la investigación y la práctica en trabajo social

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biblioteca abierta COLECCIÓN GENERAL La investigación y la práctica en trabajo social María Himelda Ramírez compiladora

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Page 1: La investigación y la práctica en trabajo social

b i b l i o te ca a b i e r t aCO L E CC I Ó N G E N E R A L

La investigación y la práctica en

trabajo social

María Himelda Ramírez

compiladora

Page 2: La investigación y la práctica en trabajo social

Autoras

Lena DominelliDurham University

Martha Nubia Bello AlbarracínUniversidad Nacional de Colombia

Yolanda López DíazUniversidad Nacional de Colombia

Claudia Mosquera Rosero LabbéUniversidad Nacional de Colombia

Yolanda Puyana VillamizarUniversidad Nacional de Colombia

Bárbara Zapata CadavidUniversidad Nacional de Colombia

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bibl ioteca abier tac o l e c c i ó n gen e r a l t raba jo soc ia l

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La investigación y la práctica en trabajo social

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La investigación y la práctica en trabajo social

María Himelda Ramírez compiladora

DEPARTAMENTO DE TRABAJO SOCIAL

2013

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La investigación y la práctica en trabajo social

Biblioteca Abierta

Colección General, serie Trabajo Social

© Universidad Nacional de Colombia

Primera edición

© Compiladora

María Himelda Ramírez

© Varias autoras

Universidad Nacional de Colombia

Facultad de Ciencias Humanas

Comité editorial

Sergio Bolaños Cuéllar, decano

Jorge Rojas Otálora, vicedecano académico

Luz Amparo Fajardo, vicedecana de investigación

Jorge Aurelio Díaz, profesor especial

Ángela Robledo, profesora asociada

Yuri Jack Gómez, profesor asociado

Diseño original de la Colección Biblioteca Abierta

Camilo Umaña

Preparación editorial

Centro Editorial de la Facultad de Ciencias Humanas

Esteban Giraldo González, director

Jorge Enrique Beltrán Vargas, coordinación editorial

Diana Murcia Molina, coordinación gráfica

[email protected]

www.humanas.unal.edu.co

Bogotá, 2013

Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio, sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

catalogación en la publicación universidad nacional de colombia

La investigación y la práctica en trabajo social / comp. María Himelda Ramírez. – Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas. Departamento de Trabajo Social, 2013

200 p. -- (Biblioteca Abierta. Trabajo Social)

Incluye referencias bibliográficas

ISBN : 978-958-761-314-8

1. Trabajo social - Práctica profesional 2. Trabajo social - Investigaciones 3. Filosofía del trabajo social 4. Psicoanálisis y trabajo social i. Ramírez Rodríguez, María Himelda, 1951- ii. Serie

cdd-21 361.32 / 2012

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Contenido

Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

PRIMERA PARTE El trabajo social: entre los ámbitos globales y locales

Lena D ominelliLos desafíos del trabajo social en los contextos

de neoliberalismo y globalización . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21

Lena D ominelliLa práctica antiopresiva en trabajo social . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .35

SEGUNDA PARTE Los retos de la investigación en trabajo social en escenarios de violencia, justicia y reparación

Cl audia Mosquera Rosero L abbéPluralismos epistemológicos: hacia la valorización teórica

de los saberes de acción. Una reflexión desde la intervención

social a la población afrocolombiana desplazada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .53

Martha Nubia Bello AlbarracínAcompañamiento psicosocial a las víctimas

en contextos de impunidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85

TERCERA PARTE Relatos y narrativas: opciones para la investigación en trabajo social

Yol anda Puyana Vill amizarInvestigar en trabajo social

desde los relatos biográficos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .111

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Bárbara Zapata CadavidInvestigar narrativas familiares . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .139

CUARTA PARTE La investigación con el psicoanálisis en el trabajo social

Yol anda López DíazEl psicoanálisis como una alternativa teórica

para la investigación de los problemas sociales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .165

Colaboradoras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 177

Índice de materias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 183

Índice de lugares . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195

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Presentación

El libro La investigación y la práctica en trabajo social es el primero de la colección Discusiones Contemporáneas del Trabajo Social que se inaugura con esta publicación. Se trata de la compi-lación de un conjunto de artículos que sintetizan los avances de las investigaciones presentados en su versión original en forma de ponencias, en diferentes eventos académicos impulsados por el equipo de la Maestría en Trabajo Social, Énfasis en Familia y Redes Sociales de la Universidad Nacional de Colombia, entre los años 2008 y 2009.

Las conexiones entre la investigación y la práctica constituyen los contenidos de esta compilación que refleja la vocación interdis-ciplinaria original del trabajo social, así como también los avances transdisciplinarios de sus desarrollos contemporáneos. Las seis partes que conforman el libro revelan las múltiples posibilidades de los intercambios con las disciplinas clásicas, renovadas gracias a la flexibilización de sus fronteras, en parte por la influencia de un pensamiento emergente, que se sitúa de manera crítica ante los saberes consolidados en las versiones positivistas de las ciencias sociales. En particular, la crítica interpela la reproducción en tales disciplinas de las cuestionables dicotomías entre la teoría y la

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práctica, la naturaleza y la cultura, el sujeto y el objeto de conoci-miento, lo normal y lo patológico, el conocimiento académico y los saberes populares.

Las propuestas de otras formas de indagación y producción de conocimientos de los saberes emergentes representan desafíos que le permiten al trabajo social incluir, de manera explícita, los resul-tados de los diálogos producidos en los escenarios de encuentro y acompañamiento. En ellos concurre diversidad de actores so-ciales, comprometidos con la dignificación de las relaciones hu-manas en situaciones de exclusión, violencia y distintas formas de discriminación.

La primera parte del libro, titulada «El trabajo social: entre los ámbitos globales y locales», está conformada por una versión en castellano de los contenidos expuestos en inglés por la profesora Lena Dominelli, en la lección inaugural de apertura de la Maestría que se tituló «Los desafíos del trabajo social en los contextos de neoliberalismo y globalización». El artículo trata sobre la acen-tuación de las diferencias sociales en el mundo global; su impacto sobre las condiciones de vida de los grupos de población confor-mados por las mujeres, las niñas, los niños y las personas en edades avanzadas; así como también las relaciones de estos grupos con los Estados y la sociedad civil. En tales relaciones, Lena Dominelli sitúa los retos de la investigación y de la práctica de las y los traba-jadores sociales, a quienes les sugiere mantener el referente de los principios éticos de los derechos humanos.

En el segundo texto, «La práctica antiopresiva en trabajo social», la misma autora señala que tales prácticas son constitu-tivas de las relaciones humanas cotidianas, y se arraigan en los sesgos de las tradicionales relaciones clasistas, sexistas y racistas de las diversas sociedades. Señala que dichos sesgos suelen acentuarse en los contextos de la globalización, en los cuales las diferencias sociales circulan con fluidez, haciendo de la exclusión y la discri-minación una pauta que gana espacios en diferentes escenarios.

Lena Dominelli invita a las y a los trabajadores sociales a cues-tionar y erradicar esas prácticas en sus ámbitos de trabajo. Igual-mente sugiere algunas estrategias orientadas a consolidar aquellas

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Presentación

acciones que promueven la justicia social, con el recurso de las dis-posiciones plasmadas en los discursos sobre los derechos humanos. Propone, así mismo, construir alianzas con quienes formulan las normas, los gobiernos municipales y la sociedad civil.

El texto concluye con la exposición de un caso que ilustra la violencia en las relaciones de pareja, en el que convergen las prác-ticas opresivas en un ambiente de conflicto intercultural. Las pre-guntas formuladas por la autora para la interpretación del caso constituyen una guía para la reflexión sobre las posibilidades y los límites de la práctica de los trabajadores sociales.

La segunda parte del libro se titula «Los retos de la investi-gación en trabajo social en escenarios de violencia, justicia y re-paración», y está conformada por dos artículos. El primero, de la profesora Claudia Mosquera Rosero, y el segundo, de la profesora Martha Nubia Bello Albarracín.

La profesora Mosquera, en el artículo «Pluralismos episte-mológicos: hacia la valorización teórica de los saberes de acción» , plantea una reflexión pertinente y oportuna sobre las limitaciones de los esquemas dicotómicos académicos en ciencias sociales, in-terrogados desde la perspectiva de la colonialidad del saber. La profesora le dedica una atención especial a la polaridad entre el conocimiento científico y la intervención social o, su equivalente epistemológico, el conocimiento científico y el saber local. Ad-vierte que si bien se trata de una reflexión de punta en la academia internacional, en Colombia este movimiento ha tenido un impacto modesto. Ello incentiva la reproducción de los sesgos que insisten en que el conocimiento científico y la intervención social son es-pacios separados, jerarquizados e irreconciliables; esto es, muestra de qué forma, en la diferenciación de las profesiones relacionales e intervinientes, como el trabajo social y la psicología, se expresan las relaciones de poder.

1 Este artículo fue publicado originalmente en la revista Palimpsestvs 5 (2005), de la Facultad de Ciencias Humanas, de la Universidad Nacional de Colombia (sede Bogotá). Se publica en este libro con autorización del director y del comité editorial de la revista.

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La investigación y la práctica en trabajo social

La profesora sustenta que en la intervención profesional se crean saberes de naturaleza local y contextualizada. Para esto acude a la exposición de los avances de una investigación que de-sarrolla en escenarios urbanos colombianos, en los que convergen dos grupos de actoras sociales: uno, de mujeres afrocolombianas afectadas por el desplazamiento forzado; y otro, de profesionales en trabajo social. Unas y otras asumen procesos de cambio, pro-ducidos por las relaciones con Otras diferentes, en sus nociones sobre sí mismas y, por supuesto, sobre aquellas portadoras de ex-periencias desconocidas.

Los avances que ilustran la indagación de la profesora Mos-quera forman parte de una investigación para la realización de una tesis del Doctorado en Política Social, de la Universidad de Quebec.

La profesora Martha Nubia Bello Albarracín, en su artículo «Acompañamiento a las víctimas en contextos de impunidad», trata un tema de gran relevancia social y política en la Colombia contemporánea: las mediaciones discursivas en los procesos de jus-ticia y reparación, en los espacios de la violencia instalada en el país desde hace décadas. La autora invita a las y los profesionales del trabajo social a una reflexión sobre sus compromisos con la dignificación de quienes han sufrido la violación de sus derechos humanos. Tal dignificación pasa por la crítica a la asignación de significaciones estereotipadas a las diferentes expresiones que cir-culan en los distintos escenarios de encuentro entre las víctimas, sus familias y quienes ejercen los procesos de acompañamiento, en procura de la verdad, la justicia y la reparación.

La autora problematiza, desde una perspectiva psicosocial, los discursos sobre las víctimas y las realidades que coadyuvan a cons-truir, ilustrando los términos de las polémicas conceptuales for-muladas por distintos autores. Llama la atención sobre los riesgos de atribuirles a las víctimas rasgos identitarios como sujetos pa-sivos o culpables de su situación, pues estas posturas conceden a los victimarios la justificación de sus acciones violentas.

Martha Bello detalla de qué forma, en el contexto colombiano, la impunidad repercute en la imposibilidad de la elaboración de las pérdidas por parte de las víctimas, bien sea por la victimización

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Presentación

secundaria o por las desproporciones entre los crímenes cometidos por los victimarios y las represalias legales. Por lo demás, destaca los efectos lesivos de la ausencia de verdad, la falta de reconoci-miento social y la ausencia de reparación. La impunidad activa, además, nuevas amenazas tales como las formas de persecución y eliminación de las víctimas. La autora destaca el valor de la jus-ticia para los procesos psicosociales de las víctimas, en particular, las posibilidades del saber, que contribuyen a frenar las fantasías dolorosas; así mismo resalta la verdad, el castigo y la «desculpa-bilización» de la víctima, y la justicia como reconstrucción de un «orden» social básico.

El artículo concluye con la propuesta de algunos criterios clave para el trabajo social en el acompañamiento a las víctimas y se formula esa responsabilidad como un imperativo ético de la profesión. Se sugiere traducir la acción en criterios políticos y me-todológicos que contribuyan a la comprensión del fenómeno y a la disminución de las secuelas e impactos que produce la violencia sobre las víctimas.

La tercera parte del libro, «Relatos y narrativas: opciones para la investigación en trabajo social», está integrada por dos artículos: uno de la profesora Yolanda Puyana y otro elaborado por la pro-fesora Bárbara Zapata.

La profesora Puyana abre esta sección con su artículo «In-vestigar en trabajo social desde los relatos biográficos», en el que expone los resultados de un examen retrospectivo de sus indaga-ciones sobre los relatos biográficos y las historias de vida. Comienza con la formulación de un conjunto de interrogantes, suscitados a lo largo de su trayectoria dedicada a la formación en trabajo social y a la investigación de las dinámicas de los grupos familiares, los procesos de socialización, las historias de vida de las mujeres de los sectores populares, las relaciones de género y las relaciones entre las generaciones, en la Colombia contemporánea.

Una de las preguntas que ofrece responder en su artículo se relaciona con el significado de situarse en el lugar del otro, la otra, e intentar comprenderlos en sus conversaciones cotidianas. Subraya que en trabajo social se interviene a partir de un encuentro relacional,

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en un contexto social y cultural específico. Por lo mismo, tales en-cuentros suponen un diálogo, establecer conversaciones, sistematizar la forma como se expresan las emocionalidades a través de los relatos.

Yolanda Puyana da cuenta de su estudio de los relatos a partir de métodos de investigación cualitativos, que tienen en común recopilar conversaciones sobre situaciones cotidianas de la vida de las personas. Es interesante la manera como la autora expone de manera siste-mática los términos de las controversias contemporáneas acerca de las posibilidades que ofrece el estudio de los relatos en las ciencias sociales. Las consideraciones epistemológicas expuestas advierten sobre las diferentes aproximaciones que suelen establecer los dis-tintos autores entre el lenguaje y la experiencia, el relato y la vida, el pasado y el presente.

Identifica con precisión las posturas positivistas que conciben al lenguaje como reflejo de la realidad. Retoma las sugerencias de autores como Pierre Bourdieu de cuestionar la interpretación de los relatos como secuencias coherentes de la experiencia vital, cuando son más bien reconstrucciones desde el presente de quien habla. Bateson es otro de sus referentes teóricos, en particular su sugerente forma de diferenciar el relato de la vida.

En síntesis, el artículo plantea los desafíos metodológicos de la interpretación de los relatos producidos en los diálogos entre las y los trabajadores sociales con las mujeres, los hombres, las niñas y los niños en los escenarios de la práctica profesional. La autora en su texto invita a que las y los trabajadores sociales validen los relatos y las experiencias contenidas en ellos como fuente de investigación.

La profesora Bárbara Zapata contribuye al tema con su ar-tículo «Investigar narrativas familiares». Este texto articula los re-sultados de dos experiencias de trabajo social, orientadas desde la perspectiva de la terapia familiar sistémica y la investigación cua-litativa. La autora da cuenta de los hallazgos del programa Calidad de Vida, de la División de Extensión de la Universidad Nacional de Colombia, en el que desarrolló una investigación sobre dolor crónico, enfermedad mental, conflicto familiar y problemas de há-bitat de las familias de la localidad San Cristóbal (Bogotá) en el año

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Presentación

2003. Además, presenta los resultados de una investigación sobre evasión y reincidencia de niños, niñas y adolescentes en institu-ciones de protección que contratan con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, en 2004.

Se trata de experiencias que proporcionan unos materiales muy ricos y diversos, producidos en «la conversación sistémica-mente orientada» e interpretados desde una concepción que en-tiende la narrativa inscrita en una confluencia epistemológica entre el construccionismo social, la filosofía hermenéutica y la sis-témica. Desde este punto de vista, el lenguaje se reconoce como una fuente de transformación y construcción social, y se les asigna un carácter primordial a las relaciones entre el contexto y el signi-ficado, la capacidad interpretativa de los seres humanos y su con-tinua participación en relaciones.La autora recalca que, de acuerdo con esta perspectiva epistemológica, los seres humanos, en tanto contadores de historias, vivimos vidas relatadas, interpretamos acontecimientos vitales según los guiones de historias vividas, his-torias contadas e historias encarnadas. El estudio de las narrativas es, en consecuencia, aproximarse a la forma como las personas in-terpretamos nuestra experiencia vital.

La profesora Zapata resalta el particular interés que suscita, entre quienes suscriben esta opción, el análisis de la información en la investigación cualitativa y, en especial, la investigación na-rrativa. Al respecto, sugiere dos modos posibles de análisis: el para-digmático y el narrativo propiamente dicho. El primero consiste en establecer categorías y organizar los relatos a partir de las mismas; el segundo se atiene a la lógica del relato, tal como se produce. La perspectiva crítica que supone el pensamiento narrativo plantea entonces la imposibilidad de acceder plenamente a la realidad. Por tanto, nos alienta a reconocer nuestros supuestos y prejuicios y a responsabilizarnos por los efectos de nuestro trabajo.

Las referencias conceptuales procedentes de los plantea-mientos de Michael White le plantean a la autora, como idea orientadora de la terapia narrativa, la distinción entre historias do-minantes e historias subyugadas, consideradas por David Epston como «insurrectas». Son de resaltar los alcances que la autora le

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La investigación y la práctica en trabajo social

atribuye a la metodología en la investigación de narrativas fami-liares por cuanto, a su juicio, constituye una posibilidad tanto para la indagación de las problemáticas familiares, como para la cons-trucción de otros significados respecto a su cotidianidad.

El título de la cuarta parte del libro admite una de las su-gerencias de la profesora Yolanda López en su contribución que integra esta sección: «La investigación con el psicoanálisis en el trabajo social». La autora se refiere a una orientación metodológica que pone a operar las categorías psicoanalíticas en la investigación de síntomas sociales significativos, cuya expansión, repetición y potenciales efectos disolventes del lazo social exigen la búsqueda de nuevas explicaciones.

El artículo de Yolanda López, «El psicoanálisis como una al-ternativa teórica para la investigación de los problemas sociales», ofrece una diferenciación entre la investigación de los procesos fa-miliares en las ciencias sociales y las posibilidades del psicoaná-lisis para examinarlos desde perspectivas distintas. Problematiza el proyecto explicativo de la realidad social de las ciencias sociales, por cuanto su perspectiva epistemológica establece al sujeto de la conciencia como principio para conocer y transformar la cultura, en el marco de sociedades. Explica que Freud construye en los már-genes, en los resquicios del conocimiento científico, ocupándose del análisis de los sueños, los actos fallidos y los síntomas, un nuevo objeto de saber: la realidad psíquica.

La autora argumenta la importancia del psicoanálisis hoy, como referencia teórica ineludible para aquellos profesionales del trabajo social que aspiran a investigar e intervenir los síntomas subjetivos, inscribiéndolos en los malestares contemporáneos de la cultura y en la historia infantil. Precisa que el tratamiento no será psicoanalítico, por las especificidades que esta práctica exige, dentro de las cuales figura la experiencia analítica.

El texto está construido a partir de los fundamentos de una investigación en desarrollo, orientada a resolver dos interrogantes. En primer lugar, acerca de las configuraciones psíquicas particu-lares derivadas del vínculo familiar, sus efectos en la constitución del sujeto y su dialéctica de intercambios con la cultura. En segundo

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Presentación

lugar, la autora interroga en qué consisten los giros culturales de la familia en la sociedad contemporánea, las manifestaciones y los efectos en el lazo social, así como los malestares que transportan.

El artículo logra precisar los términos de las posibilidades de la investigación con el psicoanálisis en el trabajo social. Invita a incursionar en los dominios que se escapan a la observación, tal como está concebida en las ciencias sociales con arraigo en el positivismo.

El libro concluye con el reconocimiento a la contribución de las autoras, quienes, además de exponer sus elaboraciones en los eventos de la Maestría, revisaron las versiones grabadas y transcritas; por lo demás, ofrecieron nuevos textos, con las precisiones requeridas para una publicación como la que se presenta en esta ocasión.

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PRIMERA PARTE

El trabajo social: entre los ámbitos globales y locales

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Los desafíos del trabajo social en los contextos de neoliberalismo

y globalización1

*

Lena Dominelli

Durham University

Prácticas globalizantes del neoliberalismo

El neoliberalismo es la ideología clave para la expansión de rela-ciones sociales basadas en el capital. Dichas relaciones se cons-tituyen a partir de prácticas globalizantes que generalmente caracterizan las posturas «de derecha». A lo largo de este artículo pretendo mostrar que el neoliberalismo es una ideología fallida. De hecho, los programas de ajuste estructural destruyeron las vidas de las personas del hemisferio sur, en tanto las crisis de crédito están destruyendo las de las personas del hemisferio norte.

Desde el neoliberalismo, la globalización se enfoca en los si-guientes aspectos:

Autosuficiencia individual. Desregulación de los negocios.Regulación de la esfera de la vida privada de los individuos. Regulación laboral (reducción de los sindicatos y los derechos de las y los trabajadores).

* Ponencia presentada durante el seminario Enfoques Contemporáneos para la Intervención Social en Trabajo Social, realizado en la Universidad Nacional de Colombia, el 4 de agosto de 2008. Traducido por Ricardo Chaparro Pacheco, trabajador social, Universidad Nacional de Colombia.

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Lena Dominelli

Internacionalización del Estado (en términos de competitividad).Uso del Estado de bienestar para la acumulación del capital (privatización).Explotación de las crisis antrópicas y de origen natural (con propósitos de lucro ).

A pesar de que quienes defienden el proceso de globalización argumentan que esta reduce los márgenes de riqueza y de ganancia en beneficio de todos, se puede demostrar que en realidad produce una polaridad de ganadores y perdedores. Los ganadores son prin-cipalmente unos pocos, 946 personas cuya riqueza suma alrededor de USD 3,5 trillones; ellos poseen y controlan las corporaciones más grandes del mundo, tienen una alta influencia en la legislación del Estado-nación y hacen parte de una élite incuestionable.

Los perdedores son muchas personas (la mayoría de la gente pobre). Es decir, unos 2,8 millones que viven con menos de USD 2,00 al día. El planeta Tierra también es un perdedor, pues la degra-dación ambiental es incontrolable en tanto las ganancias del lucro producto de su explotación indiscriminada siguen acumulándose (Ungar, 2002).

La globalización, producto de la ideología neoliberal, genera diferentes formas de experimentar las desigualdades de crecimiento a partir de una perspectiva diferencial. Debido a dicha perspectiva, las mujeres, las niñas, los niños y los adultos mayores tienen que asumir cargas desproporcionadas para hacerles frente a estos con-flictos y formas de exclusión. La priorización de mujeres, niñas y niños (especialmente en salud y educación), desde la perspectiva de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (Millennium Development Goals [MDG]), no cambiará su situación. De hecho, los propósitos son inalcanzables.

La globalización es un sistema mundial que no solo cambia las perspectivas vitales en todos los ámbitos de la sociedad sino que las tergiversa. Internet y los viajes aéreos intercontinentales aceleran su expansión y constituyen las bases del nuevo orden mundial. El

2 Por ejemplo, consultar Klein (2007).

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Los desafíos del trabajo social en los contextos de neoliberalismo y globalización

neoliberalismo, en su forma actual, enraíza las relaciones sociales basadas en el capital en todo el planeta y ha alterado las prácticas cotidianas en los siguientes aspectos fundamentales: crecimiento del consumismo (acompañado de fusiones culturales), incremento de la degradación ambiental y enriquecimiento de unos pocos (pa-ralelo al empobrecimiento de muchos).

Además, la globalización ha cambiado la manera en que pen-samos, actuamos, comemos y vestimos. Ha impactado la identidad, la ciudadanía y nuestro sentido de espacio y tiempo (aprobación y pertenencia). Las respuestas a las preguntas quiénes somos, qué piensan los demás sobre quiénes somos y quiénes o qué queremos ser privilegian una perspectiva de interpretación basada en los mercados y el lucro por encima de las necesidades humanas.

Figura 1. Riddell (2006, 6 de agosto). Riddell’s View. The Observer, p. 26.

[Traducción: Lo que no han visto aquellos de ustedes que me critican es que el Capitán América y yo hemos hecho del mundo

un lugar mejor y más seguro… Todo es cuestión de valores. Texto inferior: ¡Ey! Blair, el presidente está en una reunión,

si quiere le puede dejar un mensaje].

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Lena Dominelli

Aparte de lo anterior, no sobra comentar que la seguridad en el ingreso es solo para algunos. Es más, la distribución del ingreso y la riqueza también está altamente polarizada: el 20% de la población más rica del planeta ha acumulado el 86% de la riqueza en los últimos treinta años, en tanto el 20% más pobre apenas controla el 1,3%.

La forma del nuevo orden mundial es la siguiente: aquellos con capacidad de ahorro, crédito e inversión representan el 20% de la población; aquellos cuyos niveles de ahorro, crédito e inversión constituyen un alto riesgo representan el 30%; mientras que los ex-cluidos representan el 50%.

La desigualdad ha aumentado de manera progresiva y alar-mante en los últimos tiempos. Si se compara el 20% de la población más rica del planeta con el 20% de la población más pobre, obte-nemos los siguientes resultados:

Tabla 1

Año Relación

1820 3:11870 7:11913 11:11960 30:11997 74:12005 103:1

Fuente: pnud (2005).

Las desigualdades estructurales siguen en crecimiento. La po-breza está aumentando globalmente entre los países y dentro de los países. La brecha entre el ingreso de empleados ejecutivos y el de trabajadores de base es cada vez más grande (salarios de seis o siete dígitos frente a salarios de cuatro o cinco ). En el año 2007, 946 per-sonas millonarias tenían más dinero que los gobiernos de los 48 países con ingresos más bajos; 40% de ellos eran estadounidenses. En 2008, Warren Buffet era el hombre más rico (USD 62 billones) y Bill Gates bajó al tercer lugar (USD 59 billones) (Kroll & Fass, 2007). Las diez

3 Calculados en dólares de los Estados Unidos [N. del T.].

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Los desafíos del trabajo social en los contextos de neoliberalismo y globalización

personas más adineradas del mundo son todos hombres. La fortuna de la mujer más rica es de unos USD 20 billones (L’Oreal, Francia).

Los cuatrocientos millonarios más ricos tienen más de USD 1 billón cada uno. Sus fortunas suman un total de USD 1,54 trillones; 39 de estas personas son mujeres. Las niñas y los niños son ex-cluidos de poseer tal riqueza y, además (junto a las mujeres), son quienes llevan la peor parte. Las desigualdades en el ingreso atra-viesan todas las divisiones de género, raza, clase y edad. Las mu-jeres pobres están en lo más bajo de estas jerarquías y constituyen la mayoría de los 1,6 billones de personas que en la globalización están peor que en sistemas económicos pasados.

Continuando con el tema de las desigualdades estructurales, debemos decir que las mujeres están en lo más bajo de las jerar-quías del ingreso desde todos los puntos de vista. En Occidente han sido progresivamente llevadas a ejercer ocupaciones que alguna vez estaban reservadas para los hombres; sin embargo, las diferencias salariales son discriminatorias, aun tratándose de mujeres profesio-nales. Por ejemplo, en Suecia las mujeres devengan el 80% de lo que reciben los hombres por los mismos trabajos; en el Reino Unido, las mujeres representan apenas un 6% de la planta docente en las uni-versidades y devengan un 14% menos que los hombres en la misma ocupación (Equal Opportunities Commission [EOC], 2007).

En el sur, las mujeres tienen una mayor tendencia a ocuparse en labores agrícolas, pero lo hacen sin ser titulares de la propiedad de la tierra. Por ejemplo, en Camerún el 75% de la población de-dicada a la agricultura son mujeres, pero solo el 10% son propie-tarias de la tierra que trabajan.

Alrededor de cinco millones de mujeres mueren dando a luz a causa de enfermedades que pudieron haberse prevenido. Las mu-jeres, las niñas y los niños han sido y siguen siendo altamente afec-tados por la pandemia del VIH/sida en África. Las niñas y los niños cuidan de sus padres enfermos y cerca del 50% de la población del mundo no cuenta con edificaciones con los mínimos de sanidad. La mayor parte de dicha población son mujeres, niñas y niños, quienes se responsabilizan del cuidado de familiares u otras per-sonas afectadas por las enfermedades.

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26

Lena Dominelli

Alrededor de seiscientos millones de mujeres en el mundo no saben leer ni escribir. El calentamiento global está incrementando la carga de responsabilidades de las mujeres en la agricultura, la ali-mentación de sus familias y la supervivencia frente a los desastres naturales. La globalización tiene impactos diferenciados; las mu-jeres, las niñas y los ancianos y ancianas tienen que asumir cargas desproporcionadas para hacerles frente a estos conflictos y formas de exclusión. Ellos son explotados en las maquilas alrededor del mundo (como Primark en el Reino Unido).

El lugar prioritario asignado a las mujeres, las niñas y los niños (especialmente en salud y educación), desde la perspectiva de los Obje-tivos de Desarrollo del Milenio, no cambiará su situación, puesto que en este proyecto las metas sociales se subordinan a las económicas.

En los países ricos, las desigualdades en el ingreso menoscaban a la gente pobre. En el Reino Unido, uno de los países más ricos del mundo, hay un número significativo de gente que vive en la pobreza. Originalmente la legislación laboral se comprometió a erradicar el trabajo infantil en 2015, pero ahora se extendió hasta 2020. Entre tanto, uno de cada cuatro niños vive en condiciones de pobreza. Por otra parte, la obesidad y la malnutrición están estrechamente vincu-ladas a la pobreza. La introducción de costos en los servicios de salud conduce a que hombres y mujeres estén recibiendo tratamientos dentales y/o médicos sin los medicamentos requeridos.

La globalización reorganiza las relaciones capitalistas, social, política y económicamente; no se concentra en el crecimiento in-terno (por ejemplo, en el fortalecimiento del mercado nacional interno), sino en el externo. Este se presenta principalmente en núcleos de Norteamérica, Europa y Asia, donde tienen lugar la ma-yoría de las transacciones de dinero y adquisición. Latinoamérica y especialmente África reciben un mínimo del capital que fluye a través de las compañías de inversión extranjera hacia el exterior, lo cual es una parte importante del comercio en el nuevo orden mundial. En África, dichos flujos de capital han decaído desde la década de 1980 y ello ha intensificado el subdesarrollo en este con-tinente pese a la riqueza de sus recursos. Su gente está enfrentada con la alta corrupción, el guerrerismo, el conflicto armado y el des-

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plazamiento interno masivo, mientras que la economía mundial está en crecimiento. En Colombia, el crecimiento del PIB (producto interno bruto) pasó de USD 1.868 en 1980 a USD 6.700 en 2007. En Estados Unidos, en este mismo periodo, el crecimiento fue mayor que el doble y ascendió a USD 45.800.

El Estado-nación juega roles importantes de apoyo al neolibe-ralismo. En primer lugar, asume prioridades globales, no nacionales; por ejemplo, mantener la nación abierta a los negocios (apertura eco-nómica). En dicha estrategia los que pierden son las personas pobres. De esta forma, el Estado-nación se convierte en una parte del aparato de seguridad que excluye a las y los marginados. Se pasa del cuidado de la gente como una prioridad nacional al cuidado del mercado y su capacidad de afirmarse como única fuente de recursos económicos y sociales. La privatización y la asignación de regulación del Estado se proponen el fortalecimiento del capital, mientras que las personas comunes son tratadas como herramientas de trabajo fácil, y hasta frecuentemente, reemplazables.

Figura 2. Rice (2006, 25 de octubre). Now, p. 26.

[Traducción: Me parece que «sin hogar» (homeless) es un rótulo muy negativo… Prefiero pensar en mí mismo como «alguien sin subsidio para el arriendo»].

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El Estado-nación pasa a ser parte de una nueva jerarquía social en la que las élites autoperpetuadas se proyectan en un nuevo im-perialismo que pervierte y aleja el desarrollo de la gente local. El rol asumido por las organizaciones de la sociedad civil en esta eco-nomía mixta de bienestar minimiza el papel del Estado como pro-veedor de ayuda humanitaria en situaciones de desastre. Es tal la posición del Estado-nación, que actualmente son las ONG las que lideran la misión de expandir la «democracia».

La insostenibilidad del neoliberalismo implica graves crisis sociales y económicas. En Occidente, la deuda de los consumidores se ha salido de control. La tasa subprime aumenta y el crédito hipo-tecario colapsa. En 2006, la economía de Europa creció en un 3,1%, mientras que el desempleo cayó al 6,9%. Si esta dinámica fuese afectada por la crisis de crédito del consumidor, el crecimiento podría caer al 2%.

Este modo de organización social alimenta una deuda oculta en donde tanto las obligaciones colaterales de deuda (CDO, por sus siglas en inglés) como los vehículos estructurados de inversión (Structured Investment Vehicles [SVI]) esconden los activos de la industria e implican que estos no sean lo que aparentan ser. Lo an-terior genera una mala distribución de los recursos y causa daños (a largo plazo) en cuanto a la competitividad y el desarrollo soste-nible. Los países en vías de industrialización experimentan crisis sociales y financieras; ello se refleja en la inestabilidad, el incre-mento del crimen, la violencia y la ingobernabilidad.

La escasez de los recursos para la salud pone en peligro las vidas de mujeres (incluso a las gestantes y lactantes), niñas y niños que sufren más tuberculosis y sida. De hecho, cada treinta se-gundos un niño o una niña mueren a causa de malaria. Las niñas y los niños sufren de desnutrición, aun en países con economías en crecimiento, como India y China.

La violencia también hace parte de este orden de exclusión es-tructural. Las mujeres corren mayor riesgo de ser maltratadas por los hombres en sus propios hogares que por extraños. En el Reino Unido, por ejemplo, dos mujeres a la semana son asesinadas por sus parejas. Además, y como es de esperarse, las mujeres pobres son las que más

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sufren las consecuencias de la violencia organizada, especialmente las que toman la forma del tráfico de personas. Dado este estado de cosas, podemos afirmar que la pobreza es una forma institucional de violencia. Es más, Social Watch señala que podríamos erradicarla si los gobiernos quisieran comprometer sus recursos para hacerlo.

A pesar del liderazgo que han asumido las mujeres en pro-yectos de desarrollo local, siguen estando poco representadas en las más altas esferas sociales, políticas y económicas. Los movi-mientos de mujeres han planteado problemas en las relaciones entre los hombres y las mujeres, tanto adultos como jóvenes, con el Estado; así, se han desarrollado nuevas técnicas de resistencia que sensibilizan grupos; promueven acciones sociales colectivas, campañas y redes; y retan la experiencia de las y los profesionales.

La perspectiva de género se ha venido incorporando progre-sivamente en la práctica del trabajo social. A través de un análisis matizado de género se puede impedir que las mujeres sean tratadas como un grupo homogéneo, mientras se fortalece la ayuda para que sus expresiones sean reconocidas y encuentren soluciones ade-cuadas y propias para sus problemas. También es posible intentar que los hombres sean a su vez sujetos de cambio, promoviendo nuevas formas de masculinidad no hegemónicas, al tiempo que se estimula un cuidado generalizado de la vida.

Actualmente presenciamos el surgimiento de una nueva fase del neoliberalismo: el imperialismo de la energía. Exceptuando a unas pocas élites necesarias para administrar el sistema, el impe-rialismo siempre ha excluido a la gente local. Sin embargo, el im-perialismo de la energía no necesita de élites locales para que siga funcionando el sistema. La profunda transformación de la repre-sentación del tiempo y el espacio a través de las nuevas tecnologías de información ha dado libertad territorial al capital financiero, y este ya no está obligado a tener trabajadores o sedes en un lugar es-pecífico del planeta. Todo lo contrario, el manejo del capital puede moverse de un lugar a otro. De hecho, mientras las personas mar-ginadas puedan seguir siendo controladas, ni el desarrollo ni la ex-pansión de los mercados locales para los productos manufacturados serán cruciales para el nuevo orden social. A la vez, las compañías

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multinacionales de seguridad perciben ganancias sustanciales con su trabajo, mientras que los trabajadores permanecen al margen a través de prácticas de estigmatización de los inmigrantes. La ad-ministración externa significa mantenerlos por fuera del país, por ejemplo a través de la satanización de los inmigrantes.

Los daños ambientales infringidos a través de este sistema eco-nómico también causan daños sociales. El ambiente es un factor importante que, al intervenir en las vidas de la gente pobre, suele empeorar las condiciones de vida y obliga a vivir de forma cada vez más infame. Ambientes devastados causan situaciones verdadera-mente problemáticas para las vidas de las personas pobres (inunda-ciones, derrumbes, desastres, pérdida de vivienda, etc.). Paralela al género y la «raza», la clase continúa siendo la mayor fuente de des-igualdades estructurales, las cuales se exacerban por los desastres naturales; ello se ha visto claramente en los desastres producto del huracán Katrina y el sunami del océano Índico.

Figura 3. Chappatté (2006, 23 de mayo). Times Colonist, p. A12.

[Traducción: —La paz llegará cuando haya promotores de paz. —Los promotores de paz vendrán cuando haya paz].

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Los desafíos del trabajo social en los contextos de neoliberalismo y globalización

La globalización aumenta las oportunidades para explotar a la gente y el ambiente físico. Los líderes empresariales y de negocios inciden en la política y alinean sus agendas con los preceptos de las relaciones sociales capitalistas neoliberales. Esto produce:

Contaminación ambiental y usurpación de la tierra, el agua y los recursos minerales.Pérdida de libertades civiles y de derechos humanos, especial-mente para las y los trabajadores.Que los legisladores corruptos empleen los recursos de la nación para su propia ganancia en nombre de recortes del gasto público. La democracia y la responsabilidad son reemplazadas por la incompetencia y la avaricia. Los y las profesionales son reemplazados por tecnoburócratas supervisados por gerentes.Los usuarios de servicios y la gente pobre son excluidos eco-nómica, social y políticamente.El crimen organizado produce una industria multimillonaria que enriquece a ciertos individuos mientras empobrece a sus víctimas, y amplía su cubrimiento y sus formas: drogas, armas, tráfico de personas, explotación sexual infantil, prosti-tución y terrorismo.

Las y los trabajadores sociales deben alzar su voz. Tenemos que organizarnos colectivamente con otras personas, actores so-ciales, para poner fin a tales prácticas. Hay varios caminos a través de los cuales se puede ejercer presión. Uno de ellos es el uso de la Declaración Universal de los Derechos Humanos para sustentar estrategias que erradiquen la pobreza. Las y los trabajadores so-ciales pueden hacer uso del artículo 23 para sustentar la formu-lación de estrategias orientadas a este fin, pues establece que:

Cada uno tiene el derecho a un estándar de vida apropiado [...] a la salud y el bienestar [...] incluyendo comida, vestuario, alojamiento y cuidado médico; a los servicios sociales que sean necesarios; y a la seguridad, en caso de desempleo, enfermedad,

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discapacidad, viudez, vejez o cualquier otro aspecto que afecte la manera de ganarse la vida. (George, 2003, p. 17)

La participación en la organización y movilización de las co-munidades locales en torno al logro del bienestar y el buen cuidado de las personas, el ambiente y el planeta es un desafío. Así mismo, apoyar demandas por la responsabilidad corporativa, implementar prácticas holísticas en las que los esfuerzos por el cambio in-cluyan el vínculo entre los atributos personales y las desigualdades estructurales.

¿Qué podemos hacer las y los trabajadores sociales? Analizar el nuevo orden mundial en términos de a quiénes be-neficia en los ámbitos local (vecinal), nacional e internacional.Hacer lobby por un desarrollo social pacífico y equitativo. Trabajar con las comunidades y la política local para desa-rrollar estrategias que coadyuven a la formación de estruc-turas sociales, económicas y políticas alternativas.Aunar esfuerzos individuales para trabajar colectivamente en el aseguramiento de la justicia social, la equidad y el bienestar para todas y todos. Contribuir a la organización y movilización de las comuni-dades locales para el alcance del bienestar y el cuidado de las personas, del medio ambiente y del planeta. Construir vínculos y alianzas con personas y organizaciones con perspectivas similares alrededor del mundo; internet puede facilitar esta tarea. ¿Qué más pueden hacer las y los educadores y profesionales

del trabajo social?Promover la solidaridad, la reciprocidad, la interdependencia y la equidad.Hacer lobby:

- Por la seguridad de los subsidios y los derechos de bienestar social, con reconocimiento y acceso internacional; es decir, que estos derechos sean vinculados a la persona y no al país en donde se encuentre.

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Los desafíos del trabajo social en los contextos de neoliberalismo y globalización

- Por una distribución equitativa de los recursos del mundo a través de un desarrollo humano y ambientalmente sostenible.

- Por una socialización de los recursos a nivel local, nacional, regional e internacional, en reconocimiento a la interdepen-dencia entre los pueblos.

- Por derechos financieros para todas las personas y acceso a créditos de bajo interés que puedan ser usados para el desa-rrollo personal y comunitario.

- Para que todas las personas puedan tener acceso a la tierra, el agua, los mercados y la vivienda.

- Para que las áreas rurales puedan ser desarrolladas holística-mente, y así reducir los flujos migratorios a ciudades cada vez más superpobladas.

- Por los derechos de todos los y las trabajadores remunerados y no remunerados.

Bibliografía

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George, S. (2003). Globalizing Rights. En M. J. Gibney (Ed.), Globalizing Rights (pp. 15-33). Oxford: Oxford University Press.

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La práctica antiopresiva en trabajo social1

*

Lena Dominelli

Durham University

Introducción

El trabajo social promueve el cambio social, la solución de pro-blemas en las relaciones humanas y el empoderamiento y la libe-ración de las personas para el alcance del bien-estar. Empleando teorías sobre el comportamiento humano y los sistemas sociales, el trabajo social interviene en los puntos de interacción de las per-sonas con su medio ambiente y está presente de manera impor-tante en casos en los que son patentes las divisiones sociales, por ejemplo, la religión, el género, la etnicidad y la «raza», la orien-tación sexual, etc. Por ello, los principios de los derechos humanos y la justicia social son fundamentales para el trabajo social.

El Departamento de Salud (Departament of Health [DH], 2003) definió el bienestar como un estado «saludable, seguro, de goce y realización en la vida, que hace una contribución positiva a la fa-milia y la sociedad y al logro del bienestar económico». Ahora bien,

* Ponencia presentada durante el seminario Enfoques Contemporáneos para la Intervención Social en Trabajo Social, convocado por la Maestría en Trabajo Social de la Universidad Nacional de Colombia, 4 de agosto de 2008. Traducido por Ricardo Chaparro Pacheco, trabajador social, Universidad Nacional de Colombia.

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esta definición se concentra en los atributos personales a costa de las desigualdades estructurales. Sin embargo, considero que es ne-cesario vincular ambos para alcanzar completamente el bienestar.

La opresión es la devaluación de la gente —quiénes son y qué tienen para ofrecer a los demás—. Cuando se está en el campo de la opresión, las diferencias son valoradas negativamente como con-dición de inferioridad con respecto a la norma dominante, la cual es vista como superior (diada binaria). Si se vincula la opresión con la negación de recursos sociales (incluyendo el poder), esta se con-vierte en un fenómeno estructural que puede abarcar cualquier as-pecto de la vida, desde lo espiritual hasta lo material, de lo físico a lo emocional, de lo personal a lo sociológico. Ninguna faceta de la vida se escapa de su alcance. Si pretendemos crear un mundo libre de opresión, nuestra comprensión de ello tiene que considerar sus múl-tiples dimensiones, algunas de las cuales aún están por descubrir.

Opresión y «otrificación»

La opresión es un término que genera controversia. Primero que todo, se tiende a negar su existencia. Segundo, la opresión se reproduce en las prácticas de la vida cotidiana (consensuales) o a través de la violencia, la coerción y el miedo. Tercero, se la define de muchas formas, por ejemplo, como la discriminación ejercida por la gente intolerante o como un complejo de actitudes y com-portamientos intrincados en una visión inequitativa del mundo. La última es una visión constantemente afirmada y reproducida a través de prácticas institucionales, normas culturales y acciones individuales que tratan a algunas personas como superiores y a otras como inferiores. Finalmente, ocurre en múltiples dimen-siones, cada una de las cuales interactúa con las otras para producir un entramado complejo de relaciones y de experiencias diferentes.

La opresión interactúa e interseca muchas divisiones sociales tales como el género, la clase, la discapacidad, la edad, la «raza», la orientación sexual, la religión y el idioma, para crear diferentes y complejas experiencias de opresión. Por ejemplo, las políticas contemporáneas europeas han dictado códigos de vestuario (a las mujeres musulmanas se les exige vestir el nigab —turbante o

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La práctica antiopresiva en trabajo social

burka—). De este modo se establece un distintivo racial significante de amenaza y «diferencia peligrosa» vinculada al terrorismo, lo que profundiza además las dificultades en la comunicación.

Es importante diferenciar entre otredad, concepto que resulta de la práctica que valora la diversidad desde principios como la al-teridad y la práctica a la que llamo otrificar . Entiendo por otrificar el proceso de diferenciación de sí mismo con respecto a los demás, que deriva en un dualismo que define a ese sí mismo como superior y a los otros como inferiores.

Además, en esta diferenciación se valora únicamente a aquellos que se parecen a uno, por ejemplo, aquellos que se desenvuelven en los mismos espacios y que responden de manera similar frente a las diferencias, argumentando que los otros que son como ellos justi-fican este comportamiento.

La otrificación está sostenida en conceptualizaciones unitarias o esencialistas sobre el sí mismo. Dicho fundamento es propio de las tecnologías del yo (Foucault, 1980) que dan por hecho y repro-ducen presunciones acerca de los atributos superiores de quienes se definen a través de prácticas cotidianas que no están sujetas al análisis y/o la crítica.

2 En el original, othering.

Figura 1. Dimensiones interactivas de la opresión.

Opresiónpersonal

Opresión Opresióninstitucional

Negociacionesinteractivascomplejas

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Un caso importante de otrificación es lo que se denomina sexismo. El sexismo ha diferenciado relaciones sociales entre hombres y mu-jeres con base en el sexo y es la clave para la constitución de relaciones sociales patriarcales que privilegian a los hombres. Además, perjudica a todas las mujeres (pero de manera diferente de acuerdo con otras divisiones sociales; por ejemplo, perjudica a las mujeres negras más que a las blancas) y privilegia a todos los hombres, especialmente a los blancos heterosexuales de clase media. El sexismo también establece los atributos asociados a los hombres blancos de clase media como la norma sobre la cual todos, hombres y mujeres, son juzgados.

La forma del nuevo orden mundial

La globalización es un sistema sociopolítico y económico que ha profundizado las relaciones sociales capitalistas y la integración económica. Es evidente que ha producido un nuevo orden mundial. Sin embargo, es urgente preguntarse para quiénes. La pobreza ha au-mentado dentro de los países y entre ellos. El sexismo, el racismo y otras exclusiones sociales son cada vez más frecuentes. La pobreza es un factor determinante en la desigualdad estructural, mina los es-fuerzos por el alcance del bienestar humano, exacerba las inseguri-dades (política, social, económica y cultural), intensifica la exclusión y la marginalidad de amplios sectores de la población y hace parte in-tegral del neoliberalismo. El nuevo orden mundial sin duda alguna es excluyente. Actualmente, aquellos con capacidad de ahorro, crédito e inversión representan el 20% de la población; aquellos cuyos niveles de ahorro, crédito e inversión representan un alto riesgo son un 30%; y quienes están excluidos de todo eso suman un 50%.

No solo se trata de que algunos ganen más que otros sino de que la seguridad de ingreso de esos es el resultado de las desigual-dades sociales. La distribución del ingreso y la riqueza se ha vuelto progresivamente polarizada. El 20% de la población más rica del planeta ha acumulado el 86% de la riqueza en los últimos treinta años, en tanto el 20% más pobre apenas controla el 1,3%. Lo anterior ha traído como resultado una enorme diferencia que se ha ido incre-mentando de dos a uno en el siglo XVIII, a setenta en 1997 y a más de cien a uno en la actualidad (George, 2003, pp. 8-19). Para exponerlo

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La práctica antiopresiva en trabajo social

de una forma más gráfica, la suma de la riqueza de las tres personas más adineradas del planeta es mayor a la suma del producto interno bruto de los 48 países más pobres del mundo. A comienzos del siglo XXI, un empleado en la cima de la escala laboral corporativa en Oc-cidente gana de doscientas a trescientas veces más que el empleado promedio, mientras que en las décadas de 1960 y 1970 la proporción era de cuarenta a sesenta veces más (George, 2003, p. 19).

La globalización también ha generado asimetrías en las relaciones de poder y la distribución de recursos, ha provocado degradación ambiental y ha producido ganadores y perdedores. Ellos forman una élite incuestionable que sigue las ideologías neoliberales en las que el mercado es el rey (sí, y esto excluye a las mujeres), formula políticas sociales dentro de los Estados-naciones, distorsiona el desarrollo para hacer dinero (para ellos mismos), redime su culpa a través de la filan-tropía, cuando se retiran de sus negocios, y militariza la sociedad.

Por otra parte, la globalización prioriza la tecnoseguridad, no la justicia social ni los derechos humanos. La tecnoseguridad es usada para destruir la oposición y para manejar a la población insatisfecha y en divergencia. En dicho orden el Estado-nación es pensado en el contexto de la seguridad para controlar y manejar a sus propios nacionales y excluir a los no nacionales de la posibilidad de reclamar condiciones y subsidios para su bienestar. Manejar el inconformismo y mantener las demandas de los grupos excluidos bajo control son cruciales para esta tarea.

El nuevo orden mundial es parte de un sistema de trabajo en red que tiene élites y capitales transnacionales con trabajadores fácilmente influenciables pero altamente calificados, nunca gente ordinaria. La vigilancia de la sociedad es un ejemplo típico de la tec-noseguridad y constituye una violación de los derechos humanos. En dichos casos, la tecnoseguridad es empleada para mantener el control sobre la gente y los recursos del planeta. Claramente la erra-dicación de las injusticias no es la prioridad.

Este contexto enmarca algunas formas de experimentar las des-igualdades del crecimiento desde una perspectiva diferenciada, por cuanto las mujeres, las niñas, los niños y los adultos mayores tienen que asumir cargas desproporcionadas para hacerles frente a estos

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conflictos y formas de exclusión. Los hombres (particularmente los pobres) también son severamente afectados. Sectores importantes de los jóvenes se convierten en niños-soldados, arrastrados por un conflicto del cual los hombres adultos son los principales respon-sables por las decisiones y el armamento que lo sostienen.

En Occidente, hombres blancos y negros pertenecientes a la clase trabajadora son frecuentemente involucrados en actividades criminales violentas (muchas veces en respuesta a la exclusión a la que son sometidos) y su representación es desmedida en las esta-dísticas de población en las cárceles.

El Estado-nación también juega un papel importante en la repro-ducción de las desigualdades. Primero que todo, decide quién se bene-ficia de las políticas de bienestar, quién no y cómo. Usualmente ello se define focalizando las políticas en las personas e ignorando las situa-ciones estructurales y los dilemas que producen dichas desigualdades. Detrás de este modo de actuar está el bienestar corporativo (corporate welfare), sistema de bienestar de subsidios y contribuciones para las empresas que, pese a su magnitud, no es tenido en cuenta. En los Es-tados Unidos suma USD 125 billones al año (Bartlett & Steele, 1998).

Medidas oficiales contra la pobreza

Los Objetivos de Desarrollo del Milenio (MDG, por sus siglas en inglés) apuntan a reducir la pobreza en 2015; específicamente, esperan cubrir las necesidades de mujeres y niños en relación con la educación y la salud. Estos objetivos de Desarrollo del Milenio no pueden ser alcanzados, no solo porque los objetivos son limitados sino porque los recursos necesarios para esta tarea no han sido asignados. Los fondos prometidos en el marco de la Campaña para Hacer de la Pobreza His-toria3 no han sido enviados y África continúa malogrando su desa-rrollo industrial. Las respuestas frente a los desastres naturales revelan el deseo de la gente de demostrar solidaridad social con quienes han sido afectados, pero el gobierno se rehúsa a actuar de manera similar.

3 En el original, Make Poverty History Campaign.

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La práctica antiopresiva en trabajo social

Los gobiernos han clasificado su apoyo a las empresas como bienestar corporativo. Argumentan un mejoramiento de la com-petitividad en una economía global y definen el bienestar como el apoyo que el Estado les da a los individuos (Bartlett & Steele, 1998). Por lo demás, no tienen interés en manejar estos problemas, debido a que para ellos la decisión de hacerlo o no representa una elección política, no una necesidad económica.

Las prácticas antiopresivas

en trabajo social

Las prácticas antiopresivas

Las prácticas antiopresivas (Anti-Oppressive Practice [AOP]) constituyen componentes claves para los debates sobre la rele-vancia del trabajo social en el adelanto de los cambios sociales. Dichas prácticas desafían la neutralidad de las y los trabajadores sociales, quienes atienden de manera directa a las y los usuarios, y estos, a su vez, han tenido que enfrentar:

Escaso profesionalismo.Funcionarias y funcionarios que, por ubicarse en niveles su-periores dentro de las estructuras jerárquicas, declinan sus puntos de vista divergentes.Cuestionamientos a lo «políticamente correcto».

El apoyo popular al statu quo alienta a los tradicionalistas a ver las prácticas antiopresivas como retórica. Dicho enfoque es marcada-mente conservador, promueve la continuidad de prácticas tradicio-nales y respalda interpretaciones neoliberales del bienestar. Ante dicha posición, estudiantes y profesionales en ejercicio nos hablan de lo difícil que es poner en marcha las prácticas antiopresivas o implementarlas en sus ocupadas rutinas de trabajo, supeditadas a imperativos presu-puestales y/o administrativos. Sin embargo, debemos preguntarnos: ¿qué tanto la definición internacional afirma valores antiopresivos? ¿O se trata simplemente de aspiraciones? ¿Es este el momento para deses-perarse o para desarrollar nuevas estrategias y seguir adelante?

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Respuestas a las relaciones opresivas

Ante las relaciones opresivas las respuestas varían desde el re-chazo opresivo a la inclusión en un marco de trabajo equitativo. Ello se traduce en diferentes prácticas como: segregación («usted no pertenece aquí»); asimilación («vuélvase como nosotros»); coexis-tencia / convivencia («también somos seres humanos»); integración («esta también es nuestra tierra»); y equidad que valora la diver-sidad («compartamos esta tierra»).

Muchos de estos discursos coexisten en cualquier parte. Empero, se pueden señalar posiciones desde las que es posible debatir la opresión en trabajo social (por ejemplo, la comprensión de la po-breza no como problema individual sino como problema estructural de la sociedad). Para ilustrar estas posibilidades, podemos acudir al ejemplo de Sarvodaya. Esta es una ONG en Sri Lanka que emplea los principios de autosuficiencia y resolución pacífica de conflictos para crear dignidad entre las personas que devengan menos de USD 2 al día. Sarvodaya apunta al fortalecimiento de las capacidades de las personas para encontrar sus propias soluciones a los problemas a través del desarrollo socioeconómico rural. Sin importar divisiones regionales, étnicas o religiosas, trabaja para reemplazar el pesimismo por la esperanza en alrededor de mil villas rurales de Sri Lanka.

Figura 2. La circulación de las narrativas de la inclusión y la exclusión.

Usted no tiene

relación con nosotros.

Compartamos

esta tierra

Esta también es

nuestra tierra

Vuélvase como

nosotros

También somos seres

humanos

Usted no pertenece

aquí

Narrativas

de lugar y espacio

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La práctica antiopresiva en trabajo social

Prácticas opresivas en trabajo social

La opresión institucional y cultural puede inducir a las y los trabajadores sociales a prácticas opresivas, por ejemplo a través del racionamiento de recursos que excluya indirectamente a un grupo particular (como alguna minoría étnica o religiosa). Además, muchas veces emplean conceptos unitarios de identidad que frecuentemente estereotipan a las y los usuarios de los servicios («todos son iguales»). También proveen servicios culturalmente inapropiados («lo mismo para todos»). En ocasiones piensan que lo relacionado con la identidad no les concierne ni individual ni colectivamente más que a sus clientes. Finalmente, el universa-lismo lleva a las y los trabajadores sociales a ignorar la diferencia (por ejemplo, en cuanto a los enfoques indistintos que se usan para «raza» y etnicidad) y temen ser etiquetados de «racistas» si admiten que no saben o no entienden una cultura en particular.

A pesar de lo anterior, considero que sí es posible practicar un trabajo social antiopresivo mediante un apoyo limitado a las iniciativas antiopresivas entre las élites políticas y la gente en ge-neral. Es preciso librar una difícil lucha por la reivindicación de la igualdad de cualquier tipo, por ejemplo de género, de «raza», de clase. Mediante dicha lucha se podría lograr de forma limitada la sensibilización de la mayoría de la gente sobre los problemas. Así sería posible estructurar una legislación para manejar las desigual-dades estructurales.

Las y los trabajadores sociales pueden persuadir a quienes le-gislan (por medio del lobby) de formular leyes que promuevan la equidad y el uso de herramientas legales que respalden las prác-ticas antiopresivas. Ejemplo de ello es la legislación que promueve la equidad en Gran Bretaña expresada en los siguientes actos:

Acto por la Igualdad de Sexos, 1973.Acto por Relaciones entre las Razas, 1965, 1968, 1976.Enmienda al Acto por la Relaciones entre las Razas, 2000. Acto contra la Discriminación de la Incapacidad, 1995, 2006. Acto contra la Discriminación por la Edad, 2006.Acto por la Equidad y los Derechos Humanos, 2007.

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Los derechos humanos como herramienta

en la lucha contra la opresión

Ante el fracaso de la lucha contra el clientelismo, se debe aunar esfuerzos colectivos de reivindicación de la justicia. Se ne-cesita hacer énfasis en la importancia de encontrar unidad dentro de las diversidades. Se requiere transformar la ciudadanía para que incluya la diversidad y reconozca la titularidad individual y co-lectiva de los derechos humanos.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos es re-levante para el bienestar. Los artículos 22 al 27 enuncian los de-rechos económicos, sociales y culturales, incluyendo la seguridad social, un adecuado estándar de vida, salud, educación, salario justo y acceso a la cultura. Las y los trabajadores sociales pueden usar estos artículos con el fin de obtener recursos para las personas con las que trabajan. Además, los derechos humanos están estre-chamente vinculados a la sostenibilidad del ambiente del planeta (tierra, agua, calidad del aire, etc.) (Ungar, 2002).

Por último, las y los trabajadores sociales también pueden hacer uso de la Convención Internacional de los Derechos del Niño para promover el bienestar de las niñas, los niños, las y los jóvenes. Pueden objetar la adopción de las dinámicas de la globalización y su producción de ganadores y perdedores, y a partir de allí incen-tivar en la gente la necesidad de demandar el control de sus vidas. La redefinición de sus situaciones hace parte de este proceso.

Resistencia a la opresión, respuestas

antiopresivas del trabajo social

El trabajo social puede pasar de definir un sistema de valores equitativos a promover discursos que vayan de un «usted no per-tenece a aquí» a un «compartamos esta tierra». Puede también se-ñalar la interdependencia entre todos los residentes de una localidad y el exterior. Debe apoyar a las personas en la valoración de la di-versidad y la construcción de puentes entre las diferencias. Además, puede abogar por cambios estructurales y ayudar a las comunidades a trabajar en conjunto y de forma antiopresiva, trabajar por los de-rechos humanos e intentar posicionar una noción de ciudadanía que

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La práctica antiopresiva en trabajo social

no esté enraizada exclusivamente en el Estado-nación; por ejemplo: ciudadanía global, titularidad de derechos de bienestar y subsidios donde quiera que se esté.

Figura 3. Controlando las relaciones opresivas

¿Qué podemos hacer las y los trabajadores

sociales y comunitarios?

Los trabajadores sociales están en condiciones de analizar el nuevo orden mundial en términos de quiénes se benefician en los ámbitos local (vecinal), nacional e internacional; de trabajar con las comunidades y los políticos locales para implementar estra-tegias de desarrollo de estructuras sociales, económicas y políticas alternativas; así mismo, de aunar esfuerzos individuales para tra-

Agencia

Relaciones de poder

Relaciones sociales

y culturales

Fuerzas políticas y económicas

Ambiente

físico

Espiritualidad, fe, filiación y

valores

Ámbito internacional

Sociedad nacional

Comunidad

Familia

Persona

Recursos

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Lena Dominelli

bajar colectivamente en el aseguramiento de la justicia social, la equidad y el bienestar para todas y todos (enfatizando el vínculo y cuestionando la preocupación del neoliberalismo por el individua-lismo materialista y la indiferencia con las y los demás).

También es posible contribuir a que las comunidades locales logren organizarse y movilizarse para el alcance del bienestar y el cuidado de las personas, del medio ambiente y del planeta; desa-rrollar vínculos y alianzas con personas que tengan perspectivas similares alrededor del mundo (internet puede facilitar esta tarea); apoyar demandas por la responsabilidad corporativa; implementar prácticas holísticas en las que los esfuerzos por el cambio in-cluyan el vínculo entre los atributos personales y las desigualdades estructurales.

Acciones de las y los trabajadores sociales

para promover la equidad

La opresión y la discriminación promueven la injusticia. Para impulsar la justicia social, las y los trabajadores sociales requerirían transformarse en profesionales críticos, reflexivos y autocríticos, comprometidos con el cambio de las relaciones sociales desiguales a relaciones equitativas. Así mismo, es preciso comprender las dinámicas de la opresión, demandarlas y resistirlas; involucrarse activamente en esfuerzos y movilizaciones por la justicia social, buscando alianzas por el cambio entre quienes legislan, las y los profesionales, las y los usuarios y proveedores de servicios y la so-ciedad en general.

Para el desarrollo de nuevos modelos de práctica que pro-muevan la justicia social, las y los docentes supervisores del trabajo de campo desempeñan un papel importante en la formación de sus estudiantes para estas tareas. La justicia social no se puede dar por hecha, se necesita trabajar para conseguirla.

Conclusiones

Las y los trabajadores sociales tienen que escoger entre con-tinuar con prácticas opresivas o erradicarlas. Si eligen la última opción, deberían:

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La práctica antiopresiva en trabajo social

Reflexionar sobre las desigualdades sociales y emprender ac-ciones para erradicarlas. Prepararse para enfrentar situaciones que perjudiquen sus formas de vida. Participar activamente en la finalización de las desigualdades. Emprender investigaciones que expongan las desigualdades como construcciones sociales. Motivar en las comunidades el cuestionamiento de la creencia popular que sostiene que la opresión es una parte inevitable de la vida. Trabajar en torno a la articulación de alternativas inspiradas en la equidad en las relaciones sociales.Conformar alianzas con otros y otras para eliminar las des-igualdades sistémicas presentes en todo el orden social.

La práctica profesional del trabajo

social en contextos locales con mujeres,

niños y niñas y personas mayores

Estudio de caso y taller

Gerardo es un hombre de 25 años de ascendencia colombo-bri-tánica, quien con frecuencia está implicado en riñas con otros hombres y suele mantener problemas con la ley desde su adolescencia. Después de cumplir dos años de sentencia en la cárcel, conoció a Donna, dos años más joven que él. Ella influyó tanto en Gerardo, que él pensó que había cambiado para siempre. No se volvió a involucrar en ningún al-tercado con nadie por algún tiempo, aunque continuó bebiendo con frecuencia y en exceso. Donna y Gerardo estuvieron casados y pa-recían felices durante sus dos primeros años juntos. Un año después del matrimonio nació su hijo, al que llamaron Lorenzo —el nombre de su abuelo paterno—. Poco tiempo después de su segundo aniver-sario, Gerardo perdió su empleo como conductor y empezó a golpear a Donna. Aunque prometió cambiar su comportamiento, continuó abusando físicamente de ella. Donna pensaba en la manera de manejar la situación, pero como él se disculpaba y lloraba después de cada episodio, volvía a darle una oportunidad más. Ella también guardó

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Lena Dominelli

silencio sobre esta situación para no avergonzarse ni avergonzar a su esposo frente a sus padres o frente a sus suegros. Ella no quería ad-mitir que su madre había acertado al aconsejarle que no se casara con Gerardo. Una noche Gerardo golpeó tan fuerte a Donna que ella requirió atención médica. Los agentes de policía, quienes acudieron luego de una llamada de los vecinos que habían estado escuchando los gritos, convencieron a Donna para que entablara una demanda por asalto físico.

Gerardo fue sentenciado a doce meses de prisión por asalto físico con daños corporales de gravedad. Mientras Gerardo estuvo en la prisión, su oficial de libertad condicional le sugirió que tomara clases para el manejo de la agresividad y que se vinculara a un grupo de apoyo para hombres agresivos. Él sintió que el trabajo que había hecho en tales espacios le había ayudado a comprender su comportamiento y a controlar mejor sus impulsos.

Donna no visitó a Gerardo en la prisión y tenía emociones en-contradas; no sabía si dejarlo volver a casa o pedirle el divorcio. Ella había mantenido contacto con los padres de Gerardo mientras él estaba en la cárcel, para que pudieran desarrollar una buena relación con Lorenzo, pero le preocupaba que, como practicantes del cato-licismo, les disgustara la idea de un divorcio en la familia. Al final, Donna acordó con Gerardo que podía regresar a la casa por un pe-riodo de prueba. Una noche ella estaba preparando la cena cuando de repente se le cayó al suelo la cacerola con el bistec. Gerardo, quien llegó apresuradamente a la cocina cuando escuchó los ruidos del accidente, comenzó a insultarla diciéndole que era una mujer pe-rezosa y descuidada, y sintió que se estaba airando. Súbitamente gritó «¡Tiempo fuera!» y corrió fuera de la casa antes de que Donna pudiera decir algo o de que ocurriera algo desafortunado. Gerardo volvió dos horas después, luego de haber cenado en un restaurante-bar sin haber telefoneado a Donna para contarle.

Donna se sentía muy frustrada con la actitud de Gerardo. Cuando ella empezó a explicar las razones por las que se sentía así, Gerardo la calló, la insultó de nuevo y le dijo: «Tenía que irme o

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La práctica antiopresiva en trabajo social

de lo contrario te hubiera abofeteado por desperdiciar mi comida. ¡Mira cuánto he cambiado!» Donna entonces entendió que Ge-rardo nunca asumiría realmente una actitud de respeto hacia ella y que él no compartiría las labores de mantenimiento del hogar o de la crianza y el cuidado de Lorenzo. Decidió entonces que no podía continuar con Gerardo y resolvió separarse de él. A ella le preocupaba educar sola a Lorenzo y prevenir que su hijo se con-virtiera en un hombre violento como su padre. También pensó en suspender las visitas de los abuelos paternos a Lorenzo y así hacer la vida más fácil para todos.

Preguntas

Trabaje con la persona de su izquierda (o en grupos) y responda las siguientes preguntas. Tome apuntes de sus discusiones y sus re-puestas para luego ponerlas en común con todo el grupo.

1. ¿Cuáles cree que eran las nociones de masculinidad que in-fluenciaron la actitud de Gerardo?

2. ¿Por qué piensa que Donna no pudo prevenir los maltratos de Gerardo sobre ella?

3. ¿Qué estrategias le sugeriría a Donna para empoderarla y fortalecerla?

4. ¿Cuáles son los recursos disponibles para ayudarles a Donna y a su hijo a vivir separados de Gerardo?

5. ¿Usted qué haría para cambiar la actitud de Gerardo y asegu-rarse de que él no vuelva a maltratar física, verbal y/o emocio-nalmente a Donna?

6. ¿Qué piensa sobre el impacto que habría sobre Lorenzo como víctima de violencia intrafamiliar?

7. ¿Qué derechos tenían los abuelos paternos por el lado de la familia de Gerardo respecto a Lorenzo?

8. ¿Qué derechos tenían los abuelos maternos por el lado de la familia de Donna respecto a Lorenzo?

9. Si usted fuera un trabajador social o un oficial de libertad condicional que buscara ayuda para esta familia, ¿qué haría?

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Lena Dominelli

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SEGUNDA PARTE

Los retos de la investigación en trabajo social en escenarios de violencia,

justicia y reparación

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Pluralismos epistemológicos: hacia la valorización teórica de los saberes de

acción. Una reflexión desde la intervención social a la población afrocolombiana

desplazada1

*

Claudia Mosquera Rosero Labbé

Universidad Nacional de Colombia

Quienes han practicado las ciencias han sido empiristas o dogmáticos. Los empiristas, como las hormigas,

meramente recolectan y usan; los racionalistas, como las arañas, tejen redes desde ellos mismos. Pero el método

de las abejas está entre los dos: recogen materiales del jardín y del campo y después los transforman y digieren por sus

propias capacidades. El trabajo real (de la ciencia) es similar. Bacon, Novum organum

A Michel Maurice Gabriel Labbé

Otra dicotomía a reconstruir

En Colombia, en los últimos años, la investigación social y humana ha intentado sobrepasar una serie de dicotomías utilizadas de manera recurrente para entender la dinámica social, entre ellas, la dicotomía entre naturaleza y cultura (Arango, Viveros & León, 1995); entre lo público y lo privado (Arango, Viveros & Bernal, 1995); y entre razón y emoción (Jimeno, 2004). No obstante, muy a pesar de que en la comunidad académica internacional se registra un movimiento que ha puesto la dicotomía entre conocimiento científico e intervención social (Racine, 2000) —o su equivalente

* Este artículo fue publicado originalmente en la revista Palimpsestvs 5 (2005), de la Facultad de Ciencias Humanas, de la Universidad Nacional de Colombia (Sede Bogotá). Se publica en este libro con autorización del director y del comité editorial de la revista.

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Claudia Mosquera Rosero Labbé

epistemológico, conocimiento científico y saber local (Obregón, 2000)— en el eje de una reflexión de punta, en nuestro país este movimiento ha tenido un tímido impacto.

Tampoco las discusiones sobre conocimiento «natural» y co-nocimiento social, o sobre experticia y conocimiento lego (Wynne, 2004, p. 109), aparecen en la agenda de nuestra comunidad cien-tífica en el plano investigativo, pese a su extrema importancia en la teoría social contemporánea. Es más, aún se sigue insistiendo en que el conocimiento científico y la intervención social son espacios separados, jerarquizados, irreconciliables; que la producción de conocimiento les corresponde a los investigadores investidos de prestigio y legitimidad institucional; que, además, esta se realiza de manera exclusiva en los centros de investigación reconocidos por la comunidad académica nacional e internacional.

Para contextualizar la afirmación anterior, cabe señalar que en las relaciones de poder, existentes también en el campo académico, se impuso de manera histórica un límite a las profesiones relacio-nales (Demailly, 1998), como el trabajo social o la psicología, otor-gándoles plena legitimidad sobre los procesos de intervención que involucran la relación de ayuda. Esta frontera las relegó al rango de simples ejecutoras sin la posibilidad real ni simbólica de ser prota-gonistas de «la democratización, legitimación y pluralización epis-témica de la ciencia» (Wynne, 2004, p. 142).

Sin embargo, en la actualidad, un significativo número de per-sonas de otras áreas del conocimiento científico, antropólogos y so-ciólogos principalmente, han incursionado en el espacio de la acción social, y problematizan no solo la hegemonía que tenían las profe-siones relacionales anteriormente mencionadas sobre los escenarios de intervención, sino que desdibujan de paso las fronteras entre científicos y ejecutantes. Así mismo plantean la pregunta de qué hacen o qué harán en este espacio los que otrora eran vistos como los científicos o expertos (Giddens, 1994), llamados a pensar y a crear el conocimiento científico, para que las ciencias sociales aplicadas o las profesiones relacionales se encargaran de la utilidad del mismo.

A las profesiones relacionales, entre ellas el trabajo social, les interesa contribuir a la discusión sobre lo inadecuado del manteni-

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Pluralismos epistemológicos: hacia la valorización teórica de los saberes de acción...

miento de la dicotomía entre conocimiento científico y saber local, en un momento en el cual uno de los paradigmas de la moder-nidad, el referido al plano epistemológico, se está resquebrajando. Esto ha traído como consecuencia un cuestionamiento del dominio monolítico de producción de conocimiento de la ciencia moderna, hacia una revaloración plural de formas de conocer en donde se incluyen los saberes y a los sujetos o sujetas situados. Todas las profesiones relacionales pueden demostrar que existen formas de conocimiento local y de aprehensión de las realidades sociales, y que la intervención es un espacio relacional pero también racional.

Pensamos también, como Wynne, que entre ambas formas epistemológicas (conocimiento científico y saber) podría existir una mayor fluidez, porosidad y capacidad de ir más allá de la anti-nomia que se ha establecido entre ambas. Si no se deconstruyen de manera rigurosa los supuestos conflictos de intereses vigentes, no se «reconocerá ninguna de las formas constructivas de interacción ni la inspiración y dependencia mutua que puede existir entre ellos» (Wynne, 2004, p. 131).

Las preguntas sobre qué estatus otorgarles a la praxis, a la intervención social y al conocimiento científico han dado lugar a una vieja discusión, no solo dentro de las disciplinas del core knowledge, fundamental también dentro de las ciencias sociales y humanas, sino además en las que han estado en el margen, las representantes de los llamados saberes fronterizos. Es así como, desde hace mucho tiempo, la comunidad científica internacional en trabajo social se viene preguntando si la intervención social es el espacio en donde se debería realizar la evidencia empírica de la teoría científica social (Zúñiga, 1993). Igualmente se ha interrogado de manera recurrente de dónde debería provenir el conocimiento que necesita la práctica profesional que —para nadie es un se-creto—cada día es más exigente y compleja (O’Neill, 1999). No obs-tante, existe una clara bipolarización en esta discusión: en uno de los polos se encuentran los trabajadores sociales que piensan que la profesión debería apropiarse de manera irrestricta del discurso científico existente y aplicarlo en las prácticas profesionales, con el fin de realizar la verificación empírica de las grandes teorías

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Claudia Mosquera Rosero Labbé

científicas (De Robertis, 1981; Gendron, 2000). Desde este punto de vista, no se entiende el trabajo social como productor de conoci-miento sino más bien como consumidor de conocimiento; además, legitima que «la ignorancia de los sistemas de conocimiento local o de los saberes, de sus dinámicas y de sus alcances sea una pre-condición para la difusión del sistema de conocimiento científico» (Wynne, 2004, p. 144).

En el otro polo encontramos a las y los trabajadores sociales que afirman que, como el trabajo social es un arte, su quehacer va emergiendo de la propia relación de ayuda sin mediación teórica mayor. Las investigaciones del autor inglés Malcolm Payne (1991; 1995, p. 66) validan las concepciones prevalecientes en este en-foque, ya que sus resultados investigativos confirman que los y las intervinientes, sobre todo las personas que desarrollan su trabajo en programas de organismos estatales, tienen una postura prag-mática frente a la teoría social. Dichos intervinientes opinan que las teorías se prestan para confundir el campo de la intervención, puesto que han sido realizadas por personas que producen explica-ciones de carácter académico y por ello tienen poca o nula utilidad práctica. Para estos y estas intervinientes todo se juega en la ca-lidad de la relación que se tenga con los usuarios y usuarias, ya que la teoría, al tener un grado de generalidad abstracta, no responde a la práctica profesional por acciones o poblaciones específicas ni por contextos o problemas particulares.

Sin embargo, desde los años ochenta han aparecido posturas intermedias que abogan porque se reconcilien estos dos polos (Carew, 1979; Racine & Legault, 2001; Zúñiga, 1993). Nosotros nos inscribimos en el campo de la búsqueda de posturas intermedias. Desde aquí afirmamos que en la intervención profesional se crean saberes; que dichos saberes poseen una naturaleza local y contex-tualizada; y que estos están conformados tanto por conocimiento científico como por saberes tácitos, de la autoridad de la experiencia, de emociones, de apuestas éticas y políticas, entre otras. Pensamos con Mucchielli (2004, p. 15) que los saberes son construidos, inaca-bados, plausibles, convenientes y contingentes; orientados por fina-lidades, dependientes de las acciones y de la experiencia del sujeto

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que conoce; estructurados por los procesos de conocimiento, al mismo tiempo que este también estructura estos procesos; forjados a través de la interacción del sujeto con el mundo.

Pero estos saberes tácitos no son una simple amalgama o un collage de conocimiento científico, puesto que tienen una manera de ver el conocimiento, las instituciones, el cambio social y cul-tural, el rol profesional en los equipos de trabajo y el impacto de la acción profesional en los usuarios y usuarias de servicios sociales (Racine, 1997). Parafraseando a Wynne, afirmamos que los saberes de acción son «complejos, reflexivos, dinámicos, innovadores, em-píricos pero también teóricos. Experimentales y flexibles, ni dog-máticos ni cerrados. Epistemológicamente vivos y sustantivos» (Wynne, 2004, p. 144).

Dichos saberes habían sido desvalorizados también por la co-rriente cientificista del trabajo social, sobre todo por la primacía del paradigma positivista, desde el cual era imposible pensar la intervención social como un lugar en donde se producen y trans-miten saberes y conocimientos. A partir de este paradigma se sos-tenía que «la ciencia produce conocimiento y la práctica aplica este conocimiento» (Sheppard, 1998, p. 764).

Este positivismo lógico ha sido una de las razones que enmarcó durante mucho tiempo la ignorancia y desprecio hacia las y los in-tervinientes como agentes capaces de construir saberes. Sin em-bargo, otros autores del trabajo social resaltaron durante muchos años, y sin mayor eco, el rol fundador de la práctica como lugar de aprendizaje, de validación, de selección y creación de nuevos cono-cimientos (Boucher, 1993; Breton, 1999; Racine, 1991).

En el caso colombiano, siendo la intervención algo que con-forma parte de la identidad profesional del trabajo social, se espe-raría que existiera una producción importante sobre aquello que confiere una diferenciación frente al resto de disciplinas y profe-siones de las ciencias sociales y humanas. Sin embargo, un atento examen de lo producido científicamente sobre intervención social permite distinguir tres tendencias. La primera de ellas ve la in-tervención profesional como algo susceptible de mejorar en pro de la prestación de servicios sociales de calidad. Por esta razón,

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se realizan investigaciones evaluativas que dan cuenta de los pro-cesos en la calidad de la atención y del impacto que tienen sobre las usuarias y los usuarios. La segunda ve la intervención como un espacio de validación de conocimiento científico proveniente de las disciplinas del core knowledge. La tercera tendencia se ca-racteriza por la ausencia de preguntas acerca de qué pasa al nivel de la producción de conocimiento y de saberes en ese espacio tan importante, cuál es la naturaleza de estos saberes y conocimientos, qué procesos de reflexividad ocurren en los profesionales allí in-volucrados, qué saberes de acción o experienciales han construido a lo largo de la interacción y el diálogo constantes, tanto con las diversas poblaciones vulnerables que se intervienen como con sus equipos de trabajo.

La intervención social y sus

posibilidades epistemológicas

Como en el país no se ha conformado aún una corriente de académicos y académicas interesados en la investigación empírica sobre la intervención, en la acción social o en las prácticas profe-sionales, como tampoco en los saberes de acción o experienciales, este aparte lo desarrollaremos a partir de la literatura interna-cional disponible en trabajo social. En dicha literatura aparecen dos grandes temas que concentran el análisis de la intervención social: los saberes de acción y la reflexividad.

Antes de proseguir, queremos aclarar qué entendemos por in-tervención o acción social y cómo comprendemos la diferencia que existe entre conocimiento científico y saber, pues en esta discusión se asienta la posibilidad epistemológica del saber de acción.

Compartimos el punto de vista de los autores que afirman que «el concepto de intervención no se refiere a una práctica específica, ni a una profesión particular, tampoco a un sector de actividad bien circunscrito» (Nélisse & Zuñiga, 1997, p. 5). El concepto remite sin lugar a dudas a la idea de autoridad, ligada a la existencia de un «deber ser» social, que cuando no se presenta hay que interponerlo para influir en el curso de dinámicas sociales indeseables tanto para el individuo como para la sociedad. Para ello se inviste a un

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agente o interviniente de un estatus profesional, de la legitimidad del ejercicio de una competencia, desde una posición de poder que se le da al manejo de técnicas eficaces. De estas se espera que tengan efectos concretos y medibles en la vida de las personas o colectivos intervenidos (Dubost, 1987, p. 151). La acción social está marcada por una forma cultural aceptada de injerencia, «que incorpora modelos normativos particulares sobre la naturaleza humana, sus propósitos y sus relaciones» (Wynne, 2004, p. 138). En suma, la intervención implica, a través de las prácticas profesionales, una relación contex-tualizada como también una relación de ordenamiento y de exte-rioridad estructurada por el conocimiento científico, el saber o el estatus profesional. Ella concierne a dos órdenes de realidad dis-tintos, la persona usuaria de servicios sociales y el profesional; el segundo actúa de manera puntual sobre la primera en la búsqueda de cambios socialmente legítimos. Se trata entonces de la capacidad de un agente de modificar el comportamiento o la actitud de otro u otra en el marco de una relación asimétrica, delegada, consciente, voluntaria, con objetivos precisos y que se descompone en actos o pasos (Cohen-Émerique, 1984; Couturier, 2000).

Sin embargo, aunque todo esto está presente en la inter-vención, debemos reconocer que es un espacio en donde se cons-truyen saberes y conocimientos a partir de diversas prácticas, muy a menudo rutinarias y en ocasiones banalizadas; es lo que Giddens llama la conciencia práctica (Campbell & Ungar, 2003).

Hasta hace poco, el concepto de intervención era el antónimo de reflexión y análisis. Aunque esta visión aún prevalece, también se ha desarrollado con una fuerza inusitada un movimiento que mira la intervención profesional o acción social como fuente de cono-cimientos y saberes. De allí el interés creciente en traducir ciertos tipos de saberes experienciales de los intervinientes para volverlos inteligibles o accesibles, tanto para sí mismos como para los otros (Barbier, 1996; Daley, 2001; Fook, 2000). Es tal el interés por las po-sibilidades de democratización epistemológica de la intervención social que, parafraseando a Bourdieu (1994), la intervención aparece hoy como una categoría en vía de realización. Esto indicaría no so-lamente la transformación y el quiebre de las fronteras en el terreno

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Claudia Mosquera Rosero Labbé

tanto de las profesiones relacionales como de otras profesiones y disciplinas del core knowledge, sino también una reducción pro-gresiva de la distancia entre conocimiento científico y saber.

El interés en la intervención social sería una constatación de la nueva relación entre conocimientos comunes y conocimientos expertos en la modernidad avanzada (Giddens, 1994), donde la reflexividad caracterizaría a la acción (Giddens, 1987). Según este autor, aquí estaría una de las razones del cambio en la relación entre oferentes y beneficiarios o beneficiarias de servicios públicos sociales; estos últimos en ocasiones interpelan a las y los inter-vinientes para que incorporen a su trabajo sus reflexiones y per-cepciones de los servicios que reciben. Desde allí se transforma también el estatus social de las profesiones y las prácticas aso-ciadas. En este contexto, la reflexividad entra en juego como una vía prometedora para visibilizar los acumulados conceptuales que trae consigo la experiencia.

La segunda aclaración tiene que ver con la discusión entre co-nocimiento científico y saber; nos ubicamos en la reflexión sobre el saber porque allí se sustenta la valoración de la intervención social como lugar de producción de este tipo de conocimiento. Pero esto no quiere decir que busquemos invertir jerarquía alguna, o exaltar los saberes en detrimento del mal llamado conocimiento científico. Esta actitud no solamente sería naif, sino también poco productiva científicamente, aunque sostenemos que los saberes pueden llegar a convertirse en un conocimiento «universal» después de pasar por todos los procesos establecidos de validación.

Para nosotros, conocimiento científico es aquel que posee una legitimidad incuestionable porque hace parte de «las geopolíticas del conocimiento, la cual es una estrategia medular del proyecto de la modernidad; la postulación del conocimiento científico como única forma válida de producir verdades sobre la vida humana y la naturaleza; como conocimiento que se cree ‘universal’, oculta, invisibiliza y silencia los sujetos que producen ese ‘Otro’ conoci-miento» (Walsh, 2005, p. 17). Ese Otro conocimiento, en el caso de Colombia, lo han producido grupos subalternizados como in-

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dígenas, afrocolombianas, o mujeres pertenecientes a profesiones feminizadas, como es el caso del trabajo social (Lorente, 2002).

Este conocimiento científico emana de los debates acumu-lados, ligados a viejas tradiciones de pensamiento ubicadas casi siempre en los países del norte, en corrientes intelectuales de punta, en escuelas reconocidas. Es producido por personalidades de renombre con equipos de investigación de gran envergadura, con fuentes públicas importantes de financiación o subvencio-nados por fundaciones privadas. Sus resultados son transmitidos o impuestos a una comunidad científica más amplia que lo acoge, pues, para ser considerada como parte de dicha comunidad, deberá adoptarlos y aplicarlos de manera deductiva en su trabajo cien-tífico. Este conocimiento es construido con una amplia capacidad de abstracción, lo cual permite una gran generalización que busca ser clave explicativa de la dinámica y de relaciones sociales más amplias o «universales».

En cambio, los saberes son otra expresión de conocimientos locales, los cuales «[…] desde un punto de vista epistemológico de la ciencia moderna son conocimientos altamente variables y no universales, entretejidos con prácticas, dinámicos, e involucran una negociación o conversación continua con una situación que se desea modificar» (Wynne, 2004, p. 139). Poseen una connotación local, son limitados en espacio y tiempo, tienen en cuenta el con-texto, en oposición al conocimiento científico que tiene vocación de generalización explicativa. Los saberes están al servicio de las particularidades y confieren a sus productores una fuente de iden-tidad social. Los actores que los producen cuentan con el compo-nente de la identidad profesional, por ello los saberes de acción se sostienen en una serie de valores éticos y culturales importantes, lo que es claro en una profesión-disciplina como el trabajo social.

Desde otra orilla, la discusión que planteamos en este ar-tículo le aportaría al movimiento de revalorización espistémico que abanderan personajes como Aníbal Quijano, Edgardo Lander, Javier Sanjinés o Zulma Palermo, entre otros, al que se ha con-venido en llamar la colonialidad del saber, «entendida como la represión de otras formas del conocimiento que no sean blancas,

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europeas, científicas [añado, y masculinas] elevando a una pers-pectiva eurocéntrica [añado, androcéntrica] la producción del conocimiento» (Walsh, 2005, p. 19). Aunque la colonialidad del saber busca la visibilización del legado intelectual de los pueblos indígenas y afrodiaspóricos en América Latina y el Caribe, cuyos conocimientos han sido subalternizados y destruidos, es posible extender estos mismos postulados a otros campos de producción del conocimiento, por ejemplo el que han producido las mujeres pertenecientes a profesiones no hegemónicas como el trabajo social. Vale decir que el trabajo social viene produciendo a través de su historia saberes subalternizados (Lorente, 2002, p. 46).

Saberes de acción y reflexividad

En un artículo de gran impacto en Estados Unidos y Canadá, Guylaine Racine y Barbara Legault (2001) realizan un balance de la producción académica reciente sobre los saberes de acción y cons-tatan que, tanto en América del Norte como en el Reino Unido, desde la década de los ochenta se evidencia la emergencia de impor-tantes trabajos de investigación, como también de discusiones lle-vadas a cabo en coloquios internacionales que tratan de posicionar la intervención social como un lugar de creación de saberes. Los trabajos que hoy se conocen muestran cómo las y los intervinientes no se conforman con adaptar los conocimientos aprendidos en las universidades a las dificultades que encuentran en la práctica pro-fesional, sino que producen conocimientos en el curso y sobre la acción profesional (Schön, 1983, 1994; 1996; St-Arnaud, 1992).

Para otros autores, los saberes de acción son declarativos y de procedimiento, puestos al servicio de una lógica de acción, entendida como la orientación que da un actor a su quehacer en función de uno o dos criterios a racionalizar. Una acción compleja es, a menudo, optimizada en función de varios saberes (Gather Thurler, 1998, p. 115). Para Pineau, el saber de acción o experiencial contiene la idea de un conocimiento íntimo, personal, resultante de una acción di-recta y reflexiva de un sujeto consigo mismo, con otro sujeto y con el medio ambiente en el cual se encuentra inmerso (Pineau, 1989). Por su parte, Mvilongo afirma que el saber de acción no excluye la

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abstracción y es el resultado de lo que se ha aprendido por la expe-riencia. Sin embargo, para no quedarse limitado, este necesita ser teorizado, formalizado y confrontado con el conocimiento científico. Para otros autores, los saberes de acción se constituyen a partir del quehacer, es decir, del conjunto de prácticas que permiten resolver problemas, de procesos de reflexividad y del conjunto de actitudes y comportamientos a los cuales se refieren los valores de la profesión relacional en cuestión (Argyis & Schön, 1974; Mvilongo, 2001).

En otros estudios se sostiene que, aunque los saberes de acción emergen de la experiencia y son validados por ella, están consti-tuidos por diversos tipos de saberes y conocimientos científicos (Racine & Legault 2001, p. 294). Ellos tienen su propia dinámica y no pueden ser vistos como una simple amalgama de conocimientos adquiridos en la formación universitaria. Estos saberes están llenos de habilidades tácticas, de quehaceres relacionales e institucio-nales; contienen una manera de ver el conocimiento, las institu-ciones sociales, el cambio social y cultural, la empatía, el trabajo interdisciplinario o multidisciplinario, la intervención social y los objetivos pretendidos por esta. Por ello sería necesario investigar los tipos de conocimiento con los cuales se construyen los saberes de acción y cómo estos se insertan en la dinámica social que los origina (Racine & Legault, 2001).

Sobre el segundo tema, la reflexividad, hay que anotar que el estudio de los procesos de reflexividad, así como también el de-sarrollo de la misma, se han considerado prioritarios en varios ámbitos del conocimiento: los negocios y la administración de em-presas (Argyis & Schön, 1974; Le Botterf, 1997; Minet, 1995); la psi-cología (Lescarbeau, Payette & St-Arnaud, 1996; St-Arnaud, 1992); el trabajo social (Nélisse & Zuñiga, 1997; Racine, 1997); la enfer-mería y las ciencias de la salud (Rolfe, 1996); y la educación (Altet, 1994; Barbier, 1996).

En la literatura del trabajo social aparecen tres concepciones dominantes acerca de la reflexividad (Lecomte, 2000; Payne, 1991; Racine, 1994; Roy, 1993). En la primera, la reflexividad es un hecho instrumental pues, como proceso, es utilizada para permitir a un interviniente reproducir su práctica profesional al compararla cada

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vez con lo que las investigaciones empíricas juzgan como eficaz. En la segunda concepción, se le da un lugar central al contexto de la intervención analizada. Para los pensadores de esta versión, los co-nocimientos teóricos que produce la investigación no son utilizados para dirigir la intervención sino para informarla y permitir que los profesionales hagan escogencias conscientes y reflexionadas en el curso de su trabajo. La tercera ve la reflexividad como una expe-riencia de reconstrucción de la acción, de la identidad profesional y de las dimensiones implícitas de la intervención. Esta visión de la reflexividad se caracteriza por la voluntad de comprender y de transformar, a partir de elementos que emergen de una experiencia de mediación consigo mismo y con los colegas de los equipos multi o interdisciplinarios.

Saberes de acción con personas

afrocolombianas desplazadas:

una mirada intercultural

Un análisis de la literatura sobre la intervención social como acto reflexivo indica que esta puede asentarse en cuatro vías, todas ellas complejas, las cuales pueden verse por separado con fines heu-rísticos, aunque en realidad siempre deben analizarse de manera simultánea: la intervención como una conversación con situa-ciones indignas o indeseables, la intervención como una conver-sación con voces polifónicas, la intervención como conversación con un contexto a modificar y la intervención como conversación con la cultura. En este artículo incursionaremos en esta última vía.

Insertarnos en el terreno de la dimensión cultural implica que la intervención social asuma que la preocupación por la cultura está presente en el trabajo social. De lo contrario, ante cualquier dificultad que se encuentre con alguna población reticente a cual-quier tipo de intervención social, el diagnóstico profesional será el consabido: «Nada se puede hacer, allí hay un problema cultural». Esta apelación continua a la cultura nos invita, desde una prag-mática cultural y desde una perspectiva inductiva, a «incidir en su capacidad explicativa como herramienta conceptual y no ya como cajón de sastre» (Ruiz, 2004, p. 115). Citamos en extenso a Ruiz

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por la claridad con la que aborda la relación entre cultura e inter-vención social:

[…] la cultura es una dimensión innegable de la intervención social en tres niveles: en el primero es bueno recordar que la inter-vención se produce dentro y sobre la cultura en tanto que capacidad humana para ordenar el contexto en el que se vive. Sin la dimensión cultural en su sentido más amplio no se puede comprender la in-tervención social. En segundo término la intervención supone una forma de encuentro asimétrico entre diferentes culturas, en estos casos la dimensión cultural adquiere una especial relevancia ana-lítica para comprender la forma, cauces y avatares de la acción social y también para entender las incomprensiones, incomunica-ciones y desencuentros entre interventores e intervenidos de dis-tintas culturas. Por último, en tanto que las intervenciones suponen una forma de relación social, reúnen a individuos, instituciones y organizaciones. Estas últimas expresan de alguna forma un sentido cultural en cuanto suponen contextos reglados, con formas parti-culares de relación y conocimiento social. Por lo tanto la cultura or-ganizacional que desarrollan es un elemento clave a tener en cuenta para comprender la intervención social de la que forman parte pro-tagonista. (2004, p. 115)

Tener en cuenta la cultura o las culturas de una interviniente, de las y los usuarios de servicios sociales y de los equipos de trabajo es un ejercicio prometedor en la comprensión de los procesos de interculturalidad que se desarrollan en el nivel organizacional o institucional, aprehensibles desde los programas de atención psi-cosocial a la población afrocolombiana desplazada por el conflicto armado interno.

Por otra parte, es sabido que: […] los actores humanos están siempre en posición de uso

de las herramientas culturales, las cuales han sido producidas por un particular conjunto de fuerzas históricas, institucionales y cul-turales, por esta razón sus acciones son siempre culturalmente situadas. De la misma manera que no hay forma de hablar sin em-plear algún lenguaje, no hay forma de acción sin el consumo de

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medios mediacionales o herramientas culturales proveídas por un escenario sociocultural específico. (Sánchez, 2005, p. 160)

No es un secreto para nadie que la intervención social está marcada por una forma aceptada de injerencia cultural, «que transmite modelos normativos particulares sobre la naturaleza humana, de sus propósitos y de sus relaciones» (Wynne, 2004, p. 138). Esta forma cultural aceptada de intromisión se opera de manera «natural» en los casos de personas o de grupos que per-tenecen a la sociedad mayor, aunque sean considerados «vul-nerables» o «en riesgo». Pero ¿qué pasa cuando las personas que acuden a los servicios sociales pertenecen a grupos étnico-racia-lizados?, ¿impone la intervención visiones de mundo, «modelos» de comportamiento a estos grupos o personas?, ¿dialoga la inter-vención con la diferencia cultural?, ¿de qué forma? Como es sabido, el conflicto armado interno ha tenido repercusiones dañinas en los territorios de los grupos étnico-racializados del país, ya sean indígenas o afrocolombianos (Escobar, 2003). La llegada de un número importante de sujetos portadores de diferencias étnico-raciales a las grandes y medianas ciudades colombianas, en calidad de personas en situación de desplazamiento, tomó por sorpresa a las instituciones encargadas por la Ley 387 de 1997 de su atención y a muchos de los programas de intervención psicosocial dise-ñados para usuarios y usuarias «normales». También asaltó a los y las profesionales que allí laboran suscitando preguntas, dudas, incertidumbres sobre qué hacer con ellos o cómo intervenirlos de la mejor manera sin violentar su cultura o sus diferencias.

Llamaremos de manera provisional relación intercultural a la relación intersubjetiva que se da en el encuentro mediante el diálogo, la confrontación o la imposición entre dos personas que representan algún tipo de cultura. Cabe precisar que nos interesa la cultura vista desde lo étnico-racial, en la que uno o ambos por-tadores de dicha diferencia se autodefinen como sujetos étnico-ra-ciales; y en donde los vínculos estén inmersos en una red compleja y sutil de relaciones de poder asimétricas históricamente dadas.

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Lo intercultural es una forma de ver cómo se denotan «prácticas y relaciones sociales en las que se ha establecido el silenciamiento, la ocultación y la negación de la alteridad, produciendo una topo-grafía social compleja y abigarrada. Interculturalidad, en nuestros contextos latinoamericanos, es el complejo histórico de relaciones asimétricas entre actores culturales diferentes» (Grosso, 2005, p. 12).

A partir de la llamada colonialidad del poder, la cual no es otra cosa que «el uso de la categoría raza como criterio funda-mental para la distribución de la población en rangos, lugares y roles sociales, con una ligazón estructural a la división del trabajo» (Walsh, 2005, p. 19), se propone indagar si lo que ocurre en la inter-vención intercultural con la población afrocolombiana desplazada en ciudades pudiera ser aceptada como «otra» manera de captar cómo funciona la colonialidad del poder. Esta vez el estudio no se haría desde la globalización o desde la división internacional del trabajo, espacios de análisis que ya tienen suficientes desarrollos, sino desde las instituciones que representan al Estado-nación, desde la subjetividad de quienes han interiorizado la colonialidad del poder y desde las interacciones intersubjetivas. Dejamos abierta esta pregunta.

En el país, a los y las intervinientes que hacen parte de las pro-fesiones relacionales no se los forma en intervención intercultural, método de trabajo profesional para el tratamiento de todas las dife-rencias que puede presentar un usuario, usuaria o grupo social a in-tervenir (Legault, 2000); tampoco, en lo que se ha llamado atención diferencial (Meertens, 2002). No obstante, las y los intervinientes que se han visto confrontados con la atención a población afroco-lombiana desplazada han acumulado saberes a partir de la expe-riencia en los variados y creativos procesos de intervención que se llevan a cabo. Las y los profesionales, en contacto directo con po-blación afrocolombiana desplazada, han hecho uso de procesos de reflexividad para entenderla como cultura diferenciada. Por ello, es necesario mirar en detalle el rol que cumplen la subjetividad del in-terviniente, la institución, los equipos inter o multidisciplinarios de estos y estas intervinientes, y los y las desplazadas con su cultura

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diferenciada que han interpelado la intervención. Los avances que encontrarán a continuación son resultados parciales de un trabajo de campo orientado a adquirir el título doctoral, realizado en las ciudades de Bogotá, Medellín y Cartagena, entre septiembre de 2004 y junio de 2005, con trabajadoras sociales que laboran en distintos programas de atención psicosocial. La información fue procesada con el programa informático N Vivo, versión 7.0.

Poner a las intervinientes como actrices reflexivas de la inter-vención social que realizan nos ha permitido no solamente dimen-sionar la capacidad que tienen para construir conceptos anclados en la experiencia de su trabajo cotidiano, como lo veremos más adelante, sino desentrañar qué es lo que posibilita que se cons-truyan saberes interculturales simétricos con esta población. Al mismo tiempo, pudimos analizar qué impide esta construcción. Estos dos aspectos serán el objeto de análisis de aquí en adelante.

Los obstáculos para la construcción

de saberes de acción intercultural

Uno de los mayores obstáculos para la construcción de saberes interculturales lo constituye la falta casi total de conocimiento por parte de los intervinientes sobre la cultura afrocolombiana. En este sentido, validan lo que plantea Grosso cuando dice que vivimos en

[…] la sociedad del des-conocimiento que somos, que no debe confundirse con índices de escolaridad o de analfabetismo; antes bien, se trata de un fenómeno más generalizado: desconocimiento de la diversidad cultural y de la compleja trama de relaciones inter-culturales que nos constituyen, desconocimiento de cuánto pesan sobre nuestras diferencias las desigualdades. (2005, p. 7)

Este des-conocimiento es notorio en el sentimiento de extra-ñamiento cultural que narran las intervinientes en su contacto con los y las afrocolombianas. El des-conocimiento de la diversidad étnico-racial empieza con la presunción de homogeneidad de este grupo o de las personas que lo conforman; ello se refleja en creer, por ejemplo, que existe un solo fenotipo afrocolombiano:

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[…] los primeros días en el programa, muchas veces confundía a las personas porque pues no estaba acostumbrada. Para mí era la primera vez en mi vida que tenía a una persona negra cara a cara; entonces, le decía el nombre de una a otra. Una vez me encontré con uno de ellos fuera de la oficina, yo pasaba de largo delante de un afro, no lo saludé y él me dijo: «¡Hey, doctora!»; y yo: «¡Ay! Don Anselmo. ¡Qué pena!». Yo no lo reconocí. Entonces sí comprendí un poco el prejuicio de la supuesta igualdad fenotípica de los negros, lo cual pienso hoy que es una manera de no detenerse a verlos en sus diferencias; pero uno les coge el tiro rápido a las facciones. (María Bernarda, 27 años, Bogotá)

Este extrañamiento cultural es visible en los prejuicios que las intervinientes aceptaron tener, no sin dificultad; prejuicios que actúan como verdaderos muros que impiden ir más allá de lo inte-riorizado mediante variados procesos de socialización, impartidos en la familia, el sistema educativo y sus currículos que niegan la his-toria afrocolombiana, o en los medios masivos de comunicación. En este caso, la interviniente suele desplegar prácticas profesionales im-pregnadas de violencia simbólica que hacen sentir a la persona des-plazada que está viviendo en los bordes de lo aceptado socialmente:

Por ejemplo, a veces se hace de una forma muy simple. Cuando llegan las mujeres desplazadas afrocolombianas, se les dice: «Será que no tienen frío, ¿a ti no te da frío?», es un mensaje subliminal: «A ver si se ponen un saquito apropiado». Llega una mujer, en alguna ocasión, y estábamos ahí las tres trabajadoras sociales, y pues nos cuenta que le han dicho una morbosidad —cosa común acá en Bogotá—. Entonces, de una u otra forma, inconscientemente, se le hizo un comentario: «Pero es que mira cómo te estás vistiendo, acá en Bogotá no es usual ver a una mujer así, porque como es frío». Y entonces casi que [asu-mimos que] fue culpa de ella que le dijeran la morbosidad. Entonces: «Mira, tienes que cambiar tu forma de vestir -se le dijo así, directa-mente-, porque en Bogotá los hombres, aparte de ser tenaces frente a ‘eso’, de ser ‘cochinos’, pues no están acostumbrados a ver una mujer con esa vestimenta, sino solo en tierra caliente».

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Entonces le empezamos a crear toda una verbalización, frente a la discriminación de contexto. Nunca más se habla de esto. Me parece que siempre hacemos lo correcto, porque es que todas las mujeres negras andan provocando a los hombres mestizos muy se-guramente para que les hagan hijos, pues ellas siempre andan con su complejo de mejorar la raza. (Juliana, 28 años, Bogotá)

Las dificultades para la emergencia de saberes de acción inter-culturales respetuosos de la diferencia se asientan también en el uso de categorías bipolares para ubicar el lugar de lo afrocolombiano en la nación. Todas las intervinientes a quienes entrevistamos y clasificamos en la tendencia al uso explicativo del discurso bipolar hablaban como si ellas representaran a la nación, en oposición a lo afrocolombiano, que de manera sistemática se asocia como lo «lejano» que representan la región o lo local:

Cuando vi que me tocaba trabajar con afrodescendientes, me dije: «Estos desplazados no tienen nada que enseñarme a mí». Y así fue hasta que terminé mi trabajo con ellos. Antes, por el contrario, como bogotana yo era quien debía ayudarlos, colaborarles. Ellos son de una región pobre, con unos índices altísimos de desnutrición, de analfabetismo. Vienen de zonas bastante corruptas, tienen en su piel olores de la selva, olores fuertes, bastante desagradables. En sus tierras lejanas cercanas al mar, hay problemas de violencia porque yo había oído hablar de la masacre de Bojayá. Sus zonas son inhóspitas, allá no existe cultura. Nuestra misión final es civilizarlos, occidentalizarlos como nosotros, en últimas, y mostrarles que aquí en Bogotá nada de lo que ocurre en sus regiones pasa. Aquí estamos en la civilización, Bogotá es la cultura nacional. (María Juliana, 30 años, Bogotá)

Otra de las dificultades para que se produzcan saberes inter-culturales se asienta en los valores ligados a la posición social que tienen las intervinientes versus los que se consideran «naturales» en las y los afrocolombianos. Estos valores se expresan principal-mente en la manera de ver la maternidad y el trabajo doméstico. Las intervinientes, que en ocasiones pertenecen a sectores medios o medios-altos, asumen que las representaciones sociales que ellas

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tienen de la maternidad y las relaciones de género dentro del hogar son las de la sociedad en su conjunto:

Primero debes saber que las mujeres negras desplazadas vienen de otra cultura, una cultura opuesta ¡TOTALMENTE! a la nuestra. Todas estas mujeres tienen, como otras características, muchos hijos y muchas hijas. Siempre manifiestan que la bendición de la vida es la maternidad; con ellas hemos trabajado mucho ese aspecto, porque desde ahí, de ellas, es que ha salido el cuento de que las mujeres que no tienen hijos o hijas no se realizan como mu-jeres, o sea que tienen que casarse, y tener y tener familia, como ellas mismas dicen. Entonces, los talleres de salud sexual y reproductiva se orientan mucho a reflexionar e incluso a extirpar esas ideas pro-ducto de su cultura.

Es que en muchos talleres nos sentamos a reflexionar si la única función de nosotras las mujeres es la maternidad; entonces, en los talleres con ellas eso es lo que predomina. La otra particularidad de ellas, además de esa que la tienen muy marcada, o sea, mujer igual a maternidad, mujer igual a crianza, es que tienen muy marcado que depende de ellas la responsabilidad del hogar, y que si la mujer se descuida y el hogar se acaba fue responsabilidad de la mujer, porque ella fue la que lo dejó acabar. Como esto aquí, en una ciudad como Bogotá, no es así, hay que recalcarles que aquí la maternidad es otro cuento; que aquí las mujeres eligen si tienen o no hijos; y que te-nerlos no es que haga parte del destino trazado. También hay que decirles que aquí los hombres ayudan en lo doméstico, lo mismo que los hijos. Bogotá no es Buenaventura y punto. Yo ahí no tengo nada que discutir con ellas. (Sandra, 31 años, Bogotá)

Otra bipolaridad que obstruye los saberes está ligada a la opo-sición entre una supuesta sensualidad desbordante en las mujeres afrocolombianas y una recatada en las no afrocolombianas:

[…] las negras eran mucho más exuberantes. Entonces, les gustaban los escotes, las minifaldas supercorticas, los shorts; esa era la ropa que les gustaba. No les importaba que en Medellín pues siempre hace friecito. Mientras que los desplazados blancos an-

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tioqueños eran un poco más clásicos, más de jeans, de camiseta. Eso también producía, por ejemplo, celos dentro del grupo de las desplazadas. Y lo que sentíamos en algunas de las mujeres paisas, en algunas asesorías individuales que realizamos, eran los celos de esta mujer paisa que tiene a su esposo —las que lo lograron traer a los procesos de intervención—, porque las mujeres negras eran un peligro. Y de una vez decían: «Que esa negra no se qué», y era por eso, porque, según las paisas, las negras se insinuaban. En estos momentos yo veía las diferencias un poco como a nivel cultural. (Claudia Camila, 34 años, Medellín)

El papel del sentipensamiento en la

construcción de saberes interculturales

Por otro lado, la actitud de avanzar hacia el conocimiento de la alteridad, tan necesaria en la construcción de saberes intercultu-rales, se da, entre otras situaciones, cuando la emoción irrumpe en el curso de la intervención. La emoción aparece entonces ligada a varias circunstancias; una de ellas es el descubrimiento de la perfor-mancia del cuerpo y de la plasticidad de los y las afrocolombianas frente al baile. No obstante, estas intervinientes no explican esta emoción desde la ecuación afrocolombiano o afrocolombiana igual baile o danza. Es una emoción que emerge de superar el «presen-tismo» de la persona afrocolombiana, pues en algunas interven-ciones lo afrocolombiano existe «aquí y ahora», mientras que como desplazado o desplazada del conflicto armado, su presencia histórica en la nación es desconocida y no es tenida en cuenta en los procesos de intervención. Estas intervinientes emocionadas son capaces de ubicar esta cultura en un registro histórico de larga duración:

En el programa de atención psicosocial lógicamente había mucha gente de todas las regiones. A mí me llamó mucho la atención de pronto la cultura negra, pues me di cuenta de que estaba mucho más enraizada que otras, y me pregunté: «¿De dónde proviene este enraizamiento?». Entonces, por ejemplo, estas personas negras ar-maron un grupo de danzas —las mujeres siempre tienen la cultura como un recurso para valorizarse y para entrar en relación con otras

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diferencias regionales—, y eran divinas esas danzas, todas esas que habían aprendido de sus ancestros, pues sus cuerpos guardan la memoria de sus orígenes. Esto lo interpreté así. Únicamente me dejé emocionar, no lo había leído en ninguna parte, en mi carrera JAMÁS se me habló de la cultura afrocolombiana. Pero, durante mi trabajo con ellos, era evidente que los afros tenían algo distinto y además algo que enseñarle a esta cultura tan tiesa y tan desmemo-riada como es la de los blancos o mestizos paisas, que llaman. Hace poco leí a una afrocolombianista que le llama a esto de manera muy bacana corpo-oralidad, pero perdóname que olvidé el nombre de la autora, recuerdo únicamente que es paisa la mujer (Alejandra, 28 años, Medellín)

La emoción, que abre la puerta hacia el conocimiento del Otro, aparece también al descubrir la forma como la cultura afrocolom-biana asume la muerte y el morir:

[…] ya se había vuelto un lugar común dentro del programa re-petir que el impacto más grande que tenía el desplazamiento forzado en la gente negra era que no podían enterrar a sus muertos y que en esa cultura enterrar a los seres queridos es una necesidad onto-lógica, pero yo viví en carne propia algo que a mí me impresionó mucho, que cambió mi concepto de la vida y de la muerte, lo cual me enseñó muchísimo. Con la muerte yo siempre había tenido una relación negativa. Yo, en el trabajo de intervención psicosocial con afrocolombianos, entendí la muerte de otra forma, como parte de la misma vida, y que más que estar pensando cuándo te vas a morir lo que tienes que hacer es [pensar] cómo vivir tu vida. La muerte es un paso a otra cosa, no sé qué, y que tú, finalmente, cuando lloras a un muerto, lo lloras es por lo que tú pierdes y no por esa misma persona. Bueno, el cuento fue que se había muerto un bebé en el barrio Chococito, aquí en Medellín, y las mujeres todas venían de ríos del departamento del Chocó. Me invitaron allá al barrio y ellas hicieron el ritual que hacen en sus ríos: la mujer envolvía al fi-nadito en un cobertor y estaban cantando una ronda y se pasaban el cobertor en la ronda cada una, cantando un canto de niños, una especie de alabao —sí, creo que le llaman un alabao…—. Bueno, y

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entonces había mucho dolor en esa madre pero también había un desprendimiento, ¿cómo te digo? Un desprendimiento como… yo no sé, no te sabría explicar cómo… como entregándoselo de nuevo a la vida; pero también, como las otras mujeres, recibiéndolo en un canto. Era una mezcla como de queja, pero también de ronda in-fantil, de júbilo. A mí eso me conmovió… son cosas que si uno no las vive no las puede entender de manera intelectual… ¿Sí me en-tiendes? […]. A mí eso me marcó muchísimo y eso me hizo entender lo maravilloso que tiene la cultura afrocolombiana, como tener muchas ganas de llenarme de ella. Me generó esas ganas de aprovechar al máximo todo lo que ellos me pudieran enseñar, porque yo sentía que iba a ser la última vez que eso me ocurriría, la única oportunidad que iba tener de compartir con ellos, pues tú sabes que las institu-ciones se mueven al ritmo de las financiaciones y hoy se trabaja con población negra desplazada y mañana con mujeres de la floricultura. Entonces, […] hubo un momento en que fui parte de ellos, fue una experiencia muy bonita y a mí me enseñó muchísimo, y cambió y mejoró mi triste humanidad. (Alexandra, 36 años, Medellín)

La emoción que posibilita la reflexividad se produce también al encontrar el lugar de la oralitura en la gente afrocolombiana, sobre todo la de origen rural:

Un día yo andaba como muy preocupada porque sentía que el esquema de talleres que se tenía diseñado para los afrocolombianos en situación de desplazamiento era inadecuado, y les dije así, por molestar: «Díganme qué hacían ustedes en las noches en sus tierras añoradas». Y de pronto es como si yo hubiese abierto una caja de Pandora, de donde salieron personajes todos desconocidos para mí: que la Madremonte, que un tal Tío Conejo, el hermano Araña, todos cuentos raros para mí. Cuando se aburrieron de hablar de estos animales aparecieron los chistes, los cuales eran diferentes a los nuestros ¡y larguísimos!... Pero en los cuentos el Tío Conejo era el rey y una araña. Después contaron los cuentos de los indígenas. Decían que a los indígenas ellos, los afrocolombianos, les tienen mucho miedo y eso por la brujería, por la hechicería, y entran todos a contarle a uno cosas así, cosas como en secreto y no sé qué. Decían

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que allá en el río hay un espíritu del agua que está embrujado por los indígenas. Los indígenas dizque embrujan el río para que la gente que uno no quiere que se acerque por el río o a determinada hora se pierda. Y empiezan a contarle esas historias que, como te dije, son secretos. En ese momento la palabra moderación desapareció, sí, porque todos hablan y empieza la risa, la carcajada. Esa era una situación además muy envolvente, y todos hablan casi al tiempo y la risa y las carcajadas. Ellos le llaman a eso el corrinche. Con esa di-námica tan corrinchera, tan particular, pues uno no les iba a decir: «Siga usted, siga la otra». Eso no tiene sentido porque eso no fluye así con ellos. Pero lo más importante para mí fue descubrir que los afros me contaban esto para tejer un puente de comunicación con mi cultura. Después de ellos contar se sintieron con ganas de pregun-tarnos a mí o a otras personas del equipo interdisciplinario sobre nosotros, sobre nuestros animales, sobre nuestras leyendas, sobre a quién le teníamos miedo; en últimas, de descubrir en nosotros cosas parecidas a las de su cultura. Pero me di cuenta de que, aparte de los cuentos occidentales tipo Caperucita Roja y Blanca Nieves, yo no podía entrar en ese diálogo por falta de una especie de competencia cultural de mi propio grupo cultural. Desde ese momento, entendí que si uno no se detiene a entender la cultura del Otro y a interro-garse sobre su propia cultura el trabajo de atención psicosocial es un espacio de mentiras en donde las personas desplazadas, con tal de no contrariar el orden institucional, se «pliegan», debido a su vulnerabilidad, al modelo de atención que las instituciones públicas u ONG han adoptado, o que la cooperación internacional ha im-portado para atender el desplazamiento en Colombia, sin importar diferencias de ningún tipo. (Ana María, 32 años, Bogotá)

Pero si la emoción es importante, es de resaltar también el papel que juega la empatía en estos procesos de preparar el terreno para el aprendizaje intercultural mutuo:

Yo no podría resumir tantas cosas que he aprendido con los afros. Yo he aprendido a ser mejor ser humano y he aprendido a va-lorar más mi cultura, la alegría de ellos, su capacidad de levantarse de la adversidad. Para mí esa cultura tiene la clave para entender la

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resiliencia. De pronto el perdón, el encuentro con ellos hizo que yo celebre lo que la vida me brinda cada día. He aprendido a ponerme en los zapatos del Otro, a tratar de acercarme a la gente sin los pre-juicios raciales pendejos que nos han metido de la superioridad moral de la raza paisa; a meterme con ellos en sus vidas y alegrarme con ellos y hacerme parte de su familia tan amplia. He aprendido a escuchar mucho; yo aprendí a escuchar a toda la gente cantidades, después de que pasé por la experiencia de atender a las personas afrocolombianas desplazadas, las cuales hablan despacio, con sus acentos y con otras cadencias del español, ¿cierto? (Luna Alejandra, 29 años, Medellín)

Para finalizar, queremos plantear que, al asumir el reto in-vestigativo de «hacer hablar» empíricamente la intervención, nos encontramos validando hipótesis planteadas por Giddens. Para el caso de las intervinientes entrevistadas, se cumple aquello de que:

[…] los acopios de saber a los que recurren rutinariamente los miembros de la sociedad para producir un mundo social provisto de sentido se basan en un saber orientado pragmáticamente, que en gran medida se da por sentado o permanece implícito; esto es, un saber que el agente raras veces puede expresar en forma propo-sicional, y al que no se aplican los ideales de la ciencia —exactitud de formulación, consistencia lógica, definición precisa del léxico—. (Grosso, 2005, p. 10)

Nuestra tarea como investigadores en la búsqueda de nuevas relaciones con las agentes de la intervención consistió, entonces, en emprender un rastreo de conocimiento anclado de tipo colabo-rativo. Con ello intentábamos experimentar que la producción de conocimiento es un proceso que tiene lugar mediante la conver-sación con varias voces, una de las cuales es la nuestra. Giddens ha dicho que los conceptos que usa el científico social se basan en los conceptos que usan los legos (1997, pp. 72-73), y esto fue lo que ocurrió con el concepto de ciudadanía en suspenso.

En estas conversaciones construimos tal concepto, que emergió como coproducción entre investigadora e intervinientes. Para ello, se

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hizo necesario un trabajo etnográfico de las prácticas profesionales utilizando la técnica de observación no participante y, posterior-mente, la realización de entrevistas de explicitación sobre aspectos observados o situaciones de intervención que habían generado di-ficultad a la interviniente o a los equipos interdisciplinarios, y que habían sido registrados durante la observación. Por este camino nos encontramos con el postulado defendido por tantos empiristas, para quienes no existirían conceptos si no existiese la experiencia.

Las intervinientes coinciden al afirmar que la llegada de las y los desplazados a la ciudad y su incorporación a los programas de atención psicosocial los sensibiliza en la rápida apropiación de los discursos sobre los derechos humanos y sobre los derechos sociales, económicos y culturales (DESC). Igualmente, señalan que el despla-zamiento forzado tiene algunos aspectos «positivos» en la vida de algunos habitantes rurales del Pacífico, principalmente, sobre todo de aquellos que no hacían parte de procesos organizativos en sus zonas de origen y que no pertenecen en la ciudad a las organiza-ciones de defensa de los derechos de los desplazados, tipo Afrodes, en Bogotá. También argumentan que en la ciudad inician una serie de prácticas ciudadanas que hubieran sido mucho más difíciles de desplegar si estas personas hubieran permanecido en zonas en donde la presencia institucional estatal es casi nula o inexis-tente. Dichas prácticas de ciudadanía se inician con la cedulación (muchos desplazados y desplazadas no poseían cédula de ciuda-danía), con la comprensión del funcionamiento del Estado social de derecho, con la apropiación de lo local como espacio de discusiones públicas, con el interés que despierta en ellos su educación formal así como la de su progenie, con la adhesión al principio liberal de autonomía para dirigir de forma individual los llamados proyectos de vida. Para estas intervinientes todo esto se realiza dentro de un proceso de ciudadanización, el cual se asienta cuando las personas desplazadas logran hacer parte de procesos organizativos o comu-nitarios por fuera de discursos étnicos. Desde allí pareciera que se fortalecen aún más las prácticas ciudadanas, que los convierten poco a poco en sujetos y sujetas deliberantes, críticos, críticas, capaces de reconstruir nuevos proyectos de vida y de ser interlo-

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cutores en el ámbito estatal local como ciudadanos y ciudadanas universales. De esta forma, este tipo de intervención no permite que emerja el actor que se reivindique desde lo étnico-racial. Para estas intervinientes los ejes fundadores de la ciudadanía pasan por la apropiación y utilización de estructuras políticas sociales esta-blecidas, por el conocimiento de los Otros y la transmisión de sus datos culturales diferenciales, por el aprendizaje de competencias sociales ligadas a la vida de un grupo perteneciente a la «sociedad mayor», y por integrarse al debate colectivo, a la acción política para las reivindicaciones sociales no diferenciadas.

Aunque todo esto es juzgado importante y es visto como logros concretos de la intervención, las intervinientes se muestran críticas ante esta ciudadanía que se crea desde la intervención psicosocial, la cual está en el aire debido a la poca importancia que la retórica de los derechos humanos le otorga a la inserción económica de los des-plazados y desplazadas, pues «no sólo de la carreta de los derechos se vive». Muchas de estas personas, sobre todo los hombres, no ge-neran recursos económicos en la ciudad suficientes para vivir bien en el ámbito privado, al lado de sus familias. A esta ciudadanía que se construye sobre la base discursiva de los derechos humanos, que se expresa en lo público sin correlato en lo privado, que no se ancla en la esfera económica de la vida social y no prepara al sujeto para la consecución de recursos económicos, la llamamos ciudadanía en suspenso. Esta inyección del discurso de los derechos en las personas afrocolombianas desplazadas, de manera paradójica, las exime de los llamados activos materiales, según la expresión de Martin Ho-penhayn, aunque las sensibiliza como personas depositarias de activos simbólicos que provienen del hecho de ser un grupo étnico-racializado. El mérito de esta ciudadanía radica en que ataja a las personas desplazadas afrocolombianas de manera provisional para que no pasen a la categoría de «pobres históricos citadinos a secas».

Para terminar por ahora

y empezar un debate amplio

En este artículo nos interesó mostrar que la discusión sobre el pluralismo también se desarrolla en el terreno epistemológico.

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Desde el campo de las profesiones relacionales y desde la pregunta por el dónde, se legitima en la actualidad, en la teoría social con-temporánea, la producción de saberes subalternizados que aspiran a convertirse en conocimiento científico, es decir, la pregunta por la colonialidad del saber. Pensamos que la valorización de los lla-mados saberes de acción o experienciales, caros a las profesiones relacionales, son una vía prometedora para realizar avances a esta estimulante discusión.

A través del concepto de ciudadanía en suspenso, aquí pro-puesto para un debate amplio, vimos las posibilidades concep-tuales que tiene la intervención social, sobre todo cuando se mira a las intervinientes sociales como actrices reflexivas y se las ubica en una posición simétrica ante la producción de conceptos. Para que ello ocurra, la investigadora abandona la arrogancia del método deductivo y se permite conversar con las prácticas profesionales de las otras.

Por último, el ámbito de la cultura, en su vertiente étnico-racial afrocolombiana, nos introdujo a los llamados saberes de acción interculturales y a la pregunta de si es posible reflexionar sobre la colonialidad del poder desde lo subjetivo, lo institucional y lo intersubjetivo, presentes en los actores y actrices que hacen parte de la intervención social. La emergencia de los saberes inter-culturales tropieza con muchos obstáculos ligados al des-conoci-miento de la cultura afrocolombiana, pero de manera simultánea nos muestra cómo el sentipensamiento de las intervinientes es un lugar que vale la pena seguir explorando para la comprensión de las posibilidades del diálogo intercultural simétrico.

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Acompañamiento psicosocial a las víctimas en contextos de impunidad1

*

Martha Nubia Bello Albarracín

Universidad Nacional de Colombia

Son miles las personas que en Colombia han sido víctimas de la violencia sociopolítica y que, en medio del conflicto y en con-diciones de exclusión y de pobreza, intentan elaborar y superar las pérdidas y daños ocasionados. Estas pérdidas tienen además la par-ticularidad de ser causadas por personas, organizaciones y grupos con intenciones definidas y suceden, por lo general, de manera abrupta e inesperada. Si bien toda pérdida de algo significativo genera sufrimiento, diversos analistas coinciden en afirmar que, cuando estas ocurren por actos de violencia, sus efectos pueden ser más devastadores. De hecho: «En la guerra se producen pérdidas de las referencias básicas para mantener la identidad del individuo (territorio, familia, pertenencias, estatus) se pierde la perspectiva de futuro, se instala el temor, y se produce una desestructuración

* Este artículo integra algunos de los resultados de la investigación «La impunidad y la justicia en los procesos de duelo de las víctimas de la violencia sociopolítica en Colombia», auspiciada por la Universidad Nacional de Colombia. Una versión de este texto fue expuesta como ponencia en el 13 Congreso Colombiano de Trabajo Social, celebrado entre el 11 y el 13 de agosto de 2010, en la ciudad de Santiago de Cali.

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Martha Nubia Bello Albarracín

de la vida cotidiana, que solo en algunos casos se reorganiza sin producir efectos negativos» (Ibáñez, s. f., p. 6).

De acuerdo con Beristain (2003), en los contextos de guerra y represión política las poblaciones victimizadas no tienen la oportu-nidad de señalar a los culpables, de obtener reconocimiento social por los hechos violentos y el sufrimiento causado, ni tampoco una reparación social basada en la justicia. Por el contrario, frecuen-temente la memoria está atada por el miedo, la desvalorización social o incluso la criminalización de las poblaciones afectadas. Esto genera efectos negativos en la identidad individual y social de los afectados, así como efectos sociales más amplios derivados de la impunidad.

En este contexto, la sociedad en general y los profesionales en particular están llamados a contribuir al reconocimiento social y político de las víctimas. Más allá de asumirlas, desde una mirada reduccionista, como sujetos victimizados, personas despojadas, «dañadas», carentes de capacidad de acción, y que solo cuenten por su testimonio, es preciso construir o restituir su condición de sujetos sociales. Ello implica ejercicios individuales y colectivos y un trabajo decidido, que les permita realizar su derecho a exigir justicia, recibir reparación por parte del Estado, y recuperar la ca-pacidad de acción y de control.

De esta manera, en la búsqueda de las condiciones que pro-pendan por la dignificación de las víctimas y de sus familiares, por la asignación de un lugar simbólico y social para ellas y por el es-tablecimiento de algunas seguridades y certezas mínimas que les permitan reasumir la vida cotidiana, se precisan procesos que den lugar al esclarecimiento de la verdad como un derecho privado y público, la aplicación del castigo a los culpables y las garantías del derecho a la reparación (en tanto aplicación de medidas tendientes a la indemnización, la restitución, la rehabilitación, así como a la no repetición).

Ahora bien, las pérdidas y daños sufridos a causa de la vio-lencia política exigen un trabajo de constatación y elaboración. Este proceso, de por sí difícil y doloroso, puede complicarse cuando en el contexto se niega, trivializa y tergiversa lo sucedido, como

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Acompañamiento psicosocial a las víctimas en contextos de impunidad

ocurre en escenarios de impunidad. Entonces, el daño, que debe ser social, se privatiza. Las víctimas degeneran en seres indignos y culpables, sin que sea posible dar un adecuado trámite a la expe-riencia, desplegar mecanismos para afrontar lo sucedido e incluso fortalecerse a partir de lo vivido.

Las víctimas de la violencia sociopolítica en Colombia suelen ser estigmatizadas cuando demandan justicia, privadas de sus de-rechos mínimos y, en muchos casos, culpadas por los hechos acae-cidos en su contra. De esta manera, se acentúa el sufrimiento y se interfiere seriamente en el trabajo requerido para que tramiten sus pérdidas y retomen el control sobre sus vidas. Así:

[…] el no reconocimiento y la falta de verdad, implica una nueva ofensa para el agredido, una descalificación del sufrimiento, una distorsión de la percepción de la realidad. Esto traspasa un peso histórico a la identidad colectiva. Al diluir la responsabilidad, los sentimientos de culpa y vergüenza se diseminan en todo el cuerpo social, generando fantasmas atemorizantes en la vida psicológica de las personas, y un peligroso conflicto no resuelto a nivel social. (Equipo de Salud Mental del Centro de Estudios Legales y Sociales [CELS], 1989, p. 74)

La invisibilización y el desconocimiento de las víctimas por parte del Estado y de la sociedad colombiana se acentúan y for-talecen con la impunidad, la cual, según refieren organismos de derechos humanos nacionales e internacionales para los delitos relacionados con la violencia sociopolítica, en Colombia alcanza niveles muy altos. En este sentido, se puede afirmar que en el caso del conflicto colombiano es muy remota la posibilidad de que las víctimas lleguen a esclarecer las situaciones y agentes que dieron lugar a los hechos de violencia, e incluso que en muchas ocasiones puedan saber del destino de sus familiares o aspirar a ningún tipo de justicia por los crímenes cometidos en su contra.

La impunidad limita seriamente las condiciones de seguridad de los familiares para denunciar y exigir justicia, y en ocasiones los inhibe para que siquiera lleven a cabo las denuncias del caso. Esta situación es contraria a las recomendaciones que los entes

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internacionales sugieren en torno al trato digno y respetuoso que debe garantizarse a las víctimas, así como al llamado a aplicar jus-ticia; ambas condiciones son estimadas como indispensables para que las víctimas puedan afrontar y superar las pérdidas, daños e impactos, así como para sentar bases sólidas para la paz.

En momentos en los que es necesario ampliar y cualificar el debate público acerca de las condiciones para dar lugar a procesos de superación del conflicto, se requiere que la academia contribuya a analizar las incidencias que para las víctimas y para la sociedad en su conjunto acarrean la impunidad y, desde luego, también la justicia. Por esta razón, el presente artículo propone una reflexión sobre las implicaciones que la impunidad tiene en los procesos de afrontamiento de las víctimas y de qué manera esta interfiere en las posibilidades de tramitar las pérdidas. Así mismo, se formula un llamado a los y las profesionales del trabajo social para que, desde los diversos lugares en donde se desenvuelven, contribuyan a «vi-sibilizar» la existencia de las víctimas; a fortalecerlas como sujetos humanos, sociales y políticos; a romper el silenciamiento que se les ha impuesto y a formular recomendaciones que incidan en el escenario público.

El concepto víctima en la

perspectiva psicosocial. Un término

polémico y en discusión

La definición de quién es o no víctima pasa por una lectura subjetiva que proviene, entre otras cosas, del lugar y de la signi-ficación social de «los directamente afectados», así como del tipo de vínculos, relaciones y afectos que estos construyen y mantienen con la familia, los pares, los miembros de la comunidad, la orga-nización, entre otros. En este sentido, para los propósitos de este trabajo se asume la importancia del uso del término víctima y de la construcción de narrativas que den cuenta de esta condición como parte de la identidad de las personas. Se advierte que las personas no son víctimas por el hecho de haber sufrido una o varias violaciones o vulneraciones de sus derechos, pues la noción de víctima es una construcción subjetiva y social; requiere procesos de elaboración y

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Acompañamiento psicosocial a las víctimas en contextos de impunidad

de significación a través de los cuales se «sienten» y asumen como tales y como merecedoras de acciones de justicia y de reparación.

En efecto, son muchos los casos en que los familiares de una persona asesinada, desaparecida, secuestrada o desplazada pre-sentan grandes dificultades para autocalificarse o definirse como víctimas, debido a que estas situaciones pueden ser interpretadas como experiencias merecidas por las acciones u omisiones de las propias víctimas («en algo andaría», «por algo será»); o porque los hechos se atribuyen a designios divinos o son asumidos como si-tuaciones «naturales», lo que impide que se sientan merecedores de algún estatus o condición particular. Esta ausencia de una construcción subjetiva como «víctimas» acarrea múltiples conse-cuencias, tanto en el plano político como en el emocional.

En el plano político, es poco probable que las familias em-prendan acciones de reclamación de justicia, si se consideran responsables o causantes de los hechos que ocasionaron su victi-mización. En el plano psicosocial, la ausencia de construcción de una identidad de víctima tiene como principal consecuencia la au-toculpablización e incluso la autodepreciación. Esta última alude a que las razones esgrimidas por los victimarios para justificar sus acciones o las que circulan en los discursos políticos y sociales son asumidas e interiorizadas por las víctimas, lo que afecta profunda-mente su autoimagen, dignidad e identidad.

En este sentido, hablamos de la importancia de la construcción de narrativas que permitan que las personas elaboren discursos en los cuales les sea posible identificarse y sentirse agredidas, despojadas, vulneradas y cambiadas a fuerza por la acción intencionada de otros.

El reconocimiento de esta condición supone la identificación de agresores, con intencionalidades e intereses; implica la califi-cación de su situación de agredidos y vulnerados, condición nece-saria para desinstalar la culpa de sí mismos y sus otros próximos, para desprenderse de las causalidades construidas por los agresores y en consecuencia exigir reparación. (Bello, 2002, p. 13)

Los procesos de acompañamiento psicosocial, orientados a la construcción de narrativas que permitan la ubicación del lugar de

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víctimas y su correlato del lugar de los victimarios, se sustentan por tanto en la necesidad de que las personas logren experimentar los sentimientos de indignación que pueden emerger tras la clara consciencia de la injusticia del acto cometido contra ellas; y también, de que encuentren sentido y sobre todo legitimidad en la reclamación de sus derechos.

Sin embargo, la construcción de identidades de víctimas también ha sido objeto de numerosas críticas por quienes argu-mentan que esta identidad lleva a las personas a posicionarse como solo sufrientes, como seres vulnerados, desamparados y, en con-secuencia, altamente «desempoderados» y despojados de sus ha-bilidades y capacidades para hacer frente a la situación, e incluso para poder salir fortalecidos de la experiencia, como ocurre en ocasiones. En este sentido, afirma Stornaiuolo (2008) que:

[…] tratar a alguien de «víctima» aunque sea operativo para fines legales es ubicar a la persona en un lugar paralizante, pasivo, cosificado, del que difícilmente se sale y, en ocasiones, se explota. Tiende a invisibilizar ante los demás y ante la propia persona los re-cursos necesarios de los que puede disponer (o los que podría desa-rrollar en condiciones propicias) para sobreponerse a las desgracias ocurridas. (p. 2)

Este riesgo lleva a autores como Mordechai Benyakar, citado en Stornaiuolo (2008, p. 4), a proponer el término damnificado.

Cabe aclarar que en este caso estaríamos hablando de identi-dades victimizadas o de narrativas que conducen a la extrema vic-timización, lo que significa que el discurso o la narrativa central y dominante, en ocasiones el único discurso, es el de un ser sufriente y desvalido. De este modo se cierran las posibilidades para que las personas se reconozcan como sujetos de múltiples identidades di-námicas y, por lo tanto, sin capacidad para identificar y desplegar habilidades, recursos propios y potencialidades con los cuales se logre superar o hacer frente al dolor, a los cambios y a las pérdidas.

La identidad victimizada lleva a las personas a ubicar la «si-tuación de víctimas» como su rasgo definitorio y como el soy / somos central en sus vidas, por lo cual la experiencia personal queda

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Acompañamiento psicosocial a las víctimas en contextos de impunidad

limitada o encapsulada en los eventos violentos. Su situación vital será entendida como el resultado único de la acción de otros, sin que puedan hacer visibles sus recursos ni desplegar sus esfuerzos no solo para sobrevivir, sino para afrontar las situaciones vividas.

Asumiendo los riesgos que implica la construcción de identi-dades victimizadas, los procesos de acompañamiento psicosocial deben propender por la construcción de narrativas de agencia, a partir de las cuales se fortalece la capacidad de las víctimas para dinamizar las búsquedas de justicia y para movilizar sus propios recursos, para potencializar sus capacidades y para configurar un proyecto acorde a su historia y a sus expectativas de futuro.

Dado que la identidad es, en efecto, una construcción inter-subjetiva, la identidad victimizada tiene que ver con los discursos con los cuales los «otros» se refieren a las víctimas y con los «usos» que se quiere hacer de ellas. En este sentido, cabe revisar y cues-tionar los estereotipos y prejuicios construidos socialmente sobre las víctimas y los que también portan los profesionales de lo psico-social y los terapeutas. Las imágenes que se movilizan, y que con frecuencia son expuestas por los medios de comunicación, suelen ubicar a las víctimas justo en el lugar de personas inermes, desva-lidas y destituidas, incluso de la capacidad para decidir y actuar por sí mismas.

Por su parte, los funcionarios responsables de la atención a las víctimas o del trámite jurídico de sus casos, con frecuencia las ubican en el lugar del «beneficiario» del depositario de la acción solidaria y caritativa del Estado. Así se acentúan los sentimientos de minusvalía y de indignidad. Por ello, resulta pertinente pensar en acciones que a nivel social e institucional lleven a comprender el significado y el valor social de las víctimas y a actuar de manera consecuente. Ello incidirá sin duda en la autodefinición y, por lo tanto, en las identidades de las víctimas.

Con base en estas críticas, algunos teóricos optan por el uso de otros términos, tales como el de afectados o el de sobrevivientes, con los cuales se pretende ubicar la experiencia vivida como una si-tuación y no como una condición, y al mismo tiempo exaltar los re-cursos y las acciones que las personas han realizado para sobrevivir.

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El Instituto Interamericano de Derechos Humanos advierte:Probablemente el término víctima no es el más acertado porque

arrastra consigo una imagen de vulnerabilidad, y dependencia ex-trema. En efecto, desde el punto de vista psicológico es primordial entender las consecuencias que conlleva para una persona ocupar el lugar de víctima; puede tener el significado de estar en el lugar de la indefensión, la impotencia y el desamparo, que remite a un regreso a vivencias y etapas infantiles. […] Desde un enfoque psicosocial, se considera que las personas que han sufrido la violación de sus derechos deben ser vistas y consideradas como sujetos de su propia vida y como actores sociales, y no solo como objetos del mal de sus violadores. […] Catalogar a alguien con la etiqueta de víctima abre la posibilidad de que la persona perciba que se daña su identidad como un todo. (Neuburger & Rodríguez, 2007, p. 31)

De aquí que se suela contraponer la noción de víctima a la de actor o agente. Cuenta de ello son las expresiones que han dado lugar al título de varios artículos sobre el tema: de víctimas a so-brevivientes, de víctimas a actores sociales (Buitrago, 2007), de víc-timas del conflicto a promotores del cambio (Duque, 2007), entre otros, en donde se da por supuesto que ser víctima es sinónimo de pasividad y falta de agencia.

Otros autores proponen hablar de sobrevivientes o de testigos. La palabra testigo, según Villa, Tejada, Sánchez y Téllez (2007, p. 30) se refiere a: «Una persona activa que da fe de lo que ha sucedido, que porta una palabra y tiene una verdad, que confronta con la de la historia oficial […]. Así la víctima se transforma en un actor de la memoria y de la historia». De igual manera, es frecuente el uso del término afectado, el cual es asumido con el mismo argumento de distanciarse de la carga peyorativa que moviliza el de víctima (Neuburger & Rodríguez, 2007, p. 32).

Si bien las críticas al concepto tienen claros fundamentos, también es importante insistir en que una identidad de víctima es imprescindible en la búsqueda de justicia y en el mismo proceso de recuperación emocional, siempre y cuando este sea un aspecto constitutivo de la identidad, junto al que coexisten otros. Esto

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implica entender que los seres humanos portamos identidades múltiples, dinámicas y en ocasiones contradictorias, y que en de-terminados contextos y situaciones afloran unas y se invisibilizan otras. De esta manera, en ciertos momentos, por razones tanto po-líticas como psicosociales, el uso del término víctima y la identifi-cación con él resultan absolutamente necesarios.

Estos debates y contradicciones en torno a la condición de víctima también son asumidos en las vivencias de las familias, quienes manifiestan reservas, incomodidades, conveniencias y sa-tisfacciones al identificarse como víctimas:

Este título de desplazado todavía como que es muy pesado para nosotros, porque decir desplazado ya lo empiezan a mirar muy feo, empiezan a averiguar: «¿Por qué se vino, de dónde se vino, qué hacía? Pero es algo que es real, no lo podemos negar, y ante los ojos de Dios no podemos negar lo que se sufrió. Y menos ante los ojos del Estado, porque si todos nos ponemos de acuerdo a decir que no somos desplazados o a ocultarlo, al Estado le conviene […] y no-sotros no tenemos por qué ocultarlo, cuando las consecuencias que hemos sufrido nosotros han sido como de parte del mismo Estado. (Testimonio de mujer en situación de desplazamiento, en el muni-cipio receptor de Soacha)

Así pues, este no es un debate concluido y, por el contrario, se constituye como una tensión que se presenta en los procesos de acompañamiento y que requiere actitudes vigilantes sobre los discursos que se privilegian y las realidades que ayudan a cons-truir. Igualmente, es un debate que debe situarse en contextos es-pecíficos, particularmente políticos, ya que en escenarios como el colombiano resulta altamente deseable para los organismos esta-tales y para diversos grupos en el poder ignorar e invisiblizar a las víctimas. De aquí que sugieran incluso que se prescinda de este término, lo que da lugar a un sobrestimado y manipulado discurso de la resiliencia y de la oportunidad. Desde este punto de vista, las víctimas están llamadas a salir de su situación con sus propios medios, saberes, recursos y habilidades, renunciando de paso a sus luchas y derechos.

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La impunidad en el contexto colombiano

Vale la pena advertir que los actos de violencia sociopolítica tienen en sí una capacidad devastadora para las víctimas. Su ca-rácter de crímenes de lesa humanidad, atroces y abruptos la ma-yoría de las veces, representan eventos definidos por muchos autores como traumáticos, en tanto desbordan la capacidad de las víctimas para significar, afrontar e integrarlos a sus vidas.

En Colombia, organismos nacionales e internacionales han denunciado reiteradamente la impunidad, y han llegado a califi-carla, en muchos casos, más que como un problema de eficiencia o eficacia del Estado para castigar el delito, como una política de Estado orientada a mantener y a reproducir relaciones de exclusión y autoritarismo.

Diversos estudios coinciden en señalar que la ausencia de castigo a los victimarios interfiere negativamente en los procesos de duelo. La impunidad se constituye como una revictimización o como un nuevo evento que se agrega al hecho violento, impidiendo que las víctimas lleven a cabo el duelo que les permita tramitar las pérdidas generadas por la violencia. En este sentido, plantea Bot-tinelli (2007): «La permanencia de la impunidad tras violaciones graves de los derechos humanos, dificulta una resolución saludable de las heridas psíquicas y de las múltiples pérdidas de las víctimas; en particular, del trabajo de duelo, alterando sus proyectos vitales y los de sus descendientes» (p. 187). Igualmente, señala Portillo (2007): «La ausencia de sanciones jurídicas a los responsables es uno de los principales obstáculos para que los afectados y sus fa-miliares concluyan el proceso de duelo. Se puede hablar, incluso, de procesos de transmisión generacional de este duelo, que es he-redado como dolor vivencial por los descendientes» (p. 257).

La impunidad como

victimización secundaria

La dificultad de las víctimas de tramitar adecuadamente las dolorosas experiencias vividas, de forma tal que puedan recobrar ciertas condiciones y sentimientos de estabilidad y de control sobre sus vidas, no tiene que ver únicamente con las características de

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los hechos violentos o con el significado y el lugar de las pérdidas. Hay que tener en cuenta otra serie de eventos relacionados con las acciones y respuestas de las entidades del Estado encargadas de im-partir justicia, de los entornos sociales cercanos y de la sociedad como abstracción y conjunto.

Así pues, a los hechos violentos se articula una serie de expe-riencias, por lo general dolorosas, que vienen no solo de la ausencia de acompañamiento efectivo por parte de las entidades encargadas de proteger y de velar por los derechos de las víctimas, sino de res-puestas de maltrato y descalificación de las propias instancias de protección. A propósito, Guilis (2008) afirma que «[…] al daño recibido se suma —como factor traumático— el desamparo de la víctima, ya que no cuenta con instancias de apelación confiables. El sufrimiento de la víctima es entonces sufrimiento por el daño concreto, y es además, el sufrimiento insoportable de no ser es-cuchado, ni reconocido por ninguna instancia capaz de hacer jus-ticia» (p. 10).

Este sufrimiento, producido por la ausencia de respuestas de las instancias competentes e incluso por las humillaciones, estigmas y maltratos a los que son sometidas las víctimas y sus familias, es denominado revictimización o victimización secun-daria. Esta es producida «[…] por el sistema que desampara, mal-trata, aliena a quienes deberían servir con inmediatez y prioridad […] y por algunos sectores sociales que, lejos de prestar ayuda piadosa y solidaria, son indiferentes y con frecuencia escarnece-dores de los ofendidos» (Orestes, 1999). Los hechos violentos y la ausencia de respuestas estatales y sociales adecuadas a los derechos y expectativas de las víctimas configuran un cuadro que com-plejiza la situación.

A continuación se plantean algunas de las expresiones de la impunidad, a fin de comprender sus impactos. Además de reco-nocerla como la ausencia de castigo, también la asumimos como una práctica que contempla una amplia gama de dinámicas que articulan las respuestas institucionales, sociales y subjetivas, y que implica una gran variedad de consecuencias. La impunidad se re-conoce como: ausencia de castigo, desproporción entre crimen y

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castigo, exaltación del crimen, ausencia de verdad, falta de reco-nocimiento social de las víctimas, falta de reconocimiento político de las víctimas, ausencia de reparación, y nuevas formas de perse-cución y eliminación de las víctimas.

La impunidad como ausencia de castigo

La ausencia de castigo genera severos impactos sociales, pues deja claro que es altamente probable que se cometa un delito sin que haya consecuencias para los culpables, lo cual motiva y lleva a la justicia por cuenta propia, al tiempo que deja el campo abierto para los delincuentes. Así mismo, para las víctimas la ausencia de castigo tiene varios impactos psicosociales, como se verá a continuación.

Sin castigo no hay formalmente culpables. La ausencia de castigo lleva implícita la ausencia formal de un culpable, situación que genera amplios y profundos impactos psicológicos. Bien es sabido que, ante la dificultad para imputar la responsabilidad a un sujeto concreto y la necesidad que tienen las personas de explicar lo acontecido, la culpa se atribuirá a sí mismos, o a los otros que hacen parte del entorno más inmediato (familia, organización, comunidad). Al respecto, Buitrago (2007) explica cómo, en medio de la necesidad de la víctima por dar sentido a las experiencias de extrema violencia a las que ha sido sometida, se lleva a cabo un proceso por el cual esta se adjudica la responsabilidad de los hechos, en un intento desesperado por tomar el control. Para ello reescribe o reedita una historia en la cual existe «el supuesto de que podría haber hecho algo para prevenir la violencia de la que fue objeto y, por lo tanto, de que es culpable, al menos en parte, de los actos de los que fue víctima» (p. 6). De este modo, la víctima cons-truye y privilegia una historia en la que tiene algún control sobre los hechos a expensas de asumir la culpa por su propia victimización.

En ausencia de castigo, las víctimas experimentan senti-mientos de deuda con los fallecidos y deseos o fantasías de ven-ganza. La imposibilidad que tienen para lograr justicia, así como el abandono y la falta de explicaciones sobre los hechos acaecidos, conjuran un escenario en el cual, al tiempo que se sienten culpables

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Acompañamiento psicosocial a las víctimas en contextos de impunidad

por no poder garantizar ni conseguir justicia por parte del Estado, pueden llegar a experimentar sentimientos de odio frente este. Igualmente es posible que surja la necesidad de buscar justicia por su propia mano, ante el sentimiento de venganza que puede embargarlos.

La impunidad por la desproporción

entre el crimen y el castigo

Otra característica de la impunidad responde a la usual des-proporción entre crimen y castigo. Si bien es reiterada la queja de las víctimas por lo exiguo de las penas frente a la gravedad de los daños ocasionados, esta queja se hace más notoria en la coyuntura actual y de cara a la Ley de Justicia y Paz. Que criminales que con-fiesan públicamente su responsabilidad y participación en cente-nares de crímenes tengan condenas exiguas, resulta, por decir lo menos, ofensivo para algunas víctimas.

Que las penas impuestas a los culpables sean mínimas, lleva a las víctimas a pensar que el crimen no se considera un hecho lo su-ficientemente grave y que, en consecuencia, su sufrimiento, queja y dolor pueden resultar desproporcionados. La minimización de la pena pone en cuestión la dignidad de las víctimas, el estatus del victimario y provoca sentimientos de rabia, impotencia y desespe-ranza en las familias. Estos sentimientos son más fuertes cuando las familias asumen un compromiso activo de búsqueda de justicia y este representa un nuevo sentido de existencia y un deber con la memoria del muerto. De esta manera, la acción precaria de la jus-ticia es percibida por las víctimas como una respuesta indigna para los muertos y los mantiene en deuda con su memoria.

La impunidad como exaltación y premio al crimen

La impunidad no se define solamente como ausencia de castigo, sino además como exaltación del victimario mediante la justificación y validación pública de sus acciones; y como des-calificación de la víctima, convertida por cuenta de las acciones y discursos oficiales en responsable de lo ocurrido y en figura vergonzante.

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Nada ofende y vulnera más la dignidad de las víctimas que presenciar los actos de reconocimiento y exaltación pública de los victimarios. En Colombia hemos observado escenarios, acciones y discursos que no solo ofenden a las víctimas sino que lesionan la conciencia ética de la sociedad.

La exaltación del crimen y de sus promotores tiene impactos importantes para la sociedad, los cuales revierten sobre las víc-timas. A la sociedad se le envían mensajes tendientes a generar opinión favorable frente a los delincuentes y sus métodos. De esta cuenta, se genera un clima de respaldo en ocasiones «fanático» a la guerra y al delito, que justifica sus métodos. Por lo mismo, se vuelve no solo impasible e indiferente con las víctimas, sino agresivo y hostil con ellas, a quienes, por efecto de los estereotipos y de la polarización, se los ubica en el bando de los guerrilleros, de los comunistas y, en el discurso actual, en el bando de los apátridas y terroristas.

La impunidad como ausencia de verdad

La aspiración de justicia para muchas de las víctimas está re-lacionada especialmente con el conocimiento de la verdad. Con la posibilidad de saber, de encontrar respuestas a diversas preguntas: ¿por qué los mataron?, ¿de qué forma lo hicieron?, ¿están vivos o muertos?, ¿en dónde están sus cuerpos?, ¿quiénes lo hicieron?

Estas preguntas, que circulan repetitivamente en sus vidas cotidianas, se constituyen en una pesada carga y representan un costo emocional alto para las familias. Responderlas significa, de un lado, hacer frente a la fantasía que se construye en ausencia de certezas; y, de otro, disminuir la desgastante labor de búsqueda de información.

El significado que tiene la verdad para las víctimas es tan im-portante, que incluso algunas de ellas están dispuestas a renunciar a la búsqueda de castigo para los delincuentes. Pesa más la necesidad de saber que el deseo de castigar. La ausencia de verdad, el no saber, son obstáculos para explicar y dar algún sentido a lo acontecido, de tal forma que adquieren un peso importante en la culpa de las víc-timas y, por lo mismo, hacen más complejo el impacto emocional.

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Acompañamiento psicosocial a las víctimas en contextos de impunidad

La impunidad como falta de reconocimiento social:

el rechazo, la estigmatización y la descalificación

La impunidad como falta de reconocimiento social coincide con la denominada impunidad moral, entendida como «la com-plicidad social que se produce por la ausencia de sanción moral, la cual se ejerce socialmente a través del silencio, la negación, la minimización del hecho y la culpabilización a las víctimas» (Bot-tinelli, 2007, p. 201).

A la falta de castigo y de verdad se suma la ausencia del recono-cimiento de las víctimas por parte de la sociedad, el cual se expresa en indiferencia, falta de solidaridad, rechazo y hasta hostilidad. El escaso compromiso de la sociedad con la defensa de los derechos de las víctimas se constituye entonces en un nuevo daño, en una nueva forma de vulneración que lleva a experimentar sentimientos de soledad. Además, en algunas ocasiones, las referencias peyora-tivas y estigmatizadoras terminan convirtiéndose en discursos y conductas poderosas capaces de instalarse en las propias víctimas, afectar seriamente su autoestima, acentuar la culpa y hacer más largo y doloroso el trabajo del duelo.

La impunidad como ausencia de reparación

La impunidad no termina en la ausencia de verdad y de castigo, pues se expresa también en la negación sistemática del derecho que tienen las víctimas a la reparación. Bien se ha dicho por diversos medios que los daños causados nunca pueden ser reparados en es-tricto orden. Que la muerte, la tortura, el desplazamiento o cual-quier otra modalidad de violencia generan daños irreparables, y en este sentido la reparación siempre será un acto simbólico.

Las evaluaciones sobre la política de reparación del Gobierno colombiano a las víctimas dan cuenta de una respuesta precaria, que dista de los estándares mínimos contemplados para tal fin en los instrumentos internacionales. Si bien las víctimas son claras en que su exigencia mayor y emocionalmente más necesaria es la de verdad y justicia, también requieren indemnización, restitución y rehabilitación, máximo si se tiene en cuenta las difíciles condi-ciones económicas de la mayoría. Tal situación se agrava como

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fruto de los eventos violentos (pérdida de bienes materiales, de em-pleos, de capacidad productiva, etc.).

La ausencia de reparación material y simbólica representa para las víctimas la falta del reconocimiento del daño por parte del Estado, desprecio y subestimación de su situación y un muy bajo compromiso de las autoridades en aras de cumplir con sus derechos.

De otro lado, cuando la reparación económica llega sin estar acompañada de la verdad y de la justicia significa, para muchas de las víctimas, una especie de «soborno», que permite diluir la res-ponsabilidad del Estado y que se vive como una suerte de traición con los muertos o con los desaparecidos o, incluso, de traición con las nuevas causas asumidas, como es el caso de quienes participan en espacios organizativos.

Por otra parte, los derechos de las víctimas, especialmente el derecho a la reparación, son precariamente operados a través de po-líticas de corte asistencial, en donde las víctimas son tratadas como «beneficiarios» de la solidaridad y de la caridad. Y, en no pocas oca-siones, son señaladas por los funcionarios como «vividores» y acomo-dados, lo que vulnera su dignidad y desconoce sus derechos y estatus.

La impunidad como nuevas formas de persecución

y eliminación: la vulnerabilidad de las víctimas

Una de las caras más aberrantes de la impunidad se expresa en la ausencia de garantías mínimas de protección para los familiares de las víctimas y en la situación de extrema vulnerabilidad que en-frentan. Estas circunstancias se acentúan cuando se organizan o emprenden acciones de búsqueda de justicia.

Las permanentes amenazas y los asesinatos constantes de de-fensores de los derechos humanos, de intelectuales de la oposición y de testigos declarantes de las atrocidades han llevado a una parálisis de la memoria por el terror. Son muy pocos los ciudadanos que se atreven a declarar en contra de sus victimarios, por lo cual las asocia-ciones de víctimas han acudido a instancias internacionales, como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos (OEA), y a los tribunales de opinión confor-mados por personalidades extranjeras (Uribe, 2005, p. 13).

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Acompañamiento psicosocial a las víctimas en contextos de impunidad

Algunas víctimas son obligadas a asumir una actitud silen-ciosa y pasiva, so pena de ser asesinadas, de tal forma que al sufri-miento por las pérdidas producidas por la violencia se agregan los terrores y miedos que traen consigo las amenazas.

Reconocer estas situaciones es de suma importancia a la hora de tratar de identificar y entender los impactos de la violencia, y en particular de comprender el trámite del duelo. Como ya se men-cionó, muchos familiares, tras la pérdida de una persona o el des-tierro, no pueden emprender un proceso tendiente a dar sentido, resignificar, integrar y retomar o llevar a cabo proyectos vitales. Es más, algunos manifiestan que la persecución y el hostigamiento no les «dan tiempo para llorar a sus muertos», sino que los obligan a concentrarse en sus nuevas y dramáticas situaciones. En conse-cuencia, queda aplazado o «congelado» el trabajo de duelo.

El valor de la justicia para los procesos

psicosociales de las víctimas

La justicia, en sus diversas acepciones (verdad, castigo y re-paración), cobra valor, no solamente como hecho político-social que permite afianzar la legalidad y legitimidad de un Estado que se reclama democrático y social de derecho, sino como acción re-paradora que contribuye poderosamente en los procesos de elabo-ración del duelo y de reconstrucción emocional de las víctimas. En cuanto a la justicia y, en particular, la sanción del crimen: «En un establecimiento simultáneo de la verdad y la justicia, se dictamina que un criminal es un criminal, que un estado responsable es res-ponsable, y que la víctima es una víctima. Este trabajo de llamar a cada cosa por su nombre tiene una indispensable fuerza simbólica reparatoria» (Guilis, 2008, p. 2).

Así, a pesar de la capacidad devastadora que tienen ciertos crí-menes de lesa humanidad sobre las víctimas, la justicia, y en parti-cular las acciones de reparación que se puedan desprender de ella, tendrán un efecto positivo. El poder reparador de la justicia como hecho jurídico estará dado por los elementos que se enumeran a continuación.

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1) La posibilidad de saber y el freno a la dolorosa fantasía

Si la justicia logra el establecimiento de la verdad, y con ello el esclarecimiento de los hechos, la identificación de los victimarios y eventualmente las razones y los procedimientos que utilizaron para asesinar, torturar, masacrar o desplazar a sus víctimas, habrá consecuencias positivas. De un lado, se pondrá fin a una serie de esfuerzos, la más de las veces solitarios y costosos (económica y emocionalmente), orientados a buscar información que permita conocer a las víctimas el destino de sus familiares y las circuns-tancias que rodearon los hechos; de otra, permitirá que terminen toda suerte de pensamientos y fantasías que, a falta de evidencias y de información, acompañan el diario vivir de las familias afectadas.

El poder reparador de la verdad para las víctimas tiene que ver también con las respuestas sociales que ella debe generar. Recono-cidos y expresados públicamente los hechos, las palabras y los re-clamos de las víctimas adquieren significado y sentido y dejarán de ser objeto de duda, señalamiento y recriminación. El conocimiento público de la verdad debe permitir respuestas solidarias, o cuando menos respetuosas, de la sociedad, que se traducen en sensación de respaldo y de reconocimiento para las víctimas.

2) La verdad, el castigo y la

«desculpabilización» de la víctima

Con las acciones de justicia se supone que hay una identificación y un reconocimiento explícito de la existencia de un culpable o cul-pables de lo ocurrido y de unas acciones condenables. Este hecho permite que las víctimas ubiquen la culpa en quien corresponde y que ya no atribuyan lo sucedido a sus propias acciones o a las de los próximos. De tal cuenta que: «[…] un castigo efectivo sobre el ver-dadero culpable, permite un reordenamiento psíquico, y una puesta en funcionamiento de un principio de realidad que a su vez habilita el establecimiento de una diferenciación entre el sentimiento de culpa, y la culpa real, esto sucede cuando la ley actúa» (Guilis, 2008, p. 12).

Por otro lado, la justicia es necesaria para evitar en las víc-timas los sentimientos y las acciones que buscan venganza. Cas-

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Acompañamiento psicosocial a las víctimas en contextos de impunidad

tigar al culpable es considerado por varias de ellas como un modo de resarcir la memoria y la dignidad de los muertos. Si este no es realizado por el Estado, algunos se sienten responsables de apli-carlo por cuenta propia. De esta manera, buscar que haya justicia efectiva figura como una carga más (como una acción en memoria del muerto), que se aliviana o elimina si es asumida por las ins-tancias competentes. Esto permite además recobrar o construir confianza en las instituciones judiciales.

3) La justicia como reconstrucción

de un «orden» social básico

Cuando hay justicia efectiva, es posible consolidar condi-ciones mínimas para considerar que es factible habitar con alguna seguridad en el mundo y contar con recursos que permitan hacer frente a la eventualidad y la adversidad.

Si las entidades competentes asumen el castigo del victimario, pueden entonces ceder los sentimientos y las experiencias de ex-trema indefensión y desamparo que acompañan a las víctimas y a sus familiares. Estos son provocados por el asechamiento de los victimarios, que además de estar libres mantienen un lugar que les permite actuar con absoluta impunidad.

Esclarecer la verdad y hacerla pública permite desprivatizar la experiencia, la culpa y el daño: «[…] el reconocimiento pú-blico y el accionar de la justicia, es decir, el pasaje de lo privado e íntimo como sufrimiento a la esfera de lo público, restituyen algo de la trama que fue lesionada por el trauma» (Guilis, 2008, p. 10). Cuando se sanciona el delito y se procede a reparar simbólicamente a la víctima, el efecto del reconocimiento social y público del daño producido, además de constituir un acto de justicia, atenúa consi-derablemente su sufrimiento.

Lo público tiene especial importancia en la tramitación del duelo. De hecho, el acompañamiento solidario y respetuoso de la sociedad ayuda a elaborar la pérdida, pues permite expresar y va-lidar el dolor y, por lo mismo, darle un tiempo y un lugar, lo cual es parte del trabajo del duelo. El reconocimiento público es también

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una manifestación explícita de la sociedad sobre el rechazo de los hechos y, por lo mismo, de dignificación de las víctimas. Así, se evita o por lo menos se disminuye el desgaste de muchas familias en el ejercicio de limpiar el nombre de sus muertos y resguardar su memoria en el lugar que consideran que se merecen.

Cuál debe ser el rol profesional: algunos

temas y criterios claves para el trabajo

El trabajo de acompañamiento a las víctimas se constituye en un imperativo ético de la profesión. Precisa establecer criterios políticos y metodológicos que permitan que las acciones profesio-nales en efecto aporten a la comprensión del fenómeno, a la dismi-nución de las secuelas e impactos que produce la violencia sobre las víctimas y a la superación del conflicto armado y de la impunidad.

Es necesario reconocer que las interpretaciones, los signifi-cados y las acciones individuales y colectivas, generados por y para enfrentar la violencia, se construyen en densas y complejas redes que dan lugar a particulares maneras de estar y percibir el mundo. Por esto, se asume que el daño (por qué se sufre, cómo se sufre y qué se pierde) y la manera de afrontarlo (qué se hace, para qué, cómo y con quién) no se puede establecer a priori, o medir según estándares universales, o deducir por referencia a otro aconteci-miento en otro lugar, o a otras personas. Las consecuencias de un evento de violencia no dan lugar automáticamente a procesos de traumatización o a enfermedades mentales, como en ocasiones se supone. Las respuestas, así como los daños y transformaciones en las vidas de las personas y de las comunidades, no tienen que ver solo con las características del hecho violento, sino con las de quienes lo experimentan, con su historia e incluso con el trámite personal y colectivo, interno y externo, que se desencadena frente a tal circunstancia (Bello et al., 2006). Esto implica reconocer a las víctimas en su particularidad, subjetiva y cultural, analizar los contextos en que ocurren los hechos y las dinámicas sociales y po-líticas que los rodean. Ello nos ayudará a evitar la estigmatización, la homogeneización y las respuestas estandarizadas.

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Acompañamiento psicosocial a las víctimas en contextos de impunidad

Frente a la impunidad, la injusticia y la estigmatización, las víc-timas requieren procesos de escucha respetuosos que les permitan validar sus experiencias y reconstruir coherentemente sus historias. Las víctimas tienen una enorme necesidad de hablar, de narrar sus historias, de contar aquello que resulta increíble. Pero esta necesidad es al mismo tiempo un reclamo de comprensión y de solidaridad.

El acompañamiento a las víctimas desde la perspectiva psico-social exige ayudarlas en el proceso de reconocer y trabajar las emo-ciones. Aceptar y entender la rabia, el odio, la tristeza, la amargura, el enojo, la culpa, entre otros sentimientos, es una labor muy im-portante a fin de evitar que las víctimas, sus familias y entornos repriman y censuren sus respuestas emocionales, condenándolas al aislamiento y a la culpabilización. Es necesario que se analice y denuncie el carácter anormal de la guerra y que se destaque que aquello que suele ser señalado como patología de la víctima es en verdad una respuesta normal frente a hechos anormales.

Teniendo en cuenta el contexto de impunidad, es importante apoyar los procesos de reconstrucción de la memoria, individual y colectiva de las víctimas. Ello, además de contribuir a su recono-cimiento y dignificación, aporta a la lucha contra el olvido, a de-nunciar la injusticia y a propender por garantías de no repetición.

Desde una perspectiva psicosocial, se aboga además por una memoria que favorezca narraciones «liberadoras», que les per-mitan a las víctimas desinstalar la culpa y las justificaciones de los victimarios. Así mismo, que les aporte nuevas comprensiones e in-terpretaciones desde donde sea posible encontrar resquicios para pensar en un presente y en un futuro distintos. La reconstrucción de la memoria debe ser una oportunidad para las narrativas en donde las personas se despojen del lugar de la indefensión, la indig-nidad y la impotencia en que las dejaron los victimarios.

Las víctimas requieren, además, apoyo en sus procesos orga-nizativos y sus demandas de justicia. La justicia es un valor que traspasa la esfera institucional y legal y que abarca dinámicas y acciones del ámbito social y comunitario. Es posible entonces en-tender que la ardua labor desplegada por las organizaciones de víc-

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timas y de derechos humanos, con el propósito de sensibilizar a la sociedad y convocar acciones de solidaridad y responsabilidad frente a las víctimas, llega a representar una especie de justicia moral, capaz de resignificar experiencias y, sobre todo, de ganar control sobre sus vidas y proyectarlas con nuevos sentidos al futuro.

Este reconocimiento no implica negar o desistir de la nece-sidad de la búsqueda de justicia por parte del Estado y de la lucha por que este asuma sus compromisos y responsabilidades frente a la violación de los derechos humanos y, por tanto, frente a los pro-cesos de reparación. Es importante reconocer que los efectos de las luchas de las víctimas para resolver sus casos y reivindicaciones no se limitan a ellas mismas sino que contribuyen de manera impor-tante a desmontar estructuras de poder, a transformar relaciones de injusticia y a sentar las bases para una sociedad respetuosa de los derechos y la dignidad humana.

Desde la perspectiva psicosocial, se reconoce especial impor-tancia a la necesidad de que el conjunto de acciones y trabajos con las víctimas contribuyan a un propósito central pero reiterada-mente desconocido: superar la victimización.

Superar la victimización significa liberarse del bloqueo des-tructivo que en lo personal, en lo familiar y en lo social produce la agresión en la víctima y en su entorno más directo. Superar la victimización no significa olvidar, significa que la víctima vence al agresor porque se ha liberado de la carga de negatividad que este depositó en su vida. Superar la victimización significa integrar el duelo y el sufrimiento en un horizonte de sentido constructivo para la vida de la víctima. Superar la victimización es recuperar la li-bertad y volver a integrarse como sujeto de la propia historia en las distintas esferas de la vida. […] Tenemos la impresión de que a menudo se pierde este objetivo de vista y ocurre que muchas actua-ciones y discursos de apoyo a las víctimas, hechas probablemente con la mejor voluntad, en lugar de ayudar a las víctimas en su ne-cesidad más vital y profunda, lo que consiguen es acentuar y pro-longar su victimización. (Elkarri, 2004)

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Bibliografía

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TERCERA PARTE

Relatos y narrativas: opciones para la investigación en trabajo social

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Investigar en trabajo social desde los relatos biográficos

Yolanda Puyana VillamizarUniversidad Nacional de Colombia

Introducción

Durante más de veinte años me he dedicado a la formación en trabajo social y, a la vez, he sido investigadora de las dinámicas de los grupos familiares, los procesos de socialización, las historias de vida de mujeres de sectores populares, las relaciones de género y generacionales. Me he preguntado: ¿Cómo articular estos conoci-mientos con la formación y la práctica del trabajo social? ¿Para qué es necesario, desde el trabajo social, comprender las creencias y las actuaciones de las personas con quienes se labora? ¿Cómo aporta la investigación a ese principio propuesto por el trabajo social de-nominado empatía, que significa ponerse en el lugar del otro y la otra, e intentar comprenderlos en sus conversaciones cotidianas?

Al trabajo social le corresponde, dentro del panorama de las disciplinas y las profesiones, de manera preferente la intervención, pero se interviene a partir de un encuentro relacional, en un con-texto social y cultural específico. Estos encuentros y reencuentros suponen un diálogo, establecer conversaciones, sistematizar la forma como se expresan las emocionalidades a través de los relatos. Sin embargo, como plantea Olga Lucía Vélez (2003): «Ni la teoría, ni la práctica en sí mismas comportan conocimiento, pero ambas están en posibilidad de aportar construcción del mismo» (p. 18).

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Comparto con la autora su inquietud al sugerir al trabajo social contemporáneo la necesidad de investigar, como una forma de com-prender al otro y a la otra, empleando categorías y procesos siste-máticos, más allá del conocimiento ordinario o del sentido común. Interpretando a la autora y mis coincidencias con ella, me enfoco en reconsiderar la acción inmediatista sumada a una visión que tiende a reducir la investigación de enfoque cuantitativo, limitada a forma-lizar el conocimiento a través de un frío cúmulo de datos. Sugiero, por tanto, también dirigir la mirada de la investigación en trabajo social a un enfoque cualitativo que permita desentrañar «aspectos invisibles del mundo de la vida y de las prácticas sociales construidas por los sujetos con los cuales se interactúa durante el ejercicio profesional» (Vélez, 2003, p. 129). Este enfoque se caracteriza «por reconstruir la realidad social, develando las lógicas y los sentidos que las acciones, vivencias y experiencias representan para quienes encarnan, contribu-yendo a desentrañar la complejidad de la trama social» (p. 146) .

Cuando ejercemos el trabajo social, es constante el encuentro con el otro o la otra que se establece a través de las conversaciones directas, cara a cara, e implica la interacción directa a través de un proceso de comunicación. En esta interacción intercambiamos re-latos que expresan el contexto cultural desde donde nos movemos y son básicos para la interacción social. Las preguntas que me in-quietaron al investigar cómo se desenvuelve la vida cotidiana de mujeres y hombres con los que a diario nos movemos en la acción profesional fueron, entre otras: ¿quiénes son?, ¿cómo piensan?, ¿cómo han reconstruido sus vidas?

En varias investigaciones he estudiado los relatos a partir de métodos de investigación cualitativos, que tienen en común recopilar conversaciones sobre situaciones cercanas de la vida de las personas y, al tiempo, profundizar sobre los significados de los mismos. En el

1 No me sitúo en una posición de exclusión entre los dos enfoques; más bien, dentro de la idea de que el objeto de estudio es el que genera el método a seleccionar.

2 Los estudios se encuentran en las siguientes publicaciones: Barreto y Puyana (1997), Puyana (2000, 2003), Orduz y Puyana (1998), Puyana y Motoa (2009).

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presente artículo voy a comunicar mi reflexión metodológica en el hacer de la investigación y, para ello, lo he dividido en tres partes: en primer lugar, voy a explicar la perspectiva epistemológica desde donde me muevo para tratar esta forma de hacer investigación social; en la se-gunda, preciso el alcance de los estudios acerca de los relatos y la forma como se abordan, distinguiendo los términos empleados en estas me-todologías; finalizo con una propuesta de análisis que ha sido muy su-gerente en los estudios realizados. Espero, así, contribuir a la labor de trabajadoras y trabajadores sociales que quieran seguir el camino de la investigación a través del estudio de los relatos. Y a quienes se dedican a la intervención, invitarlas e invitarlos a reflexionar sobre su expe-riencia para que sirva como fuente de investigación.

El enfoque epistemológico para

investigar los relatos de vida

Los relatos no expresan la realidad

Existen diversas miradas para el estudio de los relatos biográ-ficos y las historias de vida. Un primer enfoque presupone que en un relato está inmersa la vida de quien relata y a través de sistema-tizaciones de dichas narraciones se refleja su biografía. Esta mirada tiende a crear una ilusión biográfica, en tanto le atribuye a lo que se dice el carácter de verdad. En ese sentido, algunos investigadores, como Oscar Lewis (1966), han pretendido, a través de largas y con-tinuas entrevistas, recopilar las vidas de las personas y reprodu-cirlas, como si ese relato fuera la realidad hablada.

En esta mirada está implícita una concepción que considera al lenguaje como reflejo de la realidad. Se trata, así, de un enfoque po-sitivista, según el cual la investigación es un proceso de reconoci-miento de un mundo objetivo, independiente del investigador, que permite convertir esa realidad en hipótesis y teorías. Es común la investigación fundamentada en una teoría del conocimiento, que contrapone el sujeto cognoscente al objeto conocido; supone que el primero recibe los mensajes enviados por el segundo, sin afectarse por ellos en el contexto interactivo. Como plantea Gergen (1996):

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Una de las más difundidas concepciones del lenguaje se basa en la premisa de que las palabras son elementos que reflejan la realidad, que el lenguaje puede y debe obrar de modo que nos suministre descripciones exactas de lo que sucede. Esta concepción es heredada por la mayoría de las ciencias. Se cree que las palabras trazan un mapa del mundo tal como es. Sin embargo, no es el mundo el que nos impone nuestras descripciones, sino las tradiciones de uso del lenguaje. (p. 12)

Por el contrario, concibo que si la cultura es el fundamento de los relatos y nos movemos en una realidad interpretada por los an-tecesores, entonces solo es posible comprender los discursos refe-ridos a partir de nuestro encuentro con la llamada realidad vivida e interpretada por los sujetos con quienes se conversa, pero esta no es la realidad en sí misma.

Otra ilusión asociada a la investigación sobre las historias de vida es aquella que fija el relato a una secuencia, a una intención construida tanto por el narrador como por quien recoge la historia. Ante este razonamiento, Pierre Bourdieu (1996) critica la forma como las ciencias sociales han empleado los relatos biográficos en la investigación; para él las interpretaciones teóricas no tienen en cuenta que estas historias no constituyen el relato de una iden-tidad única y fija, sino unas narraciones que se van modificando en los distintos contextos donde se desenvuelve la vida. Propone no tomar dichos relatos como coherentes, sino como expresión del contexto del cual son agentes quienes los narran. Cada persona cuenta diferentes vivencias del espacio social y Bourdieu plantea la idea de comprender estos relatos como correspondientes al curso de la vida social, diferente al curso biológico del ciclo vital.

Comparto los supuestos epistemológicos de Gregory Bateson (2002), quien al referirse al conocimiento emplea de forma rei-terativa una metáfora fascinante al distinguir entre territorio y mapa. El primero significa lo real —lo que los positivistas consi-deran que puede reflejarse—; pero es contundente al afirmar que, tanto en la vida cotidiana como a través de la investigación, solo

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es posible movernos a partir de los mapas, donde juegan un papel central las interpretaciones hechas acerca de los territorios. Si bien la tradición científica ha creído fundamentar su tarea en la posi-bilidad de reflejar el territorio, Bateson considera la imposibilidad de tener acceso a este como base primaria, ya que desde la misma percepción nos movemos a partir de las síntesis derivadas de in-terpretaciones, elaboradas por los mismos órganos de los sentidos, acerca de la llamada realidad.

Gregory Bateson rebate los supuestos con los cuales se inter-preta la actividad científica como aquella encaminada a mantener una correspondencia precisa entre nuestras descripciones de la realidad y las teorías. De manera enfática señala la imposibilidad de dicha meta, pues para él la verdad no es asequible al sujeto. Al ponerle límites a esta actividad, afirma el autor que las ciencias a veces mejoran las hipótesis y en otros momentos las refutan, pero probarlas es otra cuestión. Distingue entre el nombre y la cosa nombrada, y acude a un ejemplo: «cuando pensamos en cocos y cerdos no los tenemos en el cerebro [...]. En toda percepción hay una codificación, entre la cosa con la cual se informa y lo que se in-forma sobre ella. Poner un nombre es clasificar y hacer un mapa no es recorrer el territorio, es una abstracción» (Bateson, 2002, p. 40).

Solo nos queda incluir en el mapa las diferencias de las di-ferencias, y estas son descripciones, analogías, informaciones y abstracciones con diversos niveles de elaboración. La base de esta postura sobre el conocer es enunciada por Bateson en su texto Es-píritu y naturaleza (2002) de la siguiente forma:

1. Las partes de cualquier miembro de creatura pueden com-pararse con otras partes del mismo individuo para obtener las co-nexiones de primer orden. 2. Los cangrejos pueden compararse con las langostas o los hombres con los caballos, y se encontrarán simi-lares relaciones entre las partes. [Se obtienen así las conexiones de segundo orden]. 3. La comparación entre cangrejos y langostas puede comparase con la comparación entre hombres y caballos, dándonos conexiones de tercer orden. Hemos construido así, el pensar sobre la pauta que conecta y una pauta de las pautas. (2002. p. 21)

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En ese sentido, la investigación y la actividad científica se basan en el proceso de comparación de las relaciones; por tanto, comprender las diferencias supone un ejercicio continuo a través del cual elaboramos mapas resultantes de distintos niveles de com-paraciones y analogías. Al reflexionar sobre los procesos de inves-tigación ya citados, durante diferentes momentos surgieron relatos en los que se rememoraban historias incompresibles en el marco de mis creencias acerca de las personas; pero solo una comparación sistemática de los relatos, un continuo retomar lo común y lo di-verso, nos permitieron establecer distinciones y elaborar mapas más precisos.

Por ejemplo, cuando analizábamos las infancias narradas por las madres comunitarias de Bogotá sujetas del estudio (Barreto & Puyana, 1997), encontramos que estas conversaciones no coincidían con nuestras creencias acerca de lo que debería ser esta etapa del ciclo vital. Solo una lectura cuidadosa de los relatos, su clasificación y contraste —que incluía el replanteamiento de nuestras propias creencias como personas implicadas en el proceso de investigación— nos fueron indicando cómo este grupo de mujeres de sectores popu-lares vivió otras pautas de crianza, distintas también de lo que las ideologías dominantes de la sociedad colombiana consideran como el deber ser de la infancia. En investigaciones posteriores (Orduz & Puyana, 1998), volví a contrastar estos relatos con los de otras gene-raciones y de nuevo encontré diferentes pautas de crianza, lo que me llevó a una constante comparación y al reencuentro con las di-ferencias. Fundamentada en esta misma perspectiva, he adoptado la postura de entender los relatos como textos o mapas, que de ninguna forma expresan la realidad de manera directa.

El lenguaje y el relato

Al seguir el pensamiento de Bateson y de quienes después adoptaron el paradigma del constructivismo y el construccionismo social, podemos hablar acerca de una realidad construida por el intercambio entre las personas, por medio del lenguaje. En otras palabras, el lenguaje no representa la realidad y solo es aprehensible

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a partir de la interacción, a través del acto comunicativo, cuando, al desarrollar una labor colectiva, establecemos significados sobre sus características y dinámicas. Compartimos el pensamiento de Wittgenstein (2005), quien afirma cómo los límites del lenguaje de la gente significan los límites de su mundo y, en consecuencia, lo no nombrado a través del lenguaje, los objetos o las relaciones pueden estar allí, pero no se conocen y, para nosotros, no existen. Conversar es la acción misma del vivir y nos definimos como seres construidos a través del lenguajear, en el sentido enunciado por Maturana (1997), para quien «las palabras que usamos no solo revelan nuestro pensar sino que proyectan el curso de nuestro hacer» (p. 105).

El lenguaje es social por excelencia; su sentido y su significado se construyen por una acción conjunta, de manera que es impo-sible imaginarse el lenguaje como fruto de la acción individual. Más bien, es producto de múltiples actos de encuentros intersubje-tivos que le permitieron a la humanidad luchar contra los avatares de la naturaleza. Si el relato dependiera de los significados indivi-duales y privados sería imposible la comunicación. Según Kenneth Gergen (1996): «Los términos y formas mediante los cuales obte-nemos información del mundo y de nosotros mismos son arte-factos sociales, producto de intercambio histórico y culturalmente situados entre las personas. Son resultado de relaciones coopera-tivas que adquieren significado en el diálogo, de la acción conjunta y son inherentemente interindividuales» (p. 162).

Los humanos estamos inmersos en una serie de conversa-ciones a través de las cuales formamos los sistemas sociales, cons-truidos en medio de los juegos del lenguaje. El papel del lenguaje en la formación de sistemas sociales es definido por Humberto Ma-turana (1996) de la siguiente manera:

Nos movemos en la vida diaria a través de redes entrelazadas de conversaciones que se intersectan en su realización en nuestras corporalidades, entrando y saliendo de los sistemas sociales según que nuestro comportamiento implique rechazo o aceptación de la coexistencia o en aceptación mutua con ciertos otros en el fluir de nuestro lenguajear y emocionar. (p. 117)

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Constantemente interpretamos nuestras experiencias por medio de relatos en los cuales se expresa lo que vamos viviendo du-rante nuestras vidas y nos reconocemos a partir del intercambio de estos. Construimos historias mientras vamos dando significación a nuestras experiencias, emociones e interacciones sociales. La forma de comunicar tales narraciones son el lenguaje verbal, el gestual, el corporal o a través de la expresión figurativa de nuestras sensaciones.

Los relatos se construyen y son distintos a la experiencia

Si bien los relatos expresan las experiencias, me pregunto ahora, ¿cómo se relacionan entre sí? Para Jerónimo Bruner (2004) los relatos tienen dos dimensiones: por un lado la acción, consti-tuida por los argumentos —agente, intención, meta, situación en instrumento—; y, por otro lado, la reflexión sobre la acción, lo cual implica la conciencia de lo que cada uno o una piensa, siente o percibe en torno a su actuar. Ambas instancias son complemen-tarias y se expresan simultáneamente. Las experiencias nos ofrecen la posibilidad de intercambiar con el mundo, pero es cuando las comparamos con las de los o las demás, en medio de nuestro len-guajear permanente, que adquirimos conciencia de ellas.

Como el contexto de nuestra vida está formado por varias his-torias expresadas en los relatos, es útil considerar que estos son in-terpretados y se fundamentan en una relación entre relatos y acción. Comparto con Bruner (2004) su argumento sobre la forma de inter-pretación de los relatos, es decir, cuando contienen una referencia al pasado, se resignifican y no se traen a cuento de manera mecánica, como si fuera un retrato tomado a partir de la reproducción de una imagen del evento. En otras palabras, no hay un relato que no sea interpretado por quien relata a partir de su propia historia de vida y de las elaboraciones hechas en el presente sobre el pasado.

3 Cuando Bruner (2004) se refiere a los relatos, a diferencia de las narrativas científicas fundamentadas en la lógica, plantea: «Los relatos contienen desenlaces tristes o cómicos o absurdos, mientras los argumentos teóricos son sencillamente convincentes o no convincentes» (p. 57).

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El tiempo y los relatos de vida

Si todas las personas relatamos a partir de los recuerdos, es-tamos inmersas en nuestro tiempo pasado. Si bien la reflexión sobre el tiempo nos lleva a preguntarnos desde el presente, cuando relatamos un evento ya nos movemos en el pasado e incide en ello una forma de manejar el tiempo. Comparto lo afirmado por Boscolo y Bertrando (1996), quienes dicen, retomando a Norbert Elias: «El tiempo se construye a posteriori, como derivado de las experiencias culturales del sujeto» (p. 22).

Persisten múltiples tiempos porque el tiempo solo lo com-prendernos al entender que es indefinible y que hemos construido variedades de este. Todos los seres humanos construimos dife-rentes tiempos a partir de nuestro devenir por el mundo, pero esa construcción es a la vez cambiante y se reproduce en contextos culturales distintos. La construcción cultural del tiempo cambia. Mientras que unas sociedades se fundamentan en una visión re-trospectiva del tiempo, y encuentran sentido en repetir a sus antepasados, otras nos orientamos hacia la idea de un devenir im-perceptible, la necesidad de desechar lo viejo y solo apreciar lo que se consume de inmediato, como tiende a ocurrir en la actualidad. Nos movemos entonces en medio de varios tiempos a la vez: el tiempo cuantificable a través de un reloj, el tiempo variante según el ciclo vital, el tiempo subjetivo propio de la experiencia de vivir e indescriptible para cada sujeto. En síntesis, no existe un tiempo verdadero y otro falso, sino diferentes concepciones afectadas por la cultura y la apreciación que cada persona ha hecho de la vida.

Durante las entrevistas encaminadas a rememorar los relatos de vida, invitamos a la persona a introducirse en una reflexión sobre el tiempo y esta posiblemente explicará el pasado, como si el hoy fuera una conexión de sucesos que le dan sentido al pre-sente. Al respecto es interesante el concepto de Bergson: «Cada in-dividuo puede disponer de unidades internas del tiempo diferente a los otros» (Boscolo & Bertrando, 1996, p. 42). En ese sentido, cada entrevistado contiene un tiempo interior, una forma particular de interpretar su devenir, distinta de los tiempos del investigador,

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quien reelabora y sistematiza la infor mación a partir de las hipótesis e interpretaciones orientadoras del proceso de conoci miento. Aparece además otro tiempo: el de la historia, es decir el contexto donde se desenvuelven los acontecimientos, cuyo reconocimiento permite con-textualizar a sus protagonistas y sus vivencias.

Por ello, cuando entrevistamos acerca de las vidas pasadas, las personas hacen una evaluación con los ojos del presente. En el estudio sobre la maternidad y la paternidad ya citado, fue muy útil comprender este principio, pues cuando los relatantes conversaban sobre los cambios respecto a sus antecesores, a quienes juzgaban como maltratadores, con la mirada de hoy, lo hacen porque han interiorizado formas más democráticas de educación de los hijos e hijas. Seguramente si las mismas personas hubieran sido entre-vistadas cuando eran niños, habrían considerado el maltrato físico como normal y se juzgarían como merecedoras de castigos.

Otro ejemplo lo he hallado cuando los y las relatantes se re-fieren a la infancia, pues la abordan a partir de su consideración actual sobre las características de esa etapa de la vida. Cuando el relatante afirma: «No tuve una infancia feliz», bien sea debido al duro trabajo que realizó en esa época o por la violencia que recibió como forma de castigo, es porque parte de una idea actual de re-chazo al trabajo infantil y de que la felicidad en ese momento del ciclo vital consiste en jugar.

Las historias contadas generan nuestra acción

Otra característica de los relatos que nos ayuda a percibir su alcance es la de comprender cómo los o las relatantes contamos nuestras historias dándoles una interpretación a partir del devenir vital. Como plantean Epston, White & Murray (1996): «Los relatos en los que situamos nuestra experiencia determinan el significado que le damos a esta y a la vez, estos significados conllevan el que se seleccionen ciertos acontecimientos y no otros» (p. 123). En otras palabras, persiste una continuidad en la vida sobre la cual se fun-damentan los relatos que, de manera arbitraria, se imponen en la memoria y nos permiten recordar ciertos acontecimientos, causas y secuencias, al tiempo que desestimamos otros. Además, los relatos

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marcan las acciones de las personas y actuamos a partir de estos, como plantean los mismos autores (1996): «Estos relatos son los que determinan la forma de la expresión que damos a esos aspectos de las experiencias [...] los efectos y orientaciones reales en nuestra vida y en nuestras relaciones» (p. 123). Vivimos conforme nos rela-tamos e interactuamos con los y las demás, a partir de la interpre-tación hecha de nosotros. Los significados de los relatos contienen efectos reales en la acción, en nuestros proyectos de vida y en la forma de vivirla. En la medida en que me siento como una persona de poco valor, justifico en las interacciones con otros esa definición elaborada sobre mí, la transmito a través de mi conducta y defino en mi proyecto de vida la apreciación construida.

Siguiendo las afirmaciones de Epston, White & Murray (1996), nos situaríamos en una visión crítica que implica actuar distinto ante las consultantes que llegan al apoyo psicosocial. Por ejemplo, ante una trabajadora social, con frecuencia los relatos dominantes de una mujer tienden a centrarse en el maltrato recibido de parte sus padres, de forma que la definición de sí misma como persona maltratada incide en una actitud de víctima cuando debe asumir su vida. Al repetir esta historia sobre sí en distintos escenarios, va a actuar como víctima, lo cual le impide agenciar su propia vida.

Guy Widdershoven (1993), al preguntarse cómo se relaciona la vida con las historias contadas, nos procura una aclaración me-todológica sobre esas asociaciones. Para el autor, la vida se nutre de las historias y cuando las relatamos estamos transmitiendo a las personas los significados que construimos a partir de la expe-riencia de vivir. Estos significados y relatos cambian en la medida en que varían el transcurrir de la vida cotidiana, las relaciones y los múltiples contextos donde nos encontramos. Plantea Widders-hoven: «La vida contiene un significado implícito que es convertido en explícito a partir de las historias»4 (1993, p. 4).

Si bien las historias que hemos elaborado se viven en la vida misma, porque el lenguaje es acción y cuando se habla se actúa, la ar-ticulación entre vida e historia no significa determinación, ni siquiera

4 «Life has an implicit meaning, which is made explicit stories».

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se aspira a que la historia se refleje de manera mecánica en la vida. La diferencia entre vida e historia se clarifica en la medida en que enten-demos cómo el transcurrir cotidiano contiene múltiples momentos que no son narrados cuando ocurren, ya que poco a poco en los re-cuerdos se van omitiendo los detalles y solo rememoramos los acon-tecimientos más generales. Al mismo tiempo, se cuentan o escriben historias inspiradas en las fantasías; construimos historias imagi-narias como las de Julio Verne y numerosas narraciones literarias. En síntesis, comparto la siguiente afirmación de Carlos Piña (1988):

[…] la potencialidad específica de los relatos no reside en ser reflejo fiel de lo que fue la vida. Se trata de un material relativamente autónomo el cual posee un cuerpo propio, pero de ninguna manera refleja de manera directa las vidas de las personas. La distancia ya señalada entre vida y relato, la diferencia entre el tiempo de la vida y el tiempo del relato, indican cómo la vida misma no podría reco-gerse a través de ningún instrumento de investigación. (p. 143)

Cuando los relatos se refieren a la identidad

y se convierten en narrativas

Tanto Piña (1988) como Widdershoven (1993) coinciden en afirmar que en el relato de vida el eje de la narración son las identi-dades o las referencias acerca de sí y su evolución como personas a través del tiempo. En efecto, a partir de un proceso de comunicación cara a cara que se establece por medio de una entrevista en profun-didad, las personas van hablando sobre sí. Van emergiendo relatos asociados más a las identidades, que se relacionan con la narración estable que cada persona hace de sí. Estas identidades se construyen en medio de las relaciones sociales y tienden a ser más estables porque el yo las estructura para dar continuidad a la visión sobre sí .

5 Coincido con la definición de Lino Guevara (1996), quien plantea cómo la «la identidad está asociada con la estabilidad, con la noción de representación psíquica, con la representación singular del sí mismo que me diferencia de los demás, como el núcleo de la mente, lo que se repite de sí, producto de la decantación de la experiencia donde el ser permanece constante» (p. 26).

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Al respecto, sugiero retomar las ideas de Widdershoven (1993), quien plantea el concepto de identidad narrativa para abordar las historias de vida. Para el autor las personas entrevistadas sobre sus historias de vida, a la vez que se involucran en el relato expresan sus identidades, la secuencia y la unidad con la cual hemos estructurado nuestra existencia. En ese sentido, me parece más sugerente deno-minar los relatos surgidos a raíz de las preguntas acerca de la vida como narrativas, pues tienen el sello de construir un personaje y expresar una síntesis de la identidad. Los relatos son inacabados por cuanto nuevas experiencias van provocando versiones diferentes sobre nosotras o nosotros y se convierten en narrativas cuando se apropian, se fijan, se les otorga una secuencia y se seleccionan según el sentido brindado por cada persona a sus vivencias.

White y Epston (2002) plantean cómo los relatos se convierten en narrativas cuando condensamos nuestras experiencias acerca de las interacciones sociales, construimos el sentido y el significado, y las apropiamos para comunicar a través de ellas nuestra versión sobre nosotros o nosotras. Si bien los relatos son múltiples, las na-rrativas aparentemente contienen un carácter más continuo y son integradas por cada persona para presentar con mayor estabilidad una imagen de sí, que responde a las identidades.

Cada narrativa contiene un comienzo, un medio y un fin, el cual se comunica en el lenguaje cuando interpretamos el pasado, proyectamos un futuro, e incorporamos las relaciones y expe-riencias compartidas con los demás seres en el mundo. Estoy de acuerdo con Bárbara Zapata (2004) en cuanto a su mirada sobre la narrativa:

La narrativa es una metáfora según la cual las vidas de las per-sonas pueden ser comprendidas como textos literarios, como his-torias que se despliegan: con comienzo, medio y fin, dando forma a experiencias vividas y a la propia identidad, de tal manera que puedan ser comprendidas por los otros [...] son parte de un sistema constituido por actores, guiones y contextos, ligados entre sí por una trama [...] no se atienen a criterios de verdad, sino de consis-tencia con las historias en las cuales están incluidas. (p. 8)

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Cuando a partir de preguntas generadoras de un relato de vida las personas cuentan su versión, convierten en narrativa sus re-latos. Estas historias son secuenciales y se articulan a partir de un momento sustancial que va desencadenando otros sucesos. Ante esa articulación de causas y unos efectos —propia de la causalidad lineal aprehendida en nuestra cultura occidental—, se va justifi-cando el actuar de hoy.

En el caso del estudio citado sobre las mujeres de sectores populares (Orduz & Puyana, 1998), las más jóvenes contaban sus vidas dándoles un lugar especial al maltrato o al abuso que ellas y sus madres habían vivido por parte de sus padres. El resto de su vida era entrelazada por ellas con este suceso para reproducir su papel de víctima, bien fuera en las relaciones de pareja o para resis-tirse a continuar el ejemplo de su madre. El concepto de trauma era interiorizado como parte de la identidad, y ellas lo consideraban el desencadenante de múltiples situaciones en su vida. En la siguiente narrativa, de una mujer campesina de 45 años, se observa esta se-cuencia entre la violencia de que fue objeto y la forma como ella va mostrando que esto incide en el transcurso de su vida:

Mi papá le dio una vida muy espantosa a mi mamá. Hoy día le echamos la culpa a él, aunque nosotros lo queremos porque nos enseñaron a quererlo, pero nosotros sí pensamos que mi papá mató a mi mamá, de tanta paliza que le daba. Mi mamá era más com-prensiva, pero a ella le daba miedo. Ya iba a cumplir los quince años, entonces, un muchacho de acá, pues no sé, me gustó, pero mi papá puso el grito en el cielo, me dio una paliza que para qué le cuento. Entonces me casé y me fui para Bogotá. El muchacho yo lo veía muy buena gente, pero después comenzó a cambiar: conoció a otra mujer que de pronto se arreglaba mejor y se maquillaba. En fin, me cambió a mí por ella, allá en Bogotá. Ya volvió a ser como mi papá, quería ser como mi papá, quería pegarme, pero yo nunca me dejé. Toda la vida sometida, primero acá, y ahora con él, que no. Pero si yo no me rebelo, él es capaz de que me pega.

Considero que en esta narrativa inciden las conversaciones ac-tuales que la cultura divulga sobre la violencia contra la mujer. La

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mujer que relata se rebela contra su reproducción en sus relaciones afectivas y trata de no repetir con su esposo la experiencia con su padre. La entrevistada ha expresado una narrativa organizada en torno a superar el trauma ocasionado por el padre y a no continuar con los comportamientos de su madre, más útil para no actuar de forma sumisa en las relaciones de pareja.

Los relatos de vida como estrategia

de investigación social

Desde el enfoque cualitativo de investigación social, nos refe-rimos indistintamente a los relatos de vida, las historias autobio-gráficas, la historia de vida, los métodos biográficos o la biografía asistida para designar una manera de investigar fundamentada en la recopilación de los relatos de vida que, convertidos en narrativa, sirven de base para compartir con las personas sus ideas acerca de sí mismas y el desarrollo de sus identidades e interacciones so-ciales. Es estos relatos se manifiesta el devenir del yo a través del tiempo. Tienen en común que son dirigidos por una o un investi-gador a través de entrevistas profundas. A continuación, voy a re-ferirme a la conceptualización elaborada por varios autores acerca de esta estrategia de investigación.

El término enfoque biográfico fue propuesto por Godard y Cabames (1996) y definido como un proceso continuo de inves-tigación, cuyo eje central es el cambio de las personas a través de tiempos distintos, lo cual nos lleva hacia la construcción de diversas temporalidades sociales. En el mismo sentido, Cristina Santamaría y José Miguel Ramírez (1995) se refieren a la historia de vida y la historia oral como instrumentos de investigación centrados en lo expresado por la subjetividad en el relato. Los autores valoran la narración sobre la vida, en la medida en que esta también da cuenta del pensamiento de una época, facilitando reconstruirla y relatarla desde los propios actores sociales.

Las historias se construyen en un sistema social determinado y por lo tanto, surgen de las redes productivas e interactivas del mismo. Vuelven sobre el sistema para nombrarlo, en la medida en que el discurso puede circular en la memoria de los sujetos y de

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los grupos (edad, clase, género, etnia). La historia que compone y difunde no es un accidente sino que tiene un carácter estructurante del propio sujeto. (Santamaría & Ramírez, 1995, p. 269)

Comparto la comprensión de Daniel Bertaux (1996) acerca de los relatos de vida que remiten a un análisis de tipo etnosociológico: «Lo socioestructural, como expresión de la parte de la vida material, lo institucional, lo dado, la producción, la reproducción, el trabajo y al mismo tiempo lo socio-simbólico, lo vivido, lo emocional, las acti-tudes y las representaciones del valor» (p. 993). El autor hace referencia, así, a dos dimensiones aportadas por los relatos de vida: primero, los elementos comunes de la vida social expresados en los relatos, ya que cada historia particular contiene elementos de la cultura y la vida social durante una época dada; y, en segundo lugar, que en cada relato vital aportamos experiencias y sentimientos en los cuales manifestamos la forma como vivimos nuestra relación con las instituciones.

Acojo también la distinción que algunos investigadores ela-boran a partir de dos palabras distintas en inglés: story e history. Se habla de life story cuando se recogen las historias en bruto; se trata de las narraciones antes de ser construidas y analizadas por los investigadores. Estas se distinguen de las historias de vida, co-rrespondientes a lo que en inglés se denomina life history, en tanto conllevan la relectura, sistematización, edición y análisis hechos por quien investiga.

Similar distinción debe hacerse en torno al relato oral y el relato de vida. El primero, muy empleado por los historiadores, se centra en un procedimiento que consiste en entrevistar a las personas que han sido testigos de acontecimientos del pasado o de sus vivencias en una época determinada. El segundo supone una reconstrucción del ciclo vital o de algún acontecimiento que marcó la vida a través del tiempo; esos relatos se convierten en narrativas en las que juega un papel central la identidad. El relato oral se centra en el periodo espe-cífico que implicó un fenómeno colectivo, mientras que el relato de vida es más particular y se centra en la narración que cada persona ha construido sobre sí misma. En estas narrativas las referencias en torno a su privacidad se convierten en relatos públicos, de allí que

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durante las entrevistas fluyan múltiples emocionalidades y temores de quien cuenta la historia.

En mi práctica como investigadora, he encontrado un patrón en los relatos de vida: cuando, al revisar sus vidas, las relatantes las asocian con fracasos y descenso social, con frecuencia se niegan a volver a retomar la historia y a ser entrevistadas otra vez. Por el contrario, muchos hombres y mujeres que sienten haber ascendido socialmente, con satisfacción se ofrecen para ser entrevistados y retoman el relato, pues durante la entrevista se reconfortan con su propia imagen.

Pujadas (1992), por su parte, plantea la posibilidad de que el llamado método biográfico de investigación pueda contener di-ferentes enfoques y caminos metodológicos. En primer término, se refiere a lo propiamente llamado historia de vida, comprendida como un «relato de vida único», cuyo objeto central es mostrar un relato autobiográfico obtenido por el investigador, mediante entre-vistas sucesivas, que por lo general pueden ser infinitas, pues es imposible recopilar la vida de alguien en una historia. Con esta modalidad, se recogen las experiencias, los sentimientos y las valo-raciones que una persona hace de su biografía y la historia de vida se convierte en un estudio de caso.

Sobre la historia de vida, Pujadas (1992) cita a Thomas y Znaniecki, en el texto titulado The Polish Peasant, como uno de los iniciadores de esta metodología que emplea el término life history «para describir tanto la narrativa vital de una persona en la inves-tigación, tanto la interpretación, los documentos y las entrevistas en el entorno social del sujeto biografiado que permiten comple-mentar y validar el texto biográfico inicial» (p. 46). Fueron bien divulgados en esta perspectiva los estudios de Oscar Lewis (1965) acerca de la pobreza en México y en Nueva York, a raíz de las his-torias de vida de familias excluidas de recursos económicos, cam-pesinos o migrantes recientes de las grandes ciudades6. En 2006,

6 No puedo dejar de resaltar el impacto que ha tenido en mí Oscar Lewis, desde que lo leí en los años setenta, debido a la profundidad de sus relatos y la multiplicidad de matices que muestra al recopilar en detalle estas narrativas.

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Jimeno elaboró un texto sobre el líder indígena Juan Gregorio Palechor, con una perspectiva similar a la de Charles Feixa (2003), en cuyo texto se ofrece el ejemplo de la historia del último de los indios americanos, Yahi. Ambos antropólogos emplean la meto-dología definida con el término historia de vida para referirse a una estrategia de investigación en la que se destaca la imaginación autobiográfica. Coinciden con Pujadas (1991) al resaltar los relatos del éxodo como fundamentales para entender la historia social a partir de los relatos individuales.

Durante el desarrollo de las ciencias sociales, se han realizado múltiples investigaciones con distintos enfoques fundamentadas en la metodología de relatos autobiográficos, historias o relatos de vida. Myriam Jimeno (2006) se remite a la divulgación de la vida de Cristo y Las confesiones de San Agustín, pero señala cómo han tenido un desarrollo especialmente fuerte en el final del siglo XX, en la antropología, la historia y la sociología. Con frecuencia muchas de estas investigaciones se dirigen a recuperar las voces de las visiones subalternas, las voces de los negros, de los indígenas o de las mujeres.

Una segunda modalidad la constituyen los relatos biográficos múltiples, en los cuales se seleccionan relatantes con caracterís-ticas similares o disímiles, a partir de criterios determinados en el proyecto de investigación, de manera que los relatos permitan comparar varias historias. Se recopilan bajo el supuesto de que re-presentan a un conjunto de personas con características similares, se aplica el criterio de saturación y se propone acumular narrativas biográficas referidas a individuos de un mismo sector, compararlos y evaluar si van incorporando elementos comunes. Se continúa así hasta el momento en que cualquier nueva narrativa ya no sea capaz de introducir elementos novedosos significativos. En general, se cruzan los relatos, cuando se analiza lo común y lo diverso al con-trastarlos. En el momento de la divulgación, con frecuencia se trata de construir una sola historia mediante relatos diferentes.

Durante mi ejercicio como investigadora, he realizado estudios de relatos biográficos (Barreto & Puyana, 1997; Orduz & Puyana, 1998; Puyana, 2003) siguiendo el segundo enfoque propuesto por

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Pujadas. He optado por dicha modalidad, por el valor que he en-contrado en sintetizar los elementos socioculturales y la visión de la subjetividad sobre la inserción de las personas en las institu-ciones y las relaciones sociales.

En los dos primeros trabajos citados, estudiamos relatos de vida a partir de entrevistas en profundidad que tenían como eje el ciclo vital y recopilar las narrativas sobre la socialización. Las con-clusiones allí esbozadas las he encontrado en múltiples escenarios y en otros estudios similares, que nos dan luces sobre su sentido. En cierta medida, con los relatos desentrañamos elementos cultu-rales sobre los cambios y reproducciones de los procesos de socia-lización, que posiblemente se repiten en otros contextos.

Los relatos y el contexto comunicativo

de la entrevista profunda

Desde la perspectiva del construccionismo social, John Shotter (2001) plantea cómo las palabras se significan en ciertos contextos de uso; es decir, el significado de estas o de una expresión depende del contexto; la misma palabra tiene significados muy diferentes, pues solo podemos entender el sentido de un acto comunicativo si comprendemos las circunstancias en las que tuvo lugar. Cuando se hace un relato de vida nos preguntamos sobre el contexto inte-ractivo entre entrevistador y entrevistado, el cual va a incidir en lo narrado, pues las palabras van cambiando de sentido en medio de esa interacción comunicativa.

Por ejemplo, en el trabajo de campo en Boyacá observamos que algunas de las mujeres de sectores populares estaban ante nosotras, las entrevistadoras, profesoras universitarias remitidas por el Ins-tituto Colombiano de Bienestar Familiar, y se referían a su pasado situándose como personas sufridas y buenas madres. Señalaban que fueron golpeadas, que no les gustaba divertirse, que su vida se cen-traba en el sacrificio; enfatizaban una imagen de víctima, posible-mente porque el contexto de la entrevista así lo demandaba. Así me lo hizo sentir una hija de una de las madres entrevistadas, que le dijo a su madre delante de mí: «Mamá, pero yo a usted la veo a veces muy contenta y divirtiéndose, creo que no todo es sufrimiento».

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Frankee Juergen (1996), al referirse al mito de la historia de vida, relaciona la vida con los recuerdos, pues cuando el entrevis-tador solicita la entrevista instaura un contexto, el cual, por lo ge-neral, motiva al entrevistado a presentar una historia con ciertas características. Me pregunto aquí si las trabajadoras sociales han analizado el contexto en el que entrevistan. Si se comunican en el contexto de una comisaría de familia, por ejemplo, ¿los relatos de quienes acuden no están influidos por el control que la entidad hace de estas formas de violencia?

De manera que los relatos son bien selectivos y de allí la im-portancia de la expresión el mito de la historia de vida, que llama la atención sobre la necesidad de no atribuirles demasiados poderes a estos relatos, sin establecer un análisis profundo posteriormente. Al respecto, Juergen (1996) afirma: «El mito de la historia de vida no hace que el relato sea más cierto o falso de lo que quiere el na-rrador, es más bien otro sistema para explicar nuestra experiencia en el mundo [...]. Significa reconocer que es una expresión de aquello que llamamos vida ofreciendo una perspectiva específica de esa realidad» (p. 63).

En el caso de los estudios acerca del cambio en la paternidad y la maternidad, me pregunto: ¿qué contexto cultural general está permeando los relatos acerca de la maternidad y la paternidad hoy en la ciudad de Bogotá, que afectan a quienes fueron entre-vistados en el marco de esta investigación? Sin hacer un recuento muy amplio, debo señalar que estamos viviendo una época en que legalmente se prohíbe la violencia intrafamiliar, persiste un am-biente libertario sobre los derechos de las mujeres, un rechazo a las tradiciones machistas y, en general, un proceso de modernización en los últimos cuarenta años que ha marcado la forma como las personas vivimos e interpretamos las funciones paternales o ma-ternales (Puyana, 2003). Todos estos factores contextuales van a incidir en el tratamiento de las narraciones sobre la vida, pues las y los relatantes han interiorizado los cambios contextuales en sus identidades y así los relatan.

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La hermenéutica de los relatos de vida

A lo largo del texto he venido enunciando la necesidad de ana-lizar los relatos de vida y las narrativas en calidad de mapas —en el sentido dado por Bateson—, lo cual implica salirnos del relato mismo, ir más allá, evitando confundir los relatos con la realidad misma de forma un tanto ligera, como lo he sustentado. La pre-gunta que me inquieta es, precisamente, cómo pensar de manera creativa y, en cierta medida, como objetivar estas narrativas y re-latos. Si bien las entrevistas consignadas constituyen una fuente, esta es apenas la versión de quien nos cuenta, ¿pero cómo ir más allá de los relatos y las narrativas?

Martínez (2004) cita tres principios que propone Radnitzky a partir de la hermenéutica, que considero útiles para esta reflexión. En primer término resalta «la necesidad de comprender el texto desde adentro, lo que el texto dice, acerca de las cosas que habla, entendiéndolo en sí y en el sentido en que son usados dentro del texto» (p. 111). Propone, entonces, que los relatos y las narrativas se traten en calidad de corpus, que una vez transcrito se nos ofrece como material escrito, para comenzar a estudiarlo. En ese sentido, llegamos a darles un significado objetivo a las acciones narradas en estos textos, implica objetivarlos, en el sentido planteado por Ricoeur: «Un significado objetivo de la acción que se puede separar de la intención del actor y que produce consecuencias no inten-cionales» (como se cita en Martínez, 2006, p. 109). Esto significa estudiar las entrevistas como totalidad, separando acciones de re-flexión sobre las mismas.

El segundo principio se refiere a la empatía con el autor del texto, imaginar su situación y comprenderlo desde su marco in-terno de referencia, reconocer su mundo y su vida. Para imaginar, debemos reconocer también su contexto y los sentimientos in-mersos en el relato. Finalmente, el autor cita la interpretación como plena de creatividad e innovación, para comprender más allá del relato mismo, ir hacia otro sentido, enriquecido por el aporte de las disciplinas, por la misma pregunta de investigación. Retomando

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a Cassier, Martínez (2006) propone un esquema de comprensibi-lidad para las acciones humanas, como parte de la aplicación de la hermenéutica al análisis de estos textos: el reconocimiento del sentido que anima el relato, del significado que tiene la acción para el autor, la función que cumple la misma en la vida del autor y el análisis del condicionamiento ambiental y cultural. Este último as-pecto nos permite valorar la importancia del contexto social, com-prender la relación entre los textos, es decir, pensar en la influencia del ambiente en esa acción humana.

Con el objeto de concretar estos aportes sobre la hermenéutica y para tomar distancia de las narrativas, a través de los trabajos de investigación en los estudios citados hemos realizado un análisis intratextual y otro intertextual. Con el primero, nos referimos al análisis de cada texto escrito de lo hablado por la persona como totalidad; como habíamos planteado, cuando se dirige a aspectos referidos a la estructura de su identidad se convierte más en una narrativa, la cual es expresada en el contexto mismo de la en-trevista. Este análisis permite reconocer la conversación con la persona entrevistada como una continuidad, con coherencia y con las interpretaciones que hace el relatante de la acción en momentos distintos. Aquí precisamente nos ponemos en la situación de quien relata y estudiamos el contexto desde donde conversa.

El análisis intratextual lo hemos aplicado con distintas espe-cificaciones en los estudios ya citados. En la investigación sobre so-cialización de las mujeres de sectores populares (Barreto & Puyana, 1997), analizamos cada entrevista en profundidad como totalidad, a través de la inclusión de un esquema sobre el ciclo vital, que nos permitió comprender la forma como transcurre la vida de estas mujeres. Luego reconstruimos los relatos formando historias tipo y haciendo una síntesis en la que confluyen varios relatos .

En el estudio sobre padres y madres en cinco ciudades (Puyana, 2003), hicimos una síntesis de cada entrevista. Al analizarlas a la luz de la pregunta de investigación acerca de las formas del cambio

7 La historia tipo permite divulgar los relatos con coherencia al recoger en una sola varias situaciones. Por ejemplo, se elaboraron las infancias de las mujeres rurales y las urbanas.

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de la paternidad y la maternidad, formulamos unas tendencias que surgieron como categorías emergentes que mostraban su dinámica. Nos fue posible, así, comprender la heterogeneidad del cambio, pues unos relatos expresaban la tradición, mientras que otros eran innovadores en cuanto a la paternidad y la maternidad.

El análisis intertextual implica una comparación entre los re-latos. Convierte cada texto en un dominio analítico diferente, con la intención de analizar las similitudes y las diferencias de acuerdo con ciertos criterios. Cada párrafo es sometido a un microanálisis, tal como está concebido por Strauss y Corbin (2002): «Detallado análisis, línea por línea, necesario al comienzo de un estudio para generar categorías iniciales (con sus propiedades y dimensiones) y para sugerir las relaciones entre ellas» (p. 63). El análisis inter-textual exige descomponer los relatos en párrafos y someterlos a una clasificación, para generar categorías, proceso al que se de-nomina codificación, y cada categoría constituye un código. Las categorías van emergiendo de la lectura detallada de cada texto; su definición implica un proceso inductivo y deductivo al mismo tiempo. Por inducción, he comprendido la lectura detallada de cada relato y la propuesta de categorías, de temas teóricos y replantea-mientos de hipótesis que los va definiendo de acuerdo con el tema. Con deducción me refiero más bien a que hemos establecido unos objetivos previamente, que se convirtieron en la brújula de la in-vestigación; que hemos orientado las entrevistas y revisado teorías, de forma que estas pistas anteriores se convierten en un referente permanente del análisis. Tanto la inducción como la deducción se desarrollan como dos procesos que considero complementarios.

El sistema de codificación progresiva, usando Atlas Ti , ha facilitado interpretar los relatos más allá del relato mismo. En el estudio sobre padres y madres (Puyana, 2003) comparamos así categorías como autoridad, afectividad, significado de los hijos o hijas, proveeduría y trabajo doméstico, en más de 420 entrevistas en profundidad realizadas en cinco ciudades colombianas. Luego

8 El programa Atlas Ti facilita esta codificación, pero de ninguna forma sustituye el proceso de análisis de cada párrafo de acuerdo con los objetivos del estudio.

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se clasificaron por estrato social, tipo de familia, género, región y se hizo el análisis a partir de los contrastes y de las diferencias.

En general, siento que el análisis de cada categoría por se-parado, pero al mismo tiempo su confrontación y su interpretación, constituye un aporte invaluable en el conocimiento de quienes nos expresan sus propios mapas a partir de relatos y narrativas. Mapas que pueden ser comparados, analizados y que, lo más importante, transforman nuestras propias construcciones sobre la realidad en el proceso de investigación.

Conclusiones

En el transcurso de este escrito he analizado dimensiones de la investigación cualitativa de los relatos y las narrativas, confrontán-dolas con las experiencias de investigación que, como trabajadoras sociales interesadas en comprender nuestra cultura, hemos ela-borado acerca de las formas de socialización y la construcción de la realidad de padres y madres. Traté de establecer un hilo conductor entre ciertos principios epistemológicos que nos han aportando para el análisis de los relatos, entendiendo que cuando hacemos investigación cualitativa se trata de entretejer redes de conversa-ciones, que poco a poco se van depurando y articulando.

Sin desconocer el papel de estas narrativas para comprender las vivencias y los sentimientos de las personas en torno a las ins-tituciones y, en especial, a aquellas que atañen a la vida íntima fa-miliar, he querido desmitificar el papel de estas conversaciones. Para decirlo metafóricamente, se trata de enamorarse y desena-morase de relatos y narrativas. Enamorarse, porque solo en la medida en que se aman esas construcciones hechas por las per-sonas sobre su realidad logramos escucharlas y saber que esas vi-vencias también nos transforman como personas e investigadoras. Pero también hay que desenamorarse de las narraciones, porque ocurren en el contexto y el tiempo de un encuentro interpersonal, profundo pero limitado.

Después de revisar los planteamientos de varios autores sobre esta propuesta metodológica de investigación, creo que he precisado

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que el estudio de relatos paralelos es el enfoque más recurrente. Considero metodológicamente útil entender cómo estos relatos se van convirtiendo en narrativas, en las que se ponen en juego las identidades, pues narrar la propia vida implica recurrir a nuestra intimidad, y nos invita también a reflexionar sobre el papel de las emocionalidades y de los recuerdos.

Finalmente, he insistido en la hermenéutica del análisis de las narrativas a partir de la lectura intratextual e intertextual, precisa-mente porque este tipo de lectura se constituye en un instrumento para ir más allá de los relatos mismos; procurar cierto desencanto y relativizarlos, para así acercarlos a las ciencias sociales; desentrañar significados que, una vez contextualizados, ofrecen elementos in-valuables a la investigación sobre la vida cultural. Reitero, para terminar, que estos análisis nos ubican como trabajadores y tra-bajadoras sociales en un nivel distinto del pensamiento cotidiano sobre las personas con quienes interactuamos cada día.

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Investigar narrativas familiares1

*

Bárbara Zapata Cadavid

Universidad Nacional de Colombia

La exploración narrativa solo busca que las personas puedan narrar su vida de otra manera.

Michael White

Narrativas sobre calidad de vida(Localidad cuarta, San Cristóbal Sur, 2003) Cuando mi marido se fue yo entré en shock. Una amiga me dijo

que tenía que estar deprimida porque eso es lo que le pasa a uno cuando se separa.

A mí me da rabia con la hija mía [ocho años], le perdí la con-fianza porque le contó al papá que yo me veía con otro muchacho, y por eso fue la separación. A veces no me importa nada ella, es como si no existiera para mí. La gente dice que los hijos son una bendición, para mí es todo lo contrario.

* El presente texto resulta de la integración de dos ponencias. La primera, presentada en el Seminario Investigación Familiar y Trabajo Social, que se llevó a cabo el día 11 de abril del año 2008 en la Universidad Nacional de Colombia; y la segunda presentada en el Seminario Nacional Investigaciones en Familia XV Años Facultad de Desarrollo Familiar, que se llevó a cabo el día 15 de mayo del año 2008 en la Fundación Universitaria Luis Amigó, en Medellín.

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Bárbara Zapata Cadavid

Me deprimo mucho a veces. Por eso me pongo a llorar recor-dando el hogar que tuvimos alguna vez, y saber que eso ya no podrá ser nunca igual con nadie más. (Madre entrevistada)

Yo veo a mi mami más contenta, porque se arregla bien bonita y se pone a cantar. (Niña de ocho años)

Narrativas sobre evasión y reincidencia (Instituto Colombiano de Bienestar Familiar [icbf], Puente

Aranda, 2004) Mi hijo está aburrido en la institución, pero yo le digo que no

se vaya a escapar porque allá tiene todo lo que no le podemos dar en la casa. (Madre entrevistada)

Mi padrastro no me pega, me llega a pegar y yo le devuelvo, ¡no me dejo! Él es mala gente y mi mamá es una boba porque le mantiene la panza a ese man… Por eso yo me aburro en la casa y me hago detener, y me traen a la institución… (Joven entrevistado)

Las familias de estos jóvenes son casi todas disfuncionales, por eso cuando hago talleres de padres no los dejo hacer amistad, pues se vuelven compincherías y desbaratan lo que logramos con los chicos. (Profesional del área psicosocial entrevistada)

Narrativas, narrativas, narrativas… De las muchas versiones que escuché hasta hoy, no encontré

dos que coincidieran. El hecho dividió a las familias del pueblo […].Nunca pude armar el acertijo completo, porque cada quien de

ambos lados, colocaba las piezas a su modo […].Mi madre, petrificada en el umbral, exhaló una exclamación

terminante: ¡Esta no es la casa! Pero no dijo cuál casa, pues du-rante toda mi infancia la describían de tantos modos que eran por lo menos tres casas que cambiaban de forma y sentido, según quien las contara […].

Las evocaciones más frecuentes e intensas, con las cuales ha-bíamos conformado una versión ordenada, las hacía la abuela, ya ciega y medio lunática […].

La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla […]. (García Márquez, 2002, p. 44)

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Investigar narrativas familiares

Introducción

Hacer visible lo que se oculta, reconocer lo construido en lo naturalizado, decir y romper el silencio sobre lo no dicho, sobre lo silenciado, y producir conocimiento sobre estas prácticas es in-vestigar. Simultáneamente, es responder a los dramas humanos que presentan a las y los trabajadores sociales las familias, los individuos, los grupos y las comunidades, interpelando tanto nuestra capacidad de respuesta como nuestro conocimiento. En este proceso continuo también es posible observar cómo se agu-dizan y cronifican las dominaciones, las injusticias, las discrimi-naciones y la exclusión social. Al tiempo que se logra identificar nuevas y diversas posibilidades de resistencia, la dinámica rela-cional que surge de la interacción entre las demandas sociales y las respuestas profesionales se enriquece, en la medida y proporción de su reconocimiento.

El trabajo social contemporáneo advierte cambios profundos en la sociedad en la cual se sitúa y al tiempo genera concepciones y posicionamientos distintos ante las realidades problemáticas que lo convocan. Prueba de ello es la continua reconceptualización de su actividad y los supuestos que mantienen vigentes las prácticas investigativas y de intervención en distintos ámbitos y contextos. La investigación sobre las relaciones familiares y la intervención profesional en distintas problemáticas que las afectan es uno de esos ámbitos y un contexto particularmente dinámico y complejo.

Distinción de dominios

Las familias cuentan historias diversas sobre ellas mismas; quienes investigamos o intervenimos socialmente en distintos procesos familiares, sea que se consideren o no problemáticos, contamos historias sobre las familias y sobre nuestra actividad con ellas. Todo esto está mediado necesariamente por comprensiones e interpretaciones de las relaciones entre sujetos narrativos o sujetos que cuentan historias.

Ortega y Gasset, influido por Dilthey, defendiendo la razón histórica, señalaba en su ensayo Historia como sistema: «Frente a la razón pura físico-matemática hay también una razón narrativa.

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Bárbara Zapata Cadavid

Para comprender algo humano, personal o colectivo, es preciso contar una historia» (Bolívar, 2002).

Dos experiencias desarrolladas y una en curso convocan mi atrevimiento a plantear el título de esta presentación. Las narra-tivas se entienden en este marco como la estructuración de las ex-periencias vitales entendidas, vistas y presentadas como relatos. En la investigación, afirma Bolívar (2002), las narrativas constituyen un enfoque que explora «las pautas y formas de construir sentido, a partir de acciones temporales personales, por medio de la des-cripción y análisis de los datos biográficos. Es una particular re-construcción de la experiencia, por la que, mediante un proceso reflexivo, se da significado a lo vivido» (Ricoeur, 1981, p. 169, como se cita en Bolívar, 2002).

La pregunta por las narrativas familiares sobre distintos asuntos es una pregunta por la forma como los integrantes de las familias organizan sus interpretaciones sobre las experiencias que viven; y cómo se entrelazan a su vez con las ideas culturales, las creencias y las prácticas asociadas al género, la generación, la etnia, los valores y las acciones cotidianas que dan cuenta de las identi-dades individuales y colectivas.

Para Ricoeur la narrativa es un mecanismo que permite in-ventar o construir la identidad. La acción significativa es un texto a interpretar, y el tiempo humano se articula de modo narrativo (Ricoeur, 1981). En unas reflexiones sobre su obra Verdad y método, Gadamer afirmaba que «la sociedad humana vive en instituciones que aparecen determinadas por la autocomprensión interna de los individuos que forman la sociedad. [...] No hay ninguna rea-lidad social, con todas sus presiones reales, que no se exprese en una conciencia lingüísticamente articulada» (1992, pp. 232, 237). De modo similar, rechazando el tratamiento positivista, Charles Taylor (1985) señalaba que somos esencialmente unos «self-inter-preting animals —animales que se auto-interpretan—, es decir, no existen estructuras de significado independientemente de su inter-pretación» (como se cita en Bolívar, 2002).

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Autores reconocidos en las ciencias sociales se han esforzado por distinguir los ámbitos de la investigación y la intervención con familias, herederos como somos, la gran mayoría, de las dicotomías entre sujeto que conoce y realidad-objeto de conocimiento. Esta es-cisión se traslada a los propósitos y los ámbitos de la interacción con las familias, y los ordena y clasifica lo más rigurosamente posible para establecer las condiciones y características de una interacción congruente con ellos. Es así como aparecen niveles, campos, tipos de investigación y lo propio ocurre con la intervención familiar.

Un planteamiento general de Humberto Maturana podría permitir no solo vincular ambas formas de relación con las fa-milias (la investigación y la intervención) sino, además, reconocer distintas posibilidades al hacerlo. Se trata de la idea de dominios: «Un dominio describe el escenario o territorio dentro del cual se ubica un fenómeno o proceso social para su conocimiento y para su intervención, se asimila al término contexto, el cual alude, entre otros, a cuatro aspectos básicos: tiempo, lugar, contenido y re-lación» (Maturana, 1996).

Maturana y Varela (1985) distinguen algunos dominios desde los cuales es posible plantearse el estudio y la intervención de di-versas problemáticas familiares: el dominio de la producción, el dominio de la explicación y el dominio de la estética. Esta dis-tinción, particularmente útil para comprender las lógicas desde las cuales se sitúan los diferentes agentes sociales e institucionales en el ejercicio de su intervención, requiere además de un tercer do-minio que posibilite comprensiones alternativas.

El dominio estético se concibe como un contexto que articula acciones y reflexiones, producción y exploración, arte y conoci-miento. Se fundamenta en la pregunta acerca de cómo hacer mejor lo que se hace y, en este sentido, alude a la reflexión ética. Podría asi-milarse a organizaciones, profesionales y actores sociales que buscan desarrollar procesos cuidadosos, respetuosos y coherentes de inves-tigación-acción, en los cuales se reconoce a las familias como prota-gonistas de su historia y gestoras de su propio desarrollo.

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El dominio estético podría entenderse entonces como un es-cenario donde pueden confluir el control social y la explicación, y en el cual es posible plantear alianzas entre instituciones formales y organizaciones no formales en procura de estimular procesos alter-nativos de desarrollo. (Zapata, 2007, pp. 11-13)

Continuamente la reflexión sobre familias se dinamiza debido al diálogo sostenido entre las distintas disciplinas que se ocupan de sus relaciones con ideas hegemónicas y con saberes subalternos que entran a su repertorio como sustento de las diversas prácticas que desarrollan. Es el caso de teorías como las de Michel Foucault sobre el poder, y en particular la metáfora de los panópticos sociales; o la idea de Pierre Bourdieu sobre las violencias simbólicas; y hasta una antigua teoría propuesta por Sócrates sobre la retórica noble y la re-tórica vil. Estas, entre muchas otras, constituyen verdaderas provoca-ciones al llamar la atención sobre las explicaciones de los problemas que atendemos y sobre sus posibilidades efectivas de solución.

En este marco surge una tendencia o perspectiva de inda-gación-intervención, cuya dimensión conceptual se inscribe en el construccionismo social y establece una «conexión entre relato, conocimiento y poder» (White & Epston, 1993, p. 19), según la cual:

[…] es posible identificar el contexto de las ideas y las emo-ciones en que se sitúan las prácticas cotidianas, para construir con los consultantes relatos alternativos que favorezcan su comprensión de los conflictos en los cuales participan, permitan identificar y cuestionar patrones restrictivos de la acción y faciliten su emer-gencia como actores y autores sociales co-responsables de su his-toria. (White, 2003)

Se trata de la perspectiva narrativa2, derivada a su vez de un claro interés por disolver la división entre sujeto y objeto que trajo

2 No todos los autores coinciden en identificar la narrativa como un enfoque o modelo construccionista social. Para algunos, como Paolo Bertrando, Michael White y David Epston podrían ser reconocidos como constructivistas. Este es un debate en curso sobre el cual puede consultarse Bertrando y Toffanetti (2000, p. 295). En la presente reflexión asumo la

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consigo el pensamiento positivista (base y sustento de la llamada modernidad) y que sostiene las relaciones de poder que sustentan muchas de las injusticias e inequidades que, paradójicamente, pre-tende superar la intervención social.

La perspectiva narrativa se inscribe en una confluencia episte-mológica entre el construccionismo social, la filosofía hermenéutica y la sistémica; reconoce el lenguaje como fuente de transformación y construcción social; sustenta como primordial la relación entre contexto y significado, la capacidad interpretativa de los seres hu-manos y su continua participación en relaciones.

Jerome Brunner (1984) distingue entre pensamiento lógico-científico o paradigmático y conocimiento narrativo, el cual se ca-racteriza como un paradigma posestructural que:

Se ocupa de la acción y sus sentidos.Se enfoca en las relaciones sociales como producto de los re-latos producidos socialmente, en los estados intencionales (principios, compromisos, expectativas, esperanzas, sueños, creencias, pasiones, intenciones y propósitos).Reconoce la temporalidad y los saberes locales.Construye y deconstruye relatos buscando verosimilitud y coherencia.Produce nuevas historias e interpretaciones

En contraste con los paradigmas estructurales, los cuales: Se ocupan de causas generales y su determinación.Se enfocan en el comportamiento individual y en los estados internos buscando la objetividad (motivos, necesidades, rasgos, características, recursos, fortalezas, habilidades, atri-butos, déficits, talentos, impulsos).Pretenden aplicación atemporal y universal.Emplean procedimientos para verificar la verdad empírica.Producen como resultados pruebas lógicas y conexiones formales.

narrativa como una expresión teórica y práctica construccionista por cuanto sustenta la idea de construcción del conocimiento, la identidad como múltiple y construida y la inclusión del observador como parte de lo observado, es decir, su adscripción a la cibernética de segundo orden.

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Cuando conectamos la acción con sus sentidos, nos liberamos de las descripciones unitarias que impone la cultura hegemónica y se hacen explícitos los aspectos políticos de las relaciones.

El pensamiento narrativo sugiere transitar de las entidades a las construcciones sociales; de la verdad a las hipótesis; de la neutralidad a la curiosidad; de poner el foco de interés en los en-trevistados a hacer énfasis en la observación de la interacción en-trevistados-entrevistadores (Cecchin, 1998).

De acuerdo con esta perspectiva epistemológica, los seres hu-manos somos contadores de historias, vivimos vidas relatadas, in-terpretamos acontecimientos vitales según los guiones de historias vividas, historias contadas e historias encarnadas. Estudiar narra-tivas es, en consecuencia, estudiar la forma como las personas in-terpretamos nuestra experiencia vital.

En el contexto narrativo se reconocen las narrativas como me-táfora de la conexión entre relato, conocimiento y poder, según la cual las experiencias se organizan desde historias dominantes (gruesas-robustas) e historias subyugadas o insurrectas (White, 2003).

El propósito de la interacción es ayudar a que las personas, al contar sus historias en primera persona, transformen sus identi-dades y sus relaciones en otras que les permitan entender la vida y sus aconteceres; que abran diversas maneras de ser y actuar en el mundo, y que les ayuden a conseguir y expresar su sentido de au-tonomía (Anderson, 1999). Al tiempo, investigadores y actores so-ciales desarrollan una reflexión de primer y segundo orden sobre la experiencia subjetiva e intersubjetiva vivida, relatada y encarnada (Pakman, 1995).

Dos experiencias de investigación

En el marco del programa Calidad de Vida, desarrollado por la División de Extensión de la Universidad Nacional de Colombia,

3 David Epston, en seminarios desarrollados en Bogotá, se refiere a esta perspectiva y amplía algunos significados de conceptos como el de historias insurrectas.

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tuve ocasión de proponer una investigación sobre dolor crónico, enfermedad mental, conflicto familiar y problemas de hábitat de las familias de la localidad San Cristóbal (Bogotá), en el año 2003. Durante el año 2004 también desarrollamos una investigación sobre evasión y reincidencia de niños, niñas y adolescentes en ins-tituciones de protección que contratan con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. Ambos trabajos exploraron narrativas fami-liares en el marco de conversaciones terapéuticas. La conversación terapéutica en la perspectiva sistémica construccionista nos ofrece la oportunidad invaluable de desarrollar una co-investigación en la cual se le presta atención explícita a lo que White (2003) llamaría desenmascaramiento de las relaciones de poder de la cultura local.

Dado que las narrativas están contenidas unas en otras, en-trelazándose continuamente; relacionando eventos, guiones, creencias y valores en el tiempo; influyendo, informando y también limitando nuestras interpretaciones y significaciones, ha sido im-perativo para su comprensión y reconocimiento un esfuerzo re-flexivo que permita identificar el flujo y contraflujo de las historias que constituyen individual y colectivamente a las personas con-sultantes, y que al mismo tiempo nos constituyen como investiga-dores e investigadoras.

Las historias propias y de otros determinan quiénes somos. En el mejor de los casos soy uno de los muchos autores de la cambiante narrativa que me constituye; siempre estoy inserto en los múltiples pasados locales y universales, y en los contextos culturales, sociales y políticos de mi hacer narrativo. (Anderson, 1999, p. 281)

El planteamiento formulado por nuestros proyectos de inves-tigación es ciertamente amplio y requirió de un gran esfuerzo por buscar alguna coherencia entre el discurso y la práctica. Hubo un ejercicio de reflexividad4 continua entre uno y otra, y entre los con-

4 Según Lax, «la reflexividad es un proceso que consiste en convertirse a uno mismo en objeto de la propia observación, examinando las narrativas que estructuran nuestras propias experiencias y viceversa» (como se cita en Pakman, 1998, p. 163).

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textos generadores de significado que sustentan las historias de los participantes en la conversación; en este caso, una conversación terapéutica desde la cual se buscaba responder una pregunta de investigación.

La información no se recoge sino que se genera como una nueva distinción, como resultado de una interacción que es en sí misma, intervención. Intervenir es la condición de investigar. Al mismo tiempo esa nueva distinción, esa generación de información que es la materia misma de la investigación, es de por sí una inter-vención, en tanto generará restricciones y aperturas para la historia futura de interacciones en el seno de ese sistema, es decir, que ge-nerará o será parte de una tradición. Investigar es un acto de inter-vención. (Pakman, 1995, p. 361)

En correspondencia con esta intencionalidad, hemos pro-curado desarrollar en la terapia los enfoques apreciativo y na-rrativo , como los más coherentes con la misma. Para viabilizar metodológicamente la investigación propuesta, hemos acudido a la deconstrucción de los relatos y su análisis a través del Coordinated Management of Meaning (CMM).

Una pauta para recoger, organizar

y analizar las narrativas

Uno de los debates que enfrenta la investigación cualitativa, y de modo particular la investigación narrativa, es el análisis de la información. Frente a ello se han establecido dos modos posibles de análisis: el paradigmático y el narrativo propiamente dicho. El primero consiste en establecer categorías y organizar los relatos a partir de las mismas; el segundo se atiene a la lógica del relato, tal como se produce.

5 El primero propuesto y desarrollado por Peter Lang y sus colaboradores del Kensington Consultation Centre (KCC) de Londres, y el segundo formulado principalmente por White.

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Contraste entre dos tipos

de análisis de datos narrativos6

Tabla 1. Dos formas de análisis de información

  Análisis paradigmático Análisis narrativo

Modos de análisisTipologías y categorías normalmente establecidas de modo inductivo.

Conjuntar datos y voces en una historia o trama, configurando un nuevo relato narrativo.

Interés

Temas comunes, agrupaciones conceptuales, que facilitan la comparación entre casos. Generalización.

Elementos distintivos y específicos. Revelar el carácter único y propio de cada caso. Singularidad.

CriteriosComunidad científica establecida: tratamiento formal y categorial.

Autenticidad, coherencia, comprensibilidad, carácter único.

ResultadosInforme «objetivo»: análisis comparativo. Las voces como ilustración.

Generar una nueva historia narrativa conjuntada a partir de las distintas voces por el investigador.

EjemplosAnálisis de contenido convencional, «teoría fundamentada».

Informes antropológicos, buenos reportajes periodísticos o televisivos.

6 «La cuestión última es qué estatus se les debe dar a las palabras de la gente o, en otros términos, si lo biográfico es complementario o debe tener autonomía; en cualquier caso, cómo representar las voces en una coyuntura de crisis de la representación. Estas no reflejan la realidad por sí mismas, construyen discursivamente un mundo vivido por los actores; la entrevista obedece a reglas específicas de producción de sentido. Ni las posturas ilustrativas (extractos de entrevista, citados para ilustrar lo que se dice, en una ‘apropiación selectiva’), ni en el caso extremo, el textualismo radical (otorgar un gran lugar a la palabra de los entrevistados, restituyendo las palabras como si lo dijeran todo), resultan hoy sostenibles. Mientras tanto, la salida intermedia de un análisis categorial (con todas las variantes, incluidos programas por ordenador, de análisis de contenido) ha conducido a un cierto desengaño, pues no estamos ante textos informativos, sino ante relatos biográficos que construyen humanamente (sentir, pensar, actuar)

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El CMM es una teoría práctica propuesta por Vernon Cronen, Barnett Pearce y otros construccionistas sociales (1997). Ha sido utilizada como herramienta heurística interpretativa en contextos de comunicación interpersonal, tales como terapia, resolución de conflictos y proyectos comunitarios colaborativos. Se apoya en la idea de que el significado es contextual y los contextos interactúan mediante distintas fuerzas que explican tanto el cambio como la permanencia y el orden social. Como propuesta metodológica sa-tisface los criterios convencionales de la investigación, en cuanto puede dar cuenta del comportamiento de variables específicas. A la vez, ofrece posibilidades de contrastación y conexión entre sig-nificados inscritos en distintos niveles contextuales, y en distintos momentos de las relaciones entre actores sociales.

La idea de contextos generadores de significado es recogida y reconocida por los autores de la teoría del CMM, quienes plantean la posibilidad de distinguirlos mediante una metáfora de niveles, guiones y fuerzas. El nivel más simple para la construcción de sig-nificado es un acto verbal, entendido como palabras y expresiones, los cuales, al unirse en secuencias de interacción, conforman lo que se reconoce como episodios. Varios episodios relacionados entre sí dan cuenta de la definición de una relación. El guión individual o

una realidad. Se ha reparado poco en que el análisis empírico de contenido categorial surgió inicialmente (Berelson, 1952) para el tratamiento de textos informativos o periodísticos, en los que la dimensión personal-afectiva está ausente; por ello, su aplicación a textos que no describen hechos, sino que reconstruyen un mundo-vida en el propio discurso es siempre deficiente, nunca cabe atrapar los matices de la narrativización de una vida bajo una categoría temática. Demazière y Dubar (1997, p. 94) llegan a afirmar que, en el caso de las entrevistas narrativas, ‘las diferentes técnicas de análisis de contenido son inadecuadas para el análisis de las significaciones que queremos realizar. No obstante, cabe combinar análisis cualitativos y hermenéuticos del contenido con los propios análisis cuantitativos en una conjunción fructífera, aun cuando un equilibrio sea inestable, presto a romperse por un extremo. Mantener la investigación educativa como empresa científica implica no renunciar a algunas formas paradigmáticas’. Recurriendo a la metáfora del paisaje, Brunner (1988) decía: ‘el relato debe construir dos paisajes simultáneamente’: el paisaje exterior de la acción y el paisaje interior del pensamiento y las intenciones.

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guión de vida estaría formado por la definición de las relaciones en las que participa cada persona y que conforman su identidad. Los valores, creencias y prácticas familiares compartidas forman el guión familiar, el cual, a su vez, está contenido en relatos culturales como las costumbres, las ideas de género, etnia, clase, generación y los mitos correspondientes que se insertan en la vida de las comu-nidades y se reconocen como el guión cultural.

Cada contexto cultural precisa de unos valores, normas y creencias que estipulan lo que se considera sano, bueno y deseable. Estos tienen un carácter más universal y se asimilan como parte del guión moral, el cual también puede ser reconocido como guión social. Tal es el caso, por ejemplo, de los derechos humanos en so-ciedades como la occidental contemporánea.

La relación y el entramado que se teje entre estos niveles en distintas dimensiones, y que no pueden ser previstos con certeza, dan cuenta, al menos, de cuatro fuerzas: implicativa, contextual, prefigurativa y deóntica, las cuales explican la manera como se construyen y valoran los acontecimientos cotidianos en cada his-toria, dándoles más o menos importancia.

Nos encontraríamos, entonces, en que hay un doble discurso: enunciado de hechos o acontecimientos, y lo que piensa y siente ante ellos. Se evoca el pasado junto a un juicio sobre su vida y presente, lo que suscita la anticipación de futuros posibles. En relación con el primer paisaje, a lo largo de las entrevistas o narraciones biográficas se hacen continuas referencias a acontecimientos externos en relación con los cuales se va inscribiendo la vida. Además de esta función referencial (describe el estado de cómo son las cosas), hay una función modal (lo que se piensa de ellas) e, incluso, una función de acto (alterar el estado del oyente). Si el primer tipo de discurso, con función referencial, puede ser categorizado; el segundo, más modal, no se deja atrapar con categorías temáticas. Entonces, hay que practicar en la investigación narrativa una especie de visión binocular, una ‘doble descripción’. Por una parte, se necesita un retrato de la realidad interna del informante; por otra, se tiene que inscribir en un contexto externo que aporte significado y sentido a la realidad vivida por el informante. Hay que situar las experiencias narradas en el discurso dentro de un conjunto de regularidades y pautas explicables socio históricamente, pensando que el relato de vida responde a una realidad socialmente construida, sin embargo, no se puede desdeñar que es completamente única y singular» (Bolívar, 2002).

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La fuerza contextual describe las situaciones en las cuales es-tamos involucrados y que explican cómo un evento es interpretado de acuerdo con creencias y valores culturales o guiones y tradi-ciones de la historia familiar. La fuerza implicativa se refiere a la capacidad de algunos eventos de transformar creencias y hábitos alimentados por el peso de la tradición familiar y cultural, o influir en los contextos en los que ocurren. Un acto verbal puede cambiar una relación.

La fuerza deóntica se asocia a la capacidad que tienen los sueños y las aspiraciones de suscitar distintas interpretaciones de los eventos del pasado y el presente de acuerdo con cada uno de sus protagonistas. Y la fuerza prefigurativa o fuerza de la historia establece lo que una persona o grupo pueden o no hacer, según la influencia de las experiencias vividas en la forma como se anticipa o presume el porvenir.

El CMM permite, de manera deliberada y continua, hacer el ejercicio de comprender las prácticas cotidianas y las prácticas aca-démicas, profesionales e institucionales como una participación permanente en conversaciones, a través de las cuales, y al relatar distintos hechos, estamos viviendo y creando nuevas conexiones sobre la experiencia y las relaciones con otros.

Para la comprensión de los eventos, los guiones, las creencias, y los valores que explican la realidad que construimos juntos me-diante la interacción social, el CMM utiliza tres términos que des-criben las condiciones de la conversación y que en cierto sentido plantean las condiciones de validez en el contexto de la investi-gación: coordinación, coherencia y misterio.

La coordinación alude a la forma como las personas refieren actividades relacionadas entre sí para producir las pautas o pa-trones de comunicación que se privilegian en un contexto deter-minado, así como impiden la ejecución y conexión de las prácticas que temen y rechazan. La coherencia dirige su atención hacia los relatos que dan cuenta de la identidad y el sentido de la propia vida (héroe, villano, necio, sabio, audaz, torpe). El misterio se refiere a la limitación que caracteriza nuestra percepción y descripción del

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mundo que nos rodea. La presencia del misterio hace que nos per-catemos de nuestra ineludible imposibilidad de ser objetivos con relación al conocimiento pleno de la realidad. El mundo siempre es mucho más rico y sutil que cualquier relato que hagamos de él.

La perspectiva crítica que supone el pensamiento narrativo plantea, entonces, la imposibilidad de acceder plenamente a la rea-lidad, y por tanto nos alienta a reconocer nuestros supuestos y pre-juicios y a responsabilizarnos por los efectos de nuestro trabajo.

La pertinencia del CMM se expresa en una pregunta funda-mental: ¿qué estamos haciendo juntos? Dentro de las posibles res-puestas a esta pregunta se incluye lo que es significativo para los participantes. Michael White plantea como idea orientadora de la terapia narrativa la distinción entre historias dominantes e his-torias subyugadas, según la cual la narración sobre un problema se convierte en un conocimiento dominante que compromete la iden-tidad, en cuanto unidad de poder que satura la historia (individual o colectiva), y subyuga, margina o invisibiliza otros relatos exis-tentes, en especial los que se le oponen y a los que Epston (2008)7 denomina insurrectos. Las nuevas vivencias se organizan en torno a esa historia poderosa y el problema se experimenta como más grande, más grave o más difícil.

El trabajo terapéutico, según esta metáfora, consiste en iden-tificar las historias no saturadas por el problema y transformarlas en nuevas historias poderosas, mediante técnicas narrativas, como la deconstrucción, la externalización, la construcción de aconte-cimientos extraordinarios y la producción de textos. Esto orientó nuestro trabajo en la perspectiva terapéutica.

En el contexto de la investigación, para desarrollar un aná-lisis de las narrativas recogidas y las construidas en la conver-sación con las familias consultantes, se procedió a la elaboración de una matriz que buscaba identificarlas y organizarlas según al-gunos de los niveles propuestos por Barnett Pearce (2006, 2007). Se agruparon de acuerdo con dichos niveles y se distinguió, además,

7 Seminarios en los que participé.

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un cierto tipo de historias contadas como relatos de superación, descripción de esfuerzos para vencer la adversidad y nuevos sig-nificados otorgados a la enfermedad y los problemas. A estos re-latos los identificamos y agrupamos como narrativas resilientes (historias sobre salud, capacidad, alivio, superación e inclusión). Otras muy distintas mostraban cómo el problema se mantenía y agudizaba por cuenta de interpretaciones relacionadas con la im-potencia, lo incurable, lo no solucionable; a estas las agrupamos como narrativas cronificantes (historias saturadas por el dolor, la discapacidad, la enfermedad, la adversidad, la exclusión), en el caso del dolor crónico (Cruz, 2003).

En salud mental se interpretaron los relatos recogidos me-diante la distinción entre narrativas de exclusión (relatos, historias y expresiones que identifican los síntomas y a las personas que los padecen como inadecuados, inadaptados, peligrosos, «patologi-zantes») y narrativas de inclusión (expresiones y narrativas sobre logros, superación, historias «normalizadoras»). En conflicto fa-miliar se buscó distinguir entre narrativas agudizadoras del con-flicto y narrativas transformadoras del mismo.

Adicionalmente, y dada la recurrencia en los relatos de los temas referidos al hábitat, y especialmente a la vivienda y a la casa como escenario de la cotidianidad familiar, una de las estudiantes de trabajo social integrante del equipo asumió la realización de una monografía paralela al proceso de investigación, a través de la cual fue posible construir la distinción entre narrativas oficiales y narrativas informales.

En este contexto: «La familia puede entenderse como un en-tramado vincular entre sus integrantes y el entorno social que la rodea a partir de cuyo análisis se amplían las opciones de com-prensión de su dinámica y las alternativas de intervención profe-sional» (Zapata, 2007, p. 11). Al mismo tiempo, se pone de manifiesto su capacidad para interactuar con otras organizaciones vinculares, como las instituciones que la regulan y las comunidades que la sos-tienen, especialmente en los momentos críticos.

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Matriz de análisis

Las técnicas utilizadas para desarrollar ambas investigaciones son las que corresponden a los enfoques apreciativo y narrativo, tales como las preguntas de influencia relativa que exploran la re-lación recíproca entre los sujetos y los problemas o dificultades de los que se ocupa la investigación.

A través de las preguntas externalizadoras se transforman en sustantivos las características, cualidades o dificultades que emergen en los relatos y se separan de las personas a las cuales se ad-judican como calificación y habitualmente hacen parte de su iden-tidad. Se inspiran en la idea expresada por White según la cual «la persona es la persona y el problema es el problema» (White, 2003).

Los logros únicos y las excepciones se exploran en las historias para identificar narrativas alternativas que enriquecen la identidad y ayudan en la construcción de conocimientos insurrectos deri-vados de los relatos que contradicen las historias dominantes.

CONFLICTOS FAMILIARES DOLOR CRÓNICO

VIVIENDA Y HÁBITATSALUD MENTAL

Narrativas transformadoras Narrativas cronificantes

Narrativas resilientes

Narrativas informales

Narrativas formalesNarrativas excluyentes

Narrativas incluyentes

Narrativas agudizadoras

Guión social/moral

Guión cultural

Guión familiar

Guión de vida

Guión de la relación

Evento

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Posibilidades de las narrativas

en la investigación social

Los terapeutas que están adoptando la metáfora narrativa y los investigadores que están avanzando en etnometodologías —lo que

incluye tornar transparente la naturaleza socialmente construida de su tarea— podrían tener una colaboración muy enriquecedora,

asumiendo que la suya es —inevitablemente— una actividad política. White (2003)

La metodología implementada en la investigación sobre narra-tivas familiares nos permite afirmar que la conversación sistémica-mente orientada constituye un escenario privilegiado, no solo para la indagación sobre las problemáticas familiares, sino también como posibilidad para construir, con ellas y sus integrantes, significados alternativos respecto a su cotidianidad. A partir de tales significados es posible identificar dispositivos para el acceso a una vida digna, coherente con las creencias, los valores, los guiones de su vida indi-vidual y colectiva y la demanda de recursos de distinta índole.

El diálogo colaborativo8, característico de este tipo de con-versaciones, permite observar la interacción de fuerzas entre los niveles contextuales en los cuales se inscriben los significados, y el poder que tienen las historias, tanto en términos de alienación como de liberación para quienes las relatan y las experimentan como el guión de sus vidas. Los relatos recogidos con las familias permiten inferir la interacción de fuerzas entre los significados y los contextos en los cuales se construyen.

8 Sobre el concepto de colaboración habría, en el marco construccionista, dos tendencias (entre otras) que es preciso distinguir: la que propone Harlenne Anderson (1999) y la que plantea Michael White (1992). En el proceso de las investigaciones sobre las que se desarrolla el artículo ambas son consideradas y procuraron desarrollarse en las conversaciones con las personas participantes, con los equipos de trabajo y con los interesados en la investigación en cada caso.

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Nuestra intención, como equipo terapéutico responsable de la investigación en torno a las narrativas familiares sobre calidad de vida y sobre evasión y reincidencia, es indagar por la conexión entre las prácticas particulares, familiares y locales con las prác-ticas profesionales, y las prácticas sociales y culturales. Ello nos insta a establecer conexiones entre el microdominio de la terapia y el macrodominio de la vida sociopolítica.

Como investigadores narrativos procuramos constituirnos en observadores participantes profundamente respetuosos y, al mismo tiempo, con la curiosidad suficiente para establecer prácticas re-flexivas con los miembros de las familias y los grupos. Es a través de relaciones dadoras de sentido como es posible acceder a una com-prensión de los significados que estos les asignan a determinados valores de la vida, que se negocian, modelan y remodelan en las prác-ticas cotidianas, tema de la conversación sistémicamente orientada.

Sin embargo, es útil tener presente al Nobel colombiano cuando afirma: «La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla…» (García Márquez, 2002, p. 8).

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Bárbara Zapata Cadavid

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CUARTA PARTE

La investigación con el psicoanálisis en el trabajo social

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El psicoanálisis como una alternativa teórica para la investigación de los problemas

sociales1

*

Yolanda López Díaz

Universidad Nacional de Colombia

En los procesos sociales que constituyen el objeto de es-tudio y de intervención del trabajo social, el vínculo con el Otro es el elemento fundamental que se pone en juego. Inscritos en un ordenamiento y anudados por lógicas culturales, los distintos tipos de vínculos sociales participan de una mentalidad colectiva, que como soporte ideológico regula históricamente los intercambios sociales y protege de la disolución al lazo social.

Los quiebres, las fracturas vinculares, están en el origen de los malestares sociales. Es a su recomposición, transformación y revitalización a lo que se aplican las estructuras de control social, a través de mecanismos que históricamente dan cuenta de los pro-yectos de poder que una sociedad privilegia en la dialéctica de la vida privada y pública.

La realidad social resulta un concepto ininteligible si los vín-culos sociales no se diferencian de las adscripciones simbólicas que el Gran Otro de la cultura asigna a cada uno de los lugares que los

* Ponencia presentada en el Seminario La Investigación en Trabajo Social, que se llevó a cabo el día 11 de abril del año 2008, realizado por la Maestría en Trabajo Social, énfasis en familia y redes sociales de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá, Colombia.

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Yolanda López Díaz

sujetos ocupan en la trama social y que definen las demandas y expectativas que los miembros de la sociedad formulan o esperan del semejante.

El sujeto se constituye siempre en el campo del Otro, en los ava-tares de un lazo que en su tiempo histórico es tributario de los dis-cursos que legislan sus relaciones con el colectivo y promueven ideales sociales que, apropiados por cada sujeto, tienen la impronta parti-cular del deseo de sus padres como constancia de la historia familiar y de su pertenencia a un espacio y una jerarquía social determinada.

Desde la perspectiva de este esbozo de los procesos sociales, el discernimiento de los vínculos remite al estudio de sus elementos constituyentes y de la estructura que los soporta; de sus particu-laridades y fracturas históricas y de las tendencias de su transfor-mación en un tiempo específico considerado. Discernimiento desde el cual es posible comprender la dialéctica social de los grupos, las comunidades, las familias, como formaciones vinculares objeto del trabajo social y las especificidades que la cultura les imprime.

Nos encontramos aquí con un proyecto explicativo de la rea-lidad social: el de las ciencias sociales, cuyas construcciones lógicas se sostienen desde los albores de la modernidad, en el cogito car-tesiano, como supuesto de una racionalidad humana que se piensa a sí misma y que se autodetermina respecto de sus deseos y las demandas del mundo social.

Esta perspectiva epistemológica, que establece al sujeto de la conciencia como principio para conocer y transformar las crea-ciones culturales en el marco de sociedades particulares, y que aplica, a través de precisas prescripciones metodológicas, el criterio de verificación sobre hechos factuales como soporte fundamental de una concepción de verdad, promueve a la vez relaciones sociales acordes con un proyecto ideológico de sociedad y una perspectiva filosófico-histórica de sujeto social.

Desde esta concepción, el sujeto es supuesto como saber, efecto de las representaciones que tiene sobre sí mismo. Un sujeto transparente que sabe dar cuenta de las intenciones y deseos que fundan sus actos y, en tanto objeto de observación, es susceptible de verificación y de transformación.

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Esta posición imaginaria de sujeto hace coincidir conducta, conciencia y discurso, en tanto se presume como efecto de una rea-lidad consciente (la conducta expresa un discurso que recubre todo el ser del sujeto).

En contraste con esta posición, el psicoanálisis plantea la di-visión subjetiva, efecto de la inscripción del sujeto en el universo del Gran Otro del lenguaje y de la cultura como espacio simbólico transindividual que lo precede y lo ubica en un lugar dentro de una estructura histórica de significados. Por esa división, el sujeto so-porta la experiencia de un saber distinto sobre él mismo, un saber inconsciente que instaura una cierta opacidad sobre su ser y que instituye el desconocimiento de sí, como mal que perennemente lo aqueja.

La pregunta por el sujeto concierne a su historia en cuanto él la desconoce y eso es lo que expresa, muy a pesar suyo, a través de toda su conducta, en la medida en que oscuramente puede recono-cerla. Su vida está orientada por una problemática que no es la de lo vivido, sino de lo que significa su historia que es además la que traza su destino. (Lacan, 1984, p. 71)

A partir de Freud, podemos decir que no es entonces la suma-toria de actos o de hechos acaecidos lo que nos constituye. Es su significación tejida en los imaginarios y fantasmas infantiles, en la actividad silenciosa de las pulsiones y su búsqueda incesante de satisfacción, la que, en el escenario de la cultura como ideal y como límite, despliega sus sentidos, a pesar de la ilusión sostenida por la ciencia y el pensamiento corriente de la autonomía y transparencia del sujeto de la conciencia.

Freud construye en los márgenes, en los resquicios del cono-cimiento científico, a través del análisis de los sueños, los actos fa-llidos y los síntomas, un nuevo objeto de saber: la realidad psíquica, habitada por fenómenos de orden distinto (por ser una forma par-ticular de existencia de la realidad material en cada sujeto).

En esta perspectiva de sujeto, excéntrico al yo, y que orbita sobre el eje de sus verdades más íntimas, lo intersubjetivo cons-tituye la red que las produce. El vínculo con el semejante es el lazo

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Yolanda López Díaz

que somete al sujeto a las demandas simbólicas del Otro y que, a través de la historia vivida, forja las peculiaridades identitarias que soportan su posición y sus intercambios con los otros de la colectividad.

Esta forma de comprender el devenir del sujeto fundamenta la investigación clínica del caso por caso, en la que «el analizante es quien produce la verdad […] es él quien formula el problema y el analista quien se presta para que, mediante la palabra, pueda llegar a revelar los rasgos fundamentales que han caracterizado la historia de sus vínculos» (Gallo, 1999, p. 1).

La importancia que el psicoanálisis otorga a las formaciones inconscientes derivadas de la inscripción de cada sujeto en la fa-milia, como matriz vincular fundamental, para analizar y com-prender los dramas subjetivos, constituye hoy una referencia teórica ineludible para aquellos profesionales del trabajo social que aspiran a investigar e intervenir los síntomas subjetivos inscribién-dolos en los malestares contemporáneos de la cultura y en las coor-denadas de la historia infantil y social de cada paciente.

El tratamiento, sin embargo, no será un tratamiento psi-coanalítico, pues institucionalmente no es posible reproducir las condiciones de este dispositivo, además de que el ejercicio de esta práctica exige a quien escucha haber atravesado la experiencia analítica.

Contar con el inconsciente en la escucha terapéutica supone inscribir el discurso en las constelaciones teóricas y metodológicas derivadas de esta categoría, para promover la emergencia del sujeto de la enunciación, siempre velado por el sujeto del enunciado, y propiciar la búsqueda del sentido de lo dicho y de la responsabi-lidad subjetiva en los síntomas que lo aquejan. Por este camino, y contando con los impases que impone la resistencia inconsciente a la verdad, el profesional podrá situar en la interpretación aquellas configuraciones inconscientes que, como parte de la historia vivida con los otros, sostienen en el sujeto la continua repetición de lo indeseable y sus malestares subjetivos. El trámite de una nueva po-sición subjetiva para enfrentar los avatares de la existencia tiene la forma de este proceso, aquí tan generalmente planteado.

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Sin embargo, en donde creo que el método y la teoría psicoa-nalítica pueden alcanzar altos rendimientos es en una modalidad investigativa, de reciente data, que goza de aceptación entre sec-tores de psicoanalistas e investigadores de las ciencias sociales. Me refiero a la perspectiva de investigar con el psicoanálisis, como orientación metodológica que pone a operar las categorías psico-analíticas en la investigación de síntomas sociales significativos, cuya expansión, repetición y potenciales efectos disolventes del lazo social exigen la búsqueda de nuevas explicaciones. Podemos pensar, por ejemplo, en la violencia en cualquiera de sus versiones sociales e históricas.

La idea es situar un horizonte de interpretación en el que pueda establecerse una explícita relación entre lógicas psíquicas y lógicas culturales, que permita discernir sus intersecciones, pa-radojas y contradicciones en el campo de objetos abiertos para la investigación. Se opera aquí una torsión metodológica y un giro epistemológico, toda vez que se trata de poner en juego en el plan-teamiento y análisis de un problema social fuentes no consideradas en los estudios sociales y relativas a aquellas configuraciones subje-tivas inconscientes, articuladas a la estructura y a los rasgos sinto-máticos que definen el objeto de investigación.

Habrá de entenderse que los síntomas sociales se enmascaran en las demandas y fracturas de lo simbólico de una época y una sociedad y, ocultos en formaciones colectivas, velan aquello estruc-tural que de los sujetos participa en su reiteración y sus formas singulares de existencia.

No se tratará de dar explicaciones para el caso por caso, sino de construir un marco explicativo, que privilegie en la interpretación las formaciones inconscientes y que desplace las fuentes del exterior social a lo subjetivo íntimo y establezca la dialéctica de estos dos registros en el origen y características del problema en cuestión. Podrá pensarse, por ejemplo, la relación entre el superyó, el tipo de estructura psíquica y la posición sexual de mujeres que soportan en el tiempo una reiterada situación de maltrato que la sociedad tolera.

Al respecto, podemos citar a Freud, cuando en sus lecciones introductorias, dice:

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Yolanda López Díaz

[…] no queremos limitarnos a describir y clasificar los fe-nómenos, queremos también concebirlos como indicio de meca-nismos que funcionan en nuestra alma y como la manifestación de tendencias que aspiran a un fin definido y laboran a veces en una dirección y otras en direcciones opuestas. Intentamos formarnos una concepción dinámica de los fenómenos psíquicos, concepción en la cual los fenómenos observados pasan a segundo término, ocu-pando el primero las tendencias de las que suponemos son indicios. (Freud, 1993, p. 133)

Investigar con el psicoanálisis supone inscribirse en el hori-zonte de algunos principios para sostener la singularidad de su método en su incursión en el análisis de lo social. Avanzaré muy brevemente en plantear algunos de estos principios:

1. La articulación sujeto-cultura, fundamental para el psicoaná-lisis, supone pensar la interioridad ligada a lo social. Es decir, establecer lo éxtimo como lo exterior que se hace íntimo. Es necesario pensar el sujeto inscrito en un discurso amo, en las lógicas y mutaciones culturales que se operan y en sus trans-misiones y efectos para el sujeto y el lazo social.

2. Los vínculos sociales adoptan modalidades ligadas a deter-minaciones de época. Desde esa perspectiva, las singulari-dades subjetivas de quienes participan en el lazo social deben inscribirse en el tiempo histórico y en el tiempo lógico y psí-quico del sujeto. Así, por ejemplo, categorías como la iden-tidad y la agresividad resultan ubicadas en esa tensión entre lo subjetivo y lo social, y se convierten en fuente explicativa de fenómenos sociales determinados.

3. «El malestar es intrínseco a la cultura y es correlativo a la época. La cultura exige un montante de insatisfacción a los sujetos, condición de estructura insensible a las distintas pro-mesas de felicidad que variadas propuestas históricas pueden ofrecer. No hay época que no produzca sus propias formas de sufrimiento pero a la vez un movimiento de búsqueda, de una dimensión creativa que acontece a partir de lo faltante. La pulsión destructiva, la culpa, el súper-yo, se juegan en lo

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social a partir de la articulación entre las tendencias eróticas y mortíferas. Los malestares de época se ven en determinadas épocas y sociedades reforzadas por los malestares engen-drados por una cultura particular» (Rojas & Sternbach, 1999, pp. 19 -20).

4. El Padre como lugar y figura consistente y reguladora de los goces se encuentra en plena declinación. Ese padre ideal, re-presentante de la ley, sancionador de los excesos y soñado por Freud, acusa hoy fracturas que se proyectan en el lazo social y amenazan disolución. Aunque asistimos a una época que busca reivindicarlo, la homogeneización del goce que su restitución implica promueve posiciones tiránicas a las que el colectivo impele a plegarse. En general, la problemática de la ley en la contemporaneidad atraviesa todos los síntomas sociales que la caracterizan y devela el narcinismo (una cate-goría nueva) que, al decir de Colette Soler (2000), es propia de nuestra época y muestra el predominio cada vez mayor de los deseos y empujes individuales sobre los proyectos sociales y regulaciones que soportan el colectivo.

5. El psicoanálisis parte de reconocer los empujes que acicatean lo mortífero de la pulsión, cuyas tendencias contradicen el ideal y conminan al sujeto —sin que este lo sepa— a la sa-tisfacción de sus oscuros ímpetus. Como colonización del cuerpo, la pulsión sostiene la permanente tensión entre la vi-gilancia que el código simbólico instaura y la avaricia de un goce que fluctúa entre el daño al otro y el sacrificio propio.

6. Una insatisfacción perenne se filtra en la relación con los otros. No hay relación sexual, afirma Lacan, para decir de una escandalosa manera aquello que la filosofía desde sus orígenes griegos ya había señalado: la armonía y la comple-titud soñada en el encuentro sexual y en el encuentro con los otros se escapa, se desliza y da paso a la falta fundamental que constituye al sujeto, y a la serie de objetos sustitutivos que buscan llenarla para suplir el objeto primordial por siempre perdido. En la base de este vacío estructural del sujeto, la castración, como renuncia a un goce que lo simbólico define

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Yolanda López Díaz

como exceso, es al mismo tiempo condición del vínculo social y soporte de una ausencia que promueve las innumerables búsquedas y angustias del sujeto.

7. El discurso como forma del lenguaje, históricamente deter-minado, expresa particulares configuraciones vinculares, en las que el sujeto inscrito en un discurso amo habla como representante de un saber que aparentemente cubre todo lo real en un perenne afán por ocultar la división que lo agobia, el goce que lo apremia y la pérdida que forja sus búsquedas más significativas. Tal como lo plantea Colette Soler (2000), el discurso es «[…] un arreglo específico de una sociedad, un orden en el cual cada época arregla los modos de goce y la convivencia de los goces individuales» (p. 147).

8. El capitalismo promueve formas de goce subjetivo que se in-tegran a las expectativas de felicidad que el discurso de los derechos promueve y que a la vez aseguran la acumulación de capital, y la alienación ideológica al consumo como práctica que hace semblante de completitud para los sujetos.

Finalmente, desde estos principios básicos es posible pensar, creo yo, una nueva manera de enfrentar lo innombrable de una sintomatología contemporánea, que en el estatuto ético del pro-fesional del trabajo social aparece como un compromiso con la sociedad en la que se inscribe. De este tipo de investigación de-rivará además un conocimiento más profundo de lo subjetivo y del vínculo que soporta los malestares en la cultura.

Sobre una investigación

relativa a la familia

Desde la perspectiva teórica aquí expuesta, presentaré ahora algunos aspectos del proyecto de investigación que tengo entre manos y que concierne al área de familia.

Preguntas que orientarán la investigación

1. ¿Cuáles son desde la perspectiva psicoanalítica las configura-ciones psíquicas particulares derivadas del vínculo familiar

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y sus efectos en la constitución del sujeto y su dialéctica de intercambios con la cultura?

2. ¿En qué consisten los giros culturales de la familia en la con-temporaneidad, las manifestaciones y efectos en el lazo social y los malestares que transporta?

Contexto de relaciones que sustentan

la formulación de las preguntas

Los nuevos discursos sobre los vínculos que históricamente teje la familia y los efectos en sus configuraciones relacionales son el es-cenario en el que situaremos la presente investigación. Nos orienta-remos, en primer lugar, a establecer la familia como entorno social y cultural, y al mismo tiempo como causa y efecto de la constitución psíquica de sus miembros; en segundo lugar, a interpretar en este contexto los efectos del discurso de los derechos y otros discursos contemporáneos en los distintos lazos que la conforman y su signifi-cación en la intimidad subjetiva de sus integrantes y en la dialéctica de sus intercambios con la estructura simbólica de la sociedad.

Los modos de ser de los vínculos que pueden diferenciarse en la familia remiten a la historia de la cultura en la que se inscribe. Por ello, su estructura y dinámica son cambiantes en relación con factores sociopolíticos e ideológicos de la sociedad en la que se reproducen.

Si bien en el fundamento de la estructura familiar se encuentran los mandatos de orden cultural y sus relaciones de alianzas filiales y fraternales solo pueden sostenerse por la sujeción de sus miembros a esos mandatos, la significación subjetiva de la familia se teje en la historia íntima de los intercambios entre sus miembros. A esa his-toria concurren la historia de los progenitores que, como hijos ellos mismos, asumen de una manera particular y en relación con su his-toria la función de padres, inscrita además en las particularidades de la sociedad y de la clase social a la que pertenecen.

El Gran Otro representado en la cultura y el Otro semejante, encarnado en los padres y en el parentesco que rodea al niño, son, como experiencia del lenguaje, la condición lógica para que el ca-chorro humano advenga al lugar de sujeto. El neonato será objeto

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de una transmisión en la que, a través de las representaciones de padre y madre, comprenderá su propio papel como hijo o hija. En los intercambios cotidianos conocerá los rostros y las voces de las prohibiciones y aspiraciones maternas y paternas, sabrá el sentido de las jerarquías del sometimiento y de la transgresión, es decir, conocerá sus límites y las condiciones que la cultura le exige para ser uno entre los otros, para hacer lazo social. Sus empujes, im-pulsos y deseos tachados por el Otro como discursos imposibles de inscribir en lo simbólico forjarán esa otra escena que sostiene al sujeto y, sin que él lo sepa (es decir, como inconsciente), será causa y razón de su destino.

Las huellas de la palabra del otro íntimo, como referencia in-eludible para cada sujeto, fundarán su ser y en los derroteros de su historia podrán reconocerse las repeticiones y recusaciones de una historia vivida con los otros, en las que el sujeto será al mismo tiempo dueño y deudor de sus deseos y realizaciones. Así, los miembros constituyentes de cada nueva familia reactualizan de manera singular experiencias fundantes vividas en su familia de origen, y en los encuentros y desencuentros, ponen en juego una constelación de sentidos atados a antiguas figuras y experiencias cuyas huellas constituyen la historia del sujeto. Próximas y re-motas, dirigidas y sobreentendidas, las palabras de los otros cuyos significados marcaron la existencia retornarán y, en su repudio, repetición o transformación, cada sujeto recreará su vida como en-tramado simbólico imaginario.

La perspectiva de análisis descrita exige el examen de los hechos familiares y su interpretación a la luz de los desarrollos discursivos de las ciencias sociales y de categorías psicoanalíticas, que aporten el sentido particular que para el sujeto y la estructura simbólica de la sociedad tienen las transformaciones y síntomas de las familias de hoy.

El desvanecimiento y la relativización de los valores absolutos y de los deberes promovidos por la modernidad, la exaltación de los derechos en todos los campos de la experiencia humana y del consumo ofrecidos por el mercado capitalista como horizonte de felicidad y de realización social y subjetiva, la cada vez más amplia

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feminización de la sociedad en el manejo de los asuntos públicos y del hogar con todo lo que ello implica para la cultura y la sub-jetividad, la caída de la figura del padre y las fracturas de la ley como referente absoluto, las nuevas técnicas para la procreación ofrecidas por la ciencia, sus efectos en las funciones materna y pa-terna y los interrogantes morales, familiares y sociales asociados a estas nuevas prácticas científicas, son algunos de los signos de las realidades familiares contemporáneas cuyo riguroso examen per-mitirá determinar las transformaciones en la estructura simbólica de la familia, y las nuevas lógicas deseantes de sujetos inscritos en un orden cultural que reivindica la felicidad como derecho y el in-dividualismo como sustento de prácticas, figuras y actitudes de las actuales formas familiares.

La perspectiva entonces será la de producir un saber que permita discernir los procesos sociales que se encuentran en la base del cambio cultural de la familia y que justifiquen transfor-maciones en los criterios de análisis de los fenómenos familiares y contemporáneos y en los diversos procesos e instrumentos de intervención social terapéutica.

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Freudiano.

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Colaboradoras

Este libro ha sido posible gracias a la contribución de las au-toras, quienes, además de exponer sus elaboraciones en los eventos de la Maestría, revisaron las versiones grabadas y transcritas; así mismo, ofrecieron nuevos textos, con las precisiones requeridas para una publicación como la que se entrega en esta oportunidad.

Agradecemos de manera especial a la profesora Lena Domi-nelli su autorización a la Maestría para usar el material propor-cionado en su traducción libre, que fue realizada por Ricardo Chaparro, trabajador social, quien contribuyó de manera decidida a garantizar la presencia de la profesora en Colombia y acompañó con sus conocimientos de inglés especializado en temas de trabajo social los diversos encuentros realizados con la profesora.

Lena Dominelli [email protected]

Dirige la sección de Trabajo Social, Comunitario y Juvenil del School of Applied Social Sciences de la Universidad de Durham en el Reino Unido. Se desempeñó durante dos periodos en la di-rección de la Asociación Internacional de Trabajo Social (IASW, por

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Colaboradoras

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sus siglas en inglés). Bajo su orientación, se programó por primera vez un congreso mundial de trabajo social en un país latinoame-ricano, en lo cual se refleja la decisión de integrar las regiones a las discusiones internacionales, cuya presencia en foros mundiales no se había consolidado hasta entonces. Esa oportunidad inicial le correspondió a Chile, país que gozó con la presencia de la pre-sidenta Michelle Bachelet en la instalación del evento, durante un momento promisorio para el avance de la democracia en aquel país, en un ambiente progresista propicio para las reformas so-ciales favorables a la consolidación del Estado social de derecho.

Yolanda López Díaz [email protected]

Se ha desempeñado como coordinadora del área de Práctica Aca-démica, directora del Departamento de Trabajo Social, miembro del Comité Asesor de Carrera, vicedecana de Bienestar de la Facultad de Ciencias Humanas y vicerrectora de Bienestar Universitario de la Universidad Nacional de Colombia. Participó en el equipo gestor de la Maestría en Trabajo Social, Énfasis en Familia y Redes Sociales. Ha realizado algunas investigaciones sobre el análisis de los problemas sociales desde la perspectiva psicoanalítica, fundamentalmente en términos de la relación entre las dinámicas y relaciones familiares, la cultura y el sujeto de lo inconsciente. Algunas de sus áreas de in-terés investigativo son los malestares contemporáneos de la sociedad y la familia, y familias, subjetividad e intervención profesional. Hace parte del Grupo de Estudios de Familia. Participó en la Cátedra Manuel Ancízar, de la Universidad Nacional de Colombia, durante el año 2001, con la conferencia «El maltrato infantil: entre el castigo y la agresividad». Es autora de los libros ¿Por qué se maltrata lo más íntimo?: una perspectiva psicoanalítica del maltrato infantil (2002) y Trabajo social de grupo: producción escrita, docencia y modelos de intervención (2009). Ha publicado numerosos artículos en revistas académicas de circulación nacional e internacional, entre ellas, la revista Trabajo Social, de la Universidad Nacional de Colombia; la Revista Colombiana de Trabajo Social y Desde el Jardín de Freud, de la Escuela de Estudios de Psicoanálisis y Cultura de la misma uni-versidad. En su ejercicio docente se ha dedicado a temas como la

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Colaboradoras

producción del trabajo social de grupo, el trabajo social individual, la cultura y los malestares subjetivos contemporáneos. En varias oportunidades ha recibido la distinción de Excelencia Académica.

Claudia Mosquera Rossero Labbé [email protected]

Es investigadora del Centro de Estudios Sociales (CES), de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia. Hace parte del Grupo de Investigación sobre Igualdad Racial, Diferencia Cultural, Conflictos Ambientales y Racismos en las Américas Negras. En 2004 recibió dos distinciones: «Subventions pour la coopération en recherche entre la Canada, l’Amérique Latine et les Antilles, Centre de Recherches pour le Développent International (CDRI)» y el «Bourses d’etudes supérieures et de recherche offertes par le Canada aux citoyens des pays étrangers et du Commonwealth, Le Boreal ca-nadien de l’education internationale», por sus aportes investigativos sobre la diversidad étnico-racial. Entre sus publicaciones se destacan: Afro-reparaciones: memorias de la esclavitud y justicia reparativa para negros, afrocolombianos y raizales (2007); Afrodescendientes en las Américas. Trayectorias sociales e identitarias (en coedición con Mau-ricio Pardo y Odile Hoffmann, 2002); La universidad piensa la paz: obstáculos y posibilidades (2002). Ha publicado así mismo varios artí-culos en obras colectivas, en periódicos y revistas, tanto en el ámbito nacional como en otros países. Ha participado como ponente de su área de especialidad en varios eventos nacionales e internacionales.

Martha Nubia Bello Albarracín [email protected]

Es coordinadora del Programa de Iniciativas Universitarias para la Paz y la Convivencia; también, de la Especialización en Acción sin Daño y Construcción de Paz de la Universidad Nacional de Colombia. Es in-vestigadora del grupo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR). Sus intereses investigativos se orientan al estudio de los movimientos sociales, y en particular a los derechos humanos y el desplazamiento forzado. Es integrante de la Red Alfa de Investigación, Migración, Exclusión y Derechos Humanos. Participó en la coedición del libro Efectos psicosociales y culturales del desplazamiento (2000) y es coautora de Relatos de la violencia (2002).

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180

Colaboradoras

180

Otras de sus publicaciones son «Desplazados, migrantes y excluidos: actores de las dinámicas urbanas», en Migraciones, desplazamientos y reestructuraciones territoriales (2000), y «Desplazamiento forzado y reconstrucción de la identidad», que recibió el Premio Nacional de Ensayo Académico Alberto Lleras Camargo (2001). Es editora del libro Desplazamiento forzado: dinámicas de guerra, exclusión y desarraigo (2004). Obtuvo el Premio al Mejor Proyecto de Extensión Solidaria de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia (1996 y 1999). En el año 2007 coordinó la Cátedra Manuel Ancízar con la asignatura El Desplazamiento Forzado en Colombia. Ciencia Política, Desarrollo y Participación Comunitaria.

Yolanda Puyana Villamizar [email protected]

Ha sido docente e investigadora del Departamento de Trabajo Social, de la Escuela de Estudios de Género y del Centro de Estudios So-ciales (CES) de la Universidad Nacional de Colombia. En el año 2001 recibió la distinción de Docencia Excepcional y en 2006 fue distin-guida por la Facultad de Ciencias Humanas por sus aportes en los estudios sobre familia y género. Fue líder del Grupo de Estudios de Familia durante varios años. Es integrante fundadora de este y del Grupo de Investigación Mujer y Sociedad. Se ha desempeñado como profesora invitada en cursos de pregrado y posgrado y en seminarios en universidades del país, así como de España, Estados Unidos y Bo-livia. Participó en el equipo gestor de la Maestría en Trabajo Social, Énfasis en Familia y Redes Sociales. Ha sido coautora y editora de diversos libros, entre ellos: Familias, cambios y estrategias (2007); Género, mujeres y saberes (2007); La política social en la década del 90. ¿Una década pérdida? (2004); Madres y padres en las ciudades co-lombianas: cambios y estrategias (2003) y Sentí que se me desprendía el alma. Análisis de historias de vida de mujeres populares, en coautoría con Juanita Barreto (1996).

Bárbara Zapata Cadavid [email protected]

Hace parte del Grupo de Estudios de Familia reconocido por Col-ciencias y lideró la propuesta para la creación de la Maestría en Trabajo Social, Énfasis en Familia y Redes Sociales, de la Universidad Nacional

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181181

Colaboradoras

de Colombia. Ha sido coordinadora de varios proyectos de extensión universitaria y ha participado en el estudio y valoración psicosocial de familias adoptantes con instancias no gubernamentales. Cuenta con experiencia en intervención terapéutica sistémica. Ha participado en varios congresos, foros, seminarios y encuentros nacionales e interna-cionales con ponencias sobre la familia, la calidad de vida y la inter-vención profesional del trabajo social. De sus publicaciones se destacan sus artículos y reseñas en diversas revistas y periódicos nacionales y un módulo sobre familias y desarrollo social publicado por el Centro Latinoamericano de Trabajo Social (Celats, 2000). Se ha desempeñado como docente en la Universidad Nacional de Colombia, en particular, en las líneas de profundización sobre procesos familiares, intervención sistémica y calidad de vida, lo mismo que en las prácticas sobre familia, redes sociales y protección especial, en convenio con el Instituto Colom-biano de Bienestar Familiar (ICBF).

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183

A

acción(es)– Capacidad de: 86– cotidianas: 142– de justicia: 89, 102 – de reparación: 101– individual: 117– intencionada: 89– intercultural: 68, 70, 79 – política: 78– reparadora: 101– Saberes de: 57, 58, 61, 62, 63, 70, 79acompañamiento – psicosocial: 89, 91actividad(es) – criminales violentas: 40 acto(s)– comunicativo: 117, 129– fallidos: 16, 167– verbal: 150, 152actor(es)– sociales: 10, 31, 92, 125, 143, 146, 150adulto: 22, 29, 39, 40agente(s): 57, 59, 76, 87, 92, 114, 118, 143agresividad: 48, 170 ahorro: 24, 38alienación ideológica: 172alivio: 154alteridad– Conocimiento de la: 72

Índice de materias

– Negación de la: 67ambiente– físico: 31, 45– Sostenibilidad del: 44ámbito(s)– del conocimiento: 63– de la cultura: 79– de la interacción: 143– de la investigación: 143– de la sociedad: 22 – de trabajo: 10– estatal: 78– internacional: 45– local: 32, 45– nacional: 179– privado: 78 – social: 105analfabetismo: 68, 70análisis – categorial: 149– comparativo: 149– de la información: 15, 148, 149– de lo social: 169, 170, 178– de los sueños: 16, 167– de tipo etnosociológico:126– intertextual: 132, 133– intratextual: 132– narrativo: 15, 148, 149– paradigmático: 15, 148, 149anciano(a)(s): 26,

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184

Índice de materias

antecesores: 114, 120antropología: 128aprendizaje – intercultural: 75asimilación: 42aspiraciones maternas y paternas: 174armonía: 171articulación sujeto-cultura: 170atención– a las víctimas: 91– Calidad de la: 58– psicosocial: 65, 68, 72, 75, 77atributo(s) – personales: 32, 36, 46autoimagen: 89

B

bien-estar– Alcance del: 35biografía asistida: 125bipolaridad: 71burka: 37

C

cachorro humano: 173cambio – Promotores del: 92– social: 35, 57, 63capital: 21, 22, 23, 26, 27, 29, 39, 172castigo– Ausencia de: 94-97– Desproporción entre crimen y:

95-97– efectivo: 102castración: 171categorías psicoanalíticas: 16, 169, 174

ciclo vital: 114, 116, 119, 120, 126, 129, 132

ciencia – moderna: 55, 61clase– media: 38– social: 173coexistencia: 42, 117cogito cartesiano: 166Comisión Interamericana de Derechos

Humanos de la Organización de Estados Americanos, OEA: 100

completitud soñada: 171control social: 144, 165Coordinated Management

of Meaning, CMM: 148comportamiento individual: 145comprensión: 13, 36, 42, 65, 77, 79, 104,

105, 126, 141, 143, 144, 147, 152, 154, 157comunicación– interpersonal: 150– Medios masivos de: 69comunidad – científica: 54, 55, 61, 149conciencia – ética: 98configuraciones – vinculares: 172conflicto(s) – de intereses: 55– familiar: 14, 147, 154– Resolución de: 150conocimiento(s)– científico: 11, 16, 53-61, 63, 79, 167 – comunes: 60– Des-: 68, 79

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185

Índice de materias

– expertos: 60– Formas de: 55– Geopolíticas del: 60– Producción de: 10, 54, 55, 58, 76construccionismo– social: 15, 116, 129, 144, 145constructivismo: 116conversación(es)– terapéutica: 147, 148convivencia: 42, 172, 179contaminación: 31contexto(s)– de uso: 129– cultural: 112, 130, 151– de la entrevista: 129– generadores de significado: 150– interactivo: 113, 129– social: 14, 111, 132core knowledge: 55, 58, 60creencias: 111, 116, 142, 145, 147, 151,

152, 156crimen(es)– Exaltación del: 96, 98culpabilización: 99, 105– Des-: 13culpable(s): 12, 86, 87, 96, 97, 102cultura(s) – afrocolombiana: 68, 73-74, 79cultural(es)– Actores: 67– Datos: 78– Diferencia: 66– Elementos: 129– Injerencia: 66– Mutaciones: 170

D

dato(s)– biográficos: 142debate – colectivo: 78democracia: 28, 31, 178derecho(s) – a la reparación: 86, 100– Exaltación de los: 174– humanos: 10-12, 31, 35, 39, 43, 44,

77-78, 87, 92, 94, 100, 105-106, 151, 179

– mínimos: 87– privado: 86– público: 86– Violación de los: 39, 106descalificación: 87, 95, 97desigualdad(es)– estructurales: 24, 25, 30, 32, 36, 43, 46desnutrición: 28, 70desvalorización social: 86dialéctica – social: 166diálogo – colaborativo: 156dicotomía – entre naturaleza y cultura: 53– entre lo público y lo privado: 53– entre razón y emoción: 53dignidad: 42, 89, 97, 98, 100, 103, 105,

106dinámica – relacional: 141discriminación– de la incapacidad: 43

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186

Índice de materias

– por la edad: 43discurso(s)– amo: 170, 172– de los derechos: 78, 172, 173– políticos: 89– referidos: 144diversidad: 10, 37, 42, 44, 68, 179divisiones – sociales: 35, 36, 38 dolor– crónico: 14, 147, 154, 155dominio(s) – de la producción: 143– de la explicación: 143– de la estética: 143– Macro-: 157– Micro-: 157– monolítico: 55

E

educación: 22, 26, 40, 44, 63, 77, 120empatía: 63, 75, 111, 131empoderamiento: 35empujes – individuales: 171encuentro(s) – relacional: 13, 111– intersubjetivos: 117– sexual: 171enfermedad(es) – mentales: 104enfoque(s) – apreciativo: 148, 155– cualitativo: 112, 125– narrativo: 148, 155– positivista: 113

entorno – social: 95, 127, 154, 173episodio(s): 48, 150epistemológico(a)(s) – Confluencia: 15, 145– Democratización: 59– Formas: 55– Giro: 169– Perspectiva: 15, 16, 113, 146, 166– Plano: 55– Punto de vista: 61– Supuestos: 114– Terreno: 78escala – laboral corporativa: 39escucha – terapéutica: 168equipo(s) – interdisciplinarios: 77espacio– racional: 55– relacional: 55espiritualidad: 45esquema de comprensibilidad: 131Estado:– -nación: 22, 27, 28, 39, 40, 45, 67– responsabilidad del: 100– social de derecho: 77, 178estado(s) – intencionales: 145estatuto – ético: 172etnia: 126, 142, 151etnicidad: 35, 43evidencia – empírica: 55

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187

Índice de materias

estatus – profesional: 59estigmatización: 30, 104estrato – social: 133evasión: 15, 147, 157exclusión– social: 141expectativas: 91, 95, 145, 166, 172experiencia(s)– analítica: 16, 168– fundantes: 174– humana: 174– intersubjetiva: 146– subjetiva: 146éxtimo: 170

F

familia– Estructura simbólica de la: 175– Nueva: 174felicidad– Horizonte de: 174Fenómeno(s) – colectivo: 126– de orden distinto: 167 – estructural: 36filantropía: 39filosofía – hermenéutica: 15, 145fuerza(s)– contextual: 152– deóntica: 152– implicativa: 152

– Interacción de: 156– prefigurativa: 152función(es) – de acto: 151 n. 6– materna: 130, 175 – modal: 151 n. 6– paterna: 130– referencial: 151 n. 6

G

generación: 142, 151género: 13, 25, 29, 30, 35, 36, 43, 71, 74,

111, 126, 133, 142, 151gente – pobre: 22, 26, 30, 31goce(s) – individuales: 172– subjetivo: 172globalización: 10, 21, 22, 23, 25, 26, 31,

38, 39, 44, 67grupos – étnico-racializados: 66guión – cultural: 151, 155– de vida: 151, 155– familiar: 151, 155– individual: 150– moral: 151

H

habilidades– Desplegar: 90hechos– Responsabilidad de los: 96

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188

Índice de materias

heridas – psíquicas: 94hijo(a)(s): 47, 49, 70, 71, 120, 130, 133,

139, 140, 173, 174historia(s)– autobiográficas: 125– Contadores de: 15, 146– de los progenitores: 173– del sujeto: 174– de vida: 13, 111, 113, 114, 123, 126, 127– – mito de la: 130– dominantes: 15, 146, 153, 155– encarnadas: 15, 146– Flujo y contraflujo de las: 147– infantil: 16, 168– insurrectas: 146 n. 3– íntima: 173– particular: 126– social: 128– subyugadas: 15, 146, 153 homogeneización: 104, 171

I

ideología(s) – neoliberales: 39identidad(es)– colectiva: 87– de víctima: 89, 92– del individuo: 85– dinámicas: 90– individuales: 142– narrativa: 123– profesional: 57, 61, 64– victimizada: 90, 91identificación

– de los victimarios: 102idioma: 36igualdad – de sexos: 43ilusión biográfica: 113imaginación autobiográfica: 128impunidad– Escenarios de: 87– moral: 99inclusión: 42, 132, 145 n. 2, 154inconsciente (psicoanálisis): 167-169, 174inconsciente(s)– Resistencia: 168 – Configuraciones: 168indemnización: 86, 99ingreso(s): 24, 25, 26, 38injusticia: 39, 46, 90, 104, 105, 106, 141,

145instituciones– de protección: 15, 147– judiciales: 103Instituto Colombiano de Bienestar

Familiar: 129, 147Instituto Interamericano de

Derechos Humanos: 92integración: 38, 42intenciones: 85, 145, 150 n. 6, 166interacción – congruente: 143– Secuencias de: 150interculturalidad: 65, 67interioridad: 170intervención – Curso de la: 72– familiar: 143

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189

Índice de materias

– Indagación-: 144– social: 11, 53, 54, 55, 57, 58, 59, 60, 62,

63, 64, 65, 66, 68, 79, 145, 175intervenido(s): 59, 65interventor(es): 65interviniente: 11, 56, 57, 59, 60, 62, 63,

65, 67-70, 72, 76-79íntimo: 62, 103, 169, 170, 174, 178investigación – clínica: 168– cualitativa: 14, 15, 134, 148– social: 53, 113, 125– Objeto de: 169

J

jerarquía(s) – del sometimiento: 174joven(es): 29, 40, 44, 47, 124, 140justicia – social: 11, 32, 35, 39, 46

L

legislación: 22, 26, 43lenguaje– corporal: 118– Experiencia del: 173– gestual: 118– verbal: 118lenguajear: 117, 118Ley 387 de 1997: 66 Ley de Justicia y Paz: 97lógico(a)(s)– culturales: 165, 169, – Positivismo: 57– psíquicas: 169

M

madre: 48, 74, 116, 124, 125, 129, 130, 132, 133, 134, 140, 174

malestares – subjetivos: 168, 179maltrato: 49, 95, 120, 121, 124, 169mapa: 114, 115, 116, 131, 134masculinidad: 29, 49maternidad: 70, 71, 120, 130, 132, 133matriz – vincular: 168memoria– Reconstrucción de la: 105mentalidad – colectiva: 165mercado – capitalista: 174método(s) – biográficos: 125minoría – étnica: 43modo – narrativo: 142muerte: 73, 99mujer(es): 10, 12-14, 22, 25-26, 28-29,

36, 38-39, 40, 47, 48, 61, 62, 69-74, 79, 93, 111, 112, 116, 121, 124-125, 127-130, 132, 132 n. 8, 169

multinacional(es): 30

N

narcinismo: 171narrador: 114, 130narrativo(a)(s)– central: 90

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190

Índice de materias

– Construcción de: 88, 89, 91– cronificantes: 154– de agencia: 91– familiares: 16, 142, 147, 156, 157– informales: 154, 155– oficiales: 154– Pensamiento: 15, 146, 153– transformadoras: 154, 155– vital: 127neonato: 173negociaciones – interactivas: 37neoliberal(es): 22, 31, 39, 41neoliberalismo: 21, 23, 27, 28, 29, 38, 46nigab (véase también turbante o

burka): 36niño(a)(s): 10, 14, 15, 22, 25-26, 28, 36,

39, 40, 44, 47, 73, 120, 140, 147, 173

O

ONG: 28, 42, 75opresión– Dinámicas de la: 46– institucional: 37, 43– personal: 37oralitura: 74orden – mundial – – Nuevo: 22, 24, 26, 32, 38, 39, 45– social: 47, 150orientación– sexual: 35, 36otredad: 37otrificación: 37, 38otro– Gran: 165, 173

– – Universo del: 167– semejante: 173

P

paciente: 168padre(s): 25, 48, 49, 121, 124, 125, 132,

133, 134, 140, 166, 171, 173, 174, 175países – ricos: 26parentesco: 173paternidad: 120, 130, 132, 133paz: 30, 88pena– Minimización de la: 97pérdida(s): 12, 30, 31, 85-88, 90, 94-95,

100, 101, 103, 172perspectiva – filosófico-histórica: 166– psicoanalítica: 172, 178– psicosocial: 12, 105, 106pertenencia(s):PIB: 27población – afrocolombiana: 65, 67– Distribución de la: 67– insatisfecha: 39pobreza: 24, 26, 29, 31, 38, 40, 42, 85,

127poder– Colonialidad del: 67, 79políticas – sociales: 39, 78posición – social: 70potencialidad(es): 90, 122práctica(s)

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Índice de materias

– del trabajo social: 29, 111– institucionales: 36– profesional: 14, 55, 56, 62, 63– sociales: 112, 157presencia institucional: 77principios: 131, 134, 170, 172privatización: 22, 27problemas – de hábitat: 14, 147proceso(s) – de escucha: 104– de duelo: 85 n. *, 94– de reconocimiento: 113– de traumatización: 104– reflexivo: 142profesiones– feminizadas: 61– no hegemónicas: 62psicoanálisis: 16, 17, 167-171 pueblos – afrodiaspóricos: 62– indígenas: 62pulsión: 167, 170, 171

R

raza: 25, 30, 35, 36, 43, 70, 76– Categoría: 67rasgos – sintomáticos: 169realidad– interpretada: 114– material: 167– vivida: 114, 151 n. 6, reconocimiento – político: 96– social: 13, 86, 99, 103

recursos – propios: 90rechazo: 42, 99, 103, 117, 120, 130reflexión – ética: 143regulación – laboral: 21reincidencia: 15, 147, 157reivindicaciones – sociales: 78rehabilitación: 86, 99relación(es)– asimétrica: 59– Aspectos políticos de las: 146– contextualizada: 59– de género: 13, 71, 111– de ordenamiento: 59– de pareja: 11, 124, 125– de poder: 11, 39, 54, 66, 145, 147– entre actores sociales: 150– entre las razas: 43– generacionales: 111– humanas: 10, 35– sociales: 21, 23, 31, 38, 46, 47, 61, 67,

122, 129, 145, 166relatante(s): 120, 127, 128, 130, 132relato(s)– autobiográfico: 127– biográficos: 13, 113, 114, 128, 129, 149

n. 6– Deconstrucción de los: 148– de superación: 154– de vida: 119, 125, 126-129, 131 – oral: 126– públicos: 127religión: 35, 36

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192

Índice de materias

reparación– Ausencia de: 13, 96, 100, – social: 86resiliencia: 76, 93respuestas – estandarizadas: 104– institucionales: 95– sociales: 95, 102– subjetivas: 95restitución: 86, 99, 171revictimización: 94, 95riqueza: 22, 24, 25, 26, 38, 39roles– sociales: 67

S

saber(es) – experienciales: 59– fronterizos: 55– interculturales: 68, 70, 72, 79 – Objeto de: 16, 167– subalternizados: 62, 79salud: 22, 26, 28, 31, 40, 44, 63, 71, 154,

155, 159sanciones – jurídicas: 94segregación: 42seguridad: 24, 27, 30, 31, 32, 38, 39, 44,

86, 87, 103servicios – sociales: 31, 57, 59, 65, 66sexismo: 38sida: 25, 28significado(s)– Contrastación entre: 150

– Conexión entre: 150– Estructura histórica de: 167silencio– Romper el: 141singularidades – subjetivas: 170síntomas – sociales: 16, 169, 171sintomatología – contemporánea: 172sistémica: 14, 47, 145, 147, 181Social Watch: 29sobreviviente(s): 91, 92 social(es)– Control: 144, 165– Desvalorización: 86– Dialéctica: 166– Lazo: 16, 17, 165, 169, 170, 171, 173, 174– Malestares: 165– Políticas: 39, 78– Posición: 70– Realidad: 16, 112, 142, 151 n. 6, 165,

166– Realización: 174– Reivindicaciones: 78– Síntomas: 16, 169, 171– Sujeto(s): 86, 166– Topografía: 67– Vínculos: 165, 170sociedad – civil: 10, 11, 28– Feminización de la: 175sociología: 128solidaridad: 32, 40, 99, 100, 105sueños

Page 195: La investigación y la práctica en trabajo social

193

Índice de materias

– Análisis de los: 16, 167sufrimiento: 85, 86, 87, 95, 97, 101, 103,

106, 130, 170sujeto(s) – Angustias del: 172 – étnico-raciales: 66– humanos: 88– sociales: 86, 166– transparente: 166– victimizados: 86superación: 88, 104, 154superyó: 169

T

tecnoseguridad: 39, teoría – científica social: 55– práctica: 150terapia – familiar sistémica: 14– Microdominio de la: 157– narrativa: 15, 153territorio(s): 66, 85, 114, 115, 143testigo(s): 92, 100, 126texto – biográfico: 127tiempo – cuantificable: 119– falso: 119– histórico: 166, 170– interior: 119– lógico: 170– psíquico: 170– subjetivo: 119– Unidades internas del: 119 – variante: 119

– verdadero: 119topografía – social: 67 trabajador(a)(es) – social(es): 10, 11, 14, 31, 32, 41, 43, 44,

45, 46, 49, 55, 56, 113, 121, 141, 177trabajo – científico: 61– División internacional del: 67– infantil: 26, 120– terapéutico: 153transformaciones: 104, 174, 175tratamiento– psicoanalítico: 168turbante: 36

U

universalismo: 43universo – del Gran Otro: 167

V

valor(es)– absolutos: 174– social: 91venganza– Deseos de: 96– Fantasías de: 96verdad– Ausencia de: 13, 96, 98, 99vergüenza: 87víctima(s)– Condición de: 93– Desconocimiento de las: 87– Desculpabilización de la: 13– Dignidad de las: 97, 98

Page 196: La investigación y la práctica en trabajo social

194

Índice de materias

– Dignificación de las: 86, 103– Falta de reconocimiento político de

las: 96 – Falta de reconocimiento social de

las: 13, 99– Invisibilización de las: 87– Noción de: 88, 92– Valor social de las: 91victimario(s): 12, 13, 89, 90, 94, 97,

98, 100, 102, 103, 105victimización – secundaria: 95vida(s)– cotidiana: 36, 86, 98, 112, 114, 121– digna: 156– Etapa de la: 120– Historias de: 13, 111, 113, 114, 123, 126,

127– material: 126

– pasadas: 120– privada: 21, 165– pública: 165– relatos de: 119, 125-129, 131– social: 78, 114, 126– sociopolítica: 157vínculos – sociales: 165, 170violencia– Extrema: 96– política: 86– Prevenir la: 96– sociopolítica: 85, 87, 94VIH (véase también sida): 25

Y

yo– Tecnologías del: 37

Page 197: La investigación y la práctica en trabajo social

195

A

África: 25, 26, 40América del Norte: 62América Latina: 62Asia: 26

B

Bogotá: 14, 68, 69-71, 75, 77, 116, 124, 130, 146 n. 3, 147

C

Canadá: 62Colombia: 9, 11-14, 27, 53, 60, 75, 85,

87, 94, 98, 177, 181

E

El Caribe: 62Estados Unidos: 24 n. 3, 27, 40, 62, 180Europa: 26, 28

L

Latinoamérica: 26

R

Reino Unido: 25, 26, 28, 62, 177

Índice de Lugares

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Page 199: La investigación y la práctica en trabajo social

La investigación y la práctica en trabajo social,

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El libro La investigación y la práctica en trabajo social

es el primero de la colección Discusiones Contemporáneas del

Trabajo Social que se inaugura con esta publicación. Se trata de

la compilación de un conjunto de artículos que sintetizan los

avances de las investigaciones presentados en su versión original

en forma de ponencias, en diferentes eventos académicos

impulsados por el equipo de la Maestría en Trabajo Social,

Énfasis en Familia y Redes Sociales de la Universidad Nacional de

Colombia, entre los años 2008 y 2009.