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Memorias del hijo secreto de MARX Antonio Fernández Benayas

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Novela, 2010

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Memorias del hijo secreto de

MARX

Antonio Fernández Benayas

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Nota aclaratoriaCasi todos los personajes de la siguiente historia han pa-

sado realmente por este mundo. Algunos de ellos hicieronbastante más o bastante menos de lo que aquí se cuenta; esal avispado lector a quien corresponde diferenciar lo ver-dadero de lo verosímil o probable.

Aunque algunos de ellos no sean muy conocidos, sí quecorresponden a documentos históricos los textos transcri-tos en distinto tipo de letra y mayor margen del corriente.

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Gris, mi buen amigo, es toda teoríay verde es el precioso árbol de laVida.

Göethe

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LENCHEN, EL OSO, MARTA Y YO

Dice mi madre que, aunque luego he ido viendo las cosas deotra forma, nací con la ilusión de destruir o volver al revés

todo lo que no me gustara. Claro que siempre, añadía ella, lo supe di-simular muy bien salvo lo de mi primera hazaña recién venido almundo.

Vivía mi madre en un rincón con puerta que había servido de cuar-to trastero en el apartamento de dos habitaciones que tenía alquiladala familia Marx en el número 64 de Dean Street. Era un habitáculopintado de verde y ventilado gracias a un ventanuco que daba a lacalle. Mi madre había logrado aprovechar muy bien el espacio: ensus doce metros cabía un gran colchón sobre un baúl y varias cajasde madera, dos sillas, una mesa de cocina, un perchero resguardadodel polvo por una funda de tela roja y una desvencijada estanteríacon libros y carpetas llenas de papeles manuscritos y recortes de pe-riódicos. No menos de cincuenta libros de todos los tamaños, mano-seados y amarillentos. Presumía mi madre de haber leído más decinco veces algunos de ellos. El más leído era uno de tapas de hule,papel amarillento y renegrido en las esquinas: es mi libro de cabece-

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ra, me repetía cada vez que hubo ocasión, siempre con el mismocomentario: no se pueden decir tantas cosas en tan pocas páginas.

En la pared, sobre la cabecera de la cama, en el lugar en el queotros cuelgan una estampa o un Cricifijo había un hueco en el quecabría un niño recién nacido y que servía de guarida a un oso negroque, dice mi madre, era la viva imagen de la ferocidad con su bocaroja siempre abierta.

Estuve sin salir de la habitación de mi madre durante mis primeroscuatro meses de vida que debieron estar llenos de malos olores, pe-sado aire, obscuridad y lloros, todos los lloros de que fui capaz. Elfinal de los cuatro meses fue también el final del oso: en brazos demi madre tuve, según ella, el primer gesto inteligente puesto que,cuando estuve a la altura de la hornacina que servía de guarida aloso, de un manotazo, hice caer al feo animal que se estrelló contra elsuelo

Dice ella que fue cosa mía, no por que ella se descuidara, pero quefue como una liberación: Lo había traído el doctor Marx de Holandacomo regalo para la baronesa; creo que por poco, ésta no le estrellócontra la cabeza de su marido; mi madre intervino para apaciguar latrifulca, quédate con él, dijo a mi madre el doctor Marx y, como enuna especie de trono que había de presidir todo lo que ocurriera ensu cuartucho, en esa hornacina estuvo hasta mi genial intervención.

Mi madre ríe a rabiar siempre que recuerda el incidente.No sé cómo pudo arreglárselas mi madre en el difícil trance de

traerme al mundo; pero ella misma me ha asegurado que el doctorMarx y sus hijas habían ido de Pic-nic y que, en el momento crítico,la baronesa Jenny pretextó un recado urgente y salió de estampida.Quedamos solos, ella con la angustia de la que no sabe lo que la es-pera y yo resistiéndome a salir de lo que había sido muy confortableresidencia durante nueve meses. Mi madre sufrió y trabajó lo indeci-ble por sacarme de ella y poderme ver la cara. Magnífica mi madreen ése su desamparo ¿no os parece?

Según me cuenta mi madre, la baronesa Jenny volvió a las tres ho-ras del parto, entreabrió la puerta, dijo “veo que te has arregladosola” y se fue a sus cosas. El doctor Marx, que, volvió del pic-niccon Juennychen y Laura ya entrada la noche, obró como si no se hu-biera enterado. Las que sí quisieron conocerme fueron las niñas: a la

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mañana siguiente, entraron en tropel, me vieron y salieron diciendo“qué mal huele”. Dos horas más tarde fue a visitarla Marta.

Nací y empecé a berrear tal vez por el frío de aquella habitación.Creo que seguí llorando y berreando durante dos días más. Me ima-gino a la baronesa Jenny gritando: esos berridos hacen imposibleuna presencia más en esta casa.

Me cuenta mi madre que, entre la baronesa y el doctor Marx, ha-blaron de llevarme a un asilo de niños huérfanos en el que solamentelos niños que se mueren enseguida o unos pocos que son adoptadospor su pinta de angelito están de paso. Los demás, entre los cualespude ser incluido yo, durante años y años, lloran, berrean, trastean,crecen y se amargan. No es buena cosa pasar mucho tiempo en unasilo de niños.

Yo tuve suerte porque mi madre plantó cara al matrimonio Marx yno aceptó eso del asilo; me retuvo con ella los cuatro meses de quehe hablado. Eran tiempos en que la economía de la familia Marx(seis personas incluida mi madre y yo) iba de mal en peor y mi ma-dre, además de llevar todas las labores de la casa, trabajaba cinco ho-ras en una fábrica de cerillas por seis peniques que entregabaíntegros a la baronesa. Eran horas en las que yo no hacía más quedormir y berrear por suciedad o por hambre.

Durante las horas que mi madre pasaba en la fábrica de cerillas, laúnica que se preocupaba de mis berridos era Jennychen, ocho años,que me introducía su dedo índice en la boca o me zarandeaba consuavidad hasta hacerme callar; pero no me limpiaba, que eso era loprimero que hacía mi madre nada más venir de ganar sus seispeniques.

Marta, compañera de mi madre en la fábrica, acababa de perder unhijo y se pasaba todo el tiempo gimoteando por los rincones. Supode mi vida y de todo lo demás. Vino a visitarme y se empeñó en riva-lizar con mi madre en darme el pecho y cuidarme.

Es Marta quien me lo ha contado: Era ya entrado junio cuandopropuso a mi madre el llevarme con ella. –No, respondió mi madre:es mi hijo y seguirá siendo mi hijo siempre; claro que a la empingo-rotada baronesa le molestan los olores y ruidos de mi pequeño. Puesque se aguante; muchas más cosas la he aguantado y la sigoaguantando yo a ella.

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-Escucha, Lenchen (a Elena Demuth, mi madre, la llaman todosLenchen por eso de ser alemana), tú no tienes por que renunciar a tubebé. Tendrá dos madres y estará muy bien cuidado. Sabes que vivocon mi suegra; ella le atenderá mientras trabajamos en la fábrica.Después le cuidaré yo; tú también podrás hacerlo siempre que le ro-bes tiempo a esa dichosa familia. Será hijo nuestro a partes iguales...Bueno, un poco más tuyo, lo admito. Y también de Roberto, mimarido, que lleva muy mal nuestra desgracia.

Hablaron con su jefe y éste habilitó para mí, en la misma fábrica,un rincón al que no llegaba polvo ni demasiado ruido.

Mi último acto en aquella habitación fue lo del manotazo al oso,cosa de la que, en absoluto, me arrepiento.

Marta me llevó a vivir con ella en una casa limpia, blanca por den-tro y con mucha luz, muy distinta de aquella horrible habitación quetantos recuerdos le traía a mi madre.

Yo me crié hermosote y sano: es como si hubiera tenido dos ma-dres. Mamá Lenchen y mamá Marta salían juntas de la fábrica con-migo en el medio, dentro de una canasta. Yo había sido registradocomo Enrique (¿fue en recuerdo del poeta Enrique Heine a quien mimadre consideraba el más brillante de los poetas alemanes y que, porser amigo del doctor Marx, visitaba Dean Street con frecuencia?) yEnrique Demuth me llamé hasta que Herr Engels, para que la genteno sospechase inconveniencias (así me lo explicó papá Roberto),propuso a mi madre lo completara con su propio nombre, el de Fede-rico. Estuviera o no de acuerdo mi madre, lo cierto es que todos de-jaron de llamarme Enrique, mi madre también se dejó llevar y, paraella y todos los demás, yo soy Freddy desde entonces. Y Freddý mellamó herr Engels, cuando, años más tarde, llegué a conocerle

Marta y Roberto Lewis eran generosos y entrañables. Siempre heestado orgulloso de haber pertenecido a esa familia. Roberto era za-patero remendón, Marta costurera y obrera en la fábrica de cerillas.También recuerdo a la abuela Margarita sin dientes y el pelo muyralo y muy blanco.

La abuela Margarita pasaba horas y horas conmigo; me daba lapapilla, me hacía dormir y me limpiaba. Apenas cumplí los tresaños, me enseñó las primeras letras. Murió sentada en una silla, sindecir nada. Yo tenía entonces cinco años y, cuando noté que se la ha-bían llevado de casa, me escapé para ir a buscarla. El bobby del ba-

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rrio me trajo a casa tirando de una oreja. Pasaron cinco años máshasta que Roberto me presentó al intendente de Hard Steel y empecéa trabajar como aprendiz en la sección de moldes.

Desde antes de que yo diera los primeros pasos, mamá Lenchenme sacaba a pasear los domingos. A veces, me llevaba hasta la casaen que ella servía sin dejarme a penas ver aquella horrible habitaciónen que descansaba, leía y seguro que soñaba con las cosas que yopodría hacer. Y conocí, uno a uno, a todos de la familia: al doctorMarx, a sus hijas y a la baronesa Jenny, que nunca me dirigió unsimple hola. También conocí al más íntimo de los amigos del doc-tor Marx, al que llaman el General y que no es otro que mi tocayo,Herr. Federico Engels.

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TUSSY, ENTRAÑABLE AMIGA

El recuerdo más vivo de toda esa familia corresponde a Leonor,la menor de las tres hijas del doctor Marx. Tussy, todos la lla-

mamos así, es cinco años más joven que yo. Fue una preciosidad deniña convertida a sus diecisiete años en espléndida mujer. Tenía in-finitos admiradores pero ella, durante no menos de veinte años, sedejaba engatusar por extrañas experiencias hasta caer en las redesdel horrible Aveling.

Cuando Tussy era muy pequeña, mi madre venía a buscarme yluego, los tres, nos íbamos a pasear por el parque. Es mucho el tiem-po e infinitos los juegos infantiles que hemos compartido. Ya mayo-res, seguíamos siendo incondicionales amigos hasta que ocurrióalgo de lo que hablaré más tarde.

Durante unos muy difíciles años, Tussy, espontánea y sin prejui-cios a la par que muy cultivada y bonita, ha vivido su personal trage-dia entre el lejos y el cerca de Eduardo Aveling, un feo petimetre,cazador de coristas, que la enamoró con su desparpajo y descuidadaforma de vestir, la mantuvo ilusionada con arrebatos y ficcionespara luego martirizarla con humillaciones, mentiras e infidelidades.Yo he sido su confidente y amigo incondicional. Releo su últimacarta con fecha 1 de marzo de 18981:

Mi queridísimo Freddy,Te ruego no me consideres perezosa porque llevo tanto

tiempo sin escribirte. No puedo expresarte cuánto me alegraque no me juzgues con severidad, porque te considero uno delos mejores hombres que he conocido. Estoy pasando muy

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1 .- De esa carta, como de otros muchos documentos relativos a la familiaMarx y a Federico Engels, ha tomado nota R.Payne para su libro "Eldesconocido Karl Marx".

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malos momentos y me quedan pocas esperanzas de que cam-bien las cosas. Estoy dispuesta a irme y con gusto lo haría siEduardo no me necesitara.. Lo único que me consuela son laspruebas de afecto que me llegan de todas partes. La gente esmuy buena conmigo, ignoro porqué.

Querido Freddy, cuánto me gustaría hablar contigo. Pero séque en estos días no puede ser.Siempre tuya, Tussy.

Ya os contaré lo que vivió, disfrutó y padeció Leonor Marx, paramí siempre inolvidable Tussy. Durante toda su vida, ella y yo fui-mos incondicionales amigos, tanto que llegó a formar parte irrenun-ciable de mi propia historia.

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EL DOCTOR MARX, PADRE DE TUSSY

Releer una de las cartas de Tussy me ha hecho volver a mi vidade entonces, mucho tiempo atrás, a los años en que el padre de

Tussy, el doctor Marx, era jefe indiscutible de la Asociación Inter-nacional de Trabajadores.

–De todos los que se llaman socialistas, el doctor Marx es el únicoque, sin ser obrero, más habla y escribe sobre la clase trabajadora.Es un lobo solitario que por su familia hace lo que sea menos traba-jar de forma regular. Es sensible como un niño y también déspota ygruñón como el oso que tú rompiste... Son juicios que, más de unavez, he oído a mi madre.

El doctor Marx ha muerto hace ya más de quince años y todo elmundo sigue hablando de él y de su libro principal, el Capital, quemuy pocos han leído. Por no disgustar a mi madre que vivía obsesio-nada por eso de los proletarios que no tienen otra cosa que perderque sus cadenas, del poder determinante de los medios y modos deproducción, de las plus-valías y demás, yo soy uno de los pocos quehan leído ese libro. Me lo había regalado herr Engels en una comidade la que os hablaré más adelante. Y ¿qué queréis que os diga? El li-bro, más que un tratado de economía, me pareció entonces y siguepareciéndome ahora un alegato romántico o, si queréis, un relatodramático capaz de eclipsar a Los Miserables de Victor Hugo,

Puedo hablaros del doctor Marx de sus tiempos difíciles, con mu-cha miseria en la familia y, también, de cuando vivió en tres lujosascasas, una detrás de otra, y comunistas de todos los países venían avisitarle para copiar ce por be sus consignas de cambiar el mundo yél, según expresión de la baronesa Jenny, su mujer, había encontra-do su propio sitio en el paraíso de los filisteos.

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El caso es que, primero a través de mi madre y después a través dela adorable, inteligente y algo atolondrada Tussy, Herr Karl Marx hasembrado en mí muchas dudas y, de alguna forma, ha marcado mivida.

Es la vida de un ingeniero metalúrgico que, en estos días, estáobligado a guardar reposo por tener una pierna entablillada: quisecoger en volandas a un aprendiz que caía de un andamio y ambos ro-damos por el suelo hasta que mi pierna tropezó con un amasijo dehierros. Es la razón por la que ahora tengo tiempo para hilvanar vie-jos recuerdos.

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UN PICNIC EN FAMILIA

Han pasado muchos años desde la época en que el doctor Marxera presencia obligada en las reuniones de lo que se llamó

economía subversiva. Fui testigo directo de algunas de esas reunio-nes, mantuve relaciones directas con no pocos de los participantes,aunque siempre estuve al margen de decisiones, proyectos, éxitos ofracasos... por que nunca tomaron en consideración lo que yo podíaaportar por mis lecturas, experiencia y saber hacer.

De esas reuniones lo que más recuerdo es la forma de hablar a gri-tos de unos pocos y los aplausos del resto sin notables discrepanciassobre las ideas que se repetían y se repetían. La excepción veníasiempre de las intervenciones del doctor Marx y de su incondicionalamigo y colaborador, mi tocayo herr Engels. Pero éstos, más aunque los otros, ignoraban olímpicamente cualquier cosa que yopudiera decir.

Desde la distancia, me gusta recordar algunos incidentes y hablarde ciertos encuentros con los más destacados de los revolucionariosde entonces y de ahora. Les he visto generosos, pero, también, zán-ganos, aprovechados y traidores. Lo que no sé es si todos ellos eransinceros.

Confieso que me persigue la sombra del doctor Marx y, cuandono tengo otra cosa que hacer, me siento obligado a repasar mis re-cuerdos, entre los que, sobre todos ellos, destaca el ceño fruncidodel propio doctor Marx, la tozudez de mi madre sobre eso de la re-volución proletaria y la amistad con la atormentada y entrañableTussy.

Ya os he dicho que Tussy tiene cinco años menos que yo. Fue laúnica de la familia Marx que, en vida de Herr Karl (mi madre le lla-ma así o Doctor Marx), me regaló su amistad. Los otros, en todas lasocasiones, han procurado dejar muy claro que yo no era más que el

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hijo de su ama de llaves: Un hola, muchacho, es lo más cordial querecuerdo haberle arrancado al imponente teórico del comunismo.De su esposa, la baronesa Jenny, ni una sola palabra. Jenny y Laura,las dos hijas mayores, siempre han procurado mantenerse por enci-ma de mi nivel aunque, en algunas ocasiones, se han mostrado con-migo cordiales y confiadas. Claro que esa cordialidad era muchomás evidente en los años de mucha miseria para ellos y mucho tra-bajo para mi madre, años en los que yo estaba aprendiendo las pri-meras letras y ellas se veían obligadas a llevar el mismo vestidodurante toda una temporada.

Hoy recuerdo un día de pic-nic, en familia. Ya para ellos erantiempos de vida cómoda, en la tierra de los filisteos, como decía labaronesa Jenny.

Mi madre necesitaba de alguien que cargase con las provisiones yése fui yo. Iba yo con la ilusión de intercambiar ideas con el doctorMarx, del que tanto y tanto hablaba mi madre y que pude ver en di-recto en un meeting que, según mi madre, sería el principio de lagran revolución proletaria: me refiero, claro está, al famoso actoinaugural de la que se llamó entonces Asociación Internacional delos Trabajadores. Pero, entonces, el doctor Marx no se acercó a mí nisiquiera para saludarme. La baronesa Jenny tampoco pareció darsecuenta de mi presencia. Jenny y Laura sí que me saludaron: con unguiño la mayor y Laura con un muy cortés hola, Frederik,

El día del Pic-nic, durante todo el trayecto, desde casa de los Marxhasta el parque, había cargado yo con la enorme cesta de mimbreque contenía la merienda de toda la familia. Ellos se acomodaron enuno de los muchos castilletes de troncos y enredaderas con mesa ybancos de madera al uso exclusivo de los burgueses; mi madre lesdispuso la merienda con mantel y cubiertos al completo sin que nin-guno de ellos hiciera ademán de ayudar. Yo seguía la escena a unosveinte metros sentado a la sombra de un árbol.

Hasta donde yo estaba vino la más pequeña de las hermanas, miamiga Tussy, nueve preciosos años. Hola, Freddy, tenía ganas deverte; con Nimmy hablo mucho de ti. Tussy y sus dos hermanas lla-man Nimmy a mi madre; para herr Engels mi madre es Nimmchen;para la familia en la que servía, incluidos la baronesa Jenny y el doc-tor Marx, es Lenchen, frau Helen para todos los demás porque mimadre fue una señora que se supo hacer respetar

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Tussy era una preciosidad de cría, toda energía y alegría de vivir.Me citó, una por una, a todas las amiguitas del Liceo, y habló, habló,de los libros que escribía su padre y que ella se estaba aprendiendode memoria, de unos cuantos malos que le odiaban a ella y a toda lafamilia, de que su mamá iba a contratar a una irlandesa con bigotepara asistirla como doncella particular cuando lo que ella quería esno separarse de su adorada y gruñona Nimmy... Me habló tambiénde que, muy pronto, iba a sentirse muy aburrida... ¿sabes? Oí amamá que decía al Moro: ahora sí podremos dejar esta casucha e ir-nos a vivir a un palacio. -¿El Moro? ¿Quién es el Moro? -Tonto,¿quién va a ser? Old Nick o el gruñón Daddy, papá y nadie más quepapá ¿es que no te parece un moro con esa barba tan revuelta y esosojos que parece que te van a devorar viva? A lo que iba: yo no quierovivir en un palacio, que es la cosa más estúpida y aburrida del mun-do. Yo quiero revolucionar a todas las mujeres para que no sueñencon vivir en un palacio como muñecas de porcelana.

Tussy correteaba por el campo con idas y venidas desde el cenadorcampestre que ocupaba su familia hasta el sombrajo en que descan-sábamos mi madre y yo.

Entre ida y venida de la pequeña, mi madre se esforzaba en lo queella llamaba ilustrarme: Como sabes, me decía, el mundo se divideen ricos y pobres; pero ni los unos ni los otros son culpables de sercomo son. Es la gran mentira de la historia eso de amarse los unos alos otros y tiene razón el doctor Marx cuando dice que la Religión esel opio del pueblo. Es el sistema de producción el que obliga a los ri-cos, los burgueses, que dice siempre el doctor Marx, a hacerse losdueños absolutos del valor del trabajo de los pobres o proletarios.Yo soy una proletaria, tú eres un proletario... Si quieres dejar de serproletario lo único que tienes que hacer es sumergirte en la corrienterevolucionaria que empezará lo más seguro aquí en Inglaterra. Yoprocuraré que el doctor Marx te dé un puesto de mucharesponsabilidad y ya verás cómo el mundo cambia: no tiene másremedio que cambiar.

Confieso que me aburría el rutinario discurso de mi madre y noveía muy claro lo que yo podía pintar como satélite del barbudo se-ñor que, ni siquiera, se dignaba mirarme; tampoco me convencía esode que el amor no es una fuerza progresista: algún día, pensé yo, en-contraré a la mujer ideal y verá el mundo de lo que soy capaz.

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-Ya me has dicho eso muchas veces, respondí entonces a mi ma-dre; pero hay muchos obreros que no piensan lo mismo; por no ha-blar de Roberto que no está en nada de acuerdo con eso de larevolución caiga quien caiga.

Y no dije más porque Tussy correteó de nuevo hasta nosotros:¿Sabes, Freddy? Voy a ser actriz y tendré el novio más guapo delmundo. Pero tú no, tú eres mi amigo y, además, no me gusta tu pelo.

Me reí con ganas y mi madre también. Un grito del doctor Marxseguido del refunfuño de la baronesa Jenny nos volvió a la realidad.

-Vamos hasta allá, pequeña Tussy. Mi madre se levantó con gestoagrio que enseguida suavizó ante la mirada de la baronesa. Tomó dela mano a la pequeña y la llevó hasta el lado de sus padres. Luego re-cogió manteles y cubiertos sin que ninguno de la familia hicieseademán de la menor ayuda.

Pero sí que oí cómo mi madre refunfuñaba dirigiéndose al doctorMarx: es hora de volver a casa; tiene usted mil trabajos atrasados.

–Cierto, Lenchen, cierto; haces muy bien en recordármelo, res-pondió el doctor Marx en un tono que me pareció más sumiso queirónico o molesto.

–Sí, claro, Moro fiero: de esos trabajos, ahora que ya eres célebreen todo el mundo, depende el porvenir de nuestras hijas, terció labaronesa.

–Claro, claro... ¿sabes, baronesa? Con lo años te vas pareciendo ami madre: ya sabes lo que me viene diciendo desde que estudio eco-nomía política: más te valiera hacer un buen capital que escribir inú-tilmente sobre si el capital es esto o aquello..

-Su señora madre todavía no ha entendido lo que el mundo esperade usted, doctor Marx, dijo mi madre, que no reparó lo más mínimoen el fruncido ceño de la baronesa.

-Déjate de divagaciones y recógelo todo para volver casa, gruñonade los demonios

Confieso que me sorprendió tanto el aire socarrón del doctor Marxcomo el tono tranquilo y severo de la intervención de mi madre,quién no pareció darse cuenta de la mueca de desaprobación de labaronesa.

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Ya en casa, comenté la escena con Roberto. Hablo de todo con él,muchas veces con Marta por delante. Sé que me quiere como a unhijo y yo veo en él al mejor de los amigos. Yo le hablé sobre lo queyo veía y mi madre me contaba del doctor Marx.

–Mira, chico, sentenció luego de escucharme pacientemente: Muypocas veces he tropezado con Herr Marx; pero te puedo asegurarque a mí no me parece tan sabio como dice tu madre. Creo que seaferra a tres o cuatro ideas, las mismas que barajan todos los revolu-cionarios, y luego selecciona de aquí y de allá frases de unos y deotros, mete por el medio alguna indemostrable teoría de propia cose-cha, aliña todo con el lenguaje que se aprende en las academias y yatienes ahí lo que la gente espera oir.

Sé que ha escrito que la historia de la humanidad es la historia dela lucha de clases, algo así como un continuo enfrentamiento entreodios y más odios. No niego que eso puede parecer a simple vista;pero si profundizas un poco, verás que lo verdaderamente positivode la historia nace de una providencial ola de generosidad o de unutilísimo invento... algo que no tiene nada que ver ni con los odios nicon las clases, de las cuales una sería la buena y otra la mala.

No creo que la historia sea tan simple como él dice y que no hayamalos y buenos en todas las clases sociales; mezclados, eso sí, perocon responsabilidades personales cada uno de los hombres y muje-res que poblamos este ancho mundo. Cuando míster Marx se refierea lo de las clases sociales y no ve más que dos ¿qué quieres que tediga? Son muchas las clases en las que se divide la sociedad: la delos que viven de las viejas glorias, la de los muy ricos que han here-dado lo que disfrutan, no mueven un dedo por nadie, se creen con to-dos los derechos y miran a todo el mundo por encima del hombro, lade los zalameros que les envidian y cortejan, la de los emprendedo-res que utilizan su saber hacer y el dinero como herramienta, la delos que trabajan y creen que de su trabajo depende el propio porveniry el de los suyos, la de los que malviven en la más absoluta desespe-ración por que no aciertan a encontrar vías de liberación personal; lade los que aman, la de los que odian por que no han aprendido aamar, la de los que ni aman, ni odian porque no tienen otra ocupa-ción que la de imitar el modo de vida de los animales, etc., etc...

¿Qué quieres que te diga? Cuando son tantas las clases de perso-nas en que se divide la sociedad no acabo de entender esa radical di-

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visión en dos clases de que habla ese señor. Si quieres simplificar, apoco que discurras, verás, por lo menos, tres, puesto que entre los dearriba y los de abajo cabe una tercera clase: entre muchos ricos, gen-te inútil y siempre ávida de acumular y no pocos pobres que, pen-dientes de las soflamas de tanto charlatán, derrochan energíasmaldiciendo esto y aquello o, lo que es peor, se dejan arrastrar haciala violencia y la envidia, cabe una tercera clase de personas que en-tienden cuál es el verdadero papel que les toca desempeñar: es la delos trabajadores por que sí. Son ricos o pobres con la principal preo-cupación de justificar sus vidas. Proporcionan la salud de los esta-dos, mantienen el buen orden social mirando siempre hacia delantey trabajando en el día a día por mejorar la parcela en que se desen-vuelve su vida. En ésos es en los que yo creo; por lo que a mí toca, aesa clase es a la que me gusta pertenecer.

-¿Quieres decir que, entre los ricos, hay también gente generosa?-Puede que sí ¿por qué no? Y también los hay que tienen alma de

esclavo, aunque presuman de poder hacer lo que quieren.-Para esclavos, esclavos... los que sufren sin rechistar. Y yo no

quiero ser de ésos.-No está mal el rebelarse contra la injusticia..., me respondió papá

Roberto. El problema está en la dificultad de acertar en el cuándo, enel cómo y con quién asociarse para intentar poner remedio.

No con el doctor Marx, pensé para mis adentros. No soporto el queme ignore.

Roberto siguió hablando; a Roberto le gusta mucho hablar y nodice cosas que no se comprendan a la primera; Marta, en cambio, ha-bla poco: escucha y sonríe. Roberto sabe mucho porque reflexionasobre todo lo que lee y lee mucho en su pequeño cuarto de zapateroremendón. Yo no sé qué pensar ante muchas de las cosas de que ha-bla Roberto. Creo que Marta, mamá Marta, sí que sabe lo quepensar.

Fue la conversación con Roberto lo que me ayudó a dormir bien lanoche de ese ajetreado domingo.

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LA ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DETRABAJADORES

Sé que han ocurrido cosas mucho más importantes en el mundo;pero a mí, obrero metalúrgico en aquel tiempo, hoy ingeniero

industrial, testigo directo de todo lo que se trabaja y se sufre en lasfábricas, de lo mucho que a unos sobra y a otros falta... hijo de unamadre soltera que es sirvienta de un famoso personaje al que algu-nos llaman el doctor terrorista, lo que más me interesaba entonces ysigue interesándome todavía hoy es lo de los odios entre unos yotros de los de arriba, entre unos y otros de los de abajo, entre los dearriba y los de abajo..., que decía papá Roberto, para quien lo de lalucha de clases, tal como lo explica el doctor Marx, es una burdasimplificación.

–Que cada uno siga lo que le dicta su propia conciencia y cambia-rán muchas cosas.

Recuerdo ahora lo ocurrido en el otoño de 1864, dos años más tar-de aquella Gran Exposición de la Industria Moderna que hubo enLondres. Ya llevaba yo cuatro años trabajando en la Hard Steelcomo limpiador de moldes. Era domingo y yo estaba ya preparadopara el paseo prometido por mi madre: traje recién planchado, cami-sa limpia y la gorra que me había regalado Roberto, mi padre adopti-vo. De Marta, su esposa, yo diría que tiene celos de mi madre. Me daun beso y mira a mi madre como diciéndola: él también me quiere.

Mi madre, ya os lo he dicho, es Elena Demuth, el ama de llaves deldoctor Marx.

-Date prisa, Freddy, que llegamos tarde.

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Cogidos del brazo, atravesamos el parque que lleva hasta SaintMartin’s Hall. Tenía yo trece años y ya me gustaba detenerme a ad-mirar a las chicas, todas muy bonitas, todas muy estiradas. Me dolíael que no reparasen en mí y recuerdo que refunfuñaba con la bocacerrada: lamentaréis esto cuando yo sea ingeniero. En el trabajo sonmuy pocos los que, a mi edad, han llegado al puesto que ya tengo:preparador de moldes para la fundición.

-Hoy vas a poder hablar con él, me dice mi madre.-¿Con quién?, le pregunto,-Con el doctor Marx, naturalmente. Habrás de saber que los ami-

gos de los obreros de toda Europa le han invitado a una importantísi-ma reunión en la que se hablará de la independencia de Polonia y demuchas más cosas. Falta hace que se reúnan y lleguen a algún acuer-do para la revolución que se avecina. Odio a los burgueses, Freddy,les odio no veas cómo.

-Madre, pregunté con aires de intelectual, ¿tú crees que existiríanlas fábricas si no las hubiesen levantado los burgueses?

-Claro que sí ¿acaso no pueden levantar una fábrica unos pocosobreros unidos en cooperativa? Ahora los burgueses levantan fábri-cas para hacerse más ricos a costa de lo que no pagan a los obreros;pero llegará un día en que los obreros seréis libres y las fábricas se-guirán existiendo aunque hayan desaparecido los burgueses.

-¿Cómo?-Con la cooperación que saldrá de una revolución que acabe con

todo lo que ahora está mal. Ya vas siendo mayorcito para que te descuenta de que es eso lo que va a ocurrir.

Ni siquiera entonces yo creía en la revolución, pero no repliqué ami madre. Era recia de carnes, muy enérgica y capaz de soltarme unbofetón

No hablamos más hasta llegar a la sala de conferencias.Allí estaban Jennychen y Laura, las dos hijas mayores del doctor

Marx, ambas con vestidos nuevos de seda, muy bien arregladas, per-fumadas y muy hermosas, veinte y dieciocho años. Jennychen mu-cho más abierta, dicharachera y alegre; Laura taciturna y retraída,como si quisiera guardar distancias. Jennychen me besó, Laura sola-mente me extendió la mano. Me senté entre mi madre y Jennychen.

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-Mira a mis padres, Freddy. Fíjate, mi madre, con su vestido decien libras, ya parece lo que es, la baronesa von Westphalen, descen-diente de los ilustrísimos duques de Argill. Y del Moro, ¿qué me di-ces del Moro? Papá está impresionante con su levita azul reciénestrenada y hecha a la medida por uno de los mejores sastres de Lon-dres. Ves que ahora lleva monóculo y parece todo un lord. La de co-sas buenas que nos han ocurrido estos dos últimos años: parecía quetodo se iba a venir abajo cuando el New York Tribune cortó las rela-ciones con mi padre y una buena parte de los socialistas alemanesnos retiraron sus subvenciones, el tío Philiph de Holanda, que noshabía ayudado tantas veces, se hace el remolón; entra en casa la ne-gra miseria hasta que nuestro gran amigo, el bueno de Willy Wolf,se muere y nos deja un legado de un montón de libras; pocos mesesmás tarde, muere también la abuela Enriqueta con el regalito de unabuena herencia y... ¡hala! con nueva casa y todo lo que ves a entraren el mundo de los filisteos, como dice mamá: lo bien que se vivecon mucho dinero, sobre todo, si la sangre azul corre por las venasde uno.

-No hablas más que tonterías, la cortó Laura.-Tonterías dirás tú, bicho. ¿Es verdad o no es verdad que mamá es

baronesa, la baronesa von Westphalen, descendiente, nada menosque de los condes de Arguill, una de las más nobles familiasescocesas?

-Sí, pero no es el momento de sacar a colación los títulos y anti-guallas que tanto combatimos en los otros.

-Chica, estamos en familia y hablo con el hijo de nuestra queridaLenchen. ¿Qué pasa, tonta? ¿No quieres que disfrutemos de las po-cas cosas que nos diferencian de los simples proletarios? - Siguió ladiscusión en murmullos inaudibles; hablan y hablan casi siemprediscutiendo.

Yo fijé mi atención en los padres de estas dos hermanas, tan gua-pas y tan distintas ellas. Ellos están situados dos filas más adelante;no nos han dirigido ningún gesto de saludo, creo que por mantenerlas formas. Ella, la baronesa Jenny, no disimula ni en el porte ni en laforma de vestir su ascendencia nobiliaria: vestido de terciopelo rojocon amplio polisón, creo que se llama, y un echarpe de seda azul ysombrero de amplio vuelo, justamente, como si pretendiera repetirla imagen de la reina; él también muy elegante con levita y monócu-

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lo, cabellos largos, barba hirsuta y abundante. Tardo en verle la caraen que destaca la amplia frente, los ojos como escondidos en las ór-bitas y el entrecejo como un puente sobre una nariz gruesa y no muyrecta: es de baja estatura, pero de complexión muy fuerte; siempre lovi andar estirado y con la cabeza inclinada hacia atrás.

Así, de pronto, me pareció la imagen de un rey asirio imponente ycruel ¿por qué? No lo sé ciertamente ¿no dicen de él algunos de miscompañeros de trabajo que se desvive por los proletarios hasta elpunto de arruinarse por haber financiado campañas de los más auda-ces revolucionarios? (mi madre dice que esto ocurrió allá por los fo-llones del 48). Si es así ¿porqué es tan diferente de los obreros y delos amigos de los obreros que llenan la sala?

-¿Ves a ese gentleman alto y elegante sentado al lado de mi pa-dre?, me dice Jennychen: Es el tío Fred, Herr Frederik Engels (¡quécasualidad!, yo también me llamo Frederik, pensé para mi coleto),el mejor amigo de la familia: nuestro padre y él se llevan de maravi-lla y hasta escriben libros en comandita. Es un solterón empederni-do al que nunca han faltado líos de faldas ni parte activa en cualquierrevuelta o revolución: no se pierde ningún fregado en cualquier rin-cón del Continente aunque ello sea a las órdenes del primer aventu-rero irreflexivo. Nos repite una y otra vez sus experiencias entresoldados y rebeldes y a todos nos quiere dar lecciones de estrategia.Por eso le llamamos el General. Por demás, puntualizó Jennychen,es una gran economista que se ha ilustrado casi tanto como mi padresobre la filosofía y también sobre los nuevos descubrimientos de laBiología.

No me cayó bien este tal General y eso que luego se acercó a mí ysin esperar a que mi madre nos presentara, prácticamente, me abra-zó, al contrario que el doctor Marx que me ignoró olímpicamentecon no menos falta de disimulo que su esposa, la baronesa Jenny.

La sala resultó pequeña para toda aquella gente dividida en gruposa cual más numeroso. Fue Jennychen la que me habló de unos y deotros mientras esperábamos al profesor Beesly, de la universidad deLondres, a quien, al parecer, correspondía abrir la sesión.

-Los de las primeras filas de la izquierda, me explicó Jennychen,son italianos, seguidores de Mazzini ¿qué no sabes quién es Mazzi-ni? Es un loco aventurero que quiere hacer de Italia la primera po-tencia de Europa: como idealista puro, asegura la vuelta al paraíso

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en cuanto Italia deje de estar dividida en estados, unos enfrentados aotros, y se convierta en república no menos grande en extensión quela República Romana de los primeros tiempos. Los italianos odian alos franceses y éstos dividen sus fobias entre los propios italianos ylos prusianos (¿sabías que yo fui engendrada en Prusia?), mientrasque admiran, y no sabes cómo, a los ingleses. Entre los franceses, si-tuados en el centro, hay unos cuantos que son proudhonianos, quees tanto como decir socialistas reaccionarios. Más al fondo, verás alos pobres polacos: pobres por que todos ellos huyen del hambre sinacertar a ponerse de acuerdo sobre quienes son sus enemigos, si losprusianos o los rusos, ni tampoco parecen saber quiénes sus amigos,si los franceses o los italianos. A la derecha están situados los sindi-calistas ingleses, que presumen de haber avanzado más que ningunoen la cuestión de horarios y de sanidad en las fábricas: owenianos,fabianos y qué sé yo cuántas cosas más; pero todos ellosadmiradores de papá. ¿Te has dado cuenta de que aquí no hay másmujeres que mamá y nosotras?

Me resultaba muy divertida y confusa una información que no en-cajaba muy bien con mis preocupaciones de entonces. La guapaJennychen Marx siguió hablándome sin tratar de entrar enprofundidades.

-Detrás de mi padre están situados los emigrantes alemanes. En sumayor parte aceptan a Old Nick (así llamo yo a mi padre para ha-cerle rabiar, me explicó Jennychen) como indiscutible maestro; cla-ro que algunos de ellos parecen embobados por el recuerdo del tontode Lasalle1. ¿Qué quién era Lasalle? Una especie de abogado decausas imposibles, un oportunista, que, como dice mi padre, vivióobsesionado por la cuadratura del círculo, que eso era casar las sa-trapías burguesas de Bismark con el socialismo. Copiando las prin-cipales ideas de mi padre, el pedantón Lasalle se presentaba como laencarnación de la verdad socialista reducida a su mínima expresiónde forma que la puedan abrazar los tirios y los troyanos, los partida-

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1 .- Fernando Lassalle (1825-1864), también de origen judío y muy conoci-do entre los socialistas alemanes, había visitado en Londres a la familiaMarx por los años en los que yo nací.

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rios del libre comercio y los nacionalistas, los opresores y losoprimidos: cuantos más mejor, aunque no tengan nada en común.

-Fernando Lasalle, terció Laura, se batió en duelo por defender elbuen nombre, me río yo, de una de sus muchas amigas. Le conoci-mos muy bien porque pasó una temporada en nuestra vieja casa deDean Street justo unos meses antes de nacer tú.

-El señor Lasalle ha muerto recientemente compitiendo con unmequetrefe por los favores de una coquetuela de tres al cuarto, apun-tó mi madre con lo que me pareció un retintín de rabia. Ha sido elgran falsificador de las ideas del doctor Marx.

-Claro que era tan moreno, tan estirado y tan guapo... fue Laura laque apuntó esta frivolidad mirando con sorna a mi madre, que bajólos ojos no sé si por la humildad de su oficio o por algo relacionadocon algún secreto recuerdo. Me guardo el detalle para, cuando lle-gue la ocasión y a solas con mi madre, tratar de saber si tuvo algoque ver con ese tal Lasalle y luego... ¿sería así? nací yo. La verdades que si algo me reconcomía entonces era el misterio de los viejosamores de mi madre.

Nos trajo a la realidad del momento un aplauso con el que se reci-bía al primer orador. Los cinco de la presidencia le hicieron un hue-co en el centro de la mesa que ocupaban.

-Es el profesor Beesly, de la universidad de Londres, me cuchi-cheó Jenny Marx.

-Son nuestros amigos, habló el profesor, los proletarios franceses,los que me pidieron que organizase esta reunión, sin duda alguna,representativa de los intereses de los trabajadores de las nacionesmás civilizadas. Aunque el motivo principal de la reunión es aunarprotestas contra la infamante ocupación de Polonia por Rusia, pocopodemos hacer además de protestar. Vamos, pues a hablar de máscosas. En Francia, como sabéis, la situación está cambiando desdeque allí gobierna Napoleón el Chico; no ha tenido más remedio queaflojar la presión de unos años atrás y ya podéis reuniros y viajarpara intercambiar ideas y experiencias; pero habéis de aprovechar eltiempo: no es necesario ser un gran profeta para adivinar que se ave-cinan tiempos difíciles para el Continente: este Napoleón de pocamonta parece que quiere emular al fantasma de su tío y no pierde laocasión de una guerra allá a adonde le lleve su ambición. No caigáisen la trampa de romper fronteras a base de tiros y bayonetazos: las

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fronteras deben desvanecerse ante el interés común de todos lostrabajadores. Recordad la inolvidable proclama del doctor Marx,aquí presente: Proletarios de todos los países, unios.

-Todos, menos el doctor Marx, rompimos a aplaudir. Este se le-vantó, durante unos instantes rodeó la sala con una mirada, que pasóvelozmente por nuestro grupo, y, en un inglés, deliberadamente (esome pareció) germanizado, dijo: “Gracias, muchas gracias; he pasadomi vida estudiando lo que nos dicen la Naturaleza y la Historia yaquí estoy para poner todo mi saber al servicio de la causa proletaria.Que hablen los que tengan buenas cosas que decir”.

Ahora no aplaudió nadie a la espera de la siguiente intervención.Uno tras otro hablaron los cinco que, junto con el profesor Beesly,ocupaban la mesa de la presidencia. Discursos largos y monótonos,todos expresados en un pésimo inglés con el peculiar acento de lanacionalidad del orador. Cinco oradores, cinco nacionalidades ade-más de la inglesa representada por el profesor presidente: italiana,francesa, alemana, polaca y húngara.

Vi que a mi madre le costaba dominar el sueño y que Jenny y Lau-ra estaban entregadas a sus cosas en risitas y cuchicheos. A mí medivertían los cambios de acento en las peroratas de unos y de otros:era ésa la única diferencia que yo veía en sus dichos. Me parecióque todos decían lo mismo.

Algo muy distinto fue lo del doctor Marx: habló en inglés confuerte acento deliberadamente germanizado. Era su voz un tantogangosa pero firme y con recia musicalidad. Eran sus ademanes losde un personaje acostumbrado a imponer su criterio. Su estampa esla de un ser escapado de las ilustraciones de una novela romántica:ojos penetrantes, piel obscura como de haber pasado varios años enel trópico, cabellera leonada y rebelde, barba abundante e hirsutacon amplias zonas blancas.

Hablaba como obsesionado por convertir en dogma cada una desus contundentes frases.

-Lo que queremos y debemos decir es que las circunstancias nosobligan a fundar una organización internacional de trabajadores,comprometida no con la reforma, sino con la destrucción del actualsistema económico hasta reemplazarlo por uno nuevo en que losobreros tomen posesión de los medios de producción, lo que haráque desaparezca la propiedad privada en cualquiera de sus formas y,

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consecuentemente, todo sistema de explotación de los unos sobrelos otros.

Ya, sin equívocos, declaramos que la emancipación de la claseobrera será obra de los obreros mismos y que la lucha por la emanci-pación de la clase obrera no es una lucha por privilegios y monopo-lios de clase, sino una inevitable consecuencia de la evolución de losmedios y modos de producción.

Sabemos que el sometimiento económico del trabajador a los mo-nopolizadores de los medios de producción, es decir de las fuentesde vida, es la base de la servidumbre en todas sus formas, de toda mi-seria social, degradación intelectual y dependencia política; que laemancipación económica de la clase obrera es, por lo tanto, el granfin al que todo movimiento político debe ser subordinado como me-dio; que todos los esfuerzos dirigidos a este gran fin han fracasadohasta ahora por que no ha llegado aún el momento de la gran revolu-ción y han surgido como hongos los líderes de opereta, esos mismosque disfrazan su ignorancia con propuestas fuera de tiempo y lugary actúan por simples impulsos sentimentales. Los socialistas cientí-ficos sabemos que la emancipación de los proletarios, que no tienenotra cosa que perder que sus cadenas, es el necesario resultado de lalucha de clases, que habrá una definitiva revolución iniciada por lospaíses más industrializados y culminada por la dictadura de esemismo proletariado, lo que ya hará imposible la lucha de clases.Sabemos que son los nuevos medios y modos de producción los quemarcan la forma de vivir y el destino de la humanidad, de toda laHumanidad.

No es tiempo de lamentaciones ni de blandengues sentimentalis-mos. La unión de los socialistas obedece a una necesidad históricano a lo que los burgueses llaman criterios morales, ética o justicia,cosas que siempre interpretan a su conveniencia. Nosotros sabemosque no existe otro valor más contundente que la correcta interpreta-ción de la marcha de la historia. Ello quiere decir que el movimientoque estamos estructurando y que afecta a los obreros de los paísesmás industriales de Europa, a la vez que despierta nuevas esperan-zas, da una solemne advertencia para no recaer en viejos errores, so-bre todo, para marcar distancias entre el socialismo científico y esalegión de predicadores de pacotilla.

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Como colofón de todo ello, permitidme repetir lo recordado por elilustre profesor Beesly y que Federico Engels y yo pusimos al finaldel Manifiesto Comunista que, seguramente, todos vosotros cono-céis: Proletarios de todos los países, uníos.

-Algo así ya nos ha enseñado el maestro Proudhon, exclamó el de-legado francés.

-Que estudie más economía ese pretendido maestro y realmentepodrá enseñarnos algo.

La réplica del doctor Marx recibió un murmullo de aprobación porparte de la asistencia, no así del delegado francés quien esperó a quese restableciese el silencio para gritarle al doctor Marx: es usted unpedante incorregible.

-Modere su lenguaje, señor delegado, o tendré que pedirle queabandone su puesto en esta mesa presidencial, reconvino el profe-sor Beesly sin alterar su suave forma de hablar.

Ostensiblemente alterado, el delegado francés se levantó de suasiento y abandonó la sala sin despedirse de nadie. Los otros france-ses, desperdigados entre la concurrencia, ni siquiera se levantaronde sus asientos. A los pocos minutos, continuó la reunión como si nohubiera ocurrido nada. En intervenciones cortas, hablaron uno trasotro, hasta no menos de diez. El último vestía corbata de seda y levi-ta a la medida, como un burgués de la City: era su voz áspera, comoinapropiada para su refinado aspecto: es el sastre Weitling2, mesusurró Jenny.

-El doctor Marx ha apelado a la unión de los proletarios de todo elmundo y de eso es de lo que se trata.

-Claro que sí, señor Weithling, pero de una unión por necesidad,no por simpatía, de eso es de lo que se trata: lo dicho: Proletarios de

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2 .- Guillermo Weitling (1808-1871), es uno de los socialistas tildadosde utópicos por el doctor Marx. Se conocían desde 1848, cuandoWeitling dirigía la Liga de los Justos, que el doctor Marx y herrEngels convirtieron en Liga Comunista. Weitling había escrito un li-bro muy ridiculizado por el doctor Marx: El Evangelio de un pobrepescador; en él se decía: "Cristo es un profeta de la libertad; su doc-trina es la de la libertad y del amor".

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todos los países, uníos. No tenéis otra cosa que perder que vuestrascadenas.

Todos aplaudieron la rotunda proclama del doctor Marx. El mee-ting había terminado; siguió lo que llamaron una reunión de trabajoentre los delegados a los que se incorporó el doctor Marx.

-¿Te has dado cuenta de cómo ha dominado mi padre a todos losdemás? Me comentó Jenny, realmente entusiasmada.

Ya a la salida, oímos al señor Engels, que gritaba: -Lenchen, espe-ra. Mi madre saludó a Herr Engels con afectuosa naturalidad.

-Este es Freddy, claro. Hola, muchacho. Tienes en tu cara un refle-jo de la inteligencia y bondad natural de tu madre, dijo el señorEngels y, dirigiéndose a mi madre, -Lenchen, el doctor Marx quiereque te incorpores a la reunión.

Ambos volvieron rápidamente al interior de la sala. Mi madre medio un beso de despedida cuando las dos hermanas ya me daban laespalda. Yo seguí tras ellas durante unos cincuenta metros retrasan-do el paso hasta perderlas de vista.

****************Años más tarde, pude darme cuenta de la importancia de aquel

meeting del día 28 de septiembre de 1864 en el Saint Martin’s Hallde Londres. Allí quedó fundada la Asociación Internacional de losTrabajadores. Me contó mi madre que, en la posterior reunión a laque ella asistió, se eligió un Consejo General provisional, con resi-dencia en Londres. Necesitaban una declaración inaugural y unosestatutos y fue el doctor Marx el elegido para darles la forma defini-tiva. Presumía mi madre de una personal participación: Me aseguróque fue de ella un párrafo en el que se decía “que todas las socieda-des y todos los individuos que se adhieran a la Siciedad Internacio-nal de los Trabajadores reconocerán la verdad, la justicia y lamoral como bases de sus relaciones recíprocas y de su conducta ha-cia todos los hombres sin distinción de color, de creencias o de na-cionalidad”.

****************Por recomendación de mi madre, hube de leer lo que llamaron

Estatutos generales de la Asociación Internacional de los trabaja-dores. Aunque no pueda yo decir que hayan tenido algo que ver en

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mi vida, puede que a alguno de cosotros os interese que recuerde lospárrafos más significativos:

que la emancipación de la clase obrera debe ser obra de losobreros mismos; que la lucha por la emancipación de la claseobrera no es una lucha por privilegios y monopolios de clase,sino por el establecimiento de derechos y deberes iguales ypor la abolición de todo privilegio de clase;

que el sometimiento económico del trabajador a los mono-polizadores de los medios de trabajo, es decir de las fuentes devida, es la base de la servidumbre en todas sus formas, detoda miseria social, degradación intelectual y dependencia po-lítica;

que la emancipación económica de la clase obrera es, por lotanto, el gran fin al que todo movimiento político debe ser sub-ordinado como medio;

que todos los esfuerzos dirigidos a este gran fin han fracasa-do hasta ahora por falta de solidaridad entre los obreros de lasdiferentes ramas del trabajo en cada país y de una unión fra-ternal entre las clases obreras de los diversos países;

que la emancipación del trabajo no es un problema nacionalo local, sino un problema social que comprende a todos lospaíses en los que existe la sociedad moderna y necesita parasu solución el concurso teórico y práctico de los países másavanzados;que el movimiento que acaba de renacer entre los obreros de

los países más industriales de Europa, a la vez que despiertanuevas esperanzas, da una solemne advertencia para no re-caer en los viejos errores y combinar inmediatamente los mo-vimientos todavía aislados

Para alcanzar esos objetivos la Asociación se marcó la línea de ac-ción, que reflejan unas disposiciones de las que recuerdo

*. La Asociación es establecida para crear un centro de comu-nicación y de cooperación entre las sociedades obreras de losdiferentes países y que aspiren a un mismo fin, a saber: la de-fensa, el progreso y la completa emancipación de la clase.

*. El Congreso General se compondrá de trabajadores perte-necientes a las diferentes naciones representadas en la Aso-ciación Internacional. Escogerá de su seno la gestión de susasuntos, como un tesorero, un secretario general, secretarioscorrespondientes para los diferentes países, etc.

*. El Consejo General funcionará como agencia de enlace in-ternacional entre los diferentes grupos nacionales y locales dela Asociación, con el fin de que los obreros de cada país estén

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constantemente al corriente de los movimientos de su clase enlos demás países; de que se haga simultáneamente y bajo unamisma dirección una encuesta sobre las condiciones socialesen los diferentes países de Europa; de que las cuestiones deinterés general propuestas por una sociedad sean examinadaspor todas las demás y de que, una vez reclamada la acción in-mediata, como en el caso de conflictos internacionales, todoslos grupos de la Asociación puedan obrar simultáneamente yde una manera uniforme. Si el Consejo General lo juzga opor-tuno, tomará la iniciativa de las proposiciones a someter a lassociedades locales y nacionales. Para facilitar sus relaciones,publicará informes periódicos.

*. Puesto que el éxito del movimiento obrero en cada país nopuede ser asegurado más que por la fuerza resultante de launión y de la organización, que, por otra parte, la utilidad delConsejo General será mayor si en lugar de tratar con una mul-titud de pequeñas sociedades locales, aisladas unas de otras,puede hacerlo con unos pocos centros nacionales de las socie-dades locales, aisladas unas de otras, puede hacerlo con unospocos centros nacionales de las sociedades obreras, los miem-bros de la Asociación Internacional deberán hacer todo lo posi-ble por reunir a las sociedades obreras, todavía aisladas, desus respectivos países, en organizaciones nacionales repre-sentadas por órganos centrales de carácter nacional. Es claroque la aplicación de este artículo está subordinada a las leyesparticulares de cada país, y que, prescindiendo de los obstácu-los legales, toda sociedad local independiente tendrá el dere-cho de corresponder directamente con el Consejo General.

*. En su lucha contra el poder unido de las clases poseedo-ras, el proletariado no puede actuar como clase más que cons-tituyéndose él mismo en partido político distinto y opuesto atodos los antiguos partidos políticos creados por las clases po-seedoras.

*. Esta constitución del proletariado en partido político es in-dispensable para asegurar el triunfo de la Revolución social yde su fin supremo: la abolición de clases.

*. La coalición de las fuerzas de la clase obrera, lograda yapor la lucha económica debe servirle asimismo de palanca ensu lucha contra el Poder político de sus explotadores.*. Puesto que los señores de la tierra y del capital se sirven

siempre de sus privilegios políticos para defender y perpetuarsus monopolios económicos y para sojuzgar al trabajo, la con-quista del Poder político se ha convertido en el gran deber delproletariado.

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Recordando lo que se dice en esos estatutos sobre reparto de res-ponsabilidades y funciones, debo señalar que la realidad se ajustómuy poco a la teoría. De hecho, fueron muy pocos los proletariosque participaron en las funciones de dirección y la unión entre ellosdejó mucho que desear.

Sin duda que el doctor Marx, Herr Engels y, por supuesto, mi ma-dre fueron los que se tomaron más en serio eso de la AsociaciónInternacional de los Trabajadores.

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PABLO LAFARGUE, EL MEDICOREVOLUCIONARIO

Venían del Continente y procuraban encontrarse con mi madre ala que, sin ningún retintín, llamaban la “respetable dama so-

cialista”. Era un encuentro imprescindible si querían entrevistarsecon el doctor Marx. Así lo disponía el propio doctor que, por escrito,respondía personalmente a todas las solicitudes. En muchas ocasio-nes, mi madre me pedía que la acompañara por eso de la respetabili-dad; yo lo hacía gustosamente, siempre que me lo permitía el trabajoen la fábrica.

-¿Saben ustedes? -Advertía mi madre a todos y a cada uno deellos-, el doctor Marx tiene muy medido su tiempo porque lo necesi-ta para sus grandes trabajos de economía política. No pueden uste-des hacerle perder ni siquiera unos muntos. Ahora bien: Si tienenustedes alguna información que pueda interesarle o alguna consultaque hacerle, yo procuraré ayudarles.

La reunión previa de ellos con mi madre tenía lugar al aire libre enel Hampstead Heath. Venían en grupo y, a veces, en solitario. Es asícomo conocí a no pocos socialistas de todos los matices, razas ynacionalidades.

El de aquel domingo de octubre de 1865 se presentó como un “mé-dico cubano, amigo de los revolucionarios franceses”, fervoroso so-cialista, que renegaba, dijo, de la predicamenta evangélica. Supedespués que era hijo de una bella haitiana y de un ilustrado francés;tenía entonces unos 26 años y, por su aspecto y forma de vestir, di-ríase que había copiado el retrato que Göethe hace de Werter. Era demediana estatura, muy moreno, algo encorvado de espaldas y se ex-presaba en un inglés muy titubeante. -Puede usted hablar en francés,le invitó mi madre. En casa del doctor Marx todos somos políglotas.

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Como punto de referencia sobre sus ideas, el criollo recordó a LaFilosofía de la Miseria, genial obra del maestro Proudhon, señalócon un énfasis que no gustó nada a mi madre.

-No creo que ésa sea una buena carta de presentación para el doc-tor Marx. El señor Proudhon no es más que un diletante.

-Le pido respeto para él, ciudadana. Pedro Proudhon murió hacepoco más de un año, en plena madurez. Entre los franceses ha sido ysigue siendo el principal maestro socialista: él nos ha enseñado queson la Religión, el Capital y el Poder Político los tres abismos en quese hunde el Progreso, los tres grandes enemigos de la Justicia y de laLibertad.

-Eso lo sabe todo el mundo, señor francés de Ultramar. Pero lo quea los proletarios nos interesa realmente, es la solución.

-También el señor Proudhon la propone: frente a esa trinidad fatalestán la Revolución, la Autogestión y la Anarquía. Revolución por-que, “las revoluciones son sucesivas manifestaciones de justicia enla humanidad”, Autogestión “porque la historia de los hombres hade ser obra de los hombres mismos” y Anarquía “porque el ideal hu-mano está en la libertad sin límites”.

-Lo suyo y de ese tal señor Proudhon son palabras y nada másque palabras que, como hojarasca seca o disfraces de convenien-cia ocultan la auténtica realidad. Son hombres como el doctorMarx los que, gracias a sus esfuerzos y a su ciencia, hacen que lasideas sean sustituidas por la práctica revolucionaria, esa inconte-nible fuerza que nos unirá a los proletarios de todo el mundo (mimadre recalcaba el nos) hasta que desaparezca toda explotacióndel hombre por el hombre.

-Veo, ciudadana, que se expresa usted muy bien.-No me diga, señor francés, que es usted de los que cree que un

ama de llaves está condenada de por vida a no pensar.-Por favor, ciudadana, no tome por descortesía lo que es una cons-

tatación de su valía personal.El francés usaba de oportuna palabrería, de una discreta sonrisa y

de ademanes un tanto ceremoniosos. Pienso que a mi madre todoello le pareció muestra de respeto y se dio por convencida para faci-litar a Pablo Lafargue su primera entrevista con el doctor Marx.Adoptó mi madre un tono conciliador para decir.

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-Transmitiré al doctor Marx sus deseos, quien, con toda seguri-dad, me preguntará sobre la predisposición de usted hacia el Socia-lismo Científico, el único capaz de dar la adecuada respuesta a losproblemas del momento y al que el doctor Marx y su incondicionalcolaborador, Herr. Federico Engels, dedican todo su saber hacer ytoda su inmensa capacidad de trabajo..

-Admiro a monsieur Marx por lo que de él se dice; confieso queno he leído más que el Manifiesto Comunista; pero tengo inmejora-bles referencias sobre su dedicación a la clase trabajadora y sobresus excepcionales conocimientos de la economía moderna, base detoda la ciencia actual.

-Es un hombre extraordinario, se lo aseguro a usted, respondió mimadre. Pero dígame que es exactamente lo que usted pretende.

-Conocerle y colaborar con él, si él y usted me lo permiten.Rió mi madre por el añadido de “y usted”. Lo tomó por una simple

galantería.-Ha ganado usted, señor...-Lafargue, me llamo Pablo Lafargue.-El doctor Marx le espera a usted mañana, a las cinco y media de la

tarde en su propio despacho.Desde aquel día hasta su muerte, un 26 de noviembre de 1911,

tuve un trato relativamente frecuente con Pablo Lafargue. Era unode esos médicos que dicen preferir la cura de almas a la de los cuer-pos, lo que a mí siempre me pareció una coartada para no ensuciarselas manos.

Muy moreno, galante aunque basto y poco atractivo, creo que im-presionó a Laura desde el primer momento. Laura se parecía enor-memente a su madre, cuyo retrato de joven presidía el vestíbulo dela nueva y lujosa casa de la familia Marx. Ambas muy bonitas, siem-pre bien vestidas y un tanto estiradas, al estilo de los filisteos, que escomo, según mi madre, la baronesa califica el mundo al queperteneció y que añoró toda su vida.

Laura, contrariamente a su hermana Jennychen, que devora todolo que escribe su padre y desde muy joven envía incendiarios artícu-los a los periódicos con el masculino seudónimo de Williams, no leeotros libros que los de Schiller, Göethe, George Sand, Alfredo deMusset y, sobre todos ellos, de Enrique Heine, gran amigo de la fa-

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milia en los tiempos difíciles y al que, muy probablemente, deba suvida Jenny: tenía ésta muy pocos meses, sufrió una especie de ata-que con vómitos y convulsiones, sus jóvenes padres no sabían quéhacer; afortunadamente, tenían de invitado a Heine, quien, sin du-darlo un instante, preparó un baño de agua caliente y sumergió en éla la niña, que reaccionó al momento. Desde entonces, Heine es laprincipal referencia romántica de toda la familia y Germania, uncuento de invierno, el libro más leído.

Creo que, desde el primer momento, Laura vio en el médico crio-llo, un año mayor que ella, la savia revolucionaria que le exigía elser hija de tan ilustre e inconformista padre.

Pablo Lafargue y el doctor Marx hicieron buenas migas hasta queéste se dio cuenta de lo que sucedía entre su hija y el recién llegado.El otro había aparcado sus ideas de la revolución a cualquier precio,ya se confesaba incondicional adicto al Socialismo Científico y seofreció para traducir al francés e, incluso, al español todos los re-cientes trabajos sobre economía y demás; pero el doctor Marx lo si-guió considerando muy poca cosa para su hija y le habría echado desu casa con cajas destempladas si la enamorada Laura no le hubieraamenazado con fugarse y desligarse totalmente de la familia a la mí-nima proposición del criollo.

Entretanto, la baronesa, hojeando ciertos anales de la Gran Revo-lución, había encontrado el nombre de un tal Jean Lafargue, vizcon-de de Roubaix, en la lista de los guillotinados en Lille en la época delTerror. De ahí dedujo la ascendencia aristocrática del pretendiente ala mano de su hija y se puso de parte de los jóvenes. Como no podíaser menos, el doctor Marx cedió y dio el parabién a su hija.

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MI PRIMER TRAJE NUEVO

Mi madre se había tomado especial interés en que acudiera a lacelebración de la boda de Laura. No puedes acudir con esa

ropa, me había dicho y ella misma se encargó de alquilarme un con-junto de chaqué con pantalón a rayas, camisa blanca de seda, lazoazul para el cuello y bombín.

-Pareces todo un ingeniero en la inauguración de un puente; estáshecho para ese traje, se admiró mamá Marta al verme así disfrazado.

-Lo malo es que se acostumbre a vestir así, comentó papá Roberto.-Pronto verás que gana para eso y para mucho más.-Con que sea para pagaros lo que os debo...-Tú no nos debes nada; gracias tenemos que dar a tu madre por ha-

ber pensado en nosotros para quererte y cuidarte desde que naciste.-Queréis mucho a Elena ¿verdad?-Se lo merece, puedes creerlo... No sé lo que habría sido de toda

esa casa sin ella; por que el que tú llamas doctor Marx puede quesepa mucho, pero es incapaz de ganar una libra con un empleo regu-lar como de profesor, empleado de banca o algo así. Si el doctorMarx no hubiera logrado una bonita fortuna a la muerte de su madreen el 63, todavía estaríamos viéndole acudir al prestamista cada dospor tres.

Evidentemente, Roberto Lewis, papá Roberto, no le tenía muchasimpatía al doctor Marx.

-Cállate ya, querido, y reconoce que el señor Marx trabaja lo suyotratando de arreglar el mundo. Claro que como tú lees lo que lees,tampoco sabes nada de socialismo científico y todo eso.

-Socialismo científico que llaman ellos... yo no le veo la cienciapor ninguna parte; acudí una vez a una de esas peroratas en el parquey no sabían hablar de otra cosa que si el capital es como una sangui-juela, que si los patronos nos odian y nosotros tenemos que corres-

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ponder con odio a muerte, que si ellos saben lo que nos conviene atodos y tenemos que seguirles no se sabe hacia donde. Yo no me fíomucho de las promesas de esa gente, sobre todo, cuando veo que tie-nen las manos de no haber cogido una herramienta en su vida.Siempre ha habido ricos y pobres y siempre los habrá.

-Y tú tan tranquilo.-Te equivocas, mujer, no estoy tranquilo. Lo que pasa es que no

me fío de tanta palabrería.A mí me gusta oír a Roberto hablar así, pero, por mi parte, quiero

pensar que algo o mucho de razón tiene la gente que, como el doctorMarx, se afanan por descubrir caminos para una vida mejor. Pero, enesos momentos, me interesaba más sonsacar a mis padres adoptivossobre lo que más me preocupa.

-Ahora que estamos así de comunicativos..., insinué mientras que,con un cariñoso pellizco en la mejilla, trataba de soltar la lengua demamá Marta ¿por qué no me habláis de mi padre? ¿fue un antiguonovio de mi madre que habéis conocido vosotros? ¿Ha muerto y, poreso, no quiere saber nada de mi madre ni tampoco de mí? No me loimagino vivo y sin quererse enterar de nada. Mi madre se merece lomejor de lo mejor.

-Claro que sí, pero, bribonzuelo, no te puedo decir nada, por quenada sé

-¿Seguro?-Absolutamente seguro tienes que estar. Ese es un secreto que tu

madre guarda en la memoria con siete llaves. Pero sí te puedo decirque nunca he visto a tu madre con novio o amante: seguro que fue unmomento tonto de esos que nos entran a las mujeres cuando estamosagobiadas por los trabajos sin descanso, desplantes y trajines. En esafamilia siempre fue al revés de lo que suele ocurrir con el servicio: lacriada, tu madre, era la que se preocupaba de que no faltara lo nece-sario para sus amos y los hijos de sus amos: tenías que ver a la baro-nesa cómo, a la desesperada, solo se fiaba de tu madre para sacar unpenique debajo de las piedras. Con tanto agobio las mujeres busca-mos el refugio de cualquier sueño y, por muy fuerte que sea una,todo se viene abajo si, en un momento difícil, crees encontrar apoyoen alguien que no busca otra cosa que una momentánea, rastrera yvil satisfacción. Quiere mucho a tu madre, no la defraudes; ella se

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merece lo mejor de lo mejor y tú vales para ser algo más que un an-drajoso obrero ¿ves? Esta blusa de sarga y este pantalón tieso por eluso y la mugre no me lo ponía yo si tuviera la décima parte deltalento tuyo, lo decía Marta señalando la ropa que acababa dequitarme.

-No atosigues al chico, que lo que tenga que venir, vendrá. Hale, teacompaño hasta pasar el parque.

Me despedí con un ruidoso beso de mamá Marta, papá Roberto mecogió del brazo y, mientras atravesábamos los jardines de Kensing-ton no paró de hablar de su mujer.

-No sé lo que haría yo sin ella.Algo más que remendar zapatos, pensé para mis adentros y mas-

cullé sin que él me oyera: Yo cubriré esa laguna, pese a quién pese.-¿Decías algo?Que sois maravillosos y que yo tendré que hacer algo por vosotros

dos y también por mamá Lenchen, claro está.

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LA BODA DE LAURA

Fue una ceremonia laica presidida por el doctor Marx como ofi-ciante principal. Eran no más de treinta los asistentes, entre

ellos como invitado de honor, herr Engels, el cual, en un momentode euforia, me hizo sentar a su lado: quiero que todos le conozcáis,éste es Freddy, que lleva mi propio nombre.

Mi madre se sonrojó y todos los demás, menos el doctor Marx,miraron a herr Engels como sorprendidos y en silencio. En aquelmomento, no comprendí el por qué de esas actitudes.

Yo seguía sentado al lado de herr Engels cuando el doctor Marx,muy ceremonioso, desdobló un billete que llevaba preparado para laocasión.

-Me gusta recordar, comentó el doctor Marx como pronunciandoun discurso, que esto lo parió mi amigo Enrique Heine en una pri-maveral velada de vino y rosas que compartió con nosotros:

¡Es el mundo tan hermoso,y es tan azulado el cielo...!Y exhalan tan suavementesu hálito puro los céfiros!Y señas se hacen las floresdel valle, de flores lleno;y en el matinal rocíoquiebran cambiantes reflejos!Y gozan las criaturasdo quiera mis ojos vuelvo...Y yo, con todo, quisierayacer de la tumba dentro,de la tumba, y replegarmecontra un amorcito muerto.

-Laura para Pablo, Pablo para Laura.Todos aplaudimos la simplicísima fórmula de compromiso de un

doctor Marx exultante que, en estridente carcajada y abrazo de oso ala nueva pareja, sentenció:

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-Lo poco que me gustas como francés queda compensado con elamor que sientes por mi hija.

-Ciudadano del mundo y revolucionario enamorado es lo quequiero ser hasta mi muerte, respondió el nuevo yerno.

-Calla, tonto, tú no vas a morir nunca, tú serás eterno como eternaserá mi madre, eterno mi padre y seremos todos nosotros, fue elcumplido de la joven esposa.

-La eternidad, ¿qué es la eternidad? Es la risotada de un dios indi-ferente a las luchas y caprichos de los hombres. Era ella, la baronesaJenny, altiva e impecablemente vestida como una reina, quien así seexpresaba.

-No, la eternidad es este beso de amor, replicó Laura a su madre altiempo que actuaba en perfecta enamorada. Largo, muy largo y apa-sionado fue el beso aquel, que a todos nos despertó un Ho.... casimístico.

Esto ocurrió en la boda de Laura con Pablo Lafargue. Fue una ce-remonia al margen de Dios y de la Ley, oficiada por el doctor Marx,muy natural él en su papel de patriarca.

De hecho y a pesar del interés que puso mi madre, yo nohabía sidodirectamente invitado; pero falló el pinche de cocina y, puesto queera domingo y cerraba la fábrica, mi madre protegió mi traje alquila-do con un delantal y me puso en el lugar del pinche; pelé patatas,serví las bebidas y soporté las humillaciones de todos hasta que herrEngels me sentó a su lado con esa presentación que hizo sonrojar ami madre y fue recibida con el silencio de todos los demás.

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TRÉVERIS, CIUDAD MÁGICA.

Uno de mis más imborrables recuerdos va a la ciudad de Tréve-ris, que visité con mamá Lenchen por primera vez en abril del

año 1868, época de bonanza económica en la familia Marx.Tréveris pasa por ser la ciudad más antigua de Alemania. A mí me

ha parecido verdaderamente mágica.Al parecer, un precedente de lo que es hoy Tréveris ya existía mil

trescientos años antes de la fundación de Roma: es lo que recuerdauna antigua inscripción que ostenta la fachada de la llamada “CasaRoja” del Mercado Central.

Puede que la leyenda no refleje exactamente la verdad, pero mu-chos de sus ciudadanos están convencidos de que la ciudad ya exis-tía hace no menos de tres mil años, en el mismo emplazamiento deahora, un hermoso y feraz valle regado por el Mosela al norte de losAlpes.

A los del lugar les gusta creer que Tréveris fue fundada por Treve-ta, hijo de Semíramis, la fabulosa reina de Babilonia. Ese tal Treve-ta, huyendo de las crueles veleidades de su madre, llegó hasta aquícon su séquito de asirios y prestó a la región la impronta guerrera dela más vieja de las civilizaciones y se hizo pronto respetar por losindígenas. Al parecer, los belicosos habitantes de la zona heredaronde los asirios el casco puntiagudo y la armadura de escamas, que seven en las ruinas de los templos asirios y que, junto con los caballos,constituían la principal defensa de los treveros, tribu celta que se en-frentó a los romanos hasta ser derrotados por Julio César el año 56antes de nuestra era.

Unos cuarenta años más tarde, el emperador Augusto hizo recons-truir la ciudad al estilo romano y la bautizó con el nombre de Augus-ta Trevevorum. Lo hizo de tal suerte que pronto se convirtió en laciudad norteña preferida por sus sucesores. Tuvo unas murallas de

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ocho metros de grueso y hasta unos seis kilómetros de largo siguien-do el perímetro de la ciudad; soberbios edificios algunos de los cua-les aún se conservan en muy buen estado y ese clásico y rotundocolorido que los romanos sabían dar a sus lugares de preferencia.

Fue residencia ocasional del emperador Constancio Cloro y de sumujer la emperatriz Elena canonizada por los católicos y tambiéndel hijo de ambos, el emperador Constantino, el cual, como todo elmundo sabe, murió cristiano. De hecho, fue la capital del Imperiopor un poco de tiempo hasta que Constantino fijó su corte enConstantinopla.

De nuevo Tréveris cobró esplendor con la llegada de los francosque la convirtieron en residencia real; más tarde, durante siglos, laciudad fue uno de los centros eclesiásticos y laicos más significati-vos de Europa. Los arzobispos de Tréveris eran a la vez príncipeselectores, que elegían al emperador del Sacro Imperio Romano Ger-mánico y tenían un voto importante en las dietas a la hora de tomardecisiones políticas. El poder y la influencia se pueden apreciar aúnhoy en las fastuosas edificaciones religiosas romanas y góticas, asícomo en los palacios de la época del renacimiento impregnados debarroco y rococó.

***************Nos dejó el carricoche público en un Gastenhaus muy cercano

a la Porta Nigra. Allí nos esperaba el tío Hans, hermano de mi ma-dre. A mí me abrazó como si me conociera de toda la vida; esfuerte y gordo y cuando terminó su abrazo tuve que dar un respin-go para recobrar el aliento. A mi madre la cogió por el talle y, apesar de sus buenos setenta kilos, la levantó en volandas y lasubió al pescante de una especie de tartana. Yo me situé en la par-te de atrás al lado del equipaje.

-Salchichas y buen vino es lo que ahora se impone. Vamos a casa,fueron las primeras palabras de tío Hans.

En muy pocos minutos llegamos a una casita como de cuento, em-plazada en una viña. Allí nos esperaban tía Hildegarda y Erika, colo-radas y de aspecto muy saludable. Erika tiene unos cuatro años másque yo y me trata con ternura y suficiencia. Hablamos poco por queera yo entonces muy torpe en alemán y ella apenas conoce cuatro pa-

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labras de inglés. Se sienta a mi lado y va nombrando lo dispuestopara comer.

Tío Hans dice lo primero es lo primero y nos sirve una copa devino; mi madre responde qué barbaridad y deja mi copa hasta menosde la mitad.

-Esto es el auténtico espíritu del Mosela con dos mil años de his-toria. Todo un tesoro que nos dejaron los romanos.

No estuvo mal el espíritu del Mosela. Habría repetido si mi madreme hubiera dejado.

Comimos y descansé hasta el día siguiente. Erika y Luisa estabandispuestas para acompañarme a visitar la ciudad. Luisa es una guapavecina de diecisiete años, dos años menos que yo. Nos entendimosmuy bien por que ella habla el inglés de una aplicada estudiante.También habla ruso ¿cómo has podido aprender un idioma tan difí-cil?, la pregunto. Mi abuela Alira es rusa, me contesta cruzando sim-páticamente los brazos como en un típico baile ruso.

Copioso desayuno con bollos, mantequilla y café.-Vamos ya, dice Erika cogiéndome de la mano.-No sé cómo has podido vivir hasta ahora sin conocer Tréveris, ríe

Luisa. Yo la miro y no sé qué decir. Creí entonces que me había ena-morado de ella

Anduvimos unos veinte minutos hasta topar de nuevo con la PortaNigra.

-No creo que haya en el mundo otra cosa igual, exclamó Luisa. LaPorta Nigra resguardaba la entrada norte de la ciudad romana. Du-rante siglos no hubo invasor capaz de asaltarla hasta que vinieronlos francos, bestias y paganos. Dicen que es el fortín mejor construi-do y más seguro de la antigüedad: ves que conjuga distintos estilos,testigos de otras tantas épocas. Ha sido cuartel, palacio e Iglesia y, aveces, todo al mismo tiempo. A los católicos nos trae el recuerdo deSan Simeón, que escogió la torre más alta para refugiarse del mun-do. San Simeón es uno de los santos más venerados de la ciudad: eseedificio que ves a sí es el Simeonstift, un monasterio del siglo XIconstruido en su honor.

-Luisa es una fanática católica ¿sabes? apuntó Erika.-No está mal, respondí yo por decir algo.

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-Es un favor que debo a mi padre, cochero del señor obispo, se ex-plica Luisa con una sonrisa. Y tú ¿qué eres?

-Todavía no sé lo que soy.-Es bueno el que quieras encontrarte a tí mismo.-¿Eso crees?Mi prima Erika no nos dejó seguir una conversación que, por el

ceño que puso, la aburría soberanemente..Desde la Porta Nigra, por Simeonstrasse, llegamos hasta Haupt-

markt, que sigue el trazado de una antigua calle romana. Gente bulli-ciosa y con prisa, que regatea y compra en las muchas tiendas detelas, baratijas, frutas y verduras en torno a un elegante monumentomedieval.

Es la Dreikönigshaus, del siglo XIII, me explica Luisa, lugar dereunión de los burgueses y los especuladores de la época.

Seguimos paseando: -Aquella que ves allí, señala Luisa, es la igle-sia gótica de St Gangolf; construida por los ciudadanos de Tréveriscomo desafío a la prepotencia de algunos príncipes-obispos no muyedificantes. Bella e imponente, pero insignificante comparada conla catedral situada al final de la Sternstrasse: La magnífica Dom ro-mánica ocupa el lugar de la Iglesia que mandó construir el empera-dor Constantino el año 325 y que fue restaurada seis siglos mástarde.

-Aquí, apuntó Luisa, se guarda lo mejor de la Ciudad.-Sé a lo que te refieres, beatona, cortó mi prima. Pero hoy ya está

bien de piedras y religión. No quiero que calientes a mi primo la ca-beza con tus fanatismos y obsesiones. Freddy es moderno y no creeen nada de eso.

-¿En qué no creo yo?-En que el mismo Dios vino al mundo para dejarse matar... Tal vez

ni siquiera creas en Dios.-Bueno, todavía no sé en qué creer. Claro que el doctor Marx dice

que la Materia es eterna y que el mundo se ha hecho a sí mismo: sieso es verdad, lo de un Dios creador no tiene sentido.

-Lo que no tiene sentido es creer que un reloj se puede hacer a símismo, sin un relojero, replicó Luisa muy acalorada.

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-Pero ¿qué tiene que ver, pregunté, lo de Dios, el reloj y todo esocon lo que se guarda en esa iglesia?.

-Dejémoslo, no quiero que tu prima se ría de lo que significa laGran Reliquia.

-Eso, déjalo para otro día. ¿Ves? Ya no podemos entrarAnochecía y ya se habían cerrado las puertas del Dom. Aunque no

manifesté particular curiosidad por lo de la gran Reliquia, Luisa ter-minó por explicarme que era la túnica que vistió Jesucristo en elcamino del Calvario.

-¿Nada menos?-Yo sí que lo creo, me respondió Luisa con aire de absoluta con-

vicción..Topamos luego con lo que Luisa llamó Rokoko-Palais der Kur-

fürsten, construido en 1756 por un arzobispo un tanto pedante y deevidente mal gusto: ves que esa estridente fachada de color rosa cho-ca con el austero aspecto de ese otro edificio, el Palastgarten, enque se exhibe una colección de relicarios romanos y la famosa Neu-magener Weinschiff, artística reproducción de un barco cargadocon toneles de vino.

Seguimos por unos frondosos jardines hasta las Kaiserthermen, obaños imperiales, testigo del lujo y refinamiento de los romanos: re-presentan uno de los complejos de termas más grandes del mundoantiguo. Sigue conservado en aceptable apariencia el sistema subte-rráneo de calefacción con sus pasillos y canales de servicio.

Desde las Kaiserthermen llegamos a las ruinas del Circo Roma-no, el cual, por sus colosales dimensiones, debió ser la mayor atrac-ción festiva de la época. Construido en el siglo I para conmemorar lareconstrucción romana de la ciudad tenía capacidad para más de20.000 espectadores. Pudimos imaginar a los leones, tigres y demásfieras en sus jaulas y los elaborados sistemas de drenaje de la arenasobre una base de pizarra.

Desde el Circo volvimos al Centro para visitar unas segundas rui-nas de baños públicos, lo llamado Barbarathermen, más plebeyosque los anteriores y que no conservan más que montones de piedras,vestigios de cimientos y restos de paredes. Desde aquí nos encami-namos al Hauptmark o Mercado Central en el que nos anunció Luisapodríamos ver la inscripción de la antigüedad de la Ciudad sobre el

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frontispicio de la Casa Roja (mil trescientos años antes de la funda-ción de Roma). A medio camino, en la amplia avenida Brückens-trasse, Luisa llamó mi atención sobre una soberbio bloque deviviendas de tres pisos con amplios ventanales con puertas y enreja-do de hierro forjado. Son viviendas señoriales, una de las cualesreproduce en piedra un escudo de armas.

Aquí fue Erika la que me explicó:-Es la residencia de los barones von Westphalen, nuestro señor

natural, al que sirvió tu madre y ahora sirven mis padres: les tene-mos que pagar la mitad de los que producen los viñedos que trabaja-mos de sol a sol.

-Tu madre, siguió Erika, era la prefereida de la baronesa Carolinala enseñó a leer, idiomas, matemáticas y gramática hasta que se lacedió a fraulein Jenny. Fíjate ahora en esa otra casa: es donde vivióy murió hace pocos años Frau Henrietta Marx, la madre del doctorMarx; según cuenta mi padre, no se llevaba muy bien con su hijohasta el punto de que, en vida, nunca le adelantó un céntimo de laherencia que le correspondía y que, según creo, buena falta les ha-cía. Para justificarse comentaba la vieja: con tanto como sabe estehijo mío, debiera haber aprendido a vivir y, en lugar de escribir tan-to sobre economía y muchas otras cosas, que preocupan muy poco alas personas de nuestra posición; mejor que se ocupa de hacer para ély su familia un buen capital ¿Es así el doctor Marx?

-Lo único que puedo decir de él es que escribe muy bien y que esmuy respetado por los comunistas.

-¿Tú eres comunista?-¿Qué quieres que te diga? No veo muy claro nada de lo que

unos y otros dicen y no me veo yo como un cero al lado de otrosceros en una masa de elementos sin personalidad alguna: si tengoque quedarme con alguien del rebaño me quedo con el pastor o, sime apuras un poco, con los perros; nunca con los corderos, quevan de acá para allá sin rechistar. Me gustaría ver y comprenderlas cosas por mí mismo.

-Por cierto, Freddy, intervino Luisa, vive en Londres el sacerdotecatólico que me bautizó; me escribo con él de tiempo en tiempo.¿Querrías visitarle y saludarle en mi nombre? Es el padre Teodoro yvive en el número 27 de Rockstreet, en el Soho.

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-El Soho es mi propio barrio. Claro que iré a saludarle en tu nom-bre, aunque no quiera yo saber mucho con los pastores y menos sison católicos.

-Yo soy católica y no creo ser peor que cualquier chica luterana.Sentados en el parque, a la sombra de los tilos, dimos buena cuen-

ta de la merienda que nos había preparado tía Berta. Luego desanda-mos el camino andado hasta casa de mis tíos.

***************Ciertamente, Tréveris, por su historia, por sus gentes, por sus

piedras y por su aureola de misterio... es una ciudad mágica. Des-de aquel extraordinario viaje, siento irremisiblemente ligada a mivida esa bella ciudad de tanta historia y un entorno coloreado porel incomparable valle del Mosela. Diréis que hablo así porque medejé impresionar por Luisa y ¿qué queréis que os diga? Que sí,que me gustó conocerla, a pesar de que entonces ella no era másque una chiquilla.

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EL VIOLINISTA REBELDE

Hoy mi madre me ha prestado un viejo ejemplar de la revistaAtheneum. Muy manoseada y amarillenta, con la portada en

grandes letras rojas sobre un pálido color azul. Es del año 1841(diez años antes de nacer yo) e incluye un poema del doctor Marx;El Violinista es su título:

El violinista tañe su violín,sus largos cabellos en desorden.Lleva una espada al cintoy viste túnica amplia y arrugada

-Violinista, ¿por qué tocas con tal furia?¿Porqué hay en tus ojos un brillo salvaje?¿Porqué la sangre ardiente y las olas encrespadas?¿Porqué rompes tu arco en mil pedazos?

-Toco para el mar embravecidoque se estrella contra el acantiladopara que cieguen mis ojos, me salte el corazóny mi alma arda en el fondo del infierno.

-Violinista ¿por qué desgarras tu corazóncon esa burla? Recibiste tu vida y tu artede un Dios radiante que eleva tu mentehasta la sugerente música de las estrellas.

-Escucha, mi espada teñida de sangretraspasará certeramente tu alma.Tu Dios no conoce ni respeta el arte.El vapor infernal invade mi loco cerebro.Vivo una pasión que me rompe el corazón.

Esta es la espada del Príncipe de las Tinieblas;Ella marca el tiempo y traza los signos de mi vida.Con furia creciente sigo la danza de la Muerte

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con rabia en las notas y vértigo en mis pieshasta que mi corazón y el violín estallen.

El violinista hace aullar a su violínal viento sus largos e hirsutos cabellos,con su afilada y larga espada al cinto,vestido con amplia y arrugada túnica....

¿Es el doctor Marx el violinista del poema? ¿Qué sugiere con esode la espada del Príncipe de la Tinieblas, que marca el tiempo y trazalos signos de su vida? Esa bella mujer que le hace reproches... ¿es,tal vez, su novia de entonces, la baronesa Jenny? ¿qué quiere decircon eso de la amplia y arrugada túnica? ¿Se refiere, tal vez, a la lla-mada Túnica Sagrada que llevó Jesús de Nazareth de que me hablómi amiga Luisa y que, al parecer, guarda celosamente la Catedral deTréveris?

Al releer el poema, me ví de nuevo en Tréveris, la ciudad mágicaen que nacieron el doctor Marx y mi madre. Durante un largo rato,me dediqué a perseguir con la imaginación un cúmulo de luces yfantasmas del presente y del pasado, teniendo a Luisa como una guíamuy amable y muy bonita..

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UN CURA CATOLICO, ANTIGUOCONDISCÍPULO DEL DOCTOR MARX

Había prometido a Luisa visitar y saludar en su nombre al padreTeodoro y fui a verle un domingo de otoño de aquel 1868.

El cura recordaba muy bien a Luisa, “buena y bonita chica” apuntó.-Claro que sí y sabe mucho; para ser tan joven conoce muy bien la

historia. Me gustó todo lo que me contó de Tréveris.-¿Verdad que es una ciudad con algo especial?Durante no menos de media hora el Cura se extendió sobre la anti-

güedad de su ciudad, el emperador Constantino y lo que ellos llamanla Túnica Sagrada para terminar dicendo: -Hablemos ahora de mipaisano, el doctor Marx.

-Seguro que sabe usted de él muchas más cosas que yo. Antes, vi-vían cerca y yo iba a Dean Street a visitar a mi madre todas las sema-nas, aunque muy raras veces tropezaba con él y nunca me dirigió lapalabra. Desde que se han cambiado a su nueva y gran casa deHampstead es mi madre la que viene a verme. Mi madre me repiteconstantemente que el doctor Marx es todo un sabio preocupado porla situación de la clase trabajadora, que es el más grande de todos loseconomistas que en el mundo han sido, que lo de “doctor terroristarojo” que le llaman algunos periódicos le hace reir...

-Y tú ¿qué piensas de él?-Que no le gusta trabajar, pero que tiene la suerte de contar con

personas como mi madre, que se preocupan de que no le falte nada,se lo merezca o no. Sus ideas no me interesan; además, pienso que

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no es muy sincero. Luego está lo de su odio o desprecio a todo loque no es él, su mujer, sus hijas y herr Engels.

-¿Conoces mucho a Federico Engels?-Sí que le conozco y, a diferencia del doctor Marx, me trata con al-

guna simpatía.-¿Te dijo Luisa que el doctor Marx y yo fuimos compañeros de Li-

ceo?-No, no hablamos nada de eso. Entonces, es usted quien puede

contar muchas cosas de él.-Algo sí que sé, aunque nos veamos de tarde en tarde. Sí que sa-

brás que es de familia judía convertida al Cristianismo.-Claro, ya me lo ha recordado mi madre en más de una ocasión.-Pues sí, su abuelo materno fue un muy conocido rabino y su pa-

dre, que se llamó Hirschel ha-Levi Marx, fué uno de los más presti-giosos abogados de Tréveris. Creo que se hizo cristiano para poderejercer su profesión; eran tiempos difíciles para los judíos: la secta-ria actitud del Gobierno Prusiano sobre los no protestantes y recien-tes leyes sobre libertad religiosa arrastraron no pocas conversionesforzadas, entre ellas las de la familia Marx.

Fue así como, en sus primeros años, el doctor Marx recibió, cosaque se tomó muy en serio, la educación cristiana que nos impartíanen el Liceo. Creo que con mucho entusiasmo y una gran sinceridadhizo suya la necesidad de volcar lo mejor de sí mismo hacia los de-más, algo que, sin giros retóricos, los cristianos identificamos con elamor.¿Qué opinas tú de todo eso?

-No conozco gran cosa de lo que usted me está hablando.-Claro que el doctor Marx ha vivido muy intensamente los revulsi-

vos de la época y está obsesionado por interpretarlos según una ópti-ca que él llama materialista. No puedo decirte si está muyconvencido de ello. Lo cierto es que lee mucho, de cualquier tema ycon apasionado afán por traducirlo a su manera. Choca lo que piensade sí mismo a juzgar por lo que me dijo en cierta ocasión: Soy unamáquina condenada a devorar libros para, enseguida, digerirlos yvomitarlos sobre el basurero de la Historia. Nos vemos cada ciertotiempo. Siempre me acepta con jovialidad guardando, claro está, lasbarreras que nos separan en el terreno de las ideas. Déjame que te leaalgo muy particular de él. Vente a mi despacho.

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Seguí al Cura hasta una salita de atmósfera muy cargada, con ape-nas espacio para la gran mesa escritorio, tres sillas y cuatro estante-rías con libros de todas clases.

El cura me invitó a sentar luego de abrir una pequeña ventana quedaba al patio. De uno de los cajones de su mesa escritorio sacó un le-gajo de papeles.

-No es uno de mis sermones, me dijo: lo escribió el doctor Marxcuando era algo más joven que tú: Reflexiones en torno a la pará-bola de la Vid y los sarmientos, del evangelista Juan, capítulo XV,versículos del 1 al 14, lo tituló. Fíjate en los siguientes párrafos:

“Antes, escribe, de considerar la base, la esencia y los efectosde la Unión de Cristo con los fieles, averigüemos si esta uniónes necesaria, si es consubstancial a la naturaleza del hombre ysi el hombre no podrá alcanzar por sí solo, el objetivo y finali-dad para los cuales Dios le ha creado...”

-Mi ilustre paisano, siguió diciendo el cura, hace notar

cómo las virtudes de las más altas civilizaciones que no cono-cieron al Dios del amor, nacían de “su cruda grandeza y de unexaltado egoísmo, no del esfuerzo por la perfección total” ycómo, por otra parte, los pueblos primitivos sufren de angus-tia “pues temen la ira de sus dioses y viven en el temor de serrepudiados incluso cuando tratan de aplacarlos” mientras que“en el mayor sabio de la Antigüe dad, en el divino Platón habíaun profundo anhelo hacia un Ser cuya llegada colmaría la sedinsatisfecha de Luz y de Verdad”...y deduce: “De ese modo lahistoria de los pueblos nos muestra la necesidad de nuestraunión con Cristo”

Es una UNION a la que se siente inclinado “cuando observala chispa divina en su pecho, cuando observa la vida de cuan-tos le rodean o bucea en la naturaleza íntima del hombre”.Pero, sobre todo, “es la palabra del propio Cristo la que nosempuja a esa unión”. “¿Dónde, pregunta, se expresa con ma-yor claridad esta necesidad de la unión con Cristo que en lahermosa parábola de la Vid y de los Sarmientos, en que el sellama a sí mismo la Vid y a nosotros los sarmientos, Los sar-mientos no pueden producir nada por sí solos y, por consi-guiente, dice Cristo, nada podéis hacer sin Mí”...”El corazón, la inteligencia, la historia... todo nos habla con

voz fuerte y convincente de que la unión con El es absoluta-mente necesaria, que sin El somos incapaces de cumplir nues-tra misión, que sin El seríamos repudiados por Dios y que soloel puede redimirnos”.

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-Repara, repara ahora en el lirismo del Doctor, enfatizó el Cura:

“Si el sarmiento fuera capaz de sentir, contemplaría con delei-te al jardinero que lo cuida, que retira celosamente las malashierbas y que, con firmeza, le mantiene unido a la Vid de laque obtiene su savia y su alimento”... “pero no solamente aljardinero contemplarían los sarmientos si fueran capaces desentir. Se unirían a la Vid y se sentirían ligados a ella de la ma-nera más íntima; amarían a los otros sarmientos porque elJardinero los tenía a su cuidado y por que el Tallo principal lespresta fuerza”

“Así pues, la unión con Cristo consiste en la comunión másviva y profunda con Él”... “Este amor por Cristo no es estéril:no solamente nos llena del más puro respeto y adoración ha-cia Él sino que también actúa empujándonos a obedecer susmandamientos y a sacrificarnos por los demás: si somos vir-tuosos es, solamente, por amor a Él”...

...”Por la unión con Cristo tenemos el corazón abierto alamor de la Humanidad”......”La unión con Cristo produce una alegría que los epicúreos

buscaron vanamente en su frívola filosofía; otros más discipli-nados pensadores se esforzaron por adquirirla en las másocultas profundidades del saber. Pero esa alegría solamentela encuentra el alma libre y pura en el conocimiento de Cristo yde Dios a través de El, que nos ha encumbrado a una vida máselevada y más hermosa”.

Yo escuchaba al Cura con cortés y un tanto fatigada atención; yaempieza a catequizarme, pensé para mis adentros.

-No, no te he leído esto para atraerte a mi terreno, me dijo el Curacomo si hubiera leído mi pensamiento, aunque creo que harías biensi reflexionas sobre lo que fue tu admirado doctor Marx en suprimera juventud.

-¿Por qué cree usted que admiro al doctor Marx?, pregunté sin de-masiado interés.

-Son muchos los obreros que le consideran el gran maestro de es-tos tiempos, tú le has visto de cerca y la verdad es que mi paisano tie-ne una personalidad arrolladora.

-¿También para usted?-A mí me parece un hombre un tanto traumatizado por una especie

de traición a sí mismo y con una enorme preocupación por encon-

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trarle sentido a la propia vida. Te lo confieso, echo de menos largasconversaciones con él.

-¿Se cree usted capaz de catequizarle? Según veo en mi madre, enesa casa es obligado hacer profesión de ateismo. Claro que, en estesiglo, todos los que pensamos un poco somos ateos o indiferentes encuestión de religión.

-Yo no creo que el doctor Marx sea ateo. Me sorprendió el cura,quien dio por no escuchada mi réplica. Seguro que mi paisano sigueteniendo dudas sobre de donde venimos, quienes somos, hacia dón-de vamos, cuál es el significado del paso por la historia de Jesús deNazareth... Tú tampoco eres ateo.

-Yo creo que el Dios de los cristianos ha sido un invento de loshombres.

-¿Y todo lo que hay fuera del hombre?-Voltaire habló del Gran Arquitecto... Puede ser como también

puede ser que la Materia sea el principio y el fin de todo.-¿Y qué me dices del pensamiento?-El cerebro segrega pensamiento como el hígado segrega bilis, ha

dicho no sé quién.-Veo Freddy que lees mucho; claro que frases recurrentes como la

del hígado y la bilis no aciertan a explicar nada. Es más sensato elreconocer que la vida, el pensamiento y tantas otras realidades sonpuro misterio mientras que los que pasan por más sabios se muevenen el terreno de las gratuitas suposiciones cuando no en la obsesiónpor parecer originales. Ninguno de ellos ha logrado explicar laesencia del Amor.

-Mi amigo Germán diría que el amor es la más animal y gratifican-te de las sensaciones.

-Tiene gracia tu amigo Germán; claro que yo me estoy refiriendoal amor en mayúscula, al amor que nace de la libertad y que es capazde mover montañas.

-¿Seguro que existe algo así?-Seguro; el doctor Marx creía en ello cuando tenía tu edad. Es lo

que se deduce de su expediente de estudiante. Además de la compo-sición que te acabo de leer, hay otros trabajos que yo mismo he des-cubierto, curioseando en los archivos del Liceo de Tréveris, en

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donde fuimos compañeros hasta el año 35. Escucha lo que tituló Re-flexiones de un joven ante la elección de profesión:

" La naturaleza ha dado a los animales una sola esfera de acti-vidad en la que pueden moverse y cumplir su misión sin de-sear traspasarla nunca y sin sospechar siquiera que existeotra. Dios señaló al Hombre un objetivo universal, a fin de queel hombre y la humanidad puedan ennoblecerse, y le otorgó elpoder de elección sobre los medios para alcanzar ese objetivo;al hombre corresponde elegir su situación más apropiada en lasociedad, desde la cual podrá elevarse y elevar a la sociedaddel mejor modo posible”.

“Esta elección es una gran prerrogativa concedida al Hombresobre todas las demás criaturas, prerrogativa que también lepermite destruir su vida entera, frustrar todos sus planes yprovocar su propia infelicidad”

“Cada hombre se marca una meta que considera importan-te, una meta que elige según sus más profundas conviccionesy la voz más profunda de su corazón; puesto que nunca a losmortales nos deja sin guía, Dios habla en voz baja pero confuerza...” Ha de hacerlo sin fiarse demasiado a su razón pues-to que “nuestra propia razón no puede aconsejarnos por queno se apoya ni en la experiencia ni en la observación profunday, por lo tanto, puede ser traicionada por nuestras emocionesy cegada por nuestra fantasía...”

..”Quien no es capaz de reconciliar los desequilibrios de suinterior, tampoco podrá vencer los violentos embates de lavida, ni obrar serenamente puesto que los actos grandes yhermosos solo pueden surgir de la paz. Es la paz el único terre-no que produce frutos maduros”

...”La consecuencia más lógica de la falta de paz interior esque lleguemos a despreciarnos: nada hay más doloroso quesentirse inútil... El desprecio a uno mismo es una serpienteque se oculta en el corazón humano y lo va corroyendo, chu-pando su sangre y mezclándola con el veneno de la desespera-ción y del odio hacia la humanidad”

...”Cuando lo hayamos sopesado todo y si las condiciones dela vida nos permiten elegir cualquier profesión, debemos incli-narnos por la que nos preste mayor dignidad o, lo que es igual,por aquella que esté basada en ideas de cuya verdad estemosabsolutamente convencidos. Habrá de ser una profesión queofrezca las mayores posibilidades para trabajar por el bien dela humanidad y que nos acerque al objetivo común, alcanzarla perfección a través del trabajo diario.” ...”La experienciademuestra que solamente son felices los que han hecho felicesa muchos hombres”.

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“Si hemos elegido, dice, una profesión desde la cual podamostrabajar por el bien de la humanidad, no desfalleceremos bajoese peso si entendemos que es un sacrificio que se convierteen bien para todos. La alegría que experimentamos entoncesno es mezquina, pequeña ni egoísta: nuestra felicidad perte-nece a millones de personas y nuestros actos perdurarán através del tiempo, silenciosa, pero efectivamente; y nuestrascenizas serán regadas por las lágrimas de los más nobles hom-bres”...

-Ese era, querido Freddy, el Carlos Marx que siente la necesidadde volcar hacia los demás sus más valiosas virtualidades, que toma aJesús de Nazareth como lo más noble de la Historia y al Cristianis-mo como esencial soporte del Progreso Social. Claro que todo cam-bió para nuestro amigo pocos años más tarde. Es el puñetero Hegel ytodos esos pedantes que escriben y escriben y se creen más listos quelos demás: Yo he conocido el ambiente de la Universidad de Berlínde aquellos años y te puedo jurar, querido Freddy, que se vivía enpuro snobismo lo que se barajaba continuamente en aulas, clubes deintelectuales y cervecerías: un radical materialismo aliñado con tras-nochado romanticismo y odio a los poderes establecidos y al capita-lismo emergente con una fuerte dosis de antisemitismo, todo ello,eso sí, salpicado de decires y sofismas hegelianos.

-¿Antisemitismo? Pero si el doctor Marx es judío..., apunté yo.-Lo fueron sus padres y él lo es por nacimiento y reniega de ello

aunque le produzca, seguro que sí, un angustiado desconcierto, algoasí como si las circunstancias de su origen y nacimiento le hubiesenmarcado la personalidad para toda su vida, tal como ocurre con laordenación al sacerdocio en los católicos. Yo soy sacerdote católicoy no quiero pensar cual sería mi situación si un día, Dios no lo quie-ra, renegara de mi ordenación sacerdotal: me vería esclavo de unprejuicio para toda la eternidad. Es una especie de desesperada re-beldía contra lo inevitable, una marca imborrable de por vida: en elcaso de los judíos por que ligan la religión al mismo acto de nacer;en el caso del ordenamiento sacerdotal por que, cuando lo acepta-mos, lo asumimos como definitivo hasta más allá de la muerte. Esfácil observar cómo el hecho de ligar la religión a la ascendencia fa-miliar es más fuerte que los convencionalismos sociales; que lo di-gan sino otros dos de mis ilustres compatriotas, Heine y Lasalle,también cristianos conversos y judíos de carácter, aunque, al menoseso creo yo, más indiferentes a su propia condición que nuestro doc-

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tor Marx. Yo diría que nuestro amigo alimenta un odio visceral a lojudío: ejemplo de ello nos da en uno de sus libros, la Cuestión Judía,en que viene a decir que lo judío es una especie de corruptor o proxe-neta de lo cristiano

Ví entonces que el doctor Marx daba más importancia de la debidaal fenómeno religioso. Y si es así y se tomó tan en serio el hecho deser cristiano... ¿qué ha pasado por su cabeza para llegar a su posi-cionamiento actual?

-El doctor Marx, me explicó el Cura, quiere que la fe religiosa notenga otras raíces que la propia forma de vivir ¿Qué pasó por su ca-beza en los años de universitario y periodista hasta convertirse opresentarse como materialista radical y ateo que dice odiar todo loque huele a religioso? ¿Fue la “corriente del siglo” o la influencia desu acomodaticio y agnóstico padre? ¿O, tal vez, su apasionamientopor Jenny von Westphalen que con, cuatro años más de edad y loque se ha llamado formación ilustrada le abrió más cómodos cami-nos de forma de vivir? Por cierto, sí que conocerás a Frau Marx.

-Sí que la he visto muchas veces en los encuentros con mi madre.Pero no recuerdo que me haya dirigido nunca la palabra.

-Reconozcamos que es una señora que sigue pegada a su ranciaprosapia. Seguro que su padre, el barón Juan Luis de Westfalia, que,por demás, era buen conversador y alegre vividor, le contagió laidea de clase superior, anacronismo que, sin duda alguna, cultivótambién la madre, Carolina Wishart de Edimburgo, aristócrata es-cocesa descendiente de los duques de Arguill.

-Lo que hace una buena ensalada reaccionaria, apunté yo.-El anacrónico empeño por resucitar el pasado no es lo peor de es-

tas formas de entender la vida: para mí lo peor es la devoción o afánde emulación que despiertan en mentes plebeyas como la de tantosde nosotros. Y algo así pudo ocurrirle a un joven generoso pero conganas de comerse el mundo. El propio padre de Jenny, gran amigode la familia Marx, hubo de tener notoria influencia en la posteriororientación de las inquietudes del joven:, Luis von Westphalen fueun distinguido funcionario del gobierno que decía “preferir los poe-tas a los moralistas”; indiferente en materia de religión, protestabade que no había otro cielo que la imaginada compañía de Schiller,Göethe y Hölderlin; cultivaba sus muchos ocios con “ilustradas”lecturas de que, sin duda, haría partícipe al joven Marx, quien, años

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más tarde, le mostraría su reconocimiento dedicándole su tesis doc-toral: “Al amigo paternal, que saluda todo progreso con el entusias-mo y convicción de la verdad”, decía la dedicatoria.

-¿La tesis doctoral?-Sí, Freddy, una tesis doctoral abiertamente materialista. Yo no he

tenido ocasión de leerla, pero sí uno de mis colegas; según me hacontado, la tesis es una acerada crítica a todo lo religioso desde elprincipio, en que repite el grito de rebeldía del Prometeo de Esquilo“odio a todos los dioses” para establecer ligeros distingos entre losmaterialismos de Epicuro y Demócrito, ambos ostensiblementeateos.

-Conozco muy poco del doctor Marx. Ésa es la verdad. Le pediré ami madre que me hable de él. Son muchos los años que lleva mi ma-dre en esa casa.

-Me da la impresión de que tu madre es una gran mujer ¿Qué tal seporta con ella la baronesa?

-Fría y distante creo.-Como tantos y tantos de su clase, pasen o no pasen hambre; nece-

siten o no necesiten a los demás se creen en la obligación de mirarlessiempre por encima del hombro .

-¡Caramba! Usted también es de los nuestros-Pero ¿qué crees tú que es el Cristianismo, Freddy? No es un velo

que tape la realidad ni una coartada para los pusilánimes. Es la revo-lución de las conciencias hacia la fraternización universal, un largocamino que durará todavía muchos siglos.

-¿No es eso mismo lo que piensa el doctor Marx?-No precisamente: El doctor Marx habla de odio de los unos con-

tra los otros, por cierto, algo muy frecuente a lo largo de la Historia,tan frecuente que es el verdadero problema en que se debate la Hu-manidad. Es un odio entre hermanos, entre vecinos, entre los miem-bros de cualquier clase. Pero se equivoca el doctor Marx cuandoasegura que si triunfa el odio de los de abajo se habrá dado un pasode gigante hacia la paz universal: el triunfo del odio, venga de dondevenga, es más y más odio.

-Y ¿si triunfa el amor?

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-Es lo que ya está ocurriendo entre unos pocos de ese reducidocírculo de amigos de la humanidad.

-¿Amigos de la Humanidad? ¿Se refiere usted a los cristianos?-Me refiero a todas las personas de buena voluntad que ven al otro

como un igual a sí mismo.-¿Puedo ser yo de ese grupo?-Naturalmente; creo que, hasta en parte, ya lo eres. O mucho me

equivoco o tú no sientes odio hacia nadie.Como no supe qué contestar, me despedí precipitadamente. El pa-

dre Teodoro me respondió con un cordial ademán sin levantarse desu asiento.

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LA BONITA, DEVOTA Y ESQUIVA MARY

Tras un largo pasillo estaba la entrada privada a la Iglesia, obli-gado recorrido hasta la calle. Ella estaba sentada en la primera

fila. Sin pensarlo dos veces, me senté detrás de ella. Era morena conel pelo muy largo. Olor suave a lavanda. Tibio vapor invisible demujer. Quise verla la cara y tosí para que se volviera. No lo hizo has-ta la tercera intentona. Piel blanca, ojos grandes, verdinegros y muyserenos, nariz fina de perfecto diseño, labios gordezuelos como unainvitación a ensoñaciones al límite de lo prohibido. Frunció el ceñocomo molesta por mi toque de atención a base de inoportunas toses yrecuperó su actitud de instantes antes. Ensimismada, diríase que es-perando algo procedente del Sagrario.

-Yo no soy católico, susurré en nuevo truco por llamar su aten-ción.

-¿Crees en Dios? Preguntó ella sin dejar de mirar al Sagrario.Yo me sentí particularmente locuaz ante el repentino interés de

ella:-Claro que creo que existe algo superior al mismo Universo. Veo a

Dios como al Gran Arquitecto. Todas las religiones son iguales ymantienen al mismo tipo de personas: unos pocos, que viven de esoy más o menos gente que les siguen, muchos de ellos como borregosy el resto con la ilusión de encontrarle sentido a su propia vida. Pormi parte procuro no hacer mal a nadie y lo que sea será. ¿Tiene Diosalgo que ver con que a mí me gusten las cosas bellas?

Pudo darse por aludida cuando me miró y respondió.-Dios está antes, por encima y detrás de todo lo bueno y de todo lo

bello que existe.-Quiero creerlo, pero...-Reza y puede que encuentres algo que te ayude a ver más claro,

tal vez a creer.

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-No sé rezar, la respondí. Cambié el tono para decir: Me llamo Fe-derico, Freddy para los amigos ¿y tú?

-¿Por qué quieres conocer mi nombre?-Para, como amigos, pedirte que me enseñes a rezar.Ella rió mi ocurrencia. -Me llamo Mary; para enseñarte a rezar es-

toy siempre dispuesta. Déjame ahora con mis cosas, si no te importa.Lo tomé como una despedida y salí de la Iglesia.

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EL SECRETO DE MI MADRE

E l domingo pasado, por la tarde, hablé a mi madre de Mary;no es la chica que te conviene, me contestó sin escucharme

demasiado.Ya os he dicho que mi madre, Elena Demuth, es el ama de llaves

del doctor Marx y de la baronesa Jenny von Westphalen. No ha esta-do nunca casada, pero pudo vivir una fugaz pasión de la que nací yo.Seguro que era muy hermosa a sus veintiséis años. Lo sigue siendoaunque un poco gruesa y cargada de espaldas. Es noble y cariñosacon todo el mundo. Me consta que en tiempos difíciles ha trabajadolo indecible sin exigir nada a cambio o más aún, aportando a la fami-lia Marx parte de una pequeña herencia de mis abuelos y algo másque, lo recuerdo una vez más, me avergüenza bastante: durante unoscuantos años, los primeros de mi vida, doblaba la jornada diaria tra-bajando en una fábrica de cerillas y entregaba el sueldo íntegro a lafamilia Marx.

Yo veo a mi madre como la mejor de las mujeres... Pero ¿por quésigue soltera? No te vayas a creer que he sido una casquivana, medijo en cierta ocasión sin yo haberle preguntado nada: naciste tú porun momento tonto en un día de soledad muy triste con la cervezacomo consuelo y en tiempos muy difíciles; ni antes ni después he te-nido nada que ver con ningún otro hombre. Tú has sido y eres miúnica preocupación y mi único amor. Roberto y Marta te han criadoy querido como un hijo y a mí siempre me has tenido y me tendrásmuy cerca de ti.

Ésa era una de las pocas veces en que he encontrado expresiva ami madre y quise saber ¿quién es mi padre?

-Es un secreto que me llevaré a la tumba y, por lo que más quieras,no vuelvas nunca a preguntarlo.

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UN ALMUERZO CON HERR ENGELS.

Aquel año de 1868 fue el de la consagración del doctor Marxcomo “el más ilustre economista de todos los tiempos”, según

proclamación de herr Engels en los círculos socialistas de Londres,en cartas a sus corresponsales del Continente y, de forma muy espe-cial, en el almuerzo al que nos invitó a mi madre y a mí.

Era la primera vez que herr Engels se dignaba invitarme a algo.- Eres como de la familia, me dijo al invitarme y, sin esperar res-

puesta, añadió: Me gustaría ser tu amigo.-Tengo pocas cosas en común con usted, respondí por decir algo.-¿Y eso qué importa? Sabes que tanto el doctor Marx como yo es-

tamos dedicando nuestra vida a demostrar que sois los trabajadoreslos verdaderos protagonistas de la Historia. Tú eres un trabajador y,por lo que sé, de los más conscientes. Aunque solamente fuera poreso, ya mereces mi amistad y también mi respeto como lo mereceesta mujer excepcional que es tu madre.

-Gracias.-No me des las gracias hasta que no conozcas mis propósitos. Las

cosas no van a ser lo mismo a partir de ahora y quiero que estés pre-parado para asumir una posible responsabilidad. Yo te ayudaré entodo lo que necesites. Quiero que dejes la fábrica para estudiar...,por ejemplo, economía. Creo que este libro puede y debe significarel comienzo. Era El Capital.

-No sé si lo voy a entender.-Me tendrás a mí para responder a todas tus dudas. Pero te aseguro

que está escrito de forma asequible a cualquier inteligencia y, por loque sé, la tuya es bien despierta. Empesaremos por un resumen quees lo que yo he escrito sobre él en el Demokratisches Wochenblatt.

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Herr Engels nos dio un ejemplar del periódico y sin esperar a quelocalizáramos el artículo, inició su lectura prestando entonación es-pecial a los párrafos, que, sin duda, eran para él más significativos:

Desde que hay en el mundo capitalistas y obreros, no se hapublicado un solo libro que tenga para los obreros la importan-cia de éste. En él se estudia científicamente, por vez primera,la relación entre el capital y el trabajo, eje en torno del cualgira todo el sistema de la moderna sociedad, y se hace con unaprofundidad y un rigor sólo posibles en un alemán. Por másvaliosas que son y serán siempre las obras de un Owen, de unSaint-Simón, de un Fourier, tenía que ser un alemán quien es-calase la cumbre desde la que se domina, claro y nítido —comose domina desde la cima de las montañas el paisaje de las coli-nas situadas más abajo—, todo el campo de las modernas re-laciones sociales.

Me hubiera gustado interrumpirle para ilustrarme sobre ese otrosocialismo que predicaron Saint Simon, Fourier y Owen; de ellos¿no dice papá Roberto que son más humanos que el doctor Marx?.Callé y seguí escuchando.

Leyó Herr Engels algo que no entendí muy bien sobre lo que él lla-ma “economía política al uso”: al parecer, mientras que ésta consi-dera al trabajo como medida de todos los valores, el doctor Marx,dice herr Engels, ha descubierto que

“lo que sucede en realidad es que, mientras las ganancias deltrabajo muerto, acumulado, crecen en proporciones cada vezmás asombrosas y los capitales de los capitalistas se hacencada día más gigantescos, el salario del trabajo vivo se reducecada vez más, y la masa de los obreros, que viven exclusiva-mente de un salario, se hace cada vez más numerosa y máspobre. ¿Cómo se resuelve esta contradicción? ¿Cómo es posi-ble que el capitalista obtenga una ganancia, si al obrero se leretribuye el valor íntegro del trabajo que incorpora a su pro-ducto? Como el cambio supone siempre valores iguales, pare-ce que tiene necesariamente que suceder así. Mas, por otraparte, ¿cómo pueden cambiarse valores iguales, y cómo pue-de retribuírsele al obrero el valor íntegro de su producto, si,como muchos economistas reconocen, este producto se distri-buye entre él y el capitalista? Ante esta contradicción, la Eco-nomía al uso se queda perpleja y no sabe más que escribir obalbucir unas cuantas frases confusas, que no dicen nada.Tampoco los críticos socialistas de la Economía política, ante-riores a nuestra época, pasaron de poner de manifiesto la con-tradicción; ninguno logró resolverla, hasta que Marx, por fin,analizó el proceso de formación de la ganancia, remontándose

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a su verdadera fuente y poniendo en claro, con ello, todo elproblema.

En su investigación del capital, Marx parte del hecho sencilloy notorio de que los capitalistas valorizan su capital por mediodel cambio, comprando mercancías con su dinero para ven-derlas después por más de lo que les han costado. Por ejem-plo, un capitalista compra algodón por valor de 1.000 táleros ylo revende por 1.10O, «ganando», por tanto, 100 táleros. Estesuperávit de 100 táleros, que viene a incrementar el capitalprimitivo, es lo que Marx llama plusvalía. ¿De dónde nace estaplusvalía? Los economistas parten del supuesto de que sólo secambian valores iguales, y esto, en el campo de la teoría abs-tracta, es exacto. Por tanto, la operación consistente en com-prar algodón y en volverlo a vender, no puede engendrar unaplusvalía, como no puede engendrarla el hecho de cambiar untálero por treinta silbergroschen o el de volver a cambiar lasmonedas fraccionarias por el tálero de plata. Después de reali-zar esta operación, el poseedor del tálero no es más rico nimás pobre que antes. Mas la plusvalía no puede brotar tampo-co del hecho de que los vendedores coloquen sus mercancíaspor más de lo que valen o de que los compradores las obten-gan por debajo de su valor, porque los que ahora son compra-dores son luego vendedores, y, por tanto, lo que ganan en uncaso lo pierden en el otro. Ni puede provenir tampoco de quelos compradores y vendedores se engañen los unos a losotros, pues eso no crearía ningún valor nuevo o plusvalía, sinoque haría cambiar únicamente la distribución del capital exis-tente entre los capitalistas. Y no obstante, a pesar de comprary vender las mercancías por lo que valen, el capitalista saca deellas más valor del que ha invertido. ¿Cómo se explica esto?

Bajo el régimen social vigente, el capitalista encuentra en elmercado una mercancía que posee la peregrina cualidad deque, al consumirse, engendra nuevo valor, crea un nuevo va-lor: esta mercancía es la fuerza de trabajo. ... que, si producesiete (creo haber entendido), es pagada con tres. Los cuatrovalores restantes es lo que, según creo, el doctor Marx llama laplus-valía que se embolsa el capitalista.

El nacimiento de la plusvalía (de la que una parte importanteconstituye la ganancia del capitalista), recalca herr Engels, es,ahora, completamente claro y natural. Al obrero se le paga,ciertamente, el valor de la fuerza de trabajo. Lo que ocurre esque este valor es bastante inferior al que el capitalista lograsacar de ella, y la diferencia, o sea el trabajo no retribuido, eslo que constituye precisamente la parte del capitalista, o mejordicho, de la clase capitalista .... y sobre él descansa todo el or-den social existente.

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Al capitalista le interesa que la jornada de trabajo sea lo máslarga posible. Cuanto más larga sea, mayor plusvalía rendirá.Al obrero le dice su certero instinto que cada hora más que tra-baja, después de reponer el salario, es una hora que se le sus-trae ilegítimamente, y sufre en su propia pelleja lasconsecuencias del exceso de trabajo. El capitalista lucha porsu ganancia, el obrero por su salud, por un par de horas dedescanso al día, para poder hacer algo más que trabajar, co-mer y dormir, para poder actuar también en otros aspectoscomo hombre. Diremos de pasada que no depende de la buenavoluntad de cada capitalista en particular luchar o no por susintereses, pues la competencia obliga hasta a los más filantró-picos a seguir las huellas de los demás, haciendo a sus obrerostrabajar el mismo tiempo que trabajan los otros.

Al escuchar este pasaje, pensé en papá Roberto, que tanto criticaeso de que en las injusticias sociales nada tiene que ver la concienciade las personas.

-El libro de Marx, dogmatizó entonces herr Engels, pone en ma-nos de los obreros, todos los datos necesarios para un perfecto cono-cimiento de su situación..

«La acumulación del capital reproduce la relación del capitalen una escala mayor: a más capitalistas o a mayores capitalis-tas en un polo, en el otro polo más obreros asalariados... Laacumulación del capital significa, por tanto, el crecimiento delproletariado». Pero, como los progresos de la maquinaria, elcultivo perfeccionado de la tierra, etc., hacen que cada vez senecesiten menos obreros para producir la misma cantidad deartículos, y como este perfeccionamiento, es decir, esta crea-ción de obreros sobrantes, aumenta con mayor rapidez que elpropio capital creciente, ¿qué se hace de este número, cadavez mayor, de obreros superfluos? Forman un ejército indus-trial de reserva, al que en las épocas malas o medianas se lepaga menos de lo que vale su trabajo, que trabaja sólo de vezen cuando o se queda a merced de la beneficencia pública,pero que es indispensable para la clase capitalista en las épo-cas de gran actividad, como ocurre actualmente, a todas lu-ces, en Inglaterra, y que en todo caso sirve para vencer laresistencia de los obreros ocupados normalmente y para man-tener bajos sus salarios. «Cuanto mayor es la riqueza social...tanto mayor es la superpoblación relativa, es decir, el ejércitoindustrial de reserva. Y cuanto mayor es este ejército de reser-va, en relación con el ejército obrero activo (o sea, con losobreros ocupados normalmente), tanto mayor es la masa desuperpoblación consolidada (permanente), es decir, las capasobreras cuya miseria está en razón inversa a sus tormentos de

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trabajo . Finalmente, cuanto más extenso es en la clase obrerael sector de la pobreza y el ejército industrial de reserva, tantomayor es también el pauperismo oficial. Tal es la ley absoluta,general, de la acumulación capitalista».He ahí, puestas de manifiesto con todo rigor científico —los

economistas oficiales se guardan mucho de intentar siquierarefutarlas— algunas de las leyes fundamentales del modernosistema social capitalista. Pero, ¿queda dicho todo, con esto?No, ni mucho menos. Con la misma nitidez con que destaca loslados negativos de la producción capitalista, Marx pone de re-lieve que esta forma social era necesaria para desarrollar lasfuerzas productivas sociales hasta un nivel que haga posibleun desarrollo igual y digno del ser humano para todos losmiembros de la sociedad. Todas las formas sociales anterioreseran demasiado pobres para esto. Sólo la producción capitalis-ta crea las riquezas y las fuerzas productivas necesarias paraello, pero crea también, al mismo tiempo, con las masas deobreros oprimidos, una clase social obligada más y más a to-mar en sus manos estas riquezas y fuerzas productivas, paraconseguir que sean aprovechadas en beneficio de toda la so-ciedad y no, como hoy, en el de una clase monopolista.

Había escuchado a herr Engels realmente sorprendido por la feque ponía en sus palabras. Observé la paciente sonrisa de mi madresin atreverme a interpretar su sentido.

-¿Qué te ha parecido?, me preguntó.-No sé qué decir... Lo repasaré para reflexionar sobre él, punto

por punto. Por ahora lo que me sorprende es la facilidad con la que eldoctor Marx ha superado todos los descubrimientos de los anterio-res economistas y esa seguridad en adivinar lo que va a pasar, todoen plan materialista.

-Es ciencia, querido Freddy, es ciencia. Tú eres muy joven y nohas visto más que los cuatro muros de tu fábrica. Marx y yo hemosestudiado y reflexionado mucho y sabemos que es la economía ysolo la economía la que mueve las voluntades de los hombres...

Yo sentí un escalofrío, pero no interrumpí al señor Engels quecontinuó.

-Mi amigo y yo hemos reflexionado mucho por vosotros y sabe-mos que no hay otra realidad social que la lucha entre los que poseenlos medios de producción y los que no tienen otra cosa que perderque sus cadenas.

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-¿No es eso una especie de odio nacido de la envidia?, fue esta unaprfegunta mía, que se mereció un codazo de mi madre.

-Llámalo como quieras, querido Freddy, pero sin olvidar que laguerra es la madre de todas las cosas, como escribió Heráclito hacemás de dos mil trescientos años y ha demostrado Hegel en este mis-mo siglo. Nosotros no hacemos más que aplicar ese descubrimientoa la ciencia económica. Y necesitamos buenos intérpretes que ha-gan de nuestras conclusiones pautas de unión entre todos los trabaja-dores. Tú puedes ser un líder porque tienes inteligencia y valor parasaber lo que conviene hacer en cada momento. Estás en la mejoredad para aprender y tomar decisiones. He decidido ayudarte y te in-vito a que vengas a Manchester, estudies en la escuela superior, usesmi biblioteca y, si necesitas dinero para cambiar de vida y viajar... lotendrás. Dinero es lo que me sobra.

Comprendí entonces que lo de la invitación había sido una ence-rrona de mi madre y del señor Engels y no se me ocurrió otra cosaque decir:

-Déjeme un par de meses para arreglar mis cosas.En lugar de esa especie de evasiva me hubiera gustado decirle:

No me merece usted ningún respeto, herr Engels, y no le necesitopara abrirme camino; no me importa trabajar y estudiar: es lo que es-toy haciendo para marcar distancias entre lo que voy a ser y lo queahora soy. Como los de su clase, usted espera recibir mucho más delo que da o, todavía peor, solamente ofrece.

-¿Qué cosas tienes que arreglar, chico? ¿No crees que es de agra-decer el ofrecimiento del señor Engels? Fue mi madre la que estabaperdiendo la paciencia.

-Claro que sí, pero, por favor, quiero también aprender a ser yo.-Me parece formidable tu actitud. Lenchen, déjale que aprenda a

ser él mismo, pero desde la verdadera ciencia, que, no lo dudes, esmaterialista. Te espero un par de meses o los que hagan falta.

Me levanté y al comprobar que ellos seguían sentados, di unabeso a mi madre, un apretón de manos a herr Engels y abandoné elPub con la sensación de que el materialismo, que me invitaba asaborear herr Engels no era más que una droga.

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TRISTÁN, ISOLDA, MARY Y YO

Mary vive también en el barrio del Soho, en el número 134 deDean Street, haciendo esquina con Vixen Street, en donde yo

vivía por aquellos años.Más de un atardecer, había yo pasado horas enteras bajo el frío o la

lluvia para ver a Mary un instante, al doblar una esquina. En algunoscasos puede que ni siquiera fuera ella; pero el verla o imaginarla cer-ca era lo más importante del día.

Mary madruga para ir a la misa católica. Por eso, los domingos, yomadrugo también y, a la misma hora, hago la ruta contraria. Siem-pre que tropiezo con ella Mary me saluda. Un simple hola que mesuena a música celestial. Veinte veces he tratado de abrir conversa-ción pero, en el momento, no me sale asunto alguno y todavía no es-toy muy seguro de que ella lo acoja con el mínimo interés.

Porque Mary es guapa, muy guapa, de belleza sonrosada y suave,sin ostentación. Pura armonía de todo lo bonito que puede tener unamujer.

Aquel domingo había yo seguido a Mary hasta la Iglesia de SantaMaría de la Paz. Me situé dos bancos atrás de ella; mi vecino de laderecha resultó ser el padre Teodoro. Se levantó al mismo tiempoque yo para decirme en voz baja.

-Me he dado cuenta de que seguías los cánticos religiosos conbuen oído y voz de tenor.

-Me gusta cantar.-Una buena oportunidad: en el Centro Católico estamos preparan-

do una antología de nuestro compatriota Ricardo Wagner ¿Tegustaría participar?

-Trabajo diez horas diarias y ya sabe usted que no soy católico.-Mira que bien: me darás la ocasión de convertirte... quiero decir

de charlar sobre lo que te preocupe. Te lo prometo, nunca me meteré

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en el mundo de tus ideas si tú no quieres que yo entre. Pero sí quequiero que seas nuestro Tristán. Claro que los ensayos tendrán queser los domingos, después de la Misa Católica ¿No te importa?

-Lo pensaré.-Te espero hoy a las cinco.Allí estaba Mary a las cinco en punto. Era en un salón de actos con

capacidad para no más de ciento cincuenta personas y ocupado en sutercera parte por el escenario.

Mary estaba sola, sentada en el extremo derecho de la primera fila.Se sonrió al verme, nos saludamos y me senté a su lado. Me explicóque había nacido en Telgte bei Münster, que vivía con sus padres yque pensaban todos retornar pronto a cualquier lugar de Westfalia,al pueblo natal si fuera posible.

-Voy con frecuencia y tengo grandes amigos.Me quedé sin saber más de ella por que vino el padre Teodoro, se

hizo sitio entre los dos y nos habló de la obra que quería representar:-Tristán e Isolda se presta a todo tipo de adaptaciones. Yo he pre-

parado la mía como un sermón aliñado con retazos del genial Wag-ner. Ahí entráis vosotros. Tú, Mary, serás Isolda y harás de soprano;y tú, Freddy, serás Tristán y harás de tenor.

Yo ya conocía la leyenda de Tristán e Isolda; pero Mary no. Asínos la explicó el Cura –para que entréis en situación, nos dijo.

-Marke, rey de Cornualles conoce de oídas la belleza de Isolda,decide casarse con ella y pide a su sobrino Tristán que se embarquehasta Irlanda para ir a buscarla. No cuenta para nada la voluntad deIsolda, que maldice un matrimonio por razones de Estado y lleva ensu equipaje un mortal brebaje para, en el momento oportuno, buscaruna muerte que prefiere al matrimonio sin amor.

Durante la travesía, Isolda identifica a Tristán con el asesino deMorold, el héroe irlandés del que ella estuvo profundamente enamo-rada. Este Morold, tiempo atrás, había ido a Cornualles a reclamarun viejo tributo de trescientos jóvenes y trescientas doncellas de 15años; Tristán le desafió y cortó la cabeza, trofeo que llevó personal-mente a Irlanda en lugar de los jóvenes y doncellas del viejo tributo.En aquel lance, Tristán resultó herido y, disfrazado, pidió ser curadopor la madre de Isolda, la cual, al verle e identificarle con el asesinode su prometido, quiso atravesarle con su espada, pero no tuvo la

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sangre fría suficiente para asesinar a un caballero herido y sinfuerzas.

Sucede este nuevo encuentro entre ambos jóvenes en el momentoen que Isolda lamenta su actual situación con una canción que mal-dice a “un caballero, pequeño y pobre” (von einem Kahn, der kleinund arm). Tristán, ese caballero pequeño y pobre, es el mismo queha venido a buscarla para que se case con otro, sea éste el mismo reyde Cornualles

Brangäne, la doncella de Isolda, trae el cofre con las bebidas mila-grosas preparadas por la madre de Isolda, entre las cuales hay filtrosde amor y terribles venenos, y también bálsamos curativos. Pese alos esfuerzos de Brangäne, Isolda toma lo que ella cree un venenomortal para dárselo a Tristán, al que invita a su cámara y beben jun-tos el brebaje misterioso. Pero Brangäne, incapaz de ser cómplicedel asesinato, ha cambiado el veneno por un filtro de amor, que, alinstante, hace efecto en los dos jóvenes, que se enamoran al momen-to y vivirán su pasión durante la travesía y aún después de la boda deIsolda con el rey Marke.

Tristán es traicionado por Melot, a quien él cree su mejor amigo:ha puesto sobre aviso al rey Marke, quien, acompañado por el trai-dor Melot, sorprende a los enamorados entregados el uno a la otra.

Tristán se arrodilla delante de su tío lamentando haberle traiciona-do, momento que aprovecha el mal amigo Melot para hundir su pu-ñal en el pecho de Tristán. Cae Tristán gravemente herido en brazosde Kurwenal, su fiel criado, mientras Isolda grita horrorizada y elrey Market ordena prender al traidor Melot.

Cuando parece que Tristán va a recobrar la salud, el rey Market harenunciado a Isolda y ésta se dispone a vivir un gran amor en toda suintensidad, llega el trágico final: Viene Isolda (ahí, apunta el cura,tiene que haber una apoteosis orquestal) entonando la bella canción“Ha! Ich bin’s! Ich bin’s!” (¡Ah, soy yo, soy yo!), Tristán no resistela emoción y cae muerto.

Ante el cadáver de su enamorado Isolda entona la desgarradoramelodía de la “Muerte por amor” y se desploma exánime, transfigu-rada. El drama del amor, que acaba por vencer a la muerte, haconcluido.

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Mary escucha absorta al padre Teodoro; de reojo, yo la miraba devez en cuando. Por dos veces, descubrí sus lágrimas. –Lástima queno me pertenezcan alguna de ellas, me dije sin mover los labios.

Reconozco que yo entonces era muy fantasioso, algo así como siviviera empeñado en sacudirme el polvo de la fábrica con todo lonovelesco que viniera a cuento. Yo veía a Mary bonita, educada, ge-nerosa y dulce, muy dulce. Seguro que se encontraba muy sola y a laespera de un hombre como yo, generoso y capaz de romper por símismo las cadenas de una vida vulgar hasta ser compensado conalgo fuera de lo que apetecían mis compañeros, muchos de ellos in-capaces de valorar algo distinto a la rutina diaria, toda ella salpica-da de exigencias y más exigencias, mezcladas con polvo, grasas einsoportables ruidos. Tristán e Isolda, Isolda y Tristán... Mary y yo¿por qué no?

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A LA SALIDA DE LA FABRICA

Estábamos sucios, pero entramos en la taberna agobiante dehumo y de olores, llena de compañeros más sucios que noso-

tros y de algunas chicas de moral distraída, según simpática califica-ción de mi compañero y amigo Germán.

-Freddy, lo tuyo es de otra época-¿Qué es lo mío, Germán?- ¿Qué va a ser? Eso de que el amor abre las puertas del alma. Estás

tú bien: dices eso después de pasar doce horas en una apestosa fábri-ca para la mayor gloria del sátrapa Reicher y el regodeo de nuestrocabrón de capataz, el mestizo Ferulón...

-Ellos son ellos y yo soy yo.-Y la chica esa viene de otro planeta. Tu Mary se va a reir de ti.-¡Qué más quisiera yo que fuera mi Mary...!-¿Todavía con esas? Tu peor defecto es que la has puesto en las

nubes y eso no está bien: ella es igual a ti, tan igual como yo lo soy ala reina Victoria. A saber lo que ella piensa de ti. Aunque nos tomencomo un deshecho de fábrica no admito ni tú debes admitir que na-die, mujer u hombre, te mire por encima del hombro. Nos persigueel olor a fábrica, claro está, pero eso ¿no nos hace hombresespeciales?

-Somos especiales porque trabajamos catorce horas diarias y nodebemos nada a nadie. Claro que tenemos una madre muy cabronaque es la fábrica, una necesidad de los tiempos que corren: está ahípara producir esas cosas que luego se venden y entran en la rueda dela vida, que a todos nos lleva hacia delante.

-¿Y quién te está robando los mejores años de tu vida?

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-Los que, de momento, pueden hacerlo; pobres diablos que secreen dioses, sobre todo, cuando te gritan y tú no tienes más remedioque agachar la cabeza.

-Pobres diablos que engordan a tus expensas. Ea, tomemos unaspintas más, que mañana es domingo.

Compartí otra ronda de cerveza y allí dejé a Germán, empeñadoen engatusar a una pelirroja medio borracha.

Germán es muy alto, casi un gigante; apenas le llego a la altura delhombro. Tiene aire vikingo de anchos hombros, mostacho con laspuntas rizadas hacia arriba y pelambrera rubia mientras que a mí,por lo de la estatura, la piel oscura y el pelo negro y encrespado, metoman por latino, tal vez corso, siciliano o andaluz. A Germán letengo por el mejor de mis amigos; no coincidimos prácticamente ennada. A él no le gusta leer aunque pudo estudiar hasta los dieciochoaños, mientras que yo, en la fábrica desde los diez años, leo todo loque llega a mis manos, desde Platón hasta el revolucionario Proud-hon, pasando por Kant y una reciente traducción del Genio del Cris-tianismo de un tal Chateaubriand y, por supuesto, los libros que mefacilita mi madre, algunos de su patrón, el doctor Marx, y el resto delos que ella llama maestros de los proletarios. Germán bebe mucho yyo un poco para no desentonar; él busca chicas espontáneas y lige-ras, las aborda con el desparpajo de un donjuán y yo ni siquieraacierto a hablar cuando tengo cerca a chicas como Mary. Por chicascomo ella veía yo las cosas de muy distinta manera tanto que hastahe llegado a encontrar atractiva la Fábrica, de la que tantos de miscompañeros están echando siempre pestes.

Ya limpio, tumbado en la cama y mirando al techo, sueño con losensayos que comparto con Mary, en especial, con los momentos delfrente a frente, yo, en la piel de Tristán, buscando su mirada y elladistrayéndola como si trabara la vista. Luego vuelvo mi pensamien-to a la fábrica en donde me gusta imaginarme libre y responsable apocos metros de un rojo y humeante arroyo que cae en cascada de latobera de los altos hornos y se pierde en cien derivaciones hastaotros tantos moldes de barro hundidos en el suelo: es hierro líquidoque se solidifica para convertirse en corazón, músculos y brazos deuna legión de máquinas. Pero, antes, han debido pasar por mis ma-nos y las manos de los mil compañeros que manejan herramientas yotras máquinas movidas por bielas y correas. Mis compañeros y yo

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somos pequeños titanes que trabajan y golpean, golpean y traba-jan... como creando un mundo nuevo para otros. Somos parte de unaorquesta que produce una mal acompasada sinfonía de estridentesgolpetazos, roces, chirridos, gritos, cuchicheos, lamentos, maldicio-nes, llantos de niños y adolescentes... como necesario y, por el mo-mento, inevitable acompañamiento de una fantástica escapada haciano comprendemos muy bien donde, mientras practicamos una mejorforma de vivir o de no morir entre el atasco de los pulmones, los cri-minales ahorros en precauciones para evitar accidentes, las torpezasde uno mismo, la oportuna colaboración o el torpe aturullamiento deun compañero y sobre todo, sobre todo, la mala uva de un tipodespreciable, llamado Ferulón.

Lo confieso, quiero quitarle el puesto al mestizo Ferulón y gastarmis energías en humanizar la Fábrica. Después, me casaré conMary. Eso me dije mirando al techo y me había dicho con el pensa-miento millones de veces allí, en la fábrica, mientras que, con un tra-po sucio, trataba de librarme del polvo pegajoso por el sudor.

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LAS FLORES DE LA ESTUPIDEZ

Han sido dos meses de ensayos y muchas emociones. Sigo ma-drugando los domingos para ponerme detrás de Mary en la

Iglesia católica y poderla saludar a la salida. Sigo siendo absoluta-mente puntual los domingos a las cinco de la tarde; ella lleva ya tresdomingos retrasándose hasta que aparece el Cura. No hemos podidohablar ni antes ni después de los ensayos. En el escenario, muy iden-tificado con el papel del héroe Tristán, yo me siento dominando lasituación; pero, fuera, Mary marca las distancias lo que no facilitanada el acercamiento con el que yo sueño.

No sabía yo si estaba enamorada; tampoco sabía si, entre sus mu-chos amigos o allá en Telgte, mantenía algún amor o relación espe-cial. ¿Me encontraba aceptable? ¿la aburrían mis dudas ydivagaciones, como le ocurre al bueno de Germán?

-Yo iría al abordaje sin más dilación, dice Germán que nunca seanda con rodeos. No debes verla y menos tratarla como frágil y deli-cada muñequita. Eso no gusta a las mujeres. No creo que ella sea tancelestial como tú la imaginas. Un achuchón a tiempo es lo mejorpara aclararte de una puñetera vez.

-Ya salió el bestia; Mary no es como la imaginas.-¿Cómo la imagino yo, so lelo? Estirada y esquiva, puede; pero de

la misma pasta que todas las mujeres de su edad y condición. Teamilanas ante ella y eso no es bueno para, de una vez por todas, acla-rar la situación.

-Trataré de hacer algo, no te preocupes.Esto lo he dicho para salir del paso; pero lo cierto es que me achica

su presencia y que, a la salida de los ensayos, la audacia con que re-presento al fuerte y heroico Tristán se convierte en cobarde sumi-sión. Seguro que ella conoce mi zozobra y disfruta con ello; o, talvez, no... Lo cierto es que debo salir de dudas inmediatamente.

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-Pasé toda la semana ideando algo muy expresivo, poético y con-tundente. Creí haberlo logrado cuando se me ocurrió escribir: “Vesque me gustas, sabes que te quiero.. Mi dulce amiga, no dejo de pen-sar en ti. Dame esperanzas y seré capaz de conquistar el mundo”.Tu enamorado Freddy..

Eso es lo que decía la nota escrita en papel de lujo que compré parala ocasión y que había pensado entregar disimuladamente durante elensayo del domingo. Pero con las prisas y la zozobra, se me escapóella y la nota siguió en el bolso de mi blusa.

-Menos mal, comentó Germán antes de conocer la continuidad dela historia. Valiente tontería. Donde esté un oportuno apretujón...

-¡Qué bruto! Pero espera a conocer el final de la historia.-¿Qué es lo que ocurrió?-Pues que, sin encomendarme a nadie, me metí en la piel de un pe-

timetre de salón y confié en mi inspiración y en el lenguaje de lasflores: El lunes, durante la hora de la comida, compré un ramo devioletas y rosas, añadí al ramo la nota escrita en papel de lujo y pedía Poli, el pinche de la tienda, que lo entregara en mano a Mary. Ellano estaba en casa y fue su madre quien recibió el paquete

-¿Cómo lo tomó la buena señora?-Según Poli, dijo algo así como estos obreretes de mierda no saben

qué hacer para complicar las cosas.-Pero ¿se quedó con las flores?-Claro que sí,-Y ¿no leyó la nota?-Esa mujer no tiene pinta de saber leer.Pasaron dos días. Aquel miércoles, a la vuelta de la fábrica, mamá

Marta me entrega un paquete y dice: toma esto que un recadero hatraído para ti.

Era una caja de cartón, como de zapatos, envuelta en papel gruesosin otra leyenda que “para entregar a Frederik Demuth”. Abierta lacaja de cartón, veo que son las flores, revueltas y marchitas, con unpapel, mi nota, en cuyo reverso Mary había escrito (¿seguro que fueella?): “¿Quieres dejarme en paz, so idiota?”.

Claro que la dejé en paz, pero no antes de representar la obra, en laque, nunca mejor dicho, llegué a dar el do de pecho. Nos aplaudie-

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ron mucho los doscientos emigrantes alemanes que abarrotaban elsalón de actos. Bravo, Bravo, gritaban cuando bajó el telón. PeroMary y yo no salimos a saludar cogidos de la mano como era pre-ceptivo. Yo la había mirado de reojo y me pareció verla llorar. Le dila espalda, me cambié precipitadamente de ropa y salté al patio debutacas.

-¡Qué magnífico coro y qué bien se compaginaban vuestras voces!Dijo alguien al que no hice mucho caso.

***************Tres semanas más tarde volví al Centro Católico, con la esperanza

de tropezar con Mary y, de la forma más grosera que se me ocurrie-ra, darle la réplica, que creí se merecía . Al no verla, busqué al padreTeodoro.

-Freddy, estuviste magnífico ¡qué voz la tuya!-Fue mejor el acompañamiento, respondí con cierta sorna.-No estuvo mal, no estuvo mal... Pero ¿qué te pasa con Mary?-Que es lo más engreído y grosero que usted se pueda imaginar.

Claro que la culpa es mía por haberla imaginado de otra forma, va-mos, digo yo, un poco civilizada.

-Si me hubieras hablado de tus obsesiones, yo te habría dicho queMary está a punto de casarse con un joven abogado de Münster...

-También podría habérmelo dicho ella de otra forma... menos bru-tal. Y le conté al Cura lo del envío de las flores y la grosera respues-ta de ella. El Cura lo tomó a broma; su risa fue el revulsivo que yonecesitaba; al final, reí yo también...

Por el camino de regreso a casa, divagaba yo sobre mis amores yodios. De repente, me entró una reconcentrada llantina por que mesentí incapaz de odiar a Mary a pesar de su grosero desplante.

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EL MISIONERO OWENIANO

Germán, ya os lo he dicho, es el único gran amigo con quienrealmente cuento. Me echa en cara mi forma de ver a las muje-

res y mis obsesiones sobre unas pocas ideas, la justicia social, porejemplo, pero sin tomárselo a broma ¿cómo voy a tomar a chirigotaesas tus obsesiones, me dice, si son parte de ti mismo? Mejor es per-seguir fantasmas que compartir aburrimientos con pelanduscas demedio pelo, como hago yo. Claro que nunca pierdo el respeto a misamiguitas de media hora y ellas agradecen el que les trate como per-sonas; hasta dejo que me cuenten sus historias...

Yo sé lo mucho que le aburren a Germán las mujeres con las quetrata. También sé que el bribón de él logra siempre tocarlas algunafibra sensible, que no las envilece más, que se hace amigo de ellasentre carantoñas y mal disimulados bostezos... Pero sé, y él sabetambién, que no hay futuro por ese camino...

-Algo tendré que hacer además de trabajar catorce horas diarias,entretener a las entretenidas y sorber líquidos y humos de mil taber-nas... Ea, por algo se empieza; hoy te acompaño a la charla en casade Emilia la Coja. A ver que nos tiene preparado este sábado.Mañana ya veremos.

A Emilia la Coja le gustan los sermones, los conciliábulos y lastertulias. Su defecto físico es consecuencia de la paliza que le propi-nó Pierre Marrou, el que ahora es su compañero de cama. Sucedióhace no menos de diez años, por culpa de los celos, dice él. Y cara lesalió la paliza al tal Marrou, parásito de profesión: una indemniza-ción de quinientas libras, precio de un taller de carpintería, que teníaalquilado a un emigrante polaco y tres años de cárcel. Con la indem-nización ella compró la Fateful Tavern, hoy Emily’s Tavern.

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Hizo luego las paces con Pierre Marrou , al que visitó una vez almes durante el resto de tiempos que estuvo en la cárcel y, ya en la ca-lle, le puso muy claro los mandamientos que había de respetar. Hoyle tiene como un corderito, diríase que anclado a la pata de la cama.

Emilia la Coja cede su taberna para cualquier sermón, conciliábu-lo o tertulia de los nuevos tiempos a cambio de que todo el mundopague tres peniques por cada pinta de cerveza en la abundancia queella determine.

En ritual inevitable, Emilia la Coja obliga a todos a trasegar unaración de cerveza cada media hora, por lo que las tertulias derivancasi siempre en estúpidas divagaciones al cabo de dos horas, mediahora más tarde del tiempo que Germán y yo solemos estar.

Entre los obligados a beber cerveza solamente hay una excepción,el invitado a dirigir la tertulia. Ese sábado fue el venerable AlfredoPuchs, misionero oweniano, tal como él se presenta y explica: soyoweniano o el más fiel de los discípulos del maestro Roberto Oweny soy misionero porque siento la obligación de propalar a los cuatrovientos la Buena Nueva para que surjan cientos y cientos desinceros y generosos seguidores.

Alfredo Puchs tiene una barba enorme, como de darviche indio,los ojos muy pequeños y el rostro enjuto. Grita en lugar de hablar ygesticula como un poseso; siempre calla en el momento del ritual dela cerveza; nos mira en silencio relamiéndose, como si bebiéramospor él. Un brindis ruidoso y comunitario era parte de la ceremoniaque él seguía con ademanes extraños como si estuviera impartiéndo-nos bendiciones. Tras el brindis del último sábado, nos sermoneóde esta guisa:

Recuerdo una parábola que el maestro Owen aprendió de un noblefrancés llamado Saint Simon: “Supongamos que una nación ya in-dustrializada y por lo tanto civilizada, pierda de repente sus cincuen-ta más sabios físicos, sus cincuenta primeros químicos, suscincuenta más avispados banqueros, sus doscientos más poderososhombres de negocios, sus quinientos mejores agricultores, sus cin-cuenta más aventajados maestros de taller... Si eso ocurriera, la na-ción resultaría como un cuerpo sin alma y descendería hasta muypor debajo de otras naciones rivales hasta convertirse en subordina-da de todas ellas mientras no lograra recuperarse de tan lamentablepérdida. Pero si, conservando a todos esos sabios e industriosos ciu-

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dadanos, tuviera la desgracia de perder a toda la nobleza que rodeaal rey, a todos los ministros y vice-ministros, a todos los cardenales,arzobispos y obispos, a todos los gobernadores y subgobernadores,a los más ricos de los ociosos propietarios... sería una lamentablepérdida por el recuerdo de sus imaginadas virtudes pero que, de he-cho, no ocasionaría irreparable mal alguno a la marcha de la nación.Por el contrario, rotas las barreras artificiales que los parásitos hanimpuesto a la sociedad, sería mucho más fácil el buen entendimientoentre los sabios y los trabajadores hasta lograr juntos saborear lasdelicias de una armoniosa vida en común.

En ese punto, Germán respondió con una sonora risotada al tímidoaplauso de unos pocos. El misionero oweniano gritó para hacerseoír:

“La experiencia y muchas horas de reflexión me han demostradoque la naturaleza humana es radicalmente buena y, desde el naci-miento de cada uno de nosotros, capaz de asimilar todo lo necesariopara evitar las corrupciones y errores del perverso sistema actual yconvertirnos en seres generosos, sabios, ricos y felices. Para llegar atan venturoso resultado bien vale la pena el sacrificio de unageneración hasta triunfar o morir en el intento”.

Sin esperar ni siquiera el premio del Cielo a que aspiran los cre-yentes, el gran maestro Owen aplicó todas sus energías a demostrartodo aquello en lo que creyó fervorosamente. Y a fe mía que logrórepartir buena voluntad y felicidad. La prueba la tenéis en mí mis-mo: ni siquiera necesito cerveza para cantarle a la vida.

Esto último era una gracieta que muy pocos rieron. Habló y hablódurante no menos de una hora sobre la buena organización en elmundo de la industria, sobre la generosidad de su maestro Owen ysobre las atropelladas ideas de otros “indocumentados teorizantes”entre los cuales incluyó al francés Proudhon y no al doctor Marx (nose atreve con él, murmuré para mi coleto).

-Mientras que exaltados como tú viven de repetir ideas de “organi-zación a la medida de los tiempos”, de progreso, de revolución o deotras zarandajas con palabras difíciles de asimilar por algunos quetenemos la paciencia de escucharos ¿qué es, realmente, lo que de-bemos hacer los que trabajamos doce o catorce horas diarias, día trasdía, semana tras semana? Fue Germán el que interrumpió aldesaliñado misionero.

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-Seguidme y os allanaré el camino, os diría el maestro Owen si nohubiéramos tenido la desgracia de perderle. Yo os repito en su nom-bre la misma invitación para, sumando todas vuestras capacidades,me permitáis llevaros por el camino del éxito, la generosidad y lafelicidad.

Yo seguiré el ejemplo del maestro Owen que fue el primero de losempresarios que, pudiendo vivir zanganeando a costa de sus em-pleados, trabajó más que ninguno de ellos y, cuando en todos losotros talleres y fábricas la jornada era de 14 y 16 horas, impuso ensus empresas la de diez horas y media, mientras que él seguía tra-bajando 14 o 16 horas diarias al tiempo que abría escuelas para loshijos de sus asalariados con los que siempre pensó en compartir be-neficios si es que la feroz competencia de los nuevos holgazanes selo permitía.

-Pero no se lo permitió y murió arruinado, según creo. La interrup-ción vino ahora de Pierre Marrou, el francés que comparte cama conEmilia la Coja. Marrou tiene la fea costumbre de alargar las palabrasen un gruñido

-Mi cartesiano amigo, lo que dices no es del todo verdad, replicóel misionero con voz un tanto agria.

-Yo no soy cartesiano, viejo loco.-Este francés tiene malas pulgas, me susurró al oído Germán al

tiempo que, de un manotazo en el hombro le obligaba a encogerseen la silla...

-No te alteres, mi corpulento amigo y deja a este aprendiz de pará-sito que se exprese aunque sea gruñendo.

-Yo he conocido al más grande de los socialistas franceses y, porlo que de él sé, el camarada Pierre es uno de sus admiradores. El quehablaba ahora era Paulino Betreaux.

Como picado de la curiosidad, el misionero oweniano preguntó.-¿Quién es el más grande de los socialistas franceses?-Pedro José Proudhon, naturalmente.-Perdone usted, improvisado abogado de las causas perdidas. El

más grande de los socialistas franceses, solamente superado por mimaestro, fue, sigue y seguirá siendo Saint Simon, quien, a diferenciade su admirado, ese tal Proudhon, creía, con todo el fundamento del

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mundo, que la desaparición de la miseria depende del industrioso ybien organizado trabajo. Nuestro maestro Owen ha ido infinitamen-te más lejos hasta empeñarse él mismo en un trabajo directo y cons-tante y hasta compartir objetivos de producción y beneficio contodos sus colaboradores.

-Proudhon, apuntó tímidamente el francés, creía en el mutualis-mo, no en el odio de clases.

-Bueno, eso decía unas veces para, justamente, defender lo con-trario otras.

-También habló siempre en nombre de la Libertad.Las réplicas del misionero crecían de tono y hablaba mesándose la

larga y desordenada barba entrecana.-En boca de Proudhon, el nombre de la Libertad tenía un bien ex-

traño sentido. Confundía la Libertad con la Anarquía. Y ¿qué es laanarquía? El gobierno sin cabeza, cosa que, normalmente, se acabacon una u otra forma de tiranía. Seamos realistas, mi buen francés y,si es posible, aliñemos nuestros proyectos con un poco de generosi-dad que nunca viene mal. Ese desquiciado de Proudhon, al que túllamas maestro, no sabía hablar de otra cosa que de la ya vieja dia-léctica hegeliana, o de tópicos ya ridiculizados por la propia histo-ria: “adoro, ha dicho, a la humanidad, pero escupo a los hombressalvajes..” “El judío, ha escrito en otro lugar, es el enemigo de la hu-manidad. Es necesario devolver su raza a Asia o exterminarla...”por no hablar de sus reservas contra las mujeres a las que niega cual-quier iniciativa o simple derecho político. “La mujer, dice como sihablara desde el Sinaí, sólo encuentra su libertad y bienestar en elmatrimonio, en la maternidad, en los deberes domésticos...”,

Durante un largo rato, el misionero oweniano se extendió en dia-tribas contra el socialista francés; criticó duramente su idea de la re-volución a la que consideraba motor de la historia con varias caras,la cristiana, la filosófica y la industrial promovida por los economis-tas de ahora a los que pierde su servilismo hacia el egoísmo de unospocos.... y criticó mucho más la solución que el tal Proudhon propo-ne: bastará que los trabajadores se pongan de acuerdo en el impara-ble movimiento mutualista para que todo se encauce hacia el mejorde los posibles mundos....

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-Y ¿Usted? ¿Qué cree usted lo mejor para todos nosotros...? lecorté yo con muy escasa amabilidad.

-Os lo he dicho al principio, unir esfuerzos hacia un claro objetivoy bajo una sabia dirección.

-¿Es usted el que representaría esa sabia dirección?-Si me dais vuestra confianza, por supuesto que sí.-Vámonos Germán, que éste es otro de tantos embaucadores.Todos se levantaron detrás de nosotros. Pero no contábamos con

la reacción del exaltado y barbudo misionero, que, de un salto, seplantó en la puerta y nos tapó la salida con los brazos en cruz: os trai-go la salvación y no queréis aceptarla, malditos seáis, mil vecesmalditos.

Vi a Germán dispuesto a solucionar el problema por la tremendapero ya Emilia la Coja y el francés que comparte su cama habían ve-nido en ayuda del viejo.

-El venerable Alfredo Puchs es mi invitado y no consiento que lefaltéis el respeto. Volved a vuestros asientos, tomad la ronda que osfalta y dejadle acabar. Tiene mucho bueno que deciros.

-Eso es, aunque yo no esté de acuerdo con lo que dice, apuntó elfrancés que duerme con Emilia la Coja.

-Pues con tu pan te lo comas, francés., Tengo otra cosa que hacerque escuchar a ese charlatán y que beber vuestra sucia cerveza, lecortó Germán.

Ya os he hablado de la corpulencia de mi amigo Germán; era peli-groso contradecirle y el francés fue el primero en dejarle el paso li-bre; yo salí tras él.

Ya en la calle, Germán me explicó. Yo sé que trabajamos por mu-cho más de lo que nos pagan; también sé que Ferulón, nuestro capa-taz, es un mal nacido que no se merece ni el aire que respira.... Perono son tipos como este reformador de pacotilla los que, repitiendomil veces las mismas cosas, nos van a enseñar el camino de una me-jor vida ¿quién te dice a ti que este misionero loco o el tal Proudhonno digan todo lo que dicen para embaucarte y abusar luego de ti siles das confianza?

-Creo que el doctor Marx piensa de otra forma, le respondí.

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-¿Lo dices por que tu madre lleva muchos años trabajando en sucasa?

-No, hombre, no... pero es mi madre la que me cuenta que es unsabio siempre preocupado por descubrir las leyes que dan un sentidoa la historia de los hombres.. A veces pienso que puede tener razón

-¿Acaso la historia tiene un sentido?-Yo creo que sí; si no fuera así, la vida que llevamos sería absurda

como absurdos seríamos tú yo y todos los demás, por muy cerda-mente que algunos vivan o, precisamente, por eso.

- No somos absurdos si logramos llevarnos al huerto a las mujeresmás hermosas, esas que tan bien huelen y que tanto me gustan...¿Ves? Gracias a esa reflexión tuya, al menos he encontrado sentidoa mi propia vida.... Estoy aquí para buscar y perseguir a la mujer másmujer y te juro que no pararé hasta que la encuentre y la consiga.

-Seguro que lo logras, cabroncete.-Vamos a empezar a buscarla ahora mismo. Y no será mucho pedir

que esté acompañada con otra mil veces mejor que la tonta de lasflores.

No me gustó el que me recordara a Mary, la ingrata Isolda de missueños de hace tan poco tiempo. Pero lo disimulé y le acompañéhasta el próximo pub.

Estaban allí como si nos esperaran; yo me senté al lado de la másmenudita, rubia y de ojos verdes, con la nariz muy chiquita y los la-bios brillantes. Me llevó hasta su habitación, situada en el interior deun almacén de muebles viejos. Cuando me vi solo ante ella no pudemirarla de frente ni tomar iniciativa; pero resultó estar acostumbra-da a estos lances e hizo ella sola todo el trabajo. Salí corriendo alcabo de media hora, no sin antes pagarla un chelín y tres peniques.

Mirando al techo de mi habitación busqué el sueño con las refle-xiones de siempre ¿dónde está Dios? ¿quién soy yo? ¿qué espera lagente de mí? ¿Qué cabe replicar a todo lo que hemos oído y vivido latarde de este ajetreado sábado? ¿Por qué no creo en los mil redento-res que salen al paso de nuestras miserias? ¿Por qué me asquea elamor fácil? ¿Por qué gentes como Mary son tan crueles?

Necesito ver a mi madre. Hablé remedando la voz de un niño,como si ella me pudiera oír. Al levantarme, tropecé con Roberto.

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-Buena la corriste anoche, me dijo.-No me lo recuerdes.-Sí que te lo recuerdo, chico, aunque solo sea para que te veas ri-

dículo por no enfrentarte con valor a tus problemas. Mamá Martame tiene al corriente de tus amores y, ahora, yo me doy cuenta decómo estás intentando salir del paso a base de cerveza y mujeres dela calle. Ya eres mayorcito y libre para administrar tu tiempo y tu di-nero; no seré yo el que te suelte ahora un sermón que, seguro, segu-ro, ya te lo has soltado tú mismo; a lo más que llego es a recordarte loque algunos hemos hecho en tales trances.

-¿Te ha ocurrido a ti algo parecido?-Por supuesto que sí ¿por quién me tomas? Yo me enamoré y pu-

teé como muchos jóvenes de ahora; pero reparé en Marta un día deresaca. La vi limpia, bonita y digna de ser amada y respetada; y yaves, lo nuestro es algo muy bueno que está durando y que quiero quedure hasta más allá de la muerte.

-Hay pocas mujeres como mamá Marta.-Claro que hay suficientes y tal vez tú ya hayas tropezado con más

de una.En la avalancha de recuerdos que me asaltaron en aquellos mo-

mentos, Luisa, la amiga de mi prima Erika, tropezó con Mary, aquién imaginé bajando la vista y haciendo mutis por el foro. Luisasiguió en mi imaginación compartiendo conmigo su merienda, sen-tados muy juntos al borde del Mosela.

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LA LECCIÓN COMUNISTA DE MI MADRE

Entré por la puerta de la cocina para ver a mi madre. Estaba dan-do órdenes a otras dos sirvientas uniformadas. Ella vestía

como una señora con el pelo recogido al estilo de la Reina. Me pon-go el sombrero y vuelvo al instante. Las dos sirvientas me miraroncon curiosidad, pero no me dirigieron la palabra.

¡Cómo han cambiado las cosas en esta casa desde 1864! Ese año, acausa de un ridículo duelo, había muerto el más desta cado de los ri-vales socialistas del doctor Marx. Me refiero, claro está, a FernandoLasalle, ese mismo sobre el cual, traviesa y malévolamente, en másde una ocasión, Jennychen y Laura habían insinuado que podía sermi padre.

Fernando Lasalle, también judío, era el más fuerte competidor enla fundación y desarrollo de la social-democracia alemana, tanto queésta se dividía en dos facciones: los lasallianos, partidarios de contarcon el Gobierno para mejorar la situación de los trabajadores, y losmarxistas que, fieles a lo que el Doctor Marx y Herr Engels llamanSocialismo Científico todo lo fían a la “necesaria revolución”.

Yo diría que la forma de vivir de Lasalle, la simplicidad de su doc-trina aliñada con sugestivas exposiciones en las que mucho contabauna evidente simpatía personal y el abierto apoyo de Bismarck, elCanciller de Hierro, daban clara mayoría a los lasallianos, algo que,según mi madre, no podía soportar el Doctor Marx: “La clase obreraes revolucionaria o no es nada”, era una de sus continuas observa-ciones.

Desaparecido Lasalle y evidenciadas algunas de las “trampas sa-duceas” del Canciller de Hierro, era llegado el momento del resurgirmarxista en la Social Democracia alemana y así resultó con la consi-guiente rentabilidad para la obra del Dr. Marx y Herr Engels.

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Por demás, en la economía de los amos de mi madre hubo poraquel entonces substanciales aportaciones: derechos de autor por lode Das Kapital y dos importantes herencias: La de su amigo Wolf,acomodado amigo desde hacía muchos años (el buen Lupus, comole llamaba la baronesa Jenny) y la, aún más importante, que dejó almorir la anciana madre del Dr. Marx, Frau Enriqueta Marx, la mis-ma que, para no soltar en vida un penique, reprochaba a su hijo:“Más debías aplicarte a amasar capital que a escribir y a escribirsobre él”.

También herr Engels, rico empresario y sin compromisos familia-res, se siente solidario del vivir filisteo (lo de filisteo es frecuente ca-lificativo de la baronesa Jenny) y, desde ese mismo año, ha asignadouna cuantiosa pensión anual al doctor Marx. Ahora mi madre ha rotolas cadenas de los años difíciles y mira a casi todos los que la rodeande igual a igual. Tal vez exagero en lo del casi, puesto que la barone-sa Jenny sigue exigiendo a mi madre acatamiento feudal y ella, mimadre, exige a sus subordinadas, dos alsacianas de 20 y 25 años, quele llamen frau Helen.

Durante media hora paseamos por el parque mi madre y yo cogi-dos del brazo. Cuando estoy con mi madre ando siempre tieso porque soy algo más bajo que ella y no me gusta parecerlo. Es bonita yno aparenta su edad aunque está un poco gorda.

Hablé a mi madre de la experiencia del sábado cargando las tintassobre las extravagancias del viejo misionero oweniano.

-El doctor Marx llama a Robert Owen socialista utópico ¿qué noserán sus discípulos?

-¿Tú crees, madre, que es el socialismo la solución?-¡Claro que sí! Estás desorientado por que sabes muy poco de lo

escrito por el Dr. Marx. Te abrirá los ojos su libro principal, el queescribió unos años antes de nacer tú, cuando las grandes revueltasobreras del 48. Espérame en la taberna irlandesa de siempre, quevuelvo enseguida con un ejemplar que me dedicó.

Costaba interpretar la dedicatoria de tan enrevesada que era la le-tra; fue mi madre la que leyó: A la incomparable señorita Elena De-muth, buena y sabia socialista. ¿Ves la energía que se desprende desu firma?

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La edición era en francés, idioma que, apenas, entendía yo enton-ces. Me gustó que fuera mi madre la intérprete: -

-El doctor Marx lo ha escrito en colaboración con herr Engels, elGeneral, que sabes tanto te aprecia.

**************El Manifiesto Comunista es un libro que no se anda por las ramas;

ya ha sido publicado en las principales lenguas; el ejemplar, que ellatraía, estaba manoseado y renegrido en las esquinas de cada hoja,como de haberlo abierto y releído decenas de veces.

-Es un libro valiente, directo y clarísimo, me explicó mi madre.Déjame que te traduzca lo que tengo marcado con lápiz.

Mi madre me hizo sentar a su lado en uno de los bancos alineadosen la ribera sur del Támesis y, durante casi dos horas, tradujo e inter-pretó para mí, uno tras otro, los párrafos que ella creía másimportantes.

-Son párrafos, me dijo, que, prácticamente, me sé de memoria. Enunos días, te haré copia de todos ellos (Días más tarde, mi madrecumplió su promesa). Como proletario e hijo mío que eres, me seña-ló mi madre con absoluta contundencia, debes tener muy en cuentalo que dice y ha escrito el doctor Marx. Yo creo que es el más sabioeconomista de estos tiempos y no te quepa la menor duda de que enla ciencia económica es en donde se encuentra la solución a todoslos problemas que padecemos los pobres.

Según mi madre, con el Manifiesto del Partido Comunista, el doc-tor Marx muestra cómo el Comunismo será imbatible hasta dominartodo el mundo de la producción; es, dice ella, la doctrina que debe-mos abrazar todos los trabajadores, que somos tratados como simplemercancía y que, en cambio, tenemos la llave de la historia.

Si toda la historia pasada fue la historia de la lucha de clases, es ennuestra época cuando, debido a la concentración del Capital en ma-nos de unos pocos mientras que la clase proletaria cree y crece,cuando llegará a ser insostenible la actual situación y la revolucióntraerá una cambio radical en la forma de vivir de la sociedad con elProletariado como principal protagonista.

Desaparecerá, dice mi madre, toda forma de explotación y con ellala propiedad privada y todas las otras calamidades que sufren lo queno tienen que perder otra cosa que sus cadenas. Llegará para todos el

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reino de la libertad. Claro que, hasta entonces, los socialistas tienenque romper o dejar en ridículo todas esas doctrinas de la tolerancia yde la generosidad, que nada tienen que ver con la verdadera ciencia,esa misma, recalca mi madre, que nace del conocimiento deorientación de las fuerzas materiales.

Ciertamente, el Manifiesto Comunista me pareció más punzante yconcreto que ese denso tratado de economía que quiere ser El Capi-tal (¿lo recordáis?, me lo regaló Herr Engels, el General, aquel díade su primera invitación).

El Manifiesto Comunista significa una auténtica declaración deguerra al orden político existente. Confieso que me produjo escalo-fríos cuando mi madre me lo leyó, sentados en aquel banco de laribera sur del Támesis.

Ahora, muchos años más tarde y desde la atalaya en que observolas agitaciones sociales de esta atormentada época, el ManifiestoComunista me parece una bien urdida obra de imaginación con cier-ta poesía, claro está; es la poesía de un hombre que ignora lo que sig-nifica la palabra esperanza, que vive desligado de su genuinarealidad y que alimenta con letras y cifras la obsesión por cubrir susobjetivos de proselitismo político.

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APRENDICES DE REVOLUCIONARIO

Dos ruegos me hizo mi madre al despedirse de mí el día de sulección comunista: Trata de llevar a todos tus compañeros el

mensaje de este libro y procura estudiar, estudiar mucho, para libe-rarte de todas las servidumbres de la Fábrica. Quiero que seas inge-niero; claro que puedes serlo; yo te ayudaré todo lo que esté en mimano. Lo más importante: el General se ha ofrecido a adelantartetodo el dinero que te haga falta.

Fue con Germán con el primero con quien comenté el asunto.-Esos dos señores, se refería Germán al Dr. Marx y a Herr Engels

quieren convertirnos a todos en hormigas.-Ya lo somos, le contesté por decirle algo.-¿Yo una hormiga? No lo digas ni siquiera en broma... pocas cosas

me molestan tanto como que me tomen por un animalucho que va aciegas hacia donde le lleva su olfato o lo que sea: además de tenermeprácticamente encadenado a mi apestoso puesto de trabajo, ademásde hacerme respirar todos los vapores del infierno rodeado de tobe-ras de hierro líquido, además de meterme en el cuerpo a todas horaslas ganas de estrangular al cabrón de Ferulón, que no quiera nadiequitarme la libertad de pensar y desear lo que me venga en gana...

-Qué tonto eres al tomarte por la tremenda mis palabras; es justo lomismo que pienso yo y me parece, me parece, que también piensami madre, aunque ella trate de convencerme de que somos tan ani-males como esas hormigas o que todos los que nos ganamos el pancon el sudor de nuestra frente hemos nacido para ser lo que somos ynada más, mientras que los burgueses, los filisteos, que dice la baro-nesa, engordan con nuestra sangre...

-Y mucho de temo que esos comunistas tan sabihondos, si tienenla ocasión, engorden también con nuestra sangre.

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-Algo se podrá hacer por evitar cualquiera de esas desgracias.-Aguantarnos y soñar ¿te parece poco?-No creo que sea suficiente; yo, por mi parte, voy a estudiar para

ser algo más que una máquina de carne y huesos; también quiero es-tar atento a lo que me puedan enseñar gentes como el doctor Marx,el cura del Centro Católico y, también ¿porqué no? ese locomisionero oweniano.

-Por lo que me has contado, de todos ellos es el cura al único queveo con ganas de ayudarnos a entender nuestra propia vida.

-Pues visitemos al padre Teodoro, que está siempre dispuesto a es-cuchar.

Y fuimos al Centro Católico. El cura estaba paseando por el patioal tiempo que leía un libro de pastas negras y cantos dorados. A míme recibió como si fuera el mejor de sus amigos; luego estrechó lamano de Germán sin esperar a que yo le presentase.

-¿Interrumpimos su lectura?, pregunté por decir algo.-Es el Breviario o libro de oraciones de los curas católicos, nos ex-

plicó.-¿Rezan tanto ustedes para distraerse de los problemas de la gen-

te? Germán, siempre combativo, no se andaba por las ramas; pero elcura no se molestó.

-Rezar es una de las mejores formas de trabajar por los demás, lerespondió el cura con suavidad. ¿Te llamas?

-Picpoket, Germán Picpoket.-Encantado, Germán ¿cómo estás?-No muy mal-Es decir, bien. Me alegra el que vengan a verme amigos sin pro-

blemas.-Bueno, nosotros....-Sentémonos y contadme lo que queráis.Nos sentamos los tres en un banco anclado al suelo y protegido de

la lluvia y el sol por un corpulento tilo.-Es cosa de Freddy eso de venir a interrumpirle; yo le acompaño

por que, a estas horas, no tengo otra cosa mejor que hacer. Freddylee y piensa mucho; yo no hago otra cosa que trabajar y divertirme.

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-No es mala fórmula, no señor. Yo también trabajo y me divierto.-No es eso lo que dice la gente de los curas católicos: se aburren

ustedes como ostras porque no tienen nada que hacer, carecen defamilia y zanganean de sol a sol.

-¿Tú lo crees así?-No les conozco a ustedes gran cosa. Pero si lo dice la gente, algo

de verdad habrá en ello.-Existen muchas formas de trabajar.-Veo que la de ustedes no es de las más incómodas.-Es, al menos, la que hemos elegido...Interrumpí un diálogo que, a pesar de tanta vaguedad, parecía di-

vertir a los dos.-Hace unos días, le prometí a usted que, cuando supiera algo más

del doctor Marx, vendría a verle. Me acompaña Germán porque so-mos grandes amigos y, también, aunque no siempre le guste recono-cerlo, porque cree que la vida es algo más que trabajar y divertirse.Hemos comentado juntos los apuntes que me ha dado mi madresobre el libro del Dr. Marx...

-¿No será el Manifiesto Comunista?-Ese es.-Conozco el libro. Hablan muy bien de él muchos de los que creen

que el mundo va a cambiar a mejor de la noche a la mañana. Ojaláfuera así; pero, por desgracia, el mundo irá hacia mejor siempre quenos mejoremos a nosotros mismos, uno a uno. Sin quitarle al doctorMarx el mérito de algunos aciertos y no pocas precipitadas interpre-taciones de la realidad, a mi ése, como algún otro de sus libros, meha parecido un arrebato poético desde viejas y nobles creenciasvueltas al revés: mi paisano quiere cambiar el mundo desde su reli-giosidad de siempre, aquella que, a sus dieciséis años y muy justa-mente, le hacía confundir el trabajo con la generosidad. ¿RecuerdasFreddy lo que el doctor Marx escribía sobre la necesidad de servir ala humanidad desde las propias facultades cuando aún no se habíasumergido en el pedantesco y complicado mundo universitario de laépoca? ¿recuerdas aquello de la Vid y los sarmientos?

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-Sí que lo recuerdo y me chocó bastante por lo que yo puedo ver enél, siempre pendiente de vivir a lo grande aunque hable y hable demiseria y de faltas de libertad.

-Y eso que en lo del Manifiesto Comunista sigue habiendo bastan-te de religiosidad.

-¿Religioso llama usted al autor del Manifiesto Comunista?, pre-guntó Germán abiertamente escandalizado.

-Eso mismo quiero comentar. Creo que, si no se toma muy encuenta las incendiarias consignas de partido a las que, sin duda, leobligaron sus colegas, puede hacerse del Manifiesto Comunista unalectura religiosa como si fuera el reverso del Cristianismo: en él sehabla de la Materia como si fuera Dios, de la unión de los proletarioscomo si fuera lo que los cristianos llamamos la Comunión de losSantos, de un futuro esperanzador que, para mí, es el premio o, me-jor, llamémoslo resultado de dominar el egoísmo visceral que nosconvierte en depredadores de otros hombres... Sobre ello, si os pare-ce, seguiremos hablando otro día, que ahora... No, no os vayáis, esacuadrilla es de la casa.

El cura saludó muy efusivamente a los cuatro, un joven y tres chi-cas, entre ellas Mary. Al reparar en ella, quise marcharme, pero elcura me retuvo disimuladamente:

-Puedes y debes quedarte, susurró.Mary se acercó a saludarme como si nada hubiera pasado entre no-

sotros. Yo me hice el fuerte y sonriendo hipócritamente, le presentéa Germán; ella lo hizo con los otros tres: Clara, Estela y Juan. Claray Estela son dos preciosidades, Clara morenita con ojos verdes ymediana estatura; Estela, rubia y un par de pulgadas más alta. Justolo que Germán y yo estábamos esperando.

El tal Juan resultó ser el novio de Mary. Me alargó una mano queyo no estreché.

-El caso merece una explicación, me dijo en un tono que a mí mepareció desafiante, para luego, con suavidad, añadir ¿Me concedeusted unos minutos?

Ante la firme mirada del cura, la socarrona sonrisa de Germán y lacortés expectación de las tres mujeres, le seguí hasta un rellano delpaseo, en el que, muy serenamente, inició su explicación:

-Freddy, porque te llamas Freddy ¿Verdad?

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-No, para usted me llamo Demuth, Federico Demuth, le respondícon sequedad por alargar distancias,

-Como usted quiera, señor Demuth. Mary me ha hablado muybien de usted; deseaba yo encontrar la ocasión para decirle algo quecreo le interesa saber. Fue a mí a quien se le ocurrió la bobada de lasflores; ella no quería y tuvimos una pelotera por ello. Pero Mary esmi novia, vamos a casarnos muy pronto y me pareció que no erabueno el que usted siguiera haciéndose ilusiones

Me volví a sentir ridículo ante esta revelación. Juan, no más altoque yo, ante mí tieso y sonriente, me pareció un petimetre incapaz deaguantar un mínimo bofetón. Me invadió una urgente necesidad depegar o llorar. Claro que lo primero con más fuerza. Creo que, de ha-ber estado solos, me habría enzarzado a golpes con él hasta ensan-grentarle su bonito traje. Fueron unos tensos segundos quederivaron en lo mejor que cabía esperar. Odié y lloré por dentro has-ta encontrar el pensamiento lógico: debía comportarme como perso-na civilizada. Yo fui entonces tan ingenuo, tan ingenuo y ahora tanvacío, tan vacío... que no cabía reacción más estúpida que la de in-tentar resolver por la tremenda lo que ya no era un problema: lo deahora, de ese momento, era una sacudida de orgullo y nada más: yaMary no me parecía tan delicada ni éste su novio envidiable a pesarde su buena planta y de una elegante forma de vestir en la que no fal-taba la corbata y el sombrero de moda entonces entre los burgueses.Tampoco envidio el triunfo en lo que yo había fracasado.

Claro que el que te devuelvan de la peor forma posible un ramo deflores, que has enviado con la mejor de las intenciones, es unagrosería y a una grosería se debe responder con algo contundente.

-Ahora que le conozco, me parece usted un perfecto idiota, le dijevolcando en las palabras toda mi tensión,

-Tal vez tenga usted razón; pero creo que, gracias a mí, se ha acla-rado una situación en la que usted no tenía nada que ganar.

-No comprendo por que está usted tan seguro de ello, señor...-Baumgarten, Juan Baumgarten; pero ¿por qué no aceptas mis dis-

culpas y me llamas Juan el patoso, como todos los amigos a los quedebo algo?

Lo del mal chiste sobre sí mismo rompió el hielo y me sentí obli-gado a tenderle la mano que estrechó con calor.

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-De acuerdo, Juan, olvidaré tu extraña forma de resolver los pro-blemas.

Cuando nos vieron regresar juntos y en armonía, todos, incluidaMary, aplaudieron con calor.

Fue una tarde de domingo muy distinta a todas las anteriores. Porcuriosidad y porque Clara y Estela son muy bonitas Germán y yohabíamos aceptado la invitación del Cura a entrar en la Iglesia pri-mero y a seguir el juego de lo que llaman una reunión apostólicadespués. Lo de la Iglesia fue cuestión de minutos; los otros se arrodi-llaron y rezaron en silencio; Germán y yo seguimos la escena de pié,pegados a la pared; lo de la reunión sí que se prolongó por más deuna hora en torno a lo que llamó el Cura ramalazos de amistad. Concierta guasa, el cura había explicado a los otros que Germán y yoéramos aprendices de revolucionario, es decir, añadió en tono másserio, jóvenes con inquietudes de mejorar la sociedad.

-Si es así, nosotros también somos revolucionarios, comentó Juandirigiéndome una risueña mirada. Aquí estamos a ver lo que se pue-de hacer para que en el mundo haya un poco menos de miseria.

-Sí, claro, dije por decir algo mientras trataba de robar una miradaa Clara. Pero ella, con toda la naturalidad, mirando a Germán, nosexplicó: vamos a las cárceles, llevamos dulces a los presos, les escu-chamos y cumplimos los encargos que nos hacen. Es la forma de ha-cer más amigos y de sentirnos ligeros de equipaje, como dice elPadre Teodoro.

-No entiendo muy bien eso de ligeros de equipaje, quiso saberGermán.

-Yo sí que entiendo lo que esta bonita chica quiere decir: en lugarde emborracharte descargas tu aburrimiento en las personas que notienen a nadie con quien hablar. Ya no te aburres y ellos tan felicesdurante los minutos que has pasado con ellos; luego viene la reali-dad con la vuelta a la soledad y a los negros pensamientos. No com-prendo muy bien para qué ha servido todo eso.

-Para lo que os ha dicho Clara, intervino el Cura. Para echar por laborda parte de eso tan pesado que es vuestro propio egoísmo.

-No se puede llamar egoísta a un hombre que no hace más que tra-bajar para los otros. No vea usted lo duro que es la fábrica y el sufrir

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que te tratan como una piltrafa mientras que los parásitos y los ex-plotadores se ponen las botas.

-Totalmente de acuerdo y no seré yo el que quiera que parte devuestras horas de descanso las dediquéis a gente que no va a corres-ponder con un solo penique.

-Hombre, algo se merece esa pobre gente, respondió Germán conaire de mucha sinceridad.

-Exacto: es gente, que por mucho que haya delinquido, si es que loha hecho, que eso es otra cosa, por mucho que haya quebrantado lasnormas de nuestra sociedad, siempre se merece un rayo de esperan-za, aunque ésta sea en la forma de una simple palabra amable. Pordemás, a estos chicos les sobra tiempo, no es como a vosotros.

-A mí me gustaría hacer alguna de esas visitas, a ver que pasa, dijeyo con la mayor de las hipocresías. La realidad es que buscaba laocasión de intimar con Clara, que seguía mirando a Germán más quea mí

-Eso lo hacemos los domingos por la mañana, explicó ahora Maryquien, por fin, me miraba sin ningún retintín. Vamos por parejas; yovoy con Juan por un lado, Clara y Estela por otro y, si queréis, voso-tros dos podéis ir juntos a la cárcel que os venga bien.

Germán, que leía mis pensamientos, vino en mi ayuda. Yo prefie-ro que alguna de vosotras me enseñe cómo se hace: Estela, por ejem-plo, puede venir conmigo y que Freddy acompañe a Clara.

-Es la combinación perfecta aunque solo sea para un día, aprobó elcura.

-No tiene usted por que ser escéptico, padre Teodoro: nuestrosamigos están hechos de la misma madera que nosotros y, probable-mente, lleguen a encontrarle gusto a esta forma de revolución, era eltal Juan quién pretendía templar gaitas.

-Probablemente, respondió el cura con evidente falta de fe. Puedeque cambiéis de criterio, de aquí al domingo

Se equivocó el Cura respecto a Germán. No cambió de criterio y ala cárcel se fue en compañía de Estela y Clara. Vino entusiasmadode la experiencia y se prometió volver al otro domingo y al otro y alotro... Así durante años: sucede que se casó con Estela, que ha fun-dado una asociación de ayuda a los presos por delitos menores (losque roban por hambre, dice él) y que se siente el más feliz de los

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hombres por que tiene para él a la mejor de las mujeres y tres hijoscomo tres soles.

Por lo que a mí respecta, debo recordar que aquel domingo no mesentí con humor para visitar cárceles ni nada por el estilo; pasé todoel día en la cama y, para bien o para mal, orienté mi vida en otradirección.

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JENNYCHEN MARX

Jennychen ha cumplido veintiséis años y sigue soltera; con su mi-rada dulce y atrevida, sus bellas facciones, su elegante forma de

vestir y otros muchos atractivos despierta la admiración de multitudde hombres. Ella se defiende de todos ellos con una frase que llenade orgullo a su padre, el doctor Marx: Vivo para el Socialismo Cien-tífico y la Revolución.

No comparte con su madre los prejuicios aristocráticos; dice sen-tirse “del pueblo y para la el pueblo con la suerte de saber qué hacerpara abrir nuevos caminos en la historia”.

Cuando la depresión, la mala salud o el aburrimiento se apoderandel ánimo del doctor Marx, Jennychen forma bloque con mi madrehasta que con gritos, consideraciones y reproches más o menosagrios logran centrarle en su trabajo. El doctor Marx se resiste conmil expresiones como “llegó el Emperador (por Jennychen), estáaquí la prusiana (por mi madre), dejadme en paz, sois unas arpías,no tenéis corazón, no va haber tío que os aguante, etc. etc. La baro-nesa sigue las escenas como desde una torre de marfil hasta que OldNick (es uno de los motes que asume Herr Marx) cede y recibe comopremio un beso de su hija y un amable gruñido de mi madre.

Jennychen lleva con muy buen humor su bronquitis crónica, hablacinco idiomas y devora cuantos libros caen en sus manos. Aparentaser muy prudente y retraída hasta que llega cualquier momento detensión en el que muestra un valor y decisión que contagia acuantos la rodean.

No soporta injusticias como las del caso irlandés; lo ve en el trata-miento que el gobierno británico da a los miembros del grupo inde-pendentista Fenian Brothers con el silencio cómplice de la prensaoficial: en 1866, para ganarse los votos de la mayoría católica irlan-desa, Gladstone había prometido la amnistía general, cosa que in-cumplió al salir elegido y, por demás, endureció las condiciones deprisión que sufrían O’Donovan Rosa y sus compañeros. Sobre talatropello Jennychen logró publicar varios artículos bajo el seudóni-

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mo de J.Williams; el eco de la denuncia obligó al gobierno deGladstone a cambiar de actitud lo que motivó la liberación deO’Donovan Rosa y de otros miembros destacados del Fenian.

Se toma muy en serio el ateismo que su padre, eso creo yo, presen-ta como simple hipótesis de razonamiento (nunca logré saber lo queel doctor Marx realmente creía).

-Soy atea, me dijo un día, porque soy socialista. No puedo creer enun Dios que presenta al amor como solución de todos los problemasy manda a su Hijo a sacrificarse por la Humanidad. No es tiempo degenerosas debilidades. Es tiempo de revolución sin tregua.

-Tampoco a mí me convence mucho lo de poner la otra mejilla...pero, dígame, señorita Jenny ¿cree usted que una masa nada o muypoco ilustrada es capaz de proporcionarnos la respuesta todasnuestras dudas?

-Las dudas ya están resueltas por científicos como mi padre. Eldice, y tiene toda la razón, que todas las cuestiones que planteaba lavieja filosofía son refugio de incompetentes y, como tal, deben pa-sar, ya han pasado, al museo de la historia.

-No creo que eso que usted dice convenza a todo el mundo.-Para eso está la autoridad de cuantos saben interpretar la marcha

de la historia y cuentan con la energía necesaria para marcar las pau-tas de acción por las que discurre una revolución como la que se ave-cina, la cual, necesariamente (eso creo yo con mi padre), culminarácon el triunfo del Proletariado.

Pienso que, entonces, debía haber planteado a Jennychen: ¿Cómoestá usted tan segura de que esa revolución sea posible, de que la li-bertad venga de ahí y, tal como predican los cristianos, no sea el ló-gico resultado de más amor entre los hombres? O, como otrospiensan, ¿no deberíamos confiar nuestro futuro a una élite de buenosadministradores dirigidos por un hombre excepcional? Claro que,de haber hablado así, seguro que se me habrían subido al rostro loscolores: ¿queréis creer que, en aquel tiempo, yo me sentía muycapaz de encarnar a ese hombre excepcional?

No era muy cómodo para mí seguir esa conversación conJennychen que, ahora, siguiendo la línea de sus padres, marcaba dis-tancias en su trato conmigo haciéndome ver que yo no era más queel hijo de su aya: otro de los contrasentidos de una familia que presu-

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mía de incondicional cultura proletaria. Sabéis que para mí, Tussy,cuatro años menor que yo, era la preferida de la familia; ella me co-rrespondía con inocente confianza y toda su simpatía. En cambio,Jennychen no dejaba pasar ocasión de marcar las convencionalesdistancias entre la hija del patrón y el hijo de la sirvienta. Aun así,nunca llegó a la impertinencia, umbral que su madre, la baronesa,cruzaba siempre que se cruzaba conmigo. Del padre, más vale nohablar: simplemente, me ignoraba, como si yo no existiera.

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GUERRA Y REVOLUCION

Ya en julio de 1870, podía anticiparse la caída de Napoleón elChico y otra más que probable revolución social. Jennychen,

Tussy, la baronesa Jenny y mi madre, únicas personas en el mundocapaces de interpretar los enrevesados garabatos del doctor Marx, seaplicaron a la tarea de transcribir multitud de cartas y consignas alos miembros más destacados de la Internacional. Era mi madre laresponsable de los envíos.

Me dejó leer la carta dirigida a Pablo Lafargue y Laura (hacía yaun año que habían dado al doctor Marx su primer nieto):

“Consuela el hecho, que tanto en Francia como en Alemanialos trabajadores no dejan de protestar, lo que demuestra que,en ambos países, la lucha de clases está lo suficientementedesarrollada para, aprovechando una confrontación políticaque les es ajena, cambiar el sentido de la Historia. Por mi par-te, yo deseo que los franceses y prusianos se destruyan entresí y que sean los alemanes los que se lleven la palma, lo que,por otra parte, es casi seguro que ocurrirá. Lo deseo porque,probablemente, la derrota de Bonaparte provocará la revolu-ción en Francia, mientras que la derrota final de los alemanesno hará más que prolongar por veinte años más el actual esta-do de cosas”.

Quiero recordar que aquellos años fueron decisivos para el porve-nir de Francia; ciertamente, los hechos no se ajustaron del todo a lasperspectivas del doctor Marx: hubo exceso de ambición por parte delos poderosos (el anacrónico Napoleón el Chico en Francia y el ex-peditivo Bismarck en Prusia, respectivos jefes de filas), mucho re-vuelo entre las distintas capas populares, muchos sueños rotos ymucha sangre vertida. En la fábrica y las tabernas afines no se habla-ba de otra cosa. Casi todos mis compañeros tomaban partido contraFrancia; Germán y yo éramos la excepción: Germán por que decía

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preferir las cimbreantes francesillas a las alemanas y yo, tal vez, porllevar la contraria a mis compañeros.

El desenlace de la pugna entre el Canciller de Hierro y Napoleónel Chico no trajo la Dictadura del Proletariado europeo cuya cabezapodría haber encarnado el doctor Marx. Lo más que ocurrió fue laefímera experiencia de poder proletario que significó lo de la Comu-na de París, en donde más que el socialismo científico al que tantosesfuerzos consagraron el Doctor Marx y míster Engels, privó la re-belión de las masas amparada por los enfrentamientos entre suslíderes y el reflejo de doctrinas de Proudhon, Luis Blanc o Bakunin

En el verano de 1871, el pequeño Schnappy (así llamaba el doctorMarx a Charles Etienne Lafargue, su primer nieto, hijo de Laura yPablo Lafargue) cayó muy enfermo. Era lo que hizo saber Laura enuna desesperada carta a sus padres. El doctor Marx, también enfer-mo y proscrito entonces en Francia, estaba muy ocupado con losasuntos de la Internacional; la baronesa Jenny, por su parte, aparen-taba estar por encima de tales vicisitudes (Ya he sufrido demasiadocon las enfermedades y calamidades de mis propios hijos, me cuentami madre que decía). Fueron Jennychen y Tussy las encargadas dellevar aliento a su hermana. De paso, Jennychen, en un balneario delos Pirineos, trataría de recuperarse de los efectos de una recientepleuresía.

Viajaron hasta Burdeos; cuando llegaron ya había disminuido lafiebre, pero se mantenía la debilidad del pequeño. Transcurridosunos días, se trasladaron todos ellos hasta el balneario de Bagneresde Luchon, en el Pirineo.

Eran tiempos muy agitados, consecuencia de la reciente derrotade Napoleón el Chico en Sedán por las tropas de Bismarck y subsi-guiente guerra civil entre realistas y republicanos, con el incidentede la Commune de París en medio (marzo-mayo de 1871).

Era de madrugada aquel día en que un individuo uniformado gol-peaba a la puerta de los Lafargue: “Soy agente de policía, pero repu-blicano y admirador de los ciudadanos que, como usted, dedican suvida a la causa de la libertad. Mis superiores saben que usted fue res-ponsable de las comunicaciones entre los grupos revolucionarios deBurdeos y la Commune de París. Han dictado una orden de arresto,de la que yo mismo podría ser portador. Antes de que esto suceda le

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aconsejo que huya a España. Tiene usted una hora para cruzar lafrontera”.

Luego de agradecer tan cortés advertencia del gendarme republi-cano, el matrimonio con el niño huyeron a España en una rápidacalesa.

A los pocos días, empezó la odisea de las dos hermanas, tal comoJennychen recuerda en una carta a una amiga y que, por recomenda-ción del Doctor Marx, publicó el Woodhull & Claflin’s Weekly deNueva York en el otoño de 1871:

En el gobierno republicano de Thiers, el hombre propone y la po-licía dispone, escribe Jenny y cuenta que ella y su hermana Leonor(la adorable Tussy) acompañaron a los Lafargue hasta el pueblecitoespañol de Bosost para volver a los pocos días hasta el balneariofrancés de Luchon.

De nuevo en la frontera, fueron abordadas por los aduaneros quepretendieron cachearlas sin miramiento alguno pero, eso sí, en nom-bre de la República. Según cuenta Jennychen fue Tussy, con solodieciséis años de edad, la más enérgica: “No tiene usted derecho atratar así a ciudadanas británicas que no tienen nada que ver con susasuntos”. Continuó el registro con intervención de una mujer quetanteó hasta las costuras de los vestidos y medias. A pesar de no en-contrar nada sospechoso las dos hermanas, tomadas como ladronaso contrabandistas, fueron conducidas a través de varias aldeas hastala prefectura de la ciudad de Luchon.

Eran las ocho de la mañana de un domingo. A la espera del prefec-to estuvieron rodeadas de gendarmes como sospechosas de mil deli-tos. Transcurridas no menos de dos horas apareció el Prefecto,acompañado por el Procurador General, un juez de Instrucción, unjuez de paz, varios funcionarios de Toulouse y Luchon, escoltadospor los consabidos gendarmes.

Reconocidas como familiares de Pablo Lafargue, huido de la justi-cia, son interrogadas por separado, primero Jennychen, después lajoven y rebelde Tussy. Ambas aseguran haber hecho el viaje pormotivos de salud de Jennychen a quien han recomendado los médi-cos tomar los baños en Luchon y rehúsan dar información sobre elparadero de su cuñado.

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Los funcionarios franceses aseguran que existe otro motivo y quelo saben puesto que Lafargue ha sido detenido y las ha implicado ensus actividades y acusan a Jenny de complicidades en crímenes ycomplots lo que les acarreará a ambas hermanas severas penas si nodelatan a sus cómplices o demuestran no estar relacionadas con nin-gún terrorista. Jennychen y Tussy siguieron firmes en no jurar nada.

Los funcionarios utilizaron todo tipo de artimañas para doblegarsu firmeza: después de haber asegurado que Lafargue había sido de-tenido como peligroso terrorista y que, en confesión formal, habíaimplicado a sus cuñadas en diversas fechorías, vinieron a decir queestaba libre y que no tenían nada contra él por lo que era libre de re-gresar a Francia sin miedo alguno, que la verdadera terrorista inter-nacionalista era Jenny Marx, muy conocida por ser hija del proscritojefe de la Internacional terrorista y estar en abierta rebeldía contra elorden establecido y doblemente culpable por arrastrar a su jovenhermana por el camino del crimen y la revolución. Que lo menosque podían hacer con ellas era expulsarlas de Francia, pero que, aldepender ello del Gobierno, debían permanecer detenidas hasta quellegara la orden pertinente. El Prefecto adoptó un aire paternal parareconvenirles sobre su conducta, lo que terminó por exasperar a lasdos hermanas, que ya se atrevieron a responder con sorna a laspreguntas capciosas.

-¿Hábleme de la Internacional, ¿qué es, en realidad, la Internacio-nal?

-Es una organización que, inspirada y dirigida por el economistamás reputado de la actualidad, en muy pocos años, agrupará a todoslos trabajadores del Mundo.

-Ese reputado economista ¿no será por casualidad vuestro padre?-Pues sí, es nuestro padre ¿Tiene usted algo que objetar?-Nada, peor para vosotras si vuestro padre pertenece a la casta de

los zánganos inventores del futuro.-La ignorancia es atrevida, señor, creo que replicó Tussy.-Más atrevidas sois vosotras; atrevidas y tontas, que saben lo que

les espera y no hacen nada por evitarlo. Pero, sigamos con lo de laInternacional ¿Tiene mucha fuerza en Inglaterra?

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-En Inglaterra y hasta en América. Pero su fuerza es la razón quele permite conocer la inevitable marcha de la Historia de laHumanidad.

-La Humanidad está muy bien como está, sin necesidad de que vi-sionarios como vuestro padre y, por lo que veo, vosotras mismas,vengan a cambiar nada.

-La Humanidad cambiará, no le quepa duda, a pesar de miles deexplotadores y de millones de parásitos como usted.

-Hoy estoy de muy buen humor y no tendré en cuenta vuestros in-sultos. Pero, dígame, sabihonda señorita, ¿La Internacional es, aca-so, una religión?

-Más que una religión, por que no depende de lo que la gente crea:es la conciencia del futuro por que así lo determinan los medios ymodos de producción.

-¿Ni más ni menos?-Exactamente, señor, de nuevo Tussy hizo su réplica.-Hablemos de cosas más serias, dijo el Prefecto; no puedo dejarlas

volver a Inglaterra en donde son libres de hacer lo que les venga engana; pero sí que pueden seguir el camino del señor Lafargue y bus-car un medio de vida en España.

Jennychen pensó en lo dramático de viajar hacia lo desconocido yse negó en redondo a la propuesta del Prefecto.

-Por mi salud y por la juventud de mi hermana, yo le suplico, señorPrefecto, que busque mejor solución. Le juro que no somos nada pe-ligrosas, permítanos volver con nuestros padres.

El Prefecto se escudó que debía ser autorizado por el propio señorThiers, presidente de la República, para aceptar tal petición y fue asícomo las dos hermanas siguieron durante varios días con su odiseaentre calamidades, insultos, torpes maneras e, incluso, algún conatode atropello a la más joven y hermosa, mi entrañable compañera dejuegos Tussy.

Vino a complicar la situación un pagaré de 3.000 francos encon-trado al intervenir una carta que había dirigido a Pablo Lafargue subanquero de Burdeos.

Para la Gendarmería era motivo suficiente para retener a las dosprisioneras y tratar de dar caza a la familia Lafargue. Una patrulla

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de la Gendarmería cruzó la frontera hasta el pueblo español de Bo-sost para liquidar o secuestrar a los que acusaban de peligrosos te-rroristas. No contaron con el buen entendimiento entre loshabitantes de ambos lados de la frontera; previamente informadopor un campesino francés, un ciudadano español avisó a Pablo La-fargue que pudo huir a las montañas. Siguieron en el hotel Laura y elpequeño Shnappy. Los gendarmes, a los que acompañaban un par decarabineros españoles, pretendían volver a Francia con Laura y elniño, pero el vecindario se amotinó a la puerta del hotel e impidió elatropello de los gendarmes. Intervino el director del Hotel paracalmar los ánimos y reconvenir a los atropelladores agentes de laLey.

-Esta señora y su bebé están bajo la protección de un caballero es-pañol. No me importan las razones de ustedes. Ellos están en Españay España es un país soberano que dicta sus propias leyes y cuentacon ciudadanos como yo dispuestos a dar su vida para respetarlas y,de paso, cumplir un elemental deber de humanidad. Vuelvan uste-des por donde han venido y, si no están de acuerdo con nuestra acti-tud, protesten a quien corresponda. Pero, ni por asomo, intenten usarla fuerza.

Aunque se retiró la policía, días más tarde, las autoridades espa-ñolas pidieron la retención provisional de Laura y su bebé hasta co-nocer la índole de las acusaciones francesas. Pronto fueron dejadosen plena libertad sin cargo alguno y Pablo pudo bajar de las monta-ñas, reunirse con ellos y viajar hasta San Sebastián en donde ya con-taba Lafargue con numerosos amigos, entre ellos un joven socialistaespañol llamado Pablo Iglesias.

Sin más incidentes, las dos hermanas pudieron volver a Londres.Tussy me contó lo que Jennychen no decía en su carta para luego pe-dirme parecer.

Cuando, en aquellos tiempos, hablaba con Tussy, la única de la fa-milia Marx que hablaba conmigo con entera libertad, yo era el fríoobservador y ella la revolucionaria. Ella con diecisiete años locos ymentalidad de conquistador (es lo que, según mi madre, opinaba deella su padre) y yo sintiendo que mis veintidós años de entonces meobligaban a ir más allá de las apariencias: cuando me hablaban de re-volución y de nada más que de revolución, siempre me venía a laimaginación lo de papá Roberto: ¿cómo se puede producir lo nece-

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sario para la vida si eliminamos a los que, por lo que sea, planificany dirigen la producción? Y ¿qué pasa si, realmente existe Dios yaplica su providencia tanto a remediar las torpezas de lo hombrescomo a facilitarles el uso de una libertad que debiera ser aplicada aldesarrollo de las facultades de cada ciudadano con más o menospoder en su entorno social?

-Jo, Freddy, siempre te encierras en tus posiciones; hablas comoun cura. Parece mentira que seas obrero y no quieras ver lo que ocu-rre ante tus narices.

-Espérate que comprenda mejor las cosas y ya hablaremos. Yoquiero hacer cosas, pero con la total seguridad de que es lo mejorque puedo hacer.

Un refunfuño de Tussy y adiós.

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LA COMMUNE, LISSAGARAY Y TUSSY

En la prensa de aquellos días se comentó que los internacionalis-tas habían tomado parte muy activa en lo que se calificaba de

tercera revolución francesa con la fracasa Commune como el princi-pal de sus capítulos.

A mi madre y a mí nos ilustró sobre el tema Próspero Lissagaray,un escritor francés que se presentaba en Londres como cronista dela Commune. Era uno de los asiduos visitantes del doctor Marx yhabía hecho cierta amistad con mi madre.

-No vayas a pensar cosas raras, hijo: es demasiado joven y dema-siado ilustrado para mí, me explicó mi madre, ante la divertida mira-da del señor Lissagaray.

-No tanto, ciudadana Elena, no tanto; ya he cumplido treinta ycuatro años y a usted, por lo que veo, le faltan algunos para llegar alos cuarenta.

La verdad es que mi madre ha cumplido ya los cuarenta y cinco;puede que no los aparente del todo... pero me pareció fuera de tonola galantería del francés. Mi madre, en cambio, la agradeció con unasonrisa al tiempo que me lo presentaba con estas palabras: Escucha,hijo, a este gran periodista que ha sido testigo de la mucha sangreque, recientemente, ha derramado en Francia la clase trabajadora.

-Ciertamente, apuntó el periodista con deliberado énfasis, he sidotestigo directo de una rebelión en regla de la clase trabajadora. De-masiado entusiasmo, poca razón y menos oportunismo, ha comenta-do conmigo el doctor Marx.

Por lo que contó monsieur Lissagaray, yo creí entonces que era enFrancia, en donde, realmente, los obreros aprovechaban las ocasio-nes para rebelarse contra la burguesía. Ahora estoy convencido deque las graves revueltas que, de tiempo en tiempo, ha protagonizado

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el pueblo de París no han sido nunca de obreros contra patronos: hansido siempre lógica consecuencia del desorden subsiguiente a unatiranía o a una mala política: son revueltas políticas, no sociales: a lamiseria, con mucha sangre por el medio, sigue mayor miseria... yeso hasta que, con la paz, esa parte de la sociedad que comparte ytrabaja o trabaja y comparte puede desarrollar su sentido de la res-ponsabilidad. Por que pienso así, sigo sin entender demasiado lasobsesiones del doctor Marx, de sus hijas, de Pablo Lafargue y,también, de mi madre.

Al amparo del populismo de ese fantoche de Napoleón III (Napo-león el Chico, le llaman) y desde las leyes francesas de prensa de1868, los escritores sociales, que se decía entonces, gozaban enFrancia de cierta libertad de expresión, claro que, siempre, con el te-mor de desagradar al censor de turno y centrándose más en los la-mentos sobre las calamidades de los más débiles que en evidenciarsu verdadera causa: los disparates imperialistas de este ambicioso yanacrónico Napoleón y las tropelías de sus familiares, perrosguardianes y satélites.

Excepción fue la oleada de críticas periodísticas y panfletos contraPedro Bonaparte, primo del emperador: fue responsable de la muer-te del joven periodista Victor Noir el 10 de enero de 1970, lo quemotivó una inmensa manifestación de duelo y rabia hasta las puertasde la propia Asamblea Nacional en que la caballería intervino sinninguna contemplación.

Mr. Lissagaray nos cuenta cómo los líderes de los 900.000 obrerosde París, muchos de ellos ya afiliados a la Asociación Internacionalde Trabajadores, ven un desafío en esa carga de la caballería. En esatoma de conciencia, puntualiza, hemos tenido mucho que ver miamigo Carlos Longuet con sus compañeros del semanario “La RiveGauche” y yo mismo, la familia de Victor Hugo, en particular suhijo Carlos, el enérgico Félix Pyat y, también, el médico Pablo La-fargue que, ya sé, está casado con una hija del señor Marx.

La rendición del emperador en Sedán (2 de septiembre de 1870)sumerge a los parisinos en el desconcierto y la desesperación, lo queles lleva a perder la poca confianza que tenían en el gobierno de tur-no. A los dos días de la derrota, se forman en París una serie de co-mités republicanos de los que son descartados los revolucionariosmás radicales. Longuet, que sigue las doctrinas mutualistas de

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Proudhon, muerto cinco años atrás, forma parte del comitérevolucionario del distrito quinto.

Unos pocos días más tarde (15 de septiembre de 1870), el propioLonguet con unos cuantos revolucionarios de los que se llamanblanquistas inundan las calles de París con carteles escritos en rojo:tratan de resucitar el espíritu de la revuelta de 1792 con una mezclade reivindicaciones populares y proclamas de patriotismo contra ungobierno incapaz y contra el invasor extranjero. Entran en liza losmás radicales quienes, dirigidos por Delescluze y Ledru-Rollin pi-den la sustitución del Gobierno por una Comuna revolucionaria.Tras las intentonas del 5 y del 31 de Octubre, ya con ayuda de Pyat yBlanqui, logran apoderarse del Ayuntamiento de París e instalar loque llaman Comité de Salud Pública y que se mantiene a laexpectativa ante el imparable avance sobre París de las tropasprusianas.

Aunque se firma el armisticio en enero, una parte de París no se re-conoce vencida y, enfrentándose a las propias decisiones de laAsamblea Nacional Francesa que celebra sus reuniones en Burdeos,constituye lo que llama Comité Central de la Guardia Nacional en elque participa muy activamente Carlos Longuet. A la Guardia Nacio-nal le sigue parte del pueblo de París, que contagia a muchos milita-res de baja graduación, quienes enfebrecidos contra sus propiossuperiores, fusilan a los generales Lecomte y Thomas.

Es el nacimiento de la Comuna de París que, instalada en el Ayun-tamiento de la Capital, el Hôtel de Ville, se erige en representante dela Nación y promulgan leyes y decretos que afectan a la religión, alos salarios y condiciones de trabajo, a la emancipación de la mujer,a los Montes de Piedad, a la Educación: es el renacimiento del espí-ritu revolucionario del 48; en él toma parte muy activa el señor Lon-guet y la propia franc-masonería, que se integra oficialmente en laComuna.

Enfrentados a los prusianos que cercan la ciudad y a las tropas lea-les al gobierno oficial de Francia, los comuneros se dividen en fac-ciones que se enfrentan entre sí acusándose unos a otros de blandoso duros, de anarquistas o dictatoriales, de patriotas o traidores, etc...lo que es aprovechado por las fuerzas versallesas las cuales, sin con-templaciones, entran el 21 de mayo en los barrios obreros y duranteuna semana, la semana sangrienta, arrasan todo a sangre y fuego.

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Unos días antes como en siniestra predicción, cuenta el periodistacon emocionada voz, se había reunido el pueblo a celebrar los fune-rales de Carlos Hugo, el hijo del gran escritor autor de Los Misera-bles. Se vivió un clima de duelo y delirio. Elocuente imagen delfinal de ese sueño que fue la Comuna de París.

Ante la implacable avalancha de un ejército perfectamente equi-pado, sigue explicando monsieur Lissagaray, los comuneros se ba-ten a la desesperada con plena conciencia de que van a morir; en lasimprovisadas barricadas, empuñando sables y viejos mosquetes, seencuentran los principales responsables de la Comuna, entre ellosCarlos Longuet, que es apresado y, por muy poco, escapa del pelo-tón de ejecución. De ello fui testigo directo, afirma Lissagaray comotambién de la muerte de Delescluze, viejo luchador jacobino. Pormi parte, al igual que Pablo y Laura Lafargue, logré huir a tiempo.Ellos, menos conocidos por los esbirros de Thiers pudieron regresara Burdeos; Carlos Longuet y yo, tras no pocas peripecias, nos hemosvenido a Inglaterra.

El 27 de mayo llega el final. La Comuna ha muerto y se inicia lacruel represión con fusilamientos en masa que no distinguen a losveteranos luchadores de los niños, a los hombres de las mujeres. Secuentan por millares los fusilados contra las paredes del Père-La-chaise, célebre cementerio parisino.

La soledad de los muertos, la aberrante inutilidad de las ejecucio-nes en masa, Vuelta y vuelta a empezar no se sabe qué: ¿solucionanlas revoluciones los problemas de radical injusticia? los que muevena los revolucionarios ¿son mejores que el enemigo de enfrente?...Son reflexiones que me hice entonces y que sigo haciéndome ahora.Ojalá encuentre respuestas que, al menos, tranquilicen miconciencia.

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EL DOCTOR MARX Y LOS PERIODISTAS

Empeñada mi madre en ilustrarme sobre todo lo que hace y es-cribe el doctor Marx, me prestó un ejemplar del New York Tri-

bune del 18 de julio del 71 con una entrevista que al doctor Marx lehace el corresponsal en Londres, Mr. R. Landor. Creo que fue la pri-mera vez que un periódico importante se preocupó de dar a conocera quien llama fundador y mantenedor de la Asociación Internacionalde Trabajadores. Aquí podéis ver la copia de lo que el New CorkTribune publicó sobre el Dr. Marx; os anticipo que es bastante larga.Si teneis prisa, bueno será que la paséis por alto para volver a ellacuando os venga bien:

Londres, 3 de julio.- Me encargaron averiguar algo acerca dela Internacional Socialista, y he tratado de hacerlo. La empre-sa resulta particularmente difícil en las circunstancias actua-les. Indiscutiblemente, Londres es el cuartel general de laasociación, pero los ingleses están asustados, y en todas par-tes huelen vientos extraños, al igual como el Rey Jaime creíasentir por doquier olor a pólvora después del famoso complot.Hay en la conciencia de la gente una sensibilidad especial res-pecto a los peligros que pueden venir desde el Continente.

He visitado a dos de sus más importantes miembros, he ha-blado con uno de ellos libremente, y aquí les doy a ustedes loesencial de mi conversación. He corroborado que la Asociaciónincluye auténticos trabajadores, pero que estos trabajadoresestán dirigidos por teóricos sociales y políticos de la clase bur-guesa.

Uno de los hombres que entrevisté, miembro prominente delconsejo, estaba sentado en su banco de trabajo durante nues-tra entrevista, y de vez en vez interrumpía nuestra conversa-ción para recibir una queja, presentada en tono nada cortés,de uno de los muchos clientes de la vecindad que lo emplea-ban. Escuché a este mismo hombre pronunciar elocuentes dis-cursos en público inspirados en cada frase con la energía delodio a las clases que se autodenominan sus amos.

Seguramente él sentía que tenia cerebro de sobra para orga-nizar un gobierno obrero, y sin embargo se veía obligado a de-

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dicar su vida a las tareas más repulsivas de una profesiónmecánica. Era orgulloso y sensible y sin embargo a cada pasotenia que responder con una inclinación a un gruñido y conuna sonrisa a una orden que en la escala de las nuevas mane-ras se hallaba al mismo nivel que la llamada de un cazador a superro.

Este hombre me ayudó a vislumbrar uno de los aspectos dela naturaleza de la Internacional, el resultado del trabajo con-tra el capital, del obrero que produce contra el intermediarioque disfruta. Aquí estaba la mano que golpeará duro cuandollegue el momento y, por lo que toca a la cabeza que proyecta,creo que también la vi, en mi entrevista con el Dr. Karl Marx.

El Dr. Karl Marx es un doctor en filosofía alemán, con unaamplitud alemana de conocimientos derivada tanto de la ob-servación del mundo viviente como de los libros. Debo pensarque nunca ha sido un obrero en el sentido ordinario del térmi-no. Su casa y su aspecto son los de un miembro acomodado dela clase media.

La sala a la que fui introducido la noche de mi entrevista ha-bría resultado muy confortable para un próspero agente debolsa que ya hubiera hecho carrera y estuviese empezando ahacer fortuna. Representaba el confort personificado, el apar-tamento de un hombre de gusto y de posibilidades, pero sinnada en él peculiarmente característico de su propietario.

Un hermoso álbum de vista del Rin sobre la mesa, sin em-bargo, daba un indicio de su nacionalidad. Atisbé cautamenteen el florero sobre una mesita buscando una bomba. Olfateétratando de descubrir petróleo, pero el aroma era el aroma delas rosas. Me arrellané cautelosamente en mi asiento, y aguar-dé melancólicamente lo peor.

El ha entrado y me ha saludado cordialmente, y estamossentados frente a frente. Sí, estoy tete-a-tete con la revolu-ción encarnada, con el verdadero fundador y espíritu guía de lasociedad Internacional, con el autor del aviso en el que se leadvirtió al capital que si se oponía al trabajo debía esperar versu casa quemada hasta el tejado, en una palabra, con el apo-logista de la Comuna de París.

¿Recuerdan ustedes el busto de Sócrates, el hombre queprefiere morir antes de profesarles fe a los dioses de la época,el hombre con aquella fina línea de perfil para la frente queacaba ruinmente al final en un rasgo respingado y curvadocomo un gancho dividido en dos que forma la nariz? Visualicenmentalmente este busto, coloreen la barba de negro, salpicán-dola aquí y allá con algunos mechones grises; coloquen estacabeza sobre su cuerpo corpulento de mediana altura, y eldoctor está ante ustedes.

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Pongan un velo sobre la parte superior del rostro y podríanestar en compañía de un miembro de la junta parroquial. Des-cubran el rasgo esencial, la inmensa frente, y al momento sa-brán que tienen que vérselas con la más formidable de todaslas fuerzas compuestas: un soñador que piensa, un pensadorque sueña.

Otro caballero acompañaba al Dr. Marx, un alemán también,creo, aunque por su gran familiaridad con nuestro idioma nopuedo estar completamente seguro . ¿Era un testigo del ladodel doctor? Eso creo. El Consejo, al tener noticia de la entrevis-ta, pudiera pedir al doctor un informe sobre la misma, porquela revolución es ante todo desconfiada de sus agentes. Aquí,pues, estaba su evidencia como corroboración.

Yo fui derecho a mi asunto. El mundo, dije, parecía estar aoscuras acerca de la Internacional, odiándola mucho, pero in-capaz de decir claramente qué es lo que odia. Algunos, queafirman haber atisbado en la penumbra algo más que sus veci-nos, declaran haber descubierto una especie de busto de Janocon una limpia y honrada sonrisa de trabajador en una de suscaras y en la otra una mueca criminal de conspirador. ¿Queríaél aclarar el misterio que encubre la teoría?

El profesor rió, un poco halagado según sospeché, ante elpensamiento de que estuviésemos asustados de él. “No hayningún misterio que aclarar, querido señor”, comenzó, en unaforma muy pulida del dialecto de Hans Breitmann, “excepto talvez el misterio de la estupidez humana en aquellos que perpe-tuamente ignoran el hecho de que nuestra asociación es públi-ca y que los más completos informes de sus actividades sepublican para todos los que quieren molestarse en leerlos.Usted puede comprar nuestros reglamentos por un penique, yun chelín invertido en folletos le enseñará acerca de nosotroscasi tanto como nosotros mismos sabemos”.

Landor: Casi... Sí, quizá sí; ¿pero no será acaso lo poco queno llegue a conocer lo que constituya el misterio más impor-tante? Para ser muy franco con usted, y para poner el asuntotal como lo ve un observador ajeno a él, este general clamorde desprecio contra ustedes debe significar algo más que la ig-norante mala voluntad de la multitud. Y todavía es pertinentepreguntar, incluso después de lo que usted me ha dicho, ¿quées la Sociedad Internacional?

Marx: Sólo tiene usted que mirar a los individuos que la com-ponen: trabajadores.

Landor: Sí, pero el soldado tiene que ser exponente del sis-tema político que lo pone en movimiento. Conozco a algunosde sus miembros, y creo que no son de la misma pasta de quese hacen los conspiradores. Además un secreto compartido

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por un millón de hombres no sería de ninguna manera un se-creto. Pero ¿qué pasaría si éstos fuesen únicamente instru-mentos en manos de, y espero que me perdone usted por loque sigue, un cónclave audaz y no muy escrupuloso?

Marx: No hay nada que pruebe esoLandor: ¿La última insurrección de París?Marx: Yo exijo primero la prueba de que existió algún com-

plot, de que sucedió algo que no fuese el efecto legítimo de lascircunstancias en aquel momento; o si se prueba el complot,exijo pruebas de la participación el en mismo de la AsociaciónInternacional.

Landor: La presencia en el organismo comunal de tantosmiembros de la Asociación.

Marx: Entonces ése fue un complot de los masones, tam-bién, porque su participación en la tarea como individuos nofue ciertamente pequeña. No me sorprendería, en realidad,descubrir al Papa organizando toda la insurrección para su be-neficio. Pero intente otra explicación. La insurrección de Parísfue hecha por los trabajadores de París. Los más capaces entrelos obreros tuvieron necesariamente que ser sus líderes y ad-ministradores; pero los más capaces entre los obreros resultaque son también miembros de la Asociación Internacional.Pero la Asociación como tal no tiene que ser en modo algunoresponsable de su acción.

Landor: No obstante, al mundo le parece de otra manera. Lagente habla de instrucciones secretas desde Londres, e inclusode aportaciones de dinero. ¿Puede afirmarse que el caráctersupuestamente abierto de los procedimientos de la Asociaciónimpide todo secreto en las comunicaciones?

Marx: ¿Cuándo ha habido una asociación que realice su ta-rea sin agencias tanto públicas como privadas? Pero hablar deinstrucciones secretas desde Londres, como si se tratase dedecretos sobre cuestiones de fe y moral desde algún centro deintriga y dominación papal, es confundir completamente la na-turaleza de la Internacional. Esto implicaría una forma centra-lizada de gobierno de la Internacional, mientras que la formareal es precisamente la que da mayores oportunidades a laenergía e independencia locales. De hecho la Internacional noes en absoluto un gobierno para la clase trabajadora. Es unlazo de unión más que una fuerza de control.

Landor: ¿Y de unión para qué fin?Marx: Para la emancipación económica de la clase trabaja-

dora mediante la conquista del poder político. El uso de esepoder político para el logro de fines sociales. Es necesario quenuestros objetivos sean así de generales para incluir toda for-

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ma de actividad obrera. El haberlos hecho de un carácter es-pecial hubiera sido adaptarlos a las necesidades de unasección: una nación de trabajadores solamente. Pero ¿cómosería posible pedir a todos los hombres que se unan para obte-ner los objetivos de unos pocos? Si hubiera hecho eso la Aso-ciación habría perdido el derecho a su título de Internacional.

La Asociación no dicta las formas de los movimientos políti-cos: solamente requiere una garantía de su finalidad. Es unared de sociedades afiliadas que se extienden por todo el mun-do del trabajo. En cada parte del mundo se presenta algún as-pecto especial del problema, y los trabajadores lo toman enconsideración a su manera propia.

Las combinaciones entre trabajadores no pueden ser abso-lutamente idénticas en detalle en Newcastle y en Barcelona,en Londres y en Berlín. En Inglaterra, por ejemplo, la vía detomar el poder político está abierta para la clase trabajadora.La insurrección sería una locura allí donde la agitación pacíficapuede encargarse de ello más rápida y seguramente.

En Francia, un centenar de leyes represivas y el antagonis-mo moral entre las clases parecen necesitar la solución violen-ta de una guerra social. La elección de tal solución es asuntode las clases trabajadoras en cada país. La Internacional nopretende dictaminar en la cuestión y apenas si aconsejar. Peroa cada movimiento le otorga su simpatía y su ayuda dentro delos límites marcados por sus propias leyes.

Landor: ¿Y cuál es la naturaleza de esa ayuda?Marx: Para dar un ejemplo, una de las formas más comunes

del movimiento por la emancipación es la de las huelgas.Antes, cuando una huelga tenía lugar en un país, era derrota-da mediante la importación de trabajadores desde otro. LaInternacional casi ha acabado con todo eso . Recibe informa-ción de la huelga que se proyecta, difunde esa información en-tre sus miembros, quienes inmediatamente ven que para ellosla sede de la huelga debe ser territorio prohibido. Así, los pa-tronos son dejados solos para que discutan con sus hombres.

En muchos casos, los hombres no necesitan más ayuda queésa. Sus propias aportaciones o las de las sociedades a las queestán afiliados más inmediatamente les suministran fondos,pero si la presión ejercida sobre ellos se hace demasiado pesa-da y si la huelga es de las que la Asociación aprueba, entoncessus necesidades son cubiertas por el fondo común. Así fuecomo el otro día logró triunfar una huelga de cigarreros deBarcelona.

Pero la Sociedad no tiene interés en las huelgas, aunque lasapoya bajo ciertas condiciones. No hay manera de que conellas gane desde un punto de vista pecuniario, pero sí puede

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perder fácilmente. Podemos resumir todo esto en una palabra.Las clases trabajadoras siguen siendo pobres en medio del au-mento de la riqueza, miserables en medio del aumento dellujo. Sus privaciones materiales rebajan su moral así como suestatura física. No pueden esperar ayuda de los demás.

Así, para ellas ha venido a convertirse en una necesidad im-periosa el tomar su caso en sus propias manos. Deben revisarlas relaciones entre ellas mismas y los capitalistas y propieta-rios, y eso significa que tienen que transformar la sociedad.Este es el objetivo general de todas las organizaciones obrerasconocidas; las ligas obreras y campesinas, las sociedades co-merciales y de ayuda, las tiendas y talleres cooperativos noson sino medios hacia tal objetivo.

Establecer una perfecta solidaridad entre estas organizacio-nes es la tarea de la Asociación Internacional. Su influenciaestá empezando a hacerse sentir en todas partes. Dos periódi-cos difunden sus puntos de vista en España, tres en Alemania,el mismo número en Austria y en Holanda, seis en Bélgica yseis en Suiza. Y ahora que ya le he dicho lo que es la Interna-cional, quizá esté usted en condiciones de formar su propiaopinión con respecto a sus pretendidos complots.

Landor: No le entiendo muy bien.Marx: ¿No ve usted que la vieja sociedad, falta de fuerzas

para defenderse con sus propias armas de discusión y combi-nación, se ve obligada a recurrir al fraude de imputarnos unaconspiración?

Landor: Pero la policía francesa declaró que están en condi-ciones de probar su complicidad en el último caso, para no ha-blar de los intentos anteriores.

Marx: Pero nosotros sí diremos algo de esos intentos, si us-ted lo permite, porque sirven perfectamente para probar lagravedad de todos los cargos de conspiración levantados con-tra la Internacional. Usted recuerda el penúltimo complot. Sehabía anunciado un plebiscito. Se sabía que muchos de loselectores se halaban irresolutos. Ya no tenían una idea claradel valor del gobierno imperial, habiendo acabado por perderla fe en los amenazantes peligros de la Sociedad de los que su-puestamente el gobierno los había salvado.

Se necesitaba un espantajo nuevo. La policía se encargó deencontrar uno. Como odiaban a todas las organizaciones detrabajadores, naturalmente deseaban hacer pasar un mal ratoa la Internacional. Recibieron inspiración de una feliz idea.¿Qué tal si elegían a la Internacional como su espantajo, y asíal mismo tiempo desacreditaban a la sociedad y lograban fa-vor para la causa imperial? De esa feliz idea es que surgió el ri-dículo complot contra la vida del Emperador, como si nosotros

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quisiéramos matar al condenado viejo. Arrestaron a los miem-bros dirigentes de la Internacional. Fabricaron evidencias. Pre-pararon su caso para juicio y mientras tanto tuvieron suplebiscito. Pero la pretendida comedia no era, obviamente,sino una grande y burda farsa. La Europa inteligente, que eratestigo del espectáculo, no se engañó ni por un momento acer-ca de su carácter, y sólo el elector campesino francés fue em-baucado. Los periódicos ingleses informaron del inicio delmiserable asunto; olvidaron informar de su conclusión.

Los jueces franceses, admitiendo la existencia del complotpor cortesía oficial, se vieron obligados a declarar que no habíanada que demostrara la complicidad de la Internacional. Créa-me, el segundo complot es igual que el primero. El funcionariofrancés está nuevamente activo. Debe dar cuenta del mayormovimiento civil que el mundo haya visto jamás.

Hay cien signos de los tiempos que sugieren la explicacióncorrecta: el aumento de conocimientos entre los trabajadores,del lujo y la incompetencia entre sus dirigentes, el proceso his-tórico, ahora en desarrollo, de transferencia final de poder deuna clase al pueblo, la aparente adecuación de tiempo, lugar ycircunstancia para el gran movimiento de emancipación. Peropara haber visto todo esto el funcionario tendría que habersido un filósofo, y él es solamente un mouchard. Por la ley desu propio ser, por lo tanto, sólo ha sido capaz de dar la explica-ción del mouchard: una conspiración. Su viejo archivo de do-cumentos falsificados le proporcionará las pruebas y esta vezEuropa, en su pánico, se tragará el cuento.

Landor: Europa difícilmente puede evitarlo, viendo que to-dos los periódicos franceses difunden la noticia.

Marx: ¡Todos los periódicos franceses! Vea, aquí está uno deellos, y juzgue por usted mismo el valor de su evidencia encuanto hechos. (-Mi entrevistado toma un muy manoseadoperiódico y lee-): “El Dr. Karl Marx, de la Internacional, ha sidoarrestado en Bélgica, cuando trataba de escapar a Francia. Lapolicía de Londres vigilaba desde hace tiempo la sociedad a laque aquél está vinculado, y ahora está adoptando activas me-didas para su supresión”. Dos frases y dos mentiras.

Usted ve que en vez de estar en prisión en Bélgica estoy enmi casa en Inglaterra. Usted debe saber también que la policíaen Inglaterra es tan impotente para interferir con la SociedadInternacional, como la Sociedad con ella. Sin embargo, lo másprobable en todo esto es que la noticia circulará por toda laprensa continental sin una contradicción, y seguirá haciéndoloaunque yo enviara circulares a cada periódico de Europa desdeaquí.

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Landor: ¿Ha intentado usted rebatir muchas de estas falsasinformaciones?

Marx: Lo hice hasta que me aburrí de la tarea. para demos-trar el enorme descuido con que están elaboradas, puedomencionar que en una de ellas vi a Félix Pyat señalado comomiembro de la Internacional.

Landor: ¿Y no lo es?Marx: La Asociación difícilmente podría haber hallado cabida

para un hombre tan loco. Una vez fue lo bastante presuntuosocomo para lanzar una temeraria proclama en nuestro nombre,pero fue instantáneamente desautorizado, aunque, para ha-cerle justicia, por supuesto que la prensa ignoró la desautori-zación.

Landor: Y Mazzini ¿es miembro de su organismo?.Marx: (riendo): Ah, no. Habríamos avanzado muy poco si no

hubiéramos llegado más allá del límite de sus ideas.Landor: Me sorprende usted. Ciertamente hubiera creído

que él representaba las posiciones más avanzadas.Marx: El no representa más que la vieja idea de una repúbli-

ca de clase media. El se ha quedado muy atrás en el movi-miento moderno, como los profesores alemanes quienes, noobstante son todavía considerados en Europa como los após-toles del democratismo cultivado del futuro. Lo fueron en otrostiempos; antes del 48, quizá, cuando la clase media alemana,en el sentido inglés, apenas había alcanzado su justo desarro-llo. Pero ahora se han pasado en masa a la reacción, y el prole-tariado ya no los reconoce.

Landor: Algunas personas han creído ver signos de un ele-mento positivista en su organización .

Marx: Nada de eso. Tenemos positivistas entre nosotros, yotros que no son de nuestra organización que trabajan tam-bién. Pero esto no es por virtud de su filosofía, que no tendránada que ver con el gobierno popular, tal como nosotros lo en-tendemos, y que solamente busca poner una nueva jerarquíaen lugar de la vieja.

Landor: Me parece a mí, entonces que los líderes del nuevomovimiento internacional han tenido que formar una filosofíaasí como una asociación para sí mismos.

Marx: Precisamente. Es difícilmente posible, por ejemplo,que podamos esperar prosperar en nuestra guerra contra elcapital si derivamos nuestras tácticas, digamos, de la econo-mía política de Stuard Mill . El evidenció un tipo de relación en-tre el trabajo y el capital. Nosotros esperamos demostrar quees posible establecer otra distinta.

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Landor: ¿Y con respecto a la religión?Marx: en ese punto yo no puedo hablar en nombre de la So-

ciedad. Yo personalmente soy ateo. Es sorprendente, sinduda, escuchar semejante declaración en Inglaterra, pero haycierto consuelo en el pensamiento de que no puede hacerse,aunque sea en un susurro, ni en Alemania ni en Francia.

Landor: ¿Y sin embargo usted ha establecido su cuartel ge-neral en este país?

Marx: Por razones obvias; el derecho de asociación es aquíalgo establecido. Existe ciertamente, en Alemania, pero esobstaculizado con innumerables dificultades; en Francia, du-rante muchos años no ha existido en absoluto. Los principalescentros de nuestra actividad se encuentran actualmente entrelas viejas sociedades de Europa. Muchas circunstancias hantendido a impedir hasta ahora que el problema laboral asumauna importancia predominante en los Estados Unidos. Pero es-tán desapareciendo rápidamente, y se está poniendo en pri-mera fila con el crecimiento, como en Europa, de una clasetrabajadora distinta del resto de la comunidad y divorciada delcapital .

Landor: Parecería que en este país la esperada solución,cualquiera que ella sea, podrá alcanzarse sin los medios vio-lentos de una revolución. El sistema inglés de agitar mediantelos discursos y la prensa hasta que las minorías se conviertanen mayorías es un signo esperanzador.

Marx: En este punto no soy tan optimista como usted. Laclase media inglesa se ha mostrado siempre bastante deseosade aceptar el veredicto de la mayoría con tal de seguir disfru-tando del monopolio del poder de voto. Pero créame, tan pron-to como se encuentre superada en las votaciones por lo queconsidera cuestiones vitales, veremos aquí una nueva guerrade esclavos contra amos.

“Aquí les he dado, tan bien como puedo recordarlos, los pun-tos principales de mi conversación con este hombre notable.Dejaré que ustedes saquen sus propias conclusiones. Cual-quier cosa que pueda decirse a favor o en contra de la probabi-lidad de su complicidad con el movimiento de la Comuna,podemos estar seguros de que en la Asociación Internacionalel mundo civilizado tiene un nuevo poder en su seno con el quepronto tendrá que ajustar cuentas para bien o para mal”.

-¡Cuánto talento desperdiciado! Fue lo que pensé al leer el perió-dico que me prestó mi madre.

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JENNYCHEN Y CARLOS LONGUET

Vino a ver al doctor Marx con carta de recomendación de PabloLafargue, el marido de Laura. Por muy poco había escapado al

pelotón de ejecución en los juicios sumarísimos de mayo del 71 enFrancia. De profesión periodista, había sido uno de los más destaca-dos comuneros y, como tal, miembro de lo que se llamó Comité de laSalud Pública. Tenía treinta y dos años, era alto, no mal parecido,vestía con descuido y parecía esforzarse en recordar la figura de Ro-bespierre.

Se confesaba prodhudoniano, cosa que al doctor Marx no hizomucha gracia pero que Jennychen no se lo tuvo para nada en cuentaporque, al punto de verle, bajó sus defensas y se enamoró de él.

-Yo, señor Marx, admiro sus profundos conocimientos de econo-mía; pero, con Proudhon, creo en la bondad natural de las personas yen la fuerza constructiva de la Libertad.

-Con su pan se lo coma, monsieur Longuet, dice mi madre que lerespondió el doctor Marx; pero sepa usted que el señor Proudhon yyo, hasta el 65 en que dejó este revuelto mundo, nunca nos pudimosponer de acuerdo, aún hablando mil veces de las mismas cosas: élsoñaba mientras que lo mío es observar y reflexionar. El cogía ideasal vuelo al tiempo que yo las busco entre los resquicios más o menosiluminados de la realidad diaria. El presumía de apóstol de la Revo-lución mientras que yo aspiro a ser reconocido como economista se-rio que ha descubierto el hilo conductor de la Historia. Créame,monsieur, Proudhon y los proudhonianos son hoy una de lasmayores rémoras en la necesaria revolución proletaria.

-Yo, señor Marx, creo que le respondió Longuet, soy un simpleperiodista situado en frente de los explotadores. Al parecer, miró aJenny, tropezó con una mirada que ya no parecía tan furtiva y adop-

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tó un aire de respeto para continuar: me falta mucho por aprender so-bre ese hilo conductor de la historia. En Francia ya se habla mucho ybien de usted, incluso entre los que, como yo, hemos consideradomaestro a Pedro José Proudhon.

-Yo busco tener razón mientras que, según se ve, el señor Proud-hon prefería siempre el aplauso a flor de piel, ésa es la verdad.

Os habréis dado cuenta que, a través de mi madre, he conocidomuchas de las intimidades de la familia Marx. No sé si tendrán inte-rés, pero como escribo para mí y los míos poco importa. Con fre-cuencia, no hago más que transcribir los recuerdos de mi entrañableamiga Tussy o de mi madre, quien, como sabéis, siempre fue incon-dicional admiradora del doctor Marx. Debo decir que sí que recono-cía mi madre al doctor Marx enormes defectos como su ansiadesaforada por disfrutar de la vida sin la contrapartida de un trabajocontinuado y disciplinado, como el ostensible desprecio por los queél llamaba inventores de utopías, como el de cambiar de humor encuestión de segundos o el de mezclar chistes con explosiones deodio o el de ridiculizar a cuantos no compartían sus ideas: LosBauer, Weithling, Lasalle, Bakunin, Grün, Vogt, etc. etc. Pero,sabía lo que quería, me recordaba siempre mi madre, y eso leredimía y hasta le hacía más humano.

En la ocasión del encuentro con Carlos Longuet, éste se preocupómás de interpretar las miradas de Jennychen que de rebatir ningunade las acusaciones o categóricas afirmaciones que el doctor Marx nose recató de dirigir contra Pedro José Proudhon, maestro incuestio-nable de una buena parte del socialismo francés de entonces , en elque, al parecer, militaba el propio Longuet.

-Tu patrón me ha hecho marxista, dijo Longuet a mi madre en elmomento en que el doctor Marx aseguró tener otros asuntos más im-portantes que atender. Jennychen se había mantenido en segundoplano para acercarse luego al francés y preguntar: ¿Tiene usted yaun digno alojamiento en Londres?

-Lo estoy buscando.-Permítame que le ayude a encontrarlo.

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IDEAS, AMORES Y AMORÍOS

Jennychen, Laura y Tussy, (las niñas, que decía la baronesa) eranauténticas preciosidades. Los grandes y obscuros ojos del padre

armonizaban con los rasgos extraordinariamente femeninos de lamadre, de quien cuenta mi madre que fue en su juventud una bellezaexcepcional. A las tres el doctor Marx las quería antes revoluciona-rias que mujeres mientras que, para la baronesa, el sueño más apete-cible era verlas convertidas en respetabilísimas esposas de un lord oalgo así.

A Jennychen y Laura, unos pocos años mayores que yo, las consi-deré siempre como las señoritas a quienes servía mi madre, mien-tras que Tussy, mi preferida y un tiempo (ocho años ella, yo trece)compañera de juegos, fue siempre la hermana que me hubieragustado tener.

En la cuestión sentimental no salieron las cosas como los padreshubieran querido: los revolucionarios están muy bien para desarro-llar consignas y batirse en las barricadas, pero ofrecen muy pocasgarantías de estabilidad familiar, eso era lo que, según mi madre,pensaban la baronesa y el doctor Marx, tanto peor si, en lugar de re-volucionarios (a los que el doctor Marx considera intérpretes de laciencia) no son más que simples aventureros.

Aventurero era el mulato Pablo Lafargue, que jugaba a ser Wert-her en sus relaciones sentimentales y a parecerse al conde ruso Her-zen en sus escaramuzas filosófico-políticas: aplicó un año paralograr el título de médico y muy pocos minutos para engatusar aLaura, “Cacadou” o el ruiseñor de la familia para su padre; sucedíaque Laura, inteligente y soñadora, se decía materialista y atea porque ello era ya cuestión de familia, pero para ella contaba infinita-mente más el amor por su mulato que la afición a desentrañar losmisterios del socialismo científico al que tanto afán dedica su padre;en contrapartida, su marido, Pablo Lafargue presumía de tomar las

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ideas de su suegro cómo lo más prioritario de su vida, si bien las ali-ñaba con lo que él mismo llamaba reservas antiautoritarias. Por de-más, ninguno de los que le conocimos creímos nunca que fuera unbuen médico; mucho menos lo creyó el doctor Marx, quién no leperdonó su incapacidad para salvar la vida del pequeño Schanappyy otros dos nietos que vinieron después.

Un tanto aventurero de cortas y “proudhonianas” ideas, alocadasprecipitaciones y fácil verborrea resultó ser Carlos Longuet, mássensible a la belleza de Jennychen y a sus pretensiones de apuestogalán primero y padre de familia después que a la causa del proleta-riado. A poco de conocerse, se inició una íntima amistad entre el pe-riodista francés y Jennychen; cuatro meses más tarde, se casaron y,cuando se tranquilizaron las cosas en Francia, fijaron su residenciaen París, él dedicado a sus actividades periodísticas y a perseguir aotras mujeres; ella al cuidado de sus hijos: tuvieron seis en total, delos que viven cuatro: Edgar, Henri, Jenny y Jean Laurent Frederick.Este último fue apadrinado por el señor Engels, lleva su nombre (yel mío) y ha llegado a ser miembro de la Asamblea Francesa.

Muy poca gracia hacía al doctor Marx la “libre interpretación” quede sus ideas hacían los dos yernos: “qué mala suerte la mía, recuerdahaberle oído mi madre: bakunista el uno y proudhoniano el otro; queel diablo se lleve a los dos”.

Claro que, para el doctor Marx, todavía cabía esperar un brillanteporvenir en cuestión de bodas: quedaba la pequeña Tussy, rebelde yde alborotadora belleza a sus diecisiete años, capaz de escribir consolo doce años de edad a todo un presidente de los Estados Unidospara decirle lo mal que está eso de la esclavitud, o de ponerse al fren-te de todas las jovencitas de su edad para exigir ser consideradas porlo que valen y no por su sexo: “esta hija mía es la que mejor ha inter-pretado mis ideas: es como el otro yo que necesito”, ha dicho a mimadre el doctor Marx.

Pero ¿Os acordáis de Próspero Lissagaray, el francés cronista deCommune, el mismo que llamaba a mi madre la bella ciudadana delos ojos claros?

Pues resulta que ahora coquetea con Tussy o Tussy con él, que to-davía no lo he entendido muy bien.

Allá, en los años setenta, durante la resaca de la Comuna, el domi-cilio de los Marx era un hervidero de refugiados comuneros, buenos

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franceses que alternaban la galantería con el espíritu revolucionario.Había de todas las edades y, por entonces, el doctor Marx los recibíacon muy cordial interés, tanto por “simpatía revolucionaria” comopor recabar información para un libro que tituló “Guerra Civil enFrancia”.

Hipólito Próspero Oliverio Lissagaray tenía 34 años y LeonorMarx, Tussy, 17.

Mientras que Lafargue y Longuet están afiliados a la Internacionaly presumen de ser responsables socialistas, Lissagaray se declararevolucionario de corazón, pero nada más que de corazón, y libre decerebro para contar las cosas según vayan pasando. Ciertamente, semuestra abierto a cualquiera de las modernas ideas, pero no aceptaotro maestro que a sí mismo, aunque muestra cierta debilidad por elviejo terrorista Augusto Blanqui, cuyo anticlericalismo practica conel máximo fervor y cuyo libro “Ni Dios ni dueño” se sabe de memo-ria. Se dice amigo de Amilcare Cipriani, un guerrillero italiano conuna intensísima carrera de rebeliones y aventuras contra este o aquelgobierno, y a las órdenes de cualquier caudillo que le acepte, seaéste Garibaldi o Gustavo Flourens, el implacable comunero que mu-rió enfrentado a las tropas gubernamentales francesas. En los añossesenta, a raíz de un agitado viaje por América, Lissagaray habíafundado una especie de universidad popular con muy efímera vida,luchó contra los prusianos y Gambetta le nombró comisario de laguerra en Toulouse. Vivió por libre la semana sangrienta de laCommune, experiencia que contó en “Huit journées de mai derrièreles barricades”, libro que ahora le acompaña como carta depresentación, muy del agrado del doctor Marx.

Fue recibido como invitado de honor y asiduo contertulio por lafamilia Marx hasta que la baronesa y el doctor se dieron cuenta de laíntima relación que mantenía con la jovencísima Tussy, soñadora ysin prejuicios.

El doctor echó de casa al veterano galán y la que se armó por cuen-ta de la adorable Tussy.

-Mucho hablar de que la moral es un prejuicio burgués y cuandouna quiere descubrir por sí misma nuevos caminos de libertad sale loreaccionario que lleváis en la sangre. No tenéis derecho a meteros enmi vida.

-Pero, criatura, si acabas de cumplir diecisiete años.

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-Y ¿qué? Si tengo edad para enfrentarme a todo un presidente delos Estados Unidos de América, también la tengo para hacer con micuerpo lo que me dé la gana.

-Has sido educada para la revolución que se avecina y llevas san-gre de la más pura nobleza europea... No tienes derecho a tirar portierra nuestras esperanzas y a malgastar tu patrimonio.

-Sois vosotros los que me habéis enseñado que son paparruchas loque ahora defendéis como valores inviolables. Tú, Old Nick, que nocrees en nada... ¿por qué ahora te vienes con esas? Eres tú el que diceque la vida es breve y que hay que vivirla a tope o ¿es que , ya defini-tivamente, te has pasado al campo de los filisteos?

-No hables así a tu padre...-Si él me lo permite...Y es que el doctor Marx, según cuenta mi madre, seguía la escena

retrepado en un sillón, callado y con la sangre subida al rostro.Fue en ese instante cuando Tussy quiso hacerle una carantoña, a lo

que el doctor correspondió con un manotazo.-Es lo último que esperaba de ti, chilló Tussy con los dientes apre-

tados. Corrió a su habitación para salir a los pocos minutos con ungran bolso de viaje en el que había guardado sus pertenencias.

No volvió por casa de sus padres hasta el 80 cuando, en Francia, sehabía promulgado una amnistía que permitía la repatriación de to-dos los exiliados. La acompañaba Lissagaray, ya con cuarenta y tan-tos años. Ella irradiaba toda la lozana frescura de una joven deveinticinco años.

Respetuoso, se había mantenido en el dintel de la puerta mientrasTussy, atropelladamente, abrazaba a mi madre, que no pudo conte-ner las lágrimas. Luego corrió hacia su padre que descansaba de susachaques en el sillón de siempre. La baronesa esta muy delicada porun cáncer que la iba consumiendo poco a poco. Se había levantadopresurosa de la cama al oir los gritos, se atusó el pelo, se cubrió conun echarpe y se esforzó por componer una noble apariencia paraabrazar y besar entre lágrimas a su hija.

Fue la baronesa la que salió a recibir a Lissagaray. Pasa, pasa...Después de tantas cosas, ya puedes considerar a ésta tu casa.

Una vez serenados los ánimos, habló el doctor Marx.

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-Tu madre y yo, dijo levantándose del asiento para dar aire más so-lemne a sus palabras, aceptamos vuestras razones y ya, permitidmeque hable así un viejo ateo, bendecimos vuestra unión. Nos gustaríaveros casados y con muchos hijos.

-No padre, no. Ahora sí que ya no. Ahora lo que queremos es dis-frutar un poco más de la vida y ya veremos más adelante. De mo-mento, acompaño a Próspero a París, luminosa ciudad que me gustacreer nos espera con los brazos abiertos... Puede que ahora sí quehaya llegado el momento con el que tú has soñado siempre. Te pro-meto que haré lo indecible para que te reciban en triunfo como elmayor economista de la historia. Pero déjame vivir la vida a mi pro-pio estilo. ¿Ves a éste que me acompaña? Pues el sinvergüenza de éldice que me mima y me aguanta por que soy joven y apetitosa... Nocreas que me importa; yo sé que le podré aguantar unos pocos añosmás, pero la vida es tan corta...

Mi entrañable amiga Tussy estaba desconocida. Muy pocos díastranscurrieron hasta que, en compañía de Lissagaray, se fue a vivir aParís.

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MIGUEL BAKUNIN Y EL DOCTOR MARX

Según me explica mi madre, la vida del ruso Miguel Bakunin estodo un ejemplo de suerte y desorden. Aristócrata, como todos

los revolucionarios rusos, fue primero mal estudiante, luego militarde alta graduación, filósofo en Moscú, intrigante en Alemania yAustria, proudhoniano en Francia, trabajador forzado en Siberia,masón y enemigo de Mazzini en Italia, aquí, en Inglaterra, padre deuna utopía que se llamó Alianza Internacional de la Democracia So-cialista y en Suiza predicador de una buena nueva cuya razón princi-pal es la destrucción de todo lo existente, a excepción, claro está, desí mismo. Destruir es una forma de crear, es el único plan de vidaque se le ocurrió hasta su muerte a ese apóstol de la nada.

Ese fue el alegato previo de mi madre sobre el ruso Miguel Baku-nín para contarme luego lo que ocurrió en un encuentro con el doc-tor Marx en septiembre de 1869.

-Si Dios ha muerto no es para que usted o yo nos pongamos en sulugar. Esa fue, me contó mi madre, su primera interpelación en tonomordaz.

-Dios no ha muerto porque nunca vivió, fue la respuesta del doc-tor Marx.

Precisamente, Bakunín había venido a Londres para discutir conel doctor Marx lo que él llamaba estrategia de acción en el ámbitode la Asociación Internacional de Trabajadores, en donde, a contra-pelo de los deseos del doctor Marx y de herr Engels, en julio del mis-mo año se había integrado un grupo fiel a este singular ruso.

Creo que, durante un largo rato, habló Bakunín sin interrupcionespara, más o menos decir:

-Yo no soy un intelectual, ni un filósofo ni siquiera un escritor deoficio. Solo escribo sobre lo que me atañe directamente; debo enton-ces vencer una instintiva repugnancia a la pública exhibición. Hesido siempre un apasionado buscador de la verdad y un encarnizado

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enemigo de todas las ficciones en torno al orden, los privilegios delos poderosos y su secuela de corrupciones religiosas, metafísicas,políticas, jurídicas, económicas y sociales, que siguen embrutecien-do y esclavizando al mundo. Yo soy un fanático amante de la Liber-tad, a la que considero el único medio en que desarrollar eincrementar la inteligencia, la dignidad y la felicidad de los hom-bres; mi libertad no es la libertad formal, racionada, medida y regla-mentada por el Estado, eterna mentira que, en realidad, nuncarepresenta otra cosa que el privilegio que usan unos pocos para es-clavizar al resto de la humanidad; tampoco la mía es esa libertad in-dividualista, egoísta, mezquina y ficticia predicada y mantenidatanto por la escuela de Juan Jacobo Rousseau como por las otras es-cuelas del liberalismo burgués y que, con la garantía del Estado, fijaen los derechos del otro el derecho de cada uno, lo que, siempre y entodos los casos, reduce a cero el derecho de cada uno. No, yo aceptola sola libertad que sea verdaderamente digna de ese nombre, la li-bertad que consiste en el pleno desarrollo de todas las potencias ma-teriales, intelectuales y morales, que, en cada uno de nosotros, seencuentran en estado latente; es la libertad que no reconoce otrasrestricciones que las trazadas por las leyes de nuestra propia natura-leza, lo que quiere decir que no cabe ninguna restricción puesto queesas leyes no nos son impuestas por ningún legislador exterior a no-sotros (ni al lado, ni por encima). Las leyes de nuestra propia natura-leza no son más que la base de nuestro propio ser, tanto materialcomo intelectual y moral. Por lo tanto, en lugar de encontrar en ellasun límite a nuestra capacidad de acción estamos obligados a consi-derarlas como las condiciones reales y como la razón efectiva denuestra libertad. Entiendo que esa libertad de cada uno, lejos de de-tenerse como ante una valla infranqueable, frente a la libertad delotro, encuentra en él su confirmación y su extensión hasta el Infini-to. La libertad ilimitada de cada uno por la libertad de todos, la liber-tad por la solidaridad, la libertad por la igualdad; la libertadtriunfadora de la fuerza bruta y del principio de autoridad, que no esotra cosa que la expresión de esa fuerza; la libertad que, luego dehaber destronado todos los ídolos celestes y terrestres, fundará yorganizará un mundo nuevo, el mundo de la humanidad solidaria aedificar sobre las ruinas de todas las iglesias y de todos los estados.

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-¡Qué hermosa perorata si fuera aplicable al hombre real!, fue larespuesta del doctor Marx. No tiene usted más que crear un hombrenuevo y ya será posible la cuadratura del círculo.

-Señor Marx, le creí a usted agradecido con el hombre que ha dadoa conocer en Rusia su Manifiesto Comunista. Por cierto, quiero se-ñalar que, según mi criterio, el único comunismo posible es el querompe radicalmente con el principio de autoridad: ni Dios, ni Rey oZar, eso es lo que impone el espíritu revolucionario.

-Claro que le agradezco su traducción. Pero no me exija que eseagradecimiento sea el precio de renegar de toda la ciencia aprendidaen mis largos años de estudio. Permítame ahora contradecirle: elúnico comunismo posible y yo digo que necesario es el que vienedeterminado por las fuerzas materiales de la naturaleza y de la histo-ria: es el comunismo laico y ateo, que nace del materialismo quequiso definir y se quedó a mitad del camino Feuerbach.

-Yo, tovarich Marx, he estudiado a Hegel y no necesito perder eltiempo con sus intérpretes. Lo que quiere decir Feuerbach ya loaprendí yo en Hegel.

-¿Seguro?-Tan seguro como puede estar usted mismo de la necesidad de lo

que alguno de sus discípulos llaman Dictadura del Proletariado.-Pues yo diría que usted ha leído a Hegel a la luz de una hoguera

semi apagada en la obscura, fría y larga noche siberiana. Hegel eraespiritualista que es tanto como decir teísta, creyente o fariseo...puede que su Idea fuera un truco para sustituir al dios de sus padres;pero lo cierto es que escribió como si creyera a pies juntillas todo lode la creación del mundo y demás. Necesitábamos a Feuerbach pararomper todas las barreras de la convenciones sociales. Vino Feuer-bach como un arroyo de fuego (purgatorio de nuestro tiempo, le lla-mé yo entonces) y, de pronto, se rasgó la cortina del SanctaSantorum y todos, todos los jóvenes filósofos de entonces, nos hici-mos feurbachianos: vimos con él que la humanidad debía ser el ver-dadero dios para el hombre. Luego, mi amigo Federico Engels y yohemos descubierto algunas debilidades en sus argumentaciones.

Creo que Miguel Bakunín suavizó su áspero ceño para rogar aldoctor Marx:

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-Me gustaría conocer lo que ustedes dos pueden enseñar a los pro-letarios por encima de lo que tantos comunistas como yo venimosdiciendo sobre la inutilidad de todas las religiones y de cualquiertipo de creencia en Dios o de confundir a la humanidad con unanueva especie de dios..

-Nosotros también creemos en la inutilidad de todas las religionesy renegamos de todos los dioses. Por mi parte, ya lo hice con apenasveinte años, en mi tesis doctoral: en una palabra, odio todos los dio-ses, escribí como principio de mis reflexiones para, muy poco tiem-po después, salvar las lagunas de nuestro predecesor Feuerbach enonce tesis, que ahora quiero recordarle.

El doctor Marx, entre un montón de papeles, localizó un escrito alque había titulado LAS ONCE TESIS SOBRE FEUERBACH. Bus-có y enfatizó un párrafo que decía: Los filósofos no han hecho másque interpretar de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata esde transformarlo.

-En este comentario mío, síntesis de todo lo que he escrito, señorBakunín, puede ver usted cómo desprecio a todas las falaces argu-mentaciones idealistas, incluídas no pocas de nuestro Hegel y ¿porqué no? del propio Feuerbach, que todavía se aferraba a eso de labondad natural del hombre convertido en una entelequia, es decir,en la humanidad.

-Veo que Feuerbach era más humano que usted, aseguró el rusoBakunín no sin descortés impertinencia; pero tampoco a él le consi-dero mi maestro. Si tengo que identificarme con alguien, me acercoa ese otro hegeliano llamado Max Stirner: de él he aprendido quesoy yo mismo el único responsable de mi destino. Ni Dios ni Rey,pero tampoco el orden burgués ni esa parte de la humanidad conver-tida en hormiguero: destruyamos todo lo que podamos y ya veremosque pasa después.

-Las utopías no llevan a ningún sitio, señor Bakunín. Es la econo-mía la que ha movido y seguirá moviendo el mundo y, en este mo-mento de la Historia, es el Proletariado el que tiene la última palabra,pero el Proletariado necesita de instituciones y éstas de hombres quelas dirijan. Ése es el papel de la Asociación Internacional de los Tra-bajadores, cuya dirección es mi responsabilidad.

-No es bueno que nadie dirija al que es dueño de sí mismo. Yo noacepto ningún dios ni ningún rey ni quiero que nadie me tome por

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dios o por rey y, por supuesto, no me doblego ante quien pretendeser el portavoz de la verdad o el indiscutible intérprete de las ocultasy misteriosas fuerzas de la Naturaleza y de la Historia.

Creo que, en ese punto, el doctor Marx se enfadó hasta el punto deseñalar con un gesto y un grito la puerta de salida al señor Bakunín.Éste aún se mantuvo en su asiento durante unos instantes para decircon reposada voz: Usted y yo vamos al mismo sitio por caminosmuy distintos; yo creo en la espontaneidad de las masas y usted en loúnico que cree es en usted mismo; pero, quiéralo usted o no, la Aso-ciación Internacional de Trabajadores no es más de sus aborregadosseguidores que nuestra, es decir, de los que, como yo, no aceptanningún precio por la Libertad.

Fue un bufido y un violento gesto del brazo la respuesta del doctorMarx. Pausadamente, Bakunín se levantó, le dio bruscamente la es-palda y ganó la calle sin mirar atrás..

Cuando comenté con Tussy lo que me había contado mi madre,ella me preguntó:

-Tú ¿con quién te quedas?-De momento, con ninguno de los dos. Sabes que no creo en la re-

volución. Pero no te molestes si te digo que, si tengo que elegir, mequedo, aunque solo sea por un segundo, con el ruso: me parece me-nos materialista.

-¿En quién crees tú, cobarde Freddy?Tardé en responder a Tussy con una frase que pretendí resultara

ingeniosa.-Creo en que me cuesta mucho creer-Valiente majadería. Que con tu pan te lo comas, cobardica.

Adios. Me espera mi viejo franchute.Tussy me besó cerca de la boca y se fue con prisa, casi corriendo, a

la cita con su “viejo franchute”, el periodista y escritor PrósperoLissagaray.

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EL FINAL DE LA ASOCIACIONINTERNACIONAL DE LOS TRABAJADORES

Poco duró la primera etapa de aquel ambicioso proyecto que sellamó la Asociación Internacional de los Trabajadores. Sus se-

siones solían convertirse en trifulcas entre los seguidores de MiguelBakunín, autodenominados comunistas libertarios, y los “socialis-tas científicos” (así les gustaba ser considerados) fieles seguidoresdel Dr. Marx y Herr Engels y que, al parecer, aceptaban gustosa-mente la “disciplina de Partido” e indiscutible autoridad del que re-conocían como maestro: por eso mismo, eran motejados como“autoritarios” por los bakunistas, que se consideraban a sí mismos"antoautoritarios".

Hubo entre ambas facciones y de éstas con los seguidores deProudhon infinitos reproches sobre lo que cada uno hizo o no hizoen la “ocasión perdida” de la Comuna de 1871.

Las relaciones entre “autoritarios” y “antiautoritarios” ya eranimposibles a mediados del 72 hasta el punto de que en el Congresode la Haya (2-7 de septiembre de 1872) se produjo la escisión defini-tiva. Bakunín murió pocos años más tarde (1876) y cada grupo mar-chó por su lado “haciendo la revolución por su cuenta” (era éste elincisivo reproche de los señores Marx y Engels).

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MI BUEN AMIGO GERMAN

Yo vivía entonces en un apartamento, aunque pequeño, dema-siado grande para mí solo. Echaba de menos a mamá Marta

que sobrevivió apenas tres meses a su marido, el inolvidable Rober-to, muerto silenciosamente en su puesto de trabajo.

Creo que a él debo una, llamémosla, prudente desconfianza ante loturbio o no tan claro con que me enfrento en el día a día ¿qué existeinjusticia? Pues claro que sí. ¿Qué cada uno de nosotros puede haceralgo para remediarlo? Naturalmente, empecemos por ahí; pero sinprestar demasiada atención al que busca fidelidad perruna para suspropios fines.

¿En dónde está la verdad de la historia? En cualquier sitio menosen la lucha encarnizada entre unos y otros: eso es lo que habría res-pondido papá Roberto y que a mí, que, diariamente, estoy oyendo locontrario a mi madre, a Tussy, a herr Engels y, de rebote, al doctorMarx... me mantiene en una encrucijada de la que no acierto (o noquiero) salir. Pero os aseguro que no estoy muy cómodo en esta si-tuación, llamémosla de agnosticismo militante..

Para mi amigo Germán todo ya resulta mucho más sencillo.Sustituyó a Ferulón como jefe de taller. Ferulón ¿os acordáis? era

un mal encarado individuo que disfrutaba poniendo zancadillas asus subordinados. Alguien de la alta dirección relacionó su compor-tamiento con el bajo rendimiento del taller y llegó a la conclusión deque el principal responsable de ello era el propio Ferulón; Abrieronconcurso para sustituirle y ganó Germán. Tomada posesión de sucargo, para huir de cualquier muestra de favoritismos, Germán pi-dió a la dirección que me trasladaran a otra sección, previo examende capacitación; la prueba me valió para lograr la calificación deprimer oficial en la sección de matricería.

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A los tres meses del nombramiento de Germán como Jefe de Ta-ller, le duplicaron el suelo en premio al considerable incremento dela productividad. Germán, entonces, se casó con Estela.

Estela, como recordaréis, era una de las amigas de Mary, la “Isol-da” de la que me encapriché a mis dieciocho años y que interpretó asu manera el lenguaje de las flores. ¿Os acordáis del detalle? Le en-vío un ramo de flores y me lo devuelve marchito en una caja de za-patos con la leyenda “déjame en paz, so idiota”... Ya todo estáolvidado para mi bien y, seguramente, para mayor felicidad de la talMary, Isolda de pacotilla.

Lo de Estela y Germán es una sencilla y bonita historia de amor. Araíz de aquel encuentro en el Centro Católico, “no tengo otra cosamejor que hacer”, dice Germán y va con Estela a visitar la cárcel delos calificados como ladrones recalcitrantes: son solitarios deshere-dados o padres de familia sin trabajo a los que, sorprendidos por se-gunda vez robando un pan, unas manzanas o una gallina, hancondenado a no menos de un año de encierro. Son muchos los queno reciben visita de sus familiares o por que no los tienen o por quese han olvidado de ellos. La generosidad de los visitantes volunta-rios es un regalo con el que sueñan toda la semana. Así lo compren-dió el padre Teodoro, para quien el Cristianismo no es más queaplicar lo que llama amor de Dios a los pequeños actos y gestos degenerosidad: no son muchos los jóvenes que creen capitalizar elocio de los días de fiesta siguiendo la invitación del padre Teodoro.Recordaréis que Mary, su novio Juan, Clara y Estela formaban partedel grupo de jóvenes visitadores de cárceles. Entonces Clara meparecía bonita, pero no lo suficiente para sacrificar mis domingoscon gente a la que no conozco de nada.

Mi amigo Germán, el fuertote y noble Germán, actuó de otra for-ma, no sé si por elemental y simple generosidad o porque se dejóconquistar por la bonita boca y la bien conformada figura de Estela.Transcurrieron un par de meses de encuentros y visitas a las cárceleshasta que Germán se sintió enamorado como un colegial y dijo aEstela que quería hacerse católico; fue como una declaración deamor a la que Estela respondió con un suave beso. Les casó el PadreTeodoro. Yo no acudí a la ceremonia por eso del ateismo de mi ma-dre y lo que yo creo un vergonzante prejuicio mío, pero sí que les hevisitado con cierta frecuencia.

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Ahora tienen dos preciosos niños de rizos rubios, grandes ojosazules y mofletes colorados. Me sentía muy a gusto con esa encan-tadora familia. Creo que aquel día fue una sana envidia la que meobligó a echar de menos lo que llaman los poetas el eterno femenino.

Y vino a mi imaginación no la esquiva Mary con aquella teatral yteatrera experiencia que ya os he contado sobre lo de Tristán y lasflores: fue el recuerdo de Luisa, la preciosa amiga de mi prima Eri-ka, el motivo de verme a falta de algo.

Y deseé volver a la mágica ciudad de Tréveris.

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LA GENEROSIDAD DE MI MADRE

No he vuelto a ver a mister Engels desde el día aquel en el que,después de ilustrarme sobre el contenido del libro Das Kapi-

tal, se comprometió a costear mis estudios. No he tenido ocasión derecordarle su promesa, pero creo que mi madre sí que lo ha hecho.¿Respuesta?

-No le veo yo muy socialista a tu hijo...-Creo, mister Engels, dice mi madre que le respondió, que le falta

conocimiento de causa. Yo hago lo que puedo y le hablo continua-mente del Materialismo Histórico y de la necesaria e inminente Re-volución. Puedo asegurarle que me escucha con mucha atención.

-No creo que sea suficiente para hacer de él un líder proletario. Lefalta asimilar al cien por cien los principios de que Dios es una in-vención de los hombres, de que la base de todo lo que existe es laMateria, de que la vieja moral tiene que dar paso a una forma másplacentera de entender la vida, de que la guerra es la madre de todaslas cosas, de que vivimos y debemos vivir en rebeldía permanentecontra la clase capitalista, etc., etc.,.. Todas esas cosas que tú, mibuena Lenchen, ejemplo de personas incondicionalmente dedicadasa la causa, conoces y practicas...

-Y tú, madre ¿qué le respondiste?-Le dije, contestó mi madre en un susurro, que yo seguía creyendo

en lo mismo de siempre y que tú, a nada que se te diese la ocasión deilustrarte, serías el mejor propagandista que pudiéramos encontrar;claro que vales, aunque eres bastante lerdo para comprender lo quemuy pronto todos los obreros aceptarán: estallará una revoluciónque colocará al proletariado al frente de la sociedad. Compréndeloasí y verás la de cosas buenas que puede hacer por nosotros el señorEngels. ¿Qué quieres, Freddy, que yo te diga? Pues que él es elúnico que nos puede ayudar.

-¿Cree herr Engels en todo lo que dice?

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-¿Importa eso mucho? El ha viajado, visto y estudiado mucho; ha-bla, al menos, cinco idiomas, vive su vida sin doblegarse ante nadaque no sea su amistad e incondicional colaboración con el doctorMarx y... yo no le veo con problemas de conciencia. Lo que no pue-do decir de algunos de los que convivimos con el doctor Marx... ATussy, por ejemplo, la veía yo siempre trabajando por la causa hastaque se ha dejado liar por el resabiado Lissagaray, que le dobla laedad... Por no hablar del propio doctor Marx , que siempre está su-mergido en un mar de dudas renegando de sí mismo o de Jenny yLaura, más pendientes de sus hombres que de cambiar el mundo.¡Caramba con los franceses!

-¿Y la baronesa? ¿Qué dice la baronesa de todo esto?-¿Ella? Lamentando siempre los sacrificios sufridos por esa revo-

lución que no acaba de llegar y que, por lógica, convertiría a su ma-rido en el líder indiscutible de la ansiada nueva sociedad,preocupada de lo poco que da de sí el dinero que recibe de ésta o dela otra herencia, de lo tonto que son los obreros que no compran ElCapital, de lo que cuesta la moda y mantener la respetabilidad quecorresponde a su condición...., ¿ella? Ella, aunque desesperadamen-te enamorada de su marido, no cree más que en sí misma y en elpoder del dinero.

-Y ¿qué me dices de ti, madre?-Yo soy una socialista de corazón que huye de otras complicacio-

nes que no sean la de trabajar día tras día hasta que te vea hecho todoun hombre. Y ¿sabes lo que te digo? Que, si no quieres, no necesita-mos a mister Engels ni a ningún otro para costear tus estudios. Sabesque yo me gasto muy poco en mí misma y, puesto que los Marx medebían muchos sueldos y me los han pagado junto con un dinero queles presté... puedes disponer de más de doscientas libras para tus es-tudios, que quiero que sirvan para mejorar tu oficio. He pensadoque podrías ir a vivir con los tíos y matricularte en la Escuela deIngeniería de Tréveris. ¿Te agrada la idea?

-Claro que me agrada viajar a Tréveris, respondí pensando en Lui-sa, la preciosa amiga de mi prima Erika..

-Pues debes apresurarte a preparar tu viaje. Sabes que la prima Eri-ka se casa el 10 de septiembre. Te esperan para esa fecha.

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LUISA, TREVERIS Y YO

Luisa, mi bella amiga de Tréveris, bajó los ojos al saludarme. Laencontré más bonita y más mujer. No muy alta, formas no muy

exuberantes pero sí perfectamente dibujadas, rubia, brillantes y se-renos ojos color de miel... llegó a impresionarme más de lo que yoimaginara. Ha leído mucho y sabe mucho; domina el inglés y se en-tiende bastante bien con el ruso.

Fue mi pareja en el banquete de boda de mi prima Erika. Charla-mos, reímos y bailamos hasta el amanecer. Al despedirnos, le dí unbeso al que ella simuló no responder.

Le había dicho que me gustaría conocer más a fondo Tréveris yella me respondió: Te acompañaré encantada ¿por qué no?

Con Luisa los paseos por la ciudad de Tréveris cobran otro color.Luisa le saca otro color a las piedras al relacionarlas con tal o cualhecho histórico, habla de todo con mucha pasión, dice que no le im-porta llevar el mismo vestido el tiempo que haga falta, se siente ami-ga de todo el mundo y, cosa curiosa, compadece más que envidia alos ricos.

Sin yo tocar el tema me dice que toma muy en serio a la religión¿qué religión?, le pregunto aun sabiendo que es la católica ¡hay tan-tas! y, sin esperar la respuesta ¿por qué la católica?

-Tú eres Pedro, se dice en el Evangelio, y Pío IX es el sucesor di-recto de todos los papas que siguieron después por directa delega-ción del propio Jesucristo; también veo que, a pesar de tantos maloscatólicos, hay también muchos santos. Nuestra doctrina es la quemás claramente habla de un amor que va más allá de la muerte y yocreo en el amor.

-Yo también creo en el amor, la respondí con torpe galantería ymal disimulado acoso. Ella no se molestó ni se dio por enterada y mesiguió hablando de sus creencias y de Jesucristo como del Hom-bre-Dios que todo lo hizo bien.

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-Lo que yo creo, dije yo, es que Jesucristo, si realmente existió fueun hombre bueno, muy bueno... Pero de ahí a ser Hijo de Dios. Pri-mero habría que demostrar que Dios existe.

-Digamos, me respondió Luisa con extraordinaria suavidad, quees mayor problema demostrar que Dios no existe. Y cambió de con-versación sin darme tiempo a reaccionar. De lo que habla después laescucho por que me gusta y quiero conquistarla a base de paciencia,furtivas miradas y algún atrevido gesto. Intento coger su mano y ellase retrae; sigo intentándolo y, al final, cede bajando los ojos, uncomplaciente silencio que yo mantengo hasta que ella me regala conun reproche que me sabe a gloria: eres un pesado, dice pero no retirala mano.

Para Luisa el personaje histórico más importante de Tréveris es laemperatriz Santa Elena. No nació aquí, pero sí que vivió duranteunos cuantos años: -¿Ciudadana de Tréveris?

-Pues sí, me dice Luisa. Según me ha explicado Herr Flütte, ungran amigo de mis padres, Santa Elena residió en uno de los sober-bios edificios que construyó su hijo, el emperador Constantino; es loque hoy llamamos la Basílica. Santa Elena nació en Bitinia en el año247 y murió en Roma en el año 329. La familia poseía una hospede-ría-taberna muy concurrida por funcionarios, mercaderes y solda-dos. Se puede creer que Elena era utilizada por su propio padrecomo foco de atención de la clientela: era muy hermosa y con ente-reza suficiente para resistir las acometidas de los miles de busconesy pretendientes hasta que se dejó conquistar por uno de los habitua-les clientes: el mismísimo Constancio Cloro, un apuesto y refinadopatricio romano, que había sabido ganarse la confianza del propioemperador Diocleciano, quien, junto con su corte, pasaba largastemporadas en el palacio imperial de Bitinia.

-Todo muy interesante lo que me estás contando, pero háblame deti.

-No es una vida muy allá la mía. No salgo con chicos, si es eso loque quieres saber.

-Ahora estás saliendo conmigo.-Lo tuyo es muy distinto: eres primo de mi amiga Erika y no cono-

ces la ciudad en que nació y vivió tu madre.-Pero ya somos amigos,

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-Bueno, sí. Rehuye una mirada mía que quiere envolverla y, en supapel de guía, sigue ilustrándome sobre la historia y las piedras deesta bonita ciudad.

-De Constancio y Elena nació Constantino, quien, como sabes,fue el primer emperador romano que defendió la libertad religiosa.Sucedía esto muchos siglos antes de eso tan bonito y tan poco acep-tado de Liberté, Egalité y Fraternité, que, pomposamente, cantaronlos franceses en 1789. ¿Sabías que en el famoso edicto de Milán,promulgado por Constantino y Licinio allá por el año 313, se expre-sa textualmente que “bajo ningún pretexto, pueda privarse a nadiede la libertad de escoger su religión, tanto si prefiere la cristianacomo otra cualquiera, para que la Divinidad, libremente, nos conce-da en todas las cosas su favor y benevolencia?”. Claro que, en con-tradicción con ese buen principio de respeto cristiano, es el mismoConstantino quien, por razones políticas y ya gobernando en solita-rio el inmenso imperio, persiguió implacablemente a los nocristianos e hizo del Cristianismo la religión oficial del Imperio.

-Un poco exagerado ¿no?, comenté.-Eso creo yo, respondió Luisa: el verdadero Cristianismo se forta-

lece con la libertad de elegir otras ideas y formas de vida. Claro quela buena cristiana fue santa Elena; de su hijo yo no me atreveré adecir tanto.

****************-¿Tomamos algo, le pregunto a Luisa?-¿Por qué no? Eran las siete de la tarde y entramos en una cervece-

ría escasamente iluminada. Allí hablé a Luisa de mi vida, de mi año-ranza de un padre; de mis dudas sobre esto y aquello y ¿por qué no?de lo solo que me sentía. –Ya encontrarás lo que buscas, me dijo altiempo que jugaba con mi mano.

No pasó más sino que bebimos nuestra cerveza y, de nuevo, nosencontramos en la calle, ella con su relato y yo decidido a traerla ami terreno, un terreno en el que ya me había propuesto robar suinterés. Ella seguía empeñada en que me identificase con lo mássubstancial de la bella ciudad de Tréveris, para ella la presencia his-tórica de la madre de Constantino el Grande.

-Según Herr Flütte, me contaba, Santa Elena decidió peregrinar aTierra Santa tras haber tenido una revelación celestial. Movida por

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un presentimiento, llegó a Jerusalén, en donde una antigua tradiciónque corría de boca en boca decía que no habiendo tenido los discípu-los de Cristo ni el valor ni los medios para llevarse con ellos el leñode la Santa Cruz, ésta había sido enterrada. Desde el momento enque santa Elena conoció la leyenda sintió el impulso de encontrarella misma la Santa Cruz. Se trasladó hasta Jerusalén, en donde ini-ció la labor de búsqueda. Recurrió a la oración, consultó a los cris-tianos, hizo venir a sabios judíos, y todos convinieronunánimemente en que la Cruz había de hallarse en el monte Calva-rio, el mismo lugar en que Jesucristo había sido crucificado y luegoenterrado hasta el tercer día en que resucitó.

Los siglos de paganismo bajo los auspicios de la dominación ro-mana habían cambiado substancialmente las cosas: allí mismo, en lacima del Calvario, habían erigido un templo a Venus Afrodita. Su-perando la resistencia del poderoso círculo pagano y otras mil difi-cultades, Santa Elena hizo demoler inmediatamente el templo ydirigió personalmente las excavaciones hasta encontrar tres cruces.Creyendo que una de ellas debía ser la sagrada Cruz que sirvió depatíbulo a nuestro Señor Jesucristo, recurrió a la sabiduría de sanMacario, obispo de Jerusalén, quien propuso llevar las tres cruces acasa de una mujer enferma de gravedad. Todo el pueblo cristianoacompañó la prueba con oraciones. Dos de las cruces no surtieronefecto alguno; no así la tercera, cuyo simple roce sanó inmediata-mente a la enferma. Según cuentan las crónicas, esta sagradareliquia fue el estandarte que, enarboló el emperador Constantino ensu batalla contra su opositor Magencio

Santa Elena siguió con sus excavaciones a la búsqueda de otros re-cuerdos de la presencia de nuestro Señor Jesucristo, que, según sedecía y ella creyó, habían escondido los primeros cristianos para li-brarlos de la profanación de sus perseguidores. Fue así como encon-tró la Sagrada Túnica que trajo a Tréveris, nuestra ciudad. La confióa San Agricio, que había sido nombrado obispo por el Papa San Sil-vestre. En recuerdo de ello, el 13 de enero, día de San Agricio, esuna de nuestras principales fiestas.

-Voy a estar aquí unos pocos meses ¿podré verte todos los días?-Si tú quieres....-Somos muy amigos ¿verdad?

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-Claro que sí; pero déjame ahora que siga con mi historia. Sabrásque, hace ya unos cuantos años, en 1844, el obispo Arnoldi, contoda solemnidad, mantuvo expuesta la Sagrada Túnica en el altarmayor desde el 18 de agosto al 6 de octubre. El acontecimiento atra-jo a más de un millón de peregrinos y se dice que, entre ellos, hubomuchos enfermos que se recuperaron milagrosamente.

Pensé entonces que lo de la Túnica era una de tantas fanáticas su-posiciones que distraen a las gentes de la verdadera realidad de lascosas. En su mirada de respuesta Luisa reflejaba una cautivadora ysuave ironía que rompía toda mi capacidad de análisis...

-El doctor Marx ha nacido y crecido en esta bonita ciudad y nocree nada de eso, fue el argumento más sólido que encontré como ré-plica al relato de Luisa.

-Según creo, ese señor presume de ateo.. A saber si, en el fondo,no tiene sus dudas. A mi familia el que tú llamas doctor Marx no noscae mal del todo. No así la baronesa, siempre pegada tontamente asu vieja prosapia.

-¿La conoces?-Confieso que la he visto un par de veces, lo suficiente para recor-

darme un mundo que no tiene sentido. Todos somos iguales a losojos de Dios, eso es lo que yo creo. Solamente que, a lo largo denuestra vida, usamos de mil trucos para disimular la necesidad quetenemos unos de otros. ¿No es un pobre diablo aquel que se conside-ra superior como persona porque tiene más dinero o cuenta con unapellido que suena más?

***************Me asegura Luisa que, en Tréveris, hasta las piedras hablan de

Dios, que las conversaciones más frecuentes entre unos y otros giranen torno a la Religión, que lo principal de la ciudad es la Sagrada Tú-nica. Accedí a visitarla por simple curiosidad. Estaba en una de lascapillas de la Catedral convertida en lo que Luisa llamó Schatzkam-mer o cámara del tesoro: verdaderas maravillas de sucesivas genera-ciones de orfebres y sobre una especie de altar portátil muy antiguo,encerrada en una vitrina, allí estaba la famosa Reliquia: una túnicade color pardo con las mangas desplegadas en forma de Cruz.

-¿Cómo estás tan segura de lo que creéis?, pregunté a Luisa.

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-Díme tú ¿qué prueba tienes de que no sea cierto todo lo que te hecontado?

-Ninguna, ésa es la verdad.-Pues admite la posibilidad de que sea cierto del mismo modo que

no te planteas dudas sobre si será verdad o mentira historias como lade que Julio César derrotó a los treveros y romanizó nuestra ciudadallá por el año 54 antes de Jesucristo.

****************Luisa hacía de amanuense en el Obispado mientras que yo trabaja-

ba cuatro horas en una fábrica de cintas transportadoras y seguía misestudios de ingeniería. Yo comía y dormía gratis en casa de tíoHans; por ello me podía permitir obsequiar a Luisa con pequeños re-galos y bonitas excursiones, como la de aquel domingo de agostodel año 1874.

Muy de mañana, habíamos tomado el barco que, por el Mosela,lleva desde Tréveris a Koblenza. Luisa disfrutaba ilustrándome so-bre sus conocimientos de Historia. Para ella el Mosela y sus riverasera mucho más que simple geografía. Se imaginaba las idas y veni-das de trirremes romanas con los más bravos generales del Imperiodesde Julio César y Augusto hasta Constantino... todos ellos con elánimo de conquistar el mundo hasta tropezar con la infranqueablefrontera que debió de ser el Rhin. Línea divisoria de dos mundos:aquí el refinamiento y la molicie de un mundo agnóstico que se ríede todo hasta divinizar a los más peleles de sus emperadores; unmundo ya muy viejo, pero que se mantiene porque es alimentadopor el sudor de los más débiles y por la sangre de los más nobles; almundo del otro lado las leyendas le pintaban como habitado porguerreros infatigables, dueños o esclavos de hembras que vivían so-lamente para el placer o la guerra, unos y otras adorando a feísimos,terribles y vengativos dioses como Wothan o Thor cuyas dádivashabituales son el miedo y el fuego; pero seguro, apunta Luisa, queno fue un mundo como el que pintan las leyendas; quiero creer que,entre los germanos de entonces, había muchos héroes todo noblezay sacrificio como Sigfrido y muchas mujeres enamoradas hasta lamuerte como Brunilda, que renunció a la imbatibilidad en la batallapara sentir y amar como mujer.

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-Lo viejo y lo joven, dice Luisa, tenían como frontera el Rhin. Trasmil batallas, no encontraron mejor solución que la de aproximar po-siciones en una larga y dolorosa fusión de saberes y creencias. Nece-sitaban una nueva fé que cubriera los vacíos de una y otra culturay.... llegó el Cristianismo.

-Tú, Luisa, encuentras en el Cristianismo la solución para todo.-Para todos los problemas claro que hay solución en el Cristianis-

mo.-¿También para el problema de la soledad?-Ese es el problema que mejor resuelve el amor entre cristianos.-Yo no soy cristiano y...-A saber lo que tú eres, me cortó Luisa, no dejándome entrar en

materia.Claro que yo no me amilané y a punto estuve de estrecharla entre

mis brazos cuando el barco dio un bandazo que me arrojó contra elsuelo. Ella me ayudó a levantarme y, adivinando mis intenciones,me dio un cariñoso coscorrón.

-Asegúrate primero, antes de decir o hacer algo de lo que te puedasarrepentir

A poco, llegamos a Koblenza. Para Luisa todas las piedras teníansu historia; recuerdo sus ilustraciones sobre una antiquísima iglesiadedicada a san Cástor; también recuerdo sus explicaciones sobre elMercado, que, una vez al mes, se convierte en el hervidero de tratan-tes de vinos y ganaderos; me dejé impresionar por el soberbio casti-llo del Elector pero, sobre todo, recuerdo lo que ocurrió a la caída dela tarde. Habíamos subido hasta la roca en que se asienta la fortalezade Ehrenbreitstein. El sol se ocultaba tras los árboles de la otra orillay teñía de rojo, muy rojo, a los árboles, al río y al cielo: era como siestuviera vomitando todo su fuego sobre el Rhin.

-No es lo que parece, dice Luisa. Es el río el que absorbe el fuegodel sol para fundir todo su oro y forjar el anillo de los Nibelungos, elanillo que simboliza todos los misterios de la vida y de la muerte. Esel mismo fuego que, según las leyendas cristianas, redujo a cenizas atodos los dioses de la guerra y del vivir animal. ¿No crees que es apartir de estas cenizas cuando ha empezado la verdadera historia dela Civilización?

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Un soplo de imaginación me hizo ver al doctor Marx tratando dearrebatar ese anillo al jefe de los Nibelungos, soplo que se desvane-ció enseguida porque, justamente entonces, encontré a Luisa comoesperando el abrazo que la dí. Olvidé al doctor Marx, a toda su fami-lia, a mi madre y todo lo que hasta ese momento formaba parte de mivida.

Fue un beso suave el principio y, al poco, de un amor que nos hadado dos hijos y que dura hasta hoy.

Le dije por carta a mi madre que me casaba y ella se lo tomó a bro-ma; insistí y, cuando la convencí con una nueva carta en la que incluíun saludo de Luisa, lo tomó muy a mal, especialmente por mi propó-sito de aceptar la ceremonia católica. Yo no me presto a esas pampli-nas, me contestó y no vino a la boda.

Erika y mis tíos sí que estuvieron. Todo muy sencillo aunque tam-bién muy solemne (te juro que no veo contradicción en lo que digo).Sencillo por que todo parecía muy normal y solemne por que fue elpropio obispo Matías Eberhard el que ofició la ceremonia en reco-nocimiento al buen trabajo de Luisa, su amanuense.

Este obispo era un terco y duro enemigo de la Kulturkamp, esadoctrina político-religiosa que, a modo de pensamiento único, pre-tendía imponer Bismark, el llamado canciller de hierro. Al valienteobispo ello le valió varios meses de cárcel y la retirada de todaconsideración social.

Cuando, en la entrevista que, a petición de Luisa, me concedió elObispo, yo le hice ver mi absoluta indiferencia en materia de reli-gión; él sonrió amablemente al responder: Haces muy bien si ello teda tranquilidad de conciencia. Dejemos el problema en manos deDios...

-No creo que Dios exista, le repliqué.-Claro que no existe el dios que imaginan o dicen imaginar los dis-

cípulos de mi querido compatriota, el doctor Marx; tampoco creoque exista el dios tapadera al que acuden muchos cristianos. El Diosen el que yo creo respeta tu libertad y quiere ser tu amigo, aunque túte resistas a ello. Dicho esto, me preocupa este matrimonio vuestro:no sé que le has dado a Luisa que está muy enamorada de ti. Y Luisaes católica, seriamente católica, tanto que renuncia a ti si tú no te

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comprometes a respetar su forma de vida y a permitir que vuestroshijos sean educados en la religión católica.

-¿Renunciaría a mí, dice usted?-De ello no te quepa la menor duda.-Dígame entonces, ¿puedo fiarme de ella cuando por tan poquita

cosa está dispuesta a lanzar al traste todo lo nuestro?-Alto ahí, no es tan poquita cosa un serio compromiso cristiano.

Ella no está ahora casada contigo y estáis a tiempo de calibrar lo queos conviene o mejor responde a vuestro proyecto de vida. Fíjate enque no te pide que finjas creer en lo que no crees: te quiere libre ysincero, pero respetuoso con su libertad y su sinceridad. ¿Qué nocrees en Dios? Luisa cree por los dos; démosle tiempo al tiempo y tulibertad hará el resto. Lo único que te pido es que respetes la libertadde ella, que procures que tus hijos conozcan el Evangelio y que ledes tu palabra de honor de quererla y respetarla hasta el fin de vues-tros días. Si te sientes con el valor de formular ese compromiso, loratificarás en la ceremonia, siguiendo el formulario que los católicostenemos para estos casos.

No cabía otra solución y di mi conformidad.Luisa estaba deslumbrante: vestida de blanco y coronada con ro-

sas blancas, recordaba estampas de otros tiempos; pero, para mí, logrande fue la tranquila ilusión con que formuló un estremecedor, síquiero. Yo, por encima de las palabras que repetían las del obispo,la juré amor eterno y, al instante, me sentí liberado de un millón deprejuicios...

Claro que no todo ha sido cómo, aquel memorable y felicísimodía, nos imaginamos que iba a ser.

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EL REGRESO A LONDRES

Volvía yo a Londres como en regreso triunfal: una bonita y ena-morada esposa, un difícil idioma alemán a medias aprendido y

un flamante diploma de ingeniero en manipulación de metales.Mi madre había amueblado y decorado para nosotros un pequeño

apartamento propiedad de herr Engels.-Lo tenía vacío y yo le he convencido de que os lo alquile a precio

razonable. Os cobrará la mitad de lo habitual en esos casos y hastaque no estéis bien asentados en Londres no os cobrará la primeramensualidad. El es así de generoso. Tendréis que ir a darle lasgracias.

El apartamento estaba ubicado en Maitland Park, muy cerca de lanueva mansión de los Marx. Mi madre había complementado lossencillos muebles con colchas y cortinas que ella misma había con-feccionado. Dice que ahora le sobra tiempo y que tiene que haceralgo con él. Para su responsabilidad como administradora y ama dellaves de los Marx, que ahora nadan en la abundancia, mi madrecuenta con tres doncellas y un secretario: Dispone de tiempo parapasear a sus anchas y hacernos frecuentes visitas. Se ha reservadopara ella una de las tres habitaciones de nuestro apartamento y allínos esperaba dando los últimos toques a la pintura de la puerta deentrada..

Con Luisa fue extraordinariamente amable:-Ya que te has casado con mi hijo, no tendré más remedio que con-

siderarte mi hija. No fui a la boda por eso del viaje y lo poco que megusta participar de esas viejas historias con la religión en medio. Séque no me lo tendréis en cuenta. Desde ahora mismo os dejo vivirsolos en este lindo apartamento. No perdáis el tiempo y dadme ense-guida un primer nieto; pero que sea socialista, como su abuela...

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-O ni lo uno ni lo otro como su padre, respondí con amable retin-tín.

-Ya hablaremos de esto cuando se te pase la fiebre del casorio.Luisa no dijo nada hasta que, aprovechando un descuido de mi

madre, me susurró al oído: Recuerda lo que has prometido delantedel obispo Erhard.

-Lo cumpliré, respondí sin temor a ser oído por mi madre.-¿Qué tienes que cumplir?, quiso saber mi madre.-Me dice Luisa que siente curiosidad por conocer al doctor Marx,

disimulé.Ya llegará el momento apropiado, respondió mi madre. El que sí

tiene ganas de felicitarte y conocer a tu mujer es mister Engels.Quiere que vayáis a visitarle a Manchester mañana mismo.

-Ah, sí, el casero, respondí yo. Iremos si le parece bien a mi mujer-cita.

-Qué tonto eres ¿cómo no me va a parecer bien?

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UN BURGUES COMUNISTA

Para visitar a mi tocayo, herr Engels, tomamos el recién estrena-do tren que va de Londres a Manchester. Teníamos un departa-

mento para nosotros solos. Luisa quería saber todo sobre el doctorMarx y herr Engels, a los que ella consideraba cristianos al revés.

-Herr Engels y el doctor Marx se conocen desde hace más detreinta años. Ninguno de ellos hace nada sin la aprobación o colabo-ración del otro. No tienen otra obsesión que la de convencer a todoslos que les quieren oir de que es la suya la única idea válida paracambiar el mundo y resolver todas las desigualdades sociales; paraello escriben, se reúnen y gastan todo lo que pueden como en las re-voluciones del 48, en la que el doctor Marx se arruinó comprandoarmas en una aventura que le llevó a la cárcel. Dice mi madre que eldoctor Marx habría podido pagarse durante muchos años todas lascomodidades de una familia burguesa con su fortuna personal y ladote de su mujer, la baronesa; pero que lo gastó todo en armas paralos revolucionarios que luchaban en las barricadas. Algo así tam-bién hizo el señor Engels a diferencia de que éste no tenía familiaque mantener y contaba con la ayuda de su padre, un industrial deBremen, inmensamente rico, mientras que el doctor Marx dependíade la fortuna de su mujer y de lo que pudiera aportar con su propiotrabajo si es que podía lograr que le pagasen por ello. Fueron tiem-pos en que los Marx gastaban más de lo que ingresaban, incluidoslos ahorros y sueldos de mi madre. Ello duró hasta que mister Engelsheredó los prósperos negocios de su padre y tuvo suficiente dineropara subvencionar la forma de vida de la familia Marx.

Ahora herr Engels alterna los negocios con múltiples reunionescon políticos de todos los colores, con frecuentes visitas al doctorMarx y con sus actividades intelectuales siempre orientadas en unmismo sentido: según dice mi madre, es el más convencido de los

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ateos y vive obsesionado por encontrar argumentos para demostrarque no existe Dios. Por demás, nada escribe el doctor Marx sin queél lo examine y aporte sus ideas, que, yo creo, no son siempre las deldoctor Marx, aunque, cara a los demás, aparentan estar en todo ab-solutamente de acuerdo. Ninguno de ellos hace nada sin la aproba-ción o colaboración del otro. Mi madre, que les conoce muy bien alos dos, me cuenta que, mientras que el doctor Marx no afirma ni es-cribe nada que no haya contrastado con lo que él entiende por reali-dad, mister Engels tiene tres o cuatro ideas preconcebidas y de ahíno hay nadie que le saque, siempre que ello no perjudique a lo que élllama revolución en marcha.

Herr Engels también se diferencia del doctor Marx en que tienemuy bien organizada su vida, una vida muy parecida a la de susodiados burgueses. Le sobra tiempo para atender sus negocios, es-cribir sobre esto o aquello, dirigir el movimiento proletario, partici-par en cualquier revuelta, para llenar sus vacíos sentimentales connumerosas señoras que le admiran y se le entregan y, también, parapracticar deportes al estilo del de la caza del zorro. Dice mi madreque persigue al zorro con más empeño que nadie, que maneja su pro-pio caballo como nadie y que disfruta saltando arroyuelos y cabal-gando a toda velocidad entre vericuetos y riscos sin detenerse anteninguna dificultad.

Luisa había seguido mi explicación sin rechistar y apretada cari-ñosamente contra mí.

-Todo un personaje este mister Engels, comentó para luego pre-guntarme. Y a ti ¿te convence su forma de vivir?

-Eres tú la que me convence.-No te lo tomes a broma...-Es la verdad... No son tus ideas: eres tú. Él es egoísta y creo que

va a lo suyo. Tú piensas en mí, por lo que veo, tanto como en ti mis-ma: Haremos una buena pareja para muchos años.

-Más te vale... Te preguntaba si no envidias eso de la buena vida,el dinero de sobra, la caza del zorro, los infinitos compañeros yamigos.

-¿Qué quieres que te diga? Yo no envidio nada del señor Engelsni, tampoco, de la familia con la que trabaja mi madre.

-¿No son los Marx otra cosa?

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-El doctor Marx algo diferente de su amigo sí que es. A mí me pa-rece que, mientras que el doctor Marx vive para sus ideas, herrEngels todo lo hace para que hablen de él. Luego está la baronesaJenny con dos amores intocables: su hombre, el terrible oso, talcomo le llama, y un linaje aristocrático del que según creo, hablacontinuamente venga o no a cuento. Luego están las hijas, muy fie-les a las ideas de su padre, pero rebeldes en lo que él llama disciplinafamiliar, sobre todo, en cuestión de amores. Claro que todos ellos,incluida mi madre, presumen de ateos. Tanto, tanto que a mí meparece que han hecho del ateísmo una religión.

-Y tú ¿qué piensas de Dios?-Que vivo tranquilo sin creer en Él.-¿En qué crees, si no crees en Dios?-En muchas cosas: en ti por ejemplo.Ella me vio azorado y molesto con la continuidad de la conversa-

ción y, por primera vez, tomó la iniciativa de un beso. Ya estábamosllegando al final de nuestro viaje.

Mister Engels me recibió con un fuerte abrazo y besó la mano deLuisa al estilo francés.

-Gracias por el bonito apartamento que nos ha alquilado usted atan buen precio.

-Es lo menos que puedo hacer por el aburguesado hijo de la fielLenchen y de su encantadora y joven esposa.

Después de los parabienes iniciales y un copioso almuerzo, herrEngels nos hizo entrar en su despacho. Amplio, lujoso y limpio, in-cluía una muy ordenada y repleta biblioteca ¿dos mil títulos? Puedeque más.

-¿Los ha leído usted todos?, preguntó mi mujer.-Casi, casi... Algunos varias veces, otros apenas hojearlos. Lo no-

taréis por el aspecto exterior... Reparad en éste de Carlos Darwin:me lo sé de memoria.

-¿Tan importante es?-Por supuesto: viene a confirmar lo que Marx y yo venimos di-

ciendo desde hace ya casi treinta años. Es una pena que, a pesar desu revolucionario descubrimiento, el señor Darwin siga anclado alos prejuicios de hace siglos. Bien podía haber aceptado la propuesta

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de colaboración que Marx y yo le hemos ofrecido a través de uncomún amigo, Eduardo Aveling.

No necesitamos preguntar qué era lo que el doctor Marx y herrEngels venían diciendo desde hace todos esos años. Él siguió ha-blando con una larga explicación, coincidente ce por be con lo quemi madre repetía infinitas veces: todo viene y va a la materia y sehace lo que se hace a base de enfrentamientos entre unos y otroselementos.

-¿Está usted seguro? Preguntó Luisa después de haberle escucha-do atentamente.

-Claro que sí. Y si cabía algún resquicio para la duda, viene ahoraeste libro del señor Darwin con argumentos y pruebas apabullantes:resulta que todo viene de un tronco físico común y que, por reaccio-nes químicas de lo más natural, se divide, choca, se une y se une paravolverse a dividir y chocar hasta formar realidades superiores, queno dejan de luchar entre sí para contribuir a la selección natural delos más aptos y de los que mejor entienden el meollo de la realidad.Es lo que llamamos dialéctica que el bueno de Hegel tenía aparcadoen lo estrictamente ideal hasta que Marx y yo lo hemos descubiertoen la forma de ser de lo único que realmente existe: la Materia, esomismo que, por caminos que muy bien señala Darwin nos ha llevadoa la vida, luego al pensamiento, a toda esa agitada historia entre lasclases para, finalmente, abrirnos el camino de la plena realizaciónhumana. Venís en un momento en que, precisamente, estaba yo re-flexionando sobre ello en carta a Lavrov, un ruso, que, recientemen-te, ha publicado un estudio que titula, “El socialismo y la lucha porla existencia” y que, de alguna manera, adultera los principios bási-cos de nuestra teoría. ¿Queréis que os lea mi respuesta que, nonecesita deciros, comparte en todos sus términos mi incondicionalamigo y admirado maestro Marx?

Y, sin esperar nuestra respuesta, nos leyó una carta en la que, se-gún recuerdo, venía a comparar a ciertos naturalistas, cuyo nombreno recuerdo, con su admirado Darwin, quien, al parecer, había en-contrado el secreto en que se apoyan las leyes de la Naturaleza loque, para herr Engels significaba que la Naturaleza y la Historia semantienen por similar especie de guerra: la lucha a muerte entreunos y otros hasta que el más fuerte restablece el equilibrio.

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Luisa había seguido con mucha atención la lectura de la carta; alfinal, cortés, pero muy valientemente, hizo a herr Engels la siguientepregunta: -¿No cree usted que el amor entres las personas es másfuerte que el odio?

-A nivel social, respondió herr Engels, el amor es una mercancíamuy escasa; tan escasa, tan escasa, que yo diría resulta insignifican-te y hasta inconveniente..

-No estoy en absoluto de acuerdo con usted. Desde que tenemosuso de razón, nos sentimos invitados a ser útiles a los demás, es de-cir, a orientar nuestra vida en el amor al prójimo siempre desde lalibertad...

-Veo, jovencita, que habla usted como si no existiera el mundoque la rodea.

-Claro que existe y (señalándome a mí, su marido, continuó conuna dulzura que me supo a gloria) también existe este atolondradoingeniero que dice que me quiere mucho.

-El amor de ese ingeniero es algo así como muy natural instinto ypalabras, muchas palabras.

-¿No cree usted en el sacrificio voluntario de unos por otros?-Creo en el sacrificio por necesidad, nada más que por necesidad.

Lo habitual y lógico es un egoísmo de muchos colores, pero con undenominador común: la lucha por la perpetuación de la especie. Yasí sucederá hasta que una de las clases en que se divide la especiehumana rompa sus cadenas y se convierta en árbitro de la historia.

-¿Habrá paz entonces?-Estoy seguro de ello, respondió sin mirar a Luisa.Lo que quiere decir que admite usted un estado de generosidad en-

tre los humanos.-Digamos que cada uno aportará lo que pueda al tiempo que recibe

lo que necesita... Eso no es generosidad: es una consecuencia de lamarcha de la historia, algo que el socialismo nos muestra con rigorcientífico.

-Yo creo, apuntó Luisa muy suavemente, en otro camino en que elservicio al bien de los demás abre etapas de mayor libertad y, tam-bién, de mayor prosperidad. Es un camino iniciado con el sacrificio

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del Hijo de Dios, un personaje histórico que, según creo, vivió enverdad y todo lo hizo bien.

Como respuesta, el señor Engels se levantó de su asiento y, trasuna breve ojeada por las estanterías repletas, tomó un libro que ce-dió a Luisa: David Strauss, que aún vive, escribió su Vida de Jesús,desde la perspectiva de un pastor luterano. Léala y dígame despuéslo que piensa.

-No soy luterana, soy católica y sé bien que se han escrito infinitasinterpretaciones muchas de ellas desde la principal intención de ga-narse la vida con originalidades carentes de humildad y sin directarelación con la realidad.

-Y tú, Freddy, ¿en qué crees? Era como si el señor Engels quisieradar por zanjada la discusión con Luisa. Yo hubiera preferido seguirsiendo mudo testigo de la polémica. Me sucede, además, que, delan-te de herr Engels, más que aturdido me encuentro como cohibido¿no se dice por ahí que herr Engels es mi padre natural? No lo creodel todo, pero...

-No creo en más de lo que pueda ver o tocar y que, si quiero algo,lo tengo que ganar por mí mismo. Tanto mejor si encuentro a al-guien que me ayuda por que me quiere... El socialismo parece buenacosa pero ¿será capaz de cambiar el mundo?

-Este socialismo nuestro claro que sí. A ti lo que te pasa es que teha liado esta interesante chica y que te liará mucho más.

-De momento, dije para no seguir con esa conversación, lo únicoque sé es que soy un ingeniero enamorado.

-Si necesitas un buen empleo, acude a mí: tengo muy buenos ami-gos.

-Se lo agradezco, pero, antes, me gustaría probar por mí mismo.-Yo también pienso trabajar un tiempo, dijo Luisa.-Os ayudaré siempre que lo necesitéis.Ya de regreso a Londres, me sobresaltó el oir a Luisa.-Diga lo que diga tu tío Hans, este señor Engels no es tu padre.Ésa fue la primera vez que me enfadé con Luisa, tanto más por ha-

berlo dicho con absoluta naturalidad como si el drama de mi vida nofuese tal drama.

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-Nunca he pensado que él pudiera ser mi padre. Y, con rabia, aña-dí: no quiero que sea mi padre. Yo nací por un momento tonto de mimadre con cualquiera de los revolucionarios o aventureros que, poraquellos años, venían a visitar al doctor Marx.

Vi a Luisa compungida por el espontáneo desliz; yo seguí hoscodurante unos minutos hasta que me miró ella como un perrito falde-ro que acaba de hacer una travesura.

-El tío Hans, hablé hablé atropelladamentey casi con rabia, es uncharlatán inventor de historias. Mi madre me habría dicho algo sifuese verdad lo que el tío Hans insinúa: como has podido ver, el se-ñor Engels disfruta sintiéndose importante con los que le rodean:con mi madre y conmigo se comporta como se comporta porque mimadre se lo merece y él lo sabe. Pero sabes que, pudiéndolo hacer,no me ha ayudado en mis estudios: me reprocha el que no compartoce por be su afán por convertir al mundo en un rebaño. ¿El mi padre?Ni hablar ... Fíjate que, con bastante mala intención, oí a Jennychencomentar que yo había nacido pocos meses después de la visita delsocialista alemán y judío, Fernando Lasalle. Mi madre se enfadóinfinito cuando se lo insinué: En qué poca estima tienes a tu madre,me dijo tratando de no llorar...

Callé, considerando que ya había hablado demasiado sobre untema en el que no quería entrar.

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LAS FELICITACIONES DEL DOCTOR MARX

Mi madre nos esperaba en la puerta de servicio. Nos había di-cho que el doctor Marx tenía mucho interés en felicitarnos

personalmente y nos concertó una cita para las once en punto.Cuando dijo mi madre “faltan diez minutos que podemos aprove-

char para conocer a la familia” esperábamos la presentación de labaronesa o de Jennychen y de Laura, que, con los maridos, estaríande visita en casa de sus padres... ¿tal vez Tussy, mi entrañable amigaTussy, que, por fortuna, habría roto con ese amante?

Lo que vimos fue una serie de retratos alineados en el pasillo quellevaba al despacho del doctor Marx.

-Esta primera, explicó a Luisa mi madre, es la baronesa, FrauJenny Marx en su época de soltera; eran tiempos en que traía de ca-beza a toda una legión de nobles o burgueses pretendientes. Era her-mosa y elegante cuando yo no pasaba de una zarrapastrosilla dedoce años al servicio de su madre, la baronesa Carolina von West-phalen. En este otro retrato podéis verla menos joven y deslumbran-te: había parido ya cinco veces y no iba muy bien la economía de lacasa, tanto que yo tenía que hacer doble jornada trabajando en la fá-brica de cerillas. Esta es Jennychen con ocho años, ésa es Laura, máso menos, a la misma edad, aquí las dos hermanas ya mocitas, en esteotro retrato Jennychen con su primer vestido largo, aquí Laura conla misma edad y el mismo vestido dos años más tarde. Fíjate de nue-vo en Laura junto a su marido Pablo Lafargue, el médico mulatoque nos la engatusó nada más aparecer por aquí con ese aire que veisde alma atormentada y de intelectual de altos vuelos; yo le regalé aLaura ese sombrerito de paja tan gracioso. Esta niñita es Leonor,nuestra pequeña Tussy; la veis en los años en que corría detrás de ti,Freddy, nada más verte; bonita y desafiante, capaz de envolver consu palabrería a cualquier pedante intelectual, pero también enamora-diza hasta la estupidez: fijaos en que, con solo diecisiete años, ya sesentía plenamente realizada como mujer, quería hacer la revolución

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por su cuenta y se fue de casa tras un tal Lissagaray, otro francés malnacido que la dobla la edad y no tiene mayor mérito que el de habervivido en París durante la semana sangrienta del 71.

Mi madre no ocultaba un singular aprecio por Tussy.Ya, al final del pasillo, dos retratos, uno enfrente del otro. Ambos

representan al doctor Marx con treinta años de diferencia. Al trope-zar con la imagen del que me ignoraba siempre que me veía, no pudereprimir un ramalazo de odio que guardé muy bien dentro de mí.

–Qué personalidad, exclamó Luisa impresionada por la penetrantey altiva mirada que destaca sobre el fruncido ceño de las espesas ce-jas, una amplia frente como de piedra y la nariz con la punta ligera-mente encorvada sobre el negro de un bigote que simula una irónicasonrisa: un desafiante rostro en el marco de una abundante barba yencrespados cabellos blancos que evocan las crines de un león.

¿No creéis, comentó mi madre con amable ironía, que el Moro,oso fiero, se parece a uno de esos terribles dioses reyes de la anti-güedad? No sé por que lleva esa repelente barba que le come la figu-ra; veis que aquí, muy joven y sin barba, no está nada mal. Era eldaguerrotipo de un joven de veinte años con largas patillas, prolon-gación de una rizada y espesa cabellera muy negra, la misma miradadel viejo, con bigote recortado al estilo romántico y una especie deuniforme, seguramente, el que vestían los universitarios berlinesesde aquellos años.

Luego de examinar ese retrato, Luisa me dirigió una mirada que,entonces, llegó a parecerme absolutamente inoportuna e indiscreta.(La verdad, nunca después, le pregunté a Luisa por la extraña curio-sidad que reflejaba su mirada de aquel momento).

Tras golpear ligeramente la puerta, mi madre nos introdujo en eldespacho del doctor Marx. Muy amplio y lujoso como el que corres-pondía al mayor sabio de todos los tiempos, que dice herr Engels, aleconomista que va a cambiar el mundo, según mi madre, al Presi-dente de la Asociación Internacional de los Trabajadores, que es elcargo que ostentaba en la ocasión de nuestra visita (algo, a decir ver-dad, más teórico que real y que, entonces, estaba a punto de desapa-recer, ya con la sede en Nueva York, ciudad que nunca visitó eldoctor Marx).

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Allí, de mediana estatura, anchas espaldas, desaliñado aspecto apesar de la nada barata levita que lleva abotonada de través, con son-risa que pretendía ser cortés estaba él, el doctor Marx. No se levantóhasta el último momento, diríase que en deliberado gesto por mar-car distancias, muy al contrario de como sucedió en el recibimientode mister Engels, refinado maestro de modales burgueses.

-A Freddy, mi hijo, ya le ha visto usted más de una vez, Herr Karl.Le presento a mi nuera. Ve usted que Freddy ha sabido elegir: es delas chicas más bonitas de Tréveris, vecina de mi hermano Hans ymuy amiga de mi sobrina Erika.

El doctor Marx extendió la mano que estrechó Luisa, mi mujer; amí me dirigió una distraída mirada y me saludó con un ligero movi-miento de cabeza y un buenos días, Freddy. Luego, en un alemánque, como sabéis, entonces yo conocía a medias y que, en aquel mo-mento, además de inoportuno, me resultó particularmente enfático ysonoro, se dirigió a Luisa.

-Me agrada conocerla, frau ..-Demuth que es el apellido de mi marido, respondió Luisa en un

inglés que me sonó a música. Luisa Demuth, continuó, es mi nombrecompleto. Soy de la familia de los Baumgarten, que tal vez hayaconocido usted.

-Yo, recordó el doctor Marx en alemán, tuve un compañero de es-tudios llamado Bruno Baumgarten, Bebé, le llamábamos: era alto,fuerte, muy serio y no aceptaba muy bien la broma del mote.

Luisa acudió de nuevo al inglés para responder: -Era mi padre.-¿Era? ¿quiere usted decir que ya no vive? -el doctor Marx com-

prendió que debía esa deferencia al único de los cuatro que apenasentendía el alemán y siguió la conversación en inglés.

-Se lo llevó el Señor cuando yo tenía seis años.-¿Se lo llevó el Señor? Eso significa que ha muerto ¿no es así?.-Naturalmente, ¿qué otra cosa puede significar?-Muchas más cosas, claro está –el doctor Marx hablaba con irri-

tante aire doctoral. En una sociedad feudal, en la que siguen vivien-do todavía no pocos de nuestros compatriotas, el llevarse a uno elseñor puede tener muy diversos significados: puede querer decir el

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de verse obligado a limpiar las caballerizas en determinado lugarpor orden del petimetre de turno, el ir a la guerra, etc, etc...

-Bromea usted, mister Marx.-No, con mis visitas yo siempre hablo muy en serio; lo que sucede

es que, en ocasiones, no tengo más remedio que acudir a la ironíapara distraer mi enfado. Por ejemplo, cuando observo que personascultas como usted siguen aferradas a viejas patrañas. Dios no existe,joven señora, Dios no existe... Es un ser imaginario cuya sombra ha-cía historia hasta que los freien la hemos relegado al museo de lasantigüedades. Con su sombra desaparecen todos los artificios, todoslos supuestos y todas las artimañas que han utilizado los embauca-dores al servicio de la clase dominante. Lea usted más, señoraDemuth, y escuche menos a los viejos campesinos del lugar

Mi mujer, adorable por lo hermosa, lo espontánea, lo segura en ladefensa de sus ideas y lo firme con que se enfrenta a lo que no le gus-ta, regaló al doctor Marx una reflexión que sigue haciéndomepensar.

-Mister Marx, he leído bastante, además de escuchar a los campe-sinos del lugar y a los que no son campesinos que, como ellos, tam-bién podían enseñarme a vivir. Pero, ciertamente, no he perdidomucho tiempo con esos intelectuales que han aprendido a hablar porhablar y que se llaman libres por que reniegan de todo lo que nocomprenden y porque inventan explicaciones sin ningún fondo derealidad en lugar de reflexionar para ver si vale la pena tomar en se-rio determinadas creencias de las que viven millones de campesinosy otras personas que no son campesinos. Algunos de esos intelectua-les presumen de libertades que creen haber inventado ellos mismos,se sitúan por encima del bien y de mal y, puesto que su oficio es sol-tar ideas, las sueltan sin preocuparse demasiado sobre sucorrespondencia con la verdad. Y la verdad...

-Sé lo que sobre la verdad dijo un judío rebelde llamado Pablo deTarso, interrumpió el doctor Marx ostensiblemente incómodo y convoz que me sonó a un grito: La verdad os hará libres. Yo puedo decirlo mismo; pero ¿dónde está la verdad? ¿en lo que usted se imagina,en lo que se han inventado los viejos espiritualistas o en lo que nosdicen las fuerzas económicas, que a todos nos llevan a donde no te-nemos más remedio que ir? La verdad, déjese de monsergas, es loque está ahí en medio de las cosas, que se ven, que se palpan y que se

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sienten. Y lo que usted llama creencias no es más que un cúmulo desupersticiones. La religión ha sido desbancada por la filosofía y éstapor la ciencia económica. ¿Que por qué estoy tan seguro? Porquepuedo estarlo después de muchos años de estudio y de rebelióncontra todo lo que no me gusta. Por que...

-Según creo, usted niega la existencia de Dios porque no le con-viene para su proyecto intelectual. Era ahora Luisa la que interrum-pía, lo que arrancó al doctor Marx un mal disimulado bufido.

-Niego a Dios porque no veo prueba alguna de su existencia. Siexistiera Dios, resultaría ser el más encarnizado enemigo del génerohumano.

-Enemigos del género humano son los pretendidos sabios que pre-sentan cualquier sucedáneo de Dios como infalible remedio de suspenalidades.

-Veo, respondió el doctor Marx, que está usted insinuando que yosoy algo así como un mentecato. Es usted mi invitada y está usted in-sultándome. Pero descuide, no se lo tengo en cuenta: además de per-tenecer usted a la familia de nuestra fiel Lenchen, es usted tan joveny tan prisionera de esos prejuicios que tanto abundan en una ciudadcomo la nuestra, tan anclada a sus historias y leyendas que no puedotomar en serio esa su rebelde actitud contra uno de los pocos ciuda-danos de Tréveris que, por su ideas, ya han logrado audiencia entodas las partes del mundo.

-Esa celebridad, señor Marx, no le hace infalible en sus ideas y di-chos. Legiones de desconocidos piensan cosas muy distintas ¿Porqué tienen ellos que estar en el error y no usted? Lo que usted llamaprejuicios son creencias que comparte mucha gente de todo el mun-do, que hablan de libertad y de generosidad y que la historia nos de-muestra corresponden a hechos y vivencias muy concretas avaladaspor el testimonio del Hijo de Dios.

-No mezcle usted símbolos con realidades, joven señora.-Es realidad, señor Marx, que en un momento de la historia en que

imperaba, todavía más que ahora, la ley del más fuerte, sucedió algoque había de cambiar y está cambiando el mundo... Son infinitos lostestimonios de que entonces sucedió algo muy extraordinario...

-Prejuicios y nada más que prejuicios, leyendas y nada más que le-yendas como la de esa Túnica que se guarda como un tesoro en

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nuestra vieja ciudad. Hay que ver todo lo que los curas católicos hanmontado detrás y a costa de esa Túnica que, supuestamente, llevóese revolucionario a quien usted llama Hijo de Dios. Tenía usted quever como se pone la baronesa, mi mujer, cuando alguien toma esatela como lo más importante de la incomparable Tréveris. Valientesuperchería han alimentado y alimentan nuestros paisanos. Si se afe-rra usted a fenómenos de ese estilo para llevar una vida contraria a laque marcan los nuevos tiempos, pobre Freddy...

-Pobre de usted, que se cree el ombligo del mundo. Fui yo el quesaltó, incapaz de soportar esa forma de tratar a mi mujer.

-¿Cómo te atreves, estúpido muchacho, a enfrentarte a mí? Len-chen, dile a tu hijo que ya está sobrando en esta casa.

Luisa y yo ya nos habíamos levantado de nuestro asiento y dába-mos la espalda a un enfurecido doctor Marx. Fue entonces cuandoreparé en que mi madre, muy callada, con los brazos en jarras, mira-ba furibunda al doctor Marx.

-Es usted el que ha empezado a soliviantar a los chicos, señor.Deje usted a Luisa que piense lo que quiera y que mi hijo y ella ven-gan a ver a su madre cuando les dé la gana... ¿Qué ella es católica?Bueno ¿qué tiene eso de malo si, como usted muy bien dice, la reli-gión y otras historias van pronto a desaparecer con los actuales mo-dos de producción? En cuanto a mi hijo... ¿cómo puede usteddespreciar el interés que ha demostrado por lo que yo le digo que eslo mismo que usted dice y escribe? Aunque a su manera, él es socia-lista y seguro que seguirá siéndolo... Usted sabe muy bien que sonmuchas las ideas que los socialistas compartimos con los católicos;puede que este matrimonio resulte un buen ejemplo de lo que va aser una sociedad dominada por los proletarios.

Las palabras de mi madre calmaron al león rugiente que, duranteunos instantes, representó el doctor Marx (creí más teatral que senti-da su forma de reaccionar frente a nuestras réplicas). Siguió repre-sentando a un superhombre injustamente tratado cuando se retrepóen su sillón, se cubrió la frente con su peluda mano derecha ymusitó: Me duele la cabeza.

Silenciosamente, nos fuimos de aquella casa. Mi madre nos acom-pañó hasta la salida por la puerta principal y nos despidió con sendosbesos y un “hoy no ha sido uno de los mejores días del oso fiero”.

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-¿Qué te ha parecido el que tú llamas Dictador Rojo, pregunté aLuisa camino de casa?

-Pura energía rabiosa que flota no se sabe dónde y sobre no se sabequé. Está claro que lo que él se está inventando nada tiene que vercon la realidad.

-Cuando hablas así no te entiendo muy bien.-Tampoco yo me sé explicar demasiado bien... Con que nos enten-

damos en lo que realmente importa...-Y eso ¿qué es?-El querernos mucho, tonto.-Pero yo, además, quiero saber porqué piensas lo que piensas.-Cuando volvamos a ver al obispo Erhard, él te explicará mucho

mejor que yo porque lo que pienso tiene mucho que ver con lo quehago cada día, incluida mi discusión con este pobre ser que sueñacon cambiar el mundo. Sí que puedo decirte, que, después de haber-le visto y hablado o discutido lo que hemos hablado o discutido, mesiento más generosa hasta con él mismo. Comprendo, además, que,con ése su carácter y ésa su forma de amañar medias verdades, lle-gue a ejercer la influencia que ejerce sobre todos los que le conocen,incluido tú mismo.

-No creo que en mí influya mucho.-Dices que no influye en ti y estás siempre hablando de él....-Mi madre es la culpable: sueña para mí, qué sé yo, con algo así

como un puesto de ministro en la que cree más que probable dicta-dura proletaria.

-No será aquí en donde vaya a ocurrir tal cosa.-¿Por qué no? ¿No es Inglaterra el país con la industria más desa-

rrollada? Los socialistas, mi madre entre ellos y con el doctor Marxa la cabeza, porfían en que la revolución proletaria alcanzará más fá-cil y rápido éxito en los países con los medios de producción másavanzados, algo muy evidente entre nosotros. No te lo tomes a bro-ma, que así se lo he oído apuntar a mi madre infinitas veces; tambiénme ha dicho que el doctor Marx ha solicitado la ciudadanía británi-ca, lo que le permitiría participar activamente en las próximaselecciones.

-Y ¿qué harás tú si eso llega a ser realidad?

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-Trabajar y quererte ¿te parece poco?Yo seguía en la encrucijada, algo así como entre dos montañas con

los senderos ocultos por la niebla. Pero amaba y sigo amando a Lui-sa; yo creía y sigo creyendo ver luces transparentes a través de sumirada. Pero ¿por qué pierde el tiempo tratando de comprender yayudar a los que nada pueden hacer por ella? ¿No sería mejor aplicarlo que sabe a algo que pueda darle mayor prestigio social? A Luisale gusta la pintura y creo que lo hace muy bien; habla inglés y ruso ala perfección y tiene a su alcance empleo de alto nivel; seguro quepodría ganar mucho dinero... Seríamos entonces más libres y yo po-dría hacer carrera política por mi propia cuenta sin tener que tragar-me la antipatía que me produce herr Engels, ése que algunosconsideran mi padre, ni mendigar esos favores que, según mi madre,podría concederme el doctor Marx, hoy ya reconocido a nivelmundial.

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TUSSY, LISSAGARAY Y EL TEATRO.

Con altibajos de los que hablaré en el momento oportuno, losnuestros fueron años de felicidad sencilla y absorbente. Yo

tardé tiempo en volver a casa de los Marx. Mi madre sí que nos vi-sitaba, al menos, una vez por semana y con más frecuencia encuanto nació nuestro Cristián, su primer nieto. Ella y Luisa se lle-van de maravilla y coinciden en todo menos en lo tocante a la reli-gión y a la política aunque yo diría que en una y en otra se hanpropuesto llegar a un mínimo acuerdo desde donde iniciar unacruzada para cambiar el mundo: muy unidas y conmigo de escu-dero contra todo lo que se ponga por delante que eso es, ni más nimenos, lo que parecen intentar.

Mientras ellas están amablemente enzarzadas en lo que llamandiálogos constructivos, yo no dejo de pensar cómo se pueden fundirla libertad de conciencia que defiende Luisa con lo que mi madrepropone contra viento y marea: Una implacable necesidad de ajustarel pensamiento de todos los proletarios a lo que dicta la ciencia eco-nómica interpretada, claro está, por el que ella considera el mayorsabio de todos los tiempos, ese león rugiente llamado Carlos Marx.Sobre ello, durante muchos años, me he quedado sin respuesta, loconfieso, aunque, insisto, el disfrutar de la vida con mi mujer y mishijos es lo que realmente me preocupaba entonces en el día a día.

Había transcurrido un año desde la memorable entrevista con elleón rugiente, con el doctor Marx, quiero decir, cuando, acompaña-dos por mi madre, vinieron a casa Leonor Marx, la entrañableTussy, y su amante de entonces, aquel periodista francés de nombrerimbombante, Próspero Oliverio Lissagaray. Ella, mi buena amigaTussy, presumiendo de mujer madura y disimulando con afeites y suforma de vestir el esplendor de sus veinte y pocos años; él con juve-nil traje color aceituna, recién afeitado, discreto bigote, pelo recorta-

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do según la última moda de Londres y engominado de tal forma quellegaba a disimular las amplias calvas de sus cuarenta y tantos años.

-Me ha dicho Lenchen que, por poco, os merienda crudos OldNick (así llama Tussy a su padre). El pobre, que tiene el hígado he-cho polvo, hizo una de las suyas; no se lo tengáis en cuenta. Másgrave es lo mío con él. Vamos a visitarle y, hasta ahora, nos está dan-do con la puerta en las narices. No soporta el que, aunque no quieracasarme con él, me haya dejado seducir por éste guapo y madurofrancés, ilustre periodista, que aquí veis ¿no creéis que vale la pena?

Las dos mujeres, a quienes había dirigido la pregunta, rieron conganas por no expresar lo que, sin duda, les pasó por el cerebro (pero,muchacha, si te dobla la edad) y siguieron hablando de sus cosas.

Yo, entretanto, había entablado conversación con el bueno de Lis-sagaray. También él, según me dijo, consideraba al doctor Marx unode los intelectuales más lúcidos del panorama social... Solo le falta,apuntó, escuchar un poquito más a los que miramos en la misma di-rección que él; algunos de nosotros, me dice, tenemos una experien-cia que, seguro, le puede venir muy bien para hilvanar lo que él sabey piensa con lo que sucede a nuestro alrededor. Y me habló de todolo que vivió como testigo excepcional de la Comuna, aquellos dosmeses de experiencia republicana (desde 18 de marzo hasta 21 demayo de 18719) protagonizada por el pueblo llano y trabajador yculminada por la Semana Sangrienta:

“Veinte mil hombres, mujeres y niños, muertos durante labatalla o después de la resistencia, en París y en provincias;tres mil por lo menos, muertos en los depósitos, en los ponto-nes, en los fuertes, en las cárceles, en Nueva Caledonia, en eldestierro, o de enfermedades contraídas en el cautiverio; tre-ce mil setecientos condenados a penas que para muchos dura-ron nueve años; setenta mil mujeres, niños y ancianos,privados de su sostén natural o arrojados fuera de Francia;ciento siete mil víctimas, aproximadamente, tal es el balancede la venganza de la alta burguesía por la revolución de dosmeses del 18 de marzo”.

-Se echó en falta, apuntó el amigo de Tussy, a un caudillo revolu-cionario, alguien parecido a Carlos Marx, ojalá que él mismo: eraaquello la primera vez que los oprimidos lograban unirse contra elopresor, pero lo hicieron sin orden ni concierto y así les fue, a pesardel heroísmo de muchos amigos nuestros, entre ellos Longuet, elmarido de Jenny, quien se batió como una fiera en las barricadas al

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frente de un puñado de bravos comuneros; por muy poco no fueapresado y, como tanto otros héroes, fusilado a espaldas del murodel cementerio Lachaise. Yo viví todo como espectador, pero,mientras no cambien las cosas, soy un proscrito que no puede pisarsuelo francés, algo muy duro, créame: lo de francés lo llevo muydentro de mí, pero mucho más lo de socialista que sigue las enseñan-zas de ese infatigable luchador que se llama Carlos Marx y ¿sabe loque le digo? Que se avecinan nuevas ocasiones de jugarse el tipo porla causa de los proletarios, esos mismos que no tienen otra cosa queperder que sus cadenas. Y ¿usted? ¿Dónde está usted?

-Aquí, en casa, con mi mujer y mi hijo...-Pero usted no puede dejar de ser socialista, como su madre, como

Tussy, como toda la familia Marx, como yo...-Seré socialista cuando esté convencido de que es la mejor forma

de justificar mi vida, pero no porque lo sea media legión de las per-sonas que me rodean. Están muy bien esos planes de reforma socialque proponen ustedes siempre que se ajusten a la realidad, cosa quetodavía no veo muy clara.

Lissagaray me miró con aire de conmiseración, lo que me obligó adecirle:

-Es usted muy dueño de pensar de mí lo que le dé la gana, pero lejuro que eso de la justicia social es una de mis principales preocupa-ciones. Y me tendrán a su lado todos los que trabajen por ella con unrealismo que, le confieso, hoy por hoy, echo en falta en las teoríassocialistas que conozco.

-Se nota que todavía usted no ha leído el Capital.-Lo he leído y meditado, le aseguro a usted.-Entonces, seguro que puedo considerarte uno de los nuestros.

Venga esa mano.La euforia de Lissagaray llamó la atención de Luisa, mi mujer.-¿Ya te ha convencido?-El ya estaba convencido antes de empezar a hablar yo.-Conociendo a Freddy como lo conozco, seguro que te equivocas,

Próspero querido. El testarudo de Freddy no mueve un dedo si noestá seguro de que es eso lo que conviene al orden universal. Era

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Tussy, que se sentía obligada a librarme del acoso ideológico de suamante.

-No se puede andar por la vida sin ideas firmes, eso creo yo tam-bién con mi marido. Tampoco yo admito vuestro socialismo ni loadmitiré nunca mientras neguéis a Dios Y, mientras eso dice, Luisase ha pegado a mí y estrecha mi mano.

Fue una grata velada en que hablamos de todo sin ponernos deacuerdo en nada, salvo en censurar a Tussy lo que ella llamó irrefre-nable vocación por el teatro.

-Sois más intransigentes que Old Nick. Pues seré actriz, mal queos pese. Ya me he apuntado al New Shakespeare Society y pronto sehablará de mí como de una gran revelación.

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TIEMPOS DE AMOR Y DE PREGUNTAS

Nuestro pequeño Cristián cuenta tres años y ya sabe participarde nuestra ilusión por el próximo nacimiento de su hermanito.

Cuando ve a su madre sentada tranquila y como soñando, acerca suoido a la abultada tripa y tras un alegre "se mueve, se mueve", abra-za y besa, lo que emociona a la madre y a la abuela, ahora frecuente-mente juntas.

-Este hijo vuestro será más mío cuando el otro nazca, dice mi ma-dre, que no disimula la pasión por su nieto.

Ahora viene por casa cada dos días. Yo bromeo con ella: te veomás abuela que discípula del doctor Marx. Viene a cuento la bromaporque ya dogmatiza menos sobre esto y aquello referente al socia-lismo científico, al proletariado, a la revolución y a todo lo demáscon que me asediaba en todo momento; ahora no tiene reparos en co-tillear sobre lo que, en el día a día, ocurre en casa de los Marx y sobrelos problemas del “oso fiero”, como ella le llama, para no perder, co-menta no muy amablemente, el control de la Asociación Internacio-nal de Trabajadores e, incluso, de su propia vida.

Sabéis que la Asociación Internacional de los Trabajadores, diri-gida en aquella época por los señores Marx y Engels, nació comoembrión de lo que se pretendía un imparable poder que agruparía alos proletarios de todo el mundo para, en muy pocos años (es decir,en vida de ellos mismos), dar al traste con la explotación y forma devida que imponen los burgueses: Inglaterra sería el foco desde don-de irradiaría la luz de la nueva era y el doctor Marx, con su incondi-cional amigo y colaborador herr Engels al lado, el promotor ymantenedor de un orden mundial de paz y armonía como productonatural de la violenta revolución que imponen las fuerzaseconómicas.

¿Dificultades? Tal como comenta mi madre, para los señoresMarx y Engels la primera y más intolerable dificultad es la que re-presenta el ruso Bakunín con su impactante verborrea y una simple

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consigna en la que encierra toda una filosofía de voluntarismo des-tructor: destruir es una forma de crear. Eso es, sin reflexionar, des-truir por destruir desde la más elemental y directa espontaneidad:Así lo hizo ver Hegel, porfía Bakunín sin descanso y sin temor a es-candalizar a tantos hegelianos, los señores Marx y Engels entreellos, que vieron en aquel reputadísimo profesional del pensamientoa un maestro de la oportunidad y de la estrategia, armas imprescindi-bles en cualquier batalla.

Fue la irreconciliable rivalidad entre marxistas y bakunistas lo queprecipitó el colapso y muerte de la primera Asociación Internacionalde los Trabajadores, cuya definitiva agonía sellaron los señoresMarx y Engels, cuando “por motivos tácticos” trasladaron la sededel Consejo General a Nueva York, al otro lado del Atlántico, sinmoverse ellos de Londres.

Pero mi madre, en nuestras tertulias caseras, habla menos de esosincidentes que de ideas. Sí que observo que, de un tiempo a esta par-te (creo que desde que vive el misterio de ser abuela), mi madre seconsidera más nuestra que de la familia Marx. Sigue en sus trece so-bre la revolución y demás, sigue repitiendo machaconamente frasesque, según ella, demuestran lo mucho y bien que el doctor Marxsabe de economía de la interpretación materialista de la historia,pero ya empieza a reflexionar sobre las puntualizaciones o críticasde Luisa: con su cultura, con su desparpajo y con su gracia, mi mujerva llevando a mi madre, poquito a poco, a un terreno neutral (yocreía que era el mío) en donde los prejuicios se desvanecen ante elreflejo de las cosas y de lo que sucede en la ordinaria vida de laspersonas.

-¿Crees, mamá, preguntó Luisa, que todo ello se ajusta a la verda-dera naturaleza de los hombres y mujeres con los que convivimos ytropezamos diariamente y que nos aman o nos odian según les con-venga, sin importarles atropellarnos si con ello ganan dinero o cre-cen en prestigio social? ¿seremos todos buenos gracias a esarevolución?

-Hija, sigues sin entender que, en los tiempos que corremos, lo debueno o malo tiene muy poco sentido, solamente el que le quierendar tus curas. Somos materia nada más que materia animal, sola-mente un poco distintos de los otros animales porque hemos acerta-do a manejar las manos y la lengua. Un tal Darwin, a quien admira

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mucho Herr Karl, así lo ha demostrado; lástima que no no se entien-dan mejor para demostrar al mundo que la naturaleza, la biología yla economía son una misma cosa.

-Claro, y al Limbo Dios con toda su Creación, ironizó Luisa de-jando sin argumentos a mi madre, eso pensé yo.

Y siguen hablando de lo humano, de lo material y de lo divino sinlevantar ni agriar la voz, pero también sin bajarse un ápice de susrespectivos posicionamientos, mientras que yo busco, busco sin de-cidirme por ningún posicionamiento abiertamente comprometido.Luisa, al menos, es católica y vive como católica; mi madre se consi-dera así misma “proletaria desde los pieza a la cabeza” y dice pensarcomo tal (¿elemento de un rebaño?, le pregunta Luisa con una suaveironía que le hace rabiar pero que no enfada a mi madre); Tussy sedice materialista, atea y socialista (por ese orden), puesto que es laleche que ha mamado desde que nació; pienso que herr Engels actúacomo un predicador que vive de ello; el doctor Marx ¿qué otra cosava a decir si ahí se alimenta todo su edificio de excepcional intelec-tualidad?; ¿la baronesa Jenny, Jennychen, Laura, sus maridos ytodos los demás...? Rutina, pura rutina es lo que pensaba yo.

¿Dónde estoy yo? Hube de preguntarme. Puede que en el Limbo,me respondí a mí mismo para luego reprocharme ¿no te da vergüen-za vivir como vives para luego no mover un dedo por nadie?

-Me gustaría hacer algo por la causa, me oí decir con sorpresa has-ta para mí mismo un domingo en que nos visitaba Tussy.

Tussy y mi madre, cada una por su lado, quisieron tomarme la pa-labra.

-Haré algo para integrarte en algún comité, dijo Tussy sin disimu-lar su entusiasmo.

-Seguro que el señor Engels tiene algo para ti. Y ése paga los bue-nos servicios, no como otras, dijo mi madre al tiempo que dirigía aTussy una mirada un tanto perversa.

-El botarate de tu hijo encontrará tiempo para las tres, respondióTussy a mi madre mientras que Luisa se hizo la distraída para en-frentarse a mí cuando las otras nos dejaron solos.

-Veo que tu indiferencia no era más que el disfraz de un oportunis-ta revolucionario... Y, tras una larga serie de consideraciones sobremi falta de “voluntad para encarar los problemas desde el lado en

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que mejor se ven las soluciones” (es ésta una frase que repite confrecuencia) soltó un “poco has tardado en pasarte al otro bando”.

-Yo no estoy en ningún bando, le respondí como justificación quetampoco yo me creí, pero que sirvió para suavizar una situación queninguno de los dos quería mantener. Tendré que escucharles, al me-nos. Puede que no estén tan equivocados como tú crees.

Luisa calló a espera de un beso que se pudiera traducir en disculpa.Y así fue.

Las cosas siguieron como estaban aunque mi madre y Tussy nodejaron de recordarme lo que ellas tomaron como promesa mía.

-La familia es lo primero, dije a Tussy a guisa de disculpa.-Debieras conocer otras faldas, me respondió con evidente desver-

güenza.

***************Transcurren unos cuantos años en que vemos crecer a nuestros hi-

jos, yo alcanzo el puesto de director de área en la Fábrica, el doctorMarx envejece y escribe menos para disgusto de su amigo HerrEngels, que sigue financiando movimientos y trabajadores de lo queél llama la causa proletaria, y, también de las hijas que echan de me-nos en su padre el genio y actividad de unos años atrás.

La del doctor Marx es una inoperancia tanto más lamentable cuan-to que, al parecer, más se le necesita en un mundo en plena evolu-ción y que ya le admite como destacado maestro. Pero le gusta quese hable de él, mantiene correspondencia con una buena parte de losque considera sus discípulos y, de tiempo en tiempo, publica algodestinado a ser piedra de escándalo como un panfleto sobre la Gue-rra Civil en Francia: en ese escrito saluda el movimiento comunerodel 71 como un ejemplo de la revuelta sanguinaria e implacable que,de forma inminente, ha de explotar a lo largo y ancho de los paísesmás industrializados hasta llegar a la hecatombe de toda la claseburguesa. La difusión de ese panfleto le valió el título de DoctorRojo Terrorista, algo de lo que se mostró muy orgulloso, tal comonos comentaba mi madre: “Todo esto, le dijo, no veas lo feliz queme hace. Después de haber pasado veinte largos y aburridos años enun aislamiento parecido al de la rana en un pantano, el gobierno, através del Observer, su órgano oficial, me amenaza con un proceso;

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que sigan adelante, será para mi una bendición la persecución deesos canallas”.

Como muy bien sabéis, por aquel entonces, el doctor Marx obrabay escribía como si se creyera en posesión de la verdad; no le hacíamucha gracia el que discrepasen de él algunos de los que ya se lla-maban marxistas. ¿Ejemplo? Lo que sucedió con ocasión de unamuy importante reunión de los socialistas alemanes en la ciudad deGotha, en que había cobrado especial protagonismo Liebknecht, unadmirador incondicional de la doctrina, pero impaciente por conver-tirla en fuerza más parlamentaria que revolucionaria, lo que le llevóal entendimiento con otros socialistas que vivían a la sombra de lasideas de Lasalle, el mismo que predicaba una especie de socialismode Estado hasta el punto de mantener un cordial entendimiento conBismark, el “canciller de hierro”. Lasalle, hasta que elaboró suspropias ideas y eligió convertirse en líder socialista en lugar de es-tratega militar o arqueólogo, se había considerado ferviente marxis-ta y fue un tiempo gran amigo y huésped del doctor Marx, justo en laépoca en que yo nací ¿recordáis aquellas bromas de mal gusto deJenny y Laura a propósito de mi madre, mi nacimiento y él? Habíalogrado no pocos partidarios por su contagioso optimismo, fácilverborrea y temeraria forma de vivir, como de héroe romántico(murió por batirse en duelo con un petimetre que le disputaba losfavores de una coquetuela).

Muy poco gustaron a los señores Marx y Engels las veleidades delos que, como Liebknecht, eran partidarios de un socialismo de sín-tesis entre distintas corrientes, sobre todo si, entre ellas estaba la delodiado Lasalle. Y así lo hicieron ver en sus “notas marginales al Pro-grama de Gotha” con las que tildaban de inoportunas las referenciasa la supresión del trabajo de las mujeres cargadas de familia y de losniños menores de doce años.

Cuando se saca a colación lo del Programa de Gotha, Luisa no estámuy conforme con lo que ella considera el disfraz materialista deuno de los más sagrados valores: el trabajo para ella es una forma deaproximarse a Dios en eso de la creación: el trabajo, dice ella, noshace más amables, más amigos del prójimo: si no trabajamos lo quenos corresponde en la sociedad habría un hueco sin llenar, la falta deun bien necesario... Por eso, añade Luisa, el apóstol Pablo dejó di-cho: El que no trabaja no tiene derecho a comer y se indigna espe-

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cialmente cuando comprobó que los señores Marx y Engelsconsideran imprescindible el trabajo de los niños.

-Los niños, puntualiza indignada mi mujer, no pueden ni deben in-corporarse al carro industrial hasta tanto no hayan adquirido por laedad y la educación la fortaleza necesaria. Los niños son niños hastaun mínimo de dieciséis años.

-Ahí si que te doy la razón, dijo mi madre en pugna abierta con lasconsideraciones pretendidamente científicas de los señores Marx yEngels. Y te confieso que me siento avergonzada por no haber teni-do el valor de evitarle a Freddy eso que tú criticas.

-¿Sabes lo que te digo, mamá? Si creen lo que dicen esos sabios depacotilla es que viven en un guindo. Muy bonito eso de negar a Diosy creer que todo va a salir de maravilla por la sola fuerza de las cosassin que la generosidad de los hombres abra nuevos caminos.

-Pero, criatura, le replicó mi madre, ¿cómo estás tan segura de queDios existe y que, además, es bueno cuando permite tantasinjusticias?

-Las injusticias, mamá, las hacen los hombres que han nacido li-bres y que, como libres que son, pueden vivir del propio trabajo enarmonía con la naturaleza y sus semejantes o caer en la tentación devivir sin trabajar y a costa del trabajo de los demás. Pero ¿sabéis loque os digo? Muchos de los ilustrados de ahora no quieren recono-cer que siguen pegados a viejos prejuicios de clase y defienden bar-baridades como esa de reglamentar el trabajo de los más débiles concriterios criminalmente burgueses: yo incluiría entre talesintelectuales a los señores...

-Cállate, gritó mi madre. No me hagas enfadar...-Me callo, pero, mamá, sábete que Dios existe y que nos ha dejado

dicho que seamos buenos los unos con los otros.-¿No tienes nada que decir sobre la cabezonada de tu mujer? Era

como si mi madre me hubiera llamado calzonazos. Yo, que, paramis adentros, me hacía multitud de preguntas, solo acerté a respon-der. ¡A saber quién tiene razón! Yo vivo con mi mujer y quiero dis-frutar de la vida sin complicármela demasiado.

-Que con tu pan te lo comas, engreído ingeniero. La respuesta demi madre ¿era un insultante reproche o era su particular forma derespetar mi libertad?

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LA MATERIA Y LA ESPECIE

Confieso que me gusta ir más allá de lo que la gente dice para in-tentar penetrar en el reducto de las intimidades de cada uno

¿qué es lo que piensa realmente éste o aquel? ¿supone o cree en suspropias ideas? ¿miente o dice la verdad? ¿quiere tener razón o lo quebusca es embaucarme para que yo se la dé?

Es lo que trato de averiguar ante herr Federico Engels cuando nosexplica lo que él llama su forma de entender la vida. Vino un día acasa acompañando a mi madre y, desde entonces, nos hace frecuen-tes visitas, siempre cargado de golosinas y regalos para los niños.

-Me encuentro a gusto con la juventud que piensa, nos dice mien-tras se acomoda con extraordinaria familiaridad.

-Sin descuidar, claro está, el infiltrar su fé materialista a todo elque se ponga por delante, apunta con sorna Luisa.

-Freddy, la responde Herr Engels a través de mí, tienes una mujerdemasiado inteligente para ser católica. Sí, os confieso que la razónde mi propia existencia es la fé materialista, justo la contraria a la féde tu joven y hermosa señora.

-¿Quiere usted decir, señor Engels, que todos los católicos somostontos? ¿qué no existe posibilidad alguna de entendimiento entre loscreyentes y los ateos?

-A nivel personal, claro que sí podemos entendernos muy bienateos y creyentes. Por lo demás, muy listos no debéis ser los católi-cos cuando, al menos de palabra, defendéis cosas que van contra lapropia naturaleza.

-¿Qué cosas son esas?-Tantas y tantas que vosotros llamáis virtudes: el creer que existe

otra realidad que la simple materia, lo del amor para toda la vida, el

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sacrificio gratuito por los demás, la mansedumbre ante el atropello,el adorar a un simple hombre que, según decís, se dejó crucificar,etc, etc... Y todo, todo eso, no es más que una retórica versión delmiedo hacia lo que no se comprende.

Entonces me asaltó ese interés mío por averiguar si suponía o creíade verdad en sus propias ideas y le animé a continuar:

-Nos gustaría conocer su versión de la realidad, señor Engels.Halagado por nuestro interés, el amigo y colaborador del doctor

Marx nos regaló lo que, probablemente, consideró una lecciónmagistral:

-Marx y yo creemos las mismas cosas desde muy jóvenes; él esel maestro, yo un aplicado discípulo, desde siempre empeñado enaportar pruebas que avalen sus geniales descubrimientos. El havisto muy claro que la historia de los pueblos es la historia de susluchas de clases, que al principio de esas luchas hay siempre unamotivación económica y que esa motivación económica tiene suraíz en la propia forma de ser del hombre, un animal que se dife-rencia, por ejemplo, del cordero en que es capaz de producir loque come, aunque, a lo largo de su propia historia y tal vez aterro-rizado por una buena parte de las fuerzas naturales que es incapazde comprender, ese animal, que es el hombre, haya dejado volarsu fantasía hasta crear dioses y demonios en los que se apoya parano disolverse en la nada.

-Triste y deprimente esa versión ¿no cree usted?, esta vez fui yo elque interrumpió a Herr. Engels

-¿Qué le vamos a hacer si la ciencia demuestra que es así? Marxtiene muy claro y explica muy bien que no existe otra realidad que larealidad material. Su formulación del Materialismo Histórico, talcomo podéis ver genialmente expuesto en Das Kapital, no deja lu-gar a dudas. Ahí vemos como es la confrontación de intereses de lasdos clases que protagonizan la vida social de nuestro tiempo es loque facilita el camino hacia pleno desarrollo de la Humanidad. EsHegel el que nos enseñó a Marx y a mí que esa evidente confronta-ción de intereses, esa lucha de clases, que él llamó dialéctica entre elamo y el esclavo, es una expresión histórica de la propia forma deser de todo lo que fue, es y será, es decir, de todo lo existente.

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-Marx, continuó herr Engels tras una pausa, no puede entrar en eldetalle de todo y es ahí en donde entro yo: así como vemos la fuerzaevolucionadora de la dialéctica...

-No entiendo muy bien eso de la Dialéctica, quiso saber Luisa.En una larga parrafada Herr. Engels nos explicó cómo frente a los

«gruñones, petulantes y mediocres epígonos que hoy ponen cátedraen la Alemania culta» corresponde a Marx el mérito de haber sido elprimero en poner nuevamente de relieve el olvidado método dialéc-tico, su entronque con la dialéctica hegeliana y las diferencias que leseparan de ésta, y el haber aplicado a la par en su “El Capital” estemétodo a los hechos de una ciencia empírica, la Economía Política.-Y lo ha hecho con tanto éxito, recalcó herr Engels, que hasta enAlemania, la nueva escuela económica sólo acierta a remontarse porencima del vulgar librecambismo copiando a Marx (no pocas vecesfalsamente) bajo el pretexto de criticarlo.

-Tampoco creo que el doctor Marx esté en lo cierto, comentó Lui-sa, mi mujer: Yo no me atreví a compartir con Luisa ese comentario.

-Herr Engels se tomó la réplica más estoicamente de lo que yo es-peraba y se limitó a responder.

-Son muchos los miles que piensan como nosotros y muy prontoserán millones hasta llegar a un final en el que nadie creerá ningunade las historias que giran en torno de ese supuesto Creador y Mante-nedor del Universo. Entonces... ¿qué pintará un dios en el que nadiecree?

-¿Ha reparado usted, señor Engels en que la verdad es lo que es yno depende de que creamos o no creamos en ella? Créame, señorEngels, Dios existe, lo llevo muy dentro de mí.

-¿Y tú, Freddy? ¿También llevas contigo a Dios? Preguntó Herr.Engels con un tono irónico que no me ofendió

-Algún día responderé mejor que hoy. Hoy ha tratado usted de me-terme demasiadas cosas en el cerebro y no acierto a asimilarninguna.

-No he hecho más que cumplir con mi obligación. Has nacido so-cialista y serás socialista. Y tu señora también; ya lo verás.

Los niños ya estaban acostados. El señor Engels se despidió conun beso a mi mujer y un fuerte apretón de manos a mí. Ya solos, Lui-sa me miró con especial detenimiento.

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-¿Qué piensas? le pregunté.-Que la diferencia entre los otros socialismos y el socialismo revo-

lucionario del doctor Marx y de míster Engels (deliberadamente,ella le da el tratamiento inglés de míster y yo el alemán de herr) es elque para los otros esa doctrina es simple cuestión política y éstos es-tán empeñados en presentarla como una irrebatible ciencia... claroque para ser ciencia tendría que basarse en irrebatiblesdemostraciones.

Luisa no me deja opción alguna cuando habla así; es entoncescuando me obliga pensar sin decir palabra pero necesitaba reafirmarmi personalidad y huyo con la imaginación tras alguna tentaciónmientras que cambio de tema de conversación.

-¿Qué piensas sobre lo que puede existir entre él y nosotros o, me-jor dicho, entre él y yo?

-Lo ya dicho cuando fuimos a Manchester a verle: Míster Engelsno es tu padre.

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NUEVAS AMISTADES REVOLUCIONARIAS

Luisa está plenamente absorbida por nuestros dos hijos, mien-tras que yo, sin demasiado entusiasmo, sigo la corriente al se-

ñor Engels, para quien soy una especie de neófito socialista. Apetición suya participo en alguna reunión de las que organiza Tussyal socaire de la renqueante Asociación Internacional de Trabajado-resl, lo que disgusta profundamente a mi mujer; yo intento tranquili-zarla diciendo que es por no tener problemas con mi madre; noqueda muy convencida, sobre todo, cuando sospecha que son Tussyy Herr Engels los realmente empeñados en llevarme a su mundo dematerialismos y revoluciones.

A pesar de ello, me dejo caer de vez en cuando por los conciliábu-los que reúnen los miembros de lo que Tussy, muy pomposamente,llama Comité Estratégico de la Internacional con su cuartel generalen la Peter’s Tavern.

Al citar lo del Comité Estratégico el mozo me llevó a un reservadoen donde ya estaban reunidos cuatro desconocidos, tres hombres yuna hermosa mujer en torno a la treintena. Me saludaron con besos aestilo ruso; yo me recreé en el roce de los labios de la mujer, olornatural nada más.

Ellos no me dijeron sus nombres, ella se presentó como Vera Iva-novna Sasulich; mascullaba sin titubeos su deficiente inglés gesticu-lando con energía y mirando abiertamente, sin parpadear. Dos o tresaños mayor que yo, deliberadamente desaliñada y con un atractivofísico tan a flor de piel que me sentí confundido con su sola mirada(entradita en carnes sin llegar a ser gorda, ojos azules como un marde cristal). Me hizo sitio a su lado.

-Habla usted algo de ruso y yo un poquito inglés. Nos entendere-mos.

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Pronto se desentendió de los otros y se pegó a mí, como si nos co-nociéramos de toda la vida. Supe que practicaba el amor libre y quehabía tenido que huir de Rusia porque había matado a un hombre: aun tal Demetrio Trepov, nada menos que gobernador general de SanPetersburgo.

-¿Cómo logró usted confundir a la policía?-No lo logré, fue una ejecución en su propio despacho a la vista de

secretarios y escolta; me detuvieron, llegué a juicio y supe defender-me. Salí absuelta, pero he tenido que huir de mi patria.

Se cogió de mi brazo obligándome a un gran esfuerzo para domi-nar mi turbación. –Ahora vivo otras experiencias que la de ejecutarindeseables, me dijo al oído para, al instante, seguir con voz altacomo para disimular.

-Trepov era un verdadero cerdo. Hice lo que tenía que hacer conun verdugo del Pueblo, que se divertía anulando la personalidad detodos los que caían en sus garras, muchos de ellos amigos míos. Sejactaba de dominar la técnica del interrogatorio con los recursos másinnobles que usted se pueda imaginar... Creo que todo el mundo sealegró de que desapareciera un individuo de tal calaña, tanto que losjueces no tuvieron más remedio que dejarme en libertad.

Al recordarlo reía con desvergonzada inocencia.-Uno menos, coreó uno de los tres hombres.Yo no hice ningún comentario. Habló luego Vera de una pretendi-

da amistad con el doctor Marx. Al parecer, se carteaba con él y le havisitado un par de veces. Me lo contaba mientras los tres hombres,reían y discutían entre sí totalmente ajenos a nuestra charla.

-Hombres como él no tenían que morirse nunca.-¿Le admira usted mucho?-Creo que es el científico más ilustre de este siglo.-Sí, pero tiene un endiablado carácter. Y conté a Vera de qué cono-

cía yo al doctor Marx.Se sorprendió la rusa al saber que yo era hijo de su ama de llaves y

mucho más cuando le dije que el doctor Marx y yo no nos llevába-mos muy bien.

-¿En qué cree usted?, me preguntó.-En lo que toco, veo o soy capaz de hacer. En nada más que en eso.

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-¿No le preocupa a usted la injusticia?-Claro que me preocupa, pero no sé qué puedo hacer yo para reme-

diarla.-Entonces, ¿por qué participa usted en estas reuniones?-Para encontrarme con encantadoras personas como usted, puede

ser.Era una simple galantería, pero ella lo tomó por muestra de interés

personal y yo diría que trató de romper cualquier barrera que pudie-ra haber entre los dos: -Yo no soy difícil ni peligrosa y mis amigos losaben muy bien, susurró. Conmigo puede usted encontrarse siempreque quiera para hacer de mí lo que usted quiera.

-¿De veras?, pregunté sin creérmelo del todo.-Es usted un guapo bribonzuelo. Me gustaría encontrar para usted

otras razones de preocupación.No estaba yo acostumbrado a situaciones como ésta; me sacó del

compromiso la aparición de Tussy acompañada de la ya entonces fa-mosa activista Mary Brown y de otra mujer de físico muy distinto alde la rusa: espigada y de aspecto varonil, saludó a cada uno con unsimple apretón de manos a diferencia de Mary Brown, que se dejóbesar por los rusos y de Tussy, que besó a todos y a mí me abrazómuy efusivamente. Luego nos presentó a la desconocida.

-Os presento a Olivia Schreiner, infatigable trabajadora por laigualdad de razas. Viene a Londres para ganarse la vida como enfer-mera y encontrar editor para su Historia de una Granja Africana,

un libro absolutamente valiente y desconcertante. Yo he tenido lasuerte y el privilegio de haber leído el manuscrito y os puedo asegu-rar que es muy capaz de quitar el sueño a todos los que viven de chu-parles la sangre a los de otras razas. Ha nacido y vivido en Sudáfricay sabe lo que es eso. También sabe lo que es la hipocresía religiosaporque es hija de un pastor al que ha visto mentir con la Biblia enmano.

-Eso fue hasta que cumplí 15 años y leí el Origen de las Especiesdel maestro Darwin, explicó la recién presentada.

-Y ya no le cabe la menor duda desde que mi padre y el tío Fred lehan dado sus buenas lecciones de materialismo, no como otros que

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simpatizan con los papistas a pesar de conocer y vivir las miserias delos proletarios, víctimas de tanto zángano y tanto sinvergüenza.

No me dí por aludido ni mucho menos; pero sí que me fijé en latal Olivia, dos o tres años más que Tussy, con la piel renegridapor el sol africano, alta, un tanto desgarbada y de mirada que mepareció tambien muy atrevida (¿algo que yo me imaginaba oera, realmente, así?)

Vinieron cinco contertulios más. Se repitieron las consabidas crí-ticas esta vez reforzadas por las experiencias que nos transmitió lasudafricana. Allí, en Sudáfrica, el ser negro es peor que ser animal.

-Negro o mujig vienen a ser lo mismo: parias de la sociedad ac-tual. ¿Y qué me decís de la hembra del negro o del mujik? Hay oca-siones en que vale menos que nada.

-No creáis que en nuestra sociedad la mujer vale gran cosa cuandono tiene dinero para afeites, zapatos o vestidos, respondió Tussy a lasudafricana.

-Pero aquí, dijo la rusa, no os pegan porque socialmente no estábien pegar a la mujer. Yo he vivido en un mir, entre mujiks, y puedohablaros de experiencias absolutamente descorazonadoras. Llegué aencapricharme de un mozatón, que vivía como un burgués gracias auna facha que nos encandilaba a todas, que me compartía con la quele apetecía, que reía y trataba de imitar las barbaridades de los másanimales, que se emborrachaba tres veces al día y que, sin venir acuento, más de una vez me abofeteó en público... ¿Queréis creer queyo le llegué a disculpar sus atropellos y bofetones pero que lo que to-davía me reconcome el alma es el recuerdo de las risas de las otrasmujeres del mir cuando eran testigos de sus palizas a mí o acualquiera de ellas?

-A todas esas esclavas de corazón y de cerebro (¿quién sino Tussyiba a ser la que habló así?) las encerraba yo con ese animal a pan ysexo durante un mes seguido. A lo nuestro, compañeros, vamos a to-marnos en serio la revolución que se aproxima. Esto no va contigo,Freddy. Puedes ya marcharte.

La rusa (sí, Vera Zasulich, la ya famosa terrorista, que salió ab-suelta luego de descargar su revólver en el Gobernador General deSan Petersburgo) hizo ademán de retenerme, pero consciente de lo

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que me esperaba, me dejé arrastrar hasta la calle por el recuerdo deLuisa y de los niños.

En la Peter’s Tavern siguió con sus peroratas y consignas el Comi-té Estratégico de la Internacional.

Comenté a Luisa todo lo ocurrido menos los achuchones de larusa, claro está.

-Esa tal Vera se juega la vida por lo que ella cree y no faltarán mi-les de personas que la aplaudan; lo triste es que abre el camino a te-rribles ríos de sangre. Detrás de ese gobernador habrá venido otro talvez peor, que habría que matar y matar... hasta que uno de los verdu-gos ocupe su puesto. ¿Crees tú que ese verdugo será mejor que lavíctima?

-Puede que no; pero ¿qué podemos hacer?-No te dejes liar, eso es lo que espero de ti.No, a Luisa no le hacía mucha gracia mi participación en esos

conciliábulos. Claro que tampoco ha sido testigo de lo que pasaen Rusia o en Sudáfrica. Y, envuelta mi fantasía en olores prohi-bidos, recordé a la nueva amiga revolucionaria diciendo: Conmi-go puede usted encontrarse siempre que quiera para hacer de mílo que usted quiera.

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LUZ, MAS LUZ

En otro tiempo, le halagaba lo de Doctor Rojo Terrorista conque le señalaban en los círculos burgueses: hoy le produce el

mismo efecto que ese Old Nick (mosca cojonera) con que la barone-sa o sus hijas respondían a sus exabruptos. Frunce el ceño para luegoreírse con ganas

Ya los escritos del doctor Marx despiertan eco entre una buenaparte de los revolucionarios del mundo. Sin grandes rivales enfrentecomo, en otro tiempo, fueron Proudhon (cuya Filosofía de la Mise-ria, allá por los cuarenta, se llevó la réplica del doctor Marx en for-ma de un corrosivo libro titulado Miseria de la Filosofía), Lasalle(fervoroso colaborador de Bismark en la tarea de fabricar un socia-lismo a la medida de los Junkers) y, por último, ese demonio de ladestrucción por la destrucción llamado Miguel Bakunín (que tantosprosélitos había logrado en Francia, Italia y España), diríase que eldoctor Marx languidecía en la trinchera del que se siente sin saberqué hacer y, tal vez, sin fuerzas ante el desafío de su propia circuns-tancia. Para colmo de incomodidades, sufre de furúnculos que le im-piden escribir sentado.

Cuando habían logrado el nivel de fortuna y la “honorabilidad”con que soñaba la baronesa y que al propio doctor Marx llenaba deorgullo, les visita la fatalidad con una cruel secuela de decepciones,enfermedades e irreparables desgracias. Uno tras otro, han muertolos tres nietos que le diera Laura, pese al teórico saber médico delpadre, quien, por demás, oculta difícilmente su admiración por esemaldito ruso llamado Miguel Bakunín; también murió, con apenasun año de edad, el pequeño Carlos, primer nieto que le dioJennychen, la cual siguió trayendo hijos al mundo hasta un total decuatro, pero siempre ante la indiferencia de Carlos Longuet, padre ymarido más preocupado de sus cosas que de la familia y, para colmo,

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“mutualista” y promotor de las ideas de ese vendedor de sueñosllamado Proudhon.

Según mi madre, el doctor Marx lleva muy mal el poco interés conque uno y otro de sus yernos aceptan sus consignas y difunden lasideas del socialismo científico, pese, dice ella, a ser reconocidocomo la doctrina de mayor solvencia entre los partidarios de esa re-volución a punto de estallar.

-¡Que poca suerte, dice mi madre haber oído al doctor Marx, he te-nido con estos dos tipos a los que he aceptado como hijos: Uno ba-kunista y el otro proudhoniano ¡Que el diablo se los lleve!

Claro que, pronto, la vista o el recuerdo de los nietos desvanece sumal humor:

-Al Cristianismo se le pueden perdonar muchas cosas por quenos ha enseñado a amar a los niños, recuerda mi madre haber oídodecir al doctor Marx.

Más profunda que nunca, sigue la amistad e incondicional colabo-ración de Herr. Engels, aunque, ciertamente, afirma mi madre, no sepuede decir que coincidan en todo: el uno, el doctor Marx, es bohe-mio y despilfarrador; el otro, Herr. Engels, vive y viste con refina-miento y elegancia, lleva al día sus cuentas de ingresos y gastos ymide muy bien las inversiones en tal o cual actividad o movimientorevolucionario y, sobre todo, la ayuda financiera (inversión en futu-ro, dice él) que presta a la familia Marx.

En el terreno de las ideas sí que parecen coincidir con alguna queotra salvedad: para el triunfo del comunismo o socialismo científi-co, el doctor Marx cree suficiente el demostrar que la Economía si-gue la pauta de los modos de producción con la subsiguiente luchade clases, lo que no es más que la más evidente de las leyes dialécti-cas descubiertas por Hegel y que le lleva al convencimiento de quela miseria actual de la clase trabajadora no es más que la necesariaantesala de un bienestar sin límites sin que para ello tenga que inter-venir la libre voluntad de las personas, aunque sí la imparable fuer-za de la masa. No necesita el doctor Marx intentar entrar en elmeollo de la realidad y buscar la confirmación de su teoría en lapropia experiencia o en irrebatibles fórmulas matemáticas. Lahistoria y la dialéctica le resultan suficientes

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Este no es el caso de herr Engels, el cual aspira a definir una inter-pretación exacta de toda la Realidad, identificada por ambos con laMateria pura y desnuda. Por ello y como complemento de los traba-jos de su amigo, dice estar seguro de que ha encontrado evidencia delas genuinas leyes dialécticas hasta en la misma razón de ser y deevolucionar de todas las formas de materia desde la más elementalhasta la productora del pensamiento pasando por el origen y mante-nimiento de la vida. Es como si herr Engels estuviera empeñado enformular indiscutibles explicaciones tanto sobre lo que se cree o sesabe como sobre lo que se supone: si la dialéctica no ha profundiza-do todavía en el intríngulis de lo infinitamente pequeño, ni tampocoen lo que se podría llamar primer tiempo del movimiento... seguroque muy pronto va a lograrlo, afirma herr Engels con el calor cerrilde un fanático religioso: ésa es la razón por la que emplea la mayorparte de su tiempo en el estudio de las Ciencias Naturales y por loque devora literalmente todo lo que aparece en revistas especializa-das y discuten los darwinistas en sus cenáculos. Es algo que ya noshabía adelantado mi madre antes de que Luisa y yo hubiéramos teni-do ocasión de comprobar: al parecer, herr Engels necesita ver entodo y a través de todas las cosas y fenómenos de la sociedad y de lahistoria, la inutilidad de Dios y, por lo tanto, la radicalautosuficiencia de la Materia.

*****************Volvamos a las vicisitudes que sufrió durante sus últimos años

el doctor Marx: Más que por una larga e incurable enfermedadque le producía feas manchas y granos por todo el cuerpo o por lalenta consunción de la baronesa doliente de un cáncer de hígado,sufría por el escaso éxito en el adoctrinamiento de sus hijas: lasmayores más atentas a lo que hacen o dicen sus maridos, mientrasque Leonor, su pequeña Tussy, con demasiada frecuencia, con-funde la revolución con el descoco. Hay una época en que Tussyutiliza a su maduro Lissagaray como tapadera de frecuentes aven-turas, alguna de ellas, creo yo, inconfesables. El doctor Marx co-menta a mi madre que ésta su hija preferida (mein Kind, como él lallama), reconocida por todos con extraordinaria capacidad para se-guir la obra de su padre, prefiere jugar a ser una especie de GeorgeSand en una corte de actores de segunda fila renegando de la placi-dez y estabilidad de un posible matrimonio con el maduro Lissaga-

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ray, del que, en otro tiempo, dijo estar absolutamente enamorada yque ahora cuando (por fin, qué remedio) él habría bendecido launión, ella considera un trasto viejo.

En lo que respecta a ese su “socialismo científico”, el doctor Marxesperaba fidelidad absoluta en cuantos le rodean, lo que está segurode haber logrado con la baronesa, el incondicional herr Engels y, talvez, con mi madre. No tanto con sus hijas y menos aún con los yer-nos. Al marido de Jennychen el doctor Marx le ha dejado por impo-sible mientras que, aunque maldice su bakunismo, considerarecuperable a Pablo Lafargue, el “negro”, tal como se refiere a él conmi madre:

-Este chico podría ser nuestro jefe de filas en Francia y España, hacomentado el doctor Marx con mi madre y herr Engels: es inteligen-te, es ambicioso, pero no acaba de creer esto nuestro de la dialécticacomo motor y razón de todo. El maldito ruso ha sembrado de dudassu atolondrado cerebro.

-Deleguemos en un tal Julio Basilio Guesde, que acepta sin rechis-tar nuestro socialismo científico y cree en la fuerza argumental de ladialéctica, apunta herr Engels.

–Sí, pero procura no hacer de menos a mi yerno.Fue así como Guesde y Lafargue formaron un tandem para mar-

xistizar a una especie de socialismo francés, que habría de servir deejemplo a todo el socialismo latino.

Eso de marxistizar es un concepto que, aunque preferido porEngels, no era del agrado del doctor Marx (Yo soy Marx, pero nosoy marxista, gustaba de repetir.

En 1880 el tandem Guesde-Lafargue empezó a dar sus frutos conla formación de un partido obrero francés, cuyo programa fue elabo-rado por el propio doctor Marx.

**************El verano de ese mismo año fue el último que agrupó a toda la fa-

milia incluido los dos yernos. Fueron unas vacaciones medianamen-te placenteras en Ramsgate, lugar aconsejado por los médicos paraaliviar los sufrimientos de la baronesa.

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Como por casualidad, el doctor Marx tropezó en la playa con untal Aveling, que dijo compartir inquietudes teatrales con Tussy y sercontertuliano y ferviente admirador de Darwin.

Esa afinidad con Darwin fue la mejor carta de presentación quepudo haber elegido Aveling.

–Por supuesto que, como ustedes ya han podido comprobar, elOrigen de las Especies de Darwin con su clara exposición sobre lalucha por la vida que se da en el mundo animal es algo que casa a laperfección con la genial interpretación que hacen ustedes de laHistoria.

Hete aquí como los señores Marx y Engels encontraron en Ave-ling al maestro de ceremonias que necesitaban para llegar hasta elevasivo Darwin, un valioso y, tal vez, imprescindible puente entrela Biología y la Economía, entre las Ciencias Naturales y la científi-ca interpretación de la Historia: una especie de aval biológico parala Lucha de Clases, ese inconmovible postulado que, desde la publi-cación del Manifiesto Comunista los señores Marx y Engels vienenpresentando como dogma de fe.

Fue Eduardo Aveling el encargado de hacer llegar a Darwin unamuy cortés carta del doctor Marx, en la que le mostraba su admira-ción por el revolucionario descubrimiento de la “inutilidad de Diosen el origen y desarrollo de la vida”, le pedía colaboración para ela-borar las bases de una “definitiva ciencia”..

Para chasco de toda la familia, Darwin se permitió declinar la invi-tación: es algo, hizo ver en su respuesta, que chocaba con sus ínti-mas convicciones (él sí que creía en Dios como principio de todo loexistente y como motor del Universo) y que disgustaría a su familia,profundamente religiosa. Tardó en reponerse el doctor Marx, máxi-me cuando se apercibió de que la maniobra había servido para echara su hija menor, la "atolondrada" Tussy en los brazos de Aveling.

Pero herr Engels, por su cuenta, siguió incorporando los “descu-brimientos” de Darwin a lo que pretende sea aceptado como irreba-tible explicación del origen y evolución de la Materia, que “es y semueve, porfía incansablemente, por cauces dialécticos” y reprochaal doctor Marx sus desánimos y sus “pérdidas de tiempo interesán-dose por lo que no sea estricta ciencia materialista”.

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El doctor Marx se justifica aduciendo que, aunque se siente real-mente cansado y decepcionado ante las sucesivas incomprensionesde cuantos debieran ser fervorosos seguidores, hace lo que puedeescribiendo cartas, recibiendo a gente y acercando posicionescon países lejanos como, por ejemplo, Rusia o Turquía. HerrEngels le echa en cara lo que el llama cúmulo de divagaciones,especie de divertimento que le aleja de las reflexiones y conclu-siones sobre lo ya descubierto y que muchos de los seguidoresaceptan como dogma de fé.

–No me gusta mucho tu actual picoteo sobre infinitas cuestiones,le reprocha Herr. Engels. Lo tuyo es la Economía Política y a elladebieras dedicarte en cuerpo y alma y déjame a mí que case todo esocon lo que, desde Darwin, nos enseñan las Ciencias Naturales. Sa-bes que la gente te considera el más ilustre economista de los tiem-pos modernos, pero espera ver bien atados los cabos sueltos que hasdejado en Das Kapital.

-Ya sé lo que tú quieres: quieres que te deje el camino libre paradiscurrir sobre todo eso de la Materia Autosuficiente y demás, quetú ves tan claro.

-Tenemos ahora las teorías de Darwin sobre si cabía alguna duda.Materia Autosuficiente, Evolución de las Especies, Dialéctica y Lu-cha de Clases determinada por los modos de producción: ahí está labase de nuestra inconmovible Ciencia.

-¿De verdad crees, Fred, que lo nuestro es rigurosamente científi-co? Por lo que me has dicho otras veces, hasta tú mismo has descu-bierto que Darwin no se diferencia mucho de Aristóteles en eso delsupuesto Motor Inmóvil con fuerza e inteligencia suficiente para po-ner en marcha toda la máquina del Universo.

-Carlos, por favor: a estas alturas no podemos dudar de nuestrospostulados... No nos lo perdonarían nuestros seguidores que puedenllegar a ser millones.

Tampoco coincidían mucho en sus apreciaciones sobre los paísesmejor dispuestos para la revolución proletaria: Herr Engels, fiel a supostulado de que la fuerza del Proletariado es consecuencia de laevolución en los modos de producción, pensaba en la superindus-trializada Inglaterra como punta de lanza de la revolución mundialmientras que el doctor Marx, después de haber denostado durantetreinta años la incultura y el servilismo de un pueblo en los antípo-

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das del mundo desarrollado, apuntaba por Rusia, en donde son mu-chos los que han leído el Manifiesto Comunista que tradujeraBakunín y el reciente Das Kapital que ha traducido Nicolás Fran-chevich Danielson, y “se afanan por trampear con la dialécticapara, por medio de un valiente papirotazo, saltarse los naturales es-tadios de la evolución hasta decretar, sin más ni más, la supresiónde cuantas leyes dialécticas no convienen a sus intereses”.

Al contrario de lo que siempre ha defendido el doctor Marx, pare-ce que, por lo que se refiere a Rusia, cabe confiar más en la voluntadde los revolucionarios rusos que en la fuerza determinante de losmedios de producción: llega admitir la eventualidad de que una re-volución en Rusia puede convertirse en la espoleta de la imparablerevolución proletaria en el mundo industrializado.

-Lo que te ocurre, le zahiere herr Engels, es que te has dejado cau-tivar por la devoción que despiertan tus escritos en esa pandilla deexaltados capaces de cargarse a un zar por el macabro capricho deque les condenen a la horca.

-Esa es el alma revolucionaria, querido Fred.Se referían ambos al asesinato del Zar Alejandro II el 21 de marzo

de 1881, acontecimiento que, según me cuenta mi madre, inspiró aldoctor Marx el siguiente comentario: “este puede ser el preludio delcomunismo ruso”. No llegó a saber el doctor Marx que, entre losasesinos de ese zar, se encontraba un tal Ulianov, ajusticiado pocosdías más tarde en presencia de su madre y un hermano de diecisieteaños: ese hermano, al que llegué a conocer más tarde, resultó serIllia Ulianov, el mismo que, siguiendo el ejemplo de los revolucio-narios rusos, cambió su nombre por el de Lenín. Conocí a Lenínaños más tarde.

****************Además de rusos como Vera Zassulitch (ese particular conoci-

miento mío), Danielson, Hartman (uno de los muchos amantes deTussy, creo yo), Morozov y del más ilustrado de todos ellos, un talPlajanov, venían de todas las partes del Continente a visitar a los se-ñores Marx y Engels. La mayoría de ellos volvía a sus lugares de ori-gen fuertemente impresionados por la personalidad del doctor.Otros hacían de Londres su residencia para empaparse de lasdoctrinas y consignas marxistas.

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Por no disgustar a mi madre yo asistí a alguna reunión de las queorganizaba herr Engels con unos y con otros (ya os he dicho que eldoctor Marx no quería saber nada de Luisa y de mí desde años atrás,a partir del memorable día de la felicitación por mi boda). Fue asícomo llegué a conocer al francés Julio Guesde, ya marxista conven-cido, con capacidad personal suficiente para enfrentarse al oportu-nismo de los llamados posibilistas y que sabe corregir los desvaríosbakunistas de Lafargue, el díscolo yerno, del que tanto os he habla-do; también conocí a muchos social-demócratas alemanes entre losque destacan Bebel, Bernstein o Kautsky, que se autoproclaman in-condicionales marxistas; a socialistas suizos e italianos que, para sa-tisfacción de los señores Marx y Engels, informan de que elbakunismo está perdiendo un terreno que están ganando ellos, losmarxistas.

Menos en serio se toman el marxismo los socialistas ingleses. Di-ríase que es el único país europeo que se mantiene al margen de losdescubrimientos y consignas del doctor Marx, algo que le hería ensu amor propio puesto que había hecho de Inglaterra su segunda pa-tria y, años atrás, cifraba en ella el principio de la revolución mun-dial. Al respecto, recuerdo haber leído en alguno de sus últimostrabajos:

“En Inglaterra, una prolongada prosperidad ha desmoraliza-do a los obreros. Parece que el ideal de este país, superlativa-mente burgués, es el de constituir una aristocracia burguesa yun proletariado burgués, identificado al cien por cien con laburguesía. La energía revolucionaria de los obreros británicosha ido apagándose poco a poco y se necesitará mucho tiempopara que se curen de la contaminación burguesa; para ello ne-cesitarán cubrirse de nuevo con la capa de los viejosactivistas”.

Pero sí que he conocido a más de un británico que admiraba aldoctor Marx y aceptaba una buena parte de su doctrina. Entre ellosrecuerdo al fundador de la Federación Social-Demócrata Inglesa,mister H. M. Hyndman que se consideraba a sí mismo discípulo deldoctor Marx tal como escribió en una nota de prensa que me dio aconocer:

“La primera impresión que me despertó Marx cuando le vipor primera vez fue la de un anciano vigoroso e indomable,siempre presto al combate, por no decir impaciente por luchar.Hablábamos de la actitud del Partido Liberal sobre el problemairlandés... el viejo guerrero enarcó las cejas y pegó un bufido

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con su poderosa nariz, todo su rostro vibrando bajo el efectode la pasión para luego, serenamente, expresar sus juicios conmagnífico dominio de un idioma que no es el suyo. Sorprendeel contraste entre sus gestos y su forma de hablar: gesticularabiosamente movido por la cólera ante lo que le disgusta o noencaja con los principios que defiende y, de pronto, con abso-luta serenidad, habla sobre su tema favorito, la Economía, encuya buena interpretación y desarrollo ve la solución de todoslos problemas. Ejerce de profeta e implacable acusador para,de repente y sin aparente esfuerzo, discurrir con toda la sere-nidad del mundo, sobre los principios de su doctrina. Al verle yescucharle, llegas a la convicción de que han de pasar muchosaños hasta olvidar la sensación del discípulo que ha encontra-do a su definitivo maestro”.

Esto del discípulo que ha encontrado a su maestro no va conmigoy mucho menos con Luisa, mi mujer. Por sus últimos trabajos y porlo que de él voy sabiendo a través de Tussy, herr Engels y mi madre,quien, justo es decirlo, le ve como el oráculo de los tiempos moder-nos, los recuerdos que conservo del doctor Marx son los de un hom-bre que duda, duda y duda... sobre las convencionales ataduras a lasque ha ligado su vida.

-¿En qué creía, realmente, el doctor Marx? He querido saber larespuesta por boca de mi madre y, tambien, de Tussy.

-En lo mismo que yo, ha respondido mi madre.Tussy me ha respondido con otra pregunta ¿en qué crees tú?. Esa

vez no tuve más remedio que responder con cierta precisión:-Creo en mi vida, creo en el amor, creo en la necesidad de hacer

algo por los demás.-Justamente, me respondió Tussy, yo diría que entusiasmada,

crees en las mismas cosas en las que yo creo, lo que quiere decir queeres tan socialista como yo.

-No sé si soy socialista, pero lo que no soy es revolucionario.-¿Por qué?-Porque no creo en las buenas intenciones de los que me empujan

a la revolución; por que no soy lo que se dice un materialista; porque dudo sobre si no será verdad todo en lo que cree Luisa.

-La dichosa beata siempre por el medio.Luisa fingió no oir nada.

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TRES VISITAS DE LA MUERTE

De regreso a París después de aquellas vacaciones en Ramsga-te, Jennychen ha informado a sus padres de que espera un

nuevo bebé.–Esta vez sí que será una niña. Baronesa, vas a tener una nieta.-Ojalá tengas razón, feo Moro, es la respuesta de la baronesa.-Razón de más para una alegre vuelta por la capital del saber vivir.

Recorreremos los lugares que iluminamos con nuestro amor reciénestrenado.

La baronesa está muy débil y sonríe. Disfruta un breve receso dela enfermedad que no perdona y sigue el juego a su marido. Van aParís y allí pasan quince días intentando revivir viejas historias.

Regresan a Londres a mediados de agosto del 81, ambos seria-mente enfermos: el doctor Marx con peritonitis y la baronesa conuna recaída de la que ya no se recuperó.

Tres largos meses de muy agudos dolores bajo los cuidados de mimadre, quien a pesar de abiertas y continuas humillaciones, siempretrató a la baronesa con más generosidad que servilismo (algún díacomprenderé las razones de una evidente tirantez entre las dosmujeres, eso espero).

***************Falleció la baronesa Jenny von Westphalen el 2 de diciembre de

ese mismo año. El día antes, el reputado periodista Belfort Bax ha-bía publicado un elogioso artículo sobre el doctor Marx, recono-ciéndole como “uno de los más ilustres representantes delpensamiento moderno”. Según cuenta mi madre, el doctor pudo veren su mujer un leve y último destello de ilusión cuando se lo leyó.

Enfermo como estaba, el doctor Marx no pudo acompañar a sumujer hasta el cementerio de Hitghate, el llamado cementerio de los

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réprobos. Sí que estuvimos Luisa y yo, con mi madre en medio. Fueun entierro sin ningún símbolo religioso y presidido por HerrEngels, cuyo discurso fúnebre terminó con la frase “fue una mujerque basó toda su ansia de felicidad en hacer felices a los demás”.

Pocos meses más tarde nació el bebé esperado por los Longuet,una preciosa niña a la que pusieron Jenny, el nombre de su madrey de la abuela recientemente desaparecida. El doctor Marx, aunconvaleciente de su grave enfermedad, no resistió la tentación deir a conocer a su nieta. Volvió muy animado y con ganas de rea-nudar su actividad. Buena parte de su tiempo lo empleaba enmantener una nutrida correspondencia con lo que llama sus dele-gados en Alemania, Rusia, Francia, Italia y España. Trata de in-filtrar serenidad y paciencia ante los problemas que genera lalucha política en sus diferentes colores y reflexiona, reflexiona,como nunca lo hiciera: Cuenta mi madre que habla frecuentemen-te de religión en un sorprendente tono contemporizador: al Cris-tianismo se le pueden perdonar muchas cosas, porque nos haenseñado a amar a los niños, es una de las frases oídas por mimadre y, también, lo de la solidaridad es algo que los socialistasdebemos aprender de los primitivos cristianos.

****************El invierno del 82 fue particularmente frío, lo que deterioró la sa-

lud del doctor Marx. Aconsejado por sus médicos de buscar un cli-ma más benigno, se fue hasta Argel, a donde llegó con un ataque depleuresía y no encontró el clima cálido y seco que le habían reco-mendado los médicos; al cabo de un mes volvió a Europa en buscade un sol que, aquel duro invierno, parecía huir de sus lugares habi-tuales. Volvió muy enfermo a Londres después de una nueva visita aJennychen y familia.

Muy poco tiempo después de su vuelta a Londres le llegó la noti-cia de la repentina muerte de Jennychen.

Fue un duro golpe del que ya no se repuso y, al parecer, nada hizopor superar. Fue una madrugada de 14 de marzo de 1883, cuando mimadre le encontró inmóvil, recostado en un sillón, con sus ojosabiertos como en serena búsqueda de algo y un libro entreabierto enlas manos ya rígidas (nunca mi madre quiso decirme el título del úl-timo libro que repasó el doctor Marx).

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Le enterramos en el cementerio de Hitghate, al lado de la barone-sa, su mujer. Éramos muy pocos entre sus familiares, sus amigos, al-gunos discípulos, Luisa y yo.

Herr Engels, solemne y emocionado pronunció la oración fúne-bre, que transcribo:

El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde, dejó depensar el más grande pensador de nuestros días. Apenas ledejamos dos minutos solo, y cuando volvimos, le encontramosdormido suavemente en su sillón, pero para siempre.

Es de todo punto imposible calcular lo que el proletariado mi-litante de Europa y América y la ciencia histórica han perdidocon este hombre. Harto pronto se dejará sentir el vacío que haabierto la muerte de esta figura gigantesca.

Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la natura-leza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la histo-ria humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la malezaideológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer,beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política,ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de losmedios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, lacorrespondiente fase económica de desarrollo de un pueblo ouna época es la base a partir de la cual se han desarrollado lasinstituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas ar-tísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arre-glo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, comohasta entonces se había venido haciendo. Pero no es esto sólo.Marx descubrió también la ley específica que mueve el actualmodo de producción capitalista y la sociedad burguesa creadapor él. El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto es-tos problemas, mientras que todas las investigaciones ante-riores, tanto las de los economistas burgueses como las de loscríticos socialistas, habían vagado en las tinieblas.

Dos descubrimientos como éstos debían bastar para unavida. Quien tenga la suerte de hacer tan sólo un descubrimien-to así, ya puede considerarse feliz. Pero no hubo un sólo cam-po que Marx no sometiese a investigación -y éstos camposfueron muchos, y no se limitó a tocar de pasada ni uno sólo-incluyendo las matemáticas, en la que no hiciese descubri-mientos originales. Tal era el hombre de ciencia. Pero esto noera, ni con mucho, la mitad del hombre. Para Marx, la cienciaera una fuerza histórica motriz, una fuerza revolucionaria. Porpuro que fuese el gozo que pudiera depararle un nuevo descu-brimiento hecho en cualquier ciencia teórica y cuya aplicaciónpráctica tal vez no podía preverse en modo alguno, era muyotro el goce que experimentaba cuando se trataba de un des-

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cubrimiento que ejercía inmediatamente una influencia revo-lucionadora en la industria y en el desarrollo histórico engeneral. Por eso seguía al detalle la marcha de los descubri-mientos realizados en el campo de la electricidad, hasta los deMarcel Deprez en los últimos tiempos.

Pues Marx era, ante todo, un revolucionario. Cooperar, deeste o del otro modo, al derrocamiento de la sociedad capita-lista y de las instituciones políticas creadas por ella, contribuira la emancipación del proletariado moderno, a quién él habíainfundido por primera vez la conciencia de su propia situacióny de sus necesidades, la conciencia de las condiciones de suemancipación: tal era la verdadera misión de su vida. La luchaera su elemento. Y luchó con una pasión, una tenacidad y unéxito como pocos. Primera Gaceta del Rin, 1842; Vorwärts deParís, 1844; Gaceta Alemana de Bruselas, 1847; Nueva Gace-ta del Rin, 1848-1849; New York Tribune, 1852 a 1861, a todolo cual hay que añadir un montón de folletos de lucha, y el tra-bajo en las organizaciones de París, Bruselas y Londres, hastaque, por último, nació como remate de todo, la gran Asocia-ción Internacional de Trabajadores, que era, en verdad, unaobra de la que su autor podía estar orgulloso, aunque no hu-biera creado ninguna otra cosa.

Por eso, Marx era el hombre más odiado y más calumniadode su tiempo. Los gobiernos, lo mismo los absolutistas que losrepublicanos, le expulsaban. Los burgueses, lo mismo los con-servadores que los ultra demócratas, competían a lanzar difa-maciones contra él. Marx apartaba todo esto a un lado como sifueran telas de araña, no hacía caso de ello; sólo contestabacuando la necesidad imperiosa lo exigía. Y ha muerto venera-do, querido, llorado por millones de obreros de la causa revo-lucionaria, como él, diseminados por toda Europa y América,desde las minas de Siberia hasta California. Y puedo atrever-me a decir que si pudo tener muchos adversarios, apenas tuvoun solo enemigo personal. Su nombre vivirá a través de los si-glos, y con él su obra.

-Ha muerto sin ningún testigo (susurré con muy poco disimulo aloído de Luisa). Aquella tarde Herr Engels había vuelto a su casa sincreer en el inminente desenlace y el propio doctor Marx pidió a mimadre que se fuese a la cama. El doctor Marx quería estar solo, esocreo yo, y así murió..

Laura lloraba apoyada en el hombro de su marido, que se mante-nía erguido y sin mostrar emoción alguna. Vi a mi madre muy seriay con los dientes apretados como con rabia. Igual actitud encontréen Tussy que, al final, se acercó a nosotros.

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-Nada se logra con llorar, se ha ido... ¿qué le vamos a hacer? Claroque era padre mío en sangre y en ideas, algunas muy cerriles, perorespetables y puede que muy sinceras... Vámonos ya. Se situó entreLuisa y yo, colgándosenos del brazo y empujándonos nerviosamen-te hasta la puerta de salida. Mi madre no quiso venir con nosotros.

-Quiero seguir unos minutos aquí, volveré a donde sea con misterEngels. Y allí siguió tiesa, como esperando no se sabe qué y sinprestar la mínima atención a la animada charla que había iniciadoherr Engels con Augusto Bebel y Eduardo Bernstein, formando se-micírculo en torno a la fosa ya rellena de tierra.

-¿Te vienes con nosotros? invitó Luisa a Tussy.-Pues claro, respondió ella con la mayor naturalidad. Y, en el ca-

mino a casa, siempre colgada de mi brazo, habló y habló sobre susdesaparecidos padres:

Tenía mi padre diecisiete años cuando se comprometió conJenny. Aunque muy unidos siempre, no se puede decir que elsuyo fuera un sendero de rosas: hubo una feroz oposición aese compromiso por ambas familias hasta que se dieron cuen-ta de que aquello iba en serio: Fueron siete años de intensoamor hasta la boda el 19 de junio de 1843.

Luego, uno junto a otro, han compartido unas pocas alegríase infinitas calamidades, desde el hambre al vivir bajo sospechade peligro público, con pasos por cárceles, destierros y milabandonos de los que se creía amigos. Pero supieron hacer desu amor un refugio que les ha durado hasta la muerte. Y si-guen unidos sin que esta crudelísima y absurda muerte hayalogrado separarles.Mi padre no solamente ha amado a mi madre: os puedo decir

que uno y otro han vivido de su amor; yo creo que es el Amorlo único en que realmente han creído.

Recuerdo, que ya en casa, Tussy siguió hablando y hablando de lomucho que se habían querido sus padres y tan solo unas palabras detoda esa heredad de ideas a desarrollar.

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EL TESTAMENTO POLÍTICO DELDOCTOR MARX

Al domingo siguiente de la muerte del doctor Marx, tuvimos loque herr Engels llamó su primera reunión estratégica. El y mi

madre, ambos de riguroso luto, hicieron de anfitriones. No meacompañó Luisa, mi mujer: no me atraen nada esas reuniones, nicreo que lleguen a convencerte. Tampoco estuvo Laura, muy afecta-da por la desaparición de su padre pero sí Tussy, que se sentó a milado, lejos de Lissagaray, del que ya la veo muy despegada.

Todos los reunidos habíamos estado presentes en el entierro deldoctor Marx, lo que no impidió que Herr Engels, a guisa de preám-bulo, repitiera su pieza oratoria ante la tumba del “economista mássabio de todos los tiempos”.

-Desaparecido él, añadió, nos queda infinitamente más que su re-cuerdo y eso que los filisteos llaman una simple doctrina económi-ca: nos queda la más acertada forma de entender la vida y la historia:con su legado y el esfuerzo diario tenemos en nuestras manos la lla-ve del porvenir. Frente a las viejas ideas, los sueños y las vacilacio-nes tenemos ya la explicación de todo y un proyecto de acción conobjetivos muy precisos. Es una nueva ciencia que, aunque descu-bierta por Marx, es mucho más que una simple aportación personal:es la inequívoca voz de la Naturaleza y de la Historia.

Luego repartió consignas a cada uno de los allí presentes: a mi ma-dre, a Tussy, a mí, a Laura y a su marido, Pablo Lafargue, a los tam-bién franceses Guesde, Longuet y Lissagaray, al ruso Plejanof y alos alemanes Kautsky, Bebel, Liebknecht con su jefe de filas de en-tonces Eduardo Bernstein, que parecía gozar de la particularconfianza de herr Engels.

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Eduardo Bernstein habló de la excepcional perspicacia del doctorMarx para extenderse en datos estadísticos sobre la situación del so-cialismo en Alemania.

-Muy bien, Eduardo, respondió herr Engels a la larga perorata deBernstein. Y cierro la sesión pidiendo a todos vosotros el que ten-gáis en cuenta que, por expreso deseo de nuestro queridísimo Marx,soy el albacea e intérprete de su testamento político: Marx ha muer-to, pero nos queda su ciencia, la ciencia que, de la mano del proleta-riado, llevará a la humanidad a una sociedad sin clases. Largo es elcamino, pero segura la victoria.

Fue en la cena, que siguió a la reunión, cena de familia, había pun-tualizado herr Engels, cuando empecé a considerar seriamente la po-sibilidad de un antiguo lance amoroso entre mi madre y el General otío Fred, que así le llamaba Tussy. Allí estábamos herr Engels conmi madre al lado, Pablo Lafargue, Lazzy Burns (una bien proporcio-nada irlandesa, sirvienta o amante de herr Engels) y yo.

Cierto que nunca fui indiferente a las veladas alusiones de unos yde otros, que, con evidente escepticismo, recogía Luisa, mi mujer;pero siempre fue algo que traté de soslayar para evitarme problemasde conciencia. Ahora les veía juntos, ya en serena madurez, y era elmomento de hacerse preguntas. La ocasión me la facilitó el propioherr Engels cuando, en la sobremesa, me dijo:

-Cuento contigo, Freddy, para que me ayudes a hacer políticaaquí, en la liberal e hiperburguesa Inglaterra.

-No estoy muy convencido sobre eso del protagonismo exclusivodel Proletariado.

-Por supuesto, muchacho, que el Proletariado necesita bastantemás que su natural espontaneidad. Necesita intérpretes de sus nece-sidades y necesita jefes de fila. A ti, joven ingeniero e hijo de quieneres hijo, te corresponde algo más que el simple papel de comparsa.

-¿De quién soy yo hijo? Pregunté de forma casi brutal.-De nuestra querida Lenchen, naturalmente.-Y ¿de quién más?Mi madre se había puesto colorada a más no poder, Lafargue de-

dicaba a herr Engels una mueca que nada tenía que ver con una son-risa, Tussy también le miraba entre seria y divertida. El frunció elceño, hizo brillar sus ojos, esbozó una sonrisa y mesándose la barba,

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dio a entender que iba a hacer una solemne declaración, alargó su si-lencio durante no menos de cinco segundos para responder con unaevasiva: Qui lo chá!

-No me vale su respuesta, mister Engels. A estas alturas de vidanecesito saber lo que mi madre se resiste a confirmar: ¿es usted mipadre?

-¿Qué dice la gente?-No me importa lo que diga la gente.-¿Qué dices tú, Lenchen?-Yo no quiero decir nada, señor.Me sentí rabioso ante esa muestra de servil silencio y me despedí

de todos con elemental cortesía y sin perder las formas. Herr Engelsme correspondió con un –Hasta muy pronto, Freddy; mi madre medespidió con un beso, sin decir palabra; Lazzy Burns, tambien en si-lencio, me alargó la mano; Pablo Lafargue se levantó de su asiento,me dio un efusivo abrazo y me entregó un pequeño paquete: para ti ytu bella esposa, puede que os haga pensar; Tussy me acompañó has-ta la puerta, me apretó cariñosamente el brazo y me dio un par de be-sos, casi turbadores, lo confieso. El segundo para tu Luisa.

Al comentar todo lo del día con mi mujer, ella respondió con ex-traordinaria suavidad: ni eso que llamáis socialismo científico tienenada que ver con la ciencia ni herr Engels es tu padre.

-O sea, que me quedo como estaba.-No tienes por que preocuparte, me tienes a mí, tienes a tus hijos y,

también tienes a Dios. Y cortó mi respuesta con uno de sus mejoresapretujones.

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EL DERECHO A LA PEREZA, DE PABLOLAFARGUE

Llegado a casa, desenvolví el regalo de Pablo Lafargue, el médi-co criollo casado con Laura Marx: era su último libro, escrito

en un muy literario francés y con un muy sugerente título: Le droit àla Paresse.

-No es mala cosa que un hijo político del promotor de la revolu-ción proletaria sugiera otro tipo de revolución, la de los zánganos.

-No juzgues sin conocer, reconvine cariñosamente a Luisa. Puedeque tenga sus razones para decir lo que no sé que dice.

Lo supimos pronto: era la réplica al breve opúsculo Le droit auTravail, que en 1848, escribió el “socialista-burgués” Luis Blanc.Pablo Lafargue, especialista en eso que se llama coger al rábano porlas hojas, quiere demostrar que es una soberbia tontería lo de traba-jar más de tres horas diarias.

Como introducción recuerda lo dicho en 1849 por el que fuerapresidente de la República Francesa en los años setenta, AdolfoThiers: “Quiero devolver al Clero todo su poderío; cuento con élpara difundir entre los asalariados esa buena filosofía que enseñaal hombre a aceptar todo los sacrificios y penalidades que imponesu situación al contrario de esa otra que proclama el goza de lavida todo lo que puedas”. Con esas palabras, comenta Lafargue, Mr.Thiers definía la moral de la clase burguesa con toda su carga deegoísmo y de rastrera inteligencia:

Si antes, en su implacable lucha contra la Nobleza, la Bur-guesía enarbolaba las banderas de la libertad de pensamientoy del ateismo, una vez alcanzado el triunfo, quiere arrebatar ala religión su poder sobre las conciencias; comenzó resucitan-do las costumbres paganas de glorificar la carne y dar riendasuelta a todo tipo de pasiones y ahora reniega de sus viejos

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maestros, los Rabelais y los Diderot, para predicar una viejamoral al uso de los asalariados. La forma de vida capitalista,retorcido contrapunto del cristianismo, lanza anatema contrala carne del trabajador y le niega todo lo que no sea lo estricta-mente necesario para perpetuar su especie; suprime sus ale-grías y sus pasiones para reducirle al papel de simple máquinade producción.

Tras esa introducción, Lafargue canta a la pereza con unos conoci-dos versos de Lessing (pereza para todo, excepto para amar y be-ber, excepto para la pereza) para luego entrar en materia con laligereza de un “bon vivant” y la pasión de un acérrimo enemigo delorden existente:

Los socialistas revolucionarios, dice Lafargue en su libro, han dereemprender el combate de los filósofos y panfletarios de la Bur-guesía, hasta desterrar de las cabezas de los proletarios todos losprejuicios y consignas que les infiltra la clase dominante. Han deproclamar a los cuatro vientos que se acabó lo de considerar estatierra como un valle de lágrimas; que en la sociedad comunista,que fundaremos de forma pacífica, si ello es posible, o con violen-cia, si fallan los buenos modales, ya no habrá freno para las pasio-nes puesto que, como ha dejado escrito el propio Descartes, “por supropia naturaleza, todas las pasiones son buenas siempre que evi-temos el mal uso y los excesos". Al respecto, no está de más el re-cordar a Darwin para quien “una especie alcanza su más alto nivelde desarrollo físico cuando ha logrado la plenitud de energía y devigor moral”.

Son reflexiones que sirven a Pablo Lafargue para atacar la “extra-ña locura que subyuga a los obreros de las naciones en donde reinala civilización capitalista.... esa locura es el amor al trabajo, la agó-nica pasión del trabajo llevada hasta el agotamiento de las fuerzasvitales del individuo y de su familia. En lugar de reaccionar contraesa aberración mental se llega a sacralizar lo que su propio Dios ha-bía maldecido y que tan espantosas consecuencias ha traído a la so-ciedad capitalista... Comparad con los miserables servidores de lasmáquinas al noble salvaje que vive lejos del cristianismo, la sífilis yel dogma del trabajo.

Divaga Lafargue sobre tristes pueblos trabajadores y alegres pue-blos que viven sin dar golpe, acude al Evangelio (“contemplad la be-lleza y crecimiento de los lirios del campo, que ni trabajan ni

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tejen...”) y al "ejemplo de Javé, quien, después de seis días de traba-jo, descansa hasta la eternidad”, para lamentarse de que “el proleta-riado, la gran clase, que agrupa a todos los productores de lasnaciones civilizadas, la clase que, emancipándose ella emancipará atoda la humanidad del trabajo servil y hará del animal humano un serlibre, traiciona sus propios instintos, ignora su misión histórica y sedeja pervertir por el dogma del trabajo. Rudo y terrible ha sido sucastigo: todas las miserias individuales y sociales proceden de su pa-sión por el trabajo aunque Napoleón haya asegurado lo contrario en1807: “Cuanto más trabajen mis pueblos menos vicios habrá. Soy lamáxima autoridad y estoy dispuesto a ordenar que los domingos, pa-sada la hora de la Misa, se abran las tiendas y vuelvan los obreros asu trabajo”

Doce horas de trabajo por día es el ideal de los filántropos y mora-listas del siglo pasado. Nuestra época, se nos ha dicho, es el siglo deltrabajo. Efectivamente y lo es también del dolor, de la miseria y dela corrupción, mientras que filósofos y economistas burgueses ento-nan nauseabundos cánticos en honor del dios Progreso, hijo primo-génito del dios Trabajo, tras el cual ven venir la felicidad sobre latierra.

Si nos referimos a la duración de la jornada, no falta quien nos re-cuerde: los forzados a galeras no trabajan más de diez horas, los es-clavos de Las Antillas nueve horas de media mientras que en laFrancia que ha hecho la Revolución del 89, la Gran Revolución en laque a bombo y platillo se proclamaron los Derechos del Hombre,existen multitud de fábricas en donde la jornada de trabajo es de die-ciséis horas de las cuales se descuentan hora y media para reposiciónde fuerzas en tanto que los propios trabajadores, cooperando en laacumulación de capital, facilitan el que, por lo mismo y más prontoque tarde, les sea sustraído una parte de su salario. Viven aturdidos eidiotizados por una situación en que llegan escuchar como cantos desirena la obsesiva consigna de los economistas: trabajad, trabajad...para vuestro bienestar.

En su diatriba contra el trabajo, Lafargue trae a colación citas ymás citas, desde clásicos como Aristóteles hasta algún clérigo de laactualidad como la de un tal reverendo Townshend, pastor anglica-no, a quien atribuye la siguiente proclama: Trabajad, trabajad día ynoche; trabajando, hacéis crecer vuestra miseria, es una miseria que

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sustituye a la imposición del trabajo por la fuerza de la ley. Aplicarla ley a la obligación de trabajar exige a los responsables enorme es-fuerzo, requiere demasiada violencia y produce mucho ruido. Elhambre, por el contrario, no solamente se traduce en pacífica, silen-ciosa e incesante coacción: resulta la más natural motivación deltrabajo y de la industria, lo que provoca un mayor y más continuadoesfuerzo.

Trabajad, trabajad, proletarios, para incrementar la fortuna socialy vuestras miserias individuales; trabajad, trabajad para que, hacién-doos más pobres, encontréis nuevas razones para trabajar más yaumentar vuestra miseria.

Las actuales miserias individuales y sociales, por muy grandes ynumerosas que sean, desaparecerán como desaparecen las hienas ylos chacales a la venida del león cuando el proletariado, con toda sufuerza, reafirme un “yo quiero”. Pero para que el proletariado tomeconciencia de su fuerza es necesario que derribe el edificio de losprejuicios sociales, de la moral cristiana, de la economía y del librealbedrío burgueses para hacer revivir esos instintos naturales en quese asientan derechos como el de la pereza, mil y mil veces más sa-grados que los enclenques derechos del hombre, los mismos quefueron presentados como dogma de fe por los metafísicos de la revo-lución burguesa, y que se comprometa a no trabajar más que treshoras por día para dedicar el resto del día y de la noche a la buenavida y a no hacer nada.

En los tiempos de Cicerón hubo un poeta griego, Antípatro, quevio en la invención del molino de agua un símbolo de liberación hu-mana en cuanto hacía innecesarias las energías de los hombres ymujeres dedicadas a ese menester; el propio Aristóteles tambien so-ñaba con una sociedad más libre en cuanto “las lanzaderas pudieranmoverse por sí solas...” Pues bien, las lanzaderas ya se mueven porsí solas, otras muchas máquinas hacen el trabajo que antes corres-pondía a los trabajadores más o menos esclavizados y resulta que lostrabajadores de ahora son infinitamente menos libres que los de laantigüedad: la pasión ciega, perversa y homicida del trabajo hatransformado a la máquina liberadora en instrumento de servidum-bre para los hombres libres, quienes se hacen de más en más pobresa medida que aumenta la productividad.

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En tanto en cuanto la clase trabajadora, en su simplicidad y buenafe, se ha dejado adoctrinar y, con ingenua impetuosidad, se ha su-mergido a ciegas en un mundo de trabajo y abstinencia, la clase ca-pitalista se ha visto condenada a la pereza y a obligados placeres, ala improductividad y al consumo. Pero, si el exceso de trabajo mal-trata la carne y atrofia los nervios del obrero, no por ello deja de pro-ducir abundantes calamidades en nuestros burgueses, que se resistena aceptar el valor crematístico de la pereza. Para demostrarlo ahí estála experiencia de unos cuantos capitalistas ingleses que han com-prendido que, para potenciar la productividad humana es necesarioreducir las horas de trabajo y multiplicar los días de fiesta y de des-canso pagado, cosa que al pueblo francés le cuesta trabajo aceptar.Pero el resultado está ahí: en menos de diez años la productividad seha visto incrementada en más de una tercera parte, lo que nos sugie-re la siguiente pregunta: si una miserable reducción de dos horas enla jornada de trabajo ha producido tales resultados ¿no podemosaugurar un vertiginoso aumento de la producción francesa si aquíimponemos la jornada laboral de tres horas?

Lafargue sabe que su desconcertante propuesta va a ser muy difí-cil de aceptar por los propios obreros franceses a los que califica depusilánimes cuando, como papagayos, repiten las consignas de loseconomistas: trabajemos, trabajemos para acrecentar la riqueza na-cional. Idiotas ellos, califica Lafargue, que no han llegado a com-prender que es precisamente porque trabajan demasiado por lo queel utillaje industrial francés se desarrolla tan lentamente.

En el cuarto capítulo de su libro, Lafargue se entretiene en adivi-nar lo que será una sociedad francesa en la que esté prohibido traba-jar más de tres horas diarias: liberados de su actual ominosa cargalos trabajadores dedicarán la mayor parte de su tiempo a divertirse ya consumir mientras que los burgueses, en defensa de sus privile-gios, forzarán el cambio de vida de legiones de soldados,magistrados, figurinistas, proxenetas...

Con el beneplácito de los capitalistas, los proletarios habrán deja-do de soñar con las diez horas de trabajo diario con lo que habrá de-saparecido la principal causa de antagonismos sociales y de guerrasciviles. Puesto que no se va a imponer a nadie la obligación de traba-jar, todos los Rochild y similares será invitados a demostrar que nohan trabajado en su vida: si es así, se les permitirá continuar en per-

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fecta ociosidad pero, eso sí, retirándoles todo su actual patrimonio acambio de una subvención de veinte francos diarios para el cultivode los pequeños placeres asequibles a todo el mundo. Habrán desa-parecido todas las discordias en cuanto que los rentistas y los capita-listas, convencidos de que lo único que se pretende es liberarles desu habitual ocupación de atropello y despilfarro, que les tieneesclavizados desde su nacimiento, harán lo indecible paraconfundirse con el pueblo.

Una vez arrancado de su corazón el vicio que domina y envilece sunaturaleza, la clase trabajadora aplicará su fuerza no para defenderlos derechos del hombre, que no son más que los derechos de la ex-plotación capitalista, no para reclamar el derecho al trabajo, que noes más que el derecho a la miseria sino para forjar una nueva ley debronce, la ley que prohíba trabajar más de tres horas por día. Seráentonces cuando la Tierra, la vieja Tierra, temblando de alegría, veránacer en ella un nuevo universo... ¿pero, se pregunta Lafargue,como exigir a un proletariado corrompido por la moral capitalistaesa viril resolución?

****************Diríase que, para Lafargue, es la Pereza el dios que preside sus

sueños. Hay en su libro un pasaje en el que, no se sabe si por profun-da devoción o con feroz ironía, implora: ¡Oh, Pereza, ten piedad denuestra pertinaz miseria! ¡Oh, Pereza, madre de las artes y de lasmás nobles virtudes, sé para nosotros el ansiado remedio de todaslas angustias que nos atenazan!

-Valiente majadería ese derecho a la pereza: eso ya lo practicamostodos siempre que nos es posible. Una cosa son los abusivos hora-rios, los atropellos y los salarios de miseria y otra cosa revindicar lazanganería como solución de futuro. No sé si este excéntrico yernodel difunto doctor Marx será o no buen médico; como filósofo meparece una auténtica calamidad. Pobres trabajadores si es de ahí dedonde ha de venirles la mejora de su situación

-Tal vez lo único que pretendía el bueno de Lafargue es hacerse elgracioso, respondí a mi mujer con el ánimo de desdramatizar.

-No se puede hacer chiste con algo tan sagrado como es el trabajo:por el trabajo nos hacemos delegados de Dios para humanizar la tie-

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rra: es algo así como un pacto que la humanidad hace con la Natura-leza, que el alma de cada uno de nosotros hace con el cuerpo.

-Seguro que, en sus reflexiones, Lafargue no profundiza tanto.Creo que lo único que pretende es ganar prestigio político frente aJulio Guesde que cuenta con más partidarios dentro del movimientosocialista francés.

-Sí es así, ¿por qué no se aplica al estudio de la realidad, en lugarde perderse en sueños imposibles? ¿Quién puede tomar en serio a unintelectual que cree que va a aumentar la productividad en la mismaproporción en que se reduce el tiempo aplicado a la productividad?Seguro que las máquinas han cambiado la forma de producir; claroestá que son intolerables los abusos en horarios y en empleo de losmás débiles para determinados trabajos; pero son muchas las caren-cias actuales y muy lento el camino del progreso técnico y, sobretodo, clara es la vocación de los hombres y mujeres de nuestro tiem-po: trabajar por una mayor libertad y una mayor justicia con los me-dios y modos de producción con que ahora cuenta. Se avanzará másen ese propósito si nos aplicamos a humanizar la situación actual enlugar de querer revolverlo todo al hilo de lo que sueña una mentedesquiciada o, simplemente, preocupada por demostrar ciertaoriginalidad.

-La verdad es que yo también, si dejo de verlo como un libro dehumor, no le encuentro ni pies ni cabeza. No creo que lo haya leídoherr Engels y, menos aún, que supiera de su existencia el desapare-cido doctor Marx.

-Pero seguro que Laura lo conoce y tal vez haya participado en suredacción. Hemos de visitarles para tener de qué hablar.

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EL COMPULSIVO AMOR DE PABLO Y LAURA

Luisa y yo no resistimos la tentación de buscar una abierta discu-sión con los Lafargue sobre eso del derecho a la pereza y odio

al trabajo. Fuimos a visitarles al hotel en que se hospedaban ocasio-nalmente. Cenaban en la intimidad pero vestidos como para unagran fiesta.

-¿Vais a salir?-No, qué va ¿por qué lo preguntáis?-Os vemos tan arreglados...-Es nuestra forma de entender la intimidad. Para nosotros, cada

día es una experiencia nueva. Laura estaba muy deprimida y he que-rido recordarla que hoy, precisamente, hace 6.235 días que nosdimos nuestro primer beso.

-Maravillosa contabilidad la vuestra, comentó Luisa.-Si nos fallamos el uno al otro, sentenció Lafargue, todo se va al

garete. Pero hablemos de cosas menos sublimes: ¿Qué os ha pareci-do mi libro?

-Muy útil, respondió mi mujer, si logras inventar un hombre y unasociedad que se adapten a tu teoría: producir todos un poco para al-canzar todo lo que la humanidad necesita para vivir muchos años enpaz y felicidad... Nada más que pedir.

-No lo toméis a broma. Nosotros creemos en ello: si los proletariostrabajan doce horas al día y representan la cuarta parte de la sociedaden edad de trabajar, basta que todos y cada uno de nosotros trabajetres horas diarias para cubrir el cupo legal: justicia pura y natural.

-Y ¿cómo lo impondrías?, pregunté.-Lo digo en mi libro: por puro convencimiento y en paz, si ello es

posible o por la tremenda si no hay más remedio. Está muy cerca esarevolución capaz de derribar el actual edificio de falsas morales y de

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todos esos desajustes sociales tan contrarios a lo que nos dicta el ma-terialismo histórico que tan magistralmente ha desentrañado nuestrollorado Carlos Marx.

-¿Conocía el doctor Marx tu libro?-El Moro le habría abierto con él la cabeza, intervino Laura. Pablo

tiene sus propias ideas, alguna de las cuales le han merecido el cali-ficativo de soñador anarquista; pero, otras muchas, yo diría que lasfundamentales, coinciden con las que defendió mi padre...

-Me gustaría conocer esas coincidencias...-Basta con que sean dos: no existe otra realidad que la Materia ni

otra propiedad que nuestra vida.-Veo que Dios no cuenta nada para vosotros, apuntó Luisa.-Olvida tus antiguallas, ingenua beata.-Dios está al principio y al final de todo, respondió mi mujer sin

elevar la voz. Eso es lo que yo creo y lo que me da confianza sobreun progresivo mejor futuro. Claro que es un futuro que hemos deforjar con trabajo y generosidad, cosa que no veo que tú defiendas.

-La generosidad es el arma de los cobardes y el trabajo el consuelode los tontos, sentenció Lafargue.

-Al cien por cien coincido con mi marido, dijo Laura... Y tú,Freddy ¿compartes las ideas de tu mujer?

-De momento, yo me encuentro a la expectativa.-Pero sí que eres socialista, eso es lo que porfía a los cuatro vientos

tu madre...-Todavía no veo muy claro eso de ejercer de hormiga...Lafargue se picó ante lo que tomó como una acusación. -¿Insinúas

que el socialismo materialista y científico es una especie de hormi-guero o de trampa para hormigas?

-No quiero molestar a nadie, pero a mí me parece que, desde su li-bertad, el hombre no debe aceptar a pies juntillas lo que otro hombrele diga por muy sabio que éste sea o lo parezca... Claro que supongoque no tenemos la misma idea sobre lo que es libertad.

-Libertad de uso doméstico, sentenció de nuevo Lafargue, es ha-cer lo que realmente te dé la gana con tu vida, tu única real propie-dad, algo que puedes usar a capricho y de lo que te puedes

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desprender en cuanto no te guste mientras que Libertad con mayús-cula es conocer de antemano lo que se ha de hacer para sincronizarcon la realidad.

-¿Vosotros lo sabéis?-Por supuesto que sí y en eso sí que coincidíamos con el padre de

Laura y ahora también con Federico Engels y todo ese grupo de inte-ligentes revolucionarios. Pero hablemos de mi libro.

-Quiero que antes, pidió Luisa, me respondas a otra pregunta:cuando dices que la vida es la única propiedad real, que puedes usara capricho y de la que te puedes desprender cuando no te guste ¿tie-ne algo que ver con el suicidio como solución ante la adversidad?

-Efectivamente, Laura y yo así lo vemos y a él acudiremos antesde sufrir inútilmente por una grave enfermedad o cuando pierda sufuerza y encanto el amor actual que ha crecido no veáis cómo cadauno de los seis mil doscientos treinta días que llevamos unidos. Hacrecido y crece gracias a lo bueno y malo que compartimos, pero so-bre todo porque hemos acertado a degustar un absoluto eincondicionado erotismo...

Yo diría que para demostrar eso de un absoluto e incondicionadoerotismo, Lafargue abrazó a Laura de una manera que yo no conce-bía fuera de la intimidad. Laura se dejó hacer como una gata en celo.Luisa se sonrojó mientras que yo, a guisa de distracción, exclamé entono festivo.

-Vaya, veo que realmente os queréis.-Y así, de más en más hasta la muerte.Agotado el indiscreto arrebato amoroso, hablamos durante unos

diez minutos sobre el libro, muy bien escrito, señaló Luisa, pero soloposible en un mundo imposible.

-Vuestros nietos alcanzarán a verlo, respondió Lafargue con airede pleno convencimiento.

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LA LUCHA DE LAS ESPECIES Y ELSOCIALISMO

Eduardo Aveling, que dice ser naturalista por haber estudiadomedicina y presume de autor teatral por haber logrado que ha-

ble de él la Gaceta de las Artes y de las Letras, a mediados de los se-tenta, antes de conocer al doctor Marx, había tenido noticia de queexistía el socialismo científico en una conferencia a la que acudiópor casualidad: la pronunciaba un hombre de negocios llamadoEnrique Mayers Hyndman.

Os hablo, decía el tal Hyndman, desde la perspectiva de un finan-ciero que sabe que el sistema capitalista está a punto de quebrar.Acabo de leer la versión francesa de un libro que debiera ser acepta-do como la Biblia de los tiempos modernos: es la primera parte de uninigualable trabajo recientemente publicado por un economista ale-mán. En él he descubierto al verdadero motor de la historia: son lastensiones que, entre las clases, provocan los fenómenos económi-cos. Los burgueses hemos llegado al colmo de la opresión sobre laclase realmente productiva. Cuando ayer iba yo a mi diaria manio-bra de especulación me pareció ver en letras rojas, el MANETTECEL FARES, que señaló el fin del más soberbio de los imperiosde la Antigüedad. Es el mismo fatídico MANET TECEL FARESque me ha hecho ver ese libro, el más certero de los tratados de eco-nomía que han llegado a mis manos y he comprendido que todos losprivilegios de la Burguesía, de mi clase, están al punto de desapare-cer para dar paso a la otra clase en que se sustenta la Economía. Es lahora de los oprimidos, la hora de los proletarios... a ellos les digo:contadme entre vosotros; y, a los que no sois proletarios, a mis com-pañeros de molicie y atropello, os digo: dedicad vuestro tiempo yvuestro dinero a facilitar la lógica marcha de la historia en lainminente etapa, una revolución que dará al traste con todo lo quehasta ahora habéis creido. Estamos ante una irremediable necesidad

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histórica; muy poco inteligentes son los que se resisten areconocerlo.

Quiso Aveling conocer la personalidad del economista alemáncuyo libro tanto había impresionado al bueno de Enrique MayersHyndman hasta el punto de abrazar la causa proletaria sin abandonarpor ello la vida y apariencia de un burgués: se le veía muy ufano consu barba al estilo Príncipe de Gales, su sombrero de copa, levita re-cién estrenada y decidido a dedicar todo su ser y poseer al“inminente vuelco de la Historia”.

Ahí es nada, pensaría sin duda el inconformista de Aveling: vivirintensamente hasta el límite de lo que tu buena suerte te permite paraluego, con bonitas palabras e, incluso, ganando buenas libras conello, lograr que todo el mundo te aplauda por tu altruismo y genero-so corazón. Pero no tomó decisión alguna hasta comentar el hechocon su padre, reputado clérigo que presumía de una personal inter-pretación del Evangelio y había asimilado con pasión los principiosdel evolucionismo de las especies defendido por Carlos Darwin, elnaturalista que había aplicado cinco años de su juventud en estudiardiveros comportamientos animales en su ambiente natural y en susrelaciones con las otras especies, en una larga secuencia de luchapor la vida de los más aptos.

-Si logras adaptar esos principios al terreno de lo social, nos co-mentó Eduardo Aveling que le había dicho su padre, podrás demos-trar que son las conciencias más fuertes y despiertas las que logranimponer su criterio a la mayoría de desarrapados.

Porque todavía no existe edición alguna en inglés, Aveling nopudo leer el libro del “economista alemán” que tanto había impre-sionado a Hyndman, ese burgués que presume de socialista, pero síque leyó el libro de larguísimo título, On the Origin of Species byMeans of Natural Selection or the Preservation of Favoured Racesin the Struggle for Life (El origen de las especies mediante la selec-ción natural y la supervivencia de las razas favorecidas en la luchapor la vida), y, en una de las muchas apariciones públicas de Char-les Darwin, el autor, se hizo el encontradizo con él con tan buen re-sultado que logró mantener una larga conversación seguida de unposterior encuentro en el British Museum, suficiente para servirsede ello como carta de presentación al economista alemán del queHyndman se sentía discípulo.

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Ya habréis comprendido que ese brillante economista alemán erael propio doctor Marx. Como en otras ocasiones (¿recordáis el casode Lafargue?), Fue mi madre la que facilitó el primer encuentro deAveling con el doctor Marx. Aveling, locuaz y adulador, se presen-tó como autor teatral y fervoroso socialista que quería conocer y co-laborar con el genial descubridor del secreto de la historia y habló aldoctor Marx de sus buenas relaciones con el señor Darwin.

-¿Podrá usted presentarme a tan ilustre naturalista?-Por supuesto que sí, respondió Aveling sin rechistar. Es una gran

cosa el que ustedes dos aprovechen la oportunidad de sumar coinci-dencias.

Al doctor Marx no le pareció mal la idea y, según mi madre co-mentó:

–Ese buen naturalista, con su detallada explicación del origen e in-terrelación de las especies y su teoría de la evolución y de la luchapor la vida de los mejor dotados, demuestra que no es necesario acu-dir a ningún poder extramaterial para explicar todo lo existente ynos brinda a Engels y a mí el fundamento natural de nuestra propiaciencia con la lucha de clases como motor de la historia. TampocoDarwin creerá en Dios ¿verdad?

-Ahí puede que haya una pequeña dificultad: el señor Darwin noreniega del fanatismo de su familia.

-Por lo que yo sé de él, dice que cree en Dios, pero, al punto, lo si-túa en el museo de la historia. Llévele mi carta, de cualquier forma,amigo Aveling.

Fue en aquel momento cuando, sin llamar, Tussy entró en el des-pacho de su padre.

-Ahí tienes a un joven que se mueve en la misma onda que noso-tros, fue la presentación que hizo de Aveling el doctor Marx.

-Eduardo Aveling, para servirla. No era ni guapo, ni apuesto perosí galante. Ambos disimularon que ya se conocían.

En la despedida, Tussy acompañó a Aveling hasta la puerta de sa-lida y, según mi madre, concertaron una cita para el día siguiente.

En su carta, el doctor Marx le ofrecía a Darwin la dedicatoria de unpróximo volumen de Das Kapìtal. Para chasco de todos fue un ofre-

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cimiento que no aceptó el señor Darwin puesto que, tal como señala-ba en su carta respuesta,

no coincidían en las creencias básicas: he sido educado, ve-nía a decir el naturalista, en una familia temerosa de Dios y,como estudioso de las lecciones que ofrece gratuitamente laNaturaleza, no puedo dejar de creer que todo lo que se mueveha necesitado un empujón o primer soplo de vida. Es ahí don-de yo veo a un Dios que usted considera innecesario.

-Valiente carcamal, creo que fue el comentario del doctor Marx.

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LA SECULAR SOCIETY

La Secular Society agrupaba a los intelectuales que presumiande ateos. Tuvo su precedente en las ideas que, desde noviem-

bre del 41 y a través de su periódico, el Oracle of Reason, habíanformulado Carlos Southwell y Guillermo Chilton, ambos ateos, am-bos enemigos declarados de todas las religiones conocidas. Un tri-bunal les condenó a prisión y clausuró el periódico, que, al pocotiempo, fue sustituido por otro de formato más cauto llamado TheMovement con la participación de ambos y la financiación a cargode un tercero llamado Jorge Holyoake.

Era éste una especie de misionero oweniano recientemente expul-sado del cuadro de profesores del Birmingham Mechanics’ Institutepor predicar el ateísmo entre sus alumnos. Los tres se presentabancomo críticos del Sistema y los tres hacían del ateísmo su principalcaballo de batalla. Para esquivar la censura, The Movement fuepronto sustituido por The Reasoner , que decía limitarse a filosofarsobre los privilegios de la razón, pero que, de hecho, no ocultaba suinterés en aludir al Cristianismo (viejos principios) como a una“irrelevante especulación que entorpece la marcha hacia el progre-so y que, por lo tanto, ha de ser sustituido por un sistema basado enla razón y la ciencia”.

Llamaron a ese su sistema Secularismo y, a través de The Reaso-ner, trataron de difundirlo entre los clubes y sociedades más o me-nos secretas. Fue así como entraron en contacto con un políticoradical llamado Carlos Bradlaugh y, entre todos ellos, fundaron laSecular Society, que, muy pronto se convirtió en centro de acogidapara todos los profesionales de las letras o del pensamiento que te-nían algo que decir contra Dios o contra la Religión.

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EL NUEVO AMANTE DE TUSSY

Ya he recordado que Eduardo Aveling, como tantos otros de losrevolucionarios que yo he conocido, era hijo de un clérigo de

la Iglesia Anglicana; en sus primeros años, como tantos otros hijosde clérigos, encontró muy difícil conciliar los principios cristianoscon el odio a los papistas y, como tantos otros, optó por el tentadorcamino de la rebeldía contra la religión de sus padres.

Avelíng había cursado sus primeros estudios en la Harrow Schooly luego medicina en la University College de Londres. Ejerció du-rante muy poco tiempo en el Hospital de Londres. Decía encontrarincompatible la disciplina profesional con el vuelo de sus ideas quele empujaban al activismo contra el orden establecido.

Interpretando por su cuenta las teorías de Darwin, Aveling se pro-clamó ateo en diversas publicaciones y conferencias, lo que le costósu puesto en el Hospital pero le sirvió de introducción en la SecularSociety al tiempo que le brindó una nueva orientación a su vida. Conel bagaje de sus muchas lecturas, su carácter mundano y cierta famade intelectual rebelde, trató de abrirse camino en el teatro, en elmundo de las ideas y en la política.

Ya he apuntado que la Secular Society era una agrupación semi se-creta abierta a todos los radicalismos antirreligiosos. Aquí Avelinghizo amistad con Carlos Bradlaugh y Ana Besant, quienes le intro-dujeron en la SDF (Social Democratic Federation). Creo que sehizo amante de la muy versátil Ana Besant, cuyos favores le valie-ron para introducirse en el círculo íntimo del teorizante que tanto ad-miraba, ese Hyndman que había copiado ce por be las teorías deldoctor Marx y que, por aquel entonces, era el más celebrado de lossocialistas londinenses, aunque su socialismo fuera, tal como apun-taba Herr Engels un socialismo burgués al servicio de los grandesfinancieros de la City.

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Era el ateísmo la particularidad común de todos los afiliados y ac-tivistas de la Secular Society y organizaciones similares. Algunos,como Bradlaugh, tomaban la negación de Dios como razón de unapersonal orientación moral, otros, entre los cuales habría que incluiral propio Aveling, abrazaban un radicalismo ateo como puente haciala ruptura con los “viejos” mandamientos. Por demás, Aveling erade los que se jactaba de sus conquistas y creo que administraba a subeneficio los fondos de las sociedades que le confiaban su tesorería.

Cuando ya llevaba algunos años compartiendo su vida con Tussy,supe que Aveling había abandonado de mala manera a Isabel Frank,con la que se había casado en 1872; que se podían contar por dece-nas sus ocasionales conquistas de jovencitas a las que prometía tal ocual destacado papel en la “próxima obra”; que no tuvo escrúpulosen compartir cama con Ana Besant traicionando así a Bradlaugh,que le tenía por fiel amigo. Era Aveling lo que se dice un indeseable,tosco y pedante petimetre.

Pero Tussy se enamoró de él y de qué manera.A raíz de la muerte de su padre, el doctor Marx, Tussy nos toma

como el contrapunto de su ajetreada vida: sois, dice, como el otrolado del espejo. Viene a casa sin avisarnos y se hace querer por losniños, por Luisa y también por mí.

-Soy atea porque mis padres así me han educado y por que no hevisto a Dios por ninguna parte. Nos lo dice Tussy en una de sus mu-chas visitas.

-No eres del todo sincera, muy suavemente, la responde Luisa, mimujer. Creo, más bien, que eres atea porque no quieres ser otra cosaque atea. Es tu vida lo que ahora tienes que resolver, no la vida de tuspadres. Sinceros o no, ellos te infiltraron sus conveniencias, sus su-posiciones o sus creencias, o, tal vez, todo junto en lo que fue su ma-nera de entender la vida; ahora es la tuya la que está en juego.Respecto a lo otro de no creer lo que no has visto... ¿Qué quieres quete diga? A todos nosotros nos cuesta trabajo creer lo que no vemos;pero si, por arte de birlibirloque, viéramos a Dios tal cual una seimagina que puede ser, estaríamos en su propia órbita, la órbita detodo el poder y de todo el amor que ha hecho posible cuanto nosrodea, desde una flor hasta las más lejanas estrellas.

La réplica de mi mujer dejó en blanco toda mi capacidad de razo-namiento; pero Tussy sí que encontró palabras que responder.

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-Tu fé en Dios es la fé en lo que a ti misma te gustaría ser: te imagi-nas buena y fabricas un dios todo bondad; sueñas con poder dominarel mundo y te creas un ser al que otorgas un poder absoluto sobretodo lo visible e invisible. Papá nos recordaba continuamente queesas emanaciones del cerebro son puro divertimento. No existe másque la Materia, la materia en millones de formas. Todo es materia, nimás ni menos que materia... Todos nosotros somos juguetes de lasfuerzas materiales y tanto peor para nuestra propia historia si nosimaginamos capaces de romper con lo que papá llamaba materialis-mo histórico. Algún día, eso nos asegura tío Fred, el General, se des-cubrirá que en el último eslabón de la materia, algo muy sutil que yanos sugiere la termodinámica y que puede ser producido por una es-pecie de hoy desconocidas células nerviosas, radica la fuente de laimaginación humana... si esto llega a demostrarse ¿dónde podrásencontrar a Dios?

-En mi propia necesidad de El, respondió Luisa con una firmezaque me produjo escalofríos. Yo no sé amar, ni trabajar, ni vivir sinDios. Este Dios no es una idea, ni un fetiche ni nada que se parezca alo que adoran los que no conocen otra cosa que el miedo o el poderdel dinero: es el Dios que ama y desea ser amado, el Dios capaz demorir por nosotros, es el Dios que nos ha hecho libres para que cola-boremos en la tarea de humanizar la tierra

-Yo soy socialista, soy materialista, soy revolucionaria, quierodisfrutar de la vida, quiero que todos admiren mi talento... y quetodo eso sean armas para terminar con la actual y absurda práctica deviejos valores. Todo eso no tiene nada que ver con la religión y me-nos aún con Dios. Yo no soy peor que tú.

Tussy empezaba a sentirse molesta por la tirantez del diálogomientras que yo, como siempre, me mantenía a la expectativa. PeroLuisa, mi Luisa, tenía la virtud de contagiar una amable paciencia.

-Claro que no soy mejor que tú, de eso puedes estar segura, res-pondió Luisa a Tussy tras una larga pausa; pero tu forma de vivir tie-ne mucho que ver con la religión si religión es, como decíamonseñor Erhard, el sabio obispo de Tréveris, el aire que moldeanuestras conciencias. Lo que dices, queridísima Tussy, me hacepensar que, por que no has conocido otra cosa, te aferras a lo quesientes y ves, lo personificas en lo que llamas materia a la queconcedes todos los atributos de un dios.

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-Pero no es dios ni yo la tomo como tal.-Claro que la materia no es dios: le falta el alma que tú si que tie-

nes, lo que quiere decir que tú eres bastante más que simple materia.-¿Qué piensa Freddy de todo lo que tú me estás diciendo?-Freddy ahora, respondí yo por ella, sigue sin saber a qué carta

quedarse. Lo de mi mujer no tiene sentido si no te compromete anada y os juro que, de momento, me encuentro muy bien como estoysin otro compromiso que el de hacer bien mi trabajo para, con estabonita y buena mujer, subir un pequeño escalón en lo social y darbuena educación a mis hijos. Todavía no sé quién de vosotras dostiene más razón. Tampoco sé si lo de tu padre, el doctor Marx, eranfirmes convicciones o era simple agarradera de oficio: por pensarcomo pensaba o decir que pensaba lo que decía y escribía logrófama y, últimamente, tambien dinero ¿no es eso lo que ocurre a lamayoría de los que se ganan la vida defendiendo esto o aquello?

-No tienes derecho a dudar de la sinceridad de mi padre.Yo sabía que la propia Tussy más de una vez había puesto en cua-

rentena los... llamémosles dogmas de su padre, el autoproclamadomás certero economista de todos los tiempos; pero no era de lugarempañar su devoción y me disculpé:

-El doctor Marx tenía muchas cualidades y, probablemente, creíatodo lo que decía. Yo no le conocí lo bastante para asimilar sus ideasy, menos, para juzgarle en sus intenciones.

-Acepto tus razones aunque veo que Luisa te está llevando a su te-rreno... Amigo, en lugar del revolucionario, que yo admiraba haceaños, te estás convirtiendo en un cobarde filisteo.

-Mi marido, Luisa salía en mi defensa, no ha perdido la pasión porcambiar el mundo. Lo que pasa es que no cree demasiado en eso deque la guerra sea la madre de todas las cosas.

-Te equivocas, deberás reconocer que, sin violencia, nada positivose ha logrado en la historia.

-¿Cómo puedes estar tan segura?-Porque me interesa estarlo y por que he aprendido que nada lo-

gras con ese amor que predican las beatas como tú. Esto lo decíaTussy con nuestro pequeño Cristián en brazos. A sus treinta años ha

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conocido ya varios estériles amores y disputa con Luisa el cariño denuestros hijos; Cristián es su preferido. Os lo robaré cualquier día.

-Ese amor por los niños, le dice Luisa, es un regalo de Dios.-Prefiero creer que es un receso en la obligada lucha contra los po-

derosos de hoy o tal vez, como decía papá, la mejor enseñanza quenos habéis dado vosotros, los cristianos... El imbécil de Lissagarayno entendía esto de los hijos y, por eso, le he mandado a la porra.

-Por eso y por la intromisión de Aveling o ¿no es así? Fui yo elque nombró al personaje. Tussy me lanzó una que quería ser furi-bunda mirada y no pasó de cariñoso guiño: Más te valiera, malditoFredy, seguirle el juego al General en lugar de dedicarte al coma-dreo. De momento, Eduardo Aveling no es más que mi director deescena y un compañero de revolución.

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TEATRO, AMOR Y SOCIALISMO

Lo de Tussy y Aveling había tardado dos años en cuajar a pesarde que éste hizo lo imposible por seducirla. Escribió para ella

una horrible obra que no se llegó a representar: Gris en tres tonos,creo que se llamaba y era la historia de una preciosa chica que, desdela habitación de un hospital, vive con la imaginación tres sucesivashistorias de amor con un sabio, con un deportista y con un tonto. Alfinal de la obra luce el sol y la protagonista olvida sus imaginados ygrises amores ante un plato de sopa caliente.

Tussy sentía pasión por el teatro y el innoble de Aveling trataba deimpresionarla con bodrios como el descrito y ofreciéndole peque-ñas participaciones en las obras que él dirigía con la excepción deCasa de las Muñecas, en la que Tussy bordó el papel de Nora, laprotagonista: es una mujer que cree en la libertad responsabilizantey que vive aparentemente feliz con su marido y con sus hijos, hastaque la enfermedad y previsible ruina de su marido la induce a falsifi-car la firma de su padre para obtener un préstamo. Cuando el maridocae en la cuenta de ello, se reviste de toda la honorabilidad burguesaque parece ser la razón de su vida y pisotea todos los sentimientos deella, que se indigna contra un hombre que no ha acertado a compren-der la incondicionada fuerza de un amor, por el que se ha sentidoobligada a traicionar a una muy estricta conciencia.

La escena final de Casa de las Muñecas, en la que Nora arroja so-bre la cara de su desorbitado marido todas sus incomprensiones y to-das sus debilidades ante los hipócritas dictados de una clase queconfunde a la moral con la intransigencia, se convierten en el gritode la mujer que, liberada de sus ataduras y ropajes decorativos, sedispone a ser ella misma, pese a quien pese.

Tussy arrancó atronadores aplausos con su magnífica interpreta-ción de Nora.

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Yo seguí la obra entre Luisa y mi madre, a cuyo lado se había sen-tado herr Engels, quien no esperó a la caída del telón porque, dijo, leesperaban asuntos más importantes. Se despidió de nosotros tres conun discreto saludo y se fue con prisa.

Nosotros sí que esperamos a Tussy, que, eufórica, se acercó a no-sotros colgada del brazo de su compañero de reparto, un tipo que nome cayó bien desde el principio. Detrás, muy sonriente y en compa-ñía de un ruso llamado Leo Hartmann, venía Lissagaray

-Éste es Eduardo Aveling, el culpable de que yo me haya meti-do en la piel de Nora, es como Tussy nos presentó a su compañe-ro de reparto y, al parecer, su director de escena, al que, como oshe recordado, ya conocíamos por su interés en ligar el Materia-lismo Histórico con el Origen de las Especies como panacea del"Socialismo Científico".

-Y ¡qué piel ls tuya fundida con la de Nora! Apuesto con cualquie-ra que, en menos de un año, esta bellísima mujer, recién nacida ac-triz, eclipsará la fama de su padre. Fue un cumplido de Aveling queme sonó a estupidez.

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LOS DINEROS DEL GENERAL

Algunos de nuestros conocidos y amigos, Tussy entre ellos,quieren hacerme creer que el General es mi padre. Me refiero,

claro está al que para mí no es más que herr Engels, un hombre denegocios alemán que juega a las guerras, que, en las ocasiones so-lemnes, viste y se comporta como un lord inglés, que ha leído y es-crito mucho, que se presenta en sociedad como filósofo materialista,que domina varios idiomas, que sabe hacerse con la voluntad de losque piensan poco y que hace de la vida burguesa una pasión.

Porfiará, eso sí, que su mayor pasión es el odio a la clase burguesatanto, tanto... que está dispuesto a derramar hasta la última gota desu sangre y a gastar hasta el último penique de su fortuna por la cau-sa proletaria. Cuesta trabajo creer que, viviendo como vive y mi-diendo como mide todas sus subvenciones, sienta simpatía por lacausa proletaria. Por mi parte, confieso que no creo en la sinceridadde lo que dice y escribe; tampoco creo que, tal como se rumorea poraquí y por allá, sea mi padre.

Muchos dicen creerle y son premiados por ello: Lafargue y fami-lia, Longuet y familia, Bernstein y amigos... también mi madre, tam-bién Tussy y, ahora también, el que yo creí ocasional amante deTussy, ese feo y pedante individuo llamado Eduardo Aveling: todosellos han logrado una vida con mayores comodidades por compartiro hacer ver que comparten las ideas y consignas revolucionarias deHerr Engels, capaz de financiar todo lo financiable a favor de lo queél llama la causa proletaria.

Nosotros no necesitamos de su dinero para disgusto de mi madre,quien, siempre que encuentra la ocasión, insinúa: debieras dedicarmenos tiempo a la fábrica y más a lo que él espera de ti (para mimadre Herr Engels es él).

-Madre, la he respondido, has hecho mucho por mí y ahora debie-ras sentirte orgullosa al ver cómo vivimos dependiendo exclusiva-mente de nuestro saber hacer y de nuestro trabajo.

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-Claro que vivo contenta por que os veo felices y me estáis dandolos nietos más bonitos del mundo... pero ¿te cuesta tanto complacer-me y participar en las reuniones y asambleas que preside el señorEngels hasta que, por ti mismo, te convenzas de lo que elproletariado espera de ti?

-Si que me cuesta, pero no te preocupes, seguiré vuestro juego...sin cobrar un penique de herr Engels.

En mi tiempo libre haré lo que haya que hacer y mi conciencia mepermita pero sin cobrar por ello. Los sueldos obligan y yo no quieroque nadie me pague por defender cosas en las que crea o puedacreer. Lo que hoy me parece aceptable, puede que no lo sea tantocuando lo viva o conozca mejor... para entonces quiero disponer dela libertad que da el no deber a nadie nada.

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¿UN SOCIALISMO A LA MEDIDA DE LOSBURGUESES?

En vida del doctor Marx, mi madre me había reprochado la lec-tura de un libro que me había atraído por su llamativo título:

Inglaterra para todos.-Ya sé que lo ha escrito ese tal Hyndman, un desagradable tipo que

presume de caballero y no es más que un ruin especulador, que dis-fruta embaucando a los pobres diablos. Su libro es una descaradacopia de las ideas del doctor Marx. Si te fijas, todos, absolutamentetodos los principios del socialismo científico, son los ladrillos queese copión miserable utiliza para edificar lo que llama su causa. Lomenos que podía haber hecho es recordar en el libro que todo eso lohabía aprendido escuchando y leyendo al doctor Marx. Bueno es elMoro para que no le reconozcan su deuda estos intelectuales de pa-cotilla. Por mucho que los arribistas se resistan a tenerlo en cuenta,el doctor Marx es el más ilustre economista de los tiempos moder-nos. Lo menos que podías hacer tú es empaparte de todo lo que eldoctor Marx escribe y que tú debieras haber asimilado ya.

-Pero, madre, si no hablo alemán y apenas entiendo el francés,que son los idiomas en que está publicado. Lo que sé de ese libro eslo que me explicó Herr. Engels.

-Puedes hacer lo que yo con el inglés: lo sigues y supones lo queno entiendes según te venga bien. Hay muchas cosas que son comonosotros queremos que sean. También he aprendido que si no com-prendo una cosa es porque no existe. Y una cosa más: cada mez es-toy más convencida de que soy una buena socialista porque antes fuiuna mala cristiana.

-Entonces, puede que a mí me ocurra lo contrario: seré un buencristiano porque cada día soy peor socialista y sigo creyendo en lanecesidad de trabajar por la justicia social.

Cuando mi madre hablaba de sus ideas parecía absolutamenteconvencida. Yo que la quería y respetaba, que la sigo queriendo yahora respeto su memoria, no me esforzaba gran cosa por por loque mi mujer llamaba hacerla entrar en razón.

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El caso es que el libro ese del tal Hyndman, Inglaterra para todos,pretendía presentar al socialismo como un estadio superior del Cris-tianismo. Parte del análisis de una sociedad en la que los menos, de-votos y bien pensantes, según las apariencias, viven a costa de losmás usando toda clase de atropellos, abusos y vejaciones con losmás débiles como principales víctimas para convertirse en una espe-cie de manifiesto a favor de la inminente revolución proletaria que,según el autor, traerá al mundo la plena armonía desde una Inglate-rra en la que lo de la lucha de clases y demás habrá pasado al museode la historia.

No dejo de leer y quiero conocer el mundillo de ideas y proyectosen que se hacen fuertes sermoneros como el autor de Inglaterra paratodos. También quiero escuchar a los más comedidos de los teori-zantes de la Causa, es decir, de eso de que tanto se habla en la fábri-ca, de que se grita en los tenderetes de Hyde Park, de que se escribenlibros y libros...

Luisa no está muy de acuerdo con mis escapadas al Hyde Parkque, por aquellas fechas, era un hervidero de confabulaciones y pe-roratas al aire libre. Con mi aspecto y vestimenta doy el aire de lospersonajes y personajillos del término medio entre los de levita ysombrero de copa y los de blusón de sarga y gorra a cuadros. Soy delos que pueden estar en cualquier sitio sin desentonar y me voy ente-rando de todo sin decidirme por creer nada, aunque, ciertamente, si-guen martilleándome el cerebro y acosando al corazón lasmiserables realidades por las que Vera Zasulich se hizo terrorista:siempre que pienso en las terribles desigualdades en que se mueve elmundo actual, la bonita imagen de la rusa se hace dueña de miimaginación.

Y me pregunto: agotado este ciclo de encontronazos ideológicoshacia una meta que todos quieren hacer suya ¿no sería lógico acercarposiciones entre cristianos y socialistas?

A esa pregunta Luisa me ha respondido: -Imposible mientras unosy otros no reconozcan a Jesús de Nazareth como Hijo de Dios: Apartir de ahí, se comprenderá que, para ese objetivo, no existe másque una fuerza de cohesión: el Amor del que dió testimonio ese mis-mo Jesús de Nazareth.

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LUISA, TUSSY Y EL SOCIALISMO INGLES.

Cuando, después de haber escuchado en Hyde Park mil y una al-tisonantes proclamas de redención social, llego a casa con el

ánimo en suspenso por no saber a qué carta quedarme sobre todo esode la explotación y los derechos de los trabajadores es Luisa la que,siempre tiene dispuesta la valoración que corresponde a lo que ellallama el compromiso cristiano.

Ella sabe mucho por que lee mucho desde firmes convicciones ycon el ánimo constructivo. Selecciona lo más convincente y lo retie-ne en un librito de notas. Luego me lo ofrece como punto de refle-xión. Como sabe lo preocupado que estoy por eso de aportar lo quepueda al buen orden social, me habla de lo que sus maestros (asíconsidera ella a teólogos y demás) la enseñan sobre el tema. Creeella que los más obligados a velar por ese buen orden social son losgobernantes y cuantos aspiran a serlo: entre políticos, trepadores yvendedores de ideas debes, dice, saber distinguir al generoso del queno lo es. No basta con que acierte al hablar de injusticias por muybien que sepa hablar, ni siquiera que acierte con el remedio. Todoeso puede que no sea más que pura teoría e, incluso, una trampa paraembaucarte. Palabras, palabras, infinitas palabras. Ojalá que algunade ellas empujara a los poderosos a obrar con responsabilidad y, so-bre todo, con generosidad. Buena parte de las actuales miserias de-saparecerían si el poder y la justicia hablaran el mismo idioma.Claro que la mayor parte de todos esos que aparentan indignarse a lomás que llegan es a constatar lo que es obvio: en el mundo hay malosy hay buenos ... hasta que se mueren o dejan de serlo. Y, como enotras muchas ocasiones, aquel día, encontró en su blok de notas lareflexión que creyó necesitaba yo: “Si de los gobiernos quitamos lajusticia, ¿en qué se convierten sino en bandas de criminales a granescala? Y esas bandas ¿qué son sino reinos en pequeño? Son un gru-po de hombres, se rigen por un jefe, se comprometen en pacto mu-tuo, reparten el botín según la ley por ellos aceptada. Supongamos

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que a esta cuadrilla se le van sumando nuevos grupos de bandidos yllega a crecer hasta ocupar posiciones, establecer cuarteles, tomarciudades y someter pueblos. Abiertamente se autodenominan enton-ces reino, título que a todas luces les confiere no la ambición de-puesta, sino la impunidad lograda. Es así como cargado de razón lerespondió a Alejandro Magno un pirata caído prisionero, cuando elrey en persona le preguntó: ¿no te da vergüenza cometer lasfechorías de que vives y tener al mar sometido a pillaje? -¿La tienestú, le respondió el pirata, al someter a tu poder al mundo entero? Porque hago mi trabajo en un simple galera me llamas ladrón y a ti, quehaces lo mismo con grandes ejércitos, te llaman Rey”.

-Veo, querida, que eres ya más roja que yo.-Será porque también fueron rojos el que escribió eso, Agustín de

Hipona, y otros muchos, que más o menos, venían a decir y a vivirlo mismo. Roja no, realista, eso intento ser, siempre con la concien-cia libre de envidias y prejuicios.

-Sin nombrarlo, querida, siempre sacas a colación tu evangelio. Site paseas por Hyde Park puedes oir las mismas cosas sin que el quelas dice lleve una Biblia en la mano.

-Bastaría con que la llevara en el corazón-Lo que si te puedo decir, es que no todos son iguales. También te

digo que me gustaría saber de quién me puedo fiar.-Totalmente, de ninguno. Escuchando a unos y a otros, verás que

no es tan difícil ver los problemas. La dificultad está en aplicar unaconstante generosidad y certero trabajo a la solución de cada uno deellos y, como observadores que somos, saber distinguir el grano dela paja para luego, a nivel personal, hacer lo que nos correspondehacer.

-¿Me acompañarás la próxima vez que vaya en búsqueda de la pie-dra filosofal?

-Te acompañaré.Sí, pero que no aparezca por allí Vera Zasulich, apuntó mi loca

imaginación.Sin intimar con ninguno de ellos, Luisa y yo vamos conociendo a

los distintos predicadores socialistas que, un domingo y el otro tam-bién, toman a Hyde Park por laboratorio de proclamas, campo de

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maniobras o simple lugar de encuentro con antagonistas yprosélitos.

Entiendo que, además de esa actividad pública, las primeras, se-gundas y terceras figuras tendrán sus conciliábulos privados o másíntimos en los que escucharán a sus maestros de quienes, lo más se-guro, dependen las estrategias de convicción o, como apunta Herr.Engels, las pautas dialécticas de razonamiento. Según Luisa, mimujer, los tales maestros se esfuerzan más en adivinar lo que sus se-guidores esperan que en razonar sobre si es posible o no tal o cual in-vento ideológico: no se trata de tener razón sino de que te la den.

Por aquel entonces yo no estaba muy de acuerdo con Luisa: megustaba creer que los males del mundo tenían fácil arreglo desde losbuenos deseos de tantos y tantos que, por que son muchos, decía yo,no se van a equivocar.

Oyéndoles a unos y a otros, llegué a tener una idea bastante apro-ximada de lo que Luisa llamaba el socialismo inglés.

Hasta 1883, fuera del estrecho círculo familiar y amigable del doc-tor Marx, muy pocos políticos ingleses se reconocían marxistas.Estos pocos en el doctor Marx veían más que a un reputado econo-mista al pensador que abría las puertas a una nueva concepción delMundo. En esa concepción del mundo no entraba lo que los cristia-nos llaman responsabilidad o conciencia personal: en esa especie deabadía de Téleme, de la que habló el mordaz y divertido Rabelais, lapauta de conducta está regida por la conciencia colectiva que rompetodos los tabúes de la llamada moral individual y no admite otromandamiento que el que se deriva de los medios y modos de produc-ción. En el mundo futuro del que hablan todo será materia o deriva-ción más o menos sutil de la materia. Aceptarlo tal cual no es nadadifícil en cuanto vemos, eso afirman estos teorizantes, que Dios, elTrono, el Capital y el Altar están pasando ya al museo deantigüedades.

A mí me parece que esa renuncia a la responsabilidad personal eslo que caracteriza a las diversas tendencias del socialismo con el quediariamente tropezamos y lo que, desde luego, mejor disculpa laseventuales inmoralidades, ambiciones y caprichos de una buenaparte de la sociedad. Son inmoralidades, ambiciones y caprichos,que no han logrado seducirme. Sigo manteniendo entre dos aguas loque los vocingleros de Hyde Park gritan o insinúan y el juicio que le

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merecen a mi mujer; uno de esos exaltados ha intentado redondearsu largo discurso con esta poética proclama:

Construir Jerusalénsobre la tan dulce tierrade la verde Gran Bretaña.

-¡Qué patético y descorazonador hilvanar un sueño con lo que, deverdad, nos rodea: la realidad del hombre y de la sociedad no son loque afirman sin prueba alguna esos predicadores de tres al cuatro.Creo que estamos llegando al final de una época: Veo que aquí, enInglaterra, ya han desaparecido las criminales tiranías que aún pri-van en no pocos rincones del Continente. En sentido contrario, laautoridad hace aguas por todas partes. Los esclavos empiezan a serlibres. Las conciencias ya son libres. El dinero es libre. Pero el ham-bre y la miseria también son libres... Yo creo que los que tienenhambre de comida, de entendimiento, de cultura, de fé y, con ellos,todos nosotros, reclamamos algo más que libertad.

Esto lo ha dicho Luisa como comentario al largo y reiterativo dis-curso de un tal Juan Burns, uno de los más asiduos a las tribunas pú-blicas de Hyde Park. Metalúrgico como yo, hablaba con calor ycontundencia, sin el mínimo temor a decir cosas que ni él mismocomprendiera. Era uno de los más habituales en la época en que pre-tendía yo ilustrarme sobre lo bueno o malo del socialismo deentonces. El discurso de este tal Juan Burns prendía muy bien en elpúblico que coreaba sus énfasis con gritos o aplausos. Yo diría queera un orador nato para el que los altibajos de sus proclamas no te-nían por que corresponder con ninguna verdad, pero no por eso re-sultaban menos aceptables para su público. En su forma de hablar nousaba prosopopeyas ni florituras, lo que era de agradecer. Yo sé quela gente le atribuía una fé que no era más que pose de demagogo. Ibaa lo suyo y desde halagos al mundo proletario pasó en cuestión deunos meses a la militancia política hasta lograr un cómodo puesto enla Cámara de los Comunes.

Otro de los teorizantes que recuerdo era William Morris, quien,por boca de su amigo y maestro de ceremonias, Walter Crane, era un“poeta, un artista y, también, un artesano y el inventor de una nuevasociedad que surgirá tras el absoluto cambio de la actual”. Morrisse había afiliado a la Social Democratic Federation por sus simpa-tías con el materialismo radical que predicaba Hyndman. Es un ma-

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terialismo al que pronto consideró demasiado vulgar: conforme conque la materia era el todo pero ¿porqué no revestirla de un halo depoesía? ¿Porqué no imaginar una futura sociedad presidida por elamor al arte? Se decía escandalizado por la fealdad de la civilizaciónindustrial e indignado por el “arcaico” dominio del dinero. Otracosa, decía, será la sociedad que estamos preparando, no sin sangrey dolor hasta el triunfo de la vida y la belleza. Presentado de esa for-ma, el socialismo era una invitación a un sacrificio con esperanza:

¿Qué es este ruido, qué es este rumorque todos oyen y se parece al vientoque sopla en el fondo de los valles en la tormenta,al océano que ruge en el terror de la noche?Es un pueblo que se pone en marcha.Porque está cercano el díaen que la causa nos llamará a todos nosotros,a unos para vivir, a otros para morir.

Morir y vivir o desconfiar de las beatíficas perspectivas, esa era laobligada reflexión de un realista cual yo pretendo ser, algo así comoun eco del comentario de Luisa: ¡Qué bonito si pudiéramos inventarun hombre que se ajustase a esos idílicos supuestos!

Veis que lo de Morris era lo de un empedernido y hoy digo queirracional romántico, algo que chocaba con el “pragmatismo vul-gar” del Hyndman de quien os he hablado y de una buena parte dela Social Democratic Federation. Las ideas de Hyndman iban porotro camino: como sabéis, había hecho suyos los principales postu-lados de Das Kapital, la más importante obra del doctor Marx: eracomo ser y actuar de marxista sin reconocerlo, algo que herr Engelsno estaba dispuesto a pasar por alto. Por ello herr Engels manifestópúblicamente sus simpatías por el anarco-idealismo de Morris e in-tentó ridiculizar a Hyndman, con tan buen resultado que la SocialDemocratic Federation se escindió en dos facciones, ambas de re-conocida fé materialista y militancia atea: la encabezada porHyndman, que siguió llamándose Social Democratic Federation, yla Socialist League, cuya figura más destacada habría de ser el pro-pio William Morris..

Herr Engels, guardián del legado del doctor Marx y reconocidogurú del socialismo científico, aparentemente, no tomó partido porninguna de las facciones (la una prosaica y pragmática, la otra sim-ple caja de resonancia de un iluminado), aunque, deseoso de

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conquistar el terreno que entonces ocupaba Hyndman, aplicó todosu prestigio y una buena parte de su dinero para potenciar la figurade Morris. Hizo algo más: pidió y obtuvo la adhesión a sus planes demi buena miga Tussy y de su compañero de cama (me resisto creerque fuera otra cosa), el innoble de Aveling. Herr Engels también lo-gró la complicidad de mi madre; de mí sacó la vaga promesa de unaconcienzuda reflexión.

-¿Sobre qué tenía yo que reflexionar? Sobre las exigencias de losnuevos tiempos, sobre nada más que eso. Me señaló delante de Lui-sa en una de sus frecuentes visitas. .

Era yo y soy ahora un simple espectador que quiere comprenderpara actuar, pero que siempre se resistió a confundir lo deseable conlo real y real es que no creo en eso de la radical autosuficiencia de lamateria, ni tampoco en la bondad natural de los hombres y mujeresque se reúnen para escapar a sus responsabilidades personales; tam-bién es real que somos testigos de muchas injusticias... pero ¿quépodemos hacer para que desaparezcan cuando el pan depende deque haya panaderías y éstas de gente que piensa en ganar dinero abase de fabricar buen pan, y así hasta el infinito en todo lo de comer,vestir, vivir...? Ciertamente, quiero saber qué puedo hacer para nodesvariar. Y sigo esperando una fórmula convincente de tantos ytantos predicadores socialista, incluido herr Engels del que Tussy yalgunos más creen que es mi padre.

No se puede hablar del socialismo inglés ignorando a los fabianos.Fue un movimiento que pronto eclipsó la influencia que ejercían laSocial Democratic Federation y la Socialist League. Contrariamen-te a estas dos, la Sociedad Fabiana cultiva el reformismo y no la re-volución. Parte del hombre como ser muy complejo que hoy puedeser justo y mañana injusto, independientemente del puesto que ocu-pe en la escala social: ve al socialismo como un lento y progresivocamino hacia el equilibrio social respetando la libertad de todo elmundo; los fabianos reniegan del determinismo materialista (que esel punto fuerte de la doctrina del doctor Marx y herr Engels) , lo queen boca de Pease, uno de sus fundadores, es como “romper con elencanto del Marxismo” para confiar las reformas a la responsabili-dad personal y al poder de las leyes; por otra parte y contrariamentea los otros dos movimientos socialistas que traducen en ideas fuerza

proclamas al estilo de “la lucha de clases es el exclusivo motor de la

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historia”, creen en la fuerza de las ideas nacidas de principios y con-trastadas reflexiones, tanto mejor si cuentan con los avales de lasmás reputadas personalidades históricas.

Para los fabianos es más apreciable la paciencia y la observaciónempírica que la precipitación. Se dirigen a la cabeza en lugar de alcorazón; no soliviantan sino que convencen. En lugar de la revolu-ción, el reformismo; en lugar del sueño, lo hechos; en lugar de la es-pontaneidad irreflexiva, la organización. Al parecer, nació con elobjetivo de “reconstruir la sociedad en armonía con las posibilida-des morales más elevadas” y adoptó el nombre de Sociedad Fabianaen recuerdo del general romano Fabius Cunctator, el Contemporiza-dor “quien, en su guerra contra Aníbal, supo aprovechar el momen-to oportuno sin prisas pero sin pausa a la espera del momentooportuno para la definitiva derrota del adversario”.

Por lo que de mí se decía tuve fácil acceso a destacadas personali-dades del fabianismo y puedo hablaros del inteligente e incisivoBernard Shaw, del filósofo matemático Bertrand Russell (al que al-gunos emparientan con Pitágoras), de sindicalistas como TomásMann, Keir Hardie, Ben Tillet o Jowett, pero, sobre todo, del matri-monio Webb, muy especialmente de Beatriz Potter Webb, inteligen-te mujer de genio muy vivo y serena belleza con quien Luisa y yomantuvimos una cierta amistad a raíz de que nos la presentaraTussy.

Dice Beatriz que su más fuerte convicción, desde que era una ado-lescente, es la de que “el propio sacrificio por el bien de la comuni-dad es la más grande de todas las características humanas”. Yo nosé si, para ella, es realmente una convicción o la pose intelectual dela octava hija de un riquísimo empresario del ferrocarril (RichardPotter, creo que se llama) que busca un heredero varón que nuncallega y distrae los gritos de su conciencia con ocasionales participa-ciones en los actos de la “Charity Organization Society”.

Había sido Beatriz Potter la que se acercó a Tussy para recabar in-formación para una trabajo intelectual que tituló “La teoría econó-mica de Karl Marx”.

Tussy y Beatriz discrepaban en casi todo salvo en el ateismo vis-ceral que tomaban como base de lo que ambas llamaban su moral.Tussy era desordenada, fantasiosa y, en cuestiones de enamora-miento, apasionada hasta la desesperación (así fue en su larga rela-

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ción con Lissagaray y, por lo que veo, mucho más fuerte con elinnoble de Aveling; Beatriz, meticulosa y cerebral, parece poseeruna fría tabla de medida para valorar al hombre a quien dedicar unapequeña parte de su vida (ese hombre será un compañero nunca lacarne de su carne o el alma de su alma ni, mucho menos, un amo o unesclavo). Tussy dice creer a pies juntillas y de forma definitiva en laciencia materialista que descubrió su padre; Beatriz en cambio nocultiva otro dogmatismo que el que va descubriendo día a día, en suobservación de las cosas y de los fenómenos sociales: si cree en larevolución será en la que ella sea capaz de amaestrar mientras queTussy habla de la revolución como de algo mecánico a lo que seapuntará en cuanto surja, vaya hacia donde vaya. Seguro que Tussysufre el vacío de Dios mientras que Beatriz se tiene a sí misma comoprincipio y fin de todas las cosas, aunque, ciertamente, cultiva comoun lujo la simpatía por los más débiles. Tussy es socialista por iner-cia, Beatriz por oficio. Tussy se deja llevar por lo que consideragrandes ideas mientras que Beatriz pierde horas y horas endesentrañar los misterios de la Estadística.

En cuestión de amores, Tussy trata de ver en sus hombres el rever-so de sus propias frustraciones y, hasta ahora, no ha pasado de ser lasombra de Lissagaray, de alguno más como cierto ruso de nombreimpronunciable y del propio Aveling. Beatriz Potter, por su parte, serige por la fría conveniencia más que por femeniles emociones ybusca en su pareja el complemento de un equilibrio que, seguramen-te, le proporcionará la tranquilidad necesaria para estudiar, escribiry lograr el reconocimiento del mundo socialista en que se mueve.Por eso, aspirando a convertirse en su tercera esposa, concedió susfavores al destacado político liberal José Chamberlain, veinte añosmayor que ella y con un futuro prometedor; por carta le hizo propo-siciones matrimoniales que el político rechazó con fría cortesía. Vi-vió algún que otro encuentro sentimental buscando siempre lo queella llamaba el enriquecimiento intelectual hasta que tropezó conSydney Webb.

Beatriz estaba realizando un estudio sobre cooperativismo cuandouno de sus ayudantes le propuso un encuentro con un científico desu misma edad, un tal Sydney Webb, reconocido especialista sobrela reciente historia de los movimientos sociales, en especial sobre laSociedad Fabiana (había publicado recientemente “Ensayosfabianos sobre Socialismo”)

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Ese encuentro tuvo lugar en enero de 1890 cuando ambos habíansuperado los cuarenta años. Ella conservaba el atractivo de diezaños atrás; él, en cambio, no era nada agraciado: ojos saltones, narizdesproporcionada, de baja estatura, cabeza grande y cuerpo menu-do, pero sí que, al parecer, coincidían en la afinidad de ideas. Dosaños más tarde de ese ocasional encuentro, la mutua admiración enel terreno intelectual, les llevó al matrimonio, “basado, según confe-sión de Beatriz, en el compañerismo, las creencias comunes y un tra-bajo común”. Su luna de miel consistió en un viaje a Dublín paracomprobar cuál era el funcionamiento de los sindicatos en dichaciudad.

El dejó su trabajo de funcionario en la Colonial Office para ya, enestrecha unión intelectual, dedicarse ambos a potenciar la “Causa dela Sociedad Fabiana”. Mantenían una vida cómoda merced a la rentade mil libras que Beatriz había heredado de su padre; renunciaron atener hijos por entender que esa renta era insuficiente para darlesuna adecuada educación y mantener su actual tren de vida.

Es el hogar de los Webb un lugar de encuentro entre los diversosmovimientos socialistas y principal foco de proyección de ideascontrarias a la revolución violenta que propugna lo que Herr.Engels, mi madre y Tussy llaman Materialismo Histórico y sí pre-tenden un progresivo reformismo, cual es el proyecto de la SociedadFabiana: “La sociedad futura, ha escrito Sydney Webb, se presentacomo el equilibrio perfecto, sin necesidad ni posibilidad de una fu-tura alteración orgánica.... Ahora ningún filósofo busca otra cosaque el desarrollo gradual del nuevo orden partiendo del viejo, sinninguna discontinuidad ni cambio abrupto”. “Educar, agitar, orga-nizar” es su lema.

De algún modo, el fabianismo quiere representar una solución decompromiso entre el capitalismo individualista y el socialismo re-volucionario, posicionamiento que escandaliza a Herr Engels, aTussy y también a mi madre. A mí, en cambio, sin convencerme deltodo (odio todo lo mecánico en el mundo de las ideas) el fabianismome resulta más atractivo que el socialismo burgués de la Social De-mocratic Federation o el revolucionarismo edulcorado y un tantoanárquico que promueve la Socialist League, financiada por Herr.Engels y en que tan metidos están Tussy y Aveling.

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Después de los años, creo que el actual carácter del socialismo in-glés debe a la Sociedad Fabiana la principal y más efectiva aporta-ción. Luisa, mi mujer cree que habría sido mucho mejor sin esaobsesión fabiana por renegar de Dios e ignorar la función regenado-ra del Cristianismo. Ella dice que la justicia social nace del poso queen las conciencias libres deja el Cristianismo que se ha vivido en lasmás fecundas épocas de la Historia mientras que las ideas que pro-paga la Sociedad Fabiana son tanto las ideas capitalistas edulcora-das con un superficial sentimentalismo que nada se parece a unaelemental generosidad como el amargo poso de la guerra por la gue-rra del quítate tú que me pongo yo. El no reconocerlo así es para ellauna flagrante injusticia por parte de los políticos, teorizantes y filó-sofos. La realidad es la realidad y realidad es que nada hacemos porla justicia si nosotros mismos no nos proponemos ser de más en másjustos. Pero sí que algo ha hecho la Sociedad Fabiana por liberar alsocialismo de la ciega violencia, la excentricidad y la bohemia anar-quista, cosa que no le gusta reconocer a herr Engels, quien ¿queréisque os lo diga? vive obsesionado por demostrar que está en posesiónde la razón absoluta.

Dirán que es mi padre, pero yo no me parezco en nada a él y noquiero que sea mi padre.

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A LA SOMBRA DEL PATRIARCA

Existen innumerables socialismos y existe lo que Herr Engelsllama Socialismo Científico o Comunismo, eso mismo que

panfletos y periódicos reconocen como Marxismo.Llamar marxismo a lo que quieren que sea la ciencia de las cien-

cias no gusta ni a mi madre ni a herr Engels: dice éste que lo de lla-mar marxistas a los socialistas de su órbita es una simplificación queel doctor Marx nunca aceptó. Mi madre recuerda haberle oído repe-tidas veces: yo no soy marxista; tampoco herr Engels quiere ser ca-lificado como marxista:

-Quiero dejar claro, afirma, que lo que soy es el albacea del másprofundo y certero economista de los tiempos modernos, lo queequivale a ser el fiel intérprete de una ciencia llamada a ser la expli-cación más exacta de todo lo que ha existido, existe y existirá en losdominios de la Naturaleza, la Historia y el Pensamiento. Son mu-chas las cosas y fenómenos que todavía permanecen ocultas a laCiencia, pero todas ellas, progresivamente, serán desentrañadas dia-lécticamente. Así nos lo ha demostrado nuestro entrañable einolvidable maestro y así lo iremos viendo, paso a paso a través delas modernas líneas de investigación.

A los que él considera “necesarios colaboradores” por cuestionesde familia y de “obligado reconocimiento” (mi madre y yo entreellos) nos invita a una “fidelidad sin fisuras” (fe ciega, la llama Lui-sa, mi mujer). En los escritos del doctor Marx y en los suyos propios(lo dice herr Engels presumiendo de certero, fiel e imparcial descu-bridor de la Realidad) se encuentra la respuesta a todas las preguntassobre cosas, hechos y dichos y, también a todas las imaginablescuestiones que pasen por los cerebros de los hombres y mujeres deésta y de futuras épocas. Desde que apareció el Manifiesto Comu-nista es la evidencia misma que todo vive y se desarrolla dialéctica-mente, es decir, gracias al movimiento que se desprende de las

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contradicciones internas de todo lo que existe y que agita y empujahacia delante a cualquier forma de realidad.

Merecen la amistad y la confianza de Herr. Engels, él lo pone muyde manifiesto en sus reuniones, todos los líderes obreristas que sesienten materialistas e incondicionales discípulos del desaparecidomaestro: son los mismos que se merecen toda la necesaria ayuda fi-nanciera y moral para no desanimar en la larga marcha hasta eltriunfo final.

A herr Engels le rejuvenece la presencia y yo diría que la devociónde sus seguidores, pero él dice esperar de ellos bastante más, algo asícomo el convencimiento absoluto de que estamos viviendo el puntode partida hacia la forma de vivir que imponen los nuevos medios ymodos de producción, ese prometedor futuro al que, según él, llevainexorablemente la lucha de clases con su definitivo capítulo, la in-minente revolución con sello indiscutiblemente marxista, muy a pe-sar, eso reitera herr Engels, de las intrigas y corrupcionesideológicas de los locos seguidores latinos u holandeses del “feliz-mente desaparecido” Miguel Bakunín. Es lo que nos enseña,concluye herr Engels categóricamente, la ciencia del MaterialismoHistórico..

-¿Ciencia o doctrina? Ha preguntado Eduardo Bernstein.-Ambas cosas, responde herr Engels sin atisbo de duda. Ciencia

por que el estudio de la Materia, en todas sus especies y formas,muestra claramente su autosuficiencia y poder. Y da cuenta precisade todos y de cada uno de los procesos químicos, físicos, biológicosy sociales. Doctrina por que enseña a vivir y a luchar con el objetivoconcreto de convertir la necesidad en libertad y el pleno convenci-miento de que la Materia es el principio y fin de todo.

Confieso que no comprendo muy bien eso de que la Materia sea elprincipio y fin de todo. Pero herr Engels dice estar plenamente con-vencido de que es así.

-Hasta los descubrimientos de Darwin, alguien podía dudar; ahoraya todo está muy claro, afirma con toda contundencia herr Engels enuna de sus “lecciones”. La lucha de clases es una necesaria conse-cuencia de la lucha de las especies por la supervivencia; si en elmundo animal es el oxígeno la condición principal del existir, ennuestro mundo no cabe forma social alguna sin el soporte económi-

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co: la economía no es solamente la madre de las ciencias: es, ni másni menos, el meollo de la historia.

Tras sus categóricas afirmaciones, herr Engels, con voz más suavey una sonrisa de variadas interpretaciones, dejó oir: aceptar y pro-mover nuestra doctrina es lo único en lo que estoy dispuesto a com-prometer la autoridad que me otorgáis, todo mi saber hacer y lamayor parte de mi dinero.

-Ese maestro de las finanzas se ha erigido en profeta de la causamaterialista, aunque sabe, pero no lo quiere reconocer, que todo esode la materia autosuficiente es pura suposición..

Este ha sido el comentario de Luisa cuando la he hablado de lareunión en la que herr Engels se presentó como el albacea del doctorMarx.

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LA MUERTE DE LENCHEN, MI MADRE

No tenía más de sesenta y siete años, pero ya se sentía vieja,muy vieja, enferma y cansada, demasiado enferma y demasia-

do cansada.Herr Engels nos había dado la noticia por carta: Por primera vez

en su vida , nos dice, tu madre tiene que guardar cama. Dejadlo todoy venid a pasar unos días con nosotros. Traeros también a vuestroshijos.

Toda la familia nos desplazamos en calesa hasta la mansión deherr Engels, en el núm. 122 de Regent’s Park Road

-Nimmchen se nos muere, fue la frase de saludo de un herr Engelsenvejecido y angustiado.

Mi madre, Elena Demuth, Lenchen o Nimmchen para la familiaMarx y para herr Engels, quiso recibirnos fuera del lecho, arregladay vestida como para salir de paseo, con sus mejores galas y con supelo blanco coquetamente arrebujado en un moño muy similar al dela Reina. Se le iluminaron los ojos al abrazar a sus nietos; luego, des-fallecida, se dejó caer en un sillón.

-Es muy poco el tiempo que me queda. Todo lo que he trabajado ysufrido ¿para qué?.

–Querida mamá Lenchen, le respondió Luisa, mi mujer, tú eres yhas vivido como una gran persona y seguro que tu vida ha servidopara mucho.

-¿Para qué?, preguntó mi madre de nuevo con verdadero miedo...Luisa no quiso responder con una frase de circunstancias y mantu-

vo un largo y penoso silencio para susurrar luego a mi oído: -El Pa-dre Teodoro sí que sabría qué responder.

Herr Engels estuvo ausente todo el día siguiente. Mi madre se sin-tió mejor y estuvo particularmente locuaz. –El Moro llenaba nues-

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tras vidas, evocó mi madre sin que Luisa ni yo hubiéramos hechoreferencia alguna al doctor Marx.

-¿Cómo era él de joven? Preguntó Luisa.-Algo menos bajo y menos rechoncho, el pelo encrespado y negro,

casi azul. Sabía inmovilizar con la mirada. Hablaba él y los demásno encontraban nada que decir.

-¿Y de carácter? ¿cómo era de carácter?-Orgulloso, apasionado, amigo de sus amigos y encarnizado ene-

migo de los que se permitían llevarle la contraria. Pero tú, Luisa,querrás saber más. Ya te he calado: quieres saber si de joven era tandiablo como cuando tu le conociste.

-Yo no he dicho que fuera un diablo, Lenchen.-Pero diablo rojo le han llamado más de un filisteo y debo recono-

cer que, a veces lo parecía. Claro que había épocas en que se bañabaen mares de generosidad; fue cuando escribía cosas como ésta que,hace muchos, muchos años, me aprendí de memoria:

Supongamos que el hombre sea hombre y que su relacióncon el mundo es humana: entonces sólo puedes cambiar amorpor amor, confianza por confianza, ilusión por ilusión.... Siquieres disfrutar del arte, debes ser una persona artísticamen-te cultivada; si quieres ejercer influencia sobre los demás, de-bes ser una persona que produzca efectos estimulantes eincitantes en la gente. Cada una de sus relaciones con el hom-bre y con la naturaleza debe ser una expresión especifica, quecorresponda al objeto de tu voluntad, de tu verdadera vida in-dividual. Si amas sin que tu amor sea correspondido, es decir,si tu amor en cuanto tal no produce el amor recíproco; si a tra-vés de una expresión viva de ti misma en cuanto a amante, note haces una persona amada, entonces tu amor es impotente:es una desdicha.

-Eso no se parece en nada a lo del Manifiesto Comunista, que es-cribió en el 48.

-La gente cambia según lo que ve y oye: eso lo escribió de muy jo-ven y nunca quiso publicarlo. Cuando lo del Manifiesto ya tenía másde treinta años, él y el señor Engels querían comerse el mundo, eranmuchos los que hablaban de revoluciones con guantes de seda yellos tenían que escribir algo diferente. Estos párrafos que hablan deamor y de humanidad los escribió cinco o seis años antes, cuandoera muy capaz de sacrificarse por los demás. Obraba con el corazón

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como el sastre Weitling y los que él llamó más tarde comunistasevangélicos. La vida, la ciencia y el señor Engels, muy frío él, leenseñaron a ver otra realidad.

-¿Cuál es esa realidad, Lenchen?-Que el odio hace historia y mueve montañas. La lucha de clases

es ley de vida y en ella se alimenta la tiranía del dinero y en odio seha de convertir hasta el aire que respiramos.

-Tú no crees en eso, Lenchen... Por lo que sé de ti, tu vida ha sidopura generosidad.

-Y así me ha ido...-No peor a como les va a los que todo lo hacen por envidia u odio.-¿Tú crees?-Lo creo, Lenchen, lo creo.Mi madre no siguió la conversación no sé si por fatiga o porque se

había dejado convencer por Luisa. Cuando ellas dos se enzarzabanen conversaciones de ese tenor yo las escuchaba sin intervenir, creoque tratando de encontrar con el pensamiento un término medioentre los que una y otra decían.

-Ese término medio, si existe, es absolutamente inconsistente y es-téril como un trozo de papel juguete del viento, ha sido el comenta-rio de Luisa a lo que ella llama pasividad existencial mía y yo creíasimple libertad de criterio.

Vimos a mi madre muy cansada y yo diría que con mucho miedo.La enfermera la recriminó por seguir levantada y la obligó a volver asu cama, le hizo beber una tisana que, a poco, la hizo dormir.

-Me gustaría que recibiera la visita del padre Teodoro. Hazme elfavor de irle a buscar.

-No sé por qué, respondí a Luisa como creí que tenía que respon-der un tipo como yo.

-Por que tu madre se está muriendo y es lo único que, a estas altu-ras, podemos hacer por ella. Si muere como un perro seremos noso-tros los responsables.

¿Morir como un perro? Bueno y ¿qué otra cosa se puede hacer sitodo acaba con la muerte? Me respondí a mí mismo desde un agnos-ticismo visceral. Fue una respuesta que, sin yo pretenderlo, me pro-

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dujo un escalofrío. Es la sacudida de la nada, me dije a mí mismomientras que fui a buscar al cura.

El padre Teodoro me recibió muy efusivo y accedió a visitar a mimadre. –No faltaba más: a las puertas de la muerte tenemos la mejorocasión de ver las cosas en su punto. Cristo venció a la muerte; esoes algo que necesitas creer o que, seguramente, percibes cuando yate va faltando el aire.

Oigo hablar así y me esfuerzo en no escuchar al tiempo que llevomi pensamiento a lo más vivo, placentero o variopinto que puedo re-cordar: un niño persiguiendo mariposas, intimidades de alcoba, unacampiña borracha de luz y color. Si te falta el aire, todo se volveráoscuro y tranquilo ¿no?. ¡Yo qué sé! Era la respuesta del ecointerior.

El padre Teodoro ya habría cumplido entonces los setenta y cinco,pero se mantenía ágil, tieso y fuerte: no más de una hora para reco-rrer las tres millas de distancia desde su Iglesia hasta la mansión deherr Engels. Quiso ver enseguida a la enferma, Luisa y yo nos retira-mos a la antesala y ellos dialogaron durante un largo rato.

-Es una gran mujer, quiera Dios que hayan desaparecido sus mie-dos. La experiencia me dice que la queda muy poco tiempo pero esbueno que encuentre ella misma el asidero que necesita para dejarsellevar al otro lado. Podéis entrar pasados unos minutos.

-Nada hay al otro lado, quise responder, pero me callé.Luisa pidió al padre Teodoro que diera por terminada la visita para

volver al día siguiente a una hora más temprana. Temía un tormen-toso encuentro del cura con herr Engels.

-No sé por qué, apunte yo.-Este señor Engels, no creo que sea tu padre, te repito, ha hecho de

su vida una obsesión por volver la realidad al revés. No sé comoreaccionará ante lo que hemos hecho que, según veo, no le ha senta-do mal a tu madre. Los católicos pensamos que, para creyentes o nocreyentes, un sacerdote es la mejor compañía en los últimos momen-tos. Déjame, querido, que siga este inocente plan.

Pero, por el servicio, herr Engels se enteró de que un cura había es-tado en su casa y, por extraño que parezca, no lo tomó a mal.

-Me parece lógico que, pensando como piensas, hayas hecho loque has hecho. De haberlo sabido, habría invitado al cura a mi mesa.

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-Tendrá usted ocasión de hacerlo: el padre Teodoro volverámañana.

Efectivamente, al día siguiente, herr Engels hizo de anfitrión delcura. Le saludó cordialmente y se permitió un sarcasmo.

-Vaya chasco que se va usted a llevar cuando compruebe que esmentira todo en lo que usted cree.

-¿Está usted seguro de que es mentira todo en lo que yo creo? Por-que, si es verdad ¿quién cree usted que se llevará el chasco?

-Buen cura, veo que no le faltan palabras; pero, si le parece bien,dejemos para luego profundizar en todo eso. Usted comprenderáque si me presto a la farsa que usted representa es por que los chicoscreen que su visita es como un bálsamo para nuestra entrañableNimmchen?

-¿Nimmchen?¿Llama usted así a Elena?-Claro, me he permitido germanizar el cariñoso Nimmny con que

la han tratado siempre las chicas de Karl. Esta valiente y generosamujer ha sido para ellas una segunda madre. Hale, ayúdela a pasar elmal trago que la espera hasta la nada. ¿Lo oye usted bien? La nada.

-¿Qué quiere que le diga? Por lo que como hombres, a usted y a mínos toca, yo no creo en la victoria de la muerte sobre seres que, comonosotros, pueden amar en libertad.

-Antiguallas, señor ingenuo, antiguallas... Pero, insisto, dejemospara luego el intercambiar ideas, concluyó herr Engels al tiempo queabría la puerta de la habitación de mi madre.

–Nimmchen, tu paisano vuelve de nuevo a la carga.Mi madre quiso incorporarse para recibir al padre Teodoro, pero

no pudo.-Ayúdame, General, a levantar cabeza; compañero de lucha, no

creas que voy a olvidar nuestra revolución por que este buen paisanose empeñe en catequizarme. En cuanto recobre mis fuerzas, se va aenterar él y todos los de su especie.

Solícito, herr Engels dobló la almohada por detrás de la espalda demi madre.

-Charla con él y luego me cuentas.Fue un almuerzo memorable el que siguió a la charla íntima del

cura con mi madre. Éramos cinco a la mesa: el padre Teodoro, herr

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Engels, la señora Freyberger, Luisa y yo. Creo que la señora Frey-berger, médico de más o menos nuestra edad, era una especie deamor otoñal de herr Engels, quien, para ganarse la voluntad de supupila, estaba empeñado en estudiar obstetricia.

-¿Cuál es su último trabajo, mister Engels? Había preguntado elcura.

-El Origen de la Familia, la Propiedad y el Estado.-¿Dónde ve usted ese origen?-No en el Paraíso Terrenal, por supuesto.En ese punto herr Engels, especialmente aficionado a los solilo-

quios, nos obsequió con una larga disertación.-La familia, al igual que sucede en general con los sistemas

políticos, jurídicos, religiosos y filosóficos, es el resultado deuna evolución. Está demostrado que fue la poligamia en lassociedades patriarcales y la poliandria en las sociedades ma-triarcales lo que presidía la actividad sexual de las sociedadesprimitivas, ni más ni menos que un reflejo de lo que sucede ennumerosas especies animales, algunas de ellas tan cercanas aeste ser capaz de producir lo que come que es el hombre. Y,sin duda, tal como señala Morgan, esa especie de clan o harén,fue evolucionando de una forma inferior a una forma superiora medida que se alteraba la forma de vivir (de producir y abas-tecerse) En cuanto el estudio de la historia primitiva nos revelaun estado de cosas en que los hombres practican la poligamiay sus mujeres la poliandria y en que, por consiguiente, los hi-jos de unos y otros se consideran comunes, no se puede ha-blar de específicos lazos familiares. Es el afán de propiedad elque lleva a una monogamia en que una parte de la pareja, lamujer casi siempre, es tratada como exclusivo bien del otro;no se puede decir que haya entre ellos libertad. El matrimoniono se concertará con toda libertad sino cuando, suprimiéndosela producción capitalista y las condiciones de propiedad crea-das por ella, se aparten las consideraciones económicas acce-sorias que aún ejercen tan poderosa influencia sobre laelección de los esposos. Entonces el matrimonio ya no tendrámás causa determinante que la inclinación recíproca.

La forma de familia que corresponde a la civilización y vencedefinitivamente con ella es la monogamia, la supremacía delhombre sobre la mujer, y la familia individual como unidadeconómica de la sociedad. La fuerza cohesiva de la sociedadcivilizada la constituye el Estado, que, en todos los períodos tí-picos, es exclusivamente el Estado de la clase dominante y, entodos los casos, una máquina esencialmente destinada a re-

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primir a la clase oprimida y explotada. También es característi-co de la civilización, por una parte, fijar la oposición entre laciudad y el campo como base de toda la división del trabajo so-cial; y, por otra parte, introducir los testamentos, por mediode los cuales el propietario puede disponer de sus bienes aundespués de su muerte. Como ningún otro de los sabios denuestro tiempo, Marx, mi inolvidable amigo Karl, ha demos-trado que el Estado, la Sociedad y la Familia actuales son undirecto producto de unos medios de producción condenados adesaparecer. Los nuevos medios y modos de producción queestán surgiendo como necesaria consecuencia de las fuerzasmateriales que rigen la historia, nos llevarán a la democraciaen la administración, la fraternidad en la sociedad, la igualdadde derechos y la instrucción general, inaugurarán la próximaetapa superior de la sociedad, para la cual laboran constante-mente la experiencia, la razón y la ciencia. Será un renaci-miento de la libertad, la igualdad y la fraternidad de lasantiguas gens, pero bajo una forma superior. Así lo intuyeMorgan en su magnífico estudio, La Sociedad Antigua, así loha demostrado Karl Marx y así lo repito yo. ¿Qué opina usted?

El padre Teodoro había seguido con evidente interés la disertaciónde herr Engels.

-Opino que la suya es una versión de la realidad excesivamente ro-mántica. Le prometo que trataré de encontrar pruebas de que la pri-mitiva actividad sexual era puro cachondeo colectivo muy alcontrario de lo que se observa en no pocas especies animales que,por ley natural, practican la monogamia, justamente lo que, en nues-tra especie de animales racionales, existe como amor para toda lavida, eso que tan libres y felices hace a cuantos lo saborean en pleni-tud. De lo que no creo que podamos encontrar pruebas es de esa fu-tura idílica situación en que, por virtud de las fuerzas materiales ysin ninguna participación de generosas voluntades, se viva en plenalibertad, igualdad y fraternidad.

-Es usted un escéptico de la peor especie o un apóstol de lo másviejo y más inútil. Fue la señora Freyberger la que, con el ceño frun-cido y los rojos labios apretados, replicó al padre Teodoro.

-Bravo, coreó herr Engels. Esa es la respuesta de las nuevas gene-raciones a sus viejos sofismas. La ciencia, de la que yo me consideroun fiel servidor, nos habla de que todo nace y muere sin salir de loscauces materiales, de que los más nobles impulsos son los más es-pontáneos y directamente inspirados por los instintos, de que formasde vivir como la que usted representa, están siendo reducidas a la

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nada por la historia, que todo lo que usted defiende y en lo que dicecreer ha de ir, sin más dilación, al museo de antigüedades.

El padre Teodoro sonrió muy suavemente para decir, mientras selevantaba de su asiento.

-Se me hace tarde y me quedan un par de visitas que realizar. Si us-ted me lo permite, señor Engels, me gustaría visitar de nuevomañana a la señora Elena.

-Ella ya ha soportado una excesiva dosis de fanatismo. Déjela mo-rir tranquila.

Luisa me miró esperando algo de mí. Me enfrenté con herr Engelspara decir: -Creo que el padre Teodoro ha hablado y obrado segúnsu conciencia. Era nuestro invitado; enfádese con nosotros si nos he-mos pasado de la raya. Sabe usted que me cuesta creer en lo que éldefiende. Pero le tengo por un buen hombre, mi mujer sí que cree enél y ella sí que es invitada de usted. Los médicos ya nada pueden ha-cer por mi madre mientras que este buen hombre puede traerle lamínima paz que ella necesita.

-No se hable más, Freddy; que vuelva el cura las veces que desee.Soy yo el que ahora tiene otras cosas que hacer. Y se fue detrás de laseñora Freyberger.

Cuando, al día siguiente, muy de mañana, volvió el padre Teodo-ro, mi madre ya había muerto. Durante toda la noche, Luisa y yo ha-bíamos seguido su agonía. Tenía yo su mano derecha entre las míasen su último estertor; algo oprimía con fuerza hasta que invadió todosu cuerpo la laxitud final; separé sus dedos y vi que era un pequeñoCrucifijo que, sin duda, le habría regalado el padre Teodoro. Luisa,más tranquila que yo, cerró sus ojos y rezó mientras la besaba.

Confieso que tardé varios días en reponerme del golpe.Por imposición de herr Engels la enterramos en el cementerio de

Highate en una tumba abierta en el suelo, al lado del mausoleo enque reposaban los restos del doctor Marx y la baronesa. Al padreTeodoro no se le permitió formar parte del reducido grupo que asis-tió al último adiós, en una ceremonia laica, sin concesión alguna acualquier manifestación o rito religioso. Pero me consta que siguióel acto a distancia seguro que rezando al igual que lo estaba hacien-do Luisa, ella sí, dentro del grupo y sin disimular su devoción.

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Como si quisiera participar de mi pena o compartir la suya conmi-go, herr Engels me leyó el párrafo de la carta que escribió ese mismodía a mister Sorge, uno de sus mejores amigos:

Mi buena, mi querida, mi leal Lenchen, murió dulcemente,sin haber sufrido. Vivimos juntos siete felices años. Éramos losúltimos de la vieja guardia de antes de 1848. Ahora estoy otravez solo. Si, durante largos años, Marx y, en los últimos sieteaños, yo mismo hemos encontrado la necesaria paz para tra-bajar, fue gracias a ella. Lo que me sucederá ahora no lo sé...Sus consejos perspicaces sobre la marcha del partido me ha-rían mucha falta...

-¿Quién sería su breve y loco amor del que nació mi marido?, sepreguntó Luisa en voz muy baja, pero no tanto como para que yo nola oyera.

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EL AGITADO Y CERRADO MUNDO DE TUSSY

Tres meses más tarde del fallecimiento de mi madre, Tussy vinoa casa a transmitirnos sus condolencias. Vino sola como sola

iba, de tarde en tarde, a visitar a herr Engels. Por aquellos tristes díasTussy daba un ciclo de conferencias por América sé que fue sinceraal lamentar no poder acompañarnos en el último día de mi madre.Pero hacía ya dos semanas que estaba en Londres.

-Estoy loca por Eduardo, pero él no soporta vuestra beatífica for-ma de vivir y sé lo mal que os cae el que presuma de lo mucho quevale, cosa natural en un artista. Por que es un gran artista y el mejordirector de escena, mal que os pese.

No quise responderle que lo menos malo de su Aveling era una in-corregible e insultante pedantería, por que... su afectación, exagera-dos gestos y engolada voz convierten en parodia cualquiera de susrepresentaciones, porque es un ególatra redomado, porque goza pi-sando la dignidad de las personas decentes, porque se afilia a ésta oaquella organización solamente por el beneficio que pueda sacar,sea ello abusando de la confianza de la gente o alterando las contabi-lidades. Sabéis que aprecio mucho a Tussy y no quiero teñir de ne-gro lo obvio. Algo así le ocurre a Luisa, mi mujer, que se limita aignorar al “amo” de Tussy.

-Háblanos de tus últimas andanzas.-Vivo abierta al mundo, como demostré a mi padre y estoy inten-

tando demostrar a todas las personas que quiero y, también, a losque no quiero. He dedicado todo mi tiempo a la tarea de internacio-nalizar el socialismo revolucionario, incluso con compañías inde-seables como la de Hyndman, que ha copiado ce por be las teoríasde mi padre sin citarle una sola vez y para interpretarlas a su capri-cho desde su recalcitrante conciencia burguesa. Claro que, a pesarde halagarme con honores y responsabilidades, supe decirle que no

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para formar la Liga Socialista con personalidades extraordinaria-mente enriquecedoras como las del poeta y grafista William Morriso la iluminada Annie Besant y, tambien, no lo toméis a broma, porfavor, con la de mi hombre, el genial Aveling. Con todo lo aprendi-do, Eduardo y yo hemos recorrido los principales núcleos obreros delos Estados Unidos de América dando conferencias y asumiendonuevas experiencias. ¿Sabíais que la sociedad trabajadora america-na está traumatizada por lo que ocurrió en Chicago el 1º de mayo del86, algo que nosotros vivimos desde Nueva York? Ese ha sido eltema central de no pocas de nuestras conferencias en las principalesciudades del Nuevo Mundo.

-¿Seguro que Aveling ha estado a la altura de las circunstancias?Pregunté no sin maliciosa suspicacia.

-Es Eduardo el que ha redactado muchos de mis discursos y tam-bién el que corrige mis faltas en la traducción de los trabajos de mipadre. Estás muy equivocado con él, malvado Freddy. EduardoAveling es tan socialista como yo...

-Siempre que no tenga nada que poner de su parte...-¿Puedes acabar ya?-Sí, claro... Bueno, bueno, síguenos hablando de tu aventura ame-

ricana, en especial, sobre lo que sepas del primero de mayo de haceaños, de lo que tanto se habla.

-El hecho, nos explicó Tussy, ya es conocido comola historia de los “mártires de Chicago”. De una convención,

que, en el 84 reunió a trabajadores de Canadá y los EstadosUnidos, nació una federación que se marcó como objetivo lu-char por la jornada laboral de 8 horas para sustituir el día labo-ral de 10, 12 y hasta 16 horas que prevalecía. La Federacióndeclaró que la jornada de ocho horas entraría a efecto el 1º demayo de 1886. En los meses previos a esa fecha miles de tra-bajadores, organizados e independientes, fueron puestos enalerta. Las fuerzas represoras policíacas y de la guardia nacio-nal se prepararon para contrarrestar a los trabajadores, reci-bieron equipo y armas nuevas financiadas por poderososlíderes comerciales, que se oponían a las demandas de los pro-letarios hasta que, el primero de mayo de 1886, Albert Par-sons, líder de la organización proletaria “Caballeros delTrabajo de Chicago”, dirigió una manifestación de ochenta miltrabajadores a través de las calles de Chicago, solicitando lareducción del horario laboral a ocho horas diarias. En los si-guientes días se unieron a esta demanda 350 mil trabajadores

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de toda la Unión Americana, que iniciaron una huelga nacionalque afectó más de mil fábricas. La unión de los trabajadorescausó mucha alarma entre los burgueses y la prensa reaccio-naria que veían en las manifestaciones el inicio de la revolu-ción que había vaticinado mi padre.

Los anarquistas y algunos socialistas de la vieja escuela utó-pica habían creído que la petición de reducción de jornada erauna medida moderada y, en un principio, negaron su adhesiónhasta que Albert Parsons les convenció de integrarse en lahuelga. El 3 de mayo August Spies, director de uno los pocosperiódicos socialistas, habló ante seis mil trabajadores. El gru-po de huelguistas se dirigió después a una fábrica cercana, laplanta McCormick, a manifestarse. Pronto llegó la policía,abrió fuego y mató a varios huelguistas e hirió a muchos más

El 4 de mayo los animadores de la revuelta convocaron a unareunión masiva en el Haymarket o mercado de la ciudad con elpropósito de protestar por la brutal acción policíaca del día an-terior. Spies, Parsons y Samuel Fielden fueron los oradores enHaymarket, ante una reunión de más de dos mil trabajadores.Cuando la manifestación estaba terminando y empezaba a llo-ver, llegaron al lugar cerca de 200 policías. Mientras la policíapedía que se dispersara la reunión, alguien lanzó una bombaque estalló y mató a un policía. Se armó el alboroto y en laconfusión la policía comenzó a disparar, causando la muertede siete policías y cuatro trabajadores, además de muchos he-ridos. Nunca se supo quién lanzó la bomba, pero este incidentese tomó como pretexto para perseguir a los rebeldes a todo lolargo del país. La policía saqueó hogares de trabajadores yarrestó a muchos de ellos. Mes y medio más tarde, cayeron enuna redada de la policía los líderes obreros más destacados(Parsons, Spies, Fielden, Schwab, Fischer, Lingg, Engle y Ne-bee), que fueron juzgados como asesinos y alteradores del or-den público: “Castiguen a estos hombres, hagan de ellosejemplo de expeditiva justicia, cuélguenlos y, con ello, salva-rán nuestras instituciones”, pidió el fiscal. El jurado, compues-to de timoratos burgueses, encontró a los acusados culpablesde atroces delitos: El 11 de noviembre de 1886 fueron ahorca-dos Parsons, Spies, Fischer y Engle. Louise Lingg, anarquista,se suicidó en prisión y Fielden, Nebee y Schwab vieron conmu-tada la pena de muerte por la cadena perpetua. Más de 200 milpersonas asistieron a la procesión funeraria de los líderesmuertos, los mártires de Chicago.

Sería bueno que aprendiéramos de los trabajadores americanos ylográsemos dar consistencia a la adormilada Asociación Internacio-nal de trabajadores y que, en recuerdo de los mártires de Chicago, eluno de mayo fuera declarado fiesta mundial del trabajo. Veremos

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qué dice el General (Herr Engels, el General, vio con buenos ojos lapropuesta de Tussy e hizo lo necesario para que en el 89, durante elPrimer Congreso de la Segunda Internacional Socialista, celebradoen París, propusiera el 1º de mayo como fiesta mundial del Trabajo).

-¿En qué crees ahora, Tussy? Fue Luisa la que preguntó.-En que se está muy bien aquí: todo huele a familia bien avenida.-Lo nuestro es algo muy sencillo que está al alcance de cualquiera.

Pero no te vayas por las ramas cuando queremos saber cosas de tí, detu auténtica vida, de tus proyectos, de lo que piensas...

-He escrito cosas como “El infierno en la fábrica”, “La CuestiónFemenina”, “La Lucha Proletaria en América”, “El Nuevo Socialis-mo”..., me trato con personajes como la teósofa Annie Besant, el ge-nial artista William Morris, la singular Clementina Black, eldinámico Will Thorne, con quien he organizado “La Unión Nacio-nal de los Trabajadores del Gas”... he soliviantado a los dockers delpuerto con mi buen amigo Ben Tillet..., hago el amor con Eduardo,vamos de aquí para allá dando conferencias, traducimos juntos “DasKapital”... Como os podéis imaginar, no me queda tiempo paraaburrirme ni para pensar.

-¿Eres feliz?, Luisa, hay que reconocerlo, vuelve siempre a losmismos derroteros

-Aquí y ahora, una mujer como yo nunca puede ser feliz. En mi li-bro, “La Cuestión Femenina”, he procurado dejar muy claro que, ennuestra sociedad, las mujeres y los proletarios viven vidas paralelas.Nosotras bajo la tiranía de los hombres y sin otro punto de apoyoque el de nostras mismas, los proletarios bajo la férula del capitalis-mo y sin otras posibilidades de liberación que las que proceden deellos mismos según la pauta que les están señalando algunos poetas,artistas y filósofos, con mi padre como figura más destacada y res-petable... gracias a su fuerza dialéctica y a la devoción del General yde muchos de nosotros... Por cierto, Freddy ¿cuándo vas a mandar altraste tu podrido aburguesamiento?

-Cuando me convenzas de que en lo que dices está la varita mágicade la solución.

-Te arrastrarán tus compañeros, todos los asalariados, ya lo verás.-Salvo que ellos también caigan en lo que llamas podrido aburgue-

samiento, apuntó Luisa con amable malicia.

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-No y mil veces no: somos cada día más fuertes y más conscienteslos que hemos acertado a ver el sentido de la Historia: ahí estamos yalos socialistas partidarios de una revolución sin tregua por que así lodeterminan la fuerzas materialistas de la Historia. Ya contamos conmártires como los de Chicago, con líderes que aplican, aplicamos, ala causa todo su, nuestro, valor y saber hacer como General y noso-tros mismos aquí, en Inglaterra; Kautsky, Bernstein y muchos otrosen Alemania, revolucionarios al estilo de Labriola y Turati en Italia,Guesde, mi hermana Laura y mi cuñado Lafargue en Francia y enEspaña... todos ellos ya unidos por encima de patriotería barata ychovinismos ante el objetivo común de cambiar radicalmente, perocon paciencia y sabiduría, el actual estado de cosas. Es ahora cuan-do todo el mundo puede ver claro que la cosa va a cambiar: vivimosya la víspera de una revolución sin precedentes. Las fuerzas materia-les han llegado al colmo de su perfección, producen lo máximo quepueden producir siempre con todo el beneficio para una clase quevive esclava de su propia avaricia y el progresivo atropello de la cla-se más numerosa pero todavía poco consciente de su poder, la clasede los proletarios, hombres y mujeres que, a pesar de algunas apa-riencias en países como el nuestro y contra lo que dicen hipócritasteorizantes de la mansedumbre y de que todo cambiará en elmás-allá, pocas cosas tienen que perder salvo sus cadenas.

-Creo, querida Tussy, que por muy oprimidos que estén o este-mos, siempre hay algunas cosas buenas que perder, como, por ejem-plo, el sentido de la realidad. La solución empieza en la justa formade entender nuestra propia vida, de preferir la generosidad al odio yde tratar los asuntos y las cosas de cada día como ocasiones y me-dios para mejorar todo lo que podamos mejorar

Era, de nuevo, Luisa que, erre que erre, no se baja de esa su ideasobre la única perspectiva de solución a los problemas de injusticia ydemás: seamos tú y yo prudentes y justos, todo lo demás se nos darápor añadidura.

-Chica, no sales nunca de esos viejos sermones de anquilosadabeata. ¿Qué entiendes tú por justa forma de ver la vida?

-Endiablada Tussy, me haces volver a lo de siempre y yo me tengoque poner muy seria. Sabes que creo en Dios, como principio detodo, que creo que Jesucristo, Hijo de Dios, que vino al mundo a in-fundirnos fuerza para obrar en amor y libertad y, también, para

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abrirnos los ojos a la realidad total, es Dios y forma una unidad indi-soluble con el Padre. Jesucristo todo lo hizo bien; los cristianos notenemos que mirar a otro sitio para entender lo que cabe creer yhacer en cada momento de nuestra vida.

-Después de los descubrimientos de sabios como mi padre, el Ge-neral, Darwin y algunos otros, está claro que la materia es el princi-pio y fin de cuanto se mueve en el Universo, que todo en lo quecreen personas como tú, queridísima Luisa, y creo que empieza acreer, este desconcertado marido tuyo, pertenece a la pura y simpleimaginación: hace ya mucho tiempo que Feuerbach convenció a mipadre y, con él, a muchos de los revolucionarios de ahora, que la feen otro ser superior a la propia humanidad nace de la idea de lo mu-cho que nos queda por realizar. Yo ya he asumido la responsabilidadque me toca en esa tarea colectiva y os juro que, como compensa-ción en esta vida, que es la única en la que creo, no aspiro más que adevolver los pisotones a mis enemigos, a vivir en paz con misamigos y saborear las migajas de diversión y placer en el ocio, lacomida y el sexo.

Hubiéramos podido seguir hablando y hablando desde posicionesabsolutamente contrapuestas, pero nos entretuvimos en vaguedadeshasta que nuestros hijos, Cristián y Gloria, irrumpieron con alegresgritos por abrazar a "tita" Tussy.

Eran las diez de la noche cuando Aveling llamó a nuestra puerta y,sin entrar, se llevó a Tussy, entrañable amiga nuestra a pesar de nocoincidir con ella en casi nada.

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LOS LAFARGUE Y EL GENERAL REVANCHA

Poco antes de morir, el doctor Marx había responsabilizado aPablo Lafargue y a Julio Guesde de la introducción y desarro-

llo del Socialismo Científico en Francia. A raíz de la derrota de Na-poleón III en Sedán, durante casi veinte años, la clase políticafrancesa diríase que vivía desorientada a la búsqueda de un horizon-te acorde con los tiempos y con su propia historia.

Eran muchos los partidos que se proclamaban socialistas y aun-que, según Tussy y herr Engels, se dejaban todos animar por unamisma conciencia proletaria, no acertaban a seguir el ejemplo ale-mán con su gran partido Social Demócrata en el que las teorías deldesaparecido doctor Marx, ahora interpretadas y desarrolladas porherr Engels, marcaban la pauta de razonamientos, programas, pro-yectos y unión hacia la conquista del Poder. A los franceses les cues-ta más trabajo aceptar lo que herr Engels llama principios básicosdel materialismo histórico en que se apoya el socialismo científico yque, como tal, demuestra que el progreso se apoya en la lucha de cla-ses no en la lucha entre naciones. El chovinismo contra todo loalemán y la alargada sombra de Descartes tienen la culpa de losdesvaríos franceses, le he oído decir a Eduardo BerNstein, especialcontertuliano de herr Engels.

Puede que ésas sean dos de las causas por las cuales el socialismofrancés no acaba de cuajar en un partido fuerte, pero herr Engelsdice que la causa principal está en que no se ha sabido explicar, conla necesaria amplitud y de forma asequible a todo el mundo, la basecientífica que encierra el legado de Carlos Marx; ello significa unserio reproche a Guesde y Lafargue, los dos principales responsa-bles de introducir las doctrinas del doctor Marx en Francia. Claroque, pienso yo, para que esa base científica sea aceptada por todoslos proletarios antes habrá que demostrar que es, efectivamentecientífica, cosa que, por lo que a mí toca, todavía no acabo de ver.

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Luego está la capacidad de trabajo y convicción de los promotores(predicadores, dice Luisa) de lo que se pretende sea una buena nue-va. A Julio Guesde le conozco muy poco y le veo como muy buencomunicador para hablar todo lo que haga falta, en lenguaje del pue-blo y con procacidades al uso sobre lo que se tercie: es el compañeroque no se mete en profundidades pero que escucha y comprende;Lafargue, por su parte, habla mucho de socialismo científico y de re-volución pero sin explicar claramente qué es socialismo científico niqué es revolución: se dice marxista y, probablemente lo sea... de co-razón, no de cerebro: marxista de corazón por que está casado conLaura, está muy enamorado de ella y me consta que apreciaba y res-petaba a su suegro... pero que no reflexiona como marxista lo de-muestran sus escritos y su abierta simpatía por cosas como la ciegarevuelta que preconizaba aquel estrambótico ruso llamado MiguelBakunín; yo creo que, mas que por seguir las consignas del doctorMarx y herr Engels (de quien, justo es recordarlo, depende suholgada forma de vida) Pablo Lafargue, empedernido eindisciplinado romántico, sueña con presentar al mundo su propiaforma de entender la vida y la historia.

En su última visita a Londres, nos habló con admiración de un per-sonaje que, al parecer y según calificación del propio Lafargue, haestado a punto de convertirse en el dictador socialista que Francianecesita: El General Boulanger (Jorge Ernesto Juan María Boulan-ger), un arrogante y simpático militar que, desde una contravertidaactuación en la Comuna, había logrado celebrados éxitos militaresen Italia, Argelia, Sudeste Asiático y Túnez. Fue nombrado ministrode la Guerra en el 86 y, como tal, se esforzó en compaginar el popu-lismo con un nacionalismo a ultranza; consideraba a Francia el cen-tro del Universo; por demás, manifestaba públicamente unirreconciliable odio a todo lo alemán proclamando que había llega-do la hora de la revancha, obsesión aliñada con un anticapitalismopopulista que despertó abierto reconocimiento y adhesión por partede algunos líderes socialistas, entre ellos el propio Lafargue.

-El General Revancha, que es así como llaman al bravo generalBoulanger, va a traernos en bandeja la necesaria revolución, llegó adecirnos el marido de Laura en una de sus frecuentes visitas aLondres.

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Fue cesado como ministro cuando, por propia iniciativa y a raíz delo que, al parecer, no fue más que un leve conflicto fronterizo, lanzóun ultimátum a Bismarck, lo que situó a Francia al borde de la gue-rra. Fuera del Gobierno, Boulanger se sintió libre para convertir elespíritu de revancha y su germanofobia en armas de acción políticacontra el orden establecido; detenido y expulsado del ejército, radi-calizó sus posiciones presentándose como reconstructor de la Histo-ria, salvador de la patria y redentor de los oprimidos (“el hombre acaballo” también le llamaban) en lucha abierta contra las institucio-nes, la burocracia parlamentaria, la rutina burguesa y, de rebote,contra la moral tradicional y cualquier poder establecido. No le fal-taron seguidores entre las diversas especies de revolucionarios; du-rante cuatro años, Francia sufrió de una fiebre patriotera yrevanchista que llegó a sacudir los cimientos de su estabilidad: se-guían al general Revancha nacionalistas, socialistas, anarquistas,nostálgicos del viejo régimen, bonapartistas y un sinfín de descon-tentos de la Tercera República y de la vida parlamentaria. Con unaparte de ellos formó un partido que le permitió presentarse por di-versas circunscripciones electorales y llegar a ser reconocido, du-rante muy breve tiempo, como la principal fuerza política de lanación. El bulangismo aparecía como el acta de nacimiento de unnacionalismo político del que habría de derivarse la justicia y laigualdad para todos los franceses: era un movimiento que, de laoposición a los hombres poderosos del momento, pasaba a la radicaloposición al régimen.

Desde su escaño de diputado, el general Boulanger, reencarnaciónque se creía del propio Napoleón Bonaparte, había lanzado las másfuribundas diatribas y algún directo desafío que derivó en un duelocon el primer ministro Floquet, del que salió malherido y convertidoen héroe, lo que le facilitó un espectacular triunfo plebiscitario enParís. Fue entonces cuando los más ambiciosos de sus partidarios lesugirieron un golpe de estado que le mantuvo indeciso hasta que suamante, la hermosa Margarita de Bonnemain, le convenció de que,en su situación, podía lograr lo mismo por métodos democráticos:bastaba esperar a las elecciones de septiembre del 89 para que lagran mayoría de los franceses, en definitivo reconocimiento de susméritos, le auparan a la gloria suprema de la jefatura del Estado..

Ni madame de Bonnemain ni el enamorado y bravo general conta-ron con la deserción de una buena parte de los satélites que espera-

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ban colgarse a las ubres del poder, ni, tampoco, con la abiertatraición de alguno de los más próximos. Fue un ministro quien leaconsejó fijar su residencia en Bruselas para luego, sin escándalopúblico, declararle apátrida y condenarle al destierro.

La historia del rebelde y enamorado general ha tenido el épico fi-nal que entusiasma a los románticos: la bella Margarita de Bonne-main muere de tuberculosis el 16 de julio del 91. “He sido el másfeliz de los hombres y ahora me siento el más desgraciado”, escribióBoulanger a María Quinton, una de sus fieles, como anticipo del fi-nal que él mismo se buscó dos meses y medio más tarde: con la tea-tralidad de una archirepetida tragedia, se pegó un tiro ante la tumbade su amada y delante de un fotógrafo, que inmortalizó la escena.

Lafargue, secundado ahora por su mujer Laura, evoca, yo diríaque con cierta envidia, la figura y trágica trayectoria del general re-belde: Nos informó de las últimas peripecias y desgraciado final delextraño personaje al que llama General Revancha. Laura y él noocultaron una abierta admiración por el que, según puntualizó elyerno del doctor Marx con especial énfasis, “había aprendido a vi-vir y a morir sin otro guía ni juez que él mismo, algo sobre lo que miquerida Laura y yo hemos tomado buena nota”

Pobre pareja, comenté para mi coleto mientras que herr Engelsrespondía a la actitud de Lafargue con un agrio reproche y su habi-tual lección sobre socialismo científico.

–Te mueves en otro mundo, querido Pablo. Bájate de las nubes yocúpate de lo que sabes es tu responsabilidad: da ideas a Guesde ytrabaja con él codo con codo, buscando alianzas con quien sea perodentro del orden que marcan las fuerzas materialistas de la historia.Toda nuestra ciencia, materialista de principio a fin, es decir, nadaidealista y, mucho menos, nada romántica, está claramente expuestay no precisa de enrevesadas interpretaciones ni, mucho menos, deforzadas concomitancias con éste o aquel aventurero. Ese loco Ge-neral, último representante del bonapartismo residual, vivió empe-ñado en fabricarse su propia historia y habría sido uno de nuestrosmás feroces enemigos si, en las actuales circunstancias que viveFrancia, se hace dueño de la situación: habríamos vuelto dos siglosatrás.

-No le niego la razón, querido maestro (Lafargue sabe lo que sejuega y ha aprendido a ser zalamero y contemporizador en situacio-

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nes de dudoso entendimiento con su principal fuente de ingresos).Pero ese hombre tenía los mismos enemigos que nosotros, arrastra-ba a las masas y nos ofrecía algún que otro nuevo argumento comoése de ligar nacionalismo con socialismo.

-Vuelve a la realidad, francés de pacotilla: sabes que nuestro so-cialismo abarca a toda la humanidad. No me vengas ahora con anti-guallas y anacrónicas referencias a naciones, tribus y capillitas.

-General, intervino Laura enfrentándose con una amable sonrisa aherr Engels, tu realidad es hasta palpable, por nosotros, nadie puededurarlo; pero, por favor, no le quites la salsa a historias como la delapuesto Boulanger y su idolatrada Margarita de Bonnemain. Dejapara nosotros un pequeño resquicio de ilusión.

-Habla por ti, querida Laura, intervino mi mujer... Yo no encuen-tro poesía alguna al quitarse la vida en un gesto todo lo pedantescoque una se pueda imaginar y que vete tú a saber si no es de supremacobardía.

-Amarse hasta la muerte, no está mal. Quitarse uno la vida es per-der estúpidamente cualquier nueva oportunidad. Es muy sugestivoeso de intentar pasar debajo del arco-iris. Les hizo reir lo que dijepor no estar callado.

Como de costumbre, herr Engels convirtió en conferencia suparte de la conversación: nos habló largo y tendido sobre su “so-cialismo científico” y lo que decía creer estrecha relación entreéste y la “Dialéctica de la Naturaleza”, algo en lo que no veo mu-cha coincidencia con lo que el Dr. Marx decía en el ManifiestoComunista y Das Kapital.

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UN MEMORABLE CUMPLEAÑOS.

Como premio fin de carrera, nuestros hijos Cristián y Gloria noshan pedido pasar una larga temporada con la familia de Tréve-

ris. El tiempo necesario para aprender alemán y conocer mejor lamágica ciudad de la que su madre y yo les hemos hablado hasta laexageración. En su última carta, me dice Cristián que ha encontradoun bien remunerado trabajo como proyectista de viviendas y que leilusiona echar allí raíces por culpa de una guapa chica llamada Lau-ra. Tendremos que ir a conocerla.

Disponemos de más tiempo para ilustrarnos sobre el cúmulo deideas que unos y otros pretenden aportar a la solución de tantos pro-blemas y no dejamos de acudir a las invitaciones de herr Engels. Lohacemos más por compromiso que por esperar encontrar en esasreuniones las respuestas a nuestras dudas. Bueno, mis dudas puestoque Luisa está absolutamente convencida de que en su doctrina semarca el camino para un mundo mejor. Nunca interviene en públicopero sí que me cuchichea al oído la réplica a todo lo que ellaconsidera equivocado.

El 28 de noviembre del 94, herr Engels celebraba su setenta y cua-tro cumpleaños y, como en años anteriores, cruzamos Londres hastasu mansión de Regent Park para felicitarle. Los cumpleaños de herrEngels resultan siempre un acontecimiento excepcional. Vienen acumplimentarle todos sus amigos ingleses y una buena parte de suscorresponsales en el Continente: su discurso de bienvenida de eseaño fue especialmente breve para dar paso a la perorata de Tussy,quien, entre postulados, zalamerías, chascarrillos y anécdotas,habló mucho y bien de herr Engels.

Dijo Tussy tener enfrente al más apuesto caballero del mundo so-cialista para luego recordar: Todo el mundo sabe en que emplea sutiempo nuestro querido General, el excepcional maestro, FedericoEngels : además de revisar para su publicación todos los trabajos

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inéditos de mi padre, responde a todas las cartas que por decenas lellegan diariamente desde todos los rincones del Continente incluídala convulsa y fascinante Rusia. Su casa está abierta a todos los quenecesitan su apoyo y consejo tanto que raro es el día en que no reci-be visitas y comparte mesa con alguno de sus muchos corresponsa-les de todo el mundo. Todos los que trabajamos las viñas de nuestroseñor, el Pueblo, somos recibidos como entrañables compañeros deviaje.

Trabaja más que diez de nosotros, siempre tiene la palabra justa encada situación por delicada que sea, a cada uno le habla en su propioidioma... Es, todo el mundo lo reconoce, una fuerza de la naturale-za... Y ¿que me decís de su aspecto? Con sus setenta y tantos años,se mantiene tan joven como cualquiera de nosotros : le veo igual quehace veinte años; pero, por dentro es todavía más joven de lo que pa-rece : no conozco otro hombre de carácter tan juvenil

Muchas más cosas bonitas dijo Tussy de herr Engels hasta queéste le interrumpió con un « hablemos de lo que más nos interesa atodos» y se extendió sobre los progresos que dijo haber realizado enla formulación del Socialismo Científico a la luz de una mayor pro-fundización en el estudio de las virtualidades de la Materia. Luegopidió a todos hacer un balance de lo mucho e importante ocurrido enel movimiento socialista desde el 14 de julio del 89, « aniversarariode la toma de la Bastilla, sí, pero tambien punto de partida de unanueva era . Lo ocurrido en la sala Petrelle de París entre el 14 y el 21de julio del 89 con el unánime acuerdo de renovación de las ideas yproyectos que animan a nuestra Asociación Internacional de Traba-jadores, ha sido el necesario y definitivo paso para la lucha sin cuar-tel contra el Poder de la Burguesía. Claro que cada país ha tenido ytiene su propia historia lo que, en el momento actual, determina unaespecífica estrategia para consumar la revolución que le correspon-de, pero la base científica que nos descubrió nuestro añorado Marxes la misma para todos y a todos nos enseña que la revolución en queestamos empeñados es una imposición de la historia como inevita-ble consecuencia del desencadenamiento de las fuerzas materiales.La materia es tal cual es gracias a las leyes de la dialéctica, cuyas in-finitas expresiones determinan el ser de las cosas y marcan la pautade nuestros actos. Como muy bien apunta nuestro amigo Plejanov,nuestro materialismo es un materialismo dialéctico que nos empujaa todos hasta más allá del terreno de las voluntades particulares. El

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tiempo ha llegado de olvidarse de los viejos valores que no son másque otros tantos prejucios que entorpecen la puesta en práctica de laproclama que Marx y yo hicimos en nuestro Manifiesto del 48 y quetodos vosotros habéis de repetir hasta la saciedad : Proletarios detodos los países, uníos.

Aplaudieron todos (yo, en esos momentos, procuro pasar desaper-cibido para no hacerlo). Luego salimos al jardín en grupos. Luisa sepegó al grupo de Tussy mientras que yo trataba de permanecer aisla-do hasta que me crucé con herr Engels.

-Ven Freddy, me dijo, te presentaré a un gran amigo mío al que noconoces : estaba con miss Feyberger, la bella e inteligente amiga(pupila, dice él) de nuestro anfitrión. Este es el notario Samuel Moo-re, celoso guardián de todos nuestros secretos. Ya lo era de Karl... Sieste bueno de Sam hablara, hasta las piedras empezarían a temblar(-A saber lo que te quiso insinuar herr Engels, fue el comentario deLuisa, mi mujer, cuando se lo conté).

Miss Feyberger me besó y el notario me saludó estrechándomeambas manos. Luego me llevó herr Engels al grupo de los polacospara presentarme: Éste es Frederick, el indisciplinado hijo de nues-tra añorada Lenchen, la gran dama del socialismo científico, una ex-cepcional mujer que dedicó toda su vida a poner en orden la casa,los papeles y hasta las ideas, primero de Marx y, por último, de estemodesto y fiel servidor de la Causa.

Vi cerca al grupo de los rusos y me acerqué a ellos dejando a herrEngels con los polacos.

-Tendrá usted mucho que contarnos por ser hijo de quien fueejemplo para todas nuestras mujeres y por vivir cerca del maestroEngels, me dijo estrechándome la mano el que dijo llamarse JorgeValentinovich Plejanof para luego presentarme a los otros compo-nentes del grupo, de cuyos nombres solo conservo dos: Alexei Ma-ximovich Pechkov y Nikolai Alexandrovich Berdiaev. En torno alos veinte años de edad este último y con unos cinco o seis años másel primero, éste muy serio como verdaderamente disgustado poralgo en contraste con la amable expresión de su compañero.

-No tome usted a mal la ceñuda expresión del bueno de Sacha. Lellamamos Gorki, el amargado, porque todo lo ve negro; Nikolai, encambio, siempre encuentra motivos para el optimismo. Es la dialéc-tica ley de contrarios entre las buenas gentes de la madre Rusia, por

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una parte, atormentada y, por la otra, siempre borracha de vitalidad.Estos jóvenes, que ve usted aquí, son el más ilustrativo ejemplo dela nueva intelectualidad rusa y valientes promotores de nuestromovimiento Tierra y Libertad.

-¿Y usted?, pregunté para que me hablara de sí mismo.-Yo no soy más que un estudioso de la nueva ciencia y un coordi-

nador de voluntades y capacidades. Soy un patriota que va de aquípara allá buscando desesperadamente piezas que encajen en el re-vuelto puzzle que vive ahora el mundo, muy particularmente, la ma-dre Rusia: he tratado con tovarich Engels la cuestión y creo quecoincidimos ce por be en todo: en Rusia la revolución puede seguirun camino muy distinto al que está siguiendo en Alemania o Fran-cia, por no hablar de lo que ocurre en la supercivilizada y super bur-guesa Inglaterra. En nuestra patria, continuó Plejanof, elmovimiento revolucionario triunfará como movimiento obrero ofracasará estrepitosamente y ello por que Rusia no cuenta con unaburguesa democracia revolucionaria que prepare el camino a unProletariado industrial y revolucionario.

-¿No va eso en contra de la propia base científica de la Revolu-ción?

-¿Por qué si, en tantas cosas, Rusia sigue un camino diametral-mente opuesto a Occidente? Era el joven llamado Nikolai Alexan-drovich Berdiaev quien habló y de qué forma sobre la especialcircunstancia rusa : Todo, continuó Berdiaev con la parsimonia yfervor de un creyente, es posible en la inmensa y “santa” Rusia, paísque ha vivido más de mil años al margen de los avatares de la Euro-pa Occidental y, también, de las culturas genuinamente asiáticas.Diríase que la evolución de la historia rusa siguió una pauta diame-tralmente opuesta a la de los países llamados modernos: si aquí elhombre, a través de los siglos, fue cubriendo sucesivas etapas de li-bertad, en Rusia tuvo lugar justamente lo contrario: desde el indivi-dualismo personificado en el héroe se desciende al hombreconcebido como simple cifra (todavía allí se mide el poder de unnoble se medía por los miles de mujiks a su libre disposición). Talproceso a la inversa o evolución social regresiva es la más notoriacaracterística de la historia de Rusia; y sorprende cómo son víctimastodas las capas sociales a excepción del zar, quien, teórica y prácti-camente, goza en exclusiva de todos los derechos a que apela en fun-

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ción de su soberano capricho: puede desencadenar guerras porsimple diversión, ejercer de verdugo, abofetear en público a sus másdirectos colaboradores o golpear brutalmente y como prueba de es-carmiento a su propio hijo. Es un autócrata que goza de inmunidadabsoluta para erigirse, incluso, en intérprete de la esencia de Dios.Muy al contrario del primero, el más grande de los héroes históricosrusos, Rurik de Jutlandia (m. en 879), jefe de los varegos o vikingos,personaje sin patria ni dios; no eran súbditos sino compañeros cuan-tos, libremente, le seguían en sus correrías; todos ellos podían dis-frutar de sus conquistas sin límites precisos ni acotaciones legales.Otro héroe, Sviatoslav (siglo X) tomaba como límites de sus domi-nios el horizonte que bordeaba las inmensas estepas. Es el guerreronómada por simple sed de aventura, tanto que sus soldados han dereprocharle “buscas, príncipe tierras extrañas y desprecias la tuya...¿no significan nada para ti ni tu patrimonio, ni tu vieja madre, ni tushijos?”. Ese correr de acá para allá con notoria resistencia a echarraíces parece ser la obsesión principal de la época heroica, todo locontrario de lo que sucedía entonces en Europa, víctima de la atomi-zación feudal y de la rigidez de una fuerte jerarquización social quepone abismos entre señores y siervos. Es, precisamente, en esa épo-ca cuando tiene lugar el sentido de “patria rusa” que habrá de pervi-vir a pesar de las sucesivas y frecuentes invasiones e incisiones dedistintas culturas: desde el Asia Central hasta el Báltico, desde elOcéano Glacial hasta el Mar Negro, los habitantes de la prodigiosa-mente uniforme llanura se sentían rusos antes que eslavos, vikingoso tártaros. Pronto los hijos de los guerreros imponen a las estepaslos límites de su capricho y procuran que arbitrarias y sucesivas le-yes empujen a los débiles desde el libre uso de la tierra hasta el colo-nialismo más opresivo. A lo largo del tiempo, la estela del héroe sedesvanece en la figura del abúlico, despótico y zalamero “boyardo”a la par que los antiguos compañeros se convierten en colonos a losque, sucesivamente, se arrebata parcelas de libertad hasta resultar,en el último tercio del siglo XIX, esclavos de no mejor condiciónque aquellos otros que dejan su sangre en las plantaciones america-nas. Es, como vemos, un proceso a la inversa de lo que ha sucedidoen la Europa Occidental. El contrapunto de la opresión lo encuen-tran las almas sencillas en una religión importada de la rica y artifi-ciosa Bizancio. De esa religión lo más difundido no fue el sentidopaulino de la libertad y dignidad humana: es el acatamiento de lo su-

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perior lo cual, por retruécano de hábiles políticos, es presentadocomo una especie de ósmosis entre poder civil y poder divino. Se daen Rusia el más notable ejemplo histórico de poder teocrático, noencarnado en la autoridad religiosa sino en la civil, la cual confundeel pomposo respeto que exige con los ritos y ceremonias eclesiásti-cas. A pesar de ese deliberado confusionismo, de la escasa morali-dad y nivel cultural del Clero ruso, a pesar de lo que se puede tildarde ampuloso “nacional cristianismo”... el mensaje evangélico delamor entre hermanos ha cuajado en el pueblo ruso con una notableprofundidad a la que, sin duda, no es ajena su proverbial hospitali-dad. La Historia de Rusia muestra cómo el poder, para lograr el su-miso acatamiento de cada día, utilizó como acicate un fenómenopeculiar de la ortodoxia: desde la caída de Constantinopla en poderde los turcos se estimaba que la propia Rusia era depositaria dellegado de los apóstoles. No había otra tierra con más méritos paraencarnar la nueva Jerusalén. Y se alimenta la figura de la SantaRusia y una cuidadosa parafernalia en que se apoya un “nacionalimperialismo teocrático” que, progresivamente, conquista lasvoluntades y reglamenta la vida de cada día. El Zar, que se llama a símismo autócrata o señor absoluto de cuanto se mueve dentro de lasfronteras del imperio, presume también ser el único autorizadointérprete de la voluntad de Dios. Sus miserias y vilezas seránsiempre producto de la fatalidad o de la envidia exterior.

En ese momento, Plekanov fue llamado por herr Engels a partici-par en una reunión con los delegados alemanes. Tras un breve inci-so, Berdiaev continuó hablándome de Rusia.

-Entre los menos iletrados de nuestra patria crece un evidentecomplejo de inferioridad frente a los “aires liberadores” que vienende Europa. En ese ambiente nace y se desarrolla una fuerza intelec-tual genuinamente rusa, la llamada “Intelligencsia”: es ésta el lagoen que se ahogan los propósitos de evolución realista, en que formantorbellino encontradas interpretaciones de los más vistosos sistemas“racionalistas”, en que las corrientes de decepción por el arrolladorpoder de la prosa a ras de tierra busca desesperadamente una luz quedifícilmente encuentra en una religión o moral tan mediatizada porlos intereses y caprichos de los poderosos. Aquí el movimiento ro-mántico deriva en el nihilismo o desprecio por lo elemental incluidala propia vida: se incurrirá en terribles extravagancias como elterror, incluso para sí mismo, como medio de realización personal.

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Se palpa la crisis en la miseria de los más débiles, en la cobardía delos situados, en la desesperanzada angustia de teorizantes y pensa-dores; en el servilismo de la iglesia oficial, en las torpes relacionesinternacionales, en los caprichos de la inmensa y omnipresente bu-rocracia, en la ñoña superstición de los más poderosos .... ¿no estodo ello más útil a la revolución que la férula burguesa que sufrenlos proletarios de este lado del Vístula?

-Seguramente tienen ustedes razón, pero sepan que yo no creo enel valor positivo de ésta ni de cualquier otra revolución.

-¿Cómo puede usted pensar y decir eso siendo hijo de quien ustedes hijo? Era un reproche del tal Gorki, traducido por Bardiaev.

No pronuncié la pregunta que, a borbotones, me salía por la gar-ganta ¿sabe usted quien es mi padre? Pero sí que le dirigí una ceñudamirada contra la que se defendió: El señor Engels nos ha habladomaravillas del valor y entrega de su madre a la causa revolucionaria.y él es nuestro líder, un gran hombre

-Si llama usted revolución a lo de trabajar sin pausa y sin otrapreocupación que la de velar por el bien de los míos, ténganme uste-des por revolucionario. Si revolución es romper todo lo que se ponepor delante sin reparar sobre si ello es un soporte para que se desque-braje todavía más el edificio social… bórrenme ustedes de la lista delos revolucionarios.

-No todo lo que parecen puntales de un edifio en ruinas es real-mente imprescindible. El llorado Carlos Marx y Engels nos lo hanhecho saber muy bien. Y usted está en una posición privilegiadapara colaborar en la irrenunciable batalla hacia el nuevo orden. Se-gún creo, Federico Engels, ese gran hombre, líder indiscutible de to-dos nosotros, tiene grandes ilusiones puestas en usted

-El argumento del ruso, referido enfáticamente a mí (¿sabrá algoque a mí se me oculta?) me resultó de lo más impertinente que unose pueda imaginar. Pero voy acostumbrándome a tensiones comoésa y, para variar, me interesé por lo que el ilustrado y amargadoGorki pudiera contarme del genial Dostoyeski, uno de mis autoresfavoritos.

-Yo tomo a Dostoyeski, apuntó Bardiaef, como a uno de nuestrosprecursores en la tarea de despertar a Rusia. Es pura e imparable

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fuerza moral la rebelión que despierta su descripción de espeluznan-tes experiencias genuinamente rusas.

Gorki, puntual y enfáticamente traducido por Bardiaef, continuóhablando de Dostoyeski, hasta, no sin cierta socarrona pedantería,orientar la conversación hacia sí mismo para derivar en las particu-laridades que, según dijo, habían forjado su personalidad, la perso-nalidad, no negó, de una alma atormentada: Supe que Gorki habíanacido en Nijni Novgorod, a orillas del rio Volga, que su padre eraun humilde carpintero y su madre, hija de un tintorero que la deshe-redó por no aprobar la boda con un desarrapado. Creció en un am-biente familiar sórdido y mezquino con destacado protagonismo deun tiránico abuelo que le propinaba grandes palizas hasta, en ocasio-nes, hacerle perder el conocimiento. Muy distinto era el carácter desu abuela: cargada de espaldas, casi jorobada, muy gruesa, con losojos claros y alegres y ágil como una gata grande, iluminada desdedentro por una luz inextinguible y cálida que le salía por los ojos.Fue la persona más introducida en su corazón, a la que máscomprendía y más amaba. Su desinteresado amor al mundo, evocóGorki, me enriqueció, llenándome de fuerza para afrontar asperezasde la vida.

Al parecer, ese fue el contraste que marcó su vida a través de mul-titud de oficios y trabajos hasta, por sí mismo, lograr un destacadopuesto entre los valores literarios de la nueva generación rusa.

Muy distintos fueron los primeros años de la vida de Berdiaev, deorigen noble y educado en un ilustrado agnosticismo, que, segúnnos confesó, chocaba con su hambre de fé. Ahora, según dice, ha en-contrado en el socialismo un punto de partida para preocuparse porel bien de la patria rusa.

Me hubiera gustado prolongar la conversación con los jóvenes ru-sos, pero llegó la hora del almuerzo y, con ella la ocasión de un nue-vo acomodo, esta vez entre Luisa y Tussy, flanqueadas ellas por herrEngels y Aveling respectivamente.

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EL ADIOS DEL GENERAL

El 31 de julio del 95 un mensajero nos trajo un recado firmadopor Samuel Moore, notario, con una escueta frase: El señor Fe-

derico Engels me encarga que les diga que quiere despedirse de us-tedes.

En herr Engels lo de despedirse significaba que ya veía muy cerca-na la muerte: A primeros de año recibió un serio aviso que le tuvopostrado en cama durante no menos de quince días; se repuso e ini-ció sus actividades con la optimista impresión de que, al menos, leesperaban diez años más de implacable lucha contra la Burguesía.Es lo que se desprende de una carta que recibimos a primeros de fe-brero en la cual nos comunica su renovada disposición para elcombate:

De nuevo estoy muy bien de salud, nos dice. Pero los míos ya sonsetenta y cuatro años y no cuarenta y siete; ya no puedo comer ni be-ber ni trasnochar lo que me apetecería. Claro que, a veces, me olvi-do de mi edad y me comporto como un chaval para luego pagar lasconsecuencias.

Y se las prometía seguir en la brecha hasta demostrar a los alema-nes y al mundo entero cuál era la verdadera razón de la Historia.

La mayor parte de su tiempo lo ocupaban los asuntos de Alemaniay la actividad del Partido Social-Demócrata, que le reconocía comolíder indiscutible (qué poco le gustaba a herr Engels el calificativode social-demócrata; protestaba de que seguía muy vivo el Mani-fiesto Comunista de 1848: en recuerdo de aquellos heroicos tiem-pos, repetía una y otra vez, sigo siendo comunista y es cómo quieroseguir siendo considerado)..

Pareció recuperarse con la venida de la primavera pero ello nopasó de un espejismo: su enfermedad se agravó de nuevo en abril yasin ofrecer ninguna duda de que lo suyo era una enfermedad irrever-sible que derivó en un cáncer de garganta condenándole a lo que,para él, debió ser la mayor de las desgracias: imposibilidad de pro-

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nunciar una sola palabra en cualquiera de los muchos idiomas quehablaba (le gustaba hablarle a cada delegado en su propio idiomafuera éste polaco, ruso, italiano, español o francés).

El viejo General ya está vencido y desarmado. Es la primera fraseque, según nos contó la señora Freyberger, compañera de sus últi-mos años, escribió con tiza blanca en la pizarra de la que ya no seseparó hasta el final.

Ese 31 de julio del 95 acababa de salir Tussy de la habitación deherr Engels cuando entramos nosotros. Al vernos, intentó disimularun rictus de amarga desolación al tiempo que se liberaba del sosténque la ofrecía Samuel Moore. Herr Engels hizo un ineficaz esfuerzopor incorporarse al tiempo que la señora Freyberger borraba con untrapo lo último que herr Engels había escrito en la pizarra.

Nos acercamos hasta la cabecera de su cama y vimos como el cur-tido “general” dejaba escapar una lágrima y hacía ademán de quererescribir. Le acerqué la pizarra en la que, temblándole la mano, escri-bió: “mantente siempre tan criticona y guapa” sonrió a mi mujer y,dirigiéndome una mirada mitad severa, mitad socarrona, escribiópara mí “lástima que seas una causa perdida para la gran revoluciónque no tardará en llegar”.

Le hicimos compañía hasta que, pasadas dos horas, le vimos in-tentando dormir. Samuel Moore y la señora Freyberger, en segundoplano y en total silencio, permanecieron en un rincón de la habita-ción jugando al ajedrez.

Vimos a Tussy llorando sin reserva alguna. Se secó las lágrimasnada más vernos e, ignorando a Luisa, me preguntó con evidentenerviosismo: ¿Qué te ha escrito en la pizarra?

-Una de sus lapidarias recomendaciones. Sabes que me quiere ensu ejército como el más rojo de los rojos: el comunismo es tu porve-nir o algo así es lo que ha escrito

-¿Solo te escribió eso?-¿Qué otra cosa iba a escribir?-¡Qué sé yo! Decirte quién fue tu verdadero padre.-Pero, chica ¿no me has dicho mil veces que es él quien, en su épo-

ca de atractivo e insaciable galán, pilló a mi madre en un momentotonto y luego nací yo?

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-Puede que tengas razón.-Pero tú ya no lo crees, era Luisa la que se enfrentaba a Tussy mi-

rándola a los ojos.-No, ya no lo creo; pero vamos a seguir siendo amigos: más ami-

gos que nunca.-Por nosotros que no quede. Y, para aliviar la tensión, nos pusimos

a hablar de su vida y actividades. Nos cuenta que ha vuelto a hacerteatro, que cuenta con la amistad de Bernard Shaw, que cada díaAveling le hace sufrir más con sus travesuras y algún que otro abusode confianza pero que está obligada a perdonarle por que, por fín,muerta la primera señora Aveling, ha prometido oficializar la unióncon ella, esa tormentosa relación que ya lleva más de diez años: porfin, podré tener el hijo que tanto me ilusiona porque no hay cosa quedesee más que el tener un hijo, pero, hasta ahora, he tenido queaguantarme, porque... ¿qué dirían los puritanos que tanto abundanen nuestro partido si la honorable hija del gran Marx pare unbastardo?

-Bastardo soy yo y, ya ves, no se me nota en la cara.... Fue cuandoTussy me miro de forma que me pareció entrañable y como implo-rando el abrazo a tres que nos dimos. Curiosamente, fue Luisa la queno pudo reprimir el llanto.

Seguíamos hablando de trivialidades cuando la señora Freybergervino a decirnos que herr Engels acababa de fallecer.

-Si todo acaba como decía creer el señor Engels, la muerte de unapersona es lo más absurdo que uno se pueda imaginar, comentó Lui-sa en voz baja, solamente para mí.

Los periódicos dieron la noticia con el título de EL SOCIALISMOCIENTÍFICO ACABA DE PERDER A UNO DE SUSPROMOTORES y el siguiente texto:

Federico Engels ha muerto el 5 de agosto en Londres. Es aeste discreto y gran pensador a quien, en gran parte, el socia-lismo debe el ser lo que es. Se puede decir que le debemos a éltanto como a Marx, de quien fue incondicional amigo, fecundocolaborador y fiel intérprete, la más despiadada crítica de laeconomía política, un riguroso análisis de los fenómenos so-ciales, una certera comprensión de la marcha histórica de lahumanidad y esa concepción filosófica que presenta la base dela verdadera ciencia social con la consiguiente renovación dela historia y de la filosofía. l

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Ha muerto un hombre que, voluntariamente, se mantuvo ensegundo plano pudiendo destacar en el primero. La idea, suidea, se mantiene firme y viva más que nunca gracias a las ar-mas que, junto con Marx, él ha sabido darla.

Ya no oiremos más retumbar sobre elyunque el martillo deeste valiente forjador. Ha caido el buen obrero y el martillo seha escapado de sus poderosas manos hasta dar con la tierraen la que, puede permanecer inactivo durante largos años.Pero ahí están las armas que él ha forjado sólidas y brillantespara siempre. Si, cual es nuestro deber, nos resulta difícil, talvez imposible, forjar nuevas armas, lo que si podemos haceres no permitir que se oxiden las que él nos ha legado hasta al-canzar la victoria para la cual fueron concebidas y forjadas.

Ni Marx ni Engels ha vivido la satisfacción de ver realizadaslas grandes cosas que, más que ningún otro, sin comparaciónposible, ellos proyectaron y dejaron dispuestas para su certerautilización. Con todo ello se han ganado la inmortalidad si sa-bemos los hombres mantener vivo el recuerdo de los que, taneficazmente, han trabajado por nuestro bien.

Esta y otras, infinitas, alabanzas se siguen diciendo de esos doshombre, quienes, según Luisa, mi mujer, fueron otra cosa que lo quede ellos nos imaginamos : Por cuestiones de nacimiento he estado yseguiré estando ligado a su recuerdo, a sus ideas y a sus escritos,pero os juro que no acabo de comprender cómo son tantos los quehan catalogado a esa su obra de científica. Lo sería, creo yo, si hu-bieran logrado demostrar la autosuficiencia de la Materia, que ésefue el punto de partida o presupuesto inicial de todo lo que decía yescribían.

Cuando veo que no llegaron a demostrarlo me pregunto ¿Tendrárazón mi mujer cuando apunta que si en todo lo que han hecho, di-cho y escrito hubieran dejado un lugar para Dios, podríamos habervisto en ellos sobradas razones para una mayor generosidad?

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DRAMATICA DECEPCION DE TUSSY.

Desde el fallecimiento de herr Engels hasta abril del 98 fueronpara Tussy tres años terribles. Quería mucho al General, me

consta, pero no fue su muerte la principal causa de su angustia.-Se ha roto el pedestal del Moro, me dijo entonces y se abrazó a

mí. Serás mi amigo del alma, el hombre bueno que necesito cuandome falla todo lo demás..

-Pues claro, Tussy: ahora y siempre puedes contar conmigo.-Cuánto quería al General, fue el comentario de Luisa sin com-

prender que había algo más.En aquella ocasión ese algo más no eran los desequilibrios en sus

relaciones con Aveling. Era la descorazonadora sorpresa al ver caerde su pedestal al idolatrado Moro, esposo de la orgullosa mujer quefue su madre, la baronesa von Westphalen, autoritario y cariñosísi-mo padre de tres mujeres que habían renunciado a una buena partede sus propias vidas para seguir los avatares de una lucha sin cuartelcontra la Burguesía, el tábano de la historia, el hombre todo trabajoy dedicación, el sabio de los sabios, el economista que, con el secre-to de las bondades y males del Capital, había descubierto el porquéde todo lo que ocurre o puede ocurrir, el gran pontífice de una nuevaera... un ídolo tan adorable como el Dios en que no creía. Entreentrecortadas palabras y continuos gemidos eso era lo que Tussymostraba pensar

¿Qué era lo que a Tussy, entrañable amiga, le había producido tan-ta congoja?

-Ha visto como su padre caía del pedestal, nos apuntó la señoraFreyberger, última amante de herr Engels.

Lo intuí entonces, pero no tuve la confirmación hasta cuatro me-ses más tarde por boca de Augusto Bebel, quien, por carta y contodo detalle, había recibido la información de la señora Freyberger,

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testigo directo de todo lo que ocurrió en las últimas horas de la vidade herr Engels.

Estos son los hechos: Samuel Moore, el fiel amigo inglés de herrEngels, sabía que éste no podía ser mi padre, por mucho que el pro-pio Engels lo sugiriese sin reafirmarlo nunca y, tal vez, para cortarvuelos de imaginación que, de alguna forma, pudieran dañar la ima-gen de honorabilidad de su amigo, el buen esposo y mejor padreKarl Marx, con el que muchos me encontraban gran parecido. Cu-rioso por oficio y por talante, el notarioMoore quiso salir de dudaspreguntándolo directamente al propio herr Engels en presencia de lainseparable señora Freyberger.

-Nunca me he creído que tú fueras su padre ¿puedes decirme dequien es realmente hijo Frederick Demuth.

-Es Marx el padre de Freddy.-Lógico, creo que fue la respuesta del abogado. Pero hay algo que

me preocupa: Leonor, tu mimada Tussy, está convencida de queeres tú el padre y de que no te portas con él todo lo bien que debieras¿Me autorizas a que diga a Tussy la verdad?

-Haz lo correcto, escribió herr Engels en la pizarra.Samuel Moore se acercó a la ciudad de Kent en donde vivía Tussy

para decirla que estaba equivocada y estaba siendo injusta con elGeneral:

-Es Karl Marx, tu padre, el padre del hijo de Lenchen, terminódiciendo

El propio Samuel Moore contó a Bebel que Tussy se resistió acreerlo.

–El General debe retractarse de lo dicho. Mi padre no ha podidocometer la infamia de abusar de la buena de Lenchen, mi adorada einolvidable Nymmy, traicionar a mi madre de la peor forma posibley tenernos a todos engañados durante tanto tiempo. Vuelva, por fa-vor a Londres y exíjale a Engels que, para deshacer cualquier dudasobre la honorabilidad de mi padre, reconozca por escrito que es élel padre de Frederick.

Al requerimiento de Moore, de nuevo en Londres, herr Engels es-cribió en la pizarra: “Freddy es hijo de Marx. Tussy no debe ideali-zar a su padre”. Moore levantó acta de la confesión “in extremis” de

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herr Engels y volvió a Kent para informar a Tussy, quien siguió sinadmitirlo hasta no recibir la confirmación del propio herr Engels:

-Es un truco de mal nacido para no dejarle nada en herencia al bue-no de Freddy, llegó a decir y corrió hasta el lecho de herr Engelspara exigirle la verdad.

-Sí, Tussy, Freddy es hijo de Marx. Tu padre no fue más que unhombre al que no debes idealizar, escribió Engels en su inseparablepizarra, según informó Moore a Bebel, y éste a mí.

Por extraño que parezca, no sentí ni odio ni ternura al conocer eldislate del doctor Marx, alguien al que nunca reconocí como granhombre. Pero sí que me comprometí conmigo mismo a no divulgarmi condición. Pedí a Augusto Bebel que no hablase con nadie delasunto y creo que está manteniendo el secreto. Lógicamente, quiensí lo sabe es Luisa, mi mujer que guarda el secreto para nosotrosdos; ni siquiera nuestros hijos participan de él. Lo sabrán si, contigoy cuando yo me vaya, leen estos apuntes. Hasta entonces, quiero serpara todo el mundo una buena persona, bastardo de no se sabe quién,pero que está orgulloso de tener por madre a Elena Demuth, una mu-jer que tal vez prestó una pizca de humanidad a la vida y obra del tancelebrado por muchos (no por mí, repito) Karl Marx.

Tussy, mi hermana, nunca me planteó la ocasión de hablar de ello.Venía a la nuestra como a su propia casa: Os quiero por que quisemucho a Lenchen, mi inolvidable Nymmy, es como justifica lo en-trañable de su relación con Luisa, los chicos y, por supuesto,conmigo.

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¡POBRE AMOR SIN LIBERTAD!

De sus problemas Tussy habla ahora mucho conmigo y muypoco con Luisa. Es de las humillaciones a las que la somete el

impresentable de Aveling: sabe que ya ha superado la barrera de loque, por elemental autoestima, una mujer debe soportar y, por ver-güenza u orgullo, nunca se refiere a esas humillaciones en presenciade Luisa y, mucho menos, de los chicos.

Busca un rincón del parque o me escribe cartas para contarme suscuitas y, también, para sacarme buenas libras con que cubrir deudasde juego del fantoche que la tiene esclavizada.

Hasta la muerte de herr Engels, Tussy ponía mucha ilusión en loque llamaba dedicación a la causa del Moro; después escribe, tradu-ce, da conferencias... trabaja, por que tiene que ganarse la vida, sinfé en lo que las circunstancias la obligan a hacer.

Claro que mantiene lo que llama una rebeldía proletaria de la quesiempre presume,. Es una rebeldía a la que, en su afán por revalori-zar la condición femenina, dedica muchas horas, conferencias, me-sas redondas y reuniones con Ana Bissant, Clementina Blanck,Beatriz Webb y otras damas inconformistas (y ateas, que por esoLuisa, mi mujer, se mantiene al margen, aunque comparta una bue-na parte de las legítimas y lógicas reivindicaciones).

Mi mujer dice apreciar que Tussy sigue recibiendo ramalazos deuna conciencia que se resiste a permanecer dormida... pero, insisteLuisa mucho en ello, Tussy ya no cree en la bondad de esa revolu-ción que fue la obsesión de “vuestro” padre (¡qué extraño me resultaconsiderar así al doctor Marx!) y le cuesta lo indecible encontrarlesentido a cualquiera de sus otros antiguos desvelos.

Así transcurría el tiempo de mi hermana, sin grandes cosas quecontar o compartir hasta que empezó a tener constancia de las repeti-das infidelidades y trampas de su Aveling, incluido un desfalco a la

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llamada Liga Socialista y repetidos líos de faldas con busconas o jó-venes actrices a las que engatusaba con la promesa de tal o cual des-tacado papel.

Supe por Tussy que, en el mismo año de 1895 Aveling estuvomuy encaprichado por una de estas jóvenes actrices, una tal EvaFrye, cuyo único atractivo eran sus 22 años. Aveling cayó enfer-mo y la descocada lo devolvió a Tussy, quien, tras el berrinche derigor, le cuidó y se reconcilió con él ante la promesa, mil vecesantes repetida, de matrimonio (el segundo de Aveling, antes casa-do con Isabel Frank).

Repuesto de su enfermedad, Aveling volvió a las andadas negán-dolo todo ante cualquier indicio y perdonándolo también todo latonta y sufrida Tussy sin voluntad para oponer a sus pesares otro de-sahogo que el hablarme y escribirme sobre lo desgraciada que era.Más todavía: llegamos a saber que el precio de la reconciliación deAveling con su actriz de veintipocos años fue el matrimonio; ni si-quiera eso fue motivo de una enérgica reacción de mi pobre hermanaque, de tiempo en tiempo, siguió mendigando los sucios favores delcanalla. ¿Qué otra cosa podía hacer yo que inútiles consejos, bron-cas al tipo que la tiene esclavizada y pago de ciertas deudas de esemismo innoble tipo, procurando (ésa es otra) mantener a mi familiaabsolutamente al margen?.

Ilustra sobre esta cuestión la siguiente carta respuesta a una ante-rior mía en la que creo, no lo recuerdo bien, le hablaba de que Luisaestaba estaba ausente de Londres y que, por lo tanto, disponía detiempo para ayudarla:

The Den, 30 de agosto de 1897

Mi querido Freddy:¡Naturalmente, ni una línea esta mañana! Contesto tu carta

inmediatamente ¿Cómo puedo agradecerte todas tus bonda-des y toda tu amistad? Te estoy realmente agradecida desde elfondo de mi corazón. Esta mañana, he escrito, una vez más,a Eduardo. No hay duda de que es un acto de debilidad, perono se pueden borrar como si no hubieran existido catorce añosde la propia vida. Creo que cualquiera que tuviera el más pe-queño sentido del honor (para no hablar de bondad y grati-tud), contestaría esta carta. ¿Lo hará él? Me temo que no.Ahora me entero de que M. Trabaja hoy en el Teatro G... SiEduardo está en Londres, supongo que no dejará de ir. Pero túno puedes ir allí y yo me siento incapaz de hacerlo.

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Te adjunto una carta de mi abogado, el señor C., en la queme dice..., pero te adjunto su carta para evitarme el tormentode repetirla. Te ruego que me la remitas. Ahora escribiré a C.Para decirle que voy, pero entretanto es posible que él vea aEduardo, en el caso realmente improbable de que Eduardoaparezca.

Mañana por la noche se reúne el comité de la Sociedad quetú sabes. No puedo ir y, si él no va, no podré dar ninguna razónde su ausencia. No tengo más remedio que traspasarte estasmolestias ¿puedes ir tú? La reunión empieza a las 8 y terminaa las 10. Tú no tienes por qué aguantar hasta el final y puedesescaparte a las 9,30.

Si él acude a esa reunión, trata de hablarle (no puede echara correr delante de todo el mundo) y esperarle hasta queabandone la reunión. Entonces puedes dar por sentado quevendrá a casa y, si observas que no tienen la mínima intencióny que miente, acompáñale hasta el Puente de Londres. Enton-ces, mientras le acompañas, le repites todo lo que te digo enesta carta y le dices que quieres visitarme pero que vendrástarde debido a tu trabajo y que yo ya te he prometido tenertepreparada una cama. Entonces él tendrá que decirte si viene ono, en cuyo caso puedes tener con él una buena explicación,

Ignoro si vendrá, pero, en cualquier caso, espero que vayas aesa reunión y averigües si está allí.Siempre tuya, Tussy.

Fui a esa reunión, pero no tropecé con Aveling. Dos días más tar-de, recibí esta otra carta de Tussy:

The Den, 1 de septiembre de 1897

Mi querido Freddy:Esta mañana he recibido una carta entregada a mano: “He

vuelto. Estaré en casa mañana temprano”. Me llegó luego untelegrama: “llego definitivamente a la una y media”.

Yo estaba trabajando en mi habitación, (a pesar de mi an-gustia no tengo más remedio que trabajar). Eduardo se mos-tró sorprendido y muy ofendido porque no me echéinmediatamente en sus brazos; no me ofreció ninguna expli-cación ni una simple palabra de excusa. Por mi parte, luego dereprocharle el sucio tratamiento que me ha hecho sufrir, le dijeque de lo único que cabía hablar era de negocios. El no respon-dió ni una palabra. Entre otras cosas, he dicho que tú vendríasy te pido que intentes hacerlo mañana mismo. Es necesarioque se enfrente a ti en mi presencia y a mí en la tuya. Si pue-des venir, ven mañana, y si no, dime cuando podrás hacerlo.

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Querido Freddy, no sé cómo darte las gracias. Tú sabes lomucho que para mí significa tu cariño y comprensión. Cuandovengas, te contaré lo que me dijo mi abogado.Siempre tuya, querido Freddy, Tussy.

Y otra carta más al día siguiente:

Freddy,Ven esta tarde por poco que puedas. Es vergonzoso cargarte

con esta responsabilidad, pero me siento tan sola y obligada aenfrentarme a una terrible situación... la ruina total... no mequeda ni un penique o la peor vergüenza ante todo el mundo.Veo todo negro, mucho peor de lo que jamás imaginé. Y nece-sito alguien en que apoyarme. Sé que he de tomar un decisióndefinitiva, es una responsabilidad que acepto, pero tu com-prensión y algún consejo me darán el necesario valor.Querido Freddy, no dejes de venir: me encuentro realmente

deshecha.

Fui a verla con esa comprensión que ella esperaba y, esta vez, conla complicidad de Luisa, mi mujer, le entregué el dinero que necesi-taba para salir del bache.

Meses más tarde, Aveling recayó en su enfermedad y, de nuevofue abandonado por Eva Frye, la descocada damisela a la que habíaconvertido en su esposa. Vino implorando perdón a mi hermana yésta, de nuevo, le perdonó. Me resultaba duro pasar por alto la grose-ra actitud de Aveling aun estando tan enfermo como parecía estar ehice ver a Tussy que las cosas habían llegado al límite de lo tolera-ble. Nueva carta de Tussy, desde Sydenham el 7 de febrero del 98,esta vez con severos y dolientes reproches:

Mi queridísimo Freddy,Debo confesarte que me atormenta la idea de no haberme

expresado con claridad. Pero tú no has comprendido nada denada y yo debo estar demasiado absorbida por todo lo que meocurre para lograr explicarte cómo está, realmente, la situa-ción. Eduardo se va mañana al hospital y será operado el miér-coles. “Comprender es perdonar”, dice el proverbio francés.Grandes sufrimientos me han enseñado a comprender... y,por eso, no necesito perdonar. Solo puedo amar.

Querido Freddy, viviré lo más cerca posibles del hospital, enel 135 de Gower Street, y te haré saber cómo va todo.Tu vieja, Tussy.

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Tres días más tarde, recibí nueva carta de Tussy

Mi queridísimo FreddyEl jueves traje a Eduardo a casa porque los médicos dicen

que tiene más probabilidades de recuperarse aquí que en elhospital (horrible lugar) y aconsejan que pase su convalecen-cia en Margate. Así que todo irá bien para el amado aunque seagote lo poco que queda de mí. Ya me comprendes. Hay quepagarlo todo. Y ahora debo irme a su lado. Querido Freddy, nome lo reproches. No creo que lo hagas... eres demasiado bue-no y fiel,Tuya, Tussy.

En una pasajera mejoría, Aveling volvió a las andadas para, ennueva recaída, volver al regazo de Tussy, que dice comprender y, apesar de todo, adorar a su amado hasta dejarse abatir por una deses-peración que alterna con la ternura:

“Estoy dispuesta a irme y lo haría sin pena alguna; pero,mientras él necesite mi ayuda, mi deber es seguir aquí...”

fue el escalofriante mensaje que, sin firma ni circunloquisos, mehizo llegar el 1 de marzo del 981.

Un último desplante de su amado acabó con la resistencia deTussy: quien se quitó la vida un mes más tarde, en soledad y con ho-rribles dolores tras ingerir una fuerte dosis de cianuro..

El dos de agosto, cuatro meses más tarde, moría Aveling en unhospital de caridad. .

Pasan los años y sigue en nuestro recuerdo la tragedia que vivióTussy, tan apasionada por la vida, tan inteligente, tan generosa, taningenua y, también, tan enquistada en un torpe entendimiento deuna realidad, que, afortunadamente, los humanos podemos versiempre abierta a nuevos caminos sin que la desesperación losennegrezca con su torpe sombra.

Creo que Luisa sintió mucho más que yo la muerte de Tussy. Eransus diferencias ideológicas el principal motivo de acercamiento: se

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1 .- De todo ello, como de otros muchos documentos relativos a la familiaMarx y a Federico Engels, ha tomado nota R. Payne para su libro "Eldesconocido Karl Marx".

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respetaban, se querían y ambas soñaban con encontrar el difícilpunto de encuentro.

-Vosotros, los católicos, todo lo resolvéis acudiendo a Dios.-Es, justamente, lo contrario lo que nos ocurre: pensamos que

Dios delega en nosotros para humanizar el mundo, respondía Luisa-Podría creerte si no tomara como principal obligación mía el vivir

a mi aire y trabajar por que, uno a uno, vayan desapareciendo todoslos cerdos capitalistas.

-¿Y quién montará fábricas y organizará el Mercado, interveníayo?

-Los obreros libres no tendrán otra obligación que la de domar lanaturaleza para extraer de ella los frutos necesarios para el mejor vi-vir de toda la comunidad mientras que el Mercado habrá perdido surazón de ser: de cada uno según su poder, a cada uno según sus nece-sidades, eso es lo que habrá después de la revolución.

-¿Qué pasará si sucede justamente lo contrario y a la opresión delos avariciosos sucede la opresión de los resentidos?

-El pueblo unido no dejará que eso suceda....Así, hasta el infinito, discutíamos una y otra vez sin perder la son-

risa. Puede que nunca Luisa y Tussy hubieran llegado a un mínimoacuerdo; pero yo vivía feliz queriendo a las dos y viendo cómo ellasse querían con una delicadeza y respeto, que, después de muchosaños, sigue pareciéndome excepcional. Nuestros hijos también par-ticipaban de esa cálida atmósfera, y, como nosotros, nunca acertarona explicarse un tan absurdo final.

Es irreparable el hueco que Tussy ha dejado en nuestras vidas.

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LA INVITACIÓN DE NUESTRO AMIGO GORKI

De tarde en tarde, me viene a la memoria la figura de la hermo-sa terrorista rusa que practicaba el amor libre, me recreo en lo

que pudo haber sido y no fue y vuelvo a la realidad: rutina de traba-jo, amor y familia. Luisa, naturalmente, nada sabe de mis fantasías.

Ahora estamos aprendiendo a disfrutar de las pequeñas cosas, amarcar distancias con todo lo que nos resulta difícil de comprender,a sufrir sin desesperar y, también (¡cuánto debo a Luisa en ello!), ano buscar fuera lo que tenemos dentro de casa.

Porque vivimos en un mundo de bulliciosas ideas, seguimos en laestela de un socialismo del que somos (lo dice Luisa), “miembroshonorarios”. Tratamos a ese socialismo (¿o es otra cosa?) con respe-to y curiosidad sin comprometernos con ninguna de las muchas in-terpretaciones sobre lo que unos y otros consideran inamoviblestextos de referencia (la obra de Marx y Engels es su Biblia, dice Lui-sa). Mantenemos, eso sí, frecuente trato con Laura y su marido, Pa-blo Lafargue (me consta que Tussy no les dio la mínimainformación sobre los “lazos de sangre” que me unen a ellos): vivenen París, nos escriben con frecuencia y no dejan de visitarnos siem-pre que, por cualquier motivo, vienen a Londres. De Longuet, elotro “cuñado”, hace mucho tiempo que no tenemos noticias..

De los conocidos de antaño, Luisa y yo preferimos a un extraordi-nario ruso llamado Alexei Maximovich Pechkov. El prefiere ser co-nocido como Gorki, término ruso que viene a significar algo asícomo “el amargado”. Recordaréis que nos fue presentado en la últi-ma fiesta de cumpleaños de herr Engels, en el tan agitado año 1894.Días después de aquel encuentro, recibimos por correo una nota quedecía: -Un colega llamado Lunarski es el que traduce lo que yo ledicto y que repito a continuación en mi ruso del alma. De Londresme vine impresionado por vuestra personalidad y, aunque solo seapor mantener ciertos lazos con familias proletarias de un país

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industrializado, me gustaría recibir noticias vuestras. Vuestroafectísimo Alejandro, ese enrevesado escritor al que apodan Gorki.

Nos gustó recibir esa carta que tomamos como invitación a perfec-cionar el ruso y, medio en broma, medio en serio, Luisa y yo nosaplicamos a estudiar hasta el punto de que, transcurridos tres meses,pudimos responderle en ese difícil idioma con cierto sabor literario.De inmediato, Gorki nos respondió en cuatro largos folios, que tar-damos en interpretar pero que nos obligó a tomarnos en serio lo quenos pareció la mejor ocasión para romper con la rutina.

Desde entonces, hemos fraguado una amistad que se consolidó araíz de la amable invitación que nos hizo para pasar unos días de va-caciones en su residencia de la isla de Capri. Fue esto en el mes deabril de 1907.

Ya entonces Gorki había alcanzado una gran popularidad comogenial representante de la moderna literatura rusa. Naturalmente queaceptamos su invitación y, mientras se acercaba la fecha de embar-carnos, hemos buscado y leído sus obras y nos hemos ilustradosobre su biografía y manera de ser.

Según se escribe sobre él, Gorki ha experimentado en su infanciatodas las escalas de la miseria como huérfano maltratado por susabuelos y padrastro, como basurero y niño mendigo, como aprendizde zapatero con solamente once años hasta que, manipulando mate-riales en agua hirviendo, se escalda la mano y tiene que ser hospitali-zado. Trabajará luego como criado de un delineante, sufrirá todotipo de vejaciones por parte del ama de la casa, se sumerge de nuevoen las calles y vagabundea por las riberas del Volga conviviendocon los marginados de todas las especies hasta que logra empleo enun remolcador como ayudante de un cocinero que despierta en él laafición a la literatura. Nuevas peripecias cuando le acusan de unrobo que no cometió y de nuevo se ve vagabundeando a la búsquedade miserables ocasionales empleos en los que encuentra tiempo paraseguir leyendo los libros que le prestan vecinas de las que se enamo-ra con extraordinaria facilidad y convertirá en heroínas de sus pri-meras fantasías literarias (la que le inspiró una de sus novelas, LaReina Margot, resultará ser una prostituta). Trabaja en otros múlti-ples oficios a la par que lee y escribe robándole horas al sueño o encomplicidad con alguno de los oficiales. Recordaría siempre que fueun fogonero el que le descubrió la clave de su fervor revolucionario:

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repara en lo bien que viven éstos burgueses de las novelas, que en-cuentran todo hecho y no necesitan trabajar para ganarse el pan: ésaes la mayor de las injusticias.

No hay otra solución que volver todo patas arriba, es su particulargrito de guerra contra la injusticia.

Tenía quince años cuando comenzó a relacionarse con grupos deestudiantes, rebeldes y enfangados continuamente en disputas esté-riles que poco tenían que ver con la realidad. Poco a poco, de unamanera intuitiva, fue creciendo en su conciencia la idea de que sólola clase obrera podía brindar a la patria rusa una solución. Pero, paraello, era también necesario abrirse a lo que ocurre cada día, estudiar,conocer mucho más a fondo el universo que le rodeaba y lo hace porpropia iniciativa, sin recursos para matricularse en cualquier centrode segunda enseñanza y, mucho menos, en la Universidad.

Todo ello sucede en la “santa Rusia”, orgulloso y peculiar país delque he leído cosas como el mensaje que un monje llamado Filoteodirige al zar Iván III:

“La Santa Iglesia apostólica, la de la Tercera Roma, la iglesiade tu reino, brilla en los cielos más que el propio sol. Gracias atu poder, oh bendito Zar, todos los reinos de fe cristiana orto-doxa se fundirán en el tuyo y tú serás el único zar cristianobajo el cielo. Ya han caído las dos Romas y queda la Terceraque será la última. Tu reino cristiano será el definitivo; ya nohabrá ningún otro”.

Las ciudades ribereñas del Volga acogían a los deportados políti-cos por la represión zarista y a gran cantidad de presidiarios que ha-bían cumplido su condena en Siberia. Gorki no tardó en entrar enestos círculos políticos clandestinos que se reunían para discutir laprensa y los escasos libros que escapaban a la censura.

Lo que oye, lee y vive le decepciona tan profundamente que, ape-nas cumplidos los veinte años, trata de suicidarse con un tiro que nole llega al corazón pero que le produce irreparables lesiones en elpulmón con molestas secuelas para toda su vida.

Lee incansablemente mientras trabaja en los empleos más vario-pintos; viaja y entabla las amistades más exóticas. Va de aquí paraallá incluso a pie, constantemente, deteniéndose no más de lo im-prescindible en cada lugar. Sus composiciones literarias tienencomo protagonistas a esos desarraigados, vagabundos como él, pes-cadores, estibadores, gitanos, personajes de las clases populares a

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quienes descubre durante su merodeo por la estepa, siempre en con-tacto permanente con los círculos revolucionarios. La experienciaacumulada a lo largo de sus correrías, enriqueció el bagaje temáticodel escritor. Sus vivencias y las de las personas con quienes trabajó yconvivió dieron vida a sus relatos. En una de sus estancias en Kazantrabaja en una panadería que, en realidad, era un centro de reunióndonde los obreros discutían la prensa, se intercambiaban libros mar-xistas y organizaban manifestaciones. Siente entonces necesidad derelacionarse más en profundidad con las fuentes de la nuevadoctrina y ello le lleva hasta Plejanov y al viaje a Londres en dondenos conocimos e iniciamos esta buena amistad.

En estos últimos años, ha publicado obras como Los ladrones,Los sueños, La estepa, El canto del halcón, El canto del albatros,Varenka Olesova, Tomás Gordeiev... Todas ellas están lograndoamplia resonancia mundial

No todos sus escritos superan la censura oficial pero le permitenuna muy favorable acogida en los círculos revolucionarios de todaEuropea. Hoy se ha buscado un tranquilo refugio en la Isla de Caprien donde mantiene estrecha relación con no pocos disidentes rusos.Desde allí nos ha invitado a pasar unos días y, con gusto, allí acudi-remos a disfrutar de vacaciones con el añadido de relacionarnos coninteresantes personajes de los que ya se habla en los periódicos deLondres.

Nuestros hijos aprobaron con entusiasmo nuestra “escapada a lodesconocido”. Vinieron hasta Denver a despedirnos y no dejaron dedarnos consejos hasta el abrazo final: Portaos bien fue su frase dedespedida. Gran cosa es verles tan maduros y ya sin necesidad algu-na de nosotros. Nos quieren ellos y nos quieren mucho sus hijos queson nuestros nietos.

Hicimos el viaje en un moderno vapor con escalas en Cádiz y Va-lencia. Llegamos a Nápoles el 27 de abril de 1907. Dos días pasamosen esta tumultuosa ciudad sin contar las horas y sí recreando nues-tros sentidos con sabores de desconocidos manjares, pegadizas ta-rantelas como alegre desafío contra la prisa, singulares olores amercado, mar y campiña, gente que parlotea y ríe sin cesar, niñosdesnudos que corren atropellándolo todo.... Vida nueva es lo quenos pareció descubrir en el sur de Europa: unos singulares cielo, mary sol que hacen detener al tiempo, tanto que, a sugerencia de Luisa,

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decidí alargar nuestras vacaciones a riesgo de perder mi trabajo enHard Steel.

Nos gustó Nápoles y, mucho más, Capri. Desde el embarcaderode Nápoles, a dos horas de navegación en lancha, se encuentra la lla-mada perla del Mediterráneo: de lejos es como una enorme roca ver-de con ribetes blancos; próximos a ella, la vemos como suspendidasobre toscos pilares que abren la entrada a numerosas grutas comoen prodigio de ingeniería natural para, de trecho en trecho, presentarcalas que permiten el suave abrazo del mar.

-Es bajamar, nos dice el barquero en un elemental inglés aprendi-do de oído. Es un buen momento para visitar la Gruta Azul: la entra-da apenas ofrecía altura para la barca por lo que hubimos detumbarnos hacia atrás para evitar un muy posible coscorrón. Dentrode la gruta, como si estuvieran esperándonos había no menos de diezbarquichuelas al estilo de la nuestra: vi a sus ocupantes como com-pañeros de un sueño de paz. Nuestro barquero resultó ser un cantan-te poeta que contagió a todos el aire de una hermosa y pegadizabarcarola. Siluetas que se abrazan y luz que se cuela por el brazo demar arrancando todos los colores del arco iris hasta confundirse enazul de mil tonalidades con las sombras que arrancaban a los recove-cos de las paredes decenas de antorchas. Nos hubiera gustado dis-frutar durante largo tiempo de algo tan esencialmente apacible:sombras que bailan sobre el mar como bañándose voluptuosamente,tranquilidad, brisa marina, suavísima temperatura, música suave,espontánea cordialidad entre todos los visitantes, recuerdos que aca-rician la imaginación... pero nuestro barquero deja de corear la bar-carola para avisar: si no nos damos prisa, vamos a tener que esperar,durante muchas horas, el nuevo bajamar. Para poder atravesar lo queahora parecía más angosta salida el barquero hubo de izar una grue-sa piedra que, para la ocasión, arrastraba sumergida y situarla en elfondo de la barca, lo que hizo que el nivel del agua subiese a escasoscentímetros del borde; hubimos de tumbarnos a lo largo de la barcapara salir sin tropiezo hasta el mar abierto. Reimos a rabiar cuandocomprobamos que éramos los últimos en salir.

Desembarcamos en el puerto llamado de Marina Grande. El pro-pio barquero nos indicó el camino hasta el pueblo de Anacapri endonde el “ruso de grandes bigotes” tiene sus casa (la casa de todo elmundo, nos dice el barquero acostumbrado a traídas y llevadas pare-

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cidas a la nuestra). Por el camino descubrimos soberbias construc-ciones de otros tiempos: un castillo del siglo XII, que nuestrobarquero, convertido en guía, llama Maschio Angioino; lo que sellama Palacio Real y que, al parecer, fue residencia de verano de losemperadores romanos y de otros poderosos personajes como el mis-mísimo Napoleón, nos informa nuestro barquero-guía. Caminamosa pie (la isla no tiene más que 6 kmts de largo por 3 de ancho), noshemos repartido la carga del equipaje y nos detenemos de tiempo entiempo para recuperar el aliento o, simplemente, disfrutar de lo quevemos y olemos.

Gorki, nuestro amigo, nos recibió con un muy cálido abrazoacompañado de frases en su ruso natal, sin intercalar una sola pala-bra en inglés.

-Ni italiano, ni inglés ni otra cosa que ruso. Así escribo y así hablo:vosotros lo habéis comprendido y eso os acerca mucho más a mí. Miinterés por vuestra visita va más allá de la amistad: sois el cordónumbilical con una fuerza que me obsesiona: la vida y obra de Marx yEngels.

-Amigo Alexis, le respondí a Gorki no sin evidente pedantería: de-bes saber que no aceptamos como bueno todo lo que hemos visto,oído y leído de esos dos personajes.

-Mejor que mejor. Me daré por satisfecho con conocer vuestraverdad sobre ellos. Hasta ahora, todos los que me hablan de ellos lohacen o con desprecio o con desproporcionada admiración. Yo nopude intercambiar con el maestro Engels más allá de dos palabras.Vosotros habéis compartido con ellos parte de vuestra vida... segu-ro, seguro que me ayudaréis a entrar en el meollo de su pensamiento.

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GORKI, LENIN Y LA REVOLUCION

Aquellos años, el principal tema de mítines y soflamas de HydePark era todo lo que estaba ocurriendo en Rusia desde 1905 y

que socialistas como Sydney Webb llamaban revolución democráti-ca contra la última tiranía europea. Quisimos saber por boca de Gor-ki el relato de los hechos.

-Creo, nos explicó nuestro amigo Alexis Maximovich (le gustaque nosotros le recordemos su verdadero nombre), que la historia, aveces, se sirve de obscuros personajes para romper con la inerciaque quieren imponerla los vicios y caprichos de los poderosos: singran éxito llevábamos muchos años los intelectuales rusos tratandode ilustrar al pueblo sobre el mejor momento y lugar de gritar bastahasta que un pope prácticamente iletrado, pero amigo del doble jue-go de llevarse bien con los explotadores y los explotados (confiden-te de la policía del zar y líder de un peculiar grupo socialista), seguroque muy a su pesar, enciende la chispa de la revolución: me refieroal pope Gapon. Aprovechando la desazón popular, que siguió a lacaída de Port Arthur en la desgraciada guerra de las huestes del zarcontra los japoneses, el que era un acomodaticio clérigo logró reu-nir a una multitud de obreros a los que prometió la benevolencia delzar contra la opresión de sus patronos: bastaba entregarle personal-mente una carta con la lista de las injusticias que estaban sufriendo.Nicolás no estaba en su Palacio de Invierno y, por lo tanto, no pudorecibir a la comisión en que habían delegado con el pope Gapon, suportavoz, al frente. Seguro que al conocer la ausencia del zar, losmanifestantes habrían vuelto a sus casas hasta una mejor ocasión,pero hete aquí que el estúpido oficial que mandaba el destacamentose creyó en la obligación de disolver a tiros lo que creyó una revuel-ta: más de cien mártires no se sabe bien por qué. Es lo que los rusosconocemos como el Domingo Rojo. Gapon salió ileso de la masacrey, hasta que pudo huir de Rusia, se dedicó a encender los ánimos

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gritando a los cuatro vientos: Nicolás Romanov se ha convertido enel asesino del alma de Rusia.

-¿Qué piensas de todo ello?, preguntó Luisa.-No me gusta eso de ir al sacrificio sin objetivos claros y, sobre

todo, sin una fé y sin una disciplina de conjunto.-Y ¿qué ha sido del pope revolucionario?.-Llámale aventurero irresponsable, mucho mejor. Quiso conven-

cer a sus compañeros de que todo lo había hecho por el bien de lacausa, pero, conociendo como se conocieron sus buenas relacionescon la policía del zar nadie le creyó; hubo de huir a Finlandia en don-de, unos meses más tarde , murió ahorcado no se sabe si por propiavoluntad o ajusticiado por sus compañeros.

-No parece que esos sacrificios hayan caído en el vacío. Al pare-cer, desde entonces contáis en Rusia con ciertas libertades políticas.

-Me gusta tu ironía, amigo inglés. Es muy poco lo que hemos lo-grado después de lo del Domingo Rojo, de las represalias que si-guieron, de mil y un atentados, de una huelga general, deincontables revueltas y de sediciones como la mascarada del acora-zado Potemkin. Claro que contamos con una Duma títere y con unremedo de libertad política que mis compatriotas no saben utilizar.Al pueblo le falta una fé que sustituya a la vieja y anquilosada orto-doxia y le falta el reconocimiento de un líder lo suficientemente ins-truido en la nueva ciencia que nos han descubierto Marx y Engels.Ese líder ha de tener su capacidad de juicio bien orientada al estudiode cada oportunidad que vaya surgiendo, fe en su propio destino y,sobre todo, ha de ser (o parecer) prudente, generoso y realista.

-En Londres, apunté yo, se habla de un revolucionario mongol queparece responder a ese perfil.

-Seguro que te refieres a Illich Ulianov, el más marxista de todosnosotros y un gran amigo mío: Lenin es su nombre de guerra.

-Si es ése, te puedo asegurar que a herr Engels no le ofreció muchaconfianza cuando Plejanov le habló de él.

-Mi amigo Vladimiro, al que todos llaman Lenin, es un lobo soli-tario pero con indiscutibles cualidades de jefe. Conoce y repite enconsignas puntuales e interpretaciones un tanto peculiares todo loque se puede leer en las obras de nuestros dos maestros. Cuenta, pordemás, con Nadia Krapuskaia, una mujer de extraordinaria fortaleza

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y sensibilidad que todo lo sacrifica por él. Lástima que no acepte lamenor puntualización o crítica por parte de cualquiera de todosnosotros.

-Plejanov nos habló de él como de su discípulo más aventajado y,también, más reacio a revisar los pocos principios en que se apoya..

-Plejanov y Lenín son dos hombres clave en el actual momentoruso. Yo diría que se complementan, pero se llevan fatal entre ellos ala par que, según parece, plantean muy distintas estrategias de lucha.Sabes que nuestra social-democracia está dividida en dos faccionesde muy difícil entendimiento entre sí: del lado de Lenin , que reniegade todo lo que no sea la revolución proletaria con la definitiva caidade los Romanov, y que en la propia patria rusa cuenta con incondi-cionales activistas como el llamado José Stalin, están los bolchevi-ques; del lado de Plejanov, que se presenta a sí mismo comopropagandista del Materialismo Dialéctico y habla de una necesariarevolución burguesa como paso previo a la implantación del socia-lismo, están los mencheviques con fuerte implantación en el sovietde Petrogrado gracias a un periodista que vive la revolución como elaire que respira; León Borstein es su nombre, pero todos lellamamos Troski.

-¿A qué facción perteneces tú, amigo Alexis?-A ninguna de las dos, me respondió Gorki. Soy un escritor al que

se lee mucho y que, sea en la propia Rusia o en el resto del mundomás o menos civilizado, se le paga bien todo lo que publica. No megusta nada de lo que está ocurriendo en Rusia y, para cambiar la si-tuación, estoy decidido a aplicar todo mi saber hacer y todos los di-neros que vaya ganando. Soy un mujik que quiere que todos losmujiks vivan como él y la revolución en que creo se fija un horizontede libertad y huye de los pasos en falso y del aturdimiento para tratarde descubrir los menos traumáticos y más seguros caminos hacia elobjetivo final que no puede ser otro que una nueva sociedad con paz,libertad y bienestar para todo el mundo. Es un compromiso que meobliga a reflexionar y a facilitar la reflexión de otros más inteligen-tes que yo, algo que estamos materializando con en lo que llamamosEscuela de Capri. Mañana, tendréis la ocasión de reencontrar a Ple-janov y de conocer a dos buenos ejemplares de la actual intelectuali-dad rusa: El médico filósofo Alejandro Aleksandrovich Malinoski(por eso de que casi todos los rusos en el exilio usamos un apodo,

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Malinoski se hace llamar Bogdanov) y su cuñado el brillante poetaLunacharski. Vosotros también podéis participar, si queréis.

-Sabes que no soy más que un metalúrgico, que ha leído algo perocon muy escaso conocimiento sobre todo eso que llamáis nuevasideas.

-Mejor que mejor, será la experiencia enfrentada a la teoría. ALuisa, tu mujer, no me atrevo a invitarla: todos nosotros somos ateosy creo que ella se toma muy en serio su fé en Dios y su catolicismo.

-Porque creo en Dios y soy católica, respeto vuestra libertad deconciencia y, si me lo permitís, hasta puedo participar en vuestrasreflexiones. Valiente y oportuna mi Luisa, sí señor.

-Estupendo, estarás con nosotros; pero procura no soliviantar a losotros: sus ideas son mucho más cerradas que las mías.

-¿Participará también tu amigo Lenin en estas reuniones?-No está invitado y ninguno de nosotros lo cree conveniente: Todo

lo que hace, escribe o piensa gira en torno a un hermético círculo deun dogma de propia cosecha: la revolución es la única verdad y elvalor supremo que ha de marcar la pauta a todo lo demás. Es trabaja-dor, obsesivo, paciente, temerario con una inteligencia y memoriaprodigiosas, lástima que considere a la ordenada reflexión un trastoinútil. La intuición es su arma preferida. Es un hombre que no admi-te otras razones que las que se derivan de su propia estrategia y, des-de hace años, así nos lo hace saber en las circulares que nos envía.Conmigo, que soy su amigo, a veces es más abierto y cordial. Fíjateen lo que me dice en la que he recibido hoy mismo. Gorki sacó de unbolsillo un papel cuidadosamente doblado y nos leyó:

“un hombre de partido ha de estar absolutamente convenci-do del carácter totalmente erróneo y de la nocividad de unadoctrina contraria a la suya y tiene el deber de enfrentarse aella. Lo más importante que ha de hacer en el transcurso deesa inevitable lucha de ideas es que no se resienta el impres-cindible trabajo práctico de partido”.

-Como veis, no parece aconsejable que, en un círculo de libreexposición de ideas, esté presente alguien que, por principio, noadmite la mínima reserva a lo que cree o dice creer.

-No parece que el tal Lenin sea muy parecido a ti.-El es como es: un revolucionario pura sangre, que todo lo supedi-

ta a un esquema de lucha. Como punto de partida ha aceptado sin la

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mínima reserva la formulación académica (llamémosla así) que Ple-janov ha hecho de lo que ambos (Lenin y Plejanov) entienden comolegado indiscutible de Marx y Engels y que presentan como Mate-rialismo Dialéctico. Después viene lo que, desde su radicalidad ysingular intuición el intransigente de Lenin llama ajustes estratégi-cos. Todo ya lo apuntaba de forma categórica en su “Qué Hacer”, unlibrito que las masas de obreros maltratados empiezan a considerarel ABC de la revolución. En ese libro se queja Lenín de que no seacepte al marxismo como un sistema monolítico de indiscutiblesdogmas interrelacionados hacia el objetivo principal de convencer alas masas de que en todo el universo no existe más que una sola ver-dad: él es el más fiel intérprete de la ciencia exacta que nos han lega-do Marx y Engels. Es lo que yo entiendo cuando le oigo decir la“doctrina de Marx es omnipotente por que es exacta” o leo en ése sucatecismo revolucionario cual es el librito “Qué Hacer” cosas como

“en la historia del socialismo moderno es quizá un hechoúnico y, en su género, extraordinariamente consolador, queuna disputa entre distintas tendencias en el seno del socialis-mo se haya convertido, por primera vez, de nacional en inter-nacional. Antes, las discusiones entre lassalleanos yeisenachianos, entre guesdistas y posibilistas, entre fabianosy socialdemócratas, entre partidarios de “La Voluntad del Pue-blo” y socialdemócratas eran discusiones puramente naciona-les, reflejaban particularidades netamente nacionales, sedesarrollaban, por decirlo así, en distintos planos. Actualmen-te (ahora se ve ya esto bien claro), los fabianos ingleses, losministerialistas franceses, los bernsteinianos alemanes, loscríticos rusos son una sola familia; se ensalzan mutuamente,aprenden los unos de los otros y, en común, luchan contra elmarxismo “dogmático”. ¿Será posible que, en esta primeracontienda realmente internacional con el oportunismo socialis-ta, la socialdemocracia revolucionaria internacional se forta-lezca lo suficiente, para acabar con la reacción política quedesde hace ya largo tiempo impera en Europa?”.

-¿Dónde sitúa ese revolucionario pura sangre la libertad?, fue Lui-sa, mi mujer, la que lo preguntó.

-Muy oportuna tu pregunta, hermosa compatriota del gran Marx:nuestro hermético y radical Vladimiro Illia Ulianov, alias Lenin, tehabría respondido como hace conmigo en todas las ocasiones en lasque le planteo la misma cuestión: Libertad ¿para qué?

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-Para vivir, querido Gorki, amigo nuestro y de todos los deshere-dados del mundo, libertad para vivir y para ser todo lo que podemosser, puntualizó mi querida Luisa.

-Crees en Dios y no podía ser otra tu respuesta. Pero ese Dios tuyoestá muy lejos; yo lo veo ocultado tras la sombra de la nada y, desdemi posición de convicto y confeso mujik, busco para mis millonesde camaradas otra cosa más palpable y, por lo tanto, más útil paraacabar con todas las tiranías e injusticias del mundo.

-¿Conoces a Jesús de Nazareth?-Algo he oído hablar de ese tonto que se dejó matar no se sabe aún

por qué? –respondió con escalofriante ironía Gorki, el “amargado”,que eso es lo que en ruso quiere decir su apodo. Pero eso, recalcónuestro amigo, es un tema a discutir con ilustrados como Bogdanovo el propio Plejanov.

Comprendimos entonces que Gorki, nuestro amigo, se sentía in-cómodo y durante el resto del paseo nos dedicamos a resaltar lo quese me antojó una situación y un lugar irrepetibles: buenos amigos alos que la lujuria verde sobre el mar tranquilo prendido de un cielosingularmente azul consigue distraer de la más seria de las posiblespreguntas que uno se hace a sí mismo: ¿qué hago yo aquí?

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LA ESCUELA DE CAPRI

Supimos más tarde que lo de la Escuela de Capri había sido unaidea del “poeta de la Revolución” (así llamaba Lenin a Lunat-

charski, quien llegó a ser ministro de cultura en su gobierno).Lunatcharski se presenta a sí mismo como “un intelectual en me-

dio de los bolcheviques más que un bolchevique en medio de los in-telectuales”.

Sabéis que el término bolchevique procede del conflictivo congre-so que, en 1903, celebraron los exiliados socialdemócratas rusos enLondres: en él se enfrentaron los radicales partidarios de la revolu-ción a cualquier precio, con Vladimiro Illych Ulianov, auto apodadoLenin, a la cabeza con los partidarios de una alianza estratégica conlos partidos burgueses.

Plejanov y Gorki, compromisarios en ese Congreso, habían defen-dido las tesis de Lenin quien, por dos votos, logró una mayoría, quese autodefinió bolchevique, mientras que los que votaron en contraserían reconocidos en lo sucesivo como mencheviques, entre loscuales se situaba un brillante y ambicioso periodista, recientementeescapado de Siberia: era judío como el doctor Marx, se llamabaLeón Brostein, se presentaba a sí mismo con el nombre de alguienque había sido su carcelero, Troski y, más tarde, se aliaría con Lenínpara hacer juntos la “definitiva” revolución (nada “marxista”, segúnPlejanov).

-Reconozcamos, compañeros, fue la introducción de Gorki, queestamos viviendo los años más vergonzosos de la intelectualidadrusa. Han trascurrido ya cuatro años desde aquella revolución deoperata que destapó la insidia y precipitación del pope Gapon y faci-litó la estupidez del inepto Nicolás II. Ciertamente, la autocracia za-rista ya no es lo que era mientras que la tan deseada Duma no pasa deser un gallinero sin gallo que cante al amanecer. Todo es relativo eneste mundo miserable, donde sólo parece buena una cosa comparán-

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dola con otra peor. Nosotros, intelectuales de cierto éxito, más quela conciencia de un pueblo que sigue siendo el más oprimido de Eu-ropa, somos ciegos que intentan ayudar a otros ciegos... mientras losoportunistas de turno, desde la más radical superficialidad, hablan,escriben y seducen sin convencer, pero arrastrando a los mejores denuestros compatriotas hacia no se sabe donde..

Invitado de excepción era aquel día Plajanov, a quien habíamostenido ocasión de conocer, allá por los años noventa en casa de herrEngels. –Además de un gran filósofo, nos había recordado Gorki,Jorge Valentinovich Plejanov, es un noble acomplejado. Le pesabandemasiado los muchos años de sentirse estúpidamente superior alresto de los mortales, se hizo socialista, necesitaba un sólido asiderointelectual y lo ha encontrado en los trabajos de Marx y Engels, cuyaciencia, según él, explica y da razón de todo: desde la formación deuna molécula hasta el previsible futuro de la humanidad.

-Los mejores de nuestros compatriotas son conducidos, que noarrastrados, hacia el triunfo de la revolución bolchevique, seguroque te habría respondido el camarada Lenin sin vacilar lo más míni-mo, apuntó Plejanov, como respuesta a la breve introducción deGorki.

-¿Créeis de verdad que es Lenin el hombre que todos esperamos?¿Es su verdad la verdad en la que debemos creer? Estos son, queri-dos amigos, buenos motivos para discurrir y discutir en la reuniónde hoy. Fue, de nuevo Gorki, el que nos invitaba a tomar los dichosde Lenin como materia de discusión . Pero Luisa, desde el primermomento, se propuso entrar en el fondo de la cuestión y conadorable aire de ingenuidad preguntó:

-¿Qué entiende Lenin y qué entendéis vosotros por verdad?Esta que veis es Luisa Demuth, la feliz e inquietante esposa de mi

gran amigo el ingeniero inglés Frederick Demuth (yo le había pedi-do a Gorki que nada dijera sobre mis orígenes familiares).

-Gentil señora, habló Plejanov con aire doctoral, hubo un tiempoque Lenin se presentaba como discípulo mío; hoy presume de serel más fiel intérprete de lo que Marx y Engels quisieron decir, loque, según mi criterio, no es lo que exactamente dijeron. Por ellono creo que pueda hablar con exactitud de lo que Lenin entiendepor verdad. Sí que hablaré de lo que es para mí la realidad: Graciasa nuestros sabios maestros, Marx y Engels, sabemos que en el Uni-

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verso no hay otra realidad que la Materia en perpetuo movimiento.Convencido de ello me confieso materialista, me sitúo en los antí-podas de cuantos todavía creen en Dios y afirmo con absoluto con-vencimiento: En principio existía la materia digamos que en formade masas y nubes de átomos orientados y empujados los unos hacialos otros por una imparable ley natural que genera los mil y un pro-cesos en que se expresa el movimiento perpetuo de todo lo existen-te. Entre choques y encuentros fortuitos, tal como, desde distintasperspectivas, enseñaron Demócrito y Epicuro, los átomos forma-ron las moléculas, las cuales, por sucesivos estadios dialécticos denegación y de negación de la negación, han dado paso a los cuer-pos albuminoides que componen la base de la vida en los reinos ve-getal y animal. Una de las especies animales, a lo largo de lossiglos, se las ha ido ingeniando para producir lo que come, primerocon el propio esfuerzo y luego con el esfuerzo de los demás. Tene-mos así explicado el nefasto afán de apropiarse de lo ajeno y, enparalelo, la obsesión por encontrar el camino más fácil. De ahí hannacido la propiedad privada, la lucha de clases y el progreso de laindustria, en que se ha expresado la “civilizada” historia de loshombres. Gracias a Marx y a Engels, muchos de nosotros tenemosya absolutamente claro que la forma de producción burguesa estácreando la última forma de explotación y que todo lo que ha ocurri-do, está ocurriendo y ocurrirá en la historia tiene su origen en laforma de ser y de actuar de la materia. Todo se mueve y evolucionaen razón de las leyes dialécticas que Hegel creyó nacidas del pen-samiento, es decir, de lo inconsistente, y que Marx y Engels, a fuerde realistas, vieron en la Materia. Por eso nuestro socialismo escientífico y nuestro materialismo es dialéctico.

-Está bien que creas y que te esfuerces en hacernos creer entodo eso... Pero ¿qué nos dices de los menos ilustrados? Yo creo,recalcó Gorki, que no es necesario partir de una explicación tancompleja para ganarse la voluntad de cuantos esperan de nosotrosuna elemental orientación hacia la salida de su insostenible situa-ción actual.

-No te quito la razón, amigo Alexis, pero comprenderás que lossocial-demócratas, que aceptamos a Marx como maestro, no pode-mos renunciar a explicar el porqué lo nuestro es ciencia y los otrossocialismos no marxistas son pura invención de oportunistas. Claroque es nuestra obligación convencer a los explotados de que, unidos

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en la conciencia de su fuerza, pueden acabar con toda forma de ex-plotación, pero no estará demás que les expliquemos también el ori-gen y carácter de esa explotación para luego compartir con ellosnuestro convencimiento de que las fuerzas materiales de producciónson el auténtico y único motor de la marcha hacia el fin de toda ex-plotación. Entonces, les será fácil comprender que la actual revolu-ción burguesa-industrial representa ese capítulo de la Historia en elque, tal como han demostrado Marx y Engels, unos pocos, contra losderechos de la mayoría, llegan a un insostenible grado de acapara-miento de las plus-valías del trabajo: los burgueses capitalistas, queson los menos, pueden gozar de todos los placeres de la vida mien-tras que ellos, los proletarios, verdaderos protagonistas de la pro-ducción, carecen de todos los derechos y se consumen en la miseria.Vemos que, todavía, en Rusia el desarrollo industrial es tan precarioque los kulaks y obreros del campo cuadriplican el número de prole-tarios; transcurrirán, pues, unos cuantos años hasta que losproletarios, de más en más numerosos, tomen conciencia de sufuerza y de la necesidad de la definitiva revolución que les imponela marcha de la historia.

-Pienso, querido Jorge, que a esa tu versión de la realidad, seguroque muy marxista, seguro que muy dialéctica... le falta un poco depoesía.

-El que ha hablado ahora, queridos amigos Fred y Luisa, nos ex-plicó Gorki, es el que nos dio la idea de fundar nuestra escuela. Sellama Anatolio Vassiliévitch Lunatcharski y es el más inspiradopoeta con que cuenta nuestra causa. Anatolio es, por demás, un granamigo de Lenin. Os confieso que he hecho de él el héroe de una demis novelas por que creo haber visto

“que, en el fondo de su ser, siente un vacío inmenso y abru-mador que nada podía rellenar, ni las impresiones del día ni losrecuerdos del pasado. La bolsa, los negocios, los sueños... dela Medinskaia (así le llamo yo en mi novela), todo se pierde enaquel abismo. Vive en perpetua inquietud y, en las oscurasprofundidades del abismo que lleva en sí, sospecha una fuerzainvencible y hostil, informe todavía, pero que tiende ya conobstinación y prudencia a tomar cuerpo.

Y le pregunto ahora con absoluta desconsideración para suintimidad ¿es Lenin el que guía esa fuerza hacia no se sabe dónde?

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-Debéis saber, se creyó Lunatcharski en la obligación de explicar,que, entre Lenin y yo, puede que haya una buena amistad, pero tam-bién hay grandes diferencias: mientras que yo me resisto a rompercon lo más hermoso de mis viejas creencias y veo en la humanidad ysus obras la quintaesencia de un arte a cultivar apasionadamente, éltrata a las personas, ideas y hechos como simples piezas de lo quellama su proyecto revolucionario, una especie de caos o puzzle queél, y solo él, sabe muy bien como ordenar. Sus seguidores y escasosamigos somos poco más que caja de resonancia de todo lo que éldice, piensa o dispone. Aunque admirable, sé que Lenin es temiblecomo jefe; cierto que soy su amigo pero me mantengo a la expectati-va: tomo como ciencia el legado de Marx y Engels, acepto comobuena la sistematización que nos hace el maestro Plejanov, creo enla necesidad de una revolución, pero, por encima de todo, creo en unhombre-especie que sigue teniendo necesidad de una alimento que,hasta ahora llamábamos espiritual pero que, ahora, con el Dios tradi-cional arrinconado por todos los que presumimos de ateos en el es-trecho mundo de lo improbable, no sé como llamar... ¿tal vezalimento poético? Por cierto, esto de alimento poético es de las po-cas cosas que hacen reír a rabiar al camarada Lenin.

-Lenin vive obsesionado por mantenerse al margen de las más ha-bituales debilidades humanas y es implacable, rudo y zafio, perotambién inteligente y enormemente perspicaz: aunque reniega de lapoesía, del arte y, tal vez, también del amor, por lo que a mí se refie-re le creo imprescindible para la marcha de la revolución con la quetodos nosotros soñamos. Fue Gorki el que hizo esa puntualización.

-Te equivocas, querido Alexis, Máximo o como diablos quierasllamarte. Lenin será cualquier cosa menos un hacedor de buena his-toria. Es un calmuco que no razona: va a lo suyo y nada más. Revo-lucionario irracional y capaz de aliarse con el mayor de susenemigos, si eso le ayuda a quedar por encima de cualquiera de losamigos que discrepan con él aunque sea en la más intrascendente delas cuestiones.

Gorki nos presentó al que acababa de hablar: -¿Conocéis a Alejan-dro Aleksandrovich Malinovskij, mal llamado Bogdanov? Es unfervoroso materialista, reconocido científico y el más honrado delos médicos que yo haya nunca conocido.

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-Soy también intelectual y poeta, como mi cuñado Lunatcharski,puntualizó el apodado Bogdanov. Pero no soy bolchevique y, mu-cho menos, amigo de Lenin.

-Tampoco yo soy un amigo íntimo de Lenin, se creyó en la obliga-ción de aclarar el cuñado, es decir, Anatolio Lunatcharski. Nuestrotestarudo jefe de filas es un utilitarista sin concesión alguna al arte oa lo que los ciudadanos normales consideramos hermoso, mientrasque yo soy esencialmente poeta al servicio del Arte. Entre él y yohay insalvables diferencias. Mientras que Lenin aborda todas lascuestiones, personas, cosas y avatares como hombre práctico quesomete todo a un frío y riguroso análisis sin otra obsesión que la deacertar con la táctica más adecuada para lograr lo que se propone...yo me dejo cautivar por la posibilidad de encontrar algo más que loque Marx llamaba frío interés al contado. Yo soy lo que ya recono-céis todos vosotros, un poeta de la revolución.

-Y tú, Bogdanov, ¿qué eres?-Un médico al que le preocupa la salud de sus pacientes, un ateo

que echa en falta algo que sustituya al Dios, que entre todos hemosmatado, un científico que aspira a encontrar en la Materia la razónde todas las cosas, un aprendiz de intelectual al que no convence nipoco ni mucho eso que sobre las propiedades dialécticas de la Mate-ria acaba de decirnos el ilustre Plejanov.

-Dinos, entonces, cómo explicas el paso de lo estrictamente palpa-ble a algo tan real pero invisible como es el pensamiento. Adelantóla pregunta Gorki para evitar el exabrupto que vio en el gesto dePlejanov.

-Yo veo en las experiencias de la Historia el camino de la verdad.Aunque la supongo, no me atrevo a sostener la total autosuficienciade la Materia; cuando faltan demostraciones sobre algo que mepreocupa, no me es fácil resistir a la tentación de sospechar que nohaya algo espiritual a punto de colarse por el mínimo resquicio de loque nos preocupa.

-Ese es Dios, sabio doctor. Intervino de nuevo Luisa, mi mujer.-No es ésa la conclusión que esperamos en esta escuela que es y

presume de atea. El ilustre Hegel nos enseñó a todos nosotros queDios no es más que una idea, idea que, a decir de Feuerbach, se hainventado la Humanidad como horizonte de esperanza..., perfecta-

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mente sustituible por el futuro al que nos empujan las contradiccio-nes de la propia Historia: ésa es la enseñanza de Marx, que aceptodesde la A a la Z. Era de nuevo Plejanof con forzada obsesiónprofesoral.

-De lo que usted dice, no veo la demostración por ninguna parte,contradijo Luisa, a la que respondió Gorki.

-Se anima la tertulia, queridos amigos. Nuestra escuela empieza aparecerse al viejo Liceo: gracias a la intervención de esta hermosapapista, no te ofendas por favor, gentil amiga, no tenemos más reme-dio que asumir el tema de Dios o no Dios como el principal de nues-tras reflexiones. Es tan importante el tema, es tanta la gente que loacepta como lo fundamental de sus vidas, que, si Dios no existe,tendremos que inventarlo.

-Valiente majadería, repuso Plejanov. Yo creí que aquí se iba a ha-blar de Economía, de participación política, de sindicatos, de formasde entendimiento entre todos los que deseamos acabar con la tiraníay, de buenas a primeras, nos estamos perdiendo en algo ya perfecta-mente superado por todos los que aceptamos la doctrina de Marx yEngels. ¿Hablar de Dios a estas alturas? No contéis conmigo.Plejanov abandonó la sala sin despedirse.

-¿Inventar a Dios? ¿Qué os parece el tema?, preguntó Lunacharskicon evidente entusiasmo y como liberado por lo que todos entendi-mos era una deserción de Plejanov..

-Inventémosle, amigos, si es que no existe, coreó Bogdanov.

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LOS CONSTRUCTORES DE DIOS

Por petición expresa de Gorki no participamos en ninguna otrareunión de la Escuela de Capri. Según él, más que animar, lo

que hacíamos era etorpecer el discurso materialista, con lo que per-día sentido el objetivo de las programadas reuniones.

-Tenéis pocos días para disfrutar de todo con que la naturaleza haregalado a esta maravillosa isla, vino a decirme sin la presencia demi mujer. Bañaos, pasead y honradme las tardes con vuestra presen-cia en cenas más íntimas que los nutridos conciliábulos a los que,como habréis podido comprobar, cada uno de nosotros va con susconvicciones o con una peculiar originalidad muy distinta de lasvuestras.

-Te lo han pedido ellos, ¿verdad?-No era necesario: somos todos rusos, todos ateos y todos afano-

sos por colaborar a nuestra manera en la transformación de la madreRusia. Claro que, en un principio, yo pensé que tú mismo e, incluso,tu mujer, por eso de haber vivido tantos años al lado de los grandesmaestros, Marx y Engels, podríais aportarnos algo que no conocié-ramos sobre una teoría que todos nosotros aceptamos en sus grandeslíneas y que, por lo que veo, vosotros no os la tomáis muy en serio.Nuestra religión es la religión de este mundo.

-Yo no tengo religión...-La tendrás, mi buen amigo Feodor (me gustó la rusificación de mi

nombre)... He visto que empiezas a ver el mundo por los ojos de tumujer: ella sí que está segura de lo que cree y la conviene. Compren-derás que, a estas alturas, en lo que menos estamos pensando es enhacernos papistas. Sin vosotros ya podremos actuar como intelec-tuales libres, ateos y socialistas, que eso es lo que somos los funda-dores de este nuevo Liceo. No te ofendas por ello, amigo mío.

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-Ni mucho menos me ofendo, aunque, ciertamente, me pica la cu-riosidad por saber hasta donde os llevan los revoltijos de ideas y pa-labras sobre algo que la historia se encargará muy pronto de poneren claro.

-Eso que tú llamas revoltijo de ideas y palabras es mi forma deaproximarme a la realidad, de ver lo que puedo hacer para acabarcon la criminal y estúpida explotación burguesa, de pensar y escribiry escribir para no aburrirme. Claro que estamos abiertos a todo tipode reflexión, pero desde la convicción común de que Dios no existey que, por lo tanto y por lo que a Rusia se refiere, es la trágica expe-riencia de nuestra soledad la que nos marca la pauta sin la ingeren-cia de viejas creencias o nuevos fanatismos. Es a nosotros, rusos,ateos y buceadores en el oscuro mundo de la realidad, a los que prin-cipalmente corresponde buscar asideros para no tropezar en la mar-cha hacia ese mundo con el que soñamos. Y no te ofendas si te digoque, ahora sin vosotros y sin Plejanov, lo tenemos más fácil.

-¿Ha sido, pues, la espantada de Plejanov, la que os ha llevado aesa conclusión? Pregunté sin ningún disgusto, esa es la verdad.

-No, no es por eso. Lo que tú llamas espantada de Plejanov nos fa-cilita el camino para más libres discusiones, cosa que tampoco po-dríamos hacer en presencia de apasionados representantes de viejascreencias como es tu mujer. Bogdanov, Lunacharski y algunos otrosde los asistentes son especie de modernos Aristóteles que bucean sinfreno en lo que creen y no acaban de comprender. Eso me instruye yme divierte mientras que Plejanov es un radical, que siente celos deLenin, otro radical: estos dos son esencialmente políticos y se pe-lean entre sí para lograr cada uno el mayor número de seguidores.Plejanov presume de que sabe todo lo que ha de saber para ser reco-nocido el maestro de los maestros mientras que Lenin no quiere te-ner en cuenta más que lo útil para seguir adelante en sus obsesiones.No es con ellos cómo llegaré a comprender si es una verdadera cien-cia lo del marxismo, que ellos lo toman o dicen aceptarlo como laúnica referencia válida para todo lo que se pueda hacer en esta vida.Pero Lenin me respeta y me aprecia y eso es cosa de agradecer mien-tras que en la deferencia hacia mí de Plejanov, hijo de aristócratas,no veo más que una manía de marcar distancias con gente que comoyo, todo lo que saben lo han aprendido en la calle o escuchando a losilustrados que saben dialogar.

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Luisa se nos había acercado, llegó a oír las últimas palabras deGorki y preguntó:

-¿En qué crees tú, amigo Sacha?-Máximo, me gusta ser llamado Máximo... o, si lo prefieres, Gor-

ki, ese apellido postizo que expresa claramente mi personalidad, lade un ruso amargado. Todavía no sé en lo que creo, tal vez en elamor entre unos pocos elegidos. Pero sí sé lo que busco: encontrar laverdadera razón de las cosas y de lo que pasa en la historia sin elrecurso a viejas fábulas.

-¿No podrá ocurrir que lo que llamáis nueva ciencia materialistaresulte ser una fábula infinitamente menos consistente que la refe-rencia a un Dios principio y fin de todo?

-No lo creo: lo que vamos conociendo de la materia nos demuestraque las cosas evolucionan y se acomplejan por sí mismas sin ningu-na energía extraña a ellas. Me diréis que entonces son inexplicablesfenómenos como la vida y demás; pero es por que olvidáis que todoentra en la lógica de las reacciones químicas: es cuestión de tiempoencontrar la respuesta a cualquiera de los actuales planteamientosque nos hacemos los mortales. Por cierto ¿qué sentido le encontráisvosotros a la vida? Por mi parte, desde muy joven, he considerado ala vida una carga insoportable. Esta odiosa tisis mía es resultado deun intento de suicidio a los dieciocho años: el tiro que me disparé noacertó al corazón pero si logró destrozarme los pulmones.

-La vida es un regalo de Dios, querido Máximo.-Sabes muy bien que yo no creo en Dios, gentil amiga. No necesi-

tamos a Dios para amarnos u odiarnos unos a otros.-Yo sí que lo creo necesario para superar el radical individualismo

de la sociedad burguesa... Y por lo que oigo y veo, lo que llamáis co-lectivismo proletario mucho se parece a una masa de individualistasque lo único que comparten es el afán de revancha.

-Casi certera tu observación, inteligente amiga: lo único que se meocurre replicar es que lo del afán de revancha es, al parecer, unaconsecuencia natural del materialismo que profesamos los so-cial-demócratas rusos o, digámoslo abiertamente, los bolcheviquesrevolucionarios.

-¿Eres tú un bolchevique revolucionario, querido Gorki?.

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-Soy un ruso visceralmente opuesto a la tiranía que sufre su pue-blo y soy lo suficientemente ingenuo para dar una buena dosis de ra-zón a la cerrada doctrina que predica mi amigo Lenin.

-¿Qué es exactamente esa doctrina?-Según Lenin, quien, sobre todos nosotros, tiene la virtud de hacer

ver que no duda de nada, es un calco literal de la doctrina de Marx, ala que el propio Lenin, en alguno de sus escritos, califica de

“omnipotente por que es exacta. Es completa y armónica,dando a los hombres una concepción del mundo íntegra, irre-conciliable con tada superstición, con toda reacción y con todadefensa de la opresión burguesa. Es la legítima heredera de lomejor que creó la humanidad en el siglo XIX bajo la forma dela filosofía alemana, la economía política inglesa y el socialis-mo francés”.

-Contundentes calificativos, sí señor... ¿sirven para demostrarnosque Dios no existe y que la libertad y el constructivo amor de que ha-bló Jesucristo carecen de sentido?

-Sirven para razonar sobre un supuesto que se puede convertir enciencia: todo viene y va a la materia que, según Engels, es lo que es yserá lo que puede ser por virtud del movimiento dialéctico al queestá inseparablemente unida.

-Has dicho que eso es un supuesto... débil soporte de esa fe que senecesita para aceptar la omnipotencia de la materia...

-Pero suficiente para desarrollar el espíritu revolucionario de lasmasas. Así me lo ha hecho comprender Lenin y, por mi parte, quierohacérselo comprender a algunos de los sabios aquí reunidos. El másreticente de ellos es Bogdanov, quien, de momento, tiene su propiainterpretación del materialismo, lo que no gusta mucho a Lenin...Pero ¿qué le vamos a hacer? Si a los intelectuales nos quitas lalibertad... ¿qué nos queda

Luisa y yo permanecimos una semana más en Capri, el uno con elotro y, como testigo, una apacible naturaleza que penetra en el almacon un mar y un cielo que todo lo envuelve. Son reencuentros convivencias y recuerdos de enamorados, ahora con la gracia de un pai-saje desconocido por nosotros, paseantes sin prisas por los jardinesy calles prestando más atención a las blancas casas de los pescadoresque a los viejos palacios de exagerado empaque y arte que Luisa yyo creemos y deseamos caduco.

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A la caída de la tarde nos acompaña nuestro amigo Gorki y co-menta con nosotros las incidencias del día.

-Sabeis que todos los reunidos somos ateos; pero, desde una ele-mental objetividad, hemos llegado a la conclusión de que la idea deDios ha desarrollado un importante papel en la historia; el bueno deBogdanov nos ha obligado a reconocer que la idea de Dios ha abier-to y sigue abriendo caminos de Libertad. Como inspirado artista quees, Lunacharski ha lamentado la labor destructiva de nuestros nihi-listas y con tanta elocuencia que ha llegado a convencernos de queno hay nada más ridículo que un suicidio que, por lo que a mí res-pecta, más de una vez he llegado a considerar la más lógica solución.

-Construyamos un nuevo y útil dios, ha dicho Bogdanov.-Tenemos el material al alcance de nuestra mano, ha respondido

Lunacharski.-Manos a la obra, me permití apuntar yo.A continuación, Gorki nos contó los pormenores del extraño em-

peño de un grupo de obsesivos ateos.Al parecer, fue Lunacharski el que les hizo ver que “un socialista

es más religioso que el hombre religioso de tipo tradicional”.-La cuestión será entonces, creo que dijo Bogdanov, “ligar el so-

cialismo científico con la religión”. Claro que carece de sentido unareligión sin dioses u otros objetos dignos de adoración y ¿qué másdigno de adoración que la humanidad y el cosmos?

-Dos dioses pueden resultar demasiado, debió apuntar alguien, loque les obligó llegar a la conclusión de que bastaba un solo dios queagrupase o al menos simbolizase todo lo que representan la humani-dad y el Cosmos. Y que inspire una moral, enfatizó Lunacharski,según nos contó Gorki.

Pensaron que todo ello debía romper el marco de la pura teoría yse aplicaron a dar forma a una doctrina esencialmente práctica quehabría de lograr “situar al partido en todas partes como el espíritu deDios en la Biblia y, desde el Partido y siguiendo la muy certera con-signa de nuestro gran maestro, dedicarle a transformar el mundo enlugar de interpretarlo: ¿Qué la gente quiere un dios? démosles undios. ¿Qué es el soviet el que dirige y controla al partido? Hagamosencarnar a Dios en el Soviet”.

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Para Lunacharski, el más amigo de Lenín entre todos los de laEscuela de Capri, la religión significa una irreprimible tendencia delhombre hacia la humanidad; el reconocerlo tiene un valor ético que,según Lunacharski, ya reconoció Marx, muy al contrario de Pleja-nov, para quien en todo la teoría marxista tiene su base en la cruda yfría economía con su precedente en el comportamiento dialéctico dela materia.

Según nos explicó Gorki, Lunacharski identificaba al Marxismocon una religión antropocéctrica cuyo dios había de ser el hom-bre-especie en plenitud de unos poderes capaces de construir unnuevo dios a través de la revolución. Por ello, “los aquí reunidos,-creo que dijo Lunacharski-, somos, más que buscadores, construc-tores de dios. Sabemos que, tal como Marx y Feuerbach nos han en-señado, el dios que el hombre adora es la humanidad, (homo hominideus, recordémoslo). Es vidente esa adoración como también lo esque, hasta ahora, la humanidad no es más que un espejismo de dios.El verdadero dios todavía no ha nacido y corresponde al socialismoo, más propiamente, a los social-demócratas rusos, la tarea deconstruirlo”.

Cuando Gorki nos hablaba del extraño posicionamiento de Luna-charski (años más tarde, llegaría a ser ministro de cultura con losbolcheviques de Lenin) creí ver en él un deje de ironía, sonreí escép-tico, ante lo cual Gorki me explicó con absoluta seriedad: Luna-charski es un gran amigo al que conozco desde hace años; si yofuese mejor de lo que soy, compartiría su preocupación por defenderuna fe que ayude a la liberación del hombre. Hasta ahora éste queaquí veis, el llamado justamente Gorki, mujik que ha desertado de sucondición desde que le pagan a estilo burgués lo que escribe quemuy pocas veces es lo que piensa, se ha limitado a hacer de su amigoel protagonista de una de sus novelas.

-La conocemos, es Confesión ¿verdad?,-No sabes cuanto me halaga el que me leáis, amigos ingleses.-Es nuestra forma de aprender ruso, quiso explicar Luisa.-Veo que tu amigo Lunacharski, dije yo, está encarnado en Mateo,

el héroe de tu novela: un buscador de Dios que, tras el encuentro conmultitud de los que tú llamas falsos profetas, encuentra al que consi-dera portavoz de la verdad: es el que le muestra que debe encontrara Dios a través de la unión con los otros hombres.

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-Eso, noble amigo ruso, es lo que quiso demostrarnos Jesús con supresencia en la Historia. –Apuntó Luisa con aire triunfal.

-Podría darte la razón, quisquillosa papista, si yo aceptase la pri-macía de lo espiritual sobre la materia. Pero soy materialista y ateo,no lo olvides, y seguiré siéndolo hasta que me demuestres que estoyequivocado... todo ello sin insistir demasiado en unos posiciona-mientos que me aburren soberanamente.

-No te aburriré, descuida...Comprendiéndola muy bien después de tantos años, vi que Luisa

recogía velas, esperando mejor ocasión. Pobre Gorki si pierdes elmiedo a entrar en materia con mi mujer, dije para mi coleto.

-Para que no penséis que estoy cerrado a las clásicas reflexionessobre el quién soy, adónde voy y qué debo hacer, me debo en la obli-gación de explicaros que esto de la Escuela de Capri... más que unabúsqueda de nuevos caminos, (el tuyo, hermosa dama, nos trae aho-ra más problemas que soluciones) es una forma de difundir lo que al-gunos ya sabemos o creemos saber entre los que aspiran aresponsabilidades efectivas en la nueva sociedad a la que creemosnos va a llevar el camarada Lenín. Ya sé, lo que me vais a decir sobrelas obsesiones del revolucionario mongol, pero tiene el poder que leda la fría conciencia de saber lo que quiere, una indiscutible maderade líder y, entorno a él un grupo de incondicionales que compartecon fidelidad perruna sus objetivos y su forma de llevarlos a la prác-tica. Os juro que, como Diógenes, he pasado la linterna de mis parti-culares apreciaciones por aquí y por allá y no he encontrado nadamejor. Por eso apoyaré a Lenin incluso contra algunas de mis pro-pias convicciones. Con Lunacharski y Bogdanov, trataré, eso sí, deaportar nuevos argumentos o dar forma al material ideológico quenecesita; todo ello a riesgo de que no se digne tenerlo en cuenta.

-Heroica amistad la tuya.-Soy uno de los pocos amigos capaces de soportar sus cambios de

carácter y también soy, ya os lo he apuntado, un ruso convencido deque es el único de los nuestros capaz de llevar hacia delante nuestradeseada revolución. Pero, si os parece, hablemos un poquito más denuestra escuela, en concreto del científico y médico Bognanov,quien, para avalar la idea de ese dios proletario que quiere construirsu cuñado Lunacharski, está empeñado en armonizar las dos princi-pales corrientes del actual materialismo ruso: la que han formulado

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Mach y Avenarius y a la que Bogdanov da el nombre de empiriomo-nismo y la que cultiva Lenin, a la cual, siguiendo a Plejanov, llama-mos materialismo dialéctico. Bogdanov está tratando de crear lo queel llama la tectología o ciencia de la organización universal: una es-pecie de socialismo desde arriba capaz de unir todas las ciencias ydar una representación de las formas y tipos de organizaciones, seancuales fueren, dado que el mundo entero no es más que una organi-zación de la experiencia. Bogdanov quiere echar por tierra a la Dia-léctica de la que tanto habla Lenin: un subterfugio burgués con quese pretende disimular la incapacidad para llegar al fondo de lacuestión: ¿porqué pensamos y para qué sirve el pensamiento?

-Que los proletarios crean más y piensen menos... Es la réplica conque Lunacharski quiere que todos nos centremos en formular lo queél llama la base lógica de la fe: un dios a la medida de los tiemposque corren y ojalá que ese dios pueda ser entronizado con toda so-lemnidad como lo fue la diosa Razón en Nôtre Dame en la época dela revolución francesa. Por motivos tácticos, todos hemos concluidoque ese dios a entronizar ha de ser la Humanidad con un sumopontífice que será el Proletariado.

-¿Estás de broma?, preguntó Luisa.-Claro que no. ¿No es la humanidad el único colectivo ser pensan-

te conocido? ¿No es ella la única capaz de hacer y deshacer la histo-ria? ¿No es en ella en donde todos estamos representados? ¿Por quéno hemos de amarla hasta la adoración? Los antiguos adoraron aZeus y a su corte de dioses menores por ver en ellos el origen de todolo bueno y lo malo que les acontecía. Ahora cristianos, musulmanesy judíos adoráis a un Dios al que la ciencia está marginando...

-La ciencia no margina a Dios: por el contrario, abre caminos ha-cia Él.

-Tu réplica no es una demostración... En cambio, sí que veo de-mostrado que los hombres nos necesitamos unos a otros, y que algu-nos estamos obligados a discurrir por los otros, que se muevenimpulsivamente a ramalazos de fé.

-Con una buena dosis de esperanza, de libertad y de amor... añadi-ría yo. Todo esto tiene una clara referencia en Jesucristo y suEvangelio...

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-Literatura estéril en las actuales circunstancias, eran suaves répli-cas de Gorki a la apasionada discusión que pretendía mi mujer.

-Nunca es estéril la fuerza del amor.-Yo os quiero a vosotros, mis amigos contestatarios; quiero a to-

dos los de mi clase, los sufridos mujiks; quiero a los proletarios ago-biados y explotados por los nuevos medios de producción; quierotambién a Lenin, lobo solitario que espera agazapado su gran opor-tunidad. A éste le quiero a sabiendas de que puede traicionarme y deque, seguramente, traicionará a cuantos, si es que llega al poder, ce-lebren su victoria sin aceptar el renunciar a la propia libertad.

-Eres un gran tipo, amigo ruso. Fue mi fórmula para cambiar deconversación.

En los días que siguieron no volvimos a meternos en profundida-des religioso-dialécticas.

Supe más tarde que Lenin había anatematizado a todos los partici-pantes en las Escuela de Capri, por sus pérdidas de tiempo en diva-gaciones estériles cuando, según él, lo que se imponía era difundir,tal cual él lo interpretaba, la omnipotente y exacta doctrina de Marx.Pero Lunacharski, Bogdanov, Gorki y demás siguieron con sus afa-nes de construir un dios capaz de facilitar la armonía social y la feli-cidad colectiva que prometía la revolución en marcha; también séque, en la práctica, ese dios, por virtud de la propaganda bolchevi-que, resultó ser la idea de un Proletariado amaestrado y omnipotentecon un portavoz-ejecutor reconocido por todos sin la mínima reser-va: el mismo Lenin cuyas armas principales son su inquebrantablevoluntarismo y una incontrovertible y peculiar apreciación de todolo dicho, escrito e, incluso, supuesto por el doctor Marx.

-Por tu padre, mal que te pese, me recuerda Luisa con cariñosamordacidad.

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ESTÚPIDO Y TRÁJICO FINALDE LAURA Y PABLO

El doctor Marx, primero, y herr Engels, después, habían confia-do a Laura y Pablo la difusión de lo que llaman Socialismo

Científico en Francia y España; su evangelización materialista (asílo llama Luisa) de España no logró eclipsar la labor de un tal Fanelli,discípulo de aquel extremista ruso llamado Bakunin. Algo parecidoles habría ocurrido en Francia de no haber contado con la ayuda delperiodista Julio Guesde, fervoroso propagandista de la “Causa” ytrabajador infatigable, que se había ganado la confianza de Marx yEngels desde el año 1976.

Creían esos dos señores que por ser Francia la patria del socialis-mo “utópico”, por ser franceses los dos yernos del doctor Marx, porhaber sido escrito en Francia el Manifiesto Comunista, por haber su-frido Francia cuatro revoluciones en menos de un siglo... sería ella laprimera en aceptar con el máximo fervor la “buena nueva” del “au-téntico” socialismo, eso que ya casi todos llaman marxismo.

Ese Socialismo Científico o Marxismo no obtuvo apreciable au-diencia en Francia hasta los últimos años del pasado siglo. Fue acausa de la resurrección de la Asociación Internacional de los Tra-bajadores, a raíz de las reuniones que celebraron en la sala Petrellede París los socialistas de 23 países. En aquella ocasión obtuvo cier-to protagonismo Pablo Lafargue por eso de ser yerno de Marx: ha-bía saludado a los congresistas con una proclama que corrió de bocaen boca y de país en país: “Todos sois hermanos y no tenéis más queun solo enemigo, que es el capital sea prusiano, inglés o chino”.

Se llamaban marxistas pero los promotores franceses del socialis-mo nunca coincidieron con rusos como Plejanov y Lenin, o con ale-manes como Bebel, Kautski, Rosa de Luxemburgo, etc... en eso deconsiderar al Marxismo como un inamovible dogma: para los fran-ceses incluidos los más cercanos a la familia, el “socialismo científi-co” era una doctrina que admitía personales interpretaciones:

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Lafargue inspiraría en él su “derecho a la pereza”, algo tan contrarioa la Ley del Trabajo, que defendieran Marx y Engels, Guesde lo ali-ñaría con rémoras de tipo proudhoniano o blanquista y así logró quese le reconociera, por boca de un tal Frossard como “el principalsembrador de la verdad socialista en Francia”.

Muerta Jennychen, Carlos Longuet, el otro yerno de Marx, se ha-bía inclinado por un socialismo más “posibilista” que revoluciona-rio delegando en sus hijos la defensa de la doctrina del abuelo(solamente uno de ellos, Juan, logró notoriedad como diputado en laAsamblea Francesa).

Y de Laura ¿qué ha sido de Laura? No gran cosa: tradujo en su díaal francés alguno de los trabajos de su padre y en los últimos añosvive pegada a la sombra de su marido. –Mi marido, recuerdo que nosdijo en cierta ocasión, deliberadamente y sin encomendarse a nadiese ha vaciado de ideas que sirvan para algo. Hasta en eso le sigo yo,que estoy perdidamente enamorada de él (para esta mujer, el roman-ticismo es un veneno, dijo de Laura mi Luisa). Recibíamos sus car-tas de tiempo en tiempo hasta que nos invitó a pasar con ellos unosdías en París.

Acudían a su casa diputados y otros ilustres socialistas de distintastendencias, incluidos los de clara orientación católica. Lafargue seenzarzaba con todos y con cada uno en artificiales discusiones sobreprincipios en los que decía no creer. Es en casa de los Lafargue endonde reencontramos a Guesde y conocimos a Jaurés, Vaillant, So-rel, Peguy y a muchos más entre los cuales he de citar al más socia-lista de los descendientes del doctor Marx, Juan Longuet, misobrino (¿porqué no he de reconocerlo?).

Excepción hecha de Carlos Peguy, ninguno de los contertulios dePablo Lafargue se tomaba en serio sus peculiares divagaciones so-bre la escasa significación de la propia vida y, en general, sobre elvalor de las más barajadas inquietudes humanas.

Carlos Peguy, el gran poeta francés, con quien compartimos inol-vidables momentos de conversación sí que prestaba particular aten-ción a los sarcasmos y otros dichos de Pablo Lafargue.

Ilustre ejemplo de la intelectualidad francesa este Peguy: más ami-go de Pascal que de Descartes, se mantiene ahora a distancia de unoy otro para encontrar lo que él llama su personal camino de realiza-

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ción. ¿Cuál es ese camino? Le ha preguntado Luisa y él nos ha res-pondido: Una alegre trayectoria con mi propia cruz, naturalmente.

Hemos sabido que Peguy procede de una humildísima familia deleñadores y obreros del campo, que murió su padre cuando apenascontaba un año de edad, (coincide en ello con nuestro amigo Gorki)que fue criado y educado por su madre y abuela, quienes no regatea-ron sacrificios para cultivar su buena disposición para el estudio.Primero cristiano, luego socialista y de nuevo cristiano a través de lareflexión, valora a las personas por lo que de él puedan necesitar ysueña ahora con un mundo presidido por Dios y la Ciencia y habita-do por personas que se necesitan y complementan para avanzar ha-cia el encuentro de todo lo que cada uno puede ser. Dice sentirseahora muy seguro de lo que piensa y puede hacer por que

“ha descubierto que la realidad es Cristo inmerso en la totali-dad del Universo”.

Yo ¿qué queréis que os diga? Tropiezos con personas como Car-los Peguy me llevan a un mundo en el que me siento como con ganasde aprender a nadar. Mi mujer, en cambio habla y habla para luego,en la intimidad, invitarme a rezar... cosa a la que yo, sin acertar a sa-ber por qué, me sigo resistiendo. Sorprende la profundidad de losdiálogos entre Peguy y Pablo Lafargue, en radical divergencia entreel uno y el otro mientras que Laura finge distraerse.

-Tu esperanza quiere echar raíces en la Nada, porque nada éramosantes de vivir y nada seremos cuando muramos... Ahora, ya viejo ypronto decrépito, empiezo a ser poco menos que nada. Laura y yo lotenemos claro. Nuestra vida termina cuando empezamos a no saberqué hacer.

-Siempre hay algo que hacer por nosotros mismos y por lo demás.-Déjate de monsergas y repíteme sin pestañear ¿qué puedes espe-

rar de la vida cuando hasta el sexo te abandona?-Siempre habrá cosas que saborear o aprender. Le responde Peguy

que es mucho más joven.-Para eso hará falta un optimismo que ni Laura ni yo conocemos.

Ella y yo, a fuer de materialistas, somos epicúreos, nos hemos ama-do como animales racionales que somos y nos resistimos a presen-ciar el agotamiento de la última chispa. Poco nos queda por hacer ypor ver: yo he tenido la suerte de amar y ser amado por una mujer ex-

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cepcional, nada menos que hija del más grande economista de todoslos tiempos, he disfrutado de un cómodo nivel de vida gracias a lagenerosidad de Federico Engels, he escrito y publicado todo lo queme ha apetecido, logré ser el primer diputado marxista de la historiade Francia, he polemizado hasta con el lucero del alba, he saboreadouno a uno, y con la mayor intensidad posible, todos los placeres ase-quibles al hombre, en especial el más exquisito de todos ellos, el pla-cer de la pereza, me he permitido despreciar lo positivo de cualquierciencia, incluida la medicina, que mis padres me impusieron comooficio... Veo que ya no me queda nada por hacer ni que lamentar nisiquiera la separación de mi mujer que me ha acompañado siempre yque me seguirá en el trance final.

-Quiere ello decir...-Pronto sabrás lo que queremos decir.Efectivamente, Peguy y todos nosotros pronto supimos el plan

que Laura y Pablo se habían trazado.Lo explicaba Lafargue en una carta testamento que dejó cuidado-

samente doblada sobre su mesa de trabajo:“Sano de cuerpo y espíritu, me doy la muerte antes de que la

implacable vejez, que me ha quitado uno tras de otro los pla-ceres y goces de la existencia, y me ha despojado de mis fuer-zas físicas e intelectuales, paralice mi energía y acabe con mivoluntad, convirtiéndome en una carga para mí mismo y paralos demás.Desde hace años me he prometido no sobrepasar los setenta

años; he fijado la época del año para mi marcha de esta vida,preparado el modo de ejecutar mi decisión: una inyección hi-podérmica de ácido cianhídrico. Muero con al suprema alegríade tener la certeza de muy pronto triunfará la causa a la queme he entregado desde hace cuarenta y cinco años"

Creo que lo habían decidido veinte años atrás a sugerencia de lamuy romántica Laura, cuando se enteraron del pistoletazo con que,ante la tumba de su amante, acabó su vida el fantasioso GeneralBoulanger. El llamado General Revancha fue en su día consideradohéroe incorruptible por los más exaltados de la época, tanto conser-vadores como revolucionarios. En un momento de sus vidas, Lauray Pablo le aceptaron estratégico compañero en la lucha política ysiguieron de cerca su teatral desaparición.

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-Sí, pero nos suicidaremos no mucho antes de cumplir los setentaaños, me figuro que respondió el menos romántico Pablo a la suge-rencia de Laura, su novelesca enamorada.

Sea como fuere, Pablo y Laura se habían propuesto no llegar lossetenta años. El los habría cumplido el 15 de enero de 1912; ellacontaba entonces sesenta y seis años. Procuraron dejar todo atado ybien atado: esto para el Partido, esto otro para el jardinero y el restopara la doncella, quien, en contrapartida, deberá responsabilizarsedel cuidado de Nino, el perro alsaciano con el que habíancompartido los últimos años...

Y a precipitar el epílogo de sus vidas: Un gris atardecer de otoño,el 25 de noviembre de 1911, largo paseo por los Campos Elíseos,una de las películas últimamente estrenadas, regalo de pasteles y li-cor de menta en el merendero habitual y regreso a su casa semicam-pestre de Draweel. Tienen todo preparado minuciosamente:jeringuilla, aguja hipodérmica, algodón, alcohol y el frasquito conácido cianhídrico. Él a ella, ella a él como en un ritual: moja en al-cohol la mota de algodón, limpia el exterior de la vena más destaca-da del antebrazo, coloca la aguja en la jeringuilla, succiona delfrasquito el líquido mortal y con especial cuidado de no causar do-lor, el pinchazo definitivo. Luego brindan con el más caro champánpreparado al efecto, se dan un beso y se tumban en el lecho de tantosbuenos recuerdos para no levantarse más.

Fue nuestro buen amigo Carlos Peguy el que se desplazó desdeParís a Londres para contárnoslo.

-Pobres locos, ha dicho Luisa y, conmigo, ha llorado por elloscomo hermanos que ya les considerábamos.

Primero Tussy y luego Laura con el tonto de su marido: ¿porquéesas estúpidas por más que voluntarias muertes cuando queda tantopor hacer?

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GUERRA, REVOLUCIÓN Y... ¿PAZ?

Desde 1911 han ocurrido muchas cosas en el mundo y, por su-puesto, en nuestras vidas. La trágica y estúpida muerte de

Laura y Pablo rompió una buena parte de mis esquemas mentales.Luisa reza por ellos con una serenidad que me cuesta comprender.Es como si no le hubiera escandalizado: era algo anunciado y piensoque el lógico final de un camino equivocado. Tussy, creo yo, se qui-tó la vida por absoluta falta de esperanza en otra cosa que no fuera elregreso de su golfo y huidizo Aveling; Laura y Pablo se han suicida-do por puro y simple aburrimiento. Los tres sufrieron el vacío de unmaterialismo formulado muy artificialmente; un materialismo queno tiene el menor sentido

-¿No ha podido ocurrir, pregunto yo, que se hayan creído obliga-dos a rendir un último tributo a las obscuras fuerzas de una revolu-ción que no acaba de llegar?

-Eso de las obscuras fuerzas de la revolución es literatura barata,querido Freddy: se vive y se lucha por que se ama y se tiene fé: lamuerte voluntaria es todo lo contrario ¿teatro? ¿insoportable peso delo gris? ¿infantil afán de notoriedad? ¿ignorancia de lo que, verda-deramente, significa la vida?... ¿qué son todas esas cosas sino mues-tras del más agobiante aburrimiento? Tú no te aburrirás conmigo¿verdad?

Extraña y comprometida pregunta la de Luisa. Pues no, no meaburro con ella. Os confieso que lo nuestro es una apasionante expe-riencia que está durando años y años y que nos ayuda a encontrarsencillos, variados y atractivos colores en las pequeñas cosas decada día. Quiero a mi mujer tal cual es y creo que mucho más quecuando, hace ya tantos años, la quería tal cual era.

La vida continúa y, aunque vamos siendo mayores, no faltan oca-siones para desarrollar actividades que cubren todo nuestro tiempo:Luisa da clases de inglés y ruso, yo hago pequeños trabajos de tra-

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ducción del ruso al inglés. Nuestros hijos y nietos nos visitan confrecuencia.

Hemos vivido en París todo el follón de una guerra cuyas razonesno acertamos a comprender: millones de muertes para que los viejosproblemas de odios y diferencias entre clases sigan tal cual. Se nosha dicho que en Rusia, a la que hoy llaman Unión Soviética, las co-sas siguen otro cauce, pero no para bien de los más débiles; claro quelos fuertes no son los mismos de antes pero, al parecer, las buenasgentes del pueblo siguen pasando calamidades con el añadido deque se odian entre sí un poco más.

Mi amigo Gorki, que, creo, sigue siendo buen camarada de Lenin,vive ahora allí y, me consta, no muy feliz por que no acierta a sinto-nizar con el radical materialismo del régimen. De él nos llegan esca-sas noticias pero suficientes para que nos demos cuenta de alguno desus graves desengaños: no es verdad que, como él decía, el puebloliso y llano no pueda hundirse más en el pozo de la miseria: sabemosque son muchos los rusos que se mueren de hambre y que la elemen-tal libertad para buscar nuevos horizontes se ha hecho imposiblepara los más débiles, que hoy son millones y millones de seres hu-manos. Habíamos escrito a Gorki con la idea de conocer sus últimasandanzas revolucionarias y, para sorpresa nuestra, nos respondiócon una cortés evasiva: -Estoy alejado un millón de verstas de vues-tro posicionamiento; no creo que pueda deciros nada que no osimaginéis. Era amigo de Lenin y lo sigo siendo. Os aconsejo queacudáis a otra fuente de información.

No acertábamos a entender la actitud de nuestro amigo hasta queconocimos el alcance de la censura bolchevique: los “comisarios delpueblo” están en todas partes y fiscalizan todo; ni una palabra ni unaidea pueden distraer la marcha de la revolución.

Lo que sí es cierto es que Marx (tu padre, apunta Luisa con cariño-sa malicia) es la suprema referencia del poder soviético, siempre,claro está, según la interpretación de Lenin y de sus exegetas incon-dicionales (entre los cuales, nos consta, no se encuentra Gorki, queprefiere una mínima libertad de juicio a la babosa claudicación antelos dichos y proyectos del nuevo sátrapa de todas las Rusias).

Me consta que Gorki tenía hambre de libertad y que renegaba delas verdades absolutas sin aplastante demostración ¿porqué, enton-ces, había de aceptar sin reservas paridas ideológicas al estilo de lo

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que he leído en Lenín y que, según parece, expresa el monolitismodel pensamiento, que dice ser fidelísima interpretación del de Marxy que está imponiendo por la fuerza en la inmensa Rusia?

-Marx (tu padre, susurra Luisa), no demostró nada aparte de la pe-rogrullada de que el hombre necesita comer para vivir hasta que semuere: Todo eso de que es una ciencia exacta es una filfa que nadiese puede tomar en serio: son miles de años tratando de comprenderel qué y por qué de lo que existe hasta que viene alguien que dice ha-ber descubierto el secreto de todos los hechos y de todas las cosas,sea ello una monumental simpleza o, peor aún, la plataforma de pro-moción para el aprovechado de turno. Todo eso de Dialéctica, Mate-ria Autosuficiente, futuro en paz y prosperidad a través de unaimplacable lucha de clases (o naciones) etc., etc., que la ligereza dejuicio, la mala fé o la ingenuidad de tantos y tantos... llega a presen-tar como verdades eternas, de hecho, no son más que supuestos tantomás inconsistentes cuanto que la tozuda realidad les enfrenta a laselementales inquietudes de los hombres y mujeres que pueblan elmundo y viven el ansia de acertar con un camino en el que todo loque les ocurre se convierta en ayuda para comprender mejor.

Sí que el doctor Marx ayudó a iniciar un camino, llamémosle deirracional obcecación materialista y que el implacable revoluciona-rio, que ha resultado ser Lenin, traduce con eso de “la revolución acualquier precio hasta que los explotadores se conviertan en explo-tados”

-De esa forma, comenta Luisa, crecerá hasta el infinito el númerode explotados en beneficio de los pocos que aplaudan y sirvan in-condicionalmente al nuevo señor de nuevos señores. Y vengan nue-vas e inconcebibles miserias, muertes y más muertes, todojustificable en el marco de una acción política, que el nuevo régimenruso ha logrado apoyar en una inventada metafísica en que muertesy sacrificios son el tributo que exige la materia para impartir goces yprosperidad a toda la Humanidad. ¿La coartada? Las tropelías y ca-prichos de los poderosos que han llevado al mundo a una despiadadaguerra que ha resultado ser una monstruosa estupidez.

-Creo que el doctor Marx vaticinó que una guerra de ese estilo se-ría el comienzo del fin de una revolución que habría de dar paso a ladictadura del proletariado mundial.

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-Yo no lo veo tan claro, me responde mi mujer. Ves que los prole-tarios franceses han preferido luchar por su patria antes que por lossupuestos intereses de los proletarios alemanes y, así, a larecíproca...

-Reconocerás que ha habido sus más y sus menos en los congresosde los social-demócratas de unos y otros países.

-Pero, al final, se han impuesto otros valores que ese odio visceralque los marxistas imaginan en los proletarios de cualquier latitud.No es el odio, querido Freddy, el garante de la justicia social y delprogreso.

-Me gustaría saber lo que, sobre todo ello, opina el diputado JuanLonguet.

En casa de los Lafargue habíamos conocido a Juan Longuet (so-brino tuyo, apunta Luisa con su gracia de siempre), hijo deJennychen y de Carlos Longuet (recordaréis que ella murió muy jo-ven en 1882; él la sobrevivió veinte años) y fuimos a visitarlo a sudespacho del Parlamento.

-Mamá -se refería Juan Longuet a Jennychen, claro está - nos po-nía como ejemplo de generosa e infatigable trabajadora a su madrede usted, la inolvidable Lenchen, Nimmy, como mi madre la llama-ba cariñosamente. Es un honor para mí estrechar la mano del hijo detan excepcional socialista. Mi recordado tío Pablo me ha hablado deusted más de una vez.

-Aprovecho esta ocasión para transmitirle mis condolencias por lainesperada desaparición de su tíos.

-Laura y Pablo tenían su propia idea de la vida y de la muerte.Contrariamente a ellos, yo pienso que nunca sé es demasiado viejopara intentar ser útil a los demás. Justo en este momento me sería degran ayuda contar con su experiencia.

-Sí que estamos informados de los esfuerzos de su grupo y, en par-ticular, de usted para organizar esta paz todavía no muyconsolidada.

-¿Qué quiere usted que le diga? Mal que les pese a Lenín y Trosky,para nosotros, los socialistas franceses, existen otras prioridades queuna revolución al estilo de la soviética. No, no estoy de acuerdo contodo lo que está ocurriendo en Rusia y estoy seguro que mi abuelono hubiera tardado más de unos minutos en marcar distancias con

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esos dos practicantes de la revolución por la revolución. Para miabuelo la revolución era un mal trago solamente asumible cuandolas circunstancias lo hacían necesario y era previsible un buen resul-tado final. Los soviéticos no lo ven así: de ellos recientemente he-mos recibido un mensaje que, más que un ultraje, es unaprovocación. Por nuestros camaradas rusos hemos estado dispues-tos a dejarnos matar y, en lugar de reconocerlo, han maniobradopara dividir nuestro partido permitiéndose negarnos toda autoridadmoral para defender una historia y una escala de valores, que nacendel íntimo convencimiento de que seguimos por el camino trazadopor mi abuelo y su lúcido e inseparable amigo Federico Engels. Aúnasí, por nuestros camaradas rusos, mi grupo y yo estamos dispuestosa repetir mil veces lo que ya hemos hecho y que el Soviet de Moscúconsidera insignificante. Deberían tener en cuenta que nuestro Parti-do tiene un impecable pasado, que nuestro Proletariado, desde losheroicos días de la Comuna en que, junto con mi padre, se jugaronsu situación y su vida miles de ellos, ha trazado en la historia un sur-co que le libera de seguir al primer ciego aventurero con la soga alcuello y la cabeza cubierta de cenizas como si fuera indigno de apli-car todas sus energías y todo su saber hacer a la causa socialista. Enotro tiempo, cuando Saint Simon difundía los primeros gérmenes dela doctrina socialista nuestro Proletariado fue capaz de sacrificar sucabeza ante el patíbulo y ahora es muy capaz de dotar al Partido delos heroicos trabajadores dirigentes del mañana; tiene, pues el dere-cho de mostrarse orgulloso; tiene su propio pasado, un pasado, delque nadie, ni siquiera el propio Lenin, puede exigirnos renegar paraimponer su peculiar estrategia, seguida de esa fidelidad perruna queya ha logrado de no pocos de nuestros antiguos compañeros, esosmismos que han renunciado al glorioso nombre de socialistas parallamarse comunistas.

-Comunista era lo que a sí mismo se consideraba el doctor Marx,su abuelo de usted, apuntó Luisa con oportuna y un tanto aviesaintención.

-Eso fue hace ya muchos años, cuando el proletario no tenía otracosa que perder que sus cadenas. Pero, progresivamente, mi propioabuelo el Dr. Marx, también Engels, Berstein, mi tío Lafargue,Guesde, Jaurés y, permitidme la inmodestia, yo mismo... hemoscomprendido que son otros los tiempos y que, al lado de una revolu-ción, que no tiene por que ser violenta, está la independencia econó-

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mica de nuestro Partido, la estratégica toma de posiciones, laparticipación política dentro del buen orden republicano, el profun-dizar en las lecciones de la Historia.... actitudes a las que habríamosde renunciar de seguir sin rechistar las consignas de Lenin, deTrosky y de unos pocos más que se presentan al mundo comoinfalibles.

El diputado Longuet, mi sobrino (que no deja de recordarme Lui-sa) hablaba con nosotros como si estuviera pronunciando un mitin.Yo hubiera preferido una conversación más sencilla y profunda,pero ello habría significado obligarle a renunciar a su papel de padrede la patria, que era tal como se consideraba. Luisa, mi mujer, norenunció a la que entendió pregunta de rigor:

-¿Cree usted en Dios, diputado Longuet?-¿Por qué habría de creer si soy socialista y descendiente directo

de quien hizo de un materialismo sin Dios el eje de todos sus afanes?-¿Cree usted que el doctor Marx murió convencido de que la Ma-

teria es el principio y fin de todo y de que sin la lucha de unos contraotros es imposible el progreso?

El diputado Longuet, mi sobrino, no tuvo para esa pregunta ni si-quiera la obligada cortesía que debía merecerle una respetable seño-ra, tanto más si es la esposa del hijo de la buena mujer que él mismoha calificado de excepcional socialista. Se levantó de su asiento y,sin mediar otra frase que un “hasta la vista, señores”, nos extendió sumano que yo estreché y mi mujer ignoró. A esas alturas de mi vida,ya no me habría importado hablarle de su filiación familiar conmigo(no deja de ser mi sobrino), pero, obviamente, no añadí palabraalguna a su seca despedida.

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RAFAGAS DE LIBERTAD

Ocurría en la primavera de 1922, a orillas del Mosela, en la ca-sita que había pertenecido a mis abuelos maternos, a un cuarto

de hora de paseo desde la Porta Nigra de Tréveris. Vivimos aquí conIngrid, nuestra nieta, y hasta aquí se ha acercado el inefable Gorki,sin hablar otro idioma que el ruso y vestido como un mujik.

-Ese Dios del que tú me hablas no existe; por eso el amor del quetambién me hablas es imposible. Fue una de las réplicas de Gorki aLuisa, mi mujer.

-Para nosotros, los católicos, la percepción de un amor sin barrerasy en plena libertad es garantía de fe y de esperanza; sin la sposibili-dad de ese amor todo lo que hagamos resultaría absolutamente estú-pido e inutil, le respondió Luisa sonriendo como solamente ella sabehacerlo.

Nos cuenta que fue el propio Lenin quien, hace un año, le aconsejóque, por motivos de salud, buscase un clima distinto al de Moscú.Ciertamente, Gorki arrastra las secuelas del fallido suicidio del queya os he hablado (Gorki tenía 18 años y la bala que se disparó lerozó el corazón y destrozó un pulmón generándole una tuberculosiscrónica). No es nuestro amigo hombre que sacrifique sus ideales poruna mayor calidad de vida; pero sabe muy bien que la condescen-dencia del “Zar Rojo” tiene un límite, incluso para aquellos pocos alos que respeta o aprecia .

Al igual que en Capri, su casa de Moscú era lugar de encuentro yacogida para artistas e intelectuales, que, al igual que él, se sentíanrevolucionarios aunque, tambien al igual que él, no del todo fieles ala consigna leniniana de “dentro de la Revolución todo, contra larevolución nada”.

-Para mí la Revolución era otra cosa, pero ¿qué queréis que osdiga? Soy amigo incondicional de Lenin. (Nos consta que, como

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amigo de Lenin, ha salvado la vida a no pocos acusados de con-tra-revolucionarios, el peor delito en las circunstancias que vive Ru-sia, en donde por cambiarlo todo han cambiado hasta el bonito ynoble nombre de Rusia por el de Unión Soviética). Ese hombre deldestino (así llama Gorki a Lenin) sigue siendo un tozudo solitario alque obsesiona un horizonte posible según y cómo, pero con coloresy peculiaridades que él mismo se ha creado y que se propone alcan-zar con la ayuda de los más innobles personajes. A pesar de todo, deser como es y de encarnar la mayor responsabilidad de todo lo quepasa en mi patria, procuro hacer lo imposible para no romper con él,que sigue considerándome su amigo y no siempre me niega las soli-citudes de clemencia para muchos de los perseguidos. Por otra parte,con la mayor libertad y comodidad que facilita el estar alejado deMoscú, me gustaría seguir trabajando hasta el último aliento de mipobre vida para que no se rompa el cordón umbilical entre la Rusiadel interior y la del exilio, la roja y la blanca, la revolucionaria y lacontrarrevolucionaria. Y para ello, apunta Gorki en un susurro, meviene muy bien la libertad de movimientos que, graciosamente, meconcede Lenin, quien, justo es decirlo, no es el mismo que era, aun-que ya antes valorase muy poquito a cuantos pudieran entorpecer sucamino hacia el poder absoluto, cosa que, si se logra y tal como yaapuntó el gran Aristóteles, acaba convertido en corrupción absoluta.

Seguro que Gorki no ha venido a Tréveris solamente por noso-tros, pero sí que contamos con su aprecio, en nuestra casa se aloja ydesde aquí, todas las mañanas, se acerca, como en peregrinación,hasta el número 25 de la calle que hoy se llama Karlstrasse, la caso-na que fue de mis abuelos paternos y en donde nació mi padre, eldoctor Marx, a quien Gorki confiesa profunda devoción.

-Marxista y ateo, eso es lo que soy, yo diría que de forma visceral.-¿Más ateo que marxista? Pregunta mi mujer.-Justamente lo contrario: estoy dispuesto a dejar de ser ateo si tú,

respetabilísima amiga mía, me demuestres que Dios existe.-Tú mismo eres la mejor demostración, dice mi mujer-No sé si a ti te ocurre lo mismo, digo yo; pero te aseguro que, cada

día que pasa y rompo con alguna de esas ataduras materialistas quetan definitivas presentaban tus contertulios de Capri, veo más fácilsaborear mayores dosis de libertad personal.

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-No me extraña que con esa mujer tuya al lado pase a segundo pla-no el vértigo de las ideas que otros vivimos o sufrimos. Por mi parte,ahora ya no profundizo tanto en lo que, años atrás, era nuestra prin-cipal obsesión: ya tengo mis dudas sobre si Dios existe o no existe,pero me siento bolchevique y amo a Rusia; la amo apasionadamentey no sé si podré vivir mucho tiempo alejado de ella. Aquí y allí lavida es una selva llena de árboles arrancados por la tempestad, y esmenester, a través de tantos obstáculos, encontrar el camino... ¿dón-de? ¿nos equivocamos todos?... Habrá que ver cómo se divierte eldiablo con las zancadillas que nos ponemos unos a otros.

Trae Gorki el recuerdo de infinitas experiencias y testimonios delo vivido en el trepidante acontecer ruso. Nos habla de las checas, delos juicios sumarísimos, de las desapariciones, de los ahorcados alos bordes del camino pero creo que, sobre todo, le están impresio-nando las trágicas decepciones de los jóvenes poetas. Nos cita elcaso de uno muy joven, muy enamorado de una casquivana, comotodos los poetas jóvenes, que ha vivido apasionadamente las peripe-cias de la revolución, que habla y escribe en el empalagoso estiloque agrada a Lenin y que le permitía ser mimado por el régimen,pero que, aplaudido, admirado y libre para moverse de aquí paraallá... no ha podido soportar el vacío interior que a muchos de ellosatormenta y ha truncado su vida con un pistoletazo. Y explica ojustifica su muerte con una nota que mi mujer califica de palabras,palabras, palabras....

Nos la leyó Gorki con aire de infinita desolación:Todos sois mis cómplices; pero la muerte es mía y os pido,

os exijo, que no acuséis a nadie. Nada de llantos ni quejidos: aldifunto le horrorizaban. Mamá, hermanos, camaradas... per-donadme; sé que éste no es el mejor camino, pero, para mí nohay otra salida. Kati, sígueme queriendo. Camarada Gobierno,preocúpate de mi madre, de mis hermanos, de Kati y de todoslos demás que vivían a mi alrededor: Gracias si así te compor-tas. Listo para sentencia: la barca del amor se ha estrelladocontra la rutina de la vida y ya no es tiempo de recordar suscolores o lo que unos a otros nos hemos hecho. Sed felices.

-¿Dices que era muy joven?, preguntó Luisa.-No había cumplido treinta años-Tussy, Laura, Pablo y, ahora..., estos alocados y jóvenes poetas

rusos ¿hacia dónde?

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-Hacia el encuentro con su verdad, me responde Luisa. Reconocedque lo del materialismo es un insoportable drama que, por demás,nace y se alimenta en supuestos y supuestos...

-¿Cómo dejar de admitir, pregunta Gorki, que ese tu Dios no esmás que otro agobiante supuesto?

-Rebelde y generoso amigo, toma y lee, le invita Luisa al tiempoque le entrega un manoseado ejemplar del Nuevo Testamento. Hazun esfuerzo y lee hasta llegar al pasaje en donde el Maestro dice:“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida y el que cree en Mí, aunquemuera, vivirá eternamente”.

-Ya conozco ese libro y te prometo repasarlo palabra por palabrahasta tropezar con el pasaje que, para mí, nace de una hermosa supo-sición, pero suposición al fin. Sigo creyendo en Marx, aunque meduela: Para muchos de nosotros, desengañados o no con la revolu-ción bolchevique, tropelía o hazaña de Lenín, Troski y unos pocosmás, Marx sigue siendo el profeta de los nuevos tiempos.

-Un profeta sin la humildad necesaria para reconocer la propia de-bilidad...

-No sé, no sé... dijo Gorki como si dudara para luego reirse estrepi-tosamente.

Pocos días estuvo con nosotros nuestro entrañable amigo Gorki,menos conocido que por Alexis Maximovich, su verdadero nombre.Volvió a Italia en busca del sol como el mejor contrapeso a su tisiscrónica. Desde allí siguió las peripecias de la enfermedad y muertede su amigo Vladimiro Illich Ulianov (Lenin para todos nosotros), yel trágico colofón de una encarnizada lucha por el poder protagoni-zada por el impresentable de Stalin y sus interminables ajustes decuentas en nombre de la verdad proletaria.

-Vuelvo a Rusia, nos ha escrito Gorki recientemente. Quiero sabersi hay allí algo que yo pueda hacer para que mis hermanos se dejende matar entre sí. En vuestra respuesta ya sé lo que me va a decir migentil y hermosa amiga alemana; pero sí que tengo curiosidad porconocer tus pensamientos de ahora, amigo Freddy.

No he respondido todavía y algo tengo que decirle sobre lo queahora pienso sobre todo lo que ocurre. Intentaré seguir de cerca latrayectoria vital de nuestro amigo Gorki, generoso y valiente comopocos de los muchos exaltados que he conocido.

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¿Qué pienso yo de todo eso? Pienso que casi todos los intelectua-les o inconformistas con que he tropezado, con Gorki como una delas pocas excepciones, por necesidades de su propia carrera, eligen ohan elegido un tren del que no quieren apearse aún a conciencia deque no les lleva a ninguna parte o, lo que todavía me resulta más des-corazonador, les lleva en la dirección contraria a la que ellos preten-dían. Sin reconocerlo muy abiertamente, desde que conozco a lamujer con quien llevo compartidos más de cincuenta felices años,disfruto de las pequeñas cosas de mi vida familiar y, también, labo-ral... sin haber subido hasta ahora a ningún tren del que ignore la es-tación de destino: tomo a cada día como un paseo con alguna queotra novedad. Viene la tarde, luego la noche y, antes de dormirme,beso a mi mujer y también rezo con el deseo de compartir todos susamores y esperanzas.

Aquí se interrumpe lo escrito por Federico Demuth,fallecido el 28 de enero de 1929, fecha en que ya Sta-lin se había hecho dueño de todas las Rusias y, sin ru-bor alguno, decía trabajar por el bien de laHumanidad puesto que seguía al pie de la letra elpensamiento de Carlos Marx, auténtica interpreta-ción de la Realidad y el heredero legítimo del mejorlegado de la Historia en el decir de Lenin.

Febrero de 2008

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INDICE1.- EL OSO, LENCHEN, MARTA Y YO................................................... 52.- TUSSY, ENTRAÑABLE AMIGA ...................................................... 113.- EL DOCTOR MARX, PADRE DE TUSSY ....................................... 134.- UN PICNIC EN FAMILIA ................................................................ 155.- LA ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE TRABAJADORES ........... 216.- EL MEDICO REVOLUCIONARIO .................................................. 357.- MI PRIMER TRAJE NUEVO ........................................................... 398.- LA BODA DE LAURA ..................................................................... 439.- TRÉVERIS, CIUDAD MÁGICA ....................................................... 45

10.- EL VIOLINISTA REBELDE ........................................................... 5311.- UN CURA CATOLICO, CONDISCÍPULO DEL DOCTOR MARX .. 5512.- LA BONITA, DEVOTA Y ESQUIVA MARY ................................. . 6513.- EL SECRETO DE MI MADRE ...................................................... 6714.- MI PRIMER ALMUERZO CON HERR ENGELS ........................... 6915.- TRISTÁN, ISOLDA, MARY Y YO .................................................. 7516.- A LA SALIDA DE LA FABRICA ..................................................... 7917.- LAS FLORES DE LA ESTUPIDEZ ................................................ 8318.- EL MISIONERO OWENIANO ........................................................ 8719.- LA LECCION COMUNISTA DE MI MADRE .................................. 9520.- APRENDICES DE REVOLUCIONARIO .........................................9921.- JENNYCHEN MARX .....................................................................10722.- GUERRA Y REVOLUCION ...........................................................11123.- LA COMMUNE, LISSAGARAY Y TUSSY .....................................11924.- EL DOCTOR MARX Y LOS PERIODISTAS ..................................12325.- JENNYCHEN Y CARLOS LONGUET ...........................................13326.- IDEAS, AMORES Y AMORÍOS .....................................................13527.- MIGUEL BAKUNIN Y EL DOCTOR MARX ...................................14128.- FINAL DE LA INTERNACIONAL .................................................. 14729.- MI BUEN AMIGO GERMAN ......................................................... 14930.- LA GENEROSIDAD DE MI MADRE ............................................. 15331.- LUISA, TREVERIS Y YO .............................................................. 15532.- EL REGRESO A LONDRES ......................................................... 16533.- UN BURGUES COMUNISTA ....................................................... 16734.- LA FELICITACION DEL DR, MARX ............................................ 17535.- TUSSY, LISSAGARAY Y EL TEATRO ........................................ 18336.- TIEMPOS DE AMOR Y DE PREGUNTAS ................................... 18737.- LA MATERIA Y LA ESPECIE ....................................................... 19338.- MIS NUEVAS AMISTADES REVOLUCIONARIAS ...................... 19739.- LUZ, MAS LUZ ............................................................................. 20340.- TRES VISITAS DE LA MUERTE ................................................. 21341.- EL TESTAMENTO POLÍTICO DEL DOCTOR MARX ...................219

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42.- EL DERECHO A LA PEREZA DE PABLO LAFARGUE ............... 22343.- EL COMPULSIVO AMOR DE PABLO Y LAURA ......................... 23144.- LA LUCHA DE LAS ESPECIES Y EL SOCIALISMO .................. 23545.- LA SECULAR SOCIETY .............................................................. 23946.- EL NUEVO AMANTE DE TUSSY ................................................ 24147.- TEATRO, AMOR Y SOCIALISMO .............................................. 24748.- LOS DINEROS DEL GENERAL ................................................... 24949.- ¿UN SOCIALISMO A LA MEDIDA DE LOS BURGUESES? ........ 25150.- LUISA, TUSSY Y EL SOCIALISMO INGLES .............................. 25351.- A LA SOMBRA DEL PATRIARCA ................................................ 26352.- LA MUERTE DE LENCHEN, MI MADRE ..................................... 26753.- EL AGITADO Y CERRADO MUNDO DE TUSSY ....................... 27754.- LOS LAFARGUE Y EL GENERAL “REVANCHA” ........................ 28355.- UN MEMORABLE CUMPLEAÑOS .............................................. 28956.- EL ADIOS DEL GENERAL ........................................................... 29757.- ANGUSTIOSA DECEPCION DE TUSSY .................................... 30158.- ¡POBRE AMOR SIN LIBERTAD! .................................................. 30559.- LA INVITACIÓN DE NUESTRO AMIGO GORKI .......................... 31160.- GORKI, LENIN Y LA REVOLUCION ............................................ 31761.- LA ESCUELA DE CAPRI .............................................................. 32362.- LOS CONSTRUCTORES DE DIOS ............................................. 33163.- ESTÚPIDO Y TRÁJICO FINAL DE LAURA Y PABLO ................. 34164.- GUERRA, REVOLUCION Y... ¿PAZ? .......................................... 34765.- RÁFAGAS DE LIBERTAD ........................................................... 353