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GACETA DE LITERATURA Y GRÁFICA NÚMERO 8 DISTRIBUCIÓN GRATUITA David Hernández / Amartizando GEMA SANTAMARÍA Ventana I Ventana: abre tu flor a las abejas fértiles. II Abro los ojos. III Ser verde es ser metal, caer con alas de helecho, envejecer los saltos ante la aguja dorada del día. Es coronar la delgadez con un sol exiliado con un ave abriendo su pecho. Ser viento es ser arrebato, mordida constante, abrirse paso entre la fronda, venir en zumbido en espíritu de hojarasca. Es no mirar atrás, aferrarse a todas las músicas como temblor de pez a todos los mares. Ser árbol es ser testigo, espiral de vejez color de nostalgia. Es hilar la leyenda con los labios abiertos, y en la cueva del ojo guardar el silencio del búho. Es ser raíz, serpiente que habita la tierra y comparte el petrificado silencio de las montañas. IV Mis ojos son la flor elegida por las abejas fértiles. V Cierro los ojos. VERÓNICA VOLKOW Despedida Que sea mi amor tan mudo como Dios, que te sea invisible y casi insospechado y aunque envuelto en la sombra o náufrago en la borrasca, que tras la noche brille si lo entiendes. Basta mirar para que exista, acatar lo profundo y somos una estrella. La luz es siempre poderosa pero se olvida fácilmente. El corazón tan sólo es un testigo, en luz no hay sombra. De más allá de mí quisiera amarte y estar en ti en la libertad cuando te encuentres en la razón que es magia y te devela profundo muy profundo. MARCELA SOLÍS-QUIROGA Esfinge Te quedaste sentada –los ojos hinchados- contemplando la agonía en el evanescente humo de un café tibio. Sonreías con la amargura de una esfinge herida y te aferrabas al barro, a las encanecidas astillas de un reloj sin tiempo. El encierro, el café, el tabaco, tu perfume envejecido... La soledad, el recuerdo, la conciencia de la muerte... Todo se reunía en tu propia imagen. Sin detenerse, un hielo congelaba tu leve y severa existencia: el irrevocable verdugo de tus días.

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Gaceta de literatura y gráfica Nueva época Número 8 Distribución gratuita

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Page 1: Literal 08

ggaacceettaa ddee lliitteerraattuurraa yy ggrrááffiiccaa.. NNúúmmeerroo 88 mmaarrzzoo ddee 22000044.. Publicación independiente. Las opiniones expresadas en los textos son responsabilidad exclusiva de susautores y no reflejan las opiniones del equipo editorial. DDiirreecccciióónn:: Jocelyn Pantoja. EEddiicciióónn:: Andrés Márquez. DDiisseeññoo:: Hernán García Crespo. CCoonnsseejjoo EEddiittoorriiaall:: AndrésMaximiliano Cruz , Jorge Jurado, Alejandro Mendoza y Roberto Cruz. CCoollaabboorraacciioonneess:: [email protected]

GACETA DE LITERATURA Y GRÁFICA ◊ NÚMERO 8 ◊ DISTRIBUCIÓN GRATUITA

David Hernández / Amartizando

GEMA SANTAMARÍA

Ventana

IIVentana: abre tu flor a las abejas fértiles.

IIIIAbro los ojos.

IIIIIISer verde es ser metal,caer con alas de helecho,envejecer los saltos ante la aguja dorada del día.Es coronar la delgadez con un sol exiliadocon un ave abriendo su pecho.

Ser viento es ser arrebato,mordida constante,abrirse paso entre la fronda,venir en zumbido en espíritu de hojarasca.Es no mirar atrás,aferrarse a todas las músicascomo temblor de peza todos los mares.

Ser árbol es ser testigo,espiral de vejezcolor de nostalgia.Es hilar la leyenda con los labios abiertos,y en la cueva del ojoguardar el silencio del búho. Es ser raíz,serpiente que habita la tierray comparte el petrificado silenciode las montañas.

IIVVMis ojos son la flor elegidapor las abejas fértiles.

VVCierro los ojos. ◊

VERÓNICA VOLKOW

Despedida

Que sea mi amor tan mudo como Dios,

que te sea invisibley casi insospechadoy aunque envuelto en la sombrao náufrago en la borrasca,que tras la noche brillesi lo entiendes.Basta mirar para que exista,acatar lo profundoy somos una estrella.La luz es siempre poderosapero se olvida fácilmente.El corazón tan sólo es un testigo,en luz no hay sombra.De más allá de mí quisiera amartey estar en ti en la libertadcuando te encuentresen la razón que es magiay te develaprofundo muy profundo. ◊

www.kloakas.com/aire/literal

MARCELA SOLÍS-QUIROGA

Esfinge

Te quedaste sentada–los ojos hinchados-contemplando la agoníaen el evanescente humode un café tibio.

Sonreías con la amargurade una esfinge heriday te aferrabas al barro,a las encanecidas astillas de un reloj sin tiempo.

El encierro, el café, el tabaco, tu perfume envejecido...La soledad, el recuerdo, la conciencia de la muerte...Todo se reunía en tu propia imagen.

Sin detenerse,un hielo congelabatu leve y severa existencia:el irrevocable verdugo de tus días. ◊

Page 2: Literal 08

con la interrupción nocturna en donde un sonidocontinuo llenaba la noche de indecisión. Mien-tras que sus ratas seguían la misma corrientecontinua, evitando trampas y mutando con losvenenos, buscando piezas grandes para la insa-ciable Reina Cenicienta.

Papeles que llenaban una caja, no importabacuál era su denominación. Cartas y papeles querellenaban un cuerpo y que con extrañas inscrip-ciones le daban oxígeno. Objetos de extraña pro-cedencia, buscando ciega y esperanzadamenteuna respuesta, como una sábana de un motel pega-joso con una mancha de sangre y la retardada cali-grafía que inscribía: "Desearía que hubieras sidotú". Fotos muertas de mujeres desnudas, algunasmás ginecológicas que otras, fragmentos de poe-sías masturbatorias y tantos otros falsos espejis-mos que reflejaban el cuerpo de la Estrellita Pros-tética. Del éxito a la cámara, de la cama de algúnobjeto con sexo aparente a la contemplaciónmonstruosa de esa imagen en el espejo que ni elruido sordo de los malos parlamentos parecía bo-rrar. Nada parecía llenar el hueco tan fácilmenteocupado por objetos de disección.

La vida transcurría con su lento proceso dedescomposición el día que una rata se posó sobre lapantalla y cambio el alucinante vacío gris por unaimagen de salvación. Ante los ojos de Cenicientase veía la cara de un joven de cutis cuidado con pla-centa, de ojos soñadores y pelo de nido de rata quebalbuceaba un fraseo tan pedante y recargado quela reina creyó estar viendo al mismísimo redentor:“No te vayas, yo podría ayudarte y cuidarte y talvez hasta azotarte, tú eres la autora de mis nochesde pesadilla, por favor regresa” balbuceaba el ga-lancillo ante una foto dispersa. La Reina de la ra-tas contempló la imagen y la tatuó en su cabeza co-mo el milagro que la salvaría de la inminente pusque avanzaba por sus piernas como el fuego otoñalsobre el bosque musgoso. Fue ese mismo día cuan-do los roedores notaron a Cenicienta un tanto másloca que otros días. La voracidad por los desperdi-cios había desaparecido y la mirada fija ya no in-tentaba buscar mensajes en las rayas del televisor,

ahora se concentraba en el techo, como si buscaraen el motivo de su desgracia un nuevo signo, algu-na locución divina que la sacara de tal predicamen-to. Las ratas adivinaron la nueva obsesión seca desus venas y se dieron a la tarea de buscar una cartade amor entre los escombros del edificio, hastaque al fin encontraron un sobre color durazno quedespedía un perfume probablemente emitido porlos gusanos que se habían tragado la fruta, peroque al olfato humano se sentía agradable. Tambiénse las ingeniaron para enviárselo al desperdicio depollo que ahora apetecía la Reina.

Había algo extraño en el olor a vida seca deesa carta. Quizás las frases no parecían sacadasde las peores canciones del radio como las de-más. Y aunque el papel despedía un olor angus-tiante, el polvo acumulado en sus orillas parecíacontar la historia de una vieja pasión. ¿Sería po-sible que alguien distinguiera entre tanta false-dad al rostro putrefacto de su verdad? Tal vez al-guien, víctima de perversiones microscópicas,realmente estaba interesado en el opaco brillo dela Estrellita Prostética. Lo mejor era matar al ga-to y no morir con la urticaria nerviosa que empe-zaba a sentir en la entrepierna.

Cenicienta parecía sedada por las líneas imagi-narias que se proyectaban en el techo y las ratas,indecisas, no recibían a través del código secretoque comían por sus piernas, si seguir tragando oenviarle otra carta al motivo de su ausencia en elconcreto. Por lo pronto, el hambre de la pesadaReina la había hecho aceptar unos trozos de galle-tas viejas que sus esclavas ratas con tanto esmerole encontraron.

La idea de entrar a ese viejo edificio caídoatemorizaba a la estrella. Estaba entre decidir yno a aventurarse entre los escombros de tan sólopensar que sus encías pudieran infectarse con elviejo polvo. Además quizás no encontraría nada.¿Cómo saber a quién llamar? ¿Bajo qué pretex-to? Desde sus membranas sensitivas, uno de lospocos órganos originales que tenía, sabía queella no era como las otras locas que postraban sufrustración en el medio vítreo. Resolvió que nohabía mejor manera de saber si sus córneas esta-ban infectadas por alguna frustración, que en-frentarla y verla a los ojos aunque sus cavidadesoculares estuvieran vacías. Así es que se adentró

en la bestia temiendo que su saliva seca derritie-ra el último de sus implantes de recién nacido ysubió las escaleras que lo conducirían finalmentea la Reina Cenicienta. Con la pesada caja que ha-bía traído consigo para no llegar a su primera ci-ta con las manos más vacías, cada escalón pare-cía desmoronarse con cada uno de sus pasos,aunque también marcaban su ascenso definitivoa la luz de la posibilidad.

Cenicienta había despegado la mirada del te-cho y miraba impacientemente la puerta por don-de habían evacuado sus padres para siempre, y desu cuerpo cosido por la pudrición se empezó a es-bozar una sonrisa que a las ratas desconcertó tan-to, que abandonaron los bocados de la tarde y hu-yeron por las misteriosas entradas y salidas dedonde emergían.

Desconocer que algo se aproxima, provocabacomezón a la Estrellita en todo el cuerpo y cuan-do atravesó la puerta que ridículamente se soste-nía sin paredes la vio a toda ella en su inmensidady su trono de mutilación y vísceras podridas. Enese momento la comezón cesó como si recordaraque ese cuerpo que la padecía era un montón depieles cosidas y aunque la Estrellita Prostéticatemblaba ante esa extraña reacción de un cuerpoque en realidad no le pertenecía, no dejó por nin-gún motivo caer la caja que lo acompañaba, lo de-tuvo en el gastado trono de la Reina Cenicienta ydejó caer su contenido como agua sobre la panta-lla amarilla del ardiente desierto.

El regalo era perfecto y verdadero: un par depesada piernas de hierro que encajaron en Ceni-cienta como un ajustado corsé sobre la carne muer-ta. Moldeándola como carne para hamburguesas.

La Estrellita Prostética vio en la Reina Ceni-cienta el espejo de sus células muertas. El fatal en-cuentro con la perfección había llegado: ya no ha-bía más necesidad de la peluca o la dentadura tras-lúcida de porcelana china, frente a Cenicienta y elcalor de la tarde, que arranciaba su olor un pocomás, ya no hacían falta los espejos de material ví-treo y perecedero. Así que una vez puestas laspiernas en su lugar la tomó, como al pedazo decarne que resta de un ser querido después de serarrollado, y le susurró al oído (uno de sus órganosmás limpios): "Gatéame, Cenicienta, hasta que al-cancemos el borde". ◊

Gatéame, CenicientaVERÓNICA BUJEIRO

Podrida, abandonada en la inmensidad de sucuerpo mutilado por las losas del edificio endonde la abandonaron sus padres por no co-

rresponder a la imagen de comercial de cereal paraniños en edad reproductiva, Cenicienta no parecíatener memoria de aquellas personas que circuns-tancialmente la habían echado al mundo. Ahora só-lo tenía a las ratas del edificio que la alimentabandiariamente con los pedazos más grandes que en-contraban y las dominaba desde su trono de pudri-ción, con su torso de 120 salados kilos y la ausenciade sus piernas, alimento temporal de ahora sus es-clavas ratas que al devorar su información genéticarindieron su voluntad a la Reina Cenicienta desci-frando sus caprichos, como la Reina misma frenteal averiado televisor de imágenes inconclusas some-tida a los extraños designios de la transmisión.

El espejo ya no puede mentir más, y no impor-tan los injertos de nalga de recién nacido que ten-ga en los pómulos ni los 2 kilos de maquillaje dehueso humano. Al reflejar aquel rostro en el espe-jo, la piel amarillenta y cansada (con todo y la pe-luca de perro afgano y la dentadura de porcelanachina) saltaban a la vista como piezas encajadas enun rompecabezas equivocado. Y a pesar de la fal-sedad, el milagro de la realidad a control remoto,el otro espejo, sólo reflejaba perfección, una per-fección tipificada por los anuncios de ron baratoque tanto dinero le habían dado a la EstrellitaProstética. Admiración, fama y fortuna… tan fal-sas y pertenecientes al fisco como sus pómulos decriatura muerta.

Ruidos de cables que no trasmiten nada. Ali-mentada por sus súbditos con un trozo de pollo amedias, Cenicienta, contemplaba las infinitas ra-yas y trataba de adivinar la corriente, oyendo vo-ces de ultratumba que hablaban de un mundo quehacía tiempo no veía, cristalizando a veces imá-genes más perecederas que un deseo y borradas

TERESA IRAZABA

A la niña de los zapatos plateados

Qué desconocido es ahora tu cuerpoguardan tus restoscon los juguetes abandonados de ese díasólo te violaron y sin levantar la mirada nada rescataste para ti.

Te diagnostican que ya eres mujercon imágenes de otro color.Atraviesan tus ojoste inventa una nueva sonrisa.

Tu rostro se pierde en la calle y con el encaje dehimentu padre el violador. ◊

David Hernández / Fucking Darwin

David Hernández / Nocivo a bordo, tropimagas abstenerse David Hernández / Si la ciudades difíciles un amores invisible

MAYTHÉ RUEDA

Preguntas al espejo

Quién te iba a decirque quedarías a estas alturasarrasado por la furia de las grises amapolas látigo incendiario encuentro de carne y arenavértigo exquisito de sal y ojos despiertos. ◊

Perita en dulcea G L

Pera que fui en vospero que soyyo misma el verdor furtivopera perdida en la noche revueltapera dolida alebrestada en silenciopera muda en la sombra del tiempofragmentos en vilo que no acaban por caer del árbol de mi torturapera de hechizo cuajado en cenizaniña indefensa al fin del encuentro. ◊

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con la interrupción nocturna en donde un sonidocontinuo llenaba la noche de indecisión. Mien-tras que sus ratas seguían la misma corrientecontinua, evitando trampas y mutando con losvenenos, buscando piezas grandes para la insa-ciable Reina Cenicienta.

Papeles que llenaban una caja, no importabacuál era su denominación. Cartas y papeles querellenaban un cuerpo y que con extrañas inscrip-ciones le daban oxígeno. Objetos de extraña pro-cedencia, buscando ciega y esperanzadamenteuna respuesta, como una sábana de un motel pega-joso con una mancha de sangre y la retardada cali-grafía que inscribía: "Desearía que hubieras sidotú". Fotos muertas de mujeres desnudas, algunasmás ginecológicas que otras, fragmentos de poe-sías masturbatorias y tantos otros falsos espejis-mos que reflejaban el cuerpo de la Estrellita Pros-tética. Del éxito a la cámara, de la cama de algúnobjeto con sexo aparente a la contemplaciónmonstruosa de esa imagen en el espejo que ni elruido sordo de los malos parlamentos parecía bo-rrar. Nada parecía llenar el hueco tan fácilmenteocupado por objetos de disección.

La vida transcurría con su lento proceso dedescomposición el día que una rata se posó sobre lapantalla y cambio el alucinante vacío gris por unaimagen de salvación. Ante los ojos de Cenicientase veía la cara de un joven de cutis cuidado con pla-centa, de ojos soñadores y pelo de nido de rata quebalbuceaba un fraseo tan pedante y recargado quela reina creyó estar viendo al mismísimo redentor:“No te vayas, yo podría ayudarte y cuidarte y talvez hasta azotarte, tú eres la autora de mis nochesde pesadilla, por favor regresa” balbuceaba el ga-lancillo ante una foto dispersa. La Reina de la ra-tas contempló la imagen y la tatuó en su cabeza co-mo el milagro que la salvaría de la inminente pusque avanzaba por sus piernas como el fuego otoñalsobre el bosque musgoso. Fue ese mismo día cuan-do los roedores notaron a Cenicienta un tanto másloca que otros días. La voracidad por los desperdi-cios había desaparecido y la mirada fija ya no in-tentaba buscar mensajes en las rayas del televisor,

ahora se concentraba en el techo, como si buscaraen el motivo de su desgracia un nuevo signo, algu-na locución divina que la sacara de tal predicamen-to. Las ratas adivinaron la nueva obsesión seca desus venas y se dieron a la tarea de buscar una cartade amor entre los escombros del edificio, hastaque al fin encontraron un sobre color durazno quedespedía un perfume probablemente emitido porlos gusanos que se habían tragado la fruta, peroque al olfato humano se sentía agradable. Tambiénse las ingeniaron para enviárselo al desperdicio depollo que ahora apetecía la Reina.

Había algo extraño en el olor a vida seca deesa carta. Quizás las frases no parecían sacadasde las peores canciones del radio como las de-más. Y aunque el papel despedía un olor angus-tiante, el polvo acumulado en sus orillas parecíacontar la historia de una vieja pasión. ¿Sería po-sible que alguien distinguiera entre tanta false-dad al rostro putrefacto de su verdad? Tal vez al-guien, víctima de perversiones microscópicas,realmente estaba interesado en el opaco brillo dela Estrellita Prostética. Lo mejor era matar al ga-to y no morir con la urticaria nerviosa que empe-zaba a sentir en la entrepierna.

Cenicienta parecía sedada por las líneas imagi-narias que se proyectaban en el techo y las ratas,indecisas, no recibían a través del código secretoque comían por sus piernas, si seguir tragando oenviarle otra carta al motivo de su ausencia en elconcreto. Por lo pronto, el hambre de la pesadaReina la había hecho aceptar unos trozos de galle-tas viejas que sus esclavas ratas con tanto esmerole encontraron.

La idea de entrar a ese viejo edificio caídoatemorizaba a la estrella. Estaba entre decidir yno a aventurarse entre los escombros de tan sólopensar que sus encías pudieran infectarse con elviejo polvo. Además quizás no encontraría nada.¿Cómo saber a quién llamar? ¿Bajo qué pretex-to? Desde sus membranas sensitivas, uno de lospocos órganos originales que tenía, sabía queella no era como las otras locas que postraban sufrustración en el medio vítreo. Resolvió que nohabía mejor manera de saber si sus córneas esta-ban infectadas por alguna frustración, que en-frentarla y verla a los ojos aunque sus cavidadesoculares estuvieran vacías. Así es que se adentró

en la bestia temiendo que su saliva seca derritie-ra el último de sus implantes de recién nacido ysubió las escaleras que lo conducirían finalmentea la Reina Cenicienta. Con la pesada caja que ha-bía traído consigo para no llegar a su primera ci-ta con las manos más vacías, cada escalón pare-cía desmoronarse con cada uno de sus pasos,aunque también marcaban su ascenso definitivoa la luz de la posibilidad.

Cenicienta había despegado la mirada del te-cho y miraba impacientemente la puerta por don-de habían evacuado sus padres para siempre, y desu cuerpo cosido por la pudrición se empezó a es-bozar una sonrisa que a las ratas desconcertó tan-to, que abandonaron los bocados de la tarde y hu-yeron por las misteriosas entradas y salidas dedonde emergían.

Desconocer que algo se aproxima, provocabacomezón a la Estrellita en todo el cuerpo y cuan-do atravesó la puerta que ridículamente se soste-nía sin paredes la vio a toda ella en su inmensidady su trono de mutilación y vísceras podridas. Enese momento la comezón cesó como si recordaraque ese cuerpo que la padecía era un montón depieles cosidas y aunque la Estrellita Prostéticatemblaba ante esa extraña reacción de un cuerpoque en realidad no le pertenecía, no dejó por nin-gún motivo caer la caja que lo acompañaba, lo de-tuvo en el gastado trono de la Reina Cenicienta ydejó caer su contenido como agua sobre la panta-lla amarilla del ardiente desierto.

El regalo era perfecto y verdadero: un par depesada piernas de hierro que encajaron en Ceni-cienta como un ajustado corsé sobre la carne muer-ta. Moldeándola como carne para hamburguesas.

La Estrellita Prostética vio en la Reina Ceni-cienta el espejo de sus células muertas. El fatal en-cuentro con la perfección había llegado: ya no ha-bía más necesidad de la peluca o la dentadura tras-lúcida de porcelana china, frente a Cenicienta y elcalor de la tarde, que arranciaba su olor un pocomás, ya no hacían falta los espejos de material ví-treo y perecedero. Así que una vez puestas laspiernas en su lugar la tomó, como al pedazo decarne que resta de un ser querido después de serarrollado, y le susurró al oído (uno de sus órganosmás limpios): "Gatéame, Cenicienta, hasta que al-cancemos el borde". ◊

Gatéame, CenicientaVERÓNICA BUJEIRO

Podrida, abandonada en la inmensidad de sucuerpo mutilado por las losas del edificio endonde la abandonaron sus padres por no co-

rresponder a la imagen de comercial de cereal paraniños en edad reproductiva, Cenicienta no parecíatener memoria de aquellas personas que circuns-tancialmente la habían echado al mundo. Ahora só-lo tenía a las ratas del edificio que la alimentabandiariamente con los pedazos más grandes que en-contraban y las dominaba desde su trono de pudri-ción, con su torso de 120 salados kilos y la ausenciade sus piernas, alimento temporal de ahora sus es-clavas ratas que al devorar su información genéticarindieron su voluntad a la Reina Cenicienta desci-frando sus caprichos, como la Reina misma frenteal averiado televisor de imágenes inconclusas some-tida a los extraños designios de la transmisión.

El espejo ya no puede mentir más, y no impor-tan los injertos de nalga de recién nacido que ten-ga en los pómulos ni los 2 kilos de maquillaje dehueso humano. Al reflejar aquel rostro en el espe-jo, la piel amarillenta y cansada (con todo y la pe-luca de perro afgano y la dentadura de porcelanachina) saltaban a la vista como piezas encajadas enun rompecabezas equivocado. Y a pesar de la fal-sedad, el milagro de la realidad a control remoto,el otro espejo, sólo reflejaba perfección, una per-fección tipificada por los anuncios de ron baratoque tanto dinero le habían dado a la EstrellitaProstética. Admiración, fama y fortuna… tan fal-sas y pertenecientes al fisco como sus pómulos decriatura muerta.

Ruidos de cables que no trasmiten nada. Ali-mentada por sus súbditos con un trozo de pollo amedias, Cenicienta, contemplaba las infinitas ra-yas y trataba de adivinar la corriente, oyendo vo-ces de ultratumba que hablaban de un mundo quehacía tiempo no veía, cristalizando a veces imá-genes más perecederas que un deseo y borradas

TERESA IRAZABA

A la niña de los zapatos plateados

Qué desconocido es ahora tu cuerpoguardan tus restoscon los juguetes abandonados de ese díasólo te violaron y sin levantar la mirada nada rescataste para ti.

Te diagnostican que ya eres mujercon imágenes de otro color.Atraviesan tus ojoste inventa una nueva sonrisa.

Tu rostro se pierde en la calle y con el encaje dehimentu padre el violador. ◊

David Hernández / Fucking Darwin

David Hernández / Nocivo a bordo, tropimagas abstenerse David Hernández / Si la ciudades difíciles un amores invisible

MAYTHÉ RUEDA

Preguntas al espejo

Quién te iba a decirque quedarías a estas alturasarrasado por la furia de las grises amapolas látigo incendiario encuentro de carne y arenavértigo exquisito de sal y ojos despiertos. ◊

Perita en dulcea G L

Pera que fui en vospero que soyyo misma el verdor furtivopera perdida en la noche revueltapera dolida alebrestada en silenciopera muda en la sombra del tiempofragmentos en vilo que no acaban por caer del árbol de mi torturapera de hechizo cuajado en cenizaniña indefensa al fin del encuentro. ◊

Page 4: Literal 08

ggaacceettaa ddee lliitteerraattuurraa yy ggrrááffiiccaa.. NNúúmmeerroo 88 mmaarrzzoo ddee 22000044.. Publicación independiente. Las opiniones expresadas en los textos son responsabilidad exclusiva de susautores y no reflejan las opiniones del equipo editorial. DDiirreecccciióónn:: Jocelyn Pantoja. EEddiicciióónn:: Andrés Márquez. DDiisseeññoo:: Hernán García Crespo. CCoonnsseejjoo EEddiittoorriiaall:: AndrésMaximiliano Cruz , Jorge Jurado, Alejandro Mendoza y Roberto Cruz. CCoollaabboorraacciioonneess:: [email protected]

GACETA DE LITERATURA Y GRÁFICA ◊ NÚMERO 8 ◊ DISTRIBUCIÓN GRATUITA

David Hernández / Amartizando

GEMA SANTAMARÍA

Ventana

IIVentana: abre tu flor a las abejas fértiles.

IIIIAbro los ojos.

IIIIIISer verde es ser metal,caer con alas de helecho,envejecer los saltos ante la aguja dorada del día.Es coronar la delgadez con un sol exiliadocon un ave abriendo su pecho.

Ser viento es ser arrebato,mordida constante,abrirse paso entre la fronda,venir en zumbido en espíritu de hojarasca.Es no mirar atrás,aferrarse a todas las músicascomo temblor de peza todos los mares.

Ser árbol es ser testigo,espiral de vejezcolor de nostalgia.Es hilar la leyenda con los labios abiertos,y en la cueva del ojoguardar el silencio del búho. Es ser raíz,serpiente que habita la tierray comparte el petrificado silenciode las montañas.

IIVVMis ojos son la flor elegidapor las abejas fértiles.

VVCierro los ojos. ◊

VERÓNICA VOLKOW

Despedida

Que sea mi amor tan mudo como Dios,

que te sea invisibley casi insospechadoy aunque envuelto en la sombrao náufrago en la borrasca,que tras la noche brillesi lo entiendes.Basta mirar para que exista,acatar lo profundoy somos una estrella.La luz es siempre poderosapero se olvida fácilmente.El corazón tan sólo es un testigo,en luz no hay sombra.De más allá de mí quisiera amartey estar en ti en la libertadcuando te encuentresen la razón que es magiay te develaprofundo muy profundo. ◊

www.kloakas.com/aire/literal

MARCELA SOLÍS-QUIROGA

Esfinge

Te quedaste sentada–los ojos hinchados-contemplando la agoníaen el evanescente humode un café tibio.

Sonreías con la amargurade una esfinge heriday te aferrabas al barro,a las encanecidas astillas de un reloj sin tiempo.

El encierro, el café, el tabaco, tu perfume envejecido...La soledad, el recuerdo, la conciencia de la muerte...Todo se reunía en tu propia imagen.

Sin detenerse,un hielo congelabatu leve y severa existencia:el irrevocable verdugo de tus días. ◊