intencionalidad: un enfoque dennettiano del externalismo

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Intencionalidad: Un enfoque dennettiano del externalismo Autor: Gabriel Aragón Aranda 3º de Grado en Filosofía Curso: 2014/15 Fecha de entrega: 20/06/2015 Universidad de Málaga Asignatura: Filosofía de la Mente Profesora: Dra. Alicia Rodríguez Serón

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Intencionalidad: Un enfoque dennettiano del externalismo

Autor: Gabriel Aragón Aranda 3º de Grado en Filosofía

Curso: 2014/15

Fecha de entrega: 20/06/2015

Universidad de Málaga Asignatura: Filosofía de la Mente Profesora: Dra. Alicia Rodríguez Serón

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INTRODUCCIÓN

En el presente trabajo se pretende abordar la cuestión de la intencionalidad en

relación con el debate prolífico —y lejos de concluir— dado entre la postura internista y

la externalista en el marco de la filosofía de la mente. Para lo cual, se pretende atender

en primera instancia a la naturaleza de la intencionalidad como tipo especial de estado

mental para, progresivamente, ir introduciendo el mencionado debate y exponer

argumentos a favor y en contra de ambas posturas acabando, pretendidamente,

posicionándonos a favor del externalismo de lo mental.

La cuestión del estudio acerca de la intencionalidad es de interés, principalmente,

porque está lejos de darse por concluida. El debate está abierto y ha sido tratado de

algún u otro modo por los distintos filósofos de la mente de mayor actualidad. En el

presente trabajo tendrán un peso especial Searle y Dennett; y es que si bien los enfoques

son distintos, podemos encontrar pautas para la descripción apropiada de la

intencionalidad, además de que a ambos se les puede atribuir en alguna medida un

posicionamiento a favor de la concepción externalista respecto a la intencionalidad.

Finalmente, por modestia del trabajo, nos acabaremos centrando más en uno de estos

autores, a saber, Daniel Dennett.

No solamente han sido muchos los filósofos los que se han ocupado de esta cuestión,

sino que también han sido reveladas muchas como vías válidas para abordarla. La

posición analítica, empero, suele recorrer la mayoría de estos enfoques; ya que, al

tratarse de una cuestión conceptual, de un contenido mental, es preciso hacer hincapié

especialmente en la clarificación del término con vistas a dilucidar correctamente

aquello de lo que estamos hablando. Tanto es así, que se ha abordado muchas veces esta

cuestión de una forma marcadamente lingüística. Y es que la filosofía del lenguaje está

bien presente (como ya tendremos ocasión de ver con Searle o Putnam). Por otra parte,

se hace indispensable justificar el interés de la cuestión de la intencionalidad respecto a

sus implicaciones posteriores en la filosofía de la acción y, por ende, en la ética. La

intencionalidad es un estado mental que se caracteriza por vincularnos de alguna manera

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con el mundo que nos rodea y, por tanto, de posicionarnos ante el mismo y actuar de

determinada manera. La importancia ética es clara, entonces; y también se podría aludir

a una importancia judicial. ¿Cuántas veces la intencionalidad ha jugado un papel crucial

en tantos juicios, legales o éticos?

La intencionalidad se revela, entonces, como una cuestión de alta importancia que no

solo se halla revestida de un valor meramente teórico o técnico, sino que posee una

relevancia en lo vital y cotidiano que la hace menesterosa de indagación y pulimento.

En este trabajo, como ya indicamos, pretendemos atender a la misma, clarificándola en

una primera instancia de forma general, y ubicarla en el plano de la discusión acerca de

su fundamentación constitutiva, siendo esta internista o externalista, viendo qué quiere

decir esto y qué implica, por tanto.

DESARROLLO

I. Descripción del marco teórico: presentación de tesis

El marco teórico que nos ocupa es el de la intencionalidad, el cual iremos vinculando

con una postura, dentro del mismo, conocida como externismo, cuya validación o

defensa constituirá la tesis del presente trabajo.

En un primer momento, por supuesto, deberemos afrontar la tarea de definir eso que

entendemos por externismo (se usará a partir de ahora indistintamente con respecto al

externalismo): “El externismo en la filosofía de la mente es la tesis según la cual los

contenidos de las actitudes intencionales de un sujeto no son constitutivamente

independientes del entorno externo de este sujeto” (Moya, 2006, p. 161). Con lo cual se

sostiene la imposibilidad de que tal constitución de dichos estados mentales (en los que

posteriormente profundizaremos) se conciba independientemente del mundo externo. A

esta última concepción de los estados intencionales en función de su origen se le conoce

como internismo, una posición clásica en lo que a este debate se refiere, según la cual

“dicho contenido [mental] viene determinado exclusivamente por factores internos al

individuo” (Moya, 2006, p. 153).

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Tras estas breves —mínimas— descripciones acerca de los dos posicionamientos

respecto al origen constitutivo de los estados intencionales, las cuales servirán a título

de breve preámbulo al desarrollo del trabajo, es preciso abordar la declaración de

intenciones con un poco más de compromiso. Y es que el presente trabajo pretenderá

mostrar la conveniencia del abordaje externista de la intencionalidad basándonos,

fundamentalmente, en la teoría sostenida por Daniel Dennett, la cual, junto a otras que

mencionaremos de soslayo, pretende hacer posible el acceso a un conocimiento

científico de la intencionalidad, lo cual era francamente difícil, si no imposible, con una

concepción internista. Además de ser, a mi juicio, una postura más sólida respecto a la

argumentación, pero, sobre todo, respecto a las posibilidades prácticas que abre en

campos como la sociología o, como dice Dennett, la etología cognitiva.

Todo esto, empero, será tratado con mayor detenimiento una vez avance el desarrollo

del trabajo. Vayamos, por ahora, a tratar de profundizar en los estados mentales sobre

los que estamos discutiendo: los estados intencionales.

II. La intencionalidad de los estados mentales

Ciertos estados mentales tienen la característica de ser sobre algo. Esta característica

“es lo que los filósofos llaman intencionalidad” (Bechtel, 1991, p. 62). En definitiva,

Searle lo apuntó muy bien al hablar de la intencionalidad como direccionalidad (1992,

p. 17). Los estados mentales intencionales se caracterizan, por tanto, por poseer cierta

direccionalidad, cierto ser sobre algo ajeno, externo: el mundo, por tanto. En definitiva,

“el contenido intencional de los estados mentales manifiesta el modo en que el sujeto

concibe la realidad” (Moya, 2006, p. 151), y también juega un papel crucial a la hora de

determinar cómo el sujeto pasa a ser un agente, un individuo con capacidad intencional

de injerencia en el mundo que lo rodea.

En lo que a recorrido histórico del tema que tratamos se refiere, podemos comentar

que “el concepto de intencionalidad procede de la filosofía medieval y se encuentra en

casi todos los filósofos principales, como Tomás de Aquino, Avicena y Duns Escoto”

(Hierro-Pescador, 2005, p. 63), buscando algunos su origen, incluso, en Aristóteles.

Brentano (1838/1917) fue, sin embargo, el primer filósofo más actual que profundizó

realmente en esta concepción tras la tradición escolástica. Habla, recogiendo el argot

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escolástico, de “inexistencia intencional”, que ahora entenderíamos, como nos sugiere

él, como la referencia a un contenido (Priest, 1994, p. 231), la direccionalidad que

comentábamos antes. La doctrina de la intencionalidad que Brentano sostiene, y que

pretende que sea lo decisivo a la hora de caracterizar los estados mentales y

diferenciarlos de los estados físicos, “es la doctrina global de que todos y solo los

fenómenos mentales están dirigidos hacia un objeto” (Priest, 1994, p. 231). Postura

rechazada por su propio discípulo, Husserl (1859/1938), al reprocharle que no todos los

estados mentales son intencionales. Ya Brentano tuvo problemas para afrontar dichas

críticas. Sin embargo, la polémica que introdujo Brentano y que hará necesaria las

posteriores revisiones y propuestas será que habló del hecho “de que las cosas o eventos

a las que se hace referencia en los estados mentales no necesitan ser reales” (Bechtel,

1991, p. 63). Esto lo retomaremos más adelante a la hora de introducir la propuesta de

Dennett, más actual y resolutiva. Por ahora, sin embargo, hablemos de los estados

mentales intencionales tal y como hoy en día se hace canónicamente (dentro del mayor

consenso) e introduciéndonos en el externismo con mayor profundidad.

Los estados mentales intencionales típicos son la creencia y el deseo (constitutivos

de las razones primarias para la acción según Davidson, por otra parte). Por otro lado,

cabe hablar de intenciones (no confundir con la intencionalidad, rasgo que poseen estos

estados) y otros tipos como el miedo, amor, etc. menos sacados a colación en los

estudios filosóficos base sobre la intencionalidad. Poseen, por otro lado, creencias y

deseos con direcciones de ajuste opuestas: mientras que las creencias han de ajustarse al

mundo, es el mundo el que ha de ajustar se a los deseos para atender a la verdad o

falsedad de los mismos.

Moya nos apunta (2006, p. 152) a tener en consideración al menos tres dimensiones

importantes en lo que respecta al contenido mental. En un primer momento

encontramos un aspecto semántico que tiene que ver con la dirección de ajuste

previamente comentada: las creencias, por ejemplo, serán verdad o no en función de su

contenido y de cómo es el mundo externo. Respecto a si el mundo es o no constitutivo

del contenido intencionales es de donde surge la polémica entre el internismo y

externismo. La relación en el punto semántico con la filosofía del lenguaje es evidente.

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Un segundo aspecto a tener en cuenta es la faceta explicativo-causal. Y que también

tiene que ver con algo previamente apuntado. Creencias y deseos nos llevan a actuar de

determinada manera: podemos explicar, en suma, el comportamiento de otros agentes

en función de las creencias y deseos que les atribuimos. La problemática de atribuir o no

poder causal a los estados mentales intencionales es un punto decisivo en esta cuestión.

Aquí vemos, por otra parte, una clara relación con la filosofía de la acción.

En tercer y último lugar, Moya habla de una dimensión que cabría ser calificada de

epistemológica, y que tiene que ver con el conocimiento que se tiene de los estados

mentales. Aquí es donde ubicaríamos la autoridad de la primera persona, relacionando

esta faceta con la epistemología, evidentemente.

Y, para dar respuesta a estas dimensiones, es para lo que surgen las teorías internistas

y externistas. Si bien, Moya nos presenta que, numéricamente, parece vencer la postura

internista (ya que da mejor cuenta de las dimensiones causal-explicativa y

epistemológica) frente a la externista (que parece dar mejor cuenta del rasgo semántico).

Sirva como adelanto: es posible mostrar la validez del externismo, a mi juicio, en las

tres facetas acudiendo, para la semántica, a Putnam (experimento mental de la Tierra

Gemela; para la causal-explicativa, a Searle (razones externas) y Dennett (postura del

diseño), y para la epistemológica, a Dennett (otra vez gracias a la postura del diseño).

Estas serán las cuestiones a las que intentaremos dar una solución lo más

esclarecedoramente posible en el tercer epígrafe del desarrollo, donde ya desgranemos

lo más posible la argumentación a favor del externismo; prestando, eso sí, la mayor

atención —en el cuarto y último epígrafe— a la que me parece la postura más

interesante: la de Dennett.

III. Internismo y externismo respecto a los tres aspectos del contenido

mental

Siguiendo para este epígrafe la línea trazada por Moya (y complementándola después

con otros autores para apoyar al externismo) vamos a atender a cómo estos dos

posicionamientos —internismo y externismo— responden a los rasgos presentados al

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final del epígrafe anterior. Lo cual llevará de suyo una mayor comprensión de cada

postura, una especie de definición indirecta, pero más matizada.

Atendiendo en primer término al internismo, el cual, como dijimos, es independiente

de cualquier factor físico, social o de otro tipo (Moya, 2006, p. 153), cabe identificarlo

con el término “individualismo”. Moya matiza en su Filosofía de la mente (pp. 153-

154) que el internismo, si bien reconoce una independencia constitutiva del mundo

externo, no está necesariamente indispuesto a admitir una dependencia causal respecto

al mismo. Pero esto implicaría una complejidad mayor y empezar a hablar de matices a

la hora de distinguir al internismo del externismo en sentido lato. Lo importante es

conservar el hecho de que los estados mentales, desde la óptica internista, se constituyen

independientemente de factores externos. Por supuesto, esto trae la consecuencia de que

un mismo sujeto (o varios) ante muy diversos escenarios contextuales, conserven los

mismos estados mentales inalterables o indistinguibles (p. 155).

Por otro lado, y enlazando con lo comentado al final del epígrafe anterior, la postura

internista casa bien con la dimensión causal-explicativa del contenido mental. Es así que

muchos autores mantengan que es imprescindible una óptica internista con vistas a dar

buena cuenta del comportamiento individual (lo cual, apunta Moya, es especialmente

interesante en combinación con la aceptación de ciertos presupuestos materialistas). Así,

cambios en el entorno serían válidos para modificar la conducta del agente en tanto que

afecte (causalmente) al sistema nervioso del mismo. Es imprescindible dicho paso para

poder conservar la tesis internista.

Respecto al aspecto semántico de los estados mentales —y suponiendo junto con la

psicología del sentido común que las propiedades semánticas de los estados mentales no

quedan determinadas exclusivamente por las propiedades físicas del individuo, sino que

también por las propiedades ambientales— hemos de conceder que, desde el punto de

vista internista, sosteniendo la existencia del papel causal-explicativo del contenido

mental, se ha de dejar de lado el contenido semántico de los estados mentales y su

capacidad representativa y veritativa. Entonces, atendiendo a esta perspectiva, cualquier

explicación dada en términos de creencias y deseos sería errónea al traer el papel causal

en el ámbito del contenido semántico (Moya, 2006, p. 156).

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Tanto Fodor como Stich, defensores del internismo, escriben posteriormente al

surgimiento del externismo y son conscientes del déficit de la posición que sostienen

respecto a la dimensión semántica del contenido (Moya, 2006, p. 157).

Por último, veamos el tratamiento que el internismo hace de la dimensión

epistemológica donde, recordemos, resultaba aparentemente superior a la posición

externista. Y esto es así porque, en principio, el internismo puede dotar “al sujeto de

alguna capacidad de acceso directo a sus propios procesos y estados internos” (Moya,

2006, p. 157). Esto se explica ya que, desde la óptica internista, no se requiere un

conocimiento empírico (ni por ello, falible) del entorno para atender a los estados

mentales constituidos en el interior del individuo.

Como hemos visto, la falla de explicar el papel del contenido semántico, que tanto

entra en conflicto con nuestras intuiciones básicas, pone en serio riesgo la perspectiva

internista, ya que deja cojas a las otras dos cuestiones. La opción alternativa de

mantener una postura híbrida en la cual se aceptase las premisas externistas en el

aspecto semántico también es descartable dada la dificultad de armonizarlo con la

explicación causal.

Pasemos ahora a centrarnos en la posición externista, la cual ya no abandonaremos,

para definirla por última vez, justificarla en los tres puntos antes tratados y defenderla

finalmente con la teoría de Dennett a la que nos adherimos.

La perspectiva externista afirma la dependencia del entorno externo para la

configuración constitutiva de los contenidos de las actitudes intencionales, de tal manera

que se niega la tesis internista consistente en mantener que los contenidos intencionales

de un individuo serían los mismos aun si no existiese un mundo externo. De tal manera,

que, por ejemplo, un cerebro en la cubeta tendría distintos contenidos mentales que un

ser que habita un entorno “normal” (Moya, 2006, p. 162). Desde el plano de la

psicología popular (y con los conocimientos científicos de los que se dispone), esta

postura externista, prima facie, resulta mucho más intuitiva que la internista. Pero

pasemos a profundizar en el tema tratándolo de forma argumentada.

Como nos dice Moya (2006, p. 162), “las doctrinas externistas en la filosofía de la

mente actual tienen su principal origen en el importante artículo de Putnam «El

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significado de “significado” », donde se encuentran las bases de las mismas”. La

semántica tradicional es puesta en cuestión desgranándola en sus aspectos intensionales

y extensionales; muy importantes para destacar la supremacía de la concepción

externista respecto a la internista respecto a la cuestión semántica.

Putnam recoge los dos supuestos de la semántica de Frege: que (1) “conocer la

intensión de un término supone hallarse en un determinado estado psicológico” y que

(2) “la intensión de un término determina su extensión, de modo que dos términos con

la misma intensión han de tener también la misma extensión” (Moya, 2006, p. 162).

Señala Putnam que “estado psicológico” ha de ser entendido dentro del marco del

solipsismo metodológico, el cual resuena claramente a internismo.

De los dos supuestos anteriores se concluye la imposibilidad de que un término tenga

una extensión distinta en boca de uno y otro individuo psicológicamente idénticos. Para

refutar esto, Putnam ideará el experimento mental de la Tierra Gemela (Putnam, 1984,

pp. 17-23). Y es que Putnam considera que dos hablantes pueden encontrarse

internamente en el mismo estado mental, pero diferir en la faceta extensional.

Al margen del famoso experimento mental antes mencionado, Putnam también

acude a un aspecto social conocido como “división del trabajo lingüístico” para recalcar

la pertinencia de adoptar una postura externista, donde, en una comunidad lingüística,

solo ciertos grupos poseen los criterios pertinentes para discriminar si un objeto cae bajo

la extensión de ciertos términos o no.

A pesar de la atención al concepto de significado, fue Tyler Burge el que tomó

consciencia de la aplicación de este trabajo al campo de la filosofía de la mente. Burge

asevera que “el contenido intencional […], como el significado, no son propiedades

intrínsecas de un sujeto, sino propiedades relacionales, que dependen

constitutivamente, en parte, de sus relaciones con objetos y situaciones externas al

mismo” (Moya, 2006, p. 164). Esto lo argumenta con el ejemplo de Oscar 1 y Oscar 2,

los cuales, refiriéndose a sustancias distintas (siguiendo el patrón de la Tierra Gemela),

en extensionalidad, pero con el mismo término, están expresando una creencia, cuyo

contenido ha de ser distinto en uno y otro. Dicha diferencia ha de variar, pues, en

función del entorno exclusivamente.

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Entonces, hemos de concluir, con Moya, que el externismo integra adecuadamente la

dimensión semántica y la intencional. Lo cual era una dificultad para el internismo, que

no daba cuenta de conexión alguna con el entorno, que, claramente, supone una fuente

de dotación semántica importante. Pasemos ahora a la dimensión causal-explicativa.

La dificultad estriba en que el comportamiento de un agente parece ser una función

de su estado interno (sea restringiéndose a propiedades físicas internas o no). Y es que,

desde la perspectiva externista, dos individuos físicamente indistinguibles pueden

diferir en sus propiedades mentales intencionales. Entonces, ¿cómo es posible que

propiedades que no sobrevienen de propiedades (físicas o no) internas, pueden ser

causalmente pertinentes para su comportamiento?

Una respuesta aportada por Moya (2004, p. 167) —aunque no muy convincente

según él mismo reconoce— consistiría en separar en el contenido, los aspectos que

sobrevienen a las propiedades físicas internas del organismo en cuestión, de los aspectos

dependientes de relaciones externas. La cuestión, sin duda es problemática pues choca

contra nuestras intuiciones acerca de la necesidad de un contenido semántico del tipo

creencia/deseo a la hora de explicar el comportamiento. A pesar de no estar seguro de la

pertinencia, se me ocurre dar un tipo de explicación acudiendo, para esta dimensión

explicativa, a Searle, el cual defiende una teoría, dentro de la filosofía de la acción (por

tanto, conveniente sacarla a colación a la hora de explicar el comportamiento), de

externismo respecto a las razones; es decir, la existencia de razones externas a lo que un

individuo cree o desea (Searle, 2000, p. 134). Estas razones externas (que abrirían un

debate interesante acerca de su ontología) cuentan como motivos ajenos a un desarrollo

constitutivo propio del agente a la hora de actuar. Siguiendo este giro, creo que se puede

dar cuenta del papel causal-explicativo en un ámbito externista.

Por otro lado, y por seguir añadiendo posibles soluciones a esta aparente deficiencia

del externismo, se podría —adelantando cuestiones que trataremos posteriormente con

más detalle— acudir a la propuesta de Dennett conocida como “estrategia del diseño”

según la cual, las distintas entidades (naturales como los seres humanos o artificiales

como las estanterías) son susceptibles de una comprensión en lo que respecta a su

comportamiento, explicando éste en función de su diseño (obvio para las estanterías, y

referido a la selección natural respecto a los organismos vivos) y atribuyéndoles, aunque

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no existan (y esto es lo interesante para solucionar la deficiencia externalista en lo que

respecta a la explicación causal), creencias y deseos. De tal modo que podemos

explicarnos la conducta de estas entidades mediante una atribución, ciertamente

instrumentalista, de creencias y deseos cuya semanticidad depende de dicho diseño y su

relación con el entorno en el que se encuentran.

Pasemos, en último lugar, a la cuestión epistémica, la cual también se antojaba

dificultosa para la perspectiva externalista. Parecería entonces que, respecto a la

autoridad de la primera persona, el externismo sería, entonces, incapaz a priori de dar

cuenta de la misma. De hecho, como apunta Moya, “diversos autores han sostenido que

existe una incompatibilidad entre el externismo y el autoconocimiento” (2006, p. 168).

Epistemológicamente, es perfectamente plausible traer a colación, de nuevo, el enfoque

(precisamente de corte epistemológico) de Dennett, a saber, la postura del diseño. Cierto

es que si esta cuestión ha de restringirse únicamente al autoconocimiento directo e

inmediato de los propios estados intencionales, entonces el externismo parece flaquear,

desde luego. Pero la dimensión epistemológica no debería, considero, restringirse

únicamente a este tipo de conocimiento ya que, de hecho, a la hora de atender al resto

de individuos, es interesante acogerse a una postura externalista; y la propuesta por

Dennett goza de una aplicabilidad y utilidad destacables.

Concluimos este apartado, por tanto, habiendo presentado una panorámica del debate

existente en la filosofía de la mente entre las posturas internistas y externistas, las cuales

presentan ciertas ventajas y desventajas la una respecto a la otra en determinados

aspectos (los tres fundamentales a los que hemos atendido). Cada una de ella presenta

su potencial explicativo respecto a aquella faceta en la que se muestra como aparente

vencedora, pero da muestra de su déficit en las demás. Nuestro propósito ha sido

presentar la cuestión en los términos de Moya para, posteriormente, deslindarnos del

mismo y argumentar (interpretativamente) con base en otros autores a favor de la

posición externista, donde hemos pretendido solventar los posibles déficits de dicha

tesis externista.

A continuación vamos a pasar al último punto del desarrollo del trabajo, en el cual

vamos abordar en términos generales la propuesta de Daniel Dennett respecto a la

cuestión de la intencionalidad mostrando, a su vez, la dimensión externista de la misma,

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para acabar extrayendo las conclusiones pertinentes a nuestro trabajo y presentar, si se

diese el caso, las críticas que viniesen a cuento y ver si las mismas se sostienen

convenientemente.

IV. La teoría de Dennett y sus consecuencias

Daniel Dennett (1942) es un filósofo de la mente actual que se mantiene, a pesar de

poseer una edad avanzada, en plena producción filosófica. Su intelecto agudo, ingenio y

originalidad, además de la vastedad de temas que toca, le hace proporcionan la

capacidad de no dejar indiferente con sus propuestas y, desde luego, hacer análisis

profundos y enjundiosos de las cuestiones que aborda. En el caso que nos ocupa —el de

la intencionalidad— no ha sido menos.

Dennett ha desarrollado dicho tema principalmente en “Content and Consciousness

(1969), continúa en el artículo “Intentional Systems” (1971), y en varios más recogidos

con el anterior en Brainstorms (1978), para seguir con otros muchos, algunos de los

cuales aparecen reimpresos en The Intentional Stance (1987)” (Hierro-Pescador, 2005,

p. 67).

Dennett mantiene que a la hora de conocer los estados intencionales de lo que sea es

imprescindible hacerlo desde una óptica determinada —donde el componente

interpretativo (con claras resonancias instrumentalistas, prácticas, por tanto) es

fundamental— que nos permita adoptar una “estrategia intencional” con carácter

predictivo. Dicha óptica concreta es a la que llamará “actitud intencional” (intentional

stance). Tal actitud consiste en que el sujeto trate al objeto en cuestión (objeto de su

análisis intencional), cuya conducta quiere conocer, como un agente racional. Lo cual

tiene, dicho sea de paso, cierto eco al principio de caridad de Donald Davidson. Este

agente racional constará, por tanto, de creencias, deseos, intenciones, en definitiva: de

estados intencionales, de actitudes proposicionales (aunque Dennett aquí matizaría).

Será visto, en abstracto, como un sistema intencional (intentional system). Y lo cierto

es que a Dennett se le ocurre plantear la existencia de muchos otros modelos predictivos

que se han dado en la realidad como, por ejemplo, el de la estrategia astrológica (eso sí,

tachándola de estrategia deplorable). Otro tipo de estrategia a asumir podría ser la física,

la cual, sin embargo, no está al acceso de todo el mundo. Y es por esto que, en la

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opinión de Hierro-Pescador, Dennett acabe por considerar más adecuada (más útil o

plausible, quizás) la actitud del diseño (2005, p. 67), según la cual, el comportamiento

del objeto en cuestión será predecible en función de atender a cómo está diseñado para

comportarse; es decir, de cómo se supone que debe comportarse. Esto también es muy

susceptible de la interpretación que se le quiera dar al objeto en función del diseño y el

propósito que se le quiera atribuir (véase para ello el ordenador errante de 2 bits y su

posterior cambio de función (Dennett, 1991, pp. 256-261)).

Esta estrategia, como es evidente, no solo está restringida a artefactos, sino a

organismos vivos —sistemas biológicos— y a órganos de los mismos. Y es que en estos

casos, el diseño tiene un origen natural. Aquí llegamos a un punto interesante porque el

evolucionismo o biologicismo, por así decirlo, tan frecuente en Dennett, vuelve a salir a

la luz. Para Dennett, la causante del diseño de los organismos vivos no será otra que la

selección natural. Por supuesto, nada más que considerando la actitud del diseño de

manera básica, podemos atender a la importancia de ese componente de referencia algo

externo para justificar la intencionalidad de los distintos organismos o sistemas. Y es

que las creencias y deseos de estos vendrán dadas (si aceptamos un compromiso de

realidad ontológica) por el diseñador (sea el que sea) o —manteniéndonos únicamente

en un marco interpretativo o instrumentalista— aquellas vendrán dadas por la misma

interpretación del sujeto que pretenda predecir el comportamiento del sistema

intencional en cuestión.

Esta atribución de estados intencionales se hará acudiendo al vocabulario de la

psicología popular. Esto es así porque Dennett pretende, precisamente, establecer una

teoría útil, accesible y rápida. Desde luego, la apelación a las intuiciones comunes

(aunque cayendo, quizás, algunas veces en una excesiva antropomorfización) es un

logro del planteamiento dennettiano. Si bien es cierto, que una posible crítica en la línea

del exagerado antropomorfismo es que, si para atender a la conducta del sistema que

sea, es preciso interpretarlo como dotado de racionalidad (para así atribuirle creencias y

deseos), al final nos encontramos con un mundo poblado por un sinfín de entidades

racionales. Claro está, aquí sale a la luz el carácter instrumental (que me empeño en

defender) de la teoría que nos ocupa, el cual la salva de críticas de este calibre.

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La confianza de Dennett en su postura parece férrea, el propio Hierro-Pescador

considera que “Dennett piensa que la actitud intencional es la única estrategia que hoy

conocemos para atribuir creencias y deseos, y para predecir la conducta” (2005, p. 68),

lo cual, dada la confianza en la ciencia que Dennett posee, no anule el hecho de que la

ciencia pueda dar una interpretación y predicción de mayor envergadura: eso sí,

insuficiente, quizás, en la actualidad y, por supuesto, de una complejidad tal que impide

el uso de la misma a la inmensa mayoría; por no hablar de lo aparatoso de la misma.

En lo que Dennett insiste es en que nosotros usamos usualmente, la mayoría del

tiempo, la estrategia intencional para predecir el comportamiento de lo que sea. Algo

tan frecuente en algunos sitios como elaborar una trampa para cazar un animal depende,

desde luego, de la capacidad de prever su conducta atendiendo a sus creencias y deseos.

Un comentario crítico de McCarthy al respecto sería que no nos hace falta acudir a

estrategia intencional para, por ejemplo, predecir el comportamiento de un termostato,

sino que únicamente con la estrategia del diseño es suficiente. Esta crítica, como apunta

Hierro-Pescador (2005, p. 69), parece ir en la línea de aquellos que vean en el futuro de

las neurociencias (en el caso de aplicar la estrategia del diseño a organismos vivos) la

mejor garante de una explicación de la mente y la conducta. Sin embargo, nos parece

ilegítimo depender de una futura explicación que bien podría no llegar y que (en el caso

del materialismo eliminativo, por ejemplo) acabaría con todo nuestro panorama

explicativo dentro de la psicología popular.

Por esto seguimos prefiriendo acogernos a la estrategia intencional, entendiendo, por

sistemas intencionales, fragmentos de realidad a los que se les aplica un modelo

explicativo; en este caso, el modelo predictivo de la estrategia intencional. El cual, por

cierto, atribuye representaciones internas a todo sistema en cuestión: desde un

termostato hasta un ser humano. Esto seguimos tratándolo en un sentido instrumental.

Por tanto es de rigor que tengamos siempre presente la división entre el plano

epistémico y el ontológico. Es así que estaríamos atribuyéndole a sistemas como los

termostatos una intencionalidad meramente derivada (fruto de una perspectiva

interpretativa). Pero es que el propio Dennett considera que nuestra intencionalidad es,

de hecho, como la de un robot: derivada, también. Este sería el punto en el que quizás

diferiría de Dennett. Si bien acepto su propuesta en el plano epistémico, su

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eliminativismo en el plano ontológico no lo comparto (por el momento al menos). Y es

que nuestra intencionalidad sería como la de un robot en el sentido de Dawking; es

decir, seríamos algo así como marionetas al manejo de los verdaderos deseos de

nuestros genes; sirviéndoles nosotros únicamente como vectores de replicación. Sin

embargo, esto solo sirve a título orientativo porque el propio Dennett reconoce la

tontería de conferir creencias y deseos a los genes. Éstos serían los beneficiaros de la

verdadera diseñadora: la madre naturaleza o, para ser más rigurosos, la selección

natural; la cual sirve a su vez para eliminar de un plumazo esa suerte de Hacedor de la

índole teísta que sea.

La propia selección natural es susceptible de la estrategia intencional, pues realmente

discrimina entre diseños atendiendo a razones claramente distinguibles. Esto es así

porque “la descripción Intencional presupone la adecuación ambiental de las conexiones

de antecedente y consecuente: la selección natural garantiza, a largo plazo, la

adecuación ambiental de lo que produce” (Dennett, 1996, p. 64). La cuestión es que

parece ser, de hecho, un proceso ciego, inconsciente. Sería, entonces, ilegítimo

atribuirle creencias y deseos reales, ontológicamente hablando, a la selección natural.

El interés de la postura intencional reside en la cotidianidad con la que la aplicamos

y en su utilidad práctica. Cierto es que, como hemos dicho, el propio “Dennett ha

afirmado también que ningún sistema, incluidos nosotros mismos, es realmente

intencional” (Bechtel, 1991, p. 99).

Aquí me gustaría insistir en el carácter instrumentalista de la postura, que es palpable

(así lo creo) y que, sin embargo, “[Dennett] solo acepta a regañadientes esta etiqueta”

(Bechtel, 1991, p. 99). Esto es así precisamente por la cotidianidad que apuntaba antes.

Dennett mantiene que realmente nos es imposible prescindir de dicha estrategia

intencional: es nuestra manera natural de proceder e interpretar las cosas con vistas a

predecir su comportamiento. Es algo perfectamente objetivo, asegura. Por no hablar de

la versatilidad de dicha postura, la cual puede ser proyectada hacia casi la totalidad de lo

existente.

Lo interesante aquí para la relación con el externismo es que, cuando tratamos como

sistemas intencionales a los propios seres humanos (lo cual es constante), la postura

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intencional nos aporta una información teórica de calado. Nos informa acerca de cómo

es la relación de dicho sistema con su entorno: “qué información ha adquirido y qué

acciones está dispuesto a realizar”, por lo que se concluye que “el organismo refleja

continuamente el entorno, o que hay una representación del entorno en —o implícita

en— la organización del sistema” (Bechtel, 1991, pp. 99-100).

Precisamente, este adhesión insoslayable de Dennett hacia el externismo es la que,

junto con argumentos como el de la Tierra Gemela de Putnam, le llevan a sostener la

inexistencia de las creencias y deseos, ya que “las adscripciones intencionales son

relativas a un entorno y, de este modo, no son caracterizaciones intrínsecas de un

sistema” (Bechtel, 1991, p. 100). La crítica va dirigida, entonces a la existencia de

estados intencionales como estados internos al sistema: la brecha a la existencia real

externa de dichos elementos está abierta. De hecho, Dennett se refiere a la creencia

como un fenómeno perfectamente objetivo. Dennett se opondría así, principalmente, a

las teorías computacionales como las de Fodor que realizarían una adscripción

internista. Así pues, creencias y deseos acabarían siendo descritos como estados

relacionales dados entre un sistema y su entorno (para lo cual es interesante el concepto

de mundo nocional que Dennett saca a colación). Se da así, finalmente, la dependencia

de lo externo propia del externalismo.

En último lugar, cabe hacer un comentario, y es que Dennett propone esta postura

intencional como estructura de una futura etología cognitiva; ciencia orientada a

caracterizar el perfil cognitivo (usando los términos de Anderson) de las especies en

relación con su medio; ciencia que, por otra parte, “proporciona una rica fuente de

material para el análisis filosófico del significado y la mentalidad” (Dennett, 1991, p.

211). Y es que el lenguaje como codificador y decodificador de la realidad circundante

sería, en el caso del ser humano, un protagonista de peso.

CONCLUSIONES

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Mucha ha sido la bibliografía consultada y poca la expuesta: el espacio y la claridad

así lo han requerido. En cualquier caso, llegamos a la conclusión del trabajo con una

serie de ideas que hay que tener presente.

Durante el trayecto recorrido nos hemos enfrentado a uno de los problemas que

vertebran la filosofía de la mente (y otras disciplinas como la filosofía de la acción,

ética, etc.): la intencionalidad. Tema al que se le han dado mil vueltas, y al que se le

siguen dando.

A la hora de tratar el marco, nos hemos esforzado por dar una visión panorámica del

asunto en general tocando para ello brevemente su historia, atendiendo, obviamente a lo

que consiste eso que llamamos “intencionalidad” y, finalmente, haciendo hincapié en su

origen constitutivo, que es de lo que trataba el trabajo. Para lo cual hemos recorrido

distintos planteamientos; quedándonos, finalmente, con la propuesta de Daniel Dennett;

filósofo actual con propuestas aún más actuales si cabe y que nunca dejan de dar que

hablar. Curiosamente, su propuesta, en el sentido epistémico e instrumental que recalco

que tiene, es una vuelta atrás y una justificación de lo intuitivo. De hecho, consiste en

una extensión útil de nuestras intuiciones más arraigadas de la conocida como

psicología del sentido común.

Hemos defendido una postura externalista respecto al origen constitutivo de la

intencionalidad en el marco de la filosofía de la mente. Y cómo de esto se desprende la

imbricación mental ineludible del agente o sujeto respecto a su medio, del cual es

dependiente (y del cual dependemos para la comprensión y predicción del

comportamiento de dicho agente). Esto era relacionado de forma somera al final con la

propuesta práctica que Dennett nos hace respecto a la etología cognitiva, la cual

patentiza la actualidad de la cuestión, su productividad y fecundidad para otras ciencias

tales como, por ejemplo, la sociología; ciencia tremendamente dependiente de un

conocimiento intencional de la masa de individuos (o especie, en términos etológicos)

en sus relaciones mutuas y respecto a su ambiente.

Si escogí la postura de Dennett fue por su fuerza argumentativa, la cual considero

que reside en lo práctico de dicha propuesta, y en lo habituados a la misma que estamos.

Eso sí, empero, sigo insistiendo en mi reticencia respecto a la efectiva negación

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ontológica de los estados intencionales. Pero esa cuestión no ha sido enfocada aquí más

que en el ámbito epistémico, interpretativo, instrumental a fin de cuentas.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

- Bechtel, William. (1991), Filosofía de la Mente, Madrid: Tecnos.

- Dennett, Daniel. (1991), La actitud intencional, Barcelona: Gedisa.

- ----------------(1996), Contenido y conciencia, Barcelona: Gedisa.

- Hierro-Pescador, José. (2005), Filosofía de la mente y de la Ciencia cognitiva,

Madrid: Akal.

- Moya, Carlos J. (2006), Filosofía de la mente, Valencia: PUV.

- Priest, Stephen. (1994), Teorías y filosofías de la mente, Madrid: Cátedra.

- Putnam, Hilary. (1984), El significado de “significado”, México: Instituto de

Investigaciones Filosóficas.

- Searle, John. (1992), Intencionalidad, Madrid: Tecnos.

- ----------------(2000), Razones para actuar, Oviedo: Nobel.