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EL BAJÍO Y SU DEFINICIÓN TERRITORIAL Y CULTURAL EFRAÍN CÁRDENAS GARCÍA El Colegio de Michoacán A.C., Centro INAH Michoacán A la memoria de los pioneros de la arqueología de Guanajuato, ilustres maestros y colegas: Beatriz Braniff, Ana María Crespo, Margarita Gaxiola, Enrique Nalda y Car- los Castañeda. Reconocido por sus notables hechos históricos y hasta hace poco tiempo sólo es- bozado en lo arqueológico, El Bajío prehispánico ha pasado de ser una vaga referencia como un espacio geográfico y tierra de antiguos pueblos nómadas o chichimecas, ahora podemos hablar de una región cultural de notables significados. 1 El papel de los antiguos pueblos mesoamericanos asentados en la planicie aluvial del Río Lerma conocida como El Bajío, es una historia colmada de hechos históricos. Un entramado de pueblos habitó estas fértiles tierras, algunos con raíces profundas en la región, otros migrantes o comerciantes y algunos más fusionados socialmente a través de relaciones de parentesco. La cultura material del Bajío con más de 800 sitios arqueológicos 2 , denota costumbres y ceremoniales compartidos con otras regiones de Mesoamérica, como el juego de pelota, los sistemas constructivos y los rituales funerarios, aunque mantiene expresiones particulares como las construcciones tipo Palacio (patios rodeados de habitaciones) las edificaciones circulares y diversos tipos cerámicos de notable calidad técnica y de gran expresión plástica y notables diseños. El presente texto intenta complementar la visión del pasado generada por destacados investigadores cuyos resultados pueden ser consultados en la literatura especializada. 3 Se destacan tres aspectos generales del Bajío y simultáneamente se in- corporan con el mundo mesoamericano: la diversidad cultural mostrada en los vestigios arqueológicos, la presencia de grupos humanos primigenios del Bajío interactuando con sociedades vecinas y migrantes y evidencias de una gran movilidad de personas y 1 Gracias a la SMA, a sus directivos y organizadoras por especialidad, se atrajo la atención de los colegas hacia el Bajío y regiones colindantes. Para quienes estudiamos áreas limítrofes y aparentemente distantes de la Mesoamérica nuclear, nos complace mucho el interés de la SMA, nos hace sentir acompañados. 2 En 1988 el Atlas Arqueológico de Guanajuato registró 1143 sitios (Cárdenas 1998), en años recientes el Centro Regional INAH-Gto., aumentó este registro a 1400 lugares con restos arqueológicos. 3 Brading, David, 1991; Chevalier, Francois 1976, Powell, Philip, 1977, Carrillo, Alberto, 1999.

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EL BAJÍO Y SU DEFINICIÓN TERRITORIALY CULTURAL

Efraín CárdEnas GarCía

El Colegio de Michoacán A.C., Centro INAH Michoacán

A la memoria de los pioneros de la arqueología de Guanajuato, ilustres maestros y colegas: Beatriz Braniff, Ana María Crespo, Margarita Gaxiola, Enrique Nalda y Car- los Castañeda.

Reconocido por sus notables hechos históricos y hasta hace poco tiempo sólo es-bozado en lo arqueológico, El Bajío prehispánico ha pasado de ser una vaga referencia como un espacio geográfico y tierra de antiguos pueblos nómadas o chichimecas, ahora podemos hablar de una región cultural de notables significados.1

El papel de los antiguos pueblos mesoamericanos asentados en la planicie aluvial del Río Lerma conocida como El Bajío, es una historia colmada de hechos históricos. Un entramado de pueblos habitó estas fértiles tierras, algunos con raíces profundas en la región, otros migrantes o comerciantes y algunos más fusionados socialmente a través de relaciones de parentesco. La cultura material del Bajío con más de 800 sitios arqueológicos2, denota costumbres y ceremoniales compartidos con otras regiones de Mesoamérica, como el juego de pelota, los sistemas constructivos y los rituales funerarios, aunque mantiene expresiones particulares como las construcciones tipo Palacio (patios rodeados de habitaciones) las edificaciones circulares y diversos tipos cerámicos de notable calidad técnica y de gran expresión plástica y notables diseños.

El presente texto intenta complementar la visión del pasado generada por destacados investigadores cuyos resultados pueden ser consultados en la literatura especializada.3 Se destacan tres aspectos generales del Bajío y simultáneamente se in-corporan con el mundo mesoamericano: la diversidad cultural mostrada en los vestigios arqueológicos, la presencia de grupos humanos primigenios del Bajío interactuando con sociedades vecinas y migrantes y evidencias de una gran movilidad de personas y

1 Gracias a la SMA, a sus directivos y organizadoras por especialidad, se atrajo la atención de los colegas hacia el Bajío y regiones colindantes. Para quienes estudiamos áreas limítrofes y aparentemente distantes de la Mesoamérica nuclear, nos complace mucho el interés de la SMA, nos hace sentir acompañados.2 En 1988 el Atlas Arqueológico de Guanajuato registró 1143 sitios (Cárdenas 1998), en años recientes el Centro Regional INAH-Gto., aumentó este registro a 1400 lugares con restos arqueológicos.3 Brading, David, 1991; Chevalier, Francois 1976, Powell, Philip, 1977, Carrillo, Alberto, 1999.

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conocimientos bajo un sistema de intercambio de bienes, factor determinante de los rasgos generales mesoamericanos. Pero la arqueología intenta ir más allá, busca afa-nosamente entender el modo de vida de las sociedades antiguas, explicar los sistemas de organizarse política, conocer las prácticas culturales y mostrar los contactos o redes de intercambio de bienes de subsistencia y objetos de prestigio.

Para las poblaciones abajeñas, hay una historia de 2000 años de antigüedad, con creaciones artísticas y artesanales singulares, desde la época la cultura Chupícuaro, la Tradición Morales, la Tradición Bajío representada en sitios como San Bartolomé Agua Caliente (Tzcthé) y Peralta, y la presencia de poblaciones migrantes en sitios como Plazuelas y Zaragoza en la porción Suroeste del Bajío. Las sociedades abajeñas lejos estaban de ser sociedades nómadas viviendo de la caza y recolección como se manejó a partir de la información histórica. Ahora las evidencias arqueológicas demuestran que en épocas más antiguas4 entre los años 350 y 900 d.C. las poblaciones desarrollaron estrategias de organización política y mantuvieron cierto nivel de autonomía, estaban enlazadas en una red de relaciones de parentesco compartiendo prácticas culturales similares, transformando su entorno natural, aplicando similares diseños y sistemas constructivos, de esta manera crearon amplias redes de intercambio lo que les permitió tener objetos de concha del Océano Pacífico, obsidiana de Ucareo y Zináparo, turquesa de Nuevo México y amazonita del Sureste mexicano y formaron núcleos urbanos con una forma particular de planeación.

Regresando al tema central, ¿cuáles son los límites del Bajío? Se debe puntualizar que El Bajío no es una categoría geográfica, es un espacio de relaciones sociales, una demarcación político-territorial identificada a partir de la ubicación de los asentamien-tos y sus áreas de captación de recursos, de esta manera la conformación territorial del Bajío es cambiante y se define por los espacios ocupados, transformados y las relaciones poder que subyacen a las prácticas culturales.

EL BaJíO, HIsTOrIa aMBIEnTaL Y dEsarrOLLO sOCIaL

Definido por sus características fisiográficas, El Bajío corresponde a la planicie de inundación formada por el Río Lerma y sus afluentes: Laja, San Juan, Turbio, Gua-najuato y Angulo. Abarca la parte meridional del estado de Guanajuato y algunas porciones de Querétaro y Michoacán. Colinda al norte con las serranías de Cuatralba, Lobos, Santa Rosa y sierra de San Miguel, al Oriente limita con el área del semidesierto Queretano, al Poniente con la región de los Altos de Jalisco y al Sur con las cuencas lacustres de Cuitzeo y Zacapu, Michoacán y la cienega de Chapala. Forma parte de la cuenca Lerma-Chapala-Santiago, corresponde a lo que Enrique Nalda (1978) identi-ficó para propósitos arqueológicos como el Lerma medio; inicia en el valle de Toluca,

4 Hablamos de los periodos Formativo (1800 a.C. a 300 d.C.) y Clásico (300 a 900 d.C.)

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ampliándose hasta al norte de Michoacán y abarcando parcialmente los estados de Guanajuato, Jalisco, Zacatecas y Nayarit. Esta circunstancia geográfica es relevante dado que aquí confluyen tres áreas culturales de la Mesoamérica definida por Paul Kirchoff: Centro, Norte y Occidente de México. Como veremos, esta circunstancia favoreció que la cuenca del Lerma se constituyera como un espacio de notables inte-racciones culturales entre las tres áreas culturales antes mencionadas.

Figura 1. Delimitación del Bajío y los sitios arqueológicos referidos en el texto.Mapa: Marco A. Hernández

Desde el punto de vista arqueológico y cultural, la demarcación del Bajío debe ser más amplia si queremos explicar los procesos sociales y las estructuras de orga-nización política en época prehispánica, debemos integrar y analizar los recursos y las condiciones ambientales existentes más allá de la planicie, por lo tanto, debemos incluir las laderas, cerros y las formaciones geológicas que rodean el valle pues se trata de una misma unidad cultural. (Figura 1)

Geológicamente, El Bajío forma parte del Eje Neovolcánico Transversal, este enorme cinturón volcánico atraviesa la República Mexicana en su parte media, se

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extiende desde tierras nayaritas hasta el estado Veracruz. Se caracteriza por la enor-me cantidad de volcanes y diversos eventos de vulcanismo reciente. La geología y la arqueología se integran en el Bajío entorno a un interés común por el vulcanismo, solo que trazan objetivos distintos, la arqueología documenta la presencia de pintura y grabado en cuevas y abrigos rocosos dentro de los volcanes; las ofrendas y objetos prehispánicos arrojados como ofrendas a los cráteres de Valle de Santiago; el vulca-nismo generador de estratos de ceniza volcánica transformada en tierra fértil para cultivo y los derrames de lava formadores de grandes yacimientos de obsidiana como Ucareo-Zinapécuaro y el complejo Varal-Zináparo-Cerro Prieto (Figura 2).

En su pasado geológico este territorio se formó a partir de un gran hundimiento, son testigos de ello los grandes frentes rocosos que prácticamente lo rodean. Terrenos palustres y amplias lagunas formaban el paisaje del Bajío, las laderas y los cerros estaban cubiertos de vegetación como robles y encinos característicos de ambientes húmedos. Los fechamientos más antiguos de actividad agrícola en la región datan de los años 4500 a.C. El sitio arqueológico más antiguo es El Opeño, ubicado en la parte sur de la cuenca del Lerma ha sido fechado hacia 1800 a.C. Los estudios paleoambientales en los cráter-lago del Rincón de Parangueo (Brown, 1992) y La Alberca (Domínguez y Castro 2017) en Valle de Santiago, demuestran que hubo importantes cambios climáticos:

“El paisaje de la Alberca sufre una transformación completa a los 3700 años a.P. (1700 a.C.) lo cual estuvo asociado a la intensidad de la actividad agrícola y a la perturbación asociada a ésta. La evidencia agrícola inicia hace 6600 años a.P. (4500 a.C.), la cual es el registro más antiguo reportado en el Bajío. Estos cultivos primitivos estaban basados en calabazas, incorporándose maíz 2000 años después. El periodo comprendido entre los años 100 a.C y 500 d.C., las condiciones climáticas son favorables para la agricultura, ya que la zona presenta alta humedad. Estableciéndose condiciones extremadamente áridas de 1400 a 1700 d.C.” (Domínguez y Castro 2017)

Estos cambios climáticos afectaron el modo de vida de las poblaciones antiguas provocando el abandono de la región y migrando a las regiones vecinas. Esta afirma-ción no implica un determinismo ambiental pues las sociedades agrícolas tienen una enorme dependencia de las condiciones naturales, una sequía prolongada siempre afectará la producción de alimentos, incluso en la actualidad.

Brown (1992: 84-87) señala que en el periodo Formativo tardío, época de la cultura Chupícuaro, de 600 a.C. a 300 d.C., hay una explotación del bosque para fi-nes agrícolas, no obstante, la situación ambiental sigue manteniendo un alto nivel de humedad. Para el periodo comprendido entre los años 100 y 500 d.C. las condiciones de humedad se mantienen favoreciendo la agricultura.

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EL BaJíO, dEsarrOLLO Y PrOCEsOs dE InTEraCCIÓn CULTUraL

La arqueología mexicana -tanto la arqueología académica y la oficial, señaladas por Luis Vázquez (2017)- se ha distinguido por privilegiar el dato arqueológico generando conclusiones y explicaciones en un marco comparativo de casos investigados en campo. Dicha orientación teórica bien podría pensarse simplemente como historia cultural, sin embargo, la existencia de un cuerpo conceptual conformado por una serie de hipótesis, argumentos y teorías explicativas sobre el desarrollo cultural, demuestra que se trata de una orientación científica de mayor complejidad, la cual no solo describe sino que interpreta y explica con base en un cuerpo conceptual teórico, metodológico y técnico.

Si analizamos con detalle los alcances del concepto Mesoamérica se verá que tiene un trasfondo teórico. Mesoamérica es un complicado entramado de relaciones y procesos sociales locales-regionales, con rasgos materiales homogéneos y heterogé-neos, a partir de los cuales tratamos de explicar las estrategias de organización social, la especialización del trabajo en los procesos productivos, las redes de intercambio, las relaciones de parentesco y las dinámicas poblacionales de las sociedades antiguas en contextos arqueológicos; tiene una base etnográfica y sus proyecciones buscan entender y explicar las relaciones sociales, así como los procesos de desarrollo social y cambio cultural.

La homogeneidad mesoamericana es el sustrato cultural compartido, en ar-queología se maneja como una tradición cultural, como un sistema de conocimientos ancestrales y pautas de conducta que se repiten por costumbre o transmisión oral. Particularmente significativo es el hecho de considerar que los elementos mismos de la cultura material al momento de su creación son respuestas a determinadas necesi-dades sociales, pero también –en un momento posterior- son factores centrales en la reproducción social de prácticas, rituales, sistemas de creencias; de dichos elementos materiales nuevas sociedades retoman y transmiten conocimientos. Esto no excluye la posibilidad de casos o elementos culturales derivados de invenciones paralelas como respuestas similares a condiciones ambientales similares, esto es muy claro por ejem-plo en la repetición de motivos en el arte rupestre, en los diseños de alfarería y en las técnicas constructivas a base de materiales locales como la arquitectura de tierra. La materialidad prehispánica, como el juego de pelota, edificios tipo Palacio, sobre posi-ción de estructuras, orientación de los edificios, estructuras circulares, plazas abiertas y conjuntos de doble templo, es fundamental para explicar las redes de interacción, comunicación y los sistemas de intercambio de bienes como factor determinante de esa homogeneidad mesoamericana.

La heterogeneidad material en cambio, representa el componente particular de una sociedad o de un grupo humano, es la expresión local de un sistema de creencias, creaciones artísticas dotadas de significados, con un sentido de identidad y pertenencia,

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un ejemplo de ellos sería un taller de alfarería que usa determinadas técnicas y diseños propios, tecnologías específicas en la manufactura de artefactos, entre múltiples de-terminantes sociales y decisiones individuales. Lo medular es que la heterogeneidad expresa la diversidad cultural, las distintas maneras de comprender y transformar su entorno.

Bajo estas consideraciones, El Bajío ha tenido dos enfoques principales de inves-tigación, el primero consideraba el desarrollo cultural prehispánico como resultado de la influencia de las sociedades del Centro de México. Durante muchos años “el dulce encanto del difusionismo” (como lo señala Luis Vázquez (2017) mantuvo la tesis de centralidad y periferia cultural, El Bajío era simplemente un lugar de frontera rígida y parte de la expansión civilizatoria teotihuacana.5 Con el avance de las investigaciones un segundo enfoque fue tomando mayor sentido, llegando a demostrar la existencia de un desarrollo propio, denotando una continuidad cultural y la transmisión de rasgos culturales en distintos momentos de su historia prehispánica. Ahora podemos hablar de los rasgos típicamente abajeños resultantes de una asociación de procesos internos y de la interacción –manifiesta o relativa- con otras sociedades mesoamericanas.

En las últimas dos décadas hemos estudiado El Bajío considerando que el término Mesoamérica de Paul Kirchoff (1967) no es sólo un concepto evolucionista o difusionista con una determinada conformación de áreas culturales, su contenido y sus implicaciones le convierten en una teoría social. Sin abandonar el paradigma antropológico de estudiar la evolución humana y aceptando este entramado de rasgos homogéneos y heterogéneos que caracterizan y definen la Mesoamérica indígena o prehispánica, resulta pertinente recordar que Mesoamérica constituye nuestro marco de referencia cronológico, espacial y conceptual, por lo tanto, es una “teoría” explicativa social y general, donde hay procesos sociales interactuantes, relacionados o excluyentes, observables e inferidos desde la materialidad cultural, presentes en lo que llamamos contextos arqueológicos, es decir, los espacios, materiales y momentos concretos de la actividad humana. Esto modifica sustancialmente los esquemas y preguntas de inves-tigación, pudiendo trazar objetivos menos amplios, por ejemplo, en lugar del estudio del origen de las sociedades estatales podemos orientarnos a estudiar la existencia -en un mismo territorio- de distintos modos de vida, explicando la manera en que coexisten diferentes formas de organización política y, a través de documentar casos arqueológicos, establecer las relaciones de parentesco entre unidades domésticas en colectivos sociales más amplios y entre asentamientos.

Entendemos entonces la construcción de un territorio como el resultado de un determinado modo de vida (agrícola o urbano) y de las relaciones poder, las cuales se proyectan de manera diferenciada en los ámbitos local, regional y mesoamericano. 5 En la Primera Mesa de trabajo en el Centro de Estudios Teotihuacanos, Ana María Crespo y Rosa Brambila presentaron una ponencia donde expusieron esta idea de una expansión civilizatoria hacia El Bajío. Posteriormente, Ramos y Crespo (2004) desarrollan esta misma hipótesis de trabajo.

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Reconociendo el trabajo de muchos colegas, intentaré explicar la relación territorio-cultura en el caso de las sociedades abajeñas.

Un MOdELO InTEraCCIÓn CULTUraL dEsdE EL BaJíO

El enfoque de larga duración de Braudel (2006) es un planteamiento teórico suma-mente útil para el estudio de las sociedades mesoamericanas, uno de sus argumentos expone que el desarrollo humano debe explicarse analizando distintos momentos de su historia, estudiando las continuidades y los momentos de ruptura y cambio social. Para lograrlo es necesario trabajar en un en un marco cronológico amplio y en un vasto territorio.

A partir de la información de varios sitios arqueológicos del Occidente mexicano y en particular de la experiencia adquirida en proyectos propios, se proponen siete momento o fases de interacción. (Figura 3) Se ha podido distinguir una arqueología característica del Bajío pero al mismo tiempo, articulada e interactuando con otras sociedades mesoamericanas a lo largo de dos milenios, pudiendo distinguirse, en determinados momentos eventos específicos de interacción supra regional, insertos

Figura 3. Fases culturales o momentos interacción regional.

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en el fenómeno mesoamericano. En su conjunto y bajo la perspectiva de larga dura-ción, estos momentos de interacción conforman un gran proceso cultural de notable continuidad, aunque no necesariamente podemos hablar de relaciones causales de una fase a otra pues estos fenómenos de continuidad reflejados en la materialidad (arquitectura, tecnología cerámica o lítica, costumbres funerarias e iconografía) pueden tener diferentes lógicas y explicaciones o significados diversos.

PrIMEra InTEraCCIÓn añOs 1800 a 1200 a.C. EL OPEñO - CaPaCHa –TLaTILCO – OLMECas.

Los sitios arqueológicos de El Opeño y Capacha son los complejos funerarios más an-tiguos y distintivos del Occidente mexicano. El primero se ubica dentro de la cuenca Lerma-Chapala en el municipio de Jacona, Michoacán y, el segundo, se presenta en varios sitios en las inmediaciones de la ciudad de Colima. La historia de contactos entre estas antiguas culturas, es una propuesta sustentada en las similitudes de rasgos en la cerámica, en las figurillas humanas y en su contemporaneidad (Braniff 1999). Por su parte, Tlatilco es un sitio arqueológico destruido por la mancha urbana de la ciudad de México, se trataba de un complejo funerario con una gran variedad de tipos cerámicos, destacando las figurillas humanas de ojos rasgados similares al trazo de los ojos de los jugadores de pelota de El Opeño (Oliveros 2004). La importancia de Tlatilco radica en su antigüedad y en la síntesis de rasgos culturales que proceden de la cultura Olmeca del Sur de Veracruz y Tabasco con elementos procedentes del Occidente mexicano. Esta red de interacción es una primera interpretación y una hipótesis de trabajo que deberá sustentarse con estudios y determinaciones absolutas de antigüedad, técnicas alfareras y composición de pastas para poder demostrar estos vínculos hace 3500 años. Es complicado argumentar el carácter de una relación entre sitios tan distantes y sobre todo, explicar cómo es que se adoptan sólo algunos rasgos, migrando sólo algunos conocimientos. Aquí entra otra de las características de las sociedades mesoamericanas, me refiero a la notable movilidad de personas y conoci-mientos como resultado de una economía sustentada en un sistema de intercambio a larga distancia de bienes de prestigio. Esto queda demostrado con la presencia de objetos de concha procedente del Océano Pacífico y la presencia de piedras verdes (entre ellas amazonita) procedente del sureste de México en el sitio El Opeño fechado entre 1880 y 1200 a.C.

Como ya se mencionó, El Opeño es contemporáneo de Tlatilco en la cuenca de México, además de Capacha en las inmediaciones de Colima, La Venta y San Lorenzo en la costa del Golfo de México. Las similitudes observadas en estos sitios arqueológicos son la cerámica incisa y esgrafiada, la decoración al negativo en cerámica y figurillas humanas, así como con diseños, proporciones y rasgos semejantes. (Figura 4)

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Efraín CárdEnas GarCía

sEGUnda InTEraCCIÓn 600 a.C. – 200 d.C. CHUPíCUarO- TEUCHITLán- CUICUILCO- GUada-LUPITa

La tradición cultural Chupícuaro se distingue fundamentalmente por su cerámica de alta calidad, el uso de motivos decorativos geométricos y la notable diversidad de formas. Las figurillas son los materiales más conocidos de Chupícuaro y son un sello distintivo de la arqueología mexicana en el mundo. Durante muchos años fue consi-derada como un complejo funerario pues se carecía de información sobre el modo de vida y los sistemas de organización social. Con el avance de las investigaciones (Braniff 1996, Florance 2000, Healan y Hernández 1999, Darras 2006 y Darras y Faugère 2007) se tienen mayores elementos para delimitar y caracterizar esta sociedad de manera más amplia.

Figura 4. Materiales arqueológicos de El Opeño (izq.) y Tlatilco (der.). Fuente: Oliveros 2004 y García Moll y Daniel Juárez. Nótese la similitud de rasgos: técnica al pastillaje, ojos alargados y “grano de café”, proporciones similares en las figurillas de piernas anchas. La pieza 184, vasija de

silueta completa procedente de Tlatilco es idéntica a las formas de Capacha, Col.

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El área nuclear de la cultura Chupícuaro incluye la región del río Lerma en el extremo sureste de Guanajuato y la cuenca de Cuitzeo en Michoacán. Los sitios en dicha cuenca son Santa María, Lomas del Valle, La Bartolilla, El Cenicero, Querén-daro, Araró, y San Juan Tararameo (Filini 2004, 2010; Pulido et al. 1996; Cárdenas 1999b). Aunque la información sobre la arquitectura y el patrón de asentamientos sigue siendo muy fragmentada y los estudios de procedencia de los materiales cerámi-cos son casi nulos, podemos asociar ciertos elementos constructivos, me refiero a una estructura circular excavada por Faugère y Darras 2007 y una plataforma con patio hundido con material Chupícuaro asociado en superficie en el sitio La Virgen, ubicado en Acámbaro e identificada por Castañeda et .al. 1988. Por el momento no podemos asegurar una relación directa y estratigráfica entre la arquitectura y la cerámica, pero hay dos sitios con arquitectura cívico ceremonial que podrían ser considerados como sitios principales de la época Chupícuaro, me refiero a Chehuayo y El Cenicero, ambos ubicados en la cuenca de Cuitzeo. El origen de esta sociedad es un tema de debate pues se ha propuesto la colonización de la región del Lerma medio por grupos humanos que llegaron desde la cuenca de México (Porter 1956) o bien del Occidente (Braniff 1996:60, 1998:77, Florance 2000:29, Faugère y Darras op.cit.).

Faugère y Darras (op.cit.) establecen una posible relación entre Chupícuaro y Teuchitlán hacia la Fase San Felipe (años 800 - 600 a.C.) el argumento central es que comparten trazos circulares en la arquitectura, desafortunadamente esta fase propuesta por Weigand (2004), no ha sido corroborada con fechamientos y mate-riales asociados, por lo tanto, es difícil pensar en esta relación y en una interacción cultural con Teuchitlán. Volteando hacia el Centro de México, se ha documentado la presencia de cerámica y figurillas Chupícuaro en el sitio de Cuicuilco en la CDMX y las exploraciones de García Cook demuestran la existencia de materiales Chupícuaro en la cuenca Puebla Tlaxcala, esto fortalece la hipótesis de una interacción y obliga a revisar las dinámicas poblacionales entre estas sociedades en un contexto espacial y temporal más amplio. Los materiales arqueológicos compartidos son: el uso del diseño circular en las edificaciones y las figurillas humanas tipo Choker y H4. Por alguna ra-zón se excluyeron de estos intercambios y movimientos de bienes las grandes figuras policromadas y la cerámica policroma Negro y blanco sobre rojo pulido con motivos geométricos. (Figura 5)

TErCEra InTEraCCIÓn 100 a.C.- 400 d.C. MOraLEs/ LOMa aLTa/ sanTa María- TEOTI-HUaCán

El sitio arqueológico Rancho Morales en Comonfort, Gto., fue explorado por Beatriz Braniff en 1965 y publicados los resultados en 1998 y 1999, este sitio significa la con-tinuación de formas y diseños de la alfarería Chupícuaro y la integración elementos

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decorativos de la Fase Loma Alta compartidos por varios asentamientos de las cuen-cas de Cuitzeo y Zacapu y del sureste de Guanajuato, particularmente los Cerros La Gavia y Culiacán. Para Braniff (1999:15-16) Morales es una variante de la tradición Chupícuaro y se relaciona con la Fase Ticomán III a Tezoyuca, 400 a.C. a 100 a.C. Estos importantes vestigios culturales en una amplia extensión territorial, nos hablan de un fuerte desarrollo local y constituyen la base cultural sobre la que descansan las siguientes culturas o tradiciones culturales. Carot (2010:319) precisa6 que la Fase Loma Alta se fecha entre 100 a.C. y 550 d.C.) y es fundamental para entender el desarrollo regional desde Chupícuaro- Morales-Mixtlán y Queréndaro. La primera fase de ocu-pación de Loma Alta en Zacapu tiene fechas de 100 a.C. y 200 d.C., este dato es muy significativo para la construcción de una secuencia cronológica regional, pues el fin de la cultura Chupícuaro estaría ubicada entre el año 100 y 200 d.C., coexistiendo en esa época ambas expresiones culturales, los diseños empleados en la cerámica Morales son trazos geométricos con diseños naturalistas zoormorfos y antropomorfos, decora-ción al negativo y la creación de diversos objetos. La tradición Morales y los sitios del periodo Clásico de Cuitzeo más que un heredero de la tradición Chupícuaro, resultan ser contemporáneos durante los siglos I y II de la era Cristiana. (Figura 6)

La presencia de algunas piezas de cerámica con decoración al negativo encon-tradas en Teotihuacán (Gómez 2002 y V.H. Bolaños 2017 comunicación personal) y en la etapas más antiguas de Tula (Paredes 2004) nos remiten a la cuenca de Cuitzeo como el posible origen de cerámica al negativo y de algunos ejemplares de cerámica estucada. Esta similitud de rasgos en la alfarería expone la pervivencia de redes de intercambio y notables procesos de movilidad de poblaciones entre ambas regiones. Un primer momento sería La Fase Loma Alta y un segundo momento correspondería a las piezas con decoración al negativo tipo Santa María, Morelia, ubicándolas hacia los años 200 y 400 d.C.

CUarTa InTEraCCIÓn 400-600/650 d.C. PEraLTa Y La TradICIÓn BaJíO-TEOTIHUaCán: COnTaCTOs En La PErIfErIa dEL BaJíO Y Una OfrEnda TEOTIHUaCana.

Entre los años 400 y 650 d.C., la arquitectura prehispánica del Bajío muestra una gran expansión poblacional, los asentamientos se extienden por toda la geografía del Bajío, incluyendo la planicie y las laderas que forman la vertiente del río Lerma y sus afluentes. Este periodo se caracterizó por la presencia de una arquitectura cuyo componente central fueron patios hundidos delimitados por basamentos para templos y espacios habitacionales. A esta arquitectura presente tanto en los grandes centros ceremoniales como en los asentamientos de vida cotidiana, la he identificado como 6 Publicada en 2001, su tesis de Doctorado es un estudio sistemático del sitio Loma Alta, aunque se cono-cían otros sitios de esta temporalidad, este estudio es fundamental para adentrarse al periodo de mayor ocupación de la región lacustre de Michoacán.

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Figura 7. Las cruces punteadas son una prueba más de los flujos de información entre

el Occidente y Centro de México. Denotan la existencia

de distintas tradiciones astronómicas. En el mapa, las líneas rojas son la ruta de la turquesa propuesta por Weigand. Las fotos

corresponden a una de las cruces del sitio de Degollado, Jal. Fuente: Rétiz y Cárdenas

2017. Fotos y mapa: Mario Rétiz

la Tradición Bajío. En suma, esta arquitectura representa un rasgo singular de las poblaciones abajeñas, siendo la Zona Arqueológica de Peralta el testimonio más claro de una sociedad agrícola y un centro de poder político. Las fechas obtenidas para este lugar y en especial para el Recinto de los Gobernantes que es una edificación tipo Palacio con patio central rodeado por habitaciones, oscilan en el año 600 d.C., estas fechas fueron obtenidas de la última etapa de ocupación y en la escalera principal para ingresar al Recinto, esto significa que las etapas constructivas más antiguas serán anteriores al año 600 d.C.

Cerca de doscientos asentamientos en la región datan de esta época, algunos de ellos se ubican en las inmediaciones de la ciudad de León, Gto. Con Carlos Castañe-da† realizamos una pequeña excavación de salvamento en el sitio Cerrito de Jerez, detectando dos pisos al interior de un patio hundido con fechas de 410 y 490 d.C. Considerando que Braniff detectó una aldea Chupícuaro en la misma ciudad y Ezra Zubrow obtuvo fechas de 100 d.C. para el sitio de Cañada de Alfaro con ello, podemos

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asegurar que algunas de las evidencias más antiguas de la tradición de patios hundidos se encuentran en esta porción noroeste del Bajío.

Este periodo de la historia del Bajío es muy importante, Castañeda et. al. 1988 lo definen como la etapa del desarrollo regional. Las discusiones sobre el desarrollo regional y las influencias teotihuacanas siguen analizándose pues en sitios cercanos al límite oriente del Bajío como La Negreta y Santa María del Refugio, Castañeda et.al. (1982) detectaron cerámica del tipo Anaranjado delgado y navajillas prismáticas en obsidiana verde procedente de la Sierra de las Navajas, evidencias típicamente Teo-tihuacanas asociadas a un conjunto arquitectónico de montículo y patio hundido. En Peralta encontramos seis cuchillos de obsidiana y sílex con una figurilla o máscara pequeña de alabastro con rasgos claramente teotihuacanos. Estos objetos fueron co-locados a manera de ofrenda en la cara posterior -lado Oriente- del basamento 1 del conjunto 2 de Doble Templo y patio hundido. Hay varias posibles explicaciones, la primera sería que se trata de una ofrenda fundacional, lo que implicaría que habría una mayor presencia de personas y materiales del Centro de México, pero las exca-vaciones no mostraron más elementos externos. Una segunda posibilidad es hablar de objetos colocados por personas que vienen o regresan a Peralta despues de estar en la urbe, esto sería una ofrenda al sitio ceremonial. La información sigue siendo muy fragmentada para tener una idea más precisa del significado de esta “ofrenda”, lo relevante es que hay un tipo de contacto y relación entre los sitios.

QUInTa InTEraCCIÓn 600/650 – 900 d.C. PEraLTa-EL GrILLO- OCOnaHUa: arQUITECTUra TIPO PaLaCIO Y Las CrUCEs PUnTEadas.

Alrededor del año 600 d.C. el mundo mesoamericano sufrió grandes cambios, la urbe de Teotihuacán dejaba de ser el centro urbano dominante, desarrollándose entonces ciudades de rango medio como Chingu-Tula y Xochicalco en el Centro de México; en el Occidente y Norte de México los sitios de Peralta, Plazuelas, Zaragoza, El Grillo, Oconahua y La Quemada son representativos de esta etapa. El desarrollo regional del Bajío alcanza su máxima expansión territorial, la tradición arquitectónica de patio hundido o Tradición Bajío, diversifica sus patrones constructivos creando al menos ocho diseños donde se combinan patios, basamentos y espacios habitacionales. En esta época llegaron influencias culturales poco conocidas hasta ese momento, gente porta-dora de tradiciones culturales como el juego de pelota, arquitectura con talud-tablero y deidades mesoamericanas plasmadas en esculturas de notable belleza y significado. Los sitios de Plazuelas y Zaragoza tienen manifestaciones de estos reacomodos demo-gráficos y constantes migraciones, aunque no cuentan con elementos característicos de la Tradición Bajío como el patio hundido. Será necesario precisar la cronología de los sitios de ésta fase y la anterior para comprender mejor poblamiento del Bajío pues

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es posible que los sitios de Santa María del Refugio, La Negreta y Tzcthé tengan una secuencia cultural que incluya estas dos fases de interacción.

Uno de los elementos materiales indicadores de interacciones culturales en un contexto regional mesoamericano son las edificaciones tipo Palacio. Estas edificaciones son grandes espacios constructivos con un templo como elemento central, un patio o plaza de grandes dimensiones delimitado por habitaciones para una élite social y con ingreso controlado por tener solamente uno o dos accesos. En varios sitios del occidente y Norte de México se han identificado este tipo de recintos, tratándose de edificaciones con ciertas similitudes y algunas diferencias, Peralta, El Grillo, Oconahua y La Quemada podrían corresponder a formas arquitectónicas que antecedieron a los Palacios mesoamericanos como el famoso Mapa Quinatzin también conocido como El Palacio de los Reyes de Texcoco.

Si bien falta mucho por investigar para poder explicar cabalmente el papel de las sociedades abajeñas en esta época, resulta evidente la concatenación de eventos entre la cuenca de México, los lagos michoacanos y la vertiente del Lerma medio. Así como la caída de Teotihuacán, la llegada de grupos procedentes del Bajío portando la cerámica conocida como Coyotlatelco7, el abandono paulatino o masivo del Bajío hacia el año 900 d.C. y la formación de ciudades como Tula, sólo por mencionar algunos de los eventos y flujos migratorios detectados por la arqueología; ahora sabemos que los cambios ambientales que mencionaba Pedro Armillas (1991:220) fueron un hecho fundamental para entender estos flujos migratorios del periodo clásico. Domínguez y Castro (2017) han demostrado la existencia de eventos de sequía en la región, lo que seguramente motivó la migración de algunas sociedades agrícolas. Podemos concluir por el momento que los avances de investigación configuran al Bajío como una región clave para entender los cambios en la historia prehispánica en el septentrión mesoamericano.

El segundo tipo de restos culturales que nos remiten a la relación entre la cuenca del Lerma y el Centro de México (Rétiz 2014, Rétiz y Cárdenas 2017), son los petro-grabados conocidos como “cruces punteadas” (pecked cross). Hablamos de dos figuras concentrícas, círculares o cuadradas, divididos en cuatro secciones por una línea y orientadas a los cuatro rumbos cardinales, todas ellas formadas por la alineación de pequeñas oquedades. Las funciones atribuidas a estos petrograbados son diversas, se les ha considerado como marcadores solares, marcadores de horizonte e incluso como evidencia de migraciones teotihuacanas hacia el norte de México. Tenemos aquí un problema de interpretación, lo primero que debemos considerar es que para hablar de influencia o interacción es necesario contar con varias evidencias materiales, no basta con tener un sólo elemento o rasgo cultural. Es claro que si nos alejamos del

7 Esta es una idea básicamente de Beatriz Braniff 1972, posteriormente Mastache y Cobean (1990) enfatizan el posible origen norteño o abajeño de la cerámica Coyotlatelco (pasta café y motivos pintados en rojo).

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esquema difusionista, la existencia y concentración de 22 sitios con cruces punteadas en la cuenca del Lerma se proyecta como la existencia de distintas escuelas o tradiciones astronómicas. Nuevamente, podemos hablar de una interacción bidireccional entre las sociedades de la cuenca del Lerma-Chapala-Santiago y del Centro de México. (Figura 7).

sExTa InTEraCCIÓn 900-1200 d.C. Cañada dE La VIrGEn, PLazUELas, TzcThé Y EL CEr-rITO

Hasta el año 900 d.C. el poblamiento del Bajío registra un cambio fuerte, el abandono de los asentamientos del Bajío puede explicarse –como ya se mencionó- retomando la propuesta de Armillas de la existencia de un fenómeno climático de sequía, lo que motivo el éxodo de poblaciones abajeñas dedicadas a la agricultura. Este “cambio climático” de Armillas ha generado puntos de vista distintos, cuestionándose su exis-tencia, me parece necesario precisar que los estudios paleoclimáticos de Brown (op.cit.) y Domínguez y Castro (op.cit.) han mostrado la existencia de varios periodos de sequias prolongadas en el Bajío, derivados de fenómenos similares al “Niño” seguidos de incendios forestales de gran magnitud. Esta información novedosa se ha logrado mediante muestreos estratigráficos y fechamientos absolutos. Los cambios en el clima sucedieron alrededor de los 600 d.C. y 900 d.C. Ocasionando los desplazamientos po-blacionales del Bajío hacia la cuenca de México, esto permitiría entender la presencia de materiales cerámicos típicamente norteños o abajeños como el Blanco levantado y el grupo Rojo sobre bayo (Coyotlatelco) presentes en Teotihuacán y Tula como testimonios de estas posibles migraciones históricas.

En el Bajío sobresales dos sitios arqueológicos por su arquitectura y los elementos asociados Cañada de la Virgen en San Miguel de Allende y El Cerrito en Querétaro. Plazuelas en Pénjamo también tiene dos etapas de ocupación, de la primera es anterior a 900 d.C. y se han obtenido dos fechamientos por arqueomagnetismo de 1050 d.C. Cañada de Virgen presenta el complejo arquitectónico tipo Palacio, con un patio cen-tral delimitado por una plataforma con habitaciones y un basamento para templo en el lado del patio. Entre los materiales cerámicos registrados por Nieto (1988, 1993) y Zepeda (2004) destaca el tipo Blanco levantado, elemento compartido y contemporáneo con el sitio de Tula, Hgo. Este material ha permitido sugerir algún tipo de contactos entre ambos asentamientos, hablando incluso de una presencia Tolteca en el Bajío. Es necesario anotar que la arquitectura de Cañada tiene como antecedente o pervive a partir de la tradición Bajío, aunque tiene una connotación cultural y significados distintos. La presencia de estas ocupaciones permite asegurar nuevamente un contacto cultural en el septentrión mesoamericano.

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séPTIMa InTEraCCIÓn 1200-1530 d.C. IHUaTzIO, TzInTzUnTzan- MExICas

La historia de la cultura Tarasca o purépecha se conoce principalmente a partir de las narraciones y láminas de documento conocido como La Relación de Michoacán (Alcalá 1521), sin embargo, en cuestiones arqueológicas y de cronología cerámica falta mucho trabajo por realizar. Podemos identificar histórica y arqueológicamente una fase cultural entre los años 1200 y 1400 d.C. de notable interacción entre el sitio de Ihuatzio, ubicado en la cuenca de Pátzcuaro con el sitio de Tula, Hidalgo, el principal indicador es la presencia de dos figuras conocidas como Chac mool. Dichas esculturas en lo general son similares, la posición del individuo semi-recostado y sosteniendo un objeto a la altura del pecho y tienen algunas diferencias en los atuendos que portan en la cabeza y los pies (figura 8a). Un segundo componente de la arqueología de la región lacustre y en especial de la cuenca de Cuitzeo, es la presencia de figurillas tipo Mazapa8, estos materiales son indicadores de la etapa de ocupación posterior al apogeo de Teotihuacán. Según Laura Solar (et.al.) “Jorge Acosta localizó los mismos materiales asociados a la fase temprana del asentamiento en Tula (siglos X al XII de nuestra era), y a ello se debe que hasta la fecha se le considera una cerámica diagnóstica de lo ‘tolteca’, y a la presencia de algunos de sus elementos en sitios muy distantes, un supuesto símbolo de expansión imperial.” (Solar et.al. 2011:66) (v. figura 8b).

En los siglos previos a la conquista de México, ya conocemos la historia oficial de los tarascos y mexicas, sólo mencionaré un par de indicadores compartidos: los 3389 cascabeles de cobre encontrados en las ofrendas del Templo Mayor (Schulze 2007) y los conjuntos arquitectónicos de Doble templo. Tradicionalmente se ha manejado que el trabajo de los metales es una particularidad de las poblaciones michoacanas, si acep-tamos este hecho entonces la presencia de los cascabeles y la arquitectura indica algún tipo de relación de información, migración de conocimientos tecnológicos o el tributo de algunas poblaciones orfebres que estaban manufacturando para ambos Estados.

a ManEra dE COnCLUsIOnEs

La definición y límites del Bajío es una labor complicada y cambiante, dado que la demarcación de una región para fines de investigación es una creación heurística, aproximativa. Para trazar los límites del Bajío se pensó en la dimensión espacial de una determinada expresión cultural o en la manifestación espacial de una estructura de poder político y de organización social. Los temas de espacialidad-territorialidad-cultura, el paisaje y los espacios constructivos se convierten en notables indicadores de organización social, rutas de intercambio, áreas culturales y redes de interacción.

8 Las figurillas tipo Mazapa fueron manufacturadas en molde con atributos como el tocado, una banda en la frente y portando orejeras.

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Queda claro que el Bajío es una demarcación territorial y cultural de notable significado para el mundo mesoamericano, su ubicación como parte de la cuenca Lerma-Chapala-Santiago lo coloca en una posición geográfica y ambiental medular enlazando las áreas culturales de Occidente, Norte y Centro de México. Esta situación ambiental es un factor condicionante a aunque no determinante de las expresiones culturales pues permite entender los fenómenos sociales en un contexto temporal y espacial muy amplio.

Es importante enfatizar el doble significado territorial y cultural de las sociedades abajeñas, por una parte, como entidades interactuantes con sus vecinas contemporáneas lo que aporta los elementos de homogeneidad material y al mismo tiempo, mante-niendo rasgos y prácticas culturales locales lo que genera mecanismos de identidad y adscripción social lo que detona la heterogeneidad cultural. Un concepto analizado y redimensionado de Mesoamérica desde una región concreta, permite retomar antiguos debates y formular nuevas preguntas, debemos comprender el papel que los desarro-llos locales y regionales en los procesos mayores y al mismo tiempo debemos explorar temáticas de interés antropológico e histórico, tales como: a) la diversidad cultural, b) un sistema de intercambio a larga distancia detonante de una gran movilidad de per-sonas y conocimientos, c) la coexistencia de sociedades indígenas con diferentes niveles de organización sociopolítica, modos de vida y prácticas rituales distintas.

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