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Salvadme Reina Número 72 Julio 2009 La grandeza incomparable del Bautismo

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Salvadme Reina

Número 72 Julio 2009

La grandeza incomparable del Bautismo

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10 Heraldos del Evangelio · Julio 2009

comEnTario al EVangElio – domingo XV dEl TiEmPo ordinario

Los Doce son enviados en misión

Jesús otorgó a los Apóstoles el poder de expulsar a los espíritus inmundos y el don de curar a los enfermos, para que los hombres de aquel tiempo creyeran en el mensaje del Evangelio. En nuestros días, ¿cuál es la prueba de autenticidad de la Buena Noticia que los evangelizadores deben presentar al mundo moderno?

Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP

I – La Cruz, Compañera InseparabLe deL apóstoL

Antes de enviar a los Apóstoles en misión a predicar el Evangelio, Jesús les entrega preciosos consejos que aunque puedan parecer un poco di-fíciles de llevar a la práctica, han con-servado completa validez, porque las palabras del Señor permanecen para siempre.

Cristo les hablaba a los hombres de su tiempo empleando los recur-sos lingüísticos propios de la cultu-ra oriental, donde abundan las imá-genes, los enigmas, las parábolas. Pe-ro si estas son debidamente interpre-tadas revelarán valiosas normas de apostolado, de suma utilidad para el que sigue hoy los pasos del Maestro en la meritoria y ardua tarea de evan-gelizar.

Antes de pasar a las considera-ciones del Evangelio para el 15º do-mingo del Tiempo Ordinario, deten-gámonos un poco en el episodio pre-vio —la visita a Nazaret— para que así podamos penetrar en el sentido de las enseñanzas de Nuestro Señor a los Doce, en vista de la misión que iba a darles.

Sus compatriotas los rechazaron

En términos coloquiales, se po-dría decir que la predicación de Jesús en Nazaret fue un verdadero fracaso: probablemente no logró convertir a nadie y casi no hizo milagros.

San Marcos reproduce los comen-tarios que hicieron los conocidos “del carpintero”, en los cuales se refleja el deplorable vicio de la envidia, re-currente en la comparación entre las

cualidades propias, sobrevaloradas por un análisis complaciente, con los talentos de los demás. Y en este ca-so se comparaban con el propio Cris-to: “¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y de Jo-sé, de Judas y de Simón? ¿Y sus her-manas no viven aquí entre nosotros?” (Mc 6, 3). En otras palabras, “¿aca-so no es ese hombre que conozco de tanto tiempo atrás, que vale lo mismo que yo, y ahora viene acá como pro-feta, haciendo milagros? ¿Cómo pue-de tener esos dones mientras que yo no?”.

A menudo la convivencia muy es-trecha y asidua provoca un curioso fenómeno de ceguera espiritual con relación a las cualidades y virtudes del prójimo. Los habitantes de Naza-ret no veían en Jesús más que al “car-

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pintero”, el “hermano de Santiago”. Fueron incapaces de descubrir en Él al Hijo de Dios; y sin embargo, ¡era el Mesías prometido!

Cabe notar que Jesús, antes de ir a Nazaret, había obrado un mila-gro que asombró a todos los presen-tes: resucitar a la hija de Jairo, re-cién fallecida, y luego “partió de allí y fue a su ciudad” (Mc 6, 1). Hacer que un muerto regrese a la vida pertene-ce solamente al poder de Dios; era, pues, natural que noticia de seme-jante magnitud se adelantara rápida-mente al Divino Maestro. Cuando Él llegó a Nazaret, el extraordinario su-ceso ya estaba en conocimiento pú-blico.

Se podía esperar que tal aconte-cimiento despertara la alegría de sus compatriotas, sobre todo de sus pa-

a EvangElio AY llamó a los Doce y comen-zó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los es-píritus inmundos. Les orde-nó que no tomasen nada pa-ra el camino, aparte de un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja, sino que fueran calzados con sanda-lias y no llevaran dos túni-cas. También les decía: “Per-maneced en la casa en que entréis hasta que salgáis de aquel lugar. Y donde no os reciban ni escuchen, al sa-lir de allí, sacudid el polvo de vuestros pies en testimo-nio contra ellos”. Ellos fue-ron predicando penitencia; y expulsaban a muchos de-monios, y ungían con óleo a muchos enfermos y los cu-raban (Mc 6, 7-13).

El Divino Maestro hablaba a los hombres de su tiempo empleando los recursos lingüísticos propios de la cultura oriental,

donde abundan las imágenes, los enigmas, las parábolas

Jesús enseñando a sus Apóstoles – Catedral de San Isaac – San Petersburgo, (Rusia)

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rientes más cercanos, porque Dios había elegido a uno entre ellos para tan alta misión. ¡No! Al contrario, ce-rraron el corazón, rechazaron a Jesús e incluso trataron de matarlo, como relata San Lucas (4, 29). Misterio de iniquidad…

El Maestro forma el espíritu de los Apóstoles

Nace entonces la pregunta: ¿por qué razón Cristo, que lo conocía to-do, quiso visitar Nazaret en compa-ñía de los Apóstoles?

Sabía de antemano que su predi-cación sería inútil… Además, había vivido allí desde su regreso de Egipto y conocía a fondo la dureza del cora-zón de sus coterráneos. Sin duda que debió empeñarse a lo largo de aquel período en abrirles el alma a la gran-

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12 Heraldos del Evangelio · Julio 2009

deza de los días que les toca-ría vivir cuando Él se mani-festara como Mesías. Y sa-bía también cuán lejos esta-ban ellos de tan grandiosos panoramas.

¿Qué lo llevó, entonces, a Nazaret? Una de las razo-nes, seguramente, era pre-parar a los Apóstoles para la misión de anunciar el Evan-gelio.

El Señor había recorri-do Galilea practicando toda clase de milagros pero, por el modo en que San Marcos Evangelista relata la visita a Nazaret, lo ocurrido en es-ta ciudad dejó una huella no menos profunda en el cora-zón de los discípulos, quie-nes no pasaron por alto este aparente fracaso: “Y no pu-do hacer allí ningún milagro” (Mc 6, 5).

Para formar el espíri-tu de los Apóstoles, el pro-pio Jesús no dejó de manifestarles cuán inusitada era la incredulidad de aquella gente: “Se asombraba de su incredulidad” (Mc 6, 6). De esta ma-nera, mediante el choque producido ante la tan sorpresiva actitud de los nazarenos —rehusar la gracia y los beneficios que se les ofrecían— Cris-to pretendía ciertamente enseñar, de divina manera, que quien se dedica al apostolado no puede acariciar ilu-siones. Pues la tendencia normal del apóstol es la de difundir el bien, so-bre todo entre sus más allegados; pe-ro a veces será entre estos mismos donde encontrará el mayor repudio.

Actitud del apóstol frente al rechazo

¿Qué se ha de hacer? La verdad no debe ser impuesta, sino ofreci-da con modestia. Si los oyentes no la quieren aceptar, que entonces el apóstol, en lugar de insistir, procure anunciarla a quien tenga buena dis-posición. Por esto Jesús no hizo mi-

lagros en Nazaret: de haber querido imponer la verdad mediante señales extraordinarias, aumentaría la cul-pa de quienes lo rechazaban. Así aun realizaba un acto de misericordia con quien cerraba su alma al Bien.

¿Qué debe hacer el apóstol cuan-do algún lugar lo rechaza? El ejem-plo dado por el Maestro es inequívo-co: “Y recorría las aldeas vecinas ense-ñando” (Mc 6, 6).

Es admirable el modo como pre-paraba el Señor a sus Apóstoles pa-ra la misión que habría de darles in-

mediatamente después. Su divino método pedagógico se basaba en su ejemplo su-blime. Primero hizo que lo acompañaran en la predi-cación, vieran los milagros, participaran incluso en la fracasada incursión a Naza-ret, donde todo parecía an-ticipar una predicación exi-tosa. Sólo después los envía en misión a predicar la Bue-na Nueva, con sus espíritus ya preparados por la expe-riencia y habiendo abatido un tanto la ilusión de esperar una larga y cómoda avenida de logros.

El apóstol no debe espe-rar éxitos en su camino, si-no la mayoría de las veces in-comprensiones, obstáculos y sufrimiento. La Cruz será la compañera inseparable del verdadero apóstol, por más que se le haya concedido el don de hacer milagros y do-

minar los espíritus impuros.

II – reComendaCIones deL dIvIno maestro

Y llamó a los Doce…

Todo lo que hacía Nuestro Señor entregaba principios de altísima sabi-duría, pues sus acciones eran realiza-das con perfección divina. Podemos, así, preguntarnos por qué eligió do-ce Apóstoles y no otro número cual-quiera, de acuerdo a las necesidades concretas del momento. En sus co-mentarios al Evangelio de San Ma-teo, Santo Tomás de Aquino propo-ne una razón: “¿Por qué doce? Para mostrar la concordancia entre el Anti-guo y el Nuevo Testamento: así como en el Antiguo hubo doce Patriarcas, en el Nuevo hay doce” Apóstoles. 1

En seguida, muy según el gusto medieval, el Doctor Angélico discu-rre sobre la simbología de los núme-ros y plantea otro motivo: “Era tam-

¿Por qué razón Cristo, que lo

conocía todo, quiso visitar Nazaret en compañía de los Apóstoles?

Los compatriotas de Jesús cerraron el corazón, Lo rechazaron e incluso trataron de matarlo,

como relata San Lucas (4, 29)

Interior de la Sinagoga de Nazaret

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bién para indicar la perfec-ción, porque el número do-ce resulta de dos veces seis, y el seis es un número perfecto, ya que se compone de todas sus partes: proviene de uno, de dos o de tres, y esas par-tes sumadas unas con otras dan seis. Así, el Señor eligió a doce para indicar perfección: ‘Sed perfectos como vues-tro Padre celestial es perfecto’ (Mt 5, 48)”. 2

…y comenzó a enviar-los de dos en dos…

El hecho de enviar a los Apóstoles de dos en dos obedece a un principio de prudencia. Dada la natura-leza sociable del hombre, la compañía de un hermano sirve de valioso apoyo psi-cológico, sea en las dificul-tades concretas de la vida como en las pruebas espiri-tuales, haciendo más llevadero el pe-so a cargar.

Así les enseñaba Nuestro Señor, con solicitud divina, una norma de conducta que favorecía la práctica de la virtud de la perseverancia, y sería imitada por tantos religiosos a lo lar-go de los siglos. Dicha norma favore-ce también las virtudes de la vigilan-cia y la humildad, pues quien acepta la compañía de un hermano y se so-mete a la vigilancia de éste, reconoce implícitamente la debilidad propia. El demonio tendrá más dificultades para vencerlo con sus asechanzas, y el mundo menos poder para embaucar-lo con sus seducciones.

¡Cuántas personas, lanzadas fer-vientemente a la lid del apostolado, han prevaricado a lo largo del cami-no por confiar en sus propias fuerzas y aventurarse solas! Acabaron triste-mente seducidas por las ilusiones del mundo… La compañía de un herma-no siempre es una salvaguarda con-tra un sinfín de tentaciones y seduc-

El Padre Manuel de Tuya subraya asimismo que el he-cho de partir en parejas posi-bilitaba a los Apóstoles “ayu-darse y vigilarse” entre ellos, observando que con eso con-ferían autenticidad a sus pala-bras, ya que “nadie podía sos-pechar del que tiene un testi-go”. 3

El Abate Duquesne aduce otras razones, no menos im-portantes: “Con esto, el Se-ñor quería indicar también la unión que debe reinar entre sus ministros y sus verdaderos dis-cípulos”. 4 Y concluye el co-mentario con un sabio con-sejo: “Es una máxima de pru-dencia procurar, tanto como sea posible, este auxilio que Cristo estableció, santificó y ofreció a sus Apóstoles”. 5

La Sabiduría nos habla en igual sentido: “Más vale dos que uno solo, porque logran mejor fruto de su trabajo. Si

uno cae, el otro lo levanta; pero ¡ay del solo, que, si cae, no tiene quien lo le-vante!” (Ecl 4, 9-10).

…dándoles poder sobre los es-píritus inmundos.

He aquí otra irrefutable prueba de la divinidad de Nuestro Señor. Co-mo los ángeles ostentan un poder muy superior al de los hombres, na-die puede vencer a un espíritu impu-ro salvo con el auxilio de Dios. Cris-to no sólo tiene este poder, sino tam-bién la capacidad de comunicarlo a los Apóstoles, porque es Dios. Y la Iglesia, hasta los días de hoy, lo otor-ga a sus ministros, designando exor-cistas para expulsar —en caso de po-sesión diabólica comprobada y obe-deciendo estrictas normas— a los es-píritus impuros con el poder recibido del Señor.

En el tiempo de Jesús el imperio del mal se extendía sobre la humani-dad entera, inmersa en las tinieblas

La compañía de un hermano siempre es una

salvaguarda contra un sinfín de tentaciones

Es admirable el modo como Jesús preparaba a sus Apóstoles para la misión

que habría de darles

Jesús con los Apóstoles – Iglesia del Salvador de la Sangre Derramada – San Petersburgo, (Rusia)

ciones, las cuales pueden presentarse hoy como nunca en los más sagrados recintos, o también en la tranquilidad del hogar, durante una “navegación” imprudente por los vastos y peligro-sos espacios virtuales de Internet…

Hace dos mil años no existían los riesgos morales de nuestra época. Aun así Nuestro Señor envió de dos en dos a sus Apóstoles, para ayudar-se y sostenerse mutuamente en la fe cuando surgieran dificultades: “Mi-rad que os envío como ovejas en medio de lobos” (Mt 10, 16).

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del paganismo y la idolatría, manifes-tándose frecuentemente a través de posesiones como las relatadas en nu-merosos pasajes evangélicos.

Quizá en nuestros días el dominio del mal sobre el mundo no sea tan vi-sible como en la Antigüedad, pero no cabe duda que su acción es más amplia e insidiosa, haciendo creer a un gran número de personas que no existen el demonio ni el pecado. Así las almas, por falta de defensa, que-dan más expuestas a su maléfica in-fluencia. La asombrosa degradación de costumbres de nuestra época, con la consecuente multiplicación de crí-menes, ¿no será síntoma de esa su-brepticia forma de dominación de los espíritus impuros en toda la tierra?

Les ordenó que no tomasen nada para el camino, aparte de un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja, sino que fue-ran calzados con sandalias y no llevaran dos túnicas.

El mejor modo de asegurar bue-nos frutos de apostolado consiste en tener el alma en esa postura de en-trega absoluta en manos de la Provi-dencia, confiando ciegamente en su auxilio.

Hagamos a un lado la interpreta-ción de los exégetas sobre las discre-pancias entre los evangelistas acerca del uso o desuso del bastón, y otros detalles de menos importancia, y vol-vamos nuestra atención a la bellísi-ma simbología que algunos autores resaltan en lo prescrito por el Divino Maestro.

Santo Tomás de Aquino recopila en la Catena Aurea algunas de esas interpretaciones simbólicas, repletas de sabiduría. San Agustín explica así el significado del uso de las sandalias, en vez de calzado común: “San Mar-cos, diciendo que calcen sandalias, ad-vierte que debe darse a este calzado una significación mística, puesto que, no dejando cubierto al pie por arriba ni por debajo desnudo, da a entender que no deben ocultar el Evangelio, ni apo-yarse en las comodidades terrenas”. 6

En cuanto a la recomendación de no llevar dos túnicas para el viaje, el mismo Doctor lo interpreta así: “Y por lo que hace a no tener ni llevar dos túnicas, ¿qué otra cosa les advierte, si-no que deben andar sencillamente y no con doblez?”. 7

A su vez, San Beda interpreta de la siguiente manera el simbolismo del pan, de la alforja y del dinero: “Por al-forja —en sentido alegórico— se ha de entender los trabajos de la vida; por el

¡Cuántas personas han prevaricado

a lo largo del camino por

confiar en sus propias fuerzas!

Detalle del púlpito de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús – Montreal, (Canadá)

Nuestro Señor envió de dos en dos a sus Apóstoles, para ayudarse

y sostenerse mutuamente en la fe

La radicalidad de esas determinaciones de Nuestro Señor ha suscitado múltiples in-terpretaciones entre los exégetas y maes-tros espirituales de toda la historia de la Iglesia.

Para algunos, en-tre ellos San Francis-co de Asís, dichos pre-ceptos deben tomar-se al pie de la letra, de acuerdo al ejemplo de los Apóstoles; otros interpretan las pala-bras del Señor en sen-tido figurado, hacien-do debidas adaptacio-nes a las circunstancias de cada tiempo y lugar. De cualquier modo, la inequívoca intención de Cristo con estas prescripciones es de-

jar en claro que los Apóstoles, una vez dedicados a la evangelización, no debían preocuparse de los recur-sos materiales, sino únicamente ha-cer uso de lo justo y necesario. To-da su confianza debían colocarla en la protección de Dios, tanto para ob-tener los medios de subsistencia co-mo, sobre todo, alcanzar los medios sobrenaturales, es decir, la Gracia, indispensable para la conversión de las almas.

A veces el evangelizador se afa-na en exceso con los recursos mate-riales para desarrollar sus activida-des en pro de la salvación de las al-mas, y acaba depositando la confian-za en sus propios esfuerzos y cuali-dades naturales, olvidando que só-lo Dios, con su Gracia, es capaz de mover los corazones. El resto no es otra cosa que un instrumento en ma-nos del Altísimo, apóstol incluido. Por ende, luego de hacer todos los es-fuerzos para el buen resultado de la evangelización, debemos reconocer-nos “siervos inútiles” (Lc 17, 10).

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cido, al punto de ser tratados y tenidos en adelante por paganos. Así actuaron en Antioquía de Pisidia, cuando una revuelta provocada por los judíos los forzó a dejar esta ciudad y partir rum-bo a Iconio (cf. Hch 13, 51)”. 10

III – efeCtos de La predICaCIón

Ellos fueron predicando peni-tencia.

La penitencia tiene aquí el sentido de la conversión del corazón; es de-cir, penitencia interior más que ac-tos externos de mortificación —como el ayuno, vestirse de saco o cubrirse de ceniza—tan a menudo practica-dos por los fariseos para así ser vistos y elogiados por los hombres.

“La penitencia interior es una re-orientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con to-do nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con re-pugnancia hacia las malas acciones

Quien se revistió de las funciones de evangelizador

no puede doblarse bajo el peso de las ocupaciones

terrenas

"Santiago Apóstol", Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, Montreal (Canadá)

“Les ordenó que no tomasen nada para el camino, aparte de

un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja”.

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testimonio contra ellos.”

Una vez más, a se-mejanza del ejemplo dado en Nazaret, Nues-tro Señor advierte de no insis-tir con quienes no quieran creer en la Buena Nueva. El tiempo es una criatura de Dios, de cu-yo uso se nos pedirá cuentas; desperdiciarlo en la insisten-cia de evangelizar a quien no quiere salvarse, implica dejar de predicar a quienes saca-rían mejor provecho del men-saje de Salvación. Estos últi-mos, ¿no tendrían buenas ra-zones para recriminar en el día del Juicio a quienes los privaron de un bien tan pre-cioso?

El lenguaje de los símbo-los habla mucho más a los hombres de Oriente que a nosotros los occidentales, he-rederos de una mentalidad dada al utilitarismo. Rasgarse las ves-tiduras como señal de indignación, o cubrirse la cabeza con ceniza pa-ra expresar penitencia o gran dolor, eran algunas de las actitudes que los orientales sentían necesidad de asu-mir para expresar sus más vivos senti-mientos. Del mismo modo, sacudirse el polvo de las sandalias al ser blanco de un gran rechazo expresa la ruptu-ra total, la voluntad de no llevar con-sigo ni el polvo mismo de la tierra cu-yos habitantes se han negado a acep-tar la Buena Nueva.

Pirot y Clamer describen el origen de tal costumbre: “Así procedían los judíos cuando abandonaban suelo pa-gano y pisaban Tierra Santa. Para de-jar claro que no querían guardar nin-gún contacto impuro se sacudían has-ta el polvo de sus sandalias, gesto sim-bólico que indicaba la completa ruptu-ra entre el judío y el pagano. De par-te de los Apóstoles, el mismo gesto se destinaba a mostrar a los judíos rebel-des ante la voz de la gracia que se ha-bían hecho indignos del mensaje ofre-

pan, los placeres temporales; por dine-ro en el cinto, la sabiduría que se ocul-ta; porque el que ha recibido la sabidu-ría no debe dejarse agobiar con la car-ga de los negocios temporales, ni con-sumirse en deseos carnales, ni ocultar el talento que se le ha dado de la pa-labra en el ocio de un cuerpo abando-nado”. 8

También les decía: “Permane-ced en la casa en que entréis hasta que salgáis de aquel lu-gar.”

San Mateo Evangelista trata este mismo episodio con más pormeno-res, especificando que ha de elegir-se la casa de una persona digna: “En cualquier ciudad o aldea en que en-tréis, informaos sobre quién hay en ella digno, y quedaos allí hasta que salgáis” (Mt 10, 11).

Casi cae por su propio peso el mo-tivo que lleva al Señor a hacer es-ta recomendación. “Sin una prudente elección —comenta Fillion— podrían poner en riesgo su reputación personal y dañar la causa del Reino de los Cie-los. No han de ir a casa del más rico o del más influyente, sino a la que sea más digna. Recibidos en una casa, allí permanezcan hasta su partida. Dejarla para establecerse en otra sería señal de ligereza o de escasa mortificación, que desdicen de la dignidad apostólica”. 9

“Y donde no os reciban ni es-cuchen, al salir de allí, sacu-did el polvo de vuestros pies en

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16 Heraldos del Evangelio · Julio 2009

ra recibir la Unción de los Enfermos, por tanto, no hace falta que la muer-te sea inminente; basta con que la en-fermedad sea grave y pueda causar un eventual deceso, si bien exista es-peranza de curación.

“La gracia primera de este sacra-mento —enseña el Catecismo de la Iglesia Católica— es una gracia de consuelo, de paz y de ánimo para ven-cer las dificultades propias del esta-do de enfermedad grave o de la fra-gilidad de la vejez. Esta gracia es un don del Espíritu Santo que renueva la confianza y la fe en Dios y forta-lece contra las tentaciones del malig-no, especialmente tentación de desalien-to y de angustia ante la muerte. Es-ta asistencia del Señor por la fuerza

La gracia primera de la Unción

de los Enfermos es una gracia de consuelo, de paz

y de ánimo

del Espíritu quiere conducir al enfer-mo a la curación del alma, pero tam-bién a la del cuerpo, si tal es la volun-tad de Dios. Además ‘si hubiera co-metido pecados, le serán perdonados’ (St 5, 15)”. 13

Por esto no extraña que enfermos graves se hayan curado tras recibir la Unción de los Enfermos, o hayan prolongado su vida más allá de las expectativas médicas corrientes. Así pues, no perdamos ocasión de pro-porcionar esta gracia inestimable a los que reúnen las condiciones reque-ridas para recibir válidamente este sacramento. Entre sus efectos admi-rables —lo defienden grandes docto-res y teólogos como Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura, San Al-berto Magno, San Alfonso de Ligorio y otros— está el de preparar el alma para entrar directamente en la gloria, dependiendo de las disposiciones in-teriores con las cuales aquélla lo reci-be. Estos efectos, ¿no serán razón su-ficiente para pedir la Unción de los Enfermos con verdadera ansia cada vez que seamos visitados por una do-lencia grave?

Iv – a Cada époCa dIos Le da Los remedIos

más adeCuados

El mundo moderno no tiene me-nos necesidad de evangelización que el antiguo, pero a veces podemos sentirnos en desventaja con respec-to a la época pasada si observamos el avasallador progreso del mal y la fal-ta de obreros para anunciar la Bue-na Nueva. ¿Dónde están los nuevos apóstoles capaces de hacer milagros, como los de antaño, de expulsar a los espíritus inmundos y predicar la pe-nitencia como ellos?

Dios siempre da los remedios más adecuados a los males de cada épo-ca. Cuando Jesús convocó a los Doce, el bien de las almas hacía más conve-niente que realizaran milagros porten-tosos a fin de probar la veracidad de la doctrina admirable que anunciaban.

En esta primera misión los Apóstoles obraban las curaciones ungiendo a los enfermos con óleo, mientras el Divino Maestro

lo hacía simplemente con la fuerza de su palabra

Sagrados óleos - Parroquia Santa Edith Stein – Brockton (Estados Unidos)

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que hemos cometido. Al mismo tiem-po, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia”, según enseña la Iglesia. 11

Y expulsaban a muchos demo-nios, y ungían con óleo a mu-chos enfermos y los curaban.

Además del poder de expulsar a los demonios, Nuestro Señor dio a los Apóstoles el don de hacer mi-lagros. En esta primera misión ellos obraban las curaciones ungiendo a los enfermos con óleo, mientras el Divino Maestro lo hacía simple-mente con la fuerza de su palabra. El Concilio de Trento vio “insinua-do” en esta unción el sacramento de la Unción de los Enfermos. Algunos teólogos han visto en ellas los “oríge-nes reales” de este sacramento, al pa-so que otros la consideran tan sólo un “tipo o figura”. 12

Es momento oportuno de recor-dar algunos efectos de este sacra-mento que la Iglesia reserva a quien se encuentra en peligro de muerte a causa de enfermedades o vejez. Pa-

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¿Y hoy? ¿Qué milagros debe realizar quien se dedique al apostolado?

sobre todo con el “pregón” de una vi-da irreprochable y santa, conforme a los preceptos admirables del Evange-lio. Sólo así la Nueva Evangelización podrá vencer la oleada de secularis-mo que invade la sociedad moder-na.

1 AQUINO, Santo Tomás de – Super Evangelium S. Mattæi, caput 10, lectio 1.

¿Y hoy? ¿Qué milagros admira-bles debe realizar quien se dedique al apostolado, para mover las almas a la conversión? Tal vez los milagros no produzcan en nuestra época —tan secularizada— el mismo efec-to que en tiempos apostólicos. El “milagro” que deben hacer los au-ténticos evangelizadores consiste en anunciar a Jesucristo mediante el testimonio de una vida santa, es-to es, practicando la virtud, aspiran-do a la santidad y despreciando las solicitaciones e ilusorios encantos del mundo. He ahí el milagro que sí será capaz de asombrar a nuestro mundo secularizado, pues la prácti-ca estable de los Diez Mandamien-tos no está al alcance de las meras fuerzas naturales de la voluntad hu-mana, como nos lo enseña el Magis-terio Eclesiástico; es preciso que la gracia santificante divinice al hom-bre y lo haga actuar y vivir en busca de la perfección.

Este es el portentoso milagro que podrá derribar la incredulidad e in-diferentismo de nuestros coetáneos, como tantas veces nos recordaron los últimos Papas, y ya lo enseñaba el Concilio Vaticano II refiriéndose al apostolado laical: “Los laicos se ha-cen valiosos pregoneros de la fe y de las cosas que esperamos (cf. Hebr., 11, 1), se asocian, sin desmayo, a la vida de fe, la profesión de la fe. Esta evangelización, es decir, el men-saje de Cristo pregonado con el testimonio de la vida y de la palabra, adquiere una nota específica y una peculiar efi-cacia por el hecho de que se realiza dentro de las comu-nes condiciones de la vida en el mundo”. 14

Sigamos las sabias reco-mendaciones del Concilio Vaticano II, erigiéndonos en genuinos heraldos de la Buena Nueva, así co-mo los evangelizado-res de los primeros tiempos de la Iglesia,

Dios siempre da los remedios más adecuados a los males de cada época. Cuando Jesús convocó a los Doce, el bien de las almas hacía más

conveniente que realizaran milagros portentosos

2 Ídem, ibídem.3 TUYA, o.p., Padre Manuel de –

Biblia Comentada: II Evangelios. Madrid: BAC, 1964, pp. 671-672.

4 DUQUESNE, L’abbé – L’Évangile médité. París: Librairie Victor Lecoffre, 1904, Vol. 12, p.223.

5 Ídem, ibídem.6 Apud AQUINO, Santo Tomás —

Catena Aurea.7 Ídem, ibídem.8 Ídem, ibídem.9 FILLION, Louis-Claude – Vida de

Nuestro Señor Jesucristo. Madrid: Rialp, 2000, Vol.2, p. 218.

10 PIROT, Louis & CLAMET, Albert – La Sainte Bible. París: Letouzey et Ané, 1950, Vol. 9, p. 465.

11 Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1431.

12 PIROT, Op. cit., p. 466.13 Catecismo de la Iglesia Católica, nº

1520.14 Lumen Gentium, nº 35.

Page 10: La grandeza incomparable del Bautismo...lir de allí, sacudid el polvo de vuestros pies en testimo-nio contra ellos”. Ellos fue-ron predicando penitencia; y expulsaban a muchos de-monios,

Dios Espíritu Santoha comunicado

a María, su fiel Esposa,sus dones inefables,y la ha escogido comodispensadora de todolo que posee;de manera que Ella distribuyea quien quiere, cuanto quiere,como quiere y cuando quiere,todos sus dones y sus gracias,y ningún don celestial sehace a los hombres sin quepase por sus manos virginales.

(“Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen”, San Luis Grignion de Montfort)

Hec

tor

Mat

tos

Imagen Peregrina del Inmaculado Corazón de María que pertenece a los Heraldos del Evangelio