la conducta en la escuela

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    LA CONDUCTA EN LA ESCUELA 

    El comportamiento de los niños y adolescentes en los centros escolares hasido siempre una constante de preocupación y tema que ha dado lugar anumerosas investigaciones y escritos. En la actualidad sigue siendo un aspectode la vida escolar que, en vez de solucionarse, se va haciendo máspreocupante, incluso en países de cultura más avanzada. Es una situacióncompleja, condicionada por factores diversos que se entrelazan y por tanto, sinuna causa única a la cual apuntar. No obstante, es común que de un sector aotro se lancen acusaciones de culpabilidad. Muchos docentes señalan a lospadres y a la pérdida de valores familiares; los padres de los niños recriminan ala escuela y a los maestros de haber abandonado la mística educativa y de no

    comprender a la juventud; ambos, padres y educadores escolares, acusan a lasociedad con sus medios de comunicación, sus atractivos perniciosos, eincluso a sus leyes de protección al menor, de ser en buena parte responsablesdel “descontrol” de la juventud. Esta, por su parte, rechaza una vida familiar yescolar que pretende fundamentarse en patrones de relación que consideranautoritarios y no acordes con la realidad actual. El discurso de los mayoressobre los supuestos valores que se deben practicar, no les significa mucho enun mundo en el que ven a estos mismos adultos dejarlos de lado cada vez queles conviene.

    Por otra parte, tanto a nivel familiar como escolar, los adultos se quejan de

    que ya los jóvenes no se someten a la autoridad como sucedía engeneraciones anteriores. Es común la afirmación de que tiempos pasados eranmejores y que en el mundo de hoy algo se ha perdido, razón por la cual la juventud “anda como anda”. Este “algo” que se ha perdido se refieregeneralmente, al poder del adulto para someter a los hijos o a los alumnos auna obediencia estricta y sin discusión posible. Tal sometimiento se resume enuna frase que se escucha muy a menudo de boca de quienes añoran esasépocas, en las que todo, supuestamente, estaba derecho y en su lugar : “Antes,mi padre o mi madre (o mis maestros) solamente tenían que mirarme fijamentepara que yo me comportara bien”. O también en esta otra: “En mis tiempos, siyo me portaba mal, me daban una paliza tal que no me quedaban más ganasde hacerlo, y ahora ya ni siquiera podemos pegar o castigar a un hijo o a unalumno porque se nos acusa de maltrato.”  La alianza padres-maestros en elsometimiento de los niños y jóvenes adolescentes es otro aspecto de esos“tiempos idílicos” que echan de menos algunos. Entonces –  dicen  –  si seenviaba una queja a los padres del mal comportamiento de un determinadoalumno, este recibía una reprimenda o una golpiza en su casa. Ahora, en estoscasos, los padres la toman contra el maestro o la escuela. Las cosas hancambiado, y para los que piensan así, por supuesto que han cambiado paramal.

    Pero, ¿qué hay de cierto en estos juicios negativos de la juventud y lascreencias de que todo tiempo pasado fue mejor? De ser así, debemos suponer

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    que en las generaciones de los padres, los abuelos o los bisabuelos de losestudiantes de hoy, los conflictos escolares entre alumnos y docentes, entrecompañeros de clases o entre padres y escuela, o no se daban o eran mínimoslo cual es falso. Asimismo debemos entender que el proceso de enseñanza  – aprendizaje corría sobre rieles y sin grandes problemas. Verlo así es,

    evidentemente, enfocar el asunto de manera parcial, arbitraria y vertical. Es lavisión de quien somete, no de los sometidos; de quien pretende que educar esimponer y crear seres sumisos que posteriormente los relevarán en esta “noblelabor” con la siguiente generación. El “se hace porque yo lo digo”, o “esta es laverdad que tienes que aprender” se resisten a dejar paso a posiciones másdemocráticas. Lo propio de la crianza y educación de niños ha sido, a lo largode la historia de la humanidad, una tiranía de los adultos. El niño se encontrabaen una posición verdaderamente lamentable formando el eslabón más débil deuna cadena de poder que, iniciándose en los individuos que ostentaban losmás altos cargos, se iba descargando en los ciudadanos comunes de sexomasculino, de estos en las mujeres y de todos ellos en los niños.

    Quienes detentaban el poder, establecían a su vez los códigos de conductaque todos los demás debían seguir. Ellos determinaban qué era bueno y quéera malo dentro del ambiente social, familiar o escolar, o qué era bueno o malopara quién y para quién no. Lo bueno o lo malo no dependía entonces de quépodía beneficiar o perjudicar a quienes se les imponían tales criterios,respondiendo más bien a los intereses de un individuo, una casta o un grupode poder (político o religioso). Fue así como surgieron y se sancionaronmuchas leyes que posteriormente se desecharon por injustas, no sin grandesluchas por parte de los pueblos o por sectores específicos de la sociedad quese consideraban víctimas de las mismas. Como ejemplo de estas luchaspodemos citar al movimiento ilustrado que dio lugar a la revolución francesacon su declaración de libertad, igualdad y fraternidad, que aunque poco tiempodespués de iniciarse degeneró en un estado de terror y finalmente en larestauración de la monarquía, dejó un gran legado para las reivindicacionesque aún en el siglo XXI continúan planteándose en todo el mundo. Otroejemplo, y esta vez surgido de la juventud, fue el mayo francés de 1968 y nopor casualidad en el mismo país y en la misma ciudad donde se dio el primero.Fue una breve pero impactante acción revolucionaria que sin haber logradocambiar del todo las estructuras sociales imperantes herederas de toda latradición antidemocrática de la historia, sí marcó un importante hito en la lucha

    de la juventud por vivir en un mundo más libre y por hacer realidad aquelladeclaración universal de los derechos humanos de los gestores delderrocamiento del régimen opresivo de la monarquía francesa, que eraentonces símbolo de todos los gobiernos y regímenes antidemocráticos queexistían en el mundo.

    La infame guerra de Vietnam, con sus millones de muertos, sus mutilados,sus bombas de napalm, su destrucción del medio ambiente y todos los horroresque la caracterizaron, contribuyó mucho a que los jóvenes de los años sesentay setenta se rebelaran contra un mundo que, hipócritamente, disfrazaba devalores y de defensa de la libertad el crimen colectivo a favor de intereses que

    nada les significaban y de los que ningún beneficio moral podrían obtener. Lareacción fue: “¡Amor y paz, no guerra!”. Para esos jóvenes rebeldes, incluso el

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    amor era algo que el mundo de sus mayores había comercializado. A laobligación de una unión entre hombre y mujer para formar una familia ante unaautoridad civil o religiosa, respondieron con el lema: ¡Unión libre! Esa mismafrustración con un mundo que se les presentaba vacío, viciado y sin sentido, losllevó a evadirse mediante drogas alucinógenas, el alcohol y la vida bohemia

    con rechazo a todo lo que representara la vieja sociedad, incluyendo el aseopersonal. Si bien se trataba de una denuncia y una oposición legítimas quesimbolizaba al hombre liberándose de las ataduras que le impedían su plenodesarrollo moral y social, la propia impotencia ante estructuras decadentespero aún muy fuertes, hizo que el movimiento contracultural degenerará en unaimagen de abandono como lo aparentaban los llamados hippies de aquellosaños. Pero la semilla quedó y fructificó en una juventud menos sumisa, másconsciente de sus derechos, de la necesidad de ser dueña de su propio destinoy más rebelde a las imposiciones y a los caprichos de los adultos, padres,maestros o gobernantes a los que antes tenía que someterse. En este sentido,mucho ayudaron los objetores de conciencia que se negaban a ir a la guerra,

    no por cobardía, sino porque no estaban dispuestos a matar a otros sereshumanos sin razón alguna que lo justificara, o por decisiones de gobiernosbasadas en intereses muchas veces oscuros y alejados de las necesidadesreales de los pueblos.

    Han pasado ya varias décadas desde que en el siglo XX se dieron estosmovimientos liberadores, pero muchos de quienes eran en esos tiemposadolescentes y adultos universitarios, han retomado el rol que sus coetáneosdenunciaron, condenaron y contra el cual se rebelaron. Ahora son padres oabuelos muy identificados con una visión de las relaciones entre adultos y jóvenes no muy diferente a las de los años previos a la década de los sesenta.Y lo que es peor, con mucha nostalgia de esa posición de poder que segúndicen ya no se puede ejercer. No obstante, gracias a lo bueno que nos dejaronesos jóvenes rebeldes y a personas con una visión más clara y más adecuadaa los tiempos actuales, seguidores de otras que fueron verdaderassingularidades de las épocas que les tocó vivir y que abogaban por unaeducación y un trato más humano hacia los niños, como fueron algunos de loshumanistas del renacimiento, algunos reformadores de la educación desdeComenius, Fröebel, Montessori y otros, se han dado pasos muy importantes eneste aspecto como lo son la Declaración de los Derechos de los Niños,cambios en la forma de concebir la educación escolar partiendo de las

    necesidades de los alumnos, la formación de leyes de protección al niño y lafamilia, y otros que nos enrumban hacia sociedades en las que los niños y jóvenes no sigan siendo las víctimas de las imposiciones arbitrarias de losadultos, donde no se sigan viendo como una propiedad de sus padres. Unasociedad en la que las familias no se sigan constituyendo en forma piramidal yautoritaria, sino que sean ejemplo diario de una convivencia democrática, en laque habiendo unos padres que detentan la autoridad, todos se respetanmutuamente independientemente de la edad que tengan, donde las normas seestablezcan de manera razonada y como marco de conducta para todos y enbeneficio de todos. No se trata de que los niños, personas aún en proceso decrecimiento, puedan hacer lo que les venga en gana, ni de que sean los que

    tengan la responsabilidad de mandar o dirigir la casa. Se trata de que laeducación en el seno de la familia y en la escuela se desarrolle en un clima de

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    respeto a su individualidad y de satisfacción de sus necesidades actuales, tantomateriales como psicológicas, que le permitan convertirse en una persona feliz,creativa y satisfecha consigo misma; sin imponer modos de pensar o dogmasque una vez crecido le sean muy difíciles de erradicar si no cree más en ellos.

    Siguiendo esta línea de pensamiento, la conducta de los estudiantes en loscentros escolares tiene que juzgarse no en base a las normas o caprichos deuna persona que se arroga el papel de poseedor de la verdad absoluta, o dedecidir que es una conducta mala o que es una conducta buena teniendo comoreferencia su propio código de valores, sin tomar para nada en cuenta que seabueno o malo para los alumnos. Solamente desde esta perspectiva, podemosempezar a definir que vamos a tener por un comportamiento indeseable en laescuela. Tradicionalmente, se les ha estado exigiendo a los estudiantes unmismo tipo de atención, de compostura o de compromiso con los deberes yasea que estén en un primer grado de la primaria que un duodécimo año de lasecundaria: Estar sentados por cuarenta o cuarenta y cinco minutos, no hablar

    mientras un maestro o profesor dicta una clase, no perder la atención sin queimporte que la lección esté resultándole muy aburrida, que sean capaces desoportar las ganas de aliviar sus necesidades corporales hasta terminada laclase, que nunca se peleen entre ellos, que no se molesten unos a otros, etc.Tales exigencias son absurdas pues no toman para nada en cuenta lascaracterísticas evolutivas del desarrollo humano.

    También sigue estando en vigencia la norma de que a un profesor omaestro no se le puede contestar aunque esté haciendo una acusación injustao esté maltratando verbalmente al estudiante. Es como si hubiese una ley noescrita que dice: “El docente tiene el derecho de acusar, insultar o humillar a unalumno, y este no tiene ningún derecho a defenderse, ni siquiera hablando.”Por supuesto que no existe tal ley, todo lo contrario, la ley de educación nopermite la agresión física ni verbal contra un estudiante bajo ningunacircunstancia, y si bien no hace alusión al derecho de éste de defenderse encaso tal, es una norma democrática básica a la cual no de le debe temer. Lopreocupante es la insistencia de algunos educadores en negar a los alumnoseste derecho, lo que conduce a una situación tiránica y de impunidad de partede aquellos. Queremos que en la sociedad en la que vivimos reine lademocracia, pero no queremos que los niños y jóvenes la practiquen en lasescuelas donde la realidad es, muchas veces, de una situación dictatorial: ¡Yo

    hablo y tú callas aunque yo no tenga la razón!

    Lleguemos ahora al punto: Solamente se puede considerar inapropiada oinadecuada la conducta de un estudiante que lo perjudique a él o a suscompañeros en el proceso de aprendizaje, o para su formación en general,pero siempre y cuando este aprendizaje y esta formación estén centrados en loque es bueno para él y no para un determinado sistema educativo, escuela odocente. Digámoslo de otra manera: Hay conductas que deben ser siemprecorregidas porque no son beneficiosas para una educación que quieratransmitir valores universales y dejar conocimientos y destrezas útiles para lavida del estudiante. Así, por ejemplo, conductas que deben ser eliminadas son

    todas aquellas que van en detrimento de la integridad física o psicológica delmismo alumno, de sus compañeros o de otras personas; las que perjudican las

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    pertenencias materiales de los demás alumnos o las instalaciones o equipos dela escuela; todo comportamiento que perturbe la atención y concentración enuna tarea o lección, tanto de quien las ejecuta como de los demás alumnos; losactos de irresponsabilidad como negarse a cumplir con sus obligacionesacadémicas, ya sea no haciendo las tareas encomendadas o abandonar las

    clases sin permiso de padres o docentes.

    No se deben considerar como malas conductas aquellas que tratan desatisfacer una necesidad impostergable para el alumno como ir al sanitario; elcontestar de buenas maneras al docente, o incluso el de reaccionar condisgusto ante un ataque verbal o físico de este o de un compañero; eldefenderse físicamente ante una agresión que no ha provocadointencionalmente; el levantarse para recoger algún útil escolar o sacar punta aun lápiz; el hablar en medio de la clase refiriéndose al tema que se estátratando; tener sus preferencias a la hora de hacer un dibujo o desarrollar untema dentro de una materia aunque no sea exactamente el que el docente

    quiere; el ser un poco más inquieto de lo normal siempre y cuando no se estéperjudicando a otros; el distraerse sin perturbar la clase ya que puede ser quehaya perdido el hilo de la lección, que sea un niño muy soñador o meditabundo,que esté pasando por una situación angustiante, o simplemente que le cuestemantener la atención; negarse a hacer una tarea o examen por no entenderla opor temor a fracasar; decir una mentira no perjudicial para nadie más y quesurge de una necesidad de protegerse de una posible agresión del docente ode una actitud inocente y sin malicia. Cuántas complicaciones, castigos, yreprimendas podrían evitarse si se adoptara una actitud diferente ante estoscomportamientos que, más que corregirse, requieren de un conocimiento de loque los causa y ser vistos, unos como la afirmación de la propia personalidad,otros como derivadas de necesidades que un niño no entiende por qué hay quepostergar, otros de la forma de ser de la persona como el ser algo más inquietoo inatento, y finalmente otros, de circunstancias de las cuales el alumno no esresponsable.

    Es necesario además insistir en que el educador no debe ver a ninguno desus alumnos como malos por el hecho de que muestren algunas conductasindeseables o perjudiciales. La cualidad de malo la tiene la conducta, el hechonegativo, no la persona. Lamentablemente esto no siempre se cumple, ymuchos de los estudiantes con estas conductas son tenidos ellos mismos como

    malos, lo que, en vez de ayudar a resolver la situación la agrava más. Cómoactúe un alumno en la escuela puede estar determinado por su propiotemperamento, su vida familiar, sus experiencias escolares o sociales previas,condiciones que afecten su salud física o psicológica, la actitud de losdocentes, la conducta de otros alumnos y por el sistema educativo ydisciplinario de la escuela a la que asiste, siendo muy pocas veces una sola deestos factores el responsable. Generalmente es una combinación de ellos conpredominio de uno u otro.

    En los años de la adolescencia, cuando los estudiantes cursan los gradosde la escuela pre-media y media, sus conductas y actitudes sen convierten en

    un reto mucho mayor para los profesores. Es, como todos sabemos, una edadde rebeldía natural y de cuestionamientos, de la llamada explosión hormonal

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    que los hace despertar de lleno a la sexualidad, así como de un período detendencia a la pereza y a dedicar más tiempo a la vida social. Sin embargo, laadolescencia no tiene que verse como una etapa necesariamente conflictiva yde oposición. Con la adecuada comprensión de los cambios que se efectúanen ella y sabiendo canalizar con fines educativos las tendencias que surgen en

    los adolescentes, se les puede ayudar a conseguir logros importantes y, sobretodo, a completar el proceso de adquisición de la autodisciplina.

    Un punto importante en esta etapa de la vida, es darle al estudiante un tratoque se vaya asemejando más al de un adulto joven, y no hacerle sentir que esun ser inmaduro, que no tiene capacidad aún de pensar o decidir por sí mismo,error que se comete con demasiada frecuencia. Si bien no es aún del todomaduro, tampoco es ya un niño que se someta con facilidad y acepte todo loque se le quiera imponer de una manera u otra. Es el momento de la vida en elque más se necesita ser escuchado, dar opiniones propias, tener laoportunidad de lograr la independencia y tratar de ser uno mismo, lo cual debe

    ser tenido en cuenta y respetado en el ámbito escolar y familiar.

    El aparente aumento de los conflictos en las aulas en nuestros días necesitaser constatado por métodos científicos, no por opiniones que se fundamentanbásicamente en prejuicios. Sin embargo, si damos algo de crédito a estacreencia, no podemos atribuir el fenómeno a ciertas causas como la pérdida devalores familiares o sociales sin tomar en consideración otros aspectos, comolo son el aumento considerable de la población estudiantil en las escuelas conla consiguiente saturación de las aulas; las presiones que las condiciones de lavida actual ejerce sobre las familias en lo económico, lo que obliga a muchospadres a dedicar más tiempo al trabajo fuera de casa y menos a estar con loshijos, y especialmente, al anquilosamiento de educadores y sistemaseducativos que no saben cómo educar a una juventud menos dócil, másargumentadora y consciente de sus derechos. Incluso en niños de primaria sedan muestras de insumisión ante lo que consideran injusto, lo que parecealarmar aún más a docentes y directores de centros educativos,acostumbrados a que alumnos tan jóvenes cuestionen su autoridad o susactos.

    No hay ni habrá escuela donde no se den conductas perturbadoras de partede los estudiantes. Es parte normal de la vida en todas sus etapas. Es una

    fantasía pretender que se pueden eliminar por completo, pues entonces noestaríamos tratando con seres humanos aún en formación. Lo importante escómo evitar que esas conductas sean ocasionadas por el mismo sistema o porlas mismas personas (padres o docentes) que tienen por finalidad educar aesos jóvenes, así como también, ver esas conductas y las crisis que provocancomo momentos propicios que se deben aprovechar para el aprendizaje y laformación de la persona. Los estudiantes que presentan conductasperjudiciales para ellos o para los demás, son niños o jóvenes que necesitanser ayudados. Ellos tienen problemas que resolver y no son conscientes o nosaben cómo hacerlo. Son en todo caso, alumnos con una necesidad educativaespecial. Agredirlos, rechazarlos o sancionarlos severamente con expulsiones,

    lejos de ayudarlos les profundiza el problema.

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    La conducta de los alumnos en las escuelas requiere de un análisisdiferente del que hasta ahora se le ha venido aplicando en los centrosescolares, anclados aún en una concepción educativa de tipo autoritaria eimpositiva, que más que seres pensantes y críticos, los quiere obedientes yresignados. Lo más importante del sistema de educación es el niño, el

    estudiante, no la escuela, el maestro o los padres. Por lo tanto, es el interés deaquél lo que debe primar. El interés del niño supone velar porque tenga unbuen desarrollo físico, emocional y social, además de que pueda lograr unaprendizaje que realmente sea significativo y de importancia para su vidaactual y futura.

    Para poder ayudar a los niños y adolescentes que presentancomportamientos que consideramos perjudiciales para ellos o para los demás,es necesario entender el por qué de los mismos y las consecuencias quesuelen tener, lo cual conlleva el hacer un análisis funcional de la conducta. Loque a su vez implica conocer sus antecedentes inmediatos, cómo se presenta

    y qué efectos produce en el medio en el que se da, pero también, aportamucho el conocer otros antecedentes que pueden estar muy relacionados conla conducta problemática como son la vida familiar, el estilo de crianza, lasexperiencias escolares y sociales previas, las condiciones médicas, etc.Conocer al estudiante nos da muchas luces para entender su comportamiento,y aunque no podamos actuar eficazmente sobre todos los factores que lodeterminan, al menos podemos tratar de neutralizarlos con una buena ayuda ytratamiento en la escuela, con o sin ayuda de otros profesionales dependiendodel caso.