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La prehistoria lingüística del Bajío DAVID CHARLES WRIGHT CARR Universidad de Guanajuato INTRODUCCIÓN El Bajío es una región de fronteras en varios sentidos. Como zona geográfica, marca de transición entre los valles centrales de México y las áridas tierras del norte de Mé- xico. Como consecuencia de esta situación, estaba en –o cerca de, según el periodo– la frontera entre los pueblos sedentarios, que participaban en la tradición cultural me- soamericana, y los pueblos seminómadas y nómadas del norte. También fue el lugar de encuentro entre dos familias lingüísticas, la yutonahua del occidente de México y la otopame del centro y centro norte, así como los hablantes del tarasco, una lengua aislada con raíces profundas en la región. Estas fronteras fueron borrosas, fluctuantes y permeables, generando relaciones interculturales especialmente dinámicas a lo largo de los milenios. Al principio de este trabajo, se presentan definiciones operativas de dos conceptos claves: la cultura y la etnicidad. Estos conceptos deben tratarse por separado, en lo posible, como variables independientes, y ninguno de ellos tiene una correspondencia precisa con la lengua. Se habla de las teorías y los métodos de la prehistoria lingüística, incluyendo la teoría de las migraciones y los diversos métodos lexicoestadísticos que sirven para determinar la presencia de los grupos en el Bajío a lo largo de los mile- nios. Luego se establecen los límites de la región abajeña, que es el marco geográfico del presente estudio. Finalmente se propone un panorama general de la prehistoria lingüística del Bajío, que podrá ser contrastado con las hipótesis generadas desde otros campos de estudio, como la arqueología, la etnohistoria y la bioantropología, para lograr una visión integral de los grupos humanos que han compartido esta región desde hace varios milenios. 1 1 Este trabajo se basa en varios intentos previos de determinar la ubicación de los grupos lingüísticos en el centro y el centro norte de México, resumiendo algunas ideas y presentando nuevos datos e interpreta- ciones. Véanse Wright 1994; 1997; 1999a; 1999b; 2005a; 2005b; 2007; 2012; 2014. Una versión preliminar del presente estudio fue presentada en la XXX Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología, El Bajío y sus Regiones Vecinas: Acercamientos Históricos y Antropológicos, sesión lineal 2, “Población, asentamientos, recursos naturales y producción cultural”, Santiago de Querétaro, 5 de agosto de 2014.

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La prehistoria lingüística del Bajío

DaviD Charles Wright Carr

Universidad de Guanajuato

introDuCCión

El Bajío es una región de fronteras en varios sentidos. Como zona geográfica, marca de transición entre los valles centrales de México y las áridas tierras del norte de Mé-xico. Como consecuencia de esta situación, estaba en –o cerca de, según el periodo– la frontera entre los pueblos sedentarios, que participaban en la tradición cultural me-soamericana, y los pueblos seminómadas y nómadas del norte. También fue el lugar de encuentro entre dos familias lingüísticas, la yutonahua del occidente de México y la otopame del centro y centro norte, así como los hablantes del tarasco, una lengua aislada con raíces profundas en la región. Estas fronteras fueron borrosas, fluctuantes y permeables, generando relaciones interculturales especialmente dinámicas a lo largo de los milenios.

Al principio de este trabajo, se presentan definiciones operativas de dos conceptos claves: la cultura y la etnicidad. Estos conceptos deben tratarse por separado, en lo posible, como variables independientes, y ninguno de ellos tiene una correspondencia precisa con la lengua. Se habla de las teorías y los métodos de la prehistoria lingüística, incluyendo la teoría de las migraciones y los diversos métodos lexicoestadísticos que sirven para determinar la presencia de los grupos en el Bajío a lo largo de los mile-nios. Luego se establecen los límites de la región abajeña, que es el marco geográfico del presente estudio. Finalmente se propone un panorama general de la prehistoria lingüística del Bajío, que podrá ser contrastado con las hipótesis generadas desde otros campos de estudio, como la arqueología, la etnohistoria y la bioantropología, para lograr una visión integral de los grupos humanos que han compartido esta región desde hace varios milenios.1

1 Este trabajo se basa en varios intentos previos de determinar la ubicación de los grupos lingüísticos en el centro y el centro norte de México, resumiendo algunas ideas y presentando nuevos datos e interpreta-ciones. Véanse Wright 1994; 1997; 1999a; 1999b; 2005a; 2005b; 2007; 2012; 2014. Una versión preliminar del presente estudio fue presentada en la XXX Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología, El Bajío y sus Regiones Vecinas: Acercamientos Históricos y Antropológicos, sesión lineal 2, “Población, asentamientos, recursos naturales y producción cultural”, Santiago de Querétaro, 5 de agosto de 2014.

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el Bajío Como región geográfiCa

La región del centro norte de México llamado Bajío tiene una extensión variable, según los criterios empleados en su definición. Es una unidad geográfica, y sus ca-racterísticas particulares tienen consecuencias para la vida de los grupos humanos que lo han habitado a lo largo de los milenios. Marca una transición entre las tierras relativamente húmedas de Michoacán y los valles centrales de México, por un lado, y la región más árida del norte de México. Como consecuencia, y como resultado de las variaciones en el régimen pluvial, en algunos periodos ha albergado poblaciones de agricultores sedentarios de la tradición cultural mesoamericana, y ha sido lugar de encuentro de estas con los pueblos seminómadas y nómadas de Aridoamérica, llamadas genéricamente “chichimecas” en el siglo xvi. Actualmente tiene un clima templado, con lluvias que permiten la agricultura de temporal, aunque en ocasiones las lluvias son insuficientes para levantar una buena cosecha.

Para delimitar el Bajío, tomo la cota de los 1 600 metros sobre el nivel del mar, como límite inferior, y los 2 000 metros como límite superior. Visto así, esta región se extiende desde la ciudad de Querétaro en el oriente hasta la de León, en el noroeste del estado de Guanajuato, abarcando la mayor parte del sur de este último estado. La cota de los 1 600 metros nos permite sumar al Bajío parte del oriente de los estados de Jalisco y Aguascalientes, así como el noroeste de Michoacán, donde se encuentra Zamora. Esta gran cuenca, de fondo llano, es rodeado por lomas, cerros y montañas que alcanzan entre 2 000 y 3 000 metros sobre el nivel del mar. Incluye dos subcuencas importantes, parcialmente separadas por montañas: el valle de Acámbaro en el sureste y el valle del alto Laja en el noreste.

Surcan las tierras del Bajío las aguas del río Lerma, que llega desde el valle de Toluca por el de Acámbaro, cruzando la gran cuenca abajeña de oriente a poniente, para desembocar en el lago de Chapala, en el estado de Jalisco. Sus principales afluentes son el río Querétaro-Apaseo, que fluye desde la orilla oriental de la zona; el río Laja, que baja desde el norte; el río Guanajuato, que desciende desde la ciudad del mismo nombre, en la orilla norte de la cuenca; el sistema del río Turbio, que corre de Ponien-te a Oriente desde la frontera entre los estados de Guanajuato y Jalisco, rodeando la sierra de Pénjamo para virar hacia el sur, pasando por el valle de Pénjamo antes de desembocar en el Lerma (Wright 2014).

Cultura, etniCiDaD y lengua

Para los propósitos del presente estudio, la cultura se define como “las ideas, los valo-res y los patrones de comportamiento colectivos de un grupo humano determinado; la cultura consta de un conjunto de subsistemas interrelacionados cuyas fronteras,

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generalmente borrosas, no necesariamente coinciden; estos subsistemas culturales se transmiten y se aprenden, adaptándose continuamente a los cambios en el contexto geográfico y social del grupo”. Es importante considerar los diversos elementos que conforman la cultura –incluyendo la lengua– como variables potencialmente inde-pendientes, para evitar las visiones simplistas y distorsionadas.2

Un grupo étnico se entiende aquí como “una comunidad, de extensión variable, con ciertas afinidades que pueden ser biológicas, lingüísticas, sociopolíticas, ideológicas, económicas, tecnológicas o cualquier combinación de estas variables”. La conforma-ción del grupo depende necesariamente de los elementos comunes que se elijan para definirlo. Por otra parte, el grupo étnico puede ser definido por el investigador, por los integrantes del grupo, o por sus vecinos. Las definiciones, por supuesto, pueden variar según estas perspectivas distintas. En cualquier caso, el grupo étnico es una construcción colectiva, hecha con propósitos sociales. Los grupos étnicos forman parte de sistemas dinámicos más amplios; las interacciones de los grupos en contacto inclu-yen intercambios de muchos tipos, colaboraciones, presiones, competencia, fricciones y conflictos, que pueden llegar hasta la violencia. El contraste cultural es un factor importante en la conformación de la identidad étnica de cada grupo: ser parte de un grupo también implica ser diferente al otro. Los miembros de cada grupo seleccionan elementos específicos para destacarlos, como parte de este proceso. Al mismo tiem-po, unos grupos toman elementos de otros, mediante procesos de aculturación. Las asimetrías en el poder, o en el prestigio relativo de los grupos, suelen influir en estos procesos. Las transformaciones son continuas, mientras cada grupo se adapta a los procesos de cambio. La lengua es un elemento más en estos procesos de construcción de identidades colectivas; su peso relativo entre los demás elementos es variable, según la situación particular de cada grupo (Wright 2005b: i, 23-26; 2011a: 30-35).

la prehistoria lingüístiCa y la teoría De las migraCiones

La teoría de las migraciones que voy a aprovechar en este ejercicio se basa en estudios de la lingüística comparativa. Nos servirá para determinar, dentro de las limitaciones propias de esta teoría, los lugares de origen de cada una de los grupos lingüísticos que históricamente han tenido una presencia en el Bajío. También nos permitirá rastrear los movimientos migratorios de los mismos grupos. Para agregar la dimensión temporal al panorama resultante, aprovecharemos los estudios existentes sobre la glotocronolo-gía, un método lexicoestadístico que permite conocer los tiempos aproximados de las ramificaciones internas de las familias y los grupos de lenguas emparentadas. Luego contrastaremos estas fechas con otras, proporcionadas por un novedoso método para 2 Para una explicación amplia del proceso de construcción de esta definición de la cultura, con referencias a las obras de varios autores que han escrito sobre el tema, véase Wright 2005b: i, 17-22; para una visión actualizada, véase Wright 2011a: 25-30.

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la comparación automatizada de las lenguas, desarrollado durante el último decenio.Hace más de medio siglo, Isidore Dyen expuso los fundamentos para una teoría

lingüística de las migraciones, elaborando sobre las ideas de Edward Sapir y Alfred Kroeber. Esta teoría tiene dos postulados fundamentales:

1) El área de origen de las lenguas relacionadas es continua, y 2) las probabilidades de las diversas migraciones reconstruidas tienen una relación inversa con la cantidad de los movimientos reconstruidos de las lenguas que cada una requiere. En otra palabra, si dos migraciones reconstruidas difieren en la cantidad de movimientos de lenguas necesarias, la que tenga una cantidad inferior de movimientos es más probable (Dyen 1956: 613 [traducción propia]).

El primer postulado permite inferir el probable lugar de origen de un conjunto de lenguas emparentadas. El segundo, que podemos llamar “el principio de la menor cantidad de movimientos”, es básicamente una aplicación de la ‘ley de la parsimonia’, llamada también la ‘ley de la economía’ o ‘la navaja de Ockham’. Según este principio, cuando dos o más hipótesis parecen explicar satisfactoriamente la evidencia, la más sencilla probablemente es la correcta; las explicaciones complicadas suelen resultar de los intentos de hacer caber los datos empíricos en nuestros esquemas hipotéticos preexistentes (Bernard 2000: 52, 287; Popper 1989: 108, 171).

Dyen explica que una migración de una lengua implica el movimiento de una parte de sus hablantes –no necesariamente todos–, resultando en una cantidad mayor de regiones lingüísticas discontinuas. Vista de esta manera, una expansión dentro de un territorio continuo, que resulte en una cadena de variantes dentro de un territorio continuo, no cuenta como una migración. Tampoco es considerada una migración cuando un grupo de hablantes de una lengua se reubica dentro del territorio ocupado por hablantes de otras lenguas emparentadas. Hay dos tipos de migraciones que pue-den resultar en una mayor cantidad de regiones lingüísticas discontinuas: 1) cuando un grupo de hablantes de una lengua se desprende de los demás, ocupando un terri-torio donde no haya lenguas emparentadas y 2) cuando hablantes de una lengua se introduce en el territorio ocupado por otro grupo lingüístico, cortándolo en dos o más partes. Así, una región lingüística es un territorio donde las lenguas emparentadas se presentan en cadena, con cambios graduales, aunque este territorio contenga lenguas distintas, no inteligibles entre sí. Si dos variantes o lenguas emparentadas no ocupan la misma región, se consideran separadas, y los espacios que las separan se consideran como intervalos, sean estos barreras geográficas, zonas despobladas o áreas ocupadas por hablantes de lenguas no emparentadas.

Para explicar la distribución de un grupo de lenguas emparentadas, se puede formular varias hipótesis alternativas, cada una con dos partes: 1) una propuesta sobre su lugar de origen y 2) los movimientos requeridos para producir la distribución ob-servada. El territorio de cada una de las lenguas del grupo puede proponerse como el

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lugar de origen del grupo, con la hipótesis adicional de que ninguna de estas lenguas ocupa el lugar de origen. Para evaluar las hipótesis se cuentan los movimientos mí-nimos que podrían resultar en una migración. La hipótesis con el menor número de movimientos se considera como la más probable. Si consideramos todas las posibles hipótesis y si calculamos los movimientos correspondientes para cada una, obtene-mos varias implicaciones básicas de esta teoría: 1) el lugar de origen de un grupo de lenguas emparentadas probablemente es el territorio de una o más de sus lenguas componentes; 2) cuando observamos una cadena de lenguas emparentadas, el lugar de origen de su protolengua ancestral probablemente es el área ocupada por esta cadena, 3) si hay dos o más cadenas, su lugar de origen probablemente es la suma de las áreas ocupadas por las cadenas más los intervalos que las separan; 4) las migraciones de un solo movimiento son las más probables; las migraciones de cadenas enteras de lenguas son menos probables; y 5) las migraciones normalmente son desde regiones con mayor diversificación hacia otras con menor diversificación, sin considerar las distorsiones provocadas por las migraciones de otros grupos hacia el mismo territorio (Dyen 1956).3

Los resultados del estudio de la prehistoria lingüística nos aportan hipótesis razonables que deben ser confrontadas con los datos aportados desde otras ramas de la antropología, como la arqueología, la etnohistoria y la bioantropología. Para hacer esto es importante el factor cronológico, que nos permite cotejar los datos de cada una de estas subdisciplinas. Desde mediados del siglo xx, tenemos el método lexicoestadístico de la glotocronología que, si bien no es precisa, nos permite ubicar las migraciones de los grupos lingüísticos en el tiempo, de una manera aproximada. Este método fue desarrollado por Morris Swadesh. Se basa en la premisa de que los grupos humanos reemplazan los morfemas de sus lenguas con cierta regularidad, causando el distanciamiento gradual entre sus lenguas. Swadesh elaboró una lista de conceptos básicos que puede ser traducida a dos lenguas, para luego determinar cuantas palabras cognadas son compartidas. Aplicó el método a lenguas con una larga tradición de textos escritos con fechas conocidas. Determinó que después de un mile-nio de separación total o casi total de dos lenguas derivadas de la misma protolengua ancestral, hay una permanencia de 86% de palabras cognadas en cada lengua, o 74% entre las dos lenguas. El creador de la glotocronología estimó un margen de error del 10%. Señalando, además, que los cálculos glotocronológicos representan cantidades mínimas de tiempo. El consenso entre la comunidad antropológica en general ha sido más escéptico. Por ello, en trabajos publicados durante los últimos doce años, he aplicado un margen del error del 25% a las fechas glotocronológicas de Swadesh y sus seguidores, en un intento de ampliar el rango de las fechas hipotéticas de las ramifica-ciones de las lenguas, antes de cotejar estas fechas con otros tipos de evidencia. Tomé 3 Varios investigadores han aprovechado esta teoría u otras similares. Véanse, a manera de ejemplo, Diebold 1960; Knab 1983: 153; Ruhlen, 1994: 172, 173, 187, 208; Valiñas 2000a: 178; Wichmann/Müller/Velupillai 2010.

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los cálculos glotocronológicos publicados sobre las familias otopame y yutonahua, para tener una visión global de los cambios en cada una. Los resultados de este ejercicio se resumen en los cuadros 1 y 2, mostrando las fechas glotocronológicas con puntos y los rangos de años que resultan de la aplicación del margen de error del 25% con barras. De esta manera se obtienen lapsos amplios, dentro de los cuales se pudieron haber dado las separaciones entre las lenguas emparentadas de cada familia. Así podemos aprovechar esta herramienta sin caer ingenuamente en la ilusión de que sepamos las fechas precisas de las ramificaciones lingüísticas dentro de las familias mencionadas.

En los siguientes incisos se presentan ensayos de comprender la prehistoria de las familias otopame y yutonahua, mediante el análisis de los estudios existentes de las lenguas que abarca cada familia. Desafortunadamente, no podemos hacer lo mismo con la lengua tarasca, porque no forma parte de una familia de lenguas emparentadas.

la prehistoria lingüístiCa De los otopames

La familia otopame se ubica, en su mayor parte, al norte del eje neovolcánico, en los valles de México, Toluca, Puebla-Tlaxcala y el Mezquital; se extiende hacia el norte, más allá de lo que era la frontera norte de Mesoamérica en 1521, hasta el semidesierto potosino, pasando por el oriente del Bajío y la Sierra Gorda (mapa 1). Los hablantes de las lenguas otopames se pueden dividir en dos grupos, tanto por la divergencia entre sus lenguas como por sus rasgos culturales: los otopames meridionales per-tenecían a la tradición mesoamericana, mientras los otopames septentrionales eran considerados ‘chichimecas’ por su vida seminómada o nómada. Los otopames del sur, en el momento de la Conquista, habitaban los valles centrales de México. Fueron los otomíes, los mazahuas, los matlatzincas y los ocuiltecos, de acuerdo con los nombres históricamente asignados a estos grupos. Hoy el otomí presenta un grado amplio de divergencia lingüística, con nueve variantes, no todas las cuales se entienden entre sí; el proceso de divergencia interna inició algunos siglos antes de la llegada de los españoles. Después de la Conquista, durante el siglo xvi, los otomíes llevaron a cabo una importante expansión territorial desde el valle del Mezquital hasta el Bajío. Los otopames septentrionales son los que habitaban, a principios del siglo xvi, el Bajío oriental y la Sierra Gorda de Querétaro, Guanajuato y San Luis Potosí. Fueron los pames y los chichimecos jonaces.4

El proto-otopame empezó a diferenciarse del proto-otomangue –antiguo tronco lingüístico que incluye el zapoteco y el mixteco, entre otras lenguas– hace unos 64 siglos glotocronológicos. Considerando el margen de error del 25% que mencioné arriba,

4 Véanse Campbell 1997: 362; Instituto Nacional de Lenguas Indígenas 2008; Longacre 1967: mapa; Manrique 1988: 154-159; Simons/Fennig 2017; Suárez 1995: mapa 1. Aquí empleo los nombres históricos de los grupos lingüísticos, en lengua castellana. Para los gentilicios actuales y los términos de autodeno-minación, véase Instituto Nacional de Lenguas Indígenas 2008.

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obtenemos un rango de 6000 a 2800 aC para este suceso hipotético. Las ramificaciones internas de la familia otopame se pueden apreciar en el cuadro 1, donde las fechas glotocronológicas se marcan con círculos azules y los rangos que resultan de la apli-cación del margen de error se señalan con barras de color violeta.5 El proto-otopame inició su proceso de diversificación interna hace 55 siglos glotocronológicos (4875-2125 aC), cuando se separaron los grupos septentrional y meridional. El proto-otopame meridional se dividió hace 44 siglos (3500-1300 aC), cuando el proto-otomí-mazahua se separó del proto-matlatzinca-ocuilteco. El proto-otomí-mazahua se ramificó hace 16 siglos (1-800 dC), el proto-matlatzinca-ocuilteco hace 7 siglos (1125-1475 dC). La diversificación interna del proto-otomí inició hace 9 siglos (875-1325 dC), lo que ex-plica la gran diversidad y la falta de inteligibilidad entre algunas variantes del otomí. El proto-otopame septentrional se ramificó hace 34 siglos (2250-550 aC), cuando se separó la línea que dio origen al chichimeco jonaz del proto-pame. Esta última lengua empezó a diversificarse hace 17 siglos (125 aC-725 dC).6 El lector puede observar que la aplicación del margen de error del 25% nos da rangos amplios, sobre todo para las fechas más antiguas. Mi recomendación es que se consideren los rangos completos cuando se cotejan las fechas glotocronológicas con los datos arqueológicos, etnohis-tóricos o bioantropológicos, dejando sobre la mesa todas las hipótesis que resulten factibles, hasta que haya buenas razones para descartarlas. De esta manera se puede ir construyendo la prehistoria de las lenguas sin forzar los datos en favor de una u otra propuesta hipotética.

Para poner a prueba estos rangos cronológicos hipotéticos, aproveché los estudios relativamente recientes del Programa Automatizado para la Evaluación de la Similitud (Automated Similarity Judgment Program, de aquí en adelante asjp), desarrollado por un equipo internacional de lingüistas. Con este método se analiza, de manera unifor-me, un corpus único de las lenguas del mundo. Sus cálculos se basan en las distancias Levenshtein, en lugar de los porcentajes de cognadas usadas en la glotocronología. Las distancias Levenshtein expresan numéricamente las diferencias entre dos palabras –o secuencias de grafemas, en la práctica–; el número expresa la cantidad mínima de cambios de un solo grafema que son necesarios para transformar una palabra en otra.

5 La inspiración inicial para la forma del cuadro es de Hopkins 1984: 43 (figura 3).6 Las cifras glotocronológicas se tomaron de Manrique (1967: 332), excepto las del proto-otomí-mazahua y el proto-otomí, que se tomaron de Swadesh (1960: 83; 1967: 93), y las del proto-matlatzinca-ocuilteco, que son de Cazés (1976). Valiñas (2000b) sugiere una fecha poscortesiana para la separación matlatzinca-ocuilteco, hacia el siglo xvii dC Opté por usar la propuesta de Cazés, de siete siglos glotocronológicos, tomando en cuenta lo que afirmaron dos frailes en el periodo Novohispano Temprano. De acuerdo con Sahagún (1979: iii, 134r, 134v), quien escribió en la segunda mitad del siglo xvi, los “ocuiltecas biven en el distrito de los de toluca en tierras, y terminos suyos: son de la misma vida, y costumbre de los de toluca: aunque su lenguaje es diferente del, de los de toluca”. Grijalva (1999: 75r) considera el matlatzinca y el ocuilteco como lenguas distintas; su crónica registra el trabajo misionero realizado entre 1533 y 1592.

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Mapa 1. Grupos lingüísticos del centro y centro norte de México.

Por ejemplo, la distancia Levenshtein entre las palabras castellanas ‘pluma’ y ‘broma’ es 3: 1) pluma > pruma, 2) pruma > proma; 3) proma > broma. Los resultados son calibrados con fechas históricas, epigráficas y arqueológicas (Automated Similarity Judgment Program, sin fecha).7

En un estudio hecho con el asjp, podemos encontrar la distancia entre las lenguas del tronco otomangue, de 65.91 siglos, cifra muy cercana a la cantidad arrojada por la glotocronología, que es de 64 siglos. Para la familia otopame, sólo se reportan dos distancias: 36.54 siglos para el proto-otopame meridional (dice ‘Otopamean’, pero no se incluyen las lenguas de la rama septentrional) y 22.14 siglos para el proto-otomí-mazahua (Holman/Brown/ et al. 2011a; 2011b) (dice ‘Otomian’, pero usan las agrupaciones de la 16.a edición del Ethnologue,8 y ahí esta designación incluye solo las variantes del otomí y el mazahua). Estas dos fechas se marcan en el cuadro 1 con círculos rojos. Ahí se puede observar que la primera fecha cae dentro del margen de error del 25% de la fecha glotocronológica correspondiente. La segunda cae dos siglos antes del límite inferior del rango glotocronológico. Como veremos en el próximo inciso, todas las fechas generadas con el asjp para la familia yutonahua caen dentro de los rangos

7 Véanse también Holman/Brown/et al. 2011a; 2011b; Wichmann/Holman/ et al. 2010; Wichmann/Müller/Velupillai 2010.8 Lewis 2010. En la 20.a edición del Ethnologue (Simons/Fennig, 2017), la agrupación Otomian ha sido suprimida.

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glotocronológicos, considerando el margen de error del 25%. La discrepancia única en las fechas reportadas para ambas familias lingüísticas, en el caso de la ramificación otomí-mazahua, tal vez se debe a los marcados contrastes fonológicos entre estas dos lenguas, que son muy similares en su estructura gramatical y la abundancia de cognadas compartidas (Bartholomew 2001; 2004 [1965]; Newman/Weitlaner 1950). Las palabras mazahuas suenan diferente, por lo que se escriben diferente, lo que necesariamente afecta las distancias Levenshtein.

Cuadro 1. Glotocronología de la familia otopame (sg = siglos glotocronológicos; los círculos azules marcan las fechas glotocronológicas; las barras violetas indican el margen de error del

25%; los círculos rojos señalan las fechas del Automated Similarity Judgment Program, que serán comentadas más adelante).

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Los datos expuestos en este inciso nos permiten hacer una serie de inferencias sobre la familia otopame, desde la perspectiva de la teoría de las migraciones. El primer hecho relevante es que las lenguas otopames se localizan, históricamente, en una región continua del centro y centro norte de México, constituyendo un territorio lingüístico donde estas lenguas se presentan en una red de cadenas, en la cual los idiomas más relacionados se encuentran más cercanos en el espacio. Así, es altamente probable que estas lenguas han ocupado aproximadamente el mismo territorio desde las etapas tempranas en el proceso de diversificación interna. Considerando las fechas generadas mediante la glotocronología y el asjp, resulta evidente que los otopames han estado en o cerca de su territorio histórico desde los albores de la vida sedentaria, participando en los procesos culturales durante todos los periodos del desarrollo de la cultura mesoamericana, en el caso de los valles centrales de México, y en los proce-sos culturales de la zona de transición entre esta región y las tierras áridas del norte, incluyendo el Bajío, de manera particular el Bajío oriental, así como la Sierra Gorda, que lo delimita hacia el oriente.

El territorio otopame está separado del resto de las lenguas emparentadas, del tronco otomangue, por un intervalo de hablantes de variantes nahuas; en tiempos anteriores a esta intrusión lingüística, es probable que había una gran red de cadenas de lenguas otomangues emparentadas, con cambios graduales a través del espacio –y del tiempo–, desde el centro norte de México hasta el istmo de Tehuantepec, ocupando la mayor parte de los valles centrales de México y la región oaxaqueña. La separación de la lengua proto-otopame fue el inicio de la diversificación al interior del tronco otomangue, sucedió hacia el tiempo de los albores de la domesticación de las plantas de cultivo (Harvey 1964; Hopkins 1984; Marcus 1983).

La primera división del proto-otopame, entre el grupo septentrional y el grupo meridional, sucedió durante el proceso de sedentarización en Mesoamérica, antes del surgimiento de los señoríos y los centros monumentales. Esto probablemente refleja de alguna manera una diversificación cultural relacionada con la adaptación a medios ambientales distintos. Los otopames del norte probablemente poseyeron una cultura intermedia, de transición, reflejando el carácter transicional de su medio geográfico, considerando la evidencia mencionada en el próximo párrafo.

Más allá de la teoría lingüística de las migraciones y los métodos lexicoestadísticos, la lingüística comparativa nos proporciona datos adicionales que permiten asomarnos a la vida de los hablantes de las protolenguas otopames. En las reconstrucciones del proto-otopame de Doris Bartholomew, hay palabras cognadas para una larga lista de actividades, objetos culturales y plantas que se asocian con la vida agrícola de los pueblos mesoamericanos. En varias lenguas otopames, incluyendo las variantes del pame y el chichimeco jonaz (Bartholomew 2004 [1965]). Esta situación es comentada por Yolanda Lastra y Alejandro Terrazas, quienes proponen que estos otopames del

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la prehistoria lingüística del bajío

norte participaban en la vida sedentaria, como sus vecinos del sur (Lastra/Terrazas 2006). Es posible que en algún momento –tal vez cuando se presentó una contracción de los pueblos agrícolas hacia el sur, varios siglos antes de la Conquista– hayan tenido que adaptar a las condiciones más áridas de su medio ambiente, adoptando la vida de cazadores y recolectores que llevaban cuando llegaron los españoles.9

Otro indicio lingüístico que apoya la hipótesis de una mayor integración de los otopames del norte en la cultura mesoamericana, desde tiempos remotos, es la manera de contar de los pames meridionales. Heriberto Avelino, analizando los sistemas de números en las lenguas pames modernas, muestra que los pames del sur compartían rasgos estructurales con los grupos mesoamericanos. Los pames del norte contaban de una manera distinta (Avelino 2006). Estos datos son consistentes con la hipótesis de que los pames vivían en la frontera septentrional de Mesoamérica y que poseían una cultura de transición. También sugieren la posibilidad de un grado distinto de relación con la tradición mesoamericana entre los otopames septentrionales.

la prehistoria lingüístiCa De los yutonahuas

Las lenguas de la familia yutonahua, llamada también ‘yutoazteca’, se encuentran en el noroeste de México, desde Nayarit y Jalisco hasta Sonora, y en el oeste de los Estados Unidos, desde California y Arizona hasta Oregón, Idaho y Wyoming. La familia yutonahua, como la otopame, presenta una división interna en dos, con una rama septentrional y otra meridional; esta división corresponde aproximadamente con la frontera entre México y los Estados Unidos. Las dos ramas son separadas por un intervalo de hablantes de lenguas cochimí-yumanas; este intervalo se encuentra en ambos lados de la frontera internacional. La siguiente clasificación se basa en un estudio de Wick Miller (1984); las abreviaturas o palabras que se encuentran entre paréntesis son las que aparecen en el mapa 2, que también se tomó del trabajo de Miller. La rama norte incluye las lenguas númicas –mono (Mn), payute del norte (NP), panamint (Pn), shoshoni (Sh), comanche (Cm), kawaiisu (Ka), chemehuevi (Ch), payute del sur (Sp) y ute (Ute)–, el tubatulabal (Tbl), las lenguas táquicas – serrano (Sr), kitanemuk (Ki-tanemuk), gabrielino/fernandino (Gb), cupeño (Cp), cahuilla (Ca) y luiseño (Ls)– y el hopi (Hp). La rama sur abarca las lenguas tepimanas –pápago (Pg), pima alto (Upper

9 Pedro Armillas, hablando de los pames, planteó esta posibilidad en 1964; pensaba que la existencia de las palabras cognadas relacionadas con la agricultura indicaba “que la práctica del cultivo era antigua entre los pames, no producto de la transculturación reciente; ello hace sospechar que la cultura pame histórica fuera resultado de empobrecimiento de la economía, que habría sido causada por la deteriorización [sic] de las condiciones ambientales en la zona de transición entre la pradera y la estepa, conservando como reliquia de tiempos más prósperos la superestructura característica de sóciedades [sic] avanzadas” (Ar-millas 1991 [1964]: 218, 219). Faltan estudios detallados sobre los cambios climáticos en el centro norte de México, aunque la evidencia presentada por Brown (1992) parece apoyar la hipótesis de Armillas (1991: 223), de que “el avance y retroceso de la frontera de civilización mesoamericana en la zona del altiplano puede explicarse en función de cambios ambientales dependientes de la circulación atmosférica”.

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Piman), névome (Nv), pima bajo (Lower Piman), tepehuano del norte (NT), tepehuano del sur/tepecano (Southern Tepehuan)–, las lenguas tarahumanas –tarahumara (Ta) y guarijío (Gu)–, las lenguas opatanas –ópata (Op), eudeve (Eu) y tal vez jova (Jova)–, las lenguas cahitas – mayo (My) y yaqui (Yq)–, el tubar (Tbr), las lenguas coracholes –cora (Cr) y huichol (Hch)– y las lenguas del grupo nahua-pochuteco. Estas últimas no aparecen en el mapa, debido a su amplia distribución a través de Mesoamérica, incluyendo el Occidente de México, Oaxaca, Guerrero, los valles centrales de México, la Sierra Madre Oriental, la costa del golfo de México y Centroamérica.10

El complicado panorama de las lenguas yutonahuas es el resultado de milenios de ramificaciones a partir de una lengua ancestral proto-yutonahua, según los cálculos glotocronológicos de Swadesh (cuadro 2). De acuerdo con estos datos, el proceso de diversificación interna de la familia yutonahua inició hace 47 siglos glotocronológicos (3875-1525 aC, aplicando el margen de error del 25%), un poco después del inicio de la divergencia interna del otopame que, según hemos visto, fue hace 55 siglos gloto-cronológicos (4875-2125 aC). Aquella primera división de la familia yutonahua fue entre la rama meridional y la septentrional. La lengua proto-yutonahua septentrional se ramificó hace 32 siglos (2000-400 aC), cuando se separó la lengua proto-númica. El grupo númico incluye las lenguas payute del norte y mono, con una divergencia de 19 siglos (375 aC-575 dC). El proto-taracahita incluye el tubatulabal, el luiseño y el hopi, para los cuales Swadesh sólo proporciona datos comparativos con las lenguas de la rama sur de la familia. El proto-yutonahua meridional empezó a diversificarse hace 45 siglos (3625-1375 aC), cuando se dividió en las lenguas proto-tepimano, proto-taracahita-corachol y proto-nahua-pochuteco. El proto-tepimano incluye el pápago y el tepecano (un dialecto del tepehuano del sur, según Miller [1983: 329]), lenguas que se separaron hace 8 siglos (1000-1400 dC). El proto-taracahita-corachol empezó a ramificarse hace 37 siglos (2625-775 aC), dando lugar a las lenguas proto-taracahita y proto-corachol. El primero de estos incluye las lenguas tarahumara, yaqui y mayo con una distancia de 24 siglos (1000 aC-200 dC) del primero respecto a los otros dos, que son muy similares entre sí. El proto-corachol se ramificó hace 15 siglos (125-875 dC), en las lenguas cora y huichol. Finalmente, la lengua proto-nahua pochuteco se dividió hace 14 siglos (250-950 dC), cuando se separó el pochuteco, lengua extinta que se hablaba en la costa de Oaxaca. El proto-nahua inició su proceso de diversificación hace 13 siglos (375-1025 dC) (Swadesh 1956: 176, 180).11

Hay varias fechas generadas con el asjp, descrito en el inciso anterior, para la familia yutonahua (Holman/Brown/et al., 2011a; 2011b). La fecha para su divergencia inicial es 2018 aC, la cual se encuentra dentro del margen de error de la fecha glo-

10 Véanse Campbell 1997: 358; Instituto Nacional de Lenguas Indígenas 2008; Longacre 1967: mapa; Man-rique (coordinador) 1988: 154-159; Miller 1984; Simons/Fennig 2017; Suárez 1995: mapa 1; Valiñas 2000a.11 Véanse también Swadesh 1963; 1967.

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tocronológica de 47 siglos (3875-1525 aC) En cuanto a la rama septentrional de esta familia, tenemos la fecha asjp de 576 aC, que cae dentro del rango glotocronológico de 32 siglos (2000-400 aC). Para la rama meridional, la fecha asjp es 1472 aC, cerca del límite más tardío del rango derivado de la fecha glotocronológica de 45 siglos (3625-1375 aC). La fecha asjp para el proto-nahua es 491 dC, que de nuevo cae dentro del rango glotocronológico de 13 siglos (375-1025 dC). Ante las críticas hechas al método glotocronológico, me parece relevante y significativo que todas las fechas asjp para la familia Yutonahua estén dentro del margen de error del 25% que he estado usando para el cotejo de las fechas glotocronológicas con los datos aportados por las demás

Mapa 2. Distribución de las lenguas yutonahuas (tomado de Miller 1984: 2).

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subdisciplinas antropológicas. Así tenemos un grado mayor de seguridad cronológica, a la hora de construir la prehistoria lingüística de las familias otopame y yutonahua.

Viendo la distribución geográfica de las lenguas yutonahuas, junto con la crono-logía aproximada de sus ramificaciones internas a lo largo de los milenios, podemos sacar algunas inferencias relevantes para la prehistoria lingüística del occidente, centro norte y centro de México. Hay una gran red de cadenas de lenguas en el occidente de México y el occidente de los Estados Unidos, con una división antigua en las ramas septentrional y meridional. Estas ramas son separadas por un intervalo poblado por hablantes de lenguas cochimí-yumanas, probablemente el resultado de un movi-

Cuadro 2. Glotocronología de la familia yutonahua (se emplean aquí las mismas convenciones gráficas que aparecen en el cuadro 1).

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miento migratorio posterior al establecimiento de los proto-yutonahuas en la región. La dimensión cronológica de las cadenas septentrionales remonta a los milenios i o ii aC, mientras la de las cadenas del sur es aun más profunda, de los milenios iv a ii aC, aproximadamente. Es evidente que los hablantes de estas lenguas ancestrales tienen raíces milenarias en este territorio. Las lenguas del grupo pochuteco-nahua tuvieron una movilidad extraordinaria, llegando mediante procesos de migración a regiones alejadas de su lugar de origen; hemos visto que hay grupos de nahuas a través de buena parte de Mesoamérica y que llegaron hasta Centroamérica. La temporalidad de estas migraciones debe ser contemporáneo con el inicio de la diversificación interna de las lenguas proto-nahua-pochuteco y proto-nahua, suceso que podemos ubicar entre los siglos iii a xi dC, es decir, con una profundidad temporal relativamente limitada.12 Es importante tomar esto en cuenta cuando tratamos de construir la prehistoria de los nahuas en el centro de México o en cualquier otra región mesoamericana.

Leopoldo Valiñas muestra que los grupos yutonahuas ubicadas más al sur –los coracholes, nahuas y tepehuanes del sur– poseen rasgos mesoamericanos en sus sistemas numéricos. Ejemplifica con los números seis a nueve, para los cuales hay una tenden-cia en Mesoamérica de usar palabras compuestas que expresen con sus morfemas las sumas ‘5 + 1’, ‘5 + 2’, ‘5 + 3’ y ‘5 + 4’. Esto, como en el caso de los pames, es un indicio de contactos culturales antiguos (Valiñas 2000a: 185-191).

Varios investigadores han querido ver un origen septentrional de la familia yu-tonahua, suponiendo que hayan llegado al occidente de México mediante un proceso de migración.13 Es posible que esta visión esté influida por las tradiciones históricas de las migraciones nahuas. Hay que tomar en cuenta, sin embargo, la escala relativa del tiempo. El establecimiento de las lenguas proto-yutonahua septentrional meridional fue hace milenios, mientras las migraciones históricas fueron hace siglos; son dos procesos distintos que sucedieron en espacios distintos. Es interesante la propuesta de Jane Hill, quien presenta argumentos en favor de la hipótesis de una expansión yutonahua de sur a norte, desde lo que ahora es territorio mexicano hasta los actuales Estados Unidos. La mayor profundidad temporal de las lenguas yutonahuas meridionales respecto a las septentrionales apoya esta hipótesis.14 Un problema con el planteamiento de Hill (2001) es que intenta colocar el lugar de origen de los yutonahuas en el “centro de México”, sin mayor precisión geográfica.15 Como hemos visto, la gran diversidad de 12 Sobre la dialectología del grupo nahua, véanse Canger 1988; Lastra 1986. Para una propuesta sobre la prehistoria lingüística de los nahuas, véase Luckenbach/Levy 1980.13 Véase, por ejemplo, los mapas hipotéticos de las ubicaciones de los grupos lingüísticos a lo largo de la prehistoria en Manrique 1975: 151-160; 2004: 56, 57.14 Para una discusión detallada de la evidencia léxica relacionada con la divergencia entre las lenguas yutonahuas septentrionales y meridionales, véase Fowler 1983.15 Otro intento de colocar a los nahuas en el centro de México en tiempos tempranos (el periodo Clásico, durante el auge de Teotihuacan) es el de Dakin y Wichmann (2000), quienes proponen una difusión temprana de la palabra nahua para el cacao desde esta región. Para una crítica de esta hipótesis, véase

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lenguas yutonahuas en el Occidente de México, y la falta de profundidad temporal de la presencia nahua en el centro, hace muy poco probable la hipótesis de un origen en el centro de México, porque implicaría un número grande de movimientos migratorios.

panorama lingüístiCo Del Bajío

Cuando llegaron los españoles al centro norte de México, los indígenas de esta región hablaban una variedad de lenguas. En el sur del Bajío, en la ribera izquierda del río Lerma, había señoríos tarascos, con una cultura sedentaria plenamente mesoamericana, en lugares como Yuririapúndaro (hoy Yuriria, Guanajuato) y Acámbaro. En este últi-mo señorío los tarascos convivían con inmigrados otomíes y con pames sedentarios. Es poco probable que hubiera, en las décadas anteriores a la Conquista de Tenochtitlan, señoríos otomíes en esta región, fuera de su presencia en Acámbaro; el consenso en las fuentes históricas es que los asentamientos otomíes más cercanos estaban en los actuales estados de México e Hidalgo. Al norte del Lerma había rancherías de cazado-res y recolectores llamados genéricamente ‘chichimecas’ (Wright 2014). Hemos visto que los pames y los chichimecos jonaces, quienes habitaban en el Bajío oriental y en la Sierra Gorda hacia el este, hablaban lenguas que pertenecen a la familia otopame. En el Bajío occidental y central los chichimecas pertenecían a dos grupos principales: los guamares y los guachichiles, quienes se sostenían mediante una economía basada en la caza y la recolección. Sabemos muy poco sobre sus idiomas; tradicionalmente se ha supuesto, por las pocas pistas que hay, y por su ubicación geográfica, que habla-ban lenguas yutonahuas (Campbell 1997: 133; Miller 1983: 331). Es posible que los guachichiles se puedan identificar con los huicholes (Olguín 2008). El territorio de los guamares abarcaba buena parte del Bajío guanajuatense. Por el sur, alcanzaba la ribera del río Lerma; por el poniente, los sitios de Pénjamo, Cuerámaro y las minas de Guanajuato; por el oriente, la subcuenca del río Laja, en las inmediaciones de San Miguel de Allende; por el norte, San Felipe y Santa María del Río, en los límites de los estados de Guanajuato y San Luis Potosí. Había cuatro o cinco grupos de guamares, cada una con su propia variante lingüística. Los guachichiles ocupaban un territorio que comenzaba en la ribera derecha del río Lerma, en la orilla poniente del Bajío, extendiéndose hacia el norte en ambos lados de la frontera Guanajuato-Jalisco, pasan-do por León, Arandas y Lagos, cubriendo buena parte del estado de San Luis Potosí, colindando con la Huasteca, y alcanzando hasta Saltillo en el norte (Wright 2014).16

Por lo anterior, podemos observar que el Bajío era efectivamente una región de fronteras culturales y lingüísticas. Los señoríos mesoamericanos alcanzaban el sur

Wright 2005b: i, 86, 87.16 La principal fuente histórica del siglo xvi que habla de la cultura de los diversos grupos de chichimecas del centro norte de México es Santa María 2003.

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de la región, donde vivían algunos tarascos y otomíes. El resto del Bajío era territorio de los chichimecas nómadas y seminómada. Los del Bajío oriental y regiones cercanas –guamares y guachichiles– probablemente hablaban lenguas yutonahuas, como sus vecinos hacia el poniente. Los del Bajío oriental –pames y chichimecos jonaces– eran otopames. De estos, los pames en particular parecían compartir rasgos culturales tanto con los cazadores y recolectores del norte como con los agricultores del sur.

No es posible, con la teoría de las migraciones, determinar con precisión dónde vivían los proto-otopames septentrionales –los pames y chichimeco jonaces– en un pasado remoto, cuando practicaban la agricultura, según la evidencia conservada en sus lenguas. Una hipótesis sería que participaron en la expansión de los pueblos agrícolas de sur a norte, hacia mediados del primer milenio aC, suceso que dejó huellas en el registro arqueológico. Otra sería que tenían raíces más antiguas en la región. Tal vez los otopames meridionales –antepasados de los otomíes, mazahuas, matlatzincas y ocuiltecos– participaron en la colonización prehispánica del Bajío, abandonando este territorio a finales del primer milenio e inicios del segundo dC, cuando se colapsaron los señoríos mesoamericanos de esta región. Lo mismo se podría decir de los tarascos, a pesar de que no tienen parientes lingüísticos para poderlos rastrear en el espacio y el tiempo con la teoría de las migraciones; su ubicación histórica en el sur del Bajío hace probable que hayan participado en los desarrollos de tipo mesoamericano que podemos observar en esta región a través de la arqueología. Así mismo es factible una presencia nahua en el Bajío en tiempos prehistóricos; esta región colinda con los territorios históricos de algunos de sus parientes lingüísticos cercanos, y el Bajío queda en el camino entre el occidente de México, donde probablemente tuvieron su origen, y los valles centrales de México, a donde llegaron mediante una serie de migraciones durante los últimos siglos de la época prehispánica.17

ConClusiones

Los resultados de este ejercicio muestran una relativa estabilidad territorial de los grupos otopames –otomíes, mazahuas, matlatzincas, ocuiltecos, pames y chichimecos jonaces–, con una presencia milenaria en los valles centrales y probablemente en el centro norte de México. Los grupos de la familia yutonahua tienen raíces milenarias en el Occidente de Norteamérica. Los nahuas, de manera excepcional, tuvieron una mayor movilidad que sus parientes lingüísticos. Algunos hablantes de esta lengua salieron del Occidente de Mesoamérica, hacia mediados del primer milenio de nuestra era, desplazándose por buena parte de Mesoamérica, desde la costa del Pacífico hasta el Golfo de México, llegando hasta Centroamérica. El tercer grupo con una presencia en el Bajío, los tarascos, habla una lengua aislada, por lo que no es posible sacar inferen-

17 Sobre los datos arqueológicos e históricos, véanse Wright 1994; 1999a; 1999b; 2005b; 2014.

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cias de sus relaciones con otros idiomas con los métodos de la prehistoria lingüística. Lo que queda claro es el carácter fronterizo del Bajío, en el sentido cultural y por ser región de encuentro de comunidades lingüísticas diversas. Es probable que todos estos grupos –otopames, yutonahuas y tarascos– hayan tenido desplazamientos desde el Bajío hacia las regiones vecinas del sur durante el periodo Posclásico, en los últimos siglos de la época Prehispánica, cuando se contrajo la frontera norte de Mesoamérica.

Será necesario seguir poniendo a prueba estas conclusiones tentativas, mediante su cotejo riguroso con la información que se está generando en otras disciplinas. La bioantropología, en particular, promete aclarar aspectos esenciales de los movimientos migratorios, y hay un número creciente de investigaciones de este tipo. Es preciso, sin embargo, recordar que la lengua y los genes, si bien se traslapan ampliamente, son variables potencialmente independientes, como lo son los estilos artísticos y los demás elementos que conforman la cultura material. Si bien es probable que haya traslapamientos importantes entre estas variables, las fronteras identificadas en una no necesariamente van a coincidir con las de otra. La realidad suele ser más compleja que nuestras categorías conceptuales.

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