kuhn y el cambio científico cap. 1, pérez ransanz

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8 PÉREZ RANSANZ, Ana Rosa, Kuhn y el cambio científico. Fondo de Cultura Económica, México 1999. I. THOMAS S. KUHN Y LA "NUEVA" FILOSOFÍA DE LA CIENCIA LA NUEVA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA FRENTE A LA TRADICIÓN Una de las principales razones de que en el siglo XX Se haya desarrollado una disciplina filosófica específica, la filosofía de la ciencia, la encontramos en el supuesto de que la ciencia se distingue del resto de actividades culturales por haber adquirido un método especial, "el método científico", el cual constituye un modo privilegiado de conocer el mundo. Hasta los años cincuenta, dentro de la tradición anglosajona, los filósofos de la ciencia compartieron la idea de que los sorprendentes logros científicos -especialmente los de la física- se alcanzaban gracias a la aplicación de un poderoso conjunto de principios o reglas, tanto de razonamiento como de procedimiento, que permitían evaluar ob- jetivamente las hipótesis y teorías que se proponen en la actividad científica. Se pensaba que el método constituido por dichas reglas ofrecía, por decirlo así, un riguroso control de calidad de las hipótesis y teorías, junto con una forma de calibrar su éxito, que permitía a los científicos decidir con total acuerdo sobre su aceptación o rechazo. De aquí que la tarea central de la filosofía de la ciencia se haya concebido como la de formular con precisión las reglas del método que garantizaban la correcta práctica científica y el auténtico conocimiento. En otras palabras, el objetivo era codificar las reglas metodológicas que encerraban el núcleo de la racionalidad científica. Esta idea general sobre el método científico, común a las dos corrientes que conforman la filosofía "clásica" de la ciencia: el empirismo lógico y el racionalismo crítico, resulta severamente cuestionada -en los años sesenta- por una serie de concepciones que responden al interés por explicar cómo, de hecho, la ciencia cambia y se desarrolla. Estas concepciones surgen, por tanto, de una reflexión filosófica muy ligada a los análisis históricos de la práctica científica. Si bien es cierto que los autores de las primeras concepciones altemativas -entre los que destacan Norwood Hanson, Paul Feyerabend, Stephen Toulmin y, sobre todo, Thomas Kuhn- provienen de diversos campos y corrientes de pensamiento, todos ellos coinciden en poner en duda la existencia de un conjunto de reglas metodológicas del tipo que los filósofos clásicos habían estado buscando. Es entonces cuando comienza a perder su carácter hegemónico el supuesto de que la ciencia debe su enorme éxito a la aplicación de un método universal. El movimiento de los años sesenta ha sido identificado de varios modos: nueva filosofía de la ciencia, corriente historicista, teoreticismo, análisis de las cosmovisiones e, incluso, filosofía blanda de la ciencia. La denominación de "nueva filosofía de la ciencia", que persiste en la actualidad, destaca simplemente su oposición a las tesis básicas tanto del empirismo lógico como del racionalismo crítico, que ahora se consideran las

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Page 1: Kuhn y el cambio científico Cap. 1, Pérez Ransanz

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PÉREZ RANSANZ, Ana Rosa, Kuhn y el cambio científico. Fondo de Cultura

Económica, México 1999. I. THOMAS S. KUHN Y LA "NUEVA" FILOSOFÍA DE LA CIENCIA

LA NUEVA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA FRENTE A LA TRADICIÓN

Una de las principales razones de que en el siglo XX Se haya desarrollado una

disciplina filosófica específica, la filosofía de la ciencia, la encontramos en el supuesto de

que la ciencia se distingue del resto de actividades culturales por haber adquirido un

método especial, "el método científico", el cual constituye un modo privilegiado de conocer

el mundo. Hasta los años cincuenta, dentro de la tradición anglosajona, los filósofos de la

ciencia compartieron la idea de que los sorprendentes logros científicos -especialmente los

de la física- se alcanzaban gracias a la aplicación de un poderoso conjunto de principios o

reglas, tanto de razonamiento como de procedimiento, que permitían evaluar ob-

jetivamente las hipótesis y teorías que se proponen en la actividad científica. Se pensaba

que el método constituido por dichas reglas ofrecía, por decirlo así, un riguroso control de

calidad de las hipótesis y teorías, junto con una forma de calibrar su éxito, que permitía a

los científicos decidir con total acuerdo sobre su aceptación o rechazo. De aquí que la tarea

central de la filosofía de la ciencia se haya concebido como la de formular con precisión las

reglas del método que garantizaban la correcta práctica científica y el auténtico

conocimiento. En otras palabras, el objetivo era codificar las reglas metodológicas que

encerraban el núcleo de la racionalidad científica.

Esta idea general sobre el método científico, común a las dos corrientes que

conforman la filosofía "clásica" de la ciencia: el empirismo lógico y el racionalismo crítico,

resulta severamente cuestionada -en los años sesenta- por una serie de concepciones que

responden al interés por explicar cómo, de hecho, la ciencia cambia y se desarrolla. Estas

concepciones surgen, por tanto, de una reflexión filosófica muy ligada a los análisis

históricos de la práctica científica. Si bien es cierto que los autores de las primeras

concepciones altemativas -entre los que destacan Norwood Hanson, Paul Feyerabend,

Stephen Toulmin y, sobre todo, Thomas Kuhn- provienen de diversos campos y corrientes

de pensamiento, todos ellos coinciden en poner en duda la existencia de un conjunto de

reglas metodológicas del tipo que los filósofos clásicos habían estado buscando. Es

entonces cuando comienza a perder su carácter hegemónico el supuesto de que la ciencia

debe su enorme éxito a la aplicación de un método universal.

El movimiento de los años sesenta ha sido identificado de varios modos: nueva

filosofía de la ciencia, corriente historicista, teoreticismo, análisis de las cosmovisiones e,

incluso, filosofía blanda de la ciencia. La denominación de "nueva filosofía de la ciencia",

que persiste en la actualidad, destaca simplemente su oposición a las tesis básicas tanto

del empirismo lógico como del racionalismo crítico, que ahora se consideran las

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concepciones clásicas o tradicionales. El calificativo de "corriente historicista" obedece a

que en este enfoque la atención se concentra en la dinámica del proceso mediante el cual

cambia y evoluciona el conocimiento científico, más que en la estructura lógica de sus

resultados. En opinión de los nuevos filósofos, el análisis del desarrollo del conocimiento

exige tener en cuenta el modo como de hecho se trabaja en la ciencia, y sólo la

investigación histórica nos puede dar esa información. En consecuencia se otorga primacía,

como instrumento de análisis, a los estudios históricos frente a los análisis lógicos. EL

escaso uso de herramienta formal, característico de este enfoque, es lo que le ha valido el

título de "filosofía blanda de la ciencia".

La denominación de "teoreticistas" responde a otra de las tesis que comparten los

nuevos filósofos: toda observación, y en general toda experiencia, está "cargada de

teoría". No hay observaciones puras, neutras, independientes de toda perspectiva teórica.

En lugar de suponer que las observaciones proporcionan la base firme, los datos

absolutamente estables contra los cuales se ponen a prueba las teorías, se intenta mostrar

que los marcos teóricos contribuyen en buena medida a determinar qué es lo que se

observa. También se considera que la importancia de los datos varía en función de las

distintas perspectivas teóricas. Aunque desde luego se reconoce el papel central que tiene

la experiencia en la adquisición de conocimiento, se enfatiza que la mayor parte de la

investigación científica consiste en un intento por comprender la naturaleza en términos de

algún marco teórico presupuesto.

Estos dos aspectos, el enfoque histórico (contra la primacía del análisis lógico) y el

acento en el carácter teórico de la investigación (contra la existencia de una base empírica

neutral), conducen al cuestionamiento de la tajante distinción entre "contexto de des-

cubrimiento" y "contexto de justificación", distinción que está en el núcleo de las

concepciones clásicas. Pero sobre todo, conducen a la idea de que para entender qué es el

conocimiento -tarea de la epistemología- no basta considerar el "contexto de justificación".

Hans Reichenbach, uno de los principales representantes del empirismo lógico, quien en

1938 introdujo la distinción bajo esa nomenclatura, pretende marcar la diferencia entre los

procesos por los cuales los individuos llegan a concebir o descubrir nuevas hipótesis, y los

procesos por los cuales dichas hipótesis se evalúan y se justifican ante la comunidad de

especialistas. Las cuestiones que atañen a la racionalidad sólo se plantean en el segundo

contexto, el de la justificación o validación. Los factores involucrados en la producción

creativa de una idea son irrelevantes para la cuestión de si tenemos buenas razones para

aceptar o rechazar esa idea; dichos factores pueden ser estudiados por los psicólogos,

sociólogos, historiadores, biógrafos, etc., pero los resultados de esos estudios no son de

interés para la filosofía de la ciencia.

Reichenbach afirma que la epistemología -a la que identifica con la filosofía de la

ciencia- se distingue de la psicología en que la primera "intenta reconstruir los procesos de

pensamiento como deberían suceder si han de ser ordenados en un sistema coherente"

(Reichenbach, 1938, p. 5). Esto es, se busca reemplazar los procesos de pensamiento que

de hecho ocurren por series de pasos lógicamente justificados que conduzcan al mismo

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resultado; la epistemología trabaja entonces con "sustitutos lógicos" más que con procesos

de pensamiento efectivos. Por tanto, afirma este autor, "nunca será una objeción

permisible a una construcción epistemológica el que el pensamiento efectivo no se

conforme a ella" (ibid., p. 6). Esta reconstrucción lógica es, justamente, la reconstrucción

racional del conocimiento, reconstrucción que permite decidir si una hipótesis está

justificada por la evidencia empírica, y en consecuencia si es racional su aceptación.

Desde esta perspectiva clásica, resulta natural que sólo se examinen productos de

la investigación que se consideran terminados. El análisis lógico opera aquí

sincrónicamente, contentándose con "fotografías" del estado final de los sistemas

científicos. Este carácter estático del análisis está íntimamente relacionado con el carácter

universal que se otorga a la reconstrucción racional: al utilizar sólo métodos lógicos se

pretende que los resultados del análisis filosófico de la ciencia tengan una aplicación y

validez generales y, por tanto, un carácter definitivo. El filósofo debe reconstruir la

estructura lógica del lenguaje científico, de las leyes, de las teorías, de las explicaciones

que éstas ofrecen, así como la estructura de las relaciones de justificación entre las

hipótesis y la evidencia. Como señala Wolfgang Stegmüller, la idea era que "con métodos

lógicos sólo se puede llegar a aseveraciones válidas para todas las ciencias posibles"

(Stegmüller, 1973, p. 19). De esta manera, la atención exclusiva en la reconstrucción

lógica eliminaba del ámbito filosófico, como cuestiones no pertinentes, los procesos de

producción y desarrollo de los resultados científicos, así como la posible influencia de

"factores externos" -que no sean de tipo experimental o lógico- en la aceptación de dichos

resultados. Este conjunto de cuestiones se consideró como parte del contexto de

descubrimiento, contexto que era de la competencia de la historia, la psicología, la

sociología o la pragmática de la ciencia.

La distinción de contextos, así como la exclusiva importancia epistemológica del

contexto de justificación, fueron defendidas no sólo por los empiristas lógicos, cuyo

principal líder fundador es Rudolf Carnap, sino también por los racionalistas críticos en-

cabezados por Karl Popper. Si bien es cierto que las diferencias entre el empirismo lógico y

el racionalismo crítico son muchas y muy importantes -diferencias que incluso los

colocaron como enfoques rivales-, también es cierto que presentan acuerdos de fondo.

Pero sólo cuando surgió un enfoque radicalmente divergente, dentro de la misma tradición

anglosajona de pensamiento, se pudieron poner de relieve esos acuerdos básicos. Es decir,

la situación que prevalecía antes del surgimiento de la nueva filosofía de la ciencia podía

hacer pensar que coexistían dos concepciones básicamente distintas; sin embargo, el

contraste que establece la nueva perspectiva resalta los acuerdos de fondo entre las con-

cepciones clásicas, a la vez que permite acotar sus diferencias específicas. Como señala

Ian Hacking refiriéndose a Carnap y a Popper, "ellos discrepaban en mucho pero sólo

porque estaban de acuerdo en lo básico" (Hacking, 1983, p. 3).

En cuanto a las diferencias entre estos dos filósofos clásicos, la más importante se

encuentra precisamente en la manera de concebir y reconstruir el método científico.

Carnap defiende un método de justificación de tipo inductivo: partiendo de los enunciados

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de observación, que son la base segura (el fundamento) de nuestro conocimiento,

debemos establecer qué tan bien confirmada (justificada) queda una hipótesis de

aplicación más general. El problema de caracterizar formalmente la confirmación es, para

Carnap, el problema de construir una lógica de tipo inductivo que permita establecer qué

tanto apoyo (justificación) presta la evidencia empírica a las hipótesis generales. Se trata

entonces de formular un algoritmo que permita determinar, de acuerdo con los datos

disponibles, el grado preciso de justificación de cualquier hipótesis general. Este grado

indicaría la medida de la confianza que es razonable tener en una hipótesis.

La búsqueda de una lógica inductiva ha sido históricamente la vía más transitada en

el intento de formular las reglas de evaluación de las hipótesis científicas; sin embargo,

también han proliferado las objeciones a los distintos intentos. En el siglo XVIII, David

Hume, quien suponía que la existencia de una liga necesaria entre premisas y conclusión

era un requisito de todo argumento racional, afirmaba que no tenemos ninguna base para

aceptar los argumentos inductivos, ya que en ellos siempre es posible que las premisas

sean verdaderas y falsa la conclusión. En el siglo XIX, John Stuart Mill, quien estaba

convencido de que existían reglas para la inducción correcta, consideraba que el hecho de

que los lógicos no hubieran logrado formularlas explica que en ocasiones aceptemos

generalizaciones basadas en inducciones incorrectas. En el siglo XX, dentro del programa

del empirismo lógico, se abandona la exigencia de consecuencia necesaria para los

argumentos inductivos; se trata ahora de precisar el sentido o el grado, según el carácter

cualitativo o cuantitativo del análisis, en que la evidencia disponible confirma una hipótesis.

Dentro del análisis cuantitativo de la confirmación se ha recurrido a la teoría matemática

de la probabilidad, y también a una variante del enfoque probabilista basada en el teorema

de Bayes. Sin embargo, el problema de evaluar el grado de probabilidad que un cuerpo de

evidencia confiere a una hipótesis universal, problema que ocupó a Carnap hasta sus

últimos años, continúa siendo objeto de investigación (cf. Carnap, 1951; un tratamiento

clásico de la confirmación, de tipo cualitativo, es el de Hempel, 1945; una clara exposición

de las dificultades que enfrentan las lógicas inductivas se puede ver en Brown, 1988; un

examen de la evolución del análisis de la confirmación se encuentra en Pérez Ransanz,

1985b).

Popper, por su parte, es uno de los filósofos más convencidos de que el problema

de la inducción es irresoluble. Argumenta ampliamente que la inducción no puede ser un

método de justificación, y subraya que los enunciados que describen nuestras

observaciones también son corregibles, y en consecuencia no constituyen ningún

fundamento último de nuestro conocimiento, como pensaban los empiristas. Tampoco cree

que sea posible establecer fundamentos a priori, como suponían los racionalistas

tradicionales. La racionalidad, según Popper, no requiere de puntos de partida

incuestionables -pues no los hay-; se trata solamente de una cuestión de método: la

ciencia es una empresa racional porque la racionalidad reside en el proceso por el cual

sometemos a crítica y reemplazamos nuestras creencias. Frente al fracaso de los diversos

intentos por encontrar un algoritmo que nos permita decidir -de manera efectiva- cuándo

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debemos aceptar una hipótesis, Popper propone en cambio una serie de reglas

metodológicas que -a su juicio- nos permiten decidir cuándo debemos rechazarla.

La piedra de toque de la metodología popperiana está en la regla lógica del modus

tollens. Esta regla da lugar a inferencias estrictamente deductivas -las únicas seguras- que

permiten establecer la falsedad de hipótesis universales a partir de enunciados sobre

hechos singulares. Popper reconstruye el método científico como un método de conjetura

y refutación: se propone una conjetura (hipótesis) arriesgada de gran alcance, y se

deducen consecuencias observables que se ponen a prueba; si alguna de estas

consecuencias falla, la conjetura ha quedado refutada y debe rechazarse; en caso

contrario, se repite el proceso considerando otras consecuencias contrastables. Cuando

una hipótesis ha sobrevivido, a diversos intentos de refutación, se dice que está

"corroborada" pero esto no nos autoriza a afirmar que ha quedado justificada por la

evidencia empírica. La racionalidad de nuestras creencias no depende de su corroboración,

sino del estar siempre sujetas a revisión y expuestas a la refutación (cf. Popper, 1935,

capítulos 1 a 5; y 1963, capítulo 10).

Ahora bien, a pesar de las fuertes diferencias apuntadas, el empirismo lógico y el

racionalismo crítico coinciden, en primer lugar, en su objetivo básico: se trata de destilar lo

esencial del método científico y justificar nuestra confianza en él. En ambas concepciones

se supone que la pregunta por las reglas metodológicas -aquellas que garantizan la

correcta práctica científica y el auténtico conocimiento- conduce a los cánones universales

de racionalidad. Esto es, se parte de la idea de que en la situación de evaluación de

hipótesis todos los sujetos que manejan la misma evidencia (información) deben llegar a la

misma decisión, si proceden racionalmente. La racionalidad se concibe, entonces, como

enclavada en reglas de carácter universal, las cuales determinan las decisiones científicas;

el énfasis se pone en las relaciones lógicas que conectan las hipótesis con la evidencia, y

se minimiza el papel de los sujetos.

En cuanto a las tesis que configuran la concepción de ciencia que también

comparten los filósofos clásicos, se destacan las siguientes: 1) hay un criterio general de

demarcación que permite identificar lo que cuenta como ciencia; 2) es posible distinguir

con nitidez la teoría de la observación, y siempre existe una base de observación

relativamente neutral frente a hipótesis alternativas; 3) el desarrollo del conocimiento

científico es progresivo en el sentido de que tiende hacia la teoría correcta del mundo; 4)

las teorías científicas tienen una estructura deductiva bastante rígida; 5) los términos

científicos son definibles de manera precisa; 6) todas las ciencias empíricas, tanto

naturales como sociales, deben emplear básicamente el mismo método, y 7) hay una

distinción fundamental entre contexto de descubrimiento y contexto de justificación, y sólo

el segundo es importante para dar cuenta del conocimiento científico.

Esta lista condensa la concepción tradicional que constituyó el blanco de ataque del

movimiento filosófico de los años sesenta. La imagen de la ciencia como algo que a fin de

cuentas está fuera de la historia, y que gracias a su método resulta ser independiente de

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los sujetos que la producen -de sus intereses, prácticas, supuestos, condicionamientos,

interacciones, etc.- provocó la reacción de reivindicar la dimensión histórica, social y

pragmática de la empresa científica, y de explorar su impacto en la dimensión

metodológica.

Así, autores como Toulmin y Hanson parten de la idea de que para comprender una

teoría científica es necesario tomar en cuenta tanto aquello que se intenta resolver con

ella, su uso, como su proceso de evolución. No basta con reconstruir lógicamente teorías

que se consideran suficientemente desarrolladas. El análisis de una teoría debe tomar en

cuenta, de manera primordial, que la ciencia siempre se hace desde alguna perspectiva

determinada, desde cierta forma de ver e interactuar con el mundo, y esto significa que

"no hay una ciencia libre de presupuestos", una ciencia que se desarrolle en un aséptico

vacío de compromisos. De aquí el nombre de "análisis de las cosmovisiones” que también

ha recibido este enfoque alternativo.

Las teorías científicas se generan y desarrollan, siempre, dentro de un marco de

investigación más comprehensivo, un marco que abarca diversos tipos de compromisos o

supuestos básicos que comparte la comunidad de especialistas en un campo. De aquí que

las teorías no puedan cumplir el papel de unidades básicas de análisis en el estudio de la

ciencia -papel que les habían asignado los filósofos clásicos-, y se introduzcan unidades de

análisis más complejas, como son los marcos de compromisos o presupuestos. Un marco

de investigación comprende, para empezar, compromisos de tipo pragmático: cuál es el

interés en construir determinadas teorías y lo que se espera de ellas, es decir, qué

problemas deben resolver y a qué campo de fenómenos se pretenden aplicar. También

comprende compromisos de carácter ontológico: qué tipo de entidades y procesos se

pueden postular como existentes en el dominio de investigación; compromisos de carácter

epistemológico: a qué criterios se deben ajustar las hipótesis -que se proponen como

solución a problemas- para calificar como conocimiento; así como compromisos sobre

cuestiones de procedimiento: qué técnicas experimentales y qué herramientas formales se

consideran más adecuadas o confiables. El marco condiciona, incluso, la manera de

conceptualizar la experiencia y clasificar los fenómenos, ya que ante todo implica el

compromiso con un determinado esquema conceptual -sistema de categorías- y un

conjunto de principios teóricos (de aquí la oposición al supuesto de una base empírica

neutral).

Ahora bien, otra idea clave de este enfoque alternativo es que los marcos generales

de investigación también cambian. Si bien es cierto que de acuerdo con los distintos

autores estas unidades de análisis adquieren características peculiares y nombres dife-

rentes: paradigmas, programas de investigación, tradiciones científicas, teorías globales,

cosmovisiones, etc., también es cierto que todos ellos coinciden en que los

acontecimientos más importantes de la historia de la ciencia son aquellos que involucran

cambios en los marcos que guían la investigación en una disciplina. De aquí la

preocupación, que ha llegado a ser la preocupación central de muchos filósofos de la

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ciencia, por proponer modelos de desarrollo que den cuenta de los cambios más

profundos, y a más largo plazo, en el nivel de los compromisos básicos (o presupuestos)

de las comunidades científicas. Esto es, se vuelve imprescindible explicar el cambio de

paradigmas o marcos generales.

La tesis de que en el desarrollo científico ocurren cambios profundos, cambios que

revolucionan tanto la perspectiva teórica como las prácticas de una comunidad, cuyo

defensor más destacado es Thomas S. Kuhn, es una tesis que surge de la investigación

histórica. Kuhn intenta mostrar, con base en el estudio de casos de la historia de la ciencia,

la incapacidad de las metodologías ofrecidas hasta entonces -tanto inductivistas como

deductivistas- para explicar los grandes logros científicos. Este autor encuentra que buena

parte del proceder científico viola las reglas metodológicas propuestas tanto por los

empiristas lógicos como por los racionalistas críticos, y que ello no ha impedido el éxito de

la empresa científica. Esta objeción de falta de adecuación histórica revela un claro

desacuerdo con el carácter normativo del análisis metodológico, es decir, con la idea de

que la filosofía se ocupa de especificar cómo se debe hacer ciencia. Se establece entonces

la famosa controversia entre quienes consideran (los nuevos filósofos) que el objetivo es

entender la estructura del desarrollo científico y explicar los cambios que en él se generan,

y quienes consideran (los filósofos clásicos) que el objetivo es codificar los criterios y

procedimientos, de carácter universal, que regulan la correcta práctica científica.

Desde su perspectiva histórica, los nuevos filósofos encuentran que tanto los

criterios de evaluación de hipótesis como las normas de procedimiento también se

modifican con el desarrollo de las distintas tradiciones científicas. Esto es, los cambios en

los marcos de investigación-dentro de los cuales se desarrollan las teorías- implican

también cambios en los métodos. Pero entonces, si los métodos no son fijos ni

universalizables, una teoría acerca de la ciencia (que incluye una metodología) tiene que

poder dar cuenta de su evolución y diversidad. De aquí que la tarea se conciba ahora como

la de construir modelos de la dinámica científica que permitan explicar el cambio no sólo

en el nivel de las hipótesis y teorías (el nivel de los contenidos), sino también en el nivel de

los procedimientos experimentales y los criterios de evaluación (el nivel de los métodos).

Este profundo viraje en la manera de concebir el quehacer metodológico viene

acompañado de una aproximación distinta al problema de la racionalidad. En un enfoque

como éste, la vía para abordar el problema de la racionalidad científica es la investigación

empírica de sus mecanismos y resultados a través del tiempo. Los principios normativos y

evaluativos se deben extraer del registro histórico de la ciencia exitosa, en lugar de

importarlos de algún paradigma epistemológico preferido -sea de corte inductivo o

deductivo- y tomarlos como la base de "la reconstrucción racional", a priori, de la ciencia.

A este respecto, vale la pena citar extensamente el testimonio de Carl Hempel -uno

de los representantes más brillantes y creativos del empirismo lógico- sobre su encuentro

con las tesis de Kuhn. Este testimonio deja en claro el cambio de perspectiva que introdujo

Kuhn en la filosofía de la ciencia.

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Cuando conocí a Tom Kuhn en 1963, en el Centro para Estudios Avan-

zados en las Ciencias de la Conducta, me acerqué a sus ideas con desconfiada

curiosidad. Mis concepciones en aquel tiempo estaban fuertemente influidas por

el antinaturalismo de Carnap, Popper y pensadores afines pertenecientes o

cercanos al Círculo de Viena, quienes sostenían que la tarea propia de la

metodología y la filosofía de la ciencia era proporcionar "elucidaciones" o

"reconstrucciones racionales" de la forma y función del razonamiento científico.

Tales elucidaciones debían suministrar las normas o criterios de racionalidad

para el seguimiento de la investigación científica, y debían ser formulados con

rigurosa precisión mediante el aparato conceptual de la lógica [...]. El

acercamiento de Kuhn a la metodología de la ciencia era de una clase

radicalmente diferente: se dirigía a examinar los modos de pensamiento que dan

forma y dirigen la investigación, la formación y el cambio de teorías en la

práctica de la indagación científica pasada y presente. En cuanto a los criterios

de racionalidad propuestos por el empirismo lógico, Kuhn adoptó el punto de

vista de que si esos criterios tenían que ser infringidos aquí y allá, en instancias

de investigación que eran consideradas como correctas y productivas por la

comunidad pertinente de especialistas, entonces más nos valía cambiar nuestra

concepción sobre el proceder científico correcto, en lugar de rechazar la

investigación en cuestión como irracional. La perspectiva de Kuhn consiguió

atraerme cada vez más (Hempel, 1993, pp. 7-8).

También cabe mencionar que fue nada menos que el propio Carnap, como editor

asociado de la International Encyclopedia of Unified Science, quien recomendó con gran

entusiasmo la publicación de La estructura de las revoluciones científicas, el libro de Kuhn

que representa el parteaguas en el desarrollo de la filosofía de la ciencia. Lo cual no es

más que otra muestra de la aguda visión y gran capacidad de autocrítica por las que

siempre se distinguió este autor.

Hasta aquí hemos presentado en forma muy somera las tesis que constituyen el

principal común denominador de la "nueva" filosofía de la ciencia, planteando su

surgimiento por contraposición al núcleo de las concepciones clásicas. El propósito ha sido

bosquejar el ámbito de problemas y discusiones que, en buena medida, Kuhn contribuyó a

conformar, y dentro del cual está inserta su obra. En este primer acercamiento se ha

procurado destacar el sentido y la importancia que adquiere, bajo el nuevo enfoque, la

construcción de modelos que den cuenta del cambio científico, especialmente en el nivel

metodológico. Desde luego, cada una de las cuestiones mencionadas en esta sección intro-

ductoria tendrán que ser analizadas con mayor detenimiento.

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“LA ESTRUCTURA DE LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS”

Se puede afirmar, sin lugar a dudas, que el libro de Kuhn La estructura de las

revoluciones científicas (ERC, en adelante) es uno de los trabajos académicos más

influyentes de las últimas décadas. Una clara medida de su impacto social la da el hecho

de que desde su publicación, en 1962, se hayan vendido alrededor de un millón de

ejemplares, incluyendo sus traducciones a diecinueve idiomas. Otro indicador de este

impacto es la cantidad, prácticamente inmanejable, de bibliografía secundaria a que ha

dado lugar. También resulta revelador el que términos centrales característicos de este

texto, tales como ‘paradigma', 'ciencia normal' y 'revolución científica' hayan pasado a

formar parte del vocabulario corriente no sólo entre los estudiosos de la ciencia sino en las

mismas comunidades científicas, e incluso en medios menos académicos.

Analizada esta obra en perspectiva histórica, se puede ver que varias de las tesis

que ahí se defienden habían sido anticipadas por autores como P. Duhem, A. Koyré, E.

Meyerson, L. Fleck, B. L. Whorf, M. Polanyi, W. V. Quine y N. R. Hanson, entre otros. Sin

embargo, el gran mérito de Kuhn es haberlas articulado, junto con sus tesis más

originales, en una concepción global donde cristaliza una nueva imagen de la ciencia. La

agudeza, el vigor y la amplia documentación de los análisis kuhnianos, junto con sus

aportaciones de indudable originalidad, marcaron una nueva pauta en el estudio de la

empresa científica.

Al referirse al impacto profesional de ERC, Richard Bernstein afirma: "Es como si

Kuhn hubiera tocado un nervio intelectual muy sensible, y sería difícil nombrar otro libro

publicado en las últimas décadas que haya resultado, a la vez, tan sugerente y provocador

para pensadores de casi todas las disciplinas, así como tan persistentemente atacado y

criticado, con frecuencia desde perspectivas antitéticas" (Bernstein, 1983, p. 21). En

cuanto a la suerte que ha corrido la concepción plasmada en ERC, a partir de su

publicación, Bernstein atinadamente le aplica la aguda descripción que hace William James

de las distintas etapas en la carrera de una teoría: "Primero, ustedes saben, una nueva

teoría es atacada como absurda; luego se admite que es verdadera, pero obvia e

insignificante; finalmente se considera tan importante que sus adversarios afirman que

ellos mismos la descubrieron" (citado en íbid., p. 51). En efecto, algo muy similar le ha

sucedido a la teoría de la ciencia propuesta por Kuhn en ERC. Después de la primera

reacción virulenta de sus críticos -algunos de los cuales llegaron a caricaturizar sus tesis-,

autores más moderados comenzaron a reconocer que no sólo no se trataba de ideas

descabelladas, sino de ideas para las cuales existía fuerte evidencia en su favor. Fi-

nalmente encontramos el indicador más claro de su impacto intelectual: el hecho de que

muchos de los estudiosos de la ciencia más destacados en la actualidad -algunos de los

cuales fueron originalmente duros críticos de Kuhn- hayan incorporado en sus teorías

elementos característicos de la concepción kuhniana. Este sería el caso de los modelos de

desarrollo propuestos por I. Lakatos, S. Toulmin, D. Shapere, W. Stegmüller, L. Laudan y

P. Kitcher, por mencionar sólo algunos de los más importantes.

Al referirnos a ERC no podemos dejar de señalar que si bien en ella se configura la

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primera versión global de una concepción alternativa de la ciencia, se trata también de una

obra embrionaria que deja sobre la mesa de discusión una buena cantidad de problemas

sin resolver (como sucede con toda obra pionera que abre nuevos horizontes). Sin

embargo, hay que decir que algunos de esos problemas ni siquiera habían sido

vislumbrados, y otros, a pesar de que tenían una larga historia, reciben una formulación o

un peso específico diferente. Pero lo más importante es que todos esos problemas se

plantean ahora insertos en una nueva red de conexiones y se abordan desde otra

perspectiva. Esto permite afirmar, hablando en términos kuhnianos, que en ERC cuaja un

nuevo paradigma en la investigación sobre la ciencia. Sus planteamientos sobre las

revoluciones científicas constituyen, a su vez, una revolución metacientífica, es decir, una

revolución en el nivel del análisis de la ciencia.

Mucho se ha discutido a qué campo de investigación pertenecen los análisis y tesis

contenidos en ERC: a la epistemología, a la filosofía de la ciencia, a la historia de la ciencia,

a la sociología de la ciencia o a la psicología de la ciencia. Sin embargo, es muy probable

que no se pueda llegar a ningún acuerdo sobre este asunto. La mera discusión muestra

que las ideas de Kuhn han tenido incidencia y repercusión prácticamente en todos los cam-

pos donde se estudia el fenómeno científico, lo cual no es de extrañar si se advierte que

una de las peculiaridades de su análisis es, justamente, poner de relieve la naturaleza

compleja y polifacética de este fenómeno. De aquí que los intentos por encasillar el trabajo

de Kuhn parezcan destinados al fracaso.

Lo que sí se puede afirmar, a juzgar por la magritud y el tipo de reacción, es que la

comunidad que resultó más sacudida fue la de los filósofos de la ciencia. La recepción que

tuvo ERC en la comunidad filosófica, y lo que ocurrió a continuación, se ajusta en buena

medida a la reconstrucción kuhniana de las etapas de cambio revolucionario. Como afirma

Hacking, inspirado en Nietzsche, los filósofos anteriores a Kuhn habían hecho de la ciencia

una "momia", pues suele suceder que cuando los filósofos quieren mostrar su respeto por

algo tienden a deshistorizarlo (cf. Hacking, 1983, p. 1). Era de esperar entonces que

cuando Kuhn proclama -en el capítulo introductorio de ERC- que la ciencia es fundamental-

mente un fenómeno histórico, se generara una crisis en los cimientos de la filosofía

tradicional de la ciencia.

También cabe decir que no pocos de los planteamientos hechos en ERC son

ambiguos o insuficientes; que la retórica ahí empleada da lugar con frecuencia a

interpretaciones equivocadas, y que hasta la fecha no hay acuerdo sobre el contenido de

sus tesis básicas. Kuhn mismo, a pesar de haber lamentado la cantidad de lecturas

distorsionadas de esta obra (cf Kuhn, 1993a, p. xi), no dejó de reconocer su parte de

responsabilidad en el asunto y emprendió -desde los primeros embates- la tarea de

precisar y desarrollar sus planteamientos originales. De todos modos, una lectura atenta

que persiga comprender las intuiciones básicas y los `núcleos de verdad" que encierra ERC

sabrá valorar la riqueza de problemas y líneas de investigación que generó esta visión más

compleja, más flexible, más cercana a la práctica científica y a su historia, contra el

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trasfondo de las concepciones tradicionales.

Por último, es importante observar que la teoría del cambio científico que Kuhn

presenta en ERC está respaldada por su práctica como científico en el campo de la física

(que transcurre en los años cuarenta), pero sobre todo por su trabajo como historiador de

la ciencia (que se inicia en 1947). Sin embargo, la ineludible tarea de clarificar las tesis

centrales de ERC lo llevó a internarse cada vez más en el análisis filosófico, con una

atención creciente en los problemas semánticos, ontológicos, metodológicos y epis-

temológicos que plantean los procesos de cambio y desarrollo científico. Es así como la

trayectoria intelectual de Kuhn fue incorporando su experiencia como científico, historiador

y filósofo.

PRESENTACIÒN ESQUEMÁTICA DEL MODELO KUHNIANO

La siguiente formulación del modelo de Kuhn intenta ofrecer una visión de conjunto

que permita ubicar, a la manera de un mapa, los análisis más detallados que se hacen en

los siguientes capítulos. Esta presentación se basa en la versión original del modelo, como

se expone en ERC, incorporando algunas precisiones que hace Kuhn en la "Posdata-1969"

y en la primera respuesta que da a sus críticos, publicada en 1970. Los posteriores

desarrollos, clarificaciones y modificaciones que sufren sus tesis sobre el cambio científico

no se recogen por ahora. Con esta presentación sólo se pretende un primer acercamiento

intuitivo a las tesis kuhnianas, de aquí que se omitan las referencias textuales.

En una visión de conjunto de este modelo lo primero que se destaca es el siguiente

supuesto básico: las diversas disciplinas científicas se desarrollan de acuerdo con un patrón

general. Esto es, como el propio Kuhn afirma en ERC, su modelo intenta describir "la

estructura esencial de la continua evolución de una ciencia". Esta estructura se refleja en

una serie de fases o etapas por las que atraviesa toda disciplina científica a lo largo de su

desarrollo.

Dicho patrón o estructura general comienza con una etapa "preparadigmática", en

la cual coexisten diversas "escuelas" que compiten entre sí por el dominio en un cierto

campo de investigación. Entre estas escuelas existe muy poco acuerdo con respecto a la

caracterización de los objetos de estudio, los problemas que hay que resolver, las técnicas

y procedimientos que deben utilizarse, etc. Lo característico de esta etapa es que las

investigaciones que realizan los distintos grupos no logran producir un cuerpo acumulativo

de resultados. Este periodo de las escuelas termina cuando el campo de investigación se

unifica bajo la dirección de un mismo marco de supuestos básicos, que Kuhn llama "pa-

radigma". Los investigadores llegan a considerar que uno de los enfoques competidores es

tan prometedor que abandonan los demás, y aceptan ese enfoque como la base de su

propia investigación. Esta transición, que ocurre sólo una vez en la vida de cada disciplina

científica y es por tanto irreversible, crea el primer consenso alrededor de un paradigma y

marca el paso hacia la ciencia madura.

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Conviene aclarar desde ahora, siguiendo a Kuhn, que el término ‘paradigma' se

utiliza básicamente en dos sentidos: 1) como logro o realización concreta, y 2) como

conjunto de compromisos compartidos. El primer sentido se refiere a las soluciones

exitosas y sorprendentes de ciertos problemas, las cuales son reconocidas por toda la

comunidad pertinente. Estos casos concretos de solución -o aplicación de un enfoque

teórico- funcionan como ejemplos que deben seguirse en las investigaciones subsecuentes.

El segundo sentido se refiere al marco de presupuestos o compromisos básicos que

comparte la comunidad encargada de desarrollar una disciplina científica. Este marco

incluye el compromiso con leyes teóricas fundamentales, con postulaciones de entidades y

procesos, con procedimientos y técnicas experimentales, así como con criterios de

evaluación. La relación entre los dos sentidos de paradigma se podría ver como sigue:

paradigma como conjunto de compromisos compartidos (segundo sentido) es aquello que

presuponen quienes modelan su trabajo sobre ciertos casos paradigmáticos (primer

sentido).

El consenso acerca de un paradigma (segundo sentido) marca el inicio de una etapa

de "ciencia normal". La ciencia normal consiste, básicamente, en una actividad de

"resolución de rompecabezas" (puzzle-solving). A través de esta actividad el enfoque

teórico del paradigma aceptado se va haciendo cada vez más preciso y mejor articulado.

La etapa de ciencia normal es conservadora, pues el objetivo no es la búsqueda de

novedades, ni en el nivel de los hechos ni en el de la teoría. Se trata de desarrollar al

máximo, tanto en alcance como en precisión, el potencial explicativo y predictivo del

enfoque teórico vigente. Los científicos son premiados, como dice Hacking, "por hacer más

de lo mismo" y hacerlo cada vez mejor.

En la investigación normal, el marco de supuestos básicos no se considera

problemático ni sujeto a revisión; se acepta sin discusión. Los fracasos en la resolución de

problemas se toman, regularmente, como falta de habilidad de los científicos y no como

contraejemplos a la teoría vigente. Así, en esta etapa se trabaja todo el tiempo con las

mismas reglas del juego, y esto permite que los resultados se produzcan básicamente en

la misma dirección y sean claramente acumulables. De aquí que el sentido y la medida del

progreso, dentro de cada periodo de ciencia normal, estén bien definidos para la

comunidad de especialistas.

El papel que juegan los paradigmas en tanto logros concretos o soluciones

ejemplares (primer sentido) resulta decisivo en el desarrollo de la investigación normal. Los

científicos resuelven nuevos problemas, identifican nuevos datos y los juzgan como

significativos al reconocer sus semejanzas con los ejemplares paradigmáticos. Por otra

parte, las nuevas generaciones aprenden el significado de los conceptos básicos de una

teoría resolviendo los problemas que corresponden a las soluciones modelo. Estas

soluciones o aplicaciones exitosas muestran la conexión entre la teoría y la experiencia;

muestran cómo ver y manipular la naturaleza desde cierta perspectiva teórica. De aquí que

el contenido cognitivo de una disciplina se encuentre incorporado, sobre todo, en sus

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ejemplares paradigmáticos más que en un conjunto de definiciones y reglas explícitamente

formulables. De esta manera, los paradigmas, en los dos sentidos del término, son la guía

imprescindible de la investigación en los periodos de ciencia normal.

Contrariamente a sus propósitos, la investigación normal, con su creciente

especialización y extensión del campo de aplicaciones, conduce tarde o temprano al

planteamiento de problemas ("anomalías") que se resisten a ser resueltos con las

herramientas conceptuales e instrumentales del paradigma establecido. Si bien es cierto

que la adecuación entre teoría y experiencia nunca es total o perfecta -siempre y desde un

principio existen problemas no resueltos-, el surgimiento de ciertas anomalías hace pensar

que algo anda mal en el fondo y que sólo un cambio en los supuestos básicos permitirá

encontrar una solución. Esta etapa en que se pone en duda la eficacia y la corrección del

paradigma vigente es la etapa de "crisis".

Con la crisis comienza la "ciencia extraordinaria", esto es, la actividad de proponer

estructuras teóricas alternativas que implican un rechazo o una modificación de los

supuestos aceptados hasta entonces. En estos periodos en que, como dice Kuhn, "los

científicos tienen la disposición para ensayarlo todo", proliferan las propuestas alternativas,

proliferación que cumple un papel decisivo en el desarrollo de las disciplinas, ya que los

científicos no abandonan un paradigma a menos que exista un paradigma alternativo que

les permita resolver las anomalías. Las crisis se terminan de alguna de las siguientes

maneras: 1) el paradigma en tela de juicio se muestra finalmente capaz de resolver los

problemas que provocaron la crisis; 2) ni los enfoques más radicalmente novedosos logran

dar cuenta de las anomalías, por lo cual éstas se archivan en espera de una etapa futura

donde se cuente con mejores herramientas conceptuales e instrumentales; 3) surge un

paradigma alternativo que parece ofrecer una solución a las anomalías, y comienza la

lucha por lograr un nuevo consenso.

Kuhn describe un cambio de paradigma como una "revolución". Sus tesis sobre el

cambio revolucionario tienen en la mira los modelos tradicionales de evaluación de teorías

(tanto confirmacionistas como refutacionistas), y por ende la noción de racionalidad que

éstos presuponen. Al describir un cambio de paradigma como una revolución, Kuhn está

cuestionando que la elección entre teorías rivales -integradas en paradigmas distintos- sea

una cuestión que pueda resolverse mediante algún procedimiento efectivo (algorítmico) de

decisión. Es decir, se trata de una elección que no se puede resolver apelando sólo a la

lógica y la experiencia neutral (como pretendían los empiristas lógicos), ni tampoco

mediante decisiones claramente gobernadas por reglas metodológicas (como proponen los

popperianos). Las diferencias entre paradigmas alternativos impiden el acuerdo sobre qué

cuenta como un argumento decisivo, sea en favor o en contra de alguna de las teorías en

competencia.

Los cuerpos de conocimientos separados por una revolución son

"inconmensurables", esto es, no son completamente traducibles entre sí, y por tanto no se

pueden comparar de manera directa y puntual mediante algún procedimiento algorítmico.

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En pocas palabras, no hay una medida común de su éxito. Las diferencias que acompañan

a la inconmensurabilidad son diferencias en los compromisos básicos de los paradigmas:

diferencias en los criterios sobre la legitimidad y el orden de importancia de los problemas;

diferencias en las leyes que se consideran fundamentales; diferencias en la red de

conceptos a través de la cual se estructura el campo de investigación y se organiza la

experiencia; diferencias en los supuestos sobre qué entidades y procesos existen en la na-

turaleza, y diferencias en los criterios de evaluación, es decir, en la manera de aplicar

valores epistémicos tales como simplicidad, consistencia, fecundidad, alcance, etcétera.

Un cambio de paradigma, dice Kuhn en sus primeros escritos, es análogo a un

cambio gestáltico: los mismos objetos se ven desde una perspectiva diferente. Se trata de

una transición a una nueva forma de ver y manipular el mundo e incluso se puede decir

que se trabaja en un mundo diferente: el nuevo paradigma da lugar a nuevos fenómenos y

problemas, algunos de los viejos problemas se olvidan, y algunas soluciones dejan de ser

importantes o incluso inteligibles. Si esto es así, el desarrollo de una disciplina científica, a

través del cambio de paradigmas, no puede ser acumulativo.

Como las diferencias entre paradigmas sucesivos implican ciertos cambios de

significado en los términos básicos de las teorías rivales, y como además no existe una

instancia de apelación por encima de los paradigmas, es decir, un conjunto de reglas

metodológicas universales, en los debates no se puede partir de una base común que

permita probar que una teoría es mejor que otra. Esto es, no puede haber argumentos

concluyentes, argumentos que dicten una y la misma decisión a todos los científicos que

participan en la controversia. De aquí que el único camino que se puede seguir sea el de la

"persuasión": los partidarios de teorías rivales esgrimen argumentos de plausibilidad, es

decir, razones que pudieran convencer a los otros de cambiar su marco de investigación.

La ausencia de argumentos concluyentes hace que no se pueda tachar de ilógico o de

irracional a quien se niegue a aceptar el nuevo paradigma; y por lo mismo, esta aceptación

no ocurre de manera simultánea. Cuando finalmente, después de un proceso de debate y

deliberación, se conforma un nuevo consenso alrededor de uno de los paradigmas,

comienza una nueva etapa de ciencia normal. De esta manera, una vez que una disciplina

científica ha alcanzado la madurez, pasa repetidamente a través de la secuencia: ciencia

normal - crisis - revolución - nueva ciencia normal.

Hasta aquí la descripción esquemática del modelo de Kuhn para el desarrollo

científico, en su primera formulación. Pasemos a un examen más detallado de sus

conceptos y tesis centrales.