ise- tema 1 (alumnos)

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1 INTRODUCCIÓN GENERAL A LA SAGRADA ESCRITURA E INTRODUCCIÓN AL ANTIGUO TESTAMENTO Presentación de la asignatura La asignatura en su conjunto, tanto ISE y IAT (y INT), aborda los conocimientos previos que resultan necesarios para una lectura científica y creyente de la Escritura. Quiere responder a la pregunta: ¿Qué es la Biblia para el cristiano católico? La ISE es la parte de la teología que examina todas las cuestiones necesarias para la recta comprensión de los libros sagrados y trata aspectos comunes a todos y cada uno de los libros de la Escritura. Luego hay también introducciones especiales o particulares (IAT, INT, IPent, ISinopt,…) que tratan aspectos o problemas concretos de cada testamento, cada bloque o conjunto de libros (pentateuco, sapienciales, proféticos, sinópticos…), o cada libro en particular. La IAT (y INT) aborda el texto con un método más histórico y filológico, ciencias históricas y literarias. Mientras que la ISE lo hace con un método más teológico, es decir, un acercamiento científico a la Biblia, considerada desde la fe de la Iglesia católica como libro sagrado y normativo, Palabra de Dios y palabra humana consignada por escrito. La Biblia puede ser estudiada, y así ha sido a lo largo de los siglos, como obra literaria (desde la ciencia histórico-literaria), como fenómeno religioso (desde la fenomenología religiosa, y la historia de las religiones), como producto del esfuerzo humano desde las diversas ciencias humanas. Pero en esta disciplina se aborda especialmente su estudio como obra divino-humana, es decir, como Palabra de Dios, manifestada a la humanidad en y a través de hombres inspirados, y dejada a la custodia, transmisión e interpretación de la Iglesia. Por eso se estudia desde el método propiamente teológico, en el que la fe y la razón, sabiduría teológica y ciencia humana, prospectiva sobrenatural y lógica natural, se deben entrelazar armónicamente. 1 BLOQUE 1. INTRODUCCIÓN GENERAL A LA SAGRADA ESCRITURA TEMA 1: LA BIBLIA, PALABRA DE DIOS Afirma la Dei Verbum 21: “En los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos”. Se desprende de esta afirmación que en la Biblia Dios habla o, al menos, que en ella está la palabra de Dios.Es una convicción desde los mismos mensajeros bíblicos de Dios y los orígenes cristianos: La Biblia es Palabra de Dios. 1 Para una aproximación a la historia de la disciplina ver, A. M. ARTOLA - J. M. SÁNCHEZ CARO, Biblia y Palabra de Dios (Introducción al estudio de la Biblia 1- Verbo Divino; Estella 1992) 15-18; M.A. TABET, Introducción general a la Biblia (Palabra, Madrid 3 2009) 19-23.

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Primer tema de la asignatura Introducción a la Sagrada Escritura de Teología

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1

INTRODUCCIÓN GENERAL A LA SAGRADA ESCRITURA E INTRODUCCIÓN AL ANTIGUO TESTAMENTO

Presentación de la asignatura

La asignatura en su conjunto, tanto ISE y IAT (y INT), aborda los conocimientos

previos que resultan necesarios para una lectura científica y creyente de la Escritura.

Quiere responder a la pregunta: ¿Qué es la Biblia para el cristiano católico?

La ISE es la parte de la teología que examina todas las cuestiones necesarias para la

recta comprensión de los libros sagrados y trata aspectos comunes a todos y cada uno de

los libros de la Escritura. Luego hay también introducciones especiales o particulares

(IAT, INT, IPent, ISinopt,…) que tratan aspectos o problemas concretos de cada

testamento, cada bloque o conjunto de libros (pentateuco, sapienciales, proféticos,

sinópticos…), o cada libro en particular.

La IAT (y INT) aborda el texto con un método más histórico y filológico, ciencias

históricas y literarias. Mientras que la ISE lo hace con un método más teológico, es

decir, un acercamiento científico a la Biblia, considerada desde la fe de la Iglesia

católica como libro sagrado y normativo, Palabra de Dios y palabra humana consignada

por escrito.

La Biblia puede ser estudiada, y así ha sido a lo largo de los siglos, como obra literaria

(desde la ciencia histórico-literaria), como fenómeno religioso (desde la fenomenología

religiosa, y la historia de las religiones), como producto del esfuerzo humano desde las

diversas ciencias humanas. Pero en esta disciplina se aborda especialmente su estudio

como obra divino-humana, es decir, como Palabra de Dios, manifestada a la humanidad

en y a través de hombres inspirados, y dejada a la custodia, transmisión e interpretación

de la Iglesia. Por eso se estudia desde el método propiamente teológico, en el que la fe y

la razón, sabiduría teológica y ciencia humana, prospectiva sobrenatural y lógica

natural, se deben entrelazar armónicamente.1

BLOQUE 1.

INTRODUCCIÓN GENERAL A LA SAGRADA ESCRITURA

TEMA 1: LA BIBLIA, PALABRA DE DIOS

Afirma la Dei Verbum 21:

“En los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus

hijos y habla con ellos”.

Se desprende de esta afirmación que en la Biblia Dios habla o, al menos, que en ella

está la palabra de Dios.Es una convicción desde los mismos mensajeros bíblicos de

Dios y los orígenes cristianos: La Biblia es Palabra de Dios.

1 Para una aproximación a la historia de la disciplina ver, A. M. ARTOLA - J. M. SÁNCHEZ CARO,

Biblia y Palabra de Dios (Introducción al estudio de la Biblia 1- Verbo Divino; Estella 1992) 15-18;

M.A. TABET, Introducción general a la Biblia (Palabra, Madrid 32009) 19-23.

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Pero no siempre se ha mantenido así. En el s. XVI esta afirmación se pone en tela de

juicio. En el s. XVII, Holden dice que no es dogma de fe que toda la Escritura sea

Palabra de Dios. En el modernismo se vuelve a repetir. En la ciencia bíblica

contemporánea hay planteamientos minimalistas (algo divino hay, palabra de Dios

como metáfora…).

Por eso surgen una serie de preguntas que configuran la razón de ser de la disciplina de

la ISE:

¿Por qué la Biblia es Palabra de Dios? ¿En qué modo es Palabra de Dios en la palabra

humana? ¿Qué hay de humano y qué de divino? (tratado de inspiración)

¿Por qué en unos determinados libros? (canon)

¿En qué versión del texto? (texto)

¿Si es palabra humana, puede haber errores? ¿De qué nos habla? (verdad)

¿Cómo descubrir e interpretar su sentido en los textos? (hermenéutica)

¿Tiene valor para el presente, para la vida de la Iglesia? (espiritualidad y pastoral)

Vamos a ir respondiendo a estas preguntas en este bloque de la ISE. Pero antes de

comenzar a responder partamos de una aclaración necesaria sobre lo que entendemos

por Palabra de Dios y en qué modo la Biblia es Palabra de Dios.

1. Palabra de Dios, Revelación y Escritura2

Como hemos dicho, podemos preguntarnos, ¿es o no es la Biblia Palabra de

Dios?, ¿en qué sentido? Y, ¿solo la Biblia es Palabra de Dios? Es decir, ¿Palabra de

Dios = SE? Todas estas preguntas necesitan pasar por otra cuestión previa: delimitar el

concepto de Palabra de Dios. ¿Qué es la Palabra de Dios? Desde ahí podremos afirmar

en qué medida la Biblia es Palabra de Dios.

En una primera respuesta se puede decir que la Biblia es una simple modalidad

de esta Palabra que tiene su contexto más amplio en la Revelación. La SE forma parte

de la Revelación sobrenatural y pública que Dios quiso manifestar a los hombres para

su salvación. Así lo refleja la Dei Verbum que ha delineado una visión unitaria de la

economía salvífica en la que la Escritura, en contacto inseparable con la Tradición, es

delineada dentro del más amplio concepto de Revelación divina, adquiriendo así su más

precisa fisonomía. Veamos cuál es el verdadero alcance de la Palabra de Dios en la

Revelación y en la Escritura.

A. La Revelación, Palabra de Dios a los hombres

En la religión cristiana el tratamiento de la Palabra de Dios exige como marco

propio el misterio de la vida intratrinitaria que se auto-manifiesta y auto-comunica en la

Revelación y la Encarnación.La Revelación divina es así la auto-manifestación y auto-

comunicación de Dios.

El Dios de Israel es un ser totalmente misterioso, escondido (Is 45,15), insondable

(Is 40,28). Pese a ello, el AT subraya el hecho de que Yahvé no es como los demás

dioses paganos, que se alejan de manifestarse a los hombres, que tienen boca y no

hablan,ojos y no ven (Sal 115,5). Yahvé ha tenido a bien revelar incluso su propio

2 Este punto está tomado de TABET, Introducción general, 31-47; cf. también ARTOLA - SÁNCHEZ

CARO, Biblia y Palabra de Dios, 29-57.

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nombre (Ex 3,13-15; 6,2).Esta revelación es palabra suya. Dios se presenta hablando a

los hombres y transmitiendo sus palabras por medio de mensajeros.

Se entiende por Revelación, la manifestación sobrenatural que Dios ha hecho a los

hombres de sí mismo y de sus designios salvíficos. En el lenguaje bíblico este

acontecimiento se designa con la expresión “palabra de Dios” (debar Yahve). Una

palabra en la que la vida que existe en Dios se ha exteriorizado y se ha mostrado a los

hombres para atraerlos a la comunión con él. Una Palabra (dabar) que es palabra y

evento, palabra viva y eficaz (Heb 4,12).

El Dios que se revela es un Dios que se expresa mediante un lenguaje lleno de

consecuencias y que actúa en la creación y en la historia.En su auto-manifestación

comunica también sus designios poniendo en acto una presencia operante.

+ Naturaleza de la Revelación

Dios, deseando abrir la vía de la salvación eterna, quiso revelarse de un modo

pleno y alto: se manifestó «a Sí mismo y los eternos decretos de su voluntad acerca de

la salvación de los hombres, "para comunicarles los bienes divinos, que superan

totalmente la comprensión de la inteligencia humana"» (DV 6).

Gracias, por tanto, a una decisión enteramente libre (placuit Deo, precisa DV 2),

Dios ha desvelado a los hombres el camino de la salvación eterna: se ha manifestado «a

Sí mismo y el misterio de su voluntad (cf. Ef 1,9)». Esta expresión de DV 2 indica que

la Revelación, antes de hacernos conocer algunas realidades, nos pone en presencia de

Alguien: el Dios vivo en Jesucristo. El termino paulino utilizado —«misterio

(sacramentum)»— evoca el entero proyecto salvífico divino que, escondido por los

siglos en Dios, se ha presentado a los hombres en Jesucristo al llegar la plenitud de los

tiempos; proyecto establecido por el que los hombres, «por medio de Cristo, Verbo

encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la

naturaleza divina (cf. Ef 2,18; 2 P 1,4)» (DV 2).

+ La Revelación, diálogo de amor y amistad

Como expresa a renglón seguido DV 2: «Por esta Revelación, el Dios invisible

(cf. Col 1,15; 1Tm 1,17), habla a los hombres como amigos (cf. Ex 33,11; Jn 15,14-15),

movido por su gran amor y mora con ellos (cf. Ba 3,38) para invitarlos a la

comunicación consigo y recibirlos en su compañía». La Revelación se presenta así

como una „palabra‟ que surge de la sobreabundancia del amor de Dios por los hombres

(cf. 1Jn 4,8), que ansía afanosamente entablar un diálogo sincero, de amistad, que lleve

a la aceptación de su compañía, la única que puede llenar las aspiraciones de felicidad

eterna del corazón humano.

Su „palabra‟ es por eso una palabra „amistosa‟, que tiene como precisa finalidad

forjar una comunidad de vida y de bien.

+ La Revelación por obras y por palabras

La economía de la Revelación se realiza, precisa DV 2, «con hechos y palabras

intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la

historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados

por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el

misterio contenido en ellas». Los eventos históricos narrados y las palabras que los

significan no se pueden separar: aquellos confieren consistencia, solidez y credibilidad a

la verdad expresada por las palabras; éstas evidencian el más preciso contenido

revelador de los eventos. La Revelación se encuentra, por tanto, no solo en las acciones

salvíficas de Dios en la historia de la salvación (el éxodo, la alianza, el exilio, la

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restauración del pueblo de Israel, las mismas acciones de Cristo, sus milagros, su

pasión, muerte y resurrección), ni solamente en las palabras (de Moisés y los profetas,

de Cristo y de los apóstoles) encargadas de dilucidar el sentido de las acciones divinas

en la historia: se encuentra en la unión orgánica de los sucesos narrados y de las

palabras que los acompañan, ya prediciendo o anunciando el evento, ya recordándolo,

narrándolo, proclamándolo o explicándolo.

Sin las palabras, los hechos podrían resultar ambiguos y sujetos a interpretaciones

arbitrarias y contradictorias; las palabras, sin los hechos, perderían su concreción

significativa, reduciéndose a enunciados abstractos sin fuerza para convencer. Si es

cierto que los eventos, en cuanto tales, están llenos de inteligibilidad, las palabras

acuden necesariamente a desentrañar la verdad que contienen y la eventual polivalencia

de significado.

Ya en el Antiguo Testamento surgieron los „credos históricos‟ del pueblo de

Israel, que articulaban los momentos cumbres de su historia: los orígenes, su formación

y desarrollo, las penalidades sufridas, la liberación por parte de Dios, el ingreso en la

tierra prometida (cf. Dt 26,5-9); en el Nuevo Testamento se forjaron a su vez,

progresivamente, los credos apostólicos, algunos todavía incipientes (cf. Lc 24,19-24),

otros mejor estructurados gracias a la luz más plena del Espíritu (Hch 10,34-43; 13,16-

31). Con ellos, según las circunstancias de la evangelización, se anunciaban los hechos

centrales de la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús. Estos credos, ciertamente,

confesaban los eventos no solo para afirmar los hechos históricos, que presuponían, sino

para proclamar su significado revelador y su alcance salvífico, porque existía la clara

convicción de que en el acaecer histórico Dios se había revelado y de que de su

aceptación mediante la fe se lograba la más plena comprensión sobre Dios y sus

proyectos de salvación realizados en la historia.

+ La Revelación cósmica e histórica, natural y sobrenatural

La Revelación que Dios hizo de sí mismo se manifestó ya desde el principio de la

creación. Dios en efecto, como creador y conservador de todas las cosas, ha ofrecido y

ofrece en todo tiempo, a través de la realidad creada, un constante y perenne testimonio

de Sí mismo (cf. Sal 19,2-5; Sb 13,1-9; Rm1,18-23), en modo tal que el hombre, con la

razón natural, puede conocer a Dios con certeza por medio del mundo visible (cf. DV 6;

Sal 19,2-5: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento anuncia la obra de sus

manos; el día al día comunica el mensaje, y la noche a la noche trasmite la noticia. No

es un mensaje, no hay palabras, ni su voz se puede oír; mas por toda la tierra se adivinan

los rasgos, y sus giros hasta el confín del mundo»; Rm 1,18-20: «lo que de Dios se

puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de

Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su

poder eterno y su divinidad»).

Hay que distinguir, pues, entre una Revelación de carácter natural y otra de índole

sobrenatural, y una Revelación de carácter cósmico (radicada en las realidades creadas)

y otra de índole histórica, realizada „en‟ y „a través‟ de las continuas intervenciones de

Dios en la historia humana. Con la revelación histórica, Dios no ha atenuado o anulado

la responsabilidad del hombre frente a la historia, sino que le ha dado a la historia una

dimensión trans-histórica: una dimensión salvífica trascendente.

+ El desarrollo gradual de la Revelación en la historia

Por su benevolencia y condescendencia, la manifestación de Dios en la historia se

ha realizado paso a paso, preparando gradualmente a los hombres a la plenitud de la

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Revelación que tendría lugar por medio de Jesucristo. Son las etapas de la economía

salvífica. Así lo expresa DV 3.

En todo este quehacer divino, Dios actuó con una sabia pedagogía, preparando a

los hombres al anuncio del evangelio. Dios, en efecto, después de haber hablado

«muchas veces y de muchas maneras por los Profetas, “últimamente, en estos días, nos

habló por su Hijo" (Hb 1,1-2), pues envió a su Hijo, es decir, al Verbo eterno, que

ilumina a todos los hombres, para que viviera entre ellos y les manifestara los secretos

de Dios (cf. Jn 1,1-18)» (DV 4). El texto pone en evidencia tanto la continuidad

histórica de la economía de la salvación —es el mismo Dios, el que habló antiguamente

por los profetas, el que ahora se ha manifestado por su Hijo— como la mayor

excelencia de la nueva economía, pues en esta nueva y definitiva etapa el mediador es el

mismo Hijo, el «Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres» y les manifiesta «los

secretos de Dios»: «el Verbo hecho carne», «hombre enviado, a los hombres», que

«"habla palabras de Dios" (Jn 3,34) y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le

confió (cf. Jn 5,36)» (DV 4).

La función reveladora de Cristo hunde sus raíces en su cualidad de Hijo y Palabra

de Dios. El es la Palabra única, perfecta y definitiva del Padre, en el que la Revelación

encuentra su cumplimiento y perfección. «El —ver al cual es ver al Padre (cf. Jn

14,9)—, con su total presencia y manifestación personal, con palabras y obras, señales y

milagros, y, sobre todo, con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos;

finalmente, con el envío del Espíritu de verdad, completa la revelación y confirma con

el testimonio divino que vive en Dios con nosotros para librarnos de las tinieblas del

pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna» (DV 4). Cristo es por tanto el

supremo revelador y aquél en quien encuentra su cumplimiento toda la Revelación. En

El las promesas antiguas se han realizado y El las ha manifestado en su plenitud. La

economía salvífica que Cristo ha manifestado e instaurado es por eso «la alianza nueva

y definitiva», que no puede ser superada por una más perfecta. No es posible, por tanto,

esperar «ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor

Jesucristo [al final de los tiempos] (cf. 1Tm 6,14; Tt 2,13)» (DV 4).

Cristo, en efecto, es el centro de toda la economía salvífica, el único camino de

salvación tanto para los judíos como para los paganos (cf. Ef 2,14). El es el «mediador y

plenitud de toda la Revelación» (DV 2): «mediador» de una nueva y más excelente

alianza (cf. Hb 8,6), único Camino establecido por Dios para comunicar la Verdad y la

Vida, en conformidad con las palabras que Jesús mismo pronunció en la Última Cena:

«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6). Es

también la «plenitud» de la Revelación porque en El, el Padre se ha revelado

definitivamente (cf. Jn 14,9), residiendo en El «toda la plenitud de la divinidad

corporalmente» (Col 2,9). Este cristocentrismo adquiere su más exacta expresión si se

considera la dimensión igualmente trinitaria de la Revelación. Las tres Personas divinas,

cada una a su modo, colaboran en efecto, en la unidad de esencia, a la conducción del

hombre a la salvación, que consiste en que los hombres, por medio de Jesucristo, la

Palabra encarnada, se acerquen al Padre (cfEf 2,18) en el Espíritu y alcancen la

«participación de la misma naturaleza divina» (cf2 P 1,4).

A esta Revelación responde el ser humano con la FE, entregándose entera y

libremente a Dios, con su inteligencia y voluntad. Para ello cuenta con la ayuda de la

gracia divina y el auxilio del Espíritu Santo, que dirige el corazón hacia dios (DV 5).

+ La transmisión de la Revelación

Con Cristo, la Revelación entra, por tanto, en una fase escatológica irreversible. A

partir de entonces, la Revelación está destinada a trasmitirse y perpetuarse a través de

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los siglos. La voluntad de Dios era, en efecto, que «lo que había revelado para la

salvación de los hombres permaneciera íntegro para siempre y se fuera transmitiendo a

todas las generaciones» (DV 7). Por eso, Cristo, en quien se encuentra la plenitud de la

Revelación (cf. 2Co 1,20; 3,16-4,6), «mandó a los apóstoles que predicaran a todos los

hombres el evangelio, comunicándoles los dones divinos» (DV 7). Era el evangelio que

había sido prometido por los profetas y que El mismo había cumplido y llevado a la

perfección, promulgándolo con su enseñanza; evangelio que contiene toda la verdad

necesaria para la salvación y toda regla de moralidad.

Este mandato de Cristo se cumplió fielmente, «tanto por los apóstoles, que en la

predicación oral comunicaron con ejemplos e instituciones lo que habían recibido por la

palabra, por la convivencia y por las obras de Cristo, o habían aprendido por la

inspiración del Espíritu Santo, como por aquellos apóstoles y varones apostólicos que,

bajo la inspiración del mismo Espíritu, escribieron el mensaje de la salvación» (DV 7).

El testimonio de los apóstoles supera, como señala el texto de la Dei Verbum, la

predicación oral propiamente dicha, pues se efectuó también a través de los hechos que

realizaron, es decir, a través de su modo de actuar, de promover la práctica evangélica,

en las instituciones que establecieron (Cf. Hch 8,17), en una palabra, con la prosecución

fiel de todo cuanto habían visto y aprendido de Cristo, con sus obras y sus palabras,

asistidos por la luz del Espíritu. Algunas de estas cosas, los mismos apóstoles u otros

cristianos de la época apostólica las pusieron por escrito, inspirados por el mismo

Espíritu.

A una primera fase de transmisión de la Revelación, de Cristo y de su Espíritu a

los apóstoles, siguió una segunda fase, la de la transmisión de los apóstoles a la Iglesia

de todos los tiempos. Con este fin, «los apóstoles dejaron como sucesores suyos a los

obispos, "entregándoles su propio cargo del magisterio"» (DV 7). La Revelación se

transmite integralmente, por tanto, bajo la doble forma de Tradición y Escritura, por la

sucesión legítima de los sucesores de los apóstoles.De este modo, el «espejo en que la

Iglesia peregrina en la tierra contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta que le sea

concedido el verbo cara a cara, tal como es (cf. Jn 3,2)», ha quedado formado por la

«Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura de ambos Testamentos» (DV 7).

+ La Tradición viva de la Iglesia

La Tradición es a la vez enseñanza y vida. Ella no se reduce a enunciados

verbales, sino que su estructura orgánica es coherente con el dinamismo de la

Revelación en su fase constitutiva, formado por eventos y palabras. La Tradición está

presente, en efecto, no solamente en la doctrina apostólica y en los escritos de tradición

apostólica, sino también en la organización y vida de la Iglesia, en su actividad litúrgica

y sacramental, en su interpretación de la Sagrada Escritura; en una palabra, en todo lo

que la Iglesia es y ha recibido «para que el Pueblo de Dios viva santamente y aumente

su fe» (DV 8). Los escritos de los Santos Padres, en particular, testimonian la presencia

viva y vivificante de la Tradición, cuya riqueza se difunde en la vida y en la práctica de

la Iglesia que cree y que ora. La liturgia, por otra parte, es un testimonio privilegiado de

la Tradición, de modo que difícilmente se puede encontrar una verdad de fe que no se

exprese en ella de algún modo. De este modo, la Iglesia, «en su doctrina, en su vida y en

su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que

cree» (DV 8).

En cuanto que es «viva», la Tradición no se reduce a una mera repetición de

palabras y hechos pasados. Ella, en contacto con la realidad que en cada tiempo la

Iglesia debe evangelizar, está llamada a crecer con la ayuda del Espíritu Santo «en la

comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas» (DV 8). Este desarrollo

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orgánico, ley de vida que está en la base de cualquier ser viviente y al que la Iglesia no

puede renunciar sin traicionar su propia misión, tiene por finalidad hacer siempre actual

el mensaje evangélico, ofreciéndolo renovado a los hombres de cada momento

histórico, en su situación única e irrepetible, para responder a sus interrogativos y

conducirlos hacia Dios. Es un desarrollo en la continuidad y fidelidad al mensaje

evangélico, que manifiesta a la vez su perennidad y su dinamicidad. La DV 8 señala que

este progreso en las verdades reveladas se produce «ya por la contemplación y el

estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón (cf.Lc 2,19.51), ya por la

percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de

aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad»

(DV 8). Es decir, siempre que se opera una asimilación del mensaje revelado, tanto por

vía de maduración intelectual y de reflexión teológica como, sobre todo, mediante la

experiencia vivida de las cosas espirituales por parte de los fieles. Para esto el Espíritu

asiste a su Iglesia con un «un carisma de verdad», que ilumina y fortalece a los que

están llamados a predicar el mensaje revelado con autoridad apostólica en la Iglesia.

Esta constante actualización en la Iglesia de la Revelación oral y escrita,

interpretada a la luz de la Tradición viva, instaura un diálogo permanente entre la

Palabra históricamente dirigida por Dios en Jesucristo, y su Esposa: así, «Dios, que

habló en otro tiempo, habla sin intermisión con la Esposa de su amado Hijo; y el

Espíritu Santo, por quien la voz del Evangelio resuena viva en la Iglesia, y por ella en el

mundo, va induciendo a los creyentes en la verdad entera, y hace que la palabra de

Cristo habite en ellos abundantemente (cf. Col 3,16)» (DV 8).

+ La mutua relación entre Escritura y Tradición

Así, pues, la Escritura se puede definir como «la palabra de Dios en cuanto se

consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo» (DV 9), y la Tradición como

aquella corriente divina por la que la Iglesia «transmite íntegramente a los sucesores de

los apóstoles la palabra de Dios, a ellos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu

Santo para que, con la luz del Espíritu de la verdad la guarden fielmente, la expongan y

la difundan con su predicación» (DV 9). Entre Escritura y Tradición existe, por tanto,

por su misma naturaleza, una profunda unidad, formando un todo orgánico que DV 9

expresa bajo imágenes sugerentes: «surgiendo ambas de la misma divina fuente, se

funden en cierto modo y tienden a un mismo fin»; es decir: tienen su origen en el mismo

Dios que se ha revelado en la creación y en la historia; constituyen una misma corriente

salvífica, expresión del mismo y único misterio de salvación; concurren al mismo fin,

que es la salvación de los hombres para la gloria de Dios.

La Tradición viva de la Iglesia no es un concepto ajeno a la Escritura, un añadido

posterior que reinterpreta y, quizás, malinterpreta la Revelación original que Dios nos

transmitió. Muy al contrario, la misma Biblia es ya un fenómeno tradicional ya que se

va conformando por escritos que van sumándose y actualizándose. El mismo concepto

de tradición está muy presente en la predicación de los primeros cristianos. Pablo dice,

por ejemplo, “porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo

murió por nuestros pecados, según las Escrituras…” (1 Cor 15,3; cf. 1 Cor 11,2.23; Jud

3; 2 Pe 2,21). Además la “Tradición da a conocer a la Iglesia el íntegro canon de los

Libros Sagrados” (DV 8). Con todo, aunque tengan su origen en la Tradición eclesial,

las Escrituras son superiores a ella ya que fueron inspiradas por Dios en el periodo

fundador de la historia de la salvación. Por ello, “han sido puestas por escrito de una vez

para siempre” (DV 21).Tradición y Escritura, por tanto, se complementaban al servicio

del mismo fin: transmitir la verdad revelada, que se ha realizado en Jesucristo.

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Escritura y Tradición no son dos vías independientes o paralelas de la palabra de

Dios: cada una, por el contrario, afirma la existencia de la otra, y sin la una la otra

quedaría irremediablemente sujeta a la arbitrariedad de la subjetividad de pensamiento.

Ciertamente, una y otra poseen una propia identidad, determinada por el modo o forma

en que trasmiten la Revelación y sobre todo por la propia índole estructural interna:

mientras la Biblia posee las características de un texto escrito y por tanto fijo y

definitivo en sí mismo; la Tradición es una realidad viva, llamada a crecer y

desarrollarse, no, evidentemente, por adición de realidades ajenas al contenido

originario, sino por la profundización creciente de lo que en el contenido originario

estaba solo presente de modo implícito. Se puede añadir que la Tradición, en cuanto

precede, acompaña y sigue a la Escritura, constituye su contexto natural de

interpretación.

La razón última del vínculo que une Escritura y Tradición es, por tanto, el hecho

que las dos son „palabra de Dios‟. La Escritura, concretamente, no solo contiene la

palabra de Dios, sino que es verdadera palabra de Dios en virtud del carisma de la

inspiración concedido a los escritores bíblicos; la Tradición es la palabra de Dios

transmitida íntegramente y auténticamente a la Iglesia gracias a la sucesión apostólica y

a la asistencia del Espíritu Santo. Por este motivo, «la Iglesia no deriva solamente de la

Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas» y considera que la

Escritura y la Tradición «se han de recibir y venerar con un mismo espíritu de piedad»

(DV 9).

La Escritura y la Tradición constituyen, en consecuencia, «un solo depósito

sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia», que ha de custodiarlo y trasmitirlo

fielmente y del que tiene que sacar alimento constante para la vida del pueblo cristiano.

Ahora bien, aunque todo el pueblo cristiano es portador de la palabra de Dios y

participa en su transmisión según los diferentes carismas que el Espíritu distribuye en su

Iglesia, «el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida

ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce

en el nombre de Jesucristo» (DV 10). «Interpretar», en nuestro contexto, significa

descubrir el verdadero sentido: no crearlo, transformarlo o modificarlo. La Dei Verbum

precisa por eso que el Magisterio «no está por encima de la palabra de Dios, sino a su

servicio, para enseñar puramente lo transmitido». El documento conciliar reconoce así

la trascendencia de la „palabra de Dios‟ en relación al Magisterio, el cual, por su parte,

se audodefine como siervo de la „palabra de Dios‟, que no pretende enseñar nada que

esté fuera de lo que le ha sido revelado y trasmitido, y reconoce explícitamente que su

misión, «por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo», es «oírlo con

piedad, guardarlo con exactitud y exponerlo con fidelidad» (DV 10). El Magisterio

cumple así una doble función: en relación a la palabra de Dios, la trasmite con fidelidad

en una constante actualización según los tiempos y las culturas; en relación a la Iglesia,

custodia e interpreta auténticamente la palabra de Dios.

Por todo esto, «la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la

Iglesia, según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma

que no tiene consistencia el uno sin el otro, y que, juntos, cada uno a su modo, bajo la

acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas» (DV

10).

El Espíritu Santo es el garante de todo el proceso de transmisión de la Palabra de

Dios. Él inspiró a los autores (Escritura); Él mora en la Iglesia y consigue que la Iglesia

transmita (Tradición) la revelación de forma fiel (cf. Jn 14,26; 16,12-15);Él logra que

los lectores puedan captar en la Biblia la Palabra de Dios (cf. 2Co 3,6);la Tradición

9

“progresa bajo la acción del Espíritu Santo” (DV 8). Por todo ello, “la Escritura debe ser

leída con el mismo Espíritu con el que fue escrita” (DV 12).

B. La analogía de la Palabra de Dios

Llegados a este punto podemos sintetizar lo que entendemos por Palabra de

Dios. Como hemos podido comprobar el concepto palabra de Dios nos remite a su

revelación, es la auto-comunicación de Dios.

La formula debar Yahweh (palabra de Yahvé) para designar la Revelación posee

un significado polivalente, que cubre la amplia gama de aspectos de la comunicación

humana. En primer lugar, remite a Dios, que mediante su „palabra’, instruye sobre la

verdad salvífica, interpela, corrige, mueve a la conversión, llama a una comunión

interpersonal, desvela el significado de los eventos pasados, muestra la senda a seguir

en el presente histórico, anuncia y proyecta los eventos futuros, promete y hace alianzas.

El vocablo sirve también para designar el operar de Dios en la creación y en la historia

de los hombres, a la que dirige hacia un fin. Jesucristo es la máxima manifestación de

dicha palabra; más aún, es la Palabra pronunciada ab aeterno por el Padre y encarnada

en el tiempo para salvación de todos los que la reciben con ánimo dócil (cf. Jn 1,1-3).

Mediante la fe en su Persona, el hombre puede hacerse partícipe de la vida que hay en

Dios, como declara san Juan en su primera carta: «Os anunciamos la vida eterna: que

estaba junto al Padre y se nos manifestó. Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos

para que también vosotros viváis en esta unión nuestra, que nos une con el Padre y con

su Hijo Jesucristo» (1Jn 1,2-3).

Por ello, la Palabra del Dios vivo, en su revelación a los hombres, es más que la

Sagrada Escritura. ¿Cómo entender este plus?

Los Santos Padres ya hicieron una propuesta: Verbum versus Vox verbi.

Orígenes, Cirilo, Agustín distinguen entre la Palabra de Dios (logos theou/Verbum) y su

voz (phoné/vox). Así dice San Agustín: “La voz es Juan, la Palabra es Cristo (vox

Joannes, Verbum Christus). Juan era una voz temporal. Cristo es la Palabra eterna desde

el principio” (Sermo 293.3). Esto implica que se debe distinguir entre la Palabra de Dios

como autocomunicación de parte de Dios (Verbum) y sus formas de comunicarla (vox

Verbi). La Sagrada Escritura está en este segundo nivel. Dicha distinción es necesaria

porque así evitamos una lectura fundamentalista o literalista; e impedimos reducir la

Palabra a un conjunto de verdades puramente cognoscitivas y racionales. La Palabra de

Dios no sólo informa, sino que es la vida misma de Dios (Jn 1,4), que se ha encarnado

(Jn1,14), y engendra hijos de Dios (Jn1,12).

En la tradición eclesial surge otra propuesta que recoge la Exhortación

postsinodal Verbum Domini 7 de Benedicto XVI: la analogía de la Palabra de Dios. El

concepto «Palabra de Dios» es analógico, esto es, se dice de cosas distintas de manera

semejante:

• el Logos eterno de Dios = Comunicación que Dios hace de sí mismo.sentido

• El Logos eterno se hizo carne = la persona de Jesucristo. propio

• La creación como libernaturae, como revelación de Dios.

• Dios ha comunicado su Palabra en la historia de la salvación, por los profetas,

por los apóstoles (hechos-palabras).

• La Palabra de Dios se transmite en la Tradición viva de la Iglesia.

• La Sagrada Escritura (AT y NT) es la Palabra de Dios atestiguada y

divinamente inspirada.

10

La Palabra de Dios remite en su sentido propio al Logos de Dios, logos eterno

encarnado, Jesucristo, Hijo de Dios y Mesías Salvador. Por ello, n el mismo número la

Verbum Domini 7 afirma: “Todo esto nos ayuda a entender por qué en la Iglesia se

venera tanto la Sagrada Escritura, aunque la fe cristiana no es una «religión del Libro»:

el cristianismo es la «religión de la Palabra de Dios», no de «una palabra escrita y

muda, sino del Verbo encarnado y vivo». Por consiguiente, la Escritura ha de ser

proclamada, escuchada, leída, acogida y vivida como Palabra de Dios, en el seno de la

Tradición apostólica, de la que no se puede separar”.

Desde este contexto de la Palabra de Dios y la revelación divina podemos

definir la Sagrada Escritura:

“Es la Palabra de Dios puesta por escrito por inspiración divina” (DV 9);

“Es el conjunto de libros que escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo

tienen a Dios como autor” (DV 11);

“Es el testimonio histórico, escrito e inspirado de la revelación divina, por el cual

la Palabra de Dios se expresa en palabras humanas”.

La historia de la Biblia es la historia de la Palabra de Dios a los hombres:

«Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres pormedio

de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo»(Hb 1,1-2).

Tanto el AT como el NT no hacen sino describir el itinerario de laPalabra de Dios desde

la creación hasta que toma un rostro concreto en Jesucristo. Elorigen de la Escritura está

en la acción reveladora de Dios que recibe luego unarespuesta de fe por parte del

pueblo.

La Biblia, lugar privilegiado de la palabra de Dios, es en consecuencia algo más

que una tratado teológico sobre Dios, el Hombre y el mundo o una exposición de

verdades trascendentes objeto de una indagación intelectual: constituye el ámbito de un

encuentro interpersonal, existencial, dinámico del hombre con un Dios que revela su

vida y sus designios, que enseña los caminos de salvación, que llama a una felicidad

imperecedera, que busca amigos entre los hombres, que invita a una comunión de vida y

que, por todo esto, no cesa de instruir, exhortar e interpelar. Ella reclama en

consecuencia una lectura sapiencial y atenta, que al conocimiento intelectual una la

vivencia personal característica del diálogo de amor, que penetra necesariamente la

totalidad de la persona con sus facultades y afectos, y que desemboca en aquella «fe

obediencial» característica del que busca con sinceridad de corazón cumplir «la

voluntad del Padre que está en los cielos» (Mt 12,50).

2. La Biblia, como Palabra de Dios

Después de habernos detenido en definir el concepto de Palabra de Dios y de la

Sagrada Escritura como una modalidad de esta Palabra de Dios, ahora es el momento de

seguir reflexionando sobre la identidad de la SE como Palabra de Dios.

Si la SE es Palabra de Dios quiere decir que se comunica en la SE, que al abrirla

nos encontramos directamente con su Palabra. Ahora bien, ¿es esto así? ¿Cómo habla

Dios en la SE? ¿Cómo escuchar a Dios en la SE? Veamos las implicaciones que

conllevan estas preguntas y sus respuestas.

11

A. Biblia,palabra de Dios en palabra humana3

+ La empalabración de Dios

"Dios habla en la Escritura por medio de hombres y en lenguaje humano; por

tanto, el intérprete de la Escritura, para conocer lo que Dios quiso comunicarnos,

debe estudiar con atención lo que los autores querían decir" (DV 12).

Creemos, los que creemos en estas cosas, que la Biblia es Palabra de Dios, que

Dios nos habla en ella. Pero afirma el Concilio que Dios nos habla a través de unos

hombres. Para entender a Dios es menester, pues, entender previamente a los hombres

por medio de los cuales se comunica con nosotros. Resulta casi un galimatías: para leer

la Palabra de Dios hay que olvidarse de que es Palabra de Dios y tratarla como palabra

humana, pues palabra humana es antes que nada.

¡Que no, que no vale ponerse de rodillas y echarle mucha devoción al asunto! Si

Dios nos habló a través de Habacuc, por citar uno de los autores bíblicos poco

conocidos, mientras no entendamos a Habacuc Dios se nos queda mudo.

Resulta chocante todo esto. ¿Dios que habla por medio de hombres? ¿Un Dios

que, teniendo un mensaje tan importante que transmitir, como se supone que debe serlo

cualquier mensaje de Dios, se somete a las limitaciones humanas del lenguaje, la

cultura, y la historia de un pueblo pequeño y perdido en la geografía terrestre? El

Concilio vuelve a explicarse:

"La Palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al

lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre, asumiendo nuestra débil

condición humana, se hizo semejante a los hombres" (DV 13).

De algún modo tenía que “humanizarse” para hacerse accesible al hombre. Los

Padres de la Iglesia utilizaban la palabra "en-logación", en paralelo con "en-carnación".

Si el Verbo de Dios se encarnó, es decir, tomó carne humana y habitó entre nosotros,

esta encarnación había sido preparada por la enlogación: la Palabra de Dios había

tomado "logos" (palabra) humana, se había encarnado en la palabra humana, se había

"empalabrado". Y lo mismo que para explicar el misterio de Cristo, Dios y hombre, no

se pueden ignorar o recortar ni su humanidad ni su divinidad, en el misterio de la

Sagrada Escritura no se pueden negar ni mutilar ninguno de sus dos aspectos: la

Escritura es Palabra de Dios y es palabra humana. Y hay que entender a los autores

humanos de esas palabras para captar lo que Dios nos comunica a través de ellos.

La palabra de Dios es una realidad teándrica, divino-humana. La unidad de

ambasnaturalezas es similar a la que se da en la persona de Jesús entre la naturaleza

humanay divina. No podemos imponer un docetismo bíblico (sólo Palabra de Dios)

porquellegaríamos al fundamentalismo, pero también hay que alejarse de un ebionismo

bíblico, negando el carácter divino de la Palabra y, por tanto, la necesidad de la fepara

acercarse a ella y captar su sentido profundo.

+ Biblia, comunicación y literatura

Así pues, si Dios habla en la palabra humana hay que entender la palabra

humana para poder comunicarnos con Dios. Ahora bien, la Biblia es palabra humana

escrita. ¿Cómo entender a Dios en la palabra humana escrita?

Un libro constituye una forma de comunicación. Toda comunicación implica un

3 Seguimos en este apartado los dos primeros capítulos de, G. FLOR - F. MARTIN, Biblia, saber y vida

(CCS; Madrid 1991).

12

emisor, un mensaje y un receptor. Para que la comunicación se produzca no debe existir

ninguna interferencia, ninguna barrera entre esos elementos. Tienen que encontrarse,

para entendernos, al mismo nivel.En un libro: el emisor se llama autor; el mensaje es el

contenido del texto literario, el libro como tal; y el lector (receptor) recibirá el mensaje

al leer el libro. A esto hay que añadir el canal de transmisión; en un libro, la escritura

del texto en sí.

En el caso de los libros bíblicos, sin embargo, existen muchas "interferencias".

Para empezar con una obvia, fijémonos en el idioma. El emisor/autor emite su

mensaje/texto en un código o clave que debe poseer también el receptor/lector so pena

de que la comunicación fracase. Los autores de la Biblia escribieron en hebreo, arameo

y griego, y nosotros, los lectores actuales, no poseemos normalmente esas claves, no

sabemos esos idiomas. El mensaje no llegaría a nosotros si no nos lo tradujera alguien.

Ahora bien, ni aun con eso se elimina totalmente la interferencia porque, como se sabe,

toda traducción es una traición: el idioma al que se traduce un texto no logra nunca

reflejar todos los matices, todas las riquezas y todas las asociaciones del original. Al

traducir, pues, siempre se pierde algo del texto original y, por otra parte, se añaden

elementos de la lengua receptora que el original no poseía. He aquí una primera

interferencia, parcialmente solucionada, pero que subsiste en algunos aspectos.

Existen otras. Resulta que los autores bíblicos escribieron hace miles de años, en

una geografía que no es la nuestra, y desde unas -y para unas- circunstancias históricas

que no son las nuestras. Porque ellos escribían para sus contemporáneos, como escriben

todos los autores de todos los tiempos. ¿Podremos conectar con ellos? ¿Seguirá siendo

válido su mensaje para nuestra geografía y nuestra historia, tan distintas y tan distantes

de aquellas? Tendremos que trasladarnos allí, a aquellos lugares y a aquellos tiempos, si

queremos enterarnos de qué decían, por qué y para qué lo decían, y traducir entonces

ese mensaje para nosotros, aquí y ahora. Para entender el Quijote a fondo es necesario

estudiar la geografía y la historia de España de entonces, desde donde surgió y para las

que surgió la obra de Cervantes. Nosotros nos acercaremos también a la geografía de las

tierras bíblicas y a la historia del Pueblo de Dios.

Todavía otra interferencia: el ambiente cultural, la visión del mundo y del

hombre, los modos y estilos de escribir de aquellos autores. El estudiante de literatura

española tendrá que enterarse de qué eran, en la España del XVI, los libros de

caballería, conocer el estilo literario, introducirse en el mundo de los desafíos, entuertos,

damas, gigantes, magos y penitentes; deberá familiarizarse con el mundo de los

refranes; tendrá que aprender a distinguir, literariamente, qué es historia y qué es

ficción, qué es ficción histórica y qué es pura y simple fantasía, para no confundir lo

uno con lo otro. Es exactamente la tarea con relación a los hombres y textos de la

Biblia: trasladarnos a su mundo mental, con sus concepciones científicas, humanas,

sociales, políticas, religiosas, literarias, etc. Habrá que examinar los tipos de libros, los

géneros literarios, la manera de narrar. Todo esto forma parte de la ciencia de la

interpretación, lo que se llama técnicamente hermenéutica.

Por tanto la Biblia es literatura y hay que tener en cuenta todo lo necesario para

entender un mensaje literario. Para llegar al sentido de la Palabra que Dios quiere

transmitir. Así lo expresa también la DV 12.

Alguien podría pensar que, una vez leídos y entendidos esos autores humanos, es

posible prescindir de su ropaje literario para quedarse con el mensaje de Dios puro y

limpio de todo resto de adherencias humanas. La ecuación se formularía así: Biblia,

menos literatura humana, igual a mensaje divino. Pero sería una ecuación falsa. Restar

lo humano mutila también lo divino. En una obra literaria, y todas las de la Biblia lo

son, no se puede separar la forma del contenido, la expresión y la idea abstracta

13

expresada. La forma literaria no es sólo sostén externo del mensaje, sino que forma

parte de ese mismo mensaje. En términos precisos: la forma es significativa. "La forma

literaria realiza y comunica el sentido de la Biblia"(Alonso Schökel). Un poema no dice

jamás lo mismo que dice su "explicación" en prosa. Tomemos un ejemplo bíblico que

muestra de nuevo la dificultad para traducir: Jerusalén suena en hebreo algo así como

"Ciudad de Paz" o "Villa Paz". Todo el salmo 122 está construido sobre el nombre de la

ciudad y el sustantivo "paz":

"Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Villa Paz:

Villa Paz está construida como ciudad bien compacta...

Desead la paz a Villa Paz... haya paz dentro de tus muros...

te saludo con la paz".

En la traducción castellana no podemos traducir la rima, el ritmo, los acentos,

los juegos de sonidos... para captar estos efectos poéticos, que crean todo un ambiente

"pacífico" desde el principio del salmo.La forma poética del salmo es esencial para

transmitir el mensaje.

Todo esto dicho de otro modo suena así: Dios nos habla a través de unos

hombres que, a su vez, se expresan en unas obras literarias. La Biblia es, pues,

literatura, y sólo en tal literatura nos habla Dios, y no a pesar de ella. Nuestro Dios no se

expresa siempre "divinamente", sino que aprendió, para dialogar con nosotros, nuestra

poesía y nuestra jerga jurídica, nuestros refranes y leyendas, nuestro lenguaje vulgar y la

solemnidad de los hombres de peso.

+ La Biblia, “ta biblia”, una biblioteca

Como realidad literaria humana, la Biblia es un libro viejo. Mejor dicho, muchos

libros viejos. Una auténtica biblioteca. Este es el sentido del término Biblia que procede

del diminutivo neutro de biblion (librito, folleto) al plural, biblia (1Mac 12,9 libros

santos). De ahí pasa al latín de la Vulgata como neutro plural (biblia/bibliorum). Y de

ahí a nuestras lenguas. Pero, ¿qué tipo de libro/s, de obra literaria es la Biblia?

Detengámonos aquí un momento.

Tomemos el poema del Mío Cid, algunas páginas del registro civil y del catastro,

varios poemas de Juan Ramón Jiménez, alguna obra de Santa Teresa, un refranero

popular, dos o tres aventuras de nuestro don Quijote, fábulas para niños, un código de

leyes y algunas crónicas oficiales de cualquier gobierno, un pregón de Semana Santa,

algún ensayo de filosofía, oraciones, uno o varios sermones de algún predicador

famoso, una colección de leyendas populares... A continuación encuadernemos todos

esos materiales en un solo tomo que resultará, obviamente, disparatado. Tendremos

entonces algo parecido a la Biblia, en cuanto, conjunto de libros diferentes.

La Biblia ni cayó del cielo ni la planeó nadie. Nadie se puso a escribir "la

Biblia". Nadie proyectó de antemano su contenido, su orden, sus distintos libros y

capítulos. Este volumen fue formándose poco a poco, con el paso de los siglos,

conforme se fueron "amontonando" textos y obras literarias que habían surgido para

responder a las distintas circunstancias y necesidades del pueblo. Hasta conformar lo

que podemos denominar la biblioteca religiosa de Israel y de la Iglesia.

Y debemos notar que tal biblioteca no es, lógicamente, demasiado homogénea;

hay libros y fragmentos antiquísimos y otros muy recientes; unos son largos y otros

cortos. Cada uno de estos libros tiene su propio carácter: existen entre ellos obras

poéticas y retazos de crónicas oficiales o códigos legales. Hay fragmentos de

entonación mística y otros de gran pobreza literaria y cultural, páginas de gran

14

profundidad humana y espiritual y otras más bien ramplonas. Encontramos obras

escritas por un solo autor y otras que parecen antologías de textos de diversos autores,

de distintas procedencias y con siglos de diferencia entre ellos. Y, para terminar de

complicar las cosas, en esas obras antológicas los distintos fragmentos no se encuentran

en orden cronológico, ni agrupados por temas, ni nada parecido.

Enunciemos una primera conclusión de urgencia: cada libro o cada fragmento

nos está pidiendo una actitud distinta.No leemos lo mismo una novela policíaca que un

texto de historia universal o un artículo sobre economía. Sabemos situarnos ante una

obra poética y ante un diccionario. Todo esto parecen perogrulladas, pero es bueno

recordarlo porque no siempre se ha tenido en cuenta a la hora de manejar la Biblia. El

libro del profeta Ezequiel no se parece en nada al de Tobías o al Génesis, y un salmo no

se puede leer lo mismo que una página de los Macabeos, aunque todos ellos sean

Palabra de Dios. Dios nos habla de muchas maneras (Heb 1,1) y hemos de adoptar la

postura correcta para escucharlo, que no siempre es la misma.

+ La Biblia, libro de fe

Se oye con relativa frecuencia que el Antiguo Testamento es la historia del

Pueblo de Dios y el Nuevo Testamento la historia de Jesús y de la Iglesia naciente. Pero

esta afirmación es, cuando menos, equívoca. Los autores sagrados no quisieron escribir,

ni escribieron de hecho, una "historia de Israel", aun cuando algunos libros del Antiguo

Testamento se llamen "históricos". Ni los autores de los Evangelios pretendieron

elaborar una biografía de Jesús de Nazaret, aunque a primera vista lo parezcan.

Los textos tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento son de carácter

religioso, testimonio de la fe de sus autores y del pueblo del que forman parte. En el

fondo lo que nos están contando es su "credo". No hacen crónica histórica, no cuentan

"lo que pasó", sino su interpretación religiosa de lo que pasó. Dicho de otro modo, no

narran la historia, sino que explican la intervención de Dios que perciben en la historia.

Porque su fe es histórica: ellos creen discernir la intervención de Dios en el

acontecer humano personal y colectivo. Por eso hacen continuas referencias a los datos

históricos. Pero no nos confundamos. No busquemos en sus textos crónica histórica,

reportaje en directo. La historia de Israel, o la de Jesús, o la de la Iglesia primitiva,

deberá ser reconstruida con los datos que encontremos en los textos bíblicos y con otros

que nos proporcionen la arqueología, la historia y los documentos de los países vecinos,

el estudio de las culturas y de los textos de aquel medio ambiente, etc. La Biblia es,

primaria y fundamentalmente, mensaje de fe, desde la fe y para la fe.

Los mismos autores bíblicos son muy conscientes de que no se limitan a recoger

los datos del pasado histórico, sino que los interpretan desde la fe y proclaman de este

modo un mensaje religioso para sus contemporáneos. Miran con fe al pasado a fin de

extraer de él una lección de fe para el presente. Es la "teología" la que está dirigiendo

la narración, y no los sucesos históricos. En este sentido podríamos decir que

manipulan la historia (¡pero no quieren hacer historia!).

Esto introduce una última interferencia en el proceso de comunicación. Desde el

punto de vista de la fe, la Biblia es Palabra de Dios, o sea, que detrás de los autores

humanos de los libros bíblicos está escondido el Autor divino, Dios mismo, que nos

dirige su mensaje a través de estos textos: Dios, por Isaías, le estaba hablando al eunuco

(Hch 8). Ahora bien, a Dios sólo se le escucha por la fe. Si no estamos en esta misma

“longitud de onda” las interferencias serán grandes para escuchar a Dios. Sólo la fe nos

puede llevar a escuchar el verdadero y pleno sentido de lo que Dios dice por la palabra

humana. Además, si es Palabra de Dios quiere decir que en ella Dios habla también al

creyente que escucha en cualquier época esa palabra humana. Y entonces surgen varias

15

preguntas: ¿Cómo es posible que estos textos viejos sean Palabra de Dios para nosotros

hoy y para todos los hombres de todas las latitudes y de todos los tiempos? ¿Qué

consecuencias tiene para el creyente? Habrá que prestar atención a estos problemas

teológicos.

Todo esto quiere decir que al acercarnos a la Biblia, después de los pasos previos

de geografía, historia, literatura, etc., debemos tener muy claro que nos encontramos

ante textos religiosos, comprensibles a fondo sólo desde una postura de fe, porque

desde la fe fueron escritos y para dar testimonio de ella.

En resumen. La Biblia es literatura humana -muchos libros y de muy diverso

origen e índole-, de unos tiempos y unos hombres concretos y destinada a ellos, y con

una perspectiva de fe. Lo cual explica que debamos acercarnos a ella, en primer lugar,

con una actitud racional -estudio de geografía, historia, literatura- para después, en

actitud religiosa, captar su mensaje divino.

Son, pues, dos niveles de lectura: en el primero descubriremos "qué dice la

Biblia" por medio del estudio de las ciencias auxiliares humanas; en el segundo nos

interpelará la Palabra de Dios, descubriremos "qué nos dice la Biblia". Si nos saltamos

el primer nivel, no llegaremos jamás al segundo, porque Dios habla a través de hombres

y en lenguaje humano. Y si nos quedamos en el primero, perderemos el auténtico

mensaje de Dios, porque en esos textos humanos está encerrada la Palabra que Dios nos

dirige

B. Leer la Biblia como Palabra de Dios

¿Cómo leer la Biblia para escuchar la Palabra de Dios?

― En primera instancia, a la luz del misterio de la encarnación y de la condescendencia

divina (DV 13), los católicos buscamos la Palabra de Dios en las palabras humanas

de los autores bíblicos. Por ello, aceptamos y utilizamos todos los procedimientos

metodológicos adecuados (literarios, históricos, etc.) al estudio de los textos

antiguos. Precisamente porque Dios ha hablado en la historia humana, hasta hacerse

historia en Jesucristo, el hombre escucha a Dios a partir del lenguaje humano. Así

afirma Benedicto XVI: “Es necesario reconocer el beneficio aportado por la exégesis

histórico-crítica a la vida de la Iglesia, así como otros métodos de análisis del texto

desarrollados recientemente. Para la visión católica de la Sagrada Escritura, la

atención a estos métodos es imprescindible y va unido al realismo de la encarnación:

Esta necesidad es la consecuencia del principio cristiano formulado en el evangelio

de san Juan: Verbum caro factum est (Jn 1,14). El hecho histórico es una dimensión

constitutiva de la fe cristiana. La historia de la salvación no es una mitología, sino

una verdadera historia, y, por tanto, hay que estudiarla con los métodos de la

investigación histórica seria” (VD 32). Dicha postura excluye cualquier tipo de

lectura piadosa y acrítica —también la podríamos llamar fundamentalista—, que

pretende basarse falsamente en la fe y en los dogmas, menoscabando la historia y la

razón. Eso sí, ya que las metodologías científicas parten con frecuencia de

presupuestos filosóficos a veces contrarios a la revelación bíblica (por ejemplo, la

negativa a todo lo que pueda ser trascendente o apuntar a Dios), se deben emplear a

sabiendas de las limitaciones de cada uno.

― En segunda instancia, precisamente porque al estudiar las palabras humanas de los

autores lo que buscamos es la Palabra de Dios, una Palabra eterna que ha irrumpido

en la historia, la DV 12 exhorta a leer la Escritura “con el mismo Espíritu (divino)

con el que fue escrita”. Esto no quiere decir que haya que olvidar los significados

16

que hemos encontrado con las metodologías científicas y desentrañar una especie de

sentido “esotérico” de los textos. Pero sí conlleva que el lector católico debe leer la

Escritura no sólo como un texto del pasado con un mero alcance humano, sino como

una Palabra actual y escatológica en la que escucha al mismo Dios. Además, leer la

Escritura “con el mismo Espíritu” con que fue escrita implica que el Espíritu no solo

está de la parte del texto sino también de la parte del lector. Solo reconoce como

palabra de Dios aquel que vive en el Espíritu de Dios. Solo quien «es de la verdad,

escucha la voz” del Señor (Jn 18,37). La DV 12 concreta esta lectura “en el Espíritu”

en tres procedimientos metodológicos: unidad de toda la Biblia, tradición de la

Iglesia y analogía de la fe. Los estudiaremos al hablar de la hermenéutica.

Con otras palabras podemos decir que este doble momento se puede describir como

una lectura “sentados” y una lectura “de rodillas”.

Normalmente leemos sentados. El primer paso para acercarnos a un texto bíblico

es leerlo y estudiar con detenimiento lo que sus autores quieren decir y dicen. Y eso se

hace sentados. Ya se entenderá por qué decimos esto. El primer paso es enterarnos de

“qué dice el texto”.

Para ello nos debemos hacer una serie de preguntas, las que nos hacemos

consciente o inconscientemente ante cualquier texto. 1. Sobre el autor: ¿Quién escribió

esto? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Para qué destinatarios? ¿Con qué objeto? ¿En qué

circunstancias históricas? ¿Qué pretende comunicar? ¿A quién quiere convencer? 2.

Sobre el texto: ¿Qué género literario se emplea? ¿Qué tipo de lenguaje? ¿Se utilizan

fórmulas estereotipadas, o procedimientos literarios especiales? ¿Qué símbolos e

imágenes usa el autor? ¿Qué significan? ¿Cuál es el contexto próximo de este texto? ¿Y

su puesto en la obra total del autor? ¿Y en los otros libros del mismo tipo? ¿Existen

textos paralelos a éste que lo iluminen o aclaren? 3. Sobre el mensaje: ¿De qué se habla

en el texto¿Cuál es el tema principal? ¿Qué dice el autor sobre este tema en otros

textos? ¿Cómo evoluciona o ha evolucionado este tema en el conjunto de la Biblia?

No todas esas preguntas tienen la misma importancia siempre. A veces se

pueden responder todas. Otras veces se nos quedarán algunas sin contestación. Algunas

respuestas dependen de otras anteriores. En fin, lo que se pretende no es rellenar exacta

y detalladamente un cuestionario sobre el texto, sino preguntarse y encontrar todas las

respuestas necesarias para entenderlo bien. Naturalmente nadie sabe las respuestas de

memoria, ni siquiera los más eminentes investigadores. Hay que utilizar los

instrumentos de que disponemos: libros, comentarios, enciclopedias, etc. Si hacemos

bien todo esto, al final del proceso sabremos “qué dice el texto”..

Ahora bien,creemos que detrás de los autores humanos de la Biblia se encuentra

el Autor divino. Creemos que las palabras humanas de la Biblia encierran para nosotros

la Palabra de Dios. Creemos que Dios nos está hablando en esos textos, a nosotros, hoy.

Y a Dios sólo se le escucha por la fe. Pongámonos pues, en actitud de fe, es decir, “de

rodillas”. ¿Qué nos dice? ¿En qué se parecen nuestras circunstancias a las que el texto

refleja? ¿Cómo vale su mensaje para nosotros hoy? ¿Cómo lo podemos actualizar?

¿Qué ámbitos de nuestra vida personal, social, política, económica, religiosa, se ven

afectados por esta Palabra divina? ¿Qué actitudes nos está pidiendo en nuestras

circunstancias personales y comunitarias?

Como nos sucedía en el primer nivel, las preguntas son éstas u otras parecidas.

Ahora se trata de reflejar nuestra reflexión y nuestra experiencia de fe a la luz de la

Palabra de Dios. Aquí ya no hay “maestros”, ni “sabios”, ni “entendidos”. En este

17

momento sólo somos creyentes, creyentes honestos que quieren modelar su vida a la luz

de la Palabra que Dios nos dirige. Y nadie puede modelar la vida de los demás: cada

uno tiene que tomar su propia vida en sus manos y manejarla responsablemente,

ayudado, es cierto, por las experiencias y el testimonio de los demás creyentes, pero sin

renunciar a la propia responsabilidad ni dejar que nadie “te dispense” de ella. Porque la

respuesta a Dios y a su Palabra es personal, irrenunciable e intransferible.

Con nuestra reflexión personal, que está hecha de oración serena, cálida, intensa,

acudimos a la comunidad y nos ayudamos mutuamente en nuestro camino continuo de

conversión y de transformación personal y comunitaria. Y la Palabra de Dios, escuchada

primero en la intimidad personal, se nos enriquece al oírla de labios de muchos

hermanos en la fe y en la experiencia cristiana, y al recibirla proclamada solemnemente

por la iglesia, depositaria y garante de esa Palabra de Dios.

Porque la Palabra de Dios no es el libro. La Palabra de Dios se conserva viva en

la comunidad cristiana, en la Iglesia. El libro escrito es como la partitura de esa Palabra

que la Iglesia -y nosotros en su seno- interpreta en su vida y su proclamación. Por eso el

lugar privilegiado de la lectura de la Palabra de Dios es la celebración litúrgica, que

preparamos y enriquecemos con nuestra lectura personal y de grupo.