libro. esta no es mi empresa - ignacio muro benayas · 8...
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Ignacio Muro Benayas www.ignaciomuro.es [email protected]
@imuroben
Editado en 2008 por ECOBOOK ISBN 978-84-96877-10-8
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ESTA NO ES MI EMPRESA
El desapego de los profesionales del Siglo XXI
SUMARIO
0. PROLOGO de Ramón Jáuregui INTRODUCCIÓN del autor
I. PROTAGONISTAS a pesar de todo
1. El desapego 2. Protagonismo colectivo 3. Trabajadores del conocimiento y liderazgo social 4. Mileuristas y prejubilables. Las nuevas barreras de la edad
II. LIBERTAD y ciudadanía en las empresas: las cosas pueden ser
de otra manera
1. Ciudadanos libres creando riqueza 2. Diversidad, libertad y transparencia social 3. Libertad económica: pasado y futuro 4. Más participación, más tecnología 5. Paradigmas económicos, tendencias sociales
III. MERCADO de Trabajo. De negativo a positivo, cambio de coyuntura
1. Depresión del trabajo, negocios simples 2. El expolio del trabajo 3. Un nuevo ciclo, la rehabilitación del trabajo 4. El final del mileurismo: entre la escasez de jóvenes y la multiculturalidad
5. Exceso de prejubilables: la experiencia desvalorizada 6. La inmigración puede no ser suficiente
IV. La socialización del RIESGO 1. La globalización incrementa los riesgos manufacturados
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2. El futuro del Trabajo: ¿compartir riesgos sin compartir ganancias?
3. La manipulación de los riesgos futuros y el retraso de la edad de jubilación
4. Diversificación del riesgo y socialización de la baja Productividad
5. Riesgo, flexibilidad y organización empresarial
V. Gestión del CONOCIMIENTO en las empresas: realidades y ficción 1. Sociedad del Conocimiento y Desarrollo Sostenible. El largo plazo
2. Innovación y capital intelectual 3. La externalización del conocimiento 4. Sobrecualificación y nuevo Taylorismo 5. La propiedad del conocimiento
VI. AUTONOMÍA del trabajo y trabajadores autónomos 1. Asalariados o autónomos 2. Emprendedores o la desalienación del trabajo 3. El hombre experto y los limites de los valores Organizacionales
4. El derecho a la reducción de la vida laboral 5. Trabajos sociales y nuevas oportunidades laborales
VII. Lógicas del PODER global
1. Actores del poder global 2. Multinacionales y grupos de presión, el apalancamiento del poder
3. Primeros ejecutivos: el poder determina el reparto de la riqueza
4. La autoridad amorfa o la ficción de la descentralización del poder
5. Participar en la gestión. Ser capital 6. Del buen gobierno global al empresarial 7. El empoderamiento del trabajo
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PRÓLOGO de Ramón Jáuregui
Dignificación del trabajo, profundización en la ciudadanía
La obra que prologan estas páginas acomete una tarea tan fundamental en nuestro tiempo que puede decirse que de ella depende la humanización de nuestra realidad social. Es además, muy oportuna pues se presenta en un contexto de crisis global del capitalismo financiero impulsado por el neoliberalismo dominante en los últimos decenios. No es exageración retórica para animar a la lectura de este libro, sino valoración
ajustada a la calidad de sus contenidos. Éstos giran en torno a dos pilares de nuestras vidas, el laboral o profesional, por una parte, y el político, por otra, que normalmente se han venido tratando de forma separada aunque sea imposible separar una sociedad y la vida política que despliega. La cuestión no estriba en identificar trabajo y ciudadanía, sino en relacionarlos adecuadamente a partir de su diferencia. Somos trabajadores o trabajadoras, por un lado, y ciudadanos o ciudadanas, por otro, más no podemos vernos reducidos a sólo una de esas dimensiones, eliminando la otra, ni tampoco vernos abocados a una situación esquizoide en la que una dimensión no tiene nada que ver con la otra. Al fin y al cabo somos personas con una determinada identidad, necesitadas de un mínimo de coherencia en nuestros recorridos biográficos. Si ambas cosas se mantienen separadas, cada uno de los individuos sale perdiendo en medio de una existencia escindida y la sociedad queda fracturada en dimensiones exageradas por lógicas que acaban siendo contradictorias. Tal devenir acarrea un fuerte malestar psíquico para las personas y una creciente conflictividad para el conjunto de la sociedad. “Trabajadores, ciudadanos libres creando riqueza” aborda la relación entre esos dos polos, buscando cómo hacer más eficiente y participativo el trabajo en beneficio de los individuos y de la sociedad en general. Desde sus primeras páginas queda en evidencia que la obra no tiene solamente intenciones descriptivas, no se limita a decir cómo son las cosas, sino que aborda los factores que facultan el cambio y los
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frenos que impiden una sociedad más humanizada en la que se eliminen todas las precariedades y quepan mayores niveles de autorrealización. Poner en relación trabajo y ciudadanía es algo que viene de atrás. Pero articular en concreto esa relación requiere tener muy en cuenta el contexto en que se plantea y los factores que inciden sobre cada uno de esos polos. Dos procesos de gran envergadura marcan el momento histórico en que estamos: la globalización y el desarrollo expansivo, “revolucionario”, de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación. Tales procesos se hallan estrechamente interrelacionados y afectan a todos los ámbitos de nuestra realidad y a todos los extremos de nuestro mundo, desde la economía al ámbito del conocimiento, pasando por las relaciones sociales y las dinámicas políticas. Es sobre la base de esas nuevas tecnologías como se ha impulsado el proceso de globalización en el que estamos inmersos, proceso que tiene a su vez muy distintas dimensiones, pero que encuentra su mayor concreción hasta ahora en la dimensión económica: la globalización se ha plasmado sobre todo –no exclusivamente-‐ en la configuración de un gran mercado a escala planetaria, gracias a la informática y la telemática que permiten el funcionamiento simultáneo de todos sus protagonistas en tiempo real. Al mercado global corresponde el nuevo capitalismo de nuestra época digital, un capitalismo financiero marcadamente especulativo, en el que la producción y el consumo quedan a expensas de los rápidos e intensos flujos de capitales de una economía digitalizada. La organización de la economía en red o la deslocalización masiva y progresiva de actividades productivas, que inciden fuertemente sobre el trabajo son fenómenos radicalmente nuevos pero ya consolidados. La cuestión añadida es la divisoria digital que aparece en el seno mismo de los trabajadores que Alwin Toffler denomina trabajadores del convencimiento y trabajadores contingentados, concreción de una nueva fuente de desigualdad e injusticia aparecida en nuestras sociedades, consecuencia de una globalización muy asimétrica para los diferentes sectores de la población. La realidad, como se indica en las páginas del libro que tiene en sus manos, es que, a pesar de los nuevos conocimientos producidos, acumulados y difundidos en el seno de nuestra “cultura digital”, vivimos aún en una sociedad del “des-‐conocimiento”. En tanto el saber no se aborda adecuadamente, es decir, no sólo con criterios de eficacia
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tecnológica y de eficiencia económica, sino también desde una mayor participación, se posterga la sociedad de la información o del conocimiento y se escamotean y mal utilizan recursos imprescindibles para un verdadero desarrollo sostenible El trabajo lo llevan a cabo personas, trabajadores y trabajadoras, que exigen un trato digno en su misma condición de tales, reclamado además en tanto que ciudadanos que son sujetos de derechos y portadores de dignidad. La conciliación entre trabajo y ciudadanía es una condición indispensable porque el saber es una cualidad de las personas en tanto que trabajadores que solo se socializa y se convierte en recurso productivo en unas determinadas condiciones. Cualquier modelo económico que quiera superar los negocios simples basados en la pura precariedad y los bajos salarios requiere de un clima laboral en el que sea posible la participación, requisito indispensable para la innovación, y un trato destacado a los trabajadores, proporcional a su contribución en la creación de riqueza. He ahí la desembocadura a la que se apunta desde el principio: no cabe plantear el trabajo al margen de la ciudadanía. El primero ha de ejercerse en condiciones que comporten el respeto de los derechos que la ciudadanía supone –civiles, políticos, sociales y económicos, y hasta culturales y medioambientales (derechos de “cuarta generación”)-‐; y la ciudadanía a su vez ha de desempeñarse desde la condición misma de trabajador o trabajadora. Para conseguir la adecuada interrelación entre los polos del trabajo y la ciudadanía es necesario dotarse de un lenguaje y una conceptualización que permitan esa tarea. Hay que decir que también los encontramos en esta obra. Definir el trabajador como “ciudadano libre que crea riqueza” es paso decisivo en esa dirección, pues está dando a entender que en la actividad productiva no pueden quedar atrás los derechos que corresponden a cualquier ser humano como ciudadano. Es injustificable y a la larga socialmente insostenible –amén de económicamente negativo-‐ que personas reconocidas como ciudadanos de primera –y no debe haber otras categorías-‐ en una democracia consolidada sean tratadas como trabajadores de segunda o de tercera. Estamos en condiciones para exigir y lograr que eso no sea así, pues no debe ser así. Lo exigible éticamente es necesario de todo punto políticamente y, además, como se argumenta con profundidad a lo largo del libro, también es positivo económicamente.
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Para apreciar y comprender los cambios sociales imprescindibles es necesario descender hasta el núcleo de la actividad económica, a ese centro de gravedad de la economía que es la empresa, su institución por excelencia. Y eso conlleva el análisis de la actividad laboral de millones y millones de personas en el seno de las empresas realmente existentes e inmersas en un mercado de trabajo despiadado en el que las medidas de protección de un Estado social y democrático de derecho –dónde y cuándo lo haya-‐ son en muchos casos insuficientes para poner el trabajo y a los trabajadores en el lugar en que deben estar. Además de reflexiones enriquecedoras y de referencias a datos e informes muy relevantes en cuanto a la situación de los trabajadores en el sistema económico, es de destacar la presencia de autores muy pertinentes por las aportaciones que han hecho recientemente para comprender mejor qué está pasando con el trabajo, qué les está sucediendo a los trabajadores. Uno de esos autores es Richard Sennet, en especial por su magnífica obra “La corrosión del carácter”, donde se aborda cómo los cambios ocurridos en la forma de organizar la producción, de estructurar las empresas, de funcionar el mercado, han incidido en el trabajo como actividad y en los trabajadores como personas. Desde el punto de vista psicosocial, la realidad del trabajo ha cambiado sustancialmente de la mano de la flexibilización del mercado laboral, de la precarización de muchos empleos, de la amenaza del paro, de la incorporación tardía a un puesto de trabajo y la jubilación temprana para salir del mismo, etc. Son la cara negativa de procesos que han conllevado un fuerte deterioro de las condiciones de desempeño de muchos oficios, de “laboralización” de muchas profesiones o –sociológicamente hablando-‐ de proletarización de amplias capas de las clases medias bajo la apariencia de una nivelación igualitaria en la sociedad. Si todo eso se enmarca en una sociedad con agudos procesos de ajuste en la que se acentúa la ya mencionada divisoria digital entre quienes tiene acceso a las nuevas tecnologías y quienes no lo tienen, con las consiguientes consecuencias en el acceso a un empleo o en la calificación del mismo, tenemos todos los factores que han pesado y pesan en la situación fáctica en que se encuentra el trabajo de muchos. El coste psicológico de todo ello es muy alto para el trabajador. En esas circunstancias el trabajo ha dejado de ser un factor determinante en la construcción de la identidad personal a lo largo del recorrido biográfico o el elemento de identificación social de status. De ahí la “corrosión del carácter” de la que Sennet habla y de la que estas
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páginas se hacen eco, máxime cuando los efectos sobre la personalidad a los que hemos aludido no encuentran contrapeso en formas de socialización de los individuos y de organización de los trabajadores en sociedades actualmente muy individualistas y fragmentadas. La mencionada corrosión es el reverso psíquico de la precarización y el aislamiento de los individuos como trabajadores, lo cual es consonante con el debilitamiento de las organizaciones sindicales y la vulnerabilidad de los trabajadores en multitud de circunstancias. Lo que se apunta en este libro de forma muy certera es que de la situación descrita no se saldrá sin cambios efectivos en la organización de la empresa. De ahí la insistencia, anotada desde el mismo subtítulo, en el management, es decir, en las técnicas de gestión empresarial. También es pertinente, como se hace, abordar la conexión entre el management y la izquierda. Ésta no puede quedar varada en la demonización de la empresa como institución, máxime siendo central en la vida económica de nuestras sociedades. No hay que dejar el discurso sobre la empresa en manos de la ideología neoliberal, ni atrapado en formas trasnochadas de entender su funcionamiento, como pueden ser a estas alturas las que permanecen apegadas, suicidamente apegadas, a modos fabriles tayloristas de organizar la producción. Autores como Peter Drucker han llamado la atención sobre ello y es bueno tenerlos en cuenta, si bien marcando las necesarias distancias, pues no hay necesidad de cargar con los sesgos de sus análisis –los de ese autor, por ejemplo, cuando habla muy alegremente de la “sociedad postcapitalista”-‐. Es encomiable, por tanto, el esfuerzo a que se nos invita para repensar la estructuración de la empresa y la reorganización del trabajo en empresas de nuevo cuño, acogidas ya a formas actualizadas de relacionarse hacia dentro y hacia fuera de sí mismas como “empresa-‐red” –según fórmula difundida, entre otros, por Manuel Castells en su trilogía sobre “La era de la información” o en su libro “La galaxia Internet”. Ignacio Muro nos conmina también a no vernos atrapados por las ambigüedades del lenguaje, indicativas por lo demás de las ambivalencias de la realidad. La flexibilidad, por ejemplo, puede ser positiva y negativa. Es un concepto positivo cuando se refiere a la capacidad de adaptación, el saber responder a los nuevos retos económicos por parte de las empresas y a las nuevas demandas por parte de los mismos trabajadores. Con esa “flexibilización” positiva está conectada la capacidad de innovación, fundamental en una sociedad que debe pasar del “des-‐conocimiento” al “conocimiento”,
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innovación que no sólo se ejecuta por vía de nuevas tecnologías con sus aplicaciones, sino también por vía de nuevas formas de organización y de relaciones en el seno de la empresa. Pero junto a ella hay una “flexibilidad negativa”, que sugiere resignación ante modelos jerárquicos inflexibles, o ante ajustes injustificados o desproporcionados de plantilla, o cuando se refiere al descenso en las medidas de protección del empleo. Contra esa flexibilidad negativa sugiere alternativas positivas que coloquen en la agenda social la flexibilización de las formas de propiedad y la participación de los trabajadores en el beneficio empresarial. El riesgo es otro concepto ambivalente. El “capitalismo impaciente” que sufrimos abusa con su prepotencia de la sociedad a través de lo que muy lúcidamente se denomina la “socialización del riesgo”. Que vivimos en una nueva “sociedad del riesgo” lo sabemos bien desde los análisis ofrecidos por el sociólogo alemán Ulrich Beck. Ahora se nos llama la atención acerca de cómo esos riesgos se “socializan” para distribuir sus efectos por el conjunto de la sociedad, de forma que –se dice-‐ sean más soportables si están repartidos. Una primera observación muy pertinente es la relativa a los “riesgos manufacturados”, como los llama Giddens, que son aquellos derivados de la misma acción humana, normalmente de la actividad económica apoyada en tecnologías muy potentes que inciden fuertemente en la naturaleza, de forma destructiva, desconsiderando las consecuencias para el medio ambiente y para las generaciones futuras. Como eso no computa en los costes -‐¡son bienes públicos, aunque luego los beneficios sean privados!-‐ estamos ante una forzada y abusiva “socialización del riesgo”. El nuevo capitalismo también “socializa” los riesgos de la pura actividad empresarial, aquella que pone en juego capital en un mercado inestable e impredecible, como modo de asegurar o mejorar la expectativa de beneficio de las inversiones realizadas. Lo hace de múltiples formas: externalizando los servicios internos de menor productividad – trasladados a pequeñas empresas-‐, pidiendo ayudas publicas o neutralizando en lo posible la competencia, disminuyendo los costes laborales, flexibilizando plantillas, etc. En un contexto en el que crecientes segmentos sociales participan en los riesgos, es lógico reclamar el derecho a participar, en igual proporción, en los beneficios. Es en este terreno donde hay que poner topes claros y eficaces dejando atrás las injustas asimetrías que, a ese respecto, siguen dándose en las relaciones entre el trabajo y capital. Una vía para reequilibrar las cosas
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es la de la responsabilidad social corporativa, un concepto de la empresa que abre caminos a explorar en la larga marcha de la dignidad laboral y la cohesión social. Al acometer desde una perspectiva de izquierda una reflexión en profundidad sobre la realidad del trabajo en nuestra sociedad, no podía faltar una advertencia crítica sobre el significado del autoempleo, que de manera análoga a otras realidades también se nos presenta con un perfil ambiguo. Por una parte, responde a un saludable afán de autonomía, esto es, de ejercicio de la libertad llevado al plano de quien organiza su propia actividad laboral sin dependencia de nadie. Es en ese contexto, claramente positivo, como debe entenderse el discurso sobre los emprendedores y su potencial de autorrealización que se recoge en el capitulo dedicado a la autonomía del trabajo. Sin embargo, como bien se señala, en muchos casos lo que se denomina autoempleo no es sino una salida de emergencia ante un mercado de trabajo muy duro y competitivo, que en aras de la flexibilización que se invoca lanza a muchos lejos de la estabilidad de un empleo fijo con contrato indefinido, por ejemplo, obligándoles a establecerse por sí mismos. En esas condiciones laborales y en medio de circunstancias económicas difíciles el autoempleo acaba siendo con demasiado frecuencia un duro camino de autoexplotación. Esto es lo que hay que evitar. La dignificación del trabajo, en condiciones adecuadas, debe abarcar también esas situaciones de autoempleo. La reconsideración del autoempleo encuentra plasmación adecuada en el mejor tratamiento a los trabajadores autónomos que se ha ido abriendo paso en España con el primer gobierno de Rodríguez Zapatero. Las reflexiones recogidas en las páginas de esta obra entroncan con los objetivos y medidas impulsados en la legislación española para mejorar sustancialmente las condiciones de los autónomos, máxime teniendo en cuenta que muchos de los calificados como tales son “autónomos dependientes” –expresión paradójica que alude a quienes desde su autonomía laboral trabajan en un alto porcentaje de su actividad para una determinada empresa o institución que contrata sus servicios-‐. La puesta al día de la legislación laboral, de la que forma parte los cambios impulsados sobre el trabajo autónomo, es una necesidad que requiere nuevos esfuerzos porque lo laboral ha ido quedando muy por detrás de la regulación de otros aspectos de la actividad económica. Es necesario recuperar el retraso del derecho del trabajo frente al
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derecho mercantil, como certeramente se señala desde el texto. Algunos trabajos enormemente lúcidos han ido apuntando en esa dirección. Uno de ellos, citado en las páginas que estamos invitados a leer, es el de María José Fariñas, titulado Mercado sin ciudadanía. Precisamente esta obra se plantea en cierta relación de continuidad con ésa, proponiendo que el mercado, y en su seno lo que se refiere directamente al trabajo, sea tratado con lo que implica una ciudadanía que no debe verse recortada ni en ningún sentido menoscabada en el mundo de la empresa y de las relaciones laborales. De manera muy significativa, la cuestión crucial que ha de abordarse desde la legislación laboral, en continuidad y coherencia con otros campos del derecho, es la relativa a la integración de la población inmigrante, la cual tiene su clave de bóveda en la inserción laboral de la misma. Como también se señala en la obra que prologamos, es necesario un tratamiento justo de la inmigración, escrupulosamente atento a todo lo que exige la dignidad personal de cada inmigrante, a la vez que un enfoque bien documentado de lo que la inmigración supone de positivo en nuestra realidad económica. Ambas cosas son complementarias de cara a fomentar actitudes receptivas respecto a la inmigración, contrarias a la xenofobia que se alienta desde discursos populistas y demagógicos que no hacen sino remover incautamente pasiones irracionales y consolidar prejuicios insostenibles respecto a los inmigrantes. Inserción laboral, integración social e inclusión democrática son las claves políticas para tratar dignamente todo lo que la realidad de la inmigración supone para nuestro país. El recorrido que en el libro se traza siguiendo los hitos señalados por los conceptos claves que se toman como referencia para la reflexión culmina en un último capítulo en el que se entra en la cuestión, siempre ardua de afrontar, del poder. La cita inicial de Foucault y su Microfísica del poder ya nos sitúa sobre la pista de por dónde se quiere transitar. En la globalización en la que estamos inmersos se está produciendo una transformación profunda de los mecanismos de poder, desde el ámbito macro de una economía globalizada hasta el terreno micro de las relaciones en las que los humanos interactuamos desde la proximidad. El poder se transforma, no desaparece –es como la energía, pudiendo entenderse como energía social, que bien puede operar como capacidad para hacer, pero que también puede derivar a dominio coactivo para que otros hagan, de lo cual tenemos más que abundante experiencia histórica-‐. Y si hay que insistir en que no desaparece es por el hecho de que se hace más opaco en la realidad
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actual, a pesar de las pretensiones de transparencia que por todos lados se quieren hacer valer, de la proliferación de medios de comunicación, de información que fluye por múltiples cauces. El poder se hace más opaco cuanto más se concentra y en un mundo globalizado la concentración del poder económico es muy fuerte, lo cual redunda en el acrecentamiento de los abismos de desigualdad que estamos comprobando. Las posibilidades con que contamos son hoy mucho mayores que las que podíamos encontrar no hace mucho; la tecnología disponible las ha aumentado sobremanera y eso ha repercutido en la mayor producción de riqueza que se ha conocido. Sin embargo, la concentración de poder de la que hablamos en grandes multinacionales o, mejor, transnacionales, no ha corrido a favor de una mejor distribución de esa riqueza ni de una forma humanamente mejor de organizar el modo de producción mediante el que se crea. El trabajo, y la situación de los trabajadores, resultan directamente afectados por esa concentración de poder en un mundo globalizado, un poder del que se dice que se presenta investido por una “autoridad amorfa” –recuerda la “autoridad anónima” de la que hablaba Erich Fromm hace décadas-‐ difícilmente reconocible, pero por ello mismo tremendamente eficaz a la hora de hacer valer su fuerza desde la penumbra en la que se sitúa. La dignificación del trabajo y la profundización en la ciudadanía ganan en el último capítulo unas mayores dosis de apoyatura crítica desde el momento en que la reflexión –reflexión para la acción-‐ se ubica en una órbita esencial, en la que se acometen problemas fundamentales de nuestro tiempo. El reequilibrio de nuestro mundo con más democracia, a escala planetaria, frente a un mercado que ya es global, aparece como clave fundamental. Igualmente lo es la potenciación de lo público frente a la hegemonía que ha ganado en nuestras sociedades lo privado, justificada esta última por una ideología neoliberal que ha desarrollado una influencia social y cultural que la izquierda no ha sabido contener. Las cosas pueden ir de otra manera. Más aún, deben ir, si queremos ofrecer una salida de esperanza a los habitantes de este mundo y superar la crisis global del sistema en la que estamos inmersos, muestra y consecuencia del despilfarro a que conduce el neoliberalismo, esa ideología que quiso ser “pensamiento único”. Mas todo eso no puede producirse azarosamente en virtud de la mera acumulación de circunstancias favorables. Es necesario que se impulse
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desde el pensamiento y desde la acción. Es en esos terrenos donde puede fructificar una herencia socialdemócrata puesta al día, la cual, junto a lo que viene de otras procedencias, de otros movimientos y tradiciones de signo emancipador, es tarea a la que desde estas páginas se contribuye de manera muy eficaz. Dignificar el trabajo –y en ello debe resolverse el empoderamiento del mismo que al final del libro se defiende-‐ es tarea económica, objetivo social y meta política a la que estamos éticamente obligados si queremos situarlo a la altura de la ciudadanía democrática que nuestras sociedades deben consolidar y que los individuos hemos de ejercer.
Ramón Jáuregui*
* Ramón Jáuregui Atondo (San Sebastián, España, 1948), destacado dirigente del PSOE, es actualmente Secretario General del Grupo Parlamentario Socialista en el Congreso de los Diputados. Ha sido Secretario General del Partido Socialista de Euskadi (1990-1998), Vicelehendakari del Gobierno Vasco (1987-1991) y Presidente de la Comisión de Responsabilidad Social Empresarial en el Congreso de los Diputados (2004-2008). Es Ingeniero Técnico en Construcción de Maquinaria y Licenciado en Derecho y Abogado.
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INTRODUCCIÓN del autor
Las situaciones de crisis aportan un caldo de cultivo especial a la reflexión crítica de la realidad social. ¿Consagrará la actual coyuntura el predominio absoluto del capital sobre el trabajo? ¿Ayudará, por el contrario, a convertir el trabajo en capital? Para aspirar a la expansión de las ideas democráticas es preciso descender a las entrañas del sistema productivo.
No basta con criticar cómo se distribuye la riqueza, hay que entrar en los intríngulis de cómo se produce, entre otras cosas, porque la forma de reparto, actuando como incentivo a la participación, es parte esencial del proceso de creación. Al abordarlo se entra en el meollo de intereses, influencias y poder y de cómo lo soportan las personas actuando como individuos o colectivamente, como actores sociales. La globalización ha democratizado el acceso a la riqueza al favorecer que más de 3.000 millones de personas, principalmente en Asia, accedan a un cierto nivel de desarrollo. Pero ha contribuido también a concentrar y centralizar el poder hasta niveles impensables. La lógica del buen gobierno y la responsabilidad empresarial forma parte de una segunda democratización pendiente, que debe afectar al engranaje entre trabajo y capital como relación fundamental del sistema productivo, para alimentar un modelo de convivencia que no es otro que la denominada Sociedad del Conocimiento. Dos vocablos, mileuristas y prejubilables reflejan la marginación de millones de trabajadores situados en el comienzo y en el final de sus carreras profesionales. Su análisis, presente a lo largo de todo el libro, permite abordar los efectos de la edad y la experiencia en el desarrollo profesional, y a través de él, el creciente desapego entre empresa y trabajo, uno de los rasgos del nuevo orden laboral. ¿Qué se puede hacer para cambiarlo? ¿En qué sentido hay que actuar? Las empresas son, a la vez, escuela y cuadrilátero, centros donde se construye una mirada colectiva a los problemas y se fundamenta el espíritu de cooperación y, también, espacios donde se generan y alimentan buena parte de las ansiedades y frustraciones individuales. La forma en que los conflictos se afrontan y resuelven instruye a sus
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participantes: unas veces, en el más puro primitivismo ideológico, soporte de todo individualismo asocial, –el hobbiano “el hombre es un lobo para el hombre”-‐ y otras en una cultura de colaboración que fomenta comportamientos y valores ciudadanos. Hoy más que nunca, las ideas cumplen una función imprescindible para cohesionar a los grupos. Son los enlaces virtuales que compensan la desconexión física, el cemento que favorece la vinculación de las personas en grupos de interés. Y al tiempo, como lo fueron siempre, las ideas que adquieren importancia no son las más bellas o sutiles, ni las más innovadoras, profundas y justas sino las que consiguen ser aceptadas por grupos sociales con peso en la sociedad. Desde esa convicción, se ha construido un análisis cimentado en siete conceptos, -‐desapego, libertad, mercado, riesgo, conocimiento, autonomía y poder- desde los que se recompone el acto de trabajar en una sociedad moderna. En el primer capítulo se aborda la dimensión protagonista de los trabajadores y profesionales en la creación de riqueza que contrasta con el creciente DESAPEGO de y hacia sus empresas. Se abordan la formación y la edad como nuevas barreras sociales, un hilo conductor de muchas reflexiones a lo largo de todos los capítulos; también la tensión entre lo individual y lo colectivo, signo de complejidad y riqueza de la nueva sociedad manifestada en la variedad de perfiles del trabajo. La dispersión física en un mundo de conexiones virtuales desaparece como excusa para impedir la conciencia colectiva de los trabajadores. El segundo capítulo del libro está apadrinado por la LIBERTAD. Internet y las tecnologías digitales son fuente de innovación pero reclaman un entorno participativo y un trabajador más libre. El dinamismo y la flexibilidad son valores que significan mucho más de lo que parecen hacernos creer y deben recuperarse de una narración que ha usurpado su potencial liberador, imprescindible para avanzar hacia un desarrollo sostenible y soportable. La defensa de la empresa como lugar donde se construye, simultáneamente, riqueza y ciudadanía es abordada en este capítulo. La tercera parte se ha destinado a profundizar en las tendencias profundas del MERCADO de trabajo. Nos acercan a la dura realidad del día a día, pero también a su próxima evolución muy condicionada por
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el envejecimiento demográfico. Los próximos años inician una nueva coyuntura histórica en la que la escasez de trabajadores jóvenes y la sobreabundancia de mayores van a condicionar decisivamente los valores y los modos de producir. El cuarto capítulo está patrocinado por el RIESGO y su papel en el nuevo capitalismo. De ser la fuente principal de legitimación del papel del empresario pasa a ser algo compartido con instituciones, proveedores y trabajadores. La globalización incrementa los riesgos manufacturados y favorece la aparición de la “empresa flexible” y la flexibilidad como ideología del cambio permanente, conceptos que permiten reclamar su extensión hacia formas de propiedad más abiertas. La socialización del riesgo empuja y justifica el reparto de ganancias entre trabajo y capital. La quinta parte está destinada al CONOCIMIENTO, a comprobar cómo se gestiona el capital intelectual en las empresas. Se desenmascaran tópicos a través del análisis de las externalizaciones de conocimiento y de los riesgos de un nuevo taylorismo, que contrasta con la sobrecualificación creciente de profesionales. La utopía de la Sociedad del Conocimiento queda emparentada con otro de los grandes objetivos de la humanidad: el desarrollo sostenible. El sexto capítulo está dedicado a profundizar en el concepto de AUTONOMÍA como valor ambivalente, sentido de forma diferente por asalariados autónomos, emprendedores, funcionarios, trabajadores del conocimiento o consultores. Se aborda la tensión entre el desarrollo de los individuos y los de las organizaciones empresariales. Se recupera el derecho a la reducción de la vida laboral como el símbolo más preciado de la autonomía del trabajo. El análisis termina con un capítulo dedicado al PODER y a su lógica en un mundo global. Comprender quien lo ejerce y cómo y quién lo sufre, cuáles son las formas que adopta en el nuevo capitalismo y en la nueva empresa; interpretar el papel de las nuevas tecnologías capaces de reforzar simultáneamente la centralización del poder y las tendencias participativas. Se concluye en el empoderamiento del trabajo, un requisito imprescindible para conseguir la segunda democratización del sistema productivo y superar la actual globalización. Este ensayo tuvo como título provisional “Trabajadores, ciudadanos libres creando riqueza” que recoge la idea sobre lo que debería ser el
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trabajo. El título finalmente elegido, “Esta no es mi empresa” recoge la idea sobre lo que no debería ser una empresa. Pretendia, de un lado, contribuir a un diálogo entre el management y la izquierda; por otro, desarrollar una mirada particular de la globalización y la modernidad empresarial desde la perspectiva de los profesionales progresistas. Para conseguirlo ha sido necesario desnudar el management de su carácter meramente técnico y posicionarlo en su larga frontera con las ideologías y la política. No para esclavizarlo de prejuicios ni de consignas partidistas, sino para hacer comprensible la empresa moderna a muchos profesionales, para acercar la necesidad de eficacia y flexibilidad a sociólogos, políticos y sindicalistas. Pero, sobre todo, para hacer más libre el acto de trabajar y más responsables a los trabajadores de su propio poder. Agradezco infinito el prólogo que Ramón Jáuregui, me ha brindado. Es un placer contar con su apoyo y colaboración, mucho más cuanto no solo profundiza y enriquece mis propias reflexiones sino que adelanta las circunstancias y el contexto de mis tesis desde la mirada y las dudas de un político experto y un consecuente hombre de izquierdas. No es fácil encontrar en una misma persona esas cualidades, pero más difícil aún es compaginarlas con una gran sensibilidad y conocimiento del mundo del trabajo y de la responsabilidad de las empresas en un mundo moderno.
Ignacio Muro Benayas** [email protected]
** Ignacio Muro Benayas es economista y profesor de periodismo en la Universidad Carlos III. Ha desarrollado diversas funciones directivas del primer nivel en la Agencia EFE durante 18 años y, anteriormente, en grandes empresas de diversos sectores. Escritor y analista social, publica sus artículos en diversos medios, entre ellos, el diario El País.
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CAPITULO I PROTAGONISTAS A PESAR DE TODO 1. El desapego De la empresa flexible habría que esperar capacidad de atracción e integración, rasgos susceptibles, al menos, de inspirar apego y cercanía. Pero no es así. En las organizaciones
modernas la organización desde arriba es, a la vez, fuerte y amorfa. Todo aparenta flexibilidad pero, al tiempo, todo sigue igual, como si formara parte de un orden inmutable. La marginación de millones de trabajadores situados al comienzo y al final de sus carreras profesionales han sido recogidos por la lengua con dos nuevos vocablos, mileuristas y prejubilables, dos términos que muestran, como ninguno, las peores consecuencias del nuevo orden laboral. El orden tradicional, que permitía vislumbrar la existencia como un hilo continuo desde el aprendizaje a la madurez profesional, ha desaparecido, pero el nuevo renquea por sus extremos. ¿Renquea? ¿No será que es así su ser? ¿Es quizás que lo nuevo no terminó de arrancar con fuerza, que sea un híbrido en el que lo viejo y lo nuevo aparecen mezclados sin que sea fácil distinguir lo uno y lo otro? No es extraño que los trabajadores se desconcierten ante esta situación borrosa mientras interiorizan un nuevo escepticismo que se concreta en la afirmación: “esta no es mi empresa”. El origen del problema está testado, coincide con el origen de la globalización a mediados de los 80. Quince años más tarde1 había bajado en 12 puntos la sensación de seguridad en el empleo, pero lo significativo es que esa reducción venía acompañada de otros descensos: 10 puntos en el desarrollo profesional, 8 puntos en la formación y otros 8 puntos en la identificación con la compañía en la que se trabaja. Esos signos de depresión del trabajo no eran coyunturales. La larga fase expansiva posterior, vivida por las principales economías, confirmó el debilitamiento progresivo del trabajo reflejado en el descenso excepcional del peso de los salarios en
1 Informe encuesta realizado en 1996 para ocho países europeos por ISR (International Survey Research).
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la economía, que en la zona euro supuso2 un 13% entre 1980 y 2006, casi el doble que en los países industrializados. La inseguridad en el empleo había comenzado a sumergir a los profesionales en una especie de aplanamiento social que arrastra la perdida de muchas otras confianzas. Un grupo de expertos3 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha advertido que “la realidad del trabajo sin perspectivas de estabilidad ni de promoción está generando en muchos trabajadores una actitud de desapego hacia la empresa -‐o la refuerza-‐ lo cual viene a elevar el índice de rotación de trabajadores, que tan alto costo puede tener para la empresa”. No es algo coyuntural ni unilateral, son cambios que afectan en las dos direcciones: por un lado, distancia a las empresas de sus trabajadores, y, por otro, provoca que los trabajadores se alejen de las empresas. Evidencia un cambio profundo en las relaciones sociales, tan profundo y universal, con manifestaciones en todos los países y regiones, que se empieza a aventurar de imposible retorno. Antes de ese fenómeno, la inestabilidad en el empleo era algo que solo se asociaba a los primeros años de trabajo. Una situación natural, propia de los aprendices que necesitan introducirse en un oficio, idea, sin duda, heredada de los viejos gremios medievales. Disponer de “un trabajo para toda la vida” era algo que confería al trabajador una idea de orden y de recompensa. Una vez conseguido, todo era prosperar, especializarse y progresar. La seguridad en el empleo era, en el ámbito individual, parte esencial de su estabilidad vital y, en el nivel colectivo, un componente del equilibrio social que establecía un marco estable al “conflicto social”. La estabilidad dibujaba un escenario de lealtad mutua. Aun en conflicto, los trabajadores concebían a “sus” empresas como algo propio, las interiorizaban como los entes que les garantizaban, a fin de mes, su equilibrio vital, su subsistencia y su futuro. Ese posesivo tenía una gran fuerza de cohesión para el trabajador. “Su” trabajo era “su” empresa, casi como “su” familia era “su” casa. La identificación era, además, doble: “era” de Telefónica o del “Santander” o de… y, al sentirse parte de esas compañías, al interiorizarlo, estaba expresando una vinculación, incluso una compenetración, de raíz casi patriótica. 2 En España, entre 1995 y 2007, pese al fuerte crecimiento económico, significó 6 puntos porcentuales en el PIB. 3 Reunión de expertos sobre la desprotección e inseguridad del trabajo. Departamento de Diálogo Social, Legislación y Administración del Trabajo (DIALOGUE) de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Ginebra, 15-19 de mayo de 2000.
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¿Por qué esa conexión, nacida en condiciones de rigidez y jerarquía vertical, se ha dejado de sentir en condiciones más relajadas? ¿Es una consecuencia inexorable del nuevo capitalismo al que los trabajadores deben acostumbrarse cuanto antes?¿Puede justificarse el actual desapego como virtud, como algo deseable? La flexibilidad en el sistema productivo ha pasado a sentirse como una necesidad global, que arrasa cualquier sentimiento de estabilidad. Ahora afecta al trabajador en las diversas etapas de su vida laboral y, en contra de lo que machaconamente se predica desde los diversos púlpitos, perturba a todos con independencia de su grado de formación. Los afecta al principio, cuando sus conocimientos son más frescos y valiosos, y los afecta también al final, cuando la capitalización de su experiencia podría rendir más en una economía basada en el conocimiento. Es normal que los primeros diez años de trabajo sean consumidos en becas y prácticas, un periodo que, lejos de ser un entrenamiento, se prolonga eternamente hasta parecer un fin en sí mismo, con sucesivos contratos vividos como “fragmentos de vida inconexos que quemamos sin darnos cuenta”4. Ese periodo les confronta con una realidad: su preparación no les ayuda, como esperaban, a la estabilidad, son pura carne de explotación, nada les identifica y diferencia de otros trabajadores. Y cuando la ansiada contratación indefinida llega, están tan acostumbrados a sentirla como provisional, que apenas notarán la diferencia. Esa sensación les acompañará ya durante toda la vida, acompañada del temor, o la presencia cierta, de crisis, fusiones, ajustes, reconversiones. A punto de cumplir los 40 años empezará a sentirse un profesional maduro quizá satisfecho, quizás ya prendado de nuevos desengaños. Comienza a hacer un balance distanciado de aquellas empresas en las que ha repartido su vida laboral, aquellas en las que ha estado suficientes años para, por fin, empezar a sentirlas como algo propio. Siente una gran desproporción entre su entrega y la compensación recibida. Probablemente conozca ya a 5 ó 6 empresas e intuya que conocerá algunas más. Si es así, puede considerarse una persona “normal”, si por normal se entiende la inestabilidad que hoy padece el trabajador flexible por antonomasia, el americano, que en promedio cambia de trabajo 11 veces a lo largo de su vida, 3 de ellas con rupturas
4 “La generación precaria”. Marta García Aller. (Editorial Espejo de Tinta, 2006).
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en su cualificación.5 No son datos que corresponden a trabajadores sin formación, se refieren a los que disponen de formación universitaria. Algunas veces ha sido la empresa la que ha prescindido de él, otras fue él el que optó por su marcha voluntaria de la empresa, pues nada le ataba a ella. Algunos empiezan a desear pronto su salida del mercado de trabajo, su prejubilación. Otros, en cambio, se encontrarán sorprendidos cuando la empresa se lo proponga. No es nada personal, no es que estén descontentos con él, eso le dirán. La verdad es que es más difícil de encajar en los nuevos proyectos, es más caro, es menos moldeable. En cualquier caso, afirmarán, la edad es el único criterio objetivo para realizar un ajuste, al menos el único asumido socialmente. Desconfianza, desapego, distancia… son los resultados de los mismos problemas que, cada persona, siente de manera individual. Los sufre en solitario, pero son el efecto de un problema social, colectivo. Cree que son únicos, pero los sufren muchos otros, cree que nunca antes fueron así las cosas. Se equivoca. La estabilidad que fue la norma en la época de sus padres, es, a su vez, una excepción en la historia. Duró solo unos cuantos años en las décadas intermedias del siglo XX, treinta años, más o menos, entre los años 50 y los 80, pero son los que la sociedad tiene de referencia cercana. Fue un periodo marcado por circunstancias que han desaparecido: años de competencia con el socialismo real de detrás del muro, en los que unos sindicatos fuertes y el Estado de Bienestar ejercían de contrapeso a las tendencias inestables del sistema. Antes de esos años, el trabajo era inestable también, con un sistema que sufría una gran crisis cada 15 años6. Y lo fue también durante todo el siglo XIX. El presente solo es un nuevo retorno, eterno retorno a la inestabilidad como fenómeno asociado a un determinado modelo de crecimiento. El desapego actual tiene formas propias pero comparte rasgos de un problema permanente, esencial a un determinado tipo de trabajo, todavía existente. 5 Recogido por Richard Sennet en “La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo”. (Editorial Anagrama. Colección Argumentos, 2006). 6 Entre los 31 años transcurridos desde el comienzo de la primera guerra mundial, en 1914, que provocó ocho millones de muertos, y el final de la segunda, en 1945, (60 millones de muertos, el 2% de la población mundial) el mundo fue sacudido por la gran depresión de 1929, que se extendió durante toda la década de los 30.
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“En su trabajo el trabajador no se afirma sino que se niega, no se siente feliz sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Y por eso, el trabajo no es la satisfacción de una necesidad sino un medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo”.
La precisión de esta reflexión le confiere actualidad. Tiene, además, el valor añadido de estar escrito por un joven de 26 años. Y otra particularidad: es de hace 160 años. Su autor es el tanta veces denostado Carlos Marx.7 Lo extraño es que, en medio de la probablemente mayor revolución tecnológica de la historia, se extienda la sensación colectiva de ir hacia atrás, de que el futuro será peor, de que los cambios en el sistema productivo, y en las empresas, una a una, justifican un mismo sentimiento de pesimismo, precariedad y confusión. “Esta no es mi empresa”. Al expresar este sentimiento, al distanciarse de toda identificación con la organización a la que dedica casi 2.000 horas al año y que sustenta su vida, el trabajador disuelve su propia identidad. Buena parte de su pesimismo ante el futuro nace en la empresa, proviene del fracaso en las relaciones laborales. La presente crisis global acentúa las cosas. Pero el optimismo ante el futuro ya se había desvanecido cuando parecía que el auge era eterno. Una encuesta8, realizada a finales del 2006, sobre las expectativas futuras de felicidad de la juventud en todo el mundo lo señalaba: en países como Estados Unidos y Reino Unido, menos de un 30 por ciento de los jóvenes, -‐en Japón solo un 8 por ciento-‐ se mostraban optimistas sobre el futuro. Ese porcentaje desciende respecto a encuestas anteriores, lo contrario que en muchos países en desarrollo. En ellos, la mayoría de los integrantes del mismo grupo de edad esperan que sus vidas sean mejores en el futuro: los jóvenes de Argentina y Sudáfrica, por ejemplo, con un 75 por ciento. No es solo un efecto de la globalización, que parece favorecer a los países del sur, es, sobre todo,
7 Karl Marx, 1844: “Manuscritos de Economía y Filosofía”. (Alianza Editorial, 2003). 8 “Los jóvenes de los países desarrollados son infelices”. Resultados de un sondeo global de MTV Networks International (MTVNI, por sus siglas en inglés) que entrevistó a más de 5.400 jóvenes en 14 países de entre 16 y 34 años. Reuters 20-nov-2006
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una combinación de oportunidades y de modelo social: lo prueba el hecho de que los jóvenes de Suecia queden ubicados en el segundo lugar de los más optimistas, detrás de la India. Otras encuestas realizadas en Europa muestran la preferencia de la prejubilación a edades tempranas: más del 50% desean un retiro antes de los 58 años9. A pesar de todos los esfuerzos por justificar una prolongación de la vida activa, más de las tres cuartas partes de los ciudadanos europeos la rechazan. Se sienten capaces, se sienten con fuerza, creen que pueden seguir aportando cosas a la sociedad, pero mejor solos. ¿Para qué continuar con la ficción del trabajo, el sacrificio y la lealtad, se preguntan? ¡Abajo el 2007 ¡Abajo el futuro! Eso gritaban los manifestantes de las barriadas francesas, cerca de París, para saludar el año. Son signos del cambio histórico en ciernes. En otras épocas históricas ocurrió igual, no siempre se cumple la idea de que el futuro es necesariamente mejor. Castellio escribió10, en 1562, mientras era perseguido por Calvino: “La posteridad no podrá creer que, después de que ya se hubiera hecho la luz, hayamos tenido que vivir de nuevo en medio de tan densa oscuridad”. La desconfianza en el futuro es, significativamente, una desconfianza en el modelo social, pero arrastra y limita el desarrollo futuro, deteriora las expectativas de la non nata Sociedad del Conocimiento. Hay muchos síntomas que apuntan a esa frustración. Desde luego, ocurriría si se generaliza la convicción de que, para llegar a ese precario final anunciado, no merece la pena esforzarse ni estudiar tanto. Y también, si las manifestaciones de esa nueva sociedad sólo se materializan en más tecnología y no en una mayor calidad de las relaciones sociales. Pero el futuro puede ser mejor. Puede serlo especialmente para los trabajadores, que solo aportan su entrega y sus conocimientos a la creación de riqueza. Lo será si son capaces de comprender la lógica de las cosas y romper con miedos y tópicos. Este libro pretende repasar estas situaciones, este nuevo orden, desde la perspectiva colectiva del trabajo. Comprenderlas para introducir 9 Resultados del Eurobarómetro 56.1 de 2006. 10 “Castellio contra Calvino. Conciencia contra Violencia” Stefan Zweig. (Editorial Acantilado, 2006).
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algo de luz donde solo hay oscuridad. El mundo cambia y el trabajador debe aprender a entenderlo. Puede que la pretendida luz sea solo un brillo fugaz, que desde un supuesto equilibrio racional sea percibida como un delirio, resultado del optimismo de la voluntad. Dado el terrible peso de la realidad, sería comprensible. Pero también que el análisis profundo de las cosas aporte razones objetivas para cierto optimismo. Eso es, al menos, lo que aquí se sostiene hasta concluir que el futuro puede ser mejor, que nos dará una nueva oportunidad para favorecer el cambio en la mejor dirección. Razones existen para la duda, algo ya suficiente, porque supone asumir que no está escrito, que, en alguna medida, depende de nosotros. 2. Protagonismo colectivo. El futuro obliga a asumir el reto de reconstruir la capacidad de generar poder desde el trabajo. Esto es así porque, ahora más que nunca, tener poder vale la pena, generar influencias es imprescindible para ser reconocido y respetado. Sin ellas, puedes ser consumidor pero compulsivo, televidente pero pasivo, público pero objetivo, masa pero amorfa. Creerse ciudadano pero solo ser un votante. Reconocer el propio interés, es, precisamente, sentirse ciudadano con algo que aportar a la cosa común. Reclamar poder para el trabajo significa algo muy simple: ser y sentirse capital. Denominar al trabajo como una forma de capital, el capital humano, es una de las perversiones que mejor refleja la situación actual. Cuando se transita una era en la que el capital lo domina todo, parece lógico que el lenguaje quede también impregnado de ese dominio. Es, por encima de su connotación superficial asociado al marketing y la comunicación, un síntoma de la magnitud de los cambios asociados al nuevo capitalismo. Hoy al trabajo se le llama capital y hace 150 años al capital se le llamaba trabajo. Efectivamente: cuando la gran industria iniciaba su despegue y se aprovechaba de salarios de miseria para su expansión, Marx vilipendiaba el modo de producción capitalista e introducía en su lenguaje una perversión de signo contrario. Entonces era al capital al que se consideraba sinónimo de un tipo de trabajo: era “trabajo muerto que, a modo de vampiro, necesitaba de trabajo vivo para seguir creciendo”. A pesar del tiempo transcurrido y de la oposición formal entre ambas perversiones, una y
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otra no se encuentran tan alejadas. De alguna forma, la conexión entre uno y otro, capital y trabajo, sigue siendo el centro del modo de producción que conocemos. Y lo seguirá siendo, con nuevas formas, en la Sociedad del Conocimiento. “Empoderarse” esa es la cuestión. En las relaciones mercantiles se producen apoderamientos cuando uno concede a otro un “poder de representación”. Empoderarse sería asumirse, uno mismo, como poder, como parte de un poder, sentirse representante de unas ideas y unos intereses comunes. Es un término nacido en los nuevos movimientos sociales –incluidos el ecologismo y el feminismo-‐ que afirma el enriquecimiento del grupo a partir de que los individuos identifiquen y tomen conciencia de su propia importancia. Porque el descubrimiento del interés común requiere, más que nunca, un proceso de conciencia. En un triple sentido: tomar conciencia de que se constituye una comunidad de interés, tomar conciencia de que se tiene algo o mucho que aportar a la sociedad y tomar conciencia del propio poder.
Podemos y debemos aceptar que el capital humano es realmente una forma de capital. Aceptar que “somos capital” y comportarnos en consecuencia, incorporar en nuestra identidad que la empresa en la que trabajamos “es nuestra”, comportarnos como si fuera “nuestra”. Al tomarnos esa libertad, nos prendamos de ella hasta pensar su aportación, la del trabajo, en términos de libertad: la libertad del capital humano. Resulta extraño porque, desde el trabajo, lo normal es hablar en términos de seguridad... y así sigue siendo mientras se extiende la inseguridad en las condiciones sociales. Mirar la empresa desde la libertad es contribuir a liberarla de tópicos e intereses sectarios. Es preciso darle la vuelta al lenguaje y empezar a conjugar el futuro del trabajo en términos de libertad. Porque la libertad debe formar parte de la identidad de los trabajadores del conocimiento, de todos los trabajadores, por la misma razón que es algo consustancial a cualquier proceso de creación e innovación. Lo abordaremos en los próximos capítulos. Recordémoslo. Los trabajadores, el mundo del trabajo, los obreros, los empleados hace tiempo que fueron un colectivo homogéneo. Ahora son, parecen ser, una suma de pequeños grupos desconectados y segmentados por sectores, industrias, empresas y funciones. O, en el
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más extremo de los casos, una suma de personas que afrontan individualmente su futuro. Antes, ese colectivo pensaba como un grupo homogéneo en algunos temas, destilaba ideas con las que arropaba la defensa de sus intereses. Ahora, ya no. En el recorrido del pasado al presente el lenguaje ha ido recogiendo ese cambio de ser del sujeto del trabajo. Las palabras obrero o asalariado pierden uso aunque conserven su sentido, pero el lenguaje huye de ellas y las diluye o transforma en cosas más ligeras y vagas. El lenguaje es fiel recogiendo la evolución del ser y del sentir. Primero se sintió proletario y luego obrero y más adelante asalariado y más tarde simplemente trabajador y después empleado y, luego, profesional. Basta con buscar en Google esa serie de términos que pretenden ser similares, para comprobar su uso o su deterioro11. Para el heterogéneo mundo social que utiliza como lengua el español, el vocablo profesional es el más usado casi un 31% de las veces, seguido de empleado con un 25% y trabajador con un 21%. El término obrero solo por el 14% y proletario por un residual 3%. Las gentes que solo aportan su capacidad y su energía en los procesos de creación de riqueza, los ciudadanos que construyen, piensan, crean, limpian, escriben, ingenian... trabajan, llevan tiempo sin reconocerse como una clase social cuando se miran al espejo. No son ya un colectivo, ni mantienen una mínima uniformidad en sus vidas, se sienten singulares y, aunque vivan experiencias similares, una muralla intangible les impide compartir ideas.
Jugando, como si participaran en un juego de rol, podemos imaginar que no existe esa muralla, que no existen barreras que les separan e imaginar que tienen algo en común, algo que debatir en común, algo que aportar a la sociedad. Suponer que pueden abstraerse de las diferencias y pensar como si fueran un colectivo, tal como lo hacen las grandes corporaciones o las pequeñas empresas; pensar como el colectivo de los que no tienen otra cosa que aportar que sus propios conocimientos y su entrega.
11 Las búsquedas mencionadas fueron realizadas el 25 de enero de 2007 en lengua española.
Numero % Proletario 370.000 3,0% Obrero 1.720.000 13,8% Asalariado 808.000 6,5% Trabajador 2.670.000 21,3% Empleado 3.070.000 24,5% Profesional 3.870.000 30,9% 12.508.000 100,0%
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Quizás, por un momento, podamos volver a concederles el derecho a construir una visión interesada del mundo. La que les interese como grupo, una perspectiva del mundo desde el trabajo, sea cual sea éste (directivo o diseñador, obrero o creador), sea cual sea su tipo de relación (autónomo, semiautónomo-‐dependiente o asalariado) y sea cual sea su empleador: una microempresa, una empresa mediana o una multinacional. Y, también, sea cual sea su origen nacional, su raza o sus creencias. Sabemos que su perspectiva será, tendrá que ser, plural y diversa pero, no por ello, dejará de tener alguna coherencia. No es lo mismo dedicarse a la producción de bienes que a la pesca o al procesamiento de datos: ni lo es dedicarse a ofrecer servicios profesionales que a generar conocimiento o a dirigir y gestionar. Tampoco es lo mismo ser hombre o mujer a pesar de la tendencia a la igualación de condiciones; ni ser un junior peleando con los primeros sueldos de miseria, que, superada la cincuentena, empezar a ser un candidato a la prejubilación, ser un prejubilable. Todo ello influirá en actitudes distintas ante la flexibilidad social o ante las nuevas tecnologías. Su enfoque tendrá que ser -‐aceptado está-‐ plural y diverso pero, no por ello, dejará de ser coherente. Lo importante es que sea una mirada limpia, sin engaños, que no oculte que es parcial, una oferta al conjunto desde una parte. Que podamos admitir, sin rubor, que es interesada. Porque, al fin y al cabo, interés procede de inter-est, “lo que está entre los hombres”, aquello lo que les une o les separa12. Quizás entonces nos sorprenda encontrar una mirada común que de valor a la empresa y al trabajo como un espacio esencial en su vida; que esté interesado en abrir las puertas a un nuevo modo de producir, crear y compartir riqueza; deseoso de institucionalizar las relaciones de poder de las diferentes minorías, harto de las zancadillas y los ardides estériles que los enmascaran; defensor de una verdadera cultura del mérito que permita, de verdad, colocar en las posiciones de poder a los mejores antes que a los habilidosos y mezquinos; interesado por conocer todo lo que le ocultan, incluidos los proyectos fracasados y a asumir su cuota de riesgo en cada operación; que reclama transparencia donde hay desconfianza y opacidad; que está a favor de la empresa flexible, tanto que quiere flexibilizar también las formas de propiedad y gobierno, para adaptarlas a los nuevos tiempos. 12 “Ética como amor propio” Fernando Savater. (Bibloteca Mondadori, 1988)
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Si les damos esa oportunidad quizás descubramos, incluso, que su interés común, con ser una mirada particular, es el que más se asemeja al interés general de la humanidad. Pero, aunque no fuera así, aunque en el juego de rol apareciera alguna mezquindad o alguna quiebra de sus visiones comunes, aunque sus intereses les separaran provisionalmente, incluso en ese caso, les deberíamos animar a seguir con el juego y a sentirse protagonistas colectivos de su destino. Una visión plural de las cosas no contradice las diferencias ni la singularidad de una mirada individual, del mismo modo que el avance de la propia individualidad no se disuelve sino que se enriquece con el perfeccionamiento de una mirada común propia de un colectivo de ciudadanos. La experiencia de los profesionales no se parece a las de los proletarios que compartían unas condiciones homogéneas y duras, que favorecían la conexión primaria con sus compañeros, una unión basada en la solidaridad espontánea ante la extrema dificultad, una masa en la que las individualidades se perdían. Ahora, verse como un colectivo, como una comunidad de interés, es percibirse como un grupo de ciudadanos con una visión similar. Será necesario, es verdad, un mayor proceso de elaboración para crear y descubrir el cemento que los une: los intereses comunes. No es imposible. La disgregación física, que se sigue citando como el principal factor que impide sentirse como grupo, hace tiempo que solo es una mala excusa. En un mundo de conexiones virtuales, en el que internet se muestra como una oportunidad real para enlazar a infinitas comunidades, la separación física no es ya un obstáculo. Lo que falla es la calidad de los ideales, es la incapacidad de las ideas intercambiadas de actuar como cemento y vehículo para explicar las cosas la que impide constituirse en una comunidad de intereses. Lo que quizás falte sea una ideología que cuaje esa madeja de ideas tejida con hilos intangibles y espontáneos y proporcione altura de miras al conjunto en forma de un interés más general. Esa muralla invisible solo puede disolverse desde una reflexión profunda sobre el trabajo en el mundo actual, imprescindible para recomponer una mirada colectiva que trascienda la dispersión individual en la que se encuentran los profesionales. La diversidad de situaciones es infinita pero es posible simplificarlas alrededor de dos o tres criterios. A lo largo de este ensayo se ha recurrido a dos líneas divisorias que ejemplifican la separación existente entre los trabajadores: por un lado, la formación y el saber, por otro la edad. La
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primera, no solo permite segregar el papel de los llamados trabajadores del conocimiento, su función de liderazgo, sino analizar todas las perspectivas de la experiencia y el saber, esencial en el desarrollo de la sociedad de la información. La edad, porque es un factor de escisión que, más que justificarse en un fundamento biológico, se explica como factor que conlleva un destino social. Ser joven, con independencia de la valía de cada uno, significa ser candidato a la sobrexplotación, como ser mayor lo es a cierta marginación organizativa, antesala de prejubilaciones forzosas. 3. Trabajadores del conocimiento y liderazgo social. La separación entre trabajadores manuales e intelectuales es parte del orden natural de las cosas. El filósofo chino Men Tse, seguidor de Confucio,13 definía, hace 2300 años, esa diferencia de la siguiente forma: “Hay trabajadores intelectuales y trabajadores manuales. Los trabajadores intelectuales mantienen el orden entre los trabajadores manuales; los trabajadores manuales son mantenidos en orden. Los que son mantenidos en orden por los otros nutren a éstos, los que mantienen en orden a los demás, son alimentados por estos. He aquí cuál es el deber de todos en la tierra”. Con esas palabras, Men Tse nos traslada una enseñanza: cómo una simple especialización, basada en criterios puramente funcionales -‐trabajar con las manos o con el cerebro-‐ se convierte en el soporte de una jerarquía de valores: cómo la jerarquía de valores puede servir para fundamentar la estratificación social y cómo, desde la estratificación social, se construye el cimiento para sustentar ventajas económicas. Men Tse nos enseña cómo se construye la lógica interna que permite cimentar el orden natural e indiscutible. Nada sabemos de cuántos eran unos y otros, su número, nada sabemos tampoco de sus labores, si eran filósofos o administradores o militares, ni de donde vivían, si en la capital o en las más lejanas fronteras, simplemente sabemos lo esencial: su función social, el papel que ocupan, el deber de unos y otros en la tierra. Es una verdadera lección de sociología. Tanto que se podría afirmar que algunas cosas parecen las mismas que en el año 350 antes de Cristo, aunque son profundamente diferentes y otras, parecen muy 13 Men Tsé es el autor de "Los Cuatro Libros clásicos". Fue el recopilador, dos siglos después de la muerte de Confucio, de sus enseñanzas y hacía depender de la «voluntad del cielo» la desigualdad social.
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diferentes, pero son idénticas. Como entonces, siguen sin importar las cosas en sí: como entonces, más que definirlas por aspectos cuantitativos o describiendo las funciones que ejecutan, lo esencial es conocer su función social, algo que depende de la mirada del otro, de cómo te ven y qué papel te asignan, sobre todo si el otro es el poderoso, el que reparte los privilegios sociales. Es ahí donde nacen los perfiles de los unos y los otros, es ahí donde surge su papel social y su silueta reconocible. Desde entonces, los criterios de separación van cambiando pero la voluntad de separar y privilegiar a una minoría se mantiene intacta. En España, hasta hace algo más de 220 años, al final del reinado de Carlos III, eran legalmente deshonrosos los trabajos manuales, llamados "oficios viles" y su desempeño implicaban la pérdida de la hidalguía.14 Siempre se encuentran argumentos para alejar a los que piensan de los que emplean sus manos, de anteponer a los del cuello blanco de los de cuello azul, a los que tienen carrera universitaria de los que no la tienen, a los talentosos, supuestos generadores de riqueza, de la gente común, y, por supuesto, al jefe de un proyecto de su propio grupo de trabajo. El trabajo intelectual ha sido históricamente casi sinónimo de un no-trabajo, algo reservado para los menos, unos pocos seleccionados desde el poder en una lógica de inclusión-‐exclusión que en cada fase del desarrollo del saber ha adoptado diferentes pautas. Abordar cómo son las cosas hoy día significa averiguar dónde se coloca la frontera, conocer los criterios de separación porque la lógica reduccionista de las élites solo se encuentra cómoda excluyendo del grupo de poder al máximo de gente. A partir de ese principio todo es más fácil de entender. Eso no significa que exista una clase dirigente cerrada sino asumir que los criterios de apertura se rigen por “criterios naturales” que favorecen la admisión de unos pocos nuevos entrantes siguiendo una lógica conservadora e ideológicamente correcta. La lógica dominante utiliza las diferencias objetivas para acentuar la desigualdad. Hoy se manifiesta en los modos con los que se trata de favorecer a colectivos cercanos al poder empresarial que cumplen algunas funciones específicas y determinantes en cada momento. ¿Con criterios objetivos? A veces sí, a veces no, pero no es extraño que se intente cumplan una condición: que beneficien a los menos posibles. Lo esencial es seleccionar y destacar solo a unos pocos con altas retribuciones, participaciones sobre beneficios a través de bonos, acciones liberadas u opciones privilegiadas (stock options) de la 14 La diferencia entre oficios honrosos y viles, los manuales, fue abolida en 1783.
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compañía. Como resalta Paul Krugman15 buena parte de la lógica actual consiste en elevar el sueldo a una minoría y bajárselo al resto: “elevamos el salario de la gente cualificada que produce aviones (y otros productos de alta tecnología) y bajamos los salarios de los no cualificados”. El propósito es distinguir y separar, premiar y castigar, subir y bajar, acentuar las diferencias para crear fronteras. Para justificarlo es imprescindible asignar al genio individual lo que es fruto del trabajo colectivo, atribuir a la parte el éxito del todo. En ese sentido, lo natural es identificar la “inteligencia colectiva” con una minoría de sus cuadros y no con el conjunto de los trabajadores. ¿Tiene razones objetivas esa segregación? ¿Es el talento una cualidad de unos pocos considerados individualmente? Cualquier ser humano mínimamente perspicaz e intelectualmente honrado puede admitir el principio democrático del saber, el que afirma que “todo el mundo sabe algo y no hay nadie que sepa todo”. Siempre ha sido así. Siempre de todo el mundo se ha podido aprender algo, pero ese “algo” solo aparecía en los bares y tertulias, allí donde la sabiduría era solo la expresión de la capacidad de observar. Desde un punto de vista social, lo normal era que ese saber permaneciera como un activo oculto e improductivo. La capacidad de los hombres ha sido históricamente minusvalorada; ha sido, por así decir, algo velado y casi clandestino que se perdía en las estructuras productivas masificadas. No porque los capataces y empresarios desconocieran lo que cada uno sabe, que también, sino porque las condiciones históricas y el desarrollo tecnológico las había limitado y ocultado. Ese reconocimiento precisaba de unas condiciones concretas para poder aflorar que se están cumpliendo ahora, cuando la conjunción entre factor humano y tecnologías de la información permite identificar esa sapiencia y compartirla. Se trata de un cambio revolucionario que facilita el desarrollo de aquel principio profundamente democrático que reconoce que todo el mundo sabe algo y lo pone en valor provocando un gran salto que impulsa a socializar el conocimiento y a tratarlo como un activo nacido de la cooperación de muchos. Ese contexto es el que permite que nazca una inteligencia colectiva que es la suma de conocimientos compartidos, un activo oculto que, desde un determinado momento, comienza su vida y 15 New York Time 16-feb-1997. Paul R. Krugman, es un reputado economista, asesor del Banco Mundial y de la UNCTAD, oficina de la ONU para el Comercio y el Desarrollo, Profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales de 2004. Entre sus obras destacan El internacionalismo «moderno» (Crítica 1997), El teórico accidental (Crítica 1999), El gran engaño (2006) y El retorno de la economía de la depresión.
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se desarrolla de forma autónoma. Pero que, sobre todo, permite avanzar hacia lo que se podría denominar una sociedad inteligente, preocupada en que los conocimientos ciudadanos encuentren cauce institucionalizados de participación, que es mucho más que una sociedad dirigida por élites inteligentes. En Japón se dice que es “más fácil que cien personas tengan una idea cada una, que una sola tenga cien ideas”. La oportunidad de innovar descansa en el conjunto. Primero, en aquellos más capacitados profesionalmente, los que disponen de unos saberes especializados y, al tiempo, pueden abordar nuevas formas de afrontar los problemas, diseñar nuevos productos y atacar mercados. Pero también, en todos los empleados, incluidos aquellos más cercanos a las operaciones diarias, que suelen ser los más sensibles a los cambios. Son muchos los ejemplos que indican que algo está cambiando. ”Lo importante hoy es la innovación que no surge de un individuo brillante sino de la capacidad de toda una organización” señala Gary Hamel16 en una de las esas “frases brillantes” destinadas a ser titulares de los medios que cualquier miembro del colectivo de los gurús produce. Algunas empresas lo han interiorizado así: la multinacional española Zara, ejemplo de innovación en muchos campos, trabaja bajo el lema: “el único orgullo válido es el colectivo”. Desde Google a Microsoft, las empresas tecnológicas se han mostrado en vanguardia de ese reconocimiento colectivo. La conjunción entre los hombres inteligentes y las tecnologías de la información potencia infinidad de variantes de colaboración, y facilita el compartir conocimientos y trabajo en tiempo real. Se generaliza el concepto de inteligencia colectiva que es mucho más que una suma de inteligencias individuales. La gestión del conocimiento y la fidelización del talento se convierten en expresiones de moda que todas las empresas incorporan a sus prioridades y objetivos. Incluyen programas que buscan identificar, reconocer y retener con incentivos a los mejores y más capacitados trabajadores. Pero atención: aunque todos las grandes grupos tengan políticas en ese sentido, son escasos los que las han aplicado en los momentos realmente importantes, es decir, en las crisis. Entonces, cuando más necesaria es esa gestión, es cuando las empresas se desprenden del talento sin pestañear. Los ajustes laborales desvelan la poca consistencia de esas políticas, más bien meras pantallas de lo políticamente correcto: todos, talentosos y 16 Gary Hamel en La Actualidad Económica, 14 de diciembre de 1998. Gary Hamel es el autor de diversas obras sobre competitividad, entre ellas “Compitiendo por el futuro”. (Ariel, 2001)
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normales, son despedidos con la misma indemnización... y la misma cortesía o indiferencia. Ese sesgo es una característica que aflora no solo en los malos momentos, cuando hay que repartir la crisis, sino también en los buenos, cuando hay que repartir ganancias. A la hora de identificar a los agraciados, lo normal es que se reduzca al grupo de los elegidos, se resalte el papel de personas individuales y se margine del premio al trabajo colectivo. Admitida la voluntad de excluir, lo importante es resaltar que el desarrollo tecnológico amplía esa capa social y la democratiza. Robert Reich, el que fuera ministro de Trabajo con Bill Clinton, denomina17 analistas simbólicos a esos trabajadores del conocimiento que componen la nueva capa aristocrática. Se trata de una “inteligencia” más amplia y menos elitista que en el pasado, que estima representa el 20 % de la masa laboral en EEUU, que basa su poder creciente en la capacidad para identificar y resolver problemas. Reich utiliza en su clasificación otros dos tipos de trabajo que se dedican a lo que denominan servicios de producción rutinaria y servicios personales (persona-‐persona). Otros autores18 se preocupan de clasificar la ocupación en función de su vinculación a la información. Entre ellos deben ser excluidos los meros manipuladores de datos para centrarse en otros tres grupos que considera generadores de conocimiento: aquellos que lo producen (ingenieros, científicos, profesores), los que proporcionan opiniones de experto no fácilmente transferibles (médicos, periodistas, auditores, abogados, especialistas en sistemas y redes, consultores profesionales, etc.). Y también los que se dedican a las tareas de dirección y gestión de empresas e instituciones. El reconocimiento del conocimiento es una tarea esencial desde una perspectiva democrática. A lo largo de este trabajo se va a demostrar que el papel social de estos profesionales es determinante: solo de este grupo y de su capacidad de interlocución puede surgir la racionalidad necesaria donde hoy reina el caos, solo desde su liderazgo puede fortalecerse el interés general hoy sometido a los dictados de élites excluyentes. Pero incluso reconociendo la singularidad e importancia de los profesionales que asumen las tareas intelectuales aquí reseñadas y de comprometerse a cualquier esfuerzo para objetivar sus aportaciones... mejor no fomentar en ellos las tendencias elitistas,
17 Robert B. Reich en “El trabajo de las naciones”. “Los tres trabajos del futuro”. Página 175 y siguientes. (Editorial Vergara, 1993). 18 Wold y Baumol (1989). “The Information Economy: the implications of Unbalanced Growth”. (Institute for Research on Public Policy, 1989).
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mejor hacer lo imposible porque no se alejen del principio democrático del saber. Es imprescindible asumir que no hay una frontera clara entre el conocimiento y el desconocimiento. No es solo por la capacidad de los ordenadores e internet para compartir y socializar experiencias y para fundir los más diversos saberes, es también porque el dinamismo del nuevo mundo obliga a todos a caminar a ciegas, en una evolución en el que la experiencia y el talento se funden en un proceso continuo de prueba y error, imprescindible para la toma de decisiones. El futuro se construye día a día, sin ningún guión previo que permita el lucimiento de la inteligencia. Y en ese contexto, la capacidad para identificar y resolver problemas se encuentra en todas partes, nace de una fusión entre las destrezas aprendidas en la práctica y el saber intelectual. Experiencia y talento pasan a ser solo una separación conceptual que impregna dos mundos interconectados. Existen muchas rutinas que forman parte de las operaciones diarias de cada departamento en las que se genera una información vital que el sistema no es capaz de reconocer, procesar ni capitalizar como un conocimiento. Un ejemplo recurrente son las habilidades relacionadas con el trato a los clientes, un activo descentralizado que se dispersa entre todos y cada uno de los comerciales de una compañía. Se trata de habilidades que se extienden a otras muchas áreas y personas que intervienen en la simplificación de tareas burocráticas o en la solución de incidencias. Ese conocimiento disperso no está identificado, pero existe y es capital. En general, se concreta en la mera identificación de pequeños problemas y pequeñas soluciones, un activo que, cuando se pierde, implica una verdadera descapitalización de una compañía. A finales de 2002 el BSCH, que gustaba presentarse como líder en el cierre de oficinas con más de 1.600 sucursales cerradas desde la fusión, reconocía que esa política le había hecho perder un 8% del volumen de negocio19. Aquella operación había simplificado la red y reducido gastos por duplicidad entre instalaciones cercanas, pero había provocado la desconexión entre el banco y sus usuarios al desaparecer el interlocutor habitual, creando desorientación y malestar y la pérdida de 270.000 clientes. Algo sencillo de entender desde la perspectiva del cliente que percibía, sin duda, como su banco – es decir, la persona con la que despachaba-‐ se alejaba de él aunque le 19 Declaraciones de Enrique García Candelas, director comercial de la banca comercial. “El SCH reconoce como un error haber cerrado 1.600 oficinas”. EL PAIS, 18 de diciembre de 2002.
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ofreciera una oficina más moderna en la siguiente esquina. Preocupado por las ganancias a corto el BSCH se descapitalizaba en valor, se olvidaba que el activo principal de una sociedad no son sus edificios ni sus máquinas sino sus hombres. Una conclusión similar parece derivarse del análisis de las empresas que han sufrido fuertes procesos de ajuste interno. A principios de los años noventa, dos grupos de expertos pertenecientes a la American Management Association (AMA) y las empresas Wyatt, efectuaron estudios de empresas que había iniciado importantes procesos de reducción de plantilla. La AMA comprobó que los reiterados recortes de plantilla “producen menores beneficios y una productividad descendente”. El estudio Wyatt afirma que menos de la mitad de las empresas habían logrado sus objetivos de reducción de gastos, menos de un tercio habían aumentado la rentabilidad” y menos de un 25% aumentaron la productividad. Las razones son tan evidentes como silenciadas: en esas circunstancias la moral y la motivación de los trabajadores bajan en picado y los que sobreviven se quedan esperando el nuevo golpe del hacha. Pero hay más: en los bruscos cambios organizativos se pierde o difumina la personalidad y el saber hacer del conjunto. Es, como si, con cada grupo de trabajadores que fuera despedido, se fuera parte de la sensibilidad ante el mercado y parte de la inteligencia y la memoria colectiva. O se perdiera un valor que no ha sido posible socializar: el trato con personas externas, las rutinas incorporadas en cada persona o determinados conocimientos especializados. Identificado el conocimiento como una nueva barrera social –o, alternativamente, como una oportunidad para una nuevo modelo de convivencia democrática-‐ es conveniente abordar otra barrera invisible: la edad de las personas. 4. Mileuristas y prejubilables: las nuevas barreras de la edad. Si los humanos estamos entre los mamíferos que más tiempo consumen en el estado de máxima dependencia de la madre, o sea de desvalimiento infantil hasta el primer aprendizaje, -‐más que los otros primates, más que los elefantes y los perros, más que equinos y felinos-‐ también las sociedades humanas de hoy han prolongado el período de educación hasta extremos que no hubieran imaginado nuestros antepasados.
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Sigue dilatándose el tiempo que se requiere para adquirir una buena preparación para trabajos altamente cualificados, algo particularmente cierto en la enseñanza universitaria, el ejercicio de la ingeniería, el de profesiones jurídicas, la medicina y, sobre todo, la investigación científica. Hasta el punto que, para poder desempeñar tales actividades de manera competente y de modo satisfactorio para la sociedad y para uno mismo, resulta frecuente tener que superar los 35 años de edad. No es solo que es prácticamente imposible abarcar todo el saber, sino que cada vez es mayor la carga del aprendizaje incluso dentro de una creciente especialización del conocimiento. Sin embargo, las empresas prefieren contratar a jóvenes recientemente cualificados para todo aquello que está relacionado con altas tecnologías o novedades tecnológicas y prescindir de los mayores más expertos. Un caso llamativo saltó a finales de 2006 a la prensa: Ericsson, el consorcio sueco de las telecomunicaciones, informaba20 que había llegado a un acuerdo para “jubilar” a cerca de un millar de sus empleados, de edades entre los 35 y 50 años. El objetivo de esta medida, era contratar técnicos, especialmente ingenieros, de 30 años e incluso más jóvenes. La jefa de personal, Marita Hellberg, anunciaba que la entrada de China en el mercado de las telecomunicaciones obligaba a contrarrestar esa presencia apostando por las ventajas tecnológicas ya existentes y que, “cuanto más joven es el personal, más posibilidades existen para lograrlo”. ¿Cuánto de objetivo y razonable tiene una decisión como esa? ¿Cómo se justifica y que esconde? Las empresas prefieren trabajadores jóvenes por muchos motivos entre los que su bajo coste y su alta maleabilidad son, normalmente, decisivos; los mismos que, en sentido contrario, justifican el deshacerse de adultos formados que superan los 50 años. A comprender las causas y los efectos de estas decisiones, dedicaremos muchas páginas en los siguientes capítulos. Las empresas se justifican mediante factores objetivos que impulsan a reconocer un valor cada vez más alto a los conocimientos recientes, aunque no tengan la profundidad y el poso de otros adobados en la experiencia. La aceleración tecnológica somete a todo aprendizaje a rupturas y procesos discontinuos hasta el punto que, incluso en habilidades y conocimientos complejos se producen cortes que rompen con los saberes acumulados. El mejor ejemplo es la aparición 20 El País 17-09-2006. “Ericsson los prefiere jóvenes”
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de las tecnologías digitales que, de un golpe, convirtieron en obsoletos los conocimientos basados en los principios de transmisión analógicos. Esos saltos, cada vez más frecuentes en muchas disciplinas, impiden que las destrezas y estudios de una persona puedan asegurarle un trabajo para toda la vida. El desarrollo de nuevos campos –desde las ciencias de la vida a la nanotecnología, desde la inteligencia artificial hasta los avances en medicina deportiva, desde las energías renovables a los nuevos materiales-‐ requiere un enfoque fresco desde el comienzo, una aproximación que necesita una preparación reciente. La aceleración tecnológica y la capacitación en nuevas disciplinas requieren unos conocimientos tan nuevos como los recientemente adquiridos por los jóvenes profesionales. Habituados a observar la realidad desde las nuevas tecnologías, a las que han incorporado, de una forma natural, en sus vidas, han desarrollado nuevas aptitudes que les capacitan para adaptarse a los cambios continuos. Por un lado el saber es cada vez más complejo y necesita experiencia para consolidarse, por otro, los nuevos saberes se localizan en jóvenes profesionales; por un lado, cada salto científico incorpora el adiestramiento en nuevas técnicas y nuevos métodos; por otro, los plazos de la transmisión del saber se acortan: se simplifican los procesos, se intercalan soluciones estándar con desarrollos a medida, se comparten y desarrollan en común los conocimientos. El progreso esta cargado de contradicciones. A pesar de los diferentes escenarios que una realidad como ésta genera, una cosa está clara: las empresas tendrían que optar, en función de su situación, por profesionales jóvenes o adultos expertos, pero siempre preocupándose por retenerlos el máximo de tiempo, disminuyendo las rotaciones hasta hacerlos productivos. Pero no ha sido esa la tendencia dominante. Definir el tiempo óptimo de permanencia en una empresa requiere valorar la aportación en productividad que supone la experiencia. Un estudio realizado por la OIT21 corrobora una impresión que la experiencia de cada cual intuía: la mayor productividad del trabajo la aportan los trabajadores que llevan varios años en la misma empresa (más de un año y menos de diez) seguidos por los que tienen una
21 El estudio mide los efectos en la productividad de 13 países europeos resultante de un aumento del 1% en la proporción de trabajadores en tres grupos de permanencia en el empleo. El periodo analizado fue 1992-2002. Un aumento de 1% en la proporción de los trabajadores con permanencia muy prolongada (más de 20 años) tiene un efecto negativo sobre la productividad en 0,09 %; ese mismo aumento en la proporción de los trabajadores con menos de un año de permanencia provocará una baja de la productividad del 0,04%; el mismo aumento en la proporción de los trabajadores con permanencia prolongada (entre 10 y 20 años) provocará una baja de la productividad del 0,02%.
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antigüedad comprendida entre 10 y 20 años. Los menos productivos serían los más antiguos (con antigüedad mayor a 20 años) seguidos de los que no tienen antigüedad (permanencia inferior a un año). Otro estudio del mismo tipo realizado en el sector privado francés22 concluía que la estabilidad en el empleo es favorable a la productividad o, lo que es lo mismo, que una alta rotación de la fuerza de trabajo perjudica la productividad del trabajo. En particular, este informe precisa que los trabajadores más productivos eran los que tenían una antigüedad comprendida entre 4 y 10 años. Los trabajadores con menos de un año de permanencia son también aquí los menos productivos. Probablemente ambos informes coincidan en que una permanencia de entre 8 y 12 años en trabajos de alta cualificación aporta el máximo rendimiento a las empresas y la máxima productividad del trabajo. ¡Qué lejos queda este análisis de la realidad! Si las empresas fueran consecuentes con estos datos, si el sistema económico tomara sus decisiones de acuerdo a estos parámetros, la rotación media de un trabajador a lo largo de su vida laboral sería de cuatro a seis empleos. Pero el dato promedio de los trabajadores de EEUU, al que se tiende dentro del paradigma neoliberal de la flexibilidad, apunta a una rotación que duplica ese planteamiento optimo y lleva a cambiar de trabajo 11 veces a lo largo de la vida laboral. Aún más: si las empresas asumieran la baja rotación del trabajo como pauta de racionalidad, no habría precariedad; si los conocimientos frescos fueran tan importantes, no se demoraría la entrada en el mercado laboral a través de múltiples becas encadenadas hasta conseguir el primer contrato en precario, encadenado luego con rotaciones infinitas. La preferencia por los más jóvenes no tiene que ver con sus conocimientos especializados y frescos. Precisamente las empresas están perdiendo la confianza en que la formación en nuevas tecnologías garantice nada. En un entorno tan cambiante, las habilidades y los conocimientos relevantes ya no son tanto los específicos de cada profesión, que pueden variar, como aquellos que desarrollan su capacidad para relacionar y pensar. En lugar de conocimientos específicos acabados, lo que las empresas solicitan son habilidades genéricas abiertas, capacidades que les habilitan para relacionar y pensar. Las asociaciones empresariales de EEUU23 han
22 Estudio de investigación realizado por Kramarz y Roux, 1999. 23 Esas son las habilidades clave según la International Thechnology Association of América (ITAA, 2000). Por su parte, en el Reino Unido, la National Training Organization (DfEE, 1999) recomienda las
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identificado las siguientes habilidades imprescindibles: capacidad de comunicación, capacidad de resolución de problemas, capacidad analítica y habilidad para aprender con rapidez. Y también las del Reino Unido. La utilidad de estas cualidades genéricas se refuerza con las nuevas tecnologías y su carácter transversal, pegadas a las necesidades comunes de todos los sectores. Más que buscar la frescura en los últimos conocimientos lo que se busca es, simplemente, “carne fresca” para explotar. Las empresas los prefieren jóvenes porque son más flexibles y manipulables en todos los sentidos, dan menos problemas. Por un lado, son más baratos y su menor coste les hace mas encajables en cualquier estructura salarial y productiva. Por otro, disponen de una mayor energía y, al haber adquirido su escasa experiencia en condiciones de precariedad, están fácilmente predispuestos a la entrega en todas las situaciones. Por último, pero no menor, esas aptitudes y actitudes les limitan su perspectiva crítica. El resultado es que las empresas consideran a los jóvenes profesionales como el yacimiento de empleo más apetecido. No importa que les falten otros conocimientos esenciales, que permiten a un trabajador experto realizar un diagnóstico rápido y certero mientras los más jóvenes talentos caminan como pollos sin cabeza. No importa: la contratación de jóvenes trabajadores es siempre la primera opción. Los múltiples círculos viciosos que distorsionan el acceso al trabajo han sido descritos por la periodista Marta García Aller, joven autora del más lúcido alegato contra la sobreexplotación a la que se ven sometidos los jóvenes.24 La palabra beca y sus portadores, los becarios, es algo que, para los jóvenes, “suena a sicario y rima con precario”, una relación que al encadenarse sin fin les humilla y les hace sentirse “proletarios letrados sin sindicar, peones trajeados… sin seguridad social, ni paro, ni derechos de antigüedad ni bajas por maternidad”, seres degradados, “sobrecualificadas almas en pena”. La frustración que sienten es mayor por haber sido educados “en una sobrestimulación constante” para que desarrollaran sus capacidades y su talento, sobre todo el creativo. Se les conmina a “estar al día, a la última, adaptarse, ser innovador, flexible” y les prometen, como premio, “una huida de la rutina, la monotonía; el tedio”. Les preparan y se les inculca, desde pequeños, un mundo que no existe. Las
siguientes: buena comunicación oral, capacidad de resolución de problemas, trabajo en equipo, conocimientos del negocio, creatividad e innovación. 24 Marta Garcia Aller, obra citada. “La generación precaria”.
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incomprensibles precariedades de una sociedad opulenta les lleva a un rechazo abstracto al sistema que no pueden concretar: “la opresión se rige por mecanismos globales demasiado abstractos como para poder tirarle piedras. El que quiera rebelarse lo tiene complicado porque, en lo que te organizas, El Corte Inglés ya te ha sacado la Semana Fantástica de la rebelión”. Utopía, conformismo, abatimiento, cinismo son los rasgos que sucesivamente les delatan amparados en la comodidad del asegurado respaldo de sus padres. ¿Asegurado? No tanto. En el otro extremo, sus padres, los que rondan los 50 años, los adultos expertos son vistos con recelo creciente. La razón principal es que no son receptivos a los continuos cambios que le proponen sus jefes. Sienten, como dice Sennet, que “lo que uno ha aprendido con los años acerca de su profesión o de su compañía son un obstáculo para los nuevos cambios dictados por sus superiores. Para la estrategia de la institución, la flexibilidad de los jóvenes los hace más maleables en términos de riesgo y de sumisión directa”25. Los adultos que rondan la cincuentena nadan entre el escepticismo y la creciente distancia con sus empresas. Saben que muchas de lo que hoy se les presenta como novedad era frecuente hasta hace pocos años, antes de desecharse por antiguo. Lejos de ser maleables, dan muestras frecuentes de no estar de acuerdo con lo que propone la dirección. Pero no pueden alardear de su experiencia porque el nuevo orden, desprecia “esas reivindicaciones basadas en el paso del tiempo” que asocia “al viejo sistema burocrático”, paralizado por los derechos de antigüedad. Unos derechos que solo son válidos para los miembros de los Consejos de Administración, que se sitúan en el entorno de los 60 años y se niegan a jubilar incluso pasados los 70, y cuya retribución no sólo crece sin justificación sino que se rige por criterios muy parecidos a la antigüedad.26 De modo que, por diferentes motivos, en los extremos de la vida laboral los trabajadores están sintiendo un creciente desapego hacia sus empresas. El desinterés de los jóvenes profesionales o los deseos de prejubilación de los hombres y mujeres de 50 y pocos años, mucho
25 Richard Sennet, obra citada. “La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo”. 26 Demonizadas las stock options como causa de conocidos desmanes empresariales su retribución está ahora vinculada a restricted stocks, que no son sino acciones que sólo se ejecutan tras cumplirse una determinada condición. Lo alarmante es que, con frecuencia, la única condición que se les pone es que permanezcan tres o cuatro años en el puesto, es decir un puro criterio de antigüedad con independencia del resultado que obtengan.
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antes de agotar sus posibilidades profesionales efectivas, son una consecuencia de la falta de libertad de ejercer otras opciones vitales. Son mercancías depreciadas y desvalorizadas, síntomas de nuevas contradicciones entre el desarrollo de las personas y el de las empresas. Desde muy pronto, “los jóvenes saben que entran en un mundo en el que, como consumidores, tendrán todos los derechos que como trabajadores se les niegan. Los adultos sienten esa misma falta de libertad en cuanto entran en sus trabajos.”27 Optar entre la libertad de unos y la libertad de todos es lo que está en juego en el momento actual. Es en términos de libertad como hay que conjugar la participación voluntaria de los actores sociales, tanto si generan conocimiento como gestionan información o prestan servicios. Su aportación es un recurso cada vez más imprescindible para avanzar en el desarrollo de empresas más eficientes y transparentes. La libertad de unos no debe prevalecer sobre el derecho de todos.
27 Jóvenes españoles 2005 Fundación Santa María. (Editorial SM, 2006).
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CAPÍTULO II LIBERTAD Y CIUDADANÍA EN LAS EMPRESAS. LAS COSAS PUEDEN SER DE OTRA MANERA 1. Ciudadanos libres creando riqueza Los trabajadores deben empezar a verse como colectivo y, a la vez, como ciudadanos creando
riqueza. Una cosa y otra no son contradictorias, forman parte de una convergencia reforzada por el entorno tecnoeconómico que favorecen las nuevas tecnologías. Sentirse parte de un colectivo, pensar en plural, va a depender, cada vez más, de la calidad y formación de los trabajadores, en tanto que individuos y ciudadanos. Y también de un proyecto social que busca la conciliación entre la vida laboral y la social. Pensar en los trabajadores como ciudadanos significa considerar a la empresa como un lugar de encuentro de personas libres creando riqueza. No es un slogan ni un brindis al sol; es, simplemente, una necesidad si se quiere fortalecer la eficacia y la legitimidad del sistema económico. Por supuesto, la empresa no es hoy exactamente eso, pero debe aspirar a serlo. Ese paso requiere un reequilibrio de poderes entre el capital dinero, cada vez más cerca de ser una commodity, algo indispensable pero indiferenciado, y el capital humano, identificado con la inteligencia y la creatividad colectiva, el activo fundamental de todo negocio. La capacidad de influencia de un colectivo depende de muchos factores: en el pasado dependía de su número, su homogeneidad, su concentración en un mismo espacio, su organización, su capacidad de presión. Los proletarios que protagonizaban las luchas obreras de los siglos XIX y principios del XX, eran individuos que se sentían parte de un todo, cuya personalidad se diluía en la uniformidad de las grandes fábricas, en la que era difícil resaltar. “Cortados por el mismo patrón”, no podían mostrar su singularidad, sus cualidades. Su capacidad de presión dependía de factores en el que el grupo resaltaba sobre lo individual y en el que lo cuantitativo y lo físico tenía un gran peso. La conciencia de grupo se basaba en una espesa red social que recorría una amplia gama de apoyos y encuentros solidarios.
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En el presente, y cada vez más en el futuro, la capacidad de influencia del trabajo va a depender de aspectos cualitativos. Resueltas las necesidades básicas en buena parte del mundo, con saberes adquiridos en escuelas y universidades, disueltas las conexiones primarias entre ellos, el futuro de los trabajadores en tanto que “grupo de interés e influencia” dependerá de otros factores. Su sentimiento de pertenencia a una comunidad de interés dependerá de la creación de redes sociales inmateriales, del desarrollo de una sólida madeja de ideas tejida con hilos intangibles y sobre todo, de la calidad ciudadana de sus miembros, tomados de uno en uno. Internet y las nuevas tecnologías de la comunicación son el requisito tecnológico de ese cambio. Impulsar una conexión entre la idea de trabajador y la de ciudadano puede parecer una forma de disolver lo colectivo. La idea de ciudadano implica y arrastra la presunción de hombre libre, que ha superado los tabúes del orden tradicional. No siempre es así, pero cada vez más, es así. Aplicársela al trabajador significa considerarle un “sujeto de derechos políticos y que interviene, ejerciéndolos, en el gobierno”28 de los asuntos comunes. Pero hoy esos asuntos comunes, herederos de la res publica romana, ya no son solo políticos, se manifiestan en múltiples espacios vitales, en todos aquellos donde existe una comunidad de interés, ya sea en la familia o en el trabajo o en el club o en el barrio o en los foros de debate de internet. Intervenir en el gobierno de los asuntos comunes significa hoy: ! Un individuo con saberes, que aprende a pensar por su cuenta. ! Un individuo social, con capacidad de recibir y aportar, de socializar conocimientos y proyectos.
! Un individuo con deseo de participar en la cosa común, sea su hogar, su empresa, su país o cualquier comunidad de afines en gustos y opiniones.
Existe una idea extendida de que las sociedades desarrolladas potencian un individualismo asocial. Pero no deja de ser un prejuicio, aunque esté refrendado por el diccionario de la lengua29 que, en otra de las acepciones del término “ciudadano”, denomina así a la persona que alcanza “un estadio medio entre el caballero y el trabajador manual”. Curiosa ubicación esa que coloca la ciudadanía en un punto
28 Primera acepción de ciudadano según el DRAE, Diccionario de la Real Academia Española. Edición 2001. 29 Tercera acepción de ciudadano según el DRAE.
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que no puede coincidir con la del trabajador manual y que, quizás sin pretenderlo, viene a certificar que, al vincular la idea de trabajador y ciudadano, estamos alejándonos, dejando atrás de alguna manera, a la economía tradicional construida sobre la energía y las habilidades de las manos para acercarnos a otra sociedad distinta, basada en el conocimiento, que sí permitiría esa conciliación entre trabajo y ciudadanía. No parece que al caminar en esa dirección estemos acercándonos a la posición individual y única del caballero medieval, ajeno por completo al trabajo y, sobre todo, a la idea colectiva del trabajo. Pero en todo caso: ¿será la disolución de lo colectivo un símbolo de progreso? En las sociedades modernas lo colectivo no está muerto, simplemente se enriquece en lo individual, los movimientos solidarios que se organizan espontáneamente por miles de causas lo demuestran. Ocurre que, como recuerda Savater30, “la voluntad comienza a ser experimentada... como aventura individual y no solo como participación irremediable en un energético común”, pero es del espacio colectivo “del que siguen dependiendo en cualquier caso, la gran mayoría de los intereses individuales”. Sencillamente sucede que, “en comunidades primitivas, el interés propio de cada cual no se desliga en modo alguno del de la comunidad, que sale garante de él” mientras que “sociedades más evolucionadas y, por tanto, menos homogéneas posibilitan socios cuyo interés propio ya no está tan directa y evidentemente ligado al de lo colectivo”. El progreso de las sociedades no favorece “pasar del interés al desinterés, sino de un interés más estrecho a un interés más general”. El ciudadano-‐trabajador tiene necesidad de asumir una "cultura de la conciliación" que no es otra cosa que la capacidad y necesidad de afrontar en equilibrio los diversos espacios en los que participa: el trabajo y el hogar, lo individual y lo colectivo, el descanso y la actividad, la familia y los compañeros. Necesita desarrollarse como una persona con deseo de participar en la “cosa común” representada por cualquier comunidad en la que concentra su enriquecimiento y sus identidades incluido su hogar, su empresa y su país. Un ciudadano que ha interiorizado su libertad para crear y romper vínculos pero, mientras los tiene, los asume como parte de su compromiso social.
30 Fernando Savater. Obra citada. “Ética como amor propio”. Biblioteca Mondadori.
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Ese es el trabajador-‐ciudadano que, siguiendo la lógica republicana, puede impulsar la Sociedad del Conocimiento, mejor aún, el único con capacidad de desarrollarla y de promover pautas de racionalidad donde hoy reina el caos. ¿Pero de donde surge ese ciudadano o esa idea de trabajador-‐ciudadano? No viene ni puede venir del cielo ni de la bondad natural de los hombres, tampoco de los valores públicos impartidos en la escuela por muy necesarios que sean. Su principal formación la recibe, la está recibiendo, de la empresa, lugar en el que, día a día, se afrontan las tensiones y conflictos de la producción de bienes y servicios. La forma en que estos conflictos se afrontan y resuelven educa a sus participantes en muchas direcciones: unas veces, en el más puro primitivismo ideológico, soporte de todo individualismo asocial, –el hobbiano “el hombre es un lobo para el hombre”-‐ y otras en una cultura de la colaboración que fomenta comportamientos y valores ciudadanos. Sociólogos, escuelas de negocios, gurús del management, gestores, profesores, periodistas... han dedicado millones de páginas al estudio de la empresa como núcleo básico del sistema productivo. Su lectura, muy ricas en experiencias, permite comprender los avances o cambios a que han estado sometidas. Algunas veces, sus conclusiones apuntan con claridad al corazón de los conflictos organizativos y funcionales que se desencadenan en su seno. Pero en otros casos, parecen referirse a un mundo ideal con gestores audaces y triunfadores y en el que la colaboración es la norma y el conflicto la excepción. Les falta el toque de realidad que aportaría cualquier análisis realizado desde la perspectiva del trabajo. A la empresa se la considera el ente que aporta el sustento de la familia pero es más, mucho más: es donde el individuo se foguea como ciudadano y aprende las más importantes lecciones sobre la dificultad de ser un hombre libre. Las empresas son, a la vez, escuela y cuadrilátero, punto de encuentro y generador de ansiedades y depresiones, un lugar donde se conjugan las amistades, los afectos y las pasiones. Buena parte del dolor y el placer humano se origina allí: por un lado, casi la mitad de las patologías tratadas por psicólogos y psiquiatras tienen su origen en conflictos laborales; por otro, más de la mitad de las personas reconocen haber tenido una relación afectiva en el trabajo. La empresa
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es también el espacio donde se desarrollan todas las variantes de la “microfísica del poder”311 entre personas y grupos y en donde se plantean, aplazan y resuelven, diariamente conflictos de origen funcional, jerárquico, corporativo, personal y profesional. Las empresas son un territorio, en suma, donde la sociedad se muscula y ejercita en la colaboración y la confrontación. En ellas se entronca el mundo de las ideas y el de los intereses sociales y económicos. Es así, no sólo porque la actividad productiva es la que absorbe la mayor parte del tiempo útil de cada día, sino porque es el lugar en el que se expresan más intensamente las actitudes de rivalidad y cooperación entre individuos y grupos. Es también el espacio donde se produce el desarrollo profesional de las personas, una faceta cada vez más asociada a la formación del adulto, ahora que se reconoce que la preparación de los seres vivos es un proceso continuo. Ocurre que todo está relacionado, que la formación es un proceso indisoluble y único que incluye no solo formación profesional sino formación como ciudadano. La vida de las personas es, en buena medida, su trabajo, un lugar en el que relaciones laborales y relaciones sociales se confunden. Buena parte de lo que una persona “es” se desprende del lugar que ocupa en la red de producción y buena parte de lo que siente y piensa esta mediatizado por lo que “es”. Olvidarlo, tiene muchos efectos negativos: aleja al individuo de su más profundo interés, que, en su sentido etimológico, como ya se ha dicho, procede de “inter est”, lo que está entre los hombres. Las luchas por captar mercado, por mejorar la calidad de un servicio, por desarrollar un invento se producen en el seno de las empresas, y han llevado a los pueblos a conocer un nivel de prosperidad desconocido hasta ahora. En ese sentido, en su nivel más elevado e integrador, la actividad productiva puede y debe considerarse como parte de la batalla solidaria por incrementar el bienestar y la riqueza de los pueblos. El interés común y el interés particular se confrontan todos los días en todas las plantas de todas las empresas. La existencia del interés común está patente en su quehacer diario y es un factor de sublimación de los conflictos. Por un lado, la organización de los recursos es condición necesaria para la creación de valor y ésta imprescindible para el bienestar del conjunto. Por otro, evita el
31 “Cada rincón, cada ámbito de lo social está bañado o se verá afectado por el poder en sus más invisibles fibrosidades... El poder lo rodea todo, lo afecta todo dentro de la realidad”. Michel Foucault. “Vigilar y Castigar”. (Editorial Paídos, 1975)
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predominio de las tendencias disolventes, aspecto nada despreciable en un mundo presionado simultáneamente por fuerzas globalizadoras y tribales. Pero el interés común es, también, un discurso vacío, una treta que oculta a menudo la existencia de intereses particulares de personas y grupos. Sus luchas denodadas por conseguir cuotas de poder, sus batallas estériles alejadas de cualquier planteamiento integrador no tienen nada que ver con los problemas inherentes a la creación de riqueza. Reflejan intereses diferenciados u opuestos que, en parte, son la expresión de los procesos de cristalización como poder de los talentos y talantes de los seres humanos. Y, en parte, descienden del conflicto existente entre capital y trabajo y de la apropiación por el primero del excedente generado. Saber encauzar y resolver esas aportaciones y esos conflictos, institucionalizándolos, es parte de los retos de la Sociedad del Conocimiento. Implica superar los tabúes del orden tradicional. Significa acabar de poner en marcha un nuevo modelo empresarial que ya empieza a repuntar, convertir en dominante lo que hoy es excepcional, llevar hasta el final lo que hoy se balbucea con timidez. 2. Diversidad, libertad y transparencia social Cuando se dice que la empresa es un lugar de encuentro que bascula entre escuela y cuadrilátero se la está definiendo como el espacio en el se conjugan una serie de fuerzas. Algunas de ellas tienen que ver con algo tan evidente como la lucha por el poder, pero otras son vectores ocultos aunque no por ello menos influyentes. Y es que, por debajo de lo visible y palpable, que es el espacio en el que se vive, existen otras realidades de fondo que influyen mucho en la vida de la gente. Aunque sea algo abstracto podemos agruparlas bajo la denominación de tendencias del sistema productivo. Durante mucho tiempo, se ha generalizado la idea, totalmente cierta por otro lado, que el sistema nos estaba educando en la uniformidad, que todos estábamos cortados por el mismo patrón, que la cultura de masas hacía que todos leyéramos lo mismo, viéramos las mismas películas y nos comportáramos como borregos alrededor de un patrón medio que coincidía con lo más frecuente, con la moda. La representación gráfica de esa realidad era la campana de Gauss que concentraba el 80% de la gente en el 20% de las opciones mientras solo el 20% restante ejercía su libertad y se distribuía simétricamente,
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a un lado y a otro de lo que se consideraba normal, el 80% de las opciones restantes. Hoy ya no es así. Internet y el entorno digital han cambiado las leyes de distribución y las reglas del mercado. La expresión estadística de los comportamientos sociales está dejando de ser la campana de Gauss para tomar forma de hipérbola, una curva que refleja mejor un comportamiento crecientemente disperso, que concentra en las primeras opciones solo alrededor de un 25 o 30% de la gente para diseminarse el resto en una larga cola compuesta por infinitos colectivos identificados con modos de vida -‐y productos-‐ alejados de la moda. Dicho de otra forma, la moda se dispersa de manera que lo más frecuente es cada vez menos frecuente. Pongamos un ejemplo que no suele ser conocido. Todo el mundo piensa que la lengua inglesa sale reforzada por el predominio tecnológico y económico de los EEUU y así ha sido y es en todos los soportes y en todas las redes masivas de distribución cultural: cine, radio, televisión, etc. Pero no lo es en internet, paradigma del mundo digital. Según los estudios realizados por el observatorio de la diversidad cultural y lingüística en internet, FUNREDES, el peso del inglés ha caído del 75% en septiembre de 1998 al 45% en marzo de 2007. Esos 30 puntos han sido ocupados por lenguas europeas (español, francés, alemán, italiano, portugués) que casi han duplicado su presencia, pero también por el chino y una variedad de lenguas orientales que encabezan una larga cola en la que aparecen lenguas sin estado, como el catalán, o lenguas de gran peso regional pero en regiones muy pobres, como el suahili. El propio sistema económico nos educa en la diversidad y la libertad; no es solo una apariencia, es una realidad. La información sobre las diferentes opciones existentes es una fuente de libertad para los ciudadanos. Ni los productos ni los usos de la gente se caracterizan ya por su homogeneidad, asociada, desde los orígenes de la revolución industrial, a las grandes producciones. Es, de alguna forma, el final de la filosofía del café para todos. Tampoco es fácil encontrar a personas que están cortadas por el mismo patrón. Las empresas generan una infinidad de líneas de productos, gamas, versiones y acabados que fomentan la sensación de personalización de los productos. Esa revolución en la oferta, ha permitido también a las personas educar sus gustos en la diversidad, huyendo definitivamente de la uniformidad y
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la estandarización que habían degradado al hombre al papel de consumidor pasivo. Los individuos recuperan autonomía a la hora de tomar decisiones sobre aspectos esenciales de su propia vida, con una libertad desconocida hasta ahora. Amplían los ámbitos de su decisión a la apariencia física, sus opciones sexuales, sus hábitos alimenticios, su espacio vital, su modo de vida... Todo ello les permite desarrollarse y madurar como seres humanos, fortalecer su identidad. Han pasado de vivir encadenados a sus propios prejuicios a ampliar sus espacios de decisión, a aceptar y potenciar su propia individualidad y a asumir riesgos sobre cómo desarrollarla. Esa mayor libertad de elección no es algo aparente, es real, aunque la falta de conciencia sobre su situación y la velocidad de los cambios aturda y enturbie la libertad. En todo caso, la mayor autonomía en muchas decisiones importantes disminuye los espacios antes ocupados por creencias e instituciones sagradas como la familia, la iglesia, la milicia, la patria... Esos cambios, acelerados en la última década, han producido un progresivo declive del papel de la tradición y la jerarquía en las actitudes y los comportamientos sociales. La reacción integrista de los nuevos movimientos religiosos es, precisamente, una respuesta a esas tendencias de fondo del sistema productivo. Están originadas por una demanda de eternidad que la sociedad civil no es capaz de satisfacer y que fortalece las posiciones fundamentalistas. La información es una fuente de libertad para los ciudadanos y la base de la transparencia social. Esa evidencia, progresivamente interiorizada, hace que la sociedad se enfrente, con más decisión que nunca, a los más diversos tabúes sociales, aquellos que ocultan los privilegios o la explotación de unos sobre otros. El hambre y la desnutrición en los niños o la guerra entre países lejanos se sienten cerca y sensibilizan crecientemente a la población del mundo. Los ciudadanos se atreven a reclamar visibilidad y transparencia en muchas esferas que antes se consideraban opacas o estrictamente privadas: administración, partidos, ejércitos o iglesias. También en la familia, en la que la privacidad no es ya ningún reducto para el abuso. Ya no es posible ampararse en los espacios familiares para ejercer violencia sobre las mujeres o los niños. Para atreverse a dar este paso, la sociedad tuvo que hacer un largo recorrido. Hubo de exigir máxima transparencia en las labores públicas y reclamar limpieza en las fuentes de financiación de los partidos políticos. Y en los contratos. La
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misma transparencia habrá que reclamarla mañana a los medios de comunicación. La identificación de los grupos de presión o la preocupación por el conflicto de intereses son pequeños pasos pero, también, conquistas ciudadanas. Hace tiempo, que se asume esa lógica que es una consecuencia de la libertad. El reclamo de transparencia en todos los espacios sociales no garantiza, obviamente, el éxito, pero es ya una fuerza social que traslada a un primer plano la batalla por la ampliación de derechos civiles. Es normal que se cuestionen códigos de conducta culturales o religiosos, como el velo en las mujeres musulmanas. O el celibato eclesiástico y la marginación de las mujeres en las liturgias católicas. Y, desde luego, es normal que la sociedad asuma que se investigue, por ejemplo, la pederastia de algún cura u obispo o que, como ocurrió hace años, se aireen en los medios las violaciones realizadas por misioneros africanos, sin que ello suponga hacer tambalear el prestigio colectivo de su labor. Ese viento debe llegar también a las empresas. Y de hecho, parece que está llegando con una cierta consistencia. Razones hay: la información privilegiada, como fuente de poder, o la manipulación interesada de datos y noticias no puede ser el sustento de una minoría elitista que se apropia impunemente de la riqueza generada por todos. Y los casos de Enrom, WordCom, Parmalat... son suficientemente reveladores de que las cosas pueden seguir siendo así mucho tiempo. El hecho es que la entrada de la transparencia en el mundo empresarial es más conflictiva. Es de los pocos espacios, que parece velado a la crítica y, cuando ésta se produce, es ejercida con demasiada prudencia o recelo o reproduciendo tópicos trasnochados o utilizando sutilezas. Probablemente se es consciente de que se está abordando el núcleo del poder real del mundo globalizado. La concentración de riqueza y negocio en las grandes corporaciones es inmenso. Y lo que es peor: su poder de influencia sobre los medios de comunicación, a los que les corresponde hacer públicas las quejas, es tan importante como etérea, tanto a través de sus conexiones accionariales como de la inversión publicitaria. No es, por tanto, una tarea fácil. La opacidad sigue vinculada a una forma de dominio que ha traducido el viejo axioma que reza que “la información es poder” por otro más actual y sutil: “la información privilegiada es poder”.
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Las empresas son una institución esencial por muchas razones. Son el tercer pilar, junto con el estado y los sindicatos, sobre la que se cimentó el contrato social que ha permitido levantar el Estado de Bienestar. Pero, sobre todo, es la única de las tres instituciones que ha salido fortalecida con la globalización, hasta convertirse en el pivote esencial en el desarrollo de las relaciones sociales. En consecuencia, sin abordar la realidad de las empresas de hoy, es imposible abordar los cambios en el sistema productivo que provocan y reclaman las tecnologías de la información. El reconocimiento de su inmensa importancia es la que obliga a poner el foco sobre ellas: precisamente porque son tan importantes no pueden ser ajenas a su resultante social. Si la empresa está participada por los ciudadanos presentes en su accionariado, si sus productos tienen cada vez un mayor impacto medioambiental, si tiene una creciente influencia en el modo de vida y en el modelo social resultante... y si ellas mismas buscan una empatía social, una legitimación social y desean que los ciudadanos las quieran... “si la empresa aumenta tanto su poder y su enorme influencia ¿no tendremos la oportunidad de ejercer nuestro poder sobre ellas?”32 Esta reflexión forma parte de las posiciones más consecuentes y modernas que están en vanguardia de la democratización de la sociedad. La realidad es que, en un mundo globalizado, la empresa adquiere una responsabilidad social sobre la que tiene que rendir cuentas. No basta con que rinda cuentas a sus accionistas, las tiene que rendir también a la sociedad. Los deseos actuales de transparencia y la misma idea de responsabilidad social de las empresas, son consecuencia de las demandas de libertad de los ciudadanos. Es el camino del progreso. Sin embargo, este planteamiento encuentra muchos obstáculos para superar su perspectiva más superficial: choca con la empresa realmente existente y también con la depreciación y desapego del trabajo. Si en otros muchos ordenes, se han producido modificaciones esenciales en la vida de los ciudadanos, en las empresas, en tanto que trabajadores, siguen siendo tratados como mera fuerza de trabajo. De modo, que se produce un choque de desencuentros entre los dos niveles de expresión social de los individuos: en las esferas privadas y en la mayoría de las públicas son reconocidos y tratados como sujetos 32 Ramón Jáuregui. “Reforma económica y modernización social” Intervención en Seminario sobre el Modelo Social Europeo. (Fundación Alternativas-Policy Network, 2007)
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maduros, como ciudadanos capaces de decidir y asumir riesgos. En la esfera productiva, predomina, en cambio, el trato tutelado como si fueran menores de edad, como si cualquier apertura o participación provocara el desorden y el caos, como si el cumplimiento de un horario y el consumo de unas energías fuera la única contrapartida al salario. Posiblemente la razón está en la propia esencia del modelo organizativo dominante que no necesita, realmente, integrar al trabajador porque solo espera de él su energía como fuerza de trabajo. Entre las partes se establece una relación desconfiada. Un clima de confianza exige un trato recíproco entre las partes y un respeto profundo a la identidad y al valor aportado por el otro. Y eso no es lo normal, sobre todo cuando hasta las empresas más punteras y atentas a crear un clima participativo y abierto, empieza por despedir personal cuando descienden el beneficio y los retornos estimados. La eficacia necesita cada vez más de participación y libertad para poder hacerse realidad, es un peaje obligado por la creciente complejidad de la sociedad. Se requieren unas pautas de comportamiento más abiertas que las tradicionales y que la colaboración y el reconocimiento del trabajo en tanto que capital, pase a ser la norma de un nuevo modelo social. Sin ese trabajador, que se ejercita como ciudadano en su trabajo, será imposible avanzar en la responsabilidad empresarial. Sin un nuevo modelo de relación más flexible y abierto en la producción, será imposible incrementar, de forma consistente, la productividad del trabajo que facilitan las tecnologías de la información y la comunicación. Es imprescindible asumir, cuanto antes, estos cambios que produce y demanda el desarrollo de la Sociedad del Conocimiento. 3. Libertad económica: pasado y futuro. Decía Ronald Reagan con cierto humor –alguna de las frases preparadas por sus asesores, sin duda-‐ que el socialismo se basa en tres principios sencillos:
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“Si se mueve, ponle un impuesto. Si se sigue moviendo, regúlalo. Y si deja de moverse, dale un subsidio para que se vuelva a mover... y así le puedes poner otro impuesto.”
La libertad de movimientos de mercancías, capitales y servicios fue la demanda que caracterizó el desarrollo de la globalización. Pero las mercancías, depositadas en las aduanas, no reclamaban libertad de movimientos ni tampoco lo hacía el dinero depositado en las cuentas corrientes. Esas demandas las reclamaban los agentes sociales cuyo futuro dependía de la liberación de los negocios transfronterizos, es decir las empresas multinacionales a las que las barreras arancelarias nacionales impedían avanzar en la creación de un mercado único mundial. Quinientos años antes, la libertad de movimientos había sido incluida dentro de una reclamación similar protagonizada por los comerciantes burgueses de las ciudades: pero entonces, eran los peajes de salida y entrada de los pequeños estados feudales los que impedían la creación de mercados nacionales unitarios. La flexibilidad y la libertad, una y otra vez, han formado parte de la bandera del “progreso económico” en la historia, pero no por ello ha dejado de estar vinculada a intereses concretos. El general Ulises Grant, vencedor en la guerra del norte industrial contra el sur esclavista, y luego presidente de los Estados Unidos, declaraba en 1875, respondiendo a las presiones del Imperio Británico, entonces primera potencia: “También nosotros adoptaremos la libertad de comercio, pero será dentro de doscientos años, cuando hayamos obtenido del proteccionismo todo lo que nos puede ofrecer”. Cuando EEUU defiende hoy la libertad de comercio es percibida por la misma desconfianza por los más débiles, incapaces de sobrevivir desprotegidos. Y, sin embargo, como declara Amartya Sen33 “el desarrollo puede concebirse como un proceso de expansión de las libertades reales de que disfrutan los individuos”. La globalización, desencadenada bajo el estímulo neoliberal, ha convertido los impulsos de libertad que surgían de las entrañas del sistema en una fuerza favorable a la extensión de la libertad económica que necesitaban los agentes transnacionales emergentes. La asociación entre globalización y neoliberalismo suele impedir el reconocimiento 33 Amartya Sen, “Desarrollo y Libertad”. (Editorial Planeta, 1999). Sen fue premio Nóbel de Economía en 1998.
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del gran salto democratizador que ha supuesto, de la mano de la universalización del mercado, impensable hace algo más de 20 años34. La población total que ocupaba, en 1985, el mundo económico global era de 2.500 millones de personas, el 42% de la población del planeta. Ese mundo, que era el que participaba en el intercambio económico y de ideas, incluía Norteamérica, Europa y Japón, el sudeste asiático, parte de América Latina y algo de África. En algo más de 20 años, el mundo económico globalizado ha pasado a relacionar a 6.000 millones de personas, según un estudio realizado en 2004 por Richard B. Freeman35. Por diferentes razones, políticas o económicas, se han incorporado China, la India, Rusia y el oriente europeo y se ha intensificado en América Latina y, en mucha menor medida, en África. Pero el hecho es que el intercambio económico y de ideas se ha extendido al 88% del mundo. Ese entorno dinámico influye sobre el propio trabajo que ha experimentado una expansión inmediata de la fuerza laboral de 1.500 millones de nuevos trabajadores, con perspectivas de crecer mucho más. Otros informes36 reafirman lo anterior al estimar que la fuerza laboral mundial se multiplicó por cuatro en los últimos 25 años gracias a la integración de China, India y de la Europa del Este. Los países del sudeste asiático aportaron la mitad de este incremento. Ese impulso democratizador ha favorecido a grandes mayorías de los países emergentes y perjudicado, en buena parte, a los trabajadores de los países desarrollados. Quizás por ello, durante los años 80, sus organizaciones sociales se limitaron a “construir trincheras contra la flexibilidad”. Esa actitud defensiva, consiguió retrasar o paliar algunos ajustes pero no pudo evitar los cambios quizás porque no era posible soslayarlos. De alguna forma, se trataba de transformaciones inexorables motivados por una revolución tecnológica, al igual que había ocurrido en otros momentos de la historia. Efectivamente, la revolución digital iniciada en los 80 potenciaba algo intangible, la información, que pasaba a ser el principal recurso productivo. Y, en paralelo, fortalecía a los servicios, lo intangible, en detrimento de lo 34 Más adelante, en la última parte del libro, se volverá sobre esta idea recuperando las posiciones de Marx sobre la esencia de progreso que incorpora la extensión del mercado a todo el mundo. 35 Richard B. Freeman, es economista de la Universidad de Harvard, experto en el mercado de trabajo y colaborador de la OIT y de diversos gobiernos. Autor de múltiples publicaciones entre ellas “Mercados de trabajo en acción: ensayos sobre economía empírica” publicado por el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales español. 36 Informe del FMI de 2006. El País 6 de Abril de 2007.
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tangible, las mercancías, la materia. Una nueva unidad, el bit, se acababa imponiendo a otra, el átomo. Perdía peso todo aquello que era fácilmente contable y controlable en las aduanas, ganaba peso lo inmaterial, la información... y los flujos financieros. Perdía peso el Trabajo y ganaba peso el Capital. Mientras éste se movía sin patria ni fronteras, los emigrantes eran detectados en las trampas de los barcos o en los falsos fondos de autobuses y camiones. Objetivamente se debilitaban los trabajadores y sus organizaciones sociales al tiempo que se debilitaba el Estado de Bienestar. Eran cambios que apuntaban lo que sería, ya es, la globalización económica. La adaptación tecnológica y productiva se produjo con distinta intensidad en América que en Europa, donde los trabajadores desarrollaron “métodos de resistencia pasiva” que retrasaron los esfuerzos de organización destinados a “modernizar” el sistema. Esa resistencia tuvo efectos sobre los reequilibrios del poder económico en el mundo: el “margen de ganancia se redujo y el capitalismo europeo perdió la flexibilidad que su funcionamiento requería”. No son palabras de un empresario europeo, lo son de Samir Amin, un conocido sociólogo neo-‐marxista de origen egipcio.37 Hubo que esperar a mediados de los años 90 para que los sindicatos europeos asumieran una actitud más realista a través de un nuevo concepto, flexicurity, que refleja un objetivo de síntesis entre flexibilidad y seguridad.38 En todo caso, es el pasado. Es el momento de elaborar y sintetizar propuestas alternativas para hacer avanzar los cambios sociales en la mejor dirección posible. ¿Y cuál es la mejor dirección posible? Aquella que potencia el desarrollo económico y, a la vez, impide que los frutos del mismo sean gestionados o apropiados por una minoría opaca. La globalización conocida hasta ahora ha supuesto, con todos los efectos colaterales que se analizan en este libro, un gran salto democratizador de las riquezas en el mundo a costa de exacerbar su control en manos de una oligarquía. El desarrollo de la Sociedad del Conocimiento, es el segundo salto democratizador que están reclamando las nuevas fuerzas productivas, un salto que necesita de mucha mayor libertad en las relaciones 37 Samir Amin, obra colectiva. “La nueva organización capitalista mundial vista desde el Sur”. Página 40, (Editorial Anthropos. México 1995) 38 El secretario general del sindicato CCOO, Feliciano Fidalgo declaraba “concebimos el sindicalismo del futuro como un factor que, desde el conflicto capital/trabajo, genere competitividad y derechos laborales, estabilidad y flexibilidad, participación en la organización del trabajo y formación continua de los trabajadores”. El País 29-04-2001.
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sociales para hacerse realidad. La Sociedad del Conocimiento es la consecuencia y el perfeccionamiento de la globalización en curso y significa el triunfo de la inteligencia colectiva, el esplendor del recurso más intangible, universal y sostenible a largo plazo. Y deben ser los trabajadores, probablemente los ubicados en los países desarrollados, allí donde se concentra la mayor densidad de profesionales del conocimiento, los que asuman su impulso si se quiere avanzar en esa dirección. Porque, como se explica en próximos capítulos, amanece una nueva coyuntura para el trabajo en la que tendrán una gran oportunidad para convertir en determinantes su capacidad de diagnosticar los problemas y proponer sus alternativas. “El desarrollo puede concebirse como un proceso de expansión de las libertades reales de que disfrutan los individuos” dice Amartya Sen. El premio Nobel de economía de 1998 incluye entre las libertades, no solo las libertades políticas, sino también las oportunidades sociales o las garantías de transparencia. Y añade: “El desarrollo consiste en la eliminación de algunos tipos de falta de libertad que dejan a los individuos pocas opciones y escasas oportunidades para ejercer su función razonada como agente político y social” 39 Pocas opciones y escasas oportunidades para ejercer... Sin duda, es una frase que describe uno de los rasgos principales de la situación de los profesionales y de los trabajadores en general. Colocados en el borde del precipicio, flexibilizados a la fuerza, obligados a admitir la pérdida de muchas de sus seguridades, los trabajadores están en condiciones de dar la vuelta a su rol tradicional y empezar a hacer suya la idea de flexibilidad y la demanda de nuevas libertades económicas. Dentro de ellos son los profesionales del conocimiento los más favorecidos por las tendencias de fondo que impulsa el sistema productivo, los únicos que están en condiciones de hacer avanzar al conjunto de la sociedad; los más interesados en hacer avanzar la libertad del sistema porque su propio desarrollo está en juego. El desarrollo reclama hoy la transparencia empresarial, parte esencial del desarrollo de la libertad económica; el derecho a recibir información y a participar en la toma de decisiones es también la consecuencia de la libertad económica como lo es la flexibilización de las formas de propiedad para que los trabajadores, principales interesados en el futuro de las empresas y principal fuente de creación de valor, participen de la gestión y los beneficios. 39 La función de los individuos como agentes políticos y sociales es denominada “agencia” en la terminología de Amartya Sen. Obra citada, “Desarrollo y Libertad” (Editorial Planeta, 1999).
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Significan la eliminación de trabas que impiden el desarrollo y el impulso de nuevos espacios de libertad que están siendo ofrecidas de forma desigual e incipiente por algunas empresas e instituciones. De lo que se trata es de trabajar sobre ellas y convertirlas en derechos, en nuevas libertades económicas reclamadas desde el trabajo. En el pasado, demandas similares podían plantearse en términos de estricta justicia. Ya no es solo eso. Son requisitos imprescindibles para el desarrollo económico, la eficiencia y la competitividad. 4. Más participación, más tecnología La innovación tecnológica y la innovación social van de la mano. A desarrollar esta idea dedicamos este apartado. Significa que, si no se democratiza la organización del trabajo quedarán bloqueados los incrementos de la productividad que favorecen las nuevas tecnologías. Significa también que invertir en tecnología no es suficiente, es imprescindible abordar cambios en la organización empresarial. El director del programa sobre la economía del conocimiento de la Work Foundation40, Ian Brinkley, lo expresa con otras palabras: “las empresas deben invertir en tecnología que es algo fácil, pero, sobre todo, deben hacer los cambios necesarios en la organización del trabajo para sacarle el mayor partido a esa tecnología”. Más participación y más tecnología deberían ser la vocación de los profesionales del saber... y de todos los trabajadores. Las empresas más sensibles a los nuevos tiempos van asumiendo una modificación en la organización del trabajo. Las nuevas prácticas suelen estar orientadas a conseguir la mayor autonomía y colaboración de los trabajadores en la producción. Incluyen el desarrollo, en diversos grados, de políticas de información que potencian la intervención de los empleados en la toma de decisiones; incorporan nuevos sistemas de retribución que culminan en la participación de empleados, incluido no directivos, en el capital de la empresa; potencian las estructuras horizontales, la creciente autonomía de los equipos de trabajo y la participación de los empleados en el diseño de su propia formación... y, sobre todo, favorece la flexibilidad en los tiempos de presencia en las empresas o desarrolla formas de teletrabajo.
40 Work Foundation es una organización británica sin animo de lucro dedicada a impulsar la colaboración entre los agentes económicos para fomentar el crecimiento y la calidad del trabajo. "Las empresas deben cambiar la organización del trabajo". El País 25-3-2007.
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Mayor participación y más tecnología son tendencias que se refuerzan mutuamente, mejor no separar la una de la otra. Las nuevas prácticas se implantan, en mayor medida, en las empresas intensivas en el uso de internet y las tecnologías de la información y la comunicación, TIC. El binomio nuevas tecnologías y nuevas formas de organización del trabajo, empieza a ser admitido41 en la OCDE como paradigma del éxito. La razón es evidente: los mejores datos de productividad del trabajo se consiguen en aquellas empresas que, simultáneamente, utilizan nuevas tecnologías y que adoptan formas flexibles de organización del trabajo. En sentido contrario, la economía tradicional, no dependiente de nuevas tecnologías, parece también más eficiente cuando no incorpora prácticas participativas en el trabajo, cuando se desarrolla bajo los parámetros jerárquicos clásicos. La ausencia de participación y nuevas tecnologías también se refuerza mutuamente42 o, dicho de otra forma, favorece una gestión económica basada en la jerarquía inflexible tradicional cercana al autoritarismo. Nunca quedaron delimitadas, de forma tan clara, las fronteras del progreso y las líneas de interés de los trabajadores. La innovación, hoy, es algo asociado a la libertad de creación y a una visión colectiva del trabajo y requiere que se le asimile y reconozca como a otros procesos de creación. Se trata de ideas que deben formar parte de una nueva visión del trabajo, de un conjunto de pautas que pueden plantearse también como un nuevo elenco de derechos y libertades imprescindible para el desarrollo de la Sociedad del Conocimiento. Sin embargo, las cosas no se plantean así, ni siquiera en las empresas más punteras. Esas prácticas son, en primer lugar, escasas e insuficientes43. Pero además suelen estar impuestas desde la dirección de las empresas con el propósito de ganar en flexibilidad trasladando riesgo a los trabajadores. Otras veces, las menos, forman parte de propuestas para fomentar su incorporación voluntaria.
41 Ver informe de la OCDE, en 2001, sobre crecimiento medio anual de la productividad del trabajo en la industria manufacturera en EEUU (1992-1998). Resalta que el cruce entre el nivel intensivo en el uso de políticas participativas con un nivel alto en el uso de tecnologías de la información TIC genera una productividad media del 7,8 y nuevas prácticas laborales. Esa unión entre ambos factores hace a la economía más eficiente y productiva: 5,5 veces más (7,8 contra 1,4) que las empresas que no utilizan las nuevas tecnologías y 15,6 veces más (7,8 contra 0,5) que si no utilizamos estrategias participativas. 42 El informe de la OCDE ya mencionado (ver nota anterior) resalta que, sin nuevas tecnologías y métodos participativos, el incremento de la productividad es del 2,2% anual. Con un matiz: cuando no se cimenta en las nuevas tecnologías pero hay participación el incremento es menor (del 1,4); y si se incorporan nuevas tecnologías sin aumentar la participación el incremento es solo del 0,5%. 43 El peso de las industrias que no usan las nuevas tecnologías, NO TIC, supera el 60% en los países desarrollados (62% en EEUU y 67% en Europa en el periodo 1995-2000). Menos del 50% de ellas adoptan además esas nuevas prácticas en las relaciones laborales.
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Las ideas deben fluir de abajo hacia arriba. Y eso requiere libertad. La cultura de la libertad es la cultura del riesgo. El riesgo no es solo el análisis de las ventajas o desventajas de una decisión empresarial, es también algo asociado a comportamientos activos o pasivos. Las pregunta básicas son: ¿cuántas ideas acertadas se desaprovechan por proceder de los escalones de abajo? ¿Cuántos errores se dejan cometer a los jefes por un comportamiento pasivo de sus subordinados? Hay mucho conocimiento al que nadie hace caso, muchas ideas sin materializar por una política inapropiada. Debe aceptarse el error y la libertad para expresarse y experimentar. No se debe penalizar al que habla, critica o se equivoca. Existe un riesgo creciente en desaprovechar ese activo, un riesgo creciente derivado de no fomentar un clima de libertad. Pero es imprescindible desarrollar actuaciones de arriba hacia abajo para que las ideas fluyan de abajo hacia arriba. El desarrollo de un espacio de libertad para innovar requiere un impulso organizado para que florezca. Lo difícil es conseguir que las personas planteen sus ideas con naturalidad ante sus jefes o que las defiendan con tenacidad en un grupo de trabajo o en un comité. Algunas empresas lo entienden así. Con el título “Obediencia indebida” el director de Recursos Humanos de Oracle para el Sur de Europa escribía lo siguiente: “Se trata de que los cuadros empresariales favorezcan el que las personas planteen, con naturalidad, sus ideas, que superen los modelos mentales heredados en el que la obediencia al jefe está incrustada con fuego”. Esos comportamientos tienen “razones biológicas e históricas que empujan a jugar papeles de subordinación ante el jefe (de la manada) y a la aceptación de las reglas del grupo. Lo natural es asumir las ideas del jefe y alinearse con la dirección, una ventaja en sociedades jerarquizadas y un obstáculo cuando se desean altos niveles de contribución de las personas”. 44 La innovación social es la atención a los más mínimos detalles de la participación del saber. No vale la inspiración de un genio aislado, es precisa toda una cultura sobre la innovación y el riesgo para que florezcan las ideas y se puedan canalizar convenientemente. La innovación está dentro de las empresas, entre las personas que trabajan en su interior. La fuente que la provee es más dispersa y anónima que en el caso de la investigación o el desarrollo, del I+D. 44 Juan Francisco San Andrés. Director de Recursos Humanos de Oracle para el Sur de Europa. “Obediencia Indebida”. ABC 03-11-2002
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Impregna a toda la empresa, a todos y cada uno de los departamentos y a todos y cada uno de los trabajadores. Es un valor interno, una fuente de valor esencial, pero se encuentra en estado latente y así permanecerá si no se activa. Necesita una política general que la potencie y unas actitudes, entre cuadros y profesionales, necesarias para que aflore ese saber oculto que se disemina en personas concretas pero anónimas. Mientras que la investigación y el desarrollo, el I+D, requiere perfiles humanos muy específicos y altamente cualificados, la innovación puede cimentarse en gente común, es algo que forma parte de la cultura colectiva de una organización. Se trata de un valor interno que no puede sustituirse con contrataciones en el exterior: se localiza en personas que deben conocer el sector, la competencia y el negocio en el que la empresa se mueve. Personas que deben conocer, también, las resistencias y apoyos que puede recibir cada nueva idea en el conjunto de la organización y en los diferentes departamentos. Empresas como Ikea, Dell o Zara son muy innovadoras, y, sin embargo, sus ventajas no se centran en mejoras tecnológicas que pudiéramos ubicar en el I+D. Lo esencial es comprender que la creatividad se cultiva, se promociona. No es algo que sale de la nada ni se produce de forma automática. Mejorar a las personas para que mejoren procesos para que mejoren rendimientos es hoy la dirección lógica que debe tomar el cambio hacia la innovación. Se precisa mucha sistematización para gestionar la innovación, implica un impulso a la socialización de los saberes de cada uno, del florecimiento de la inteligencia colectiva, tareas que languidecerían sin un planteamiento de apoyo sistemático. En un entorno cambiante, de alta movilidad tecnológica, el valor de una compañía dependerá cada vez más, de su inteligencia colectiva. Es el fundamento de su valor futuro, el único que asegura la innovación, un activo flexible con capacidad para adaptarse a diferentes circunstancias y componer soluciones. Pero eso tiene muchas consecuencias. Por un lado, la innovación es un arte colectivo que necesita un ambiente para que surja; por otro, muchas veces tiene un autor, individual o colectivo, reconocible y requiere que se le reconozca su contribución. Sin ese contexto, es muy difícil construir valor interno. Incorporar reconocimiento al conocimiento pasa a ser imprescindible. A veces, las ideas parece que no son de nadie, es imposible saber el verdadero origen de las buenas ideas. Pero, otras veces, simplemente
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se niega la autoría a la persona o al equipo que la ha desarrollado, lo que provoca una frustración que afecta y atraviesa la esencia de la relación capital-‐trabajo. Hasta el punto que pone en cuestión el mismo contrato laboral que necesita aprender de determinadas experiencias que están mejor resueltas en la legislación mercantil, cuando aborda la propiedad intelectual y el copy rigth. A ello dedicaremos un apartado específico. Se trata de un asunto tan importante que habrá que volver una y otra vez sobre ello. Ese hilo nos debe dirigir a un ovillo que, necesariamente, debe hacerse más y más grueso en la medida en que la sociedad va asumiendo las nuevas tecnologías y los hombres y mujeres van afrontando sus consecuencias en sus vidas. 5. Paradigmas económicos, tendencias sociales El dinamismo y el cambio son fuerzas objetivas aliadas al trabajo, lo revalorizan como fuente de la innovación y de riqueza. Son fuerzas del progreso aunque, al tiempo, lo someten a nuevos retos. En este apartado, se pretende resumir esos cambios y esos retos provocados por las nuevas tendencias del sistema productivo, que poco a poco, se interiorizan en pautas sociales que, a su vez, actúan como un vector que presiona para que las cosas ocurran de una determinada manera, con una determinada lógica. La organización empresarial y la forma de añadir valor a la cadena de producción deben ajustarse a esas pautas que empujan a una conexión entre la innovación tecnológica y la social para conseguir mayores incrementos de productividad y eficiencia. El resultado es un cuadro económico y social caracterizado, en sus líneas de fondo, por rasgos que pueden sintetizarse de la siguiente forma: 1. Cada vez más, el “saber hacer”, se convierte en el factor decisivo para ganar competitividad. La tecnología principal de una empresa se distancia progresivamente de sus activos físicos. El éxito depende, cada vez menos, de la inversión en equipos, edificios o maquinaria. El activo principal es el conocimiento del negocio, la capacidad de incorporar la inteligencia, la creatividad colectiva, al
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servicio de un proyecto. La utilización optima de las personas es fundamental.
2. Esa creatividad no está asociada a la inspiración de unos pocos genios sino que se construye, cada vez más, a partir del talento del conjunto y de la forma en que se organiza y se sistematiza. En ese contexto, el valor añadido es, sobre todo, la forma en que está organizada una empresa, Las técnicas de gestión, el management, por encima de modas y tópicos, se convierten en el símbolo del más global de los recursos: la capacidad organizativa.
3. Las organizaciones se hacen más planas. El ordenador reemplaza las comunicaciones lentas y atascadas de las cadenas de mando tradicionales. Las redes locales y las intranets corporativas democratizan el acceso a la información. Se eliminan jerarquías cuya justificación y razón de ser estaba en retener y aprovecharse de una información.
4. La calidad del trabajo mejora. Los ordenadores, móviles y fijos, los nuevos dispositivos portables, la creciente capacidad y precisión de máquinas y robots, ofrecen nuevos y mejores servicios cada día. Poco a poco se van mostrando capaces de asumir cualquier tarea que se pueda descomponer en “rutinas”, desplazando a buena parte de los activos humanos a funciones menos duras o más gratificantes.
5. Las nuevas tecnologías potencian una infinidad de variantes de colaboración, de posibilidades de compartir información y trabajo en tiempo real. La distancia entre los interlocutores no importa; tampoco son barreras el lugar ni el momento –en el trabajo, el hogar o en el automóvil-‐, ni lo será el idioma. Se anulan las distancias espaciales y se organiza una nueva distribución del trabajo que va cristalizando, no sólo en formas de trabajo a domicilio o disminuyendo el tiempo de presencia en el lugar de trabajo, sino en el desplazamiento de actividad a territorios menos desarrollados en un proceso de producción planetario.
6. La autonomía del trabajo aumenta, el mejor ejemplo es el creciente empuje de los emprendedores. Un hombre con una sola máquina –su ordenador-‐ son suficientes para emprender ideas y proyectos. Sin apenas moverse ni perder tiempos inútiles, puede concebir, diseñar, planificar, intercambiar mensajes y documentos, colaborar
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con socios, conseguir clientes, cobrar y pagar, llevar su contabilidad...,en fin, todas las operaciones que definen un negocio. Y hacerlo con un nivel de profesionalidad y eficiencia impensables hace 20 años.
Muy probablemente si a una persona interesada en el progreso social se le planteara una valoración de estos cambios no podría menos que considerarlos positivos y apoyarlos. Es lógico, porque el progreso no puede construirse sobre hombres atados a una cadena de montaje, con un horario rígido y un trabajo rutinario y repetitivo, cualidades que terminan por embrutecer sus capacidades creativas. Se trata de tendencias objetivas y estables del sistema productivo. Pero tienen un problema, su desarrollo significa asumir un hecho imprescindible: la singularidad del capital humano como activo esencial del progreso. No es un activo más, tiene capacidad para crear e innovar pero tiene otros rasgos esenciales que se deben reconocer y recordar: tiene voluntad y de ella depende la calidad del resultado final. El trabajo es un componente vivo del proceso productivo cuya aportación final depende de su resistencia o colaboración. Contrariamente a los demás inputs productivos, que son “palancas muertas”, la incorporación del ser humano a ese proceso incorpora, necesariamente, una actitud pasiva o activa, a favor o en contra, que se manifiesta, de forma individual y colectiva, en los centros de trabajo, secciones o departamentos de una empresa. Su participación está muy condicionada por el entorno laboral. Un proyecto atractivo y un entorno participativo fomentan la multiplicación de energías sociales porque facilita la creatividad; mientras que una concepción despreciativa del trabajo deprime el comportamiento humano y aleja a los trabajadores de la lucha por la creación de riqueza. En tercer lugar, su voluntad de aprender y adaptarse se convierte en un requisito decisivo. No basta con trabajar: si la inteligencia colectiva es un activo determinante para progresar, la formación de los trabajadores es el alimento continuo, imprescindible para cultivar su aportación. En un entorno cambiante, las habilidades y los saberes relevantes ya no son tanto los específicos de cada profesión, que pueden cambiar, como aquellos que desarrollan su capacidad para
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relacionar y pensar. En lugar de conocimientos específicos acabados, debe aprender a cultivar habilidades genéricas abiertas. Por último, el reconocimiento de la autoría en las ideas y las innovaciones toma, también, una relevancia creciente para fomentar el trabajo en equipo. El hombre no es solo un homo economicus, es alguien que percibe el valor creciente de los intangibles, que sabe su valor, y reclama algún tipo de reconocimiento como parte de una nueva relación laboral. Necesita cierta compensación emocional imprescindible para sentirse valorado profesionalmente. Reclama una contraprestación intangible a su aportación intangible, como una variante de propiedad intelectual colectiva. En la medida en que el mundo se hace más dinámico, cuando no es posible hacer las cosas del mismo modo, año tras año, se está incentivando la aportación del capital intelectual. Como consecuencia el hombre se coloca, más que nunca lo estuvo, en el centro del sistema productivo. Se trata de una tendencia estable, de fondo, que empuja a que las cosas evolucionen de una determinada manera. Y entonces surge una pregunta elemental: si las tendencias que se han descrito tienen razones objetivas, si se desarrollan al margen de la voluntad del hombre, si corresponden a la esencia estructural del sistema… y su sentido es esencialmente positivo es lógico pensar que el mismo mundo cambie en la buena dirección. En absoluto. Las tendencias descritas no son la única fuerza que actúa ni significa que su influencia sea, por sí misma, determinante. En los procesos sociales, nada es lineal ni nada se consigue automáticamente. No solo por la oposición de las élites conservadoras ni de los grupos de poder, no solo por eso. Es, sobre todo, por el contrapeso de otros factores objetivos que actúan como vectores negativos que empujan en sentido contrario. Las fuerzas del mercado de trabajo es una de ellas, la principal quizás, por su capacidad depresiva sobre las condiciones laborales. Es hora de que pasemos a analizarlo en el próximo capítulo. Pero antes conviene asumir el sentido en el que empujan las otras fuerzas, asumir que su característica común es su oposición a los impulsos participativos y democráticos, de abajo hacia arriba, y su apoyo a las tendencias elitistas y oligárquicas del sistema, que justifican y refuerzan una organización vertical de la sociedad.
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"Tanto en autocracia como en democracia siempre gobernará una minoría” afirmaba el sociólogo alemán Robert Michels45, especializado en el comportamiento político de las élites intelectuales y autor de la denominada ley de hierro de la oligarquía. Sus argumentos tienen todavía actualidad: cuanto más grandes se hacen las organizaciones, más se burocratizan, ya que, por una parte, se especializan y, por otra, deben tomar decisiones cada vez más complejas y de una forma más rápida. Aquellos individuos que conocen cómo tratar los temas complejos con los que se enfrenta la organización se van volviendo imprescindibles, formando la élite. Se desarrolla una dicotomía entre eficiencia y democracia interna, de modo que para que la organización sea eficiente necesita un liderazgo fuerte, en detrimento de una menor democracia interna. El resultado, según Michels, es que “quien dice organización, dice oligarquía”. Lo curioso es que Michels obtuviera esas conclusiones, precisamente, desde la observación de las organizaciones socialdemócratas alemanas (partido y sindicato), que contradecían los ideales de participación e igualdad pregonados. Constató que la organización genera una oligarquía que ejerce un poder absoluto sobre los afiliados de base y que los dirigentes se erigen progresivamente en oligarquías en el seno de las organizaciones, ya sean éstas políticas, sindicales o de otro tipo. Su pesimismo le condujo a una particular transición desde la socialdemocracia al nacional socialismo. En 1911 Michels aún habla de democracia como mal menor; después se decantará por las tesis fascistas. Desde muchos aspectos, esa ley pesimista parece continuar vigente sin haber sido desmentida desde entonces. ¿O sí lo ha sido? ¿Es la oligarquización una tendencia inexorable que afecta a los partidos, los sindicatos, las naciones, las empresas? ¿Constituye un paradigma sobre la funcionalidad al que están necesariamente sujetos todos los colectivos que desean resolver cosas? ¿O es solo el modo adecuado que corresponde a una etapa y a un nivel concreto de organización social y tecnológica que internet está trastocando en lo más íntimo? ¿Por qué la familia es hoy mucho más democrática que lo era antes? ¿Por qué las empresas asumen, aunque sea con contradicciones, pautas más participativas? ¿Por qué los deseos de transparencia se extienden por el mundo? 45 Michels, Robert, (Colonia, 1876 – Roma 1936) ”Los Partidos Políticos”. (Amorrortu. Buenos Aires, 1.984)
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El futuro está sin construir, nada garantiza que será de una u otra forma, todo depende del resultado de la presión que ejerzan unos u otros vectores sobre la realidad. Para convertirse en un actor determinante, el trabajo está obligado a cambiar no solo en aspectos íntimos, sino también en sus comportamientos sociales. Su capacidad de transformar las cosas le obliga a adaptarse previamente, a aceptar flexibilidad y riesgos y a reclamar una mayor retribución por asumirlo, como hace cualquier otra forma de capital. Y para ello las organizaciones y los partidos que aspiran a influir sobre ellos deben ayudarles a comprender el mundo, a desarrollar su propia perspectiva y vencer las actitudes defensivas que le llevan a mirar con resquemor determinados factores de progreso y traducirlas en positivo, superar la debilidad de sus posiciones incapaces de hacerse sentir como grupo. El trabajo debe hacer valer más sus aportaciones y sus puntos de vista, actuar más activamente como grupo social, aprender, en suma, a sentirse como poder. Por un lado, el hombre pasa a colocarse, más que nunca lo estuvo, en el centro de la creación de riqueza. Por otro, esa revalorización requiere acompañarse de más influencia y poder; no es lógico que pueda durar indefinidamente su marginación de los círculos de decisión, su sometimiento respecto al capital. Las fuerzas que actúan tienen un tiempo de actuación distinto. Algunas son permanentes y estables, como lo son las expuestos en este capítulo. Otras, como la influencia del mercado de trabajo, se rigen por la oferta y la demanda que tienen una dimensión distinta en cada década, entre otras cosas porque varía enormemente el numero de personas con disponibilidad a trabajar. Lo que intentaremos explicar en el próximo capítulo es que se acerca un cambio de ciclo, una coyuntura más favorable al trabajo, que va a dar una oportunidad a las fuerzas interesadas en el progreso para que ejerzan una mayor influencia. Veámoslo.
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CAPITULO III MERCADO DE TRABAJO. DE NEGATIVO A POSITIVO, CAMBIO DE COYUNTURA 1. Depresión del trabajo, negocios simples La necesidad y la dirección del cambio parecen esbozadas. Ha llegado el momento de acercarnos a la realidad porque, a pesar de los mensajes hacia
la participación y la revalorización del capital humano que hemos analizado en el capítulo anterior, la depreciación del trabajo y la precarización de las condiciones de vida de la gente, son las tendencias dominantes de estos últimos 20 años. El valor del trabajo es creciente pero su precio, que es el salario, se deprecia, a la vez que se deterioran las condiciones en las que el trabajo se desempeña. Una vez más, valor y precio se enfrentan, como símbolos de la importancia de las cosas y las personas. Si, como decía Machado, “Todo necio confunde valor y precio”, una gran confusión ha convertido en necios a más de media humanidad. La época de los bajos salarios y los contratos basura, la de las prejubilaciones forzosas ha coincidido con la profusión de literatura sobre la economía del conocimiento y la creciente importancia del capital humano. Cuánto más bombo más degradación. ¿A qué se debe? ¿Cómo se explica? Las nuevas tendencias del sistema productivo no son las únicas leyes que actúan sobre la realidad. Las leyes del mercado, en particular las de la oferta y la demanda a largo plazo del mercado de trabajo, son también decisivas y ejercen y han ejercido una gran influencia. Las tendencias descritas en los capítulos anteriores tienen un profundo sustento tecnológico y económico pero la sobreoferta de trabajo sentida en los últimos 25 años ha sido determinante en el desarrollo del nuevo entorno global: su consecuencia más evidente ha sido la depresión del mercado de trabajo, medida en términos de desempleo y de descenso de los salarios reales. Se utiliza ese término porque refleja, con bastante precisión, la influencia determinante del entorno tecnológico, demográfico y social en las últimas décadas sobre las condiciones del trabajo. Lo abordamos desde un contexto globalizado del mercado de trabajo, desde una nueva situación que incluye la oferta y demanda de trabajadores a escala mundial y las contradicciones y los ajustes producidos por las migraciones.
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Hemos visto en los capítulos anteriores que las pautas tecnológicas y sociales favorecen al trabajo, lo revalorizan. Las del mercado, sin embargo, lo debilitan. O lo han debilitado hasta ahora. Ambas tendencias alimentan sus propias fuerzas, hacen fuertes a diferentes grupos sociales. Tres factores objetivos -‐el demográfico, el tecnológico y el social-‐ han actuado conjuntamente debilitando a los trabajadores. Durante más de dos décadas esos tres factores han desequilibrado sus correspondientes balanzas actuando en la misma y negativa dirección. El resultado es un exceso permanente de oferta de personas dispuestas al trabajo cuyo último fenómeno son las crecientes migraciones que sacuden al mundo. No es fácil medir el efecto de las nuevas tecnologías sobre el empleo, es decir la balanza tecnológica. Lo normal es que, desde el trabajo, se argumente que la tecnología destruye empleo. Al tiempo, desde los institutos de investigación y opinión, hay interés en demostrar justo lo contrario: se achaca a la influencia de las nuevas tecnologías más del 70% del empleo creado en EEUU entre 1995 y 2005, porcentajes similares son utilizados para las naciones desarrolladas del norte de Europa. Aunque se acepta que esa contribución es desigual en las diferentes regiones y países del mundo, se sigue haciendo hincapié en su efecto sobre la creación de empleo: en España, por ejemplo, el 25 % del empleo creado en ese mismo periodo está asociado a las TIC. Pero ninguno de esos porcentajes dice lo suficiente pues se limita a cuantificar el empleo creado en las industrias productoras de tecnologías – telecomunicaciones y equipos principalmente-‐ pero no su capacidad para simplificar, externalizar procesos y destruir o relocalizar empleo desde todos los sectores. Se trata de colocar en un platillo de la balanza su efecto sobre la creación de empleo y, en el otro, su incidencia sobre la destrucción, algo muy difícil de medir en cada país concreto. Una mirada global aporta un balance positivo: el empleo ha crecido en los últimos 25 años en el mundo y también lo ha hecho el empleo industrial: un 72% según los datos de la OIT. Pero se ha desplazado hacia los países en desarrollo: ha disminuido en términos absolutos en los países de la OCDE, y ha mejorado en China, Brasil, el sudeste asiático, Méjico. La consecuencia admitida es la pérdida neta de puestos de trabajo en los países desarrollados y una mejora en los países en desarrollo. Reconocerlo no significa, en absoluto, una mirada
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pesimista sobre el progreso tecnológico46, solo asumir sus efectos concretos en una fase de su implantación, mirado desde Occidente y en particular desde Europa. El hecho es que la creación de empleo de las nuevas aplicaciones no ha podido compensar la capacidad de las nuevas tecnologías para simplificar, externalizar procesos y destruir o relocalizar empleo, lo que ha contribuido a deprimir los salarios reales y a bloquear el crecimiento del empleo. Hasta años recientes, el factor demográfico, la balanza demográfica, ha actuado también contra el empleo. Su capacidad de aportar grandes dotaciones humanas al mercado de trabajo ha sido decisiva entre 1970 y 2000. Tiene que ver con el efecto sobre el empleo del babyboom, acción combinada del incremento de la natalidad y el desarrollo económico. Se trata de un fenómeno que cada país ha experimentado en diversas etapas. EEUU entre 1945 y 1960, periodo en el que incorpora 38 millones de babyboomers. Francia y Europa la siente un poco más tarde, principalmente entre 1950 y 1965. España, entre 1957 y 1977, periodo en el que nacen casi 14 millones de niños, 2,5 más que en los veinte años anteriores y 4,5 millones más que en los veinte años siguientes. Esas generaciones empezaron a acceder al mercado de trabajo 20 años después. En el caso de España, su incidencia se siente desde principios de los 80 hasta finales de siglo. El efecto sobre el empleo era evidente: en los años cresta del baby boom, ni siquiera una creación intensiva de empleo garantizaba el descenso del desempleo. El número máximo de incorporaciones a la edad laboral, -‐ una media anual de 322.000 personas y máximos de 500.000 personas-‐ se alcanzó durante el primer quinquenio de los años ochenta, coincidiendo con la entrada del PSOE al poder. Desde entonces, esa cifra comenzó a decrecer, de forma que, entre 1991 y 1995 su valor se situó por debajo del 50 % del anterior (157.000 personas de promedio). Entre 2000 y 2005, el crecimiento de la población en edad de trabajar –descontada la inmigración-‐ sería nulo. Eso significa que, a partir de ese momento, toda creación de empleo ha redundado casi automáticamente en un descenso del desempleo.
46 “Por principio, las nuevas tecnologías ni crean ni destruyen empleo: primero lo transforman dependiendo de la forma en que se usan en las empresas y, desde luego, también los desplazan desde unos sectores a otros y desde unos países a otras”. Manuel Castells. Empleo, trabajo y sindicatos en la nueva economía global
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El último factor es la balanza social que recoge, en primer lugar, la incorporación de la mujer al trabajo y, posteriormente, las migraciones provocadas por el aumento gradual de las desigualdades en el mundo y la explosión demográfica en los países en desarrollo. En España, entre la incorporación de la mujer y la entrada de inmigrantes el mercado de trabajo ha crecido en casi 7 millones de activos en los últimos 20 años. Son dos procesos distintos que se refuerzan mutuamente ya que solo con la entrada de mujeres inmigrantes se ha podido descargar a las familias españolas de las tareas del hogar. En cualquier caso, son dos procesos extraordinarios que se concentran en un mismo periodo histórico y cuyos efectos suman a los otros ya analizados. La incorporación de la mujer al trabajo ha aportado más de 4 millones de mujeres al mercado en un proceso crecientemente acelerado que alcanza el primer gran impulso en la segunda mitad de la década de los 8047 . La inmigración es un fenómeno más reciente e intenso. En España, el país que más ha soportado su efecto, la población inmigrante se ha multiplicado por cinco en siete años, pasando de 0,9 millones en el año 2000 a los casi 5 millones del año 2007. El ritmo anual de crecimiento de la población ha sido del 1,5%, superior incluso al de los periodos cresta del baby-‐boom de los años 60 y al de los años de la posguerra. Lo esencial es asumir que durante más de dos décadas esas tres balanzas han actuando en la misma y negativa dirección para los países desarrollados y ha provocado una depresión global del mercado de trabajo cuyas manifestaciones han sido, primero, el desempleo y, más adelante, la precariedad laboral y el descenso de los salarios reales. La contrapartida de esa depresión del trabajo ha sido un periodo extraordinario de acumulación de capital que, además, ha ganado en libertad aprovechando su nueva perspectiva global. El traslado de capitales hacia los países en desarrollo y la consiguiente deslocalización de actividad, siguen justificando el descenso de activos laborales en los países desarrollados. El tremendo peso de la disponibilidad permanente de trabajadores ha ejercido y ejerce una gran influencia en el modelo de desarrollo que realmente se impone. Se imponen nuevas prácticas laborales pero no son –o no son solo- las que hemos señalado en capítulos anteriores. El “exceso 47 El número de mujeres activas registró en España un crecimiento positivo del 26.2% entre los años 1984 y 1989, año en el que se superó por primera vez la cifra de 5 millones de trabajadoras. Entre 1984 a 1993 se incorporaron al mercado de trabajo 1.5 millones de mujeres y otro tanto en la siguiente década. En el segundo trimestre de 2008 la población activa femenina ascendía a 9,7 millones, con una tasa de actividad ligeramente superior al 50%.
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de oferta” de trabajadores está haciendo innecesario, o demorando, la implantación de nuevas tecnologías y también está afectando a la forma en que estas se implantan en las empresas: el nuevo modo de producir se demora. Reaparecen negocios simples cuya viabilidad económica se basa en la explotación de las nuevas “ventajas” que ofrece el sistema: largas jornadas y/o sueldos bajos. La sencilla y elemental sobreexplotación del otro se instalan en algunos nichos específicos de actividad (agricultura intensiva48, construcción, industrias extractivas, hostelería) para, posteriormente, extenderse al conjunto de la economía. El mercado de trabajo se flexibiliza a la baja, en lugar de al alza49. Todas las actividades quedan, de una forma u otra, contaminadas por esta realidad. Y la lógica del sistema pasa a estar gobernada por los beneficios a corto. El modo de producción más tradicional se vuelve a convertir en dominante... si alguna vez dejó de serlo. El sector de la construcción absorbe durante muchos años y en muchos países, entre ellos España, buena parte del stock de capitales disponibles. Se impone una forma de hacer negocios que no necesita grandes innovaciones en la forma de operar, un modelo que no precisa conocer nuevas tecnologías ni quiere oír hablar de capital humano; lo suyo, la fuente de sus ganancias, radica, ante todo, en explotar las múltiples forma de precariedad laboral. La existencia de inmigrantes ilegales activa el renacer de sectores abandonados que pasan a recuperar su carácter lucrativo. El aprovechamiento de condiciones de subsistencia tercermundistas -‐ instaladas en cualquier ciudad de los países más ricos a un nivel increíble unos años atrás-‐ es suficiente para producir una alta rentabilidad. La depresión del mercado de trabajo es una fuerza objetiva que lo contamina todo. En primer lugar, altera las relaciones de poder debilitando al trabajo y fortaleciendo al capital. Después, introduce una razón práctica en los negocios que, de hecho, favorece la ausencia de valores. Por último, contamina ideologías y favorece el retorno a la lógica de la fuerza y a planteamientos primitivos. En un contexto de exceso de trabajadores, hasta las empresas más punteras y avanzadas
48 Ello tiene una perspectiva positiva: permite crear empleo y frenar tendencias de abandono de explotaciones. En España el sector agrícola, que había destruido casi 2 millones de puestos de trabajo en los últimos 30 años, ha creado empleo en los últimos 5 años. Informe de Presidencia del Gobierno sobre “Inmigración y economía española” 1996-2006. 15 de Noviembre de 2006. 49 Los sueldos que reciben los inmigrantes son aproximadamente un 30% más bajos que los nacidos en España. Informe de Presidencia del Gobierno sobre “Inmigración y economía española: 1996-2006. 15 de Noviembre de 2006.
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en la gestión del conocimiento empieza por realizar ajustes de plantilla en los primeros indicios de crisis. No superan la primera prueba. Las pautas que deberían constituir una prueba de confianza a largo plazo entre los interesados se desmoronan a la primera de cambio. Los argumentos y valores que debían demostrar fortaleza, se vuelven débiles. La aportación del trabajo tiende a ser medida como lo ha sido siempre, a partir de criterios puramente cuantitativos: intentando que cueste lo menos posible y que rinda el máximo número de horas posible. La importancia cualitativa del trabajo, suena a música celestial. Y, sin embargo, los argumentos expuestos en los capítulos anteriores sobre la revalorización del capital humano como factor determinante para la creación de riqueza, son ciertos. Y muestran también los poderosos rasgos de la realidad del sistema económico. Todo es simultáneamente cierto. La misma realidad puede ser vista con muchos ojos. Podemos resaltar la tendencia a la revalorización del capital humano a largo plazo pero también mirar la depreciación de los salarios a corto plazo. Podemos poner el foco en las tendencias del sistema productivo o en el mercado de trabajo. ¿Qué es más real? ¿Qué se impondrá definitivamente? ¿Dónde, en qué actividades y países, con qué intensidad y en qué forma? El mundo se halla ante la influencia de dos vectores opuestos: uno revaloriza el trabajo de las personas, el otro lo deprime y lo deprecia. Es una situación tremendamente contradictoria que, a la vez, muestra los síntomas de un sistema en transición. Por un lado ha involucionado hacia atrás en muchas actividades pero, a la vez, evoluciona decididamente hacia delante en los sectores más dinámicos y dominantes implantando nuevas pautas en las relaciones sociales. Probablemente, el futuro se construirá sobre una síntesis y una convivencia de ambas fuerzas. Lo nuevo nace cuando lo viejo está agotado. Mientras no sea así, los problemas tenderán a ser planteados y resueltos de la misma manera que lo han sido siempre. La economía es también eso, simplicidad, tendencia a recorrer los caminos sencillos y conocidos. Es ley de vida. Como dijo Espinoza: “Cada cosa se esfuerza, cuando está a su alcance, por perseverar en su ser”50. La forma en que se resuelven los problemas está muy influida de unas condiciones concretas. Cada manifestación de lo nuevo, se presenta alterada, 50 Spinoza en “Etica” o, en su nombre completo, “Etica demostrada según el orden geométrico” (1674). 3ª parte prop VI. (Alianza Editorial, 1974)
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manipulada, sometida a un tamiz que empuja hacia la simplificación de las soluciones. Si el gestor, el empresario, puede reponer personas con talento a bajo coste ¿por qué preocuparse por retener a los que tiene en nómina? Si a la gente no le queda otro remedio que someterse ¿para qué preocuparse por generar un sistema participativo? Todo lo que puede ser resuelto como siempre, tiende a repetirse. Se trata de una posición que tiene consecuencias a medio y largo plazo, que genera costes ocultos: provoca una crisis de legitimidad del sistema y desincentiva la innovación al tiempo que imposibilita la participación. En cualquier caso, crea una cultura en los grupos dominantes basada en la confianza de que es posible crecer permanentemente a expensas del otro. De que es posible sacralizar el predominio absoluto del capital y convertirlo en algo permanente, de que es posible un modelo de crecimiento basado permanentemente en el expolio del trabajo. Lo veremos en el próximo apartado. 2. El expolio del trabajo El mundo está viviendo un periodo extraordinario de acumulación de capital. Se trata de algo general que afecta a todos los países y continentes: EEUU, Japón, Europa... No es solo el efecto de las fabulosas plusvalías generadas en los que hemos denominado negocios simples. Afecta a todos los sectores e industrias. Y a todos los países. El mercado de trabajo sigue inmerso en una situación depresiva caracterizada por el exceso de oferta y descenso de salarios reales. Los primeros años de siglo XXI han agrandado todas las desigualdades debido al predominio de ideologías y teorías que justifican y refuerzan la apropiación de valor por los más poderosos. La globalización que conocemos se sigue desarrollando bajo la hegemonía neoliberal en un mundo sin reglas que provoca frecuentes crisis financieras. Las sacudidas se repiten cada poco tiempo, casi siempre en países y regiones que han seguido las recetas liberales: 1992, crisis del Sistema Monetario Europeo; 1994 quiebra de México, después de ser ejemplo en la aplicación de las recomendaciones del FMI; 1997, crisis de los dragones del Sudeste Asiático, paradigma de los nuevos modelos de desarrollo; 1998, suspensión de pagos de Rusia, después de una transición brutal al capitalismo neoliberal; 1999 crisis de Argentina después de una década de liberalización de su economía; 2000, estallido de la burbuja de Internet y desaparición del 90% de las
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empresas puntocom; en 2001, caso ENRON y afloración de múltiples escándalos en la América corporativa; 2007, crisis hipotecaria en los EEUU con nuevas repercusiones globales. Las economías crecen pero la riqueza se distribuye entre la población en escasa medida; la “flexibilidad” se asume como un atributo imprescindible para el progreso, pero en las condiciones y los límites preestablecidos por el pensamiento dominante; las grandes empresas de todos los países empiezan a coger el pulso a las nuevas tendencias productivas y a los nuevos modos de crecer y ganar tamaño; los gobiernos de los países desarrollados intentan recuperar los acuerdos unilaterales en las relaciones comerciales mientras desconfían de sus propias tesis sobre la multilateralidad; el desplazamiento del centro de gravedad económico hacia Asia se produce al tiempo que se aceptan políticas que combinan liberalización con control; la calidad democrática de las instituciones pasa a un segundo plano en beneficio del realismo económico cuando se trata de grandes potencias como Rusia o China... Son los síntomas de que la globalización se asienta definitivamente mientras cruje y se adapta a nuevas costuras en un contexto internacional complejo, con riesgos mucho mayores. Pero, en todos los casos, en muy diferentes sectores, actividades y países, el capital obtiene unos niveles de beneficios desconocidos en la historia. El reparto de rentas entre capital y trabajo de EEUU es la más injusta en 75 años, más que la de 1929. Lo dice un reciente Informe del Observatorio de Coyuntura Económica Internacional: “en la primera mitad de 2006, el porcentaje de la renta nacional destinado a sueldos y salarios fue el más bajo del que se tiene constancia (con datos desde 1929)”. En el comienzo del tercer milenio la distribución de la renta se está produciendo con un “sesgo sin precedentes históricos a favor de los beneficios empresariales”.51 Esa regresión, ese cambio, se está acelerando en los últimos años. Y no es exclusivo de EEUU: se extiende a todo el mundo, desde Japón y el resto de Asia. Según el Fondo Monetario Internacional52 los salarios en los países industrializados han perdido siete puntos de peso en relación con la riqueza total desde comienzos de los años ochenta. En Europa, el peso de los salarios sobre la renta total ha caído cuatro puntos, desde el 68% en 1993 al 64% en 2006.
51 Informe monográfico sobre Distribución de la Renta en el mundo. Observatorio de Coyuntura Económica Internacional, organismo del Instituto de Economía Internacional de la Universidad de Valencia. Noviembre 2006 52 El País 6-4-2007.
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No es algo excepcional. Como agudamente, han señalado los profesores Sumantra Ghoshal y Christopher Barlett en múltiples trabajos53, creación y apropiación van juntos. Se crea riqueza mientras se reparte, de modo que la forma de reparto es parte esencial del proceso de creación, que actúa como incentivo: contribuyo porque sé que me va a afectar en una determinada medida. Negarlo sería demasiado ingenuo. La historia de la creación de valor desde la perspectiva empresarial está trufada de operaciones y procesos en los que la apropiación y la creación de valor se simultanean para aportar beneficios. La de las naciones también. Si el capital humano es cada vez más importante, como se recalca permanentemente en la literatura sobre empresas, entonces, partiéramos de donde partiéramos, la posición del trabajo debería haber mejorado en términos relativos. Ocurre lo contrario: el trabajo se ve conminado a asumir su contribución sintiendo que es expropiado de parte de lo que le corresponde, que desarrolla su labor en un contexto injusto que los medios se encargan de divulgar y cuantificar. En España, el descenso de peso de las rentas del trabajo, con pérdidas de 2,2 puntos de la Renta Nacional entre el 2000 y el 200554, significa una transferencia, desde la caja de los trabajadores a la caja de los empresarios, del orden de 22.000 millones de € anuales, una cifra similar a la comprometida por toda la Unión Europea en ayuda a África, los países del Caribe y las islas del Pacífico para un periodo de seis años (2008-‐2013).55 El capital se aprovecha de la situación de ventaja en la que se encuentra para apropiarse de una parte de la tarta que correspondía al trabajo. Se trata de un modelo de crecimiento insostenible como reconocen, incluso, representantes cualificados de las administraciones de Europa y EEUU cuando señalan los peligros de la deriva excesiva de la situación actual en la que "los asalariados y las capas medias han 53 Sumantra Ghoshal y Christopher Barlett en “La creación de valor: Manifiesto del Management del Nuevo Milenio”. (Editorial Finantial Times, 2000). S. Ghoshal es catedratico de Liderazgo Estratégico de la London Business School. C. Bartlett es catedrático de Administración de Negocios en Harvard Business School. 54 En España, entre 1995 y 2007, las remuneraciones salariales, han perdido 5,6 puntos porcentuales de participación en el PIB, de los cuales, 2,9 puntos han ido a engrosar el excedente y los otros 2,7 puntos, los ingresos del sector público. Según el INE la remuneración de los asalariados ha pasado de representar el 53,4% en 1995 al 54,9% en 2000 para volver a descender al 52,75% en 2005. 55 Acuerdo del Consejo de Ministros ACP-CE en su reunión anual celebrada los días 1 y 2 de junio de 2006 en Port Moresby (Papúa Nueva Guinea). Se aprobó una dotación de 22.000 millones de euros de ayuda del 10º Fondo Europeo de Desarrollo (FED) para el período de 2008 a 2013.
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experimentado una pérdida neta de salarios”56. Desde el primer trimestre de 2002, la retribución al trabajo en EEUU se ha incrementado, en términos reales, a un ritmo medio del 1,6%, apenas la mitad del ritmo de crecimiento de la productividad y la octava parte del aumento de los beneficios empresariales antes de impuestos, también en términos reales. Ha sido tanto el deterioro salarial en los últimos años que ahora "los salarios podrían crecer a un ritmo mayor que la productividad, sin que esto tuviera como reflejo unos precios más altos y por tanto sin poner en riesgo la estabilidad monetaria". Se reclama un reequilibrio y que "los beneficios marginales, actualmente a niveles altos, deberían absorber parte del incremento de los costes laborales". Con todo, esa mirada no deja de ser corta, no solo importa el equilibrio macroeconómico. Se trata de avanzar en un nuevo modelo de convivencia que favorezca la flexibilidad necesaria mientras elimina los riesgos de desigualdad y elitismo. ¿Qué hubiera pasado en un entorno como el vivido si los trabajadores formaran parte del capital de las empresas? Imaginemos que, en promedio, esa participación fuera del 20% del capital. En un caso como este, los trabajadores habrían recuperado vía capital –rendimientos o plusvalías-‐ las mermas de ingresos fijos que sus salarios decrecidos les hubieran aportado. Se habría resuelto la desigualdad y mejorada la cohesión interna de las empresas, pero, además, se habría dado un impulso definitivo en la transparencia informativa y el buen gobierno corporativo al incorporar al capital a socios interesados realmente en el largo plazo y en la estabilidad de los proyectos. Es sobre esta idea que volveremos más adelante. El camino elegido es justo el contrario. Aunque la realidad es tan descarnada que no precisa ninguna teoría que la respalde, algunos autores están explicitando la tesis de que hay que llevar hasta el final la supremacía del capital sobre el trabajo. Un objetivo como ese merece malgastar algunos esfuerzos para adornarlo y merece también un nuevo término que lo santifique: aparece entonces la “wageless recovery”, una recuperación económica basada en los descensos salariales, cada vez más utilizado en el mundo anglosajón. Significa volver a culpar a los trabajadores de la inflación y el descenso de actividad, volver a reclamar ajustes salariales como método para
56 Con argumentos similares se han expresado el presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Ben Bernanke, el ministro de Finanzas de Alemania, que ocupa la presidencia de turno de la UE, Peer Steinbrück, y el comisario de Asuntos Económicos y Monetarios, Joaquín Almunia.
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recuperar la economía. Una idea que incluye, como un hecho incuestionable, la apropiación sistemática por el capital de una porción creciente de la riqueza del trabajo. El más conocido de esos analistas, Stephen Roach, economista jefe de Morgan Stanley, utiliza términos militares, como el campo de batalla de la globalización, para referirse a este fenómeno57. Todo es fruto de la globalización que pasa a convertirse en el comodín que todo lo explica, como si nadie fuera responsable de nada. “Los problemas del mercado de trabajo difícilmente se encuentran en el mercado de trabajo” dice el profesor Richard Freeman. La situación actual no sólo es el producto de las fuerzas del mercado, es la combinación entre esas fuerzas y las opciones tomadas por los líderes y gobernantes. Lo que ha ocurrido en los últimos 20 años es que las ideologías dominantes han reforzado el proceso de apropiación de las rentas del trabajo. Un ejemplo: desde septiembre de 1997 el salario mínimo en Estados Unidos permaneció invariable en los 5,15 $ por hora. Tuvieron que pasar ocho años, hasta ganar los demócratas en las elecciones al Congreso y al Senado de 2005, para que se actualizara su valor hasta culminar en algo más de 7 dólares por hora. Obvio es señalar la enorme pérdida de poder adquisitivo que ello supone para los 5,6 millones de trabajadores afectados por el mismo. Teniendo en cuenta que en esos años ha ido creciendo el número de personas contratadas por un salario mínimo, es evidente que no es algo espontáneo, provocado por la mano invisible del mercado, sino que se trata de una política deliberada y consciente que considera adecuado acentuar las desigualdades que, de por sí, provoca el mercado. Con ello se ha sacralizado una forma de generar valor que significa crecer aprovechándose de la debilidad objetiva del otro, a expensas de su propio crecimiento. En cualquier caso se trata de una realidad extremadamente dura que obliga a hacernos muchas preguntas. ¿No será la llamada nueva economía un conjunto de fenómenos aislados que solo van a afectar a unas pocas industrias de alta tecnología dentro de unos pocos países ricos? ¿No es una Sociedad del des-‐Conocimiento la que se caracteriza por la prejubilación de los más expertos y la explotación a los jóvenes mileuristas? ¿No es más cierto que se están recuperando en el mundo las formas de gestión más 57 Ver su teoría expuesta, por ejemplo, en la reflexión “The battleground of globalization”, en el Global Economic Forum. Morgan Stanley, 6-2-2006.
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tradicionales basadas en la disciplina y el ordeno y mando? ¿No son los máximos ejecutivos, actuando simplemente como representantes del capital, los únicos que se aprovechan de los éxitos que genera el trabajo colectivo? ¿No será la inmigración un maná inagotable para el capital, un ejercito permanente de reserva compuesto por parados que seguirán impidiendo nuevas formas de relaciones laborales? La duda es legítima. Todas las preguntas son legítimas. En el camino recorrido durante estas dos largas décadas, las ideas sobre los negocios y sobre la creación de valor y la participación del capital humano se han deteriorado. Han reaparecido con fuerza las ideas más retrógradas sobre la sociedad y el trabajo que analizamos en el siguiente capítulo. De momento es hora de comprender que todo es efímero. Y que está madurando un brusco cambio de tendencia en el mercado de trabajo. Es imprescindible contribuir a que se instale un poco de luz donde empezaba a aparecer la oscuridad. 3. Un nuevo ciclo: la rehabilitación del trabajo Es un error pensar que el crecimiento económico va a poder continuar basándose simultáneamente en avances de la tecnología y en la completa abundancia de trabajadores expertos. Las tres fuerzas -‐la tecnológica, la demográfica y la social-‐ que han presionado en negativo sobre el empleo, empecerán a neutralizar sus efectos, lo que permitirá reequilibrar el poder de los trabajadores. La debilidad absoluta del mundo del trabajo y, en particular, de los profesionales del conocimiento, puede trocarse en fortaleza relativa. Lo que parecía eterno, nos mostrará su dimensión relativa y parcial. La depresión del mercado de trabajo se recordará como algo propio de una coyuntura histórica, felizmente superada. El factor demográfico tiene visos de ser el factor desencadenante del cambio de coyuntura histórica. El exceso del número de personas disponibles para trabajar, al menos en empleos profesionales de alta cualificación, parece tocar a su fin. Todos los análisis y estudios fijan a partir de 2025 una crisis creciente del sistema de pensiones. Pero el envejecimiento de la población no solo va a afectar a las pensiones futuras: antes, mucho antes, influirá sobre el mercado de trabajo de forma decisiva. Las fuerzas demográficas estructurales empujarán a los países y empresas a una verdadera guerra por captar talento a partir del 2010. Y el problema será mundial. Se trata de dos fenómenos,
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encadenados -‐crisis de las pensiones y crisis del conocimiento-‐ cuya relación es la inversa a cómo parece enfocarse. La carencia de personal activo afectará al mercado de trabajo mucho antes que a las pensiones y perjudicará, en particular, al mercado del talento, en la medida que trae consigo una clara y creciente escasez de talentos. Si este problema se resuelve, si el mercado de trabajo encuentra alguna forma de regularizarse, entonces se habrá resuelto también la insuficiencia de las pensiones. Puede ocurrir que el sistema económico sea capaz de sobrevivir con un escaso número de trabajadores activos. En ese caso, los índices de productividad serán tan altos que la sociedad podrá encontrar formas de financiar las pensiones. Y si el número de activos trabajando no desciende o desciende poco, porque se compensa con nuevas fuentes de activos (mujeres, mayores o inmigrantes), entonces tampoco habrá problema con las pensiones. De una forma u otra, el largo ciclo caracterizado por la contradicción entre revalorización y depreciación del conocimiento parece tocar a su fin, al menos en sus formas más crudas. El desajuste entre la demanda y la oferta de trabajo ha tenido unas causas que no son permanentes. Pronto veremos cómo los argumentos empiezan a ajustarse a la naturaleza de los nuevos equilibrios, como nuevas teorías se vuelven de moda y predicen lo contrario que antes decían. Algunas voces expertas en la formación de adultos empiezan a apuntar los efectos de un nuevo escenario laboral que sitúan, para EEUU, en la frontera del 2010. “En la década que sigue al 2010, los yacimientos de talento para encontrar gestores y trabajadores de edades inferiores a 45 años comenzarán a contraerse al ritmo del 6% anual”.58 Un nuevo escenario que contrasta con la exuberancia vivida entre 1980-‐2002. Datos aportados por la Comisión Europea subrayan que hasta 2025 el número de jóvenes menores de 20 años disminuirá en nueve millones, un 11 % respecto del número actual; el grupo de 20 a 59 años disminuirá en más de 13 millones, un 6’4 % respecto a la situación actual, mientras que los adultos de más de 60 años aumentarán en más de 37 millones, es decir en más de un 50 % con relación a la realidad
58 Edward E. Gordon autor de “The 2010 Meltdown: Where will we find workers?” (Greenwood, 2005). Articulo publicado en Employee Benefit News.
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actual, debido al acceso de los baby-boomers de los años 50 y 60 a la edad de jubilación.59 En España, como se detalla en los próximos capítulos, los más jóvenes, menores de 35 años, descenderán, en 2015 y 2025, 10 y 12 puntos porcentuales en la pirámide de la población, respecto a la situación en 2005. Y pasarán de representar el 38% al 26%, mientras los mayores de 50 años, crecerán esos mismos 12 puntos pasando del 26% al 38%. Nunca ha habido una situación como la prevista para los próximos años, caracterizada por el envejecimiento de la población y la carencia de jóvenes preparados, la capa más apta para las nuevas tecnologías. Sus consecuencias económicas pueden ser muy importantes en varios frentes. La edad media de la población española en 2006 se situaba en los 40 años. Esa media es el producto de una pirámide de población que determina, también, el perfil promedio de las plantillas. Es obvio que necesita ser ponderada por la diferente tasa de actividad de cada colectivo, pero eso no cambia esa conexión básica. En el futuro, el perfil que vaya tomando la población comprendida entre 16 y 65 años, (edad media, porcentaje de jóvenes, tasa de actividad de cada grupo de edad, peso de la inmigración en los diversos segmentos de la población) será decisiva, también, para construir el perfil típico de las plantillas futuras. Si los jóvenes decrecen en el país también decrecerán en las empresas; si los adultos maduros, los situados entre 50 y 65 años, crecen en el país, mientras decrecen los jóvenes, tendrán que ocupar una posición más determinante que ocupan ahora en las empresas. Tendrán, según nos apuntan desde la ortodoxia, que mantenerse trabajando y activos en mayor proporción que ahora. Se trata de un fenómeno que no demorará muchos sus efectos: será perceptible ya en los próximos años y se instalará entre nosotros de forma creciente. ¿Cómo afectará esta situación al desarrollo de la Sociedad del Conocimiento? ¿Cómo afectará a la capacidad de negociación de los jóvenes profesionales? ¿Cómo incidirá en las relaciones entre empresa y los trabajadores? ¿Cómo afectará a los trabajadores cercanos a la
59 “El reto de lo social en la nueva Europa del Tercer Milenio” Eduardo Rojo Torrecilla. Salamanca 15 de marzo de 2000 (http://www.fespinal.com/espinal/realitat/pap/pap48.htm)
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jubilación? ¿Habrá exceso o defecto de inmigrantes en relación con las necesidades de España? Dos hechos son evidentes: ya se ha mencionado que el núcleo principal de la población activa, el de los ciudadanos más jóvenes, será el que sufrirá una fuerte reducción en los próximos 10 años. Por otro, la edad promedio de los inmigrantes en el momento de su entrada era y seguirá siendo de 26 a 28 años y la edad promedio de los que están es 31 años, nueve menos que la media española60. De modo que, como veremos en los próximos capítulos, las batallas contra el envejecimiento y contra la escasez de talento dependerá, en un porcentaje alto, del comportamiento de la inmigración. España se encuentra en una encrucijada, es un eslabón especialmente sensible de esta situación. Primero, por su situación geográfica; segundo, por la rapidez del envejecimiento de su población; tercero, por la necesidad de cambiar radicalmente su modelo de desarrollo, para volcarlo hacia la economía de la productividad y el conocimiento. Ha llegado más tarde que otros a conocer los beneficios y los riesgos de una sociedad mestiza. Sin embargo, puede ser también el laboratorio que sufre y anticipa lo que otros van a sentir en los próximos años. El futuro de España es crecientemente dependiente de la inmigración como lo manifiestan las proyecciones demográficas realizadas por el Instituto Nacional de Estadística, INE. Si en 2005, las 2/3 partes del crecimiento de la población se debe a la inmigración, en el futuro ese porcentaje puede llegar y superar el 100%, momento en el que la evolución demográfica autónoma de España, sin contar inmigrantes, sería negativa. Eso ocurrirá a partir de 2015, con más o menos intensidad en los diversos escenarios utilizados. Pero el hecho es que, con inmigración insuficiente, habrá decrecimiento de la población... y una demanda de empleo imposible de atender. Si se tiene en cuenta el diferente signo de los desequilibrios demográficos Norte-‐Sur y los desajustes financieros de los sistemas de seguridad social de los países desarrollados, la inmigración aparece como la única solución. El riesgo grave no es el “exceso” sino la “falta” de inmigrantes, una amenaza cierta, que se acerca día a día. Rafael Puyol61, uno de los demógrafos de más prestigio en España pone el
60 “Inmigración y Economía Española 1996-2006”. Documento de la Oficina Económica del Presidente del Gobierno. 15-11-2006. 61 Entrevista al demógrafo español Rafael Puyol. CINCO DIAS el 2-11-2004.
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acento en un nuevo riesgo: “las fuentes de abastecimiento de nuestra mano de obra también experimentan evoluciones demográficas muy rápidas”. No solo se agotan, sobre todo tendrán que abastecer a una demanda creciente de talentos que le vendrá de EEUU y los grandes países europeos. Un informe de la Caixa de Catalunya está encabezado por un título sugerente “España 2020: un mestizaje ineludible”62. Y apunta las mismas conclusiones: en ausencia de suficientes trabajadores procedentes del extranjero, en 2020 habrá casi cinco millones de personas menos de entre 16 y 39 años y 3,6 millones de personas más que ahora entre 40 y 64 años. El origen del bienestar es ya mestizo y debe aspirar a ser global. La seguridad que desea requiere construir un nuevo orden, no hay más remedio. Tendrá que haber orden, no desorden, pero será necesariamente un orden nuevo. Esperemos que se construya bajo pautas democráticas. 4. El final del mileurismo: entre la escasez de jóvenes y la multiculturalidad.
Lo importante es darse cuenta de que los cambios anunciados en estas líneas son inexorables. Las tendencias que estamos describiendo, y que empujan al final de la depresión del mercado de trabajo, no están sometidos a variables exógenas. Solo una gran crisis o un cambio sustancial del volumen de inmigrantes pueden cambiar los datos; el resto de variables demográficas (natalidad o mortalidad o estructura de la población) ya está consolidado. No hay tiempo para cambiarlos: está claro que el perfil de la gente en edad de trabajar sufrirá un vuelco inmediato. Precisemos un poco más. El primer segmento poblacional que nos interesa analizar es el de los juniors, los jóvenes afectados por el mileurismo, con una edad comprendida entre 20 y 35 años. Ese segmento va a descender drásticamente su número en todos los escenarios contemplados hasta el 2020. En el supuesto de que la inmigración siga afectando a España con intensidad (primer escenario
62 “España 2020: un mestizaje ineludible”. Coordinado por Josep Oliver, catedrático de economía aplicada de la UAB, (Univ Autónoma de Barcelona, 2006)
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contemplado por el INE63), los efectivos laborales de ese grupo de edad mermarían en 2,5 millones de personas, un 24% de su población actual. Antes del 2010, ya descendería un 6% y seguiría ese descenso de forma progresiva hasta el 2020. Si la inmigración descendiera hasta 120.000 personas al año, (segundo escenario contemplado por el INE64) la cuarta parte que en 2005, el descenso sería mucho mayor: de 3,2 millones, más de un 31%. Más cambios. Si el peso de la inmigración sigue creciendo sobre en la población activa, (hasta situarse por encima del 33% en 2020) el de los inmigrantes jóvenes sobre el conjunto de personas entre 20 y 35 años, se situaría en el entorno del 50%. El resultado es un cambio espectacular en el perfil de los trabajadores jóvenes: descenso del 25%, o el 30%, de efectivos y dependencia al 50% de la población inmigrante. Ambos factores actúan como un efecto tijera sobre la realidad: si se desea una menor dependencia de la inmigración habrá que aceptar que descienda el número de jóvenes hasta casi el 50% de sus efectivos actuales. Y si se desea que haya más jóvenes tendrá que aumentar el peso de los inmigrantes. Cuanto menos descienda el número de jóvenes mayor dependencia de la población inmigrante. Los mileuristas no serán ya carne de explotación. Su escasez, sobre todo si aportan conocimientos y aptitudes, les flanqueará una mejor situación laboral, no solo salarial sino también una menor precariedad y temporalidad de sus contratos. Cuando descienda el número de efectivos jóvenes, la presión por contratarlos supondrá también un aumento de las opciones de trabajo. Lo grave es que no estamos hablando de una encrucijada particular de unos pocos países; afectará simultáneamente, en mayor o menor medida, a EEUU y a la Europa desarrollada. Pero no solo a ellos: afectará también a los de Europa oriental –Rusia, Republica Checa, Polonia, Bulgaria, Hungría...-‐ 63 Es el primer escenario contemplado por el INE. La inmigración sigue entrando a razón de 300.000 personas al año, como promedio, el 70% de la actual, hasta aportar otros 4,5 millones a la población española que alcanzaría 50 millones de personas, en 202063. La población en edad de trabajar (entre 16 y 65 años) crece casi 2 millones hasta el 2020, un 8%. En el primer supuesto, los junior, los situados entre 20 y 35 años, descenderían un 6% hasta el año 2010, el doble, un 12%, entre el 2010 y el 2015 y un 8% en el quinquenio siguiente, hasta el 2020. Eso supone perder, en el conjunto del periodo, 2,5 millones de efectivos, un 24% de las personas actuales. 64 El segundo escenario contempla una inmigración de 120.000 personas al año. La población crecería la mitad que en el escenario anterior, alcanzando 46,2 mill al finalizar el periodo. La población en edad de trabajar prácticamente se congela. En el segundo supuesto, la situación sería todavía peor: la población de ese grupo de entre 20 y 35 años, descendería un 8% antes del 2010, un 16% en el quinquenio siguiente y un 11% entre 2015 y 2020. Eso supone perder, en el conjunto del periodo, más de 3 millones de potenciales trabajadores, más de un 31% de los efectivos actuales. La población superior a los 65 años crece casi un 30% en ambos escenarios.
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recientemente incorporados a la UE, hasta ahora exportadores de jóvenes altamente cualificados. La cuestión es calibrar cómo este hecho objetivo va a condicionar los comportamientos sociales y el desarrollo de la Sociedad del Conocimiento. La aceleración tecnológica y el desarrollo de nuevos sectores –biotecnología, energías renovables, nuevos materiales, nanotecnologia-‐ requiere una capacitación que, a veces, solo los profesionales más jóvenes están preparados para abordar. La población que soporta buena parte del sistema productivo, es precisamente la de los jóvenes cualificados. Por otro lado, su disposición a la flexibilidad en todas las situaciones y sectores, su menor coste y su capacidad de observar los problemas y las soluciones desde las nuevas tecnologías de la información hace que las empresas prefieran a los jóvenes profesionales del conocimiento. La escasez del joven talento se convertirá en un hecho inexorable que ocurrirá a pesar de extraer todas las capacidades de la población inmigrante. Un informe del Consejo de Lisboa elaborado por Accenture65 advierte que la diferencia entre la demanda y la oferta de personal cualificado en los sectores de tecnología avanzada será de 500.000 trabajadores en 2008, comparados con las 160.000 de 2005. Ello significa que la brecha entre los trabajadores que necesitarán las empresas y los disponibles ha pasado del 8,1% al 15,8% en sólo cuatro años. El aumento de la demanda y la caída de la oferta globalizará aun más el mercado de los trabajadores intelectuales. Ello provocará la competencia entre los países y las empresas para localizarlo y captarlo allá donde exista. La atracción que EEUU y, en menor medida, Europa ejercen sobre los técnicos y científicos de países en desarrollo acentuará la fuga de sus cerebros. La gestión global de los recursos humanos se enfatizará en los grandes grupos. Se promoverá todavía más la movilidad del personal y los traslados entre sedes y filiales, lo que facilitará rentabilizar sus efectivos e integrarlos en una misma cultura empresarial. Esta estrategia empieza a ser habitual también entre las empresas españolas. Un alto directivo del BBVA me trasladaba personalmente un
65 Conclusiones de un estudio elaborado conjuntamente por el Consejo de Lisboa y Accenture para supervisar los acuerdos de la cumbre de la UE en 2000. P. Velásquez-Gaztelu: “Suspenso en economía del conocimiento”. El País 25-03-2007
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dato que puede situar el problema en su nueva magnitud: en 2007, la mitad de las contrataciones de profesionales destinados a cubrir las necesidades del grupo en España procedía de América Latina. Las multinacionales encontrarán nuevas razones para extenderse como agencias globales de contratación haciendo compras, por todo el mundo, de personal preparado. Y, por supuesto, intensificarán las operaciones de outsourcing desplazando actividad y operaciones a países en desarrollo con calificación disponible en su mercado de trabajo. Desde las naciones, la presión para convertir en activos todos los recursos humanos crecerá. La escasez de jóvenes afectará, de lleno, a los tres colectivos que más han sufrido las consecuencias de la depresión del mercado de trabajo: los jóvenes, las mujeres y los inmigrantes. Estos cambios inciden en una misma orientación: la escasez de talento empuja a la democratización de la sociedad y a la integración social. Veámoslo con más detalle. 1. La escasez de jóvenes incrementará la presión sobre las mujeres para que se incorporen al trabajo en mucha mayor medida con lo cual se añadirá una sobrepresión a un colectivo ya, de por sí, presionado. A corto plazo vamos a exigir a las mujeres dos cosas: que se incorporen al mercado laboral con mucha más intensidad, pero al mismo tiempo que tengan más hijos. Las mujeres van a tener que hacer un sobreesfuerzo reproductivo. Pero ese sobreesfuerzo tiene una vertiente positiva: se convierte en una oportunidad extraordinaria para que queden liberadas del monopolio de la atención a niños y ancianos. La conciliación de la vida laboral y familiar y la extensión de los servicios sociales de proximidad – guarderías y tercera edad-‐ pasa a ser un requisito imprescindible para el crecimiento económico. Será algo que caiga por su peso, y que torcerá las últimas voluntades conservadoras, a las que no les quedará más remedio que aceptar una posición más activa de la mujer en todos los campos.
2. La falta de activos laborales afectará también y fundamentalmente al sistema educativo. En primer lugar, provocará un efecto negativo no deseado: acentuará la presión para disminuir el tiempo de formación. En palabras de Rafael Puyol, “los ciclos de formación no serán tan largos. Cuando un chico termine su carrera y se plantee si seguir sus estudios o entrar en el mundo laboral, se va a encontrar que el mercado va a ofrecerle puestos en mucha
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mayor proporción que ahora”. Y eso afectará a todos los estudiantes sea cual sea su origen cultural o étnico.
La disminución del tiempo de formación acentuará la escasez del número de alumnos de los diferentes ciclos formativos. En las pasadas décadas hubo un crecimiento sostenido del número de estudiantes tanto de enseñanza primaria y secundaria como universitaria. Esa situación ha dado ya un vuelco y es, desde hace años, negativo en los primeros ciclos pero lo sería mucho más si no fuera por los niños de padres inmigrantes. Esta carencia se traslada a la enseñanza universitaria que empieza a notar el descenso de la población estudiantil. El volumen de personas que entra en la universidad está disminuyendo y en 2010 el número de universitarios puede estar por debajo del millón, frente a 1,6 millones existentes en los primeros años del 2000. Eso significa un descenso del 50% de estudiantes del último ciclo respecto a 10 años antes. Y la tendencia sigue y se acentúa: España, Portugal y Grecia perderán entre un 20% y un 35% de licenciados universitarios en la próxima década.
3. Las empresas asumirán un espacio creciente de la formación de los individuos. Por un lado, la formación pasa a ser una asignatura obligatoria para el desarrollo de las cualificaciones humanas. Por otro, la disminución del tiempo de formación debe significar, necesariamente, el desarrollo de esquemas externos de formación continua y, por tanto, el traslado de parte de esa responsabilidad hacia el sistema productivo. La combinación entre esas opciones y la necesidad de retener talentos obligará a las grandes empresas a intensificar o facilitar formación continúa a sus empleados.
4. La inmediata multiculturalidad del conocimiento será otra de las consecuencias. Recordemos que la población en edad de trabajar, menor de 35 años, irá evolucionando hasta quedar compuesta, en un 50%, por inmigrantes. Ello exige el aprovechamiento de todas sus capacidades sin minusvalorarlas como ahora. El aprovechamiento de su formación de origen y el reconocimiento de las titulaciones de los inmigrantes será un asunto obligado, abandonando las prácticas actuales que se aprovechan de su disposición para hacer trabajos de menor rango que su capacidad profesional.
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Las escuelas y las universidades que tienen el reto de formar la inteligencia del futuro asumirán, necesariamente, la multicultural como un dato imprescindible de los colectivos entrantes, aunque mantengan su objetivo de integrarlo en un único modelo social, necesariamente con rasgos mestizos. En primer lugar, las universidades quedarán disminuidas en efectivos hasta que enlacen con las generaciones procedentes de la inmigración. Muchos de los niños hijos de inmigrantes que hoy pueblan las escuelas accederán a la educación superior. “Hace 10 años había 50.000 hijos de inmigrantes en las escuelas españolas. Hoy ya son 500.000 y muchos llegarán a la universidad.”
Todo ello repercutirá en un rápido ascenso de los inmigrantes en la escala social. Veremos inmigrantes en puestos de responsabilidad en no muchos años, algo que en EEUU ha llevado más de dos generaciones. Un factor favorable a ese ascenso será que los inmigrantes que han entrado en este siglo a las sociedades desarrolladas están mucho más cualificados de lo que estuvieron nunca y también más de lo que la sociedad les reconoce. Ocupan el nivel más bajo en la escala laboral pero eso no significa que su nivel de preparación sea escaso. Concretamente, según datos de la OCDE, un 42,9% de los inmigrantes están sobre-‐cualificados para su trabajo, frente al 24,2% de la población española, que, a su vez, lo está más del doble que la mayoría de países de la OCDE. 66 Sin ir más lejos, los inmigrantes que recibe España (incluso si proceden de fuera de la UE) están en promedio más formados que la propia población española. Son datos de la Oficina de la Presidencia del Gobierno español: “el 72,2% de los inmigrantes, excluidos los de la UE, tiene estudios secundarios y superiores, mientras que esto ocurre solamente con el 66,5% de los españoles”. Es necesario aclarar que esta comparación tiene como referencia el capital humano medio de la población española, no el de su mismo grupo de edad: el nivel educativo de los jóvenes españoles menores de 35 años es superior al de los inmigrantes, pero el de estos es superior al de la sociedad española en promedio. Por ello es tan acertado el citado informe de la Caixa “España 2020: un mestizaje ineludible”67.
66 Informe de la Oficina de Presidencia del Gobierno sobre “Inmigración y Economía Española. 1996-2006”, 15-11-2006. 67 Josep Oliver en obra citada. “España 2020: un mestizaje ineludible”.
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De los mayores nos ocupamos a continuación. 5. Exceso de prejubilables, la experiencia desvalorizada Las empresas consideran a los jóvenes profesionales como el yacimiento de empleo más apetecido. La aceleración tecnológica impulsa nuevos conocimientos que suelen coincidir con los recientemente adquiridos por los jóvenes profesionales, cuyas habilidades prácticas están conectadas con el uso profesional de las nuevas tecnologías, a las que han incorporado, de una forma natural, en sus vidas. No importa sus carencias que permiten a un trabajador experto realizar un diagnóstico rápido y certero mientras los más jóvenes talentos caminan desorientados. Sus ventajas principales son fácilmente identificables: son más flexibles y manipulables en todos los sentidos, dan menos problemas. Los trabajadores mayores son más problemáticos o, al menos, sufren más los problemas de las empresas. Un estudio realizado por ESADE68 en septiembre de 2005 apuntaba unos datos relevantes referidos a España. La escuela de negocios afirmaba que la edad de mayor riesgo médico psicológico para un trabajador está entre los 40 y 45 años y que es el tramo demográfico donde más “quemados” se encuentran en las empresas españolas. Se sienten prematuramente agotados y escépticos. Llama poderosamente la atención que el 80% de los profesionales de ese grupo con mayor experiencia en las empresas, aspire a dejar de trabajar. Y que el 11% de los profesionales que se sienten “afectados” por la posible desaparición de las prejubilaciones sean menores de 45 años. Pues bien, ese, precisamente, –el de los comprendidos entre 35 y 50 años-‐ será el grupo de edad que soportará el peso del desarrollo económico en los próximos años69. En él se concentran el amplio grupo de cuadros intermedios y jóvenes directivos, los que más sufren las tensiones del día a día, personas habituadas a las nuevas tecnologías pero muy castigado laboralmente, pues está formado por los que fueron primeros mileuristas, educados en los planteamientos flexibles.
68 “Conservación y potenciación del Capital Humano en la Empresa sostenible” ESADE y Grupo de Desarrollo Organizacional. Septiembre de 2005 69 Será así de forma transitoria porque, a partir de 2015, este colectivo comenzara a descender, hasta quedar en el 2025, casi con los mismos efectivos que tenía en 2005.
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Estarán acompañados de cada vez más personas mayores de 50 años, es decir de prejubilables. Este conjunto crecerá en España, hasta el 2015, entre un 25 y un 27%, según los diferentes escenarios, casi 2 millones de trabajadores. Y hasta el 2020, más de un 40%, es decir 3 millones de personas, Por tanto, cualquier análisis del mercado de trabajo debe centrarse en este hecho objetivo. En este hecho y en otra evidencia ya reconocida como típica del futuro: la población superior a los 65 años crecerá casi un 30% en este periodo. Si estos hechos fueran analizados con una mirada tradicional, se concluiría que se trata de una época marcada por la calidad que aporta la experiencia. Se podría afirmar, incluso, que este cambio favorecerá la Sociedad del Conocimiento. Pero no será así porque, como se ha mencionado, el pensamiento dominante no valora la experiencia de este colectivo, que identifica con sujetos reacios al riesgo, con formas de pensar inflexibles y sin la energía física necesaria. La flexibilidad es sinónimo de juventud, la rigidez sinónimo de vejez. ¿Quién decide eso? Los grupos dominantes representados por gestores que superan, con mucho, esa edad. Veamos el ejemplo de las principales multinacionales españolas: Cesar Alierta de Telefónica que, con 62 años en 2007, se ha preocupado de eliminar del reglamento del Consejo el limite de edad para los consejeros, que estaba establecido a los 65 años; Francisco González del BBVA, con 63 años, que ha elevado también hasta los 70 años la edad para ser consejero, que antes estaba en 65 años; Emilio Botín del Banco de Santander con 73 años, que ya se preocupó de eliminar, en 2002, el limite de 72 años para ejercer de presidente. Un dato más permite completar el puzzle: la edad media de los empleados del Banco de Santander era, en el mismo año 2007, de 35 años. Por si no fuera suficiente, los primeros ejecutivos se asignan una retribución que crece por encima de lo que lo hacen los beneficios de sus empresas y lo justifican por la validez de su experiencia, algo que solo en su caso debe reconocerse. Sus incentivos se vinculan, como se ha analizado en otra parte de este trabajo, a restricted stocks, que se rigen por criterios muy parecidos a la antigüedad: basta con que estén tres años en el poder para cobrarlos. Y, cuando en algún caso, la jubilación anticipada se produce, se produce en circunstancias de alarma social. El ejemplo más polémico fue el del ex consejero delegado del entonces BSCH, Ángel Corcóstegui, que dejó el banco a los 51 años con una prejubilación sin precedente de 108 millones de euros
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que acabó en los tribunales. Esa doble vara de medir confirma que la edad es un parámetro fundamentalmente social más que biológico, que sirve para premiar o castigar, incluir o excluir a capricho del poder, sin soportarse en criterios objetivos. Es lo mismo. Con las prejubilaciones y la marginación del colectivo de expertos más maduro, las empresas están enviando a la sociedad “un potente mensaje: a medida que se acumula la experiencia de una persona, pierde valor”70. Y si pierde valor es imperdonable que se le pague más, fruto de la acumulación de antigüedades y cargos. Si desciende de valor y aumenta de precio, una vez más nos encontramos con la eterna contradicción entre valor y precio. ¿Qué hacer? Muchas empresas lo tienen claro: mejor prescindir de él antes que seguir pagándole más. Las empresas son las que mandan el mensaje pero la sociedad parece asumirlo. Ni la edad ni la experiencia son fuente de respeto entre compañeros: con la edad se pierde autoridad sobre los jóvenes, con la edad se pierde atractivo para la dirección de las empresas. Hasta los propios sindicatos aceptan penalizar la edad e incluirla como único criterio objetivo de los ajustes laborales. Las empresas, por su parte, parecen creerse sus mentiras y han convertido, una vez más, la necesidad en virtud o la conveniencia en ventaja: si para la cuenta de resultados de cada año es “conveniente” tener jóvenes baratos es que “lo bueno” es tener jóvenes. Lo extraordinario es que esos prejuicios se sigan alimentando mientras resulta evidente que la futura actividad productiva va a depender de los mayores de 50 años, justo los que, según los parámetros dominantes, son los que valen menos y cobran más. Será necesario un cambio social muy profundo para, primero, reconsiderar la aportación de los mayores y, luego, optar entre retenerlos o soportar su marcha. La sustitución de jóvenes por adultos maduros no es indiferente desde el punto de vista de coste. No es, en absoluto, indiferente. Lo normal es que los sueldos medios de toda la plantilla coincidan aproximadamente con el sueldo del perfil medio, es decir, que coincida con las retribuciones de los empleados situados entre 30 y 40 años. El coste de los más jóvenes se suele situar, como poco, entre un 25% y un 35% por debajo de la media y el de los más adultos los mismos porcentajes por encima. Influye en ellos un conjunto de factores difíciles de reconvertir a corto plazo. Puede tener un origen histórico, generado por el hecho 70 Richard Sennet, obra citada, “La corrosión del carácter”.
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de que asumen o han asumido funciones jerárquicas, o por la sola influencia de la antigüedad o por cualquier otra razón; pero el hecho es que se les paga más. No solo eso: además quieren seguir cobrando más, no entienden que se les quiera degradar, son, digámoslo así, “muy rígidos” a aceptar un empeoramiento de su situación. Con razón. Esto significa que una plantilla que utilizara solo trabajadores maduros, por encima de 50 años, sería un 50% más cara que otra que utilizara solo jóvenes. El escenario previsto se refiere a unas empresas que, en promedio, dispondrán de un 25% menos de júnior y el mismo porcentaje, en más, para mayores de 50%. En esos niveles, la mayor dependencia de prejubilables incorpora una carestía del 15% a la plantilla. No es solo el problema particular de cada empresa, el coste laboral de un país, como España, crecerá un mínimo del 15%, en términos reales, solamente por ese deslizamiento, generado en la diferente composición del trabajo. Una situación no muy diferente tendrán el resto de países mencionados situados en la órbita de los países desarrollados. En un contexto de competencia global y de deslocalización de actividad, no parece un dato agradable. Cuando estos datos se empiecen a confirmar, puede haber un incremento de los costes laborales del 0,7% anual, causado solo por este efecto. ¿Cómo se integrarán los adultos maduros en un sistema que hoy los excluye mediante prejubilaciones o los margina de los círculos de influencia? Y sobre todo, ¿querrán seguir trabajando? ¿No tienen derecho a reclamar su libertad para el disfrute de la vida después de más de 30 años trabajando? ¿No tienen derecho a capitalizar en descanso su aportación a la productividad global generada a lo largo de su vida laboral? Sobre estas preguntas volveremos en otros capítulos. La voluntad de trabajar es decreciente a partir de una cierta edad. Se consiguen, como ya hemos visto, tasas de actividad del 80% pasados los 30 años, que es una media que se obtiene ponderando el 93% de los hombres y el 70% para las mujeres. Estas tasas se mantienen hasta pasados los 50 años, para luego empezar a decrecer. La cuestión es que los trabajadores mayores de 55 años ya no desean seguir trabajando en la misma medida y, si pueden, dejarán de trabajar. De hecho la población activa entre 55 a 64 años ha decrecido en las últimas décadas. Los datos comparados de 1970 y 1990 lo demuestran: en EEUU y Reino Unido han descendido desde el 80% al 65%, en
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Alemania del 80% al 50%, en Francia de 75% al 40%. La población activa de ese grupo en España se sitúa en un 47% de promedio, 57% para los situados entre 55/60 años y 35% para los situados entre 60/65 años. Según el informe mencionado de ESADE, el resultado es que el 90% del situado en el “perfil” del prejubilable, contempla la prejubilación en el corto-‐medio plazo. Es decir, ¡¡quiere dejar la empresa donde trabaja!! Los trabajadores de más edad abandonan la escena mucho antes de estar mental o físicamente incapacitados. Puede que, sencillamente, consideren que tiene derecho a descansar y gozar de la vida. Es un derecho que se conceden a sí mismos porque lleva más de treinta años trabajando o porque consiguieron ahorrar lo suficiente. O porque prefieren vivir con menos, con mucha menos holgura, que trabajar. Otros, simplemente no aguantan más. No soportan la dependencia y el desprecio. Muchos de ellos lo sienten en la más eficaz de sus formas: sienten que les ignoran y esa sensación se instala en su alma cada vez con más certeza. “No hay mayor desprecio que no hacer aprecio” dice un refrán castellano. Por una causa o por otra, son muchos los que toman la decisión de abandonar la vida laboral. A veces, la expulsión de la vida activa es involuntaria, se siente expulsado, excluido. No es extraño: en los últimos 20 años, en los regímenes anglo-‐americanos la tasa de despido se ha duplicado para los hombres entre los 40 y principios de los 50. En España, actualmente, el 35% de los desempleados son mayores de 45 años. En cualquier caso, esta realidad muestra a las claras que nos les compensa seguir trabajando, que no les es suficientemente gratificante continuar como activos, o mejor, o sobre todo, como activos laborales, como activos dependientes. Siguen estando mental y físicamente capacitados, quizás mucho más que nunca lo estuvieron los de su edad, y por ello deciden seguir siendo activos pero en “sus cosas”. Desean dedicarse a “sus cosas”. Sin saberlo, se reconocen en las palabras con las que el joven Marx describió la alienación del trabajo: solo "está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo”. Domina su trabajo, pero en las condiciones en las que se desenvuelve, al ejercerlo “no se afirma sino que se niega, no se siente feliz sino desgraciado”. 71
71 Karl Marx, obra citada, Manuscritos de Economía y Filosofía, 1844, página 109.
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Quizás, lo que no soportan son a sus empresas, a la lógica imperante o a la forma en que están gestionadas. En ellas, tienen una sensación de estar fuera de juego, de sentirse “un observador”, y reaccionan desarrollando una creciente capacidad mordaz, una ironía distante. No es la actividad la que temen, es, como veremos más adelante, a los comportamientos organizacionales, que les produce la sensación de haber saturado su experiencia laboral como empleados. Puede ser que el exceso de empleados “maduros” contribuya a desvalorizarlos, ayude a prescindir de ellos y acentúe las tendencias que favorecen su retiro prematuro. O puede que ocurra lo contrario: que la necesidad de retener, cada vez más, a trabajadores de esas edades, obligará a ofrecerles un “mejor trato”, una “mayor consideración”. Como anticipa72 Mark Spellman, director de Estrategia de Accenture, “las empresas deberán asegurarse de que hacen el mejor uso del talento del que disponen, especialmente los trabajadores de más edad”. Esto significa organizar programas de formación para refrescar sus capacidades pero también condiciones de trabajo más flexibles, como el trabajo en casa o la jubilación a tiempo parcial. Ello influirá en las ideas sobre el propio trabajo: se empezará asumir que la competitividad deberá conseguirse de otro modo que basándose en la precariedad y en el sobretrabajo. Se aceptará que no es posible seguir midiendo la aportación del trabajo con criterios puramente cuantitativos y monetarios. Y que el valor del trabajo es algo más que un salario, que es necesario un nuevo planteamiento cualitativo. Son todos ellos cambios que se justifican en una misma razón: sólo con una mayor valoración a sus aportaciones será posible incentivar la contribución y la voluntad de trabajar de los mayores. 6. La inmigración puede no ser suficiente. ¿Exceso o defecto de inmigrantes? ¿Cuál de los dos fenómenos es más probable para los próximos 15 años? Algunos expertos vaticinan un aumento sostenido de la presión migratoria en la frontera sur de occidente durante los próximos treinta años. Otros consideran que el riesgo, a largo plazo, es que España y los países desarrollados no 72 El País 25-03-2007
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reciban el número de inmigrantes suficiente para abastecer su mercado de trabajo, sobre todo si nos referimos a profesionales cualificados. De un lado, todo depende de si la entrada de capitales a esos países es suficiente para ofrecer oportunidades económicas –empleo, sobre todo– a las ingentes cohortes de jóvenes que se incorporan a su mercado de trabajo. Retener a sus jóvenes profesionales será vital para evitar una sangría de cerebros hacia los países del norte. De otro, los países del Sur que actúan como fuentes de abastecimiento comenzarán a sentir rápidamente, mientras sus jóvenes se plantean qué hacer, los mismos efectos del envejecimiento de sus poblaciones que sufren los desarrollados. En este complejo cuadro lo que finalmente ocurra será la resultante del comportamiento de dos lógicas opuestas: la capacidad de atracción, o de absorción, de las sociedades desarrolladas –tanto para trabajadores en general como para profesionales cualificados -‐ y la dinámica de la pobreza en los países de menor nivel de desarrollo, que actúa como factor de expulsión de sus habitantes. Hasta hoy, cada país desarrollado está mostrando una pauta determinada de abastecimiento. Japón sigue sin recurrir a la inmigración para abastecerse de los trabajadores que necesita: le ha sido suficiente con activar a todos sus habitantes en edad de trabajar para evitar que su economía se achique a largo plazo aunque es difícil pensar que siga ocurriendo así en el futuro. EEUU continua siendo el principal destino para latinoamericanos y asiáticos (China, Pakistán, India) y, previsiblemente, seguirá así según se desprende de un informe de la Oficina del Censo que prevé que la población hispana y asiática se triplicará para el 205073. En este lado del charco, las fuentes de abastecimiento de los países europeos son diferentes a las de EEUU y diversas entre sí. En Europa Oriental la mayoría de los flujos de las ex repúblicas soviéticas (países de la CEI), se dirigen a la federación de Rusia. En Europa Occidental hay diversas realidades. En Alemania, por ejemplo, la mayor parte proviene de Turquía (2 millones). En Italia los de África del Norte y Albania representan el 33 por ciento y los de Asia alrededor de 30 por ciento. De los millones de extranjeros en el Reino Unido, la mayoría procede de Asia y de países de la Commonwealth.
73 En el 2050, según las predicciones de la ONU, los inmigrantes en países industrializados con mas tradición, como Estados Unidos, Nueva Zelanda o Canadá, permitirán equilibrar la baja tasa de natalidad.
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Incluso países limítrofes como Francia y España difieren significativamente: África, por ejemplo, abastece casi el 50% de los emigrantes que recibe Francia (31% del Magreb y 16% del África subsahariana) mientras solo representa el 19% de los que recibe España (15% del Magreb y 4% del África subsahariana). En cambio, Latinoamérica aporta el 40% de los inmigrantes de España y solo un 7% de los de Francia; y los del resto del mundo, principalmente asiáticos, se sitúan en el 12% para España y el 18% para Francia. Los procedentes de Europa central y oriental –Ukrania, Polonia, Bulgaria, Rumanía-‐ representan en ambos países porcentajes similares que se acercan al 30%. En los primeros años de este siglo, 2000-‐2005, la tasa de fertilidad en todo el planeta, 2,65 hijos por mujer, es la mitad de la que se registraba 50 años antes, 1950-‐1955, que era de 5 hijos por mujer. La ONU estima que alrededor del 2030 se puede llegar a una tasa de 2,1 hijos por mujer que es el nivel mínimo necesario para asegurar el reemplazo de la población. Eso significa una transición muy rápida entre una etapa de mortalidad y fecundidad altas a otra de valores mucho más bajos, un fenómeno que en Europa abarcó dos siglos, desde su inicio a partir de la revolución industrial, en el siglo XVIII. Un repaso a situación particular que sufren Latinoamérica, el Magreb y Europa Oriental, las fuentes principales que abastecen el mercado de trabajo de España, puede ayudar a entender la situación. América Latina está siguiendo una evolución mucho más rápida que el promedio del mundo. Si en el conjunto del planeta se ha reducido la tasa de fertilidad a la mitad en 50 años, en Latinoamérica se ha conseguido en 25 años, periodo en el que ha pasado del 5,1 (años 1970-‐1975) al 2,5 (valor del 2000-‐2005). Pero en el Magreb el descenso ha sido todavía más vertiginoso. La tasa promedio de Túnez ha pasado en el mismo periodo, 25 años, de 6.2 hijos por mujer a 2.0, la de Argelia ha descendido desde el 7,4 al 2,8 y la de Marruecos desde 6,9 a 2,7 hijos por mujer. Recordemos que el valor del 2,1 marca la barrera mínima imprescindible para el reemplazo de la población Otro dato. Entre 2000 y 2015, el conjunto de los países árabes crecerá 100 millones de habitantes, (de 289 a 389 millones) y Latinoamérica otros 100 millones (de 522 a 622 millones). En ambos casos significa un promedio de 6,7 millones anuales, pero la misma cifra significa un peso relativo muy diferente: un 2,1% anual en crecimiento promedio
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para los estados árabes y un 1,3% de promedio para Latinoamérica. Eso significa que la economía debe crecer por encima de esas tasas para poder generar empleo a su renovada población. Y, sobre todo, que debe hacerlo de forma que alivie la pobreza de amplias capas de la población dando opciones a los más jóvenes. No parece difícil a la luz de los datos más recientes74. El Magreb está en su peor momento para el empleo, lo que explica las altas presiones migratorias que soporta. La población joven menor de 15 años era en 2005 del 36% mientras en América Latina es del 31%. Justo lo contrario que en España, en el que la misma tasa no llega a la mitad, el 15%. Se trata de un problema muy grave con una gran cantidad de jóvenes accediendo al mercado laboral en los próximos años, pero que se irá aliviando por las menores tasas de natalidad, generando una presión decreciente según transcurran los años. En el año 2003, según el Centro Marroquí de Coyuntura75, Marruecos registró un aumento neto de la población activa de 523.000 personas, que contrasta con la tasa media anual de creación de empleo registrada durante los últimos treinta años: 210.000 empleos anuales (con una tasa de crecimiento anual medio del 3,5%). Según Iván Martín,76 profesor de la Universidad Carlos III de Madrid, hasta 2010 el incremento de la población activa por efectos demográficos, que es el objetivo mínimo de creación de empleo, se elevará a cerca de 750.000 al año, para descender hasta menos de 300.000 en la siguiente década. Los niveles actuales de crecimiento77 permiten absorber solo parte de los efectos de la evolución demográfica, al que hay que añadir la mayor incorporación de mujeres al mercado laboral y el éxodo rural.78
74 La economía de América Latina ha crecido en el periodo 2003-07, casi un 5 %, bastante por encima del promedio entre 1990 y 2002, que fue del 2,6%. Un crecimiento sostenido superior al actual y el desarrollo de políticas de equilibrio social evitaría que continuaran las tendencias migratorias. Ese crecimiento habría sido mucho mayor si los dos gigantes regionales, Brasil y México, hubieran superado el 2,5 % de crecimiento, situación que ha supuesto un lastre para el conjunto del continente. 75 Centre Marocain de Cojoncture, Bulletin nº 27, junio 2004. 76 Entre 1965 y 2005 la población del Magreb ha pasado de 30 a 75 millones de habitantes. Según las proyecciones de la ONU el Magreb pasará de 73 millones en 2001 a 90 en 2015 y 100 entre 2020 y 2025. 77 Los países del Magreb necesitarían incrementar las tasas de crecimiento que registraron en los años noventa, y colocarse en el entorno del 7% de crecimiento, para absorber el aumento de la población activa previsto hasta el 2015. Sin embargo, es un objetivo no tan imposible. Argelia creció entre 1996-2000 un promedio del 3% mientras, entre 2003-2006, lo hace al 5,6%; Túnez lleva diez años creciendo en torno al 5,5% y Marruecos ha pasado del 3,7% en 1996-2000 a 4,7% entre 2003-2006, aunque con grandes oscilaciones dependientes de la calidad de su año agrícola. 78 Vulnerabilidades socioeconómicas en el Magreb: el reto del empleo. Iván Martín. Revista ARI Instituto El Cano. 1-4-2005. La principal conclusión es que entre 2000 y 2020, Marruecos, Argelia y
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Significa que los jóvenes del Magreb deberán seguir sufriendo entre la emigración y el desempleo. La capacidad de expulsar mano de obra y generar migraciones puede situarse en un entorno posible de 250.000 y 350.000 personas año durante los próximos 5 a 10 años, para luego descender. Por último, Europa Oriental es una región que no parece que vaya a seguir comportándose como fuente de empleo sino más bien como demandante. Receptora de capital y favorecida por la deslocalización, puede estar afectada por un probable y escalonado retorno a sus países de muchos de los profesionales que ahora habitan en España y otros países occidentales europeos. Su población tiene un promedio de edad menor que la de Europa Occidental, pero está envejeciendo más rápido. Se encuentra entre las áreas del mundo desarrollado con niveles de fertilidad interiores a la tasa de reemplazo y también síntomas de envejecimiento. Tanto Rusia como Polonia, Ukrania, Rumanía, Bulgaria o la Republica Checa están empezando a percibir, como España, la falta de jóvenes. Rusia anunciaba que había perdido 0,6 millones de habitantes en 2006 y 0,3 millones de población activa. Sus previsiones son que, a pesar de la inmigración, pierda 19 millones de su masa laboral, un 27%, en 2025.79 Pero ahí no se agotan los cambios... ni los problemas. Las regiones que han actuado como fuentes de inmigrantes aliviarán su presión pero ésta se trasladará más al sur, al África subsahariana. Con un nuevo perfil: si la recibida hasta ahora tiene una cualificación media no muy inferior a la española, la procedente de los países del África negra se caracteriza por una formación muy inferior. Significa que la inmigración no podrá resolver las carencias de jóvenes trabajadores del conocimiento descritas en los capítulos anteriores. Países situados en una nueva frontera sur, como Mauritania, Níger o Mali, mantenían en el periodo 2000-‐2005 unas tasas de fecundidad situadas, respectivamente, en 5,8, 8,0 y 7,0 hijos por mujer. El promedio del Africa Subsahariana era en esos años de 5,4 hijos por mujer. Es más, según la ONU, en los 50 países que entran en la categoría de “bajo desarrollo” de todos los continentes, la tasa actual de fertilidad podría duplicarse, y hasta triplicarse respecto a décadas
Túnez deberán crear en total más de diez millones de empleos netos. Ver también “Estimular la emergencia económica del Magreb: hacia una integración subregional reforzada”. Sébastien Abis. Revista Akbar/Ideas Otoño de 2006. 79 “Rusia busca inmigrantes”. Pilar Bonet. El País 05-03-2007
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precedentes en las que llegó a conocer valores de 2,6 hijos por mujer. Incluye a países no africanos, como Afganistán o Timor-‐este, y africanos, como Burkina Faso, Burundi, Congo, Chad, Guinea-‐Bissau, o Uganda, naciones donde se registra el mayor crecimiento poblacional del mundo. Los países pobres necesitaran capitales pero sobre todo capacidad para formar y retener a sus trabajadores especializados. Siendo Secretario General de la ONU, Kofi Annan afirmaba80 que “entre el 50% y el 80% de todos los ciudadanos con estudios superiores de varios países pequeños de África y el Caribe viven en el extranjero”. Y que las economías nacionales de pequeño tamaño son las más vulnerables al éxodo de intelectuales, especialmente en sectores fundamentales como la salud y la educación. La carencia de profesionales cualificados en los países desarrollados va a provocar situaciones parecidas a las del año 2000, en pleno boom de internet y las nuevas tecnologías. Entonces, en Marruecos la "fuga de cerebros", en especial de ingenieros informáticos y de telecomunicaciones, se generalizó de tal manera que, entre el 50 y el 60 por ciento de los licenciados de la última promoción de las tres grandes escuelas de ingeniería del país, habían emigrado incluso antes de la ceremonia de clausura del curso. Entonces, Mohamed Jachani, presidente de la Asociación de Estudios y de Investigaciones Migratorias y miembro del Comité Averroes, declaraba81 que "cada vez que un ingeniero emigra, el Estado pierde el millón de dirhams (100.000 dólares) que ha invertido en su formación superior". Un informe de junio de 2002 de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) señalaba que unos 20.000 profesionales africanos abandonaban el continente cada año en busca de mejores perspectivas82 éxodo que privaba a África del ingreso de hasta 4.000 millones de dólares al año. En las mismas fechas, la UNESCO calculaba que 1,2 millón de profesionales de América Latina y el Caribe habían emigrado hacia países del primer mundo. Por último, el ministro de Finanzas de la India, Yashwant Sinhya, afirmaba en Davos, en enero del 2001, a partir de algunas estadísticas publicadas en Alemania, que el 38 por ciento de los doctores en EEUU eran de origen indio como lo
80 Asamblea General de las Naciones Unidas. Informe del Secretario General Apartado: Migración internacional y desarrollo. 18-5-2006. 81 “La fuga de cerebros, una sangría para la economía marroquí” Agencia Efe. Rabat, 6-6-2001. 82 En aquel momento, había unos 300.000 especialistas viviendo en Europa y Estados Unidos.
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eran el 12 por ciento de los científicos o el mismo porcentaje de los empleados de la empresa de informática "Microsoft". Podemos resumir lo expuesto de la siguiente manera. España y la mayoría de los países desarrollados comenzarán a sentir, dentro de 5 o 7 años, los efectos de la falta de jóvenes. Muy probablemente, esa fecha, alrededor del 2015, coincidirá con un nuevo escenario de menor presión migratoria desde las tres regiones que hoy alimentan su inmigración que coincidirá con la sensación generalizada de escasez de jóvenes en el primer mundo. Sobre todo de jóvenes cualificados. Se trata de un cambio perceptible que afectará, por este orden, a Europa Oriental, América Latina y Magreb, la primera porque empezará a posibilitar el retorno de sus emigrantes para atender la demanda interna de trabajo, los segundos porque estarán superando los peores años de su particular baby boom. La presión se trasladará a los países del Africa subsahariana sobre todo si no han conseguido despegar de la situación de extrema pobreza en la que ahora se encuentran. Pero estamos hablando de un horizonte demasiado lejano para poder referirnos a él con seriedad. En cualquier caso, 2015 se mantiene como el año de referencia a partir del cual, la búsqueda de personal altamente cualificado dará una nueva perspectiva a la inmigración.
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Capitulo IV LA SOCIALIZACIÓN DEL RIESGO 1. La globalización y los riesgos manufacturados
El riesgo, la sensación de riesgo, y en particular de los riesgos sociales, aumenta con la globalización. Los ciudadanos del mundo tienen la impresión de
estar metidos en una turbina de la que pueden salir despedidos en cualquier momento. La manipulación especulativa de los mercados financieros es uno de los principales factores desestabilizadores. Pero no es el único: otros son el incremento de la desigualdad social y económica a escala planetaria o la desestructuración de las economías de los países más pobres. También la inestabilidad laboral, la inmigración, el terrorismo y la proliferación de conflictos armados que fomentan la espiral del gasto en armas y deuda. Se podría decir, además, que el mismo concepto de riesgo ha cambiado. En el pasado, muchos daños se atribuían a los dioses, la naturaleza o simplemente al destino; hoy la mayor parte de los peligros que nos amenazan parecen descansar sobre decisiones humanas. Se trata de riesgos que, en muchos casos, están directamente relacionados con procesos productivos y con la aplicación de tecnologías. Es lo que Giddens llama “riesgos manufacturados”83, expresión que refleja las consecuencias imprevisibles derivadas de la búsqueda de ventajas económicas inmediatas. Su ejemplo más emblemático es el de los alimentos transgénicos símbolo de los daños potenciales a la salud pública originados en procesos industriales insuficientemente garantizados: adulteraciones, fallos técnicos, modificaciones genéticas, fenómenos del todo inesperados como “las vacas locas” generados en laboratorios. Se presentan como accidentes pero son, en realidad, hechos imputables moral, política y jurídicamente a los hombres. Los dioses hace tiempo que son inocentes. El riesgo afecta especialmente a los empresarios que soportan nuevas dificultades al desarrollar su función. La mundialización de la economía conlleva la exacerbación de la competencia mundial y obliga a las empresas a responder con rapidez y a asumir riesgos en unos 83 Anthony Giddens. “Un mundo desbocado. Los efectos de la globalización en nuestras vidas”. (Taurus, 2000)
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entornos culturales y económicos lejanos a su modo de proceder. Se ven impelidas a expandirse por el mundo, a diseminar sus estructuras de costes e ingresos por múltiples filiales, a trabajar con variadas monedas, a establecer alianzas con empresarios de diferentes culturas y estilos, a asumir diversas realidades sociales. Además, los procesos, los productos y los negocios y las tecnologías cambian constantemente. La empresa flexible es la respuesta adecuada al incremento de riesgo percibido por el empresario, satisface el reto de compartir la inseguridad entre toda la estructura productiva. Demuestra la necesidad de flexibilizar las relaciones de producción, tanto las laborales como las establecidas con proveedores y clientes, para responder con una estructura más elástica a la evolución de las demandas sociales. Nada que objetar, en principio, desde una perspectiva de progreso. Lo que a menudo parece fruto de la codicia es, en realidad, el resultado de la necesidad. La presión de la competencia obliga a unas y a otras empresas, sean multinacionales o nacionales, de capital público o privado, familiares o de origen cooperativo, a tomar las mismas decisiones. No es nada nuevo: Marx lo había descrito hace 150 años. La competencia es “sentida por cada capitalista individual como una ley externa, coercitiva. Le compelen a ampliar constantemente su capital, si quiere preservarlo. ¿Qué puede la lamentación frente a esa necesidad objetiva?” 84 La ley externa de la flexibilidad empuja a las empresas a potenciar continuos cambios organizativos encaminados a revolucionar sus procesos internos y a vaciar sus estructuras estables. “La innovación financiera de los mercados ha consistido en parcelar, repartir y transformar el riesgo de modo sistemático”, decía Joaquín Estefanía al analizar la crisis de riesgo generada en 2007 por las hipotecas subprime85. No es solo en los mercados financieros: la innovación organizativa que ha traído consigo el nuevo capitalismo consiste principalmente en eso: mediante múltiples mecanismos, lo que era algo privativo del empresario pasa a ser de todos, el RIESGO SE SOCIALIZA y se comparte cada vez más con la sociedad, es decir, con proveedores, clientes, instituciones y trabajadores. Si antes era asumido en exclusiva por el empresario, ahora se considera un componente esencial de la creación de riqueza y repercute sobre todos. La externalización de servicios, las alianzas con proveedores,
84 Karl Marx. “El Capital”. Citado por W.J. Barber en “Historia del pensamiento económico”, (Alianza Universidad, 1970). 85 “La metástasis” Joaquín Estefanía. El País 27-1-2008.
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incluso, la deslocalización pueden analizarse desde esta perspectiva. La forma en que el riesgo se reparte no es, sin embargo, equilibrada, sino todo lo contrario: es consecuencia del ejercicio del poder y está asociada al derecho del más fuerte para organizar la sociedad a su medida. La consecuencia de su fuerza le permite distribuir las cargas según sus propios intereses, con razón o sin ella, convenciendo o imponiendo al resto de la sociedad su propia visión del mundo.86 En principio, tanto clientes como proveedores se negarán a aceptar contratos con riesgos compartidos cuyos resultados no puedan controlar. Pero los aceptarán si no les queda más remedio. Y lo mismo puede decirse de los trabajadores La socialización del riesgo lo impregna todo. Conceptos neutrales, como la productividad o problemas objetivos, como los desequilibrios demográficos, son incorporados a esa turbina y utilizados en forma interesada. Y da la razón a los ciudadanos que asocian la globalización con la existencia de esos nuevos riesgos manufacturados, o, lo que es lo mismo, a la manipulación de las incertidumbres en beneficio de unos pocos. Ver la forma en que las instituciones participan en los riesgos empresariales a través de subvenciones destinadas a fomentar la actividad en una ciudad, una comarca o un país, puede añadir viveza al análisis. Esas ayudas públicas compiten entre sí en una subasta global en el que las instituciones de un territorio se enfrentan a todas las demás en una puja para atraer a las grandes multinacionales hacia sus dominios. La forma en que las consiguen y su dimensión es una muestra de la posición de ventaja alcanzada por las grandes corporaciones, de la que éstas son plenamente conscientes. En primer lugar, se ocuparán de hacer valer su capacidad para generar empleo directo; añadirán después el indirecto derivado de su segura atracción sobre un importante colectivo de pequeñas y medianas empresas, proveedores de materiales y servicios. Expuestas las ventajas cuantitativas sobre el empleo, se centrarán en las cualitativas: la incorporación de tecnologías de primer nivel y las oportunidades innovadoras que traen consigo, además de su capacidad para atraer y generar conocimiento y valor añadido local. Posteriormente, expondrán a las autoridades las ventajas para la hacienda territorial derivada del incremento estimado de actividad en la zona, en 86 Ver articulo publicado en EL País, 7-8-2008, titulado “Crisis sociales, riesgos manipulados”de Ignacio Muro, autor de este libro
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comercios y servicios, y las posibilidades de lucimiento que ello ofrece a los gobernantes. Y, por ultimo, culminarán su discurso asegurando que su presencia va a hacer visible la ciudad o la comarca ante el mundo y darles ojos globales con los que mirarlo. Todo ello suele ser cierto, normalmente temporal, pero cierto. Lo que buscan, a cambio, son subvenciones hasta el límite de lo posible y un poco más, legales o ilegales, transparentes u opacas. El propósito aquí y en EEUU, en Corea, Turquía o Brasil, es minimizar la inversión y compartir riesgos con todo tipo de instituciones –gobiernos estatales, comunidades autónomas, municipios-‐ deseosas de captar o mantener actividad y empleo en su territorio. No es fácil seguir el rastro de un caso concreto. Por ello, un hecho ocurrido en España en 1997 puede servir de referencia para conocer los mecanismos por los que discurre la acumulación de ayudas para el asentamiento de industrias. El Gobierno Vasco había concedido subvenciones a la empresa coreana Daewoo para instalar una fabrica de electrodomésticos en Vitoria (España) en un momento en que otras multinacionales instaladas en España (Siemens y Electrolux-‐ Zanussi), además de la española Fagor, estaban al 70 % de su capacidad. Según la denuncia de la Confederación Europea de Fabricantes de Electrodomésticos (CEDEC) las irregularidades comenzaban en la sobretasación del proyecto que era la base para el cálculo del 25 % de las ayudas legales y autorizadas de ámbito regional. A ello había que añadir los derechos de uso gratuito de medio millón de metros cuadrados cuando sólo era necesario una quinta parte, alrededor de 100.000m2, para las instalaciones pensadas en el proyecto. A ello se añadía la concesión de bonificaciones fiscales que podían suponer un crédito fiscal equivalente al 45 % del total de la inversión, además de un subsidio de 600.000 pesetas por cada empleo que se creara. La denuncia estimaba que las ayudas superaban con mucho, el 50% de la inversión y se situaban muy cerca del 100 %87. La denuncia tuvo éxito y derivó en sanciones siempre recurridas y prorrogadas. El hecho es que Daewoo continúa instalada en el País vasco-‐español y que la publicidad dada a la denuncia incorporó una transparencia al caso que es claramente excepcional. La opacidad de
87 La fiscalidad del País Vasco ha sido tradicionalmente un vehículo de atracción de actividad que, abiertamente, ha procurado compensar la desinversión industrial provocada por la crisis de la industria pesada y por la actividad terrorista. “Los fabricantes europeos acusan al Gobierno Vasco de ayudas ilegales a Daewoo”. Diario Expansión, 21-9-1997.
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estos acuerdos suele dificultar su control de oficio, sólo desvelado por la vigilancia de empresas competidoras y el recurso a tribunales de la competencia. Y no siempre se puede apelar, como ocurre en la UE, a un tribunal supranacional que defiende la transparencia ni las normas de la competencia. En cualquier caso, esa situación concede ciertos derechos a los poderes públicos a exigir un cierto control para que cumplan las expectativas de estabilidad pactadas. Es la contrapartida lógica de todo riesgo compartido. Al reclamar subvenciones, las grandes corporaciones quedan condicionadas por el entorno: justifican la intervención de las instituciones como parte implicada y dan nuevas razones a la comunidad para que controle sus comportamientos sociales y medioambientales. Pero, anticipémoslo, no siempre existen esas contrapartidas que permiten controlar las consecuencias del reparto de incertidumbres. Precisamente, su ausencia es la característica habitual de la socialización del riesgo cuando afecta a los trabajadores. Como se analiza en el próximo capítulo, son ellos los que soportan buena parte de los riesgos que la globalización pone delante de los empresarios. Son ellos los que perciben como un maremoto, la absoluta indefensión a que les somete la flexibilización creciente de las relaciones laborales. Con independencia de la existencia, o no, de compensaciones, lo esencial es que los costes y los riesgos son compartidos con la sociedad en formas e intensidad que nunca se habría imaginado nadie. Lo que se ha denominado socialización del riesgo es un fenómeno complejo que afecta, como hemos apuntado, a las relaciones existentes entre empresas y el resto de los agentes sociales. Significa repartir entre la mayoría social la carga de incertidumbres y problemas que antes les eran ajenos, aunque puede significar justo lo contrario: convertir en particulares, riesgos generales, cargar sobre una parte de la población, los más débiles, sucesos futuros que deberían ser asumidos por todos, de forma solidaria. Porque la socialización del riesgo es un fenómeno que afecta también a las conexiones entre presente y futuro a través de la manipulación de expectativas y miedos. Se trata de un cambio esencial de las relaciones sociales que merece ser acentuado. Pasarlo por alto, sin subrayarlo suficientemente, sería como olvidarse del aire que la sociedad está respirando, sería como incapacitarse para depurar el aire del futuro.
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2. El futuro del Trabajo: ¿compartir riesgos sin compartir ganancias?
“Los marxistas quieren compartir las ganancias, pero no hablan nunca de los riesgos”. Con estas palabras, destinadas nominalmente a los “marxistas”, pero de interés para cualquier trabajador, el fundador del grupo Michelin88, apuntaba la esencia del conflicto capitalista: solo se puede aspirar a compartir las ganancias cuando se comparten riesgos. Ocurre que la socialización del riesgo de la que estamos hablando afecta de forma determinante a la relación entre Capital y Trabajo. Tanto que hace posible replantear el reparto de las ganancias desde una nueva perspectiva. Ahora, al menos, es una aspiración posible, tiene sentido hablar de ello. La asunción del riesgo por parte del empresario es el elemento decisivo que justifica la retribución del capital, todavía más: es el pilar desde el que se legitima el modo de producción capitalista. En la medida en que la gente suele preferir conservar a arriesgar, es lógico que quien exponga recursos recoja las consecuencia de su decisión, de modo que riesgos y beneficios caminan en paralelo: cuantos más factores inciertos condicionaran el éxito de una operación más legítimos son los beneficios y más grandes sus dimensiones para compensar las también posibles pérdidas. La apropiación en exclusiva de los beneficios está justificada por la asunción en exclusiva de riesgos. Y, del mismo modo, en la medida en que una persona o un colectivo participe en las incertidumbres empresariales es legítimo que reclame su participación en los resultados. Siguiendo el mismo razonamiento y aplicando el mismo criterio, la socialización del riesgo legitimaría para compartir las ganancias desde los trabajadores. Se trata de un derecho que nace como contrapartida lógica de nuevas circunstancias asociadas a la globalización. La exigencia de responsabilidad social a los empresarios es, simplemente, la consecuencia lógica de esa nueva situación. La RSC89 sería mucho más que “la contribución activa y voluntaria de las empresas al mejoramiento social, económico y ambiental”, definición institucional en la que lo esencial es, para las empresas, su adjetivación como “activa y voluntaria”. Dejaría de ser vista como un añadido más o
88 François Michelin era un patrono “paternalista“ que se opuso al salario mínimo y a las medidas sociales, incluidas las propuestas por un gobernante conservador, como De Gaulle. El País, 20-5-2002. 89 RSC, sigla de Responsabilidad Social Corporativa
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menos superfluo, o un elemento más de la comunicación corporativa y pasaría a ser una exigencia pública o un derecho de intervención social que afectaría a trabajadores, instituciones y usuarios. La denominada responsabilidad social empresarial debería ser la consecuencia del reparto de los riesgos y de la socialización de la producción que nace de la esencia misma de la globalización del sistema capitalista. Debería ser así, pero se produce, más bien, lo contrario: mientras el trabajo sufre riesgos crecientes, es retribuido cada vez menos hasta perder peso en la economía y los beneficios del capital aumentan y se retienen y concentran en el capital más que nunca. ¿Por qué? Es, sencillamente, la consecuencia de su menor poder de influencia, de su debilidad objetiva y creciente durante los últimos 25 años en los que ha estado sometida a fuerzas depresivas. En la medida en que las relaciones laborales eran estables, la seguridad, o la ausencia de riesgo era una característica del trabajo activo. Por tanto, el riesgo fundamental que asumía el trabajador era el de perder su trabajo, el de pasar al desempleo, ya que, mientras trabajaba, su sueldo y sus condiciones manifestaban una gran rigidez a la baja. Hoy, sin embargo, buena parte de lo que se identifica con “flexibilidad” es para el trabajador, simplemente, la asunción de nuevas incertidumbres en su vida. • La temporalidad de los empleos tiende, cada vez más, a legitimarse como una dimensión natural de la facultad discrecional del empleador. Se instala como un concepto amplio que se justifica en la estacionalidad del empleo pero se generaliza hasta formar parte esencial de la actividad económica: afecta desde la formalidad del contrato a las múltiples formas de empleo que sustituyen al trabajo estable -‐ temporales, tiempo parcial-‐ para extenderse al uso de becarios o de empresas de trabajo temporal.
• La mayor rotación en el empleo significa asumir la alternancia de colocaciones como asalariado con períodos de desempleo y o de inactividad (entrada y salida de la fuerza de trabajo) y cambios frecuentes de categoría en el mercado de trabajo (asalariado, independiente o autónomo, eventualmente como empleador contratista o subcontratista). Incluye frecuentes cambios de residencia y el desplazamiento a otras ciudades (movilidad geográfica) así como el continuo cambios de funciones sin tener asegurada una categoría adecuada a su formación y experiencia.
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• La flexibilización del salario significa un creciente nivel de variación en su remuneración, compuesta por elementos fijos y variables que dependen de productividad, tareas, objetivos o resultados. Aparentemente significa una oportunidad, no incorpora nuevos riesgos al trabajador pero, en la práctica, la dependencia progresiva del autoempleo y de subcontratas fortalece la economía informal y el trabajo sumergido. El resultado es que, en muchos países y en muchas actividades, es más normal que hace 10 años el reconocer oficialmente una parte del salario, la única consolidada, y pagar el resto en especie o con dinero negro.
La consecuencia es que la protección social disminuye mientras se traslada esa carga al trabajador y a su familia, casi en la misma forma que ocurría hace decenas o cientos de años: las formas tradicionales del auto empleo se generalizan en determinados sectores, el trabajo de familiares no remunerados se alterna con la esporádica contratación de terceros, la desprotección laboral se mezcla con la auto subsistencia. La solidaridad primaria de familias y amigos se convierte en una red social paralela. El trabajador siente la flexibilidad como un mecanismo que le hace asumir riesgos crecientes sin contrapartidas, siente la temporalidad y precariedad del empleo como la forma en que se manifiesta la flexibilidad. Lo flexible está cargado, para él, de connotaciones negativas, se trata de la percepción que se desprende de su propia experiencia y la de sus amigos y familiares. Esa experiencia tiene una dimensión coyuntural, tiene que ver con una economía montada sobre el exceso de personal disponible, que facilita a las empresas, mediante cotas altas de marginalidad y precariedad, el ajuste imprescindible para responder a los retos de la competitividad. Pero algo puede cambiar. El que hoy se identifique la flexibilidad con rasgos negativos no significa que mañana sea así, el futuro puede ser de otra manera y hacer que la flexibilidad pueda percibirse en positivo. Solo se necesita un cambio: debería dejar de ser un instrumento de unos contra otros y empezar a tener en cuenta los intereses de todos. Es mucho pero no es imposible. Si se cumplen las expectativas de este trabajo, necesariamente aparecerán nuevas formas de flexibilidad apoyadas por los trabajadores y adecuadas a la Sociedad del Conocimiento.
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La flexibilidad es el principal principio de gestión de los empresarios y es también, en particular, el principal principio de gestión de la fuerza laboral. Pero debería ser un valor común, un bien público y una aspiración general. Incluso en el contexto actual, algunos cambios hacia la flexibilidad son considerados positivos por los trabajadores y podrán catalogarse dentro de esa categoría de bien público. Un ejemplo es el de la flexibilización de horarios y jornadas que se instala sin apenas resistencia y pasa a ser una referencia para pactar el tiempo de trabajo medido en horas efectivas anuales, aunque luego se distribuyan por semanas y días dependiendo de la estacionalidad de la producción y las posibilidades personales. La razón es que racionaliza los procesos de fabricación y, al tiempo, permite una mejor conciliación de la vida laboral y familiar. Esta flexibilidad facilita el trabajo en casa, el teletrabajo, combinado con la flexibilización de la presencia y cambia de una manera natural el sentido de la jornada laboral y del tiempo de trabajo. Hoy el arte de los negocios significa tratar a la sociedad – representada por trabajadores, proveedores, clientes y administraciones-‐ como si fueran socios, unos socios especiales interesados, como el que más, en el desarrollo y la supervivencia de una compañía. Esa es la consecuencia lógica de la socialización de los riesgos y como tal debe ser asumida, así de simple. Lo más “inteligente” sería formalizar un acuerdo sobre bases mínimas que vinculara la existencia de ventajas e inconvenientes a la obtención de un resultado. Con dos condiciones mínimas: que esas ventajas en el medio y largo plazo fueran suficientemente atractivas y proporcionadas a los beneficios conseguidos y que las decisiones estratégicas fueran consensuadas suficientemente. Solo así es posible hacer menores los costes fijos y democratizar las mejoras, que quedarían condicionadas a unos logros. Lo que es, del todo, imposible es seguir funcionando como si las leyes de la gravedad no existieran, tratando a los trabajadores y demás interesados como grupos con obligación de compartir los riesgos pero sin derecho a participar nunca en las ganancias. Engañar a todos siempre, seguir construyendo un futuro basado en la rapiña, sin un mínimo consenso sobre los valores que permiten generar confianza entre los principales interesados en el futuro de las empresas, es, incluso, para los muy poderosos una tarea imposible. Sobre todo cuando los jóvenes con talento empiecen a escasear y tengan que buscar formas de retener a muchos trabajadores que hoy, mientras abunda la oferta de trabajo, son despreciados.
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La flexibilidad forma parte de una tendencia estructural del sistema económico mientras que la temporalidad y la precariedad son una respuesta coyuntural, posible solo en un contexto concreto. Como ya se ha visto, las circunstancias que deprimen el mercado de trabajo y que determinan en buena medida las actuales relaciones laborales no se podrán prolongar, por mucho tiempo, en gran parte de los países desarrollados. A corto plazo, permiten a los gestores empresariales soluciones basadas en modelos empresariales deficientes y en el uso de posiciones burocráticas y simples. Pero el cambio de coyuntura descrito en los capítulos anteriores va a cambiar el panorama: las exigencias de flexibilidad que reclama la competencia crecientemente mundializada encontrará nuevas formas de expresarse. La tesis de este libro, es que esas nuevas formas estarán asociadas a relaciones laborales que reconocerán una mayor participación de los trabajadores en el beneficio empresarial y la flexibilización de las formas de propiedad. En ese contexto ¿se compartirán sólo las consecuencias de las decisiones o también se compartirán las decisiones? Aunque los rasgos de ese futuro están, obviamente, sin definir parecen estar sentadas las bases para democratizar las relaciones de producción. Nada está garantizado sin luchar por ello. Pero la conciencia del riesgo compartido aporta nuevas condiciones para reclamar, por un lado, una mayor presencia del trabajo como elemento central de la creación de riqueza y, por otro, la necesidad de compartir los beneficios y las decisiones y no sólo sus consecuencias negativas. Desde el mundo del trabajo es imprescindible repensar el propio sentido de la flexibilidad al margen de las connotaciones negativas que lo vinculan a una imposición del poder. Nadie, con un poco de sentido común, puede dudar que es imprescindible flexibilizar las relaciones de producción para responder con una estructura más elástica a los cambios en las demandas del mercado: solo falta caminar hacia un nuevo esquema de empresa en la que se compartan los beneficios en función del riesgo aportado por cada cual. Es imprescindible atreverse desde el trabajo a enjuiciar negativamente la rutina y la rigidez de las relaciones laborales tradicionales y aventurarse a pensar en alternativas en el que participación y flexibilidad caminen en paralelo. O, lo que es lo mismo, encontrar un nuevo sentido y dar un nuevo valor político y social a la flexibilidad para que enganche con los deseos de construir un mundo mejor. Un mundo que deberá tener la dosis justa
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de creatividad / riesgo y la justa de estabilidad / seguridad. En cualquier caso, ya no tiene justificación la sentencia que hizo famoso al empresario François Michelin, expuesta al comienzo de este capítulo. Cualquier perspectiva de progreso debe aceptar la socialización del riesgo y el compartir las consecuencias de la inseguridad creciente del mundo. 3. La manipulación de los riesgos futuros y el retraso en la edad de jubilación.
“No son las dificultades las que vencen a los hombres, sino el temor” señala sabiamente William Shakespeare. Y el temor es una sensación que puede fabricarse, como puede aliviarse o acentuarse, de forma inconsciente o consciente. No solo el poder de muchas religiones sino también el poder en general, se articula frecuentemente sobre la conveniente manipulación de riesgos y temores. Si en los capítulos anteriores se ha insistido en que una forma de socializar el riesgo es repartir entre muchos la carga de incertidumbres particulares, otra forma es la contraria: convertir en particulares, cargar sobre una parte de la población, riesgos generales que deberían ser asumidos por todos de forma solidaria. Cuando esa operación se centra en riesgos futuros, es imprescindible que, con anterioridad, los temores que provocan hayan sido convenientemente tratados. La manipulación de riesgos futuros es un fenómeno presente en el terreno político donde permite capitalizar fenómenos complejos como el terrorismo, la inmigración, la dialéctica entre religiones y culturas o el envejecimiento de la población. Son aspectos que, convenientemente conducidos, pueden facilitar reflejos autoritarios que legitiman prácticas políticas basadas en el uso de la fuerza o de hechos consumados. La gestión del miedo se percibe como la inversión más provechosa para poderosos ´think tank´ de todo el mundo que consideran que el liderazgo de la globalización y el orden mundial puede depender de la capacidad de conducir convenientemente las emociones de las clases medias sobre ese tipo de problemas. En el terreno social también es habitual esa forma interesada de manipulación del futuro. El envejecimiento de la población es un buen ejemplo de un fenómeno que va tomando, poco a poco, la forma de una nube negra que se pretende descargar sobre las espaldas de los
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trabajadores. ¿De quién es la responsabilidad del envejecimiento de la población que se prevé para las próximas décadas? De nadie y de todos, sin duda. Pero ello no evita que se articule sobre ella todo una gran pantalla, hecha de verdades parciales y de medias mentiras, para descargar sobre los trabajadores sus consecuencias. El tremendo poder mediático de los grandes centros de opinión oscurece y desenfoca el problema mediante una inteligente manipulación de un riesgo cierto, cuyos perfiles merecen ser desvelados. Cuando la incertidumbre está integrada en la práctica cotidiana, la amenaza de desastres puede ser capitalizada en función de intereses particulares. Hoy sabemos que cuando los trabajadores asumieron las “políticas de austeridad” de los 80, en nombre de un mal llamado “interés público”, legitimaron una coartada que ha permitido incrementar las ganancias privadas a unos límites impensables. Del mismo modo, ahora se les pretende volver a introducir en un juego similar al trasladarles la responsabilidad exclusiva de los desequilibrios demográficos por un método simple pero eficaz: poniendo el foco solo en una parte del problema, cual es la quiebra de la Seguridad Social. De forma sutil, la ortodoxia económica aborda un problema común de todos los ciudadanos, sean empresarios o trabajadores, como si fuera un problema exclusivo de los trabajadores. Se plantea en términos de déficit de su caja particular, la de la Seguridad Social, como si la caja general, que es la Hacienda Pública, pudiera desentenderse de su solución. Como se verá a continuación la diferencia es esencial: en un caso el problema tiene, relativamente, fácil solución y no requiere alterar las expectativas de progreso derivadas de la sociedad del ocio y del conocimiento. En el otro, el futuro, no solo se carga de nubes y de sacrificios que ensombrece la jubilación de los trabajadores, sino que desaparece el horizonte de mejora que la sociedad ha venido incubando desde siglos justo cuando las nuevas tecnologías parecen propiciarlo mas intensamente. El resultado de esta simple artimaña tiene, además, consecuencias inmediatas: la voluntad declarada de aumentar legalmente la vida laboral de los trabajadores mientras se bajan los impuestos a los empresarios, una maniobra que, o se oculta, o se separa y se presenta como si fuera neutral. El primer ejemplo lo aporta Alemania90 en donde se ha elevado a 67 años la edad de jubilación mientras la reforma fiscal 90 “La gran coalición hace mella en el SPD” El País, 15-03-2007.
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rebaja a las empresas 20.000 millones de euros de impuestos. Poco ha importado que la medida tuviera en contra al 73% de la población, ha sido presentado como “un sacrificio imprescindible” que solo demuestra la desigualdad de poder e influencia entre Capital y Trabajo. Mientras los beneficios aumentan explosivamente, mientras se bajan los impuestos sobre el capital, mientras los salarios pesan cada vez menos sobre el PIB, se fuerzan soluciones urgentes que descargan sobre el trabajo la solución al problema en forma de prolongar la edad de jubilación. ¿Tiene eso sentido? La primera baza para que la operación tenga éxito requiere abrumar con una dimensión inmensa del problema. Por eso conviene ponerle coto, cuantificarla. ¿Cuál es el tamaño previsible de la crisis que justifica esas medidas? El impacto del incremento91 de peso del gasto relacionado con el envejecimiento sobre nuestro PIB se estima en el 2,8% adicional para 2030 y un 4,6% para 205092 en el promedio de la UE. Eso es el promedio, pero en algunos países los gastos públicos relacionados con el envejecimiento provocarán subidas superiores cercanas al 8%. Entre ellos están Portugal, Luxemburgo o España. ¿Es mucho ese incremento? Depende. El Fondo Monetario Internacional93 reconoce que los salarios en los países industrializados han perdido 7 puntos de peso en relación con el PIB desde comienzos de los años ochenta. En Europa, desde 1993, el peso de los salarios sobre la renta total ha caído cuatro puntos, desde el 68% al 64% en 2006. En España, entre 1995 y 2007, las remuneraciones salariales, han perdido 5,6 puntos porcentuales de participación en el PIB, de los cuales 2,9 puntos han ido a engrosar el excedente y los otros 2,7 puntos, los ingresos del sector público. De modo que la riqueza desplazada desde los trabajadores a la sociedad, fundamentalmente en forma de beneficios empresariales, en los últimos 10 años es similar, cuando no supera con creces, al desequilibrio previsto en el gasto social para 2050. ¡Para 2050! ¿Es eso cierto? Lo es y significa, exactamente, que la sociedad ha generado y genera suficiente riqueza para financiar la crisis sin incurrir en déficit ni endeudamientos. El inmenso poder mediático de los grandes centros de opinión 91 La posición de partida es que, del conjunto del gasto público financiado, la mitad, a grandes rasgos, es gasto social: el 10% del PIB va a pensiones, el 6% a sanidad, el 4,5% a educación, el 1,5% a invalidez, el 2,5% a paro, el 0,5 a familia, y el 0,3% a vivienda. 92 Comisión Europea. “The impact of ageing on public expenditure. 2006”. Otras estimaciones rebajan el impacto de España hasta el 7%. 93 El País, 6-4-2007.
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oscurece y desenfoca el problema acentuando el tamaño del riesgo y ocultando que parte de las hipótesis más negativas son improbables o muy discutibles. Muchas de esas previsiones descansan sobre datos demográficos anticuados –39 millones de habitantes en España-‐ pero siguen sirviendo para definir las políticas sociales. Se ignora la existencia de un ejercito de reserva de inmigrantes procedente del África subsahariana, que garantizan que cualquier demanda de trabajo real puede ser atendida. Y, sobre todo, nada se dice sobre el supuesto incremento extraordinario de la productividad que provocarán las nuevas tecnologías en el momento en que alcancen una determinada masa crítica. La cuestión es poner el foco sobre el mundo del trabajo, para cargar sobre ellos un problema cuyas causas – el descenso de la natalidad y la mortalidad-‐ les afectan en tanto que ciudadanos y no en tanto que trabajadores. El desequilibrio demográfico es utilizado como un velo que enmascara la realidad y distorsiona las necesidades del progreso social. Una crisis demográfica como la que, machaconamente, se anuncia solo debería afrontarse en términos de carga compartida, de solidaridad entre todos los actores sociales. Cargar sobre los trabajadores su solución, cuando sueldos y condiciones laborales han sido deteriorados hasta decir basta, es, simplemente, un nuevo detalle del juego sucio del poder, una nueva vuelta de tuerca en el expolio a que están siendo sometidos. Su solución debiera ser asumida por todos y financiada por la caja que alimentan todos, la Hacienda Pública, en vez de la caja particular de la SS, sostenida fundamentalmente por los trabajadores. Sin embargo se prefiere lo contrario: cargar sobre el trabajo un nuevo sacrificio, medido en dos años más de entrega laboral, mientras los beneficios empresariales siguen creciendo desbocadamente. La sociedad del ocio sigue siendo posible y debe concretarse en mayor tiempo disponible para las personas, aunque contradiga el ataque de realismo político fabricado, a medida, por los grandes centros de poder para el consumo de gobiernos y partidos, incluidos los de izquierda, Un realismo que, precisamente, choca con la realidad, es decir, con las pautas y comportamientos de la economía real en el que se produce un consenso profundo entre todas las partes implicadas: las grandes empresas prefieren deshacerse de sus trabajadores mayores, los propios empleados eligen retirarse si su retribución no merma demasiado y los sindicatos continúan patrocinando la prejubilación en los ajustes de plantilla.
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Como insistiremos en otro capítulo94, es perfectamente posible seguir reduciendo el tiempo de trabajo medido a lo largo de toda la vida laboral. A pesar del envejecimiento de la población, los incrementos de productividad del trabajo permiten reducir el tiempo de trabajo real a 35 años (de los 25 a los 60 años) y que la vida productiva represente algo menos del 40% de la vida biológica. No solo tienen derecho los trabajadores a capitalizar en ocio el exceso de productividad no retribuida generada a lo largo de toda la vida laboral, sino que es posible hacerlo sin dañar la salud económica de las naciones ni perjudicar a las generaciones futuras. 4. Diversificación del riesgo y socialización de la baja productividad
La diversificación del riesgo es la respuesta de la empresa global a las mayores incertidumbres. Repartir inversiones entre diferentes sectores, diseminar producción entre diferentes países y entornos económicos, equilibrar productos nuevos y consolidados, operar con diferentes monedas... son las formas en que se minimiza la exposición al riesgo en un mundo cargado de volatilidad y fluctuaciones. Pero esa opción por la diversificación encubre también formas de prescindir de ineficiencias o, lo que es lo mismo, de trasladar al exterior de sus estructuras el riesgo empresarial. Desde el punto de vista social, la externalización de operaciones es otro modo, simplemente uno más, de socializar la baja productividad de algunas funciones. La innovación de las grandes corporaciones consiste, en buena medida, en la retención de las funciones más productivas en sus estructuras, mientras expulsan las menos productivas hacia el exterior. Los desplazamientos de actividad y empleo entre sectores y territorios están asociados a la expulsión de baja productividad desde la industria a los servicios y desde las grandes a las pequeñas empresas. No se trata de una crítica moral, solo una mera descripción de la lógica de los tiempos: funciones que hace una década eran imprescindibles y estaban cobijadas en las estructuras de las grandes compañías y bajo el amparo de sus convenios colectivos, quedan ahora en la intemperie. Las mismas decisiones que permiten a la gran industria prescindir de plantillas e incrementar su productividad habilitan la creación de 94 Ver el capítulo titulado “El derecho a la reducción de la vida laboral”.
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empleo de baja productividad en pequeñas empresas de servicios. En ese contexto, tiene sentido analizar una afirmación que se suele repetir periódicamente: “las nuevas tecnologías de la información (TIC) incrementan, de forma extraordinaria, la productividad del trabajo”. Su análisis no solo aporta nuevos datos sobre la forma en que se socializa el riesgo a escala global sino también refleja en qué medida los ciudadanos miran el mundo con los anteojos fabricados por la potencia de comunicación de las grandes corporaciones. Solo así se explica que lo que es solo una experiencia particular sea replicada por muchos como si fuera una verdad absoluta y universal. Cada mes se espera que las estadísticas oficiales certifiquen esa revolución provocada por las nuevas tecnologías. Sin embargo, a los 25 años de comenzar su implantación, los datos globales de los países desarrollados no parecen reconocer ese cambio: de hecho, los incrementos de productividad se han ralentizado desde que comenzó la revolución tecnológica. ! La productividad crece en los países de la OCDE ahora menos que en las décadas anteriores: lo hace con tasas menores del 2% anual, cuando antes de 1980 estaban más cerca del 4% que del 3% y superaban el 5% antes de la crisis del petróleo en 1973.
! Incluso en países con una economía muy volcada en las industrias del conocimiento (Finlandia, Suecia, Noruega, Japón, EEUU), los datos del último periodo, 1995-‐2004, sitúan el incremento medio de productividad por hora trabajada por debajo del 2,5% anual.
! En España, los incrementos de productividad por hora trabajada en unos límites todavía más bajos y decrecientes: 1,62% de crecimiento en el periodo 1985-‐90, 1,53% en el periodo 1990-‐95 y 0,54% en el periodo 1996-‐2002, con un repunte posterior, hasta colocarla en el 1,1% en el año 2006. El modelo de negocio predominante basado en la construcción y los servicios lo justifica.
A pesar de que han trascurrido casi tres décadas largas de revolución tecnológica, sin datos que justifiquen las predicciones, todas las escuelas de negocio, los institutos de opinión, las universidades e instituciones siguen afirmando que las nuevas tecnologías y, en particular, las TIC son un factor esencial de incremento de la productividad. Y de hecho lo son, pero... de otra forma y en otra
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medida. Es habitual encontrar noticias que confirman los incrementos de productividad obtenidos en determinadas empresas o sectores. Y es cierto que las grandes corporaciones industriales sacan un gran partido a las nuevas tecnologías para incrementar, como nunca, la productividad. Desde que se inició, hace 25 años la última fase globalización, cada innovación organizativa significa un salto en la eficiencia de los recursos de las compañías. Una encuesta realizada entre 1000 grandes compañías del sector de distribución de EEUU, que habían estado sometidas a lo que se denominó reingeniería de procesos, ofrecía resultados elocuentes95: se redujeron los tiempos de respuesta entre un 60 y un 80 %, las necesidades de espacio entre un 25 y un 50 %, las necesidades de personal entre un 25 y un 45 % y los costes operativos por albarán entre un 20 y un 25 %. La industria del automóvil, denominada la industria de las industrias por su poder de ejemplo y arrastre sobre otros sectores, es un buen campo de trabajo para sacar conclusiones sobre la evolución de la productividad de las grandes empresas. La presencia de los grandes fabricantes96 en España, 7º productor mundial de vehículos y el 3º de la Unión Europea (el 1º en producción de vehículos industriales) lo convierte en una muestra solvente. Pues bien, un informe97 del Ministerio de Ciencia y Tecnología, estimaba en el 8% anual el incremento medio de la productividad obtenido en los 11 años del periodo 1989-‐2000. Esa variación significaba “incrementos del valor real de la producción en un 82 por 100 y de productividad de hasta el 117 por 100 en valor real y de 72 por 100 en vehículos por trabajador, concentrados principalmente en el final del período”. Significaba también una drástica pérdida de peso de los costes de personal sobre los costes totales medios, pasando del 17,1% en 1989 hasta casi la mitad, el 9,6%, en 1999, diez años más tarde. Esas variaciones de productividad no son, obviamente, homogéneas ni
95 La encuesta fue elaborada por Andersen Consulting en 1993. Citado por Jeremy Riftin en “El fin del Trabajo”. (Paidós Estado y Sociedad, 1996) 96 En 2006 estaban presentes 11 fabricantes, con 18 instalaciones productivas, que produjeron 2,8 millones de vehículos, entre turismos y vehículos industriales. El sector emplea, entre trabajadores directos e indirectos, a algo más del 10% de la población activa, su contribución al PIB ronda el 6%, supone una importante fuente de ingresos para el fisco y sus ventas al exterior representan casi el 20% del total de las exportaciones españolas. 97 “La productividad en la industria española de fabricación de automóviles, entre 1989 y 1999”. Jose Ignacio Pradas Poveda. Ministerio de ciencia y Tecnología. Revista Economía Industrial, nº 332. Año 2000.
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por marcas ni por periodos98. Pero ese detalle es un asunto menor respecto a lo que se desea argumentar. Tampoco es imprescindible conocer los datos de la banca privada o las telecomunicaciones, sectores también dominados por unas pocas grandes empresas, para poder afirmar –solo hay que recordar los continuos ajustes de plantilla mientras se incrementa la cifra de negocio-‐ que sus incrementos en productividad no serán muy inferiores a los de las empresas de automóviles en ese mismo periodo. Lo relevante es hacerse la siguiente pregunta: ¿cómo es posible que, con el peso que tienen las grandes empresas en la economía, esa mejora no se traslade al conjunto? ¿Qué impide que incrementos del 8% en la productividad de sectores punteros convivan con incrementos promedio del 0,9% en el conjunto de la economía? La afirmación de Castells, de que “la productividad está aumentando a través de vías parcialmente ocultas, mediante círculos de expansión”99 invita a descubrir esas vías. La realidad es que la productividad de cada eslabón que participa en un sistema de producción multifragmentado, a escala planetaria, está sometido a un conjunto interminable de presiones y esfuerzos que la distorsionan mientras se traslada actividad y empleo de forma desigual de un sitio a otro. Si los incrementos de productividad que provocan las TIC están asociados al ahorro de tiempos o a la eliminación de operaciones ineficaces, también permiten, simplemente, trasladárselos a otros. Mirando los cambios desde una empresa o un país es evidente que una cosa u otra tiene consecuencias muy distintas para el conjunto. Puede, por ejemplo, mejorar la productividad de una empresa pero no la del conjunto de un país si lo que se hace es externalizar operaciones a pequeñas empresas de servicios del mismo país. En ese caso, cada país, cada comunidad, debe seguir realizando esas tareas, incluso en la misma forma manual e improductiva, pero quedan fuera de las estructuras de las grandes empresas... y de sus ratios de productividad. Simplemente, constituyen un nuevo paso en la socialización de los riesgos. 98 Se aprecian, claramente, dos fases. Una primera hasta 1996, en la que la simultaneidad de aumento de producción –un 33% equivalente a 312.000 turismos- y disminución de plantillas –un 25%, es decir, 18.400 trabajadores menos- conduce a incrementos de productividad muy fuertes. Y una segunda, desde 1996 hasta 1999, en la que los incrementos de producción -500.000 vehículos más, casi un 40% - se consiguen mediante incrementos de plantilla, un 10% y 6.000 trabajadores más, principalmente en mano de obra directa. En este periodo, los incrementos en productividad se alcanzan mediante inversiones destinadas a innovar procesos y productos, es decir, a mejorar la capacitación tecnológica. 99 Ver el capítulo dedicado a la economía informacional y el proceso de globalización, página 106 incluido en “La era de la Información” de Manuel Castells, (Alianza Editorial, 1997)
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Precisamente el sector del automóvil, cuya experiencia en España se acaba de analizar, ha sido el que mejor ha aprovechado la cualidad de las nuevas tecnologías de descomponer cada proceso y ejecutarlo fuera de las estructuras empresariales, sin dañar la calidad del producto. Ese comportamiento, seguido, en otros sectores, ha incrementado el peso de una nueva tipología de empresas centradas en lo que los anglosajones denominan B2B, -‐business to business-‐ dedicada a ofrecer servicios para otras empresas. En ese subsector se incluyen algunos servicios intensivos en conocimiento, como la consultoría estratégica o el asesoramiento informático, otros específicos en materia de gestión, como la publicidad y la formación profesional, y también otros servicios auxiliares como limpieza industrial o seguridad. En España, en poco más de una década, la rama de servicios para empresas ha incrementado un 70% su peso en el empleo100 mientras su productividad decrecía casi un 1% anual, casi un 13% en 13 años. El mismo fenómeno, con mayor intensidad y antelación, se ha producido en el resto del mundo desarrollado donde el crecimiento del outsourcing ha sido importante. Si en 1992 en la Unión Europea representaba el 12% del PIB, en 2003 supera el 15%, un índice no muy superior al promedio mundial, un 11.5%, lo que indica la extensión de los mismos fenómenos por todo el planeta.101 Otro dato: del más de un millón de empresas nuevas creadas en 2000 en la UE, el 66 % se creó en el sector de los servicios relacionados con la empresa.102 Lo que está ocurriendo es relativamente simple de explicar: la expulsión de baja productividad desde la industria a los servicios y desde las grandes a las pequeñas empresas fomenta la actividad y el empleo en nuevas ramas de la economía. El resultado es que la economía pasa a estar crecientemente soportada por una minoría de grandes empresas, cada vez más ligeras y con menos plantillas, rodeadas de una extensa red de pequeñas empresas de servicios. La 100 Esa es la conclusión a la que llegan Matilde Mas Ivars y Javier Quesada Ibáñez en el libro “Las nuevas tecnologías y el crecimiento económico en España”. Fundación BBVA 2005. Esa rama pasa de ocupar el 4,18% de las horas trabajadas en 1985-90 a representar el 7,06% en el periodo 2000-02 mientras su contribución al PIB, ha crecido en mucho menor medida, un 48%, pasando del 4,43% en el periodo 1985-90 al 6,59% en el periodo 2000-02. Desgraciadamente certifican la caída de la productividad pero no analizan sus causas. 101 European Commission. “The EU economy: 2005 review”. 102 En términos de creación de empleo, este sector predomina en los Países Bajos (65 %) y el Reino Unido (61 %), Alemania (46 %) e Italia (48 %). Ver Comunicación 2003-747 de la Comisión Europea con datos promedio de 10 países.
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rama de servicios para empresas103 incrementa su peso en la economía a base de asumir oleadas de desplazados de las grandes empresas, a los que no da tiempo de madurar soluciones eficientes: sencillamente absorben a los trabajadores excedentes donde y como pueden. Las mismas decisiones que permiten a la gran industria prescindir de plantillas e incrementar su productividad, son las que provocan la creación de empleo de baja productividad en pequeñas empresas de servicios. ¿Son esos sectores, entonces, los culpables de que no crezca la productividad global? ¿Cómo juega la inversión en las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, TIC, en esa anhelada evolución? Algunos tienen prisa por cargar toda la culpa del retraso tecnológico a las PYMES mientras dan palmas a la labor realizada por las grandes multinacionales, ocultando que la situación de unas y otras son parte de un mismo proceso. Cargar sobre las PYMES la responsabilidad de los incrementos de productividad es un brindis al sol que ignora la naturaleza de muchos de los servicios que prestan, los que abandonaron las grandes empresas porque no podían reconvertirlos a la alta productividad. La rama de servicios para empresas es, con todo, una de la las más intensivas en el uso de las nuevas tecnologías de la información. Incluso en España, país que, como es sabido, no está a la vanguardia de la Sociedad de la Información, los Servicios para Empresas se caracterizan por un uso intensivo de las TIC, solo superado por la banca104. Es así aunque esa presencia descienda al contrario que ocurre en otros sectores: la creación de muchas nuevas empresas intensivas en empleo pero con baja intensidad en el uso de TIC, hace descender el promedio. El sistema económico de cada país incrementará su productividad sólo cuando estas nuevas empresas de servicios incrementen la suya propia. 103 Lo mismo ocurre con otra rama conocida con el título Otras actividades sociales y servicios que incluye actividades diversas de servicios personales, entre las que se hayan las asociativas, recreativas, culturales y deportivas. Se trata de servicios que aumentan su capacidad de empleo en un 25%, pasando del 3,19% al 3,96% en los mismos periodos mientras mantiene su peso en la economía, (pasa del 3, 29 al 3,39%). “Las nuevas tecnologías y el crecimiento económico en España”. (Fundación BBVA, 2005) 104 El índice de intensidad de los servicios para empresas tenía un valor promedio del 38,4% en el periodo 1995-2002 mientras que el del sector de Intermediación Financiera lo tenía del 59,2% y el de Transportes y Comunicaciones del 35,8%. Pero, mientras todos los sectores mejoran con el transcurso de los años, la evolución de la intensidad tecnológica de los Servicios para Empresas es, paradójicamente, negativa descendiendo de 44,5% en 1995 a 32,4%. La razón es que el periodo de maduración innovadora de los nuevos negocios se alarga o no es inmediato. Y eso repercute en el promedio. El índice se calcula, para cada sector, como relación entre los Servicios de Capital TIC y los Servicios de Capital no residencial. Libro citado, “Las nuevas tecnologías y el crecimiento económico en España”. Fundación BBVA.
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La conclusión es que una de las vías por las que se oculta y circula la productividad es precisamente esa: el trasvase de actividad desde las grandes a las pequeñas empresas y desde la industria a los servicios para empresas. Una vía que es también de socialización de los riesgos. El descubrimiento de esta fuga de productividad no agota el análisis. En los últimos 10 años la productividad de Irlanda ha crecido más del 5% anual105, más del doble que la de EEUU o Suecia. ¿Cómo se justifica? ¿Qué tecnologías han desarrollado los irlandeses, tan superior a la de esos otras naciones, para explicar esa diferencia? ¿Cómo consiguen que sus trabajadores sean tan eficientes y productivos? La contestación tiene poco que ver con tecnologías o eficiencias extraordinarias sino con otras opciones: más bien ocurre que parte de su estrategia de crecimiento se ha basado en un impuesto sobre beneficios del capital del 12,5% mientras en el promedio de la OCDE es casi tres veces más (Reino Unido el 30% y EEUU el 40%). El objetivo de Irlanda ha consistido en atraer muchas empresas que localizan allí sus sedes para pagar menos por sus beneficios. Y las ganancias es uno de los ítems que compone el valor añadido bruto, que es justamente el numerador del índice de productividad. Simplemente, la deslocalización fiscal se convierte en otra vía por la que la productividad circula y se oculta: cuantos más beneficios contabilicen las multinacionales en Irlanda, cuanto más se beneficien de los precios de transferencia internos impuestos por la matriz, más productivos parecen sus trabajadores. De modo que no es aconsejable sacar conclusiones rápidas sobre los incrementos nacionales de la productividad del trabajo. A veces, el insuficiente aumento en algunos países desarrollados es paralelo al incremento extraordinario producido en otros países, beneficiados por la localización “formal” de beneficios contables. Hasta conceptos neutrales, como la productividad o problemas objetivos, como los desequilibrios demográficos, son incorporados en la misma turbina en la que la realidad queda escondida detrás de un juego de espejos. Y da la razón a los ciudadanos que asocian la globalización con la existencia de nuevos riesgos manufacturados, o, lo que es lo mismo, a la manipulación de las percepciones, aparentemente
105 Datos de Conference Board, una de las principales sociedades empresariales de suministro de información, para el periodo 1995-2004 correspondientes a incrementos promedio de productividad por hora trabajada.
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incuestionables, a favor de las minorías. 5. Riesgo, flexibilidad y organización empresarial.- Lo expuesto hasta ahora confirma que los riesgos se reparten asociados al derecho del más fuerte para organizar la sociedad a su medida. No se distribuyen de forma equilibrada, más bien todo lo contrario: son consecuencia del ejercicio del poder aunque eso no significa que se presenten como una imposición. Las ideas y paradigmas dominantes hacen que las cosas ocurran con naturalidad y se asuman sin resistencia. Precisamente, la existencia de unos determinados valores son los que determinan un concepto de organización empresarial y social y una forma determinada de poder y de ejercicio de la autoridad. A esa conexión procede dedicar unas primeras líneas aunque se analicen más en detalle en un capítulo posterior. Conviene comenzar con los valores. La cultura moderna ha emparentado siempre el concepto de riesgo con el de flexibilidad y cambio, en un conjunto que se alimenta de libertad. Para Stuart Mill (1806-‐1873) es el comportamiento flexible lo que genera la libertad humana. “Estar abiertos al cambio, ser adaptables, son cualidades del carácter que llevan al ser humano a ser libre. Es libre porque es capaz de cambiar”106. Si la flexibilidad se asocia a la libertad y al cambio, su opuesto es la rutina. Una rutina, que, 70 años antes, en 1775, Adam Smith, había reconocido que “acaba deteriorando al ser humano” porque, en un momento, “se vuelve autodestructiva” 107 Más actual, Peter Drucker (1909-‐2005) cree que “las organizaciones deben estar preparadas para un abandono sistemático de lo establecido, lo acostumbrado, lo familiar, lo cómodo, sean productos, servicios y procesos, relaciones humanas y sociales, destrezas o las organizaciones mismas”. De no ser así, no perdurarán. Y añade: “sociedad, comunidad y familia, son todas instituciones conservadoras, procuran mantener la estabilidad e impedir o, por lo menos, frenar el cambio. Sin embargo, la organización empresarial es un desestabilizador. Dado que su función es hacer trabajar el saber, debe
106 Stuart Mill (1806-1873). “Sobre la libertad”, (Edad, 2005) 107 Adam Smith. (1723-1790). La Riqueza de las Naciones. (Alianza Editorial, 1994)
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estar organizada para el cambio constante, debe estar organizada para la innovación”.108 Siempre fue un poco así pero ahora se convierte en una verdad incuestionable que, a fuerza de simplificarse, asume el papel de ideología mientras se aleja de la inocencia. Implícitamente, se genera una cadena de valores positivos y virtuosos que sustentan la socialización del riesgo como un pilar del modo de producción que viene muy bien a las élites dominantes. Flexibilidad-‐ Libertad-‐ Novedad-‐ Cambio-‐ Progreso-‐ Juventud Parecen inofensivas, pero se transforma en una trituradora que permite construir mil formas de apropiarse de la energía y el talento de los jóvenes mientras se desprecia la experiencia y la edad. Es simple ideología que ha alimentado la creación de un orden social determinado.
o Flexibilidad y libertad van unidas. o La rutina y la repetición son valores negativos y regresivos. o Todo lo nuevo es bueno. o La juventud representa el cambio.
Si la flexibilidad comienza siendo una necesidad, la forma generalizada de responder a los riesgos asociados a la globalización, acaba siendo reconocida como un valor positivo en sí mismo, una virtud asociada a la libertad. El paso de la necesidad a la virtud, tan fácil de dar, es un proceso que arranca justificando una realidad para deslizarse hasta ser el soporte de una ideología, en este caso la del cambio por el cambio. Basta con proponer algo bajo el título de cambio para colocar al discrepante en actitud defensiva, como opositor al cambio. Algo que sutilmente se desliza hasta significar lo opuesto al progreso, y, por tanto, reaccionario, para terminar siendo, simplemente, un candidato al fracaso. Aunque el cambio propuesto sea algo insustancial o pernicioso, o presente como novedad lo que ayer fue denostado por antiguo o, a base de dar vueltas y vueltas, nos retorne al punto de donde queríamos salir. O sea a la inmovilidad. No importa. La ideología del cambio por el cambio, emparenta a la juventud, la novedad y la virtud. Todo lo nuevo es bueno... y todo lo nuevo necesita sangre joven para ejecutarse. 108 Peter F. Drucker “La sociedad post capitalista” (Deusto SA Ediciones, 1993).
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La cultura moderna del riesgo defiende, como bien señala Sennet, que no moverse es sinónimo de fracaso. Estabilidad y rutina se confunden, hasta el punto que, para los jóvenes, parecen sinónimos de una muerte en vida. El destino importa menos que el acto de partir. A base de sufrir y vivir la inestabilidad, al final, la acaban sacando partido. Como señala en “La generación precaria” Marta García Aller, “superfluos o no, los cambios de identidad y la maleabilidad de las relaciones sirven para darle cierta salsilla a la vida. Peor que tener un trabajo precario sería saber que vas a tener ese mismo para toda la vida.” 109 En esas estamos. ¿Se debe asumir entonces que el cambio es progreso? En absoluto, sobre todo cuando se trata de una discontinuidad impuesta desde los cada vez más lejanos centros de poder. Las resistencias al cambio no pueden asimilarse a las resistencias al progreso, ni tampoco los actos de resistencia de muchos trabajadores pueden asimilarse a impulsos retardatarios ajenos a la innovación social, que es justo la idea que se quiere transmitir. Ni el cambio es, en sí, positivo, ni la flexibilidad es, siempre, una virtud. Es más, se trata de un término demasiado ambivalente para poder representar el virtuosismo, ya que sus diferentes significados pueden interpretarse asociadas a actitudes tan distintas como la humillación, la rebeldía o la adaptabilidad. Según el DRAE existen cuatro acepciones de la flexibilidad, dos que sugieren valoraciones negativas y otras dos que la sugieren positivas. Flexible es:
! El que tiene disposición a doblarse fácilmente, es decir, que asume su propio menoscabo o esta predispuesto al sometimiento.
! El que en un enfrentamiento se pliega con facilidad a la opinión, la voluntad o la actitud de otro o de otros, definición que conecta con una actitud que roza ya la indignidad.
! El que no se sujeta a las normas estrictas, a dogmas o a trabas es decir el que está predispuesto a decir no, a enfrentarse a las rigideces y a reclamar libertad y rebeldía.
109 Marta Garcia Aller, obra citada. “La generación precaria”.
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! El que es susceptible a cambios o variaciones según las circunstancias o necesidades, es decir, el que asume la capacidad de adaptación como valor.
Lo curioso es que, cuando se refiere a la flexibilidad demandada a los trabajadores, implícitamente se invoca las acepciones más pasivas y negativas mientras que, desde la empresa, se asumen como propias las que se connotan en positivo. La confusión entre cambio, algo que sugiere transformación de las cosas, con discontinuidad, que indica la ruptura con lo inmediatamente anterior tienen efectos profundos, sobre todo cuando la discontinuidad recurrente incapacita para el cambio. La diferencia es radical: el cambio se ha interpretado como un continuo volver a empezar, rompiendo la continuidad de las organizaciones, introduciendo otra dinámica cada vez que un nuevo directivo tomaba posición. Paradójicamente es la discontinuidad en los procesos la que impide que cuajen los cambios. La ideología del cambio es la de los poderes emergentes ya que justifica su lógica. Cada vez que se propone a una persona para un puesto, trata de justificar y poner en marcha novedades y cambios para distinguirse de lo realizado por su antecesor. Afronta el reto como si fuera el primero en ese puesto, lo que supone, a menudo despreciar la experiencia acumulada por la propia organización. Fomenta una especie de “adanismo”, el síndrome del que descubre su paraíso y lo goza como si el mundo naciera con él. Esa discontinuidad suele caracterizar un mero cambio subjetivo y cosmético, que distrae recursos más que aporta valor. Es así porque, por propia naturaleza, reclama resultados a corto plazo del mismo modo que reclama reconocimiento inmediato para su impulsor. La ideología del cambio está asociada al corto plazo y al éxito como mérito individual de las élites, no al trabajo colectivo a largo plazo. Si tomamos en cuenta lo que tarda en producirse un cambio que signifique una transformación profunda –desde luego, no menos de cinco años para cubrir una meta parcial-‐ deberíamos estar preocupados sobre todo por darle una continuidad suficiente. Esto implica dos cosas: la primera es que el programa de cambios debe ser estable y consensuado entre las diferentes perspectivas empresariales como garantía de que, de alguna forma, es asumido por el conjunto de la organización. La segunda es que no puede depender de las veleidades modernizadoras de cualquier directivo que, en función del
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nivel de importancia de la propuesta, deberá convencer a otros para iniciar la discontinuidad de un programa anterior. Dicho de otra forma: el verdadero cambio es tan importante que debe ser compartido y estable, que no puede depender de un impulso aislado. El modelo empresarial dominante se construye sobre la ambivalencia del concepto de flexibilidad como idea central de un conjunto de valores que ampara una forma concreta de ejercer la autoridad y el poder y determinadas pautas para el trabajo. Son ideas que facilitan la vida a nuevos modos de producción asociados a un concepto de flexibilidad que instala y fomenta la conformidad hacia todo lo que viene de la cúspide. Lo flexible parecía contrario a la mentalidad jerárquica, a la verticalidad de jefes a subordinados, que no se sujeta a las normas estrictas, a dogmas o a trabas, pero acaba siendo disposición a doblarse fácilmente. Como señala Sennet,110 al fomentar la “capacidad de trabajar bien con un cambiante elenco de personas” se tiende a fomentar la “cordialidad del empleado” más que a abordar el fondo de los problemas. La gestión del tiempo del grupo, la presión de los objetivos, favorecen los vínculos superficiales entre las personas y los vínculos de conformidad del grupo gracias a la omisión de cuestiones personales difíciles, divisorias. Las demandas directas de aumento de salario o las quejas por la excesiva presión en las tareas… son interpretadas como falta de disposición a cooperar. El buen jugador no se queja. La cordialidad sustituye a sentimientos como la lealtad y la confianza que sugieren compromisos compartidos más profundos que requerirían más tiempo para fraguar, pero que, por esa misma razón, serían menos manipulables. Los lazos sociales sólidos, que requiere un tiempo largo de maduración –como la lealtad-‐ han dejado de ser convincentes. El trabajo en equipo, tal como se interpreta de forma dominante, consiste en repasar muchos temas y pasar de una tarea a otra con cierta rapidez mientras se incorporan personas nuevas durante el proceso. Prima la convivencia colectiva a corto plazo, y contribuye a sublimar, como ejemplo de participación, las pequeñas reuniones, cortas y destinadas a abordar superficialmente tareas específicas inmediatas. Es la primera expresión de una organización basada en 110 “Trabajo en equipo es la ética del trabajo que conviene a una economía política flexible... Celebra la capacidad de los demás; requiere capacidades blandas como ser un buen oyente y estar dispuesta a cooperar; sobre todo hace hincapié en la adaptación a las circunstancias... El trabajo en equipo es la práctica en grupo de la superficialidad degradante” Richard Sennet en “La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo”. Anagrama. Colección Argumentos
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lazos débiles111 que facilita determinada superficialidad del trabajo y a descargarse de los asuntos urgentes. La concepción del jefe como figura asociada al liderazgo tiene la virtud de crear un concepto de autoridad que se esfuerza en actuar como “un igual más que como un jefe”, asumiendo un nuevo papel que es el de facilitar una solución al grupo y mediar entre el cliente –interno o externo-‐ y el equipo. Se trata aparentemente del concepto de autoridad más ligera, casi una no autoridad: el jefe como gestor de procesos, como guía o coordinador. Desaparece no solo la capacidad para imponer su punto de vista o de ejercer la fuerza para imponer las cosas, que en el extremo genera autoritarismo y jerarquía inflexible, que bien acabados están. La concepción de jefe-‐líder debilita, también, el poder entendido como “autoritas”, en el sentido clásico, como algo vinculado a la capacidad de ejercer influencia por sus conocimientos o dignidad, algo que convierte en "indiscutible e indiscutida” a una persona y valoradas sus decisiones. La falta de autoridad directa de los jefes no significa perdida de autoridad de la alta dirección. Produce justo el efecto contrario: libera a los primeros ejecutivos, los que están al mando, para que adapten, cambien, reorganicen sin tener que justificarse ni justificar sus actos. El poder se despersonaliza y pierde las formas, se hace amorfo, pero, no solo no se difumina, sino que se refuerza y concentra. El tiempo de la flexibilidad no trae más levedad ni hace más ligero el ejercicio del poder, es simplemente un nuevo poder que recupera capacidad de maniobra en la medida en que las nuevas tecnologías se lo permiten. Entonces ¿no es cierto que las nuevas tecnologías impulsan las tendencias participativas? Sí, es cierto, pero eso no significa que cambien la lógica del poder. Simplemente aumentan los grados de libertad en los que se desenvuelven las personas, sean cuales sean sus roles: por un lado, impulsan los entornos colaborativos y facilita el intercambio y la participación ciudadana; por otro, refuerza la centralización del poder. Por un lado, proporcionan a la alta dirección un amplio control de la organización. Por otro, dejan a los individuos, incluidos directivos y cuadros intermedios, menos espacio para esconderse de su control. Es, sin duda, una gran contradicción que será
111 El sociólogo Mark Granovetter, afirmaba en 1973, que las modernas redes institucionales están marcadas por la “fuerza de los vínculos débiles” y que las formas fugaces de asociación son más útiles que las conexiones a largo plazo. Esas vinculaciones son las dominantes en la moderna organización empresarial.
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analizada en la sección con la que culmina el libro.
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CAPITULO V GESTIÓN DEL CONOCIMIENTO EN LAS EMPRESAS: REALIDADES Y FICCIÓN 1. Sociedad del conocimiento y desarrollo sostenible: el largo plazo
El modelo económico dominante tiene mucho de coyuntural, tanto, que tendrá que cambiar en los
próximos años cuando se vayan convirtiendo en escasos algunos recursos que hoy son abundantes, como el número de trabajadores altamente cualificados o expertos. Pero, mientras se mantiene el exceso, las empresas seguirán siendo fieles a sus principales rasgos y, entre ellos, al desprecio al largo plazo como elemento central de toda ecuación económica. El que fuera uno de los primeros impulsores del ecologismo y defensor radical del medio ambiente, el comandante Cousteau, decía en una de sus últimas entrevistas, hace más de 10 años.112
“El sistema de mercado, como el que vivimos hoy, es el que más daño hace al planeta, porque todo tiene un precio pero nada tiene valor. Como el largo plazo no tiene precio en el mercado actual, el destino de las nuevas generaciones no se tiene en cuenta en la ecuación económica. Debido a esa enorme confusión entre precio y valor, hay una irrealidad fundamental en la vida económica actual. El sistema de mercado cada vez se vuelca más en cosas que no existen en lugar de en cosas que existen”.
La globalización es el reino de los intereses inmediatos sin ley que los acote. A cada impulso de control social pareciera nacerle una grieta por la que se cuela la codicia, a cada avance se le opone una red de paraísos fiscales, situados en las naciones que controlan el mundo, amparados en su libertad. Una situación que tiene sus consecuencias. Un ejemplo: un barco con armador griego, con sociedad en Liberia, bandera en Bahamas, tripulación asiática, transportando fuel oil ruso, saliendo de puerto búlgaro con informes positivos de las oficinas marítimas norteamericanas y francesa provoca un desastre en las costas gallegas: la catástrofe ecológica del Prestige. 112 “El sistema de mercado es el más dañino”. Extracto de una de las últimas entrevistas ofrecidas por Cousteau. El País, 26-7-1997.
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Ese simple ejemplo refuerza un hecho evidente: que el largo plazo es un elemento esencial de la ecuación económica que adquiere peso creciente. Muchas decisiones y muchos beneficios de hoy, están generando costes ocultos para la sociedad que aparecerán en el medio y largo plazo, lo mismo que muchas renuncias de hoy son imprescindibles para sembrar el bienestar de hijos y nietos. Los costes ocultos más patentes tienen que ver con el medioambiente pero también con la salud de las personas o su equilibrio futuro (trabajo infantil, mobing) o con la corrupción de instituciones. El endeudamiento excesivo en bienes fútiles, la contaminación, el expolio de recursos no renovables son claras muestras de un egoísmo intergeneracional cuyo único objetivo es maximizar el beneficio presente. Lo contrario que el ahorro y la educación, que son acciones destinadas a mejorar la calidad de vida en el futuro a costa de un sacrificio presente. A veces, detrás de la ocultación de estas simples evidencias se encuentra, sencillamente, la apropiación de un bien público tangible como la naturaleza o, intangible, como la paz y a cualquier otro valor de difícil cotización. Sin embargo, esa realidad no parece reconocerse. El largo plazo se considera un parámetro importante para la biología o la ecología, para la demografía o la sociología pero no lo es en la economía, salvo excepciones o en discusiones académicas. Incluso economistas preocupados por un desarrollo equilibrado como J.M. Keynes no tuvieron empacho en afirmar que “a largo plazo, todos muertos”, indicando con ello la inutilidad de abordarlo. El gran desafío es cómo satisfacer las necesidades más urgentes de corto plazo al mismo tiempo que se establecen las bases para satisfacer gradualmente el resto de las aspiraciones. El desarrollo sostenible no puede estar asociado al crecimiento cero, sino a un crecimiento racional basado en la inteligencia como recurso, que no puede suponer un parón en las variables de calidad de vida que ahora se disfrutan. El reto es conseguir un desarrollo sostenible que satisface las necesidades actuales de las personas sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las suyas. En el largo plazo se encuentran y coinciden dos de las aspiraciones de la humanidad: la consecución de un desarrollo sostenible y el acceso a la Sociedad del Conocimiento. Es más, se podría decir que, en alguna medida, la creciente sensibilidad hacia ambas aspiraciones es la misma
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cosa. Una y otra son defendidas por diferentes colectivos en diferentes foros pero no pueden crecer por separado: si hay desarrollo sostenible es porque se desarrolla una economía basada en la inteligencia colectiva; por otro, solo si prospera la Sociedad del Conocimiento es posible el desarrollo y el progreso sin depender de la explotación o la apropiación de recursos escasos. Caminando desde la lógica del desarrollo sostenible se llega a una sociedad del conocimiento lo mismo que, al contrario, desde el uso de la inteligencia como recurso fundamental se llega a desarrollo sostenible. Ambas coinciden en asumir que el hombre es parte del problema, pero lo es también de la solución, porque es capaz de imponer equilibrio donde hay desequilibrio y porque dispone de inteligencia: la única energía productiva renovable, el único recurso infinito en tanto que global e inagotable, con capacidad de crear riqueza. Ambas aspiraciones requieren planteamientos a largo plazo del mundo, un horizonte que es esencial para ambos objetivos. Y ambas necesitan apostar por la innovación como fundamento de la creación de valor, lo que significa confiar en las economías de los intangibles. El impulso al capital intelectual significa un modelo de desarrollo que no propicia el consumo ni el gasto excesivo lo que convierte a internet y a las tecnologías digitales en decisivas en el proceso de ajuste hacia la sostenibilidad. Su capacidad para ahorrar tiempos e incrementar la eficiencia con pequeños desembolsos las marca y distingue como ahorradoras de capital (capital savings) lo que contrasta con el carácter de las grandes revoluciones anteriores cuyos paradigmas estuvieron marcados por los ferrocarriles, la electrificación y los automóviles, industrias reconocidas como grandes consumidoras de capital (capital usings). Al tiempo, su accesibilidad y bajo coste las transforma en universales y facilita el progreso de los países con independencia de su riqueza en recursos naturales. El mejor yacimiento de actividad pasa a ser la información y su capacidad de transformarse en conocimiento e innovación, lo que implica el desarrollo de una sociedad que asume un cambio de paradigma económico caracterizado, como señala Manuel Castells113, “en el paso de una tecnología basada en insumos baratos de energía a otra basada en insumos baratos de información derivados de los avances en la microelectrónica y en la tecnología de las comunicaciones.” El modelo actualmente dominante, marcado por el corto plazo, es un híbrido en transición hacia un futuro sin definir. Lo importante son las 113 Manuel Castells, obra citada, La era de la Información.
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metas cuantitativas para cada ejercicio -‐o para cada trimestre-‐ sin reconocer los riesgos que eso pueda reportar a largo plazo al que identifica como la continuación, sin más, del día a día. Ese cortoplacismo está inducido por las presiones del mercado que cree que el rendimiento rápido se genera mejor si se potencian continuos cambios y se instaura un esquema de presión a corto plazo. El economista Bennet Harrison114 llama a esa avidez de cambio el “capital impaciente”, marcado por un rendimiento rápido. Un dato sirve de ejemplo: el tiempo medio de mantenimiento de las acciones en una empresa en la bolsa británica o americana ha bajado en un 60% en los últimos quince años. El capital no solo no tiene patria sino que tampoco es fiel a los proyectos que impulsa, busca rentabilidad haya donde se le pueda dar y la busca de forma rápida. La vocación de eternidad que caracterizaba al empresario, desaparece mientras la empresa pasa a concebirse, simplemente, como un negocio. La impaciencia del capital determina un modelo de sociedad a través de sus efectos sobre diversos aspectos sociales, desde el tipo de saber que se favorece, al modelo de creación de valor o las relaciones de poder que impulsa. El tipo de habilidades, o de conocimiento, que se desarrolla en ese contexto tiene un sesgo muy particular. Pensar a corto plazo es diferente que pensar a largo: el talento que se desarrolla se especializa en habilidades como astucia, listeza, capacidad de improvisación, ligereza mientras que el que se necesita a largo plazo es más complejo y deliberativo, menos urgente; el corto plazo exige solo un pensamiento táctico, el largo, estratégico. Inmediatez y elitismo emparejan bien. La ideología que trata de presentar el futuro como la continuación, sin más, del día a día, rechaza el trabajo colectivo a largo plazo, justo el horizonte en el que se perciben tanto los éxitos de la formación como los de las políticas de innovación. Es, por ello, simplemente, una faceta más en la que se muestran las ideologías elitistas y antidemocráticas que consideran el éxito como un mérito individual de las élites. En el corto plazo brilla lo individual, la supuesta genialidad de los directivos, mientras en el largo brilla lo colectivo. La cultura del éxito inmediato se polariza en máximos ejecutivos que se atribuyen todos los éxitos del mundo aprovechando su estatus de monarcas absolutos y su monopolio sobre la información empresarial.
El cortoplacismo incide también decisivamente sobre el modelo 114 Bennett Harrison en “La empresa que viene” (Paidós, 1997)
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dominante de creación de valor como veremos en el próximo apartado. En la medida en que la obsesión por el corto plazo es dominante en las empresas, las convierte en explotadoras de lo conocido y defensoras de cualquier procedimiento testado, es decir, en organizaciones que generan beneficios a base de dar una vuelta de tuerca más a los empleados y a los procesos existentes, mientras desconfían de la innovación continua. El éxito de la cultura del corto plazo está, por último, muy vinculada al ascenso de un determinado tipo de dirigentes políticos, defensora precisamente de un planteamiento de rapiña de los recursos naturales. No es extraño que el gobierno de George W. Bush esté emparentado con la América corporativa más rancia, la formada por la alianza entre las industrias extractivas más conservadoras, representadas por las petroleras de Texas, algunas eléctricas – entre ellas la paradigmática Enron-‐ y la industria militar, ni que sus dirigentes hayan ocupado las principales parcelas de poder. Significa la alianza entre los representantes de la destrucción, la industria militar, y los de la industria extractiva, no renovable, como es la del petróleo. ¿Cómo conseguir que el largo plazo tenga un peso creciente en la ecuación económica? Hasta que las fuerzas que defienden el largo plazo no se hagan más fuertes y visibles esa perspectiva dominará. Entre ellas deberían estar los gobiernos como están algunas destacadas ONG pero también grandes instituciones y centros de investigación y algunas grandes empresas, además de cada vez más fuerzas políticas empujadas por la opinión pública internacional. Pero, como veremos en un próximo apartado, el pensar a largo plazo, que debería formar parte de la esencia del pensar interno en toda organización, se convierte, como cualquier otra operación rutinaria, en algo externalizable y subcontratable. Se trata ahora de conocer cómo inciden esos factores en el futuro y qué pasos se deben dar para avanzar en la Sociedad del Conocimiento y el desarrollo sostenible, que, como se ha visto, son objetivos convergentes. 2. Innovación y capital intelectual El desarrollo del capital intelectual está íntimamente asociado con la formación, que constituye el elemento básico para el desarrollo del conocimiento a largo plazo de una compañía. Más arriba en la escala
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están las políticas de innovación y, en lo más alto, los proyectos estrella de I+D. Se trata de partes de un mismo todo que conforma el capital intelectual de una compañía. La globalización rompe muchas fronteras, también las que separan lo interno y lo externo en las organizaciones. Hay muchos procesos que pueden desarrollarse lejos o fuera, deslocalizarse o subcontratarse. Sin embargo, hay algo que no cambia: todo aquello que forma parte de la esencia de una empresa, lo que es parte de sus señas de identidad, debe permanecer en su interior, cerca del núcleo de poder. Una de esas cosas es el capital intelectual. Pero ¿qué es exactamente el capital intelectual? Son muchas cosas a la vez pero, ante todo, es la suma de dos componentes: un capital objetivo y uno subjetivo. Cuando las empresas más avanzadas hablan de la gestión del conocimiento parecen considerar solo el primero, pero no el segundo.
Por una parte, el capital intelectual es un conjunto de capacidades que tienen que ver con la forma de hacer negocio de cada empresa, sobre sus productos y habilidades, que sintetizan sus puntos fuertes y débiles en relación con su sector. Forma parte de su forma de ser y de operar, es la expresión de lo ya conseguido con los esfuerzos y energías desplegadas hasta hoy. Es un valor interno aunque recoja experiencias y valores aportados por asesores externos. Aunque se proyecte hacia el futuro, es de alguna forma fruto del pasado, de lo que se ha sido y lo que se es. Esta parte del capital intelectual es algo objetivo, un saber ya socializado, una experiencia colectiva ya incorporada a las campañas de comunicación, aplicaciones, patentes y marcas. Algo que afecta a la forma de operar y a las rutinas de trabajo desplegadas por el conjunto de la organización, un activo intangible ya plasmado en multitud de elementos tangibles, sean documentos sobre proyectos futuros o análisis de las experiencias y decisiones ya tomadas, localizado en archivos con datos sobre cosas, servicios y personas. Algo asumido y compartido por directivos y trabajadores, que se localiza con más intensidad en departamentos concretos, con funciones específicas -‐investigación, marketing, control de gestión, operaciones-‐ que generan valor al grupo. Pero el capital intelectual es también un futuro: un capital subjetivo,
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personal de cada uno de los trabajadores, un conjunto de saberes y experiencias acumuladas en sus mentes que no ha sido del todo compartido. Puede que no lo haya sido todavía pero lo sea en el futuro. O puede que no lo sea nunca. Forma parte de un capital intelectual individual que solo se socializará y se compartirá en el futuro, dependiendo de la mayor o menor disposición a seguir colaborando, a seguir contribuyendo, a seguir interesado en permanecer en la empresa.
Esta parte del capital intelectual no es todavía de la empresa que le paga, ni es medible ni susceptible de ser vendido ni convertido en dinero, porque se encuentra en estado latente, como una promesa de colaboración. Se trata del alimento del próximo descubrimiento, del próximo avance del capital intelectual. El propósito de la empresa es capturar la proporción mas alta posible de ese valor latente pero no lo conseguirá eternamente con engaños ni artimañas, ni mediante la apropiación indebida de conocimientos que pueden quedar ocultos. Llega un momento en que el trabajador empieza a sopesar lo que valen sus ideas, a valorar su entrega, circunstancias en las que el trabajador, empieza a callar. Incluso, a pensar si le conviene mantener esa relación basada en la "no confianza". No debe extrañar que, en las condiciones actuales de precariedad y desconfianza, los trabajadores opten por no colaborar con sus empresas y ocultarse en determinadas circunstancias. Un ejemplo real, ocurrido entre 1998-‐2000, puede servir como referencia. En el esfuerzo por resolver los problemas de interoperatividad entre sistemas que dificultaban la puesta en marcha de la tecnología UMTS, diferentes equipos de técnicos de alto nivel de la multinacional sueca Ericsson se desplazan por el mundo –China, Arabia Saudita, Brasil-‐ trabajando con las diferentes clientes, operadores de comunicaciones. Durante muchos meses comparten a través de las intranets sus experiencias con otros grupos que enriquecen el trabajo conjunto, hasta configurar un completo vademécum con incidencias y recomendaciones. El propósito es que la dirección tome una idea clara de las dificultades del proyecto y maniobre adecuadamente ante los problemas financieros derivados de un retraso en su puesta en práctica. Con ese informe Ericsson tomó la decisión más adecuada: alejarse del proyecto, dejar de impulsarlo a corto plazo. Poco después, tomó otra: decidió ajustar sus plantillas e incorporó en el ajuste a los trabajadores que habían colaborado
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directamente en la “solución” al problema a los que liquidó, exactamente igual que a otros muchos de otros departamentos. ¿Es solo una ironía? Es algo más, es la consecuencia de una relación asimétrica entre trabajador y empresa. Ésta solicita a aquél todo su saber, su máxima inteligencia, colaboración y lealtad para, luego, rebajarle a una mera unidad de coste y someterle a la lógica implacable del ajuste. Esta pequeña historia es un ejemplo de cómo el resultado de un buen trabajo colectivo no capitaliza al equipo que lo ha realizado, ni a los trabajadores, tomados de uno en uno, cuyo valor liquidativo, cifrado en 35 días de salario por cada año trabajado, no se alteró ni un céntimo. La aportación gentil del trabajador, meses antes de ser despedido, sin ningún reconocimiento ni compensación especial es parte de la llamada gestión del conocimiento desde la perspectiva empresarial. ¿Cómo se comportarán estos trabajadores cuando se les presente otra situación parecida? Algunos ni siquiera se plantean esta pregunta. Es una pena, porque anticipa un debate que no es otro que cómo se puede organizar la Sociedad del Conocimiento sin el reconocimiento del trabajo intelectual, cómo se puede innovar en productos y servicios sin innovar en relaciones sociales y en participación. El desarrollo del capital intelectual está íntimamente asociado con la innovación y el desarrollo del conocimiento a largo plazo de una compañía. La innovación es una energía que se encuentra en estado latente y así permanecerá si no se activa. Requiere una política general que genere confianza, que demuestre su autenticidad en el auge y en la crisis, necesaria para y que aflore ese saber oculto que se disemina en personas concretas pero anónimas. Es un activo que está dentro de las empresas, entre las personas que trabajan en su interior aunque admita o requiera aportaciones del exterior para enriquecerlo. La innovación se cultiva, se promociona a través de programas de capacitación y de un ambiente participativo que invite a la colaboración. No es algo que surja espontáneamente. Cualquiera de sus actuaciones es incomprensible sin un pensamiento a largo plazo, su ausencia crea problemas para su desarrollo. La presión por la obtención de los resultados a muy corto plazo condiciona las decisiones y la actividad de los negocios e impide dedicar las energías necesarias para el desarrollo del capital intelectual. Esa presión se traslada a los empleados que “siempre perciben cuál es el foco de interés verdadero de sus empresas, más allá
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de los discursos oficiales”. Como resalta Juan San Andrés,115 asesor en desarrollo de Capital Humano, tanto la experiencia como las investigaciones y encuestas muestran que “cuando los directivos son puestos ante la disyuntiva de elegir buenos resultados a corto plazo o tener que dividir sus esfuerzos entre trabajar para el futuro y, a la vez, conseguirlos a corto, la mayoría opta por concentrarse en el logro inmediato”. ¿Cómo será el futuro? Es evidente que el trabajador necesita formarse cada vez más, ya que, como cualquier otra mercancía, está afectado crecientemente por la obsolescencia y el dinamismo del mercado, que perturba sus aptitudes y su propia aportación. Se han avanzado también las tensiones que el envejecimiento de la población van a trasladar al mercado de trabajo. La dificultad creciente para encontrar a jóvenes cualificados acentuará la presión para que los ciclos de formación, en escuelas y universidades, sean más cortos. Son factores que confluyen hacia un punto: descarga una parte creciente de la formación profesional sobre las empresas. Lo que no está claro es en qué medida y con qué intensidad éstas parecen dispuestas a asumir una tarea que les obliga a planificar a largo plazo sus procesos de creación de valor. La formación se convierte en un objetivo demasiado abstracto desvinculado de las políticas de innovación. Cuando éstas existen, los objetivos están perfectamente enmarcados pero, cuando no existen, la rentabilidad de la formación se convierte en algo indemostrable. Mientras sienten como algo objetivamente imposible el ofrecer resultados inmediatos de cada programa de formación los responsables de esta tarea no encuentren más que argumentos vagos para justificar su importancia. Argumentos que son respondidos desde otras direcciones con cierto desdén. No es extraño: la formación de las personas es uno de esos gastos que precisan un horizonte largo para sentir sus efectos y, en paralelo, absorbe mucho tiempo y energía que distraen de los objetivos inmediatos. La merma de eficacia y productividad que esa distracción provoca suele ser interpretada, por la mayoría de gestores, de los malos gestores, como una “pérdida de tiempo”, como algo inútil para mejorar los resultados. En ese contexto, “lo normal” es que una de las partidas que más sufran los recortes presupuestarios sea la capacitación de los trabajadores. 115 “Presente sin futuro”. Diario Expansión 30-9-2006. Juan San Andrés, Asesor de dirección en capital humano, rendimiento y organización y ex director de Recursos Humanos de Oracle para Sur de Europa.
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El conflicto entre el corto y el largo plazo encubre un conflicto de poder entre las direcciones en el interior de las empresas, o más claramente, es un factor que refleja las relaciones de poder existentes. Los perdedores son hoy, como no podía ser de otro modo, los más preocupados por el desarrollo del capital humano. Como señala San Andrés116, la “obsesión por los resultados a cumplir en el trimestre o el año podría estar en el origen de las dificultades de entendimiento que se dan, a veces, entre los directivos de recursos humanos y sus compañeros del comité de dirección”. Hay, efectivamente, una diferencia de horizontes: cualquier plan de gestión del departamento de personal tiene que hacerse con un horizonte largo, que exige concordancia con los objetivos a medio-‐largo plazo para el desarrollo del negocio, mientras que la presión por el corto plazo atrapa al conjunto de los directivos y cuadros de una empresa. Cuando domina una visión cortoplacista, aparece como “normal” lo que no lo es. La poca importancia asignada a la formación se traslada a las políticas de innovación o al I+D, y a todo aquello cuyo resultado no puede medirse en el corto horizonte en que las empresas miden sus objetivos. No se permiten distracciones que provoquen pequeños fracasos en los objetivos, aunque como señalaba Shumpeter, uno de los mayores defensores de la innovación como esencia del dinamismo, “esos aparentes fracasos pueden estar condicionando un mayor nivel o velocidad de rendimiento a largo plazo”117 El desarrollo de servicios de alto valor prestados por consultoras o analistas expertos avanzan la existencia de nuevos agentes especializados en estrategia y en largo plazo, espacio en el que se ubicarán también algunas instituciones públicas. El próximo capítulo dedicado a la externalización del saber pretende introducir algo de luz sobre este asunto. El desarrollo de cada vez más servicios externos no impide, sin embargo, que el capital intelectual de una compañía siga siendo un valor interno esencial que exige que exista un clima adecuado para que el trabajador pueda continuar actualizando “su promesa de colaboración” y aportando sus mejores ideas. El desarrollo del capital intelectual requiere renovar el pacto entre capital y trabajo porque de lo que se trata es de garantizar el flujo de ideas y aportaciones futuras no el fondo de lo ya aportado, el río de conocimientos renovados, no el mar de los saberes ya conocidos. Ese 116 Nos referimos a Juan San Andrés, Asesor de dirección en capital humano, citado anteriormente. 117 J. Shumpeter en “Capitalismo, Socialismo y Democracia” (Editorial Aguilar, 1968)
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pacto debe favorecer los planteamientos a largo plazo en las empresas y promover cambios culturales y organizativos. Tanto, como para ser capaz de abordar una cuestión esencial: el debate sobre la propiedad del conocimiento y en qué medida la propiedad intelectual colectiva debe ser reconocida a los equipos de trabajadores. Mientras tanto, lo dominante es un capital cada vez más impaciente, unos directivos que tienden a centrarse en lo urgente antes que en lo importante. Y unos empleados que perciben claramente qué vientos dominan en la organización: la victoria del corto sobre el medio y el largo plazo como mejor exponente de un hecho objetivo: la preponderancia indiscutible del capital sobre el trabajo. 3. La externalización del conocimiento Es fácil soñar con empresas preocupadas por la formación de sus trabajadores y la innovación a largo plazo e identificar esa actitud con la gestión del capital intelectual. Esa imagen puede anticipar lo que se intuye debe ser la Sociedad del Conocimiento pero no describe la realidad del mundo tal como actualmente es. La realidad es que el talento es considerado, cada vez más, una mercancía que reside en el exterior de las empresas y puede adquirirse en el mercado. No es siempre así, felizmente, pero lo es mucho más de lo que se reconoce. Al margen de los propios mensajes sobre la importancia del talento interno las empresas construyen su realidad en otras claves. Incluso en un contexto de abundancia relativa de profesionales y de bajos salarios, las empresas prefieren contratar consultores o adquirir sistemas y pagarlos caros a incubar, mientras no sea imprescindible, conocimiento interno. Tampoco les tiembla la mano por deshacerse de cualquier habilidad o talento que se pueda adquirir en el mercado o de externalizar servicios de alto valor, aunque haya que pagar más por ello. Cuando se puede, lo mejor es la adquisición de saber externo, ya cristalizado, del que se puedan extraer ventajas de forma inmediata antes que desarrollarlo en sus estructuras, una operación que precisa de varios años para madurar. Lo consideran más eficaz a corto plazo, más rápido y menos problemático, más moderno incluso. En la medida en que las empresas perfilan al máximo su foco de interés y definen sus ventajas comparativas ajustan su lugar en la cadena de valor. Desde ese momento aceptan que no tiene sentido recorrer el ciclo productivo completo que comienza en la compra de materias
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primas, continúa con su transformación industrial y culmina en la creación y venta de un producto terminado. Ahora el proceso productivo se fragmenta en mil fases intermedias. Unos se especializan en ensamblar componentes semielaborados y ofrecer pronto un producto terminado y otros en comprar materias primas y crear componentes intermedios de uno u otro nivel de complejidad. Unos y otros buscan colocarlos en el mercado en el mínimo tiempo posible con la máxima eficiencia. Las empresas desean conseguir la mejor relación entre beneficios y recursos y de conseguirlo en el mínimo plazo posible. En ese contexto, buscan y retienen cualquier insumo -‐cualquier “mercancía”, incluidas las personas-‐ dispuestas para rendir de forma inmediata. Adquirir elementos insuficientemente formados o insuficientemente elaborados, es algo que las distrae de su objetivo inmediato. Cuando contratan por mil euros a un joven profesional, lo hacen con la intención de extraer de él el máximo rendimiento inmediato, no están pensando en él como una inversión a largo plazo. Un directivo de una empresa de alta tecnología me lo confirmaba con estas palabras: “No te engañes, la formación es cara y necesita madurar a largo plazo, más de 3 años. Es otra cosa, otro negocio que nos distrae del nuestro”. Simplemente no quieren correr riesgos añadidos, quieren trabajar sobre seguro y a corto plazo. Prefieren adquirir los recursos adecuados a su fin ya perfilados y elaborados a preocuparse de incorporar inputs a los que haya que preparar y adecuar para que rindan a años vista, aunque en ese proceso aumenten su valor. La externalización del conocimiento se convierte en una operación cada vez más frecuente. El capital intelectual localizado en personas y funciones con valor para el futuro puede ser descuidado o no retenido. Los profesionales cualificados ubicados en tareas de staff no relevantes, desde economistas de servicios de estudios a especialistas estratégicos o investigadores, menos condicionados por una visión cortoplacista, tienen menos interés para las organizaciones que los que operan en línea, sujetos a un resultado inmediato; aquellos más que éstos, son los que tiene más riesgo de salir antes de las empresas. En los años 70 las grandes empresas eran conglomerados estables capaces de autoabastecerse de todo tipo de prestaciones. Los servicios internos de toda organización incluían a abogados, economistas e ingenieros, incluso médicos o profesores de ingles. Y del mismo modo, recogían en sus nóminas todo tipo de profesiones y oficios, desde
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electricistas a mecánicos, desde chóferes a policías, desde telefonistas a limpiadoras, amparados en un mismo convenio colectivo y una única escala salarial. Ahora, en cuanto las empresas han asumido la oportunidad de desprenderse de funciones y contratarlas fuera, se limitan a conservar aquello que es esencial para su negocio: sobran servicios auxiliares pero también otros que antes se consideraban principales, desaparecen secretarias, departamentos de estudios y de mantenimiento, pero también funciones de producción, administrativas o comerciales. En los años 80, las empresas del automóvil fueron pioneras de un tipo de ajustes que las llevaron a centrarse en la investigación y en los elementos esenciales de la producción. Se puso de moda subcontratar el diseño, la distribución, el marketing y gran parte de los componentes118. Enseguida, empresas de los más diversos sectores se habituaron a esos cambios e introducían variantes cada vez más sofisticadas. Uno de los saltos cualitativos en ese camino lo daba, en 1997, la empresa norteamericana Sara Lee119, cuando decidió subcontratar la totalidad de sus instalaciones productivas y centrarse en la distribución, el marketing y la gestión de sus marcas. En un instante y fruto de una única decisión120 dejaba de ser una empresa industrial para convertirse en una de servicios mientras se deshacía de buena parte de sus 135.000 empleados y de sus plantas industriales. En el año 2000, destaca otro salto cualitativo que introduce más sofisticación en estas transformaciones: Mitsubishi, Mitsui y Sumimoto, corporaciones japonesas vinculadas al sector del automóvil, firman un acuerdo por el que convienen externalizar y fusionar simultáneamente las funciones administrativas, las de gestión de personal temporal, las de formación y los sistemas de comunicación.121 Eran competidoras pero deciden colaborar en aspectos secundarios. Es un hecho que la globalización y la innovación permanente están empujando a las empresas a vaciar sus estructuras estables. Cada una
118 En 1990, Chrysler Corporation producía de forma directa solamente un 30 % del valor de sus automóviles, Ford cerca de un 50 % y General Motors adquiría la mitad de sus servicios técnicos y de diseño de 800 compañías diferentes. Robert B. Reich, obra citada, “El trabajo de las naciones”. 119 Sara Lee es una compañía dedicada a la fabricación de ropa interior, cosméticos y artículos de alimentación. Dispone de marcas conocidas como Abanderado, Dim y Princesa en ropa interior, el café Marcilla y los embutidos Argal. Trece de esas plantas se encontraban en España “Desprenderse de la fabricación para luego subcontratarla” Especial Directivos, número 914 del 15-10-1997.. 120 IBM estaba culminando un cambio similar, pero había consumido muchos años en su desarrollo. Nunca antes se había realizado de una vez. 121 Aportaban, con ello, una nueva dimensión, más sofisticada, a la típica externalización de servicios con el objetivo de un conseguir un ahorro del 25 % de los gastos en esas tareas. El País, 4-1-2000.
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de ellas se siente impelida a asumir ajustes continuos hasta localizar el territorio óptimo para la fabricación de cada componente y/o hasta la expulsión, al exterior de sus estructuras, de todo aquello que pueda ser realizado por terceros. ¿Tiene un límite ese proceso? Se asume que las grandes empresas industriales desplazan fuera de sus estructuras lo que consideran accesorio a su negocio, mientras retienen lo esencial. Pero ¿qué es lo esencial? Difícil de saber, pero es, en todo caso, un concepto cambiante, porque varía la perspectiva desde la que es observada. Hablar de lo esencial es entrar en un debate conceptual. Caminando del barroquismo al minimalismo, las empresas parecen buscar, cual si se tratara de una quimera, su propia esencia, su propio alma a la que llaman núcleo del negocio o core business. Esa búsqueda significa, en realidad, una redefinición constante de sus fortalezas, al tiempo que un reconocimiento de sus nuevas debilidades. En ese continuo cambio, la empresa flexible se presenta como una consecuencia inexorable y directa de nuevas necesidades que la obliga a mantenerse ligera, con el máximo de funciones externalizadas. Del mismo modo que para un país desarrollar políticas de defensa no significa, necesariamente, incrementar su ejército, algo que se puede evitar elaborando alianzas defensivas con vecinos poderosos, las empresas aspiran a desarrollar su capital intelectual sin incrementar su nómina de trabajadores intelectuales. Un conjunto de acciones definen, mejor que nada, las tendencias del comportamiento empresarial de las grandes corporaciones. 1. La contratación de consultores es cada vez más frecuente y abarca nuevos campos. Con frecuencia, son, simplemente, un instrumento para poner en boca de otro lo que el directivo no se atreve a decir o no está seguro de que “guste”. Pero no siempre es así. Algunas veces, se limitan a una recopilación de experiencias internas presentadas luego, de forma eficaz, como ideas propias. Otras, las menos, su contratación está justificada por su aportación novedosa; suelen ser los encargados de la elaboración de planes estratégicos una decisión que, aunque se presente como garantía de modernidad, no deja de ser la prueba concluyente de lo contrario: la centralización y opacidad del poder de los primeros ejecutivos.
2. Las empresas prefieren contratar a empresas de servicios que les aportan talentos en régimen de alquiler, que incluirlas en sus plantillas. Buena parte del negocio de la subcontratación de personal está montado alrededor de ingenieros cualificados en
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informática y telecomunicaciones. Se trata de pequeñas empresas tecnológicas que ofrecen formalmente “gestión de proyectos” cuando en la práctica se comportan como meras empresas de trabajo temporal, ETT, que se desentienden de los trabajadores que alquilan122.
3. Las empresas prefieren adquirir empresas innovadoras, es decir, pagar más por el talento cristalizado en proyectos exitosos desarrollados por emprendedores que desarrollarlas en sus organizaciones, algo que topa con resistencias y rigideces internas.
4. Las empresas se preocupan de importar soluciones innovadoras ya testadas, en forma de sistemas y aplicaciones. Los programas dedicados a sistematizar flujos de trabajo y a automatizar procesos son las más deseados como parte de esa importación. Desde cuadros de mando estratégicos a programas empresariales integrados o parcelados para gestión de almacenes, clientes, proveedores o recambios.
Conocimiento interno o externo. ¿Qué es mejor? Como en otros campos, se opta por lo primero o lo segundo en la medida que fortalece el proyecto y la perspectiva de negocio de cada empresa, tal como es concebido por la alta dirección. No siempre todo es una cuestión de costes. A veces las grandes empresas no reparan en ellos a cambio de deshacerse personal de plantilla… aunque sea más caro que mantenerles en nómina. El caso del alquiler de talentos o body shopping, ya expuesto, puede servir de ejemplo: el negocio, típico de pequeñas empresas de tecnología, consiste en prestar personal muy cualificado cargando un margen del 30% al salario de mercado al que les han contratado. Ese margen es más del doble del coste del despido (en España cifrado en un 12%, es decir, un máximo de 45 días por cada 365 días trabajados). O sea, que sería mucho más barato para las empresas clientes contratarlos directamente y asumir anticipadamente el sobrecoste que conlleva el posible despido que utilizar a estas ETT -‐empresas de trabajo temporal-‐ disfrazadas. Las grandes empresas prefieren prescindir y prejubilar a sus trabajadores mas expertos antes que encontrarles un hueco en sus organizaciones. Expulsan conocimiento interno y compran – o alquilan-‐ conocimiento externo. El resultado de todo ello es que la 122 Están agrupadas en una rama que utiliza su denominación más precisa en la lengua inglesa: body shopping o body renting, es decir, venta o alquiler de cuerpos.
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inteligencia y el talento se agrupa y organiza fuera desde donde se ofrece, mediante múltiples formas, a las grandes organizaciones. Buena parte de aquellos que producen capital intelectual se encuentran ya fuera de las grandes empresas, trabajando por su cuenta o en compañías consultoras o especializadas en la asesoría de diferentes tipos, un conjunto de PYMES que ofrecen servicios estratégicos. Cada vez más talento se encuentra fuera de las organizaciones y cada vez más se concentra en nuevos sectores y ramas que ofrecen servicios al resto, cada vez más los profesionales del “largo plazo” se concentran en el exterior de las organizaciones empresariales. También la I+D se externaliza como cualquier otro componente o servicio, en este caso justificada por su gran coste y su alto riesgo. La razón es que los desarrollos tecnológicos son de una gran envergadura ya que precisan equipos de alta cualificación, tanto físicos como humanos y conllevan periodos de maduración de cinco años a diez años, imposibles de asumir en solitario. En ese contexto las grandes corporaciones prefieren abordar una colaboración público-‐privada que socializar el riesgo con institutos públicos. Esos institutos no siempre pertenecen a países desarrollados de modo que el I+D no solo se externaliza sino que también se deslocaliza. Si en el pasado reciente, se tenía la impresión de que los países desarrollados monopolizarían las industrias de alta tecnología que precisa trabajadores de alta cualificación y, con ellas, los procesos intensivos en I+D, la realidad va en otra dirección: en la localización de una industria o un servicio compiten ya todos contra todos como pone de manifiesto una de las últimas encuestas realizada por la UNCTAD, que afirma que el 69% de las empresas prevén un incremento del gasto en actividades de I+D realizadas en el extranjero123. No es extraño: muchos países en desarrollo han creado parques científicos, laboratorios públicos de I+D e incubadoras de empresas para atraer tecnología y capital extranjero de alto valor. En 2004, más de la mitad de las transnacionales que más gastan en I+D de todo el mundo habían utilizado China, la India o Singapur para desarrollar sus programas. El desarrollo de estas tendencias no debe oscurecer lo ya expuesto en el apartado anterior: hagan lo que hagan las compañías su capital intelectual es un valor interno esencial. Aparece entonces una nueva contradicción: la sociedad actual lleva tiempo estimulando la cualificación del trabajo como elemento central de la inteligencia 123 China, EEUU, la India, Corea del Sur, Singapur, Tailandia y Viet Nam están incluidas como destinos preferentes. UNCTAD. Informe anual 2005
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colectiva. Pero, al tiempo, se imponen pautas que recuerdan al taylorismo y al trabajo crecientemente simplificado por las nuevas aplicaciones informáticas. ¿Cómo abordar esa sobrecualificación de la ciudadanía en relación con las necesidades que parecen desprenderse del mercado? 4. Sobrecualificación y nuevo Taylorismo Las empresas parecen más empeñadas en innovar a base de convertir en inteligentes los procesos y las máquinas que las personas. Pareciera incluso que la inteligencia de los trabajadores fuera un activo que no conviniera reconocer ni potenciar. A pesar de las apelaciones a la Sociedad del Conocimiento, al menos dos tercios de los empleos modernos son repetitivos en la forma en la que Adam Smith reconocería como similares a las practicadas en su época, en 1776. Para ser contratada, la gente tiene que demostrar que sabe ordenadores cuando lo único que tienen que hacer es apretar botones en un programa de windows diseñado por otros. De modo que, como señala Sennet124 “lo normal hoy es que el uso de los ordenadores en el trabajo implique, para la mayoría de sus usuarios, tareas totalmente rutinarias, como la recogida de datos”. Es difícil imaginar que eso suponga situaciones similares a las vividas hace 230 años pero, en alguna medida, así es. Decía el padre de la Economía Política125 que, con las máquinas, “el trabajo termina reducido a unas pocas operaciones muy sencillas: por lo general, una o dos” y que, esa rutina se vuelve autodestructiva y acaba deteriorando al trabajador hasta el punto que acaba por “volverse todo lo estúpido e ignorante que puede volverse un ser humano”. ¿Cómo interpretar estos hechos? ¿Son hoy dominantes o excepcionales? ¿Se puede hablar de un nuevo taylorismo? Aunque el taylorismo126 -‐ y luego el fordismo, que es su desarrollo práctico para producciones en serie de alto volumen-‐ se originó a comienzos del siglo XX ha mantenido su vigencia hasta avanzada su 124 “La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo” Richard Sennet. Anagrama. Colección Argumentos 125 Adam Smith en La Riqueza de las Naciones (1776). (Alianza Editorial, 1994) 126 El taylorismo, también denominado organización científica del trabajo o racionalismo utilitario, es considerado la teoría que origina el management como disciplina de estudio empresarial. Surge a comienzos del siglo XX como apoyo esencial al renacer del capitalismo industrial.
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segunda mitad. Son infinitas las referencias que aportan una visión de su importancia y su significado. Charlie Chaplin en “Tiempos Modernos” (1936) describía como esos sistemas afectaban a la vida del trabajador, deshumanizándole y convirtiéndole en una pieza más del engranaje industrial. Aldous Huxley, el autor de “Un mundo feliz”, afirmaba en 1950 que “cada oficina eficiente, cada fábrica moderna es una prisión modelo en la que el obrero sufre al ser consciente de ser solo parte de un mecanismo”.127 Ha pasado casi 60 años desde entonces y el capitalismo, a la fuerza o voluntariamente, ha revolucionado sus principios de funcionamiento e incorporando mejoras sociales e innovaciones en la gestión que son suficientemente conocidas. Incalculables son los cambios desarrollados, infinitas las mejoras aportadas a la vida de la gente. Las máquinas han asumido tareas penosas, industriales o agrícolas, que antes desempeñaban personas. Así ha sido con múltiples tecnologías implantadas en los años 70 y 80. ¿Que han aportado las tecnologías de la información a los procesos? Una infinidad de cambios que ya han sido analizados en capítulos anteriores. El hecho es que el software y el hardware convergieron de tal forma que se puede decir que han multiplicado las variantes para compartir trabajo y conocimientos en tiempo real superando las barreras físicas (no importan la distancia ni el lugar en el que uno está: hogar, oficina, automóvil...) y algunas barreras culturales (correctores de ortografía y estilo y, en el próximo futuro, el idioma) que impedían el progreso. Eso no es discutible, lo que interesa conocer es sus efectos sobre la cualificación del trabajo. ¿Se puede hablar de un nuevo taylorismo? El caso es que algo de lo actual se parece al pasado y algo es diferente. Mientras el taylorismo está asociado al maquinismo y se caracterizaba por desmenuzar y fragmentar las operaciones mecánicas, las nuevas tecnologías de la información se caracterizan por su capacidad de desmenuzar las operaciones intelectuales y los procesos intangibles asociados a los servicios. Esa facultad para descomponer y separar tareas que se realizaban en el mismo lugar, o para unir y ensamblar operaciones que se producían en lugares lejanos, está en el origen de la externalización y la deslocalización de actividades. Mientras las revoluciones industriales anteriores (basadas en la máquina de vapor, la electrificación, el automóvil o la aviación) provocaron la disminución 127 Aldous Huxley. “Nueva visita a un mundo feliz” (1958) Colección de ensayos. (Edhasa, 1989)
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de los tiempos de desplazamiento de la materia entre puntos alejados, la revolución tecnológica actual anula totalmente las distancias espaciales para los bienes intangibles, entre ellos la información y el conocimiento. Los plazos de la transmisión del saber se acortan: se acortan los procesos, se intercalan soluciones estándar con desarrollos a medida, se comparten y desarrollan en común los saberes. De modo que, hoy como ayer, en la medida que la tecnología tiene éxito, su consecuencia es la simplificación de una multitud de tareas hasta convertirlas en algo rutinario y relativamente sencillo. La generalización de programas informáticos sectoriales que automatizan las rutinas y estandarizan los flujos de trabajo aporta crecientes capacidades para abordar un negocio con rapidez. Con ellos, se trasladan a las máquinas determinados conocimientos que antes caracterizaban a la labor humana y que ahora son gestionadas por personal poco cualificado y barato. De ese modo, aumentando la productividad del trabajo, se construye el progreso económico y social. Es contradictorio, pero es así: el progreso se construye simplificando, por un lado, todo lo simplificable, lo que redunda en la demanda de trabajadores de baja cualificación y, por otro, abriendo puertas a nuevos saberes que necesitan un nuevo perfil más cualificado de trabajadores. Significa, de paso, que la rutina derivada de la simplificación de operaciones no es la única influencia que provocan las nuevas tecnologías. Todo trabajo tiene una mezcla de rutina y novedad, en una proporción determinada que se corresponde, normalmente, con lo que es repetitivo y previsible y lo que es singular, porque incorpora un imprevisto o una incidencia. En ese contexto, mejorar los procesos significa prever las incidencias, incorporar un elenco de soluciones para nuevos problemas, convertir en ordinario lo extraordinario. Y también convertir las rutinas pesadas, agotadoras, en rutinas llevaderas, hacer más fácil lo difícil y menos engorroso lo rutinario. De modo que mucho de lo que se entiende por “conocimiento” consiste en operaciones que se pueden sistematizar y objetivizar para ser incluidas en bases de datos accesibles desde cualquier sitio. De alguna forma, lo que ahora ocurre, también ocurrió antes. El modo de producción industrial se ha ido perfeccionando a partir de una aproximación entre los hombres, los procesos y las máquinas. “Si bien el obrero ha quedado incorporado al proceso, también es cierto que
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previamente el proceso ha tenido que adaptarse al obrero” señalaba Marx en El Capital. También ahora, ocurre algo parecido: mientras los trabajadores hacen esfuerzos para cualificarse y adaptarse a los ordenadores y a los nuevos procesos productivos, las máquinas recorren el mismo opuesto para adaptarse a los hombres y “hacerse amigables”. La unidad que genera ese doble movimiento es la ergonomía, una nueva disciplina que consiste en diseñar los productos y los procesos de manera que sean éstos los que se adapten a las personas y no al contrario. Pero, en esencia, se trata de un proceso de convergencia similar al que se producía en los comienzos del maquinismo. Si el resultado de todo ello es convertir en rutinas llevaderas las que antes eran pesadas y agotadoras, hacer fácil lo que era difícil, el cambio merece la pena. Bienvenido sea. Pero es iluso confiar en que de estos cambios se obtenga, automáticamente, una carga más liviana para los humanos. También puede ser que los avances propiciados por las nuevas tecnologías se conviertan en una nueva oportunidad para deprimir el trabajo y desequilibrar sus relaciones con el capital, como hemos visto que ha ocurrido en los últimos lustros. Efectivamente: los efectos de lo que hemos denominado balanza tecnológica han sido dominantemente negativos para las relaciones sociales, las condiciones de trabajo y el nivel salarial. Por un lado, las nuevas aplicaciones fáciles de usar permiten a la empresa “contratar trabajadores con salarios inferiores que en el pasado, cuando los trabajadores, no las máquinas, eran los cualificados”128. Por otro, la amigabilidad de las aplicaciones favorece un tipo de relaciones sociales, unas condiciones de trabajo que, a base de minusvalorar las aportaciones de los seres humanos, pueden evolucionar hacia nuevas formas de jerarquía inflexible, algo identificable como nuevo taylorismo. Si cada hombre es considerado solo una pieza ciega de una gran máquina, integrada a su vez en un engranaje social, se justifica que sea tratado como tal: como un individuo renuente cuyos esfuerzos hay que definir, controlar y sancionar. Por eso, el orden bajo el taylorismo sólo reclamaba del nivel social inferior, los obreros de la cadena, diligencia y disciplina, atributos imprescindibles para el funcionamiento del conjunto. Y del superior determinación y firmeza. También ahora, en la medida en que se simplifican las operaciones se acentúa la autoridad, aunque adopte formas blandas y amorfas, como veremos en otro
128 Richard Sennet, en obra citada, “La corrosión del carácter”.
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capitulo. En la medida que se deprecia el trabajo, se desprecia y minusvalora a su portador. La esencia contradictoria de la relación hombre/máquina escinde a los trabajadores y los separa en dos tipos de trabajo: aquel que es totalmente humano, es decir, aparentemente inasible e incomprensible para los ordenadores, y el que es posible simplificar, capturar y meter en una máquina. Simplificando, podíamos decir que, por un lado, distingue a los trabajadores del conocimiento y, por otro, al resto, a todos los demás. En tanto que la amigabilidad de las aplicaciones favorece la descapacitación, es decir facilita trabajos más simples, se estimula un tipo de relaciones sociales, unas condiciones de trabajo y un nivel salarial que desprecian a buena parte de los trabajadores sujetos a ellas, aunque, en paralelo, aparezcan nuevas oportunidades para los muy cualificados. Por un lado, las pulsiones para descapacitar el trabajo afectan hoy, crecientemente, a los trabajadores del conocimiento; por otro, son estos, también, los que están en mejores condiciones para escapar de las peores consecuencias. El riesgo procede de la diferente velocidad a la que se desarrollan ambas pulsiones, mayor en los vectores que empujan a la descualificación de una mayoría. La sustitución de trabajo de alta cualificación por otro de baja cualificación es moneda corriente entre ingenieros. Se produce al tiempo que los procesos avanzan y se automatizan y convierten su labor en algo muy sencillo: leer, interpretar y seguir los procedimientos pormenorizados, auténticas “guía burros” muy simples, preparados para esquemas mentales igualmente simples. De ahí nacen las suspicacias de muchos profesionales a participar en el volcado de todos sus saberes en los espacios reservados de las intranets corporativas. Es lógico, lo identifican con la creación de verdaderos protocolos para saber qué hacer en cada caso y ante cualquier incidencia, una guía que acaba poniendo casi al alcance de cualquiera su propia función. Sienten que más que socializar el conocimiento están dando armas para que su empresa se apropie, más allá de lo razonable y sin contrapartida alguna, de su propio capital intelectual. Y, lo que es peor, les facilite su propia salida de la empresa. La llamada gestión del conocimiento se convierte así en una nueva coartada que legitima y justifica justo lo opuesto de lo que debería significar: la apropiación del conocimiento y la vuelta a una especie de nuevo taylorismo aplicado al trabajo intelectual, cuyo propósito sería desmenuzar las operaciones e incidencias de los procesos hasta
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convertirlas en rutina simplificada proclive al trabajo en cadena de trabajadores sin cualificación. Solo eso. Aparece entonces un nuevo problema: la sobrecualificación de los trabajadores, una consecuencia de que la sociedad actual lleva tiempo estimulando la cualificación del trabajo en mayor medida de la que parece desprenderse de las necesidades reales del mercado. En 2010, en EEUU, el 41% de las personas de 25 años tendrá un título universitario correspondiente a una carrera de 4 años, el 62% un titulo de carrera de dos años. Sin embargo, solo un 20% de los puestos de trabajo en el mercado de EEUU reclama explícitamente un titulo universitario. El resultado es que los jóvenes sienten una frustración creciente como consecuencia de la sobreestimulación recibida en sus etapas de formación, que les impulsó a prepararse intelectualmente pero que ahora no se corresponde con las expectativas despertadas. Aquella sobredosis de estímulo les genera ahora una sobrecualificación que se manifiesta en la continua aceptación de trabajos sencillos y rutinarios. ¿Cómo resolver esa contradicción? Es aquí donde, probablemente, se juegue su futuro la Sociedad del Conocimiento. El taylorismo ofrece una receta peligrosa que, en el fondo, encaja en cualquier planteamiento elitista: defiende, no solo que los trabajadores eran y son incapaces de entender la complejidad de la gran industria, sino que “cuanto menos se distraigan tratando de comprender el diseño del conjunto, con mayor eficacia se pondrían a hacer su trabajo”.129 La solución pasaría entonces por el descenso de los niveles de formación, no por el impulso a una sociedad más intensiva en capital intelctual. Porque, como afirma una directiva de una empresa de trabajo temporal, “saber demasiado puede ser un handicap para obedecer, no adaptarte o poner en duda la política o la gestión de una empresa” 130 Saber demasiado, un gran peligro. Sin duda, las élites se sienten incómodas ante un “trabajador-‐ciudadano”, que se interesa por el conjunto y es capaz de integrar su aportación en un todo. Sin embargo, hoy “comprender el todo” facilita la colaboración y la integración en los proyectos empresariales. Desde esa posición la sobrecualificación adquiere otra dimensión: disponer de conocimientos que superan las habilidades inmediatas requeridas por el mercado, no los convierte
129 Varios autores. “Principios científicos del management”. (Oykos-Taurus, 1970) 130 Confesiones de una directiva de una ETT. Incluidas en “La generación precaria”, Marta García Aller. Obra citada. .
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necesariamente en improductivos, simplemente les habilita para entender y mejorar la forma concreta en que se organiza la sociedad y las empresas. Es decir les convierte en más autónomos. En palabras del catedrático Antonio Rodríguez de las Heras131, “las nuevas generaciones parecen tener problemas para encontrar su sitio. Por eso es fundamental que la educación les proporcione cultura, que no es otra cosa que visibilidad y ajuste. Visibilidad del mundo porque el mundo no es evidente. No basta con abrir los ojos para verlo. La cultura hace que se dilate la visión del mundo y se profundice en él, algo necesario para actuar con más fiabilidad. Es como tener luces antiniebla en carretera.” Una educación que favorezca la cultura del individuo es la que le hace realmente autónomo, la que le enseña a pensar y a encontrar su sitio, a hacerse preguntas no solo a responder a las preguntas de otros. Ese es el trabajador-‐ciudadano que reclama el momento actual. A profundizar en la autonomía del trabajo dedicamos precisamente el próximo capítulo. 5. La propiedad del conocimiento Si un ingeniero, un científico o un profesional altamente cualificado dejaran de estar contratados laboralmente, si se hicieran o les obligaran a hacerse autónomos, ¿se olvidarían de incluir en su contrato mercantil las cláusulas que le salvaguardaran de la apropiación indebida, por copia o mal uso, de sus ideas y de sus proyectos? No, no se olvidarían. Solo hace falta leer las cláusulas de cualquier contrato de consultoría y su puntillosa defensa: allí, la propiedad de las ideas está perfectamente defendida, y se extiende a cualquier elemento incluido en su informe. Volviendo al ejemplo de Ericsson132 expuesto en otro apartado, si esos trabajadores hubieran estado vinculados por un contrato mercantil, habrían medido con precisión de cirujano sus aportaciones. Si esos trabajadores hubieran sido externos a la empresa -‐consultores o analistas-‐ se habrían cuidado mucho de transferir al empresario que les contrata unos conocimientos que son el origen de su valor presente y futuro. Habrían dosificado sus aportaciones para extraer de ellas el
131 “Discurso de agradecimiento al recibir la medalla de honor al título académico”. Antonio Rodríguez de las Heras. Decano de Ciencias de la Información en la Universidad Carlos III de Madrid. 2006. 132 Se refiere al ejemplo expuesto en el apartado denominado “Innovación, conocimiento interno y capital intelectual”.
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máximo jugo, ponerlas en común solo en la medida que estaban convenientemente reconocidas, pagadas y obligadas por contrato. El contrato laboral establece una relación de dependencia que dificulta el reconocimiento del conocimiento. En las relaciones de subordinación el reconocimiento está lastrado, las ideas del otro no pueden ser valoradas como merecen. El otro no es tratado de igual a igual. Por eso, los consultores externos refuerzan su condición de asesores independientes, una distinción que les permite presentarse como iguales y ser oídos con atención desde las altas instancias de las empresas. Lo suelen conseguir mientras se ignora la aportación de destacadísimos profesionales, probablemente con mayores nociones de lo que afecta a su empresa, que sólo tienen el inconveniente de ser asalariados, de “estar al servicio” del empresario. Bajo el paraguas del contrato laboral tradicional la negación del valor interno es más la norma que la excepción. El tema central es que, cuando el talento es externo a la organización se reconoce su autoría, se les reconocen derechos de propiedad intelectual y se les paga sobradamente. Pero ese reconocimiento nunca llega a los trabajadores que aportan las mismas ideas. En muchas empresas es normal, todavía, disfrazar la autoría de un proyecto ignorando al equipo que lo ha desarrollado, o, lo que casi es lo mismo, no dedicar atención y esfuerzos a calibrar las aportaciones de unos y otros. Ese capital intelectual ignorado es la muestra más evidente de la dificultad para encajar, bajo el amparo del contrato laboral vigente, la relación capital-‐trabajo. El derecho del trabajo, que es un instrumento nacido hace casi 100 años, en el contexto de una economía tradicional y jerarquizada, no se ocupa de estas facetas. Digamos que se ha preocupado de regular las consecuencias de la transpiración pero no de la inspiración, es decir, se ha centrado en reglamentar lo que estaba en el origen de la energía física que movía la economía tradicional, cuyo desgaste tenía un origen fundamentalmente cuantitativo. Es lógico: la sociedad estaba preocupada de codificar los aspectos esenciales de las relaciones sociales: por un lado, el número de horas de trabajo y el salario, las magnitudes esenciales, por otro, los relacionados con la jerarquía y las funciones del puesto de trabajo. Paradójicamente, son estos los capítulos que la nueva empresa flexible está alterando, casi arrinconando podríamos decir. ¿Qué valor real tiene hoy definir las funciones del puesto de trabajo cuando a los trabajadores se les
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requiere, cada vez más, para la movilidad funcional y se les valora por su disposición a asumir diversas tareas? ¿Para qué regular el horario, o el número de horas semanales, cuando se trata de parámetros crecientemente móviles y relativos? Si la jornada está sujeta a los cambios en los ritmos y necesidades de producción, si la conciliación entre vida laboral y familiar incorpora un nuevo imperativo de flexibilidad, si las facilidades tecnológicas permiten el trabajo a domicilio... ¿son esos los elementos que identifican la relación laboral que se extiende en los nuevos negocios? El derecho laboral se ocupa de regular lo viejo, cuando lo viejo se desregula, mientras olvida de sistematizar lo nuevo, las ideas y los problemas derivados de la gestión compartida de inteligencias, que es lo esencial en la economía de la innovación. Y, sin embargo, son esas las nuevas cuestiones esenciales sobre las que existe un vacío. ¿Es legítimo ocultar ideas a las empresas o camuflarlas o no volcarlas a las intranets que se preocupan de la gestión del conocimiento? ¿Puede una empresa reclamar la propiedad de todas las ideas productivas de sus trabajadores? Al no quedar reguladas explícitamente, parece que la aportación de todas sus ideas formara parte del compromiso del trabajador, como si todo lo que produce o es capaz de producir, todo lo que piensa en cualquiera de los tiempos de su existencia, en su casa o en el auto, en vacaciones o en fines de semana, perteneciera a la empresa que le paga un salario. Cuando su aportación era física, cuando era mera fuerza de trabajo, tenía un límite objetivo que coincidía con el que era capaz de desarrollar en una jornada de 8 horas. Ahora, las ideas surgen en cualquier momento pero se siguen tratando como si nacieran en el tiempo de trabajo. El desarrollo del teletrabajo parece reforzar esa lógica al recuperar la sensación de tiempo completo que ha tenido siempre el trabajo a domicilio precapitalista o capitalista, como bien conocen las familias dedicadas al textil o al calzado. El hecho es que todo lo que piensa en cualquiera de los tiempos de su existencia, en lugar de reconocerse como aportaciones singulares individuales que merecen un reconocimiento e incluso una contraprestación económica singular, al margen del salario pactado, se considera, simplemente, que pertenecen al empresario. Como si fuera algo natural, las compañías actúan como si dispusieran de títulos sobre toda propiedad intelectual generada por sus trabajadores, cuando en realidad se trata de una apropiación ilegitima del talento ajeno.
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En el fondo de todo, gravita un debate de gran interés que tiene que ver con la participación de los trabajadores en los activos intangibles de las empresas, que como es sabido, son los esenciales de la nueva economía. Si las empresas dependen de los elementos intangibles, si los países pelean por la seguridad jurídica de patentes y de la propiedad intelectual ¿deben los trabajadores alejarse de este debate? ¿Es posible defender una posición de progreso y olvidarse de regular los factores que contribuyen esencialmente a la creación de riqueza? Es imposible. Extraer algunas enseñanzas de los trabajos de investigación, las industrias de la creación y de los medios de comunicación es un camino para abordar los límites del problema. Pero antes, conviene aclarar que, a veces, las ideas parecen que no son de nadie, son un activo difuso cuya conexión con alguien, persona o grupo, es difícil de establecer. Es el resultado de la socialización del saber, de la permanente circulación y enriquecimiento de las ideas, que convierte la creación, cada vez más, en un trabajo colectivo de carácter continuo, algo a lo que las nuevas tecnologías contribuyen de forma decisiva, al facilitar su expansión como en ninguna otra época. Por ese camino, la obra intelectual tiende también a difuminarse y su propiedad a disolverse en un patrimonio colectivo del conjunto de la organización. O, incluso más, del conjunto de la sociedad, un activo común, de dominio público. Conviene también aclarar que no siempre importan los títulos de propiedad: a veces, los trabajadores actúan como si fueran los “legítimos” propietarios de los activos, digan lo que digan los títulos jurídicos. El mejor ejemplo es su influencia sobre otros elementos intangibles como las patentes, derechos y marcas registradas. Alguien necesita dotarles de nueva utilidad permanentemente, al estar sometidos a una depreciación progresivamente acelerada por los cambios tecnológicos. Solo la creatividad y habilidades humanas consiguen incrementar su valor a medida que se usan y desarrollan. Sin ellos, las marcas registradas pierden su valor de persuasión y las patentes y derechos se vuelven obsoletos, cual si fuera la maquinaria que se desgasta inexorablemente.133 El trabajo no es solo un activo fundamental en sí mismo, sino que tiene la particularidad de revalorizar otros activos, actúa como un multiplicador de su valor sin que su aportación pueda segregarse o contabilizarse por separado. 133 Robert B. Reich, obra citada, “El trabajo de las naciones”, página 116.
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Las empresas de información, los medios, han incorporado una práctica que permite distinguir, por un lado, la propiedad intelectual que confiere al autor unos derechos intangibles –por ejemplo a decidir si la obra debe ser divulgada y de qué forma-‐ y por otro, los derechos económicos que se derivan de su explotación comercial. Cuando el autor de un artículo o de una foto es asalariado, los derechos económicos están implícitamente incluidos en su salario, pero eso no afecta a los otros derechos intangibles que son intransferibles. Se produce un reconocimiento que es fácilmente trasladable a cualquier otra situación industrial y cualquier obra intelectual. Se debe asumir que la propiedad intelectual afecta a asuntos tan dispares como programas de ordenador, folletos, impresos, epistolarios, escritos, colecciones, bases de datos, imágenes por ordenador o cualesquiera otras obras audiovisuales, creaciones que a efectos de derechos, se colocan al mismo nivel que las composiciones musicales, las esculturas o las obras cinematográficas. La referencia al cine como ejemplo de industria de la creación, permite analizar su experiencia como un ejemplo de la defensa clara y exhaustiva del reconocimiento de la aportación de cada cual. Los títulos de crédito de una película son el mejor ejemplo: no solo nos informan de los nombres del director, del guionista o del director de fotografía, se extiende a todos los participantes, desde peluqueras a localizadores de exteriores o administrativos. Solo los primeros participan en el cobro de derechos pero todos son citados, todos ven su trabajo reconocido en un ejemplo en como el reconocimiento por su participación en una obra colectiva es esencial aunque no genere participación en el reparto de ingresos. Los trabajos de investigación, el nivel más alto de desarrollo de una idea aplicada a una realidad empresarial, son un caso extremo en el que los derechos intangibles del autor a divulgar la obra chocan con los derechos económicos del financiador del proyecto. La primera tentación del científico es convertir su descubrimiento en algo público pero eso colisiona de lleno con el interés que tiene la empresa en mantener en secreto los resultados de la investigación. Dos lógicas, aparentemente antagónicas, una sustentada en el prestigio social y la otra puramente mercantil, se enfrentan: la primera pone por delante los derechos de la propiedad intelectual, la segunda los económicos asociados a la investigación. Contra todo pronóstico, no siempre lo mercantil es lo determinante. Veamos un caso concreto: el famoso MP3, la base de la reproducción y transmisión digital de sonido, es un
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algoritmo matemático inventado por un profesor alemán que hoy sigue siendo catedrático. Probablemente si hubiera sido norteamericano, hoy sería como Bill Gates, sería más que millonario. Pero en Alemania, el reconocimiento profesional y personal es en una palanca muy relevante para el éxito en la investigación. Allí el prestigio social compensa y enriquece y, por tanto, la divulgación es un valor esencial de la investigación aspecto que solo puede garantizar un instituto público. Son ejemplos reales que abren nuevas vías para los profesionales del conocimiento. Hay casos en los que cualquier empresa debería comportarse como un medio, una productora de cine o, incluso, como distribuidora de una obra cultural. Hay proyectos, hay ideas, hay trabajos, hay investigaciones, cuya singularidad merecería incorporar en los títulos de crédito a todos y cada uno de los trabajadores que han participado. Se trata de obras colectivas, que no surgen de la imaginación de un genio, sino de procesos industriales colectivos. Ocurre lo mismo que en la industria cultural: la concepción de un producto, su diseño o su presentación, su lanzamiento o su planteamiento de distribución pueden no reconocerse como aportaciones singulares individuales pero sí como parte de una obra colectiva genial... que puede merecer un reconocimiento y una contraprestación económica proporcional al beneficio aportado. Pero lo normal es que, ni siquiera en esos casos, se reconozca el valor aportado ni se admita una prima proporcional al beneficio generado. En la medida en que la aportación del capital intelectual es evidente pero difusa, su reconocimiento solo será posible cuando se asimile el trabajo como parte esencial de la organización empresarial y se le confiera poder. Porque, solo desde una relación no subordinada o progresivamente igualada, es decir, siendo capital, formando parte del capital, el trabajo podrá liberarse del trato desigual y sabrá liberar sus energías creadoras. En todo caso, abre la puerta a una cuestión central, que es la creciente autonomía del trabajo y algunas de sus manifestaciones particulares, que abordamos en el próximo capítulo.
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CAPITULO 6 AUTONOMÍA DEL TRABAJO Y TRABAJADORES AUTÓNOMOS 1. ¿Asalariados o autónomos? Para la mayoría de los mortales, tener autonomía es algo positivo porque está asociado a la libertad de movimiento, pero, desde el trabajo, ser un
“autónomo” está cargado de connotaciones negativas, como corresponde a quien ha sido obligado por necesidad, o incluso contra su voluntad, a lanzarse a la intemperie de la desprotección. Esa ambivalencia está presente en el mundo de hoy como parte de la tensión entre lo colectivo y lo individual, o entre la legislación laboral y la legislación mercantil como reguladora de pactos sujetos al derecho colectivo o el derecho individual. Con todo, como veremos enseguida, para algunos colectivos y en algunas circunstancias, ser autónomo es también ser libre. La pertenencia a una organización bajo el paraguas de un contrato laboral ha sido, hasta ahora, la forma típica de vinculación entre los trabajadores y las empresas. Cuestiones simples como el compartir tareas y saberes o someterse a una disciplina organizativa son aspectos imprescindibles para la formación personal y profesional, algo que los hombres aprenden en las organizaciones. A través de ellas y sus normas, el trabajador se inserta en un departamento y, a través de él, se siente partícipe de “un todo” que es la empresa. Pero ello no le impide sentirse también “parte de una de las partes”, del colectivo de trabajadores y, como tal, un individuo protegido por un derecho colectivo, por un conjunto de normas laborales que han conseguido compensar, en alguna medida, la desigualdad de partida entre el empresario y el trabajador, tratado individualmente. Pero la globalización ha producido un fenómeno curioso: justo cuando las circunstancias –inmigración, competencia global, precariedad, desempleo-‐ reclamaban más protección de los trabajadores, justo entonces, más rápido ha caminado el derecho laboral hacia la desprotección. Es la consecuencia de la hegemonía indiscutida del capital frente al trabajo que, poco a poco, por la fuerza de los hechos, ha debilitado el carácter protector de los derechos laborales. El resultado es que las normas jurídicas, tanto en su vertiente nacional
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como en la internacional, han dejado de actuar de contrapeso y se han decantado en beneficio del empresario, bajo la cobertura del lenguaje de la eficiencia y la flexibilidad. La crisis de los ordenamientos laborales (desregulación, pérdida de protección social...) camina en paralelo a las políticas de ajuste y constituyen un paso más hacia la construcción de una globalización suficientemente flexible, o sea, sin reglas. No se trata de una tendencia aislada, más bien forma parte de un ajuste general de las normas de convivencia que corre paralelo a nuevos intentos de debilitar el derecho. Como afirma la profesora María José Fariñas134, las organizaciones multilaterales (OMC, FMI, BM, G8) pretenden otorgar legitimidad a la globalización concediéndose a sí mismas capacidad para poner en marcha acuerdos con efectos universales, erga omnes. “Pretende ser una forma de globalización jurídica, pero no consigue ser un nuevo derecho universal... algo que requiere la generalidad, la abstracción y la igualdad formal ante la ley”. En su lugar, está emergiendo el llamado derecho blando que no es otra cosa que la privatización del derecho, proceso al que en absoluto es ajena la dimensión que se pretende dar a los Códigos de Conducta, así en mayúscula, vinculados a la expansión y dominio de las empresas transnacionales. El resultado de todo ello es que el entramado jurídico internacional descansa cada vez más sobre el derecho internacional del comercio, situado en el vértice de la jerarquía normativa. Si el derecho laboral pierde espacio respecto al mercantil y se ocupa de relaciones –los autónomos, por ejemplo-‐ que hace años eran puramente laborales, también el mismo derecho mercantil pierde espacio respecto a ese derecho blando situado en el vértice del entramado jurídico, porque tiende a sustituir a las leyes de comercio, con su perfil universal y coercitivo.135 Son síntomas de la crisis sustantiva de las normas jurídicas entendidas éstas como la garantía máxima de los derechos de la ciudadanía. Una crisis asociada a la ficción utópica neoliberal de la sociedad sin leyes y sin estado, gobernada por una mano invisible que surge del equilibrio perfecto entre las apetencias egoístas de unos y otros. Un equilibrio que alardea de ser moderno y flexible, o sea, sin reglas pero que, en la 134 María José Fariñas “Mercado sin ciudadanía”. (Editorial Biblioteca Nueva, 2005) 135 Actuaciones que “representan más bien -insiste María José Fariñas-, el derecho de los nuevos señores feudales (que son ahora las empresas transnacionales) o de las nuevas burocracias privadas del comercio mundial, que están consiguiendo imponer mundialmente sus propias normas jurídicas de autorregulación”.
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práctica, culmina siempre en el dominio del más fuerte. Volvamos al trabajo. Si el contrato mercantil sustituye, en cada vez más casos, al laboral es porque lo colectivo pierde nivel dentro de una tendencia hacia la individualización de las relaciones laborales. Como señala Manuel Castells se pasa “de la negociación colectiva por medio del gremio o sindicato, a la negociación individual sin sindicato”, o de los convenios de sector a los de empresa, en un proceso que acorta los horizontes de los trabajadores. Estos se ven obligados a limitar su mirada a los conflictos de sus propias empresas cuando más común es el cambio de compañía, obligados a pegarse a tierra cuanto más alto deberían de intentar volar. Es así porque las conexiones volátiles entre sus propias empresas y otras, sean subcontratas, filiales, asociadas o aliadas, aconsejan abordarlas como un todo para poder defenderse adecuadamente. En la medida que lo laboral pierde carácter colectivo se acerca objetivamente a la relación mercantil constituida por pactos entre supuestos iguales. De una parte, la relación laboral se flexibiliza y desprotege como se ha señalado repetidamente. De otra, la situación del autónomo que se caracterizaba por asumir todos los riesgos sociales y personales propios de la enfermedad, descanso, duración de jornadas, periodos de inactividad, tiende a incorporar elementos de protección.136 En realidad el trabajo asalariado, crecientemente flexible, y el autónomo, que aspira a estar mínimamente protegido, convergen en alguna medida. No es extraño: la situación del asalariado flexible, desprotegido, la del falso autónomo y la del autónomo dependiente, aquel cuya retribución depende de un único cliente en más de un 70%, se parecen cada vez más. Llegados a este punto, una vez asumido el riesgo de la flexibilidad, una vez colocado al borde del precipicio de la desprotección, las ventajas e inconvenientes derivadas de ser asalariado o autónomo permiten una comparación abierta entre ambas opciones. Es el momento de preguntarse en voz alta ¿qué relación jurídica defiende mejor mi
136 En esta línea, la Ley del Estatuto del Trabajo Autónomo de España, en muchos aspectos pionera, incorpora medidas tendentes a que su Régimen Especial converja con el Régimen General de la Seguridad Social. De momento, ya incluye la asistencia sanitaria en los casos de maternidad, enfermedad común o profesional y accidentes, sean o no de trabajo y las prestaciones económicas en situación de incapacidad temporal, riesgo durante la maternidad y la lactancia, incapacidad permanente, jubilación y muerte. La denominada "prestación por cese de actividad" (desempleo), asumida como concepto, queda pospuesta a la presentación de una nueva iniciativa legislativa.
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situación? ¿Qué es preferible, el trabajo asalariado o el autoempleo? Esa pregunta se la hacen los trabajadores de todo el mundo y ha sido estudiada de forma específica en un Eurobarómetro realizado en 2004 para medir la actitud empresarial de los ciudadanos. Las diferentes preferencias de los empleados de diversos países permiten extraer una conclusión: la poca calidad de las relaciones laborales es un factor decisivo que empuja al autoempleo. Cuanto menos protección y más flexibilidad existe en el trabajo asalariado menos se desea esta opción y más se inclinan por el autoempleo. Así, mientras en Europa la opción de ser asalariado es deseada por un 51% de los trabajadores137, en EEUU opta por ella solo el 34%. Algunos, los que identifican el autoempleo con la libertad y la eficiencia social, se prestarán a concluir que eso demuestra que EEUU es el progreso. Más bien parece lo contrario: es la necesidad y la desprotección la que empuja a esa opción. Europa es suficientemente plural para mostrar ejemplos de todo. En las economías con una alta productividad como las del norte europeo es donde la condición de asalariado es más valorada: los trabajadores de Finlandia optan por ser asalariados en un 68%, un 66% en Holanda, un 61% en Suecia, un 56% en Alemania... pero solo un 32% en Portugal y un 34% en España. La precariedad e inestabilidad del mercado español pasa factura y provoca unos resultados idénticos a los de EEUU. Como es sabido, eso no significa que luego se opte por el autoempleo en esa dimensión: una cosa es desearlo y otra disfrutar de las circunstancias para ponerlo en marcha. ¿Qué pasa cuando nos referimos a profesionales muy cualificados? La inestabilidad y la poca valoración del trabajo adquieren una nueva dimensión. Por un lado, comprenden pronto que, siendo asalariados, tendrán dificultades para desarrollar su potencial de conocimientos. Por otro, empiezan a concebir su experiencia y su preparación como si fueran productos comercializables y, en la medida en que esos saberes son singulares, comienzan a verse, también a sí mismos, como si fueran un producto comercializable de alto valor. Y se preguntan: ¿qué me impide ser dueño de mis ideas y proyectos? Ya que el contrato laboral no me garantiza suficiente protección ¿por qué no dar el paso hacia la plena autonomía? ¿No me permite el contrato mercantil defender mejor mi propiedad intelectual que lo hace el contrato laboral? El hecho de hacerse las preguntas indica ya un cambio de cultura que asume una mayor autonomía del trabajo, algo que afrontamos en el siguiente apartado. 137 Datos del Eurobarómetro de 2004 de la UE-15. A la fecha de realización de este trabajo no ha habido ninguna actualización.
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La lealtad es una trampa en una economía en la que todo tiene un periodo de vida tan breve138, dice John Korter, profesor de la Harvard Business School. Dados los lazos débiles y de corta duración imperantes, aconseja a los jóvenes que trabajen “en el exterior, más que en el interior de las organizaciones”, que se asuman como consultores antes que “enredarse” en empleos de duración indefinida. La condición de autónomo que para muchos trabajadores es sinónimo de imposición, para los más preparados se empieza a presentar como sinónimo de liberación. Es el eterno conflicto de la libertad humana. El dilema es lógico. Por un lado, el trabajador se siente insuficientemente protegido -‐o parcialmente ignorado-‐ como parte de un colectivo no reconocido en proporción al valor singular de sus ideas y su experiencia. Por otro, al observar el trabajo de consultores observa cómo, cuando el talento es externo a la organización, se le reconocen derechos de propiedad intelectual y se le paga sobradamente, algo que nunca llega a los trabajadores que aportan las mismas ideas. En ese contexto, sueña con ser independiente y ser tratado de igual a igual. El dilema entre relación laboral frente a mercantil se le presenta asociado al dilema entre lo colectivo y lo individual. Y en ese dilema empieza a pesar cada vez más la lealtad a uno mismo, a sentir que la lealtad a la empresa es una trampa que le obliga a ser desleal consigo mismo. Ser autónomo no puede ser la solución para todos. Entre otras cosas porque lo colectivo, representado por la empresa, tiene mucho más que decir y que manifestar que lo que hace ahora. Se ha visto que en economías con una alta competitividad, como las del norte europeo, es donde la condición de asalariado es más valorada. Aún así, el problema del reconocimiento del papel del trabajo no está resuelto, quizás porque, incluso allí, se está solo al principio de la denominada Sociedad del Conocimiento. En la medida que se desarrolla y activa el capital intelectual de cada empresa, considerada como una comunidad, es en la medida en que aumenta la comodidad y dignidad del trabajo, lo que requiere un clima de confianza que no es el normal en los actuales entornos empresariales. El problema está abierto y lo seguirá estando durante mucho tiempo para mucha gente. ¿Qué hacer? Los trabajadores no pueden vivir con la sensación de que la relación salarial está impidiendo su verdadero 138 Richard Sennet, en obra citada, “La corrosión del carácter”.
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desarrollo. Quizás esperan que alguien les hable en su empresa en los términos en que Andy Grove, desde su posición de primer ejecutivo, se dirigió a los trabajadores de INTEL139:
“Ustedes no son empleados trabajen donde trabajen. No le deben su trayectoria profesional a nadie, ustedes son los únicos propietarios de ella. Y la clave de la supervivencia reside en aprender añadirle más valor cada día”.
La alternativa no es el autoempleo, algo que, en cualquier caso, es susceptible de muchas lecturas. Conviene seguir en esa línea y abordar qué supone esa autonomía desde la figura del joven emprendedor para abordarla, después, desde la perspectiva del adulto prejubilable o jubilado. 2. Emprendedores o la desalienación del trabajo El prototipo de emprendedor moderno es una persona joven, de entre 27 y 35 años que ha trabajado por cuenta ajena, y toma la decisión de poner en marcha una actividad empresarial normalmente en el ámbito de los servicios y apalancada en el uso de nuevas tecnologías. Es una persona que sabe sacar partido a uno de los rasgos más evidentes de éstas: que incrementan la autonomía de las personas de forma espectacular. El concepto de autónomo adquiere aquí otra dimensión muy distinta a la expuesta en el apartado anterior. La autonomía para el emprendedor es otra cosa: significa retos y riesgos, pero asumidos libremente hasta el punto de convertir su trabajo en un espacio de realización. Un hombre con una sola máquina –su ordenador-‐ es suficiente para emprender ideas y proyectos. Sin moverse de su casa ni perder tiempos inútiles, puede concebir y diseñar un producto, planificar un negocio y encontrar socios, buscar y contratar trabajadores, captar a clientes y proveedores, intercambiar mensajes y documentos, facturar y cobrar o pagar y, por último, llevar su contabilidad y liquidar impuestos. Puede desarrollar todas las operaciones que definen un negocio y hacerlo con un nivel de 139 Los manuales de management sitúan a INTEL, en los años 80, como un ejemplo de flexibilidad solidaria ante la crisis de los semiconductores, política de que consiguió evitar los despidos mientras se generalizaban en otras firmas. Se explica en el último capítulo de este libro, en el apartado titulado “Participar en la gestión, ser capital”.
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profesionalidad y eficiencia impensables hace 20 años. El binomio hombre + ordenador constituye, en sí mismo, una unidad básica autónoma y eficiente, mucho más que cualquier otra anterior, basada en cualquier otro tipo de instrumento. Las nuevas tecnologías y la actividad de emprendedor permiten reconstruir la unidad perdida entre el hombre y el fruto de su trabajo, típica del trabajo artesanal precapitalista. Se trata de un cambio revolucionario que conviene resaltar porque materializa uno de los sueños y las obsesiones de las políticas de progreso: las aspiraciones humanas de convertir el trabajo en un espacio de realización quedan favorecidas por el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información. O de otro modo, permiten superar la escisión entre el trabajo y el “producto del trabajo”, que denunciara Marx en sus escritos de juventud y resumía en la afirmación “el trabajador se relaciona con el producto de su trabajo como un objeto extraño”. Marx hablaba140 de una doble alienación del trabajador: por un lado, dice, se enajena del objeto que contribuía a fabricar: el producto del trabajo se convierte en un "objeto ajeno que lo domina" como un fetiche. Mientras que, como artesano, cada cosa que hacía era una prolongación suya a la que había aportado su maña y paciencia, como obrero se siente un puro instrumento para producir una mercancía que no tiene nada que ver con él, que le enajena de sí mismo. Por otro, se enajena de su propio trabajo como actividad, es decir, de las largas horas dedicadas a una actividad parcelada cuya lógica no conoce ni controla y que hace solo por dinero. Si como artesano controlaba los procesos -‐“cada maestrillo tiene su librillo”-‐ como trabajador vive su actividad como algo que no le pertenece realmente. Vive el trabajo como algo exterior y forzado que le enajena de sus propias facultades creadoras: “No es la satisfacción de una necesidad, sino sólo un medio para satisfacer otras necesidades”. Aquella doble escisión desaparece ahora, con las nuevas tecnologías. La unidad que había conseguido cada maestro con su obra en la sociedad precapitalista, se recupera y perfecciona ahora a unos niveles impensables en el pasado: los nuevos emprendedores controlan todo el proceso productivo, desde la concepción a los resultados. Ello les permite crecer como individuos plenos porque son parte activa de todos los eslabones del proceso; participan en el desarrollo de la idea 140 Braverman, Harry ; Sweezy, Paul M. Trabajo y capital monopolista: la degradación del trabajo en el siglo XX , (Nuestro Tiempo, México, 1983)
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pero también en la elección de las técnicas más apropiadas a la ejecución del plan y en su cumplimiento, hasta obtener los mejores resultados, sin olvidar los mecanismos de control que lo aseguran. Esa plenitud les acerca a sus posibilidades como seres humanos les desaliena y les permite “ser” y asumirse como un creador de riqueza. El cambio es posible porque las nuevas tecnologías son únicas para compartir conocimientos y trabajo y crear, con suma facilidad, un entorno de colaboración cuya dimensión se caracteriza, además, por dos rasgos singulares: se puede desarrollar en tiempo real y a escala mundial. El resultado es que cada emprendedor es capaz de organizar una empresa mini-multinacional enlazando los esfuerzos de personas expertas situadas en entornos alejados. Ni la distancia entre interlocutores, ni el momento o la situación del compañero –en el trabajo, el hogar o en el automóvil-‐ ni, en el futuro, el idioma son obstáculos para colaborar. Microempresa, emprendedor y multinacional no son ya términos antagónicos. La unidad más eficiente en creación e innovación se hace más pequeña y a la vez más capaz, al tiempo que se globaliza. El hecho objetivo es que el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información permiten materializar uno de los sueños y las obsesiones de las políticas de progreso: convertir el trabajo en un espacio de realización y de innovación y desarrollarlo desde unidades muy pequeñas. La experiencia de los últimos años lo demuestra. Los mejores proyectos globales de la nueva economía asociada a internet son el resultado del trabajo asociado por dos creadores. En este sentido, quizás haya que reconocer que la unidad básica perfecta no es la formada por una persona y su máquina, sino que se necesitan dos impulsos convergentes, dos personas capacitadas para resolver los diferentes retos que conlleva el desarrollo de un proyecto: uno especializado en una habilidad creativa o técnica, el otro en desarrollar los aspectos que la convierten en un producto comercializable, en un negocio. Todo el mundo conoce que Microsoft fue fundada por Bill Gates y Paul Allen en 1975; pero también Apple, Yahoo, Google o YouTube fueron el resultado de la suma de dos impulsores, de dos trabajos convergentes. Nunca un solo creador, siempre dos y solo dos.141 Es curioso que jóvenes que tenían 27 años o menos cuando 141 Bill Hewlett y David Packard fundan HP (1939, Palo Alto). Steve Jobs y Steve Wozniak fundan Apple (1976, Palo Alto). Bill Gates y Paul Allen fundan Microsoft (1975, Nuevo México, Seattle). David Filo y Jerry Yang fundan Yahoo (1994, Palo Alto, California). Larry Page y Sergey Brin fundan Google (1995). Chad Hurley y Steve Chen fundan YouTube (2005, California)
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desarrollaron sus innovaciones sean los responsables de los productos rompedores que han determinado un cambio sustancial en el desarrollo de la sociedad de la información. No puede ser casualidad que sus iniciativas hayan sorprendido una y otra vez a grandes empresas que se jactan de ser semilla para la innovación, con capacidad de liderar un sector que aporta el 10% del valor añadido empresarial, como promedio, entre los países de la OCDE. En cualquier caso el éxito del modelo es innegable y la razón tiene forzosamente que estar vinculada a las nuevas capacidades que puede desarrollar un trabajo creativo autónomo. No es algo excepcional y limitado a la genialidad de grandes genios innovadores, sino que define la actividad de muchos pequeños empresarios globales cuyo mérito es aprovechar un entorno colaborativo único. Es el resultado de una nueva base humana que aprovecha al máximo las nuevas tecnologías, utiliza el capital intelectual como factor productivo esencial y se desarrolla en la voluntad de emprender. Cada día en diferentes lugares del mundo miles de ciudadanos anónimos confían en su talento y en su intuición para constituir un proyecto empresarial. Su importancia es mayor desde aspectos cualitativos que cuantitativos pero su extensión es inmensa, infinitamente más ancha que la de hace 10 años si la observamos en términos globales, es decir, si asumimos la incorporación de emprendedores chinos e indios, rusos y turcos o latinoamericanos... y no solo a los localizados en EEUU, Europa o Japón. La figura del emprendedor supone el prototipo moderno de personas jóvenes que aceptan el riesgo como factor generador de riqueza, personas que aprovechan las nuevas tecnologías para desarrollar una actividad sin fronteras, que saben vivir en un entorno desprotegido y que confían en su capacidad para salir de cualquier problema. Es así... y, sin embargo, según un informe del Senado francés, un 75% de los jóvenes franceses optaban por ser funcionarios en 2006. ¿Cómo interpretar este dato que parece contradecir, de forma masiva, la aceptación del riesgo? ¿No simboliza el ser funcionario lo contrario de ser emprendedor? Se trata de una encuesta francesa pero permite una reflexión universal en la medida que representa un alejamiento de la figura del emprendedor y un decantamiento mayoritario por una opción de riesgo cero, que es a lo que equivale ser funcionario. Una vez más la autonomía, que para algunos es sinónimo de realización, para otros es objeto de rechazo, quizás para mostrarnos las
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dos caras de un sistema que bascula entre la intrepidez de la innovación y el pánico de la precariedad, entre el riesgo deseado y el riesgo sufrido. El hecho es que la elección del funcionariado como alternativa es, sencillamente, reflejo de un riesgo no deseado que es percibido como problema, mientras que la estabilidad laboral se presenta como una solución idealizada que recurre a la meta-‐símbolo de la máxima estabilidad y al Estado como su garante. Los jóvenes franceses prefieren ser funcionarios a pesar de que la rutina, que asocian a esa elección, es para ellos un valor extraordinariamente negativo, sinónimo, como bien señala Sennet, “de una muerte en vida”. La cultura moderna del riesgo defiende que “no moverse es sinónimo de fracaso”142 pero nada es tan sencillo como la moda pregona: el hecho de preferir una vida de funcionario viene a confirmar, simplemente, que “la rutina puede degradar, pero también puede proteger; puede descomponer el trabajo, pero también componer una vida”. En ese contexto ser funcionario es un ancla vital ante un futuro lleno de riesgos, una actitud defensiva mientras las grandes fuerzas económicas y sociales empujan a la flexibilidad y al cambio permanente. La realidad es un juego de espejos, es una visión distorsionada por lentes invisibles que ofrece imágenes achatadas o alargadas de las cosas. ¿Qué es exactamente un emprendedor? ¿Se puede ser emprendedor dentro de una gran organización o se asume que allí las iniciativas están coartadas, que no es posible el desarrollo individual al tiempo que la participación colectiva? Emprendedor podría ser sinónimo de desplegar iniciativa, y por tanto el comportamiento apropiado de cualquier trabajo, sea en una gran empresa, en una pequeña o en un trabajo autónomo. Pero no lo es. ¿Acaso las organizaciones castran la capacidad de las personas para innovar y aportar sus conocimientos? Sin duda que sí. Es más, hasta que no se concreten las opciones prácticas para que los asalariados puedan ampliar su participación en las empresas, hasta sentirse partícipes en la creación colectiva de riqueza, la palabra “emprendedor” quedará asimilada a un requisito de algunos trabajadores que son capaces de convertir la condición de autónomo en lo más parecido a la de “hombre libre” que el sistema capitalista permite. Saludamos ese cambio pero es muy poco para el resto. 142 Richard Sennet, en obra citada, “La corrosión del carácter”.
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Dentro de las grandes compañías, solo ascendiendo o desarrollándose profesionalmente, alejándose de las tareas más rutinarias y repetitivas, es posible conseguir un sentido liberador al trabajo. El trabajador crece con el trabajo en la misma medida en que es valorada su aportación y domina cada vez más partes del proceso productivo. Es, en definitiva, sinónimo de progresión social y de madurez profesional. Pero esa situación dura cada vez menos. Veremos en el próximo capítulo en qué medida esto ya no es así en la empresa actual, cómo se frustran las expectativas del trabajador maduro y profesional que ronda los 45 años. 3. El hombre experto y los limites de los valores organizacionales. (O la difícil gestión de la experiencia.)
La posibilidad de emprender afecta no solo a los jóvenes, generadores de iniciativas innovadoras en nuevos sectores, tecnologías o modelos de negocio. Existen otros yacimientos ocupados por actores cuyo perfil es casi el opuesto al anterior: se trata de adultos expertos, cercanos a su edad de jubilación, cuyas iniciativas volcadas en servicios a empresas buscan capitalizar sus saberes y relaciones. Desde hace décadas, los head hunter consideran un currículum ideal el que alterna experiencias de diverso perfil: de un lado, en una gran empresa asumiendo funciones necesariamente muy especializadas, y de otra, en pequeñas empresas en funciones más generalistas. El mejor recorrido profesional pasa por la alternancia entre la especialización en una gran empresa y la generalización en una pequeña. De la primera, cada persona aprende a encajar, como un todo, la suma de conocimientos muy profesionales, a calibrar lo singular y complejo de cada saber, a identificar el modo en el que se articulan los objetivos de compras y existencias, de ventas y de organización de la producción, o de gestión de finanzas entre una filial y una matriz. De la segunda, aprende a resolver con iniciativa, a relacionar las pequeñas y grandes tareas de una forma cercana, a potenciar la intuición y el sentido común como valores capaces de sustituir a las técnicas complejas del gran especialista. En ambos casos, el individuo crece mientras asume nuevas experiencias y aporta valor a las organizaciones; en ambos casos los valores del individuo y los de la organización caminan en paralelo.
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Pero hoy la cadena del desarrollo humano tiene nuevos eslabones. El currículo profesional ideal choca al final de la vida laboral con un nuevo escollo, antes no contemplado: los criterios y valores organizacionales y los criterios y valores individuales se distancian. Ninguno necesita del otro tal como ahora ya es. Al trabajador, la empresa le suena a déjà vu y el cambio de empresa no le seduce, sabe que, en esencia, se va a encontrar con lo mismo. Ha pasado por varias experiencias y ha agotado las nuevas ilusiones asociadas al cambio. Por su parte, la empresa empieza a percibir al trabajador como demasiado cargado de pasado, un pasado que, en vez de experiencia y sabiduría, asocia a ironía y escepticismo, en la que domina una actitud de distancia que le dificulta para la contribución. Lo curioso es que ambos tienen razón. Las organizaciones sirven al desarrollo del individuo, hacen de él un activo formado en la valoración de lo colectivo, en el respeto al necesario reparto de funciones -‐y de conocimientos-‐ en la toma de decisiones. Pero esa unidad tiene un límite. “En el cambiante mundo de alta presión de la empresa moderna, la gente de mediana edad puede temer muy fácilmente estar erosionándose desde dentro”143. Los valores organizacionales, las pautas jerárquicas, aunque adopten formas blandas, terminan necesitando “carne fresca” domable antes que expertos con capacidad de análisis y experiencia. El trabajador aprendió de la experiencia en diversas empresas y situaciones la necesidad de un proyecto, un orden, un método, una disciplina. Aprendió también a compartir y a guardar conocimientos, a incorporarse a la colaboración con otros y a servirse de ella. Pero, a partir de cierta edad, se encuentra desplazado. No encuentra acomodo en el pim-‐pam-‐pum de la pelea diaria, se anticipa a los hechos y lee los acontecimientos, pero le cansa el eterno sometimiento de sus criterios a los de la organización, la amabilidad forzada para halagar al jefe. No es la actividad la que le agota, son los comportamientos organizacionales los que le producen la sensación de haber saturado su experiencia laboral como empleado. La obediencia debida se convierte en difícil de soportar cuando se lleva mucho tiempo recibiendo como novedad lo que ayer fue denostado, por antiguo. Y viceversa, cuando se presenta como arcaico lo que ayer era un descubrimiento genial. Ello le hace tomar distancia y acentuar esa sensación de estar fuera de juego, 143 Richard Sennet, en obra citada, “La corrosión del carácter”.
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de sentirse “un observador” que no puede evitar desarrollar la ironía y la mordacidad. Con el tiempo le hicieron jefe y ascendió, quizás llegó a ser directivo pero se estancó al alcanzar, eso afirma el famoso principio de Peter, el “límite de la incompetencia”. Lo duda pero, en cualquier caso, los demás lo creen y es bastante. Tiene suficiente experiencia para no creer en “carreras profesionales” o en “principios objetivos de desempeño de funciones”, argumentos que el mismo ha utilizado para justificar la marginación de otros. Lo que ocurrió es que los diversos equipos que contaron con él fueron sustituidos y defenestrados y, con ellos, bastantes de sus segundos y terceros. Le ha llegado ese momento en que personas más jóvenes, quizás formados por uno mismo, llegan a su nivel y se convierten en compañeros... y luego lo superan y son su propio jefe. Siente que forma parte del pasado. En esas circunstancias aparece lo que Sennet denomina “un nuevo tipo caracterológico. En lugar del hombre llevado por las exigencias, aparece el hombre irónico que nunca es capaz de tomarse a sí mismo en serio porque siempre es consciente de que los términos en los que se describe están sujetos al cambio”. Aprendió que, en la empresa moderna, todo es contingente, sus jefes y sus criterios también, todo es relativo. La cohesión de la nueva empresa está cimentada en el cambio constante, algo difícil de soportar durante mucho tiempo sin distanciarse. Pero el cansancio por tanto cambio cosmético y superficial tampoco es un factor que le acerque a sus compañeros ni a sus jefes. Si el cambio constante no cohesiona, tampoco cohesiona la crítica mordaz ni la ironía, no hay modo de cohesionarse desde esos planteamientos que reconoce disolventes. Por no estimular, tampoco le estimula a desafiar al poder, se distancia, pero no se subleva contra él. Las circunstancias están fabricando, sencillamente, un ser negativo, que no participa. La reconstrucción del orgullo por la experiencia vivida es esencial para sobrevivir. Si una persona no consigue ponerla en valor, sufrirá, como bien señala Senett, “la aprensión al paso del tiempo... que parece vaciarnos”. Si no encuentra salida a esa situación, el trabajador sentirá “la experiencia como una cita vergonzosa” y a sí mismo, como “un trasto pasado de moda” que no deja de erosionarse desde dentro.
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El asunto es grave. Y para resolverlo no queda más remedio que aceptar una nueva etapa de actividad alejada de la dependencia salarial… o cambiar los valores organizacionales de las empresas. Al final, el trabajador empieza a desear ser su propio dueño. Solo esa posibilidad le genera suficientes energías para trabajar, intuye que solo en su propio proyecto puede recuperar su deteriorada autoestima, que para volver a ser valorado debe salirse de los valores que dominan las organizaciones. Intuye que la misma experiencia que, desde dentro, se convierte en un engorro, puede ser revendida y revalorizada si se coloca en el mercado convenientemente cristalizada y empaquetada. Otros lo han hecho, incluyendo compañeros y amigos y algunos han conseguido mantener unos ingresos estables. Sabe que el 67% de los prejubilados mantiene algún tipo de actividad profesional que tiene relación con sus trabajos anteriores.144 Dispone de los saberes esenciales que le permiten realizar un diagnóstico rápido y certero mientras los más jóvenes talentos caminan desorientados y sin capacidad para jerarquizar lo importante y lo accesorio. Y dispone de energía para sus asuntos. Acepta el riesgo porque lo sabe medir y, en contra de lo que piensan en su empresa, es flexible aunque no dócil para el seguimiento de consignas y patriotismos corporativos en las que, tan a menudo, se desmenuza la vida empresarial. Puede que se sienta satisfecho con sus compañeros, incluso con su remuneración y su entorno laboral, pero no se siente comprometido con su organización. Forma parte del colectivo que está contento con su actividad pero menos comprometido con su organización, que es el que, según encuestas solventes, aumenta de peso.145 Lo que ocurre es que la misma idea del compromiso evoluciona. Como muchos otros, ha llegado a ese punto en que la lealtad a sí mismo le parece difícil de conciliar con la lealtad a su empresa. Siente el poder empresarial como un juego de exclusión que funciona con una doble vara de medir, lleno de trampas que le hace soñar con la posibilidad de ser su propio dueño. Sabe que esa solución lo fue antes para muchos otros, aunque pocos fueron los que se decidieron a dar el paso, solo los que encontraron una forma de garantizarse un sustento mínimo. Todos
144 “Conservación y potenciación del Capital Humano en la Empresa sostenible” ESADE y Grupo de Desarrollo Organizacional. Septiembre de 2005 145 Análisis de clima laboral. Conclusiones del Benchmark Hay Group 2006/07. Diario Expansión 3-2-2007
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dudan si serán capaces de sobrevivir a la intemperie, si no se vendrán abajo o si han desarrollado la suficiente autonomía para permanecer activos: suficiente capital intelectual y social en conocimientos y relaciones y suficiente capacidad financiera para sobrevivir. Ellos dudan pero las grandes empresas, tienen muy claro el problema y su solución: imponen a sus plantillas las prejubilaciones que venden como consecuencia del “ahorro de costes y la búsqueda de la eficiencia”. Normalmente, fomentan que “sus” prejubilados cualificados se reconviertan en consultores o en autónomos y les asesoran para ello. La gran mayoría de los altos ejecutivos prejubilados en Telefónica, Santander o BBVA ha encontrado un rápido hueco en la gestión empresarial y en la consultoría. Y, junto a ellos, muchos de los directivos y cuadros que sufrieron las consecuencias de las agitadas luchas de poder y de las profundas reorganizaciones de esas compañías. El hecho de que hayan recibido una indemnización significativa en el momento de su baja laboral les deja margen financiero para abordar nuevos proyectos laborales. En algunos casos, llegan incluso a prestar sus servicios en la misma empresa que decidió prescindir de ellos. Empieza a ser normal firmar un año de asesoramiento después de causar una baja laboral, un año que dedican a cumplimentar un proyecto pendiente o a proponer nuevos campos de trabajo. Si sale bien, ese contrato mercantil puede ser prorrogado: es más barato contar con el asesoramiento puntual de expertos en una materia, a modo de consejeros, que mantenerlos en plantilla. “Un asesor fuera de plantilla no genera obligaciones y se consigue mantener el capital humano a un coste más barato a corto plazo”, señala José Ignacio Arraiz, presidente de Hay Group. Las grandes empresas se aprovechan de ello y prolongan la relación a bajo coste, negociada en condiciones de ventaja en un momento psicológico delicado del empleado. Con ello, se apropian de la última gota de sabiduría del empleado, del que extraen aquellos saberes cristalizados que pueden ser de utilidad inmediata. La búsqueda de ocupaciones resulta mucho más difícil para aquellos empleados prejubilables sin cualificación. Sus habilidades suelen tener menos valor en el mercado, a lo que se añade una menor capacidad financiera para iniciar un proyecto autónomo. El grado de ocupación en la franja de edad entre 55 y 64 años es mucho más elevado entre los empleados con una formación alta, llegando al 63,7%. Entre los ciudadanos con un grado de formación medio, la ocupación desciende
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a esa edad al 48% y se reduce al 32% para los trabajadores con un bajo nivel educativo, según los datos disponibles de Eurostat. El problema es grave, mucho más si se tiene en cuenta que es el colectivo que más va a crecer en los próximos años. La tarea de las instituciones es abordar ese problema, comprender sus causas y enfocar soluciones, que, o bien permitan un entorno laboral integrador, quizás a tiempo parcial, o bien faciliten al trabajador un nuevo estadio de actividad o semiactividad como persona libre. O lo uno o lo otro. Y ambas necesitan un apoyo público y social que, desgraciadamente, no solo no se produce sino que parece desenfocarse radicalmente, como veremos en el siguiente capítulo. 4. El derecho a la reducción de la vida laboral El retraso en la edad de jubilación se plantea como una consecuencia inexorable del envejecimiento de las sociedades desarrolladas. Sin embargo, la vinculación directa entre este problema y esa solución esconde, simplemente, la manipulación interesada de un riesgo futuro, que hemos abordado ya en un capitulo anterior146 dedicado a cuestionar la crisis financiera de la seguridad social a la que parece estamos abocados. El propósito de este capítulo es actualizar el derecho a una menor vida laboral y a reafirmar que ese derecho es posible y forma parte de la autonomía vital más valorada y deseada por el trabajador. Por un lado, la práctica social avala el acortamiento de la vida laboral; por otro, las empresas y los trabajadores, estos disminuyendo sus ingresos, son capaces de compartir los costes de reestructuración de sus plantillas, hasta la edad de jubilación, sin reclamar fondos públicos. Por último, desde una perspectiva macroeconómica, la sociedad ha generado y genera suficiente riqueza para financiar la crisis de envejecimiento sin incurrir en déficit ni endeudamientos de la hacienda pública, la única competente por tratarse un problema de todos los ciudadanos. En ese contexto, solo debería faltar un acuerdo para formalizar la mejor solución y la mejor forma de repartir las cargas. No es así. Antes es preciso desmontar las maniobras que pretenden desviar la crisis de envejecimiento hacia los trabajadores, incrementando su vida laboral bajo la excusa de una quiebra de la 146 Ver capítulo titulado “La manipulación de los riesgos futuros y el retraso en la edad de jubilación”
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Seguridad Social, que ya ha sido denunciada como maniobra147. La manipulación de los riesgos futuros, amparada en proyecciones discutibles cargadas de intención, termina cuajando en la sociedad por el tremendo poder mediático de las corporaciones y think tank, hasta oscurecer y desenfocar el problema. No es la primera vez: la pretensión de descargar sobre sus espaldas la responsabilidad de los desequilibrios demográficos tiene el mismo origen que la que consiguió trasladarles, en exclusiva, las políticas de austeridad para solucionar los desequilibrios de los 70 y 80. El resultado de aquel sacrificio fue el incremento extraordinario de los beneficios empresariales, una situación que no impide hoy nuevas demandas de sacrificios.148 El hecho es que abundan los mensajes dirigidos a la opinión pública y a los gobernantes que dicen basarse en el realismo pero que están soportados en una mezcla de opiniones y deseos que quieren convertir en verdades incuestionables. Por un lado, parecen negar la posibilidad de reducir la vida productiva a algo menos del 40% de la vida biológica, lo que supondría reducir el tiempo de trabajo real a 35 años efectivos (de los 25 a los 60 años, por ejemplo). El argumento no se sostiene: como bien señala Manuel Castells149, ese objetivo es perfectamente posible, a pesar del envejecimiento de la población, si se cumplen las esperanzas de incrementos de productividad de los principales institutos de investigación. Entonces, emplean el argumento central: es la única forma de evitar la deslocalización del capital, dicen los dueños del capital, ciudadanos europeos o norteamericanos. Lo dicen como si los países desarrollados, sus gobiernos y sus ciudadanos, los mayores consumidores del planeta, donde se localizan las principales industrias y tecnologías, donde tienen ellos mismo sus residencias, pudieran ser tratados como nenes pequeños que no tuvieran instrumentos de defensa ante ese ardid. Lo que se pretende es simplemente sancionar como permanentes los desequilibrios actuales entre capital y trabajo. El propósito es sencillo: aumentar de forma inmediata, por ley, la edad de jubilación antes de que se produzca un debate más sosegado con todos los datos y argumentos. De tapadillo ponen en marcha una medida que, en esencia, significa renunciar a la sociedad del ocio y del 147 Lo es pero solo parcialmente. El déficit de fondos para financiar la mayor población de pasivos puede perfectamente obtenerse de los impuestos cargados sobre el conjunto de los ciudadanos, al igual que hoy sucede con las rentas no contributivas. 148 Ver argumentos y datos incluidos en el apartado “El expolio del trabajo” 149 Manuel Castells, en obra citada, “La era de la Información”.
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conocimiento. Sin embargo, a pesar de los mensajes de los gestores del miedo y los interesados gurús del catastrofismo, el reto de la reducción de la vida laboral sigue siendo posible. 1. Es y debe ser la consecuencia lógica de los mayores incrementos de productividad que provocan las TIC. Su concreción preferente sería un mayor tiempo disponible para las personas, algo que, que por encima de la mejora de retribuciones, se ha convertido en el beneficio más deseado de los trabajadores.
2. Cualquier enfoque del problema debe reconocer que la distribución de la carga de trabajo es asimétrica a lo largo de la vida laboral. La población desea capitalizar en forma de la máxima autonomía y libertad para su madurez el esfuerzo prolongado de rendimiento que ha desplegado a lo largo de toda su vida.
3. La eficiencia del sistema depende de cómo resuelva el hecho cierto de que, a partir de un cierto momento, la lógica de las organizaciones choca con la de los individuos. Si las empresas consiguen ofrecer una alternativa atractiva a los más adultos, para que de forma libre, opten por continuar trabajando el problema está solucionado. Penalizar la búsqueda de soluciones alternativas y conservar a los seres maduros y gastados en las estructuras empresariales hasta pasados los 65 años, porque sí, ni es creíble ni productivo.
Hay que asumir que la reducción de la vida laboral no es un asunto menor, ni un capricho de trabajadores occidentales, debilitados por el consumismo: “el número de horas laborales y su distribución en el ciclo vital y en los ciclos anual, mensual y semanal de las vidas de la gente son un rasgo central del modo en que sienten, disfrutan y sufren” los ciudadanos, como bien señala Manuel Castells. Es una de las aspiraciones que mejor identifican un modo de vida, una característica esencial de su sociedad. La solución pasa por distinguir dos aspectos del problema: por un lado, es posible seguir reduciendo el tiempo de trabajo medido a lo largo de toda la vida laboral. Y, por otro, es conveniente asumir una distribución asimétrica del tiempo de trabajo, más intensa al principio y más relajada al final de la vida. Es evidente que la reducción del tiempo de trabajo no puede ser sinónimo de reducción de la jornada diaria ni tampoco semanal: ya no tiene sentido hablar de 40 horas semanales ni
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de las 35 horas legisladas por la izquierda en Francia. Tampoco tiene sentido limitarse a flexibilizar el cómputo anual del tiempo de trabajo, como proponen las empresas, para así ajustar el trabajo a las necesidades estacionales de producción. La reducción del tiempo de trabajo debe entenderse a lo largo de toda la vida, periodo en el que debe organizarse el reparto en función de las facultades y posibilidades de cada etapa laboral. Durante todo el siglo XIX y XX ha habido en los países desarrollados una continua reducción de la cantidad de trabajo medida a lo largo de la vida laboral de una persona150. En 1850 un trabajador lo era a lo largo de 150.000 horas en toda su vida. En 1900 se trabajaba un 13% menos, alrededor de 130.000 horas, construidas a partir de un promedio de 2.700 horas anuales durante 48 años. En 1950, la vida laboral se concentraba en 110.000 horas, a razón de 2.345 horas anuales y 47 años. En 2000 se situaba, en promedio en 75.000 horas anuales, que equivalen a 41,5 años trabajando un promedio de 1.800 horas año, aunque en muchos países europeos se sitúan por debajo de las 60.000 horas. Esa evolución significa que en los últimos 150 años se ha reducido más de la mitad el tiempo de trabajo... en los países desarrollados. Esa tendencia a la reducción ha sido paralizada por la globalización y la depresión del mercado de trabajo. Si décadas atrás todo parecía favorecer una convergencia en todos los sectores y países del Primer Mundo hacia una vida laboral más corta, esa tendencia se hace, cada vez, menos homogénea. Hace 13 años, en 1994, un estudio de la OIT151 señalaba “la diferenciación, cada vez mayor, de las horas laborales entre los distintos países y también, dentro de ellos entre las diferentes industrias, tras un largo periodo de estandarización y armonización”. Las estadísticas152 ofrecen hoy una panorámica muy desigual. En algunos países avanzados europeos -‐Francia, Alemania, Holanda, Noruega-‐ las horas trabajadas se sitúan alrededor de las 1.500 horas por año. En otros desarrollados, principalmente de influencia anglosajona -‐EEUU, Gran Bretaña, Canadá, Australia, Nueva Zelanda-‐ las horas-‐hombre anuales siguen estando por encima de las 1.750 horas año, una cifra similar a la existente en Japón y algo inferior a la de México, menor a su vez de la existente en la República Checa y
150 Datos básicos de Maddison, A (1982). Phases of Capitalised Development y Schuldt, citados por Manuel Castells en obra citada. 151 OIT. 1994. “La evolución del tiempo laboral” Comparación desde 14 países industrializados” 152 OCDE. Estadísticas laborales 2005.
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Polonia, cercanas ya a las 2.000 horas por año. Todos son superados ampliamente por Corea, con jornadas de 2.400 horas año, símbolo de los rasgos del nuevo capitalismo de los países orientales. Por último, los trabajadores chinos se sitúan en 2.700 horas, una cifra similar a las de los países occidentales hace 100 años. ¿Es posible en estas condiciones seguir aspirando a una reducción de la vida laboral? Lo es, a condición de que se reequilibre el esfuerzo desplegado a lo largo de toda la vida o, con más precisión, a que se reconozca el desequilibrio del esfuerzo que se realiza en sus diferentes etapas. Pero la pregunta podría plantearse al revés: ¿alguien cree que es posible caminar en la dirección opuesta hasta el punto que los trabajadores occidentales regresen a situaciones del pasado, cercanas a las que conocen los países emergentes? La tremenda desigualdad existente en jornadas y salarios entre los trabajadores del mundo no pueden ser eternas ni justificarse para caminar hacia atrás. Han existido siempre en mayor medida aunque ahora se hagan más visibles. Tampoco la fortaleza del capital ni su capacidad de imponer soluciones son suficientes para conseguir el consenso social que aumente la vida laboral en los países desarrollados. Lo uno no lleva necesariamente a lo otro en democracia: no hay motivo que justifique trabajar más horas durante la vida de una persona, no hay ninguna justificación para retroceder en la historia a pesar del envejecimiento de la población. Desde luego no la hay mientras las empresas incrementan sus beneficios de forma exponencial. El objetivo de aportación de cada individuo se debería empezar a medir en horas acumuladas a lo largo de toda la vida, no en años de trabajo. Ahora que la hacienda pública dispone de una historia pormenorizada de todas las rentas, no hay ninguna razón para desconocer la historia laboral del individuo medida en el número efectivo de horas trabajadas acumuladas en los diferentes trabajos. Si los trabajadores son tratados como mercancía tienen derecho a ser trazados153 como tal. Al hacerlo, se comprobaría que es posible generar 70.000 horas de trabajo, a lo largo de la vida laboral, por ejemplo, y, al tiempo, reducir el número de años trabajados. Significa reconocer que el trabajo se distribuye de forma desigual, de acuerdo a las posibilidades de aportación de cada etapa, como, de hecho, se está haciendo en la actualidad.
153 La trazabilidad es un conjunto de datos –especie, origen, edad- que se incorpora a todo producto para informar al consumidor de sus rasgos alimenticios. Permite conocer de donde procede el pez que compramos o qué ha comido el pollo que nos venden.
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Supone reconocer y cuantificar una situación evidente: la empresa se aprovecha de las mejores energías –las iniciales y las del profesional formado-‐ durante los primeros 15 años de actividad, en los que es habitual entregarse a jornadas cada vez más largas a cambio de estabilidad en el empleo, una reclasificación salarial o una promoción jerárquica. Desde los 25 a los 40 años, un profesional dedica no menos de 43 horas a la semana154 lo que significa 2.000 horas al año y 30.000 horas en los 15 años. Esas jornadas son superadas en determinados ámbitos: los jóvenes ejecutivos del mercado financiero de Luxemburgo, Japón e Irlanda dedicaban una media de 47,6 horas semanales.155 Con el paso del tiempo, se accede a una etapa intermedia con perfiles más laxos en la que la falta de incentivos y/o una estabilización de la retribución hace disminuir ese ritmo frenético, hasta mantenerse en una media de 38 horas semana y 1.800 horas año. Es un trabajo de más calidad pero eso no importa ahora: en esos segundos 15 años, ha generado otras 27.000 horas. Tiene 55 años y ha aportado ya el 81% de lo que podría ser su compromiso laboral. Son momentos en los que aparecen nuevas contradicciones entre los intereses de empresa y empleado que dan lugar a una creciente distancia entre ellos: si se resuelven, el futuro está allanado y será posible que trabajando a menor ritmo, 1.500 horas al año ó 30 horas a la semana, alcance su objetivo en 8 años, jubilándose a los 63 años. Pero puede que la falta de reconocimiento mutuo entre empresa y trabajador no encuentre un cauce satisfactorio para ambos. En ese caso, probablemente opte por descender algo sus retribuciones para incrementar sus tiempos de ocio o concentrar los tiempos de actividad en periodos intensivos de tiempo, dedicados a cumplir una tarea o un proyecto, alternados con largos periodos de descanso. Puede que desee alternar las obligaciones de un trabajo dependiente con otras de asesoramiento o consultoría o como trabajador autónomo. En ese contexto de libertad es muy probable que le sea fácil comprometer un mínimo de 500 horas al año, lo que le supone acumular otras 10.000 horas de trabajo hasta los 65 años. Significa que habría alcanzado las 154 Simplemente jornadas de 9 horas de lunes a jueves y otra más corta, de 7 horas, los viernes. 155 La encuesta ha sido realizada por Robert Half, empresa especializada en la contratación de ejecutivos. Luxemburgo registró la semana laboral de mayor duración, con una media de 47,6 horas, seguida de Japón e Irlanda. Uno de cada tres ejecutivos en todo el mundo trabaja de forma regular en casa, durante la tarde-noche. Un doce por ciento reconoce trabajar cada fin de semana. Reuters, 4-10-2007.
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67.000 horas, es decir un 96% de su compromiso social de trabajo. Puede, por supuesto, prorrogar 5 o más años más ese nivel de actividad y superar las 70.000 horas a lo largo de su vida laboral sin forzar ninguna situación. Ese reconocimiento de los efectos de la distribución de la carga de trabajo a lo largo de toda la vida, aporta ya otra mirada al problema en el que la libertad permite incorporar eficiencia, rentabilizando cada etapa de su vida de acuerdo a sus posibilidades. Pero no impide abordar, además, la reducción del tiempo global aportado, una reclamación lógica y posible, ajustada a los cambios habidos en la productividad del trabajo. Según Peter Drucker la productividad en los países occidentales se ha multiplicado por setenta y cinco en los últimos cincuenta años156 lo que significa que es, probablemente, 100 veces superior a los que era hace un siglo. En parte, ese aumento ha permitido incrementar los salarios reales y reducir la jornada de trabajo pero, en absoluto157 en los términos en los que ha crecido la productividad: en los últimos 20 años por ejemplo, la congelación de los sueldos en términos reales -‐o con incrementos en todo caso por debajo que la productividad-‐ ha coincidido con un incremento de los beneficios empresariales que multiplicaban por ocho los de la productividad. Significa que a lo largo de su vida, los trabajadores han contribuido decisivamente en los incrementos de productividad de sus empresas y países, en una parte no retribuida que ahora tienen derecho a reclamar. La pérdida de peso de las rentas del trabajo en la renta nacional es un índice de ese desfase. La sociedad del ocio sigue siendo posible si los incrementos de productividad generados por las nuevas tecnologías se liberan definitivamente y no se produce apropiación desproporcionada de esa productividad y de ese excedente por el capital. O si, como se señala más adelante, el capital humano se asume como parte del capital y reivindica su entrada como accionista en una parte equivalente a su aportación de valor. La libertad del trabajador y la flexibilidad de la empresa y la propiedad del capital, como prerrequisito de eficiencia,
156 Peter Drucker en “La sociedad poscapitalista”. (Deusto SA Ediciones, 1993) 157 Si la capacidad de generar riqueza para todos, empresarios y trabajadores, se ha multiplicado por 100, el tiempo de trabajo “solo” se ha reducido a la mitad. Las retribuciones deberían haber crecido 50 veces en términos reales, es decir descontada la inflación, para que las mejoras de la productividad se hubieran repartido equitativamente, algo que no ha ocurrido al menos en los últimos 20 años.
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vuelven otra vez a escena, dando lugar a un debate que es también político, como se analiza en el último capítulo. 5. Trabajos sociales y socialización del conocimiento Los gobiernos y partidos, incluidos los de izquierda, parecen obcecados en no mirar su entorno. Parecen sufrir un ataque de realismo político que está destinado al fracaso, precisamente porque choca con la realidad, es decir, con las pautas y comportamientos de la economía real. Al margen de políticos y funcionarios cuaja un consenso básico y profundo entre todas las partes implicadas que puede resumirse fácilmente: las grandes empresas prefieren deshacerse de sus trabajadores mayores porque los creen obsoletos y sus sueldos son altos. Los propios empleados eligen retirarse si su retribución no merma demasiado, pero confían en mantener algún grado de actividad que les mantenga vivos y complemente sus ingresos. Por último, los sindicatos continúan patrocinando la prejubilación en los ajustes de plantilla. La realidad muestra que las partes pueden llegar a acuerdos para financiar, con sus propios medios y sacrificios, su voluntad de desengancharse de una relación no deseada. Pero no importa: las conclusiones a las que llegan no parecen ser aceptables socialmente en función del interés general. ¿Cuál es el interés general? ¿Cómo conciliar el interés general con los intereses de las partes? Es a ello a lo que dedicaremos unas líneas. Pero antes, conviene insistir en lo dicho: ese interés general no puede concretarse en el descenso de impuestos a las empresas mientras disminuye la retribución de los trabajadores y su participación en la renta nacional. Se hierra cuando se centra el debate en un problema de distribución de renta, en un problema de asistencias sociales y de recursos. También se hierra si se presenta como un problema de egoísmos, como un conjunto de partes que, pensando en sí mismo, prefiere trabajar menos ganando casi lo mismo o prefiere deshacerse de gente mayor por gusto. El problema tiene otra naturaleza: consiste en definir cómo producir capital intelectual, cómo aprovechar el talento de los profesionales adultos, cada vez con una esperanza de vida más larga, cuando entran en conflicto con sus organizaciones, si ellas no son capaces de integrarlos. El debate debe centrase, por tanto, en cómo organizarse socialmente para aprovechar la inteligencia existente e innovar más mientras se da solución a un problema social que la lógica
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privada de las partes no encuentra modo de resolver satisfactoriamente. El desarrollo de la Sociedad del Conocimiento deberá resolver precisamente esos problemas si no quiere fenecer antes de nacer. Como en otros aspectos de la vida social, aquí tampoco la libertad de unos puede ir en contra de la libertad de todos: la búsqueda de la mejor organización de los recursos requiere establecer el marco adecuado para que los espacios de libertad generen progreso para el conjunto. No queda más remedio que cambiar los valores organizacionales de las empresas o aceptar que las personas maduras opten, antes de jubilarse, por conocer una nueva etapa de semiactividad alejada de la dependencia salarial. No queda más remedio que cambiar las pautas laborales o aceptar como normal una situación intermedia, previa a la jubilación, en la que la autonomía de las personas se estructura sobre nuevos estabilizadores sociales compatibles con los sistemas de pensiones, lo que, en cualquier caso, requieren repensar y reestructurar los apoyos prestados desde las instituciones. Se trata de un problema cultural más que biológico. En buena parte de Occidente, y, en particular, en el modelo anglosajón, las empresas conceden los puestos del Consejo de Administración a personas cercanas al primer ejecutivo pero alejadas de la propia industria, desconocedoras del sector y de las particularidades de su negocio. Otros modelos operan de forma opuesta, como en Japón158, donde la mayoría de los consejeros ejecutivos proceden de directivos intermedios de la empresa. Allí, las promociones internas tienen un recorrido mucho más largo, de modo que se aprovecha la experiencia interna y el conocimiento del negocio que aportan sus trabajadores más expertos para ocupar los puestos más relevantes. A pesar de la visión corporativa y paternal que se achaca al capitalismo nipón no deja de ser un ejemplo, teniendo en cuenta que sigue formando parte de la vanguardia tecnológica. En cualquier caso, una cosa es evidente: el problema es mayor cuanto menor es la capacidad de las empresas para aprovechar el talento interno en sus organizaciones. Es estúpido excluir a los más capacitados en aquellas funciones directas, operativas, en las que la
158 El modelo japonés, aunque formalmente parecido al anglosajón, está complementado por otras estructuras informales que facilitan el diálogo entre directivos, accionistas y acreedores financieros. “El Gobierno de la empresa”. Vicente Salas Fumás. (Colección Estudios Económicos La Caixa, 2002)
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capacidad de identificar y resolver problemas es determinante para el éxito. Allá las empresas si lo quieren hacer. Pero más estúpido aún excluirles de tareas de apoyo o staff para las que están especialmente capacitados, como son la formación, la investigación o las funciones estratégicas, que son objetivamente relevantes para su negocio. Organizar el trasvase de experiencias de mayor valor es indispensable para el desarrollo de los negocios a medio y largo plazo. El traslado de adultos expertos a tareas de formación es indispensable para poner esas operaciones al servicio de la innovación continua y desarrollar proyectos concretos que estén pegados a tierra. Como alternativa, es conveniente fomentar el que los ex asalariados continúen prestando servicios remunerados: colaboraciones a tiempo parcial, ponencias en seminarios o participación en consejos consultivos en empresas son algunas de las opciones. Se trata de tareas de asesoramiento que suelen estar al alcance de los más cualificados mientras el resto asume trabajos esporádicos de poco valor o desarrolla una nueva afición con el propósito de obtener ingresos. Los perdedores, aparentemente, son los trabajadores de menor cualificación aunque no siempre sea así: el conocimiento de un oficio o el desarrollo de habilidades prácticas suele abrir puertas para obtener ingresos que complementen lo pactado en sus planes de retiro. La cuestión es desarrollar nuevas funciones y nuevas actitudes que aprovechen las muchas capacidades de los prejubilables. Porque, no lo olvidemos, lo que está en juego no es el uso o no de esos trabajadores, convertidos en indispensables, sino la forma en que se va a realizar: lo que está en juego es el modelo de sociedad que se desea construir y el rol que se ofrece a estos ciudadanos. Recordemos los datos del problema. Antes de que se produzca la crisis en el sistema de pensiones, cuyo inicio se estima para 2025 se producirá un cambio revolucionario en el mercado laboral. En España por ejemplo, -‐y se han aportado datos de muchos países desarrollados y emergentes que caminan en la misma dirección-‐ los mayores de 50 años están empezando a crecer hasta alcanzar 3 millones más en los próximos 15 años. Significa que pasarán a representar el 38% de la fuerza de trabajo, 12 puntos más que lo que representa el 26% actual. Son datos que indican que el problema es ya inmediato y creciente y se trasladará de forma progresiva a las empresas en forma de envejecimiento de las plantillas. De modo que lo que está en discusión no es la necesidad de utilizarlos sino el cómo hacerlo; del modo en que
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se resuelva su aportación va a depender no solo la crisis del sistema de pensiones, cuyo comienzo los analistas han localizado en 2025, sino, sobre todo, qué modelo de sociedad se desea construir. En EEUU cada vez más empleo está dependiendo de ellos. Resulta ciertamente llamativo que los activos mayores de 54 años, que apenas representan un 15% del total de empleos, hayan acaparado casi dos tercios de los puestos de trabajo netos creados desde 2002. Para algunos,159 este aumento de viejos trabajadores parece ser un síntoma -‐¡cómo no tratándose de EEUU!-‐ de la flexibilidad de un mercado en el que los trabajadores de más edad pueden encontrar empleos a un ritmo tan saludable, al contrario de lo que acontece en las economías europeas. Pero, enseguida, aparecen otros datos que ofrecen otro perfil distinto del problema: el estallido de las burbujas tecnológica e inmobiliaria ha generado una pérdida de riqueza acumulada para la jubilación que agrava la inquietud ante los problemas financieros de los sistemas de salud y pensiones, provocados por los nacidos durante el “baby boom”. El resultado es que lejos de ser un síntoma de flexibilidad y libertad es de lo contrario: una decisión asociada a la desprotección, la necesidad y el miedo. El hecho es que los mayores se ven obligados a trabajar contra su voluntad. Aprovechándose de esa situación, una de las soluciones ya implantadas en algunas empresas es simplificar las formas de producir para ocupar, aunque sea a tiempo parcial, a muchos más trabajadores mayores. Eduard E. Gordon cita el caso de la firma de cosméticos Bonne Bell, en el estado de Virginia, que, en 1997, lanzaba un departamento de producción bajo la tipología “seniors-‐only”. En 2001, los jubilados significaban cerca del 20% de sus 500 trabajadores y asumían un trabajo que, antes, era externalizado. La edad media de los trabajadores de la línea de montaje es de 70 años, la persona más vieja acaba de superar los 90. Dicho autor cita también otras empresas que han aplicado decisiones similares, como Deere&Company, el principal grupo financiero del estado, PitneyBowes, el Vanguard Group, y el St. Marie Médical Center en Huntington. Nace un nuevo yacimiento de “personas necesitadas” para poder explotar hasta poco tiempo antes de su muerte, que pueden sustituir incluso los trabajos subcontratados a países lejanos. Terrible perspectiva para los viejos trabajadores del Primer Mundo, el de 159 Edward E. Gordon autor de “The 2010 Meltdown: Where will we find workers?” (Greenwood, 2005). Articulo publicado en Employee Benefit News.
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sustituir las externalizaciones y competir con otros explotados situados en regiones lejanas del Tercer Mundo. Terrible perspectiva la que brinda una tecnología que es aprovechada para resucitar el viejo taylorismo y aplicarlo a los más necesitados de cariño y apoyo.
Con todo, son los primeros datos de un futuro diferente en el que la escasez de trabajadores va a ser determinante y que está a la vuelta de la esquina. Un futuro que pone encima de la mesa el modelo de sociedad que se desea construir y el rol que les corresponde ocupar a los mayores. Es posible y necesario construir un nuevo entramado social que aborde un cambio de cultura e incentive soluciones imaginativas que favorezcan la socialización del conocimiento. No todo puede reducirse a una lógica privada que conduzca a un futuro rechazable desde cualquier punto de vista: los poderes públicos tienen la obligación de abordar todas sus variantes incluido el desempeño de servicios sociales amparados en el interés general.
Es de interés general cambiar el sentido de las cosas, para pasar a facilitar lo que ahora se dificulta. Por interés general hay que establecer las condiciones más adecuadas para el retiro parcial, una situación a partir de la cual se obtiene una pensión aunque se incentiva continuar con una actividad. Requiere, por un lado, que se baje el umbral mínimo que dé derecho a algún tipo de pensión aunque su importe sea proporcional a lo cotizado a lo largo de toda la vida laboral, para aproximarse a lo que sería un sistema de capitalización privado. Pero, sobre todo, requiere que las leyes faciliten la creación de nuevas actividades en los 18 meses después de producirse cualquier ruptura que dé derecho a un tipo de prestación. Lo normal es que no sea así, lo normal es que las leyes y los pactos entre trabajador y su ex empresa, lejos de facilitar esa actividad, la limiten de alguna forma. Por un lado, la adscripción formal a las listas de parados le impide trabajar si quiere mantener el derecho al seguro de desempleo que ahora le es fundamental para vivir; además, si el prejubilado comienza a desarrollar otra actividad, no solo perdería el subsidio sino que debería comunicárselo a su antigua empresa que dejaría de asumir la cotización de la Seguridad Social pactada. Las dos cosas le preocupan porque añaden riesgo a su situación. Por último, el acuerdo de prejubilación suele establecer restricciones al ex empleado para que no desempeñe tareas que puedan ir en contra de los intereses de la compañía y eso supone que le dificulta aprovechar sus relaciones en el sector.
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El interés general debe aprender a reconocer, en paralelo, que las personas mayores son una nueva fuerza para el desarrollo. No son solo receptores de cuidados, sino dadores de servicios no retribuidos que rodean a la institución familiar. Un estudio de la Fundación BBV de 2002 recuerda que, en España, sólo el 12% de los cuidados se llevan a cabo por profesionales, y que el 88% lo ejecutan miembros de la familia, sobre todo los padres y las mujeres. Si ese 88% que cuidan a enfermos, niños u otros viejos se declarara en huelga, cualquier sistema de salud entraría en un colapso, el Estado entraría en bancarrota.
De lo que se trata es de ampliar la gama de actividades que pueden aprovechar las muchas capacidades ociosas de las personas que rondan o superan los 60 años. No es solo servicios de atención a los miembros de su familia, es también servicios productivos que enganchen con la transferencia de experiencias y saberes y les ofrezcan alternativas compatibles con sus deseos de descanso y ocio. ¿Por qué no poner en marcha un nuevo servicio social obligatorio para toda persona que desee prejubilarse? Parece lógico condicionar la percepción de dinero público al cumplimiento de una serie de trabajos sociales imprescindibles. Requiere la puesta en marcha de bolsas de servicios públicos y de bancos de conocimientos, con el perfil detallado de lo que cada uno puede aportar, en los que se deberían de inscribir los que aspiren a percibir algún tipo de prestación pública.
El hecho cierto es aprovechar como una fuerza social imprescindible el conocimiento capitalizado a lo largo de la existencia. No importa si se mantiene vivo ejerciendo un puesto relevante en el interior de las grandes corporaciones o una función externa desde pequeñas empresas de consultorías y servicios o desde un centro de producción de saber o asumiendo trabajos sociales desinteresados. El hecho es asegurar su aprovechamiento social sin coartar sus deseos de libertad y descanso.
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CAPITULO VII LÓGICAS DEL PODER GLOBAL 1. Actores del poder global Sostiene Michel Foucault160 que no puede haber sociedad sin relaciones de poder. Los espacios cotidianos se convierten en espacios de poder, en espacios estratégicos que poseen una lógica, que
responden a un tipo de racionalidad. Esta sociedad se está construyendo desde la lógica del poder global que influye en las familias, en las instituciones y en las empresas. Su acción constituye, atraviesa, produce a los sujetos, lo mismo que facilita o dificulta, amplia o limita el desarrollo de las personas y las cosas. En nuestra época, la lógica del nuevo poder influye en la debilidad y en el poco reconocimiento del trabajo, algo que moldea íntimamente la vida de cada trabajador. Esa situación es objetivamente ineficiente en comparación a cómo podría ser.
Al analizar las lógicas del poder global es conveniente recuperar una afirmación del sociólogo alemán Robert Michels, el autor de la denominada “Ley de Hierro de la Oligarquía” que ya ha sido citada y analizada anteriormente161: "tanto en autocracia como en democracia siempre gobernará una minoría” decía. Su afirmación está basada en el convencimiento de que, cuanto más complejas se hacen las cosas y más grandes las organizaciones, más se justifica el poder de una minoría que queda legitimado por la rapidez en la toma de decisiones y la necesidad de dotar eficiencia al conjunto. La contraposición entre liderazgo fuerte y democracia interna se sintetiza también en otra expresión del mismo autor: “quien dice organización, dice oligarquía”. Ambas reflexiones nos permiten entrar de lleno en el asunto clave de este capítulo: calibrar en qué medida el desarrollo de nuevas oportunidades participativas, de nuevas demandas de transparencia y libertad que afectan a instituciones tan básicas como la familia o la empresa y transcienden a toda la sociedad, aportan un nuevo escenario que facilita la conciliación entre eficacia y participación, entre minorías 160 Michel Foucault. Ensayos y entrevistas compiladas por Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría. “Microfísica del poder”. (Editorial La Piqueta, Madrid, 1979).. 161 Ver el apartado “Paradigmas económicos, tendencias sociales” incluido en el capitulo segundo del libro. Robert Michels, (Colonia, 1876-Roma, 1936) es autor de “Los Partidos Políticos”, (Amorrortu, Buenos Aires, 1.984)
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y mayorías, ofreciendo un nuevo tipo de liderazgo no reñido con la institucionalización de pautas equilibradas de poder. O de otro modo: calibrar en qué medida, el dominio de las oligarquías forma parte de una ley de hierro y, por tanto, inexorable y eterna, o está construida de otro material más fungible y volátil, más sujeto a coyunturas históricas, que debilitan o refuerzan las lógicas elitistas o democráticas. Los términos globalización y multinacionales son dos iconos sobre los que descansa una forma de poder mundial que, por un lado, es sinónimo de concentración y centralización, mientras, por otro, parece oponerse al progreso social. Ni es exactamente así ni su análisis agota, en absoluto, lo que son las expresiones del poder en un mundo global. Entre otras cosas, porque todo poder está representado por un par de fuerzas162, lo que obliga a identificar no solo quién lo ejerce sino también quién se resiste a él. De modo que requiere repasar las principales perspectivas en que se manifiesta ese par de fuerzas: la oposición entre poderes privados y poderes públicos, entre estado y sociedad, entre capital y trabajo… y la forma en que inciden otras muchas y más difuminadas fuerzas. Todavía más: para abordar las lógicas actuales del poder no solo es imprescindible conocer e identificar a los que componen cada par de fuerzas enfrentado, sino también conocer cómo se ejerce el poder, como se concreta, como es su forma de funcionar. Y es ahí, donde aparece la oposición entre las tendencias elitistas y las participativas, la forma en que las minorías poderosas se manifiestan. Repasar la lógica del poder global, supone, por todo ello, iniciar un viaje complejo con manifestaciones entre los más grande y global y en lo más pequeño y local. Hablar de multinacionales y globalización supone abordar el poder desde la perspectiva más grande. Son fenómenos que representan el cemento sobre el que se asienta la hegemonía de las grandes potencias, lideradas por EEUU, y el poder de las minorías que gobiernan el mundo. La globalización está tan pegada al neoliberalismo que es frecuente asimilarlos como inseparables, aunque el primero es un proceso socioeconómico y tecnológico y el segundo, la ideología que mejor lo ha justificado y defendido mientras lo dirigía hacia un único objetivo: la defensa de un modelo de crecimiento con desigualdad que fortalecía el poder del capital internacional y los centros de poder hegemónicos mientras se debilitaba el trabajo y las ideas fuerza de la 162 Michel Foucault, obra citada.
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izquierda tradicional: papel del Estado, seguridad social, impuestos, salario mínimo, etc. Pero, si ambos se pudieran separar, se comprendería que la globalización es también una fuente de progreso y civilización al promover el intercambio de ideas, servicios y bienes y dar oportunidades a pueblos que hasta ahora estaban marginados de las ventajas del desarrollo económico. La desigualdad del mismo es consecuencia de quien ha tomado la dirección de la cosa, no de la cosa en sí: precisamente por eso, otro mundo es posible. El que lo sea o no dependerá en todo caso de las relaciones de poder, es decir, de la resultante de cada uno de los pares de fuerzas que enfrenten a quien ejerce el poder y a quien lo sufre. Uno de esos pares es el que enfrenta el dominio de los grandes estados, singularmente EEUU, y las grandes corporaciones multinacionales cuya evolución podemos dibujar en tres escenarios posibles. • En el primero, la hegemonía absoluta de los EEUU deviene en un imperio político global gobernado con el apoyo de las grandes compañías transnacionales y algunos centros regionales de menor entidad. El mundo es gobernado desde una especie de unilateralismo bajo una pax americana no cuestionada.
• En el segundo, se desarrollan diversos centros regionales visibles que compiten y cooperan entre sí. Esos centros de poder regional no están limitados a los tradicionales (EEUU, UE, Japón), sino todo lo contrario: se da por hecho que se ampliaría a otras grandes democracias (India, Brasil) y a países como Rusia o China, con enormes recursos y regímenes no democráticos. Incluye un cada vez más probable desplazamiento de poder hacia el continente asiático. Las multinacionales, presentes en todos ellos, actúan de bisagras y colchón, adaptándose a las circunstancias mientras reclaman reglas claras que faciliten un cierto equilibrio multilateral y la mediación de instituciones supranacionales.
• En el tercero, el poder de los estados y las organizaciones públicas decrece mientras se imponen nuevas “formas jurídicas” que generalizan la privatización del derecho (códigos éticos, legitimidad de grupos de poder fáctico, tipo G8) como forma de expresión que mejor define el predominio de las grandes corporaciones internacionales. La ausencia de territorialidad e incluso de visibilidad de nuevos centros privados de poder marca un futuro en el que el poder se siente pero es opaco, en la mejor/peor tradición
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del Gran Hermano. El futuro asumirá alguna forma intermedia situada entre esos tres escenarios. Pero parece obvio que una perspectiva de progreso basada en los intereses generales de la humanidad debe aspirar a una institucionalización del poder global basado en normas compartidas por todos, arbitradas por instituciones multilaterales. Y que ese reequilibrio de poderes implica y requiere la construcción de unidades políticas de mayor tamaño, es decir, la consolidación de bloques regionales, con capacidad para desarrollar internamente espacios de solidaridad y de libertad adecuados a sus singularidades históricas, culturales y vitales. La experiencia de la UE al construir el primer gran espacio democrático continental – con sus muchos errores, por supuesto-‐ es la avanzadilla de lo que significa asumir equilibrios multilaterales y compartir una solución conjunta para los problemas del mundo. De ahí, el formidable reto que supone el hecho de ser extrapolable a Latinoamérica, países árabes o sudeste asiático. Es en estos espacios regionales donde vuelve a tener sentido el principio socialdemócrata que propugna "toda la competencia posible, toda la intervención pública necesaria” que concreta la presencia de las instituciones y los ciudadanos en la defensa del interés general. Aumentar el tamaño del interés público es la única forma de confrontarse con unos intereses privados de creciente tamaño. Cualquier camino alternativo, tendrá un coste más alto para la mayoría de las naciones del mundo. Y para sus pueblos. Significaría colocar a cada nación, una a una, a la intemperie de las fuerzas centrípetas y centrífugas del mercado que progresivamente acentuarán la fragilidad de sus edificios nacionales y sociales. Pero, como hemos visto, ahí no se limita la cuestión del poder en un mundo global. Para comprender todas sus derivaciones y retos es necesario repasar diversas facetas de su desenvolvimiento, que abordamos en los apartados finales de este documento. Entre ellas: 1. El comportamiento de las multinacionales como grupos de presión y su capacidad para torcer el comportamiento de instituciones teóricamente neutrales.
2. La forma en que se desarrolla el poder en el interior de esas grandes corporaciones, su progresiva centralización mientras deviene en autoridad amorfa y opaca.
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3. La utilidad del poder y su uso determinante para sacar provecho en el reparto de la riqueza creada.
4. La lógica aspiración del trabajo para participar en la gestión de las empresas y ser capital, haciendo efectiva la expresión de capital humano.
5. La conexión entre las formas de poder privado en las empresas y los modelos públicos exportados desde las instituciones dominantes. Y en particular, la experiencia que se extrae de la época de gobierno EEUU del presidente George W Bush.
El análisis culmina, y con él el libro, con la necesidad de fortalecer el empoderamiento del trabajo. Algo que requiere el desarrollo paralelo de impulsos públicos para empujar, también desde el exterior, a la democratización del poder en las empresas. 2. Multinacionales y grupos de presión: el apalancamiento del poder.
Sea cual sea el escenario dominante, la transnacionalización de las empresas se convierte en un factor común inexorable que desarrolla fuerzas privadas que compiten y se enfrentan, o incluso subyugan, a los intereses públicos. No es solo un problema de esta época: siempre ha habido intereses particulares enfrentados con los intereses generales, muchas veces en la historia se han confrontado grandes intereses privados con pequeños intereses públicos. La derrota de los intereses generales ha sido posible cada vez que han estado escasamente defendidos o escasamente representados a pesar de la pureza y amplitud de sus planteamientos. Es obvio que las multinacionales son, simultáneamente, integradoras y perturbadoras del equilibrio social. Son un factor objetivo de integración mundial en la medida que sus productos y servicios están presentes en todo el mundo con idénticos estándares de calidad y son consumidos por un número cada vez mayor de sus ciudadanos. No es algo superficial: la identificación con hábitos y costumbres globales afecta a los comportamientos sociales en niveles profundos relacionados con el modo de vida. Son, además, los agentes que mejor detectan las ventajas comparativas de cada territorio (salarios, cercanía a grandes mercados, integración en bloques regionales,
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fiscalidad, recursos naturales). Por un lado, se aprovechan de esas ventajas, pero, por otro, las ponen en valor y las convierten en oportunidades hasta el punto que es la integración en las grandes redes corporativas la que define, en última instancia, la posición de cada país en el mundo y la que determina qué exporta, qué importa y qué produce. El desplazamiento de la actividad económica hacia países emergentes es la mejor consecuencia de esos efectos. Ello las convierte, como se ha dicho en otro momento, en un valor en sí mismo en tanto que representan la organización más compleja asociada al desarrollo económico. Hasta el punto que no es posible imaginar una alternativa organizativa diferente al desarrollo actual de las fuerzas productivas que la que representan las empresas multinacionales. Dicho de otro modo: si las mejores utopías (crecimiento en paz, fin de la miseria, superación de todos los subdesarrollos, sostenibilidad...) se cumplieran y el mundo caminara en el mejor sentido posible… habría que disponer de organizaciones económicas que fueran capaces de transferir conocimientos y valor entre las diferentes comunidades, de intercambiar productos y servicios entre las naciones y de introducir la máxima eficiencia global en la gestión de los recursos. “Otro mundo es posible”. Pero cualquier objetivo social o cualquier utopía pasa por la existencia de empresas multinacionales. Cuando se afirma lo contrario se está construyendo una ucronía, no una utopía, se está navegando por el tiempo no por las ideas de perfección. Y lo peor es que se está yendo hacia atrás, retornando al pasado, al mundo de las múltiples aldeas desconectadas, y soñando con la seguridad primitiva, con las verdades del clan. Eso no significa, por supuesto, olvidar sus efectos perturbadores. Las posiciones de dominio en determinados sectores (oligopolios), las injerencias políticas en su relación con las instituciones (sobornos, corrupción) o su influencia en la opinión pública a través del control de los medios son algunos de sus efectos perturbadores. Tampoco significa asumir su organización como un paradigma inexorable o aceptar sus decisiones, y sus comportamientos. Todo lo contrario: es en el análisis de las grandes corporaciones como centros de poder donde es necesario profundizar, es en su capacidad de torcer la neutralidad de las instituciones donde se debe incidir. “Poder” significa según el diccionario de la lengua española, DRAE, “tener expedita la facultad de hacer algo”. Pero en este documento, en este contexto es, ante todo, sinónimo de ventaja. Poder es,
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sencillamente, la facultad de torcer en el propio beneficio la neutralidad. O, con más precisión: la capacidad añadida para convertir en favorables para los propios intereses los comportamientos de cualquier organización social teóricamente neutral: los gobiernos y las instituciones, los reguladores del mercado o los medios de comunicación. Es la lógica de los grupos de presión la que define la actuación de las grandes empresas. La búsqueda del mayor tamaño posible en las empresas es consecuencia de esa lógica dominante. Alcanzar posiciones de liderazgo en un sector es ya una fuerte de influencia que permite obtener ventajas, una de las principales razones para interesarse por escalar posiciones y situarse entre los primeros. El ex presidente de General Electric, Jack Welch, tenía una máxima: “o se es el primero o el segundo en cada actividad o se vende”163. Su significado es claro: no merece la pena estar en actividades en las que no se puede ser líder. Sin embargo, es obvio que el hecho de estar entre los primeros de un sector no garantiza, per se, unas ratios mejores que los de la competencia ni, en general, una mayor eficiencia. Esa afirmación parece dirigirse en otra dirección. Significa reconocer que de lo que se está hablando no es de eficiencia empresarial sino sencillamente de poder, de un poder que sólo obtiene el que controla un sector. Su efecto no se mide mediante ratios económicas inmediatos sino mediante otras ventajas intangibles que indican una posición de preeminencia sobre el resto de los competidores. Las ventajas que obtiene una empresa por ser líder está salpicada de razones extraeconómicas vinculadas al control, al dominio y, en definitiva, al plus de poder que da el estar entre las primeras. Aparentemente es algo intangible pero acabará convertido en dinero, de eso se trata. Es decir, al final, lo intangible debe convertirse en tangible, debe materializarse en resultados, debe, en suma, monetarizarse. Esa lógica de poder se convierte en dominante y responde a una oportunidad del momento. La máxima rentabilidad, las máximas plusvalías, se consiguen en las operaciones financieras –fusiones, alianzas-‐ que son, también, las que permiten aumentar de tamaño. No es extraño, estamos en la época de la construcción del gran poder empresarial de dimensión global, un momento en el que, en cada sector, se están definiendo los cinco grandes grupos que ocuparán el 80% del mercado. 163 Isabel Lafont, “La empresa conquista el tiempo y el espacio”. Revista Actualidad Económica, 9-1-2000.
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La capacidad de gestión no es hoy, propiamente, la capacidad de crecer, poco a poco, con una mejora permanente de los productos y servicios, ni con una racionalización paciente de los recursos. Esa forma de crecer, que hoy se denomina “crecimiento orgánico” debería ser la normal, -‐lo es para las pequeñas y medianas empresas-‐ pero se convierte en excepcional para los grandes grupos. Para ellos, la buena gestión consiste, principalmente, en organizar el siguiente asalto al poder con determinación. Es ahí donde se generan los beneficios extraordinarios que van a definir el éxito. Entre una operación y la siguiente, el buen gestor debe preocuparse de acumular el máximo de recursos financieros, bien mediante rápidos ajustes de costes o mediante la venta de activos físicos o participaciones empresariales. Pero lo fundamental, es saber elegir la nueva víctima o el nuevo socio, saber planificar el nuevo salto. La lógica del poder no solo define el comportamiento de las empresas hacia sus competidores, define también el comportamiento interno de los aspirantes a alcanzar el puesto de primer ejecutivo. Para conseguirlo, no se necesita un proyecto empresarial si por él se entiende un mercado, un producto y una forma de abordarlo, solo una gran determinación de ser más grande y un análisis del sector, que oriente una estrategia de fusiones y alianzas. Cualquier gestor ambicioso (y competente) se planteará su ascenso social solo en esos términos: como el arte de maximizar el poder con una mínima inversión. Porque el mismo importe invertido, la misma inversión, puede generar todo el poder o ninguno, depende de si se es capaz de capitanear un grupo de accionistas para formar una minoría de control que administre la sociedad. O sea para asaltar el poder. Consolidada esa posición de privilegio el siguiente paso es intentar comprar o fusionarse con otra compañía, mediante una sabia mezcla de intercambio de acciones y deuda. Nuestro hombre, personalmente, no necesitará desembolsar más dinero; el éxito está, precisamente, en convertir la misma participación inicial en mucho más poder. Si se consigue, entonces habrá empezado a crear un grupo. Más adelante deberá repetir esa operación con otra empresa, quizás ya en otro país. Ahí reside la nueva sabiduría empresarial en un mundo global: aprender a seleccionar la siguiente compra, y decidir si debe ser una operación amistosa u hostil. Aprender a asesorarse con bancos de inversión para apalancarse sucesivas veces mediante compras enlazadas. Entonces será un primer ejecutivo de éxito y se preocupará de “hacerse justicia” por tantos desvelos sufridos, es decir, de sacar
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partido de su situación como veremos en el próximo apartado. El apalancamiento para conseguir más poder no siempre se limita a una estrategia puramente financiera. Existen otras palancas de poder, entre las que destacan, como hemos visto, las relaciones privilegiadas con medios de comunicación y el mundo político. Y la información privilegiada que de ellas se deriva. Es decir, la corrupción. El apalancamiento en el poder es siempre rentable. La influencia y el poder son fuente de nueva influencia y poder. El control de los medios es el camino más directo de empresas y grupos de presión, con dinero para gastar y mucho que perder, para presionar al poder político. De todas las actuaciones posibles, la influencia que se obtiene con un acceso privilegiado a los medios de comunicación es una de las más rentables. La razón es obvia: su eficacia para impactar con sus contenidos y mantener la atención entre sus lectores, radioyentes y televidentes tiene una fácil derivada: la facultad para canalizar un mensaje y condicionar las pautas de comportamiento social. Más directamente, la capacidad de los medios para marcar la agenda política y judicial de las instituciones, es lo que acrecienta su interés desde las grandes empresas. Si un grupo decide entrar en su accionariado, esa participación no suele regirse tanto por pautas de rentabilidad económica como por su capacidad de influencia social. Tampoco si decide favorecerle con campañas de publicidad por encima de lo que justifica un planteamiento puramente profesional, algo tan frecuente como el aire que se respira. En ambos casos, esos pasos buscan contrapartidas informativas en el tratamiento de la información, forma parte de ese plus de poder que apetecen las empresas. El paradigma del asalto al poder desde los medios lo constituye sin duda Berlusconi y su condición de primer ministro de Italia entre 1994-‐95 y entre 2001-‐06, mientras se mantenía como el principal empresario de la comunicación de su país y entre los primeros de Europa. Esa posición hegemónica no solo le ha acorazado contra los procesos judiciales, algo ya tangible, sino que le ha producido beneficios particulares. Al cumplir el último año de su mandato, 2005, había escalado, según la revista Forbes, todas las posiciones hasta convertirse en el hombre más rico de Italia y una de las mayores fortunas del mundo. El propósito de todo poder es convertir las ventajas intangibles en tangibles. Berlusconi, no es el único: en todos los países se produce la misma colusión de intereses. Antes se ha
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hecho referencia a Jack Welch y a General Electric. Habría que añadir ahora, que en ese grupo la máxima concentración de poder mediático164 viene acompañado del liderazgo en otros muchos sectores en todo el mundo. La novedad es que, entre ellos, se incluye la industria de armamento, algo que, desgraciadamente, no es excepcional.165 Como señala Jacques Juillard, analista de la política francesa en Le Nouvelle Observateur, “la formidable concentración de poder periodístico en unas manos que no tienen nada que ver con el periodismo es una de las grandes batallas de los años futuros. No es en sí mismo el poder del dinero lo que es preciso combatir; es la capacidad del dinero para ejercer el poder donde no tiene nada que hacer: en la ciencia, el arte, la educación, la religión, el deporte, la información”166 En algo muy parecido a esto consiste el poder real en el mundo actual. El trabajo se convierte, entonces, en una fuente añadida de recursos financieros más que un recurso esencial para el desarrollo de la empresa. Del análisis de las plantillas se busca, no las ventajas en preparación respecto a la competencia, sino una nueva oportunidad para obtener plusvalías, bien mediante el descenso de salarios, la desaparición o externalización de funciones o la disminución pura y dura de efectivos. Poco importan los efectos negativos de cada actuación en la descapitalización del capital intelectual. Pueden ser muy graves pero se notarán, empezarán a sentirse en tres o cuatro años. Y en ese tiempo, la empresa será otra, estará embarcada en un nuevo asalto al poder. O habrá sido comprada por otro grupo, por
164 General Electric, con sus variadas filiales, es una de las corporaciones sobre la que pivota la industria de armamentos. Tiene posiciones de liderazgo en multitud de sectores, entre ellos construcción, generadores, electrodomésticos, plásticos. En la industria del ocio y las comunicaciones es propietario de NBC Universal, procedente de la fusión entre Vivendi y NBC. Esta unión dio como resultado una entidad que agrupa a las 29 cadenas de televisión NBC y la cadena hispana Telemundo, los estudios de cine Universal Pictures, los estudios de producción de programas de televisión Universal Television y NBC Studios, así como participaciones en diversos parques temáticos como Universal Studios Hollywood y Universal Orlando. 165 En Francia, por ejemplo, dos de los principales grupos de comunicación -Lagardere, presidido por Jean Luc Lagardere, y Dassault, presidido por Serge Dassault- ambos importantes políticos conservadores y amigos del presidente Sarkozy, tienen también la inquietante particularidad de haberse constituido alrededor de una firma central cuya actividad principal es militar (aviones, caza, helicópteros, misiles, cohetes, satélites...). 166 Jacques Juillard. Analista de la política francesa en “Le Nouvelle Observateur”. Intervención en el encuentro celebrado en París el 16-7-2007, organizado por Ségolène Royal para analizar el resultado de las elecciones presidenciales.
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otros gestores más ambiciosos, más implacables o más audaces. En definitiva: más poderosos. La ambición de poder es un acicate determinante en las decisiones de los primeros ejecutivos. Como señala el profesor Álvaro Cuervo, “la creación de imperios, el motivo de poder, ha sustituido muchas veces al beneficio en la conducta de los directivos”167. El poder como bien intangible, como inversión a corto o medio plazo que retorna y se hace tangible en forma de oportunidades económicas. Con otras palabras, lo afirma otro estudioso de las organizaciones como el catedrático Vicente Salas168: “el poder se reflejará en cómo se distribuye la riqueza” en mayor medida cuando la acción colectiva transcurre bajo un contrato ambiguo, que permite dosis de discrecionalidad y autonomía crecientes a los primeros ejecutivos. 3. Primeros ejecutivos: el poder determina el reparto de la riqueza
No es la razón ni tampoco “la mano invisible” del mercado la que, en primera instancia, define la dirección de las cosas, sino el inmenso poder de las minorías gestores de los grandes grupos. Al menos, con ello hay que contar como punto de partida.169 Procesos tan representativos del nuevo capitalismo como las fusiones y adquisiciones se justifican principalmente por el interés en ellas de los directivos: “Estamos ante el viejo tema de los intereses personales presentados como interés de los accionistas. La pregunta no es en qué medida tal o cual proceso puede crear una ventaja para los accionistas o la sociedad, sino en que medida favorece a la dirección”. Una empresa es más fácil de adquirir si al más alto directivo le favorece económicamente o en términos de poder. Los administradores son la tecnoestructura del poder y eso significa, ante todo, que tienen capacidad para imponer pautas de reparto de la riqueza que les favorecen, aunque jueguen con el mito del servicio a los demás a través de eslóganes que ocultan sus intereses particulares, siempre presentes. El supuesto blindaje de las compañías ante OPAS hostiles, la creación de valor para el accionista o la defensa de los 167 Alvaro Cuervo García. “Fusiones y adquisiciones. La dimensión de las empresas”. Artículo incluido en “Economía y Derecho ante el siglo XXI”, recopilado por Manuel Aragón Reyes y Ángel Marina García. (Editorial Lex Nova, 2001). 168 Vicente Salas Fumás, obra citada, “El Gobierno de la empresa”. 169 Alvaro Cuervo García. “Fusiones y adquisiciones. La dimensión de las empresas”. Artículo incluido en obra citada, “Economía y Derecho ante el siglo XXI”.
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códigos de conducta son simplemente argumentos que facilitan la autonomía y el poder de los primeros ejecutivos. Si solo cinco o seis grandes empresas controlan cada uno de los principales sectores del mundo, una minoría de familias y personas refuerza su dominio en las grandes empresas hasta convertirse en fuerzas determinantes del mercado. En el interior de cada empresa hay veces que la construcción de las alianzas de gobierno ocurre como aconseja la lógica: accionistas activos permite construir un “núcleo estable” que concentra el poder y copa los puestos del Consejo y busca y nombra al primer ejecutivo. Pero muchas otras el proceso es al revés: la elección de Presidente entre los miembros del Consejo es el origen desde el que se reconstruye formalmente el apoyo de los accionistas. Cuanto más dispersa es la base accionarial, más determinante resulta la habilidad de los Presidentes de los Consejos de Administración para construir un poder autónomo que les permita cabalgar, con el apoyo de una mayoría silenciosa de accionistas, sobre los intereses de otras minorías estables. El nombramiento de consejeros independientes, cercanos a sus intereses, permite neutralizar el poder de minorías que tenían sus propias aspiraciones, pero quedan fuera del reparto. Las batallas, cada vez más duras, entre diferentes minorías y candidatos para hacerse con el control de las empresas son algo habitual. La relación que se establece entre el capital y sus administradores hace tiempo que ha cambiado. Cada es más frecuente que sea el primer ejecutivo el que busque capital y no que el capital busque al primer ejecutivo. Una vez alcanzado el poder, cualquier primer ejecutivo encontrará suficientes oportunidades para captar los recursos que necesite para financiar “su” idea, “su” proyecto. Lo normal es que sean éstos los que lo tengan y que, una vez conseguido el apoyo de una minoría, se preocupen por desarrollarlo y no al contrario. La búsqueda de candidatos para primer ejecutivo, cuando se produce, supone acceder a un mercado muy restringido. Capital y ejecutivos son “productos” que se adquieren en el mercado, se compran y se venden. O se alquilan. Pero mientras el capital se ofrece al por mayor, es decir, mientras se comporta cada vez más como una commodity, los candidatos a administrador conforman un producto selecto, casi único, tan escaso que necesita de caza-‐talentos para localizarlo. Uno se ofrece a granel y el otro envuelto en celofán, incluso se puede decir que uno se deprecia mientras el otro se aprecia. El capital se ha convertido en un
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genérico, es decir en algo indispensable pero indiferenciado, que es suministrado por los grandes fondos de inversión y pensiones en su papel de mayoristas. Ya no es ni pretende ser el centro del poder y de mando, es solo capital-‐dinero, es decir, pura financiación, se comporta como un mero factor de producción en lugar de cómo un factor de poder. No es un asunto baladí, ya que trastoca la contestación de una pregunta fundamental. ¿Es el capital un factor al servicio de la empresa o está la empresa al servicio del capital? Cualquier primer ejecutivo de una gran empresa resaltará170 “que el capital es un factor de coste más, que hay que remunerar en cuantía suficiente para que resulte atractivo para el inversor”, lo que supone asumir “de forma natural” la autonomía del gestor respecto al capital, aunque ello suponga aceptar un compromiso ante él: que “no se crea verdadera riqueza si en el coste del valor añadido no está incluido el coste del capital… de forma que si el beneficio generado no cubre debidamente el coste de capital, no solamente no se está creando riqueza sino que se está destruyendo”. Se trata de un cambio que permite al gestor encarnar la teoría que predica el derecho mercantil: asume la responsabilidad de retribuir suficientemente al capital, pero, al hacerlo, se coloca por encima de él e interioriza que el propietario del beneficio es la propia empresa como entidad jurídica, y no el capital. A este se le retribuye como se retribuye el trabajo, como un factor productivo más que debe superar el precio del dinero marcado por el mercado y añadirle un plus, por la cuota de riesgo del negocio que también fija el mercado. Con ello se potencia a la “empresa” como sujeto de un bien común, como colectivo de intereses y se neutraliza el concepto de beneficio. Se trata de un cambio extraordinario pero que tiene como contrapartida el riesgo de su descontrol y de la apropiación de la riqueza, desde esa nueva minoría de privilegiados. En el interior de las empresas el poder es un factor siempre presente que determina la capacidad de los principales interesados en participar en las decisiones y en los beneficios. El control de la información legitima, además, la construcción de argumentos que sirvan para enmascarar resultados, justificar desviaciones en proyectos estratégicos o camuflar retribuciones y liquidaciones escandalosas a los presidentes y consejeros delegados. Su 170Felipe Benjumea, Presidente de Abengoa, en “El empresario como creador de valor para la empresa y la sociedad”. Publicado en ECONOMISTAS, Revista del Colegio, 1997, numero 73.
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identificación con “la empresa” les hace creer que los éxitos son solo suyos (los fracasos nunca), lo que les legitima para fijarse para sí, con todo descaro, unos sueldos cuya evolución supera, con mucho, los beneficios de las empresas que gestionan. En 2003, por ejemplo, las retribuciones de los CEOs de las quinientas primeras empresas americanas subieron un 22% mientras que los beneficios de sus empresas lo hicieron menos de la mitad de ese porcentaje, un 9,6%. No es excepcional, es una pauta que contradice cualquier sistema de valores y que confirma que cuando no existen contrapoderes existen abusos. Como señala Sennet, "en una institución sin restricciones, los que están en condiciones de arramblar con todo, lo hacen”171. Cuando aparece cualquier noticia sobre comportamientos escandalosos de los primeros ejecutivos quedan en el aire muchas preguntas. ¿Quién y cómo se tomó esa decisión? ¿Qué papel asumió el Consejo y cuál el director financiero? El Wall Street Journal172 (WSJ) comentaba en 2002 el escándalo de las indemnizaciones pagadas a los primeros ejecutivos. Ponía como referencia a Jack Welch (General Electric), reputado gestor, pero que consiguió una pensión vitalicia de 800.000 $ anuales además del derecho a usar aviones, limusinas y helicópteros de la Compañía, así como un apartamento en Nueva York. Añadía otros casos aún más controvertidos referidos a Word Com, Lucent y Asia Global Crossing173. El editorial del WSJ se alertaba al comprobar que los Consejos pagan generalmente las indemnizaciones, con independencia de lo que los críticos o los inversores puedan decir. Y se escandalizaba al comprobar otro dato: suele ocurrir que, si el presidente ejecutivo de una compañía recibe una paga excesiva, el director financiero también, es decir, ambos forman parte de la misma construcción y del mismo problema174. La realidad que provoca ese sobresueldo es, a menudo, la manipulación de la información realizada desde los departamentos financieros, justificante “objetivo” para que
171 “Richard Sennet, obra citada, “La corrosión del carácter”. 172 Wall Street Journal, Joahn S. Lublin , 6-6-2002. 173 El prestigioso y ultraliberal diario señalaba también otros tres casos de presidentes cesados por los problemas que dejaron en sus compañías: Bernard Ebbers (World Com) recibe una pensión anual de 1,5 millones de dólares de por vida, Richard McGinn (Lucent Tecnologies) pactó 12,5 mill. de dólares en efectivo y 7 mill de $ en acciones, a John Legere (Asia Global Crossing) se le perdonó 10 mill. de $ de un préstamo y 9 millones de impuestos. 174 El director financiero de TYCO era Mark Swartz y percibía 59 millones de $, más de 1000 veces el promedio de sus equivalentes el de World Com era Scott Sullivan percibía 179 veces el promedio de su sector y el de CICO, Larry Carter, percibía 231 veces el promedio del suyo. La remuneración corresponde al promedio de tres años e incluye el sueldo, la bonificación anual, las asignaciones de acciones gratuitas, el valor de las opciones y otros incentivos a largo plazo y retribuciones varias.
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los consejeros y el presidente alardeen de sus éxitos y defiendan sus sueldos. Esa conexión define los rasgos de una forma de apropiación indebida que el sistema económico legitima, en el fondo, con ideologías que toleran que “el monarca se juzgue a sí mismo”, lo que es una fuente inexcusable de opacidad e inseguridad jurídica. El poder en manos de una casta que dirige y controla todos los resortes de poder y especialmente la información. Su autonomía significa, en la práctica, su alejamiento respecto a accionistas, sociedad y empleados. Hemos definido el poder como la facultad de torcer en el propio beneficio la neutralidad. Se trata de un arte que requiere el dominio de ciertas técnicas y el uso inteligente de un lenguaje que tiene la propiedad de presentar como neutrales conceptos que encubren la apropiación de riqueza. Ni la defensa ante el blindaje de las compañías ante OPAS hostiles, ni la defensa de los códigos de conducta ni la máxima de la creación de valor para el accionista son conceptos inocentes ni neutrales: al contrario, sirven a la centralización del poder y tiene su mejor expresión en la privatización de las ventajas. La creciente importancia de la imagen y la comunicación empresarial, necesarias para trasladar al mercado apariencia de solidez, contribuye a personalizar los liderazgos y a fortalecer el papel de los gestores, que sólo una vez al año someten su gestión a la Junta General, en escenarios preparados con estética cinematográfica. Lo que se denomina el blindaje de las compañías contra intentos de compra de terceros es, en realidad, el blindaje de sus Consejos ante las iniciativas inamistosas de otros accionistas. ¿Qué hay de hostil para un accionista en recibir más dinero por sus acciones que el que ofrecen en bolsa? La denominación OPA hostil, tan utilizada por los medios, es solo la demostración del poder de los gestores: una forma más de torcer en el propio beneficio la neutralidad de una institución, para mantener los privilegios del consejo. Por otro lado, la utilización de la máxima “creación de valor para el accionista” como compromiso del primer ejecutivo y presentado como símbolo supremo de la eficiencia, es solo el discurso fácil que se resucita cada vez que los mercados se encuentran en una fase alcista. Es válido en unas circunstancias en la que cotizan al alza la generalidad de las acciones, sea cual sea la gestión realizada, y todos los administradores, sin excepción, aparecen como maravillosos gestionando el patrimonio de sus sociedades. Durante mucho tiempo ha sido el mejor blindaje de monarcas absolutos ineptos
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y corruptos -‐desde ENRON a Word Com-‐ que solo se ha puesto en evidencia con el cambio de ciclo, cuando ante el descenso de la bolsa han optado por cualquier cosa para ocultar los datos negativos. Siguiendo el lenguaje políticamente correcto asociado a la “responsabilidad social” de las empresas la coletilla típica de “crear valor para el accionista” tan usada al final de la década de los noventa ha desaparecido. Cuando se hace, se añade ahora “para el accionista... y para la sociedad”. Cambia el lenguaje pero la realidad es la misma. Los códigos de conducta y las autorregulaciones voluntarias, han sido una baza utilizada por las plataformas liberales para resaltar que la sociedad, el mercado, se autorregula solo sin necesidad de leyes impuestas por el Estado. Con ello dejan entrever una contraposición entre cualquier código ético y su imposición coercitiva, como si en este mundo fueran suficientes la ética y los valores y no se moviera, como defiende el padre del liberalismo y la economía política, Adam Smith, por intereses. Quieren con ello despreciar las leyes y ocultar el origen de su verdadera fortaleza. El desprecio a lo que se llama derecho es precisamente el desprecio al código ético que lo soporta, fruto del consenso social, que regula derechos y obligaciones iguales para todos y su sustitución por otro privado y de aplicación voluntaria, sólo sometido a las leyes del mercado. Cuando se refieren a la voluntariedad que sustenta las autorregulaciones están simplemente legitimando la autonomía de las minorías organizadas en el Consejos como paradigma del dominio del más fuerte. Parece claro que, por encima de las características de los códigos de comportamiento y las pautas de funcionamiento de que cada empresa se dote, se deben fortalecer los controles y las regulaciones legales para asegurarse que no se alejan de los presentes en la sociedad. El asunto no es, desde luego, meramente técnico, todo lo contrario: “su naturaleza es, fundamentalmente de naturaleza socio-‐relacional y política”, como reconocen algunos expertos en management175. La crisis de legitimidad social de las empresas tiene mucho que ver con la ausencia de contrapoderes eficaces a la autoridad absoluta del primer ejecutivo. Los efectos del gobierno de las empresas sobre la vida de los empleados, los consumidores y los ciudadanos son demasiado importantes como para que se admita su reducción a tecnicismos instrumentales. 175 J.Will Foppen, “El liderazgo del conocimiento” incluido en obra citada, “Management del Siglo XXI”.
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4. La autoridad amorfa o la ficción de la descentralización del poder.
La forma en que se ejerce y se siente el poder en el interior de las empresas flexibles es el asunto que abordamos en este apartado. Son organizaciones singulares que están desarrollando -‐o han desarrollado-‐ una variante de poder que se hace progresivamente amorfa e invisible, una forma de mandar que no se ve pero se siente, que pierde las formas mientras se hace formal. Ese poder forma parte de la experiencia cotidiana de muchos profesionales asalariados. Aunque el nuevo concepto de autoridad esté paradójicamente asociado a la flexibilidad y la descentralización, la realidad es que el poder no solo no se difumina sino que se refuerza y concentra mientras difumina sus perfiles y se muestra desdibujado y sin forma, como algo fuerte y amorfo al tiempo. Paradójicamente el tiempo de la flexibilidad es el tiempo de un nuevo poder, de un nuevo orden que no trae más levedad ni hace más ligero su ejercicio. Por un lado, la gestión flexible impulsa la delegación de autoridad, modifica la organización del trabajo, favorece la autonomía y colaboración de los trabajadores en la producción y, también, la intervención de los empleados en la toma de decisiones mediante estructuras horizontales. Incorpora también flexibilidad en los tiempos de presencia o desarrolla formas de teletrabajo. Pero, por otro lado, facilita lo contrario: las decisiones se concentran y centralizan, cada vez más, en una minoría de ejecutivos que refuerzan su poder. Los mismos factores que potencian la autonomía del trabajo, ya analizada en un capítulo anterior, favorecen también la autonomía del poder. Esa dualidad en la que se expresa el poder tiene mucho que ver con las propiedades de las tecnologías de la información. Internet es, sobre todo, sinónimo de eficiencia: no solo impulsa los entornos colaborativos y facilita el intercambio y la participación ciudadana, algo identificado con impulsos democráticos, de abajo hacia arriba; facilita la gestión centralizada de un volumen creciente de información. Por un lado, aumenta la autonomía del trabajo y la capacidad de ser autosuficiente; por otro aumenta la autonomía de las cúpulas empresariales para concentrar las decisiones y el poder. Por un lado, facilita la aparición de nuevas formas democráticas, por otro refuerza las oligarquías y el elitismo. Internet y las tecnologías de la información simplemente aumentan los grados de libertad en los que se desenvuelven las personas, sean cuales sean sus roles.
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Los mismos sistemas de información que podrían favorecer unos hechos, favorecen los contrarios, sirven tanto para hacer más eficiente un poder disperso como un poder centralizado. En cada entorno concreto, favorecen las tendencias dominantes. El resultado es que las oportunidades liberadoras que ofrecen las tecnologías de la información quedan, en buena parte frustradas, o sometidas al dictado de una concepción elitista del mundo. Cuando las circunstancias y las tecnologías, cuando los hombres y las máquinas, están más preparados para funcionar en entornos colaborativos, cuando pareciera que los impulsos de abajo hacia arriba deberían ser determinantes para favorecer la innovación, se fortalecen la autoridad y la centralización del poder. La tecnología simplemente aumenta los grados de libertad en los que se desenvuelve el poder. Y eso significa que, en un contexto histórico como el actual caracterizado por el poder de las minorías, se convierte en un refuerzo más de las élites empresariales: por un lado, proporcionan a la alta dirección un amplio control de la organización. Por otro, dejan a los individuos, incluidos directivos y cuadros intermedios, menos espacio para esconderse de su control. La competencia creciente y la movilidad del mercado se convierten en las coartadas que fortalecen a los primeros ejecutivos y justifican un mayor control sobre la empresa. ¿Cómo se manifiesta y articula ese nuevo poder? 1. La capacidad de procesar un mayor volumen de información con la máxima rapidez aumenta las capacidades de las cúpulas de las empresas de decidir y controlar los resultados y su aplicación. Lo habitual en el pasado era que dispusieran de poca información sobre los sucesos demasiado recientes, demasiado alejados o demasiado complejos, lo que se traducía en la necesidad de trasladar criterios y órdenes de actuación que debían ser adaptadas a la realidad en los diferentes entornos. En esas operaciones, los directivos y cuadros intermedios mantenían un margen de actuación que ahora se reduce. Hoy, la infinita capacidad de procesar información que favorecen las TIC impulsan la concentración del poder o, mejor dicho, conceden mucha mayor presencia activa y cotidiana a las direcciones que han optado por un modelo centralizado de funcionamiento. Y, en consecuencia, reorganiza la cadena de mando a voluntad de la alta dirección,
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limitando el margen de actuación de los eslabones intermedios de la organización y, por supuesto, de los trabajadores.
2. La variable tiempo pasa a ser fundamental en la organización y percepción del poder. La implantación de objetivos trimestrales desde las cúpulas, siempre cerrados y cuantificables, tiene cada vez más incidencia y se convierte en símbolo. La modificación de metas con una frecuencia creciente es consecuencia de la capacidad de integrar en un solo flujo, casi en tiempo real, las aportaciones de información de todas las direcciones, con sus análisis, propuestas y detalles. La presión sobre los resultados a corto plazo, fomenta la idea en el conjunto de la organización de que el largo plazo es, sin más, la continuación de la actividad diaria. El control de los diferentes proyectos estratégicos viene facilitado por aplicaciones diseñadas por consultores cuyo seguimiento es igualmente sencillo: solo la dirección conoce el enganche entre el corto y el largo plazo.
3. Se implantan otras formas de transmitir la operación de mando para adaptarlas a una estructura que ya no tiene la claridad de una pirámide y se ha vuelto más intrincada, no más sencilla. El sistema de funcionamiento en red, con múltiples dependencias simultaneas, hace cada vez más difícil conocer el organigrama de las empresas. Mientras en las organizaciones jerárquicas el contacto directo con los superiores inmediatos permitía al trabajador un espacio para la negociación que, de alguna forma, le protegía, el complicado magma de las empresas actuales hace que los individuos se sientan, paradójicamente, más desorientados y desprotegidos.
4. Definidos los objetivos, la descentralización funcional de tareas en los niveles inferiores es perfectamente compatible con la máxima centralización del poder. Desde los años 80 las firmas japonesas han sido pioneras en nuevas prácticas176 que ofrecen a los individuos una mayor autonomía sobre sus propias actividades, pero ésta se limita al modo de hacer las cosas para ejecutar los planes centrales. Desde entonces, se asume como virtud que los eslabones intermedios y los trabajadores deben socializar la experiencia compartida en los talleres y colaborar en cómo ejecutar los planes establecidos; pero la decisión de qué y donde producir,
176 El Toyotismo se presentaba en sociedad como un sistema diseñado para evitar perdidas de tiempo, trabajo y recursos a través de la ley de los cinco ceros: cero defectos en las partes, cero daños en máquinas, inventario cero, cero retrasos y cero papeles. Manuel Castells, obra citada, “La era de la información”.
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qué unidades y bajo qué criterios es menos discutible y participada que nunca por la organización.
5. Los mismos principios utilizados en el interior de las empresas, son extensibles a los sistemas de redes empresariales, es decir a las conexiones con empresas filiales, asociadas o colaboradoras como proveedores o mallas de distribución. En todos esos casos, la cúpula utiliza los más avanzados sistemas para asegurarse que los objetivos se cumplen. La cascada de presiones desde las cabeceras del grupo a los terminales periféricos son cualquier cosa menos ejemplos de descentralización del poder. La producción se distribuye en múltiples fragmentos con un diseño global, formando un collage de piezas y componentes fabricados en distintas partes del mundo y montados en otras. Esa fragmentación queda unida, por un lado, bajo una misma marca que representa el armazón intangible del conjunto: por otro, bajo un mismo principio jerárquico que le aporta unidad de criterio.
El nuevo poder es omnímodo, omnipresente, tiene el don de la ubicuidad, da lo mismo pertenecer a la matriz o a una filial, ser un trabajador interno o externo de las múltiples empresas subcontratadas. Sea cual sea el nivel de relación existente, el resultado se parece cada vez más: alguien decide que Bratislava puede hacer el trabajo que una vez hicieron Madrid o Londres, sin que ninguna de ellas haya elegido aumentar o disminuir sus propias cargas. O alguien decide que hay que vender 1.000 unidades de un nuevo producto en 30 días, tan “innovador” que ni es conocido por la fuerza de ventas ni está incluido en el catálogo de la empresa. No importa que la innovación se vista de urgencia hasta devenir, muchas veces, en chapuza, cada unidad tiene la libertad de alcanzar los objetivos como le parezca conveniente. Una libertad engañosa porque las unidades son presionadas para que produzcan o ganen mucho más de lo que está dentro de su capacidad inmediata. Como señala Bennet Harrison177 “la empresa grande mantiene bajo su control al cambiante cuerpo de baile de las empresas que dependen de ella, les pasan los descensos en el ciclo comercial o los productos que han fracasado a sus socios más débiles, que están más apretados” Todo es flexible y cambiante pero, a la vez, todo sigue igual y parece formar parte de un orden inmutable. “Lo que estas medidas tienen en común es que no cambian la naturaleza fundamental del sistema de 177 Bennet Harrison, obra citada, “Lean and Mean”.
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producción ni amenazan la organización básica de la estructura de poder de las empresas” dicen los expertos178 en las nuevas formas de trabajo. Con nuevos modos, la dirección solo está tratando de que la gente trabaje hasta reventar sin ofrecer a cambio una participación integradora en sus resultados. Quizás por ello, se instala una creciente frustración laboral al comprobar que el progreso tecnológico no se ha materializado en formas diferentes de poder más institucionalizadas y participativas. No es extraño que los trabajadores se alejen de ese orden borroso y desarrollen escepticismo mientras interiorizan un nuevo código de comportamiento que se concreta en la afirmación: “esta no es mi empresa”. El poder ilimitado de las cúpulas y la debilidad objetiva del trabajador no es el mejor ambiente para construir un clima de confianza, que exige un trato recíproco entre las partes y un respeto profundo a la identidad y al valor aportado por el otro. Ese clima de consideración es tan excepcional que, cuando existe, está permanentemente amenazado de discontinuidad hasta el punto que las empresas más punteras y atentas en crear un clima participativo y abierto, empiezan por imponer los despidos de personal cuando descienden el beneficio y los retornos estimados. El objetivo es el esfuerzo permanente, pasar por innovación lo que a menudo es solo precipitación, empujar a todas las unidades más y más, en una presión creciente desde la cumbre de la jerarquía institucional. El poder, todo poder, tiende a la sobredosis, ya lo hemos visto. Por eso es necesario generar contrapeso a la omnipotencia de las cúpulas empresariales. Todo lo que se haga para su institucionalización y su reequilibrio es positivo y progresista, todos los instrumentos, desde las leyes externas hasta las normas y códigos internos, son buenos para frenar el peso creciente y omnímodo de los máximos ejecutivos. La libertad de unos no puede imponerse sobre la libertad de todos. 5. Participar en la gestión, ser capital.- Integrar al capital y al trabajo en el funcionamiento de la empresa pasa por hacerles recorrer caminos opuestos: significa hacer del capital un factor de producción y del trabajo un factor de propiedad. ¿Si el trabajo es el factor determinante de la empresa puede abandonar su aspiración a ser capital y participar la gestión? Nunca, ni a lo uno ni a lo 178 Eilen Appelbaum y Rosemary Batt. “The New american work-place”. (Cornell University Press, 2000)
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otro. En estas páginas finales insistiremos que es imprescindible que las organizaciones del trabajo incorporen en su agenda esa necesidad y se preocupen por arroparla con el máximo de argumentos y experiencias. Sin afrontarlo, no solo es posible que se bloquee la Sociedad del Conocimiento sino también lo será la búsqueda de respuestas adecuadas –es decir, solidarias-‐ a los nuevos riesgos y sus manifestaciones en épocas de auge y de crisis. ¿Qué organización resuelve mejor, a lo largo de todas las fases de un ciclo económico, el riesgo empresarial con los menores costes? ¿Qué organización social facilita el camino a la competitividad y la integración de trabajo y capital? ¿Hasta qué punto la titularidad de la propiedad o la forma societaria facilita la liberación o la enajenación del trabajo? La flexibilidad deseada debería ser justo esa: la que es capaz de afrontar mejor los procesos de crisis y los de auge, la que provoca los menores costes, incluido los sociales, a lo largo de un ciclo. La empresa flexible no lo será hasta que flexibilice el modelo de propiedad, única forma de optimizar la integración del trabajo y capital en un reparto consensuado del riesgo empresarial. A veces, aparecen medidas bienintencionadas pero parciales, soluciones empresariales que buscan compartir riesgo empresarial para salir de una crisis. Esa forma de socialización de los riesgos, suele ser abandonada cuando se consolida el éxito, o, incluso, simplemente olvidada o abandonada en la siguiente crisis. Uno de los paradigmas de ese comportamiento es el de Andy Grove de INTEL, uno de los ejecutivos más prestigiosos de EEUU que impulsó en la década de los 80 la política de flexibilidad solidaria ante la crisis. Cuando la crisis de los semiconductores golpeaba a EEUU y provocaba despidos en todas las firmas, impulsó la regla del 90% por la que todos, empezando por él, aceptaran una reducción del 10 % de sueldo a cambio de evitar despidos. Como a pesar de ello y de vender a IBM el 20 % de la empresa para recapitalizarla se demostró insuficiente, puso en práctica la regla del 125 % pidiendo a todos que trabajasen 10 horas extras a la semana sin incremento de sueldo. INTEL resolvió la crisis sin reducir personal, salió fortalecida y lideró el mercado hasta que, en 2006, reconocía una nueva crisis. Pero esta vez se sumaba a las recetas tradicionales para afrontarla: despidos de 10.500 trabajadores, cerca de un 10% de su plantilla, para reducir costos. Andy Grove ya no estaba, se había jubilado hace 10 años, en 1998.179 179 En otro apartado (ver “Asalariados o autónomos, una mirada desde el conocimiento”) se han citado los argumentos empleados por Grove en aquella crisis, convertidos en una bandera de orgullo compartido.
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Conseguir que los modelos que reequilibran el poder entre trabajo y capital recuperen protagonismo es decisivo: sobre todo cuando demuestran su dimensión competitiva, en muchos casos por encima de cualquier otro. Es necesario conocerlos, asumirlos críticamente, repasar sus experiencias, conocer sus buenas prácticas. Son diversos los caminos que buscan convertir al trabajo en capital e integrarlo en la gestión. Veamos algunos ejemplos: • De stock options a acciones.- Es un gran paso que ha caracterizado a las empresas tecnológicas, encabezadas por Microsoft, que tiene el mérito de ser el impulsor de las stock options durante el boom tecnológico y de su generalización a todos los empleados, no solo a los directivos. También SAP, Oracle, Cisco, Intel... siguieron esas prácticas que se extendieron hasta el 98% de las empresas de alta tecnología de EEUU, mientras que tan sólo el 6% de otros sectores disponían de este tipo de planes. Esas políticas se mantuvieron mientras los mercados estaban en fase alcista pero se han reconvertido ahora, que están en recesión, en la entrega de acciones liberadas. Microsoft ha sido también el primero en dar ese paso: ahora reparte acciones entre sus empleados mientras no distribuye dividendos: destina esos recursos a la recompra de acciones. Se trata de un movimiento que refleja la adaptación a la coyuntura bursátil180 pero se mantiene fiel en uno de sus rasgos esenciales: incluye también a los trabajadores de bajo nivel mientras que la mayoría de empresas de la vieja escuela lo limitan sólo a los ejecutivos.
Los expertos181 que han estudiado su efecto han sacado conclusiones claras: las empresas con planes de stock options de amplia implantación, aquellas en las que "más del 50% del personal no directivo recibe stock options regularmente son mejores en términos de productividad y dividendos porque son capaces de crear y reforzar una cultura participativa". Ocurre, sobre todo
Repitámoslos: “Ustedes no son empleados trabajen donde trabajen. No le deben su trayectoria profesional a nadie, ustedes son los únicos propietarios de ella. Y la clave de la supervivencia reside en aprender añadirle más valor cada día”. 180 Bajo el esquema de las stock options, se concede el derecho a comprar acciones en el futuro pero valoradas al precio actual, con lo que el empleado gana solo si el precio de la acción aumenta. En 1992, sólo el 2% de la fuerza de trabajo en California disponía de stock options, un porcentaje que, a pesar de la turbulencias bursátiles, se mantiene en el entorno del 15%. Alrededor del 40% siguen ofreciendo incentivos a largo plazo, como el de las stock options, una cifra menor que en 2002 que alcanzaba el 62%. 181 Blasi, J.R. & Kruse, D.L. "The New Owners. The máss Emergence of Employee Ownership in Public Companies and What It Means to American Business". (Harper Business, 1991)
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cuando se combinan con cierta involucración de los empleados en la gestión y cuando se aplican políticas que reducen las diferencias jerárquicas entre ejecutivos y empleados. En caso contrario, se diluyen sus efectos al asociarse “solo” como una forma más de incentivo económico, lo que la asocia, más bien, con la forma suprema de individualización de las relaciones laborales.
• Trabajadores accionistas- La programación sistemática para que los trabajadores, como colectivo, participen en el capital es un paso más. En EEUU, los ESOPs (Employee Stock Ownership Plans, planes de propiedad accionaria de trabajadores), es un programa al que están acogidas más de 10.000 firmas que representan más del 14% de las compañías que cotizan en bolsa pero que aglutinan un 29% del valor total. Eso significa que no solo incluye pequeñas firmas de servicio sino también muy grandes empresas182. La ley estadounidense tiene el objetivo de otorgar una participación real, de modo que fomenta, con ventajas fiscales, el que los trabajadores tengan más de un 30% de la propiedad. Y facilita centros de apoyo, como el National Center for Employee Ownership, que asesoran a las empresas y a los trabajadores en la elaboración de estos planes. También en este caso existe una fuerte correlación entre la alta productividad y las compañías propiedad de empleados. Según datos de la Oficina de Contabilidad General de los EEUU en 1994 estas empresas obtuvieron un 52 por ciento más de crecimiento que la media.
• Instituciones económicas con un fin social.- Las primeras cajas de ahorros nacen en el siglo XVIII en el seno de las ciudades comerciales germanas pero han ido desapareciendo, con su estructura original, del espacio europeo, excepto en Francia, Alemania y España. Pero mientras en España son líderes en el mercado minorista, con cuotas que superan el 50% en cada una de las 50 provincias, por delante de una de las bancas más dinámicas
182 Entre esas empresas se encontraban en la década de los 90, la segunda del mundo según Fortune, con el 12% de propiedad en manos de sus empleados, Chevron la 11 del mundo con el 26% entre los empleados, Procter & Gamble la 14 con el 24,5%, Xerox la 21 con el 11%, Corning la 181 con el 22%. La mayor de las empresas tiene más de 300.000 trabajadores y entre las diez mayores suman un millón. Las compañías más grandes, donde los trabajadores poseen más de un 51% de las acciones eran United Parcel Service (315.000 trabajadores) o Publix Supermarkets (95.000 trabajadores), Science Applications (21.000 trabajadores). También se cuentan algunas bastantes conocidas, con más de un 30% sobre la propiedad, como McDonnel Douglas (128.000 trabajadores). Entre esas empresas se encontraban en la década de los 90, la segunda del mundo según Fortune, con el 12% de propiedad en manos de sus empleados, Chevron la 11 del mundo con el 26% entre los empleados, Procter & Gamble la 14 con el 24,5%, Xerox la 21 con el 11%, Corning la 181 con el 22%.
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del mundo, en Alemania pierden constantemente cuota respecto a los bancos y muestran tasas de rentabilidad muy bajas. Parte del éxito del modelo español se basa en su sensibilidad con su entorno -‐impositores, ciudadanos y trabajadores-‐ y el hecho de que todos ellos, también los trabajadores, participan en los órganos de control desde 1985; pero sus riesgos se asocian al mismo fenómeno: déficits en la gestión profesional de sus altos ejecutivos, demasiado condicionados por su ambiente a través de presiones “políticas”. Su competitividad está también vinculada a una mayor capitalización en recursos propios concretada en el menor tamaño de los excedentes retirados y el destino dado a los mismos. En el ejercicio 2005, por ejemplo, las cajas destinaron un 27% del beneficio neto a obras sociales mientras los bancos retiraban para retribuir a sus accionistas por encima del 40% en forma de dividendos: un 42% el Banco de Santander, en el mismo año, por ejemplo.
• Cooperativas o sociedades de personas.- La propiedad cooperativa aporta también valores diferenciales que les facilita competir en las condiciones más difíciles. En España y en el mundo, una referencia es el Grupo Mondragón183, de origen vasco, el séptimo grupo industrial de España y el quinto fabricante de electrodomésticos de Europa, con cerca de 100.000 empleados localizados en 65 plantas distribuidas en 24 países. Su experiencia demuestra que un sistema de propiedad que integre capital y trabajo, no es un obstáculo para conseguir competitividad en momentos de expansión. Pero desde su dirección184 se es consciente que el factor determinante de su éxito es “una mejor adaptación a la crisis que nuestras empresas competidoras” en mayor medida “cuando ésta ha sido más profunda”. Otro, es la innovación constante, la obligación de conseguir mayor eficiencia ajustando permanentemente los procesos. Pero la clave de todo es conseguir que “las personas se alineen en un proyecto común” a través de una “triple participación en la gestión, los resultados y el gobierno” un
183 Mondragón Corporación Cooperativa (MCC) es propiedad de sus empleados organizados en cooperativa y tiene una cifra de negocio de 13.390 millones de euros (2007) con ramificaciones financieras, industriales y distribución. En 1990, inició, después de una reflexión, una etapa de internacionalización. Actualmente dispone de 65 plantas en el exterior distribuidas en 24 países. Incluye EEUU, Europa Occidental (España, Inglaterra, Francia y Holanda, Alemania, Portugal, Italia), Europa Oriental (Chequia, Polonia, Hungría, Eslovaquia, Rumanía), África (Marruecos, Egipto, Sudáfrica), Asia (China, Tailandia, Indonesia e India), América Latina (Argentina, Brasil, México) y Turquía. 184“¿Es relevante la propiedad de la empresa?” Juan María Otaegui Murua Presidente de la Caja Laboral Euskadiko Kutxa. Revista del Colegio de ECONOMISTAS, 1997, numero 73
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objetivo que tiene su concreción al aspirar a que “en 2012 el 90% de sus trabajadores participen en la gestión”. MCC es la cabecera de un grupo que ha incorporado sociedades anónimas en las que aplican los mismos principios participativos.185
• La cogestión alemana.- Aunque se intente ocultar, es uno de los elementos que permite que Alemania se mantenga como primer país exportador del mundo y uno de los motores de la economía global, al aportar más del 5% de su PIB. Sin embargo, así es y probablemente lo seguirá siendo al representar una de las alternativas más adecuadas para el desarrollo de la Sociedad del Conocimiento186. Defiende, como es conocido, una organización empresarial basada en dos órganos simultáneos: el Consejo de Supervisión, con representación paritaria de trabajadores y accionistas, responsable de la estrategia y el control de la compañía, y el Consejo de Gestión, nombrado por el anterior, que es el encargado de administrar y gestionar el día adía. El sistema alemán, se sigue mostrando, hasta ahora, como uno de los que mejor concilia los derechos políticos y económicos del capital, privilegiados en las sociedades por acciones, y los derechos políticos, de representación y económicos de las personas, privilegiados en las sociedades cooperativas. Una conciliación que parece coincidir con el signo trazado por el propio desarrollo de las fuerzas productivas que, al revalorizar el trabajo, requiere encontrar formas adecuadas para su participación a largo plazo.
No puede ignorarse que los primeros ejecutivos no se encuentran cómodos con la cogestión y utilizan las fusiones y adquisiciones para superar lo que denominan “limitaciones” en el gobierno de las empresas187. Esa línea argumental explica las fusiones de Daimler-‐Chrysler, Hoeschst-‐Rhône Poulenc, Deutsche Bank-‐Bankers Trust, planteadas como exigencias de la globalización y la liberación de “rigideces” que son como denominan los primeros ejecutivos cualquier intento de establecer un control social y sindical sobre su poder omnímodo.
• Empresas públicas.- La propiedad pública tiene por objeto garantizar la defensa del interés general en sectores estratégicos
185 Declaraciones de José María Aldecoa, presidente de MCC. El País Negocios 27-01-2008. 186 No todos los trabajadores tienen el mismo peso en el Consejo de Supervisión: al menos uno de sus miembros debe pertenecer al equipo directivo según el acta de co-determinación de 1976. 187 Alvaro Cuervo García. Articulo “Fusiones y adquisiciones. La dimensión de las empresas” incluido en obra citada, “Economía y Derecho ante el siglo XXI”.
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pero no es un elemento que mejore, per se, la integración del trabajo en el proyecto empresarial. Confundir la titularidad pública de las acciones con el control social, es mezclar aspectos que no son, en modo alguno, sinónimos; supone olvidar las diferencias entre propiedad y control y el comportamiento de los primeros ejecutivos, con tendencia a derivar hacia verdaderos monarcas absolutos. Ese síntoma no está limitado a los gestores de empresas privadas: son infinidad los casos en los que gestores públicos alardean de comportarse como si fueran privados lo que supone bendecir el monopolio del poder sin las exigencias de control accionarial, que al cabo, determinan a éstos. El control social debería significar en las empresas públicas, como mínimo, la asunción de las pautas de buen gobierno que se reclaman a todas las empresas por acciones para reequilibrar el poder efectivo. Mucho más, incluso: debería exigírseles actuar de vanguardia en la integración en los órganos de gestión de los interesados en el futuro de la compañía: trabajadores, clientes, instituciones y proveedores.
Los ejemplos anteriores, aunque afectan a espacios dispersos, tienen la suficiente relevancia para sacar una conclusión: la participación de los empleados en la propiedad de la empresa, primando a aquellos que aportan una mayor participación a la cadena de valor, es eficaz y parece ajustarse mejor a los momentos en los que es necesario compartir riesgos: crisis, innovación y nuevos retos empresariales. El futuro reclama soluciones que serán difíciles de limitar a un maquillaje cosmético en las prácticas del buen gobierno de las empresas. No vale el mismo capitalismo sin ética pero envuelto en ideas recicladas. No vale aceptar que las pautas de conducta están hechas para que no tengan ningún efecto sobre los más poderosos. Tampoco para suscribirlas y... luego saltárselas. No valen las viejas creencias que se oponen a cualquier forma de control sobre el primer ejecutivo desde consejeros realmente independientes. No se pueden criticar como excesos las prácticas de ENRON y no asumir la implantación de las medidas que lo impiden. La deslegitimación social puesta en evidencia por ese caso, es, también, un símbolo del estallido de un orden que se presentaba y se presenta una y otra vez, como si fuera nuevo, pero que representa comportamientos muy viejos que hay que cambiar. Por el contrario, lo que la nueva situación reclama es abordar la revisión del modo de producir reconsiderando los derechos y
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obligaciones de todos los participantes en la creación de valor. Reclama un todo que, actuando desde la lógica profesional, trasciende la pura esfera del gobierno de las empresas, del buen gobierno, para afectar a otras esferas internas de reparto de poder. • La incorporación de los empleados en la propiedad de las empresas en las que trabajan y alguna forma que articule su participación en la gestión. La cuestión es avanzar una carta de derechos y obligaciones que enmarquen la relación laboral en un estatuto que fomente la colaboración y el riesgo compartido.
• La relación entre mayorías y minorías dentro del capital y el control sobre los máximos ejecutivos. El buen gobierno exige contrapoderes que no impidan la eficacia del conjunto.
• La responsabilidad personal de los directivos en el fomento de la transparencia y la singularidad de las relaciones entre estos y otros profesionales del conocimiento con el resto de la plantilla.
El mundo del trabajo debe saber sumarse a las alternativas más racionales y factibles. Su reacción ante el ejercicio de un poder con tendencia a la centralización debe estar asociada a la lógica democrática, al poder de la participación de las mayorías, a la capacidad de ofrecer alternativas que combinen eficacia y participación, a la articulación de las diferentes ambiciones de los interesados en el futuro de cada empresa. Los trabajadores, sus diferentes organizaciones, deben ser capaces de ofrecer una alternativa viable a la sociedad desde el sistema productivo. Y de hacerlo junto con los principales interesados en su estabilidad futura: los accionistas, las instituciones, las asociaciones de usuarios, las empresas de servicios y los proveedores que sustituyen al trabajo externalizado. Este objetivo requiere asumirse como parte interesada y no ocultar que el elemento conductor que une las distintas comunidades de interés tiene también una naturaleza política porque requiere un modelo de convivencia concreto, un modelo de sociedad abierta y participativa. Sobre esto tratamos a continuación. 6. Del buen gobierno global al empresarial
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Las empresas están sometidas a mil influencias y mil modas y son permeables a las ideas sociales. Los modelos empresariales y los modelos institucionales, los privados y los públicos interactúan. No es posible intentar cambiar los modelos productivos aislándose de la esfera pública, del espacio político. Y al contrario, es imprescindible impulsar desde los gobiernos y las instituciones modelos que mejoren las cosas. O, al menos, impedir que las empeoren. En un debate sobre Argentina preguntan a José Juan Ruiz, un economista experto188: “¿es posible seguir creciendo en Latinoamérica a base de crear más desigualdad?”. El economista, que además de experto es honrado, contesta: “por supuesto, así ha sido y así puede seguir siendo”. Lo que es válido para Argentina y Latinoamérica es válido para el mundo, otra cosa es pensar que sea sostenible... o soportable. En todo caso, cabe hacerse algunas preguntas. Si la flexibilidad es una de las ideas fuerza de la globalización ¿no sería lógico que la tolerancia y la apertura al mundo fuera la ideología dominante en las instituciones? Si los valores, las normas y la responsabilidad social parecen reconocerse como elementos claves en la legitimidad del sistema productivo, ¿no sería lógico que la multilateralidad y los acuerdos pacíficos dominaran la escena internacional? ¿Cuál es la razón para que no haya ocurrido así? ¿Cuál es la causa de que la retórica de la flexibilidad en los postulados empresariales haya coincido con la inflexibilidad y la intransigencia en núcleos fundamentales del poder político global? ¿Cuál es, en particular, la causa del retorno de EEUU a formas de poder duro después de que predicara, durante décadas, la eficacia de las formas de poder blando? Quizás sea porque una cosa y la contraria estén relacionadas, porque la inseguridad en el trabajo provoque en los ciudadanos demandas de seguridad en otros ámbitos de la vida. El hecho de asumir cambios permanentes en lo profesional, hace resaltar el compromiso por aquellos valores intemporales que uno cree que caracterizan a la persona de forma permanente y esencial: familia, patria, religión. Conservar y aferrarse a valores estáticos como reacción a los cambios sucesivos que erosionan su existencia. Los integrismos, todos los integrismos, incluido el fundamentalismo del mercado como verdad absoluta, serían la consecuencia lógica de la dialéctica global-‐local provocada por la mundialización.
188 Debate sobre “Argentina en la encrucijada de un nuevo ciclo” organizado por Safe Democracy Fundation y la Fundación Ortega y Gasset el 29-11-2007. Jose Juan Ruiz es economista miembro del Consejo Editorial de Foreign Policy –edición española- y División América del Banco de Santander.
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Quizás sea por eso. Pero también puede deberse a que la flexibilidad sea un valor solo aparente, un recurso parcial que se utiliza a conveniencia, sujeta a una doble vara de medir. Y que su interiorización como virtud sea solo una construcción a posteriori para aparentar coherencia y dar legitimidad a los cambios. En cualquier caso, es muy difícil pedir a las empresas que recorran el camino opuesto al que observan en las instituciones. Los comportamientos públicos se convierten en una referencia evidente para las relaciones sociales. Se les pide a los empresarios que confíen en las normas e impulsen pautas que limiten el poder de los máximos ejecutivos mientras observan a los gobiernos de las grandes potencias instalarse en liderazgos fuertes y en el boicot práctico a las nomas implantadas desde las instituciones multilaterales. Se les pide que compitan lealmente cuando la lógica de la guerra se impone, con mentiras, a países débiles, desde los gobiernos de EEUU y sus aliados. Se les pide que saneen sus cuentas y creen valor a largo plazo cuando el propio Bush ha terminado presentando a EEUU ante el mundo como un enfermo, como un yonqui que debe romper su “adicción al petróleo”189. El hecho es que EEUU y Reino Unido han estado en la vanguardia de la flexibilidad y también en la implantación de nuevas tecnologías. Los esquemas de una nueva economía dependientes de una idea revalorizada del trabajo han prendido en muchas de sus grandes empresas. El impulso a los emprendedores también. Sin embargo, los gobiernos que han ocupado el poder en EEUU en dos terceras partes de los 25 años transcurridos en la modernidad globalizada han tenido un sesgo dominante de retorno a las esencias y de revolución conservadora. Los cambios liderados por los países anglosajones han supuesto el ascenso de Reagan como George W Bush en EEUU y de Margaret Thatcher en Reino Unido. En particular, los años de gobierno de George W Bush, como presidente de EEUU, han significado un retorno al más puro primitivismo ideológico. Su época quedará marcada por la desmesura y el recurso al todo vale conduciendo a EEUU a conductas similares a las de Babilonia y Egipto, tres mil años antes, cuya riqueza era el producto del pillaje. Bush ha defendido un modelo de crecimiento, un 189 La “adición al petróleo” de EEUU fue una expresión utilizada por Bush en el informe sobre el estado de la nación el 1-2-2006.
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antimodelo habría que decir, que es el reflejo de sus alianzas con una tipología determinada de industrias. La América corporativa más rancia, la formada por la alianza entre la industria militar190 y las industrias extractivas más conservadoras, representadas por las petroleras191 de Texas, algunas eléctricas –entre ellas la paradigmática ENRON-‐ y parte del poder financiero, han ocupado las principales parcelas de poder. La industria de la guerra y la industria extractiva tienen rasgos muy señalados que, sin duda, terminan condicionando la visión pesimista del mundo de sus gestores. Su lógica interna grita: ¡la riqueza se acaba, luchemos por ella! Una perspectiva que contrasta con la forma positiva de ver el mundo desde las industrias basadas en el conocimiento que se nutren de un activo que se revaloriza en la medida en que se usa más intensamente. Se trata de sectores que, en sí mismos, representan una forma particular de negocio que no pueden servir como modelo general porque fomentan una idea de crecimiento insostenible basado en el todo vale, en la destrucción de valor y el agotamiento de las fuentes de riqueza. Actúan como si todos los recursos fueran limitados, y, estimándolos así, los explotan en una carrera contra el reloj para apropiarse del máximo beneficio en el menor plazo posible. Promueven una idea de la riqueza como un proceso de suma cero de modo que nadie puede hacerse rico sin añadir pobreza a la otra parte, como algo que se acaba en la medida en que se obtiene y que solo puede continuar y sobrevivir encontrando nuevos yacimientos. Necesitan impulsar valores del pasado y el imprescindible retorno de la humanidad a sus “esencias”, lo que incluye el recurso a la fuerza para conseguir los objetivos. Armamento y petróleo no pueden servir como paradigma pero, al tiempo, son industrias muy poderosas, en particular la primera. En 2005, por ejemplo, el gasto mundial en tecnologías de la información y
190 No son solo las conexiones de Dick Cheney con Halliburton (principal proveedor de la Coalición en Irak.de la que fue director general) y su esposa Lynne con Lockheed-Martin (primer productor mundial de armas de la que es administradora). Según el Washington Post del 18 de agosto de 2002 "al menos 32 importantes responsables de la administración Bush son o bien antiguos miembros de consejos de administración o bien accionistas importantes de sociedades que proporcionan armamento. Y 17 de esos responsables tienen lazos con suministradores decisivos del sistema de defensa por misiles: Lockheed Martin, Raytheon, Boeing y Northrop Grumman". 191 Por un lado, sus conexiones familiares; por otro, sus apoyos políticas. la ESSO ha sido la gran aliada de Bush contra el protocolo de Kioto. Por último, sus nombramientos: Zalmay Khalilzad, antiguo asesor de la Unocal, empresa petrolera estadounidense, como representante diplomático en Afganistán.
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la comunicación, TIC192 era solo el doble del gasto militar mundial. De modo que las tecnologías símbolos de la creación solo duplican las de la destrucción. No es extraño que los valores que representan las primeras, la transparencia y la información, encuentren fuertes resistencias a favor de la opacidad. Es imprescindible hablar de modelos y de filosofía empresarial. Pero es imposible desconectarlos de los modelos institucionales y políticos. El impulso a pautas de transparencia requiere que las instituciones públicas sean pioneras en su desarrollo. No es posible que el espacio público se destaque por la opacidad y el cortoplacismo o que exporte un modelo basado en la rapiña de la riqueza ajena y que se reclame para las empresas la sujeción a pautas de transparencia y a normas. Ni es posible reclamar participación del trabajo en las empresas, cuando tampoco los militantes de los partidos participan en las grandes decisiones, aunque se amparen en ideologías progresistas. Si el interés general no se defiende desde instancias públicas no es posible alinear a los individuos con los intereses colectivos y a la empresa con la sociedad y el interés general. La reordenación de las cosas implica reivindicar la política como instrumento de reequilibrio de poderes, como una disciplina y un arte que permite pensar y resolver de otra manera las cosas. Positiva o negativa, su influencia en la economía y los negocios y en la forma de organizar la producción y distribución de la riqueza es decisiva. Hace 10 años, la política se percibía como un problema para la economía, lo mejor era la no-intervención, dejar que la mano invisible del mercado gobernara el mundo. La Actualidad Económica, entonces la revista neoliberal más influyente entre directivos empresariales españoles, saludaba la llegada de 1997 señalando que "los escasos peligros para el desarrollo de los negocios son las políticas macroeconómicas y la influencia de los partidos políticos". Si pensaban en el tradicional intervencionismo de la izquierda el tiempo no les ha dado la razón: mientras aquella mano invisible sigue mostrando periódicamente lo que Greenspan denominó “exhuberancia irracional de los mercados” la política se ha hecho más evidente, pero no de la mano de la izquierda recién avenida a la ortodoxia, sino de la mano de
192 Según datos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI) el gasto en armamento rozó los 1,12 billones de dólares (885.700 millones de €) en 2005. Por otro lado, según datos de N-economía elaborados a partir de European Information Tcnology Observatory (ITO 2006), el mercado de las tecnologías de la información y comunicación, TIC, asciende a 1.950.000 millones de €.
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políticos como Bush, que no solo dilapidan la herencia de presupuestos equilibrados, sino que recuperan el mayor símbolo del intervencionismo, la guerra, para apropiarse de las riquezas ajenas. No es el único. Desde Sarkozy a Merkel, desde Putin a China y a los gobernantes de América Latina, los poderes dominantes muestran sin adornos que los impulsos públicos son imprescindibles en la economía. En este contexto, dotar la máxima altura de vuelo al debate político es fundamental. El modelo social de bienestar formó parte de un pacto político y un compromiso social entre capital y trabajo que la globalización ha dinamitado. Representaba una opción por un tipo de sociedad, no un compromiso de equilibrio fiscal. Entre lo uno y lo otro hay una gran distancia, la misma que hay entre la política, entendida como el arte del equilibrio social, y el economicismo que renace cuando la economía queda sometida a sus aspectos más técnicos y a la visión reduccionista de las elites tecnocráticas. Pero el hecho es que durante los últimos 25 años, aquel compromiso se fue degradando hasta convertir en un problema de inviabilidad financiera, lo que, en origen, era una concepción del mundo. El reduccionismo se hizo paso a paso. Lo que era un modelo de sociedad quedó limitado, conceptualmente, a un modelo de estado, el Estado del Bienestar, que luego quedó reducido a un conjunto de prestaciones sociales y, más adelante, a sus aspectos financieros, casi actuariales, y a su inviabilidad futura. Los tiempos han cambiado y es hora de volver a elevar el debate y darle un nivel político. Se trata de hacer una síntesis coherente entre la libertad y la intervención, lo espontáneo y lo organizado, los impulsos participativos y la funcionalidad de la autoridad, para integrar, en un todo, la ampliación radical de derechos civiles, la del modelo social de bienestar y la eficiencia económica. Esa síntesis significa, simplemente, otro modo de entender la convivencia que supone, al tiempo, más derechos, más dignidad para el trabajo y una dirección económica coherente y rigurosa. No es caridad ni solo justicia, también es economía.193 La mejor forma de activar recursos productivos es liberar a la mujer de su dependencia en el hogar y eso supone más guarderías para los niños y más ayudas públicas para los ancianos. La regularización masiva de 193 Estas ideas fueron expuestas por el autor en un artículo publicado por el diario EL PAIS el 2-1-2008. Su título: “Eficacia económica y complejos de izquierda”.
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inmigrantes significa, al tiempo, mejoras de derechos, empleo y crecimiento. La estabilidad en los contratos y la mejora en la capacidad adquisitiva de los sueldos son imprescindibles para producir más y mejor capital intelectual. El incremento del salario mínimo es también una apuesta por una economía basada en una mayor productividad. El impulso al I+D+i y a las nuevas tecnologías es el impulso a la nueva autonomía del trabajo que representan los investigadores y los emprendedores. No hay mejor destino para el superávit fiscal que facilitar las condiciones de vida a los ciudadanos activos. Una economía basada en el conocimiento requiere fortalecer los derechos civiles, mejorar los niveles sociales y dignificar el trabajo: no es posible lo contrario, digan lo que digan ciertos “analistas” y “expertos”. Al propiciarlo, política y economía se funden en otro modelo de convivencia que supera el paradigma neoliberal de crecimiento basado en la desigualdad y la descohesión social. De eso se trata. 7. El empoderamiento del trabajo Dijo Espinoza: “Cada cosa se esfuerza, cuando está a su alcance, por perseverar en su ser”194. Significa que las cosas y los procesos tienen una lógica interna, una esencia que tiende a repetirse, que cada realidad, desde un grano de arena a un planeta, tiene dentro de sí cierto ímpetu, cierto dinamismo que le lleva a desarrollar una potencialidad continuamente latente. Significa también que todo tiende a fluir por las vías ya conocidas, escoge el camino más simple para desarrollarse, tiende a su ser, siguiendo una ley del dinamismo que puede extenderse a los procesos sociales y a las relaciones de dominio. Hasta el punto, habría que añadir, que, en ausencia de una fuerza que contrarreste esas tendencias y actúe de contrapeso, el poder, todo poder, tiende a la sobredosis, es decir, tiende a repetirse y a refrendar y acentuar sus excesos. El poder es una relación que vincula al que lo ejerce y al que lo soporta, “un par de fuerzas que es, al tiempo, una acción y una reacción” en palabras de Foucault195. Cada persona nace resistiendo y es, en esta capacidad de reacción, donde se constituye como tal, donde construye su experiencia. Se defiende, reacciona de mil y una maneras a las fuerzas que inciden sobre si. Entre ellas aprende a no someterse, a 194 Spinoza, obra citada, “Etica”. 195 Forman parte de las ideas esenciales de Michael Foucault.
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obstruir y a inhibirse. Aprende también a sentirse parte del grupo que recibe las mismas presiones, que sufre el mismo poder; a fuerza de ser objeto de las mismas fuerzas se empieza a ver como sujeto colectivo que se enfrenta a ellas. Les pasa a las naciones, les pasa a las clases y grupos sociales. Y en particular, le pasa al trabajo. Una de sus conclusiones de este ensayo es precisamente la necesidad de plantear abiertamente el desequilibrio de las relaciones sociales en términos de poder. Los conflictos que afectan al trabajo en relación con el capital, a los accionistas respecto a los primeros ejecutivos, a estos con la élite de profesionales que les acompañan y a los generadores de conocimiento en relación con el conjunto de los trabajadores… Esos y otros conflictos, deben observarse desde la perspectiva del poder, como algo que atraviesa y conforma a esos colectivos y los convierte en sujetos sociales. Es imprescindible incorporar esa mirada si se quiere avanzar hacia una modernidad que se ha identificado con la Sociedad del Conocimiento. No basta con la denuncia de los desequilibrios y las debilidades objetivas, coyunturales o permanentes, entre el capital dinero y el capital trabajo en el nuevo capitalismo, ni tampoco con el análisis de sus causas. Esa denuncia y ese análisis son ineludibles pero deben continuar hasta extraer todas las consecuencias posibles sobre cómo afecta al poder de unos y de otros, quién lo ejerce y la forma en que lo ejerce. La tarea emprendida requiere culminar el análisis con el “empoderamiento” del trabajo, una exigencia que significa reconocer que, ahora más que nunca, generar influencias es imprescindible para ser reconocido y respetado, que ahora más que nunca tener poder vale la pena, volver a reconocerse como poder colectivo es imprescindible para influir. El empoderamiento del trabajo supone reafirmarse como sujeto social que se reconoce en unas ideas y unos intereses comunes que le permiten conciliar su desarrollo como ciudadano y como trabajador, es decir, su progresión como individuo y como grupo social. Esa aspiración solo puede materializarse en unas condiciones económicas y tecnológicas determinadas que permiten que lo colectivo se enriquezca desde el propio enriquecimiento de los individuos. El reconocimiento de la “inteligencia colectiva” como fuerza productiva suprema vinculada al desarrollo de internet y las tecnologías digitales es la mejor expresión de esas nuevas condiciones. Desde el fondo del sistema económico maduran tendencias, a cuyo análisis se han dedicado muchas páginas, que nos trasladan un mensaje claro: todo
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empuja a una conexión entre la innovación tecnológica y la social. Esa fuerza creciente parece colocar al hombre en el centro de la creación con una tecnología que le libera de los aspectos más rutinarios. Pero, hasta ahora al menos, el empuje del mercado como elemento depresor de esas mismas cualidades ha sido un contrapeso suficiente para impedir esa posibilidad de libertad. No obstante, parece que no será así en los próximos años. En cualquier caso se confirma un hecho evidente: la tecnología facilita la empresa flexible pero no altera la naturaleza del poder, algo que corresponde a los hombres resolver. Por un lado, favorece las tendencias participativas, por otro la concentración del poder y su ejercicio centralizado. Lo que parecía un signo liberador de los tiempos puede desembocar en lo contrario y acercarse a los paradigmas totalitarios del Gran Hermano que George Orwell describió en “1984”. Al tiempo, esa genial intuición sirve de vacuna para evitar una evolución hacia un esquema similar a la Policía del Pensamiento imaginada por su autor, una organización policial que ejercía el poder mediante telepantallas en casas y oficinas, utilizando una neolengua que borraba de las mentes las ideas de libertad y rebeldía. Ni la existencia de estos riesgos ni el que carezcan de capacidad automática de resolver las cosas incapacita a las nuevas tecnologías como un factor de progreso: el desarrollo económico que fomentan incorpora impulsos democratizadores, empuja hacia la libertad y la flexibilidad y hacia la socialización de las decisiones y los riesgos. La incorporación de más de 3.000 millones de personas al desarrollo económico, principalmente en Asia, confirma que la globalización ha impulsado una primera democratización de la economía a escala mundial que se ha concretado en los ámbitos espaciales, aproximando al desarrollo a naciones marginadas. Hasta ahora ha sido así, pero la pregunta es si en los próximos años y décadas, podrán las TIC ser causantes de un nuevo reverdecer democrático. Algunos son optimistas para el futuro. Thomas Friedman, periodista de New York Times y premio Pulitzer en tres ocasiones, autor de “La Tierra es plana”196 señala que “en estos últimos 20 años se han creado, modelado y distribuido todas las herramientas nuevas con las que podemos colaborar y conectarnos. Ahora, cuando todas las complementariedades entre dichas tecnologías empiezan a funcionar 196 Thomas Friedman, “La tierra es plana” Breve historia del mundo globalizado del siglo XXI. (Ediciones MR- Martinez Roca, 2006)
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verdaderamente juntas, está a punto de empezar la verdadera revolución de las tecnologías de la información”. Puede que sea así. Pero lo esencial es calibrar esas potencialidades en relación con una segunda democratización pendiente, que debe afectar a la misma empresa como centro fundamental del sistema productivo y de la creación de riqueza en un modelo de convivencia que no es otro que la denominada Sociedad del Conocimiento. Un segundo salto que debe alterar la naturaleza del poder, una utopía cotidiana, paradójicamente no tan lejana de la existente hace 150 años: “La industria moderna, en realidad, obliga a reemplazar al obrero a destajo de hoy día, mutilado por una larga repetición de la misma operación trivial, y reducido así a un mero fragmento de hombre, por el individuo plenamente desarrollado, capacitado para una diversidad de trabajos, dispuesto a hacer frente a cualquier cambio de la producción y para el cual las diferentes funciones sociales que lleva a cabo no son sino muchos modos de dar campo libre a sus potencialidades naturales y adquiridas”. Si en 1848, un joven Marx197, con 29 años, era capaz de vislumbrar este rasgo del papel del trabajo en la industria moderna, vigente todavía hoy, como también captó la esencia de la dimensión contradictoria de lo que hoy denominamos “globalización” -‐ civilizadora, global e implacable-‐ es porque supo descender a las entrañas del sistema productivo. Esa necesidad se mantiene y acrecienta hoy. No basta con criticar cómo se distribuye la riqueza, hay que entrar en los intríngulis de cómo se produce, entre otras cosas, porque lo uno y lo otro son dos caras inseparables de la misma realidad. Producción y distribución van unidas porque la forma de reparto, actuando como incentivo a la participación, es parte esencial del proceso de creación, porque, al margen de la obligación, el trabajador colabora activamente porque espera ser reconocido y retribuido en un “reparto justo” de los excedentes. Hablar de economía o de tecnología es hablar de personas, de actores sociales y de consecuencias sociales, de reparto de beneficios y de cargas por un trabajo conjunto. Y hablar de criterios de reparto es hablar de intereses, de influencias y de poder. En alguna medida, buena parte del pensamiento progresista ha recuperado el desconcierto inicial provocado por la globalización, pero sigue sin reflexionar a fondo sobre los fenómenos asociados al nuevo 197 El capital. Cita tomada de W. J. Barber en obra citada, “Historia del Pensamiento Económico”, página 160.
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capitalismo y a la nueva empresa. Por un lado, su mirada hacia la empresa bascula entre el silencio, la incapacidad, el desinterés y el recelo; por otro, se muestra incapaz de sistematizar propuestas políticas coherentes y de elaborar alternativas al modelo productivo. A veces, desde fuera, desde posiciones liberales, se pone el dedo en esa incapacidad. Lo hacía el diario liberal The Economist, cuando saludaba el nuevo milenio con las siguientes palabras: “Léase esta paradoja. El sueño de la izquierda, los progresistas y los utópicos en el siglo XX ha sido encontrar una vía para fomentar la colaboración de las personas. Trabajar como una comunidad ha ejemplificado todo lo que es bueno. Actuar de forma individual, como un mero átomo, ha sido considerado como malo. Una institución inventada básicamente en el siglo XX ha conseguido un gran éxito en este aspecto: agrupar a un gran número de personas que realizan un esfuerzo voluntario y de colaboración y comparten sus capacidades y conocimientos para conseguir un objetivo común. Se llama empresa. Y se le tiene mucho recelo”198. Tiene razón The Economist. El mundo del trabajo, como colectivo, ha estado tradicionalmente vinculado a las ideas de progreso. Pero, durante muchos años, pareciera que el reino del interés general, el que debiera ser el objeto de la política progresista, finalizara en las puertas de las fábricas y las empresas. Allí solo actúan los sindicatos, cada vez más debilitados por múltiples factores. Las nuevas ideas sobre las empresas han surgido de ellas mismas y de los analistas de sus comportamientos, los sociólogos de las universidades y del management. Pareciera que ese tema haya dejado de interesar a aquellos que deberían ser los más interesados en revisar el sistema productivo y de extender la flexibilidad hacia nuevos modos de propiedad. Es necesario construir una mirada del mundo desde los intereses y posiciones del trabajo, conectar con naturalidad, las cuestiones esenciales de la empresa y la sociedad actual. Y desplegar nuevas ideas. Ni las tecnologías de la información ni internet son nada sin la articulación del trabajo en torno al conocimiento, a los profesionales del conocimiento, la capa social más capacitada para liderar un cambio de mentalidad. Sus valores están asociados a la racionalidad, la calidad, la innovación el rigor y la moderación, que no debe confundirse con falta de firmeza ni decisión, cualidades imprescindibles para generar capital intelectual. Su posición en la sociedad es determinante ya que ocupan una amplia franja de las capas medias lo suficientemente 198 Informe de The Economist. Recogido por la revista Actualidad Economica en el número del 9-1-2000.
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numerosa para ser tenida en cuenta; entre otras cosas, porque su posición central en la sociedad les convierte en articuladores de las relaciones con el resto de trabajadores y con los primeros directivos de sus empresas. Ese papel central les obliga a asumir el conflicto entre el corto y el largo plazo, conocer sus causas y a encontrar soluciones equilibradas que permitan un desarrollo sostenible. Su función es precisamente incorporar racionalidad donde existe caos. En el actual nivel de desarrollo económico este grupo de trabajadores se convierten en socialmente imprescindibles se ubiquen donde se ubiquen. No importa si ocupan una función relevante en el interior de las grandes corporaciones o una función externa desde pequeñas empresas de servicios o desde un centro de producción de conocimiento. El desarrollo de las personas y la formación del capital humano es determinante para el incremento de la innovación y la productividad: lo es en su acepción social, al margen del rol personal que ocupe cada uno de ellos. Son actores imprescindibles que necesitan dar un paso adelante si quieren ser actores con capacidad de influir y eso requiere que sean conscientes de su poder, lo que significa tres cosas: tomar conciencia de que constituyen una comunidad de interés suficientemente cohesionada, tomar conciencia de que tienen mucho que aportar a la sociedad y tomar conciencia del propio poder como representantes del interés general y la racionalidad colectiva. Si caminan en esa dirección se convertirán sin duda en el principal contrapoder respecto a la visión neoliberal del mundo que impulsan las élites. Se convertirán en el colectivo imprescindible para encabezar cada una de las mil batallas contra la oscuridad y la ignorancia, que actúan, sostiene Castells, como “formidables obstáculos asociados a la gestión autoritaria”; y de liderar, al tiempo, las demandas de “mayor libertad para que los trabajadores mejor informados realicen plenamente todo su potencial de productividad”199. Lo institucional y lo social deben caminar juntos en los reequilibrios de poder. Las tecnologías de la comunicación son la oportunidad para relanzar la participación, ciudadana por un lado, laboral por otro, en las decisiones comunes. La inteligencia colectiva anuncia una nueva etapa del proyecto republicano que buscar garantizar el acceso de todos al saber. Supone revolucionar las estructuras sociales que fomentan la ignorancia sobre las capacidades de los individuos y 199 Manuel Castells, obra citada, “La era de la información”, página 270.
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bloquean e inhiben la cooperación transversal entre proyectos, recursos y capacidades. Las nuevas ideas son imprescindibles. En un mundo virtual, en el que las comunidades suplen la desconexión física con la afinidad de sensaciones, las ideas cumplen una función imprescindible para cohesionar a los grupos. El análisis aquí culminado ha utilizado siete conceptos para elaborar el hilo conductor del trabajo y de cada uno de sus siete capítulos: desapego, libertad, mercado, riesgo, conocimiento, autonomía y poder. Todos ellos enlazan el análisis de aspectos centrales del actual sistema productivo con el desarrollo de una perspectiva del hombre y la mujer en tanto que ciudadanos. Se trata de ideas que pretenden favorecer la articulación del pensamiento de los grupos profesionales más cualificados, actuar de cemento en las relaciones sociales, favorecer el dinamismo social y ponerse en cabeza de él. Pero mejor no equivocarse. Las ideas que tienen importancia social no son las más bellas o sutiles, ni las más profundas y justas sino las que consiguen ser las más aceptadas por las instituciones, los medios, las cúpulas empresariales… o cualquier otro grupo con un peso suficiente en la sociedad. Las ideas son un poder espiritual que solo adquieren capacidad de transformar cuando se encarnan en fuerzas sociales y políticas, cuando son aceptadas y utilizadas en la lucha de poder. Su éxito requiere finura de análisis y profundidad en los argumentos pero, sobre todo, la máxima potencia de los altavoces que se es capaz de desplegar. Es entonces cuando se materializan en algo tangible y se convierten en una fuerza determinante del progreso social; en cambio, cuando no lo consiguen, las ideas se reducen a palabras que se lleva el viento. Lo que se ha pretendido en este documento es afrontar la estructura productiva y la organización empresarial desde la perspectiva del trabajo. Romper los tabúes sobre determinados conceptos, como la libertad económica, el riesgo, la flexibilidad, la innovación y el conocimiento, que, lejos de ser neutrales, están condicionando una mirada. Dar la vuelta a la flexibilidad social y convertirla en bandera de progreso. Ojalá no resulte del todo fallido.
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