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La aparición del demonio en la literatura ANTONIO GARROSA RESINA Universidad de Valladolid En el ámbito de las creencias propias de la espiritualidad cristiana aparecen dos concepciones fundamentales y antagóni- cas: En primer lugar la idea de Dios, creador del mundo y ori- gen de todos los bienes que se derraman sobre la humanidad a través de la acción mediadora de la Virgen y de los santos. De otro lado la figura del demonio, de donde proceden todos los males que afligen al hombre y que, por ende, le inspira senti- mientos de odio, de repulsión y de temor. Lo mismo que ocurre con Dios, la Virgen María y los san- tos, también el demonio ha tenido una presencia constante en las manifestaciones del arte cristiano, que es un fiel exponente de la espiritualidad del pueblo que lo crea. Y en el campo de la literatura, en lo que se considera como el arte literario, adver- timos esta misma presencia del demonio, que aparece descrito en diversas figuras y actitudes y casi siempre con el acompaña- miento de rasgos truculentos, como corresponde a la idea que de él tiene el pueblo cristiano. En las páginas que siguen pretendemos ofrecer un rápido panorama sobre el tratamiento que recibe el diablo en la lite- ratura, ciñéndonos al ámbito familiar para nosotros de las letras españolas, en el que se dan ejemplos parecidos a los que se pueden encontrar en otras literaturas. Y dentro de estas coorde- nadas nos detendremos fundamentalmente en los textos de la REVISTA DE ESPIRITULlDAD, 44 (1985), 239-269.

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La aparición del demonio en la literatura

ANTONIO GARROSA RESINA

Universidad de Valladolid

En el ámbito de las creencias propias de la espiritualidad cristiana aparecen dos concepciones fundamentales y antagóni­cas: En primer lugar la idea de Dios, creador del mundo y ori­gen de todos los bienes que se derraman sobre la humanidad a través de la acción mediadora de la Virgen y de los santos. De otro lado la figura del demonio, de donde proceden todos los males que afligen al hombre y que, por ende, le inspira senti­mientos de odio, de repulsión y de temor.

Lo mismo que ocurre con Dios, la Virgen María y los san­tos, también el demonio ha tenido una presencia constante en las manifestaciones del arte cristiano, que es un fiel exponente de la espiritualidad del pueblo que lo crea. Y en el campo de la literatura, en lo que se considera como el arte literario, adver­timos esta misma presencia del demonio, que aparece descrito en diversas figuras y actitudes y casi siempre con el acompaña­miento de rasgos truculentos, como corresponde a la idea que de él tiene el pueblo cristiano.

En las páginas que siguen pretendemos ofrecer un rápido panorama sobre el tratamiento que recibe el diablo en la lite­ratura, ciñéndonos al ámbito familiar para nosotros de las letras españolas, en el que se dan ejemplos parecidos a los que se pueden encontrar en otras literaturas. Y dentro de estas coorde­nadas nos detendremos fundamentalmente en los textos de la

REVISTA DE ESPIRITULlDAD, 44 (1985), 239-269.

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literatura medieval, que son los que con más frecuencia se re­fieren al maligno y a sus manifestaciones.

Alguna advertencia previa debemos hacer antes de comen­zar nuestro repaso. En el mundo occidental, como todos sabe­mos, la Edad Media estuvo presidida por la idea de Dios. El sentimiento religioso se plasma en todas las actividades de la vida, y la literatura de la época nos lo muestra con claridad, produciendo obras inspiradas en la temática religiosa. Pero esta religiosidad que se muestra en la literatura -yen el arte en general- suele ser la que practica el pueblo sencillo y no la de tipo culto y elevado. En consecuencia, el tratamiento que se hace de las cuestiones religiosas (y entre ellas la de la presencia y

aparición del demonio) reviste habitualmente los caracteres ge­nuinos de la religiosidad popular.

LAS REPRESENTACIONES LITERARIAS DEL DIABLO

La cuestión fundamental que hemos de tratar es la enuncia­da con una pregunta: ¿ Cómo se presenta al demonio o cómo se habla de él en la literatura? Y esta pregunta tiene variadas respuestas en el plano literario.

En ocasiones el demonio se muestra como el espíritu maligno invisible que tienta a los hombres o toma posesión de alguno de ellos. A veces el diablo aparece en escena bajo figura huma­na, sin ocultar su naturaleza satánica. Como caso especial de esta forma de manifestación. el demonio puede adoptar una apa­riencia no exactamente humana, sino más bien unos rasgos hu­manoides que acentúan su carácter repulsivo. Otra forma de aparición demoníaca es la metamorfosis: Satanás -o cualquie­ra de los malos espíritus- oculta su apariencia y adquiere la de un personaje conocido para mejor engañar a los hombres; puede presentarse entonces como hombre (adoptando incluso la imagen externa de algún santo) o como mujer de seductora be­lleza. y también con el aspecto de animal. Menos frecuentes son los casos en que el demonio se introduce en el cuerpo de algu­nos animales, casi siempre de grandes proporciones, sometién­dolos a la posesión diabólica. Finalmente se dan las manifesta-

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cÍones en las que Satanás se muestra en su auténtica condición de príncipe de las tinieblas, que sttelen coincidir con ceremonias en las que se le tributa el homenaje de sus adeptos.

La aparición espiritual del demonio

Con frecuencia los autores nos hablan del demonio como de un personaje incorpóreo, un espíritu al que no se ve, pero de cuya invisible presencia se sienten los efectos.

A este modelo responden los ejemplos de posesión diabóli~

ca que encontramos en Berceo y en las colecciones medievales de relatos cortos. La víctima de estos casos de posesión se ve sometida a unos sufrimientos, de los que sólo se librará por la ceremonia del exorcismo. Por 10 general estos milagros respon­den a los ejemplos del mismo signo que se encuentran en los Evangelios 1. Los favorecidos por la curación son gentes de to­das las categorías sociales que han sido atacadas por un solo demonio, como le sucede al poseso Diego de Celleruelo, del que nos habla Berceo en la Vida de Santo Domingo 2, o que están poseídos por varios espíritus y hasta por una legión de ellos, como ocurre en el caso de la endemoniada que se relata en la Vida de San Millán de la Cogolla 3.

Otra forma distinta es aquella en la que el demonio se muestra a través de la tentación. Así sucede cuando bajo «hu­manal figura» se presenta ante el confesor San Millán desafián­dole a un combate personal. La oración de Millán hará que el diablo pierda su fuerza y que abandone la pelea, mientras un dicho supersticioso se le escapa en la huida 4. Circunstancias si­milares se clan en otro episodio de la Vida de San Millán, en el que el monje ha de enfrentarse a una legión de diablos conjura-

I Ejemplos de exorcismos para la expulsión de los demonios se pue­den encontrar, entre otros pasajes bíblicos, en Mt 8,28-34; Mc 5,1-20; Lc 8,26-39 y Act 8,7.

2 Para la Vida de Santo Domingo de Silos seguimos la ed. de Teresa Labarta de Chaves, Madrid, Castalia, 1972. Otro ejemplo de exorcismo de esta misma naturaleza se encuentra en el Libro de los Enxemplos po/' A.R. C., núm. 291.

3 Vida de San Millán de la Cogolla, ed. de Brian Dutton, Londres­Madrid, Tamesis Books Limited, 1967, que es la que utilizamos para nuestras citas.

4 El diablo considera como un día fatídico el de su encuentro con Millán, estrofa 121.

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dos contra él. Los demonios, reunidos en conciliábulo, acuerdan prender fuego al lecho del santo mientras dormía, pero las lla­mas se vuelven contra los incendiarios, que se apalean confusos entre sí, en escena que Berceo describe con regocijado humor:

«Hiriéronse los rostros a grandes tizonadas, traían las sobrecejas sangrientas y quemadas, las frentes mal batidas, las barbas socarradas; ¡nunca visteis viudas tan mal descapelladas!» (Estr. 220);

y ante la cual el confesor Millán apenas puede contener la risa 5.

Mayor interés tienen las intervenciones demoníacas que se refieren en los llamados milagros de resurrecciones. Cuatro son los episodios de esta naturaleza que incluye Berceo en los Mi­lagros de Nuestra Señora 6: «El sacristán impúdico» (II), «El monje y San Pedro» (VII), «El romero de Santiago» (VIII) y «Los dos hermanos» (X). Salvo algunas variantes, los cuatro se ajustan a la misma estructura: un hombre muere en pecado mortal y, consecuentemente, su alma debe ir al infierno, adonde la conducen los demonios en multitud, sometiéndola a numero­sos tormentos. Pero alg{m poderoso mediador, como la Virgen o un santo, intercede por el muerto. El pleito pasa siempre por las manos de María, quien resuelve por sí misma o acude a su Hijo rogándole benignidad en la sentencia.

Lo más llamativo de estos relatos es la contienda --que reviste caracteres de lucha épica- entre los diablos que llevan el alma condenada y los ángeles y santos protectores, una con­tienda como la que dice haber contemplado en visión Santa Teresa (Vida, 31, 11) 7. Los demonios promueven un gran al­boroto cuando los ángeles pretenden arrebatarles su presa. In­cluso se atreven a discutir de teología, haciendo valer sus dere-

s «Por poco se non riso, tanto hobo grant sabor» (estrofa 222d). El episodio completo se extiende entre las estrofas 203 y 222. En todas las citas que hagamos de las obras medievales se moderniza el texto primi­tivo, sobre todo en lo que se refiere a la ortografía.

6 Seguimos, para esta obra de Berceo, la ed. clásica de Antonio Gar­cía Solalinde, Madrid, Espasa-Calpe (Clásicos Castellanos), 1972. En cuan­to a las citas de esta colección mariana, las anotamos indicando el nú­mero del milagro y la estrofa o estrofas.

7 Para las citas y referencias al Libro de la Vida utilizamos la ed. del P. Enrique Llamas en Obras Completas de Santa Teresa, Madrid, Edito­rial de Espiritualidad, 1976, pp. 6-375.

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chos ante la Virgen, como sucede en la disputa por el alma del sacristán fornicario, cuando uno de los malos espíritus replica y puntualiza a Santa María:

«De la otra partida respondió el vocero, un sabedor diablo, sotH y muy puntero: 'Madre eres de Hijo alcalde derechero, no le gusta la fuerza ni es de ella placentero,

Escrito es que el hombre allí do es hallado o en bien o en mal, por ello es juzgado; si este tal decreto por ti fuera falseado el pleito del Evangelio todo es descuajado',» (1I, estr, 90-91)',

Al hablar de estos milagros conviene reflexionar sobre el comportamiento de los demonios que en ellos intervienen. En los casos referidos, Satanás y los espíritus que le acompañan, sin perjuicio de ser considerados como paradigmas de la maldad, se muestran en su acciones como seres mucho menos terribles de lo que su nombre indica. Es más, parece que el autor pre­senta a los demonios como personajes familiares, más como en­redadores que como seres terroríficos, más dados a la pequeña fechoría y a la travesura que a los actos de perfidia. Se diría que Berceo somete también a los diablos a la regla general por él usada, en virtud de la cual todos sus personajes (hasta la Virgen y los santos) se comportan como las gentes sencillas del pueblo a quienes dirige su obra. Sólo así pueden comprenderse estas descomunales batallas, que en el plano dialéctico sostie­nen ángeles y demonios por la posesión de las almas, y en las que los contendientes se replican unos a otros como aldeanos que discuten por una oveja o un saco de trigo.

En estos casos, además, los diablos llevan el alma del peca­dor en medio de un gran jolgorio y jugando con ella como si se tratara de una pelota o algo semejante:

«Mientras que los diablos la traían como a pella, viéronla los ángeles, descendieron a ella,» (II, estro 86ab)'

8 Parecida discusión se da en el milagro VIII, entre uno de los dia­blos y el apóstol Santiago, que acude en auxilio de su romero Guiraldo (VIII, estro 198-202).

9 Lo que aquí señala Berceo con respecto al alma del sacristán im­púdico lo repetirá más adelante en relación con el alma del senador Es-

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10 que nos remite a cierto pasaje, en el que Santa Teresa refiere (a propósito de un personaje de mala vida, muerto sin confe­sión) cómo había visto «muchos demonios tomar aquel cuerpo, y parecía que jugaban con él» (Vida, 38, 34), o más claramen­te, a otro de distinto contexto, en el que se queja de no tener paz para la oración porque el diablo todo 10 revuelve, hasta tal punto -dice la Santa- «que me ha acaecido parecerme que andan los demonios como jugando a la pelota con el alma, y ella no es parte para librarse de su poder» (Vida, 30, 11).

Acerca de las travesuras del demonio, una muestra nos la ofrece Berceo en la Vida de San Millán, cuando nos dice que el diablo tomó posesión de la casa del senador Honorío, en la que enreda a su modo y provoca pequeños desaguisados que hacen la vida incómoda al dueño de la mansión:

«Quando quería beber el agua o el vino, vertíaselo delante el traidor vecino»; (Estr. 184ab).

San Millán dispone un ayuno y procede al conjuro, rocian­do al tiempo la casa con agua bendita. El monje ha de esforzar­se hasta conseguir que el fastidioso huésped abandone finalmen­te la casa, haciendo al despedirse una broma de mal gusto, que Berceo -no sabemos si ingenua o maliciosamente- confiesa que calla por vergüenza (estrofa 197).

Las comparecencias del demonio suelen concluir con su huida vergonzosa, tras ser vencido por las fuerzas del bien, re­presentadas por la cruz, los exorcismos, la presencia de la Vir­gen o la sola mención de su nombre, como sucede en el mila­gro XI, cuando un grupo de demonios lleva el alma del labrador avaro y un ángel invoca a Santa María:

«Luego que este nombre de la Santa Reína oyeron los dIablos huyeron de allí aína; derramáronse todos como una neblina, desampararon todos a la alma mezquina» (XI, estro 278) 10.

teban, al decir que la Virgen «rogó por esa alma que traía a pella» (X, estro 256c). Otro milagro de resurrección como éstos, que incluye la batalla entre ángeles y demonios, aparece en el cuento núm. 200 del Libro de los Enxemplos por A.B.C.

10 Milagros de Nuestra Señora, XI, «El labrador avaro». Esta huida precipitada de los demonios es parecida a la que refiere Santa Teresa

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En casos como éste el triunfo del bien sobre el mal produ­ce regocijo, de suerte que los diablos, con su actuación, más que al pánico, mueven a los lectores u oyentes a la hilaridad y a la alegre confianza en Dios.

El demonio bajo apariencia humana

La mentalidad del hombre le ha impulsado siempre a ima­ginar las realidades desconocidas para él por referencia a su propia naturaleza humana. Esta tendencia fue más acusada du­rante la Edad Media. Si la propia imagen del Dios Creador se representa en la iconografía con rasgos humanos, el mismo re­curso se utilizará para la figuración del demonio, y de ello te­nemos abundantes noticias en la literatura medieval. El diablo puede adoptar la figura corporal humana -de hombre o de mu­jer-, sin los rasgos específicos de ninguna persona en particu­lar. En ocasiones revelará su auténtica naturaleza demoníaca a quienes tienta, mientras que en otros casos el engaño 10 basa precisamente en la ocultación de su personalidad.

Una muestra de esta conducta la tenemos en el cuento del ladrón que vende su alma al diablo a cambio de las riquezas que obtendrá practicando su oficio sin peligro. Se trata de una de las primeras formulaciones del tan explotado tema literario del pacto con el demonio. La anécdota la encontramos ya en don Juan Manuel, quien la narra en El Conde Lucanor 11. El de­monio, que responde al nombre de don Martín, se hace el en­contradizo con un hombre agobiado por la pobreza, y advirtien­do sus pensamientos le ofrece ayuda para que pueda robar sin temor. Así le allana las puertas ajenas y acude en auxilio del ladrón para sacarle de cualquier peligro en que se encuentre, hasta que al final, cuando nuestro hombre está a punto de ser ajusticiado, «don Martín» tarda más de la cuenta en acudir a la llamada de su socio, y en lugar de sacar una bolsa de dinero para sobornar al verdugo, extrae de su seno la soga con la que

cuando dice que al ser molestada por los malos espíritus y rociar su cel­da con agua bendita, vio «ir mucha multitud de ellos como quien se va despeñando» (Vida, 31, 9).

11 El Conde Lucanor, exemplo XLV, «De 10 que aconteció a un hom­bre que se hizo amigo y vasallo del diablo», ed. de José Manuel Blecua, Madrid, Castalia, 1969, pp. 222-227.

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el ladrón será ahorcado. De este modo se muestra que el ciemo­eFlgañando siempre a quienes confían en él. La

misma historia, con algunas variantes, la cuenta el Arcipreste de Hita en su Libro de Buen Amor 12, y bajo la forma de refle­xión moralizadora la menciona el Arcipreste de Talavera en El Corbacho 13.

Otra curiosa aparición del diablo es la que registra el libro de los Castigos e Documentos 14, atribuido al rey don San­cho IV de Castilla. La historia tiene un carácter admonitorio sobre los peligros de las riquezas y habla de un caballero que no cree en la inmortalidad del alma. El pacto con el demonio, que se le aparece disfrazado de ribaldo 15, es la consecuencia lógica de su falta de fe, y el incrédulo vende su alma -sin nin­gún valor para él- a cambio de los bienes materiales de los que piensa gozar en este mundo. Pasando el tiempo, el ribaldo-demo­nio reclama el alma que le pertenece, con el cuerpo que le sirve de cobijo, y como el caballero se negara a entregársela, el diablo le anastra y ambos desaparecen para siempre 16.

Pero el demonio también puede aparecer en otras formas menos esperadas. El Libro de los Enxemplos por A.B.C. nos re­fiere el caso de la iglesia edificada con dineros procedentes de la usura. Cuando el obispo acude a consagrarla se encuentra en el

12 Libro de Buen Amor, estrofas 1453-1473, «Enxiemplo del ladrón que hizo carta al diablo de su ánima».

,3 El Corbacho o Reprobación del loco amor, 1.' parte, cap. XIII. " Castigos e Documentos del Rey Don Sancho, ed. de Pascual de

Gayangos en Escritores en prosa anteriores al siglo XV, BAE, LI, Ma­drid, 1952, pp. 79-228. El cuento del que ahora hablamos aparece en el cap. LXXXIX, pp. 225-226.

J5 Ribaldo equivale a «personaje pícaro o bellaco», según la acepción número 1 del término en el DRAE.

J6 Otros ejemplos de este tipo de apariciones del demonio los tene­mos en el Libro de los Enxemplos por A.B.C., núm. 114, donde el dia­blo, presentado como «caballero oscuro y tenebroso encima de un caba­llo muy negro y lanzando por la boca y por las narices llamas de fuego», se lleva consigo al rey Teodorico el Amalo; o también en el cuento nú­mero 386 de esta misma obra, que describe a los demonios como hom­bres negros y terribles, y que posee un gran interés adicional por pre­sentar un milagro similar al de la resurrección de Lázaro que refiere San Juan en su Evangelio. Los mismos rasgos de hombres negros y espanto­sos se atribuyen a los diablos en el cap. XVIII de la Vida de San Isi­doro del Arcipreste de Talavera y en el ejemplo núm. 527 del Espéculo de los Legos.

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altar al diablo revestido de pontifical, por lo que todos huyen con espanto mientras la iglesia se derrumba 17.

Dentro de este mismo capítulo debemos referirnos a otras apariciones del demonio, aquellas en las que adopta la imagen de una bella y seductora mujer. Así encontramos casos en los que el diablo se aparece de esta guisa a quien tienta o a un vie­jo monje al que trata de engañar, ofreciéndosele bajo la figura de la mujer que amó en su juventud 18,

Pero los ejemplos más curiosos de esta aparición del demo­nio como mujer son los que encontramos en el Libro del Ca­ballero Zifar 19, la novela caballeresca del siglo XIV. En la his­toria del «Caballero Atrevido y el Lago Sulfúreo» se refieren acontecimientos maravillosos protagonizados por una hermosa dueña, que emerge a veces de las aguas y atrae a los caballeros para engañarlos. Entre éstos se cuenta el Atrevido, que se une a la extraña mujer y vive con ella en las profundidades de su reino, donde los árboles florecen y fructifican al momento de ser plantados. Lo mismo ocurre con la gestación de los animales y de los seres humanos, como puede comprobar el Caballero cuan­do al tener contacto carnal con la Dama del Lago ésta queda encinta, y al cabo de siete días da a luz un hijo que en otros siete días se hace tan grande como su padre. Por haber desobe­decido los mandatos de su Dama, el Caballero será expulsado del Lago, y entonces comprende la razón de los acontecimientos misteriosos que allí ha vivido: todo es obra del diablo y la her­mosa dueña resulta ser una personificación del demonio tenta­dor. Con su verdadera naturaleza demoníaca la bella mujer de antes, que se llama a sí misma «Señora de la Traición», preside desde 10 alto de un estrado el juicio del Atrevido y de su hijo -que se bautizará después y será conocido con el nombre de

17 Clemente SÁNCHEZ DE BERCIAL: Libro de los Enxemplos por A.B.C., ed. de J. Alcina Franch en «El Conde LucanoY» y otros cuentos medie­vales, Barcelona, Bruguera, 1978, pp. 481-875. El cuento núm. 148, al que aquí nos referimos, se encuentra en la p. 608.

18 Enxemplos por A.B.C., núms. 388 y 411, respectivamente: ed. cit., pp. 822-823 Y 846-847.

19 ANÓNIMO: Libro del Caballero Zitar, ed. de Joaquín González Muela, Madrid, Castalia, 1982. A ella se refieren las citas y la indica­ción de página, aunque el número de los capítulos (que no figura en esta edición) se toma de la que hizo Feliciano Buendía en Libros de Caballerías Españoles, Madrid, Aguilar, 1960, pp. 43-294.

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Alberto Diablo-, quienes contemplan con horror cómo se muestra ahora convertida en «un diablo muy feo e mucho es­pantable, que tenía los brazos sobre los condes (dos nobles ajusticados por traidores y cuyas cenizas habían sido arrojadas al lago) y semejaba que les sacaba los corazones y los comía» 20.

A venturas similares le ocurren al joven príncipe Roboán, hijo del rey Zifar, en la cuarta parte de la novela. Desde los dominios del emperador de Triguidia, Roboán es trasladado mis­teriosamente al imperio de las Insulas Dotadas, donde casa con la emperatriz Nobleza y vive feliz con ella durante un año. El diablo se aparece entonces a Roboán disfrazado de hermosísima dueña y le induce por tres veces a que pida a la emperatriz otros tantos dones que guardaba en secreto, por lo que se pro­duce la separación de los esposos y la vuelta de Roboán a Tri­guidia. Allí, en compañía de su amigo el emperador, que ha pa­sado antes por idéntica experiencia, Roboán contempla al de­monio, que aparece con el mismo aspecto de mujer hermosa con que había engañado a ambos. El diablo se burla de los dos, pero ellos le maldicen y al punto recuperan la facultad de la risa, que habían perdido al ser expulsados de las Insulas Do­tadas 21.

El demonio en figura antropomórfica repulsiva

Las descripciones del demonio bajo apariencia humana mons­truosamente deformada son menos numerosas que las anteriores, pero tienen mayor interés para nosotros, pues revelan cómo ima­ginaban al espíritu del mal las gentes sencillas de la época me­dieval.

El texto literario más representativo al respecto pertenece a una vieja obrita -tan breve como desconocida- de principios del siglo XJV, La visión de Filiberto, en la que el monje de este nombre refiere una espantosa pesadilla. Filiberto descubre un cadáver invadido ya por los gusanos y a su lado el alma, que le reprocha haberse condenado por su culpa. Tras una larga discu­sión entre ambos acerca de quién ha sido el causante de la des-

20 El Caballero Zifar, cap. 116, p. 123. 21 Ibídem, caps. 206 al 214, pp. 385-408, donde se narra este episodio

protagonizado por Roboán.

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gracia 22 aparecen unos demonios qlle se llevan el alma consigo, sin que para nada valgan ahora las apelaciones a la misericor dia de Dios. Lo más interesante para nosotros es la forma en que se refiere la visión de los demonios, con todo su alucinante cortejo de tremendismos, dignos de figurar en las escenas que se esculpían por entonces en las sillerías de los coros catedralicios o en los relieves de cornisas y capiteles. El autor describe así a los diablos que interrumpen las razones del alma:

«Vinieron (a) caer súbitamente dos diablos muy espantosos, ne­gros más que pez y de viles formas ... y lanzaban llamas de azu­fre por la boca, y tenían los dientes de tres órdenes y así fieros y grandes como azadones; y por las ventanas de las narices no dejaban de caer gusanos ... y salir serpientes muy crueles y cule­bras como alacranes, que no dejaban de penar y de herir al áni­ma; y los ojos de ellos eran muy grandes, relucían con encendi­miento de fuego y tenían en las frentes cnemos y por los extre­mos de ellos no dejaba de manar veneno podrido que daba muy gran hedor"., pues sangre era de las ánimas que despedazaban con los dientes y tragaban y vomitaban la sangre por las orejas y por las gargantas; y traían en las manos horcas de hierro con garabatos, y las uñas que tenían en los pies eran semejantes a col­millos de puerco jabalí... y trabaron en un punto de ella con las uñas y las horcas y la lanzaron cerca del infierno» 23.

El texto conservado comienza con unas palabras de Filiberto, en las que califica su experiencia de «visión espiritual», 10 que nos recuerda las frecuentes visiones de esta misma naturalezA que describe Santa Teresa en el Libro de la Vida 24. También se

22 Estamos ante el mismo asunto ya tratado, a fines del siglo XII o principios del XIII, en la obra en verso titulada Disputa del alma y el cuerpo. Véase la ed. de don Ramón Menéndez Pidal en el tomo JI de sus obras completas, Textos Medievales Españoles, Madrid, Espasa-Calpe, 1976, pp. 165-168.

23 'fisión de Filiberto, ed. de José M. Octavio de Toledo en Zeitschrift fül' Ronumische Philologie, II, Tubinga, 1878, pp. 50-60. El texto que reproducimos se encuentra en las pp. 57-58.

24 Hay en Santa Teresa descripciones similares, aunque simplificadas, como aquella en la que la Santa contempla al demonio: «Estaba una vez en un oratorio y apal'ecióme hacia el lado izquierdo, de abominable fi­gura; en especial miré la boca, porque me habló, que la tenía espanta­ble. Parecía le salía una gran llama del cuerpo, que estaba toda clara sin sombra» (Vida, 31, 2); o aquella otra en la que refiere que los de­monios tomaban el cuerpo de un hombre muerto sin confesión, «y pare­cía que jugaban con él y hacían también justicias en él» (Vida, 38, 34).

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plantea, y de forma muy cruda, el problema teológico de la pre­destinación, cuando el alma condenada increpa a Dios con ren­cor y exclama: «¡Ay, quién nunca fuese nacida, ay de mí! ¿Para qué me hiciste, mi señor Dios, a tu figura, pues sabías que había de ser perdida? ¡Ay, mezquina! » 25.

Del mismo asunto se ocupa otra obra anónima -esta vez en verso- de finales del siglo XIV, La revelación de un ermita­ño. El alma reprocha al cuerpo su mala conducta y sigue una querella entre un ángel y un diablo, que termina con la victoria del ángel y el triunfo de la misericordia divina, al revés de lo que ocurría en La visión de Filiberto, con lo que el alma se sal­va. Aparece también en el poema la referencia al demonio:

«Ellos estando en esta porfía salió un diablo negro de una espesura, gesto espantable, de mala figura, tenazas de hierro en la mano traía» 26;

aunque en este caso no se recargan las tintas en los rasgos es­pantosos del diablo, que no se describen, sino que se apuntan genéricamente 27.

El demonio metamorfoseado

Son poco frecuentes las noticias literarias de los casos en los que el demonio adopta deliberadamente, y con intención de ha-

y sobre la misma cuestión, si no en cuanto al aspecto terrorífico del de­monio ,sí al menos en cuanto a la repulsión que le inspira, hay que recordar otra ocasión en que la Santa lo descubre aproximándose a don­de ella estaba, con la apariencia extraña de «una cosa a manera de sapo grande, con mucha más ligereza que ellos suelen andan> (Vida, 7, 8).

2S Visión de Filiberto, ed. cit., p. 56. 26 Revelación de un ermitaño, estro 12, vv. a-d; ed. de Florencio Ja­

ner en Poetas Castellanos anteriores al siglo XV, BAE, LVII, Madrid, 1952, pp. 387-388.

27 Otra descripción del infierno como lugar de horrores y de los dia­blos como seres terribles que dominan este mundo espantoso, avivando continuamente los tormentos de los condenados, la tenemos en la obra titulada Espe;o del Alma, del agustino Fr. Lope Fernández Minaya. Véase en la ed. del P. Fernando Rubio en Prosistas Castellanos del siglo XV, II, BAE, CLXXI, Madrid, 1964, pp. 217-262. La descripción a la que nos referimos aparece en la parte 2.", libro 1.0, caps. VI y VII, pp. 227-229. Alguna relación con estos pasajes tiene lo que Santa Teresa escribe en Vida, 32, 1-3, a propósito de una visión espantosa, en la que contem­pló el infierno y las penas que allí se padecen.

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cel'se pasar por tal, la imagen de .una persona conocida. Otra modalidad de esta conducta es aquella en la que el mal espíritu se muestra en apariencia de animal.

El ejemplo más concreto de esta última fórmula nos 10 ofre­ce Berceo en el milagro de «El clérigo embriagado». El demonio acomete por tres veces al imprudente religioso, adoptando suce­sivamente las formas de un toro bravo, de un perro rabioso y de un león rugiente 28. Santa María acude en ayuda de su devo­to y amenaza las tres veces al diablo con energía, hasta hacerle huir definitivamente 29. Otro relato, en parte similar, se encuen­tra en el libro de los Castigos e Documentos. El diablo, disfra­~ado de mujer, se aparece a un ermitaño para tentarle, y cuando, vencida su virtud, el monje se dispone a pecar, el demonio toma forma de cabrón y se encarama a una viga desde donde se burla del ermitaño, quien reconoce entonces su pecado y hace peni­tencia 30.

Muy distinta es la metamorfosis, de la que se ocupa también Berceo en el milagro de «El romero de Santiago» 31. El demonio

28 Milagros de Nuestra Sei'iora, XX, estrofas 466-467, 470-472 Y 473-476, respectivamente. Una metamorfosis variable como ésta nos la narra Berceo en su Vida de Santo Domingo, estrofas 315-333, cuando habla de la tentación sufrida por la virgen Santa Oria, a quien el demonio se pre­senta en figura de serpiente, que cambia continuamente de actitud, tama­ño y posición. Observemos, por otra parte, el paralelismo de esta lucha de la Virgen contra el demonio cambiante (de toro a perro o a león), con el asunto al que se refiere el octavo de los trabajos del legendario Hércules, aquel en que el héroe ha de luchar contra el gigantesco rey Teleo o Ateleo, que era un gran mago y que, mediante sus artes mágicas, se iba tornando sucesivamente en serpiente, toro bravo y otros animales feroces, obligando a Hércules a continuas y diferentes luchas, en las que siempre vence. Esta historia la encontramos, entre otros lugares litera­rios, en el título XLI de las Sumas de Historia Troyana de Leomarte, ed. de Agapito Rey, Anejo XV de la RFE, Madrid, 1932, p. 123.

29 En cuanto al contraste que comentamos, entre la conducta de la Virgen con respecto al demonio y al fraile, véase cómo Santa María se cnfrenta al león-demonio «con un palo en mano, para al león heril'» (es­trofa 476c), y luego conduce amorosamente al clérigo beodo hasta su lecho, donde le arropa y le atiende solícita (estrofas 482-483).

30 El asunto de este cuento, con alguna variante, es el mismo que ser­virá en el siglo xv a Rodrigo Cota para su Diálogo entre el Amor)' un viejo, en el que el personaje del Amor viene a ser un símbolo del demo· nio tentador. Véase esta obra de Cota en ed. de Guillermo Díaz Plaja, en su Antología Mayor de la Literatura Española, Barcelona, Labor, 1969, tomo r, pp. 812-819.

31 Milagros de Nuestra SeFíora, VIII, estrofas 182-219.

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engaña ahora al joven Guiraldo (que peregrina a Compostela y que ha sucumbido ante la tentación carnal), presentándosele nada menos que bajo la apariencia del santo patrón de España. El falso hijo de Zebedeo reprocha a Guiraldo su pecado, y as­tutamente le impone una penitencia que le acarrea su ruina:

Dijo el falso Jacob: «Este es el juicio: que te cortes los miembros que hacen el fornicio» (Est. 192ab),

con lo que Guiraldo muere al mutilarse y los demonios conducen su alma al infierno. Pero la Virgen, los ángeles y el verdadero Santiago, que discute acaloradamente con los malos espíritus, estorban este propósito y el joven peregrino resucitará para ha­cer penitencia por el pecado cometido.

En cuanto a la aparición del diablo en figura de un personaje conocido, la muestra más clara la tenemos en una obra dispara­tada (por su contenido absolutamente inverosímil) de la primera mitad del siglo xv, La Crónica Sarracina, de Pedro del Corral 32.

Los capítulos finales de esta increíble historia se refieren a la penitencia del desventurado rey don Rodrigo en tierras de Por­tugal, después de su derrota en el río Guadalete, para expiar el pecado de su adulterio con la Cava, que ha sido la causa de la pérdida de España. Al principio de su penitencia el demonio pretende engañar al rey y se le aparece en figura de ermitaño, pero Satanás no tendrá éxito en su intento. Otro engaño del diablo consiste en mostrarse de nuevo al rey, esta vez como si fuera el conde don Julián, con mucha compañía de gente arma­da, que le induce a que vuelva a luchar por la reconquista de España. Fracasada esta segunda, la tercera tentativa del demo­nio para vencer al rey se produce al presentarse ahora bajo la apariencia de una hermosa y tentadora mujer (la Cava), cuya imagen excita la lujuria adormecida de don Rodrigo, tanto más cuanto que le dice haber recibido una revelación divina que le ordena unirse carnalmente a él, con la promesa de que de este

32 Utilizamos la ed. fragmentaria de don Ramón Menéndez Pidal en Floresta de leyendas heroicas españolas, tomo 1, dedicado a «Rodrigo, el último Godo», Madrid, Espasa-Calpe (Clásicos Castellanos), 1973, pá­ginas 49-140. El contenido de esta obra, absolutamente fantástico e inve­rosímil, y muy alejado del respeto a la verdad que requiere el género histórico, hace que Pérez de Guzmán la califique de «(rufa o mentira paladina» en el prólogo de sus Generaciones y Semblanzas.

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ayuntamiento ha de nacer un hijo .que tendrá toda la tierra su­jeta a su poderío. Tres veces está el rey a punto de sucumbir a la tentación, pero logra superarla, recordando cómo Dios le ha­bía puesto sobre aviso acerca de la verdadera naturaleza de estas apariciones. Al final del proceso don Rodrigo hace sobre su fren­te la señal de la cruz, y en este momento, según imagina la men­te alucinada de Corral, se manifiesta con efectos tremendistas la personalidad del tentador, que se retira derrotado:

«En aquella hora se dejó caer la falsa Cava por aquellas rocas ayuso contra la mar, que parecía que el mundo se venía abajo; y del golpe que dio en el agua sobrepujó tanto la mar, que allí do estaba en el oratorio se mojó el Rey, y quedó tan espantado, que por una hora no pudo tornar tU su entendimiento» ".

El demonio oculto en animales monstruosos

Al margen de otras noticias secundarias al respecto, hay en nuestra literatma cuatro pasajes de enorme interés, en los que el demonio actúa escondido en el cuerpo de grandes animales. En estos casos, las fuerzas, ya de por sí extraordinarias que tiene el monstruo, se ven asombrosamente acrecentadas cuando el es­píritu maligno toma posesión de él.

En orden cronológico, la primera de estas historias se en­cuentra en La gran conquista de Ultramar 34, larguísima narra­ción novelada de las Cruzadas, conocida en lengua castellana desde fines del siglo XIII, y sobre cuyo fondo histórico se mez­clan innumerables episodios fantásticos como el que ahora nos ocupa. Una expedición de cristianos liberados de la cautividad viaja por tierras de Palestina en compañía del joven príncipe árabe COl'valán. En el camino tropezarán con un dragón o ser­piente monstruosa que vive en lo alto de un monte desde la época del rey Herodes. La condición pacífica de la fiera se ha-

33 Todo este largo episodio 10 encontramos en los caps. 241 a 252, pp. 121-130, de la ed. cito de Menéndez Pida!' Nótese el paralelismo (in­cluido el sentido ascendente de la tentación y la desaparición final del tentador) entre este triple acercamiento del demonio a don Rodrigo y las tentaciones sufridas por Jesús tras su ayuno de cuarenta días en el desierto (Mt 4,1-11 y Lc 4,1-13).

34 La gran Conquista de Ultramar, ed. de Pascual de Gayangos, BAE, XLIV, Madrid, 1951. El episodio del que ahora tratamos se encuentra en el Libro II, caps. 243 al 251, pp. 305-311.

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bía tornado terrible al llegar a Tierra Santa las huestes de Pedro el Ermitaño, pues «entonces entró el diablo en ella por la vo­luntad de Dios» 35. Cuando el dragón devora a un cristiano lla­mado Arnoldo, su hermano Baldovín obtiene permiso para su­bir al monte y enfrentarse con él. Los clérigos presentes piden la ayuda de Dios para Baldovín, y uno de ellos, el abad de San­danís, le entrega una carta o nómina donde estaban escritos los nombres sagrados de Dios 36, de la que se servirá Baldovín como talismán protector contra el diablo que mora en la fiera. A las voces del caballero ésta despierta de su letargo y se le aproxima con la actitud amenazante que refleja el texto:

«Levantó~e recia, y extendiéndose con gran saña, mirólo tan fieramente que le tembló toda la carne. Y cuando la vio Baldo­vÍn huyera muy de grado si pudiese; mas la sierpe salió ele la peña, la garganta abierta y dio salto en él; e hizo él luego el signo de la cruz y dijo así: que la conjuraba por Dios y por sus santos que no hubiese poder sobre él. Luego le echó un dardo; mas tanto tenía ella el cuero duro, que no le hizo ningún mal... ca por el diablo que tenía en el cuerpo era muy fuerte y ligera; y con la gran saña ... dio ella una voz tan grande que tembló el monte y el aire todo alrededor del monte de diez leguas» 37.

Baldovín conseguirá introducir su espada por la boca del dragón, impidiéndole así coger nada entre sus dientes. Y al pro­nunciar en voz alta los nombres de Dios, el espíritu maligno ha de salir del monstruo, cuyas fuerzas quedan entonces conside­rablemente mermadas. El esforzado caballero contempla la sa­lida del demonio de la fiera: «y vióle Baldovín al diablo salir de ella en semejanza de cuerpo» 38, y los efectos que acaecen:

3S Adviértase aquÍ cómo la maldad no procede del animal en sí -por grandes que sean sus dimensiones-, sino del demonio que ha penetra­do en él, porque Dios lo permite, aspecto este último sobre el que vol­veremos más adelante.

36 «Nómina» significaba antiguamente «reliquia en que estaban escri­tos nombres de santos», DRAE, acepción 4. Sobre este tipo de reliquias o elementos protectores contra males diversos, véase lo que escribe E. LLAMAS: «Santa Teresa de Jesús y la religiosidad popular», en Perfil histórico de Santa Teresa, Madrid, Editorial de Espiritualidad, 1982, p. 76.

37 La gran Conquista de Ultramar, ed. cit., Libro n, cap. 245, p. 309. 38 Ibídem, 11, 247, p. 309.

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«Después que el diablo salió de la sierpe '" levantóse un tor­bellino negro y muy espeso y descendió sobre la gente de Corva­lán y perdieron todos la fuerza ... y cayeron en tierra despavo­ridos ... y paró se el torbellino sobre ellos ... y fueran todos per­didos sino por el abad de Sandanís y el obispo de Fores, que entendieron luego que aquello era obra de espíritu maligno, y fueron para ellos e hicieron la señal de la cruz y llamaron los altos nombres de Dios que ellos sabían ... y el diablo partióse luego de allí y fuése para el río y no supieron más qué se hizo y se deshizo aquella tempestad» 39.

Baldovín acabará con la vida del dragón, muy debilitado por la pérdida de sangre y por el abandono del demonio.

Igualmente importante es el episodio en el que el esforzado Amadís de Gaula, que se hace llamar ahora el Caballero de la Verde Espada, consigue matar al terrible Endriago, con el que se encuentra en su viaje marítimo a Constantinopla, cuando su barco es arrojado por el viento a la Insu1a del Diablo 40. Este ser monstruoso era el fruto del abominable ayuntamiento carnal entre el gigante Bandaguido y su hija Bandaguida. Amadís escu­chará una descripción del Endriago comparable a las que encon­tranios en los relatos mitológicos. Habiéndose unido al gigante con su hija,

«aquella malaventurada noche fue engendrada una animalia por ordenanza de los diablos en quien ella y su padre y marido creían, de la forma que aquí oiréis. Tenía el cuerpo y el rostro cubierto de pelo y encima había conchas, tan fuertes que nin­guna arma las podía pasar, y las piernas y pies eran muy gruesos y recios. Tenía alas tan grandes que hasta los pies le cubrían y debajo de ellas le salían brazos muy fuertes así como los de león. y las manos tenía de hechura de águila con cinco dedos y las uñas fuertes y grandes ... dientes tenía dos en cada una de las quijadas, tan grandes que de la boca un codo le salían. Y los ojos grandes, muy bermejos como brasas, así que de muy lejos, siendo de noche, eran vistos y todas las gentes huían de él. Toda su holganza era matar hombres y las otras animalias vivas '" y echaba por las narices humo tan espantable que semejaba llamas de fuego, y daba unas voces roncas espantosas de oír ... era

39 Ibídem, II, 248, pp. 309-310, El desenlace es similar al de la des­aparición del diablo que tienta al rey Rodrigo, bajo la apariencia de la bella Cava.

40 Amadís de Gaula, ed. de Edwin B. Place, Madrid, CSIC, 1965, 4 vols. El episodio del Endriago que aquí comentamos se encuentra en el Libro III y ocupa todo el cap. LXXIII, pp. 792-807.

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tan espantoso cuando sacudía las conchas y hacía crujir los dien­tes y las alas, que no parecía sino que la tierra hacía estremecer» (pp. 794-795).

Pero aún habría de oír Amadís lo más grave sobre este ani­mal, cuando se le informa de que «la fuerza grande del pecado del gigante y de su hija causó que en él entrase el enemigo malo, que mucho en su fuerza y crudeza acrecienta», es decir, que es­taba poseído por el demonio. Por temor al Endriago, que había matado al nacer a la dueña que le dio de mamar y a sus propios padres poco después, la Insula del Diablo estaba deshabitada. El enfrentamiento entre Amadís y el monstruo es una lucha épi­ca desigual, en la que el héroe acaba venciendo a su adversario gracias al valor de su brazo y sobre todo por la virtud y la ora­ción que opone al poderío del demonio. Hay en el combate mo­mentos de incertidumbre, en los que se acentúa la fuerza de la posesión diabólica del Endriago, porque Amadís, caballero ena­morado al fin, recuerda a su amada Oriana, cuando solamente debería pensar en Dios y en su ayuda (pág. 800). Las instruc­ciones que da al escudero Gandalín, para que en caso de que muera en el lance lleve sus noticias a Oriana, parecen chocar con la costumbre cristiana de recurrir a Dios o a la Virgen en el momento del peligro. Sin embargo, Amadís es un buen cris­tiano que nunca olvida a Dios, y por eso encarga a Gandalín que rece retirado mientras él lucha, para que con la muerte del Endriago la Insu1a vuelva a ser poblada de gentes que honren a Nuestro Señor. Al final de la titánica pelea el caballero introdu­ce su lanza por el ojo del monstruo y le causa la muerte, coinci­(Hendo con ella la salida del demonio que albergaba, circunstan­cia que anota con puntualidad el autor: «Quiero que sepáis que antes que el alma le saliese (al Endriago), salió por su boca el diablo y fue por el aire con gran tronido» (pág. 802).

El tercer caso de animal poseído por el demonio aparece en la Vida de San Isidoro, del Arcipreste de Talavera. De regreso de un concilio en el que ha participado se le informa al ar­zobispo Isidoro de la existencia de un terrorífico dragón que siembra el pánico en Córdoba y en su comarca. La bestia es -de acuerdo con la leyenda- el recuerdo que ha dejado allí Mahoma, sobre cuya supuesta estancia en Andalucía y sus rela-

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ciones con el diablo se extiende el autor 41. San Isidoro se en­frenta al dragón, que el arcipreste describe con los rasgos acos" tumbrados:

«y llegando San Isidoro a un lugar llamado Olalla, aparecióle una espantable serpiente muy fea, que lanzaba por su boca tan gran llama y tan arrebatada, que hacía tan gran ruido como si fuera arroyo que descendía por algunos montes con gran sonido.»

La señal de la cruz, como siempre, es la mejor arma contra la fiera, a la que el santo ordena alejarse en nombre de Jesu­cristo: «y oyendo esto la serpiente fuese luego dando muy gran­des silbos y haciendo muy gran lUido y nunca apareció más» (página 1 03). Falta la afirmación explícita de que el dragón es­tuviera endemoniado, pero esto se deduce del contexto general del episodio y de los signos y conjuros que San Isidoro utiliza para domeñarlo.

Al último período del siglo xv, aunque proceda de la tradi­ción anterior, pertenece una muestra de la literatura aljamiado­morisca (escrita en romance castellano, pero con caracteres ára­bes) que ahora nos interesa. Se trata de un conjunto de narra­ciones épico-tradicionales, agrupadas bajo el título de El Libro de las Batallas 42. En la obra aparecen con frecuencia los espíri­tus malignos, que reciben el nombre de «assaytanes». Entre los últimos relatos, uno de ellos, «El alcázar de oro y la histo­ria de la culebra», habla de Mahoma y de sus familiares, que aquí no se relacionan con los demonios, sino que se enfrentan a ellos. El guerrero Alí, yerno del profeta y héroe árabe por an­tonomasia, habrá de luchar contra el enorme dragón que mora en un castillo encantado (el alcázar de oro), todo él construido

41 Alfonso MARTÍNEZ DE TOLEDO (Arcipreste de Talavera): Vida de San Isidoro, ed. (conjunta con la de la Vida de San Ildefonso) del P. José Madoz, Madrid, Espasa-Calpe (Clásicos Castellanos), 1962, pp. 67-161. El episodio del que ahora tratamos se encuentra al final del cap. XVII, pp. 102-103, cuya primera parte, pp. 99-101, habla de las supuestas re­laciones de Mahoma con el diablo, mientras el Profeta permaneció en tielTas de Andalucía.

42 El Libro de las Batallas, ed. de Alvaro Galmés de Fuentes, Madrid, Gredos (Colección de Literatura Española Aljamiado-Morisca), 1975. El relato que ahora nos ocupa, «EI-Alhadiz del 'Alkázar del Oro' y la es­toria de la kulebra kan 'AJí Ibnu Talib'», se encuentra en las pp. 326-344.

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del precioso metal. Los testigos describen con pavor al dragón o culebra cuando lo divisan a la entrada del castillo:

«Vimos una serpiente muy grande que sacaba su cabeza por la puerta del alcázar, abierta la boca que parecía una cueva. Y salían de su boca columnas de humo que quemaban lo que ha­bía alrededor ... y oímos el ruido como de trueno muy fuerte y se nos descubrió una sierpe muy grande, que venía una vez sobre su vientre y otra sobre sus espaldas» (p. 331).

Cuando el dragón sale del castillo lanza llamas de fuego por los ojos y expulsa humo espeso por su boca y nariz, con el que mata a todos los caballos presentes, menos al de Mahoma. Des­pués de que Alí ha peleado con una multitud de demonios que habitan en el interior del alcázar, Mahoma le ordena que los deje y que se prepare para matar al fiero dragón, que alberga al capitán de todos ellos. Alí le dará muerte tras un cruento com­bate, en el que se sirve de la espada del profeta y cuenta con la ayuda del ángel mensajero Jibril, el equivalente árabe del San Gabriel cristiano.

Las manifestaciones del demonio como «príncipe de las tinieblas»

Entre las formas que tiene el demonio de comparecer ante el hombre, la más solemne es la indicada en el título que enca­beza este apartado. El ejemplo más notable en nuestra literatura es el que narra Berceo en «El milagro de Teófilo» 43, la ceremo­nia de rendimiento de pleitesía al diablo, en el curso de la cual el malaventurado Teófilo firma y sella la carta de venta de su alma a Satanás a cambio de recuperar su antiguo valimiento con el obispo.

Tras describir los celos de Teófilo al verse postergado, se habla del mal consejero, el judío, sobre el que Berceo carga ne­gras tintas, diciendo que «Belcebú lo guiaba» (estrofa 722d) y que conocía todos los males, «ca con la hueste antigua había su cofradía» (estrofa 721d). De acuerdo con el judío comienzan los preparativos para la acción central. Se establece la cita con Teófilo para la medianoche, al amparo de la oscuridad y a una

43 Milagros de Nuestra Señora, XXIV, estrofas 703-866.

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hora cargada de supersticiosa significación; se fija el lugar para esta cita, una encrucijada ~~, y el judío ordena a Teófilo que se abstenga de hacer la señal de la cruz (estrofas 730-733). Recor­demos que la acción de santiguarse en los momentos de temor sirve siempre para dar ánimos al cristiano y como actitud de defensa frente a lo desconocido. Inmediatamente se describe el cortejo diabólico que se dirige al aquelarre:

«Vio a poca de hora venir muy grandes gentes, con ciriales en mano y con cirios ardientes, con su rey en medio, feos, que non lucientes. ¡Ya querría don Teófilo estar con sus parientes!» (Estr. 734.)

y la presentación de Teófilo ante Satanás, que preside el conci­liábulo y que escucha la exposición del judío sobre las cuitas y deseos de Teófilo. El demonio se muestra en principio reacio a prestar su ayuda y plantea antes sus condiciones al peticionario:

«Deniegue a su Cristo y a Santa María, hágame carta firme a mi placentería, ponga en ella su sello a la postremería, tornará en su grado con muy gran mejoría.» (Estr. 740.)

El pacto diabólico se consuma al firmar Teófilo la carta so­licitada por Satanás, quien cumple aparentemente su promesa, de modo que el clérigo recupera su anterior prestigio y conside­ración. En contrapartida, y como principio del camino para el arrepentimiento, aparecen signos acusadores de la mala acción de Teófilo, signos que el autor describe con fruidón y que res­ponden a oscuras creencias de la época, como la pérdida de la sombra, que se anuncia en la estrofa 743. Berceo se cuida de

44 Acerca de las encrucijadas y su consideración como lugares maldi­tos, escribe Brian Dutton que «se han considerado siempre de mal agüe­ro y siniestras. Desde la prehistoria se situaban ahí las horcas y las bru­jas recogían las hierbas que necesitaban para sus recetas. Es posible que la fama siniestra de las encrucijadas derive de los intentos fallidos de cultivar estos claros». Se refiere Dutton a que los caminos se trazaban por tierras incultivables, por eso mismo destinadas a este menester. Con mayor motivo la encrucijada -cruce de dos caminos- es terreno total­mente improductivo y, por tanto, según la creencia popular, un lugar maldito. Véase la ed. de los Milagros de Nuestra Señora de Brian Dut­ton, Londres-Madrid, Tamesis Books Limited, 1971, p. 73, en nota al ver­so 147 a, en el milagro de «El ladrón el0vOtO», ahorcado en una encru­cijada, que también se puede aplicar al verso 733b que ahora nos ocupa.

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aclarar que la vuelta de Teófilo a su anterior estado se debe ex­clusivamente a la voluntad de Dios, y de ninguna manera al po­der del demonio 45.

Los demás ejemplos literarios de aquelarres suelen corres­ponder a repeticiones de este famoso milagro 46 o a variantes del mismo 47. Pero hay uno especialmente Cl1l'ioso por la actitud de su protagonista. Se trata del ejemplo del judío que presencia por azar una reunión de demonios que adoran a su caudillo. A pe­sar ele no ser cristiano, al hacer la señal de la cruz los malos espíritus dejan de atacar a nuestro personaje. En el curso de este acto de homenaje a Lucifer los diablos presentes van con­fesando sus {(hazañas», lo que da lugar a una escena que nos recuerda la reunión en el patio sevillano de Monipodio, tal como Cervantes la relata en el Rinconete y Cortadillo, cuando cada uno de los pícaros da cuenta de las fechorías que ha cometido durante la jornada. El judío abrazará la fe cristiana y puede ad­vertir a un obispo de los peligros que le amenazan, al haber oído a los demonios cómo piensan someterle a las tentaciones 48.

45 Tenemos aquí formulada la idea de que los poderes del demonio están siempre supeditados al infinito de Dios, de suerte que los malos espíritus sólo actúan por permisión divina. Y lo mismo podemos decir de los magos, brujas, hadas o genios -buenos o malos- que aparecen con alguna frecuencia en la literatura. Sobre este asunto de los límites señalados para la actuación de los demonios hablan escritores autoriza­dos, como el Antipapa Luna en su Libro de las consolaciones de la vida humana, cap. XIV (ed. de Pascual de Gayangos, Escritores en prosa an­teriores al siglo XV, BAE, LI, Madrid, 1952, pp. 563-602; la referencia a este aspecto en p. 598), Y el dominico Fr. Lope de Barrientos en su Tratado de la adivinanza, cap. 11 (ed. del P. Luis A. Getino en Vida y obras de Fr. Lope de Barrientos, Salamanca, Anales Salmantinos, 1, 1927, pp. 89-179; la referencia a 10 que ahora tratamos en la p. 112).

46 Enxemplos por A.B.C., núm. 261, y Espéculo de los Legos, capí­tulo LV, núm. 361, ed. de José María Mohedano Fuertes, Madrid, CSIC, 1951, pp. 264-265.

47 Similar al de Teófilo es el milagro narrado en el Libro de los En­xemplos por A.B.C., núm. 23, y en el Espéculo de los Legos, núm. 187, en los que el pacto con el demonio facilitará a un joven el matrimonio con su amada. Las oraciones posteriores de ésta y los esfuerzos de San Basilio logran, en este caso, el arrepentimiento del mancebo y la ruptura del pacto fatídico. Otras noticias sobre ceremonias de adoración al de­monio aparecen en los ejemplos 355 y 528 del ya citado Espéculo de los Legos.

48 Espéculo de los Legos, núm. 137.

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LAS RELACIONES DEL HOMBRE CON EL DEMONIO

En las notas anteriores hemos hablado de las diferentes ma· neras en que el demonio puede comparecer ante los hombres. Nos queda por ver un segundo aspecto de la cuestión, acaso tan interesante como el primero, el que se refiere a las relaciones que se establecen entre el hombre y el maligno cuando este úl­timo es utilizado o requerido por aquél.

A veces el espíritu del mal se humilla ante la santidad de ciertos hombres, como ocurre en el milagro de San Antidio, don­de se narra que este obispo pudo utilizar a un demonio como extraña cabalgadura, sobre la cual cubrió rápidamente la distan­cia existente entre Roma y su propia diócesis para amonestar al Papa por un pecado que ha cometido, y del que San Antidio tenía noticias por los mismos diablos 49.

El hombre solicita en ocasiones el concurso del demonio y pretende utilizarlo con propósitos normalmente inconfesables. La literatura española relata sucesos de esta naturaleza, en los que a través de la intervención diabólica se esperan favores que escapan de las posibilidades humanas. La misma conducta de Teófilo tiene bastante que ver con estas premisas, aunque haya­mos preferido tratarla al hablar de la representación del de­monio.

El malvado Duque de Sajonia, en La gran conquista de Ul­tramar, al pelear en un juicio de Dios contra el Caballero del Cisne y sentirse vencido increpa a grandes voces a Dios dicien­do «que no creía en El, mas que se acomendaba al diablo ... y que le rogaba que le viniese a ayudar... y que de allí adelante se otorgaba por suyo» 50. Y en esta misma obra la reina mora Halabra posee dotes de adivinación, pues los malos espíritus «le respondían a 10 que ella les preguntaba» 51, por donde pudo co­nocer el nacimiento de Godofredo de Bouil1on y de sus herma-

49 La narración de este curiosísimo milagro se encuentra en el capí­tulo 362 de la Primera Crónica General dirigida por el Rey Sabio; ed. de R. Menéndez Pida! y Antonio García So!alinde, Madrid, Gredos, 1955, tomo r, p. 206.

50 La gran Conquista de Ultramar, Libro 1, cap. 79, p. 48. 51 Ibídem, 1, 166, p. 101.

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nos, que lanta importancia tendrían en la empresa de la Primera Cruzada.

Diversas relaciones con el demonio tienen algunos persona­jes del Amadís de Gaula, como Arca1aús el Encantador, cuyas maldades proceden de la protección que le dispensa el diablo 52,

o los gigantes Famongomadán y su hijo Basagante, servidores del demonio que habitaba en el ídolo del Lago Hirviente, al que ofrecían la sangre de inocentes doncellas 53.

Por su parte, el Arcipreste de Talavera nos cuenta la histo­ria del ermitaño nigromántico que engañaba a la población de Valencia. El fingido santo tenía tratos con el demonio, del que se servía para atraer a las mujeres, con las que mantenía turbias relaciones. En una cámara secreta él y un amigo suyo «hacían sus invocaciones a los demonios», y contrataron a un pintor para que representase la figura de Satanás. Al denunciar el pin­tor estos hechos, el falso ermitaño fue condenado a la hoguera 54.

Gutierre Díez de Games, en la Crónica de don Pero Niño, habla del sabio Merlín, el legendario personaje de los relatos artúricos, y de sus pretendidos contactos con el diablo, que le había mostrado muchos acontecimientos que habrían de suceder en el futuro 55.

Más graves son las imputaciones que se hacen a personajes históricos relevantes acerca de los presuntos tratos que mantie­nen con el demonio.

y hay que empezar al respecto aludiendo a don Enrique de Aragón, el famoso Marqués de Villena, de cuya afición a la as­trología y a las artes mágicas hablan los historiadores de la se­gunda mitad del siglo xv en términos que dejan entrever la sos­pecha de que don Enrique tenía relaciones con el demonio 56.

52 Amadís de Cauta, Libro 1, cap. XVIII, p. 170. 53 Ibídem, II, LV, p. 460. " Alfonso MARTÍNEZ DE TOLEDO (Arcipreste de Talavera): Et Corba­

cho, cuarta parte, cap. 1; ed. de Joaquín Gonzalo Muela, Madrid, Cas­talia, 1970, p. 242.

55 Gutierl'e DíEZ DE GAMES: El Victoriat, o Crónica de don Pero Niño, Conde de &Ietna, 1: parte, cap. XIX; ed. de Juan de Mata Cm'riazo, Madrid, Espasa-Calpe, 1940, p. 68.

56 Véanse estos juicios a los que aludimos en F. PÉREZ DE GUZMÁN: Generaciones y Semblanzas, cap. XXVIII, y Crónica del Rey Don Juan el Segundo, año 28. cap. VIII; P. CARRILLO DE HUETE: Crónica del Hal­conero de Juan n, cap. CLXXVII, y Fr. L. de BARRIENTOS: Refundición de la Crónica del Halconero, cap. XCVI.

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Parecidas sospechas se dejaron caer sobre la persona del Condestable don Alvaro de Luna. Fernán Pérez de Guzmán se hace eco de los rumores que propalaban los enemigos de don Alvaro (envidiosos de su poder y de su ascendencia sobre el dé­bil monarca Juan JI), sobre la naturaleza vergonzosa de los la­zos existentes entre ambos personajes, en los que se insinuaba que el condestable tenía hechizada la voluntad del rey 57. Más explícita, aunque de modo indirecto, resulta en este sentido la propia Crónica de don Alvaro de Luna, cuando el autor repli­ca con energía a las acusaciones que le hacían sus enemigos al condestable y maestre de Santiago:

«E algunos de ellos le llamaban furia infernal, otros decían que era como el diablo, que nunca duerme ... Otras muchas cosas decían de él, las cuales se pueden tomar en buena o en mala parte, según el vaso en que cupieren y según las pasiones y aficiones de los oyentes. Y con estas y semejantes ... cosas que el insigne Maestre sabía industriar ... decían los maldicientes las cosas que aquí habemos dicho, y aun hasta decir que traía a su mandar la hueste antigua» 58.

La frase que cierra el capítulo, con la referencia inequívoca a los demonios, identificados con «la hueste antigua» 59, aclara el sentido último de las oscuras y sibilinas expresiones ante­riores.

Durante la Edad Media las acusaciones de prácticas mágicas y de relaciones con los diablos se utilizaron con frecuencia como armas arrojadizas contra los enemigos. Una muestra de esta conducta la acabamos de ver a propósito de don A varo de Luna, y otra, más despiadada y directa, la tenemos en el histo­riador Mosén Diego de Valera. En su Memorial de diversas ha­zañas, dedicado a los hechos del reinado de Enrique IV, Valera mantiene una actitud contraria al rey, ya que había sido parti-

57 Generaciones y Semblanzas, caps. XXXIII y XXXIV, dedicados al rey don Juan 11 y a don Alvaro de Luna, respectivamente.

58 Crónica de Don Alvaro de Luna (atribuida a su escudero Gonzalo Chacón), cap. XCI; ed. de Juan de Mata Caniazo, Madrid, Espasa-Calpe, 1940, pp. 273-274.

59 La «hueste antigua», o lo que es lo mismo, los demonios, estarían, supuestamente, al servicio de don Alvaro y de sus ambiciones. Recorde­mos que ya Berceo utiliza esta misma expresión al referirse al .iudío que aconseja a Teófilo cuando dice de él que «con la hueste antigua había su cofradía» (Milagros, XXIV, estrofa 721d).

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dario, sucesivamente, de sus hermanastros el príncipe don Al­fonso y la futura reina doña Isabel. Por ello el autor se ensaña con el Papa Paulo II, al que no perdona su actitud favorable al rey don Enrique, y contra el que lanza terribles acusaciones de trato con los nigrománticos y con el diablo. El mismo título del capítulo que le dedica, «De la muerte malaventurada del Papa Paulo Segundo», es ya bastante elocuente. Después de reprochar la vanidad del Pontífice muerto y el trato favorable que dispen­só al rey Enrique, habla de su torpe vida y de su amistad con los hechiceros. Y asegura que habiendo muerto el Papa inespe­radamente en su lecho, los servidores encontraron el cadáver empequeñecido y con el rostro desfigurado. Valera termina su diatriba contra Paulo 11 señalando que de él «se afirma tener en un anillo un espíritu familiar, por el cual muchas cosas sabía» 60.

y un caso parecido, aunque de mayor resonancia, es el que cuenta la leyenda urdida en torno al sabio religioso Gerberto de Aurillac, quien llegaría a ser Papa con el nombre de Silvestre 1I entre los años 999 y 1003, y de quien, después de su muerte, sus enemigos difundieron la especie de que había escalado el Supre­mo Pontificado gracias a un pacto con el demonio y de que ha­bía muerto dramáticamente mientras celebraba misa en la basí­lica romana de la Santa Cruz de Jerusalén, lugar en donde el diablo le habría estado esperando para cobrar el precio que am­bos estipularon en su trato 61. Al menos en dos ocasiones se hace eco la literatura española de esta leyenda. El Espéculo de los Legos, al tratar de los magos y hechiceros, señala escuetamente que Gerberto «hubo el Papado por arte de encantamiento», y ordenó al morir que de cortasen todos los miembros y los echa-

60 Diego de VALERA: Memorial de diversas hazañas, cap. LXIII; edi­ción de Cayetano RoseIl en Crónicas de los Reyes de Castilla, 111, BAE, LX, Madrid, 1953, pp. 3-95. El texto citado en la p. 62.

61 Sobre la fama póstuma de Silvestre II puede consultarse la inte­resante obra de Arturo GRAF: Miti, Leggende e Superstizioni del Medio Evo, reimpresión en New York, Burt Franklin, 1971, 2 vals., en cuyo tomo II el cap. 1.0, con el título de «La Leggenda di un Pontefice», está dedicado por completo a este personaje. De él también nos habla Me­néndez y Pelayo en su Historia de los Heterodoxos Españoles, Madrid, Editorial Católica (Biblioteca de Autores Cristianos), 1965, 2 vols., tomo 1, Libro 3.°, cap. VII.

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sen al diablo» 62, palabras que aluden a la supuesta orden elel Papa (cuando siente la muerte próxima) de que su cadávcr, pre­viamente troceado, fuese arrojado a las aguas del Tíber. Y Fer­nán Pérez de Guzmán, en el libro que titula Mal' de Historias, dice que Gerberto abandonó de niño el claustro «por engaño del diablo» y que se fue a España, a la ciudad de Sevilla, tierra en­tonces de moros, donde se «usaba de adivinaciones y encanta­mientos y nigromancia» 63. Habla después el autor de que Ger­berto hizo juramento de servil' al demonio pOl haber escapado con su ayuda de una persecución, y de que más tarde fue pro­movido al pontificado por deseo de su discípulo, el emperador Otón IlI, hecho éste históricamente cierto. En cualquier caso, de estas noticias se desprende que Pérez de Guzmán daría fácil crédito a las patrañas que han empañado la memoria de Silves­[re II, Ll\10 de los hombres más sabios y rectos de la Edad Me­dia europea.

Entre los intentos de servirse del diablo en beneficio propio, seguramente el ejemplo literario más notable es el que tenemos en la Tragicomedia de Calixto y Melibea 64. La vieja Celestina recaba la ayuda del demonio para vencer la virtud de Melibea y hacerla corresponder al amor que le profesa Calixto. No discu­tiremos sobre si este recurso es eficaz o no para lograr el obje­tivo perseguido, pues lo más probable es que Melibea se rinda al amor de Calixto por la sencilla y humana razón de que tam­bién ella está enamorada del mancebo.

Al final del auto lIT Celestina pronuncia un solemne conju­ro, con el que confía acomodar la voluntad de Satán a la suya propia. El principio del conjuro, la invocación grandilocuente al «triste Plutón», no 110S interesa demasiado. En la segunda parte aparece, como elemento central, la petición o mandato al demo­nio para que se envuelva en el hilado que piensa llevar a Meli­bea hasta que su corazón quede herido «del crudo y fuerte amor de Calixto». La vieja pronuncia sus palabras en un tono conmi-

62 Espéculo de los Legos, núm. 528a; ed. cit., p. 417. 6] Fernán PÉREZ DE GUZMÁN: Mar de Historias, cap. CI; ed. de

R. Foulché-Delbosc en RHi, XXVIII, 1913, pp. 442-622. La cita en p. 604. 64 Fernando de ROJAS: La Celestina o Tragicomedia de Calisto y Me­

libea, ed. de Manuel Criado del Val y G. D. Trotter, Madrid, CSIC, 1965. De ella tomamos las citas consignadas, sobre las que indicamos el auto y la página de procedencia.

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natorío, con el que pretende mostrar su propia superioridad so-bre el espíritu conjurado. Luego se verá que Celestina no está tan segura de obtener lo que ahora exige con voz firme 65, pero de momento se comporta como quien tiene -o cree tener­autoridad sobre el demonio. La última parte del conjuro mues­tra el precio que Celestina está dispuesta a pagar a cambio de la ayuda solicitada. Dirigiéndose a Plutón (la personificación de Satán) exclama: «y esto hecho, pide y demanda de mí a tu vo­luntad» (lH, pág. 78). Siguen después unas ridículas amenazas al diablo de la pobre Celestina -de quien probablemente se bur­la el autor en este pasaje- que nos recuerdan el episodio simi­lar que Juan de Mena relata en el Laberinto de Fortuna' 66. Pero 10 más llamativo son las palabras anteriores, en las que se en­cierra la formulación pura y simple de un auténtico pacto con el demonio, ya que éste podrá fijar libremente el precio de su ayuda. ¿Y qué otra cosa, sino el alma, puede apetecer el dlablo de un ser humano? He aquí, pues, cómo sin grandes rituales, sin testigos, sin cartas que se firman y sellan solemnemente, Celes­tina, de hecho, ha incurrido en el mismo pecado de Teófilo al prometer su alma a Satanás para que le ayude en sus propósitos sobre los amantes, de los que espera obtener un alto beneficio económico. Pero si el móvil que guía a Teófilo es el de recupe­rar su antiguo prestigio ante el obispo, Celestina actúa por un interés mucho más grosero, el que se deriva de su inmenso egoísmo.

Lo malo es que la vieja alcahueta habrá de satisfacer al dia­blo mucho antes de lo que piensa. Si Melibea se rinde ante el am01' de Calixto, también ella se ha rendido al demonio, a quien

os Buena prueba de ello son las reflexiones que se hace inmediata­mente después, cuando se dirige, sola, a casa de Melibea (Auto IV). y en dos ocasiones, en el curso de su primera entrevista con la doncella, dentro de este mismo Auto IV, tendrá que invocar secretamente al de­monio, al ver en serio peligro su embajada.

66 Juan de MENA: El Laberinto de Fortuna, coplas 238 a 267, corres­pondientes al episodio de la maga de Valladolid. Las amenazas que ésta profiere contra el demonio se encuentran en las coplas 250-251. Hay que destacar que también en este suceso histórico, sobre todo en la manipu­lación que hace la maga del cadáver (al que se le ha negado la sepul­tura eclesiástica) y del que obtendrá la respuesta a sus preguntas, se dan todos los indicios de la intervención del demonio, con ayuda del cual la mujer consigue lo que deseaba. Véase la edición de la obra a cargo de Louise Vasvari Fainberg, Madrid, Alhambra, 1976.

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cree tener dominado, siendo así la primera víctima de sus enga­ños. Y el demonio no tardará en cobrar la presa que se ha he­cho suya cuando Celestina muere solicitando, tan angustiosa como inútilmente: «j Confesión, confesión!» (XI, pág. 225).

Hay en la obra otro pasaje de interés, en el que se habla de las relaciones con los diablos. Se trata de la conversación con la que la astuta vieja corrompe a Pármeno, en el curso de la cual Celestina se refiere a su maestra en todas las malas artes que practica, a Claudina, la madre del criado, y a la autoridad que ejercía sobre los demonios, hasta el punto de que «no le osaban decir mentira», precisamente ellos, los malos espíritus, a los que la mentalidad popular tenía por los padres de la misma mentira:

«¿Qué más quieres, sino que los mismos diablos le habían mie­do? Atemorizados y espantados los tenía con las lurbadas voces que les daba. Así era de ellos conocida como tú en tu casa: tumbando venían unos sobre otros a su llamada. No le osaban de­cir mentira, según la fuerza con que los apremiaba» (VII, p. 135).

Nuestra exposición sobre las relaciones -casi siempre re­probables- entre el hombre y el demonio quedaría incompleta si 110 señaláramos una constante significativa que se advierte en la literatura española: la insistencia -y la preferencia- con que estas relaciones se atribuyen a los grupos sociorreligiosos marginales, las minorías judía y musulmana.

Con respecto al primero de estos grupos, tenemos una prue­ba concluyente en las acusaciones de esta índole que lanza Ber­ceo contra la mayor parte de los judíos que intervienen en sus relatos piadosos 67. Y por 10 que se refiere a los musulmanes, un ejemplo ilustrativo lo encontramos en el Poema de Fernán Gon­zález 68. La noche anterior al comienzo de la batalla de Hacinas aparece en el cielo una serpiente en llamas que llena de terror a los castellanos (estrofas 465-466). El conde don Fernando tran­quiliza a sus huestes diciendo que tal aparición es fruto de las artes y encantamientos de los moros, algunos de los cuales son expertos en la magia y procuran utilizar contra los cristianos las

67 Véase lo que escribe sobre este asunto Joel SAUGNIEUX: «El anti­semitismo de Berceo», en Literatura y espiritualidad españolas, Madrid, Prensa Española, 1974, pp. 143-188.

68 Poema de Fernán González, del que seguimos la ed. de Alonso Zamora Vicente, Madrid, Espasa-Calpe (Clásicos Castellanos), 1970.

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enseñanzas que reciben de los demonios (estrofas 474-475). y añade:

«Algún moro astroso que sabe encantar, hizo aquel diablo en sierpe figurar, por amor que pudiese a vos mal espantar, con este tal engaño cuidando nos turbar» (Estr. 476);

pero los cristianos -concluye el conde- no deben temer a éste ni a ningún otro diablo, pues Cristo acabó tiempo atrás con sus poderes (estrofa 477).

Este episodio aparece íntegramente prosificado en la Prime­ra Crónica General 69, la obra dirigida por el Rey Sabio, en la que se confirma esta constante que venimos comentando, pues poco antes dedica un capítulo entero -que pudiéramos llamar de propaganda antimusulmana- a denigrar al profeta Mahoma, atribuyéndole toda suerte de conocimientos mágicos y, por su­puesto, unos intensos contactos con el demonio 70.

Hemos visto en nuestro repaso los caracteres con los que se presenta a los demonios en los textos literarios y las relaciones que el hombre puede tener con los malos espíritus. Simplifican­do la cuestión, podríamos decir que en la primera parte de nues­tras notas hemos tratado de las apariciones voluntarias del de­monio, que interviene para tentar a los hombres o para someter­les a su posesión, mientras que en la segunda nos hemos ocupado de aquellos otros casos en los que la iniciativa parece proceder del hombre, por ser éste quien requiere el concurso del diablo.

Estas dos variantes de la intervención diabólica vienen a con­fluir, sin embargo, si consideramos que el demonio, enemigo por antonomasia del género humano, busca siempre la perdición de] hombre, sometiéndole a sus continuos engaños. Bajo esta pers­pectiva hay que considerar como una forma de tentación más -acaso la más sutil- los esfuerzos del hombre para dominar al demonio y utilizarle en su provecho. Al final, inexorablemente, Satanás convierte en servidores suyos a quienes esperaban ser-

69 Primera Crónica General, cap. 699, ed. cit., p. 402. 70 Ibídem, cap. 478, pp. 265-266.

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virse de él y esclaviza a todos los que -como escribe Cervan­tes, en clara alusión al dernonio- creen « lener amislad con quien no la tiene con nadie» 71 •

Frente a las acechanzas diabólicas, las gentes sencillas han buscado siempre protegerse utilizando diversos remedios. Algu­nos de éstos no tienen nada que ver con las prácticas religiosas, antes al contrario, están en franca contradicción con ellas. Son protecciones cuya supuesta eficacia se basa en creencias supers­ticiosas, como las que se mecionan en el Lapidario 72 del rey Al­fonso el Sabio, obra que habla de las virtudes de ciertas piedras que sirven para liberar de la posesión demoníaca a quien la su­fre o como talismán protector para evitarla. Sin embargo, 10 no1'" mal en el pueblo cristiano es que utilice contra el diablo las armas defensivas que le proporciona su religión. Sabe muy bien -y algunos escritores así lo confirman- que los demonios no actúan en virtud de un poder autónomo, sino porque Dios se lo permite, bien como castigo por los pecados de los hombres o bien como medio de probar la fortaleza de su fe. Por eso con­tinuamente, como recomiendan los autores literarios que tratan de estas materias 73, los cristianos recurren a la oración como medio más eficaz para verse libres de los ataques y peligros del demonio, cualquiera que sea la forma en que se presenten.

71 Persiles, Libro IV, cap. 13; ed. de Juan B. Avalle-Arce, Madrid, Castalia, 1969, p. 471.

72 Véase en la edición del Lapidario a cargo de Sagrario Rodríguez M. Montalvo, Madrid, Gredos, 1981, lo que se dice, por ejemplo, acerca de las piedras «goliztiz» (Aries, p. 24), «zamorat» (Tauro, p. 47), <<far­quidiuz» (Cáncer, p. 89) Y otras del Lapidario de Abolays.

73 Entre otros varios escritores, este tipo de recomendaciones las ha­cen los ya citados D. Pedro de Luna en el Libro de las consolaciones de la vida humana, cap. XIV, y Fr. Lope de Barrientos en su Tratado de la adivinanza, cap. II.