la conducta religiosa

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1 El origen del pensamiento religioso Mag. Dante Bobadilla Universidad de San Martín de Porres Facultad de Medicina Humana Lima Perú Introducción La religiosidad es un componente fundamental del ser humano. Ha estado presente desde que el hombre apareció sobre el planeta. Desde aquellos remotos tiempos y hasta nuestros días la religiosidad estuvo adquiriendo una infinita variedad de formas ligadas siempre a las necesidades profundas de cada pueblo y expresando una particular cosmovisión de acuerdo a su época y circunstancia. Jamás hubo pues ningún momento en la historia ni lugar en la Tierra sin algún tipo de manifestación religiosa. Sin embargo, este hecho tan evidente como importante permaneció siempre invisible para la psicología y otras ciencias humanas. Tal vez como un efecto de lo cotidiano, es decir, por aquello de que nadie se percata de lo que le rodea porque se asume como parte del escenario natural. Casi siempre le prestamos mayor atención a lo insólito y extraordinario mientras que todo lo demás, lo ordinario, no motiva nuestro interés. Este ha sido el caso de la religiosidad, y muy pocos se ha ocupado de ella convenientemente, es decir, científicamente. Se ha hecho ciencia al margen de las ideas religiosas, y peor aún, la ciencia estuvo supeditada al pensamiento religioso, pues casi todos los principales filósofos de la ciencia y científicos famosos han sido creyentes. Las bases del pensamiento científico, es decir, la cosmovisión de la ciencia primigenia, fue concebida desde las visiones religiosas de la época, que concebía un universo perfecto por ser la obra de Dios, y que funcionaba en perfecta armonía como un mecanismo de reloj suizo. Las causas y los efectos de la visión determinista se sucedían inevitablemente a partir de la voluntad de Dios. En suma, ni la ciencia se escapó del pensamiento religioso. Han tenido que pasar muchas cosas para iniciar la reconstrucción de la ciencia al margen de las visiones religiosas. Y en especial, la reconstrucción de la psicología, que fue asociada con el estudio del alma, en determinada época. A la religiosidad a menudo se la ha atacado, incluso rabiosamente, como lo prueban diversos sitios web sobre ateísmo, siendo quizá el más famoso de ellos el de Richard Dawkins. Lo cual me extraña, pues siendo Dawkins un evolucionista, no ha intentado explicar la religiosidad sino simplemente atacarla. Desde mi punto de vista, la mejor opción es explicarla. Ese es el papel que le corresponde a la psicología, más que a ninguna otra ciencia.

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Un estudio de los orígenes de la conducta religiosa.

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Page 1: La conducta religiosa

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El origen del pensamiento religioso

Mag. Dante Bobadilla Universidad de San Martín de Porres Facultad de Medicina Humana Lima – Perú

Introducción

La religiosidad es un componente fundamental del ser humano. Ha estado presente desde

que el hombre apareció sobre el planeta. Desde aquellos remotos tiempos y hasta nuestros

días la religiosidad estuvo adquiriendo una infinita variedad de formas ligadas siempre a las

necesidades profundas de cada pueblo y expresando una particular cosmovisión de acuerdo

a su época y circunstancia. Jamás hubo pues ningún momento en la historia ni lugar en la

Tierra sin algún tipo de manifestación religiosa. Sin embargo, este hecho tan evidente como

importante permaneció siempre invisible para la psicología y otras ciencias humanas. Tal

vez como un efecto de lo cotidiano, es decir, por aquello de que nadie se percata de lo que

le rodea porque se asume como parte del escenario natural. Casi siempre le prestamos

mayor atención a lo insólito y extraordinario mientras que todo lo demás, lo ordinario, no

motiva nuestro interés. Este ha sido el caso de la religiosidad, y muy pocos se ha ocupado

de ella convenientemente, es decir, científicamente. Se ha hecho ciencia al margen de las

ideas religiosas, y peor aún, la ciencia estuvo supeditada al pensamiento religioso, pues casi

todos los principales filósofos de la ciencia y científicos famosos han sido creyentes. Las

bases del pensamiento científico, es decir, la cosmovisión de la ciencia primigenia, fue

concebida desde las visiones religiosas de la época, que concebía un universo perfecto por

ser la obra de Dios, y que funcionaba en perfecta armonía como un mecanismo de reloj

suizo. Las causas y los efectos de la visión determinista se sucedían inevitablemente a partir

de la voluntad de Dios. En suma, ni la ciencia se escapó del pensamiento religioso. Han

tenido que pasar muchas cosas para iniciar la reconstrucción de la ciencia al margen de las

visiones religiosas. Y en especial, la reconstrucción de la psicología, que fue asociada con el

estudio del alma, en determinada época. A la religiosidad a menudo se la ha atacado,

incluso rabiosamente, como lo prueban diversos sitios web sobre ateísmo, siendo quizá el

más famoso de ellos el de Richard Dawkins. Lo cual me extraña, pues siendo Dawkins un

evolucionista, no ha intentado explicar la religiosidad sino simplemente atacarla. Desde mi

punto de vista, la mejor opción es explicarla. Ese es el papel que le corresponde a la

psicología, más que a ninguna otra ciencia.

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En la categoría de conductas complejas, la religiosa tiene características únicas que la

hacen quizá la más compleja de todas. La psicología tradicional, sin embargo, nunca se

interesó por el estudio de una conducta tan ampliamente extendida en el mundo y en el

tiempo, y tan determinante en la historia y la civilización. El interés en el estudio del origen

de la conducta religiosa surgió más bien en la paleontología y la antropología, y solo

posteriormente la psicología evolutiva acudió a completar el equipo. Hoy es mucho lo que se

ha avanzado luego de perseguir el pensamiento religioso a través del tiempo y descubrir, ya

en el neolítico, la religión de los cazadores, de los agricultores, alfareros, etc. Se han hallado

templos, oráculos; recopilado estatuillas, grabados; recogido mitos y leyendas de diversas

culturas, descubriendo entre ellas las mismas raíces ideales. En añadidura, la historia y la

sociología se han sumado al esfuerzo por esclarecer el rumbo que fueron adoptando estas

ideas, y de qué manera estuvieron mutando, mezclándose y evolucionando hasta establecer

las grandes religiones monoteístas que hoy subsisten después de siglos. Finalmente, la

historia particular de cada religión contemporánea es también una última y necesaria ayuda

para entender este fenómeno universal, ya que muchos pueblos llevaron sus religiones

hasta otros confines de la Tierra. La religión, la lengua y la cultura fueron los principales

productos de exportación durante milenios, y lo sigue siendo hoy. En suma, la psicología

está ya en condiciones de poder explicar con suficiente solvencia el origen y la causa de la

conducta religiosa que domina nuestra cultura y trataremos de resumirlo en este pequeño

artículo.

Los fundamentos de la religiosidad

La religión en nuestros días empieza por una sola y simple pregunta: ¿quién creó al hombre

y al universo? Esta es la pregunta fundamental que se hace todo creyente para empezar su

pensamiento y conducta mística, sea cuales fueran las formas que adquieran. La mayoría

de las religiones, incluyendo la judeocristiana, empieza por resolver esta cuestión antes de

proseguir con el resto de su estructura ideológica. De modo que debemos empezar por

estudiar esta primera actitud. Hay allí, en principio, una motivación que analizar. Por tanto, la

interrogación para nosotros es ¿porqué nos hacemos esta pregunta en particular y porqué

arribamos a una respuesta en particular? Hay muchísimas cuestiones que pueden intrigar al

hombre tales como porqué calienta la luz del sol, porqué la luna no nos cae encima, porqué

cambian las estaciones, etc. Sin embargo nada de esto le ha producido tanta inquietud al

ser humano como el tema de su origen último. El hombre quiere saber esencialmente cuál

es su origen, de dónde proviene y adónde pertenece; para empezar, desea conocer quién

es su padre y su madre, cuál es su pueblo, su dinastía, familia, etc., y esto se debe sin duda

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a una herencia antropológica perfectamente comprensible. La búsqueda de los progenitores

es algo que está programado genéticamente en la biología humana -como en la de otras

especies- lo mismo que la búsqueda e identificación de su grupo. ¿Quién soy? y ¿de dónde

provengo? son preguntas que están grabadas en los genes. No es pues algo casual ni

gratuito. Es supervivencia. A partir de esta comprobación ya podemos establecer el impulso

original de la pregunta que atormenta al ser consciente: ¿de dónde proviene finalmente? No

se trata entonces de una interrogante cualquiera, una pregunta surgida del azar. Ninguna

idea le sobreviene al ser humano por azar, siempre tiene una motivación fundada. De

hecho, una interrogante tan obsesivamente presente en la conciencia humana de cualquier

cultura y época como el de su origen último tiene que estar profundamente justificada, debe

obedecer a un sustrato biológico definido en su configuración animal, y es perfectamente

rastreable en otras especies. Aun tratándose de un ser racional, con todas las maravillosas

facultades que tiene su cerebro, el hombre no está exento de la influencia de sus programas

genéticos; estos se cumplen inexorablemente y lo impulsan en una determinada dirección.

El ser consciente debe responder a estos apremios con su inteligencia y buscar respuestas.

Algo que podemos corroborar a ciencia cierta es que la mayor parte de las veces el ser

humano ha usado su prodigiosa inteligencia para justificar acciones que tienen su origen en

sus impulsos biológicos más profundos. Ideologías profusas han surgido a lo largo de todas

las épocas para justificar acciones predadoras como el racismo o la esclavitud. Por ello no

nos sorprende encontrar que el pensamiento religioso corresponde a una forma racional de

responder a conductas o impulsos que tienen sustratos biológicos y antropológicos. Es allí

donde en última instancia tiene su origen esa inquietud fundamental ¿quién nos creó? Pero

hay otras igual de importantes: ¿a dónde van los muertos? ¿De dónde vienen las crías? Etc.

Cualquier pregunta que el hombre se haga surge en el contexto de su conciencia, y en

ningún otro lugar, en consecuencia es allí realmente donde tenemos que ubicar todas las

respuestas y no afuera: ¿Quién se hace esa pregunta y porqué? ¿Cómo llega a resolver la

cuestión? ¿Qué tipo de respuestas aplacan su inquietud? Eso es lo primero que debemos

considerar a la luz de las evidencias que nos brindan la antropología y la historia, para

finalmente elaborar una cabal explicación psicológica del fenómeno religioso.

La religiosidad es una conducta que ha cambiado mucho a lo largo de los tiempos. Ha

mutado tanto como el idioma, el pensamiento y la cultura. Entender la religiosidad de hoy es

muy distinto a entender lo que fue en sus orígenes más primitivos y en cualquier otra época

de la historia. No es, por tanto, forzosamente necesario para entender la religiosidad actual,

remitirnos a las épocas prehistóricas en que se dan inicio a las primeras ideas mágico

religiosas de los humanos, pero puede ser de mucha ayuda si lo que queremos es

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profundizar en las motivaciones psicológicas que tienen las personas para abrazar ideas

religiosas. Todo tiene un principio. Vayamos pues al principio de estas ideas.

Las primeras interrogantes del nuevo ser consciente

La famosa pregunta “¿quién creó el universo?” apareció cuando este tenía 14,000 millones

de años expandiéndose (al menos este universo que ahora vemos). Nuestro planeta tenía

unos 4,600 millones de años y el hombre apenas 100,000 años transitando. El tema surgió

recién cuando hubo un cerebro capaz de hacerse esta pregunta, y toda clase de preguntas,

ya que el mundo entero resultaba una gran incógnita para el ser primitivo consciente. Los

millones de cerebros de miles de otras especies que poblaron la Tierra antes que el hombre,

y luego junto a él, nunca se hicieron esta curiosa interrogante -ni ninguna otra- y aun siguen

sin hacérsela, lo cual –como ya sabemos- no ha impedido que subsistan. Y no hablemos de

otros confines del universo en el que hay miles de millones de mundos donde

probablemente nadie se está planteando esta peculiar incógnita. Se necesita más que un

cerebro, se requiere un cerebro con conciencia para poder hacerse preguntas. Pero más

que eso aún, se necesita que esta conciencia tenga determinadas características para poder

hacerse cierto tipo de preguntas en particular y conformarse con cierto tipo de respuestas en

especial. Esto quiere decir que si la evolución hubiera tomado otro rumbo, y si los humanos

hubiésemos adquirido otro tipo de cerebro, sencillamente jamás nos hubiésemos interesado

por esta cuestión, y tal vez viviríamos tan tranquilos como las demás especies. Incluso si la

mente humana hubiera elegido otras estrategias para afrontar sus apremios conscientes

iniciales, nuestra historia evolutiva hubiera sido muy distinta. Claro, no se trata únicamente

de decir que si no hubiera llovido anoche, hoy no estaría mojado. Pero realmente es

necesario dejar bien en claro que si está mojado es justamente porque llovió toda la noche.

Esa es la primera cuestión que debemos tener en cuenta. Esto trata de darnos a entender

que si el pensamiento religioso logró establecerse tan firmemente en la mente humana no

fue de manera gratuita, accidental, sino que hubo de ocurrir algo que pueda explicarlo. De

hecho tuvo un origen y un proceso evolutivo. El pensamiento humano tomó el rumbo que ya

conocemos, pero ahora nos interesaría saber algunas cosas básicas como por ejemplo ¿por

qué precisamente esa pregunta y no otra? Aunque para esto ya hemos ensayado una tesis,

quizá deberíamos también considerar aquella respuesta en particular que seduce al ser

humano y aplaca sus inquietudes ¿Y porqué precisamente esa respuesta y no otra? Es

decir, ¿por qué arribamos a la idea de un dios y no a otro tipo de solución a la inquietud

original?

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Toda pregunta nace de una inquietud. No aparece simplemente. Hay una inquietud previa

que la hornea hasta alcanzar la temperatura apropiada para surgir. Finalmente se manifiesta

de una manera racional; pero no se trata de una cuestión verdaderamente racional, lo que el

sujeto busca en realidad no es una respuesta a la interrogante planteada racionalmente sino

eliminar la tensión interna que le produce su inquietud, ese es todo su propósito. Resultaría

inútil buscar una verdad que sin duda no está en condiciones de comprender. Todo lo que

busca y necesita es calmar su inquietud interna. Desde luego, la respuesta debe estar al

alcance de su comprensión racional, de todos modos. Es por ello que cualquier tipo de

respuesta será aceptada si tan solo consigue calmar sus inquietudes. No tiene que ser una

verdad. Nunca lo fue, pues el conocimiento verdadero (científico) es algo que tardó mucho

más en llegar a los seres humanos. Por supuesto, hace unos cuarenta mil años nadie

estaba en condiciones de comprender cómo surgió el universo, tampoco podían esperar

demasiado por una respuesta pues el stress los hubiera aniquilado. La supervivencia exigía

respuestas y estas llegaron para cumplir una urgente misión que no tenía nada que ver ni

con el conocimiento ni con la verdad sino con el stress.

De hecho, los hombres nunca necesitaron una verdad científica para calmar sus inquietudes

internas y seguir viviendo. Tan solo buscaban una buena respuesta, eso era todo. Si ella les

proporcionaba alivio, se le admitía y se le defendía, como se cuidan las plantas que nos

proporcionan alivio al ser consumidas. Así de simple. No se necesita más para continuar con

la evolución, y eso es lo único que importa en términos biológicos. En ese momento nadie

se interesaba mucho por la verdad, tal como la concebimos hoy. La humanidad no empezó

a pensar haciendo filosofía y ciencia sino haciendo supervivencia. Lo que en realidad hacía

falta era una idea que restituya la homeostasis interna. Cuando ella se logra, se la defiende;

luego el ser consciente elabora los esquemas lógicos necesarios para establecerla. Este es

un mecanismo que subsiste hasta nuestros días: cada vez que el ser humano sano se

confronta con una situación adversa, surgen ideas que procuran restituir el equilibrio

psicológico, incluso es capaz de engañarse, luego se elaboran raciocinios que defiendan

estas ideas favorables. Esto explica la gran cantidad de respuestas religiosas que han

surgido en el mundo a lo largo de los tiempos, y aunque muchas se mantienen hasta hoy,

todavía siguen apareciendo otras en el horizonte, demostrando que este mecanismo sigue

vigente en el hombre. Cada expresión religiosa es en realidad una respuesta efectiva a

ciertas necesidades psicológicas concretas de un segmento humano específico. Cada

época plantea además nuevas y distintas inquietudes y exige nuevas y distintas respuestas.

Esta es la causa del incalculable número de manifestaciones religiosas diseminadas por el

mundo. Ellas son en sí mismas, la prueba fehaciente de que el pensamiento religioso es

fundamentalmente una respuesta íntima de algún grupo humano específico que enfrenta

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inquietudes psicológicas concretas. Pero tratemos ahora de indagar cómo surgen estas

primeras inquietudes en el ser humano hace ya varios miles de años atrás, durante la

aparición de la conciencia.

El inicio de la conciencia

En su camino hacia la complejidad, la biología estuvo tratando de generar un cerebro que

fuera capaz de programar la conducta y almacenar ese programa en su propia memoria,

para luego hacerle algunas variaciones destinadas a una rápida adaptación que no tomara

millones de años, como le ocurría a los cambios genéticos. Eso era todo. Luego de una

serie de intentos fallidos en el que muchas especies humanoides perecieron a lo largo de

millones de años, algunas extraviadas en una especie de esquizofrenia, por fin se obtuvo

algo funcional y eficiente. Programar no es una tarea simple. Se requiere una habilidad que

pocos adivinan. Por ejemplo, se necesita recrear escenarios ficticios, hacer modelos, trazar

una secuencia de pasos que conduzcan a una meta que antes debemos imaginar, aprender

las propiedades de muchos elementos que concurren como factores, saber desarrollar el

programa y evaluar los resultados de cada etapa confrontándolo con lo deseado, anticiparse

al resultado final y poder hacer las correcciones pertinentes sobre la marcha, en función a

las nuevas circunstancias generadas, y todo esto a la velocidad de la luz. A medida que las

capacidades del cerebro aumentaban, esta secuencia de pasos podía ser cada vez más

amplia, es decir, se podían construir programas más complejos, recrear escenarios más

enmarañados y poco a poco el humano fue apropiándose del futuro; es decir, ya no vivía

ligado al presente inmediato como las demás especies sino que podía planificar. La

consecuencia indirecta de todo esto fue la conciencia.

Podría decirse que fue un efecto secundario. Tal vez no era realmente necesario tener la

conciencia que tenemos hoy, tan solo se necesitaba un proceso generador de modelos, un

simulador que copiara la realidad para recrear intentos virtuales de acción, un procesador

simbólico, pero al final se obtuvo la conciencia tal cual; fue un regalo adicional del propósito

biológico de producir un cerebro capaz de programar conductas adaptables a circunstancias

inmediatas. Así pues queda claro que mientras el cerebro de las demás especies estaba

programado, tenía un software biológico definido y repetido igual en todos los individuos;

ahora no se trataba de generar un cerebro con un programa más complejo sino de producir

un cerebro capaz de autoprogramarse. Y esto implica necesariamente producir un cerebro

capaz de generar su propia lógica como paso previo e indispensable a cualquier otro intento

mental. El cerebro debía, en primer lugar, estructurar una lógica de pensamiento.

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A diferencia de un cerebro programado, un cerebro programador viene sin software, está en

blanco y debe construir su propio software; pero para hacerlo requiere de ciertos elementos

como una lógica básica que le permita ensamblar sus instrucciones en algún orden. El

cerebro debe estructurar esta lógica básica antes de pensar o programarse. Esto convierte

al cerebro en una especie de gran esponja dispuesta a absorber todo lo que le sirva para

construir su esquema lógico. Mientras tanto, la conducta humana podía seguir regida por

sus fundamentos biológicos y animales sin ningún problema. En la arquitectura humana

todavía estaba intacta la parte del cerebro programada biológicamente, capaz de guiar al

individuo mientras que la capa superior –el neocórtex- aprendía a programarse. De manera

pues que el complejo nuevo cerebro que estrenaba el homo habilis era un cerebro dual:

tenía un fundamento programado biológicamente y una capa superior en blanco, la cual

debía contener y ejecutar su propia lógica y sus propios programas. Entre ambos existía una

recámara conocida como la zona límbica, la cual proporciona los escenarios subjetivos que

provienen de sus percepciones, de modo que el neocórtex no trabaja directamente con las

sensaciones sino con un subproducto más complejo.

Inicialmente, en el proceso de aprender las propiedades del mundo que lo rodea, el cerebro

fue memorizando causas y efectos, hasta que descubrió un principio: todo ocurre por una

causa. Esa fue la primera ley lógica incorporada a la conciencia. El cerebro al fin tenía su

primer principio lógico para iniciar su razonamiento y fue entonces cuando empezó a pensar.

Consideremos que las únicas causas que el primitivo podía explicarse y entender

satisfactoriamente eran las que él mismo generaba con sus actos. Todo lo demás le era

desconocido. Hoy para nosotros es muy fácil entender la vida porque tenemos diez mil años

de cultura almacenados en el cerebro, pero en los primeros días de la conciencia humana el

hombre vivía lleno de interrogantes ¿Quién causa la lluvia? ¿Quién oculta la luz? El mundo

entero estaba repleto de interrogantes que empezaron a actuar como una fuente de stress.

El hombre sabía que él mismo provocaba algunos eventos, pero ¿quién era el responsable

de lo demás? El nuevo cerebro se hacía preguntas porque debía generar una lógica como

requisito previo para generar programas adaptativos, o sea para pensar, pero no era fácil

obtener las respuestas. Fue entonces atormentado por el stress y dominado por el miedo.

Otro efecto secundario.

Todo tiene un efecto secundario, residual, y el efecto secundario de tener conciencia fue

adquirir una nueva fuente de stress: el miedo a lo ideal y desconocido. ¿Quién movía el

mundo que les rodeaba? ¿Qué les pasaba a los muertos? El ser consciente ya no solo le

temía a los elementos de la naturaleza sino ¡a los suyos propios! A sus propias ideas e

interrogantes, a sus sueños y recuerdos. El hecho de no poder hallar una causa era una

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fuente de stress para el ser lógico. La base del cerebro humano, herencia de su antepasado

reptil, programada para experimentar stress ante condiciones ambientales, empezó a

sentirlo también ante los escenarios generados en el neocórtex y ante las interrogantes

irresueltas. Esta puede ser considerada como una de las grandes fallas cometidas por la

maravillosa naturaleza.

Obviamente en el proceso de construcción de algo tan complejo como el ser humano se

presentan inconvenientes como este, pero hay que enfrentarlos y darles una solución que

permita seguir el camino evolutivo o perecer en el intento, así de simple, tal como les

sucedió a varias especies de humanoides durante unos 5 millones de años, hasta que llegó

finalmente una que logró sobrevivir con una solución bastante simple y apropiada. Esta

situación de stress tenía que ser resuelta de algún modo y hubo una especie que la resolvió.

En su conciencia que ya era bastante amplia había generado una realidad diferente a la que

le rodeaba, una realidad psicológica, virtual, y en ese mundo suyo tan propio y particular

inventó seres ideales atribuyéndoles la responsabilidad de cada cosa. Así tan simple y

genial como eso. De este modo el volcán no era sólo el volcán sino que en su mundo interno

cobró vida y se transformó en un ser ideal, en un ser animado, con voluntad propia, con el

que podía “conversar” y “negociar”. Con ello venció el stress y pudo vivir en paz con su

entorno y su conciencia. Ya tenía las respuestas que buscaba. Los genes programaron al

cerebro con su misma estrategia evolutiva: buscar, retener lo útil y seguir buscando en la

misma dirección. En este trabajo se acumulan muchas cosas útiles y luego nunca más se

deshace de ellas sino que le sirven de base para continuar. El cerebro también busca

respuestas y si encuentra alguna que le resulta buena, en el sentido de relajar su stress, la

adopta y la defiende. También se rige por la ley universal del menor esfuerzo, es decir, el

menor consumo de energía, de modo que si hay algo que cuesta menos y da buenos

resultados, eso es lo ideal. Estas leyes aun hoy siguen vigentes en el pensamiento y el

actuar de los humanos. Las cosas fáciles y agradables son siempre las preferidas.

Con seguridad ese fue el momento en que la conciencia empezó a regir plenamente en el

ser humano, es decir, sobreponiéndose y reemplazando a la base del cerebro programada

biológicamente. En un principio debió establecerse una lucha entre la base del cerebro y el

neocórtex, (entre los instintos y la conciencia, por llamarlo de otro modo) por el control del

individuo. De hecho existió una suerte de complementación entre ambas esferas. Ya habían

surgido en los humanoides conductas de sumisión como respuestas automáticas dirigidas a

los elementos más imponentes de la naturaleza. Esta conducta derivó de una estrategia

adaptativa muy antigua, ya que la sumisión es útil cuando no se puede huir ni agredir. Los

primitivos apelaron a esta herencia antropológica y al adoptar sus nuevos conceptos ideales

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iniciaron una nueva conducta de adoración general, indiscriminada, orientada hacia casi

todo lo que les rodeaba. Es así que pasaron de la sumisión a la adoración como

complementación del accionar de ambas esferas del cerebro. Y esta conducta adaptativa

persistió hasta cuando el hombre fue capaz de descubrir otras respuestas más eficientes.

Los primeros humanos conscientes le atribuyeron “animación” y voluntad a los fenómenos.

Era obvio que algo los tenía que mover, y acabaron considerándolos como seres animados.

El origen de la palabra “ánima”, de donde deriva “animal” entre otras, es muy elocuente, y

terminan refiriéndose a lo que hoy se conoce como “alma”, es decir, aquello que nos mueve.

Otra observación interesante fue que los muertos exhalaban el aire antes de morir, pero la

palabra que designaba al aire era “espíritu”, de donde deriva la idea de que los muertos se

quedan sin espíritu, lo cual es verdad. Por consiguiente, alguien tenía que haberles insuflado

ese espíritu para que pudieran vivir. Pero tanto la palabra “alma” como “espíritu” han sufrido

las deformaciones del tiempo y hoy tienen connotaciones totalmente diferentes, y designan

a algo inmaterial que supuestamente es lo que nos “anima” y da vida.

Podríamos afirmar que una de las principales funciones del pensamiento ha sido explicar y

justificar la conducta primitiva del ser humano en todas las épocas. Algo que muchos años

después Freud denominaría “racionalización”. Y una de las primeras conductas que los

humanos buscaron explicar con buenas razones fue la sumisión transformada en adoración.

También era indispensable explicarse la causa de sus propias conductas, no solo los

fenómenos externos llamaban la atención del ser consciente, sino también los suyos

propios. La justificación no solo sirve para evitarnos el sentimiento de culpa, (esta es una

aplicación moderna) su principal utilidad es que le otorga una “causa” a nuestro

comportamiento, pero a la vez crea una idea artificial, falsa, y contraproducente porque a

partir de ella se derivarán una larga serie de ideas que, aunque estén lógicamente

conectadas, emanan de una misma idea común falsa. De manera que el ser humano

estrenó su pensamiento buscando causas que le expliquen de manera satisfactoria los

fenómenos, tanto del mundo externo como los suyos propios. Está claro que sus

explicaciones tenían que ser falsas necesariamente, pues estaban a miles de años de

distancia del pensamiento científico, pero no se podía esperar; había que empezar con unas

cuantas ideas simples pero eficientes. Lo malo es que una vez establecidas estas, tenían

que mantenerse a través de una larga serie de ideas conectadas lógicamente con ellas, lo

cual trajo como consecuencia la mitología y, posteriormente, la teología.

La lógica que ya había ganado el ser humano indicaba que todo debía tener una animación

similar a la que movía al mismo hombre. Al principio eran las cosas mismas las que tenían

animación. La idea de un ente ideal, es decir, la separación del concepto “ánima”, la

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autonomía de alguien encargado de esa animación, vino mucho después. Una vez

establecidos estos “seres” en la mente humana, permanecerían allí mutando durante los

siguientes millones de años; los hombres se “comunicaban” con estos seres ideales para

hacerles sus peticiones y les atribuían sus propios deseos y sentimientos, desarrollando el

proceso que Freud llamaría luego “proyección”. Así pues, el hombre fue construyendo sus

dioses a la medida de sus temores y necesidades, tomaron forma, y el proceso de mutación

de estos seres ideales no se detendría nunca más en la mente humana. La forma que

adquirieron estos seres ideales fue muy variada, y algunos pueblos como el hebreo llegaron

a resumirlo en un solo ser ideal animador de todo: su nombre era YHVH, cuyo significado

parece referirse al SER o “aquel que es”. En la posterior mezcolanza de razas, pueblos,

ideas y lenguas, predominó una palabra derivada del dios griego Zeus y quedó como “Dios”

establecida en el latín y subsiguientes lenguas. Aunque la idea que hoy se maneja de “Dios”

ya no tiene nada que ver ni con Zeus ni con YHVH. No solo es una mezcla curiosa de

palabras sino de conceptos a lo largo de milenios. Actualmente para los cristianos católicos

Dios es parte de una trinidad divina.

Así pues, el hombre no se despojó de su naturaleza animal para transformarse en un ser

“espiritual”, en realidad solo justificó su conducta de origen animal con ideas espirituales. Y

ese fue realmente el inicio de lo que más tarde sería el pensamiento mágico religioso. Todo

lo demás se produjo como resultado evolutivo de la mezcla de ideas, lenguas, razas y

culturas a lo largo de milenios. Así, cada dios o conjunto de seres divinos, responde

exactamente a las características de pensamiento del pueblo que los crea, y llegan a ser tan

distintos como lo son estos pueblos en idioma y costumbres.

Las religiones hoy

En los últimos doscientos años, con la llegada del pensamiento científico, todas las ideas

religiosas han perdido el vigor de antaño al quedar en evidencia sus errores. Aquellas ideas

que solventaron el desarrollo del pensamiento humano en sus inicios, hoy, cumplida su vital

misión, se repliegan para formar una interesante y valiosa colección de pensamientos que

forman parte de la herencia cultural de la humanidad y de los pueblos en particular. Aunque

la religiosidad, como componente inherente de esta especie sobreviviente, se mantiene con

un vigor capaz de retar al pensamiento científico, incluso a despecho de sus evidencias. Por

otro lado, las diversas religiones han estado siempre en confrontación entre sí, pero en los

últimos tiempos, gracias al poder destructivo de las armas, la humanidad se ha puesto en el

mayor peligro de extinción que haya atravesado jamás debido a estas confrontaciones de

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bandos religiosos diferentes. Un hecho relevante es que el pensamiento científico ha llevado

a las naciones a la colaboración, en tanto que el pensamiento religioso ha empujado

siempre a la confrontación más radical.

Desde un punto de vista muy estricto, podríamos afirmar que el ser humano es un verdadero

condensado de fallas evolutivas que han tenido que ser resueltas de algún modo sobre la

marcha. Las encontramos por todos lados, y es justamente por eso que el hombre necesita

tanto de médicos y psicólogos, y está condenado a soportar una interminable variedad de

complicaciones biológicas y psíquicas. Ciertamente no fue muy original de parte del hombre

atribuir las causas de todo a “seres” de naturaleza ideal, invisibles como sus propios miedos

y sueños. Es una respuesta bastante simple y cómoda, y además estaba de acuerdo con su

lógica, pero lo más importante de todo es que relajó su stress. Al final, todo lo que se

necesitaba era una respuesta que relaje el stress, nada más que eso. Desde aquellos días y

hasta hoy, el pensamiento humano persigue exactamente lo mismo: comodidad y bienestar

para el ser. Una idea que aplaque el stress, eso es todo. Veamos un ejemplo simple, actual

y cotidiano: nada puede calmar mejor la pena por un ser querido que acaba de morir, que

pensar que está vivo en el paraíso, que ha pasado a una vida mejor, que ha sido llamado

por Dios, etc. Todas estas ideas son bastante simples, tienen bastante lógica, aunque

carecen totalmente de racionalidad, pero son excelentes relajadoras del stress; en efecto

calman la pena, aplacan el sufrimiento, disminuyen la congoja, etc. Y eso, por supuesto, es

más que suficiente para adoptarlas, es lo que hace falta, lo que necesitamos; estas ideas

nos protegen, cumplen una función vital. Y así funcionó el ser humano durante milenios.

Tuvo que surgir una odiada subespecie, después de una prolongada evolución ulterior, para

que el pensamiento buscara algo diferente llamado verdad. Pero esta subespecie sería

duramente combatida hasta nuestros días, ya que ciertas ideas no cumplen los requisitos

psicológicos para ser adoptados; por el contrario, algunas de ellas llegan a ser no solo

detestables sino verdaderamente nocivas, nos remueven todos los cimientos. Y este artículo

puede ser uno de esos casos. Un sector de la humanidad se enfrenta hoy a estas ideas

“peligrosas” en una curiosa representación social y cultural del fenómeno psíquico llamado

“negación”; en una forma de “mecanismo de defensa” social o cultural aun no reconocido.

Está claro pues que para la humanidad no es necesaria la verdad, nunca lo fue y puede

hasta resultar peligrosa, dañina. Podríamos evitarla tranquilamente. Después de todo, no

hace falta que el hombre viaje al espacio, procure llegar a Marte, escudriñe el universo para

descubrir la verdad del cosmos. Nada de eso es necesario. Podríamos quedarnos aquí a

seguir construyendo templos y ser felices.

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El inicio de las religiones

El mundo del ser humano dejó de ser el mundo real y paulatinamente se convirtió en un

mundo ideal. La conciencia le permitió “escapar” de la realidad física y trasladarse a la

realidad virtual de su conciencia que es en donde habita desde entonces. Si bien esta

realidad virtual ha sido reestructurada varias veces, difícilmente se ha desligado de sus

ideas primitivas, aquellas que le dieron buenos resultados para calmar su stress. Al igual

que los genes, los memes conservan sus buenos resultados y los acumulan, mutan con

otros memes similares ampliando el escenario mental. Por ello resulta tan difícil al hombre

desligarse de sus ideas primitivas, estas permanecen actuando como base para sus nuevas

ideas. Cuando el hombre atribuyó las causas del mundo a seres ideales, y estas ideas

pudieron transmitirse facilitando la propagación de memes, surgió el pensamiento religioso.

Esta fue la primera forma de pensamiento social establecida. Luego la cultura fue

reestructurándolas y así surgieron las primeras religiones. Pero aquí es donde las cosas

cambian rotundamente. La aparición de las religiones supuso otro paso en la evolución de

los humanos, y ya no estuvo únicamente vinculada a sus necesidades íntimas ni a los

requerimientos de su conciencia ni a la lógica de su cerebro. Las religiones respondían a

otro tipo de necesidades distintas: necesidades sociales. El primer tipo de pensamiento

había sido ya definido para los seres humanos y no cambiaría nunca más, estas obedecían

a sus necesidades íntimas y serían tenazmente defendidas. En los siguientes milenios tan

solo acumularían más ideas en el mismo sentido mágico religioso, casi siempre buscando

justificar sus acciones e impulsos animales, como por ejemplo sus apetencias sexuales, sus

odios cainitas hacia pueblos o razas rivales, su deseo de dominación social, etc. y generaría

una gran infinidad de variantes a partir de esas mismas primigenias ideas mágico religiosas.

Exactamente igual al desarrollo de las múltiples especies biológicas partiendo de las mismas

soluciones iniciales. El siguiente peldaño entonces fue la construcción de religiones.

Viéndolo comparativamente, es bastante sugerente la similitud que hay entre el proceso de

la evolución de especies y la evolución del pensamiento religioso, si consideramos cada

secta como una especie. Parecen seguir los mismos patrones. De hecho, el pensamiento

religioso ha sido también un producto evolutivo y se ha regido por las mismas leyes, unas

leyes increíblemente sencillas pero aplicadas y acumuladas durante mucho tiempo. En el

sujeto consciente la incertidumbre significa stress. La búsqueda de certidumbre es el camino

hacia la eliminación del stress. Cualquier idea que elimine el stress será acogida, pero con

mayor facilidad aquella que demande menor energía. Si a partir de la lógica ya fijada en el

cerebro surge una idea que no requiere demasiada energía (o sea fácil) y resuelve el stress,

no hay que seguir buscando. El stress está eliminado. Luego esa idea será protegida como

Page 13: La conducta religiosa

13

un elemento ganado en la evolución. De este modo el hombre ha acumulado gran cantidad

de ideas “protectoras” que -aun cuando las evidencias le demuestren su falsedad- no son

eliminadas sino convenientemente defendidas. Por ejemplo, una de las creencias favoritas

del hombre es el de ser una criatura especial del universo, incluso algunos se autodefinen

como “hijos de Dios”. Pero es muy evidente que para la naturaleza el ser humano no vale

más que una ardilla, un pejerrey o una mariposa; lo que es muy fácil de observar cada vez

que se produce una catástrofe natural. Ni siquiera las ciudades “sagradas” ni los templos de

adoración se salvan de la destrucción, y la muerte no tiene consideraciones especiales con

niños, madres gestantes, ancianos o minusválidos. De modo pues que está muy claro para

cualquiera que esté en disposición de aceptarlo, que para la naturaleza el hombre es una

simple especie más, sin ninguna prerrogativa especial. Precisamente algunas de estas ideas

pregonadas por la religión judeo-cristiana, como las que sugieren que Dios habría creado

este mundo exclusivamente para beneplácito del hombre, invitándolo a dominar sobre él y

utilizar a su antojo todos sus recursos, nos ha llevado a la extinción de numerosas especies

y a la destrucción del planeta. Y si esta actitud persiste, nadie duda de que esta maravillosa

criatura humana también desaparecerá del escenario muy pronto.

Pero ya habíamos llegado al punto en que surgió la religión como una expresión socializada

y organizada del pensamiento religioso. Las primeras sociedades se organizaron en torno al

pensamiento mágico religioso y la primera expresión cultural humana fue la religión. Desde

el principio la religión fue sinónima de poder. Lógicamente, quienes se vinculaban con los

dioses eran los que mantenían el poder, directa o indirectamente. Por ello los sacerdotes

fueron desde siempre una casta privilegiada. Luego de Dios, los sacerdotes ocupaban el

primer lugar de importancia y eran los que dictaban las normas que paulatinamente fueron

configurando las religiones. La infinidad de religiones a que ha dado lugar el pensamiento

religioso desde sus orígenes constituyen la principal producción cultural de la humanidad.

Esto sumado al hecho de que no hay cultura sin una forma de religión -incluso aquellas que

se han mantenido aisladas del resto del mundo tienen una manifestación religiosa- nos

revela que este tipo de pensamiento es consustancial a la naturaleza humana. La idea de un

dios o algo por el estilo, cualquiera que este sea, se presenta en la conciencia del ser

humano y vive en él. No tiene que ser un dios como el de los cristianos o musulmanes, hay

diversas expresiones religiosas a lo largo del mundo que manejan ideas muy diferentes. Sin

embargo, las culturas más antiguas han tenido la ocasión de perfeccionar sus ideas a lo

largo de milenios, y a partir de un mismo núcleo se han desarrollado una gran variedad de

expresiones religiosas, y todas ellas, sin excepción, reflejan la naturaleza mundana de la

sociedad a la que pertenecen. La mayoría de ellas alberga una serie compleja de ritos, ideas

y normas, algunas tan disparatadas como absurdas. Hay autores que se han tomado la

Page 14: La conducta religiosa

14

molestia de recopilar una larga y colorida lista de ritos y creencias de diversas religiones,

que son una cabal muestra de la extravagancia humana. Hoy cuando menos ya no existen

sacrificios humanos, pero aun persisten algunos cultos y ritos aberrantes.

La idea de Dios empleada por los cristianos fue mutando originalmente a través del tiempo

hasta establecerse en el pensamiento hebreo hace unos 5,000 años. Cristo planteó una idea

algo distinta, quizá más humanizada, y hoy esa idea tiene contornos más metafísicos. En

cada individuo la idea de Dios adquiere las formas exactas para encajar en sus necesidades

psicológicas más profundas, se reconfigura y acomoda a su propia experiencia vital. Ese es

el fin que siempre ha cumplido: ser un sustento ideal para nuestra realidad virtual, una

especie de prótesis que le facilita al sujeto consciente vivir sin stress en su mundo subjetivo.

Sin embargo, debemos destacar el hecho de que para muchos la idea de un dios no basta, y

lo complementa con una variada serie de elementos adicionales igualmente ideales. A veces

se trata de santos, vírgenes, espíritus, “fuerzas ocultas”, “energía positiva”, karma, etc. Hay

una gran variedad de elementos ideales que cumplen eficazmente las funciones de soporte

de la realidad virtual, adornan y sustentan nuestro mundo ideal.

Si bien en un principio tuvimos que remontarnos a aquellos instantes precisos de la

aparición del ser consciente para lograr comprender el origen del pensamiento religioso, en

cambio no hace falta ir tan lejos para descubrir el origen de las religiones. Aunque es un

hecho probado que las religiones –como organizaciones e instituciones sociales- son

creaciones humanas, hay algunas que insisten en considerarse creación divina. En estos

casos Dios no solo habría creado al hombre sino que además habría organizado su religión

o intervenido directamente en su formación, dando instrucciones y dictando normas. Lo

curioso es que muchas de estas instrucciones y normas nos revelan intereses extraños y

muy particulares, ajenos a cualquier divinidad y propios más bien de una condición humana

primitiva y pobre, como las que están dirigidas al trato discriminatorio de las mujeres, al odio

de razas y pueblos rivales, o el supuesto interés divino de ser permanentemente venerado y

glorificado sin cesar, lo que en realidad fue una estrategia impuesta por la clase sacerdotal

para mantener la devoción y el control social. Los sacerdotes tuvieron siempre la habilidad

de imponerle al pueblo cualquier exigencia presentándola como “la voluntad de Dios”. Esto

no ha cambiado mucho en nuestros días. El enorme contraste que existe entre las diversas

religiones distribuidas por el mundo, no permite establecer muchas similitudes a nivel de

creencias, pero al menos psicológicamente queda muy claro el objetivo primario de aplacar

el mismo stress del ser consciente. Casi todas coinciden en otra vida después de la muerte,

en un dios que maneja nuestro destino de acuerdo a su voluntad y sabiduría, en tener que

adorar su imagen, o algún tipo de representación ideal, para lo cual deben construirse

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15

templos dedicados a este fin. En este aspecto, el hombre no ha cambiado nada desde

aquellos lejanos días del paleolítico. Muchos de sus templos de piedra aun se conservan y

siguen siendo un verdadero misterio, aunque el misterio de lo místico está siempre presente

tanto en el complejo de Stonehenge como en la catedral de Notre Dame.

Algunos pueblos muy antiguos como los judío-hebreos, chinos e hindúes conservan aun sus

antiguas religiones e incluso las han extendido a otros pueblos. En nuestro caso, los incas

impusieron su culto a los pueblos sojuzgados hasta que llegaron los españoles y estos les

impusieron su religión cristiana, la cual a su vez les fue impuesta por los romanos, quienes,

luego de perseguir sin misericordia a los cristianos durante los primeros siglos de nuestra

era, se transformaron al cristianismo después de un sospechoso acuerdo político. El hecho

es que nuestra razón de estar adorando hoy a Cristo y la Virgen, se debe tan solo a una

serie de accidentes históricos. Bien podríamos seguir adorando al sol, la luna y la

pachamama, o en su defecto, podríamos haber recibido otro tipo de influencias y estaríamos

adorando a Buda o Mahoma. Y hasta podríamos admitir, en teoría, que en el futuro alguna

cultura nos domine y nos imponga otra religión, como siempre ha ocurrido. En realidad,

desde un punto de vista imparcial, carece de importancia cuál sea la religión específica que

domine nuestra sociedad si es que esta satisface nuestras necesidades vitales. Lo que no

se puede hacer es quitarle toda religión a la sociedad, como pretendieron los soviéticos

durante los largos años de dominio comunista en el que destruyeron casi todos los templos

y prohibieron toda forma de expresión religiosa. Al cabo de casi 80 años de comunismo y 5

generaciones bajo el ateismo oficial, después de la caída de la URSS, la religiosidad popular

rebrotó como la hierba en una primavera.

El ser humano requiere apoyo ideal para recrear su mundo subjetivo. Esto es tan cierto que

por ello les narramos cuentos a los niños, inventamos una gran variedad de seres ideales

que los acompañan en sus fantasías: hadas, gnomos, duendes, etc. Gracias a estos

elementos tan importantes pueden ganar estabilidad en su frágil conciencia. Además

también les disminuye el stress de estar solos o en la oscuridad, y los reconfortan con ideas

positivas que les facilita su accionar adoptando una actitud favorable hacia la vida. Pero no

solo los niños requieren cuentos, fábulas y toda clase de historias hermosas. También los

adultos lo requieren. La diferencia es que con ellos las historias ya no se refieren a hadas y

duendes sino a dioses, santos, vírgenes, etc. Las fantasías se convierten en milagros. Lo

único que hemos hecho es reemplazar unos elementos por otros pero el principio

psicológico es exactamente el mismo. Curiosamente, los adultos piensan que sus historias y

creencias son más válidas que las que tienen los niños, y hasta se ríen si un niño cree en

Papá Noel, pero ¿qué diferencia hay con las creencias de un adulto? Desde el punto de

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16

vista de la psicología, ninguna. Tanto el niño como el adulto recurren a sus elementos

ideales para sustentarse. Necesitan decorar su mundo ideal. A los niños les agrada la idea

de tener un amigo imaginario, un ángel de la guarda. El adulto prefiere confiar que es Dios o

la Virgen la que está a su lado. Estas ideas sin duda resultan de gran ayuda para lograr un

equilibrio interno, sobre todo cuando nos acercamos a la posibilidad de la muerte, que es

cuando el stress subjetivo se incrementa. ¿De qué otra forma podríamos aplacar nuestras

inquietudes humanas más profundas? Es más fácil y cómodo creer que somos hijos de

Dios, que él nos protege en todo momento como un padre vigilante, y que además nos

promete la vida eterna como recompensa. Los musulmanes incluso están convencidos de

que hay 70 mujeres vírgenes esperándolos en el paraíso, y muchos de ellos no dudan en

meterse un tiro para llegar más rápido. Estas ideas son tan atractivas que hasta los inducen

a cometer acciones de terrorismo suicida para arribar con cierto “prestigio” al paraíso.

Las ideas religiosas son muy fáciles de entender y en general resultan no solo agradables

sino necesarias. Para nadie es difícil comprender y albergar estas ideas, nadie necesita

estudiar mucho, pensar demasiado, reflexionar, etc. Mientras que la ciencia ha acumulado

una desmesurada cantidad de información solo en los últimos 150 años, la religión no ha

cambiado absolutamente nada en miles de años. Sigue brindando las mismas cómodas

ideas y todo el mundo las entiende y admite. La información científica resulta muy difícil de

entender, tediosa de aprender, abrumadora y probablemente desagradable y hasta

deprimente para muchos. De manera que la religión tiene realmente todas las ventajas para

establecerse con éxito en la mente humana.

No obstante, el pensamiento religioso no es el único que proporciona ideas fáciles y

cómodas capaces de relajar el stress del sujeto consciente. Existe otra gran variedad que

compite con la religión, tales como el ocultismo, el chamanismo, la brujería, la astrología, la

quiromancia, la cartomancia, la parapsicología, la numerología, el esoterismo, el espiritismo,

la suerte, el destino, los amuletos, los talismanes, etc. Una lista realmente interminable a las

que incluso podríamos añadir ciertas terapias novedosas con pretensiones psicológicas y

algunas corrientes de pensamiento pseudo filosófico. Uno de los negocios más rentables

hoy en día, además de fundar una religión, es brindar “asesoría espiritual” a través de

diversos artificios. Las ofertas para el “florecimiento” individual y los “amarres” de parejas

son bastante comunes. Ningún diario que se respete deja de publicar el horóscopo todos los

días. Existe pues toda una amplia gama de creencias de tipo místico, mágico y religioso tan

extendido y predominante que el Vaticano se sintió forzado a manifestar su oposición y

condena, prohibiendo a los católicos recurrir a ellas, empezando por el horóscopo. Pero

todas estas ideas, por absurdas que parezcan, ganan adeptos porque tienen exactamente el

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17

mismo principio que la religión: disminuyen el stress subjetivo que se produce en nuestra

realidad psicológica, como resultado de ser sujetos dotados de conciencia.

La religión en el debate

Debemos pues vivir con la conducta religiosa y convivir con el pensamiento religioso, y con

una larga serie de extravagantes expresiones mágicas y místicas. Eso es algo que como

profesionales de la salud debemos aceptar. Sin embargo, es necesario advertir que las

amenazas contra la religión –en especial contra la Iglesia Católica en nuestro caso- no

provienen de parte de la ciencia sino de un par de resultados evolutivos: la tecnología y la

explosión demográfica, ambos conjugados. La tecnología aplicada a los medios masivos de

comunicación ha cambiado radicalmente las costumbres humanas. Por ejemplo, cada año

hay menos lectores, la gente lee solo por necesidad, la lectura como actividad recreativa ha

desaparecido prácticamente, y uno de los principales afectados es la religión porque la

Biblia disminuye sus lectores paulatinamente. Hasta mediados del siglo pasado una de las

principales actividades sociales era reunirse para leer la Biblia, algo que hoy es más bien

una rareza a cargo de círculos cada vez más pequeños que son considerados fanáticos. En

muchos lugares la Biblia ya dejó de ser el libro más vendido y hoy es muy normal que una

casa no tenga una Biblia, lo que antes era imposible. Por otro lado, los cambios evolutivos

producidos en las grandes sociedades como consecuencia del crecimiento demográfico, han

disminuido la capacidad de acción y control de las entidades; entre ellas, de las entidades

religiosas. Por un lado, esto ha incrementado la libertad de las personas, aunque en parte

también debido a un flujo de nuevas ideas políticas que alientan las libertades. Esta libertad

llevada, a sus últimas consecuencias, se refleja en la acción de los medios masivos de

comunicación cuyo único interés es lucrar sin asumir ninguna responsabilidad social;

también se refleja en el mecanismo del mercado que somete el raciocinio colectivo mediante

la publicidad; en la dificultad de las familias para mantenerse unidas, etc. En verdad son

estos cambios los que han relegado el papel de la religión en la sociedad. Hoy la Iglesia

Católica ha perdido incluso mucho del poder que antes tenía en la vida política. Gran parte

de las tradiciones religiosas han quedado desplazadas por otras que la sociedad prefiere. La

Semana Santa no es hoy lo que era antes. Aun cuando las personas se declaran creyentes

no guardan más los preceptos de la Iglesia. Se ha establecido un cisma definitivo entre el

pensamiento religioso y la conducta religiosa. Ello ha conducido, entre otras cosas, a la

pérdida de la vocación sacerdotal que tanto preocupa hoy al clero católico. La desconexión

entre religiosidad y conducta genera también pérdida de cohesión social, cada día crecen

las divergencias en la sociedad. Una consecuencia de esto es el advenimiento masivo de

nuevas sectas religiosas que se disputan la religiosidad de las personas, creando aun más

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18

caos en el panorama de la religiosidad popular. Y muchas de estas procuran hoy cambiar su

papel religioso y saltar a la política en una sorprendente confusión de sus propósitos. Estos

son los verdaderos peligros que actualmente enfrenta la religión y la fe. El debate entre el

pensamiento científico y el pensamiento religioso se produce únicamente al interior de

reducidos recintos académicos al que pocos tienen acceso. La gran mayoría de la gente

ignora estos debates, y quien no los ignora, difícilmente los comprende.

La ciencia no tiene ningún interés en combatir a la religión, solo da cuenta de hechos. Pero

la religión sí que tiene muy buenas razones no solo para defenderse sino también para

atacar a la ciencia y tratar de desprestigiar sus teorías, en particular la teoría de la evolución.

Esta no es realmente una actividad nueva de la religión, pues a lo largo de la historia se ha

enfrentado a las ideas científicas, pero hoy se ha producido un hecho insólito: ¡la religión

trata de infiltrarse en la ciencia! Esta es una tendencia nueva y peligrosa a cargo de los

sectores religiosos más recalcitrantes y elitistas de los EEUU. La medicina, la psiquiatría y la

psicología, han sido uno de los principales blancos de sus feroces ataques. Estos sectores

religiosos trataron incluso de colarse en las escuelas de EEUU bajo el disfraz de “teoría

científica” con una tesis conocida como “El Diseño Inteligente”, el cual pretende enfrentar la

teoría de Darwin aduciendo que la evolución sigue el “diseño inteligente de Dios”. En

realidad es el mismo planteamiento creacionista de la religión. El principal promotor de esta

tesis es el Dr. William Dembski, teólogo del Discovery Institute, (la misma institución que

engañó a medio mundo anunciando el hallazgo del arca de Noe) pero, por supuesto, no ha

sido tomado en serio en el ambiente académico debido a que resulta evidente que en todo

el universo, así como en el mismo ser humano, no hay nada ni remotamente parecido a un

diseño y mucho menos que este sea inteligente, sino todo lo contrario, lo que se ve es una

verdadera improvisación de la naturaleza siguiendo leyes simples durante millones de años

y esperando que cada cambio aleatorio funcione o simplemente desaparezca; aplicando la

vieja estrategia del ensayo y el error.

Desde una perspectiva psicológica y antropológica seria, debemos admitir que conviene a

los humanos mantener algún tipo de religión, debido a que esta “soluciona” una falla en la

estructura psíquica del ser humano como producto de su evolución, pero siempre y cuando

esta religión tenga la capacidad de unificar los criterios de la sociedad entera. Por ello,

discrepamos con autores como Richard Dawkins que consideran toda forma de conducta

religiosa como ociosa e improductiva. Sus críticas a la construcción de las gigantescas y

grandiosas catedrales góticas parecen estar bien fundamentadas desde su perspectiva,

pero habría que considerar también las consecuencias positivas que aquellas obras

aportaron como expresiones de creatividad y como factor cohesivo para su sociedad. Estas

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19

críticas podrían resultar apropiadas desde una perspectiva estrictamente evolutiva; pero no

me parece que esta sea la perspectiva más adecuada para abordar la conducta religiosa.

Como médicos y psicólogos, podemos percatarnos de que muchas características humanas

no son precisamente como uno las diseñaría si pudiera construir un ser, pero ya es un poco

tarde para plantearle nuestras consideraciones a la naturaleza. El ser humano está ya

construido. Sin duda no está terminado porque la evolución no cesa, pero, en lo que a

nosotros respecta, debemos enfrentar la situación y asumir al hombre como es. Y en esta

perspectiva, tanto el pensamiento religioso como la conducta religiosa, han sido –quiérase o

no- el pilar de nuestra civilización, y esta es la única que tenemos. Dinamitarla nos dejaría

en escombros. Los profesionales de la salud debemos asumir la religiosidad como parte

esencial de la naturaleza humana y aprovechar en lo posible los efectos positivos de la fe.

La ciencia es una actividad elitista. Es absurdo suponer que el pensamiento científico puede

reemplazar al pensamiento religioso. Son dos instancias distintas del pensamiento humano.

Para comprender la conducta religiosa debemos abordarla desde la perspectiva interna de

las personas, desde sus profundas necesidades humanas y siguiendo las características

que tiene el pensamiento humano. El hombre vive en un mundo virtual construido por su

conciencia y necesita elementos de seguridad para ese mundo. El miedo natural hacia la

muerte no puede ser enfrentado por ninguna cosa material, el stress que produce la

posibilidad de la muerte solo se enfrenta con la idea de otra vida; el stress que nos genera la

conciencia de nuestra finitud se enfrenta con la certidumbre en una vida eterna; el stress de

la soledad existencial se aplaca con la idea de un Padre benevolente presente en todo

momento. La conciencia de nuestra fragilidad y el stress que nos produce un futuro

totalmente incierto es enfrentado con la idea de un Dios Todopoderoso que se encargará de

guiar nuestro destino, de tal forma que cualquier cosa que ocurra, aun la más desastrosa, es

asumida con mayor resignación cuando es vista como la “voluntad de Dios”. Nada de esto

puede ofrecerle la ciencia a la humanidad.

El aporte de la religión

Recordemos que el ser humano es como una máquina sin software, y su primera tarea es

adquirir, ganar este software, ya sea produciéndolo o copiándolo. Producirlo es muy costoso

y pocos están dispuestos a hacerlo por lo que es más factible copiarlo o “piratearlo”, para

usar términos de moda. Digamos que “copiarlo” es un procedimiento válido porque cuenta

con la anuencia de la Iglesia. Ella nos provee su software básico y ese es justamente su

papel: darnos una pauta de vida. Pero “piratearlo” de los medios de comunicación masivos

es toda una aventura porque estos se encuentran repletos de “virus” capaces de infectar

para siempre una mente inadvertida. Si quitamos la influencia religiosa ¿qué le queda al ser

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humano? La ciencia es inalcanzable para la gran mayoría; en cambio los medios nos

inundan con todo tipo de propuestas inconexas y las personas se incorporan al mundo con

una nueva fuente de stress: el caos ideológico. Ya no estamos en la Edad Media en que

había una misma idea básica en la sociedad. Desde que surgieron los pensadores del

Renacimento, el mundo se fue enredando en medio de ideas. La aparición de la ciencia y su

tremenda difusión a fines del siglo XIX incrementó este caos. El surgimiento durante el siglo

XX de nuevas ciencias, propuestas ideológicas sociales y políticas, y hasta la aparición

incesante de infinidad de sectas religiosas, sumado al uso de la tecnología por los medios

de comunicación masiva complicaron aun más el panorama. Hoy existe una sobreoferta de

propuestas de toda clase para cada necesidad del ser humano, desde sus necesidades

espirituales para las cuales hay variedad de religiones y ofertas esotéricas, hasta las más

simples necesidades básicas como la sed, para la que también tiene docenas de ofertas, y

el hombre debe escoger en medio de ese caos. Ante este panorama, el papel de la Iglesia

cobra singular relevancia como adhesivo social, soporte ideológico y guía conductual.

La pérdida de la religiosidad tan característica en nuestros días, o por lo menos el divorcio

entre pensamiento y conducta religiosa, han conducido a que las personas recojan sus

pautas de vida en los medios de comunicación o en la calle. Algunos con suerte las hallaron

en casa. La consecuencia de esto es que la sociedad se vuelve laxa, cada vez hay menos

ideas comunes, todo es cuestionable, todo está en debate, todos tienen su propia opinión.

Es más difícil ponerse de acuerdo. Por eso mismo los valores se diluyen, se privilegian los

deseos, “si te gusta, hazlo” predican algunos autores. Ya no hay una pauta válida para la

conducta social del ser humano como había antes, hoy todo vale, se privilegia la “libertad de

decisión”, incluso muchos piensan hoy que el sexo de una persona es producto de una

“decisión”. Hasta mediados del siglo XX las personas salían al mundo y encontraban una

sólida autopista construida por la religión, la que podían seguir con total seguridad; hoy

salen al mundo y solo encuentran un panorama caótico de senderos que se bifurcan, cada

uno con carteles sugestivos y tentadores. Hay pues consecuencias muy visibles y graves en

nuestro medio debido a la pérdida de religiosidad y a la pérdida de la capacidad de control

de las entidades religiosas. Aunque la gente mantiene algún tipo de pensamiento religioso,

ya que es muy difícil que lo pierdan, lo que ha perdido definitivamente es su conexión con la

Iglesia. Por otro lado, quizá lo que agrava más esta situación, es que está permanentemente

sometido a la deformación ideológica de los medios masivos de comunicación, cuyo interés

no es precisamente formar a la sociedad sino ampliar sus mercados y sus ganancias de

cualquier manera. Los medios están siempre dispuestos a abrirle sus puertas a cualquiera

que le garantice audiencia, no importa lo que este diga o haga. Y por supuesto, lo popular es

una vez más, lo más fácil y agradable, lo que relaja y evita todo compromiso futuro.

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21

Religiosidad positiva y negativa

La conducta religiosa resulta positiva cuando fomenta el crecimiento interior de la persona,

su desarrollo individual y su estabilidad psicológica ante los embates de la vida. Quienes

tienen una sólida formación religiosa y profundas convicciones religiosas, están en mejor

situación para soportar las adversidades repentinas de la vida, tienen mejor disposición para

seguir en sus propósitos, y hasta curan más rápido de sus dolencias. La religión como

fuente de normas y valores facilita la organización de la vida, sirve como soporte no solo

para estructurar su existencia en torno de esas ideas básicas sino como pauta para

desenvolverse socialmente. En muchas ocasiones las personas no tienen más que pautas

religiosas para su vida, ya que nadie más se las provee. Y aquellos que adolecen de estas

pautas, salen al mundo como si entraran a un escenario sin tener ningún libreto, y es obvio

que no les queda otra alternativa más que improvisar toda su existencia, carecen incluso de

conceptos elementales como lo bueno y lo malo. No importa discutir qué es “bueno” y qué

es “malo”. En cierto momento lo importante es al menos tener estos conceptos. Quienes los

tenemos podemos luego darnos el lujo de cuestionarlos, pero antes hay que tenerlos. Es

muy común hoy encontrar personas que no manejan concepto alguno de lo malo, en medio

de una sociedad caótica y permisiva.

En el otro extremo, la conducta religiosa se vuelve negativa cuando limita y asfixia al ser.

Una causa muy común son las interpretaciones equivocadas de la Biblia. La obsesión que

llegan a alcanzar algunas personas impide que puedan ver más allá de sus textos sagrados.

La vida gira casi de manera exclusiva en torno de lo religioso, el pensamiento está enfocado

en los pasajes bíblicos y en la Palabra del Señor. Se pierde el deseo y la actitud por resolver

los problemas de la vida abandonándose “en las Manos del Señor”. Es evidente que se trata

de una especie de adicción por las ideas y símbolos religiosos, casi siempre acompañada

de conductas obsesivo compulsivas. La vida de estas personas resulta empobrecida.

Algunos rituales llegan a ser particularmente peligrosos para la salud. Muchas sectas

incorporan rituales de sanación que pueden llegar a comprometer seriamente el estado

clínico de un enfermo. Aun las más inofensivas, como las imposiciones de manos, llevadas

al extremo ocasionan el agravamiento de una enfermedad mientras el paciente experimenta

una sensación subjetiva de mejoría que engaña a todos. Los casos más conocidos son los

de pacientes que se niegan a recibir trasfusiones, e incluso están quienes se niegan a

consumir fármacos.

Page 22: La conducta religiosa

22

Religión y salud

Los profesionales de la salud a menudo tenemos que enfrentar una situación clínica

agudizada por una condición de religiosidad extrema. Vemos pacientes que se han inflingido

lesiones en prácticas de fe como andar de rodillas, cargar cruces o andas pesadas, estados

agravados por ayunos prolongados. Los casos de salud mental vinculados a la religiosidad a

menudo pasan desapercibidos pero son tanto o más graves aun. Algunos pacientes

parecieran estar muy cerca de cierto grado de psicosis, especialmente aquellos que son

capaces de recitar de memoria diversas partes de la Biblia en respuesta a cualquier

pregunta. Estas personas prácticamente han declinado su capacidad de raciocinio a favor

de un mecanismo reflexivo para extraer razones desde la Biblia. Lamentablemente, como

fuente de preceptos conductuales, la Biblia no tiene mejores condiciones que “El quijote”,

resulta una fuente muy amplia y ambigua, y se presta a muchas interpretaciones. A lo largo

de la historia ha sido usada para justificar toda clase de actos, por lo general los más viles y

atroces. Hasta los años 70 del siglo XX, por ejemplo, la Biblia era el sustento ideológico de

los segregacionistas norteamericanos sureños, y declamaban sus versículos para justificar

la discriminación racial de los negros, de la misma forma en que lo hicieron antes sus

antepasados, quienes defendían la esclavitud con la Biblia en la mano. Las personas cuyo

razonamiento gira en torno de la Biblia tienden a ser muy literales y muestran una marcada

incapacidad para analizar la vida real. De hecho, existe una variedad mística de

esquizofrenia. Pero antes de llegar a este nivel de pérdida de la razón, existen etapas

previas que se mantienen en un umbral difícil de definir. Muchas personas de las que nadie

sospecha nada malo de su salud mental, de pronto aparecen un día sumergidos en un ritual

religioso espantoso, como el ocurrido con la secta del reverendo Jim Jones en Guyana,

donde cerca de mil personas se suicidaron en 1978. Tal vez los casos más cotidianos de

masacres humanas por distinta interpretación de textos sagrados son los que se producen

en zonas donde conviven grupos de diferentes religiones o incluso de distintas tendencias

de la misma religión. Las peores masacres de la historia son precisamente religiosas, por lo

general entre cristianos y musulmanes, y entre sunitas y chiitas.

Una forma negligente de vivir la religiosidad es apartándose del mundo para trasladarse a

un ambiente celestial, despreocuparse de su vida presente para vivir con los ojos puestos en

la otra vida, confiar más en la voluntad divina que en sus propias capacidades, dejarlo todo

“en manos del Señor”. Esta es una actitud típica en las personas ancianas y desahuciadas;

pero resulta contraproducente en otro tipo de personas. La mayoría de ellas ponen en

verdadero riesgo su salud por apegarse a creencias que muchas veces no tienen ningún

sustento religioso pero que de algún modo son asumidas como parte de su religión, son

Page 23: La conducta religiosa

23

incorporaciones personales al pensamiento religioso que a veces terminan volviéndose

colectivas por contagio. En la Edad Media aparecieron por todos lados los flagelantes,

personas que caminaban dándose de latigazos para expiar sus pecados y anunciando el fin

del mundo, algo que se ha hecho característico de nuestra civilización. Muchas sectas viven

hoy todavía anunciando la próxima llegada del fin del mundo, en especial los Testigos de

Jehová. Sea por esta causa o alguna otra, hay personas que asumen formas especiales de

expiación. En México y Filipinas abundan las personas que se crucifican clavándose las

extremidades. Los sacerdotes se enfrentan horrorizados a estas aportaciones irracionales

de la religiosidad, pero no pueden evitarlo. Cuando se acercaba el final de siglo XX, millones

de personas se prepararon en todo el mundo para “el final de los tiempos”. Hoy anuncian

este final para el 6 de junio porque la fecha indicara 06/06/06. Estas personas son tan

literales que creen que el calendario juliano es un hecho real, no se percatan de que el

calendario solo existe en la imaginación de las personas, es un genuino producto de nuestra

realidad psicológica. Por otro lado, algunas reacciones psicóticas parecen estar vinculadas a

condiciones de religiosidad muy profundas, sin que esto signifique señalarlas como la causa;

por ejemplo, un cuadro común es la reacción psicótica pos parto, presente en mujeres de

profundas convicciones religiosas que de pronto se sienten pecadoras, impuras e indignas

del Señor. Asimismo, observamos por temporadas ciertas conductas masivas de tipo

místico, muy parecidas a la histeria colectiva, en las que una idea es contagiada

rápidamente entre una gran multitud, en especial cuando alguien cree ver una imagen

sagrada en una mancha, llegando a interpretaciones extravagantes de la realidad que

afectan la salud mental de una colectividad.

El profesional de la salud debería estar entrenado en este tipo de conductas para poder

llegar a distinguir una religiosidad saludable de una perniciosa. El manejo apropiado de la

religiosidad a favor de la salud puede exigir de parte del profesional, un conocimiento del

pensamiento religioso, de manera que sea capaz de comunicarse con el paciente en sus

mismos términos y situarlo en una senda de pensamiento que sea la más apropiada para su

esquema vital. En otras ocasiones puede resultar lo más indicado solicitar la presencia de

un sacerdote o pastor que sea capaz de confrontar al paciente bajo sus mismos raciocinios.

La situación más difícil es sin duda enfrentar principios religiosos establecidos por una

Iglesia y que perturban la acción médica. De manera que la religiosidad es algo que

debemos saber manejar. Ignorar una parte que el paciente estima de la mayor importancia,

puede ser una barrera muy seria entre el médico y su paciente. Hoy resulta tan importante

preguntarle al paciente por sus ideas religiosas como preguntarle por sus alergias, ya que

proporcionarle algo que no admite, incluso en su dieta, es tan contraproducente como

administrarle una sustancia a la cual es alérgico.

Page 24: La conducta religiosa

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Religión y medicina

A menudo la medicina se encuentra en medio de un debate social vinculado a su actividad,

y en muchos casos es parte de ese debate que lo enfrenta a los sectores religiosos

opuestos a determinadas prácticas médicas tales como la eutanasia, eugenesia, el aborto,

el control de la natalidad, la experimentación científica, etc. Desde muchos siglos atrás,

cuando los médicos eran condenados como profanadores de cadáveres, el ejercicio de la

medicina ha estado en el medio de la controversia. Esto se debe en parte a que las

sociedades tardan mucho tiempo en variar sus conceptos, pero también se debe a

condiciones mentales inapropiadas para abordar asuntos científicos. Por ejemplo, el hecho

de pretender determinar el momento exacto en que comienza la vida es tan ridículo como

tratar de señalar el instante preciso en que la noche se convierte en día. Aquí hay una

interferencia del mundo subjetivo humano en la realidad. En ciertos casos lo que el hombre

ha hecho es un esquema artificial para dividir la realidad y así entenderla a su modo. Por

ejemplo, ha señalado un día para que sea el inicio del año. Pero esto es absolutamente

arbitrario y subjetivo, ya que en la realidad no existe tal división. Tratar de plantear este tipo

de interferencia ideal en todos los aspectos de la realidad, nos conduce en determinado

momento a situaciones absurdas como las que se producen en el debate del inicio de la vida

humana. Este no es un debate científico. Se convierte más bien en un debate histérico. Un

aspecto más de la llamada “mente discontinua”.

Como sea, el médico debe estar preparado para lidiar en este enfrentamiento y su formación

académica debe ir mucho más allá de los conceptos estrictamente médicos, ya que los

terrenos en los que tendrá que moverse son muy amplios y variados. El cuerpo humano es

solo una instancia del ser humano, existe todavía un territorio muy amplio más allá del

organismo que los médicos estudian. Desconocerlo, sin duda limitaría bastante su

capacidad profesional. Este curso tiene la pretensión de poder ampliar esos horizontes.

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