justamente en el cumpleaños número catorce del Gonza, cuan-

do uno de los pibes dice; ese chabón se la re banca, refiriéndose al

Tonga, que está en un rincón con otros pibitos que no tenemos ni ahí.

Beben en vasitos de plástico blanco. Son tres, y salvo el Tonga, son

flacos, altos y de pelo largo hasta la cintura. Visten borcegos, chupi-

nes con cadenas y remeras negras. En un principio suena punkrock y

los chabones hacen como que no escuchan nada. Hasta que suena

algún tema de Pantera, Iron Maiden o Metallica, entonces sacuden la

cabeza. Dicen que sí, que sí, que sí, velozmente. Qué se la va a ban-

car, dice el Anticristo, que ya se tambalea, es un pancho, boludo, es

un pancho. Los pongo a los cuatro. Alguien le dice que son tres nada

más y el Anti dice que no importa, que los pone a los cuatro a los

cinco a los que sean.

El Tonga dice que no recuerda lo que hizo anoche. Pasamos a bus-

car al Toten, al Gonza, al Anti y a Manu y vamos para el terreno. Y ahí

el Tonga nos dice que no recuerda lo que hizo anoche. Que luego de

salir del Ladrillo, a eso de las dos de la mañana, no sabe lo que pasó.

Lo único que recuerda, levemente, es haber hablado con un árbol.

O, en todo caso, que el árbol le hablaba a él. Tampoco lo sabe con

exactitud. No, no lo sabe. De lo que sí está seguro es de haber meado

un árbol mientras hablaban. Eso sí. Y lo recuerda por el olor a meo.

Dice que por un rato sintió olor a meo debajo de sus fosas nasales y

que eso lo despabiló un poco, pero no mucho. Los pibes se le cagan

de risa y le preguntan a qué hora llegó a su casa. El Tonga dice que

no lo sabe, pero que era bien de mañana, porque cuando su viejo lo

despertó de una patada y él abrió los ojos, descubrió que la verdulería

de enfrente estaba con la persiana levantada. Así que deberían ser

más de las nueve.

—¿Te quedaste dormido en la puerta de tu casa? —le pregunta el Anti.

El Tonga dice que sí, que se quedó dormido sentado contra el paredón

y que todavía siente las marcas del cemento en la espalda, y agrega:

Page 35: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Guacho #

35 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

—No tomo más.

—Sos un pancho —le dice el Anti mientras le pasa la birra a Toten.

El Tonga se la arrebata y antes de bajarse lo poco que queda, dice:

—No tomo más de la mierda esa que tomamos ayer. Esto sí.

El Tonga dice que nunca se puso en pedo. Es más, que nunca pro-

bó una gota de alcohol. Nadie le cree. Pero cuando nos muestra el

contenido del vaso de plástico vemos que adentro hay algo naranja y

burbujeante llamado Fanta. Menos el Anti, todos se le cagan de risa

y le dicen que se tome una birrita, tranqui. Y le destapan una Quilmes

helada y se la regalan. El Tonga la agarra con miedo y bebe de a tra-

guitos. El Anti lo mira con desconfianza y le pregunta por qué se fue-

ron los putos de tus amigos. El Tonga no dice nada, bebe. Y alguien

habla para que el Anti no bardee. Porque si al Tonga se le escapa una

miradita a la cara del Anti, el Anti lo mira con sus dos ojos bizcos y

le levanta el ceño, la pera y se muerde los labios. ¿Qué onda, puto?,

dice sin decirlo. De modo que el Tonga baja la mirada y se dedica a

tomar. Y así se pasa la noche, con una birra tras otra, hasta que lo

perdemos de vista.

Toten dice que eso se toma y que eso te deja del orto. Te deja peor

que la ginebra, que el vodka, que el vino, que la cerveza o que todo

junto. Te parte al medio, dice Toten. El Anti le pregunta de dónde sacó

esa pelotudez. Toten le dice que su hermano se lo dijo. Que su her-

mano lo probó y que se pegó un buen flash. De hecho; mi hermano las

saca de acá, dice Toten. El Anti le cree porque el Anti siempre cree lo

que dice el hermano de Toten, que aunque no pare con nosotros y la

mayoría no lo conozcamos más que de vista, es el limado más limado

que tenemos a diez cuadras a la redonda. Así que todos nos queda-

mos mirando esa cosa como si se tratara de una cajeta perfumada.

Con respeto. Con miedo. Con ansias. Salvo el Tonga, que dice: Qué

va a pegar, si es una plantita. Es la tarde del cumpleaños de Toten y

estamos vigilando la esquina de una casona ubicada a pocas cua-

dras de mi casa. Toten dice que esa cosa que parece una campanita

dada vuelta se llama floripondio. Y que se toma. Que hay que hervirlo,

dejarlo enfriar y después tomarlo. Toten dice que eso que tomás se

llama té de floripondio y que da prepararse algunos para clavarse hoy

a lo noche antes de salir. Nadie se niega, así que cruzamos la calle y

arrancamos la mayor cantidad de flores que podemos cada uno y nos

Page 36: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Guacho #

36 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

vamos corriendo. Ansiosos, como si estuviéramos por perder la virgi-

nidad, pero nada que ver. Esto es mucho mejor.

El Tonga tiene catorce años y estudió en la escuela Nº 2, justo al

lado de su casa. Pero abandonó en primer año para trabajar con su

viejo. Su viejo es zapatero y tiene la zapatería ahí en el fondo, en un

galponcito de madera podrida y húmeda donde a veces nos refugia-

mos con el escabio porque en la calle la yuta ya no te deja respirar.

De todos modos no dura mucho la afición del Tonga por la zapatería

porque tampoco hay muchos zapatos para arreglar. El Tonga, si no lo

conocés, te da miedo. Es robusto, tiene la cara llena de granos re-

ventados que parecen cicatrices de guerra, algo así como puntazos,

y para colmo viste siempre de negro y se mueve en la noche. Los que

lo tenemos de vista, del barrio, le tenemos cierto cagazo. Hasta que

lo conocemos. El Tonga tiene trece años y va a una fiesta de no sabe

quién invitado por no sabe quién. Ahí conoce a unos punkitos que le

convidan birra, vino y puchos. Hay uno que lo mira mal, que también

es famoso, y le dicen el Anticristo. El Tonga dice que no toma alcohol.

Y que tampoco fuma. Pero acepta ambas cosas. Un rato después,

cuando la noche se va muriendo, cuando la fiesta se va acabando,

cuando los chicos se ponen a vomitar, cuando algunos se quedan

dormidos sobre el pasto del patio o sobre las baldozas de la vereda,

cuando las únicas chicas que había, amigas de la hermana del Gonza,

se van a bailar, cuando lo único que se escucha es punkrock, el Ton-

ga se transforma en el perro sin dientes que ladra pero nunca muerde.

Se saca la remera y la agita en el aire, como a una bandera, y canta

canciones del Cele. Y grita que son todos putos. Que son todos che-

tos. Que aguante Malón, putos, que los punkies son todos unos putos

caretas. Algunos pibes lo apuran y el Tonga dice; eh guacho, está

todo joya, vos me caés re bien. Aquellos son los caretas. Entonces

abraza a quien lo haya apurado y le toma toda la birra que tiene en las

manos. Y le manguea puchos. Y dos pesos. Y yo te re quiero, dice sin

saber mi nombre. Después otros lo apuran y el Tonga dice; eh, gua-

chos, con ustedes está todo bien. Esos son los putos. Convidáme un

trago. ¿Tenés un pucho?

Festejamos el cumpleaños de Toten en lo del Tonga. Sus viejos no

están porque se fueron a visitar a unos parientes a Guernica. A la mis-

ma casa en la que diez años más tarde el Tonga se va a mudar con su

Page 37: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Guacho #

37 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

padre zapatero, con su madre ama de casa y con su hermano punga.

Así que ahora tenemos la pequeña covacha sólo para nosotros seis.

Es temprano, cerca de las siete de la tarde. Algunos pibes se van a

comprar unos escabios y los otros nos quedamos admirando a Toten.

Hoy es nuestro maestro. Llena una cacerola de agua en la pileta de

la cocina mientras el Tonga nos cuenta que cuando vuelve en pedo

y no quiere ir al baño mea ahí nomás. Saca su enorme poronga, se-

gún él, y se pone en puntitas de pie y mea apuntando al agujero de

la cañería. Yo a veces hago lo mismo, le dice Toten, pero me subo a

una silla. Toten ya puso la olla al fuego y mientras hierve trabaja cui-

dadosamente con la flor, casi como un artesano. El Tonga se la pasa

diciendo que eso no pega ni a palos. Que si pegara, que si te hiciera

algo, ya lo estarían vendiendo en la Esso. Y después, cuando Toten

echa los pétalos adentro del agua hirviendo y esta se vuelve color pis,

pregunta si eso color pis sale con algo o la olla va a quedar así de por

vida. Toten le dice que sí, que sale, que hay que refregarla con una

esponjita, pero en verdad no lo sabe. Qué olor a mierda, dice el Ton-

ga. Cuando caen los pibes con un cajón de birra y dos tetras tintos

y dos Tang y doscientos de mortadela y doscientos de salame y un

kilo de pan, ya estamos rellenando dos botellas de plástico. Son dos

botellas de agua gasificada Cimes. Alguien pregunta si no habría que

colarlo. Es lo mismo, dice Toten, y llena una botella hasta el cuello y

un cuarto de la otra. Las guarda en la heladera mientras alguno de los

que no fue a hacer las compras se queja y dice, a los que sí fueron a

hacer las compras, que trajeron mucho fiambre y poco vino. Ese que

se queja es el Tonga.

Es un salame, boludo, dice el Anti; tomó dos traguitos y ya está del

culo. El Tonga va de acá para allá, agitando su remera, bardean-

do a los punkies por putos, caretas y gorras. Canta canciones del

Cele y Seek and Destroy de Metallica, es lo único que hace. Dame

uno de esos, le dice el Anti al Gonza. Gonza se prende un Parisiene

y le pasa uno al Anti. Estamos sentados en el cordón de la vereda

y desde ahí escuchamos el punkrock que viene del patio y las abu-

rridas canciones de cancha del Tonga. El Anti le arranca el filtro al

parisiene y cierra ambas puntas del pucho. Luego lo aplasta con sus

enormes dedos y lo deja chatito. Sin que nadie lo llame aparece el

Tonga. Tambaléandose. Transpirando. Huele a cebolla. Entre sus la-

Page 38: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Guacho #

38 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

bios carnosos y mojados tiene un pucho apagado por la mitad. En la

oreja, tipo verdulero con la birome, sostiene otro, entero. Nos mira.

Se sienta. Pide la botella. Está callado. El Anti se pone el canuto en

la boca. El Tonga lo mira. ¿Fumás?, le pregunta Gonza, seriamente.

El Tonga eructa y nos muestra el pucho que tiene en la mano. No,

le dice Gonza; faso. ¿Fumás? El Anti enciende el parisiene y le da

una sequita. Mantiene el humo, lo exhala y tose. Le pasa el canuto al

Gonza y el Gonza hace lo mismo y luego me lo pasa a mí que hago

lo mismo y se lo paso al Tonga que lo agarra y lo mira como si fuese

un billete falso. Que no se queme, le advierte alguien y el Tonga le

da una pitada. Dos. Tres. Y así hacemos hasta que se consume. Nos

quedamos callados. Hasta que el Tonga se levanta, se tambalea, se

queda quieto, sorprendido, y dice: epa, pega. A full, dice el Anti sin

reírse y luego agrega; ¿Y la merca? ¿Te va? Toten tiene una bolsita

en la casa. El Tonga, tambaleándose, dice; Eh, para tanto no. Sos un

maricón, le dice el Anti. Eh, guacho ¿qué onda?, dice el Tonga sin

dejar de moverse. Eh guacho las pelotas, le dice el Anti mientras se

levanta y se le planta de frente. El techo de la cabeza del Tonga raspa

la pera del Anti. El Tonga lo abraza y le dice; Está todo bien, Anti, yo

te re quiero a vos. El Anti se lo quita de encima y le pone un corto en

la boca. El Tonga cae sobre el pasto y se queda dormido. Sabemos

que se queda dormido porque su panza sube y baja. Además, en al-

gún momento, empieza a roncar.

Toten pide que alguien saque el té de la heladera. Son casi las doce

de la noche y ya nos bajamos el cajón de birra. Ahora estamos ju-

gando un truco de a seis mientras liquidamos los cartones de vino. El

Tonga trae la botella. Toten toma un traguito del pico, dice que ya está

y sirve en los seis vasos de vidrio de distintos modelos. Nadie toma.

Parece té aguado. Que empiece el del cumpleaños, dice alguien. To-

ten se encoje de hombros y se baja el vaso en tres tragos, y dice; no

tiene gusto a nada. Es cierto, no sabe a nada. Algunos ni siquiera lo

terminan. El Tonga se lo baja de una y pregunta si alguien quiere lo

que queda en la otra botella. Nadie lo quiere, así que el Tonga sirve lo

que queda del té en una garra de plástico y luego le agrega un cuar-

to de Uvita tinto. Y un par de hielos. Y pregunta si alguien quiere de

esto. Nadie quiere. El Tonga se baja el casi medio litro de té y vino de

un fondo blanco. Toten dice que hay que salir a patear un rato para

Page 39: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Guacho #

39 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

que el coso pegue. Tipo una estamos en Temperley haciendo una

vaquita. Estamos igual que siempre; inquietos, desequilibrados y sin

poder articular muchas palabras juntas, pero no hay nada de visiones

o flasheos o de todo eso que dijo Toten que iba a suceder. Entramos

al bar y nos sentamos en la única mesa vacía. Hay mucho humo, mú-

sica, gritos y gente yendo y viniendo. Pedimos unas birras y habla-

mos sin saber de qué. En un momento el Tonga se levanta, mira a su

alrededor, abre la boca, pereciera que le cae baba, y balbucea algo

indescifrable. ¿Adónde vas?, le pregunta el Anti. El Anti ya no da más

y dice haber visto algo raro pero nadie le creyó. A-l-b-a-a-a-ñ-o,

dice el Tonga y trata de desprenderse de las sillas. Se cae encima de

uno, se cae encima de otro y sale a una especie de pasillito. De ahí,

en vez de enfilar para el fondo, enfila para otro lado. Nos reímos. Mirá,

dice Toten. Los que estamos de espaldas nos damos la vuelta y ve-

mos al Tonga tratando de atravesar una mesa dónde hay dos chicos y

dos chicas. Intenta atravesarla como los fantasmas que atraviesan las

paredes. Detrás de la mesa, detrás del pibe que está en la punta de la

mesa, hay una ventana abierta. El Tonga se sube a la mesa de made-

ra, patea todo lo que hay arriba, botellas, vasos, ceniceros, y quiere

pasar por encima del pibe sentado. Inmediatamente alguien gigante lo

agarra de la remera, lo baja de un tirón y lo empuja por la puerta ubi-

cada debajo de un cartel rojo que dice: EL LADRILLO – SALIDA. Con

los pibes nos meamos de risa y pedimos otra birra. Somos cinco y no

nos alcanza ni siquiera para dos.

El Tonga despierta y ya es de día. No hay sol pero el cielo está

celeste agua. Los únicos que quedamos seguimos sentados en el

cordón de la vereda. Ya no hay música. Ni chicos en el patio, ni es-

cabio. Pasan un par de autos. Un viejo pasea un perro policía. Otra

vieja, a tres casas más allá, sale a baldear la vereda. Onda que me

dormí, dice el Tonga. ¿Todo bien?, le pregunta el Anti. El Tonga se

toca la boca. No sangra, no está colorada, nada. Te re pegó el faso,

¿no?, le dice el Anti. El Tonga se echa un vómito en el pasto. Deja

una mancha amarilla, parece un huevo frito. Se limpia la boca con la

remera y se sienta con nosotros. Tomate esto que te va a hacer bien,

le dice el Anti y le pasa un pelpa. Es un papelito de esos que recubren

los atados de cigarrillo que tiene un polvo más blanco que el blanco

del reverso del papel metálico. El Tonga no lo agarra. Está todo bien,

Page 40: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Guacho #

40 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

le dice Toten; mirá; nosotros tomamos y estamos re frescos. Al final,

cuando le dicen que tomando eso llega re sobrio y calmo a su casa,

el Tonga le pega una aspiradita. Nos reímos, salvo el Anti que le estira

la mano y le dice; loco, ¿qué hacés mañana a la noche? Sacuden las

manos un buen rato hasta que el Anticristo se ríe y le dice: Venite y

escabiamos unas birras y salimos por ahí. Joya, dice el Tonga y unos

minutos después nos dispersamos cada uno a su casa. El Tonga va a

aspirar aspirina picada por lo menos unos quince días más. Hasta que

al Anti deja de causarle gracia.

El Tonga dice que no recuerda lo que hizo anoche. Y dice que su

viejo casi lo faja porque dejaron toda la cocina sucia. Y que la olla

huele mal y que los vasos de vidrio huelen mal y que alguien se hizo el

boludo y vomitó debajo de la mesa. El Tonga se pasa la tarde pregun-

tándonos, primero a todos, luego a cada uno, quién es el forro que le

chetió el D.N.I. Y el buzo de Megadeth. Y las zapatillas. Que ya fue,

que se dejen de joder. Nos reímos un buen rato hasta que el Tonga se

vuelve re denso y ya aburre. Parece que no le entra en la cabeza que

nosotros no le sacamos nada. Tomamos unas birritas hasta el atar-

decer. El Tonga ya no molesta, aunque sigue desconfiando de todos.

Mira de reojo a ver si hacemos algo raro, como pasarnos el docu-

mento, o el buzo o las zapatillas, por lo bajo. Pero no. Esta vez nadie

tiene nada que ver. Y el Tonga nos cree casi una semana después,

cuando una voz desconocida lo llama por teléfono y le pregunta si él

es Gastón Monzón. El Tonga le dice que sí, entonces la voz le dice

que encontró su documento en la estación de trenes, en Ezeiza. Y que

vaya para allá así se lo entrega. Una tarde de viernes lo acompaña-

mos hasta Ezeiza y el Tonga recupera su D.N.I. Se lo da una señora

grande, como de treinta años, que le dice que por las dudas haga la

denuncia en la comisaría. El Tonga le agradece, no le da la plata que

le había dado su vieja para que la diera como recompensa, y volvemos

en el tren. Y planeamos qué vamos a hacer hoy. Cuando llegamos

a Temperley, Toten dice que juntemos unas monedas y compremos

nuez moscada. Que su hermano le dijo que hay que comprar cien

gramos de nuez moscada en polvo y aspirarla. Que eso te deja del

orto. El Tonga, mientras aporta con dos pesos, dice: qué va a pegar,

boludo. Me parece que tu hermano es un gil de aquellos.

*

Page 41: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Los nietos del carnicero * 2011 # 41 # Enrique Rivas

| L a n o c h e d e l o s m o c o s c a l i e n t e s |

El Anticristo me pregunta si esta camioneta es la camioneta. Aunque

primero me pregunta si los flacos saben adónde vivo. Si me vieron

entrar a mi casa. Si me siguieron o algo de eso. Le digo que no, que

no me vieron y que no me siguieron y que nada de eso. Después el

Anti me pregunta si los conozco, si los tengo vistos de algún lado. Le

digo que es la primera vez que los veo en mi vida. Estabas en pedo,

me dice el Anti; capá no los reconocistes. Varela insiste con que de-

ben ser los hijos (o algo así) del Diputado porque ahí (señala la casa)

vive un Diputado. Nadie le da bola porque Varela no vive en este ba-

rrio, vive como quince cuadras más allá, así que no puede saber ni

a palos quién vive acá. El Anticristo, al final, me pregunta; ¿cuántos

eran? Hago un repaso mental y le digo que como tres, no, como cua-

tro, aunque los que me cagaron a piedrazos eran más de cinco. El

Anti dice que aguantemos en la puerta de mi casa y que no hagamos

bardo, por las dudas. Le manguea la playera a Toten, que es el único

al que todavía no se la afanaron, y se va pedaleando tranquilo. Es una

noche calurosa y con los pibes estamos sentados en el paredoncito

de la puerta de mi casa esperando a que el Anticristo regrese todavía

no sabemos con qué.

El Tonga dice que se va a dormir. Manu y Varela también, se van a

dormir. Yo les digo que son una manga de putos. Todos. El Anticris-

to me dice que él y Toten se van a patear un rato a Lomas y que de

ahí se van para el terreno, que vaya, que algo pinta. No sé, les digo,

estoy cansado. Deben ser pasadas las tres de la mañana porque los

bares ya cerraron y en el centro no queda nadie. Es sábado. El Tonga,

Manu, Varela y yo atravesamos la plaza de Temperley y, como esta-

mos bastante borrachos, en vez de cruzar las vías por el puente las

cruzamos caminando, porque así te ahorrás casi cien metros, que no

Page 42: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

La n

oche d

e los

mocos

calie

nte

s #

42 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

es poca cosa. El Anti y Toten se van por Meeks en dirección a Lomas.

Varela dice que se van a comprar frula. Y luego de decir frula se tro-

pieza con los rieles y cae de jeta sobre las piedras aceitosas. Se ríe.

Manu y yo lo ayudamos a levantarse. El Tonga se fue a echar un meo

debajo del puente y tarda una bocha. Desde donde estamos vemos

su gorda sombra que permanece inmóvil como una fotografía. Manu

le revolea un par de piedras. El Tonga no contesta y no sabemos si se

está clavando una pajota o si se quedó dormido de parado. Aparece

con nosotros una vez que estamos en la calle. Después de cruzar la

avenida nos saludamos con un chau puto y cada cual enfila para su

lado. Camino esas cinco cuadras que hay hasta mi casa y siento un

vacío enorme. Una soledad eterna. Una desolación profunda. Todavía

estoy bastante borracho, me tambaleo, pero no estoy lo demasiado

borracho como para no darme cuenta de un montón de cosas que no

logro darme cuenta. Cuando me doy cuenta de que no logro darme

cuenta de nada me doy cuenta de que estoy acostado en la cama de

mi pieza mirando el techo negro. Todavía es de noche. No me dormí,

quizá me desmayé, pero no me dormí. No tengo puchos, no tengo

guita y no tengo sueño. Sigo mareado. Miro el reloj de plástico que

mi vieja me compró en Todo x 2 pesos y veo que son casi las cuatro

y media de la mañana. Me levanto de la cama y me pongo algo có-

modo. Un Ombú recortado como bermuda por debajo de las rodillas,

unas botitas All Star agujereadas y sucias y una remera del No Somos

Nada de La Polla Records, que para ese entonces ya se llama simple-

mente La Polla y yo no sé por qué.

El chabón me dice algo de los pantalones. Retrocedo un par de pa-

sos mientras que con mi garganta preparo un gargajo bien amarillento

y pesado. El chabón me dice algo de los pantalones porque yo le dije

cheto puto. Así le dije; sos un cheto puto, vos y tu novia. Chetos y

putos. Estoy a una cuadra de mi casa, justo en la otra esquina. Estoy

yendo para el terreno, suplicando que los pibes estén, y que si es-

tán, tengan puchos y algo para escabiar. En la esquina de mi casa,

en la parada del bondi, hay una parejita acaramelada. Se dan besitos

y se ríen. Me le acerco y le digo; Flaco, ¿tenés un pucho? El chabón

me mira. La mina me mira. Siguen sonriendo. Son más grandes que

yo, deben andar por los veinte años, de seguro. El chabón se hace

el simpático y encoje los hombros. No, no tengo, me dice. Entonces

Page 43: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

La n

oche d

e los

mocos

calie

nte

s #

43 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

le pregunto a la minita; vos, ¿tenés un pucho? Me dice que no con la

cabeza y se ríe. ¿Y unas monedas para comprar unos puchos?, les

digo a ambos. Vuelven a decir que no. Cuando empiezo a ponerme

bastante mosca, onda, dale loco, un billetito. Dos pesos, un peso, lo

que tengas, la chica agarra de la mano a su novio (o lo que sea) y se

lo quiere llevar para otro lado. Dale loco, qué onda, le digo, copate con

un tabaco. Y me le acerco. La mina insiste con llevárselo. Y el cha-

bón, que ya no sonríe, me dice; Ya fue, flaco, no tengo. ¿Entendés o

no entendés? Me le acerco un poco más, y aunque veo todo borroso

puedo distinguir un par de siluetas a mitad de cuadra que vienen hacia

nosotros porque la minita los llamó con un gesto de mano. Y aunque

estoy borracho, pero no tanto como para no conservar el sentido de

la supervivencia, pienso en pirármelas. Pero antes le digo, les digo;

Andá a la mierda, cheto del orto. Empiezo a retirarme sin dejar de gri-

tarles que son unos chetos putos. Cuando estoy cruzando la calle el

flaco me dice; comprate unos pantalones, payaso. Retrocedo con un

garzo en la boca. El chabón se suelta de la minita y se viene hacia mí.

Nos encontramos en la mitad de la calle. Escucho un grito de mujer.

Las siluetas empiezan a correr hacia nosotros. Caen un par de piedras

y cuando el flaco me viene a poner le clavo un mocazo en el ojo, justo

adentro del ojo. Veo que el chabón se tapa media cara con la palma

de una mano y ya no veo más nada porque salgo corriendo lo más

rápido que me dan las patas.

Sé lo que se siente un mocazo en el ojo y no es nada agradable. So-

bretodo si ese moco no es el tuyo. Con Manu jugamos a lo del moco.

Tiene que ser moco, no saliva. Manu es fanático del moco y nos pega

su fanatismo a todos los demás. Vive gargajeando. Primero empezó

con la mano. O sea, escupía para arriba, al cielo, y luego lo tenía que

agarrar con la mano. Total es tu moco, decía. No era difícil. Se hace

más difícil atraparlo con la lengua. Con la lengua, no con la boca o con

la garganta, con la lengua. Tenés que escupir al cielo, cerca del sol (si

no hay sol no tiene gracia), y sacar la lengua y atraparlo. La gracia del

juego es no ver el pedazo de moco bajar y entonces sacar la lengua y

que el moco se clave en tu pelo, en tu frente o en alguno de tus ojos.

Eso es perder. Si lo envolvés con la lengua y lo mostrás; es ganar. El

juego se distorsionó rápidamente y perdió su gracia cuando los que

escupíamos al cielo éramos como cinco y lo hacíamos todos al mismo

Page 44: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

La n

oche d

e los

mocos

calie

nte

s #

44 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

tiempo. Entonces te tragabas un moco que no era el tuyo. Te dabas

cuenta por el sabor y por la solidez. No hay otra.

¿Adónde fue?, me pregunta el Anticristo. Llego caminando. Corro dos

o tres cuadras y las otras cinco las hago caminando. Estoy bastante

enojado y tiemblo un poco. Debe ser por la emoción, frío no hace. Me

los encuentro en el terreno, al Anti y a Toten. Tienen una petaquita de

licor de chocolate por la mitad. Me siento en el piso de tierra. Mangueo

un pucho, tomo un trago y fumo. Toten me cuenta que casi los afa-

nan. Que en la estación de Lomas se le vinieron dos pungas al humo y

les quisieron chetiar todo. Y que tuvieron que ponerlos, dice Toten. No

le creo. Toten no puede poner a nadie. Yo les cuento lo que me pasó

recién. Ahí, a una cuadra de mi casa. Vamo a buscarlos, dice el Anti.

Le digo que no sé, que no da, que ya fue. No es que tenga miedo,

pero me siento muy cansado como para ir a buscar a alguien. Además

somos pocos; tres. Mejor otro día. ¿De dónde son?, me pregunta el

Anti. No sé, le digo. Vamos, dice el Anti y se levanta. Le da un trago a

la petaca y se la pasa a Toten. Toten también se levanta y toma de la

petaca. Agarrá eso si querés, me dice el Anti y me señala un pedazo

de caño, uno de esos tubos de metal para las cañerías de agua o algo

así, que está tirado en un rincón, oxidado. Lo agarro. Debe medir lo

que miden mis piernas. Empezamos a caminar. Los pibes se terminan

la petaca. Mangueo otro pucho. ¿Vos los bardiaste?, me pregunta el

Anticristo. Le digo que sí, que un poco, pero no tanto como para que

se pusiera así. Llegamos al lugar de los hechos y no hay nadie en la

parada del bondi. Ni a sus alrededores. No hay nadie en la calle. Acá

fue, les digo. Y de allá vinieron los que me apedrearon. Señalo hacia

la otra esquina. Enfilamos para allá. Estamos en la otra esquina y mi-

ramos para todos lados, tampoco hay nadie. Damos un par de vueltas

manzanas y nos detenemos en una esquina a tres cuadras de mi casa

y a cinco del terreno. Ya fue, dice el Anticristo, se las piraron. Vamos

para el terreno. Le digo que no, que me voy a dormir. Nos vemos ma-

ñana, me dice el Anti y nos dispersamos.

El Anticristo me pregunta; ¿qué onda, qué pasó? Manu me señala la

nariz, así como se le advierte a alguien que no se da cuenta de que

chorrea moco, y yo me arranco un pedacito de algodón sucio y lo

tiro. Me limpio la fosa nasal izquierda con la remera y me pongo otro

pedacito de algodón que guardo en el bolsillo del pantalón. Les digo

Page 45: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

La n

oche d

e los

mocos

calie

nte

s #

45 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

que desde que me levanté, hoy al mediodía, me sangra sin parar. Y

les cuento que desde hace bocha tengo problemas en la nariz. Desde

la vez que me la partieron de una trompada. Hace cinco o seis años.

Desde ese día tengo el tabique quebrado y una vena rota que hace

que, sin razón alguna, me sangre la nariz. Pero te pusieron, me dice

el Anti. Le digo que sí, pero que no fue tan grave. Y en el ojo tam-

bién, me dice Manu, lo tenés un poco morado. Le digo que sí y que

eso sí me dolió. Me duele. No lo puedo abrir bien. Me titila, algo así.

Dame un trago, le digo. Manu me pasa la birra y les cuento que ano-

che cuando volvía a mi casa, ahí en la esquina, dobló una traffic a las

chapas y pegó una frenada a mi lado. No tuve tiempo de reaccionar.

Abren la puerta movediza y bajan tres flacos. En la ventana del acom-

pañante hay otro pibe asomado. Debe de haber otro sentado como

conductor. El motor está en marcha. Es de noche, en la esquina no

hay nadie, salvo esa camioneta blanca mal estacionada, yo arrinco-

nado contra la pared de una casa y los flacos viniendo hacia mí. Entre

esos flacos está el pibe al que le dije cheto puto. El que escupí. Ese.

Se me pone de frente. Los otros no dicen nada pero están ahí, al lado

mío, haciendo bulto. Son recontra chetos, visten como si vinieran de

un casamiento o algo peor.

—¿Qué onda? —me pregunta el flaco escupido. No parece muy

bardero, pero está enojado.

—¿Qué? —le pregunto.

—¿Qué onda? —me dice en un tono fingidamente violento. Los otros

flacos me miran a la cara, me sacan cabeza y media y parecen rug-

biers. Además son rubios.

—¿De qué hablás? —le digo. Es lo único que se me ocurre. Sé que

me la van a dar.

El pibe escupido suaviza el tono y me dice:

—Mirá flaco, no queremos quilombos, pero vos te la estás buscando.

—¿De qué hablás? —le repito.

—Ponelo —grita el pibe que asoma por la ventanilla.

El escupido me dice:

—Recién te vimos con unos flacos dando vueltas por allá. ¿Qué

onda? Nosotros no te bardeamos, vos bardeaste primero.

Yo me le hago el que no lo conozco y le digo:

—¿De qué hablás, guacho?

Page 46: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

La n

oche d

e los

mocos

calie

nte

s #

46 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

—No te hagás el pelotudo —me dice—, vos me bardeaste. Y ahora

andás buscando bardo con tus amigos. Está todo bien, pero si los

vemos dando vueltas por allá se pudre en serio.

El flaco no me va a poner, me doy cuenta de eso. Es un cagón, por

eso bajó rodeado por dos giles y está acompañado por otros dos gi-

les. Nos miramos fijamente. Ninguno quiere bajar la mirada.

—Ya fue, es un nene —dice uno de los gigantes y se sube a la ca-

mioneta. El otro lo sigue.

El que me está mirando me señala a lo policía y dice:

—Ya sabés, la próxima se pudre.

Se da la vuelta y enfila para la camioneta.

Y antes de que se suba, yo le digo:

—Chupame la verga, salame.

Digo esto porque pienso que voy a tener tiempo para salir corrien-

do. Pero no tengo tiempo para salir corriendo. El flaco se viene hacia

mí y me pone un cabezazo en la nariz, a la altura de las fosas. Y al

toque una trompada en el ojo. Los otros se están bajando y alguno

me quiere patear algo pero yo no les doy el tiempo necesario porque

ya estoy corriendo de nuevo. Por suerte estoy a media cuadra de mi

casa. Corro más rápido de lo que los gordos tardarían en subir a la

camioneta, en arrancar y en girarla noventa grados para enfilar hacia

donde yo voy.

El domingo a la noche voy a juntarme con los pibes en el terreno y

el Anticristo me pregunta; ¿Qué onda, qué pasó? La mayoría ya sabe

la noticia porque a la tarde estuve con Manu. Y a Manu le encanta

anticipar las noticias. Pero hay una noticia que Manu no sabe, por-

que la descubrí recién. Viniendo para acá, les digo, vi la camioneta.

¿Dónde?, me pregunta el Anti. Ahí a la vuelta de mi casa, en la otra

esquina, les digo. Vamos, dice el Anticristo. Mirá que son gigantes, le

digo. Me la chupa, dice el Anti. Toten le dice a alguien que junte pie-

dras. No sé si alguien junta piedras pero enfilamos para allá. Somos

cinco; el Anti, Toten, Manu, Varela y su bicicleta y yo. Una vez que

llegamos acampamos frente a la casa en donde está la camioneta

subida a la vereda. De la casa lo único que se ve son el piso dos y el

piso tres. El primer piso no se ve porque lo tapa un enorme paredón

blanco, pareciera recién pintado. Brilla. La traffic también es blanca y

reluciente. Esperamos un rato. No hay nadie. No sale nadie. Son las

Page 47: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

La n

oche d

e los

mocos

calie

nte

s #

47 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

dos de la mañana. Varela dice que ahí vive un Diputado. El Anti me

pregunta si esa es la camioneta. Varela dice que ahí vive un Diputado.

Le digo que sí, que esa es la camioneta. Varela dice que ahí vive un

Diputado. Entonces el Anti se va con la bici y los demás esperamos en

la puerta de mi casa. Traé una hoja y un papel, me dice Manu. Le digo,

¿qué? Una hoja y una lapicera, dice. Y una birra, me dice Toten. Le

digo que no tengo, que no tengo hojas o lapiceras, que tiré todo. Dale

boludo, traé algo para escribir, me dice Manu. Me meto en mi casa y

de la pieza de mis hermanas arranco una hoja Rivadavia cuadricula-

da de una carpeta tirada y manoteo dos lapiceras de una cartuchera.

Una Bic roja y una sin marca de color rosa. En la heladera encuentro

un Resero por la mitad, lo debe haber dejado mi viejo. Lo secuestro.

Cuando salgo el Anti ya está con nosotros. Tiene algo envuelto en

una bolsa de basura negra. Son telas. Le paso la hoja y las lapiceras

a Manu. El Anti me arrebata el cartón. ¿Qué vas a hacer?, le pregunta

el Anti. Manu le dice que no sabe muy bien, pero que iba a poner...

Poné esto, le dice el Anti. Le da un trago al vino y dicta: En Cangallo

y Velez Sarfield. Cuando quieran, putos. Manu escribe; en Cangallo y

Velez Sarfield cuando quieran chetos putos del orto.

Verga va con V corta, salame, me dice Manu. Es lo mismo, le digo,

se entendió la onda. Estamos en mi pieza, en el altillo, cagándonos de

risa. Yo estoy sentado en mi sillón preferido, uno que encontré tirado

en la puerta de una casa, con el cogote doblado para atrás y con la

cabeza mirando al techo. Me aprieto el tabique de la nariz tratando de

que no me chorree la sangre. Porque después de la corrida me em-

pezó a sangrar de nuevo y lo del algodón ya no sirve para nada. Me

enseñaron a hacer esto para que la sangre circule con normalidad y

vuelva a la cabeza o algo así. No sé, nunca me funcionó. Varela dice

que eso que suena son los bomberos. Ni a palos, dice al Anti, eso es

una ambulancia. El de los bomberos es distinto. Afuera, pero muy le-

jos, demasiado, se escucha una sirena. Para mí es la policía, pero no

les digo nada, da igual. Ya fue.

Vamos hasta la casa de la camioneta lo más pancho que podemos.

Varela dejó la bici en el pasillo de mi casa. El Anticristo lleva la bolsa

negra. Nos acercamos a la traffic. Nadie sabe lo que tiene que ha-

cer, salvo el Anti. El Anti apoya la bolsa en el piso y de ahí, de entre

pedazos de telas rotas, saca una lata de pintura en aerosol. Una lata

Page 48: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

La n

oche d

e los

mocos

calie

nte

s #

48 #

Enrique R

ivas

| Funesi

ana *

2011

de aerosol negro y una botella de plástico con un contenido transpa-

rente en el interior. El Anticristo agita la lata, dos, tres, cuatro veces,

y se acerca a la camioneta. En ambos laterales, en ambas puertas,

escribe, en letras gigantes: PUTOS. Deja la lata en el piso y saca los

trapos. Manu coloca la hoja de carpeta escrita en el parabrisas, sos-

tenida por el limpiaparabrisas. Yo agarro la lata mientras el Anti, con

una velocidad inaudita, desparrama los trapos sobre las baldozas y

las rocía con el contenido de la botella de plástico. Yo me acerco al

paredón. El Anti saca un encendedor y enciende un trapo. Prende al

toque. Manu y Varela lo imitan y prenden más trapos. Al mismo tiem-

po yo escribo, en la pared blanca; chupame la... Los pibes tiran los

trapos incendiados por encima del paredón, hacia adentro de la casa,

adonde supuestamente debe haber un jardín o algo así. El Anti, des-

pués de que yo termine de escribir, apoya la lata de aerosol en el piso

cerca de la entrada a la casa y la rocía con alcohol, con media botella

de alcohol. La prende y salimos corriendo. Como siempre. Sale humo

negro del otro lado del paredón que yo escribí y en el que dice, en

letras mayúsculas: chupame la berga, puto.

*

Page 49: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Nació en Capital Federal (Buenos Aires)

un 1º de abril de 1979.

Vivió toda la vida en Temperley.

Actualmente intenta estudiar Letras en

la Universidad de Lomas de Zamora.

Escribe poemas, cuentos y novelas.

Este es su primer libro.

| contacto |

[email protected]

| el autor |

Page 50: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

catálogo

Historia de una chica que se enamoró de un pez[Daniela Pasik]plaquetas de poesía

San Francisco / Córdoba[Luciano Lamberti]plaquetas de poesía

Grunge[Alfredo Jaramillo]plaquetas de poesía

Poesía para Gerentes[Lucas Oliveira]

plaquetas de poesía

Los Pacoquis[Federico Levín]plaquetas de poesía

Córdoba – Buenos Aires – Rosario[Bogni – Buede – Falco – Godoy – Incardona – Llach – Lamberti –

Mairal – Paz – Quintá – Terranova – Tomas]juntos son dinamita

Memoria Falsa[Ignacio Apolo]deja vú

Autogol[Budassi – Levín – Loyds – Molina

Moret – Peyseré – Quintá – RomeroSarachu – Souto – Vigna]

juntos son dinamita

Rocanrol[Sebastián Pandolfelli]capricho

plutón canta[Cecilia Eraso]

plaquetas de poesía

Fotos Rotas[Alejandro Soifer]capricho

Misoginia Latina[Joaquín Linne]

croquetas

El derecho de matar[Raúl Carlos Barón Biza]epílogoEmilio Fernández Ciccodeja vú

Page 51: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

Losnietos

delcarnicero

de Enrique Antonio Rivas

1° EDICIÓN en PDFse trabajó con la familia de fuentes

“gulim” en diversos tamaños y formas

*

El libro está disponible para

su descarga en el blog de la Editorial

Funesiana

*

Page 52: Los Nietos Del Carnicero de Enrique Rivas - Funesiana 2011

nadie

cuenta

nada

funesi

ana |

2011