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1 Hotel Hastings Eduardo Padilla

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Hotel Hastings

Eduardo Padilla

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Contacto Editorial: [email protected]úmero de ISBN: Web: www.cinosargo.comRevista Cinosargo. www.revistacinosargo.clPrimera edición: 2018Hotel Hastings © Eduardo PadillaArte de la portada: Enrique García UgaldeTodos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de este documento por cualquier medio, sin el previo y expreso consentimiento por escrito de los autores.Cinosargo Ediciones © es propiedad de Daniel Rojas Pachas.

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Cuando la memoria no es fiel, soy un feliz cornudo.

*

En el Norte me dicen Ed y acabo de enterarme de que los cartógrafos le dicen Ed a las islas de Existencia Dudosa.

Dios me habla y yo escucho.

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1.

Dejé la escuela y me fui a vivir a East Hastings con los demás fantasmas.Aquel hotel mausoleome abrió sus puertascomo a un hijo que vuelve de la guerra perturbado pero lleno de gratitud.Tres pisos de gris angosturamontada encima de una carniceríadonde las moscas bailaban en líneas la danza que junta a los vaquerosbajo el hospiciode la cabeza de cerdoque flotaba, divina,en el cielo del escaparate.Cabeza de neón rosa¿sólo a mí me cerraste el ojo? ¿sólo yo soñéque tú intercedías por nosotros,los niños muertosde East Hastings?

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2.

Mis vecinos eran hombres y mujeres estoicosque llevaban la cruz de Cristocolgando del cuello y del alma.La jeringa, la pipa de crack y el cuchillo improvisadoson también la cruz de Cristo.Todos ellos se dirigíana su propio montecillodonde un romano diligentey bien organizadolos ayudaría a clavarsea una cruz que para entoncesya sería un vago adormecimiento.

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3.

En mi piso viveel aprendiz de padrote.Más allá vive el vendedor de polvosy al final del pasillovive y mueresu único cliente.

Aprendo a ser sociable,soy felizmente sociablepor primera vez en mi vida.

Conozco a todos y todosme piden prestado.Todos menos el carterista.Su reputación ilumina el corredor por las noches.El carterista es una leyenda, un artista de otro mundo.Un iluminado que habla con las manos.Y sus manos son más bellasque las de un santo manierista.

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4. Soy el extraño. Me han dado el último cuartojunto a la escalera de incendios.Quiero ser como ellos,quiero una familia.“No puedes ser como nosotros, tú eres como él.”Señalan con el dedo al Hombre Invisible.El Hombre Invisible no habla con nadie.Se desliza con rapidez en línea recta.Cuando gira sólo gira noventa grados.Sólo es visto de perfil.Va enfundado en gabardina, gorra y lentes negros.El Hombre Invisible es un jeroglífico humano. Un día lo seguí por la calle.El Hombre Invisible dio vuelta en una esquina,luego en otra y luego en otray caminó veloz de vuelta al hotel.Pero por un instante lo vi quitarse las gafas:era el doble de Dustin Hoffman. “¿Se han dado cuenta que el Hombre Invisiblees idéntico a Dustin Hoffman?”

Pero a nadie ahí le importaba un carajo Dustin Hoffman.

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5.

El viejo Roger es mi nuevo abuelo. El viejo Roger es un santo.No me extraña en lo absolutoque haya santos viviendo en el Hotel Hastings.

Eddy, me dice.Eres un eddy, Eddy.O sea,Roger decía que era youn remolino.

(Rick, el albañil que parecía un Lázaro mal resucitado,me llamaba “El Siñorito”.)

“Eddy, vamos temprano por el almuerzo.El pájaro que madruga recibe las mejores limosnas.”Roger era un anciano bajito, hermosoy pasmosamente bueno.Le habían diagnosticado cáncery esperaba a la muertecon la calma y buena carade un hombre que espera a que el pansalga del horno.

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6.

A la mitad del inviernome supe afortunadode haber cambiado la escuelapor East Hastings.Me hice una maestría de estar paradohaciendo filaen las cafeterías del gobierno.Perdí la cuenta de todas las vecesque vi a Buddhaparado en la misma filafrente a mí.Señorito Siddhartha,me enseñaste la paciencia del desierto para esperar en líneael pan y la sopa calienteque caían del cielo cristianoy me eran dados por canadienses angélicos,palidísimosy terriblementeamables.

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7.

Cómo puedo describir Vancouver si apenas sé describir una silla.

Hay un océano enfrentey una isla que separaa los monstruos.¿Qué pasaría si no hubiera una isla? ¿Se comería el mar a Vancouver? ¿La dormiría en su pecho? Aquí todo es limpio y estéril,toneladas de aburrimiento verticalen el distrito financiero.Los nuevos tótems no tienen la graciade los antiguos—¿qué es un tótem sin sus animales?Es la ciudad de Vancouver.

Mejor no vengas.

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8.

En cierta formaesta ciudad es un plano cartesianolleno de celdas.

Un árbol de Navidaddonde una mano enguantadacuelga dioramas: adentro bailan los muñecos, movidos por un imán invisible.

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9.

Hay color en Vancouver,hay grises y blancos. Mucho gris, sobre todo.

Un azul deprimido.

Hay también mucho verde, sabes, a los canadienses les salen árboles de todas partes. Pero sólo en verano el verde sale a pregonar.

El resto del año el cielo es un glaucoma un velo mortuorio hecho de asbestos un burócrata que te va aplastando lento, sin que te duela.

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10.

El premio al esfuerzo es la panorámica: desde aquíel bosque es el pelaje de un insecto y la ciudad un cráter lunar lleno de cuentas y espejos.

Detrás de ellos las montañas hacen bizcosy juegan a ponerla mente en blanco.

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11.

Cuando bajé del aviónllevaba dos días sin dormir.La mujer policíame recibió con pinzas y lupa;me metió en un privadoy comenzó a revisar mi maleta.Era humillanteverla examinar mis calcetines,mi talco para los pies,mi libro de Céline.

Después de un rato la mujer policía me miró directo a los ojos,me empaló con los ojos como si fuera yo una boletay declaró que no estaba satisfecha.— ¿Sabes por qué?— No, señora.— Porque me pareces sospechoso. Creo que escondes algo.— No, señora, no escondo nada, nada que tenga importancia para usted. Mis maestros decían lo mismo y también mi padre. Pero es sólo que parez-co sospechoso porque tengo miedo de parecer sospechoso. — ¿Qué significa eso?— Significa que no he dormido bien porque no conozco a nadie y ya no sé por qué compré el boleto. No sé a qué vengo y traigo muy poco dinero. Necesito encontrar trabajo. Me siguió mirando a los ojos. Yo no sabía dónde poner los míos. Casi por reflejo,sin pensarlo bien,le pregunté si era difícil ser policía.

Ella me lanzó una mirada llena de colmillos.

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12.

Llevaba sólo mil dólares así que debía gastar lo menos posible.

Según el periódico, los cuartos más baratos estaban en East Hastings. Además daban tarifas semanales y no pedían referencia o depósito. Pero el primer día estaba yo exhausto; renté por una sola noche una habitación limpia con baño y televisor.

Observé la calle antes de cerrar las cortinas. Era el verano. En Vancouver llueve todo el tiempo y cuando sale el sol hay una ley tácita que obliga a la gente a ponerse ropa ligera y salir a caminar con paso suave. Todo el mundo tenía actitud de millonario, de gente sin dolor aparente. No era posible. Jamás había visto algo así.

Sentí un pavor que no había sentido desde la infancia.

Me acosté sobre la colcha sin quitarme la ropa.

La posibilidad de morir de hambre rodeado de gente exitosa me asaltó con violencia.

Comencé a caer en el sueño que sigue al insomnio, ese que no espera a que caigael telón de los párpados antes de arrojarte al pozo.

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Los turistas entraban a mi cuarto y se paseaban alrededor de mi cama.Me tomaban fotos. Me quitaban los zapatos, me quitaban la camisa y los pantalones. Era gente joven y espantosamente guapa. ¿Y qué era yo?

Pero la luz se fue extinguiendo y yo me olvidé de aquella pregunta.

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13.

Mi primer empleo fue lavando platos.Duré exactamente3 días.

La mujer que me había contratadotenía ahora la responsabilidadde despedirme.

“Eres demasiado lento, querido.Dejaste que los platos suciosse apilaran hasta el techo.Debes aceptar que este empleono es para ti. Espero encuentrestu verdadero llamado.”

“¿Me podrían dar otra oportunidad?”

Una voz cansina salióde una puerta entreabierta al fondo del local:

“Dile que se largue.”

La mujer catalizó aquellocon sonrisa afelpada.Usando ojos tersosmeneó la cabeza como si su hijo le hubiera pedido un chocolate a deshoras:

“No, querido.”

Media hora más tarde estaba yo encima del puente de Granville Streetviendo el agua helada fluir allá abajoy tratando de imaginar qué tanto doleríasi consiguiera lanzarme de cabeza.

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13-B.

Quiero pensar que el Hotel Hastingstiene 13 pisoscuando en realidad sólo tiene dos.

Quiero pensar que tenía dos pisosantes de mi llegaday que le creció de golpe el 13cuando entré por la puerta.

Piso uno, piso dosy piso trece.Un vacío cósmico entre los primeros dosy el 13.

Para acceder al 13 no hay que subir del dosni bajar del uno.Hay que tocar a mi puertay entrar a mi cuarto.Hay que llevar golosinas.Hay que charlar un rato conmigo.Yo soy el piso 13.Sólo yo puedo regodearmeen este destinoy ser más o menos felizsiendo un piso 13.

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Agradecí mi fortuna.Mi travesíade un cuarto a otropor los hoteles gangrenosos de Vancouverme aleccionó prontoy me convirtió en unpensador práctico.East Hastings, más que una zona rojaera una herida venéreamal disimuladaen la mejilla de una joven modelo.

El Hotel Hastings erala opción más limpia y amigable.Era un verdadero hallazgo.Por primera vez en dos mesespude dormir a pierna suelta,sin sentir ese terror concretoque me hacía atrabancar la sillacontra la puertatodas las nochesy guardar un cuchillo bajo la almohada.

No importaba que mi vecino de enfrentefuera el cocinero obeso que dejaba su puerta entornadapara que yo lo vieradesnudo sobre la camacada vez que pasaba por ahí (y aunque me resistieraal final no podía negarmea la visión de aquella ballena blancaencallada en la playade su desempleo

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bajo el faro espectralde los telediarios).

Tampoco me molestaba gran cosala alarma contra incendiosque flotaba sobre el dintel de mi puertacomo el sol rojode la bandera niponay que estallaba por accidentede vez en cuando,llamando a la gentepara que huyera de un fuego que aún no había llegado(¿o tal vez la alarma se disparabapara convocar a un fuegoque secretamente deseaba?Como aquella pinturade Roberto Matta:“Here, Sir Fire, Eat!”). Nada de eso importaba.El Hotel Hastings me había recibido con un abrazo fraternaly una caricia en el pelo.

En poco tiempo comencé a hacer amigos.

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Jack nunca fue mi amigo.Jack me tenía una marcada antipatía.

“Tenemos un nuevo inquilino en el piso. Es un marica universitario. Es como tú, Ed.”

“Yo nunca he ido a la Uni, Jack.”

“No hablo de eso.”

“Yo no soy homosexual, Jack.”

“Tienes boca de homosexual.”

Aquel comentario me tomó por sorpresa. Tardé un momento en responder.

“Bueno, mi vocabulario es extenso. Me gustan los libros.”

“No estoy hablando de tu jodido vocabulario.”

Dos días más tarde acabé haciéndome amigo del marica universitario. Era más bonito que todas las mujeres que vivían en el Hotel Hastings.Casi al final de su estanciaintentó besarme.Lo rechacé de la manera más amable.

“Yo no soy homosexual, Jake.”

Pero él no parecía convencido.Me hizo entender sin tapujosque le había hecho yo perder su tiempo.

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“Siento que lo veas de esa forma, Jake.”

“Santurrón de mierda.”

Jake dio media vuelta con precisión militar y salió de ahícon las manos metidasen su abrigo negro azabache;su bufanda roja volaba tras de élcomo la estela de un cometaansiosopor impactarse en alguna parte.

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Tania tampoco fue mi amiga.Ella tenía ojos de mapache ladino, un mapache cara de Kubrick.Se pintaba el borde del párpadocon un lápiz violeta,un añil enfermizo.Era sexyde una manera tristepues siempre traía puesto el mismo par de pantalones de gimnasio(era una incógnita si alguna vez los lavaba)y arrastraba consigo un airede haber sobrevividoa una temporada en el psiquiátrico.Pero era más o menos sexyy todosle teníamos miedo.

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Cría cuervos y échate a dormir…

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Cría cuervos y échate a dormir.

¿Qué significaba aquello?

Me levanté de la cama y me eché agua en la cara.Todavía me quedaba algo de plataasí que decidí salir al desayuno.Mientras me ponía los pantalonessentí la llegada de algo nuevo:

tenía miedo de salir a la calle.

Aún no le debía nada a nadieni había cometido ningún crimen.Que yo supieranadie quería matarme.Pero tenía miedo de salir.

“¿Y ahora qué coños te pasa?”

La respuesta vino pronto.Tenía miedo de que todo el mundo se fijara en mí.Tenía la idea estúpida de que todos los canadiensesse fijarían en el tamaño de mi narizy de mis manos.

“Contrólate, animal. Este no es momento para flaquear.No dejes que ellos veanlo débil que eres.”

Fui al lavabo y me eché más agua helada.

Luego bajé por las escaleras y salí a comer unos huevos revueltoscon hash y tocino.

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Pero el dinero se acabó prontoy yo comencé a empeñar mis cosas.

Aún no conocía a Dave,vago expertoque me enseñaría a robarboletos de autobúspara luego venderlos a una fracción del costo;ni tenía el honorde aprender de Roger la ruta a las cafeterías del gobiernodonde daban una comida balanceadacon todo y postre de cajetapor un dólar. Me levantaba diario a las 5para ir a pedir empleoa los centros de empleo instantáneo,aquellos que dan trabajos de construcción que duran dos o tres díasy pagan al final de la jornada.Supongoestaba yodemasiado flacoya que nunca me confiaron ninguna tarea.

Así que comencé a vender mis discos.

Ya sea por autismo u optimismo,había llegado yo al paíscargando con más de 100discos compactos(tal vez eso tambiénle pareció sospechosoa la mujer del aeropuerto).

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Me había tomado unos 5 años juntarlos.

Y ahora debía venderlosal ritmo de3 por día.

Hacía una comida fuerte por la tarde,o dos modestas,mañana y noche, y compraba latas de cervezacada tres días.

Trataba de hacer todo en series de 3,buscando cambiar mi suerte.

Creo que no exagero cuando digo que esos discosestaban al centro de mi existencia.Eran mi principal consuelo.Y ya me había deshechode los que considerabano esenciales.El día que vendí el Free Jazzde Ornette Colemanvolví a mi habitacióny me puse a llorar.Luego salí a comer una hamburguesa.Fue la cosa más desagradable.Juré no volver a comer ahí,no volver a comer una hamburguesa,no volver a traicionara Ornetteni a mí mismo.

Pero al día siguiente tuve que romper el juramento.

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Cada vez que sacaba cuentastenía la misma visión:

los números eran moscardoneshaciendo orgías sobre el papel.Los veía chupándose unos a otroscon bocas dúctiles,sin dientes.

Cerraba los ojospero aún podía oírlosnalguearse.

Al final se dejaban caersobre las páginas de mi libreta,formando una clara sentenciacon sus cuerpos vacíos:

YA VIENE EL HAMBRE.

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Pasaba el día entero tratando de imaginara qué sabría el hambre.

No tenía idea.De niño me habían castigado sin cenar un par de veces;y mi madre alguna vez tuvoun mes malodonde sólo alcanzó a comprararroz con huevo.

Dirigí mis pasos a la biblioteca pública.

Recordaba haber leído algosobre un europeo que había escrito un libro sobre el tema.

¿Hansel?¿Hanson?

¿Kunsun?

“El libro se llama Hambre. El autor es Knut Hamsun.”

La mujer detrás del mostrador no parecía contenta.¡Yo me habría cortado un dedopor quedarme con su puesto!Habría sido youn bibliotecario sin meñique y una buena disposición legendaria.

Como sea, aquella bibliotecariano tenía por qué hablarme en ese tono.

Me fui de ahí sin dar las gracias.

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Hamson no iba a arreglar mis problemas.

Lo que yo necesitaba era ayuda de verdad.

Caminando de vuelta al hotelllegué a una determinación:

Aquella noche,en mis sueños,le pediría ayudaal primer dios que viniera a visitarme.

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“Venid a mí” es una expresión necia, porque soy yo el que va.

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“Venid a mí” es una expresión necia, porque soy yo el que va.¿Qué significaba aquello?

Me eché agua en la caray me senté al borde de la cama.

Poco a poco fui rescatando el recuerdode lo que recién había soñado.

Estaba yo de pieen el vestíbulo de un hospital,apoyando mi pesocontra una palmera seca.La maceta de barro negrotenía un letreroy aunque yo no alcanzaba a leerlosabía bien que conteníael nombre de la palmerajunto a su fecha de nacimientoy el día de su muerte.

Tenía yo mucho sueñodentro del sueñoy no estaba del todo segurode tener los ojos abiertos.Tenía la tenue impresiónde estar mirando todoa través del telón raídode mis párpados.La luz del sol que rezumaba de las paredes(como el ámbar que rezuma del tronco

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de un árbol fosilizado)era el pobre recuerdoque una momia guardade su primer amor.

“Ya es obvio que nadie vendrá a verme”, dije, con voz triste.

Hubo una espera de cristal;de golpeel altavoz que flotabasobre el dintel de la puertacarraspeóy dijo lo siguiente:

“Venid a mí” es una expresión necia, porque soy yo el que va.

Al centro del vestíbulo se presentó un fulgor.

La cabeza de neóndel dios cerdoiluminó de rosa y añilla negrura del hospital.

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24.

Bajé a la carnicería.

EAST HASTINGS BUTCHERS, rezaba el letrero.

Me detuve frente al escaparatey observé con atención.

Sin dudaera la misma cabezaque me había visitadoen el hospital del sueño.

Estuve ahí un ratotratando de descifrarqué era lo que debía hacer a continuación.

Crucé la puerta.

Detrás del mostradorun hombre calvome miraba con agudeza. Sus cejas arqueadasacentuaban el efectode inteligencia lupinaen su rostro.

Su cabeza ovalme hizo pensar en una bombilla eléctrica.

“¿Te puedo ayudar en algo?”

Lo primero que me vino a la mentefue pedirle un empleo.

“¿Sabes cortar carne?”

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Le dije que no sabía cómo.

“Entonces no hay trabajo para ti. ¿Te puedo ayudar en algo más?”

Le dije que no sabía.

“¿Por qué no te vas a otra partea pensar con cuidadoy regresascuando lo sepas?”

Dentro de lo que cabe aquel hombrehabía sido justo y honesto,así que le di las graciasy volví al hotel.

Durante el ascensolas escaleras me parecieronuna boca sonrientellena de dientes rotos.

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Seguí el consejo del carniceroy me fui a mi cuarto a pensar.

Prendí el foco.Apenas eran las 3 de la tardepero en mi habitación no había ventanas;era pues, como viviren un sarcófago.

Me acosté de espaldas.

Mi reflexión se esfumóy mis ojos estudiaronuna mancha que había en el techo.

Mark... ya hablaré de Markmás tarde…Markme informó que esa manchaera de sangre.Había entrado a mi cuartosemanas antespara venderme drogasy mientras esperaba de pieen el vano de la puertadijo:“Ah, mira eso. Tú también tienes manchas en el techo.”Yo ya había notado el manchón parduzcopero no le había dado ninguna importancia.“¿Sabes qué es eso?Es un chisguete de sangre,es sangre de yonqui.Es algo que ellos hacen.

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A veces se meten la agujay sacan un poco.Luego apuntan con la jeringa hacia el techo y¡fip!Es una costumbre.Así es como van dejandosu marca en el mundo.” La mancha en el techotenía una cierta gracia caótica.Recordé un documental que había visto el año pasado,Jackson Pollock pintando lienzoscon un palo.

Tirado sobre la camame pregunté si Markya había estado en mi cuartoantes que yo.Tal vez había vivido ahío tal vezle había vendido drogasa algún remoto inquilino.

Tal vez la sangre en el techoera de Mark.

Mientras mis ojos comenzaban a apagarseyo escuchaba la voz de Carl Saganllegando a mí desde una repetidoraen algún punto remoto de la infancia.El telón de mis párpados ya había caídosobre la humilde escenapero yo podía ver con tenebrosa claridadlas partículas de aquella manchaflotando

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como un cielo estrelladoen la negrura de mi sarcófago.

Mi cuerpo se despegó del colchóny comenzó a gravitar hacia ella.Mi ascenso era infinitesimalmentelentopero la voz de Sagan estaba ahípara consolarmey explicarlo todo.

Hubo un golpeteo en la puerta.

Me desplomé a gran velocidady me impacté en la camacontra mi cuerpo,como si me impactara en el aguatras haberme tirado de un puente.

Todo ese lento progreso:perdido.

Abrí la puerta.

Era Tania.

“Tienes llamada.”

¿Llamada…?

“Es tu mamá”, dijo Tania.Sus grandes ojosse burlaban de mí.

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26.

Mi madre quería saber si ya había encontrado yo trabajo.Le pregunté cómo había conseguido aquel número;luego le expliqué las razones por las que seguía desempleado.Fui elocuente.La esencia de mi argumentoera que todoestaba en mi contra. Mi madre esperó a que terminaraantes de anunciarme que ellaya me había conseguido un trabajo en Vancouver.

De golpe entendílo bien que se mezclael alivio con la derrota. Mi madre me dio el número de un hombre que vivía en Surrey,en las afueras de Vancouver.Su nombre era Jorge Jalisco.

Yo no podía creer aquel nombre.

Mi madre me explicóque ese no era su verdadero nombre.Jalisco era un antiguo conocidoque en su juventudintentó secuestrar a un empresario.El crimen salió maly tuvo que huir del país.Ergo Jorge Jalisco.

Yo no podía creer que una persona pudiera elegir llamarse Jorge Jalisco.

Como sea, le di las graciasy le dije que la quería.

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Al día siguiente iba yo pasando por la entradacuando Rick, sentado en la sala comunal,rodeado de otros vagos,levantó su taza de caféen actitud de brindisy sonriendo con su cara de vela derretidagritó alegre:

Good morning, Siñorito!

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27.

Mis fotos de Surrey:

Una monjaroncando sobre la cama revueltade un Motel 6.

Una bruja envuelta en trapos de nieblaplantando pinosa un lado del camino.

Un alce haciendo filapara votar por el partido liberal.

Otro alce vestido con franela a cuadrosdándome las graciaspor visitar su licorería.

Un nativo petrificadovendiendo cigarros afuera de una capilla sin chiste.

Un mallde hormigóny líneas rectassin chiste.

Una eternidadde casas de maderacon jardincitossin chiste.

Otra eternidadde apartamentos chatos,enanos,canichessin chiste.

Un botón de timbrejunto al nombre deJorge Jalisco.

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28.

Jorge Jalisco era un tipode edad mediay cuerpo de ropero.Igual que ciertos roperos,Jorge estaba lleno demierda obsoleta.

Parecía molestode que yo estuviera vivoy presente.

Me hizo una serie de preguntas básicas.Al concluirme dijo que me presentara a la mañana siguienteen tal y cual direccióny que estuviera listo para“trabajar como los hombres”.

Luego me preguntó a bocajarrosi tenía hambre.De hechoyo llevaba más de un día sin probar bocadoporque me rehusaba a vender mi copia deSpiderland(mi disco favorito).

Le dije que para ser honestosí tenía bastante hambre.

“Bien”, dijo Jorge Jalisco. “El hambrete hará bien. Estás demasiadoafeminado.”

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29.

Caminé de vuelta a la estación de tren.Eran apenas las 11 pero la calle estaba más quieta que un museo de guerra;era como caminar por un diorama montado en la lunao por el set de una película silenteque se cree perdida hasta que alguien descubre una última copiaen el ático de un sanatorio.

En mi mente sonabaFor Dinner… La niebla de Surreyy la luz de los farolescorrespondían con el gisde su cinta magnética.

Dejé que la niebla me acompañara hasta el vagón.

Luego le di las buenas noches,cerré los ojosy me puse a soñar que comíapollo frito con mermelada mientras el tren me llevaba de vuelta al mausoleo.

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30.

Durante mi estancia en Surrey:

Como tres veces al día.

Recupero varios kilos.

Compro de vuelta mis discos.

Demuestro no tener talento con la escoba.

Memorizo las verrugas en la cara de Jorge Jalisco.

Estudio la técnicaque aquel usapara apocarme.

Soy paciente mientras élprueba conmigosus formas de humillación sin ingenio.

Recuerdo los 12 añosde humillación sin ingenioque pasé en la escuela.

Tomo la escobay barro bajo la alfombralos escombros que van cayendo.

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31.

No puedo creerque no haya calefacción en este cuarto.

Todas las noches duermo bajouna pila de ropa,toda mi ropa,limpia y sucia,no es suficiente.Procuro no movermey cuando me muevodespierto,el frío me arranca el sueñoy miro a la ventanilla que tengo enfrente,la que da al jardín de esta casadonde todos los inquilinos tienen calefacción menos yo,miro a la ventanilla que me ofrece una visiónde la negrura que me esperapacienteal final de mis díasy tengo miedode ver ahíel rostro de un asesinoque tampoco puede creerque yo duerma bajo una pila de ropaen un cuarto sin calefacción.

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32.

¡Bob!

Te doy las gracias.

En el trabajo eres la única persona por debajo de mí.

Cuando estás presentetodas las burlas van contra tiy yo puedo estar en pazun rato.

Tu boca de 3 dientesdice cosas insólitasy el trabajo que cuestaentenderlashace que el tiempopase más rápido.

Eres una ardilla aplastadaa la mitad del camino,Bob,lo digo con muchocariño,eres una ardilla aplastadaque se levanta y sigue con su vidacomo si nada,como si nada nunca yapudiera hacerle daño.

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33.

Surrey es un simulacro pero no alcanzo a adivinarquées lo que Surrey simula.

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34.

Me cuesta una semanareunir el valorpara hablarle a la chica del mostradory sólo un par de minutoshacer el ridículo.

Uno de los comensales ríe abiertamente.Yo pido disculpas.La chica de ojos pardosbaja la cabezay diceno te preocupes,no pasa nada.

Su forma de rechazarme es tan suave y alentadoraque me repongo al instantey salgo del bistrocon la cabeza en alto.

¡Esto es piedad!

Toma nota, Grünewald.

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35.

Hago cuentas;he logrado ahorrar algopero no pienso abrir una cuenta de bancoo financiarme un auto usado.Pienso en irme de vuelta al Hotel Hastings.

Visualizo a Jaliscoy tomo la decisión en menos tiempoque una mosca fornicay muere.Mi corazón salta como el perro de Cristocuando Cristo vuelve.¿Por qué negarlo?Mi color de piel va biencon el ectoplasma rancioy el gris ratade las fachadas de Hastings.

A la mañana siguiente abandono la escoba,tomo una tiza blancay escribo en el suelocon letra enorme:RENUNCIO.GRACIAS ETERNAS.

Al instante alguien me acusa(¿Bob?)y allá viene un Jalisco púrpuray tumefacto de ira.

“Loquito de mierda. ¿Cuál es tu problema?”

Le doy la miradaque aprendí a darle al psicólogo infantilhace tantos años.

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La mirada que dice:

No te entiendo. No estoy aquí. Nunca vuelvas.

Luego estalloen carcajadas.

Sé que soy grotesco cuando río de esa forma.Soy una hogueramalagradecida.

Y tú no me vas a apagar a meadazos, Jorge.

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36.

Me largo de Surrey.Voy montado en un tren bala de plata que atraviesa el corazón del lobo-hombreque me enseñó a contar hasta 10.

Su pulgar me aplasta contra la pantalladel televisor que anuncia las razones por las que nací para barrer tus pisos.

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37.

Camino de vuelta por Hastings.

Voy montado en un burro.

Voy soñando con Ensor.

La entrada de Cristo en Bruselas.

Bruselas es Hastings,yo soy el Cristo y los extras son mis compañeritos de escuela.

Un mar de máscaras.

¿Quién lo va a partir en dos?

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38.

¡Roger se alegra de verme!

Darren me ofrece una sonrisasin dientes frontales(los ha perdido bebiendo 6 latas diariasde un refresco de marca desconocida).

Mark me ofrece un pequeño descuentoen anfetaminasy hierba hidropónica.

Dave me abraza y me regalauna lata de cerveza robada.

Es la mejor cervezaque he probado en mi vida;creo que es de la misma marcaque saboreó Odiseo cuando volvió de la guerra perturbado pero lleno de gratitud.

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39.

Lo primero es conseguir un nuevo modus vivendi.

Roger y Darren me hablan sobreel seguro de desempleo.

Llevo 3 meses trabajando en el estadoasí que soy elegible.

Entro a la oficina y saludo al burócrata;proyecto confianza.Me baso en una sola certeza:ustedes debendarme dinero por no hacer nada.Ese dinero es mío. —¿Estás dispuesto a buscar empleo por tu cuenta y a acudir a las entrevis-tas que te asignemos?—Claro.

(Claro que no,canadiense palurdo.Ahora cállate y dame el cheque.)

—El Estado cubrirá la renta de la habitación que has especificado en la forma y se te darán 200 dólares al inicio de cada mes.—Realmente se lo agradezco. No los decepcionaré.

(es la misma frase que he usado al final de todas las entrevistasen todos los empleos que he conseguido

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y perdido)

El burócrata me mira conarrepentimiento instantáneo.

Pero mi firma ya se exhibesin vergüenzasobre el papel.

Recibo mi primer cheque.Le guiño el ojo a la mujer de la ventanilla.Ella sonríe, tal vezcon sorna pero realmentequé importa, soy rico.

Afuera del edificiome esperan Roger y Darren.También están Rick,Dave,el hermano de Dave,Jay el gordo,un sujeto que no conozcoy el cabrón de Mark.

Aplausos. Me vitorean, los vagos.

Roger me pellizca la mejilla y me da3 palmaditasen el rostro.

Mi corazón se enciende.

Me dejo llevary adopto la forma de un líder.Soy otro.

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Abrazo a Dave con la derecha.

—Dave, escucha. De todas las cervezas ¿cuál es la más barata?—Bueno, si de eso se trata, tengo un amigo que vende una caja a mitad de precio.—¿Por qué el descuento? —La caja se cayó de un camión.—¿La cerveza está bien?—Claro, hombre, mi amigo la salvó. Iba pasando por ahí… el camión traía la puerta floja, sabes… en una esquina, el chofer la toma mal, no sé… la caja resbala…—Tu amigo es un héroe, Dave.—Seguro.—¿Acepta cheques?—Conozco una licorería donde los cambian. Podemos comprar cigarros.—Dave… llévanos allá.

Avanzamos en fila, recortados contra el sol poniente.Un aire de jovial caceríacamina como gatopor las cornisas de Hastings.

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40.

Volvemos de la expedicióncon cerveza y drogaspara todos.Algunos gritan conmovidoscuando ven el Super Nintendo que hemos rescatado de una casa de empeño.

Es una sensación de alegría comunalque no había tenido nuncay que no he vuelto a sentirhasta la fecha.

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41.

Aquí es donde mi memoria suelta su babay se me va de las manos.

Hace una pirueta como el jabón que se resistea ser útil.

Se estrella contra el mosaico y ahoranecesito tu ayudapara recoger las piezas.

No tiene que quedar igual,sólo hay queponerlo todo sobre la mesay armar secuencias.

Números y colores.

Como en el rummy.

Así le dicen al bebedor en el Norte,rummy.

Éramos todos unapartida de rummy.

Piezas de una memoriaque arma juegossobre la mesa.

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42.

Recuerdoel panquecito de arándano que compré un día de otoñoy nubarrones negros.

Lo compré en un centro de ayudapara mentes quebradasallá donde Hastingsfrota sus escamas contra los muros del Barrio Chino.

Quién necesita esperanzacuando hay pastelillos de arándano.

En efecto, no había luz en aquel lugar,sólo había muffins de ámbar,radiantespanquecitos de Cristoguiando nuestros pasossobre la negrura.

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43.

Mark y yo estamos junto al mar,sentados en una estructura de concreto.

Tomamos por turnosde una botella de vodkaenvuelta en papel estraza.

Mark me confiesa quecuando me conoció pensaba que yo era un anormal.

“Eso ya me lo habías dicho, Mark.”

Dice que me despreciabay que me estafó todas las veces que pudo.

“Eso también ya lo sabía, Mark.”

“Sí, bueno, pero lo que no sabes es que ahora me caes bien. Muy bien. Somos amigos, Ted.”

Le doy las gracias y le paso la botella.

Más tarde, me ofrece drogas.Le digo que ando quebrado.

“No importa, hombre. Te las apunto y me las pagas luego.”

Le doy las gracias y recibo la botella.

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44.

Mark necesita dinero con urgencia.Me propone su colección de revistas pornográficas.

Yo las inspecciono.

“Mark, están todas pandeadas. Incluso traen páginas pegadas.”

“Sí, algunas vienen pegadas. Se mojaron en una inundación.”

“Por Dios, Mark.”

“Escucha, necesito el dinero. Dame la mitad y son tuyas.”

“Están todas arrugadas, Mark.”

“Ted… tengo hambre.”

“Por Dios, Mark. Ten. Por favor, ve y compra comida.”

“Gracias, amigou. No me tardo.”

Mark sale del hotel y ya nunca lo vuelvo a ver.

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45.

Había una chica de Australia.Era tan pálida que al cerrar mis ojossu figura dejaba una mancha luminosa,como si fijara la vista en un foco.Blanca como un jocoque de ultratumba.

Ella usaba shorts en otoño.

Sus piernaseran toda la bondad que Australiapudo meter en un bólido blanditopara esparcir el evangeliode la redondezy la tensa calmapor las calles de Hastings.

Por donde andabaiba dejando una estelade miel con leche.

Un día ellame dio a probar de suVegemite.Lo untaba en las galletas saladas—“prueba un poco de mi Vegemite”me dijo, con una sonrisa tan blancaque hoy me hace pensar en la muerte y en la forma en la que los desiertos nos van purgandode toda aspereza.

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Recuerdo a Briany al terribleprimo de Brian,un matón de dos metrosy cara de espanto.

Brian y su primo eran un par dehijos de putaque yo encontraba interesantes.Eran malvados.Me llamaban Edweirdo.Tengo que admitir que aquel eraun gran apodo.

Roger y Darren decían, hombre,¿por qué te juntas con ellos?Hablan pestes de ti.Se ríen de ti.Además, son racistas, ¿no te das cuenta?

Claro que me daba cuenta.Pero también eran divertidos.Quería verlos actuar, escucharlos hablar.Quería saberqué iba a pasar con ellos.

Y cuando tomábamos juntos, en realidaderan simpáticos.

Es difícil de explicar.

Una vez, el primo de Brian sacó un cuchillode cazadory lo puso a un par de pulgadas de mi cabeza.“Podría meter este cuchillo entre tus ojosy no hay nada que puedas hacerpara evitarlo.”

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Nunca he sido valiente. Pero sucede algo raro conmigo.A veces simplemente no siento el miedo que corresponde. Como si ya estuviera muerto.No sé. Como si fuera un fantasma.Tal vez el dios cerdo de neónvive en mi corazón.No sentí gran cosa.Miré hacia el frente y dije:“Es verdad. Podrías matarme con facilidadsi quisieras.”

El primo de Brian guardó el cuchilloy me frotó la cabezacomo si fuera yo un perro.

Seguimos tomando.

Un mes más tarde, Brian y su primopidieron un préstamoa un usureroy montaron una pequeña pizzería.

Dos meses más tardeBrian se dio a la fuga,dejando a su primocolgado.

Sentí tristeza por el matón colgado.

Rick y yo le invitamos unos tragosen un bar de obreros.

Fue una noche memorable.Aquel sujeto cambió de forma frente a nosotros.

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Pasó de gárgola a gorila que se sabe casi extinto.Tenía el tono de unvelador embrujado.El aire de un Robinson Crusoeque no puede creer que Viernesse ha fugado de la islasin despertarlo.

A la mañana siguiente el primo de Brian ya no estaba en su cuartoy nadie nunca supo ya nada de él.

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47.

Pensarán que exagerocon lo del 3,lo verán comomaníao impostura.

Pero es verdad. Lo juro.

Descubrí queDave tenía dos hermanos.Trillizos.Físicamente idénticos.

De hecho, yo pensaba que Dave era un siamés.Pete, su gemelo, también vivía en el hotel.Era el manager.Luego se hizo novio de Tania.Luego Tania fue el managery Pete se tuvo que mudar a otra parte.Pero hubo un día en queapareció el otro hermano.Entré a la sala del televisory ahí estaban los 3,viendo un documentalsobre el antiguo Egipto.

Y yotropecé de asombro.Mi asombro estalló en llamasbajo el dintel de la puerta.

(suena la alarmade la bandera nipona:victoria rojaen el rummy de mi memoria)

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La nieve y la nieblanos tienen sitiadosen un bar de ladrilloa la sombra de unpaso elevado.

Rick dispara a bocajarro:

“Eduardo,(sólo Rick me llama Eduardo)¿a qué viniste a Canadá?Es obvio que no has venido a trabajaro a hacer dinero.Tampoco estudiasaunque estás en edad de estudiar.Podrías pedir una beca.”

Yo protesto.

“Pasar las tardes en la bibliotecano es estudiar, Eduardo.Eso es de vagos.”

Rick es un misterio.Nunca lo he visto sin su impermeable amarillo.De todos nosotros, sólo él trabaja.Monta muros con la espátula y luego los destruye con un martillo.O tal vez sea al revés.Tiene un cráneo abovedadodel que caen unos cuantos mechones de pelo blancohasta el cuello.Tiene menos de 50 pero más arrugasque una momia.Nunca en mi vida he vueltoa ver un rostro así.Un peñasco de arrugas

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y accidentes;en el fondo brillan ojos de agua azul congelada.Rick decía ser escritory estar armando una novela.Al inicio esto me emocionópero pronto renuncié a hablar con él sobre el tema.“No me vengas con tu Bruno Schulz” me dijo una vez,“lo mío es el realismo.”

Rick me veía con claridady al mismo tiempono me veía en lo absoluto.¿Saben lo que digo?

Tengo la mirada de todos encima.Esperan que haga mi defensa.

“Bueno… verás, Rick… a mí me gustan las atmósferas.Así que pensé que sería buenoconocer otras atmósferasy observarlas con detenimiento.Por ejemplo, visitar el barrio donde nací,yo nací aquí, ¿sabes?,visitar el vecindario yobservar el color de las casas,la forma de los árboles…el aire…”

“¿De qué habla este pendejo?”, pregunta uno de los amigos de Rick,que en mi memoriase parece bastante a Bob, por alguna razón.

“Bueno… lo que digo es que entiendo más de atmósferas

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que de personas.”

Todos me miran sin decir nada.Decido cambiar de estrategia.Les digo que desde que tengo 15he estado obsesionadocon ver una cinta llamadaEraserhead.He leído mucho sobre ellay estoy convencido que será mi peli favorita de todos los tiempos.Yo nací para verla.Pero no se consigue en México.

“¿Qué estás diciendo?” pregunta alguien;“¿Estás diciendo que viniste hasta acásólo para ver una película de mierda?”

Sí. Más o menos.

Algunos se ríen,otros me llamanembustero.

“Bueno, ¿y ya la viste entonces?”

No. No la tienen en ninguna partey los empleados de la cineteca me han pedidoque deje de molestarlos.

De nuevo se ríen.

Me levanto de la mesa y me dirijo al fondo del bar.

No quiero volver a la mesa así que me quedo en la barray comienzo a darle sorbitos a mi cerveza.

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Intento mirar el juego de hockeypero no lo entiendo.

Alguien se para a mi lado.“Chico… oye, niño… escuché lo que dijiste.”Yo lo miro sin decir nada. No lo reconozco.No es compa de Rick,no es inquilino del Hotel.No tengo idea quién es.“Mira, en Burnaby hay una tienda de video donde rentan todo,todo. Tienen todo lo que existe, niño, esincreíble.”

Claro que me emociono. Llevo meses buscando Eraserheadpor toda la ciudad.

Le pido la dirección.

“Claro, muchacho, te digo cómo llegar.Pero dame una cerveza, ¿vale?Vine desde muy lejospara darte esta informacióny tengo mucha sed.”

Lo observo con intensa concentracióny nerviosismo.(Sin embargo, ya no recuerdo su rostro.)

“Ja… Ja… Ja… te estoy jodiendo niño,vamos…get real…pero en serio,¿me vas a invitar un trago o no?”

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Al finalconsigo una copia de Eraserhead.

Saco una videograbadorade la casa de empeñoy voy con Taniapara pedirle permisode usar la tele.

Yo quiero verla a medianochepero ella me da turno a mediodía.El cuarto de la tele no tiene cortinasasí que no me gusta nada la idea.La ventana da a la calley al letrero de neónde la carnicería.

Pero aquí sucede algo extraño.

El día programadocae la mayor nevada del año.

La luz que entra por la ventanaes perfecta.

Nunca en mi vida he visto una luz tanfantasmaly no espero volver a ver algo asíhasta el día de mi muerte.

Invito a todos a ver la película pero sólo Roger acepta.

Eraserhead dura menos dehora y mediapero yo siento como sihubiera estado un año enteroviviendo en sus pasillos.

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Un año sin tedioo cansancio de ningún tipo,a pesar de loinmóvil.

La luz de la nevadaes una luz de cunaflotando sobre la tumba.Los contornos de los mueblesy de mis manos se emborronancomo si los viera a travésde un ojo que sueña.

La luz rosa de BUTCHERSentra por la ventanacomo un animal que sangrasobre la nieve.

El dios cerdo de neón está conmigoy con Henry Spencer.También está contigo, Roger.

La cinta termina.Me levanto.

No está Roger.Se ha ido en algún punto.

Salgo a la callea caminar en la nieve.

La nieve se mete en mis zapatos.

Abro la boca y acepto los coposcomo quien acepta una oblea.

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