leyenda de la malinche

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Leyenda de la malinche Se cuenta la historia que desde hace muchos años antes de la consumación de la conquista de Hernán Cortez hacia el pueblo azteca, la india cuyo nombre era Malinche, fue bautizada por los españoles con el nombre de “Mariana” , hubo un tiempo en donde ella fue esclava, ella después falleció. Los aztecas al darse cuenta de lo sucedido intentaron recuperar el cuerpo de su preciada Malinche y en una oportunidad que tuvieron los aztecas tomaron el cuerpo y se retirar inmediatamente. Entonces rápidamente trasladaron el cuerpo de la Malinche a varios escondites para evitar que los españoles retomaran el cuerpo nuevamente, los indios Aztecas tomaron uno de los caballos que el mismo Hernán Cortez le dio en su llegada a su pueblo. Después de recorrer un largo camino llegaron a la cueva de un cerro, en donde dejaron el cuerpo de la Malinche y al salir ellos clausuraron la entrada con piedras grandes. A partir de ese día, el cerro tomo el nombre de Malintzin y desde su cresta se lograba apreciar la silueta de la Malinche quien le pedía lluvia al cielo para los habitantes de su pueblo. La Leyenda de Popocatépetl e Iztaccíhuatl La vista que engalana a la ciudad más grande del mundo: la Ciudad de México, está realzada por la majestuosidad de dos de los volcanes más altos del hemisferio, se trata del Popocatépetl y del Iztaccíhuatl. La presencia milenaria de estos enormes volcanes ha sido de gran importancia en las diferentes sociedades que los han admirado y venerado, siendo fuente de inspiración de múltiples leyendas sobre su origen y creación. Entre ellas las más conocidas son dos que a continuación relataremos. Hace ya miles de años, cuando el Imperio Azteca estaba en su

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clasica leyenda de la malinche. ideal para trabajos escolares

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Page 1: Leyenda de La Malinche

Leyenda de la malinche

Se cuenta la historia que desde hace muchos años antes de la consumación de la conquista de Hernán Cortez hacia el pueblo azteca, la india cuyo nombre era Malinche, fue bautizada por los españoles con el nombre de “Mariana” , hubo un tiempo en donde ella fue esclava, ella después falleció. Los aztecas al darse cuenta de lo sucedido intentaron recuperar el cuerpo de su preciada Malinche y en una oportunidad que tuvieron los aztecas tomaron el cuerpo y se retirar inmediatamente.Entonces rápidamente trasladaron el cuerpo de la Malinche a varios escondites para evitar que los españoles retomaran el cuerpo nuevamente, los indios Aztecas tomaron uno de los caballos que el mismo Hernán Cortez le dio en su llegada a su pueblo. Después de recorrer un largo camino llegaron a la cueva de un cerro, en donde dejaron el cuerpo de la Malinche y al salir ellos clausuraron la entrada con

piedras grandes. A partir de ese día, el cerro tomo el nombre de Malintzin y desde su cresta se lograba apreciar la silueta de la Malinche quien le pedía lluvia al cielo para los habitantes de su pueblo.

La Leyenda de Popocatépetl e Iztaccíhuatl

La vista que engalana a la ciudad más grande del mundo: la Ciudad de México, está realzada por la majestuosidad de dos de los volcanes más altos del hemisferio, se trata del Popocatépetl y del Iztaccíhuatl. La presencia milenaria de estos enormes volcanes ha sido de gran importancia en las diferentes sociedades que los han admirado y venerado, siendo fuente de inspiración de múltiples leyendas sobre su origen y creación. Entre ellas las más conocidas son dos que a continuación relataremos. Hace ya miles de años, cuando el Imperio Azteca estaba en su esplendor y dominaba el Valle de México, como práctica común sometían a los pueblos vecinos, requiriéndoles un tributo obligatorio. Fue entonces cuando el cacique de los Tlaxcaltecas, acérrimos enemigos de los Aztecas, cansado de esta terrible opresión, decidió luchar por la libertad de su pueblo. El cacique tenía una hija, llamada Iztaccíhuatl, era la

princesa más bella y depositó su amor en el joven Popocatépetl, uno de los más apuestos guerreros de su pueblo. Ambos se profesaban un inmenso amor, por lo que antes de partir a la guerra, Popocatépetl pidió al cacique la mano de la princesa Iztaccíhuatl. El padre accedió gustoso y prometió recibirlo con una gran celebración para darle la mano de su hija si regresaba victorioso de la batalla. El valiente guerrero aceptó, se preparó para partir y guardó en su corazón la promesa de que la princesa lo esperaría para consumar su amor. Al poco tiempo, un rival de amores de Popocatépetl, celoso del amor de ambos se profesaba, le dijo a la princesa Iztaccíhuatl que su amado había muerto

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durante el combate. Abatida por la tristeza y sin saber que todo era mentira, la princesa murió. Tiempo después, Popocatépetl regresó victorioso a su pueblo, con la esperanza de ver a su amada. A su llegada, recibió la terrible noticia sobre el fallecimiento de la princesa Iztaccíhuatl. Entristecido con la noticia, vagó por las calles durante varios días y noches, hasta que decidió hacer algo para honrar su amor y que el recuerdo de la princesa permaneciera en la memoria de los pueblos. Mandó construir una gran tumba ante el Sol, amontonando 10 cerros para formar una enorme montaña. Tomó entre sus brazos el cuerpo de su princesa, lo llevó a la cima y lo recostó inerte sobre la gran montaña. El joven guerrero le dio un beso póstumo, tomó una antorcha humeante y se arrodilló frente a su amada, para velar así, su sueño eterno. Desde aquel entonces permanecen juntos, uno frente a otro. Con el tiempo la nieve cubrió sus cuerpos, convirtiéndose en dos enormes volcanes que seguirán así hasta el final del mundo. La leyenda añade, que cuando el guerrero Popocatépetl se acuerda de su amada, su corazón que guarda el fuego de la pasión eterna, tiembla y su antorcha echa humo. Por ello hasta hoy en día, el volcán Popocatépetl continúa arrojando fumarolas.

La mulata de Córdoba

La mulata vivía en la villa de Córdoba en Veracruz, durante los días se dice que ella se la pasaba atendiendo a los enfermos, también sanando sus almas, así como hacia toda clase de hechizos para que ellos se sintieran mejor, siempre dando su vida por los demás, estaba sola, no tenía esposo, solo se juntaba con un viejo indio. De noche humos rojos y negros salían de su chimenea, dicen algunos que estaba casada con el chamuco, hay quienes afirman haberla visto por los cielos con una

escoba y riéndose a carcajadas. El tribunal luego de oír todo le mandó a las mazmorras para que la queme, ella solo le pidió al carcelero un carbón, cuando se lo llevó ella pintó en la pared un barco, y en una corta conversación la mulata le preguntó que le faltaba al navío, el carcelero contestó que navegar, entonces ella se subió en el barco de la pared y comenzó a navegar por la misma hasta el rincón y desapareció, se dice que luego bajaron otros guardias del calabozo, pero ya no estaba la mulata y el carcelero había fallecido.

Leyenda de la casa del trueno

Hace mucho tiempo existía una cueva que cada cierto tiempo era visitadas por 7 sacerdotes que se encargaban de hacerle tributo al dios del trueno en la cueva, durante sus ceremonias cantaban y rezaban, así ocurría siempre, en una cueva en una región deshabitada.Al pasar los años personas comenzaron asentarse en esa región, estos eran pobladores totonacos que buscaban mejores tierras para sus cosechas. Los sacerdotes al notar que sus

tierras ya no estaban deshabitadas decidieron invocar al dios del trueno y pedir que comenzará a llover para que ahuyentara a los nuevos pobladores. Así ocurrió durante

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varios días, llovió y llovió hasta que los Totonacas no tuvieron otra opción que buscar un acuerdo con los sacerdotes, los cuales aceptaron detener las lluvias a cambio de que los totonacas construyeran un templo en ese lugar y desde ahí los adoraban.

La leyenda de la calle del indio triste

Las calles que llevaron los nombres de 1ª y 2ª del Indio Triste (ahora 1ª y 2ª del Correo Mayor y 1ª del Carmen), recuerdan una antigua tradición que un viejo vecino de dichas calles refería con todos sus puntos y comas, y aseguraba y protestaba "ser cierta y verdadera", pues a él se la había contado su buen padre, y a éste sus abuelos, de quienes se había ido transmitiendo de generación en generación, hasta el año de 1840, en que la puso en letras de molde el Conde de la Cortina. Contaba aquel buen vecino

que, a raíz de la conquista, el gobierno español se propuso proteger a los indios nobles, supervivientes de la vieja estirpe azteca; unos habían caído prisioneros en la guerra, y otros que voluntariamente se presentaron, con el objeto de servir a los castellanos alegando que habían sido víctimas de la dura tiranía en que los tuviera durante mucho tiempo el llamado Emperador Moctecuhzoma II o Xocoyotzin. Pero hay que advertir que esta protección dispensada a esos indios nobles, no era la protección abnegada que les habían prodigado los santos misioneros, sino el interés de los primeros gobernadores, de las primeras Audiencias y de los primeros virreyes de la Nueva España, que utilizaban a esos indios como espías para que, en el caso de que los naturales intentasen levantarse en contra de los españoles, inmediatamente éstos lo supiesen y sofocaran el fuego de la conjura y así evitar cualquier levantamiento. Cuenta pues la tradición citada, que en una de las casas de la calle que hoy se nombra 1a del Carmen, quizá la que hace esquina con la calle de Guatemala, antes de santa Teresa, vivía allá a mediados del siglo XVI uno de aquellos indios nobles que, a cambio de su espionaje y servilismo, recibía los favores de sus nuevos amos; y este indio a que alude la tradición, era muy privado del virrey que entonces gobernaba la Colonia. El tal indio poseía casas suntuosas en la ciudad, sementeras en los campos, ganados y aves de corral. Tenía joyas que había heredado de sus antecesores; discos de oro, que semejaban soles o lunas, anillos, brazaletes, collares de verdes chalchihuites; bezotes de negra obsidiana; capas y fajas de finísimo algodón o de riquísimas plumas; cacles de cuero admirablemente adobado o de pita tejida con exquisito gusto; esteras o petates de finas palmas, teñidas con diversos colores; cómodos sillones, forrados con pieles de tigres, leopardos o venados. En una palabra, poseía aquel indio todo lo que constituía para él y los suyos un tesoro de riquezas y obras de arte. El indio, aunque había recibido las aguas bautismales y se confesaba, comulgaba, oía misa y sermones con toda devoción y acatamiento, como todos los de su raza era socarrón y taimado, y en el interior de su casa, en el aposento más apartado, tenía un santo Cali privado, a modo de oratorio particular, con imágenes cristianas, para rendir culto a muchos idolillos de oro y piedra que eran efigies de los dioses que más veneraba en su gentilidad.Y así como practicaba piadosos cultos cristianos a fin de engañar con sus fingimientos a los benditos frailes, así también engañaba llevando la vida disipada de un príncipe destronado, sumido sin tasa en la molicie de los placeres carnales que le prodigaban sus muchas mancebas, o entregado a los vicios de la gula y de la embriaguez, hartándose de manjares picantes e indigestos y ahogándose con sendas jícaras y jarros de pulque fermentado con yerbas olorosas y estimulantes o con frutas dulces y sabrosas. El indio

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aquel acabó por embrutecerse. Volviese supersticioso, en tal extremo, que vivía atormentado por el temor de las iras de sus dioses y por el miedo que le inspiraba el diablo, que veía pintado en los retablos de las iglesias, a los pies del Príncipe de los Arcángeles.

La leyenda de don Juan Manuel

Hace muchísimos años, durante la época de la colonia, vivió en la Nueva España un caballero español llamado Don Juan Manuel de Solórzano. Don Juan Manuel era un personaje inspiraba respeto y era muy reconocido por su inteligencia, era tal la fama que tenía este caballero que el mismísimo Virrey de la Nueva España, Don Lope Díaz de Armendáriz, Marqués de Cadereita, le

ofreció el cargo de “privado del virrey”, un cargo muy importante en aquel entonces, y no tardó mucho Don Juan Manuel en hacerse de numerosos enemigos dentro del gobierno que le envidiaban y le deseaban el mal. Don Juan Manuel, siendo astuto como un zorro, pudo anticiparse a las trampas y resolver rápidamente cualquier problema que se le presentara, sin embargo, Don Juan Manuel tenía una gran debilidad, que una vez descubierta por sus enemigos no tardaron en aprovechar. Don Juan Manuel estaba casado con una hermosa mujer llamada Marina, era tal la belleza de su esposa que todos los hombres que la conocían no podían dejar de admirarle. Esto despertaba en Don Juan Manuel unos celos terribles, que le cegaban hasta la locura impidiéndole pensar con claridad. Pasó el tiempo, y Don Juan Manuel se ilusiono con la idea de tener un hijo, pasaron los meses y cada día que pasaba Don Juan Manuel se entristecía debido a que no podía tener herederos, desilusionado y con mucho dolor en su corazón Don Juan Manuel con decidió pasar un tiempo en el convento de San Francisco para encontrar algún consuelo y alivio. Mientras el permanecía con los monjes, decidió traer a su sobrino de España para que se encargara de sus negocios. Los enemigos de Don Juan Manuel, al enterarse de su decisión de permanecer en el convento rápidamente idearon un plan para atacarlo. Esparcieron el rumor de que durante su ausencia Doña Marina había engañado a Don Juan Manuel con otro Hombre. El rumor llego finalmente hasta el convento, Don Juan Manuel se enfureció al enterarse como nunca lo había hecho, en su corazón solo había odio y resentimiento y trastornado por la desesperación invocó al diablo prometiéndole su alma a cambio de información acerca del hombre que según él lo

había deshonrado. Lucifer le dijo que saliera del convento y matara al primer hombre que viera a las 11 de la noche. Y así lo hizo, salió Don Juan Manuel. La noche siguiente del crimen Lucifer se apareció nuevamente, y con un tono burlón le informo a Don Juan Manuel que el hombre que había asesinado no era el hombre que él estaba buscando, pero que si quería vengar la afrenta, tendría que salir todas las noches a las 11 de la noche y asesinar al primer hombre que se encontrara en su camino hasta el día que Lucifer se apareciera junto al cadáver del culpable. Don Juan Manuel siguió las

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instrucciones del maligno y cada noche momentos antes de la 11, salía de su casa en busca del supuesto amante. Cuando encontraba al primer hombre, Don Juan Manuel le preguntaba, ¿Qué horas son?, y cuando le respondían, son las 11, Don Juan Manuel contestaba sacando un puñal de entre sus ropas “Dichoso aquel que sabe la hora de su muerte” y comenzaba con su sangrienta tarea. Una mañana tocaron a su mansión para informarle que su sobrino había sido apuñalado le noche anterior alrededor de las 11, Don Juan Manuel reconoció las ropas y supo que había sido él, el asesino de su propio sobrino. Arrepentido y con mucho dolor en su corazón, Don Juan Manuel se dirigió desesperado rumbo al convento de San Francisco en busca de un sabio monje. Don Juan Manuel le relato todo lo que había vivido y le pregunto cómo podría pagar su penitencia. Sin perder la calma el monje le dijo que la única forma de absolver sus culpas seria presentándose al lugar donde se encontraba la horca durante tres noches seguidas y

rezara un rosario. Don Juan Manuel, adolorido y arrepentido de haber dado muerte a su querido sobrino se presentó al lugar indicado por el monje y se dispuso a rezar. No terminaba de rezar cuando comenzó a sentir un frio terrible y escucho una voz de ultratumba que decía, un Ave María y un padre nuestro por la salvación de Don Juan Manuel. Temeroso, Don Juan Manuel regreso a su mansión y espero a la primera luz del

día para visitar al monje y relatarle lo sucedido. El monje le indico que continuara su penitencia ya que esa era la única forma de conseguir la absolución de sus pecados. Don Juan Manuel espero a que anocheciera y se dirigió nuevamente rumbo a la horca. Una vez allí, y disponiéndose a rezar, una procesión fantasmal apareció ante sus ojos, figuras diabólicas comenzaron a atormentarle y de entre este cortejo fantasmal Don Juan Manuel

pudo ver un ataúd que contenía su propio cuerpo. Muerto de miedo Don Juan Manuel fue a visitar al monje nuevamente, temiendo que su muerte se aproximaba, le suplico al monje que le diera su perdón. El monje satisfecho con el comportamiento de Don Juan Manuel, le indico que continuara su penitencia yendo a rezar a la horca por una noche más para cumplir con su penitencia. De esta tercera ocasión, nadie conoce muchos detalles, únicamente se sabe que Don Juan Manuel fue encontrado colgado de la horca, la Leyenda asegura que fueron los propios ángeles quienes colgaron a Don Juan Manuel, liberándolo de todos sus crímenes y culpas.

La Llorona

Se cuenta que existió una mujer indígena que tenía un romance con un caballero español, la relación se consumó dando como fruto tres bellos hijos, a los cuales la madre cuidaba de forma devota, convirtiéndolos en su adoración. Los días seguían corriendo, entre mentiras y sombras, manteniéndose escondidos de los demás para disfrutar de su vínculo, la mujer viendo su familia formada, las necesidades de sus hijos por un Padre

de tiempo completo comienza a pedir que la relación sea formalizada, el caballero la

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esquivaba en cada ocasión, quizás por temor al qué dirán, siendo él un miembro de la sociedad en sus más altos niveles, pensaba mucho en la opinión de los demás y aquel nexo con una indígena podría afectarle demasiado su estatus . Tras la insistencia de la mujer y la negación del caballero, un tiempo después, el hombre la dejó para casarse con una dama española de alta sociedad. La mujer Indígena al enterarse, dolida por la traición y el engaño, totalmente desesperada, tomó a sus tres hijos, llevándolos a orillas del rio, abrazándolos fuertemente con el profundo amor que les profesaba, los hundió en el hasta ahogarlos. Para después terminar con su propia vida al no poder soportar la culpa de los actos cometidos. Desde ese día, se escucha el lamento lleno de dolor de la mujer en el río donde esto ocurrió. Hay quienes dicen haberla visto vagando buscando desesperada, con un profundo grito de dolor y lamento que clama por sus hijos. La culpa no la deja descansar, su lamento se escucha cerca de la plaza mayor, quienes miran a través de sus ventanas ven una mujer vestida enteramente de blanco, delgada, llamando a sus hijos y que se esfuma en el lago de Texcoco.

El niño debajo del lavadero

Una vez existieron dos niños. Hermanos. Una niña llamada Sarah, y un niño llamado Oscar. Como era normal en los chicos de su edad, solían jugar en el patio de su casa por largo tiempo. En ciertas ocasiones su madre escuchaba llorando a Sarah, quejándose porque alguien le pegaba, sin embargo cuando reprendía a Oscar, este le indicaba que había sido él, que era Rolando, a pesar de ser evidente que no había nadie más que ellos. La señora se molestaba por creer que todo eran mentiras, y lo reprendía con más fuerza .Todo estaba bien en su casa, salvo el aparente mal comportamiento de Oscar. Hasta que cierta noche la madre escuchó extraños ruidos que provenían del patio, cuando ya pasaban de las 2:00 am. Eran las voces de sus hijos jugando fuera. Cuando salió para saber qué era lo que sucedía... quedó petrificado. Miró sin aliento, como Oscar y Sarah arrojaban la pelota y que esta regresaba

hacia ellos sin ninguna lógica. Desconcertada y molesta a la vez, les preguntó qué era lo que hacían afuera a esas horas, a lo que respondieron que jugaban con su amigo Rolando. La mujer sintió helarse la sangre al escuchar eso, pero manteniendo su firmeza los hizo entrar, tratando de convencerse que seguía medio dormida. Al poco rato se escuchó a la niña gritando, pidiendo ayuda, clamando a un tal Rolando que la dejara en paz. Cuando su madre llegó tan rápido como pudo, la niña le dijo con desesperación que era Rolando, que se había llevado a Oscar, mientras apuntaba hacía un lugar donde no había nada. La madre buscó toda la noche a Oscar sin ningún éxito, y al día siguiente fue a levantar la denuncia de lo que había sucedido. Todo quedó como un secuestro, sin rastro alguno de a dónde se habían llevado a su hijo. Días después la mujer comenzó a creer ver sombras que corrían hasta el lavadero, mientras un extraño eco inexplicable hacía sonar el murmullo de risas. Había veces que incluso creía escuchar que llamaban a su hija. Unas semanas después de estar soportando eso, la mujer le contó todo a su hermano, cansada y desconsolada. El hombre atinó a decir que la tierra lucía floja en la parte debajo del lavadero y le propuso a su hermana que levantaran la tierra para saber a qué se debía eso. Decidido a saber que había enterrado en aquel lugar sombrío, tomó una pala y comenzó a cavar. Mientras sacaba más y más tierra, la inevitable sensación de

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lo que allí encontrarían los carcomía con cada segundo con cada palada Llegado el momento, el hermano de la mujer se cubrió la boca y retrocedió, mientras ella se acercaba con la cara contraída en una expresión de desconsuelo... de terror. Entre la tierra removida estaban los huesos de un niño muerto hacía mucho tiempo. Rolando. Y a su lado estaba el que parecía ser el cuerpo en descomposición de Oscar. A quien Rolando se había llevado, para jugar en la perpetua oscuridad, en el eterno vacío de la muerte.

El Trailero Fantasma

La carretera de “La Rumorosa” que va de Mexicali a Tijuana, es una de las más peligrosas del mundo, aunque a simple vista no lo parezca, una serie curvas entre barrancos y extrañas corrientes de aire, trabajan en conjunto con una pendiente muy pronunciada, le dan a este camino un numero desafortunado de accidentes en su historia. Cuenta la leyenda que aquel desafortunado día, un trailero manejaba a toda velocidad rumbo a Mexicali, pues su esposa estaba a punto de dar a luz y quería llegar rápido a su casa, pero esta prisa fue su perdición, en una de tantas curvas perdió el control para estrellarse contra unas rocas. Como acto de buena suerte, el conductor no murió en

el accidente, teniendo tiempo de bajar del tráiler, todo aturdido, se revisó el cuerpo para darse cuenta que estaba sin un rasguño. Después de sacudirse el susto se sentó a un lado de la carretera esperando que alguien que pasara pudiera ayudarlo. Tras el cansancio el hombre cayó dormido, al despertar ya era de noche, y decidió caminar, pues el clima es extremadamente frio en invierno. Pensando que la salida estaba cerca, camino y camino por horas, pero para su asombro tanto avanzar solo lo llevó al mismo lugar del accidente. Tres días después el camión fue encontrado, pero sin señales del conductor. Hasta que un día, en la carretera ya mencionada, un hombre hacía señas para que alguien se detuviera, cuando por fin logro su cometido: —Amigo, me llamo Francisco Vázquez y necesito con urgencia que mi mujer reciba un dinero porque va a tener un niño. Yo no puedo ir, mi trailer se descompuso y no lo puedo dejar aquí- Le dijo al alma caritativa que se detuvo en medio de la nada —sí, señor, con gusto se lo llevaré— contestó el joven -dígame dónde vive su señora- agregó. El hombre le entregó un papel con la dirección y el nombre de su esposa. El joven se despidió siguiendo su camino a Mexicali. Al día siguiente, con su encargo el joven fue en busca de la señora, sin éxito, pues ella no vivía más en la dirección que le habían dado, como buen samaritano, hizo varios intentos, hasta que una anciana le indicó donde podría encontrar a la señora. Este llegó al lugar y tocó a la puerta. — ¿Dígame joven? — Le preguntó la señora, — perdone, ¿aquí vive la esposa del señor francisco Vázquez? -,– soy yo –contestó ella — ¿qué se le ofrece?– —ayer en la carretera, su esposo me pidió que le trajera este dinero, porque se le descompuso el tráiler…-, — ¡no puede ser! — Lo interrumpió la señora tapándose la boca— Mi marido murió hace cinco años-. Con las piernas temblorosas, el joven le dejó el dinero a la señora, que estaba hundida en llanto. El joven llegó a su casa aun confundido por lo que había pasado, pero el susto le volvió al cerrar la puerta, pues el fantasma de Francisco Vázquez estaba parado en un rincón, para darle las gracias. Cuenta la leyenda que este trailero fantasma se aparece a muchos pidiéndoles el mismo encargo, y después de tantos años, su esposa aún sigue recibiendo el dinero.

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La enfermera Eva

Dicen que en una ranchería cercana a la ciudad de Tijuana vivía una enfermera llamada Eva. Era muy conocida y respetada porque ayudaba a los enfermos y a los accidentados; sin importar la hora iba adonde selo pidieran. Cierto día, llegó a su casa una señora que le rogó muy angustiada:—Señorita Eva, mi esposo está enfermo, necesita que lo atiendan; por favor, venga a verlo. —¿Qué es

lo que tiene? —preguntó la enfermera. —Ha tenido mucho dolor de estómago, toda la noche se estuvo quejando —respondió la mujer. — ¿Por dónde vives? —Cerca de La Rumorosa —contestó. —Está lejos —dijo la enfermera—. Primero voy a ver a una vecina que también está enferma, pero dime cómo llegar y en cuanto me desocupe, iré para allá. La señora le dio las señas del lugar y se fue. Mientras tanto, la enfermera tomó su maletín y se dirigió a la casa de su vecina Terminada su visita, salió rumbo a La Rumorosa caminando bajo el calor intenso del mediodía, pero en su prisa por llegar adonde la esperaban, equivocó el camino. —No veo ninguna casa —pensó preocupada— estoy segura de que me dijo que era por aquí. Ya habían pasado varias horas desde que saliera de su casa y pronto oscurecería. Tenía hambre y sed porque el agua que llevaba se había terminado; aun así trató de no desesperarse. Levantó la vista y no miró otra cosa que piedras formando los enormes cerros de La Rumorosa... una sensación de temor la invadió porque sabía historias de ese lugar en las que se hablaba de aparecidos, brujas y quién sabe cuántas cosas más.Decidió volver a caminar y guardando su miedo se metió entre aquellos cerros; con la noche las enormes piedras que se encontraban por todos lados se transformaban en horrendas personas y animales que gritaban su nombre: ¡Eva, Eva...! La mujer echó a correr desesperada entre las rocas hasta que sus pies resbalaron y no supo más de sí.Con los días, los vecinos fueron a buscar a Eva a su casa, pero no la encontraron. No volvieron a saber de ella hasta que en las curvas de La Rumorosa vieron a una mujer vestida de blanco que pedía... el camino era tan difícil que nadie podía detenerse, pero aun así, cuando menos se lo esperaban, ¡aparecía sentada a un lado del que iba manejando! ¡El susto que se llevaban! La mujer se quedaba muda y siempre desaparecía frente al panteón. Se dice que todos estaban tan espantados que ya no querían pasar por aquellos lugares, pues corría el rumor de que era la enfermera muerta.Otros cuentan que en la Cruz Roja de Tecate, muchos pacientes han sido atendidos por una misteriosa mujer que era muy cuidadosa en las curaciones y desaparecía siempre que llegaba la enfermera de turno; a pesar del susto que les dio ver cómo se desvanecía, la mayoría coincide en que siempre los favoreció.Mucha gente ha acudido con el padre para que ayude a la enfermera en pena, pero, como nadie sabe dónde murió, no han podido hacer nada; así, la muerta seguirá vagando por los caminos de La Rumorosa durante muchos años más.

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Leyenda un amor del más allá

El suceso de tintes bizarros que gira en torno a Carl Tanzler y sus retorcidas predilecciones en el amor y el cariño, parecen sacadas de una leyenda urbana, aunque en realidad esta historia es verídica. Dicho individuo se bautizó con numerosos nombres, aunque Conde Carl Von Cosel sería uno de los más conocidos, junto a Tanzler, por no hablar de su certificado de matrimonio alemán, donde firmó con el nombre de Georg Karl Tänzler. La increíble historia de un amor más alla de la muerte Tanzler nació en 1877 en Dresden, Alemania y se mudó a Zephyryhills, Florida, en 1927. Pronto se sumaron su esposa y dos hijas. Allí, consiguió un trabajo como radiologista en el Hospital para Marines de Estados Unidos en Key West. Se contrató a Tanzler para atender la sección de enfermos de tuberculosis, que por aquel entonces era una enfermedad muy extendida y mortal. Por más que los doctores se empleasen en sus pacientes, la tuberculosis se cobraba

muchas vidas en aquella década de 1930. Muchos de los conocidos de Tanzler eran pacientes, y la mayoría sucumbían ante esta enfermedad. La carga emocional y mental que esto requiere, es difícil de entender para nosotros que no nos enfrentamos a la muerte a diario, pero para cualquier mente sana, esta desensibilización en la realidad de la mortalidad, supone una peligrosa mella de amor. En este punto, cabe destacar que Tanzler no era una de las personas más estables, siempre fabulando sobre nuevas técnicas y conocimientos médicos que nunca fueron refutados. Decía saber curar varias dolencias con técnicas no testadas y siempre mencionó sus títulos y cualificaciones que nunca pudieron ser demostrados. Al parecer, no disponía de ninguna formación de escuela médica alguna. Estos delirios de grandeza, quedaban constatados cuando narraba que siendo tanto niño o adulto, fue visitado por el espíritu de un antiquísimo ancestro, la Condesa Anna Constantia Von Cosel, de la cuál Tanzel empezó a adoptar su nombre. Esta aparición, le enseñó visiones sobre una exótica belleza de negros cabellos que sería el amor de su vida. Aunque estaba casado y con hijos, Tanzler creyó haber encontrado a su particular venus, cuando conoció a Maria Elena Milagro “Helen” de Hoyos en abril de 1930. Elena era una paciente de tuberculosis que contaba con 22 años y una gran belleza. Tanzler se esmeró en sanar a Elena a toda costa, y su desesperada familia accedió a que la tratase con sus métodos poco ortodoxos, que no habían sido probados en nadie con anterioridad. Estos consistían, desde hierbas medicinales a tratamientos de rayos X. De esta manera, Tanzler empezó a profesar un amor hacia Elena, a la cual agasajaba con regalos y atención, aunque sus remedios médicos no la rescataban de la enfermedad. Al parecer, la idea que tenía Tanzler, era que si salvaba a Elena de esta enfermedad fatal, no le quedaría más remedio que estar en deuda amorosa con él. A pesar de sus obsesivos esfuerzos, Elena murió el 25 de Octubre de 1931. Tanzler temía que las aguas subterráneas contaminaran el cuerpo de la fallecida, por lo que construyó un mausoleo elevado del suelo donde descansaría el cuerpo en paz, con el permiso de la familia. Allí, comenzó a visitar a Elena, y su relación con ella avanzó a un estadio más macabro increíble.La familia de Elena, había confiado en él la vida de su hija, y conociendo lo mucho que hizo por ella, no sospecharon nada de sus visitas a la tumba. Lo que no sabían en ese momento, es que Tanzler se había embarcado en una carrera contra la descomposición del cuerpo de Elena, intentando mantener el cadáver en un estado de éxtasis. Preservó el cuerpo con formaldehido e intentó otras dudosas técnicas como aplicarle electricidad con un cañón tesla o ungüentos de partículas de oro. Durante los siguientes dos años, se sentaba junto a Elena la mayoría de noches, manteniendo largas conversaciones con su cadáver. Incluso llegó a

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instalar un teléfono para poder comunicarse con ella aunque no estuviera presente allí. Tanzler manifestó que el fantasma de Elena le visitaba de forma regular, pidiéndole que retirase el cuerpo de su tumba. Eso es lo que hizo en 1933, robando el cuerpo de Elena del mausoleo y llevándola a su casa. En este punto, Elena llevaba muerta dos años, y Tanzler luchaba incesantemente para preservar su cuerpo. Usaba toda clase de preservantes para detener la descomposición, y aplicaba botella tras botella de perfumes para compensar el hedor que desprendía su marchito cuerpo. La increíble historia de un amor más allá de la muerte. Nada parecía funcionar, y el cuerpo de Elena Hoyos continuó pudriéndose. A pesar de eso, intentó siempre que ambos permanecieran juntos, simulando vivir una feliz relación. Para ello, incluso tocaba canciones en el órgano para ella, instrumento en el que Tanzler era experto. Mientras el proceso de descomposición continuaba, sus métodos se fueron extremando. Usó cuerdas de piano para mantener sus huesos juntos, en un bizarro intento de conservar su esqueleto formado. Cuando sus ojos se pudrieron, los sustituyó por unas réplicas de cristal. Su piel podrida pronto fue cayendo, y mientras lo hacía, Tanzler fue reemplazándola con una extraña composición que había creado, mezclando terciopelo, cera y yeso. Amor en cada paso natural de la descomposición, Tanzler intentó congelar a Elena en el tiempo, y con cada uno de estos pasos, ella era menos ese cuerpo al que había amado. Pronto se convirtió en una muñeca mórbida, una triste caricatura de la Elena Hoyos viviente. Su cuerpo se desmoronaba a la vez que sus órganos se descomponían, y Tanzler llenó su estómago y pecho con trapos con la esperanza de conservar su forma. El pelo fue cayendo, y usó esos mismos cabellos para fabricar una peluca con la que vestir su cada vez más calva cabeza. Algunas versiones, alegan que instaló un tubo que actuaba como una falsa vagina con la que realizar el acto sexual, pero estas evidencias no fueron registradas en los primeros informes cuando el caso salió a la luz. Este hecho fue “recordado” por dos científicos presentes en la autopsia de 1940 cuando pasaron 30 años del incidente.historia En 1940, nueve años después de la muerte de Elena, su hermana oyó rumores acerca de las acciones de Tanzler y fue a visitarle. En su casa, encontró el cuerpo, vestido con las ropas de Elena. Tanzler fue arrestado y se le sometió a un examen psiquiátrico. Se le encontró capaz de enfrentarse a un juicio con el cargo de haber “destruido una tumba y haber profanado el cuerpo sin autorización de forma malintencionada”. Aun así, el estatuto de limitaciones para los crímenes contra tumbas, había expirado en su caso, por lo que nunca fue castigado. Esto choca con una noticia que he encontrado sobre una fianza pagada para liberarlo. El caso es que no fue preso. Esta terrible y extraña historia fue cubierta por los medios, pero la opinión pública, sorprendentemente, se decantó a favor de Tanzler. Mucha gente lo consideró un romántico excéntrico, que quizás se había equivocado, pero nunca con mala intención. El cuerpo de Elena Hoyos fue examinado por médicos y patólogos, y fue mostrado a un público de miles de personas. Tras esto, su cuerpo se enterró en una localización secreta, donde permanece aun actualmente. Tanzler escribió una autobiografía pasados unos años, que apareció en la revista de fantasía y ciencia ficción, “Aventuras fantásticas”, en 1947. Pero esto no se trataba de algo ficticio, y la historia continuó. Aunque Tanzler había perdido el cuerpo de Elena, su obsesión no menguó. Usó una mascarilla para crear una efigie, vistiéndola como Elena. De alguna manera, la grotesca transformación de una bella mujer a una muñeca perturbadora, había terminado. No había duda de que Elena Hoyos, su querida compañera en vida, inhabitante del cuerpo artificial, era más importante para Tanzler que la Elena real, una bella mujer que nunca estuvo enamorada de él al principio. Vivió de sus recuerdos con esta efigie el resto de su vida. Tanzler murió el 13 de Agosto de 1952 en su casa. Una versión cuenta que murió con la efigie de Elena en sus brazos, aunque su obituario declara que fue encontrado muerto, desvanecido tras uno de sus órganos. realidad fuese una ilusión deformada. Nos produce curiosidad, y luego nos disgusta por lo que hizo. ¿Podemos llegar a sentir algo de lástima por él, un hombre que no pudo soportar vivir en un mundo aparte de la mujer que no podía perder? Quizás la historia sea tan macabra que nos cueste verla desde un punto de vista romántico.

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Leyenda de la malinche

Se cuenta la historia que desde hace muchos años antes de la consumación de la conquista de Hernán Cortez hacia el pueblo azteca, la india cuyo nombre era Malinche, fue bautizada por los españoles con el nombre de “Mariana” , hubo un tiempo en donde ella fue esclava, ella después falleció. Los aztecas al darse cuenta de lo sucedido intentaron recuperar el cuerpo de su preciada Malinche y en una oportunidad que tuvieron los aztecas tomaron el cuerpo y se retirar inmediatamente.Entonces rápidamente trasladaron el cuerpo de la Malinche a varios escondites para evitar que los españoles retomaran el cuerpo nuevamente, los indios Aztecas tomaron uno de los caballos que el mismo Hernán Cortez le dio en su llegada a su pueblo. Después de recorrer un largo camino llegaron a la cueva de un cerro, en donde dejaron el cuerpo de la Malinche y al salir ellos clausuraron la entrada con piedras grandes. A partir de ese día, el cerro tomo el nombre de Malintzin y desde su cresta se lograba apreciar la silueta de la Malinche quien le pedía lluvia al cielo para los habitantes de su pueblo.

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La Leyenda de los volcanes

La vista que engalana a la ciudad más grande del mundo: la Ciudad de México, está realzada por la majestuosidad de dos de los volcanes más altos del hemisferio, se trata del Popocatépetl y del Iztaccíhuatl. La presencia milenaria de estos enormes volcanes ha sido de gran importancia en las diferentes sociedades que los han admirado y venerado, siendo fuente de inspiración de múltiples leyendas sobre su origen y creación. Entre ellas las más conocidas son dos que a continuación relataremos. Hace ya miles de años, cuando el Imperio Azteca estaba en su esplendor y dominaba el Valle de México, como práctica común sometían a los pueblos vecinos, requiriéndoles un tributo obligatorio. Fue entonces cuando el cacique de los Tlaxcaltecas, acérrimos enemigos de los Aztecas, cansado de esta terrible opresión, decidió luchar por la libertad de su pueblo. El cacique tenía una hija, llamada Iztaccíhuatl, era la princesa más bella y depositó su amor en el joven Popocatépetl, uno de los más apuestos guerreros de su pueblo. Ambos se profesaban un inmenso amor, por lo que antes de partir a la guerra, Popocatépetl pidió al cacique la mano de la princesa Iztaccíhuatl. El padre accedió gustoso y prometió recibirlo con una gran celebración para darle la mano de su hija si regresaba victorioso de la batalla. El valiente guerrero aceptó, se preparó para partir y guardó en su corazón la promesa de que la princesa lo esperaría para consumar su amor. Al poco tiempo, un rival de amores de Popocatépetl, celoso del amor de ambos se profesaba, le dijo a la princesa Iztaccíhuatl que su amado había muerto durante el combate. Abatida por la tristeza y sin saber que todo era mentira, la princesa murió. Tiempo después, Popocatépetl regresó victorioso a su pueblo, con la esperanza de ver a su amada. A su llegada, recibió la terrible noticia sobre el fallecimiento de la princesa Iztaccíhuatl. Entristecido con la noticia, vagó por las calles durante varios días y noches, hasta que decidió hacer algo para honrar su amor y que el recuerdo de la princesa permaneciera en la memoria de los pueblos. Mandó construir una gran tumba ante el Sol, amontonando 10 cerros para formar una enorme montaña. Tomó entre sus brazos el cuerpo de su princesa, lo llevó a la cima y lo recostó inerte sobre la gran montaña. El joven guerrero le dio un beso póstumo, tomó una antorcha humeante y se arrodilló frente a su amada, para velar así, su sueño eterno. Desde aquel entonces permanecen juntos, uno frente a otro. Con el tiempo la nieve cubrió sus cuerpos, convirtiéndose en dos enormes volcanes que seguirán así hasta el final del mundo. La leyenda añade, que cuando el guerrero Popocatépetl se acuerda de su amada, su corazón que guarda el fuego de la pasión eterna, tiembla y su antorcha echa humo. Por ello hasta hoy en día, el volcán Popocatépetl continúa arrojando fumarolas.

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La mulata de Córdoba

La ciudad mexicana de Córdoba, en el sur del estado de Veracruz, ofrece una particular leyenda acerca de una mujer que parece haber dejado una indeleble huella tiempos coloniales. Nos referimos, claro está, a la leyenda de la mulata de Córdoba. A principios del siglo XVIII, aun cuando la fecha no pueda ser precisada exactamente, sino que, por el contrario, las diversas dataciones difieren mucho entre sí, habitó en Córdoba, ciudad mexicana, una mujer de origen ignoto a quien todos conocían como la mulata. De ella corrían versiones que todos consideraban creíbles, aun cuando parecieran exageradas, que se trataba de una bruja, de una hechicera, de una peligrosa mujer que había hecho un pacto con el Diablo. Sin embargo, y a pesar de que se contaba que en su casa se podían observar extrañas luces luego de la caída del sol, como si se estuviera celebrando algún ritual, nunca se pudo obtener prueba fehaciente de esas actividades secretas. Sin embargo, era verdad que se la consideraba una poderosa hechicera, especialmente en el rubro dedicado a los milagros casi imposibles de hacer acontecer: quienes acudían a ellas sanaban de enfermedades incurables, las jóvenes casaderas que habían sido abandonadas por sus novios veían que éstos regresaban para ponerse definitivamente a sus pies, quienes perdían su empleo encontraban uno mejor. Al parecer la capacidad de la misteriosa mulata de satisfacer a sus clientes en el arte de la hechicería no tenía límites. También se afirmaba de ella que tenía el don de volar, y que lo hacía sobre los tejados por las noches, alarmando a los perros guardianes, aunque jamás hubo testigo presencial de ese prodigio. Muchos afirmaron que era posible verla al mismo tiempo en la ciudad de Córdoba y en la ciudad de México, lo que en parapsicología se conoce como bilocación, o la capacidad sobrenatural de estar en dos lugares simultáneamente. No había dudas de que mulata cordobesa conocía los vericuetos de las antiguas enseñanzas de la magia. No por nada en México, cuando alguien recibe un pedido imposible de cumplir, contesta: ¡No soy la mulata de Córdoba! Hasta nuestros días ha llegado su fama. No obstante, tanto alboroto y rumor atrajo la atención del Santo Oficio de la Inquisición, quien no tardó en abrir un proceso contra la mulata. En él se la acusaba de practicar la magia negra, de invocar a los poderes de las tinieblas, de tener comercio carnal con Satanás y de burlarse de la religión. La mulata fue sometida a juicio; muchos de los testigos de cargo, que levantaron graves acusaciones, habían sido anteriores clientes de la mulata. Fue encontrada culpable de brujería y condenada a relajación; en otras palabras, a ser ejecutada en pública sentencia por el poder civil. Se fijó una fecha para la aplicación de la pena capital, tras un plazo de unas cuantas semanas. Días antes de la jornada fijada, se desató un terrible aguacero sobre la ciudad de Córdoba; jamás se había visto caer tal cantidad de agua de los cielos; las calles se hallaban sumergidas en líquido amarronado. De pronto, un fragor se escuchó desde los muros del edificio en donde se hallaban las celdas de la Inquisición; desde el refugio de sus ventanas, lo atónitos habitantes de Córdoba vieron cómo la mulata huía bajo la tormenta en un barco pequeño, que copiaba las formas de un pesado galeón español, pero de dimensiones adaptadas al cuerpo de una

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persona, y era llevado por la corriente lejos del pueblo, sin que nadie pudiera hacer nada para evitarlo, ya que la lluvia era tan intensa que no permitía siquiera caminar. Cuando el diluvio amainó, los carceleros pudieron ver en una de las paredes de la celda de la mulata un barco idéntico, dibujado con carbón. Se corrió la voz de que con sus poderes la mujer había convocado a un navío desde algún lugar del otro mundo. Jamás nadie volvió a ver a la mulata de Córdoba, y su ancestral sabiduría brujeril se perdió para siempre.

Leyenda de la casa del trueno

Hace mucho tiempo existía una cueva que cada cierto tiempo era visitadas por 7 sacerdotes que se encargaban de hacerle tributo al dios del trueno en la cueva, durante sus ceremonias cantaban y rezaban, así ocurría siempre, en una cueva en una región deshabitada.Al pasar los años personas comenzaron asentarse en esa región, estos eran pobladores totonacos que buscaban mejores tierras para sus cosechas. Los sacerdotes al notar que sus tierras ya no estaban deshabitadas decidieron invocar al dios del trueno y pedir que comenzará a llover para que ahuyentara a los nuevos pobladores. Así ocurrió durante varios días, llovió y llovió hasta que los Totonacas no tuvieron otra opción que buscar un acuerdo con los sacerdotes, los cuales aceptaron detener las lluvias a cambio de que los totonacas construyeran un templo en ese lugar y desde ahí los adoraban.

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La leyenda de la calle del indio triste

Las calles que llevaron los nombres de 1ª y 2ª del Indio Triste (ahora 1ª y 2ª del Correo Mayor y 1ª del Carmen), recuerdan una antigua tradición que un viejo vecino de dichas calles refería con todos sus puntos y comas, y aseguraba y protestaba "ser cierta y verdadera", pues a él se la había contado su buen padre, y a éste sus abuelos, de quienes se había ido transmitiendo de generación en generación, hasta el año de 1840, en que la puso en letras de molde el Conde de la Cortina. Contaba aquel buen vecino que, a raíz de la conquista, el gobierno español se propuso proteger a los indios nobles, supervivientes de la vieja estirpe azteca; unos habían caído prisioneros en la guerra, y otros que voluntariamente se presentaron, con el objeto de servir a los castellanos

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alegando que habían sido víctimas de la dura tiranía en que los tuviera durante mucho tiempo el llamado Emperador Moctecuhzoma II o Xocoyotzin. Pero hay que advertir que esta protección dispensada a esos indios nobles, no era la protección abnegada que les habían prodigado los santos misioneros, sino el interés de los primeros gobernadores, de las primeras Audiencias y de los primeros virreyes de la Nueva España, que utilizaban a esos indios como espías para que, en el caso de que los naturales intentasen levantarse en contra de los españoles, inmediatamente éstos lo supiesen y sofocaran el fuego de la conjura y así evitar cualquier levantamiento. Cuenta pues la tradición citada, que en una de las casas de la calle que hoy se nombra 1a del Carmen, quizá la que hace esquina con la calle de Guatemala, antes de santa Teresa, vivía allá a mediados del siglo XVI uno de aquellos indios nobles que, a cambio de su espionaje y servilismo, recibía los favores de sus nuevos amos; y este indio a que alude la tradición, era muy privado del virrey que entonces gobernaba la Colonia. El tal indio poseía casas suntuosas en la ciudad, sementeras en los campos, ganados y aves de corral. Tenía joyas que había heredado de sus antecesores; discos de oro, que semejaban soles o lunas, anillos, brazaletes, collares de verdes chalchihuites; bezotes de negra obsidiana; capas y fajas de finísimo algodón o de riquísimas plumas; cacles de cuero admirablemente adobado o de pita tejida con exquisito gusto; esteras o petates de finas palmas, teñidas con diversos colores; cómodos sillones, forrados con pieles de tigres, leopardos o venados. En una palabra, poseía aquel indio todo lo que constituía para él y los suyos un tesoro de riquezas y obras de arte. El indio, aunque había recibido las aguas bautismales y se confesaba, comulgaba, oía misa y sermones con toda devoción y acatamiento, como todos los de su raza era socarrón y taimado, y en el interior de su casa, en el aposento más apartado, tenía un santo Cali privado, a modo de oratorio particular, con imágenes cristianas, para rendir culto a muchos idolillos de oro y piedra que eran efigies de los dioses que más veneraba en su gentilidad.Y así como practicaba piadosos cultos cristianos a fin de engañar con sus fingimientos a los benditos frailes, así también engañaba llevando la vida disipada de un príncipe destronado, sumido sin tasa en la molicie de los placeres carnales que le prodigaban sus muchas mancebas, o entregado a los vicios de la gula y de la embriaguez, hartándose de manjares picantes e indigestos y ahogándose con sendas jícaras y jarros de pulque fermentado con yerbas olorosas y estimulantes o con frutas dulces y sabrosas. El indio aquel acabó por embrutecerse. Volviese supersticioso, en tal extremo, que vivía atormentado por el temor de las iras de sus dioses y por el miedo que le inspiraba el diablo, que veía pintado en los retablos de las iglesias, a los pies del Príncipe de los Arcángeles.

La leyenda de don Juan Manuel

Hace muchísimos años, durante la época de la colonia, vivió en la Nueva España un caballero español llamado Don Juan Manuel de Solórzano. Don Juan Manuel era un personaje inspiraba respeto y era muy reconocido por su inteligencia, era tal la fama que tenía este caballero que el mismísimo Virrey de la Nueva España, Don Lope Díaz de

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Armendáriz, Marqués de Cadereita, le ofreció el cargo de “privado del virrey”, un cargo muy importante en aquel entonces, y no tardó mucho Don Juan Manuel en hacerse de numerosos enemigos dentro del gobierno que le envidiaban y le deseaban el mal. Don Juan Manuel, siendo astuto como un zorro, pudo anticiparse a las trampas y resolver rápidamente cualquier problema que se le presentara, sin embargo, Don Juan Manuel tenía una gran debilidad, que una vez descubierta por sus enemigos no tardaron en aprovechar. Don Juan Manuel estaba casado con una hermosa mujer llamada Marina, era tal la belleza de su esposa que todos los hombres que la conocían no podían dejar de admirarle. Esto despertaba en Don Juan Manuel unos celos terribles, que le cegaban hasta la locura impidiéndole pensar con claridad. Pasó el tiempo, y Don Juan Manuel se ilusiono con la idea de tener un hijo, pasaron los meses y cada día que pasaba Don Juan Manuel se entristecía debido a que no podía tener herederos, desilusionado y con mucho dolor en su corazón Don Juan Manuel con decidió pasar un tiempo en el convento de San Francisco para encontrar algún consuelo y alivio. Mientras el permanecía con los monjes, decidió traer a su sobrino de España para que se encargara de sus negocios. Los enemigos de Don Juan Manuel, al enterarse de su decisión de permanecer en el convento rápidamente idearon un plan para atacarlo. Esparcieron el rumor de que durante su ausencia Doña Marina había engañado a Don Juan Manuel con otro Hombre. El rumor llego finalmente hasta el convento, Don Juan Manuel se enfureció al enterarse como nunca lo había hecho, en su corazón solo había odio y resentimiento y trastornado por la desesperación invocó al diablo prometiéndole su alma a cambio de información acerca del hombre que según él lo había deshonrado. Lucifer le dijo que saliera del convento y matara al primer hombre que viera a las 11 de la noche. Y así lo hizo, salió Don Juan Manuel. La noche siguiente del crimen Lucifer se apareció nuevamente, y con un tono burlón le informo a Don Juan Manuel que el hombre que había asesinado no era el hombre que él estaba buscando, pero que si quería vengar la afrenta, tendría que salir todas las noches a las 11 de la noche y asesinar al primer hombre que se encontrara en su camino hasta el día que Lucifer se apareciera junto al cadáver del culpable. Don Juan Manuel siguió las instrucciones del maligno y cada noche momentos antes de la 11, salía de su casa en busca del supuesto amante. Cuando encontraba al primer hombre, Don Juan Manuel le preguntaba, ¿Qué horas son?, y cuando le respondían, son las 11, Don Juan Manuel contestaba sacando un puñal de entre sus ropas “Dichoso aquel que sabe la hora de su muerte” y comenzaba con su sangrienta tarea. Una mañana tocaron a su mansión para informarle que su sobrino había sido apuñalado le noche anterior alrededor de las 11, Don Juan Manuel reconoció las ropas y supo que había sido él, el asesino de su propio sobrino. Arrepentido y con mucho dolor en su corazón, Don Juan Manuel se dirigió desesperado rumbo al convento de San Francisco en busca de un sabio monje. Don Juan Manuel le relato todo lo que había vivido y le pregunto cómo podría pagar su penitencia. Sin perder la calma el monje le dijo que la única forma de absolver sus culpas seria presentándose al lugar donde se encontraba la horca durante tres noches seguidas y rezara un rosario. Don Juan Manuel, adolorido y arrepentido de haber dado muerte a su querido sobrino se presentó al lugar indicado por el monje y se dispuso a rezar. No terminaba de rezar cuando comenzó a sentir un frio terrible y escucho una voz de ultratumba que decía, un Ave María y un padre nuestro por la salvación de Don Juan Manuel. Temeroso, Don Juan Manuel regreso a su mansión y espero a la primera luz del día para visitar al monje y relatarle lo sucedido. El monje le indico que continuara su penitencia ya que esa era la única forma de conseguir la absolución de sus pecados. Don Juan Manuel espero a que anocheciera y se dirigió nuevamente

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rumbo a la horca. Una vez allí, y disponiéndose a rezar, una procesión fantasmal apareció ante sus ojos, figuras diabólicas comenzaron a atormentarle y de entre este cortejo fantasmal Don Juan Manuel pudo ver un ataúd que contenía su propio cuerpo. Muerto de miedo Don Juan Manuel fue a visitar al monje nuevamente, temiendo que su muerte se aproximaba, le suplico al monje que le diera su perdón. El monje satisfecho con el comportamiento de Don Juan Manuel, le indico que continuara su penitencia yendo a rezar a la horca por una noche más para cumplir con su penitencia. De esta tercera ocasión, nadie conoce muchos detalles, únicamente se sabe que Don Juan Manuel fue encontrado colgado de la horca, la Leyenda asegura que fueron los propios ángeles quienes colgaron a Don Juan Manuel, liberándolo de todos sus crímenes y culpas.

La Llorona

En las altas horas de la noche, cuando todo parece dormido y sólo se escuchan los gritos rudos con que los boyeros avivan la marcha lenta de sus animales, dicen los campesinos que allá, por el río, alejándose y acercándose con intervalos, deteniéndose en los frescos remansos que sirven de aguada a los bueyes y caballos de las cercanías, una voz lastimera llama la atención de los viajeros. Es una voz de mujer que solloza, que vaga por las márgenes del río buscando algo, algo que ha perdido y que no hallará jamás. Atemoriza a los chicuelos que han oído, contada por los labios marchitos de la abuela, la historia enternecedora de aquella mujer que vive en los potreros, interrumpiendo el silencio de la noche con su gemido eterno. Era una pobre campesina cuya adolescencia se había deslizado en medio de la tranquilidad escuchando con agrado los pajarillos que se columpiaban alegres en las ramas de los higuerones. Abandonaba su lecho cuando el canto del gallo anunciaba la aurora, y se dirigía hacia el río a traer agua con sus tinajas de barro, despertando, al pasar, a las vacas que descansaban en el camino. Era feliz amando la naturaleza; pero una vez que

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llegó a la hacienda de la familia del patrón en la época de verano, la hermosa campesina pudo observar el lujo y la coquetería de las señoritas que venían de San José. Hizo la comparación entre los encantos de aquellas mujeres y los suyos; vio que su cuerpo era tan cimbreante como el de ellas, que poseían una bonita cara, una sonrisa trastornadora, y se dedicó a imitarías. Como era hacendosa, la patrona la tomó a su servicio y la trajo a la capital donde, al poco tiempo, fue corrompida por sus compañeras y los grandes vicios que se tienen en las capitales, y el grado de libertinaje en el que son absorbidas por las metrópolis. Fue seducida por un jovencito de esos que en los salones se dan tono con su cultura y que, con frecuencia, amanecen completamente ebrios en las casas de tolerancia. Cuando sintió que iba a ser madre, se retiró “de la capital y volvió a la casa paterna. A escondidas de su familia dio a luz a una preciosa niñita que arrojó enseguida al sitio en donde el río era más profundo, en un momento de incapacidad y temor a enfrentar a un padre o una sociedad que actuó de esa forma. Después se volvió loca y, según los campesinos, el arrepentimiento la hace vagar ahora por las orillas de los riachuelos buscando siempre el cadáver de su hija que no volverá a encontrar. Esta triste leyenda que, día a día la vemos con más frecuencia que ayer, debido al crecimiento de la sociedad, de que ya no son los ríos, sino las letrinas y tanques sépticos donde el respeto por la vida ha pasado a otro plano, nos lleva a pensar que estamos obligados a educar más a nuestros hijos e hijas, para evitar lamentarnos y ser más consecuentes con lo que nos rodea. De entonces acá, oye el viajero a la orilla de los ríos, cuando en callada noche atraviesa el bosque, aves quejumbrosos, desgarradores y terribles que paralizan la sangre. Es la Llorona que busca a su hija…

Leyenda de la casa del trueno

Cuentan los viejos que entre Totomoxtle y Coatzintlali existía una caverna en cuyo interior los antiguos sacerdotes habían levantado un templo dedicado al Dios del Trueno, de la lluvia y de las aguas de los ríos Eran tiempos en los que aún no llegaban los hispanos ni las portentosas razas, conocidas hoy como totonacas, que poblaron el lugar de Veracruz que después llamaron Totonacan. Y siete sacerdotes se reunían cada tiempo en que era menester cultivar la tierra y sembrar las semillas y cosechar los frutos, siete veces invocaban a las deidades de esos tiempos y gritaban entonaban cánticos a los cuatro vientos o sea hacia los cuatro puntos cardinales, porque según las cuentas esotéricas de esos sacerdotes, cuatro por siete eran 28 y ventiocho días componen el ciclo lunar. Siguen diciendo las viejas crónicas que se han convertido en asombrosas leyendas, que esos viejos sacerdotes hacían sonar el gran tambor del trueno y arrastraban cueros secos de los animales por todo el ámbito de la caverna y lanzaban flechas encendidas al cielo. Y poco después atronaban el espacio furiosos truenos y los relámpagos cegaban a los animales de la selva y a las especies acuáticas que moraban en los ríos. Llovía a torrentes y la tempestad rugía sobre la cueva durante muchos días y

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muchas noches y había veces en que los ríos Huitizilac y el de las mariposas, Papaloapan, se desbordaban cubriendo de agua y limo las riberas y causando inmensos desastres. Y cuanto más arrastraban los cueros mayores era el ruido que producían los torrentes y cuanto más se golpeaba el gran tambor ceremonial, mayor era el ruido de los truenos cuanto más relámpagos significaba mayor número de flechas incendiarias. Pasaron los siglos... Y un día arribaron al lugar grupos de gentes ataviadas de un modo singular, trayendo consigo otras costumbres, y otras leyes y otras religiones. Se decían venidos de otras tierras allende el gran mar de turquesas (Golfo de México) y tanto hombres, como mujeres y niños, tenían la característica de estar siempre sonriendo como si fueran los seres más felices de la tierra y tal vez esa alegría se debía a que después de haber sufrido mil penurias en las aguas borrras cosas de un mar en convulsión habían por fin llegado a las costas tropicales, donde había de todo, así frutos como animales de caza, agua y clima hermoso. Se asentaron en ese lugar al que dieron por nombre, en su lengua Totonacan y ellos mismos se dijeron totonacas. Pero los sacerdotes, los siete sacerdotes de la caverna del trueno no estuvieron conformes con aquella invasión de los extranjeros que traían consigo una gran cultura y se fueron a la cueva a producir truenos, relámpagos, rayos y lluvias y torrenciales aguaceros con el fin de amendrantarlos. En los antiguos registros que los milenios han borrado, se dice que llovió mucho y durante varios días y sus noches, hasta que alguien se dió cuentra de que esas tempestades las provocaban los siete hechiceros, los siete sacerdotes de la caverna de los truenos. No siendo amigos de la violencia, los totonacas los embarcaron en un pequeño bajel y dotándoles de provisiones y agua los lanzaron al mar de las turquesas en donde se perdieron para siempre. Pero ahora era preciso dominar a esos dioses del trueno y de las lluvias para evitar el desastre del pueblo totonaca recién asentado y para el efecto se reunieron los sabios y los sacerdotes y gentes principales y decidieron que nada podría hacerse contra esas fuerzas que hoy llamo sencillamente naturales y que sería mejor rendirles culto y pleitesía, adorar a esos dioses y rogarles fueran magnánimos con ese pueblo que acababa de escapar de un monstruoso desastre. Y en ese mismo lugar en donde había el templo y la caverna y se ejercía el culto al Dios del trueno, los totonacas u hombres sonrientes levantaron el asombroso templo del Tajín, que en su propia lengua quiere decir lugar de las tempestades. Y no sólo se rindió culto al Dios del Trueno sino que se le imploró durante 365 días, como número de nichos tiene este pasmoso monumento invocando el buen tiempo en cierta época del año y la lluvia, cuando es menester fertilizar las cementeras. Hoy se levanta este maravilloso templo conocido en todo el mundo como pirámide o templó de El Tajín en donde curiosamente parecen generarse las tempestades y los truenos y las lluvias torrenciales. Así nació la pirámide de El Tajín, levantada con veneración y respeto al Dios del Trueno, adorado por aquellas gentes que vivieron mucho antes de la llegada de los extranjeros, mucho antes de la llegada de los totonacas, cuando el mundo parecía comenzar a existir