la fe en medio de la desesperacion

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La fe en medio de la desesperación

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Page 1: La Fe En Medio De La Desesperacion

La fe en medio de la desesperación

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5:25 Pero una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre,

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Levítico 15:25 ``Si una mujer tiene un flujo de sangre por muchos días, no en el período de su impureza menstrual, o si tiene un flujo después de ese período, todos los días de su flujo impuro continuará como en los días de su impureza menstrual; es inmunda.Marcos 5:26 y había sufrido mucho a manos de muchos médicos, y había gastado todo lo que tenía sin provecho alguno, sino que al contrario, había empeorado;

padecía mala salud, aislamiento, pobreza. desespero

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5:27 cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto. 5:28 Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré salva.

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Le tocó el manto con su mano; pero, sobre todo, Le tocó el corazón con su fe

La mujer del flujo de sangre tenía fe, y ella no pensó: “Veré si. por casualidad, al tocar su manto seré sana”: ni tampoco ‘‘si toco el manto, quizá me sanaré’’. La afirmación que hizo en lo más profundo de su corazón, no admitía ningún fracaso en su tentativa: “Si tocare sola mente su manto, seré salva” (Marcos 5:21).

Fe que demostró con obras, a pesar de las dificultades

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5:29 Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote. 

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Los problemas y enfermedades siempre existirán en esta vida y si buscamos la mejor forma de confrontarlos, será mediante la fe que tengamos en Jesús, si nuestra fe es persistente y osada como la de esta mujer, de seguro tendremos resultados asombrosos.

Según las Sagradas Escrituras, la fe consiste en “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1)

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5:30 Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos?5:33 Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad. 5:34 Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; vé en paz, y queda sana de tu azote.

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El poder sanador de Jesús salió de él no por su voluntad sino por la fe de esa mujer. Jesús estaba caminando rumbo a la casa de Jairo apretujado por la multitud. Nada indicaba que tenía en mente sanar o hacer algún milagro, cuando de pronto sintió una conmoción en su interior, y se dio cuenta inmediatamente que alguien estaba recibiendo del poder que tenía

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Jesucristo, el Verbo de Dios, nos ha dejado varias promesas sencillas, pero ¡oh cuán poderosas para aquel que las atesora!... “Si puedes creer, al que cree todo le es posible” (Marcos 9:23); “Por tanto os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Marcos 11:24); “Para los hombres es imposible, mas para Dios, no; porque todas las cosas son posibles para Dios” Marcos 10:27); “loque es imposible para los hom bres, es posible para Dios” (Lucas 18:27).

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7:2 Y el siervo de un centurión, a quien éste quería mucho, estaba

enfermo y a punto de morir. 7:3 Cuando el centurión oyó hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese y sanase a su siervo.

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Un centurión era el encargado de cien hombres en el ejército romano. Vino a Jesús no como último recurso ni amuleto mágico, sino porque creía que Dios envió a Jesús. Al parecer, reconoció

que los judíos tenían un mensaje de Dios para la humanidad. Se narra que amaba a la nación y que construyó una sinagoga. De manera que le resultó natural recurrir a Jesús en su necesidad.

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7:6 Y Jesús fue con ellos. Pero cuando ya no estaban lejos de la casa, el centurión envió a él unos amigos, diciéndole: Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo; 7:7 por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti; pero di la palabra, y mi siervo será sano. 7:8 Porque también yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace.

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Cuando el centurión oyó acerca de Jesucristo, tanto sobre su enseñanza como de sus milagros, pensó inmediatamente que Jesús estaba bajo una autoridad superior. Una autoridad que le había delegado ciertos poderes que él podía ejercer sobre la gente, sobre las enfermedades y sobre los demonios. El centurión lo comparó consigo mismo. Él fue nombrado por un poder superior como jefe de cien hombres y ejercía autoridad sobre sus soldados y ellos le obedecían. Así que si Jesús tenía autoridad, debía hacer lo mismo que él, ordenar y la orden debía ser cumplida, así de simple.

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7:9 Al oír esto, Jesús se maravilló de él, y volviéndose, dijo a la gente que le seguía: Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe.

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Al decir que no era digno que Jesús entrara en su casa, estaba expresando dos cosas: Primero: reconocía su lugar inferior en la cultura judía, porque sabía que ningún judío piadoso entraría en la casa de un gentil sin contaminarse. El no quería que, por hacerle un favor, Jesús quedara “impuro” de acuerdo a las leyes ceremoniales. Por eso también mantuvo distancia enviando emisarios. Segundo: el centurión estaba colocando a Jesús como la autoridad máxima, aun sobre todo el imperio romano al cual él representaba.

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7:10 Y al regresar a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo que había estado enfermo.

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Así como el centurión que pidió a Jesús, no para sí mismo, sino para su criado “a quien quería mucho” para que lo sanara, también nosotros podríamos ir de la misma manera para pedir a favor de alguien que queremos. Puede ser un criado o empleado, o un miembro de nuestra propia familia, un amigo o un hermano de la iglesia, que está enfermo, a punto de morir, o atormentado por un dolor, o que está sufriendo por algún otro motivo. Y mientras le rogamos a Jesús, pongamos un punto de fe donde Jesús pueda apoyar su poder, de tal manera que cuando nos diga “como creíste te sea hecho” la recuperación sea inmediata.

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23:42 Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. 23:43 Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.

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El malhechor moribundo tuvo más fe que los demás seguidores de Jesús juntos. Aunque los discípulos seguían amando a Jesús, sus esperanzas por el Reino comenzaron a desvanecerse. Muchos se apartaron. Como uno de sus seguidores dijo con tristeza dos días más tarde: «Pero nosotros esperábamos que Él era el que había de redimir a Israel» (24.21). El ladrón, por el contrario, miró al hombre que agonizaba junto a Él y dijo: «Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino». Al parecer, el Reino había llegado a su fin. ¡Qué inspiradora es la fe de este hombre que vio la gloria venidera más allá de la presente

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Confía en El SeñorDios los bendiga

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