le carre, john - el espia que surgio del frio

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John Le Carre

El Espa Que Surgi Del Fro

John Le Carre

El Espa Que Surgi Del Fro

Ttulo original: THE SPY WHO CAME IN FROM THE COLD

1 - Puesto de control

El americano ofreci a Leamas otra taza de caf, y dijo:

Por qu no se vuelve a dormir? Podemos telefonearle si aparece.

Leamas no dijo nada: se qued mirando absorto por la ventana del puesto de control, a lo largo de la calle vaca.

No ir a quedarse esperando aqu para siempre. Quizs venga en algn otro momento. Podemos conseguir que la Polizei se ponga en contacto con la Agencia, y usted estara aqu de vuelta en veinte minutos.

No dijo Leamas. Ya ha anochecido casi del todo.

Pero no ir a quedarse esperando aqu siempre; ya lleva nueve horas de retraso.

Si quiere irse, vyase. Se ha portado usted muy bienaadi Leamas; le dir a Kramer que se ha portado estupendamente.

Pero hasta cundo va a esperar?

Hasta que llegue.

Leamas se acerc a la ventana de observacin y se situ entre los dos policas inmviles, que apuntaban sus gemelos hacia el puesto de control oriental.

Esperar a que oscurezca murmur Leamas; lo s muy bien.

Esta maana dijo usted que pasara con los trabajadores.

Leamas se volvi hacia l.

Los agentes no son aviones: no tienen horarios. Este estperdido, viene huyendo: est aterrorizado. Mundt va en su busca, ahora, en este mismo instante. No le queda ms que una probabilidad. Que elija su momento

El otro ms joven vacil, queriendo irse, pero sin encontrar un momento oportuno para hacerlo.

Son un timbre en la caseta. Se quedaron esperando, sbitamente alertados. Un polica dijo en alemn:

Un "Opel Rekord" negro, matrcula federal.

No puede verlo a tanta distancia y tan a oscuras: lo dice a voleo susurr el americano, y luego aadi: Cmo lleg a saberlo Mundt?

Cierre el pico dijo Leamas desde la ventana.

Uno de los policas sali de la caseta y avanz hasta la barrera de sacos de arena, a slo un paso de la seal blanca que cruzaba el camino, como la lnea limite en un campo de tenis. El otro esper hasta que su compaero estuvo acurrucado en la barrera detrs del catalejo; entonces baj los gemelos, descolg el casco negro de la percha detrs de la puerta y se lo encaj cuidadosamente en la cabeza. No se saba dnde, en lo alto, por encima del puesto de control, los focos adquirieron vida de repente, lanzando espectaculares haces a la carretera que tenan delante.

El polica empez sus comentarios. Leamas se los saba de memoria.

El coche se detiene en el primer control. Slo un ocupante, una mujer. Acompaada a la caseta de los "vopos" para la comprobacin de documentos.

Esperaron en silencio.

Qu es lo que dice? pregunt el americano.

Leamas no contest. Levantando los gemelos, mir fijamente hacia los controles de los alemanes orientales.

Concluida la revisin de documentos. Pasa al segundo control.

Seor Leamas, es se su hombre?insista el americano. Tengo que llamar a la Agencia.

Espere.

Dnde est ahora el coche? Qu hace?

Control de moneda, aduana cort Leamas con brusquedad.

Leamas observ el coche. Haba dos "vopos" junto a la puerta del conductor, uno entretenido en charlar y el otro algo apartado y esperando. Un tercer "vopo" vagaba en torno al auto. Se detuvo junto al portaequipajes, y luego volvi al lado del conductor. Quera la llave. Abri el portaequipajes, mir dentro; lo cerr, devolvi la llave y camin unos treinta metros hasta la carretera, donde, a medio camino entre los dos puestos de control enfrentados, estaba quieto un solitario centinela alemn oriental; una silueta agazapada, con botas y amplios pantalones en bolsa.

Los dos se reunieron para hablar, conscientes de mismos en el resplandor de los focos.

Con ademn rutinario, hicieron seal con la mano al coche, se apartaron y volvieron a hablar. Por fin, casi de mala gana, dejaron que siguiera cruzando la lnea hasta el sector occidental.

Es un hombre al que espera, Leamas? pregunt el americano.

S, es un hombre.

Levantndose el cuello de la chaqueta, Leamas sali fuera, al fro viento de octubre. Entonces se acord del grupo. Era algo que se le olvidaba aun dentro de la caseta; ese grupo de caras desconcertadas. La gente cambiaba, pero la expresin era la misma. Era como esa multitud inerme que se rene en torno a un accidente de circulacin, sin que nadie sepa cmo ha ocurrido, y s habra que retirar el cadver. Humo o polvo se elevaba a travs de los haces de los reflectores; un velo que se meca constantemente entre los mrgenes de luz.

Leamas anduvo hasta el coche y pregunt a la mujer.

Dnde est?

Fueron a por l, y ech a correr. Se llev la bicicleta. No es posible que hayan sabido nada de m.

Dnde fue?

Tenamos un cuarto junto a Brandenburgo, encima de un bar. All guardaba unas pocas cosas, dinero, papeles. Supongo que habr ido all. Luego se pasar.

Esta noche?

Dijo que vendra esta noche. A los dems, les han cogido a todos: Paul, Viereck, Lndser, Salomon. No ha durado mucho.

Leamas, pasmado, la mir un momento en silencio.

Lndser tambin?

Anoche.

Un polica se situ junto a Leamas.

Tendrn que marcharse de aqu dijo. Est prohibido obstruir el punto de cruce.

Leamas se volvi a medias.

Al demonio! replic bruscamente.

El alemn se puso rgido, pero la mujer dijo:

Suba. Nos pondremos en marcha hasta la esquina.

l subi a su lado, y se movieron lentamente por la carretera adelante hasta una bocacalle.

No saba que tuviera usted coche dijo l.

Es de mi marido contest ella con indiferencia. Karl no le dijo nunca que yo estaba casada, verdad? Leamas se qued silencioso. Mi marido y yo trabajamos para una empresa de ptica. Nos mandan a que crucemos para hacer negocios. Karl slo le dijo mi nombre de soltera. No quera que me mezclara con... con ustedes.

Leamas sac una llave del bolsillo.

Necesitar algn sitio donde quedarse... dijo. Su voz sonaba sorda. Hay un apartamento en Albrecht-Drer-Strasse, junto al Museo, nmero 28 A. Encontrar todo lo que necesite. La telefonear cuando llegue all.

Me quedar aqu con usted.

Yo no me voy a quedar aqu. Vyase al piso. La llamar. De nada sirve esperar ahora aqu.

Pero l vendr a este punto de cruce.

Leamas la mir sorprendido.

Le dijo eso?

S. Conoce a uno de esos "vopos", al casero. Quiz le ayude. Por ello eligi esta ruta.

Y eso se lo dijo a usted?

Confa en m. Me lo cont todo.

Demonios!

Le dio la llave y volvi a la caseta del puesto de control, resguardndose del fro. Los policas estaban musitando entre s cuando l entr: el ms corpulento le volvi la espalda ostensiblemente.

Lo siento dijo Leamas, siento haberle pegado ese grito.

Abri una cartera desgastada y hurg en ella hasta que encontr lo que buscaba: una media botella de whisky. Con una cabezada, el de ms edad acept; llen hasta la mitad las tazas de caf y las complet con caf negro.

Adnde ha ido el americano? pregunt Leamas.

Quin?

El chico de la Intelligence americana; el que estaba conmigo.

Era ya hora de acostarse dijo el de ms edad, y todos se rieron.

Leamas dej la taza en la mesa y pregunt:

Cules son sus instrucciones en cuanto a disparar para proteger a uno que se pase, a un hombre que huya corriendo?

Slo podemos hacer fuego para protegernos si los "vopos" disparan dentro de nuestro sector.

Eso quiere decir que no pueden disparar hasta que el hombre haya pasado la divisoria?

El de ms edad dijo:

No podemos hacer fuego para protegernos, seor...

Thomas contest Leamas, Thomas.

Se estrecharon las manos, y los dos policas pronunciaron sus nombres al hacerlo.

No podemos hacer fuego para protegernos. Esa es la verdad. Nos dijeron que habra guerra si lo hiciramos.

Estupideces dijo el polica ms joven, envalentonado por el whisky. Si no estuvieran aqu los aliados, a estas horas ya no habra muro.

Tampoco habra Berln susurr el ms viejo.

Tengo un hombre que se pasa esta noche dijo Leamas.

Aqu? En este punto de cruce?

Es muy importante que salga. Los hombres de Mundt le persiguen.

Todava hay sitios por donde uno puede trepar dijo el polica ms joven.

l no es de sos. Se abrir paso con algn truco: tiene documentos, si es que todava son vlidos. Tiene una bicicleta.

Haba slo una luz en el puesto de control, una lmpara de lectura con pantalla verde, pero el fulgor de los reflectores llenaba la caseta como un claro de luna artificial. Haba cado la oscuridad, y con ella, el silencio. Hablaban como si tuvieran miedo de que les oyesen. Leamas se acerc a la ventana a esperar: ante l estaba la carretera, y a ambos lados el muro, una cosa fea y sucia de bloques de cemento perforado y cabos de alambre de espino, alumbrada con una barata luz amarilla, como un teln de fondo que representase un campo de concentracin. A oriente y occidente del muro quedaba la parte sin restaurar de Berln, un mundo a medias, un mundo de ruina, dibujado en dos dimensiones; despeaderos de guerra.

"Esta condenada mujer pens Leamas, y ese loco de Karl, que me minti sobre ella..." Minti por omisin, como hacen todos, todos los agentes del mundo entero. Uno les ensea a hacer trampas, a borrar sus huellas, y le hacen tambin trampas a uno. Slo la haba dejado ver una vez, despus de aquella comida en la Schrzstrasse el ao pasado. Karl acababa de alcanzar su gran xito, y Control haba querido conocerle. Control siempre apareca cuando haba xito.

Haban comido juntos, Leamas, Control y Karl. A Karl le gustaban esas cosas. Se present con un aspecto como de nio de escuela dominical, cepillado y reluciente, dando sombrerazos y todo respetuoso. Control le haba estrechado la mano durante cinco minutos y haba dicho:

Quiero que sepa qu contentos estamos, Karl, y cunto nos alegra su xito.

Leamas lo haba observado, pensando: "Esto nos costar otras doscientas al ao." Cuando acabaron de comer, Control volvi a estrecharles la mano, hizo un significativo gesto con la cabeza, dando a entender que tena que ponerse en camino para jugarse la vida en algn otro lugar, y se dirigi a su coche con chofer. Entonces Karl se ech a rer, y Leamas se ri con l, y se acabaron el champaa, sin dejar de rerse de Control. Despus se fueron al Alter Fass: Karl se haba empeado, y all estaba esperndoles Elvira, una rubia de unos cuarenta aos, fuerte como el acero.

Alec, ste es el secreto que mejor he guardado haba dicho Karl, y Leamas se puso furioso. Despus tuvieron una pelea.

Cunto sabe ella? Quin es? Cmo la conoci?

Karl se enfurru y rehus decrselo. Lugo las cosas se complicaron. Leamas trat de variar los mtodos, y cambiar los sitios de encuentro y las contraseas, pero a Karl no le gust. Saba lo que haba detrs de eso, y no le gust.

Si no se fa de ella, ya es demasiado tarde, de todos modos repeta, y Leamas recogi la insinuacin y cerr el pico.

Pero despus de eso se anduvo con mucho ms cuidado, cont a Karl muchas menos cosas y recurri ms a todos los trucos de la tcnica del espionaje.

Y ah estaba ella, ah fuera, en el coche, conocindolo todo, la red entera, la casa segura, todo; y Leamas jur, sin que fuera la primera vez, que jams se volvera a fiar de un agente.

Se acerc al telfono y mare el nmero de su piso. Contest Frau Martha.

Tenemos huspedes en Drer-Strasse... dijo Leamas, un hombre y una mujer.

Casados? pregunt Martha.

Casi dijo Leamas, y ella se ri con aquella risa terrible.

Cuando l colgaba, uno de los policas se volvi hacia l.

Herr Thomas! De prisa!

Leamas corri a la ventana de observacin.

Un hombre, Herr. Thomas susurr el polica ms joven, con una bicicleta.

Leamas enfoc los gemelos. Era Karl; su figura era inconfundible incluso a aquella distancia, envuelta en el viejo impermeable de la Wehrmacht, empujando su bicicleta. "Lo ha conseguido pens Leamas, debe haberlo conseguido; ha pasado el control de documentos; slo le quedan por pasar el control de moneda y la aduana." Leamas observ que Karl apoyaba la bicicleta contra la cerca, y andaba despreocupadamente hacia la caseta de la Aduana. "No lo hagas demasiado bien", pens. Por fin Karl sali, agit la mano alegremente hacia el hombre de la barrera, y el poste rojo y blanco oscil subiendo lentamente. Haba pasado, vena hacia ellos, lo haba conseguido. Slo el "vopo" en medio de la carretera, la lnea, y a salvo.

En ese momento, a Karl le pareci or algn ruido, presentir algn peligro; volvi la mirada por encima del hombro y empez a pedalear furiosamente, agachndose sobre el manillar. Quedaba an el centinela solitario en el puente: ste se haba vuelto y observaba a Karl. Entonces, de modo completamente inesperado, los reflectores se movieron, blancos y brillantes, capturando a Karl y retenindole en su fulgor como a un conejo frente a los faros de un coche. Surgi el gemido oscilante de una sirena, el ruido de rdenes salvajemente gritadas.

Delante de Leamas, los dos policas se pusieron de rodillas, atisbando por las aspilleras entre los sacos de arena y encajando hbilmente la rpida carga en sus rifles automticos.

El centinela alemn oriental dispar, muy cuidadosamente, lejos de ellos, dentro de su propio sector. El primer disparo pareci empujar a Karl hacia delante; el segundo, tirar hacia atrs de l. No se sabe cmo, segua movindose, todava en la bicicleta, al pasar junto al centinela, y el centinela sigui disparndole. Luego se dobl, rod por el suelo, y se oy claramente el golpe de la bicicleta al caer. Leamas puso toda su esperanza en que estuviera muerto.

2 - CAMBRIDGE CIRCUS

Observ cmo la pista de Tempelhof se hunda por debajo de l.

Leamas no era hombre reflexivo, sobre todo nada filosfico. Saba que estaba eliminado: era un hecho de la vida con el que tena que apechugar en adelante, como quien debe vivir con cncer o en prisin.

Saba que no haba ninguna clase de preparacin que pudiera tender un puente sobre el abismo entre el antes y el ahora. Haba encontrado el fracaso como un da encontrara la muerte, probablemente con resentimiento clnico y con la valenta de un solitario.

Haba durado ms que la mayora; ahora, estaba derrotado. Se dice que un perro vive tanto tiempo como sus dientes: metafricamente, a Leamas le haban arrancado los dientes, y era Mundt quien se los haba arrancado.

Diez aos atrs hubiera podido tomar otro camino: en aquel annimo edificio gubernamental, en Cambridge Circus, haba empleos burocrticos que Leamas hubiera podido desempear y conservar hasta muy viejo; pero Leamas no estaba hecho para estas cosas. Tan infructuoso hubiera sido pedir a un jockey que abandonara todo para hacerse empleado de apuestas, como suponer que Leamas abandonara la vida militante a cambio del tendencioso teorizar y el clandestino inters egosta de Whitehall. Se haba quedado en Berln, consciente de que Personal haba sealado su expediente para revisarlo al final de cada ao; terco, obstinado, despectivo con las instrucciones, dicindose que ya saldra algo. El trabajo de espionaje tiene una sola ley moral: se justifica por los resultados. Incluso los sofistas de Whitehall rendan homenaje a esa ley, y Leamas se beneficiaba. Hasta que lleg Mundt.

Era extraa la rapidez con que se haba dado cuenta que Mundt se interpona en su destino.

Hans-Dieter Mundt, nacido haca cuarenta y dos aos en Leipzig. Leamas conoca su expediente, conoca la fotografa en el interior de la tapa; el rostro vaco, duro, bajo el pelo de lino; saba de memoria la historia de la subida de Mundt al poder como segundo hombre de la Abteilung y jefe efectivo de operaciones. Leamas lo saba por las declaraciones de desertores, y por Riemeck, que, como miembro del Presidium del Partido Socialista Unificado de Alemania Oriental, se reuna en comits de seguridad con Mundt, y le tema. Con razn, segn parece, pues Mundt le mat.

Hasta 1959, Mundt haba sido un funcionario poco importante de la Abteilung, que actuaba en Londres bajo la cobertura de la Misin Siderrgica de Alemania Oriental. Volvi a Alemania a toda prisa despus de matar a dos de sus propios agentes para salvar su pellejo, y no se oy hablar de l en ms de un ao. De repente, reapareci en el cuartel general de la Abteilung en Leipzig como jefe del Departamento de Rutas y Medios, responsable de la distribucin de dinero, equipos y personal para tareas especiales. Al final de ese ao se produjo la gran lucha por el poder dentro de la Abteilung. El nmero y la influencia de los oficiales de enlace soviticos disminuyeron drsticamente; varios de la vieja guardia fueron despedidos por razones ideolgicas, y emergieron tres hombres: Fiedler, como jefe del contraespionaje; Jahn, que sustituy a Mundt como jefe de medios, y el propio Mundt, que se llev la palma, como vicedirector de operaciones, a la edad de cuarenta y un aos.

Entonces empez el nuevo estilo. El primer agente que perdi Leamas fue una muchacha. Era tan slo un pequeo eslabn en la red; se la utilizaba para trabajos de enlace. La mataron a tiros en la calle cuando sala de un cine en Berln occidental. La polica no pudo encontrar nunca al asesino, y Leamas, al principio, se inclin a eliminar el incidente como si no tuviera ninguna conexin con su trabajo. Un mes despus, un maletero de la estacin de Dresde, agente despedido de la red de Peter Guillam, fue hallado muerto y mutilado junto a unos rales del tren. Leamas comprendi que no era ya una mera coincidencia. Poco despus de eso, dos miembros de otra red que estaba bajo el control de Leamas fueron detenidos y sentenciados sumariamente a muerte. Y as sigui: sin remordimientos, enervante.

Y ahora haban cazado a Karl, y Leamas se marchaba de Berln igual como haba llegado: sin un solo agente que valiera un penique. Mundt haba ganado.

Leamas era bajo, con un tupido pelo gris hierro, y con el fsico de un nadador. Era muy fuerte. Esa fuerza se le notaba en la espalda y los hombros, en el cuello, y en la conformacin nudosa de las manos y los dedos.

Acerca de la ropa, tena una opinin utilitaria, como en casi todas las dems cosas; hasta las gafas que llevaba a veces tenan cerco de acero. La mayor parte de sus trajes eran de fibra artificial y ninguno tena chaleco. Le gustaban las camisas a la americana, con botones en las puntas del cuello, y los zapatos de ante, con suela de goma.

Tena un rostro atractivo, musculoso, con una lnea de terquedad en su boca delgada. Sus ojos eran oscuros y pequeos; irlandeses, decan algunos. Era difcil clasificar a Leamas. Si llegaba a un club de Londres, era seguro que el portero no le confundira con un miembro; en las salas de fiesta de Berln solan darle la mejor mesa. Pareca un hombre que poda traer problemas, un hombre que cuidaba de su dinero, un hombre que no era precisamente un caballero.

La azafata pens que era interesante. Supuso que era del Norte, como de hecho hubiera podido serlo, y que rico no lo era. Le ech unos cincuenta aos de edad, con lo que casi estaba en lo cierto. Supuso que era soltero, lo que era cierto a medias. En alguna parte, haca mucho, haba habido un divorcio: en algn sitio haba hijos, ahora entre diez y veinte aos, que reciban su pensin de un Banco particular bastante raro de la City.

Si quiere otro whisky dijo la azafata sermejor que se d prisa. Dentro de veinte minutos estaremos en el aeropuerto de Londres.

No, gracias.

No la mir: contemplaba por la ventanilla los campos verdegrises de Kent.

Fawley le recibi en el aeropuerto y le llev en coche a Londres.

Control est muy irritado por lo de Karl dijo, mirando de soslayo a Leamas.

Leamas asinti.

Cmo ocurri? pregunt Fawley.

A tiros. Mundt le localiz.

Muerto?

Yo dira que s, a estas horas. Ms vale. Casi lo consigui. No hubiera tenido que darse prisa; no podan estar seguros. La Abteilung lleg al puesto de control inmediatamente despus que acababan de dejarle pasar. Pusieron en marcha la sirena y un "vopo" le dispar a veinte pasos de la lnea. Se movi en el suelo un momento, y luego se qued quieto.

Pobre hijo de...

Exactamente dijo Leamas.

A Fawley no le gustaba Leamas, y a Leamas, aunque lo saba, no le importaba. Fawley era un hombre que perteneca a varios clubs y llevaba corbatas representativas, que dogmatizaba sobre los mritos de los deportistas y desempeaba un alto rango burocrtico en la correspondencia de la oficina. Consideraba sospechoso a Leamas, y Leamas le consideraba un tonto.

En qu seccin est usted? pregunt Leamas.

Personal.

Le gusta?

Fascinante.

Por dnde voy ahora? Resbalando?

Mejor ser que se lo diga Control, amigo mo.

Lo sabe usted?

Por supuesto.

Entonces, por qu demonios no me lo dice?

Lo siento, amigo replic Fawley, y de repente Leamas casi perdi el dominio. Luego reflexion que, de todas maneras, probablemente Fawley menta.

Bueno, dgame una cosa, le importa? Tengo que buscar un condenado piso en Londres?

Fawley se rasc la oreja.

Creo que no, amigo, no.

No? Gracias a Dios.

Aparcaron junto a Cambridge Circus, ante un parqumetro, y entraron juntos en el vestbulo.

No tendr pase, verdad? Mejor ser que rellene un impreso, amigo.

Desde cundo tenemos pases? MacCall me conoce tanto como a su propia madre.

No es ms que un procedimiento nuevo. Cambridge Circus va creciendo, ya sabe.

Leamas no dijo nada, dio una cabezada hacia MacCall y se meti en el ascensor sin pase.

Control le estrech la mano ms bien cuidadosamente, como un mdico que le palpara los huesos.

Debe de estar terriblemente cansadodijo, en tono de excusa; sintese.

La misma voz funesta, el rebuzno profesoral; Leamas se sent en una butaca frente a una estufa elctrica verdeoliva con un cacharro de agua en equilibrio encima.

Lo encuentra fro? pregunt Control.

Se inclinaba sobre la estufa frotndose las manos. Llevaba un jersey debajo de la chaqueta negra, un ajado jersey pardo. Leamas se acord de la mujer de Control, una mujercita estpida llamada Mandy que pareca creer que su marido estaba en la Direccin de Carbones. Supuso que ella se lo habra tricotado.

Est muy seco, eso es lo malo continu Control. Si se vence el fro, se reseca la atmsfera. Es igual de peligroso.

Se acerc a la mesa y apret un botn.

Vamos a probar a ver si conseguimos caf le dijo. Ginnie est de permiso, eso es lo malo. Me han dado una chica nueva. Realmente, eso est mal.

Era ms bajo de lo que recordaba Leamas; en lo dems, lo mismo. El mismo afectado despego, los mismos conceptos profesorales, el mismo horror a las corrientes; corts, conforme a una frmula infinitamente lejana de la experiencia de Leamas. La misma sonrisa de leche aguada, la misma reticencia estudiada, la misma fidelidad, pidiendo excusas, a un cdigo de conducta que finga encontrar ridculo: la misma banalidad.

Sac de la mesa un paquete de cigarrillos y le dio uno a Leamas.

Encontrar stos ms caros dijo, y Leamas asinti con la cabeza, cumpliendo con su obligacin.

Control se sent, metindose los cigarrillos en el bolsillo. Hubo una pausa, y al fin, Leamas dijo:

Riemeck ha muerto.

S, as es afirm Control, como si Leamas hubiera tenido un buen acierto. Es una gran desgracia. Lo ms... Supongo que esa chica, Elvira, le hizo volar?

Eso supongo.

Leamas no iba a preguntarle cmo saba lo de Elvira.

Y Mundt hizo que le pegaran unos tiros aadi Control.

S.

Control se levant y fue dando vueltas por el cuarto en busca de un cenicero. Encontr uno y lo puso torpemente en el suelo entre las dos butacas.

Cmo se sinti usted? Quiero decir, cuando le mataron a Riemeck. Usted lo vio, no?

Leamas se encogi de hombros.

Me molest terriblemente dijo.

Control lade la cabeza y entorn los ojos.

Seguramente sinti algo ms que eso, seguramente se qued trastornado, no? Eso sera ms normal.

Me qued trastornado. Quin no se iba a quedar?

Le era simptico Riemeck... como hombre?

Me parece que s dijo Leamas. Y aadi: Me parece que no sirve de mucho meterse en eso.

Cmo pas la noche, lo que quedaba de noche, despus que mataron a Riemeck?

Diga, qu es esto? pregunt Leamas, acalorado; adnde quiere ir a parar?

Riemeck ha sido el ltimo reflexion Control; el ltimo de una serie de muertes. Si la memoria no me falla, todo empez con la muchacha, la que mataron en Wedding, al salir del cine. Luego el hombre de Dresde, y las detenciones de Jena. Como en el cuento de los diez negritos. Ahora Paul, Viereck y Lndser... todos muertos. Y finalmente Riemeck. Sonri como esbozando una splica. Eso desgasta mucho. Me preguntaba si tendra usted bastante.

Qu quiere decir con "bastante"?

Me preguntaba si estara usted cansado. Consumido.

Se produjo un largo silencio.

Eso ha de decidirlo usted dijo por fin Leamas.

Hemos de vivir sin simpatas, no? Desde luego, eso es imposible. Fingimos unos con otros toda esta dureza, pero realmente no somos as. Quiero decir... uno no puede estar todo el tiempo fuera, al fro; uno tiene que retirarse, ponerse al resguardo de ese fro... entiende lo que quiero decir?

Leamas entenda. Vea la larga ruta saliendo de Rotterdam, la larga carretera recta junto a las dunas, y el torrente de refugiados movindose a lo largo de ella; vea el pequeo avin a varias millas, la procesin que se paraba a mirarlo, y el avin que se acercaba, elegantemente, sobre las dunas; vea el caos, el infierno sin sentido, cuando las bombas dieron en la carretera.

No puedo hablar as, Control dijo por fin Leamas. Qu quiere que haga?

Quiero que siga un poco ms en el fro, fuera.

Leamas no dijo nada, de modo que Control sigui:

Nuestra tica profesional se basa en un solo supuesto: esto es, que nunca vamos a ser agresores. Cree usted que eso es equitativo?

Leamas dio una cabezada. Cualquier cosa para evitar hablar.

As hacemos cosas desagradables, pero somos... defensivos. Eso, me parece, sigue siendo equitativo. Hacemos cosas desagradables para que la gente corriente, aqu y en otros sitios, puedan dormir seguros en sus camas por la noche. Es eso demasiado romntico? Desde luego, a veces hacemos cosas autnticamente malvadas haca muecas como un colegial. Y, al contrapesar asuntos morales, ms bien nos metemos en comparaciones indebidas: al fin y al cabo, no se pueden comparar los ideales de un bando con los mtodos del otro, no es verdad?

Leamas se senta perdido. Otras veces le haba odo decir a aquel hombre un montn de vulgaridades antes de pinchar a fondo, pero jams le haba odo decir nada semejante.

Quiero decir que hay que comparar mtodo con mtodo, ideales con ideales. Yo dira que, despus de la guerra, nuestros mtodos los nuestros y los de los adversarios se han vuelto muy parecidos. Quiero decir que uno no puede ser menos inexorable que los adversarios simplemente porque la "poltica" del gobierno de uno es benvola, no le parece? Se ri silenciosamente para adentro. Eso no servira nunca dijo.

"Dios mo! pens Leamas, es como trabajar para un clrigo sanguinario. Adnde ir a parar?"

Por eso continu Control, creo que deberamos intentar eliminar a Mundt... Pero, bueno dijo, volvindose con irritacin hacia la puerta, dnde est ese maldito caf?

Control atraves hasta la puerta, la abri y habl con alguna invisible muchacha en el cuarto de afuera. Al volver dijo:

De veras creo que tendramos que eliminarle, si lo podemos arreglar.

Por qu? No hemos dejado nada en Alemania Oriental, nada en absoluto. Usted lo acaba de decir; Riemeck era el ltimo. No hemos dejado nada que proteger.

Control se sent y se mir las manos un rato.

Eso no es del todo serio dijo al fin, pero me parece que no debo aburrirle con los detalles.

Leamas se encogi de hombros.

Dgame continu Control, est usted cansado de espiar? Perdone que repita la pregunta. Quiero decir que se es un fenmeno que comprendemos bien, ya lo sabe. Como los constructores de aviones..., "fatiga del metal", creo que se dice as. Diga si est cansado.

Leamas se acord del vuelo de regreso, aquella maana, y qued interrogndose a s mismo.

Si estuviera cansado aadi Control, tendramos que encontrar algn otro modo de ocuparnos de Mundt. Lo que pienso ahora est un poco fuera de lo normal.

Entr la muchacha con el caf. Puso la bandeja sobre la mesa y sirvi dos tazas. Control esper a que se marchara del cuarto.

Qu chica tan tonta dijo, casi para s mismo. Parece muy raro que ya no puedan encontrarlas buenas. Me gustara que Ginnie no se fuera de vacaciones en ocasiones como sta.

Removi con desconsuelo el caf durante un rato.

Realmente, tenemos que desacreditar a Mundt dijo. Dgame, usted bebe mucho? Whisky y esas cosas?

Leamas haba llegado a creer que estaba acostumbrado a Control.

Bebo un poco. Ms que la mayora, supongo.

Control asinti comprensivamente.

Qu sabe usted de Mundt?

Es un asesino. Estuvo aqu un ao o dos con la Misin Siderrgica de Alemania Oriental. Entonces tenamos aqu un consejero: Maston.

As es.

Mundt tena en marcha un agente, la mujer de uno del Foreign Office. La mat.

Trat de matar a George Smiley. Y, desde luego, mat a tiros al marido de esa mujer. Es un hombre muy desagradable. Fue de las Juventudes Hitlerianas y todas esas cosas. En absoluto el tipo de intelectual comunista. Un profesional de la guerra fra.

Como nosotros observ secamente Leamas.

Control no sonri.

George Smiley conoca bien el caso. Ya no est con nosotros, pero creo que tendra usted que sonsacarle algo. Hace cosas sobre la Alemania del siglo diecisiete... Vive en Chelsea, detrs mismo de Sloane Square Calle Bywater, sabe cul es?

S.

Y Guillam estaba metido tambin en el asunto. Est en Satlites Cuatro, primer piso. Me temo que todo habr cambiado desde sus tiempos.

S.

Pase un da o dos con ellos. Ellos saben lo que proyecto. Luego, no s si le gustara pasar conmigo el fin de semana. Mi mujer aadi apresuradamente est cuidando a su madre, segn creo. Estaremos solos usted y yo.

Gracias. Me gustara.

Entonces podremos hablar de nuestras cosas cmodamente. Sera muy simptico. Creo que usted podra sacarle al asunto un montn de dinero. Puede quedarse todo lo que saque.

Gracias.

Esto, desde luego, si usted est seguro de que le apetece..., sin "fatiga del metal" ni algo as, eh?

Si es cuestin de matar a Mundt, estoy dispuesto.

De veras que se siente as? pregunt cortsmente Control. Y luego, despus de mirar reflexivamente a Leamas durante unos momentos, indic: S, de veras creo que s. Pero no tiene por qu pensar que sea necesario que se lo diga. Quiero decir que en nuestro mundo enseguida nos salimos del registro del odio, o del amor..., como esos sonidos que un perro no puede or. Al final, no queda ms que una especie de nusea: uno jams desea volver a causar sufrimiento alguno. Perdneme, pero no fue propiamente eso lo que sinti cuando mataron a Karl Riemeck? Ni odio a Mundt, ni afecto a Karl, sino una sacudida mareante, como un puetazo en un cuerpo embotado... Me han dicho que estuvo toda la noche andando..., nada menos que dando vueltas por las calles de Berln. Es cierto?

Es cierto que sal a dar un paseo.

Toda la noche?

S.

Qu ha sido de Elvira?

Dios sabe... Me gustara darle una metida a Mundt dijo.

Bueno..., bueno. Por cierto, si se encuentra algn viejo amigo mientras tanto, no crea que sirve de algo tratar de esto con ellos. En realidad aadi Control, al cabo de un momento, yo me mostrara ms bien seco con ellos. Que piensen que le hemos tratado mal a usted. Est bien empezar del mismo modo como se piensa seguir, no es cierto?

3 - Decadencia

A nadie le sorprendi demasiado el que metieran en conserva a Leamas. En general, decan, Berln llevaba varios aos siendo un fracaso, y alguno tena que recibir la reprimenda. Adems, estaba viejo para el trabajo activo, en el que hay que tener unos reflejos tan rpidos como los de un profesional del tenis.

Leamas haba trabajado bien en la guerra, todos lo saban. En Noruega y en Holanda, no se sabe cmo, se haba mostrado notablemente vivo, y al final le haban dado una medalla y le dejaron marchar. Despus, desde luego, le hicieron volver.

Hubo mala suerte con lo de su paga, realmente mala suerte. La Seccin de Contabilidad lo dej escapar, en la persona de Elsie. Elsie dijo en el restaurante que el pobre Alec Leamas slo recibira cuatrocientas libras al ao para vivir, por culpa de su interrupcin en el servicio. Elsie pensaba que era un reglamento que realmente habra que cambiar: despus de todo, el seor Leamas haba cumplido su servicio, no?

Pero all estaban, con los de Hacienda a la espalda, muy distintos a los de los viejos tiempos, y qu podan hacer? Aun en los malos tiempos de Maston haban arreglado mejor las cosas.

Leamas, segn les dijeron a los nuevos, era de la antigua escuela: sangre, tripas slidas, cricket y Diploma de Francs de la escuela. En el caso de Leamas, esto no se adecuaba con l, porque era bilinge en alemn e ingls, y su holands era admirable; adems, no le gustaba el cricket. Pero la verdad es que no tena ttulo universitario.

Al contrato de Leamas le faltaban unos pocos meses para quedar rescindido, y le pusieron en Bancaria para completar el tiempo. La Seccin Bancaria era diferente de Contabilidad: se ocupaba de pagos en el extranjero, de financiar agentes y operaciones. La mayor parte de los trabajos de Bancaria los podra haber hecho un botones, a no ser por el alto grado de secreto requerido, y por eso Bancaria era una de las varias secciones del Servicio que se consideraban como dependencias apropiadas para apartar a los empleados que pronto se iban a enterrar.

Leamas pas a "quedar para simiente".

El proceso de "quedar para simiente" generalmente se considera como muy largo, pero en el caso de Leamas no fue as. A la vista de todos sus colegas, pas de ser un hombre honrosamente desplazado a un lado, a ser un nufrago resentido y borracho; y todo ello en pocos meses. Hay un tipo de estupidez entre los borrachos, especialmente cuando no estn bebidos; un tipo de desconexin que los que son poco observadores interpretan como vaguedad, y que Leamas pareci contraer con rapidez poco natural. Adquira pequeas deshonestidades, peda prestadas cantidades insignificantes a las secretarias y olvidaba devolverlas, llegaba tarde o se marchaba pronto mascullando algn pretexto. Al principio, sus compaeros le trataron con indulgencia; quiz su decaimiento les asustaba del mismo modo que nos asustan los tullidos, los mendigos y los invlidos, porque tememos que podemos llegar a ser uno de ellos; pero al final le aislaron su descuido y su malignidad brutal y sin razones.

Con cierta sorpresa de la gente, a Leamas no pareca importarle que le hubieran metido en conserva. Su voluntad, de pronto, pareca haberse desplomado. Las nuevas secretarias, reacias a creer que los Intelligences Services estn poblados por mortales normales y corrientes, se alarmaban al notar que Leamas se haba vuelto francamente putrefacto. Se cuidaba apenas de su aspecto y se fijaba menos en lo que le rodeaba, almorzaba en el restaurante, que normalmente era coto reservado a los empleados ms jvenes, y se rumoreaba que beba. Se volvi un solitario, perteneciente a esa trgica clase de hombres activos prematuramente privados de actividad; nadadores alejados del agua o actores desterrados del escenario.

Algunos decan que haba cometido un error en Berln, y por eso su red haba sido suprimida; nadie saba nada cierto. Todos estaban de acuerdo en que le haban tratado con una dureza desacostumbrada, incluso por parte de una direccin de Personal que no tena fama de filantrpica. Le sealaban con disimulo cuando pasaba, como sealan los hombres a un atleta de tiempos pasados, y decan: "Es Leamas. Le fue mal en Berln. Es lamentable la manera como se ha dejado ir."

Y luego, un da, desapareci. No dijo adis a nadie, ni por lo visto a Control. La cosa, por s sola, no era sorprendente. El carcter del Servicio exclua despedidas formales y regalos de relojes de oro, pero incluso con esos criterios, la marcha de Leamas pareci brusca. Por lo que pareca, su marcha tuvo lugar antes de que concluyera el trmino de su contrato. Elsie, de la Seccin de Contabilidad, ofreci una o dos migajas de informacin: Leamas haba cobrado en metlico toda la cuanta de su paga, lo cual, si es que Elsie entenda algo, quera decir que tena dificultades con su Banco. La gratificacin se le pagara a fin de mes; ella no poda decir cunto, pero no llegaba a cuatro cifras; pobre chico. Se haba mandado su ficha al Seguro Nacional. Personal tena una direccin suya, aadi Elsie con un resoplido, pero desde luego no eran quines, los de Personal, para revelarla.

Luego estaba la historia del dinero. Se supo por indiscrecin como de costumbre, nadie saba de dnde sala eso que la marcha repentina de Leamas tena que ver con irregularidades en las cuentas de la Seccin Bancaria. Faltaba una cantidad bastante regular (no de tres cifras, sino de cuatro, segn una seora de pelo azul que trabajaba en la centralita telefnica), y la haban recobrado casi toda, y le impusieron un embargo sobre su pensin. Otros dijeron que no lo crean: en el caso de que Alec hubiese querido robar el cajn, decan, conoca medios ms apropiados para hacerlo que enredar en las cuentas de la Central. No es que no fuera capaz: slo que lo habra hecho mejor. Pero los menos convencidos de las posibilidades delictivas de Leamas aludan a su gran consumo de alcohol, a los gastos que acarreaba mantener una familia separada, a la fatal diferencia entre la paga en el pas y los gastos permitidos en el extranjero, y, sobre todo, a las tentaciones que se le ponen por delante a un hombre que maneja grandes sumas de dinero contante y sonante, cuando sabe que sus das en el Servicio estn contados.

Todos se mostraron de acuerdo en que si Alec se haba manchado las manos, estaba liquidado para siempre: los de Reinstalacin ni le miraran, y Personal no querra dar referencias sobre l, o las dara de un modo tan fro como el hielo, y aun el patrono ms entusistico sentira un escalofro al verlas. El desfalco era el nico pecado que los de Personal no dejaban que nadie olvidase y que ellos mismos no olvidaban jams. Si era cierto que Alec haba robado a Cambridge Circus, iba a llevarse consigo a la tumba la clera de Personal, y Personal no pagara ni la mortaja.

Durante una semana o dos despus de su marcha, unos cuantos se preguntaron qu habra sido de l. Pero sus viejos amigos ya saban que tenan que evitarle. Se haba vuelto un molesto resentido, que atacaba constantemente al Servicio y a su administracin, y lo que l llamaba "los chicos de Caballera" que, segn deca, llevaban sus asuntos como si fuera el club de oficiales de un regimiento. Nunca perda la oportunidad de meterse con los americanos y sus servicios de espionaje. Pareca odiarles ms que a la Abteilung, a la que aluda rara vez, o casi nunca. Sugera que eran ellos los que haban puesto en peligro su red: esto pareca una obsesin en l, la mala manera con que recompensaba cualquier intento de consolarle.

As se volvi una compaa desagradable, de modo que los que le conocan, e incluso los que le concedan silenciosamente su simpata, acabaron por eliminarle. La marcha de Leamas caus tan slo una ondulacin en el agua; con otros vientos y con el cambio de estaciones, pronto qued olvidada.

Su piso era pequeo y destartalado, pintado de color pardo y con fotografas de Clovelly. Daba enfrente mismo de las grises traseras de tres almacenes de piedra, con ventanas que, por razones estticas, haban sido dibujadas con creosota. Encima de los almacenes viva una familia italiana, que se peleaba cada noche y sacuda las alfombras durante el da.

Leamas tena pocas cosas con que alegrar los cuartos. Compr unas pantallas para tapar las bombillas, y dos pares de sbanas para sustituir las fundas de tela basta proporcionadas por el casero. El resto, Leamas lo toler: las cortinas estampadas con flores, sin forro ni dobladillo, los oscuros revestimientos rozados del suelo, y el tosco mobiliario de madera parda, algo as como de un hostal de marineros. Un grifo amarillo resquebrajado le proporcionaba agua caliente por un cheln.

Necesitaba un empleo. No tena dinero, nada en absoluto. De modo que tal vez fuese cierto lo que se contaba del desfalco A Leamas le parecieron tibios y peculiarmente inadecuados los ofrecimientos de nueva colocacin que le hizo el Servicio. Primero, trat de obtener trabajo en el comercio. Una empresa de fabricantes de adhesivos industriales se mostr interesada por su aspiracin al puesto de subdirector y jefe de personal. Sin hacer caso a la referencia poco til que el Servicio haba dado de l, no le exigieron ni requisitos ni ttulos y le ofrecieron seiscientas al ao. Se qued una semana, al cabo de la cual la hedionda pestilencia del aceite de pescado rancio se le haba metido en el pelo y la ropa, adhirindosele en las narices como el olor de la muerte. No haba lavado que lo suprimiera, de modo que Leamas se rap el pelo al cero y tuvo que tirar dos de sus mejores trajes.

Pas otra semana intentando vender enciclopedias a las amas de casa de las zonas residenciales, pero no era hombre a quien stas comprendieran o vieran con buenos ojos, no queran a Leamas, o al menos a sus enciclopedias. Noche tras noche volva fatigado a su piso, con su ridcula muestra bajo el brazo. Al fin de la semana telefone a la empresa y les dijo que no haba vendido nada. Sin manifestar sorpresa, le recordaron su obligacin de devolver la muestra si dejaba de actuar en su representacin, y colgaron. Leamas sali de la cabina telefnica dando furiosas zancadas, se dej olvidada la muestra, fue a un bar y se emborrach perdidamente gastndose veinticinco chelines, que no poda pagar. Le echaron por chillar a una mujer que trataba de llevrsele. Le dijeron que no volviera jams, pero una semana ms tarde lo haban olvidado todo. Empezaban a conocer all a Leamas.

Tambin en otros sitios empezaron a conocer a esa figura gris y bamboleante. No deca ni una msera palabra: no tena ni un amigo, hombre, mujer o animal. Adivinaban que estaba en un apuro: probablemente haba abandonado a su mujer. Nunca saba el precio de nada, nunca lo recordaba cuando se lo decan. Se palpaba todos los bolsillos siempre que necesitaba dinero suelto, nunca se acordaba de llevar una cesta, siempre compraba bolsas para llevarse lo que compraba.

En su calle no le tenan simpata, pero casi le compadecan. Adems, pensaban que estaba muy sucio, con aquel modo de no afeitarse los fines de semana, y con las camisas todas desaliadas.

Una tal seora Mac Caird, de Sudbury Avenue, le haca la limpieza todas las semanas, pero como nunca recibi de l ni una palabra amable, abandon su trabajo. Ella era una importante fuente de informacin en aquella calle, donde los tenderos se contaban unos a otros lo que necesitaban saber en caso de que l pidiera crdito.

La opinin de la seora Mac Caird era adversa al crdito. Leamas nunca reciba cartas, deca ella, y llegaron al acuerdo de que eso era grave. No tena cuadros y slo unos pocos libros; ella crea que uno de los libros era indecente, pero no poda estar segura porque estaba escrito en un idioma extranjero. Su opinin era que tendra alguna rentilla de que vivir, y se le estaba acabando. Saba que los jueves iba a cobrar subsidio de paro. Todo Bayswater estaba advertido y no haba necesidad de ms avisos. Se enteraron por la seora Mac Caird que beba como un pez: el de la taberna lo confirm. Los taberneros y las mujeres de la limpieza no estn en situacin como para conceder crdito a sus clientes, pero su informacin es muy valiosa para los que s lo estn.

4 - Liz

Por fin, acept el trabajo en la Biblioteca. La Agencia de Colocaciones se lo haba puesto delante de las narices todos los jueves por la maana cuando cobraba su subsidio de paro, pero l lo haba rechazado siempre.

La verdad es que no es lo que mejor le va dijo el seor Pitt, pero la paga es buena y el trabajo es fcil para un hombre instruido.

Qu clase de biblioteca es? pregunt Leamas.

Es la Biblioteca Bayswater de Investigaciones Psicolgicas. Es una fundacin: tienen miles de libros, y les han hecho un legado de muchos ms. Necesitan otro ayudante.

Leamas cogi el bolo y la tira de papel.

Son gente rara aadi el seor Pitt, pero, por otra parte, usted tampoco es de los que se quedan fijos, no? Me parece que ya es hora de que les pusiera a prueba, no cree?

Haba algo raro en Pitt. Leamas estaba seguro de haberle visto antes en algn otro sitio. En Cambridge Circus, durante la guerra.

La Biblioteca era como la nave de una iglesia y, adems muy fra. Las negras estufas de petrleo, en los extremos, daban un olor a parafina. En medio del local haba una cabina, como la de los testigos en un tribunal, y dentro estaba sentada la seorita Crail, la bibliotecaria.

Nunca se le haba ocurrido a Leamas que hubiera de trabajar a las rdenes de una mujer. En la Agencia de Colocaciones, nadie le haba dicho nada de eso.

Soy el nuevo ayudante dijo, me llamo Leamas.

La seorita Crail levant la vista bruscamente de su fichero, como si hubiera odo una grosera.

Ayudante? Qu quiere decir con eso de "ayudante"?

Asistente. De parte de la Agencia de Colocaciones, del seor Pitt.

Alarg a travs del mostrador un impreso hecho en multicopista con sus datos anotados con letra inclinada. Ella lo cogi y lo examin.

Usted es el seor Leamas.

No era una pregunta, sino la primera fase de una investigacin para averiguar los hechos.

Y es usted de la Agencia de Colocaciones.

No, me ha mandado la Agencia de Colocaciones. Me han dicho que necesitaban ustedes un asistente.

Ya entiendo.

Una sonrisa adusta. En ese momento son el telfono: ella cogi el auricular y empez a discutir ferozmente con alguien. Leamas adivin que discutan siempre, que no haba preliminares. Ella elev el tono de voz, simplemente, y empez a discutir sobre unas entradas para un concierto. l escuch un par de minutos, y luego se dirigi hacia las estanteras. En uno de los compartimientos, observ que haba una muchacha, de pie en una escalera, ordenando unos grandes volmenes.

Soy el nuevo dijo, me llamo Leamas.

Ella baj de la escalera y le dio la mano un tanto ceremoniosamente.

Yo soy Liz Gold. Encantada. Ha conocido a la seorita Crail?

S, pero en este momento est hablando por telfono.

Discutiendo con su madre, imagino. Qu va a hacer usted?

No s. Trabajar.

Ahora estamos poniendo signaturas; la seorita Crail ha empezado un nuevo fichero.

Era una muchacha alta, desgarbada, de larga cintura y piernas largas. Llevaba zapatos bajos, de "ballet", para reducir su estatura. En su cara, como en su cuerpo, haba algo que pareca oscilar entre la fealdad y la belleza. Leamas supuso que tendra veintids o veintitrs aos, y que sera juda.

Se trata slo de comprobar que todos los libros estn en los estantes. Esta es la tira de referencia, ya ve. Cuando lo haya comprobado, apunte en lpiz la nueva signatura y la tacha en el fichero.

Y que ocurre luego?

Slo la seorita Crail est autorizada a pasar a tinta la signatura. Es el reglamento.

El reglamento de quin?

De la seorita Crail. Por qu no empieza por la arqueologa?

Leamas asinti y marcharon juntos al compartimiento siguiente, en cuyo suelo haba una caja de zapatos llena de fichas.

Ha hecho usted alguna vez cosas de este tipo?

No se agach a recoger un puado de fichas y las sopl. Me envi el seor Pitt. De la Agencia.

Volvi a poner en su sitio las fichas.

La seorita Crail es la nica persona que puede pasar a tinta las signaturas, no?

Ella le dej all. Leamas, tras un momento de vacilacin, sac un libro y mir la portadilla. Se titulaba "Descubrimientos arqueolgicos en Asia Menor", Volumen Cuarto. Al parecer, slo tenan el volumen cuarto.

Era la una, y Leamas tena mucha hambre, as que se acerc hacia donde estaba Liz Gold clasificando y dijo:

Qu pasa con el almuerzo?

Ah, yo traigo bocadillos pareci un poco cohibida Puede coger alguno de los mos, si lo desea. No hay caf en varias millas a la redonda.

Leamas movi la cabeza.

Gracias, saldr. Tengo que hacer unas compras.

Ella observ como se abra paso de un empujn por las puertas oscilantes.

Eran las dos y media cuando regres. Ola a whisky. Traa la bolsa llena de verduras y otra conteniendo diversos comestibles. Las dej en una esquina del compartimiento y fatigosamente volvi a empezar con los libros de arqueologa. Llevaba unos diez minutos ponindoles signaturas cuando se dio cuenta de que la seorita Crail le observaba.

"Seor" Leamas.

l estaba a medio subir en la escalera, de modo que mir abajo por encima del hombro y dijo:

Qu?

Sabe usted de dnde han salido estas bolsas de comestibles?

Son mas.

Ya entiendo. Son suyas. Leamas esper. Lamento continu ella por fin que no permitamos meter la compra en la Biblioteca.

Dnde puedo ponerla, si no? No hay otro sitio donde pueda ponerla.

En la Biblioteca, no contest ella.

Leamas no le hizo caso y volvi a dirigir su atencin a la seccin de arqueologa.

Si solamente se tomara el tiempo necesario para el almuerzocontinu la seorita Crail, no tendra tiempo para hacer la compra. Ninguna de nosotras lo tiene, ni la seorita Gold ni yo misma, no tenemos tiempo para compras.

Entonces, por qu no se toman media hora ms? pregunt Leamas; as tendran tiempo. Si tanto les urge pueden trabajar otra media hora por la tarde; si les apremian.

Ella se detuvo unos momentos, sin hacer otra cosa ms que mirarle y pensando, evidentemente, algo que decirle. Por fin anunci:

Lo discutir con el seor Ironside y se march.

A las cinco y media, la seorita Crail se puso el abrigo, y con un enftico "buenas noches, seorita Gold", se fue. Leamas adivin que se haba pasado toda la tarde cavilando sobre las bolsas de la compra. Pas al compartimiento contiguo, donde Liz Gold estaba sentada en el peldao ms bajo de su escalerilla, leyendo algo que pareca un folleto. Al ver a Leamas, lo dej caer con aire culpable en su bolso y se puso en pie.

Quin es el seor Ironside? pregunt Leamas.

Creo que no existe contest ella. Es su mejor recurso cuando no sabe encontrar una respuesta. Una vez le pregunt quin era. Se puso toda elusiva y misteriosa y me dijo: "No se preocupe." Creo que no existe.

Tampoco estoy seguro de que exista la seorita Crail dijo Leamas, y Liz Gold sonri.

A las seis, ella cerr y dio las llaves al conserje, un hombre muy viejo que en la Primera Guerra haba sufrido un "shock" explosivo y que, segn Liz, se pasaba toda la noche despierto por si los alemanes realizaban un contraataque. Fuera, haca un fro terrible.

Tiene que ir muy lejos? pregunt Leamas.

Veinte minutos a pie. Siempre voy andando. Y usted?

No estoy lejos dijo Leamas. Buenas noches.

Volvi al piso andando despacio. Abri y dio al interruptor de la luz. No pas nada. Prob la luz de la cocinita, y por ltimo la estufa elctrica enchufada junto a la cama. En la estera de la puerta haba una carta. La recogi y la sac a la plida luz amarillenta de la escalera. Era de la compaa elctrica, lamentando que el jefe de zona no tuviera ms alternativa que cortarle la luz hasta que se pagara la cuenta pendiente de nueve libras, cuatro chelines y ocho peniques.

Se haba convertido en un enemigo de la seorita Crail, y a la seorita Crail lo que le gustaba eran los enemigos. O le miraba ceuda o finga no verle, y cuando l se acercaba, ella empezaba a temblar, mirando a derecha e izquierda, quiz en busca de algo con qu defenderse, o de una lnea de escapatoria.

A veces senta un inmenso resentimiento, como cuando l colg su impermeable en la percha "de ella" y sta se qued delante temblando durante sus buenos cinco minutos, hasta que Liz la observ y llam a Leamas. Leamas se acerc y le dijo:

Qu le disgusta, seorita Crail?

Nada contest ella, en un tono jadeante y cortado, nada en absoluto.

Pasa algo malo con mi impermeable?

Nada en absoluto.

Muy bien contest l, y se volvi a su compartimiento.

Ella se pas el da temblando, y durante media maana estuvo con una llamada telefnica en susurro teatral.

Se lo est contando a su madre dijo Liz. Siempre se lo cuenta a su madre. Tambin le cuenta cosas de m.

La seorita Crail lleg a sentir un odio tan intenso hacia Leamas, que encontr imposible comunicarse con l. Los das de cobro, cuando l volva de almorzar, encontraba un sobre en el tercer peldao de su escalerilla con su nombre fuera, escrito con mala ortografa. La primera vez ocurri que l le llev el dinero con el sobre y dijo:

Es L-E-A, seorita Crail, y slo una S.

Debido a esto, ella sufri un verdadero ataque de epilepsia, revolviendo los ojos y enredando confusamente con el lpiz hasta que Leamas se march. Despus, estuvo conspirando por telfono durante horas seguidas.

Al cabo de tres semanas que Leamas haba empezado a trabajar en la Biblioteca, Liz le invit a cenar. Fingi que era una idea que se le haba ocurrido de repente aquella misma tarde a las cinco; pareca darse cuenta de que si le invitaba para maana o pasado, l se olvidara o no ira, simplemente, as que le invit a las cinco. Leamas pareci reacio a aceptar, pero al fin acept.

Fueron andando hasta su piso a travs de la lluvia, y podran haber estado en cualquier sitio, Berln, Londres, cualquier ciudad donde las piedras del pavimento se convirtieran en lagos de luz bajo la lluvia del atardecer, y el trfico resoplara desesperadamente a travs de las calles mojadas.

Fue la primera de muchas cenas que Leamas tom en su piso. Iba cuando ella se lo peda, y ella le invitaba a menudo. l nunca hablaba mucho. Cuando ella descubri que s ira, se acostumbr a poner la mesa por la maana antes de salir para la Biblioteca. Incluso preparaba por adelantado la ensalada, y pona velas en la mesa, porque le gustaba la luz de las velas. Siempre saba que en Leamas haba algo en lo ms profundo que iba mal, y que algn da, por razones que ella no poda comprender, estallara y nunca le volvera a ver. Trat de decirle que lo saba; una noche le dijo:

Puedes marcharte cuando quieras; nunca te seguir, Alec y los ojos oscuros de l descansaron en ella durante un momento.

Ya te dir cundo contest.

El piso no tena ms que un cuarto de estar, a la vez alcoba, y la cocina. En el cuarto haba dos butacas, un sof-cama y una estantera llena de libros en rstica, sobre todo clsicos, que ella no haba ledo jams.

Despus de cenar, ella le hablaba; l se tumbaba a fumar en el divn. Nunca saba ella hasta qu punto la oa, ni le importaba. Se arrodillaba junto a la cama y le coga la mano, apretndola contra su propia mejilla, mientras hablaba.

Una noche le dijo:

Alec, en qu crees? No te ras, dmelo.

Ella esper un momento y por fin l dijo:

Yo creo que el autobs once me lleva a Hammersmith. No creo que lo conduzca Pap Noel.

Ella se qued pensativa y por fin volvi a preguntar:

Pero en qu crees?

Leamas se encogi de hombros.

Tienes que creer en algo insisti ella; en algo como Dios. S que crees, Alec; a veces pones una cara como si tuvieras algo especial que hacer, igual que un cura. Alec, no te ras, es verdad.

l movi la cabeza.

Lo siento, Liz, lo has entendido mal. No me gustan los yanquis ni las "public schools". No me gustan los desfiles militares ni la gente que juega a los soldados sin sonrer, aadi: Y no me gustan las conversaciones sobre cul es el sentido de la vida.

Pero, Alec, es como si dijeras...

Debera haber aadido interrumpi Leamas que no me gusta la gente que me dice lo que debera pensar.

Ella saba que se estaba irritando, pero ya no poda contenerse.

Eso es porque no quieres pensar, no te atreves! Hay algn veneno en tu alma, algn odio. Eres un fantico. Alec, s que lo eres, pero no s de qu. Eres un fantico que no quiere convertir a la gente, y eso es cosa peligrosa. Eres como un hombre que... ha jurado venganza, o algo as.

Los ojos oscuros se posaron en ella. Al hablar, ella se asust de la amenaza que haba en su voz.

Si yo estuviera en tu lugar dijo speramente, me ocupara de mis propios asuntos.

Y luego sonri, con una pcara sonrisa de irlands. Nunca haba sonredo as, y Liz comprendi que estaba fingiendo ese encanto.

En qu cree Liz? pregunt.

Y ella contest:

No se puede sacar tan fcilmente.

Despus, esa noche, volvieron a hablar de ello. Leamas lo plante; le pregunt si era religiosa.

Me has entendido mal dijo, al revs. Yo no creo en Dios.

Entonces en qu crees?

En la historia.

l la mir un momento con asombro, y luego se ech a rer.

Ah, Liz..., ah, no! No sers una maldita comunista?

Ella asinti con la cabeza, ruborizndose como una nia ante las risas de Leamas, irritada y aliviada de que a l no le importara.

Esa noche le retuvo y se hicieron amantes. l se march a las cinco de la maana. Liz no poda entenderlo: ella estaba muy orgullosa, y l pareca avergonzado.

Leamas sali del piso y baj por la calle desierta en direccin al parque. Haba niebla. Un poco ms abajo, en la calle no lejos de all, a unos treinta pasos, quiz algo ms se destacaba la figura de un hombre con impermeable, bajo y ms bien rechoncho. Apoyado contra la verja del parque, se recortaba entre la niebla cambiante. Cuando se acerc Leamas, la niebla pareci espesarse y cerrarse en torno a la figura de la verja, y cuando se disip, el hombre ya se haba ido.

5 - Crdito

Poco despus, alrededor de una semana ms tarde, Leamas dej de ir un da a la Biblioteca. La seorita Crail se sinti encantada; a las once y media se lo haba contado a su madre, y al volver del almuerzo se qued parada ante las estanteras de arqueologa donde l haba trabajado desde que lleg. Se qued mirando, con una fijeza teatral, las hileras de libros, y Liz comprendi que finga averiguar si Leamas haba robado algo.

Liz prescindi completamente de ella durante el resto del da, dejando de contestar cuando ella le preguntaba, y trabajando con asidua aplicacin. Al llegar la noche, volvi a casa a pie y se durmi llorando.

A la maana siguiente lleg pronto a la Biblioteca. Sin saber por qu, pensaba que cuanto antes llegase, antes podra acudir Leamas; pero a medida que pasaba lentamente la maana, sus esperanzas se extinguan, y comprenda que l no llegara jams. Aquel da se haba olvidado de prepararse unos bocadillos, de modo que decidi coger un autobs que la llevase a Bayswater Road para ir a comer a A.B.C. Se senta mareada y vaca, pero sin hambre. Y si fuera a buscarle? Haba prometido no seguirle nunca, pero l le prometi contrselo todo. Ira a buscarle?

Hizo seas a un taxi y dio la direccin de Alec.

Subi por la deslucida escalera y apret el timbre de su puerta. El timbre pareca roto: no oy nada. Haba tres botellas de leche en la estera de la puerta y una carta de la compaa elctrica. Vacil un momento; luego golpe la puerta y oy el leve gemido de un hombre. Se precipit por las escaleras al piso de abajo, aporre la puerta y toc el timbre. No recibi respuesta, de modo que baj corriendo otro tramo y se encontr en la trastienda de un comercio de comestibles. En un rincn haba una vieja sentada, mecindose hacia delante y atrs en su butaca.

En el piso de arriba casi grit Liz hay alguien que se encuentra muy mal. Quin tiene una llave?

La vieja la mir durante un momento, y luego dirigi su mirada hacia donde estaba la tienda.

Arthur, entra aqu; Arthur, hay una chica aqu!

Un hombre con peto pardo y un sombrero tirols gris asom la cabeza por la puerta y dijo:

Una chica?

Hay alguien gravemente enfermo en el piso de arriba dijo Liz, no puede llegar a la puerta de la escalera y abrirla. Tiene usted una llave?

No contest el tendero, pero tengo un martillo.

Y se precipitaron escaleras arriba juntos; el tendero, siempre con su sombrerito, llevando un gran destornillador y un martillo. l golpe reciamente la puerta, y esperaron conteniendo el aliento alguna respuesta. Pero sta no lleg.

Antes o un gemido, le aseguro que lo o susurr Liz.

Pagar usted esta puerta si la echo abajo?

El martillo hizo un ruido terrible. Con tres golpes arranc un trozo del marco, y la cerradura salt con ella. Liz entr delante, y el tendero la sigui. El cuarto estaba terriblemente fro y oscuro, pero en la cama del rincn pudieron distinguir la figura de un hombre.

"Ay, seor pens Liz, si est muerto, creo que no puedo tocarle."

Pero se acerc a l, y an estaba vivo. Descorri las cortinas y se arrodill junto a la cama.

Ya le llamar si le necesito, gracias dijo.

Y el tendero asinti y se fue escaleras abajo.

Alec, qu es eso? Qu te ha puesto malo? Qu es esto, Alec?

Leamas movi la cabeza en la almohada. Sus ojos hundidos estaban cerrados. La barba oscura resaltaba en la palidez de su cara.

Alec, tienes que decrmelo, por favor, Alec.

Apretaba una de sus manos entre las suyas, mientras las lgrimas le caan por las mejillas. Desesperadamente, pens qu poda hacer; luego se levant y corri hacia la cocina para poner agua a hervir. No saba claramente qu deba hacer, pero le consolaba hacer algo. Despus de poner el agua en el gas, recogi el bolso, se llev la llave de Leamas de la mesilla, baj corriendo los cuatro tramos hasta la calle, y cruz a la farmacia de enfrente. Compr gelatina de ternera, extracto de carne y aspirinas. Cuando estaba a punto de llegar a la puerta, se volvi atrs y compr un paquete de galletas. En total le cost diecisis chelines, lo que la dej con cuatro chelines en el bolso y once libras en la libreta de la caja de ahorros, pero hasta el da siguiente no poda sacar nada. Cuando volvi al piso, el agua haba empezado a hervir.

Hizo el t con el extracto de carne, como lo haca su madre, en un vaso con una cucharilla dentro para que no se resquebrajara, todo el tiempo mirndole como temiendo que estuviera muerto.

Tuvo que ponerle algn apoyo para lograr que se bebiese el t. Slo tena una almohada y no haba en el cuarto almohadones, de modo que descolg el abrigo que haba detrs de la puerta, hizo con l un lo y lo arregl detrs de la almohada. Le asustaba tocarle; estaba tan empapado de sudor, que su corto pelo gris se haba puesto hmedo y resbaloso. Poniendo la taza junto a la cama, le sostuvo la cabeza con una mano y le dio el t con la otra. Despus de hacerle tomar unas cuantas cucharadas, aplast dos aspirinas y se las dio en la cuchara. Le hablaba como si fuera un nio, sentada en el borde de la cama, mirndole, pasndole a veces los dedos por la cabeza y la cara, y susurrando su nombre una y otra vez:

Alec. Alec.

Poco a poco, su respiracin se hizo ms regular y su cuerpo se abland, al pasar del tenso dolor de la fiebre a la calma del sueo. Liz, observndole, comprendi que lo peor haba pasado. De pronto se dio cuenta de que casi haba oscurecido.

Entonces se sinti avergonzada, porque saba que debera limpiar y ordenar. Se incorpor de un salto busco la escoba y un plumero en la cocina, y se puso a trabajar con energa febril. Encontr un mantel de tela limpio, lo extendi bien sobre la mesilla y freg las tazas y platos sueltos que haba por la cocina. Cuando acab, mir el reloj y vio que eran las ocho y media. Puso a hervir ms agua y volvi junto a la cama.

Alec, no lo tomes a mal, por favor dijo me ir, te lo prometo; pero deja que te haga una comida decente. Ests mal, no puedes seguir as, es... oh, Alec!

Y se derrumb llorando, con las manos en la cara, y las lgrimas corriendo por entre sus dedos, como las lgrimas de un nio. l la dej que llorase, mirndola con sus oscuros ojos, las manos aferradas a la sbana.

Ella le ayud a lavarse y afeitarse, y encontr ropa de cama limpia. Le dio gelatina de ternera del tarro que habla comprado en la farmacia. Sentada en la cama, miraba cmo coma y pensaba que jams haba sido tan feliz.

Pronto se qued dormido; ella le remeti la manta por los hombros y se acerc a la ventana. Separando las ajadas cortinas, levant el bastidor y se asom. Haba otras dos ventanas con luz en el patio. En una vea la centellante silueta azul de una pantalla de televisin, con las figuras a su alrededor, inmovilizadas por su hechizo; en la otra, una mujer muy joven se arreglaba unos rizadores en el pelo. Liz sinti deseos de llorar por el spero engao de sus sueos.

Se qued dormida en la butaca y no despert hasta que casi fue de da, sintindose rgida y fra. Se acerc a la cama: Leamas se movi algo cuando ella le mir, y ella le toc los labios con la punta de los dedos. No abri los ojos, pero extendi suavemente el brazo y la atrajo a la cama, y de repente ella le dese terriblemente, y nada importaba, y le volvi a besar una y otra vez. Cuando le mir, l pareca sonrer.

Durante seis das, ella fue da tras da. l nunca le hablaba mucho, y una vez que ella pregunt si la quera, contest que no crea en cuentos de hadas. Ella se tumbaba en la cama, apoyndole la cabeza en el pecho, y a veces l le pasaba sus recios dedos entre el pelo, apretndoselo fuertemente, y Liz se rea y deca que le haca dao. El viernes por la tarde le encontr vestido, pero sin afeitar, y le extra que no se hubiera afeitado. Por alguna razn inexplicable, se senta alarmada. Faltaban del cuarto algunas pequeas cosas: el reloj y la barata radio porttil que estaba en la mesa. Ella quiso hacerle una pregunta, pero no se atrevi. Haba comprado huevos y jamn, y los prepar de cena, mientras Leamas, sentado en la cama, fumaba un cigarrillo tras otro. Cuando estuvo todo dispuesto, fue a la cocina y volvi con una botella de vino tinto.

l apenas habl durante la cena, y ella le observ con un temor creciente, hasta que no pudo soportarlo ms y exclam de repente:

Alec..., oh, Alec..., qu es eso? Es la despedida?

l se levant de la mesa, le cogi las manos y la bes de un modo como no lo haba hecho nunca, hablndole suavemente durante mucho tiempo de cosas que ella slo entenda oscuramente y que slo oa a medias, porque durante todo el tiempo supo que era el final y ya nada le importaba

Adis, Liz dijo. Adis.

Y luego:

No me sigas. No lo vuelvas a hacer.

Liz asinti, murmurando:

Como acordamos.

Agradeci el mordiente fro de la calle y la oscuridad que ocultaba sus lgrimas.

A la maana siguiente, sbado, fue cuando Leamas pidi al tendero que le fiara. Lo hizo sin mucho arte, de un modo que no era el ms apropiado para lograrlo. Encarg media docena de cosas no sumaban ms de una esterlina, y cuando estuvieron envueltas y metidas en la bolsa, dijo:

Sera mejor que me mandara esta cuenta.

El tendero sonri con dificultad y dijo:

Me temo que no podr hacerlo.

Faltaba claramente la palabra "seor".

Por qu diablos no? pregunt Leamas, y la cola de clientes detrs de l se removi con inquietud.

No le conozco a usted contest el tendero.

No sea majadero dijo Leamas. Llevo cuatro meses viniendo aqu.

El tendero enrojeci.

Siempre pedimos la referencia de un banco antes de conceder cualquier crdito dijo, y Leamas perdi la compostura.

No me venga con chuleras imbciles grit, la mitad de sus clientes no han entrado nunca en un banco, ni entrarn en su asquerosa vida.

Eso era una hereja inaudible, porque era verdad.

No le conozco a usted de nada repiti el tendero, estropajosamente, ni es una persona de mi agrado. Ahora vyase de mi tienda.

Y trat de recuperar el paquete que, por desgracia, Leamas ya haba agarrado. Despus hubo diferentes opiniones sobre lo que ocurri a continuacin. Unos dijeron que el tendero, tratando de recuperar la bolsa, empuj a Leamas; otros dijeron que no. Lo hiciera o no, Leamas le golpe la mayora de la gente crea que dos veces, sin abrir la mano derecha, con la que segua sosteniendo la bolsa. Pareci lanzar el golpe, no con el puo, sino con el canto de la mano izquierda, y luego, en el mismo movimiento, asombrosamente rpido, con el codo izquierdo. El tendero se desplom al instante y qued inmvil como una piedra. Despus se dijo ante el tribunal, y no lo neg la defensa, que el tendero haba recibido dos lesiones: un pmulo fracturado en el primer golpe, y una mandbula dislocada en el segundo. Las noticias en la prensa diaria fueron precisas, pero no muy detalladas.

6 - CONTACTO

Por la noche, estaba tumbado en su litera oyendo los ruidos de los presos. Haba un muchacho que sollozaba y un viejo reincidente que cantaba "On Ilkley Moor bar t'at", llevando el comps con la lata de la comida. Haba un carcelero que gritaba: "Cierra el pico, George, miserable zoquete", despus de cada verso, pero nadie le haca caso. Haba un irlands que cantaba canciones sobre el Ejrcito Republicano Irlands, aunque los dems decan que estaba all por una violacin.

Leamas, durante el da, haca todo el ejercicio que poda, con la esperanza de poder dormir por la noche, pero era intil. De noche, uno saba que estaba en la crcel; de noche no haba nada, no haba truco de visiones o autoengao que le salvara a uno del encierro nauseabundo de la celda. No poda uno cerrar el paso al sabor de la prisin, al olor del uniforme de la prisin, al hedor de las instalaciones sanitarias de la prisin, intensamente desinfectadas, a los ruidos de los presos. Entonces, de noche, era cuando la indignidad del cautiverio se haca apremiantemente insufrible; entonces era cuando odiaba la grotesca jaula de acero que le retena, y haba de refrenar a la fuerza el afn de lanzarse contra los barrotes con los puos desnudos, de partirles el crneo a los carceleros y lanzarse a la libertad, al espacio libre de Londres. A veces pensaba en Liz. Fijaba su mente en ella brevemente, como el objetivo de una cmara; recordaba por un momento el contacto ligeramente duro de un cuerpo largo, y luego la apartaba de su memoria. Leamas no era un hombre acostumbrado a vivir de sueos.

Despreciaba a sus compaeros de celda, y ellos le odiaban. Le odiaban porque lograba ser lo que todos ellos, en el fondo de su corazn, anhelaban ser: un misterio. l preservaba de la comunidad una parte visible de su personalidad: a l no se le poda impulsar a que, en momentos sentimentales, hablara de su muchacha, de su familia o de sus hijos. No saban nada de Leamas; esperaban, pero l no se acercaba hacia ellos. Los presos nuevos son, generalmente, de dos especies: unos, por vergenza, miedo o trastorno esperan con fascinado horror a que les inicien en las astucias de la vida de la prisin, y otros comercian con su msera condicin de novatos para hacerse querer por la comunidad. Leamas no haca ninguna de esas dos cosas. Pareca satisfecho con despreciarles a todos, y ellos le odiaban porque, como el mundo exterior, no tena necesidad de ellos. Al cabo de unos diez das, se sintieron satisfechos. Los grandes no recibieron homenaje alguno, los pequeos no obtuvieron ningn consuelo, de modo que le dieron un "apretn" en la cola de la comida. El "apretn" es un ritual carcelario semejante a la costumbre dieciochesca del "empujn". Simula ser un accidente, tan slo aparente en el que se vuelca el plato de estao del preso, vertindole el contenido sobre el uniforme. A Leamas le empujaron por un lado, mientras una mano oportuna bajaba sobre su antebrazo, y la cosa qued hecha. Leamas no dijo nada, mir pensativamente a los dos hombres que tena al lado y acept en silencio los sucios insultos de un carcelero que saba muy bien lo que haba pasado.

Cuatro das despus, mientras trabajaba con una azada en los macizos de flores de la crcel, pareci tropezar. Llevaba sujeta la azada con las dos manos a travs del cuerpo, con el extremo del mango sobresaliendo unas seis pulgadas del puo derecho. Cuando se esforz por recobrar el equilibrio, el prisionero que estaba a su derecha se dobl con un gruido de angustia, los brazos cruzados en el vientre. Despus de eso ya no hubo ms "apretones".

Quiz la cosa ms extraa de todo lo de la crcel fue lo del paquete de papel de estraza cuando sali. Con una asociacin ridcula, le record la ceremonia de la boda: con este anillo te caso, con este paquete de papel de estraza te devuelvo a la sociedad. Se lo entregaron, hacindole firmar un recibo, y contena todo lo que posea en el mundo.

Pareca un preso tranquilo. No se produjeron quejas contra l. El director de la crcel, que estaba vagamente interesado en su caso, lo atribua todo a la sangre irlandesa que juraba notar en Leamas.

Qu va a hacer pregunt cuando se vaya de aqu?

Leamas contest, sin asomos de sonrisa, que le pareca que iba a empezar otra vez por el principio, y el director de la crcel dijo que le pareca excelente.

Y qu hay de su familia? pregunt. No podra arreglarse con su mujer?

Lo intentar contest Leamas, con indiferencia. Pero se ha vuelto a casar.

El funcionario que se ocupaba de la libertad bajo vigilancia le pidi que se hiciera enfermero en un manicomio de Buckinghamshire, y Leamas estuvo de acuerdo en solicitarlo. Incluso, anot la direccin y apunt el horario de los trenes, que salan de Marylebone.

Ahora hay tren electrificado hasta Great Missenden aadi el funcionario, y Leamas dijo que eso le vendra bien. Y as, le dieron el paquete y se march. Cogi un autobs hasta Marble Arch, y se ech a pasear. Tena en el bolsillo un poco de dinero y pensaba regalarse con una comida decente. Pens en ir paseando por Hyde Park hasta Piccadilly, luego, a travs de Green Park y St. Jame's Park, hasta Parliament Square, y despus errara por Whitehall abajo, hasta el Strand, donde poda ir al gran caf cercano a la estacin de Charing Cross y tomarse un buen bistec por seis chelines.

Londres estaba hermoso ese da. La primavera haba llegado con cierto retraso y los parques se hallaban llenos de narcisos y azafranes. Soplaba del sur un viento fro limpiador; podra haberse pasado todo el da paseando. Pero segua con el paquete encima y tena que librarse de l. Los cestos de desperdicios eran demasiado pequeos; su aspecto hubiera parecido absurdo intentando meter a empujones su paquete en uno de ellos. Record que haba un par de cosas que tena que sacar; sus miserables papeles, la tarjeta del Seguro Nacional, el carnet de conducir y su E.93 fuera lo que fuera, en un sobre amarillento de Servicio Oficial, pero de repente, se le fueron las ganas de hacerlo. Se sent en un banco y tir el paquete a un lado, no demasiado cerca, y se alej un poco de l. Al cabo de un par de minutos se volvi por la vereda, dejando el paquete donde estaba. Acababa de entrar por la vereda, cuando oy un grito: se volvi, quiz con cierta brusquedad, y vio a un hombre con impermeable militar que le haca seas con una mano, sosteniendo el paquete de papel de estraza con la otra.

Leamas tena las manos en los bolsillos, y no las sac; se qued quieto, mirando por encima del hombro al del impermeable. El hombre vacil; evidentemente, esperaba que Leamas se le acercara o hiciera alguna seal de inters, pero Leamas no la haca. Al contrario, se encogi de hombros y sigui por la vereda adelante. Oy otro grito y no hizo caso, aunque not que el hombre le segua. Oy sus pasos en la grava, medio corriendo, que se acercaban de prisa, y luego una voz, un poco jadeante, un poco ofendida:

Eh, oiga..., usted, a ver!

Y despus se dirigi a l a quemarropa, de modo que Leamas se detuvo, se volvi y le mir.

Qu?

Este paquete es suyo, no?, se lo dej en el banco. Por qu no se detuvo cuando le llam?

Alto, con el pelo oscuro bastante rizado; corbata naranja y camisa verde plido: un poquito presumido, un poquito afeminado, pens Leamas. Poda ser un maestro de escuela, un graduado de la Escuela de Economa de Londres, y dirigir un grupo dramtico de barrio.

Djelo donde estaba dijo Leamas. No lo quiero.

El hombre enrojeci.

No lo puede dejar ah as como as dijo. Es basura.

S que puedo, demonios contest Leamas. Alguien encontrar en qu usarlo.

Iba a seguir adelante, pero el desconocido segua plantado ante l, sosteniendo el paquete con los brazos como si fuera un niito.

No me quite la luz dijo Leamas. Le importa?

Mire usted dijo el desconocido, y su voz haba subido de tono: estoy tratando de hacerle un favor: por qu se muestra tan grosero?

Si tanto empeo tiene usted en hacerme un favor replic Leamas, por qu me viene siguiendo desde hace media hora?

"Est muy bien pens Leamas, no ha acusado el golpe, pero hay que pegarle hasta dejarle tieso."

Crea que era usted uno que conoc en Berln, si se empea en saberlo.

Y por eso me ha seguido durante media hora?

La voz de Leamas estaba cargada de sarcasmo; sus ojos oscuros no abandonaban por un momento la cara del otro.

Nada de hace media hora. Le vi en Marble Arch y pens que era Alec Leamas, un hombre que me prest dinero. Yo estaba en la BBC en Berln, y all estaba ese hombre que me prest dinero. Lo tengo en la conciencia desde entonces, y por eso le he seguido. Quera convencerme.

Leamas sigui mirndole y pens que no estaba tan bien, pero que estaba suficientemente bien. Su cuento era apenas creble... eso no importaba. Lo importante es que haba sacado algo nuevo y se aferr a ello despus que Leamas hubo echado a perder lo que prometa ser un arranque clsico.

Soy Leamas dijo por fin, quin demonios es usted?

Dijo que se llamaba Ashe, con e, aadi rpidamente, y Leamas comprendi que menta. Fingi no estar muy seguro de que Leamas fuera realmente Leamas, de modo que mientras almorzaban abrieron el paquete y miraron la tarjeta del Seguro Nacional, segn pens Leamas, como un par de maricas miran una postal indecente. Ashe pidi el almuerzo con un poco menos del cuidado debido por el precio, y bebieron Frankenwein para recordar los viejos tiempos. Leamas, desde un principio, se empe en que no era capaz de recordar a Ashe, y Ashe dijo que le sorprenda. Lo dijo en un tono como dando a entender que le ofenda. Se haban conocido en una reunin, dijo, que dio Derek Williams en su piso junto a Ku-Damm (en eso acertaba), y todos los periodistas haban estado all: seguro que Leamas lo recordaba, no? No, Leamas no se acordaba. Bueno, seguramente se acordara de Derek Williams, el del "Observer", aquel tan simptico, que daba unas reuniones tan estupendas a base de "pizza". Leamas tena una memoria catastrfica para los nombres; al fin y al cabo, hablaban del ao cincuenta y cuatro; desde entonces, haba llovido mucho... Ashe se acordaba (su nombre de pila, por cierto, era Williams, pero casi todos le llamaban Bill); Ashe lo recordaba de un modo "vvido". Haban bebido combinados, coac y crema de menta, y estaban todos bastante "trompas", y Derek haba llevado unas chicas realmente estupendas, medio cabaret de Malkasten: seguro que ahora s se acordara Alec, no? Leamas pens que probablemente volvera a caer en ello, si Bill segua un poco adelante con el asunto.

Bill sigui adelante, improvisando, sin duda, pero lo haca bien, exagerando un poco el lado picante; cmo haban acabado en un cabaret con tres de aquellas chicas; Alec, un tipo de la oficina del consejero poltico y Bill; y Bill se haba visto tan apurado porque no llevaba dinero encima, y Alec haba pagado, y Bill se haba querido llevar una chica a su casa, y Alec le haba prestado otro de diez...

Demonios dijo Leamas: ahora s que me acuerdo.

Ya saba yo que s se acordara dijo Ashe, feliz, asintiendo con la cabeza hacia Leamas, mientras beba. Mire, vamos a bebernos la otra media; es muy divertido.

Ashe era un ejemplar tpico de ese estrato de la humanidad que acta en las relaciones humanas conforme a un principio de accin y reaccin. Donde haba blandura, avanzaba; donde encontraba resistencia, se retiraba. Sin tener l mismo ninguna opinin ni gusto especial, se atena a lo que les fuera bien a los que acompaara. Estaba tan dispuesto a tomar t en Portnum como cerveza en el Prospect de Whitby; escuchaba msica militar en St. Jame's Park lo mismo que jazz en algn stano de Compton Street; su voz temblaba de identificacin cuando hablaba de Sharpeville o de indignacin ante el crecimiento de la poblacin de color en Gran Bretaa. A Leamas este papel notoriamente pasivo le resultaba repelente, y haca que aflorase lo que haba en l de chulo, de modo que llevaba al otro cautamente a alguna posicin comprometedora y luego se retiraba l mismo, con lo que Ashe continuamente tena que retirarse de algn callejn sin salida donde Leamas le haba metido con algn cebo. Hubo momentos durante aquella tarde en que Leamas fue tan descaradamente perverso que Ashe tena motivos para poner fin a su charla; razn de ms ya que pagaba l, pero no lo hizo. El hombrecillo con gafas, sentado solo a una mesa de al lado y sumergido en un libro sobre la fabricacin de rodamientos de bolas, hubiera podido deducir que Leamas se entregaba a un juego sdico, o quiz (si era hombre de especial sutileza) que Leamas estaba demostrando para su propia certidumbre que slo un hombre que guardase una verdadera razn secreta poda aguantar tal clase de tratamiento.

Eran casi las cuatro cuando pidieron la cuenta; Leamas se empe en pagar su parte. Ashe no quera ni or hablar de ello: pag la cuenta y sac su talonario para ajustar su deuda con Leamas.

Veinte de las buenas dijo, y rellen la fecha en el cheque.

Luego levant la vista hacia Leamas, todo acomodaticio y con los ojos muy abiertos.

Supongo que le parecer bien un cheque, no?

Enrojeciendo un poco, Leamas contest:

En este momento, no tengo Banco... acabo de regresar de fuera; tengo un asunto que arreglar. Mejor deme un taln y lo cobrar en su Banco.

Mi querido amigo, ni hablar de eso! Tendra usted que ir hasta Rotherhithe para cobrar ste.

Leamas se encogi de hombros y Ashe se ech a rer, y luego acordaron en reunirse en el mismo sitio al da siguiente, a la una, y Ashe le llevara el dinero al contado.

Ashe cogi un taxi en la esquina de Compton Street, y Leamas agit su mano hasta que se perdi de vista. Cuando se hubo marchado, mir el reloj. Eran las cuatro. Sospech que todava deban seguirle, de modo que baj a pie hasta Fleet Street y tom una taza de caf solo en el Black and White. Mir unas libreras, ley los peridicos de la tarde que estaban expuestos en los escaparates de las oficinas de los peridicos, y luego, de repente, como si se le hubiera ocurrido la idea en el ltimo instante, subi de un salto a un autobs. El autobs lleg hasta Ludgate Hill, donde qued bloqueado en un atasco de circulacin junto a una estacin del Metro: Leamas baj y cogi un Metro. Haba sacado un billete de seis peniques: se situ en el extremo del vagn y se ape en la estacin siguiente. All cogi otro tren hacia Euston, y emprendi la vuelta a Charing Cross. Eran las nueve cuando alcanz la estacin, y haba aumentado bastante el fro. Una camioneta estaba esperando all delante; el conductor se haba dormido. Leamas lanz una ojeada a la matrcula, se acerc y llam por la ventanilla:

Viene de parte de Clements?

El conductor despert sobresaltado y pregunt:

El seor Thomas?

No contest Leamas. Thomas no pudo venir. Soy Amies, de Hounslow.

Suba, seor Amies contest el conductor, abriendo la puerta.

Marcharon hacia el oeste, hacia King's Road. El conductor conoca el camino.

Abri la puerta Control.

George Smiley est fueradijo. Me ha prestado la casa. Adentro.

Slo cuando Leamas estuvo dentro y cerr la puerta de la casa, Control encendi la luz del vestbulo.

Me siguieron hasta la hora del almuerzo dijo Leamas.

Entraron a una salita. Haba libros por todas partes. Era un cuarto muy bonito: alto, con molduras dieciochescas, largas ventanas y una chimenea.

Fueron a buscarme esta maana. Un tal Ashe encendi un cigarrillo. Un mariquita. Maana nos reuniremos otra vez.

Control escuch atentamente el relato de Leamas, paso a paso, desde el da en que golpe a Ford, el tendero, hasta su encuentro de esa maana con Ashe.

Qu tal encontr la crcel? pregunt Control. Lo mismo hubiese podido preguntar si Leamas haba pasado bien sus vacaciones. Lamento no haber podido mejorar las condiciones de su estancia y proporcionarle algunas comodidades especiales, pero eso no hubiera sido conveniente.

Claro que no.

Uno debe ser coherente. En todas las coyunturas, uno debe ser coherente. Adems, estara mal romper el encanto. Tengo entendido que estuvo usted enfermo. Qu tuvo?

Un poco de fiebre.

Cunto tiempo estuvo en cama?

Unos diez das.

Qu trastorno! Y nadie que le cuidara, desde luego.

Hubo un silencio muy largo.

Usted sabe que ella es del Partido, no? pregunt sosegadamente Control.

S contest Leamas. Otro silencio. No quiero que se la meta en esto.

Por qu habra que meterla? pregunt Control con vivacidad, y por un momento, un momento tan slo, Leamas crey haber perforado su revestimiento de despego acadmico. Quin dice que ha de ser as?

Nadie contest Leamas; slo quiero dejarlo bien claro. S cmo evolucionan esas cosas, todas las operaciones son ofensivas. Tienen derivaciones entran en giros repentinos, en direcciones inesperadas. Uno piensa haber pescado un pez, y se encuentra que ha atrapado otro. Quiero que ella quede al margen de todo.

Ah, por supuesto, por supuesto.

Quin es ese hombre de la Agencia de Colocaciones... Pitt? No estaba en Cambridge Circus durante la guerra?

No conozco a nadie que se llame as. Pitt, dice usted?

S.

No, ese nombre no me dice nada. En la Agencia de Colocaciones?

Ah, vamos, ya est bien mascull sonoramente Leamas.

Lo siento dijo Control, ponindose en pie. Descuido mis deberes de anfitrin sustituto. Quiere algo de beber?

No. Quiero marcharme esta noche, Control. Ir al campo y hacer un poco de ejercicio. Est abierta la casa?

He preparado un coche... dijo l. A qu hora ver a Ashe maana? A la una?

S.

Llamar a Haldane y le dir que necesita usted pasta. Adems, le ira bien que visitara a algn mdico. Por eso de la fiebre

No necesito ningn mdico.

Como quiera.

Control se sirvi un whisky y empez a mirar distradamente los libros de las estanteras de Smiley.

Por qu no est aqu Smiley? pregunt Leamas.

No le gusta la operacin contest Control con indiferencia. La encuentra desagradable. Ve su necesidad, pero no quiere tomar parte en ella. Su fiebre aadi Control con sonrisa caprichosa es intermitente.

No me recibi precisamente con los brazos abiertos.

Eso es. No quiere tomar parte en ello. Pero le ha hablado de Mundt, le ha dado las referencias esenciales?

S.

Mundt es un hombre muy duro reflexion Control. No deberamos olvidarlo nunca. Y un buen agente de espionaje.

Sabe Smiley el motivo de la operacin, el inters especial?

Control asinti con la cabeza y tom un sorbo de whisky.

Y sigue sin gustarle?

No es cuestin de moral. Es como el cirujano que se ha cansado de la sangre. Le parece bien que otros operen.

Dgame continu Leamas, cmo est usted tan seguro de que esto nos llevar a donde queremos? Cmo sabe usted que son los alemanes orientales quienes estn metidos en ello, y no los checos o los rusos?

Est tranquilo dijo Control, con cierta pomposidad, ya se ha pensado en eso.

Cuando llegaron a la puerta, Control apoy suavemente la mano en el hombro de Leamas.

Este es su ltimo trabajo dijo. Luego puede retirarse del fro. En cuanto a esa chica..., quiere que hagamos algo por ella, dinero o lo que sea?

Cuando se acabe todo. Entonces, yo mismo me ocupar de ello.

Muy bien... Sera muy arriesgado hacer algo ahora.

Slo quiero que se quede sola repiti con empeo Leamas; no quiero que la compliquen en esto. No quiero que tenga ni ficha ni nada. Quiero que la olviden.

Movi la cabeza hacia Control y se desliz saliendo hacia el aire de la noche. Hacia el fro.

7 - Kiever

Al da siguiente, Leamas lleg con veinte minutos de retraso a su almuerzo con Ashe, y con el aliento que ola a whisky. Sin embargo, no por eso fue menor el placer de Ashe al ver a Leamas. Afirm que l tambin acababa de llegar en ese momento; se haba retrasado un poco yendo al banco. Entreg a Leamas un sobre.

De una dijo Ashe. Espero que estar bien, no?

Gracias... contest Leamas, vamos a beber algo.

No se haba afeitado y tena el cuello de la camisa sucio. Llam al camarero y pidi de beber, un whisky grande para l y una ginebra con angostura para Ashe. Cuando llegaron las bebidas, a Leamas le tembl la mano al echar el seltz en el vaso, estando a punto de volcarlo.

Comieron bien, y bien rociado. Ashe llevaba la voz cantante. Tal como Leamas haba supuesto, empez por hablar de s mismo: un viejo truco, y no demasiado malo.

A decir verdad, ltimamente me he metido en una cosa bastante buena dijo Ashe; reportajes ingleses, de corresponsales independientes, para la prensa extranjera. Despus de Berln, al principio se me complicaron bastante las cosas, la BBC no me quiso renovar el contrato, y acept un empleo, la direccin de un horrible semanario de quiosco, dedicado a pasatiempos para los ancianos. Puede imaginarse usted algo ms espantoso? Se hundi a la primera huelga