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Fronteiras: Journal of Social, Technological and Environmental Science • http://revistas.unievangelica.edu.br/index.php/fronteiras/ v.6, n.1, jan.-abr. 2017 • p. 45-68. • DOI http://dx.doi.org/10.21664/2238-8869.2017v6i1.p45-68 • ISSN 2238-8869 45 Los Límites del Territorio Nacional: desiertos impenetrables e indios salvajes en los escritos de viajeros decimonónicos en Chile 1 Inmaculada Simón Ruiz 2 Eva Sanz Jara 3 RESUMEN Tomando como fuentes de investigación los libros de viajes y de las campañas de colonización y exploración del territorio, analizaremos las descripciones sobre paisaje realizadas por viajeros y exploradores de los territorios nacionales no ocupados efectivamente por el Estado chileno entre las décadas de 1830 y 1880. Atendiendo a las definiciones de paisaje cultural, identificaremos el papel que juegan los indios en la conformación de dicho paisaje en la opinión de quienes los observaron. Partiendo de la subjetividad de quienes representan el paisaje en sus escritos, el grupo social e intelectual al que pertenecen y su capacidad de influencia, analizaremos sus valoraciones y sus proyecciones de acuerdo al arquetipo de paisaje que se va conformando a partir del XVIII con la revolución agrícola, que ellos mismos contribuyeron a consolidar y difundir a partir de sus opiniones y sus escritos. Por último, consideraremos las descripciones como actores del cambio que sufrió el paisaje durante el proceso de ocupación del territorio. Palabras clave: Viajeros y Expedicionarios; Paisaje; Indígenas; Chile; Siglo XIX. 1 Esta investigación se realizó en el marco de un proyecto de investigación financiado por la Universidad Autónoma de Chile. 2 Doctora en Historia de América Contemporánea, Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset y Universidad Complutense de Madrid, España. Universidad Autónoma de Chile, Chile. [email protected]; [email protected] 3 Doctora en América Latina Contemporánea, Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset y Universidad Complutense de Madrid, España. Universidad Complutense de Madrid, España. [email protected] brought to you by CORE View metadata, citation and similar papers at core.ac.uk provided by Portal de Revistas Eletrônicas da UniEVANGÉLICA (Centro Universitário de Anápolis)

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Fronteiras: Journal of Social, Technological and Environmental Science • http://revistas.unievangelica.edu.br/index.php/fronteiras/

v.6, n.1, jan.-abr. 2017 • p. 45-68. • DOI http://dx.doi.org/10.21664/2238-8869.2017v6i1.p45-68 • ISSN 2238-8869 45

Los Límites del Territorio Nacional: desiertos

impenetrables e indios salvajes en los

escritos de viajeros decimonónicos en Chile1

1

Inmaculada Simón Ruiz 2 Eva Sanz Jara 3

RESUMEN

Tomando como fuentes de investigación los libros de viajes y de las campañas de colonización y

exploración del territorio, analizaremos las descripciones sobre paisaje realizadas por viajeros y

exploradores de los territorios nacionales no ocupados efectivamente por el Estado chileno entre las

décadas de 1830 y 1880. Atendiendo a las definiciones de paisaje cultural, identificaremos el papel que

juegan los indios en la conformación de dicho paisaje en la opinión de quienes los observaron.

Partiendo de la subjetividad de quienes representan el paisaje en sus escritos, el grupo social e

intelectual al que pertenecen y su capacidad de influencia, analizaremos sus valoraciones y sus

proyecciones de acuerdo al arquetipo de paisaje que se va conformando a partir del XVIII con la

revolución agrícola, que ellos mismos contribuyeron a consolidar y difundir a partir de sus opiniones y

sus escritos. Por último, consideraremos las descripciones como actores del cambio que sufrió el paisaje

durante el proceso de ocupación del territorio.

Palabras clave: Viajeros y Expedicionarios; Paisaje; Indígenas; Chile; Siglo XIX.

1 Esta investigación se realizó en el marco de un proyecto de investigación financiado por la Universidad Autónoma de Chile. 2 Doctora en Historia de América Contemporánea, Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset y Universidad Complutense de Madrid, España. Universidad Autónoma de Chile, Chile. [email protected]; [email protected] 3 Doctora en América Latina Contemporánea, Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset y Universidad Complutense de Madrid, España. Universidad Complutense de Madrid, España. [email protected]

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Los Límites del Territorio Nacional: desiertos impenetrables e indios salvajes en los escritos de

viajeros decimonónicos en Chile

Inmaculada Simón Ruiz; Eva Sanz Jara

Fronteiras: Journal of Social, Technological and Environmental Science • http://revistas.unievangelica.edu.br/index.php/fronteiras/ v.6, n.1, jan.-abr. 2017 • p. 45-68. • DOI http://dx.doi.org/10.21664/2238-8869.2017v6i1.p45-68 • ISSN 2238-8869

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comienzos del siglo XIX, Chile se estrenaba como república independiente. Pasados los

primeros años de exaltación y complacencia por la recién conseguida independencia, tuvo

que hacer frente a numerosos retos, entre ellos el de consolidar la institucionalidad que daría

sustento al estado nacional. Uno de los principales desafíos fue el de definir sus fronteras

internacionales y, como veremos en este texto, no menos complejo fue el de abolir las fronteras

internas que fragmentaban un territorio que debía ser unificado en aras de la integración bajo la égida

del Estado Nación. Inmersos en estos territorios que, en términos generales, quedaban comprendidos

entre lo que entonces se conocía como el Despoblado de Atacama y el Estrecho de Magallanes había

más de 4000 kilómetros de longitud, limitados por la Cordillera de los Andes y el Océano Pacífico,

hitos geográficos todos ellos que sirven como delimitaciones territoriales en sentido laxo pero que

encerraban una enorme complejidad, al tiempo que albergaban en su interior multitud de maneras de

ocupar el espacio. La ocupación del territorio no se había hecho efectiva por parte de los españoles en

el norte, donde se instaló una frontera imaginaria a partir de la cual comenzaba el denominado

Despoblado de Atacama. También en el sur el Bío- Bío marcaba la separación entre el territorio

ocupado por los españoles y el territorio ocupado por los indios. Más concretamente, entre el Río

Mataquito y Roncaví (actuales regiones de Biobio y Araucanía) se mantuvo la denominada Guerra de

Arauco por cerca de trescientos años. Al sur, la Patagonia era un territorio prácticamente desconocido

por el que Argentina y Chile entraron en disputa a partir de sus independencias, sobre todo en las

regiones más meridionales de Magallanes y Tierra de Fuego hasta el tratado de límites establecido en

1881. (Figura 01)

Por tanto, se hacía necesario realizar viajes exploratorios a ambos extremos con el fin de

conocer las características de los territorios no ocupados efectivamente por el Estado, sus atractivos y

posibilidades de explotación y la capacidad de resistencia por parte de la población nativa. Para la

ocupación efectiva se plantearon políticas colonizadoras por indicación de viajeros y exploradores en

torno a Valdivia, al sur, y también se realizaron prospecciones y se emitieron leyes que favorecían la

penetración de la minería y la explotación del salitre al norte.

Paralelamente, en Europa, se estaba viviendo un proceso similar de reordenamiento de

fronteras en el marco de la conformación de los estados nacionales. No obstante, en el viejo continente,

se comenzaban a sentir los efectos de la Revolución Industrial. En líneas generales, aquellos países que

se estaban viendo afectados por la revolución agrícola e industrial estaban experimentando cambios

fundamentales que los impulsaban a mirar fuera de sus fronteras en busca de materias primas, de

mercados para la exportación y de lugares de acogida para los excedentes poblacionales generados por

A

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Figura 01. República de Chile: mapa esquemático con la última división territorial

Fuente: Bon C y Jara A. República de Chile: mapa esquemático con la última división territorial. 1929 Fuente: Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile. Consultado el 20-3-2017. Disponible en: http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-86733.html.

Hemos demarcado con punteado las zonas aludidas en el presente trabajo, que de norte a sur serían las actuales: Antofagasta, Tarapacá y Atacama a la izquierda, y Bio-Bío, Araucanía, Los Ríos, Los Lagos, Aysén y Magallanes a la derecha.

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la mecanización del agro y la industrialización. Es en este contexto en el que las nuevas repúblicas

americanas recibieron la atención de los gobiernos europeos bajo una nueva perspectiva de penetración

e intervención en la que la dominación económica era el objetivo primordial. Por su parte, los nuevos

gobiernos americanos, necesitados de encontrar una nueva posición en el contexto internacional, no

dudaron en establecer alianzas en países como Inglaterra -que los había apoyado durante el proceso de

independencia-, y Estados Unidos, que en poco tiempo se había consolidado a partir de la recepción de

oleadas de inmigrantes provenientes de la vieja Europa.

En el caso de Chile es llamativa la temprana afluencia de aventureros, comerciantes y

empresarios que llegaron al país por cuenta propia, atraídos por la potencialidad de negocio que

suponía, pero también lo es la cantidad de intelectuales que, comisionados por empresas o

instituciones de sus países de origen o por el propio gobierno chileno, arribaron a sus costas para

conocer y analizar el territorio desde múltiples perspectivas científicas. Muchos de estos

intelectuales que llegaron contratados por el gobierno terminaron formando cátedras en la

Universidad y participando de manera activa en la formación de las elites intelectuales y

profesionales del país. Estos intelectuales llegaron comisionados para recorrer y estudiar el

territorio. A partir de sus investigaciones y publicaciones fue como las elites de gobierno, los

intelectuales y los potenciales empresarios e inversores nacionales y extranjeros fueron tomando

conciencia de los recursos y las posibilidades de explotación del territorio nacional, así como de las

poblaciones que lo habitaban y debían ser integradas a la naciente república. Pero estos científicos

venían con un sesgo, el de su propia visión de la ocupación del territorio, y con un modelo de

nación y de desarrollo en su imaginario, construido bajo el marco del proceso de transformación

que estaba sufriendo la vieja Europa por el efecto de las revoluciones agrícola e industrial. Dicho

modelo había generado, y estaba generando, una transformación en el paisaje urbano y rural, que no

se estaba dando al mismo ritmo en las nuevas repúblicas americanas, lo que quedaba reflejado de

manera peyorativa en las descripciones de viajeros y exploradores que, frecuentemente, salpicaban

sus narraciones de críticas y consejos destinadas a sacar a los nuevos países del retraso en el que los

veían anclados. Su voz era una voz autorizada en tanto en cuanto habían sido seleccionados para

explorar y dar a conocer los recursos y las posibilidades de explotación, así como la potencialidad

del territorio aún no ocupado efectivamente, para acoger a eventuales colonos nacionales y

extranjeros. Sus escritos y sus opiniones tuvieron amplia recepción por parte de aquellos que los

habían comisionado y también por parte de las elites a las que muchos de ellos formaron en las

instituciones educativas en las que tuvieron cátedra, así como a través de los periódicos locales y de

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la edición de sus libros a nivel nacional e internacional. En este sentido, sus valoraciones y sus

propuestas de cambio incidieron en la opinión de las elites y en la puesta en marcha de políticas

públicas, de manera que sus escritos deben ser considerados como actores importantes en el proceso

de ocupación y transformación de los territorios explorados.

De la gran cantidad de viajeros y exploradores que recorrieron el país durante el siglo XIX,

hemos seleccionado una muestra de aquellos que hemos considerado más influyentes (en cuanto al

ámbito de difusión de su obra), que tuvieron representación en diferentes ámbitos y que recorrieron

una o varias de las zonas o incorporadas de manera efectiva a la territorialidad chilena hasta finales del

siglo XIX. Estas zonas son, al norte, el denominado Despoblado de Atacama, limítrofe con el entorno

minero de Copiapó y, al otro extremo el territorio al sur del Biobío integrado, a grandes rasgos, por la

Araucanía, Valdivia, la Patagonia y Tierra de Fuego. Los viajeros y exploradores seleccionados para este

estudio son dos extranjeros, Charles Darwin e Ignacio Domeyko, y dos nacionales, Francisco de San

Román y Pérez Rosales

El británico Charles Darwin viajó a Chile en los inicios de la década de los treinta y su opinión

es relevante por diversas razones. Entre ellas, por la gran difusión que tuvo su célebre obra en América

y en Europa entre sus contemporáneos y mucho después. Además, viajó por otros países

latinoamericanos, lo que supone un interés añadido, puesto que su visión no se limitó a Chile, sino que

permitió realizar comparaciones con otros países que se encontraban en situaciones similares en el

continente. Llegó a lugares totalmente apartados de los circuitos comerciales y de intercambio, pero, a

su vez, convivió temporalmente con personajes de la elite económica, social y política del norte y el sur

del país entre 1832 y 1835. En este sentido, Darwin se nutrió de diversas fuentes y fue, a su vez, difusor

de sus ideas en diferentes círculos de poder tanto europeos como latinoamericanos. Sus investigaciones

sobre el viaje quedaron recogidas en su libro Viaje de una naturalista alrededor del mundo, publicado en

1839.

Ignacio Domeyko, nacido en Bielorrusia, llegó desde su exilio en Francia contratado por el

gobierno chileno como profesor de química y mineralogía del liceo de Coquimbo en 1839. Entre 1840

y 1846 recorrió Chile desde Atacama hasta la Araucanía y, finalmente, se quedó en el país contratado

nuevamente por el gobierno para integrar el plantel del Instituto Nacional, el principal centro de

estudios secundarios del país donde se formó la elite política e intelectual chilena del siglo XIX. Más

tarde terminó formando parte de la Universidad de Chile, de la que llegó a ser rector y fundador de la

Escuela de Ingeniería. Su obra es diversa e incluye publicaciones relacionadas con sus expediciones al

norte y al sur de Chile así como tratados sobre mineralogía y sistemas de mejora de la producción

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minera. Destacaremos aquí el volumen publicado sobre su expedición en la Araucanía y Valdivia

(Domeyko 1846).

Entre los viajeros nacidos en Chile, destacamos la figura de Vicente Pérez Rosales, miembro

de una reconocida familia santiaguina que al iniciar la década del 50 del siglo XIX fue contratado por el

gobierno de Manuel Montt como agente colonizador para Valdivia y Llanquihue y que, como cónsul en

Hamburgo, reclutó importantes contingentes de colonos para su traslado a Chile. Su obra alcanzó gran

influencia en Europa, sobre todo en Alemania, donde publicó innumerables panfletos propagandísticos

para estimular la colonización, así como la propia memoria de dicha colonización (1852). La influencia

de Pérez Rosales en la política local se centró a su regreso de Europa en el Partido Nacional, bajo cuyo

alero fue diputado por Chillán (1861-64) y senador por Llanquihue (1876-1884).

También chileno es Francisco de San Román, nacido en Copiapó en 1836, quien fue

comisionado por el gobierno chileno para integrar la comisión exploradora del Desierto de Atacama en

1883, poco después de la integración de este territorio tras la Guerra del Pacífico. Realizó ocho

expediciones entre 1883 y 1886 por el desierto, la puna y la cordillera de los Andes, recorriendo

también la zona costera del desierto entre Copiapó y Taltal y recogiendo sus impresiones en diversos

escritos recopilados recientemente (Muñoz 2014). La comisión terminó integrando la cuarta sección de

Geografía y Minas de la Dirección de Obras Públicas y San Román formó parte de ella hasta la caída de

Balmaceda en 1891. San Román realizó la primera carta topográfica del desierto y las cordilleras de

Atacama y fue seleccionado por el gobierno chileno para representar al país en el V Congreso

Internacional de Geología de Washington. Su obra fue publicada en tres tomos entre 1896 y 1902 y ha

sido referente permanente hasta ahora de todos los estudios que se han realizado sobre el Desierto de

Atacama.

La influencia de la primera generación de viajeros del XIX fue importante en los trabajos de

aquellos que siguieron sus pasos. En el caso de Pérez Rosales es evidente la de Domeyko y en el de San

Román, la de Gay, la de Darwin y la de Pissis. A tanto llegó su devoción hacia ellos que la comisión con

la que viajó, puso nombre a diferentes puntos de la frontera con Perú y Bolivia: Cordillera de

Domeyko, Cordillera de Darwin, Monte Pissis, Cordillera Claudio Gay, poniendo en evidencia quienes

habían sido sus mentores. Estos primeros autores decimonónicos se nutrieron, a su vez, de la obra de

otros como Alonso de Ercilla o Jerónimo de Vivar, para el caso específico de Chile y por Pedro Ulloa,

La Condamine o Jorge Juan, tan críticos con el modelo de colonización española, como afirma Mary

Louise Pratt (2010: 274 y ss.)

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TERRITORIO Y PAISAJE

Desde la geografía histórica, Carl Sauer (1940) abogaba por el paisaje cultural entendido como

el resultado de la acción humana sobre el paisaje natural. Si el mérito de Sauer y la escuela de Berkeley

estuvo en convertir el paisaje en objeto de estudio por parte de la Geografía, las críticas le fueron

llegando por presentar una visión algo simplista de la cultura y por pretender que la mirada del geógrafo

podía desprenderse de todo halo de subjetividad (Delgado Rozo 2010). En este sentido, el concepto

paisaje ha sido revisitado recientemente por la geografía cultural que se interesa “por la percepción

vivencial del territorio, lo que ha conducido al redescubrimiento del paisaje como instancia privilegiada

de la percepción territorial, en la que los actores invierten en forma entremezclada su afectividad, su

imaginario y su aprendizaje sociocultural” (Giménez 2001: 9) El paisaje es, así, lo que se percibe y

también lo que se describe ya que “si no existe o no se toma en consideración la percepción humana

desaparecen los valores interpretativos, estéticos o culturales que son intrínsecos a la noción de paisaje”

(Delgado & Ojeda 2007: 444). Ahora bien, para entender estos valores interpretativos, en el estudio del

paisaje los historiadores en general y la historia ambiental en particular, ponen el foco en las sociedades

y no en la naturaleza, lo que nos hace “más permeables a los aportes de la teoría social que la geografía

histórica” (Leal 2002: 126).

Partiendo de estas conceptualizaciones, nos interesa analizar aquí el punto de vista de los

científicos que describieron el paisaje de los territorios no ocupados efectivamente por el estado chileno

en tanto en cuanto sus percepciones son propias de una serie de valoraciones subjetivas características

del grupo social y cultural al que pertenecen y representan. Sostenemos aquí que estas valoraciones

contribuyeron a crear una suerte de paisaje arquetípico proyectado sobre una serie de territorios sobre

los que se pretendía ejercer la dominación que perdura hasta nuestros días. El apoyo visual para estas

descripciones arquetípicas se generó en el paisajismo británico del siglo XVIII y XIX, que influyó en el

europeo y cuyo canon se trasladó a los nuevos países latinoamericanos a bordo de los barcos de los

expedicionarios que tomaban registro iconográfico de los territorios en disputa siguiendo el modelo de

los registros tomados por el ejército y la armada cuyos topógrafos militares eran, a menudo, artistas

acreditados, que enseñaban a los oficiales las destrezas del dibujo, el diseño de mapas y el

reconocimiento de paisajes (Cosgrove 2002: 75). Geógrafos e historiadores del arte como Denis

Cosgrove y W.J.T. Mitchell comparten esta visión de las representaciones de los paisajistas británicos

del XVIII como trasmisores de una serie de valores propia de la burguesía surgida al amparo de las

revoluciones agrícola e industrial que mencionábamos al principio. A través de estas representaciones se

dará legitimidad al modelo de ocupación del territorio y del imperialismo europeo (Mitchell 2002).

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El modelo arquetípico se difunde ampliamente entre elite intelectual, empresarial y política

influyendo en su accionar. En este sentido, “… el discurso puede ser entendido como el verdadero

autor de los paisajes, ya que éste nos conduce a establecer una serie de juicios valorativos que permiten

guiar a la acción” (Zapiain Aizpuru 2011: 83).Esto se percibe con gran claridad en casos como el que

nos ocupa, en donde el alcance de la dominación efectiva del incipiente estado nacional aún era muy

limitada y el desconocimiento de buena parte del territorio impulsó a los primeros gobiernos a encargar

exploraciones, con el fin de tener mayor información sobre el espacio y las personas que lo habitaban, y

determinar, así, los retos y las posibilidades de su integración al proyecto nacional. Como señala Jorge

Pinto, “…por desconocimiento de nuestra geografía ninguna de las dos primeras constituciones hizo

referencias precisas a los límites de nuestro territorio” (2003: 102). Todavía la Constitución de 1833

señalaba de manera bastante vaga como límites: el Desierto de Atacama y el Estrecho de Magallanes.

Por otra parte, en el interior del territorio se establecía una frontera clara entre el territorio integrado a

la nación y el que no lo estaba: “La parte baja de Chile, o Chile propiamente dicho, forma dos

divisiones: la primera, que se extiende al norte, desde Perú hasta el río Biobío, es el Chile español; la

segunda, que empieza en el río Biobío [...] y se extiende hasta el archipiélago de Chiloé [...], es el Chile

indio o la parte independiente” (Famin 1839: 11-12).

Entre los científicos contratados para el reconocimiento del territorio, algunos de los cuales ya

fueron mencionados al principio, destaca, por su relevancia, el naturalista francés Claudio Gay, afincado

en Chile desde 1829. Sus exploraciones por el territorio chileno se desarrollaron durante la década de

los 30 del siglo XIX y están recogidas en su Historia física y política de Chile y en un mapa de Chile

demarcando el espacio comprendido entre Copiapó y Chiloé, en el que se presenta un cuadro adicional

en el que figuran el estrecho de Magallanes y sus espacios adyacentes. Como señalan Sagredo, González

& Compan (2016), se trata de un mapa en el que aparece un Chile ajeno a los inhóspitos desiertos de

sus extremos, pero que aspira a ejercer soberanía sobre el territorio de la Patagonia Occidental hasta el

estrecho de Magallanes. El mapa señala con más o menos detalle los fenómenos naturales costeros

(conocidos gracias a cartografías realizadas desde la colonia por ingleses y españoles), mientras que a

otros lugares solo les da un nombre genérico, como al Despoblado de Atacama (categoría también

heredada de la cartografía española), la Patagonia Oriental y Patagonia Occidental y una zona

intermedia que denomina “tierra desconocida” y que quedaba comprendida entre ambas. Como señalan

estos tres autores, este fue el mapa utilizado por el gobierno y los diferentes viajeros y comisiones

exploradoras hasta la aparición en 1873 de la Geografía física de la República de Chile, del geólogo francés

Amado Pissis, quien realizó un trabajo más acabado partiendo de la obra de Gay y Domeyko. Desde

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entonces, la Oficina Hidrográfica de la Armada, creada en 1874, será la encargada de corregir y ampliar

los conocimientos aportados por estos viajeros y exploradores sobre el territorio efectivamente

ocupado, especialmente en la Patagonia, contando con el apoyo de los trabajos de exploración en Aisén

realizados por el marino Enrique Simpson.

A finales del siglo XIX, después de varias décadas de expediciones, mediciones y trazados de

mapas, el territorio chileno conocido había crecido considerablemente gracias al trabajo realizado por

estos viajeros y exploradores. La ocupación efectiva no se llevó a cabo sin violencia, sin embargo. Al

norte, la penetración vino dada por parte de aventureros y empresarios interesados en la explotación de

la minería a partir, sobre todo, del descubrimiento del mineral de plata de Chañarcillo, cerca de

Copiapó, en 1832 y a partir de la Guerra del Pacífico (1879-1883) en la que se enfrentaron Chile, Boliva

y Perú por la ocupación del territorio salitrero, que fue incorporado al final de la misma a Chile

desplazando la frontera hacia el norte con la adquisición de Tarapacá, Arica y la administración

temporal de Tacna.

Al sur, la ocupación efectiva se llevó a cabo también a través de la fuerza mediante la campaña

de Pacificación de la Araucanía (1861-1883) y de la aplicación de políticas de colonización orquestadas

por el gobierno a partir de 1845 en la región de Osorno, Valdivia y Llanquihue, y la Patagonia.

Consideramos que la labor de viajeros y expedicionarios fue fundamental para llevar a cabo

estas políticas de penetración y por ello rescatamos a continuación algunas de sus descripciones del

territorio y sus habitantes que recabaron a lo largo de sus expediciones.

IMPRESIONES SOBRE EL PAISAJE Y EL TERRITORIO

Una de las primeras descripciones de paisajes es la que aparece en el poema “La Araucana”, de

Alonso de Ercilla. De ella destaca un fragmento Domeyko para expresar lo impenetrable que puede

llegar a ser el territorio al sur de la Araucanía: territorio que, si bien no está poblado por “indios

independientes” sino por “indios pobres”, éstos aparecen sometidos por una naturaleza salvaje:

“Nunca con tanto estorbo a los humanos Quiso impedir el paso la natura, i que así de los cielos soberanos Los árboles midiesen la altura: Ni entre tantos peñascos i pantanos Mezcló tanta maleza i espesura, Como en este camino defendido De zarzas, breñas i arboles tejido” (Domeyko 1846: 31)

Pocos años antes que Domeyko, Darwin, refiriéndose a la Patagonia, se sobrecogía ante el

paisaje, impresionado por la naturaleza igualmente impenetrable:

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Fronteiras: Journal of Social, Technological and Environmental Science • http://revistas.unievangelica.edu.br/index.php/fronteiras/ v.6, n.1, jan.-abr. 2017 • p. 45-68. • DOI http://dx.doi.org/10.21664/2238-8869.2017v6i1.p45-68 • ISSN 2238-8869

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“Cuando evoco los recuerdos del pasado, las llanuras de la Patagonia acuden frecuentemente a mi memoria. Y, sin embargo, todos los viajeros están acordes en afirmar que son miserables desiertos [...] Las llanuras de la Patagonia son sin límite; apenas se las puede franquear y, por lo tanto, desconocidas; llevan el sello de haber permanecido como están hoy durante larguísimas edades, y parece que no ha de haber límite en su duración futura [...]” (Darwin 1945: 578).

De manera similar, en el extremo norte, describe así los valles de Copiapó y Huasco:

“El valle de Copiapó, simple cinta verde en medio de un desierto, se extiende en dirección sur; tiene, pues, una longitud considerable en la cordillera. El valle de Huasco y el de Copiapó podrían ser comparados a estrechas islas separadas del resto de Chile por desiertos rocosos en vez de agua salada. Al norte de esos valles no existe sino otro, muy paupérrimo, llamado Paposo, que tiene unas 200 almas. Después viene el verdadero desierto de Atacama, barrera mucho peor que el más turbulento océano” (Darwin 1945: 416).

A pesar de la gran cantidad de años que median entre la publicación del poema de Ercilla

(1574-15798) y los viajes de Darwin y Domeyko y a pesar de la diversidad climática y geográfica entre el

norte y el sur, llama la atención una constante que se repite en muchos viajeros a lo largo de esos años:

la desolación del espacio recorrido. El propio Darwin establece ese paralelo entre la Patagonia y el

Norte de Chile:

“Estoy cansado de repetir los epítetos desierto y estéril; sin embargo, estas palabras se utilizan comúnmente como términos de comparación. Las he aplicado siempre a las llanuras de la Patagonia. Pero, después de todo, en esas llanuras se encuentran matorrales espinosos y algunas matas de hierba, y puede decirse que son fértiles si se las compara con las llanuras de Chile septentrional” (Darwin 1945: 414-415).

Esta coincidencia de pareceres y de características de paisajes tan distantes y tan distintos,

responde, sin embargo, a una idea común que se repite en autores tan dispares como puedan ser un

soldado del siglo XVI como Ercilla; un naturalista, como Darwin; o comisionados del gobierno

chilenos enviados al sur y al norte como fueron el diplomático aventurero y político Vicente Pérez

Rosales o el ingeniero y topógrafo Francisco de San Román: la falta de explotación del territorio, el

poco aprovechamiento que a su juicio se hace de los recursos que saltan a la vista para la mentalidad

occidental.

“Era casi penoso ver brillar constantemente el sol sobre una región tan estéril; un tiempo tan admirable debería ir acompañado siempre de campos cultivados y de lindos huertos” (Darwin 1945: 415).

La descripción del paisaje centrada en las posibilidades de explotación es una constante en los

viajeros y expedicionarios, como se aprecia en la descripción de San Román camino al Incahuasi,

siguiendo el curso del antiguo Camino del Inca:

“Por un lado eran las asperezas, alturas y profundidades de un terreno montañoso, con sus recursos de agua y combustible para las apremiantes necesidades de la subsistencia, y por el otro el desierto llano y uniforme, pero desprovisto de todo auxilio y perpetuamente árido y seco, con su cascajo terroso penetrado de guijarros y angulosos fragmentos de rocas, sus

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costras de sal y sulfatos alcalinos, sus caliches y riquezas invisibles bajo un suelo de reflejos rojizos y fantásticos mirajes” (Muñoz 2014: 60)

De la misma manera, Pérez Rosales se refiere a la zona de Valdivia:

“Encantadoras son sin duda las primeras impresiones que esperimenta el extranjero al recorrer esta provincia: la fisonomia de su naturaleza en globo es imponente y jigantezca y la de sus detalles, el conjunto de todos los risueños caprichos de la pintura”

Y, a continuación, enumera por qué

“El comerciante ve en los multiplicados brazos de sus ríos que se pierden a lo lejos en la espesura de las selvas donde vuelven a ramificarse de nuevo, otros tantos caminos de fierro costeados y sostenidos por la naturaleza a los cuales solo falta el locomotor. El constructor naval, el carpintero, el ebanista, se complacen la vista de tan variadas y valiosas maderas y de la facilidad con que pueden exportarse. (…) el agricultor al ver la generosidad con que la tierra sustenta aquel tupido hacinamiento de corpulentas plantas, cuyos troncos aparecen enterrados en hojas y en maderas por la acción del tiempo, augura de cuanto pueden ser capaces aquellos campos cuando se sometan a la regla del arado” (Pérez Rosales 1852: 6).

Para todos ellos son evidentes las posibilidades de explotación que brindan los territorios aún

no ocupados efectivamente por el estado chileno. Por otra parte, también coinciden, sin embargo, en

que la falta de aprovechamiento de los recursos se debe a la falta de iniciativa por parte de la población

autóctona, lo que viene a justificar, finalmente la penetración de extranjeros y colonos con el fin de

poner en valor los recursos

“Esta medalla por brillante que parezca es sin embargo verdadera; pero tiene por desgracia como todas las de su especie un reverso. Todo lo que es en Valdivia simple naturaleza es hermoso, es útil, es digno de considerarse; todo lo que es obra humana a escepcion de sus costosas fortalezas el dechado de la miseria y el abandono, bien que ahora despierta de su letargo la actividad y comienza la industria a ejercer su imperio” (Pérez Rosales 1852: 6-7).

Y todavía más, explica porque la población autóctona es invisibilizada por inútil a los intereses

del conquistador y el colonizador pues no trabaja para ellos:

“La misma abundancia de los medios de existir que encuentra el frugal valdiviano de la clase media, le hace que huya de la ocupación, y el hombre acomodado no teniendo de quien valerse para sus trabajos se ve precisado a resignarse y a aparecer sin serlo, como aquel abandonado y flojo” (Pérez Rosales 1852: 7).

Encontramos, pues, al norte y al sur constantes que se repiten: las llanuras aparecen como

inhóspitas en tanto en cuanto no ofrecen recursos visibles de explotación; la naturaleza, benigna en

cuanto a recursos, se presenta como obstáculo para la penetración haciendo a desiertos y bosques

impenetrables por igual; la falta de población (o la existencia de indios no sometidos en tanto en cuanto

no tributan a la transformación del paisaje mediante su explotación siguiendo el modelo occidental) en

los territorios aún no incorporados es un obstáculo añadido para la explotación y la modificación del

paisaje en aras de la ocupación.

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IMPRESIONES SOBRE LOS HABITANTES

Así, resume Darwin su visión de los indios no sometidos:

“Entre los seres animados, nada causa quizá tanto asombro como la vida del salvaje, esto es, el hombre en el estado más ínfimo…No creo que sea posible describir la diferencia que existe entre el salvaje y el hombre civilizado. Sin embargo, puede decirse que es poco más o menos la que hay entre el animal montaraz y el animal domesticado. Una gran parte del interés que se experimenta al ver al león en su desierto, al tigre desgarrando su presa en la jungla o al rinoceronte errando por las llanuras de África” (Darwin 1945: 579).

Estos indios considerados en estado salvaje, carecen, a sus ojos, de jerarquías políticas y

sociales y no conocen más ley que la fuerza: “La perfecta igualdad que reina entre los individuos que

componen las tribus fueguinas retardarán durante algún tiempo su civilización” (Darwin 1945: 281);

con respecto a los Araucanos, otros señalan que la diferenciación tampoco es bueno “El indio no

respeta una autoridad sino en la medida en que ésta sepa hacer sobresalir su fuerza y mantener su

prestigio” (Verniory 2001: 66); y, paradójicamente, Fitz Roy, señala, también de manera crítica el

respeto que tienen ante el conocimiento de ciertos individuos más cualificados dentro de sus

sociedades:

“No hay entre los fueguinos superioridad de uno sobre otro, excepto la que se adquiere con la edad, la sagacidad y la conducta intrépida; pero el “brujo-doctor” de cada partida tiene mucha influencia sobre sus compañeros.

Siendo el más diestro como engañoso de su tribu, no es sorprendente que hubiésemos encontrado siempre al “doctor” relacionado con todo perjuicio y cada problema que surgía en nuestro tráfico con estos nativos.

Se volvió un dicho entre nosotros que tal persona era tan problemática como un doctor fueguino” (Fitz-Roy 2013: 168).

Otro signo de barbarie percibido por viajeros y exploradores al norte y al sur es el nomadismo

y la dispersión de los habitantes, características, ambas, que hacen casi imperceptible al ojo de viajeros y

exploradores su presencia en el territorio en tanto en cuanto apenas si modifican el paisaje. El

nomadismo se relaciona con conducta errante en las palabras de los viajeros ilustrados franceses

Bougainville y Frézier o en las de Ignacio Domeyko. El primero de los autores mencionados, narrando

su estancia en la Tierra del Fuego, explica: “Errantes en las llanuras inmensas de América meridional,

sin cesar a caballo, hombres, mujeres y niños, siguiendo la caza o los animales de que estas llanuras

están cubiertas, vistiéndose y haciendo cabañas con pieles [...]” (Bougainville 1921: tomo 2, 169);

Freizer, hablando de manera genérica sobre los indios del sur de Chile, opina: “Todas sus casas están

dispersas aquí y allá, en lo que se diferencian de las del Perú, de suerte que en todo Chile no se ve

ninguna ciudad, ni aldea de naturales del país. Tienen además poco apego al lugar donde viven [...]”

(Frézier 1902: 40); y Domeyko, a propósito de los araucanos, afirma:

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“El indio chileno es agricultor, agricultor por su carácter, por la naturaleza física de su país, por su genio y sus costumbres. En eso harto difiere de los pehuenches y otras tribus transandinas, que son pastoras, nómades, verdaderas aves de rapiña, y cuyas tolderías de cuero se mueven como las espesas nubes de langostas” (Domeyko 1846: 51).

Robert Fitz Roy, por su parte, hace una distinción entre los nómadas de Tierra de Fuego a los

que categoriza como: “indios caballo” e “indios canoa”, atendiendo al medio de transporte que utilizan

en sus desplazamientos.

En el otro extremo del país, el geólogo San Román da una visión muy similar de los indios

trashumantes que habitan la puna, tras un encuentro que tuvo con un arriero que la recorría en mitad

de una noche helada, transportando ganado. Cuenta San Román que, apiadándose del hombre que

sufría las inclemencias del tiempo, lo invitó a calentarse y tomar un café antes de continuar su camino.

El arriero desconfió y le preguntó cuánto le iba a cobrar, lo que lleva a San Román a reflexionar:

“¡De qué egoísmo no es capaz el hombre que así juzga a los demás! Estábamos en plena puna de Atacama, en medio de aquella raza indígena degenerada, huraña a todo contacto con el hombre social; envilecida por la humillación, embrutecida por una ignorancia que excluye toda noción de cultura y lleva cada día más y más a esas pobres gentes al divorcio con toda idea de civilización. El ´cuanto me va a cobrar, señor´ no era sino la franca e ingenua manifestación de natural egoísmo y mal comprimido rencor del indio de la puna contra el extranjero que llega hasta sus lares, no siempre- en verdad sea dicho- para favorecerlo. (…) Escenas como la anterior se repiten a cada paso entre los indios bolivianos y el viajero que los trata conforme a maneras y procedimientos a que no están habituados. Para servirse de ellos y de los recursos que pueden suministrar entre sus breñas y sus desiertos, el boliviano civilizado los considera como fuera de toda ley y de toda consideración” (Muñoz 2014: 192).

Espera, no obstante, que eso cambiará con el tiempo:

“¡Cuánta útil y bienhechora tarea está reservada al progreso de la civilización entre aquellas gentes de dulces instintos e indestructible amor a sus tradiciones y a su mísero suelo! (…) No debe olvidarse que los instintos morales evolucionan y se modifican lo mismo que los razonamientos de juicio” (Muñoz 2014: 193-194).

El lamento de San Román no se debía, sin embargo, únicamente a la desconfianza del arriero

sino a su negativa a venderle una mula, que, finalmente, era el motivo por el que lo había invitado a

calentarse y tomar café. El indio se negó a vender y, según nos relata, hubo que utilizar la fuerza y

extorsionarlo para lograr que accediera. Este ejemplo de resistencia era lo que, a juicio del explorador,

frenaba el avance del Estado. La resistencia, así sea pacífica, convertía a estos individuos seminómadas

en sujetos hostiles mientras siguieran oponiéndose a la dominación, cosa que, San Román, esperaba que

cesaría cuando sus “instintos morales” evolucionaran. La resistencia era más fuerte, sin embargo, al sur

del Biobío, donde los araucanos se oponían de manera mucho más violenta; su capacidad de resistencia

era mucho mayor porque estaban organizados y jerarquizados según el imperio de la fuerza, tal como

relataba Verniory y, por tanto, la dominación era más compleja de llevar a cabo. Así lo explica Famin:

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“Los Araucanos son los hijos primogénitos de la familia chilena. Son un pueblo que nunca ha podido

ser domado; es el único de las dos Américas que se ha mantenido siempre en su país, rechazando la

fuerza con la fuerza” (Famin 1839: 12); mientras que otro viajero británico, Basilio Hall, afirmaba: “Los

indígenas del centro de Chile son valientes y emprendedores; sin embargo su carácter es menos

belicoso que el de sus vecinos del sur, los indios de Arauco, que fueron a menudo vencidos por los

españoles, pero jamás domados” (Hall 1906: tomo 1, 259). Esta ferocidad a la que aluden los autores

transcritos ha llegado a constituir un tópico sobre los mapuches, que se mantiene en la actualidad, y que

se pone en relación frecuentemente con el nacionalismo, siguiendo el argumento de que el carácter

indómito de estas poblaciones indígenas habría hecho necesaria la independencia, que en ciertas zonas

–la Araucanía- siempre existió de facto. No es casual que el único grupo que tuvo reconocimiento

durante décadas fuera el mapuche mientras que los demás, por ser considerados inofensivos, fueron

sistemáticamente invisibilizados.

En los padrones del siglo XIX no se consigna más que la población que se radica en espacios

concretos y que está pacificada; esto es, la de los valles centrales. Trashumantes y alzados solo pueden

ser estimados, cuanto mucho, para tener noción de su capacidad de defensa:

“En cuanto al número de habitantes, segun los informes que he podido recojer en mi viaje i de cuya exactitud estoi lejos de responder, todos los Indios Tucapelinos, con los de los llanos de Taulen, de Paycaví, de Licureo, etc. hasta Cudico, pueden poner en tiempo de guerra seiscientos a ochocientos hombres en estado de llevar las armas; i segun esto alcanzaria la poblacion de indios costeños de esta parte de la Araucania a unas cinco a seis mil almas” (Domeyko 1846: 26).

No deja de ser llamativo que después de constatar las alusiones y las descripciones de los

indios de los territorios ocupados desde Tierra de Fuego hasta Atacama realizadas por viajeros y

exploradores, al describir el paisaje al norte y al sur se insista en señalarlo como desierto y como

despoblado. Consideramos que esta invisibilización se produce de manera consciente por tres motivos:

porque no se les considera potencialmente peligrosos, porque su calidad de recolectores o pastores

trashumantes y el nomadismo no dejan huella aparente en el paisaje y porque la ausencia de población,

o la presencia de población considerada salvaje, justifica la penetración. No obstante, son numerosos

los grupos humanos aludidos en estas descripciones. En la Patagonia se mencionan los cazadores

nómadas terrestres (tehuelches y selnam) y los nómadas canoeros (yaganes y alacalufes), descritos por

Darwin y Fitz-Roy; en la Araucanía, los pehuenches, descritos por Domeyko. En el Desierto de

Atacama, denominado “Despoblado de Atacama” los aimarás y los collas, a los que hace referencia San

Román como indios bolivianos, no chilenos, a pesar de que el territorio ya había sido incorporado a

Chile tras la Guerra del Pacifico.

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En otro orden de cosas, tampoco el territorio era tan homogéneo como se describe. Esta

supuesta homogeneidad del espacio y monotonía del norte como un extenso desierto no es física sino

intelectual. El naturalista avezado no podía ignorar la diversidad del norte de Chile compuesto por el

macizo andino y la puna; las cuencas intermontanas, la precordillera, la depresión intermedia, la

cordillera de la costa…; tampoco podía obviar que no era árido en toda su extensión, pues contaba con

la existencia de varios ríos, quebradas y salares y con una variedad de vegetación compuesta de

arbustos, pajonales, etc. y de animales, como las vicuña o el guanaco; sus habitantes, por otra parte,

tenían multitud de ocupaciones que iban desde la pesca hasta la agricultura, la ganadería, la caza o la

minería… (Molina Otárola 2006).

La simplificación en la descripción del espacio al norte y al sur, centrada bajo la denominación

de llanuras desérticas y despobladas u ocupadas por nómadas no es inocente, sino que responde al

prejuicio intelectual que contrapone civilización y barbarie basado en la observación clásica del

nomadismo como oposición a la polis y, por tanto, a la civilización (Noyes 2007). Es más, los pastores

nómadas podían ser contemplados como una fase previa al desarrollo del sedentarismo, pero también

como una amenaza al mismo como hiciera Gengis Khan en las llanuras de Asia y Europa (Guha &

Gadgil 1993). En este sentido, la derivación intelectual del naturalista hacia una explicación socio

económica pone en evidencia, una vez más, la existencia de un paisaje arquetípico conformado más allá

de la contemplación artística o de la investigación científica. En Latinoamérica, el máximo

representante del discurso dicotómico civilización-barbarie y de la conceptualización de llanura y

nomadismo como herencia nefasta del pasado árabe-español, fue Domingo Faustino Sarmiento, no un

artista ni un naturalista, sino un intelectual, un político que llegaría a la presidencia de la República

Argentina, desde donde dio los primeros pasos de la organización militar para la puesta en marcha de la

Campaña del Desierto (Simón 2015).

TRANSFORMACIÓN DEL PAISAJE A TRAVÉS DE LA DOMESTICACIÓN DEL TERRITORIO Y DE LA

POBLACIÓN

Hemos señalado algunos de los rasgos sobre el territorio y el paisaje que se repiten en los

escritos de los viajeros y exploradores seleccionados, así como aquellos relacionados con su

percepción sobre la incidencia de los pueblos indígenas en el territorio y en el paisaje. Ya hemos

apuntado también que estas descripciones están cargadas de contenido valórico y que son realizadas

desde perspectivas intelectuales que van más allá de lo científico o lo meramente artístico.

Corresponde analizar ahora la proyección que realizan sobre territorio y paisaje que comprometerá

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el futuro de los espacios explorados. Para ello nos basaremos en lesos rasgos comunes señalados

por los viajeros y señalaremos las propuestas que presentan para la modificación de los mismas.

En primer lugar, habría que mencionar la insistencia en describir los lugares como

despoblados. Los indios o son insuficientes o carecen de los conocimientos necesarios como para

cultivar todas las tierras disponibles. Sobre esto, se pronuncia Domeyko, quien señala que en la

Araucanía es tanta la dispersión y tan escasa la población, que los indios se ven obligados a prender

fuego de manera controlada a los pastos:

“Por todas partes i adonde quiera que se dirija la vista, se divisan casas de los Indios, siempre aisladas, separadas unas de otras, i las mas arrimadas a cordon de los primeros cerrillos en que principian las selvas. Torrentes de llama i torbellinos de humo cubrian estos llanos en el mes de febrero cuando yo los iba atravesando: i esto provenia de que no pudiendo los Indios utilizar sus pastos por la escasez de sus ganados, les pegaban fuego para librarse de los perjuicios que les hubieran causado secándose aquellos para el año siguiente.” (Domeyko 1846: 26).

Más adelante, el mismo autor asemeja las tierras no cultivadas con tierras abandonadas por los

indios, lo cual, según su lógica puede solucionarse a partir de la intervención del Estado:

“Convendria que el Gobierno mismo interviniese en estas compras de tal modo que él de su cuenta, fuese comprador de los terrenos, i los vendiese al contado o 1os repartiese segun creyere mas conveniente, como lo hace, si no me equivoco, el Gobierno de los Estados Unidos en la compra de los terrenos abandonados por los indios”(Domeyko 1846: 92-93).

En el norte, donde también hay grandes extensiones sin explotar pero la constante, y entramos

aquí en otro de los problemas recurrentes identificados por viajeros y exploradores, es la escasez de

agua, los viajeros y exploradores insisten en la necesidad de aumentar primero las posibilidades de

acceso al recurso. Así lo vemos, para el caso de Arica, comentado por D´Orbigny, un viajero

comisionado por el Museo de Historia Natural de París, para la exploración del territorio peruano en la

década de los cuarenta:

“Esa cantidad de agua que fluye de la tierra me dio casi la certeza de que si excavasen pozos artesianos en el valle superior, podrían fertilizar una superficie considerable de terrenos que hoy están completamente sin cultivos” (Fernández Canque 2016: 430).

Pero más adelante tiene un comentario poco frecuente:

“He escuchado a muchos habitantes de Arica asombrarse del hecho que los indígenas se hubiesen establecido en un lugar sin agua, mientras que podrían haberla obtenido en abundancia en el sitio donde ahora está Arica; pero es fácil responderles que, no estando como ellos retenidos en un foco infeccioso por un motivo de interés comercial, esos indígenas probablemente preferían ir a buscar agua un cuarto de legua, antes que exponerse a las fiebres intermitentes que reinan del otro lado del Morro, estableciéndose a sotavento de ese bastión”, (Fernández Canque 2016: 430).

A pesar de las apariencias, el autor no está alabando la decisión de los antiguos habitantes de

ubicarse en lugares al amparo de posibles focos de epidemias, sino justificando que los españoles dieran

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prevalencia a sus intereses comerciales antes que a la salud de los habitantes del puerto. Para evitar o

aminorar el efecto de las epidemias lo que se proyectó no fue el traslado de la ciudad sino la desecación

de las zonas pantanosas, solución que Darwin propuso en El Callo poniendo como ejemplo sus buenos

resultados en Arica:

“La planicie de las afueras del Callao está cubierta de un pasto tosco y por algunas partes se forman lagunas de agua estanca, aunque son muy pequeñas. El miasma probablemente se origina de ellas puesto que la ciudad de Arica, que presentaba las mismas circunstancias, su estado de salubridad mejoró sobremanera gracias al drenaje del agua” (Fernández Canque 2016: 457).

En el sur, se hicieron también propuestas relativas a disminuir las zonas pantanosas para

transformarlas en zonas de cultivo:

“Uno de los efectos mas benéficos que pudieran resultar de la colonizacion de aquellas selvas i montañas, consistiría en la mejora del temperamento de toda la provincia de Valdivia; mejora que se deberia al corte de los árboles i al cultivo de los terrenos que hasta ahora no hacen otra cosa mas que atraer i conservar la humedad i exhalar miasmas maléficos” (Domeyko 1846: 68).

La opinión de Vicente Pérez Rosales es en este punto, como en muchos otros, coincidente

con la de Domeyko. De hecho, resulta tan similar, que nos permite inferir que el trabajo de Domeyko

fue su libro de cabecera durante el proceso de colonización (Pérez Rosales, 1852: 11)4.

Tanto Domeyko como Pérez Rosales proponen una serie de medidas para transformar el

paisaje. Entre estas medidas, destacan, además de la disminución de buena parte de la superficie

arbórea, toda una serie de transformaciones en el paisaje para que, efectivamente, terminara

convirtiéndose en la Suiza chilena, como tanto les gustaba repetir:

“A mas de esto, el temperamento, por mas que la excesiva abundancia de lluvias lo desacredite en el concepto de los habitantes del norte, es el que de todas las provincias de Chile mas se asemeja al temperamento de la parte septentrional de Europa. Por esta misma razon creo que allí nunca podrá avanzar la agricultura mientras no se introduzcan métodos europeos para reemplazar los que se observan actualmente en imitacion de los agricultores del norte” (Domeyko 1846: 98)

Siguiendo su esquema, el modelo ideal de explotación, el paisaje arquetípico, es el mismo que

aparece representado en los dibujos y pinturas de Carl Alexander Simon, activo promotor de la

colonización alemana en Valdivia. En 1850 realizó dos dibujos “Puerto Montt” y otro de la Colonia

Trinidad del Trumao que, según el análisis de Le Bonniec, describen un paisaje de dominación del que

ha desaparecido el bosque y ha sido sustituido por terrenos cercados, cultivados de manera ordenada,

con una iglesia al fondo. Inserta en ellos aparece también una casa tradicional mapuche. En las

4 En adelante, señalaremos siempre junto a las opiniones de Domeyko los momentos de coincidencia de Pérez Rosales.

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imágenes no solo se ven troncos cortados por doquier sino especies no nativas (cereales y árboles

frutales) introducidas en el paisaje (Le Bonniec 2014: 75-76).

La tala de árboles en Valdivia solucionaría también otra de las constantes que exploradores y

viajeros repetían en sus descripciones: el problema de la impenetrabilidad del territorio. Abriendo

camino y despejando los bosques se facilitaba la dominación efectiva del territorio puesto que al tiempo

que, a modo de panóptico, se dejaba sin refugio a posibles enemigos emboscados durante eventuales

enfrentamientos, se facilitaban las comunicaciones abriendo vías para el transporte de mercancías:

“Desmontando en estos pasos la selva i componiendo algo el camino, quedaria establecida la principal via militar y comercial, una de las venas en que desde luego empezaría a batir el primer pulso de la nueva vida de aquellos pueblos. La obra no presenta grandes dificultades, ni creo que exija gastos extraordinarios. Se trataria ántes de todo de cortar aquel tejido de coliguales, i remover los troncos de árboles caidos desde tiempos inmemoriales, que convierten cada una de las mencionadas montañas en verdaderos fuertes capaces de resistir a cualquiera fuerza armada” (Domeyko 1846: 66-67)

Por último, otra de las constantes que encontramos en las descripciones de viajeros y

exploradores eran el nomadismo y la tendencia a la dispersión de los asentamientos humanos.

Domeyko, para la Araucanía, recomendaba no construir ciudades sino dejar que fuera “la propia

civilización” la que realizara esta labor paulatinamente, de manera que los indios no lo vieran como una

imposición:

“Es por consiguiente justo i prudente respetar por ahora en los indios aquel odio natural a las poblaciones, i renunciar a la noble vanidad de fundar ciudades, habiendo mas gloria i merito en la introduccion de la verdad cristiana i de la moral evanjélica en un pueblo salvaje, que en todas las conquistas i fundaciones de capitales. Se podria, a mi modo de ver, imitar en esto el modo como se han formado las mas poblaciones cristianas en Europa; o mejor dire, que se debería por ahora, dejar esa obra de fundar las poblaciones al órden mas natural de las cosas i al desarrollo progresivo de la civilizacion en aquel país” (Domeyko 1846: 103).

El autor no es partidario de reducirlos por la fuerza, sino por el ejemplo enviando a las

poblaciones indígenas a hombres “honrados, sobrios, desinteresados i valientes” tomados de las

ciudades fronterizas o de otros lugares del país para que figuren como capitanes de indios dotándolos

con buenos sueldos e instrucciones, para establecer principios cristianos y republicanos, así como la

instalación de misiones (Domeyko 1846: 82; Pérez Rosales, 1852: 11-12).

En el extremo norte, San Román propone algo similar, si bien disminuye el peso de la religión

para aumentar el de las condiciones materiales siguiendo el modelo más pragmático de colonización

estadounidense que el católico de los conquistadores españoles:

“No se puede inducir al salvaje a obedecer las leyes ni a aceptar los beneficios de la educación y la moral manteniéndolo al mismo tiempo en vergonzosa y aflictiva miseria, con los sufrimientos del hambre y la desnudez, con la conciencia de su degradante inferioridad y bajo

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la paternidad de autoridades eclesiásticas que les hacen vislumbrar la felicidad y la justicia solo para el otro mundo” (Muñoz 2014: 194)

Resumiendo: adquisición de tierras y parcelación de las mismas para hacerlas productivas,

modificación de los cursos de aguas, excavación de pozos y desecación de zonas pantanosas,

deforestación; concentración de la población, erradicación del nomadismo, introducción de nuevas

especies y nuevos sistemas de explotación de los recursos, organización del trabajo, mecanización y

diversificación de las actividades, atracción de colonos (preferentemente extranjeros) para que dieran

ejemplo y civilizaran a la población autóctona, son las propuestas realizadas por viajeros y exploradores

que harían efectiva la ocupación del territorio y la inserción de la población indígena al proyecto

nacional siguiendo el modelo aplicado en Europa durante el proceso de revolución agrícola e industrial.

CONSIDERACIONES FINALES

El ejercicio de poder realizado por las potencias europeas sobre sus colonias y de los nuevos

gobiernos latinoamericanos sobre los territorios enmarcados dentro de sus límites nacionales responde

a un arquetipo que ya se había ensayado previamente en Europa durante la revolución agrícola. Lejos

de ser una particularidad chilena o latinoamericana, el proceso de reparto de tierras de las comunidades

autóctonas, y con él la transformación radical del paisaje, fue una constante que se aplicó en el campo

europeo desde finales del siglo XVIII y en las colonias asiáticas y africanas durante el siglo XIX, donde,

también se generó un proceso paralelo sedentarización de las poblaciones nativas (Cosgrove 2002:87).

Ni el territorio ni el paisaje son inmutables. Con el paso del tiempo el paisaje arquetípico se

fue modificando a partir de la entrada en escena del romanticismo y, con él, los intereses nacionalistas.

El rescate del espacio y la riqueza natural como afirmaciones del carácter nacional en Europa y en

Estados Unidos (Blackbourn 2006) dieron inicio a las labores de protección de las riquezas naturales,

sobre todo de las forestales. También en América Latina comienzan a proliferar las asociaciones de

defensa de la naturaleza y a crearse los primeros parques nacionales. La protección de los bosques vino

a afectar a los últimos vestigios de propiedad comunal que quedaban en lugares como España, donde la

defensa de los comunales generó una nueva oleada de protestas campesinas (Sabio 2002). No obstante,

las leyes de protección del bosque llegaron a Chile muy tarde, en 1931, cuando buena parte del proceso

de colonización había concluido. Con estas leyes de protección, se realizarán nuevas labores de

modificación del territorio y del paisaje a partir de las labores de reforestación con la inclusión de

especies no nativas con las consecuencias ambientales que ha traído desde entonces y que, solo

lentamente, están siendo revertidas en los últimos años. Con lo anterior queremos insistir en la

incidencia que el discurso sobre el paisaje, y los arquetipos creados en torno a él, tiene sobre la acción y

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recordar con cuanta frecuencia se han obviado a lo largo de la historia los puntos de vista de las

poblaciones autóctonas y de su experiencia derivada de la relación directa y cotidiana con el medio en el

que se desenvuelven. En el caso de Chile esto fue posible gracias al proceso de invisibilización del

indígena que se realizó sistemáticamente. Las políticas que se llevaron a cabo fueron legitimadas a partir

de las opiniones e investigaciones realizadas por naturalistas decimonónicos. En algunos casos la

invisibilización fue tan efectiva a partir de entonces, que, todavía más de cien años después, cuando, en

1995, la Ley Indígena reconoció a los collas “la ignorancia de su existencia era extendida en el ámbito

regional. Algunos estudiosos habían dado noticias de ellos, pero la sociedad copiapina aún los

desconocía” (Molina Otárola 2013: 100).

Contando con los conocimientos y los mapas levantados por viajeros y exploradores se amplió

la frontera efectiva de ocupación del territorio. Durante la segunda mitad del XIX se llevó a cabo la

colonización de Valdivia, en la actual región de Los Lagos; se integró la Araucanía al “Chile español”

después de un largo proceso conocido, eufemísticamente, como el de la “Pacificación de la Araucanía”

(1860-1883); y, al norte, se amplió la frontera con la integración del territorio ganado a Perú y Bolivia en

la “Guerra del Pacífico” (1879-1883). Los trabajos de exploración contribuyeron a resignificar los

espacios a partir de los paisajes proyectados y de la ocupación efectiva de los territorios hasta entonces

considerados como límites. Desde sus posiciones de poder como voces autorizadas y reconocidas, a

través de su participación en instituciones de gobierno y educativas, viajeros y exploradores

contribuyeron a la modificación del paisaje y a la ocupación del territorio a partir de un modelo

arquetípico de desarrollo que hizo prevalecer los intereses del capital trasnacional y de las elites

vinculadas a la explotación de los recursos.

Destaca, en consecuencia, la idoneidad de los libros de viajeros y exploradores como fuente

para el estudio de la penetración efectiva y la posterior modificación del paisaje en los territorios no

ocupados efectivamente por el Estado. Como hemos mostrado, estos viajeros y exploradores nos

informan sobre los territorios del norte y el sur que Chile tomará definitivamente a finales del siglo XIX

-con las ya mencionadas “Pacificación de la Araucanía” y “Guerra del Pacífico”-, así como acerca de

sus pobladores originarios. Claro está que estos autores no expresan en todos los casos las mismas

opiniones, ni abordan siempre las mismas temáticas; tanto unas como otras varían con el tiempo,

dependiendo del momento de la centuria en que viajen, y también en función de otros factores, como

los intereses particulares o del país que los comisiona o financia; pero podemos afirmar que existen

coincidencias en ellos que llaman poderosamente la atención, tanto en lo que se refiere a los territorios

de los extremos norte y sur del país, como en lo que atañe a las poblaciones nativas de estos lugares.

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Esta coincidencia responde a que todos ellos participan de la aceptación de un paisaje arquetípico que

no coincide con el que observan en sus recorridos. Su modelo ideal choca frontalmente con el carácter

de “desierto” de los territorios norteños y sureños, así como la tendencia al nomadismo de sus

poblaciones indígenas. No por casualidad, estos viajeros y exploradores dan inicio a los avances de la

civilización -antítesis de la barbarie, caracterizada por el nomadismo y por la aparente falta de

modificación del espacio habitado- encarnada en el capitalismo y la explotación de recursos en estos

territorios por parte del estado nacional y de algunas potencias extranjeras. Con ello, la caracterización

que hacen de los espacios explorados contribuye a justificar la guerra abierta y la ocupación de los

territorios aquí mencionados.

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The Limits of the National Territory: impenetrable deserts and savage Indians in the writings of nineteenth-century travelers in Chile

ABSTRACT

Taking as research sources the travel books and the campaigns of colonization and exploration of the

territory, we will analyze the descriptions on landscape made by travelers and explorers of the territories

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not actually occupied by the Chilean State between the 1830s and 1880s. Considering definitions of

cultural landscape, we will identify the role played by the Indians in the conformation of this landscape

in the opinion of those who observed them. Starting from the subjectivity of those who represent the

landscape in their writings, the social and intellectual group to which they belong and their capacity for

influence, we will analyze their assessments and their projections according to the archetype of

landscape that is conforming from the eighteenth century with the agricultural revolution, which they

contributed to consolidate and spread from their opinions and writings. Finally, we will consider their

descriptions as actors of the change that underwent the landscape during the process of occupation of

the territory.

Keywords: Travelers and Expeditionaries; Landscape; Indigenous; Chile; Nineteenth Century.

Sumisión: 05/02/2017 Aceptación: 29/03/2017