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La representación de la villa de emergencia en La Villa de César Aira El contexto argentino: la villa de emergencia o villa miseria en Buenos Aires La década de los ’90 ha estado marcada por profundas transformaciones en la economía, la sociedad y las ciudades argentinas. Parece que dichos cambios tampoco dejan de instalarse en el imaginario colectivo. Entre ellos figura también el fenómeno de las villas de emergencia, que cobran un nuevo lugar en el imaginario argentino. Su importancia se refleja en la prominencia de temas villeros en los medios de comunicación –pensemos en los informes diarios de casos de delincuencia que se liga a la presencia de las villas miseria y el debate sobre la urbanización de algunas villas –, el discurso de los políticos, la música y finalmente también en la literatura. La villa de emergencia o villa miseria La villa de emergencia es un fenómeno habitacional urbano que se conoce asimismo bajo el nombre de favela, en Brasil, pueblo joven en Perú, cantegril en Uruguay, callampa en Chile y rancho en Venezuela. (Ratier 1985) En Argentina también se refiere a ella mediante los términos villa o villa miseria. Dicha última denominación apareció por primera vez en 1957 en la novela Villa miseria también es América del escritor Bernardo Verbitsky. (Crovara 2004: 35) La Comisión Municipal de la Vivienda de la Ciudad de Buenos Aires define las villas de emergencia como "asentamientos ilegales de familias en tierras fiscales, y en algunos casos de particulares, con construcciones que no cumplen normas mínimas edilicias o de habitabilidad, sin infraestructura de servicio, ni salubridad e higiene compatible con la vida urbana, configurando un alto grado de hacinamiento poblacional y familiar" y sus habitantes como “familias provenientes en su mayoría del interior del país y de

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La Representación de La

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La representación de la villa de emergencia en La Villa de César Aira

El contexto argentino: la villa de emergencia o villa miseria en Buenos Aires

La década de los ’90 ha estado marcada por profundas transformaciones en la economía, la sociedad y las ciudades argentinas. Parece que dichos cambios tampoco dejan de instalarse en el imaginario colectivo. Entre ellos figura también el fenómeno de las villas de emergencia, que cobran un nuevo lugar en el imaginario argentino. Su importancia se refleja en la prominencia de temas villeros en los medios de comunicación –pensemos en los informes diarios de casos de delincuencia que se liga a la presencia de las villas miseria y el debate sobre la urbanización de algunas villas –, el discurso de los políticos, la música y finalmente también en la literatura.

La villa de emergencia o villa miseria

La villa de emergencia es un fenómeno habitacional urbano que se conoce asimismo bajo el nombre de favela, en Brasil, pueblo joven en Perú, cantegril en Uruguay, callampa en Chile y rancho en Venezuela. (Ratier 1985) En Argentina también se refiere a ella mediante los términos villa o villa miseria. Dicha última denominación apareció por primera vez en 1957 en la novela Villa miseria también es América del escritor Bernardo Verbitsky. (Crovara 2004: 35)

La Comisión Municipal de la Vivienda de la Ciudad de Buenos Aires define las villas de emergencia como "asentamientos ilegales de familias en tierras fiscales, y en algunos casos de particulares, con construcciones que no cumplen normas mínimas edilicias o de habitabilidad, sin infraestructura de servicio, ni salubridad e higiene compatible con la vida urbana, configurando un alto grado de hacinamiento poblacional y familiar" y sus habitantes como “familias provenientes en su mayoría del interior del país y de países limítrofes, con escasos recursos económicos y baja calificación de mano de obra, que se encuentran en estado de marginalidad.” (Giménez y Ginóbili 2003: 76)

Las viviendas de esos asentamientos informales suelen construirse con materiales de descarte como chapa y cartón y se sitúan en su mayoría en terrenos inadecuados a su urbanización, incluyendo tierras no saludables, terraplenes de ferrocarril y bajo autopistas.

Origen y surgimiento de las primeras villas de emergencia en Buenos Aires

El origen de las villas de emergencia se remonta a los años ’30 del siglo XX. Después del ‘crack financiero mundial’ de 1929 el país comenzó la década de los ’30, conocida como ‘la década infame’, bajo importantes transformaciones económicas.

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Aparte de los 4 millones de inmigrantes europeos que habían llegado a la Argentina entre 1880 y 1910 (Aboy 2005: 26), la crisis económica pone en marcha una enorme oleada migratoria desde el interior del país. Miles de personas dejan el campo en busca de oportunidades económicas en la ciudad, donde la naciente industrialización para sustituir a las importaciones precisaba mucha mano de obra (Pigna 2006: 165-6).

Dicho proceso de industrialización lleva consigo profundos cambios en la configuración del espacio urbano. Como la ciudad de Buenos Aires no estaba dispuesta a recibiry alojar esta oleada de gente, provenientes tanto del interior como de afuera, y atender asus necesidades habitacionales surge lo que generalmente se considera como el primer asentamiento, la llamada Villa Desocupación en Puerto Nuevo a principio de los 1930. (Blaustein 2006: 15)

Las primeras villas de emergencia se situaban en las cercanías del puerto, de la zona industrial del Riachuelo, de los basurales y de las terminales ferroviarias por la proximidad a sus lugares de trabajo (Prévôt Schapira 2001: 48).

A pesar de las expectativas prometedoras gran parte de los inmigrantes terminaron sin trabajo alguno o buscaron una manera de sobrevivir en el empleo informal.A modo de ejemplo citamos el caso de “La Quema”, un basural municipal, donde los primeros “cirujas” o “cartoneros” revisaban los desechos en busca de objetos útiles o reciclables para luego vender los.(García 2007: 9) A pesar del surgimiento de varias nuevas villas y el crecimiento de las ya existentes, durante el período populista de 1940 a 1970 se consideraban estos asentamientos precarios como esencialmente temporales. (Prévôt Schapira 2001: 37) Aunque muchos sin trabajo asalariado quedaron excluidos, éste período se caracteriza por la fe en la movilidad ascendente que se instaló profundamente en la retórica peronista con su gran plan de construcción de viviendas y la integración de los pobres e inmigrantes “por medio del desarrollo del sector asalariado y un urbanismo planificado”. (Prévôt Schapira 2001: 37) Como indica Prévôt Schapira (2001: 36) “la gran capacidad de incorporar a los pobres, los humildes, los descamisados, a la ciudad y a la nación, mediante formas clientelistas y un imaginario político fuerte, ha caracterizado el modelo urbano de los años de crecimiento” y contrasta profundamente con el modelo que se desarrollará a partir de los años ’70.

Las villas de emergencia en la literatura argentina reciente

La temática de la villa miseria no es nueva en la literatura argentina. Sin embargo, a partir de los años ’90, lo que corresponde a la exacerbación del experimento neoliberal en la Argentina, las imágenes literarias de las villas asimismo dan cuenta de este cambio de rumbo. Es significativo en la percepción de los cambios mencionados cómo grandes sectores de la población han caído en una condición de pobreza en una sociedad que se creía “clasemediera por excelencia” (Reati 2006: 99). A la vez, como ya hemos visto, la crisis causada por el modelo neoliberal, junto a una evolución que se observa en muchas partes del mundo, resultaron en una dualización más pronunciada de la sociedad con una mayor segregación social que se traduce en una fragmentación espacial, que claramente distingue entre los espacios de los pudientes y los espacios de los marginados. De ahí que parezca que se ha perdido toda fe en la movilidad ascendente y se ha creado un ambiente en el que la pobreza y las prácticas que se asocian actualmente con ella, como

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la violencia, las drogas y la delincuencia dominan la sociedad urbana. Entonces, en este trabajo nos preguntaremos cómo las nuevas evoluciones se reflejan en la literatura, y en particular cómo estas se manifiestan en la representación de las villas de emergencia, reproduciendo las tensiones causadas por el neoliberalismo en la Argentina. (Hortiguera y Rocha 2007: 1)

En la producción literaria argentina la representación de la villa de emergencia asimismo cabe en una corriente más amplia de representar el espacio de la ciudad. Una de sus primeras representaciones ha sido la dicotomía sarmientina de civilización - barbarie que ya se ha reemplazado por otras representaciones de la ciudad o se ha actualizado, por ejemplo, por medio de una inversión de la oposición civilización-barbarie en relación con los espacios de la ciudad y el campo. No nos preocupa el tema de la representación de la ciudad en sí, sino las imágenes literarias que se asocian con un segmento de ella, a saber, la villa de emergencia. Como acabamos de ver, tampoco la villa es una temática nueva y sus representaciones en la literatura argentina se remontan a la creación misma de las primeras villas en los años ‘30 del siglo XX. (Muñiz 2008: 1) Sin embargo, las imágenes literarias y los tópicos que se asocian con la villa cambiaron considerablemente a través del siglo XX. De Lucía (2006) en su estudio Culturas Villeras. Una Aproximación a la Mirada de la Villa Miseria en la Literatura Argentina propone unas cuatro imágenes sucesivas de la villa de emergencia, y además observa la recurrencia de algunas imágenes muy persistentes.

Imágenes villeras recientes

En el imaginario colectivo, la villa de emergencia se manifiesta como un espacio claramente reconocible en el área urbana y se asocia con un grupo determinado, a saber, “los villeros”. Estos últimos se oponen al resto de los ciudadanos, por un lado, por habitar ese espacio y, por otro lado, por su condición ‘marginal’ que además los discierne dentro del grupo más amplio y heterogéneo de pobres que pueblan las ciudades en la actualidad. Estos villeros evocan una serie de actitudes, comportamientos, prácticas sociales y características que los identifica como habitantes de la villa. A continuación, se explorarán las imágenes o tópicos que se emplean en la actualidad para hablar de las villas miseria en obras literarias y cómo “se transmite el nuevo valor que estos lugares han adquirido en la cultura argentina”. (Muñiz 2008: 7) Puesto que el lugar de la villa de emergencia se asocia muy a menudo con una condición de marginalidad y exclusión, se presentará en este apartado una serie de características y temas que se relacionan con ‘la marginalidad’, y cómo estos se manifiestan en la representación de situaciones, espacios y personajes en la literatura latinoamericana actual.

Algunas novelas actuales tienden a construir un espacio villero que prescinde de los típicos rasgos marginales por lo cual se alejan de una lectura de la villa de emergencia y sus habitantes como lugar y seres marginales. Ello se debe, según Muñiz (2008: 1), al hecho de que la pobreza se ha ensanchado considerablemente y que las villas rebosantes se instalaron como lugares permanentes de manera que ha disminuido la condición “marginal” de la villa. Por consiguiente, las obras suelen valorar los aspectos positivos de la vida en la villa miseria como la solidaridad, los esfuerzos para organizarse etc. Sin embargo, observa Muñiz (2008: 2) que la villa de emergencia continúa siendo un

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espacio amenazante aunque no tanto por las connotaciones que lleva habitualmente, sino por su “capacidad de innovación y transformación constante” (Muñiz 2008: 2). Contrariamente al afán denunciador de novelas escritas en el contexto peronista, un autor como César Aira en La Villa en vez de tomar la villa miseria como un problema o contenido social trabaja una forma geográfica, es decir, son los límites espaciales que marcan una forma dentro de la ciudad y la separación espacial y social que crean la villa. (Muñiz 2008: 4) De ahí que se la relacione más con imágenes y cualidades o características positivas dado que se quieren dejar atrás la marginalidad y las visiones sórdidas de la villa, según Muniz (2008: 8), y “hacer de la villa un núcleo que se expande para hacer de la ciudad un espacio de transformación” a partir de una nueva orientación del proceso urbano que origina en la villa, basándose en la sensación de pertenecer a una comunidad, en una solidaridad que parece haber desaparecido en la ciudad posmoderna y en la capacidad excepcional para sobrevivir en circunstancias precarias. Domina la sensación de que ‘los villeros’ constituirán una mayoría dentro de los habitantes de la ciudad en un futuro no muy lejano o que al menos todos se relacionan de alguna manera con este espacio, por ejemplo, a través del consumo de productos vendidos por vendedores ambulantes o reciclados por cartoneros. Con la amplificación del espacio de pobreza al sumar a ello integrantes de la clase media y el mantenimiento de relaciones de clientelismo de sujetos políticos con habitantes de la villa tampoco desaparecerá la sensación de una instalación ‘definitiva’ de las villas de emergencia.

El fenómeno del clientelismo político introduce las imágenes más perversas que propone De Lucía (2006: 10-14) de la villa de emergencia. Paralelamente a las transformaciones de las villas de emergencia en los últimos años, De Lucía (2006: 10) postula que asimismo en la literatura se construye una imagen de la villa que integra muchos así llamados nuevos pobres y que se ubica en las ‘cavas’ del conurbano bonaerense. Estas se caracterizan por ocupar un territorio más extenso que las villas ‘pretéritas’, sin embargo, están separadas más claramente del resto de la ciudad por muros visibles, o invisibles pero bien tangibles. A menos que uno pertenezca al grupo de los habitantes de la villa miseria, ellas se hicieron inaccesibles, incluso por la policía, a causa de, entre otras, la presencia de narcotraficantes, mano de obra desocupada y ‘pibes chorros’. Para De Lucía (2006: 12) este último personaje constituye el arquetipo social de la villa del 2000. Se dibuja una imagen de sus habitantes jóvenes como personas determinadas por los contornos de ‘casta’ o clase social de la que forman parte pero al mismo tiempo destacan la pertenencia a una subcultura villera que es en cierta medida voluntaria.

En La villa los personajes “cartoneros” se relacionan menos con el espacio villero y se los ve más como “una subcultura nómade urbana ligada a un medio de vida” (De Lucía 2006: 21). Es una imagen que no se relaciona tanto con períodos históricos y que aparece con más continuidad en las obras literarias, aun cuando inicialmente se refiera a ellos con el nombre de ‘ciruja’. “Se trata de una población acampada al costado de la ciudad a la que invade cada día para comercializar los desperdicios de sus habitantes”. (De Lucía 2006: 14) Importante en la construcción que hacen los cirujas de la realidad es el papel que desempeñan los objetos materiales que van recogiendo. (De Lucía 2006: 15)

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César Aira y el realismo en La Villa

Gazzera (2002) ha detectado una “nueva corriente” en la novelística argentina que da cuenta de las transformaciones sociales. En La Villa, el tema de la pobreza y de la villa miseria como espacio literario no es nuevo en la narrativa argentina, sin embargo, Gazzera observa un cambio llamativo en cómo los manejan escritores contemporáneos. Si un autor como Verbitsky en Villa miseria también es América (1957) buscaba “una integración social de estos sectores marginalizados a través del trabajo y la planificación social” (Muñiz 2008: 2), la novela servía el propósito de denunciar la situación miserable en la que los pobres de la ciudad se encontraban. Además como sustenta también De Diego (2007: 245) se quería demostrar que este mundo excluido también constituía un objeto digno de ser representado. Así el lugar de la villa miseria, un lugar (intencionadamente) olvidado, pasaba a ser un espacio que reclamaba –aunque a través de escritores educados - dignidad y mejoras. En la actualidad, el espacio de la ciudad y las vidas de sus ciudadanos son inconcebibles sin la presencia de la villa de emergencia, así tampoco los medios de comunicación o discursos políticos prescinden de hacer referencia a ella. César Aira, por su parte, se aleja de esa tarea de denuncia y crítica social o política. Es más, Aira rechaza enfáticamente la literatura comprometida:

“La literatura es el reino de las intensiones [sic] fallidas. Si la intensión falló, hay literatura; si salió bien, no. Uno parte de la intensión de ser escritor pero esta intensión es imposible de lograr, es un error lógico. De la frustración de esa intensión nacen todas las otras.” (Vitagliano 2007)

De este modo se aparta de un proyecto comprometido, el cual ha sido corriente en las novelas anteriores que abordaban el tema de la villa de emergencia. Si bien es una característica de su poética en general, se observa que tampoco La Villa puede servir dicho propósito, puesto que las categorías de pobreza y la condición precaria y excluida en parte reciben otra interpretación en la novela.

La intención denunciadora solía ir de acuerdo con técnicas narrativas realistas, a fin de reflejar la realidad que se quiere cuestionar. Justamente este realismo resulta también problemático en La Villa. Aunque la narración está repleta de referencias al mundo real como nombres de calles, la autopista que cruza el barrio de Flores en el que se sitúa el relato, la comisaría y partes de la ciudad, junto al hecho de que se puede prácticamente seguir el recorrido de Maxi en un mapa de la Capital, la descripción de la Villa pierde esta ilusión de verosimilitud y es convertida en un espacio fantástico. (Saítta 2006: 100) El propio Aira afirma que lo interesante para él sale de esos puntos en el relato en los que este se desvía de la referencialidad:

“Por un lado está la panoplia de las artes. Enfrente están los objetos discretos del mundo. Sólo se trata de hacer coincidir ambas series. Pero como ya se ha hecho tanto arte, y hay tanto arte ya hecho, tantas coincidencias ya coincididas, hoy día parece como si no pudiera haber arte en proceso sino allí donde no hay coincidencia, donde hay una inadecuación disonante y sorpresiva.” (Aira 1992: 22)

No obstante, varios autores (Contreras 2006, Vitigliano 2007) no niegan que use tópicos o procedimientos realistas. En su análisis, Vitagliano (2007: 10) afirma que a primera vista La Villa parece una novela de realismo crítico por la temática que aborda y los tópicos que aplica. Así cuenta una historia de cartoneros que tratan de buscarse la

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vida reciclando basura y presenta la villa como bastión de narcotraficantes en la que ni siquiera la policía se anima a entrar. También menciona las sectas evangélicas que van ganando terreno en la ciudad y los chicos de la clase media que se la pasan en el gimnasio. A pesar de ello,la novela no resulta ser de corte realista. Como indica Vitagliano (2007: 13), el género del realismo trabaja con generalidades y la noción de tipo. Vitagliano sustenta que Aira en vez de generalidades trabaja con particularidades y a modo de ilustración analiza el personaje de Maxi que posee todas las características para hacerse representativo de los porteros de discoteca por su apariencia física y falta de intelecto pero como sufre de ceguera nocturna se descarta toda su utilidad como portero. En eso Vitagliano ve un ejemplo de las particularidades que emplea Aira en su construcción de personajes. Por otra parte, según Vitagliano, la voz del narrador en La Villa asume las mismas funciones que la voz narrativa en la novela realista tradicional, a saber, las funciones explicativa o pedagógica y la evaluativa. Que el narrador también explicita cosas sobreentendidas produce un efecto inesperado o hilarante en el tono de la novela. (Vitagliano 2007: 19-20)Por lo tanto, en vez de panfleto de denuncia la villa de emergencia en La Villa de César Aira funciona como objeto de experimentación (Rémon Raillard 2003: 55), así confirma Muñiz (2006: 2) que el espacio villero recibe una lectura poética en esta novela. No obstante, la novela no deja de reflejar cierta realidad social del contexto en el que se ha concebido, para citar un ejemplo a través de Maxi La Villa alude al turismo villero. En este sentido la novela pone en palabras un mundo casi invisible (Saítta 2006: 101). Por eso asimismo nota Vitagliano (2007: 12) que el tono fuerte está precisamente en la historia entre Maxi y los cartoneros.

El espacio en La villa

El espacio en esta obra no funciona como mero trasfondo en la narración de la intriga sino que se desplaza al primer plano y adquiere un papel importante en el desarrollo de la trama. En lo que sigue se explorará con más detalle cómo esto se lleva a cabo. A pesar de la importancia del espacio en la novela, Aira no hace ninguna ‘etnografía’ de dónde y cómo vive la gente en una villa miseria. En cambio, parece que Aira toma el lugar villero y su relación con la ciudad para hacer una lectura poética de él y reflexionar sobre el arte, la representación y la naturaleza del conocimiento. En una primera parte se describirá el espacio construido en La Villa, y se explorarán las dimensiones simbólicas que éste adquiere en la novela. Por último, se buscarán posibles imágenes de la ciudad en términos de centro-periferia o de la fragmentación del espacio urbano.

El relato se sitúa en un corte de unas cuadras en el barrio de Flores de la capital argentina. La novela hace muchas referencias a nombres de calles existentes de modo que uno pueda trazar el recorrido o los desplazamientos que hace Maxi diariamente en un mapa de la ciudad. Sin embargo, como ya hemos observado, la villa miseria a la que Maxi va acercándose, carece de dichas referencias realistas. En lo que sigue, nos interesará la construcción de esta villa altamente desrealizada.

En esta novela los personajes refieren a la populosa villa miseria del Bajo de Flores con el nombre genérico de la Villa. De esta manera prescinde de los complementos miseria y de emergencia, por lo cual se eliminan tanto el carácter transitorio como

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las connotaciones negativas de ellas. Sin embargo, Vanesa, la hermana de Maxi reconoce que la villa es un nombre estigmatizado: “sé que vivís en Bonorino al mil ochocientos.–No le pareció delicado decir “la villa”–”(52) Ahora bien, la Villa se ubica ahí “donde no llegaba ni el más persistente caminador” (17) en un rincón oscuro del barrio de Flores al final de la calle Bonorino, donde limita con un barrio de trabajadores. En contraste con sus inmediaciones, la Villa aparece como una luz radiante, que como comenta el narrador, se debe a la ilegalidad de las conexiones con la red eléctrica que aparentemente no los alienta a los habitantes a una actitud de ahorro en cuanto al consumo de energía. El mapa de la Villa, apartándose de la geometría convencional, no constituye un damero como es usual en las ciudades sino que solamente contiene calles que llevan más adentro de la Villa sin cruzarse con ninguna calle transversal, por lo cual tampoco se forman manzanas. En eso se aleja asimismo de una geometría racional, puesto que, como comenta el narrador, para aprovechar el poco espacio del que las villas miseria disponen, hay que multiplicar las calles, no suprimirlas a fin de evitar fondos inútiles atrás de las casas. En vez de eso, en la villa hay más casillas atrás de las que limitan con la calle, de modo que se hace una diferenciación interna dentro de este espacio de pobreza, en el que los más pobres viven en las casillas que están más adentro. Es más, toda la descripción de la Villa conduce a una lectura no-racional del espacio, que se asocia con el sueño y la fantasía. La Villa es circular pero las calles entran con un ángulo de cuarenta y cinco grados en vez de perpendicularmente, por lo cual no conducen al centro y éste queda vacío, lo que desde un punto de vista racional es imposible sin cruzar ninguna calle. A pesar del desorden que se sugiere a primera vista, también hay organización dentro de este “laberinto maloliente de casillas de lata, donde se hacinaban los más pobres entre los pobres” (31). Las calles por lo angostas que sean, van en una línea bastante recta para adentro. Además, en vez de darles nombres a las calles, los villeros desarrollaron un sistema con foquitos de luz que forman figuras para indicar una determinada calle. Estas figuras serán clave en solucionar el enigma del narcotráfico.

Como ya hemos visto, las descripciones de la Villa se diferencian de las del barrio vecino en cuanto a los procedimientos narrativos realistas (Saítta 2007: 100). A lado de la referencialidad en la descripción de la ciudad que se opone a la Villa, estos dos espacios también se oponen en sus vínculos respectivos con la realidad o la vigilia y el inconsciente o el sueño. O, como Villanueva (2007:375) observa, resulta en una oposición entre la objetividad de la ciudad versus la subjetividad de la Villa. Por eso también es significativo cómo Maxi va conociendo ese lugar desconocido. Maxi en su recorrido diario con los cartoneros va acercándose cada día más a la Villa, al mismo tiempo que está “cada día un paso más adentro del sueño” (24). El espacio de la Villa se relaciona con el recorrido, el viaje, la búsqueda y el laberinto, y con otras dimensiones de la realidad, a saber, el mundo de los sueños y el inconsciente.

La Villa, más que constituir un espacio de denuncia o representar un problema social adquiere otra interpretación en esta novela. Se la presenta como un laberinto

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y los personajes quieren saber qué hay en el centro. A Maxi este centro le intriga altamente y parece contener conocimiento acerca del modo de vida de los villeros. (Quintana 2007:149) Se pregunta qué puede haber en el centro de la villa: “¿Acaso había tintorerías en el medio de la villa?” (87). Por su parte, el inspector Cabezas quiere saber cómo hacen para traficar drogas adentro y afuera de la villa sin que la policía pueda enterarse.

La villa laberíntica de Aira tiene un claro perímetro que se baña de luz, sin embargo, hacia el final del relato se ve la Villa desde arriba y se revela el centro de ella:

“Más allá de lo especial de la situación, el espectáculo tenía un interés intelectual o estético. Nadie había visto antes la Villa desde ese punto de vista, es decir, en su forma íntegra. Era un anillo de luz, con radios muy marcados en una inclinación de cuarenta y cinco grados respecto del perímetro, ninguno de los cuales apuntaba al centro, y el centro quedaba oscuro, como un vacío.” (170-1)

De ahí que se deduzca la falta de sentido de toda búsqueda de conocimiento. De este modo el laberinto de La Villa constituye una inversión del laberinto tradicional que guarda un sentido claro en su interior.(Villanueva 2007: 378) Muñiz (2009: 2) ha

leído la forma de la Villa como metáfora del “vaciamiento de sentido que portan los trillados discursos sobre la pobreza.”

Al lado de su geometría laberíntica, la Villa también constituye un lugar mágico y fantástico que se relaciona con el sueño y el inconsciente. Como ya hemos visto, Maxi sufre de ceguera nocturna y encima tiene un ritmo circadiano diurno muy marcado por lo cual le agarra sueño desde el momento en que oscurece. Como los cartoneros trabajan de noche, debido a que la gente sacaba la basura a esa hora, el

viaje hasta la Villa es un verdadero desafío para Maxi. La impresión fantástica que adquiere la villa para Maxi, por un lado, se debe al sueño que le agarra a esa hora del día y, por otro lado, deriva del exceso de luz que irradia de ella. El viaje a la Villa se puede leer como un apartar de y volver a la realidad, o sea, como metáfora de la literatura. (García 2008) “(...) ella [Adela] pudiera salir (...) del corazón oscuro de la villa, hacia la realidad”. (103) Dicha transición de la percepción objetiva de la ciudad hacia la subjetiva de la Villa, que asimismo corresponde a la transición de la vigilia al sueño, se muestra en el hecho de que la primera vez que Maxi echa un vistazo a la Villa, está aún lejos de ella por lo que guarda todavía algún sentido de realidad: “A la distancia, y a esa hora, podía parecerle un lugar mágico, pero no era tan ignorante de la realidad como para no saber que la suerte de los que vivían allá estaba hecha de sordidez y desesperación.” (18) Cuando por fin supo llegar al borde de la villa, está por entrar en “ese reino encantado” (29) lo que le provoca un sentimiento de maravilla, de asombro. Cruzando el borde de la Villa, entra al inconsciente. Esta visión difiere radicalmente de su visión anterior de la villa, cuando estaba a una distancia de ella:

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“Medio dormido, más ciego que nunca (porque el pasaje bajo la corona de luz lo dejaba deslumbrado), Maxi alzaba la vista hacia el interior con insistencia, y ya fuera ilusión, ya confusión, le parecía ver, rumbo al centro inaccesible, torres, cúpulas, castillos fantasmagóricos, murallas, pirámides, arboledas.” (36)

Cuando al final Maxi está dentro de una casilla en la Villa quedó profundamente dormido.

“La casilla era un cubo apenas irregular, y el catre la ocupaba todo a lo largo, haciendo presión sobre las paredes. El cubo era uno en un millón, colocados uno al lado del otro, con o sin huecos entre ellos, a veces apilados, en hilares o racimo, dispuestos al azar en una gran improvisación colectiva. Los constructores artesanales preferían las formas simples, no por motivos estéticos o utilitarios, sino justamente, para simplificar las cosas. En la Villa la simplificación significaba algo distinto que en el resto de la ciudad. Las formas simples son muy intelectuales o abstractas en la vigilia, pero en el sueño son simplemente prácticas, utilitarias. Y este anillo inabarcable pertenecía por derecho al inconsciente, los cables que unían las construcciones, tan numerosos e intricados como ellas, contribuían a esta dedicación de la villa al sueño.” (188-9)

Entonces, la descripción y la experiencia de Maxi de la Villa van totalmente en contra de toda lógica racional. A pesar de su ceguera nocturna, que indica metafóricamente la ignorancia de la clase media para con los villeros (Voionmaa 2004: 127), Maxi adquiere la capacidad de ver este segmento de la ciudad y la sociedad, aunque no a través de la percepción racional sino que por medio de otras dimensiones, como el inconsciente y el sueño. El vínculo de la Villa con la percepción y visibilidad se ve también en el vocabulario con el que Aira describe la Villa: iluminación, revelación, visibilidad, espejo, reflejo, visión, fantasía, luz, maravilla, etc.

La oposición entre centro y periferia no es muy significativa en relación con La Villa, puesto que el espacio villero en dicha novela no se encuentra en la periferia

de la capital sino que esta “ciudad de pobreza” se ubica dentro de la ciudad (32). De esta manera la Villa forma una isla dentro de la ciudad y corresponde más bien al imaginario de la ciudad fragmentada. Por lo tanto, asimismo la fuerza identificadora que emana de este lugar no se debe a la pertenencia a un lugar periférico que borda o linda con el campo, sino más bien por la exclusión espacial y social que se debe a la fragmentación de la vida urbana. Dicha segregación se nota en la observación de Maxi: “Podía haber apostado que ninguno de sus conocidos del colegio, del gimnasio, del barrio, o amistades de sus padres o parientes, habían entrado nunca a una villa, ni en entrarían. ¡Y estaban tan cerca!” (31) Incluso Maxi había oído decir que ni la policía se animaba a entrar en las villas. (31) Del lado de los cartoneros tampoco hay porqué relacionarse con los demás habitantes de la ciudad, puesto que salen de noche “no porque les gustase, ni por esconderse, sino porque la gente sacaba la basura al final del día”. (7)

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Los cartoneros se “habían hecho invisibles, porque se movían con discreción, casi furtivos, de noche (y sólo durante un rato), y sobre todo porque se abrigaban en un pliegue de la vida que en general la gente prefiere no ver.” (10) La radical separación de estos sitios se debe, según el narrador, al miedo, que constituye la matriz de los lugares, “de los lugares sociales y también de todos los otros,

incluidos los imaginarios.” (31) Sin embargo, hay interacción entre las diferentes clases en este barrio de La Villa porque Adela, una muchacha habitante de la Villa trabaja en una casa de una familia en Flores y asimismo personajes de clase media están implicado en la compra de drogas en la Villa.

Ahora bien, esta villa de emergencia y el barrio vecino también presentan ciertos rasgos de guetoificación como plantea uno de los habitantes vecinos en una carta al diario Clarín:

“Los vecinos de Bonorino al mil ochocientos en el Bajo Flores hemos venido sufriendo en los últimos años una escalada de violencia, alentada por una mafia que tiene su cuartel general en la vecina villa de emergencia. Las armas y las drogas se han vuelto una presencia cotidiana en lo que hasta hace poco era un tranquilo barrio de trabajadores, con chicos jugando en las veredas. Hoy día vivimos encerrados, de día y de noche, rehenes domésticos de una criminalidad que no tiene controles.” (43)

A dicha violencia, criminalidad e inseguridad se añade la infiltración de sectas protestantes en la Villa como fachada del narcotráfico que además hubiera causado la muerte de una chica que vivía en el barrio vecino a la Villa. Todos estos elementos junto a los hechos desarrollados en la trama de Maxi llevarán al final violento de la novela en el que se sitia la Villa.

Al mismo tiempo, si en la perspectiva de Maxi la villa miseria de alguna manera se presenta como un gueto es solamente en el sentido espacial: “Además, ¿qué pobres? Los pocos que veía (...) estaban vestidos como cualquier otro argentino, y se comportaban igual. Lo único que los clasificaba de pobres era que habitaran

esas viviendas precarias.” (75-6) A lo largo de la novela la villa miseria se plantea como un espacio alternativo al reivindicar los valores tradicionales que la sociedad neoliberal ha perdido: solidaridad, pertenencia a una comunidad, etc. Sin embargo, a pesar de la aparente exclusión de la lógica capitalista, parece que tampoco los villeros pueden escapar a ella. Llegados los noventa, incluso los carritos compuestos por los cartoneros con desechos que antes se destacaban por una “propia belleza peculiar, su valor como artesanía popular” (26), ahora su valor era de pura funcionalidad.

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De todos modos, como ha observado Villanueva (2007: 371-2), la dicotomía sarmientina civilización-barbarie se ve invertida en sus tradicionales asociaciones con respecto a la

villa miseria en la ciudad. En esta novela de Aira la Villa se presenta como un espacio de civilización y organización que se opone al resto de la ciudad como lugar donde reinan la barbarie y la violencia.

Por último, cabe destacar que la fragmentación no se presenta solamente en forma de una segregación social y espacial sino también en el hecho de que Aira toma un fragmento de la ciudad, a saber el barrio de Flores con la vecina villa miseria, y lo hace funcionar como representación de la ciudad toda (Villanueva 2007: 369).

En conclusión, se ha podido observar que el espacio en La Villa adquiere una interpretación particular. Por un lado, parece que la villa miseria se presenta como un espacio alternativo, que se aparta de toda geometría racional en su construcción, y en el que los habitantes han reafirmado los valores de solidaridad y comunidad. Sin embargo, Aira parece tomar la forma laberíntica de la villa de emergencia, que adquiere dimensiones fantásticas, como punto de partida para una reflexión sobre la literatura y la falta de sentido que se encuentra en su centro.

Construcción de los personajes

En la novela se nos presenta a los villeros como los otros, aquellos que parecen fundamentalmente diferentes de la propia experiencia, por lo cual el espacio y la vida de la villa miseria parecen ejercer una atracción en los personajes de la clase media, en particular Maxi. Se indagará sobre la construcción de su identidad a través de los estereotipos y la perspectiva de la clase media y se preguntará si los ‘villeros’ adquieren una propia voz en esta novela. A continuación, nos preguntaremos qué representaciones de la villa miseria y ante todo de sus habitantes se nos proponen en la novela. Como ha observado Muñiz (2008: 1) en relación con La Villa, no se construye un mundo marginal o sórdido en el que los habitantes villeros aparecen como sujetos carentes, que consecuentemente tomarían su situación como pretexto para participar en actividades ilegales. En cambio, los cartoneros, quienes son los personajes que aparecen con más insistencia destacan por su capacidad de autonomía: están bien organizados en sus rondas en familia por la ciudad, son capaces de soportar sus cargas y no se pelean entre ellos ni siquiera por los restos

de comida que encuentran entre la basura. Dichas imágenes más ‘positivas’ de los habitantes villeros se construyen ante todo en la perspectiva ingenua de Maxi y de este modo se oponen a la perspectiva paranoica e impregnada de prejuicios de otros

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personajes como el inspector Cabezas, la jueza o las dos muchachas de clase media.

El hecho de que Maxi y el lector van conociendo el mundo de la Villa a través de los cartoneros contribuye a las representaciones más bien positivas, dado que estos personajes disponen de “un trabajo”-por lo informal que sea -y no corresponde a la imagen típica de mano de obra desocupada que puebla las villas de emergencia.(Saítta 2006: 100) Asimismo Adela, otro personaje habitante de la Villa que aparece individualizado dispone de un empleo. Trabaja de mucama para una familia de clase media del barrio de Flores. El siguiente fragmento muestra cómo este espacio villero es diferente de las imágenes que se relacionan muy a menudo con las villas miseria. En vez de que reine el desempleo-no tomando en cuenta el empleo en la economía informal-, la condición precaria de sus habitantes parece obligarlos a los villeros a aprovechar sus talentos y aplicarse a “oficios básicos” en vez de que se dediquen a actividades ilegales:

“Pero justamente, en la villa abundaban los electricistas, como abundaban todos los oficios, al menos en su fase básica. Casi se podía decir que todos sus habitantes eran “oficiales básicos” de todo; los pobres debían arreglárselas con las cosas, no tenían más remedio. No le temían a la electricidad, como los burgueses, y de hecho no tenían por qué hacerlo.” (28)

O sea, la imagen positiva de dicha villa de emergencia se construye a partir de la capacidad extraordinaria para sobrevivir en circunstancias precarias que los fuerza a estas personas a “arreglárselas con las cosas”. La voz narrativa reflexiona sobre la naturaleza del trabajo de los cartoneros, que al igual a lo que hace Maxi depende de circunstancias históricas y observa que cualquier cambio socioeconómico hubiera hecho que esos cartoneros se dedicaran a otra cosa. (74) Por lo tanto se enfatiza la capacidad de adaptación, en lo que esos personajes que trabajan de cartonero se diferencian de “los burgueses”.

De manera que, desde la historia de los cartoneros y Maxi, los villeros aparecen como personajes que saben organizarse, son solidarios entre ellos y también hacia Maxi: le fabrican una cama y la tienen preparada para cuando éste se quedaría dormido en la Villa antes de poder

volver a su casa. Los villeros son capaces de adaptarse a su cambiada circunstancia y, según opina Maxi, puede ser una ventaja el vivir al día. Son todas cualidades de las que aparentemente la clase media carece. Lo cierto es que son únicamente personajes que están afuera del espacio de la Villa con quienes Maxi se relaciona, a saber, los cartoneros, el linyerita

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y la empleada de los vecinos de enfrente: Adela. Es justamente a través de los encuentros de Maxi con ellos que se construyen las imágenes de los habitantes de la Villa. Ahora bien, la palabra villero ya trae consigo toda una serie de connotaciones. Hoy en día el villero en el imaginario social es una persona habitante de una villa de emergencia que lo es principalmente por elección y por su aversión al trabajo. Como no anticipa mejora alguna, su situación se hace permanente: “de la villa no salís más”.(Finet 2007: 496)

Por lo tanto, el villero es vago, delincuente, sucio, deshonesto. (Finet 2007: 489) En esta novela asimismo Aira trabaja con estos estereotipos (Vitagliano 2007, Decock 2006, Quintana 2007: 149) aunque los emplea de manera grotesca para mostrar su verdadera índole. Las suposiciones y sospechas que inspiran dichos estereotipos conducen al final apocalíptico de la novela. Según Quintana (2007: 149), es precisamente el empleo de estereotipos que produce el efecto de realidad. Dichos prejuicios parecen deberse al miedo que tiene la gente a aquellos que son diferentes. Es desde la perspectiva de los demás personajes y, en particular, del inspector Cabezas, quien se obsesiona con encontrar pruebas de estas confabulaciones, que el relato nos proporciona con representaciones que corresponden más bien a los estereotipos corrientes. De este modo la Villa está llena de narcotraficantes, desocupados y personas ante todo de origen boliviano o peruano con rasgos indios y un acento marcado. Todos ellos, además, expanden sus actividades afuera de la Villa por lo cual afectan al barrio vecino.

“Refugio clásico de maleantes y fugitivos, el auge de las drogas había multiplicado la violencia en las villas (...) Esta villa en particular era un caso especialmente virulento. (...) el foco de violencia que preocupaba al barrio no estaba en la villa propiamente dicha, en cuyo interior nadie podía asegurar qué pasaba, sino afuera, en su “hall” de entrada.”(42-3)

Y será también en ese “hall” de entrada que la trama llegará a su desenlace apocalíptico, cuando el inspector Cabezas logre descifrar el enigma del narcotráfico en la Villa.

Se describe a los villeros como personas de rasgos indios, con un acento raro, que están ‘seguramente’ mal alimentadas. Cuando la hermana de Max se entera que éste se quedó dormido en la villa comenta: “Espero que las sábanas estén limpias” (181). El siguiente fragmento muestra una conversación entre Maxi y Adela, una chica de la Villa, que se encuentran por casualidad y deciden caminar juntos hacia la salida de ella:

“-¿No tenés miedo de andar sola de noche?

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-Señor, ahora voy con usted.-Sí, porque me encontraste de casualidad. Aquí son capaces de asaltarte por un peso. (...) Qué vergüenza, que entre gente a la que le falta todo, se arrebaten lo poco que tienen.

-Señor, yo no lo veo tan mal.-¿¡Cómo!? ¿Justificás el robo? ¿Vos también robarías?-Señor, ¿me ve a mí robando? Se me reirían en la cara. (...) Lo que quiero decir es que el que puede robar, roba. Si está hecho para eso, ¿qué otra cosa podría hacer? Sobre todo si se le presenta la oportunidad.” (81)

Se observa que Adela le dirige a Maxi con señor, mientras que Maxi tutea a Adela. Además, en esta conversación se ve que Adela no responde a los estereotipos que están implicados en lo que dice Maxi. “ahora voy con usted”, dice Adela contestando la pregunta con la que Maxi quiere decir que una villa miseria es un lugar peligroso para andar caminando sola de noche como mujer. Pero en lugar de responder a este significado que implica su pregunta, le contesta literalmente. (Vitagliano 2007: 24) Por otra parte, parece mostrar que los estereotipos que se le imponen a los villeros, hacen que se comporten de esa manera: “si está hecho para eso, ¿qué podría hacer?”.

En cuanto a los tópicos que asocian Horne y Voionmaa (2009) con la temática de la marginalidad llama la atención que la violencia en esta obra se manifiesta en el encuentro hacia el final entre el hijo de la jueza que trabaja de soplón de policía y el inspector Cabezas. Como el hijo no fue reconocido como tal, el encuentro resulta en la muerte del joven. Luego, ya en la Villa, se narra el apogeo de la trama cuando la jueza que busca venganza por la muerte de su hijo se enfrenta con el inspector Cabezas, quien aquí encarna el (camino del) Mal. Por consiguiente, parece que la violencia no se relaciona tan directamente con los habitantes de la villa -aunque sí quizás con el espacio de la villa -puesto que los tres personajes en cuestión no son habitantes de ella.

Por otra parte, la marginalidad de la villa y sus habitantes parece manifestarse en una exclusión de las leyes comunes con la construcción de una nueva Ley en la Villa (Horne y Voionmaa 2009: 39). La Villa no carece de normas o leyes, sino que tiene sus propias leyes que asimismo corresponden a una lógica diferente en comparación con el resto de la ciudad. “Esta ciudad de la pobreza dentro de la ciudad podía obedecer a sus propias leyes.” (33) Esta otra logica se revela ante todo en la construcción espacial de la villa, como hemos visto más arriba.

Ahora bien, aunque Aira toma este segmento de la sociedad y de la ciudad, parece que difícilmente puede decirse que los pobres adquieren su propia voz en esta novela. Si bien es cierto que se toma como temática central de la novela el mundo de la villa miseria –un mundo que ha estado casi invisible en la literatura que no tenía el objetivo de denunciar-, este mundo de pobreza en La Villa se nos presenta ante todo a través de la perspectiva de la

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clase media. Los habitantes de la villa aparecen como una ‘masa indiferenciada ’ (Voionmaa 2004: 128) más que personajes individualizados. Así también para Maxi: “era él quien no los distinguía, se le confundían, pero le daba lo mismo” (12). La única excepción a la ‘masa indiferenciada’ constituyen Adelita y Alfredo, el linyerita, que aperecen más individualizados y con nombre. Llama la atención que ellos están afuera de la villa cuando Maxi los conoce.

La trama se desarrolla principalmente a través de la curiosidad de Maxi, hijo de un comerciante acomodado de clase media, por las actividades de los cartoneros.

Aunque padece de ceguera nocturna, metáfora para la ignorancia de la clase media por sus conciudadanos pobres, Maxi es el único de todos los personajes de clase media que los VE. Como no obtienen una propia voz, su identidad se construye ante todo a través de la perspectiva de la clase media. Estos últimos, sin embargo, son también los otros para los villeros. A lo largo de la novela apenas se muestran los pensamientos de los pobres, al contrario, es el narrador o Maxi quienes les imponen los pensamientos. En el siguiente fragmento Maxi se pregunta por qué inicialmente los cartoneros no lo dejaban acercar a la villa.

“No era por vergüenza o pudor (¿cómo iban a tener vergüenza de sus casas, después de haberse exhibido ante él hurgando en la basura y llevándosela para comerla? Era una estúpida interpolación pequeñoburguesa) sino, al revés, por no considerarlo digno, por bien vestido, por clase media, por señorito.” (32)

Así Aira parece sugerir que asimismo los otros, los que están al otro lado de la grieta económica, tienen sus prejuicios acerca de los que para ellos son diferentes. O tal vez Maxi supone que los cartoneros también deben tener sus prejuicios con respecto a la clase media.

“-¿Qué hacés vos a esta hora?-Señor, voy a comprar para la cena.-¿A esta hora? ¿Por qué no comprás en el supermercado para toda la semana? Sale más barato. ¡Otra metida de pata! Por supuesto que los pobres vivían al día, no hacían compras semanales ni mensuales, y además no había supermercados en las villas.”(80-1)

Ahora bien, dicha experiencia del otro que se trata de narrar lleva a otra posible lectura del espacio de la Villa. Voionmaa (2004: 134) ha sugerido que el centro oscuro y vacío, por un lado, denota la imposibilidad de ver a ‘los pobres’, aunque Maxi con su ceguera nocturna es el único que puede. Por otro lado, ha observado en ello la imposibilidad de representar la pobreza por medio del arte o de la literatura. Se basa en un discurso vacío, el de la pobreza, que ‘la gente’ mantiene

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desde su miedo por el otro y para mantener fijas las relaciones del que excluye con respecto al excluido. Por lo tanto es imposible hablar desde la villa y desde la gente que la habita. Las únicas excepciones, como ya hemos dicho, son Adelita y Alfredo que hablan desde afuera de la villa. De esa manera puede leerse el siguiente fragmento, en el que parece detectarse una pequeña nota crítica por parte de Aira:

“¿Pero entonces la Villa podía “girar”? ¿Era posible? Quizás no había estado haciendo otra cosa desde épocas inmemoriales. Quizás toda su existencia se había consumado en una rotación sin fin. Quizás ésa era la famosa “rueda de la Fortuna”, salvo que no estaba de pie como se la imaginaban todos, sino humildemente volcada en la tierra, y entonces no era cuestión de que unos quedaran “arriba” y otros “abajo” sino que todos estaban abajo siempre, y se limitaban a cambiar de lugar a ras del suelo. Nunca se salía de pobre, y la vida se iba en pequeños desplazamientos que en el fondo no significaban nada.” (194-5)

Resumiendo, hemos visto que Muñiz sostenía que La Villa prescinde de las imágenes más sórdidas que aparecen habitualmente en relación con el tema. Ello se ha observado en particular en la historia de Maxi y los personajes cartoneros. La perspectiva de los demás personajes da cuenta de imágenes estereotipadas – aunque también Maxi habla desde imágenes fijadas a veces -, prejuicios y visiones paranoicas, que se basan principalmente en el miedo que tienen al otro. En esta novela los personajes villeros no consiguen una voz propia sino que se construye su mundo a través de la perspectiva de la clase media.