las flores del mal

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Cuadros parisinos I LXXXVI PAISAJE LXXXVII EL SOL Quiero, para crear castamente mis églogas, dormir cerca del cielo, cual suelen los astrólogos, y escuchar entre sueños, vecino a las campanas, sus cánticos solemnes llorados por el viento. La barbilla en las manos, tranquilo en mi buhardilla, observaré el taller que parlotea y canta; chimeneas y torres, mástiles de la urbe, y los cielos que invitan a soñar con lo eterno. Es dulce ver surgir a través de las brumas la estrella en el azul, la luz en la ventana, alzarse al firmamento los ríos del carbón y derramar la luna su desvaído hechizo. Veré las primaveras, los estíos y otoños, y al llegar el invierno de monótonas nieves, cerraré a cal y canto postigos y mamparas, para alzar en la noche mis palacios de cuento. Y entonces soñaré con zarcos horizontes, jardines, surtidores quejándose en el mármol, con besos y con pájaros que cantan noche y día, lo que el Idilio alberga de puro y de infantil. El Motín, golpeando sin éxito en los vidrios, no hará que del pupitre se levante mi frente, pues estaré gozando la voluptuosidad, de que la Primavera a mi capricho irrumpa, de hacer que se alce un sol en mi pecho, y crear una atmósfera tierna de mis ideas ardientes. Por el viejo suburbio, donde en chabolas cuelgan las persianas, abrigo de secretas lujurias, cuando el sol cruel golpea con redoblados tiros sobre el campo y ciudad, tejados y trigales, en mi esgrima fantástica voy solo a ejercitarme, oliendo en los rincones el azar de la rima, tropezando en palabras como en el pavimento. topándome con versos largamente soñados. Este padre nutricio, que odia los cloróticos, en los campos despierta cual las rosas los versos; hace que se evaporen los problemas al cielo, y de miel las colmenas y los cerebros colma. Es él quien vuelve joven al que va con muletas y como a las muchachas lo hace dulce y alegre, y ordena a las cosechas que crezcan y maduren en el pecho inmortal que en flor siempre se quiere. Cuando, igual que un poeta, él baja a las ciudades, ennoblece la suerte de las cosas más viles, y sin pajes ni ruidos, igual que un rey, visita los hospitales todos y todos los palacios.

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Pequeño fragmento de la gran obra de las Flores del mal. Charles Baudelaire

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Page 1: Las Flores Del Mal

Cuadros parisinos I

LXXXVI PAISAJE LXXXVII EL SOL

Quiero, para crear castamente mis églogas, dormir cerca del cielo, cual suelen los astrólogos, y escuchar entre sueños, vecino a las campanas, sus cánticos solemnes llorados por el viento. La barbilla en las manos, tranquilo en mi buhardilla, observaré el taller que parlotea y canta; chimeneas y torres, mástiles de la urbe, y los cielos que invitan a soñar con lo eterno. Es dulce ver surgir a través de las brumas la estrella en el azul, la luz en la ventana, alzarse al firmamento los ríos del carbón y derramar la luna su desvaído hechizo. Veré las primaveras, los estíos y otoños, y al llegar el invierno de monótonas nieves, cerraré a cal y canto postigos y mamparas, para alzar en la noche mis palacios de cuento. Y entonces soñaré con zarcos horizontes, jardines, surtidores quejándose en el mármol, con besos y con pájaros que cantan noche y día, lo que el Idilio alberga de puro y de infantil. El Motín, golpeando sin éxito en los vidrios, no hará que del pupitre se levante mi frente, pues estaré gozando la voluptuosidad, de que la Primavera a mi capricho irrumpa, de hacer que se alce un sol en mi pecho, y crear una atmósfera tierna de mis ideas ardientes.

Por el viejo suburbio, donde en chabolas cuelgan las persianas, abrigo de secretas lujurias, cuando el sol cruel golpea con redoblados tiros sobre el campo y ciudad, tejados y trigales, en mi esgrima fantástica voy solo a ejercitarme, oliendo en los rincones el azar de la rima, tropezando en palabras como en el pavimento. topándome con versos largamente soñados. Este padre nutricio, que odia los cloróticos, en los campos despierta cual las rosas los versos; hace que se evaporen los problemas al cielo, y de miel las colmenas y los cerebros colma. Es él quien vuelve joven al que va con muletas y como a las muchachas lo hace dulce y alegre, y ordena a las cosechas que crezcan y maduren en el pecho inmortal que en flor siempre se quiere. Cuando, igual que un poeta, él baja a las ciudades, ennoblece la suerte de las cosas más viles, y sin pajes ni ruidos, igual que un rey, visita los hospitales todos y todos los palacios.

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Cuadros parisinos II

LXXXVIII A UNA MENDIGA PELIRROJA Blanca chica pelirroja, cuyo traje por sus rotos la pobreza deja ver y la belleza, para mí, pobre poeta, tu joven cuerpo enfermizo, todo de pecas cubierto, su dulzor tiene. Llevas más galanamente que una reina de novela sus coturnos de velludo, tus zapatones. En vez de un harapo corto, que un vestido cortesano en pliegues cuelgue brillante sobre tus pies; que en lugar de rotas medias, para el ojo libertino en tu pierna un puñal de oro reluzca aún; que nudos mal apretados muestren, para nuestra culpas tus bellos senos, radiantes como los ojos; y que para desnudarte tus brazos se hagan rogar y ahuyenten con golpes pícaros dedos traviesos,

perlas del agua más bella sonetos del señor Belleau por tus galanes esclavos dados sin tregua, pajes al azar prendados, ¡mil señores y Ronsares, espiarían divertidos tu fresca alcoba! Contarías en tus lechos muchos más besos que lises ¡y tus leyes serviría más de un Valois! -Vas en cambio mendigando algún despojo caído al umbral de algún Véfour de encrucijada; vas mirando de reojo joyas de cuarenta escudos que, ¡perdóname!, no puedo yo regalarte. Vete, pues, sin otro adorno perfumes, perlas, diamantes que tu flaca desnudez, ¡oh mi belleza!

Page 3: Las Flores Del Mal

Cuadros parisinos III

LXXXIX EL CISNE A Víctor Hugo. I

¡Andrómaca, pienso en ti! Este riacho, pobre y triste espejo donde antaño resplandeció la inmensa majestad de vuestros dolores de viuda, Este Simoïs mentiroso que con vuestras lágrimas crece, ha fecundado de pronto mi memoria fértil, cuando yo atravesaba el nuevo Carrousel. El viejo París terminó (la forma de una ciudad cambia más rápido, ¡ah!, que el corazón de un mortal); yo no veo sino con el espíritu todo este caserío, este montón de capiteles esbozados y los fustes, las hierbas, los grandes bloques verdecidos por el agua de las charcas, y brillando en los cristales, el baratillo confuso. Allí se mostraba antaño una casa de fieras; allá yo vi, una mañana, en la hora en que bajo los cielos fríos y claros el Trabajo se despierta, en que la basura empuja un sombrío huracán en el aire silencioso, un cisne que se había evadido de su jaula, y, con sus patas palmípedas frotando el empedrado seco, sobre el suelo áspero arrastraba su blanco plumaje. Cerca de un arroyo sin agua la bestia abriendo el pico bañaba nerviosamente sus alas en el polvo, y decía, el corazón lleno de su bello lago natal: "Agua, ¿Cuándo lloverás? ¿Cuándo tronarás, rayo?" Yo veo este desdichado, mito extraño y fatal, hacia el cielo algunas veces, como el hombre de Ovidio, hacia el cielo irónico y cruelmente azul, sobre su cuello convulsivo tender su cabeza ávida, ¡como si dirigiera reproches a Dios!

II

¡París cambia! ¡pero, nada en mi melancolía Se ha movido! palacios nuevos, andamiajes, bloques, Viejos arrabales, todo para mí vuélvese alegoría, Y mis caros recuerdos son más pesados que rocas. También ante este Louvre una imagen me oprime: Y pienso en mi gran cisne, con sus gestos locos, Como los exiliados, ridículo y sublime, ¡Y roído por un deseo sin tregua! y luego en vos, Andrómaca, de los brazos de un gran esposo caída, Vil rebaño, bajo la mano del soberbio Pirro, Cabe una tumba vacía en éxtasis doblegado; Viuda de Héctor, ¡ah! ¡y mujer de Heleno! Yo pienso en la negra, enflaquecida y tísica, Chapaleando en el lodo, y buscando, la mirada huraña, Los cocoteros ausentes del África soberbia Detrás de la muralla inmensa de neblina; En cualquiera que ha perdido lo que no se encuentra ¡Jamás, jamás! ¡en los que beben lágrimas! ¡Y maman del Dolor cual de una buena loba! ¡En los flacos huérfanos secándose cual flores! También en la selva donde mi espíritu se exilia ¡Un viejo Recuerdo resuena con la plenitud del cuerno! Pienso en los marineros olvidados en una isla, ¡En los cautivos, en los vencidos!... ¡y en muchos otros todavía!

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Cuadros parisinos IV

XC LOS SIETE ANCIANOS A Víctor Hugo

¡Ciudad hormigueante! ¡Ciudad llena de sueños, donde el espectro a pleno día atrapa al que pasa! Por doquier los misterios como la savia fluyen en las angostas venas del coloso potente. Una mañana, mientras que en la lúgubre calle las casas, cuya altura la niebla acrecentaba, parecían los muelles de un río desbordado, y, decorado al alma del actor semejante, una amarilla niebla ensuciaba el espacio, seguía yo, envarando como un héroe mis nervios, y discutiendo con mi alma ya fatigada, el arrabal batido por pesadas carretas. De pronto a un viejo cuyos amarillos harapos el color imitaban de ese cielo lluvioso, y cuyo aspecto habría hecho llover limosnas, sin la malignidad que en sus ojos brillaba, pude ver. Se dijera su pupila en la hiel bañada; su mirada aguzaba la escarcha, y su barba de largos mechones, cual un sable, tiesa se proyectaba igual que la de Judas. Él encorvado no estaba, sino roto; su espina y su pierna un perfecto ángulo recto hacían, de forma que el bastón, rematando su facha, le daban la figura y el paso desmañado de res coja o judío que tuviera tres patas. En la nieve y el lodo marchaba tropezando, cual si bajo sus botas fuese aplastando muertos, hostil al universo, más bien que indiferente.

Otro igual: bastón, barba, mirada, espalda, andrajos, de un mismo hades salido, exacto, tras de él iba, centenario gemelo, y estas sombras barrocas a la par caminaban hacia un fin ignorado. ¿De qué infame complot era entonces yo el blanco, o qué maligno azar me humillaba de tal modo? ¡Pues conté siete veces, de minuto en minuto, este viejo siniestro que se multiplicaba! Que quien se haya reído de mi desasosiego, y de un temblor fraterno no se haya estremecido, piense que un aire eterno, a pesar de su tanta ruina, estos siete monstruos repugnantes tenían. ¿Hubiera, sin morirme, contemplado al octavo, inexorable Sosias, irónico y funesto, Fénix que ya aburría, hijo y padre de él mismo? - Pero volví la espalda al cortejo infernal. Exasperado como un ebrio que ve doble volví a casa, cerré con espanto mi puerta, enfermo y aterido, febril mi alma turbada, ¡por el misterio herida y por la absurdidez! En vano mi razón el timón procuraba; la tempestad jugando confundía su esfuerzo, ¡y mi al ma bailaba, bailaba, vieja barca, desmantelada en una mar monstruosa y sin límites!

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Cuadros parisinos V

XCI LAS VIEJECITAS A Víctor Hugo

I

Por entre los rincones de las antiguas urbes, donde, incluso el horror, con hechizos de vueltas, yo acecho, a mis fatales humores obediente, a encantadores seres, singulares, decrèpitos. Antaño estos quebrados monstruos fueron mujeres, ¡Lais o Eponine !. Gibosos, dislocados, torcidos monstruos. ¡Amèmosles! Todavìa son almas. Bajo enaguas raìdas, bajo frìos tejidos se arrastran, flageladas por los cierzos inicuos, temblando hasta el estrèpito rodante de los òmnibus, y apretando al costado, igual que una reliquia, un bolsito bordado de flores o de signos. Van trotando y parecen marionetas en todo; se arrastran, como harìa un animal herido, o bailan, sin querer bailar, ¡pobres sonajas donde cuelga un demonio despiadado! Aun tan rotas como estàn, su mirada cual barreno penetra, brillante cual los hoyos donde el agua se duerme de noche; son los ojos divinos de la niña que se asombra y sonrìe con todo cuanto luce. _¿No habèis visto que muchos ataùdes de viejas son casi tan pequeños como los de los niños? La muerte sabia pone en cajas parecidas un sìmbolo de un gusto cautivador y extraño, y cuando yo entreveo algùn fantasma dèbil cruzando de Parìs el cuadro hormigueante, siempre me ha parecido que esta fràgil criatura muy despacio se vaya hacia una cuna nueva;

salvo que meditando sobre la geometrìa, no calcule la presencia de estos miembros discordes, cuàntas veces variar necesita el obrero la forma de la caja donde a todas las mete. _Esos ojos son pozos de millones de làgrimas crisoles que recama un metal enfriado... ¡Esa mirada extraña tiene encantos invictos para quien se ha nutrido del austero infortunio! II

Vestal enamorada del antiguo Frascati; prestesa, ¡ay! de Talía, cuyo nombre el difunto apuntador conoce; célebre evaporada que Tívoli hace tiempo sombreaba en su flor, ¡todas me embriagan! Pero de entre estos seres frágiles algunos hay que haciendo de sus pesares mieles, han dicho al Sacrificio que les daba sus alas: hipogrifo poderoso, ¡lcondúceme hasta el cielo! La una, por su patria experta en la desdicha, la otra, que su esposo de dolores cargaba, la otra, por su hijo traspasada Madona, ¡hacer todas pudieran un río con sus lágrimas! III

¡A cuántas viejecitas de ésas he seguido! Una, entre muchas, cuando el sol ya agonizante ensangrienta los cielos con sus rojas heridas, pensativa, en un banco se sentaba al descuido, para oír uno de esos conciertos de metales, con que a veces los parques inundan los soldados, y que, esas tardes áureas en las que uno renace, vierten cierto heroísmo al pecho de las gentes.

Page 6: Las Flores Del Mal

Cuadros parisinos VI

XCII LOS CIEGOS Aquella, aún tiesa y brava, sintiendo la ordenanza, aspiraba este canto vivido y guerrero, ansiosa; cual el ojo de un águila vieja, su ojo se abrías; ¡y su marmórea frente el laurel reclamaba! IV Así vais caminando, estoicas y sin quejas, atravesando el caos de las urbes vivientes, madres de corazones ensangrentados, santas o cortesanas que antes nombraba el mundo entero. A vosotras que fuisteis la gracia o la gloria, ¡ninguno os reconoce! Algún borracho incívico os insulta al pasar con su amor irrisorio; cobarde y vil un niño tras vuestros pasos brinca. Sombras acartonadas que el vivir avergüenza, medrosas, cabizbajas, vais siguiendo los muros; y ¡ah!, ninguno os saluda, ¡raro destino, restos de humanidad maduros para la eternidad! Mas yo, yo que os vigilo tiernamente de lejos, en vuestro paso incierto la mirada clavada, lo mismo que si fuera vuestro padre, ¡oh portento!, a espaldas vuestras gusto clandestinos placeres. Veo cómo, novicias, se abren vuestras pasiones; luminosos o torvos, vuestros días perdidos; ¡mi corazón disfruta de todos vuestros vicios! ¡Vuestras virtudes todas iluminan mi alma! ¡Oh ruinas! ¡Oh familia! ¡Oh cerebros congéneres! ¡Os digo cada noche solemnemente adiós! ¿Dónde estaréis mañana, Evas octogenarias, sobre quienes la garra divina horrenda pesa?

¡Míralos, alma mía; son realmente horribles! Parecen maniquíes; vagamente ridículos; terribles, singulares, igual que los sonámbulos; lanzando no sé a dónde sus globos tenebrosos sus ojos, por la chispa divina abandonados, igual que si mirasen lejos, alzados quedan al cielo; no les vemos nunca hacia el pavimento inclinar, soñadores, su cabeza pesada. De este modo atraviesan lo negro ilimitado. Hermano del eterno silencio. ¡Oh tu, ciudad! Mientras tú, en torno nuestro, cantas, bramas, ríes, hasta la atrocidad prendada del placer, ¡mira! También me arrastro, pero, más torpe que ellos, en el cielo estos ciegos -me digo yo- ¿qué buscan?

Page 7: Las Flores Del Mal

Cuadros parisinos VII

XCIII A UNA TRANSEÚNTE XCIV EL ESQUELETO LABRADOR Aullaba en torno mío la calle. Alta, delgada, de riguroso luto y dolor soberano, una mujer pasó; con mano fastuosa levantando el festón y el dobladillo al vuelo; ágil y noble, con su estatura de estatua. Yo bebía crispado como un loco en sus ojos, cielo lívido donde el huracán germina, la dulzura que hechiza y el placer que da muerte. ¡Un relámpago!... ¡Luego la noche! - Fugitiva beldad cuya mirada renacer me hizo al punto, ¿sólo en la eternidad podré verte de nuevo? ¡En otro sitio, lejos, muy tarde, acaso nunca! Pues no sé a dónde huyes, ni sabes dónde voy, ¡Tú, a quien yo hubiese amado! ¡Sí, tú, que lo supiste!

I En las láminas de anatomía que yacen en estos muebles polvorientos, donde tanto libro cadavérico duerme como una antigua momia, Dibujos a los cuales la gravedad y el saber de un viejo artista, por más que el tema sea triste, han comunicado la Belleza, Se ven, lo que hace más completos esos misteriosos horrores, cavando como labradores, a Desollados y Esqueletos. II De esta tierra que escarbáis, labriegos resignados y lúgubres, con el esfuerzo de vuestras vértebras, o de vuestros músculos descarnados, Decid, ¿qué cosecha extraña, siervos salidos del osario, arrancasteis y de qué granjero habéis llenado el granero? ¿Queréis (¡con un destino harto duro, espantoso y claro emblema!) mostrar que en la fosa misma el sueño prometido no es seguro;

que alrededor nuestro la Nada es traidora;) que todo, hasta la Muerte, nos miente, y que, sempiternamente, pobrecillos, quizás debamos en algún país desconocido cavar la tierra áspera y hundir una pesada pala bajo nuestro pie sangriento y desnudo?

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Cuadros parisinos VIII

XCV EL CREPÚSCULO VESPERTINO XCVI EL JUEGO Ved la encantada noche, amiga del malvado; como una cómplice a paso de lobo, viene; el cielo como una gran alcoba lentamente se cierra, e impaciente se trueca en una fiera el hombre. ¡Oh noche, amable noche, deseada por ésos cuyos brazos bien pueden decir: «-¡Hoy trabajamos!» y es la pura verdad. Es la noche que calma las almas devoradas por un dolor salvaje, el obstinado sabio cuya frente se abruma, y el obrero curvado que retoma su lecho. Mientras tanto malignos demonios en la atmósfera se despiertan pesados, cual hombres de negocios, y volando golpean postigos y buhardillas. A través de las luces que el viento zarandea es la Prostitución quien se enciende en las calles; igual que un hormiguero se va abriendo salidas; un oculto camino desbroza en todas partes, igual que un enemigo que intenta una emboscada; se remueve en el seno de la ciudad de fango cual gusano que al Hombre lo que come le roba. Aquí y allá se escucha silbar a las cocinas, gruñir a los teatros, zumbar a las orquestas; las mesas, de las cuales el juego es la delicia, se llenan de busconas y tahúres, sus cómplices, y los ladrones van sin clemencia ni tregua, pronto van a empezar, también ellos su oficio, y a forzar suavemente las puertas y las cajas y vivir unos días y vestir a su amante.

Recógete, alma mía, en este instante grave y cierra tus oídos a este rugido. ¡Es la hora que encona el sufrimiento de los que están enfermos!.) La Noche los agarra por el cuello; terminan su destino y se van a la fosa común; el hospital se llena de suspiros. -Más de uno no volverá a buscar una sopa olorosa, junto al fuego, a la noche, cerca de un alma amada.) ¡La mayoría aún no ha conocido nunca el dulzor del hogar, y no ha vivido nunca!

En sillones ajados de viejas cortesanas, cejas pintadas, pálidas, fatal su ojo mimoso, con melindres y haciendo de sus finas orejas caer un tintineo de piedra y de metales; rostros sin labio en torno de los verdes manteles, descoloridos labios, desdentadas quijadas, y dedos que una fiebre infernal convulsionan, vacío hurgando el bolso o el seno palpitante; bajo los suicios techos una fila de arañas pálidas, y de enormes quinqués dando sus luces sobre las frentes fúnebres de poetas ilustres que a derrochar vinieron sus sangrantes sudores; he aquí el negro retablo que en un sueño nocturno desenvolverse vio mi ojo clarividente. Yo mismo, en un rincón del antro taciturno, me contemplé, acodado, frío, mudo, envidiando, envidiando de aquéllos la pasión obsesiva, la fúnebre alegría de aquellas viejas putas, ¡y, alegremente, todos traficando en mi cara, ésta con su belleza, y aquél con su honor viejo! ¡Y mi alma se asustó de que envidiase a tanta pobre gente corriendo con fervor al abismo, y que, hartos ya de su sangre, preferían en suma el dolor a la muerte, y el infierno a la nada!

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Cuadros parisinos IX

XCVII DANZA MACABRA

Para Ernesto Christophe

Cual viviente, orgullosa de su noble estatura, con su gran ramillete, sus guantes, su pañuelo, tiene la dejadez y la desenvoltura de una flaca coqueta de aspecto extravagante. ¿Un talle más delgado se vio nunca en el baile? Su exagerado traje, con real amplitud, cae abundante sobre un seco pie que apreta un zapato pomposo, lindo como una flor. El plisado que cae en torno a sus clavículas, como arroyo lascivo que las rocas restriega, defiende con pudor de las bromas ridículas los fúnubres encantos que pretende ocultar. Tinieblas y vacío sus ojos hondos forman, y su cráneo, con flores bellamente peinado, oscila blandamente sobre frágiles vértebras, ¡oh encanto de una nada locamente atildada! Dirán algunos que eres una caricatura, pues no entienden, borrachos amantes de la carne, la elegancia sin nombre de la armadura humana; ¡tú colmas, oh esqueleto, mi gusto más querido! ¿Vienes a perturbar con tu mueca potente la fiesta de la vida? ¿O algún viejo deseo, espoleando aún tu viviente carcasa, crédula, al aquelarre del Placer te conduce? ¿Con cantos de violines, o con llama de velas, espera tu burlona pesadilla ahuyentar, y vienes a pedir al torrente de orgías que refresque el infierno encendido en tu pecho?

¡Inagotable pozo de sandez y pecados! ¡Alambique inmortal del antiguo dolor! A traves de la reja curva de tus cosquillas contemplo, errante aún, el insaciable áspid. A decir verdad, temo que tu coquetería no encuentre nunca un premio de sus esfuerzos digno; ¿qué corazón mortal esa ironía entiende? ¡Del horror los encantos sólo al fuerte emborrachan! La sima de tus ojos, llena de ideas hórrridas, el vértigo desata, y los danzantes cautos nunca contemplaran sin una amarga náusea la sonrisa eternal de sus treinta y dos dientes. Y sin embargo ¿quién no abrazó a un esqueleto? ¿Y quién no se ha nutrido con cosas del sepulcro? ¿El perfume qué importa, el traje o el tocado? Quien se asquea demuestra que bello se creía. Bayadera sin napias, buscona irresistible, dile e esos danzarines que ofuscados se sienten: "Bonitos, a pesar del carmín y los polvos ¡oléis todos a muerte! ¡Oh, esqueletos de almizcle, marchitos Antioonos, barbilampiños Dandis, maquillados cadáveres, canosos lovelaces, la marcha universal de la danza macabra os arrastra a lugares que no son conocidos!

Desde el frío del Sena hasta el Ganges ardiente, salta el mortal rebaño y se extasía, sin ver, en la grieta del techo la trompeta del Ángel siniestramente abierta como un negro trabuco. En todo clima y todo sol, la Muerte te admira viendo tus contorsiones, risible Humanidad, y a veces, como tú, perfumada de mirra, sus ironías mezcla con tus estupideces!

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Cuadros parisinos X

XCVIII EL AMOR DE LA MENTIRA XCLIX Cuando pasar te veo, ¡oh mi bella indolente!, al son de los violines que se quiebran en el techo suspendiendo tu lento caminar armonioso, y paseando el hastío de tu mirar profundo; cuando contemplo, al fuego del gas que la colora, tu blanca frente, bella con mórbido atractivo, donde una aurora enciende las nocturnas antorchas, y tus ojos magnéticos como los de un retrato; ¡ah, que hermosa es!-me digo-, ¡qué extrañamente fresca! La corona el recuerdo macizo, regia y firme torre, y para un amor sabio están ya maduros su corazón, durazno magullado, y su cuerpo. ¿Eres fruto otoñal de sabor soberano? ¿Eres fúnebre vaso que espera algunas lágrimas, perfume que en remotos oasis hace soñar, almohada que acaricia, o cestillo de flores? Yo sé que hay ciertos ojos, de los más melancólicos, que no esconden secretos preciados; medallones sin reliquias, y hermosos estuches sin joyeles, más vacíos, más hondos que vosotros ¡oh cielos! ¿Pero no es suficiente que seas la apariencia para alegrar un pecho que la verdad rehúye? ¿Tu estupidez qué importa o qué tu indiferencia? ¡Salve, telón o máscara! Yo tu belleza adoro.

No he podido olvidar, oh vecina del barrio,

nuestra casa tan blanca, sosegada y pequeña,

su Pomona de yeso y su Venus antigua

que en aquel bosquecillo cubre su desnudez,

y aquel sol de la tarde, derramado y soberbio,

que detrás del cristal restallante de luz

parecía un gran ojo sobre el cielo curioso

contemplando las cenas, silenciosas y largas,

y vertiendo sin fin sus reflejos de cirio

por cortinas de sarga y frugales manteles.

Page 11: Las Flores Del Mal

Cuadros parisinos XI

C CI BRUMAS Y LLUVIAS Al aya de alma grande de quien tenías celos, que ahora duerme su sueño bajo el húmedo césped, sin embargo, deberíamos llevarle algunas flores. Los muertos, pobres muertos, tienen grandes dolores, y cuando Octubre sopla, podando viejos árboles, en torno de sus mármoles su viento melancólico, hallarán a los vivos bien ingratos sin duda, por dormir, cual lo hacen, entre calinetes sábanas, mientras que, devorados por sus negros ensueños, sin ningún compañero de cama, sin paliques, helados esqueletos que trabaja el gusano, sienten cómo gotean las nieves invernales, y transcurrir el siglo, sin que amigos ni deudos reemplacen los jirones que penden en su reja. Cuando la leña silba y canta, si a la noche, calma, la contemplase sentarse en el sillón, si, en una noche azul y fría de diciembre, la hallase en un rincón de mi cuarto, acechante, viniendo de su eterno lecho, grave, a abrigar al niño ya crecido con sus maternos ojos, ¿responder a esta alma piadosa qué podría viendo caer el llanto de su párpado hueco?

¡Fines de otoño, inviernos, primaveras lodosas, tiempos arrulladores!, os amo y agradezco que me envolváis así corazón y cerebro con un ligero lienzo y un sepulcro impreciso. En esta gran llanura donde el austro se goza, donde en las largas noches la veleta enronquece, mi alma, más que en la tibia edad del renuevo, abrirá extensamente sus dos alas de cuervo. Nada es más dulce al pecho que llenan cosas fúnebres, sobre el que cae la escarcha desde tiempos remotos, oh edades macilentas, reinas de nuestros climas, que el aspecto indeleble de vuestras sombras pálidas, -si no es adormecer, una noche de luna, el dolor, dos a dos, en un lecho azaroso.

Page 12: Las Flores Del Mal

Cuadros parisinos XII

CII SUEÑO PARISINO CIII EL CREPÚSCULO MATUTINO

I

De aquel terrible paisaje, Tal que jamás un mortal vio, Esta mañana todavía la imagen, Vaga y lejana, me arrebataba.

¡El sueño estaba lleno de milagros! Por un capricho singular Yo había desterrado del espectáculo El vegetal singular,

Y, pintor orgulloso de mi genio, saboreaba en mi cuadro La embriagante monotonía Del metal, del mármol y del agua.

Babel de escaleras y de arcadas, Era un palacio infinito, Lleno de fuentes y cascadas Volcando el oro mate o bruñido;

Y cataratas pesadas, Como cortinas de cristal, Pendían, deslumbrantes, De las murallas de metal.

No de árboles, sino de columnatas, Los dormidos estanques nos rodeaban, Donde gigantescas náyades, Como mujeres, se contemplaban.

Napas de agua derramábanse, azules Entre malecones rosados y verdes, A lo largo de millones de leguas, Hacia el confín del universo;

¡Eran piedras inauditas Y oleadas mágicas; eran Inmensos espejos deslumbrantes Por todo cuanto ellos reflejaban!

Taciturnos e indiferentes Ganges, vertían en los cielos los tesoros que hay en sus urnas en precipicios de diamante.

Arquitecto de mis hechizos, hacía yo a mi voluntad, bajo un'túnel de pedrería pasar un domado océano;

y todo, incluso el color negro parecía claro y luciente; susurraba su gloria el liquido en un rayo cristalizado.

Ningún astro, ningún vislumbre de sol, incluso bajo el cielo que iluminara estos prodigios: ¡con luz propia resplandecían!

Y sobre este esplandor movible volaba (¡horrenda novedad!, ¡nada al oído, todo al ojo!) el gran silencio de lo eterno. II

Y abriendo mis ojos ardientes yo vi el horror de mi tugurio y sentí que mi alma volvían a punzar cuidados malditos;

el reloj con acentos fúnebres las doce daba brutalmente, y el cielo sombras derramaba mundo triste y embotado.

Cantaba la diana dentro de los cuarteles, y el viento matinal soplaba en las linternas. Era cuando el enjambre de maléficos sueños en su almohada retuerce al bruno adolescente; y, tal ojo sangrante que palpita y se agita, sobre el día la lámpara pone un manchón de rojo; y el alma, bajo el peso del cuerpo áspero y torpe, imita los combates entre el día y la lámpara. Como un rostro lloroso que las brisas enjugan, el aire se estremece con las cosas que huyen, y el hombre está cansado de escribir, y de amar la mujer. A humear comenzaban las casas, las mujeres airadas, con los párpados lívidos, la boca abierta, un sueño de estupidez dormían. Las pobres, arrastrando sus fríos senos flácidos, soplaban en las brasas y en sus dedos soplaban. Esa hora en la cual entre frío y miseria, se agravan los dolores de la mujer que pare; tal sollozo cortado por la sangre espumosa los gallos a lo lejos desgarraban la bruma. bañaba los inmuebles una mar de neblina, y los agonizantes en hondos hospitales daban su estertor último en hipidos confusos. Por sus tareas rotos volvían los noctámbulos. Tiritando la aurora con traje rosa y verde lentamente avanzaba por el Sena desierto, y el sombrío París, frotándose los ojos, anciano laborioso, su herramienta empuñaba.