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Historia y renacimiento de una hacienda yucateca

Yabucú:“Donde abundan las torcazas”

Autor:

Víctor Hugo Medina Suárez

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Índice

1.- Introducción

2.- Toponimia y ubicación geográfica de Yabucú

3.- Los orígenes de Yabucú: Una cofradía

4.- Yabucú en tiempos de los Cicero. Primera mitad del siglo XIX

5.- Yabucú: Una hacienda henequenera

5.1 Yabucú en tiempos de Pedro Casares Quijano

6.- El fin del Yabucú henequenero: el tiempo de Manuel Casares Escudero

7.- Conclusiones

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El renacimiento de una hacienda yucateca

Yabucú“Donde abundan las torcazas”

1. Introducción

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En el año 2012, el ingeniero David González adquirió los restos de la que en otros tiempos fuera la gran hacienda Yabucú. La adquisición consistió en 173 hectáreas de tierras y un conjunto de edificios arruinados y desvalijados por el vandalismo. La vieja casa principal, que otrora resguardara los intereses del hacendado, se hallaba amenazando un inminente desplome. El estruendo de la maquinaria que procesaba el agave para obtener su fibra, hacía mucho que había enmudecido, y se había convertido en una mole de chatarra oxidada. La prensa Boomer, que en su momento fuera una gran innovación tecnológica en la producción de pacas, se hallaba por pedazos en el suelo del cuarto que en otra época fuera su resguardo. La noria, perdida entre la maleza, hacía mucho que no brindaba ni un vaso de su agua al sediento; los pozo: secos; la pila: desfondada; los canales de riego: destruidos.

La gran huerta que en sus mejores épocas tuvo árboles frutales como el mamey, los

cocales, la guanábana, la naranja, el zapote, el limón…, se había transformado en una selva de yerbas silvestres, matorrales y zarzas cargados de espinos; hiedras que en conjunto hacían una maraña impenetrable. No mejor suerte tuvo la capilla, lugar en donde los habitantes de Yabucú encontraban consuelo religioso, pues ésta había colapsado completamente ante el embate de un huracán. A la vera de la calle principal de la hacienda se hallaban destechadas las casas de los peones, y se habían convertido en refugio de murciélagos y alimañas. El cementerio, enmontado, macabro, lúgubre, había dejado de escuchar el llanto de los deudos, que paradójicamente le daban vida. No era difícil imaginar a los fantasmas de los muertos, antiguos habitantes de la hacienda, vagando por aquellos lugares en donde nacieron, crecieron, murieron, lloraron, sufrieron, o se regocijaron. En una palabra, Yabucú era sinónimo de total desolación.

El fin de la exhacienda Yabucú hubiera

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sido el mismo por el que pasan otras añejas fincas: la desaparición y la pérdida total de su memoria. Sin embargo, afortunadamente este no es el caso. La hacienda Yabucú, después de haber sido una estancia ganadera, una hacienda maicero-ganadera, y luego una hacienda henequenera, nuevamente tiene un uso: un espacio para la capacitación de los trabajadores asociados a la afamada y prestigiada firma internacional “MetLife”, representada en Yucatán por el “Grupo AB Agente de Seguros S.A de C.V”. Sus viejos edificios restaurados, sus jardines, y sus nuevas instalaciones, son el escenario ideal para retirarse del bullicio citadino, y encontrar un desier to de reflexión, aprendizaje y motivación. En tal caso, se trata de la recuperación de un sitio que forma parte del patrimonio cultural tangible del Estado de Yucatán, que se redescubre y nuevamente relumbra entre los montes yucatecos con una nueva misión. Así, la firma “Grupo AB Agente de Seguros S.A de

C.V”, en asociación con “MetLife”, se convierten en mucho más que dos empresas de seguros; ya que participan, con grandes esfuerzos, en la protección y recuperación del “haber cultural” de todos los yucatecos, mexicanos, e incluso extranjeros, pues el patrimonio cultural rebasa nacionalidades.

Como bien se sabe, el patrimonio cultural se define con una tríada: es útil, es valioso, y debe conservarse. El proyecto Yabucú cubre a la perfección esta triple máxima: sus viejos edificios y sus enmontadas tierras se han vuelto útiles; su historicidad convierte a la exhacienda en algo valioso, mucho más allá del valor monetario; y como consecuencia, su conservación se convierte en un ejercicio continuo que promete posteridad.

Parte de la recuperación del patrimonio cultural es la redención de su historia. Como todas las haciendas de Yucatán, Yabucú fue un centro de población que desarrolló una complejidad social. En Yabucú vivió gente, y

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ésta tiene mucho que contar. El trabajo del historiador consiste entonces en despertar a los muertos, interrogarlos, invocarlos para que nos revelen algunos de sus secretos, interpretar sus vestigios materiales; labor difícil y de mucha paciencia.

No hay que olvidar que Yabucú es una hacienda más, y por lo mismo, encontrar información particular sobre ella se convierte en una tarea en extremo laboriosa. No obstante, apelando al “paradigma indiciario”1, propuesta del historiador Carlo Ginzburg, es posible hallar rastros, huellas, improntas; que nos permitieron recuperar algunos elementos del pasado. Así, y de acuerdo a este paradigma historiográfico, nos dimos a la tarea de perseguir al “nombre”. Durante días completos sólo eso pedíamos: un nombre, sólo uno; aquel que nos llevara a otros aconteceres; que nos dirigiera a otros contextos, que nos abriese una línea de investigación. La persistencia hizo que apareciera uno, luego otro, y otro; y como si revivieran de sus 1 Ginzburg, 1999, p. 138ss.

tumbas, esos nombres en el papel, que en vida fueron hombres con todo lo que implica una humanidad, nos fueron contando sus historias a partir de los indicios documentales que dejaron en su paso por esta vida.

Así se recuperó Yabucú; no sólo se trata de la materialidad, sino de su espíritu. No sólo es la restauración de edificios y monumentos; sino de la vida, los gestos, y la gente que en ellos se desarrollaron. Ya no se trata de una simple casa de un peón, de una vieja casa principal, o de una desolada casa de máquinas, se trata de la comprensión de que en esa hacienda vivieron generaciones de personas, que con gusto o disgusto tuvieron como morada esa finca en donde se practicó lo cotidiano, lo común, el diario.

Es mucho lo que se ha escrito sobre las haciendas de Yucatán. La bibliografía es vasta. Muchos historiadores locales y extranjeros han “desmenuzado” la historia de la propiedad agraria en México; sin embargo un aspecto ha sido poco abordado: la vida cotidiana de estos

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núcleos poblacionales. Es cierto, hablar de la minucia diaria es difícil. Los hechos cotidianos generalmente desaparecen, se disuelven, no dejan un rastro constante; son tan comunes que es difícil hallarlos a posteriori.

La ontología de la Verdad es una paradoja: la Verdad existe porque el Hecho sucedió sólo de una forma, pero no se puede saber fehacientemente. En tal caso, la Verdad existió, y deja de existir para convertirse tan sólo en una verdad histórica; una verdad creada, un acercamiento, incluso, una opinión. Sin embargo, lo cierto es que la Verdad se encuentra en la percepción de la gente que la vivió. Si bien nunca alcanzaremos a plenitud una Verdad, el acercarnos a la gente que la vivió nos hace “pulir” nuestra verdad histórica, la humaniza, la aleja de la falacia que intrínsecamente esconde la política y la economía; y se visualiza en la sencillez de la vida diaria, la vida normal, el quehacer habitual que no busca coyunturas históricas, pues éstas, para la mayoría común, pasaron desapercibidas.

En este sencillo estudio nos hemos puesto la meta de escribir la historia de una hacienda. No se trata tan sólo de una historia política o económica, sino de la narración de la sencillez cotidiana a partir de los indicios que quedaron en los archivos. Por lo mismo, nuestro interés se basa en la gente, en el hacendado, en el mayordomo, en los peones, y en su clientela. Si se quiere, se trata de un estudio de caso que posiblemente no difiere en mucho a otros que han sido estudiados. Más que un excelso aporte historiográfico, lo que aquí se pretende es convertir en voces, aquellos ecos del pasado que rebotan en las viejas paredes de los edificios de Yabucú.

Para lograr nuestro objetivo ha sido necesario recurrir a fuentes primarias que se escudriñaron con ahincó en dos acervos: el Archivo General del Estado y el Archivo Histórico de la Arquidiócesis. En el primero se revisaron los fondos de Justicia (civil y penal), Colonial, Catastro, Planos y Mapas, Congreso

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del Estado, Poder Ejecutivo, Municipios, Registro Civil y Poder Judicial. En el segundo fueron consultados los fondos Concurso a Curatos, Oficios y decretos, Asuntos terminados, y Visitas Pastorales. Estos resguardos documentales nos permitieron la búsqueda y su riqueza es una ventana al pasado desde donde se pudo observar a Yabucú en el tiempo.

De igual importancia son los trabajos ya publicados que nos alivianaron en el contexto histórico, y en datos muy particulares que dieron luz a nuestro esfuerzo. Así, la clásica obra de Pedro Bracamonte y Sosa, titulada Amos y sirvientes: las haciendas de Yucatán 1789-1860 es una columna en esta investigación. De igual modo, el libro La servidumbre agraria en México en la época porfiriana de Friedrich Katz, nos permitió ubicar a Yabucú en un contexto nacional. Un trabajo más reciente, y con grandes aportaciones en la materia es el de Laura Machuca Gallegos, titulado Los hacendados de Yucatán, 1785-1847, el cual nos permitió

entender la figura del “hombre del poder”, del amo, de aquel individuo que ideó y materializó a la hacienda gracias a la prosperidad que dejaba la raspa del agave. Muchos otros trabajos han sido consultados. A estos historiadores, y a otros, que omito para no cansar, se debe esta breve investigación que añora convertirse en una pieza del gran “rompecabezas” que forma la historia total; un universo inalcanzable e incluso incomprensible, pero que conforma la utopía de todo historiador, la misión de la musa Clío, el gran sueño del hombre de abordar una máquina fantástica, y viajar por el tiempo y el espacio, conjugando en pretérito los verbos que definen las acciones de nuestra gran protagonista: la humanidad. 3.- Los orígenes de Yabucú: Una cofradía

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El renacimiento de una hacienda yucateca

Yabucú“Donde abundan las torcazas”

2. Toponimia y ubicación geográfica de Yabucú

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Mapa 1.- Ubicación de Yabucú

Golfo de México

Mérida

Kanasín

acancéh

Tecoh

Yabucú

seYé

TahMeK

Capital

Población

Hacienda

simbologíaClasificación

Todo parece indicar que la palabra Yabucú es la escritura castellanizada de la palabra maya Ya’ab ukum,1 y que significa, lugar donde abunda la paloma torcaza.2 Así lo consideraron Cecilio Robelo y Antonio Peñafiel, quienes elaboraron en 1897 y en 1901 respectivamente, diccionarios toponímicos de los pueblos y asentamientos de México. Antonio Peñafiel fue el encargado de levantar el Primer Censo Nacional en el año de 1900, en tiempos del porfiriato, y su labor fue sin duda destacada, y al parecer, los significados toponímicos los obtuvo de los mismos censados, por lo que se puede suponer, que el significado de Yabucú se logró de la misma gente que vivía en la hacienda.

Sin embargo, es importante mencionar, que para la gente que habita hoy el pueblo de Acanceh, Yabucú significa lugar donde abundan nidos o Ya’ab k’u. De cualquier manera, la toponimia describe realmente el lugar, pues

1 Ver: Diccionario maya-español Cordemex, 1995, p. 960 y 898. 2 Peñafiel, 1897, p. 321. Ver también: Robelo, 1901, p. 62.

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en la finca aún se pueden ver torcazas, y nidos de una gran variedad de aves que habitan lo frondoso de los árboles.

La exhacienda Yabucú se ubica 30 kilómetros al Sureste de la ciudad de Mérida y a tres kilómetros al Este del pueblo de Acanceh, (mapa 1) en el Estado de Yucatán y forma parte de la llamada “zona henequenera”. Su producción (pacas de henequén), como la de la mayoría de las haciendas, salía en ferrocarril desde el pueblo de Acanceh, en donde se hallaba una estación que se dirigía al puerto de Progreso, desde donde se enviaba el producto como exportación hacia su destino en el extranjero.

En la época colonial esta finca formó parte de la red de haciendas y ranchos que conformaron la parroquia de Tecoh, (mapa 2) hasta el año de 1779 en que se dividió la jurisdicción y se estableció una cabecera parroquial en el pueblo de Acanceh. Su orografía, como la de toda la

región, es plana, con suelo altamente rocoso, sin corrientes superficiales de agua, siendo los cenotes y pozos los únicos medios para obtener el vital líquido.3 Su flora se clasifica como selva baja caducifolia con lluvias en los meses de mayo a junio, existiendo una sequía de medio verano. La fauna de los montes de Yabucú se integra por tejones, mapaches, tuzas, armadillos, cardenales, chachalacas, torcazas, tortugas de tierra, serpientes, venados e iguanas. En otros tiempos era posible ver animales como el mono araña y el pavo de monte; sin embargo, estos animales se han extinguido casi en su totalidad.

Es importante notar que, como se observa en el mapa 2, Yabucú era parte de un complejo sistema de haciendas y ranchos que circundaban los pueblos de Tecoh, Acanceh, Telchaquillo y Timucuy. Así, Yabucú nunca fue una hacienda aislada, y se unía por caminos y brechas a otras fincas como Uitzá, Chapín, y Dzitiná, y desde luego, con el pueblo de Acanceh que 3 En las tierras actuales de Yabucú no se han hallado cenotes. Sin embargo es posible que en otros tiempos, cuando la hacienda contaba con mayores extensiones de tierras, hayan existió en sus dominios estos cuerpos de agua.

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Mapa 2.- La hacienda Yabucú como parte de la parroquia de Tecoh antes de 1779Fuente: “Provisión del curato de Tecoh” AHAY, Concurso a curatos, caja 7, exp. 21, 1779.

era su cabecera. Por estos caminos circulaban personas, y con ellas mercancías, ganado, ideas, saberes, noticias y mucho más. Como se puede ver en el mapa 1, la gran aglomeración de haciendas en esta región responde a su cercanía con la ciudad de Mérida, esto es, mientras más cerca se hallaba la ciudad, mayor era la densidad de ranchos y haciendas, por lo que es de suponerse que se trata de una región en donde se hallan fincas de las más antiguas, fundadas en el tiempo colonial, y que en su momento fueron el motor de la economía yucateca.

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El renacimiento de una hacienda yucateca

Yabucú“Donde abundan las torcazas”

3. Los orígenes de Yabucú:

Una cofradía

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En Yucatán, como en todo el mundo Hispano Nuevo, existieron asociaciones de personas que se unían con la intención de promover y sostener el culto a un santo, las cuales se denominaban: cofradías. Casi todos los pueblos de indios tenían una o más cofradías, mismas que obtenían sus recursos de una estancia ganadera que se fundaba para ese fin. Para darnos una idea, “en 1750 existían [en la provincia de Yucatán] aproximadamente 137 [estancias de cofradías, ubicadas en] 108 pueblos de los 203 existentes”2. Generalmente, estas estancias se instalaban en tierras comunales pertenecientes a los pueblos, y obtenían su capital a partir de donaciones que los devotos hacían, las que consistían generalmente en dinero o ganado.

Yabucú se fundó como una cofradía indígena del pueblo de Acanceh, la cual reverenciaba a San Miguel Arcángel.3 Según la historiadora Gisela Von Wobeser, las cofradías

2 Quezada, 2001, p. 55. 3 Von Wobeser, 2003, Apéndice 9.

“eran asociaciones seculares4, que tenían a la vez fines religiosos y de asistencia social. Estaban vinculadas a algún convento, parroquia, o catedral, pero tenían una administración independiente, y sus bienes eran seculares. Las cofradías se mantenían con las cuotas que pagaban los cofrades, así como con donaciones que recibían. Pertenecer a una o varias cofradías les daba tranquilidad espiritual a sus miembros, porque en su seno se organizaban ceremonias religiosas y rezos por sus almas así como seguridad material, ya que las cofradías brindaban asistencia médica y funeraria a sus miembros”5

Así, la cofradía que se beneficiaba de Yabucú mantenía el culto a San Miguel por medio del ganado o de la miel que producía la hacienda. Los ingresos de la finca se invertían en la misma, pero también sufragaban los gastos de la fiesta

4 Integradas por miembros laicos5 Von Wobeser, 2003, p. 151.

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patronal que consistían en el pago de misas y servicios religiosos, las procesiones, las comidas, la corrida de toros, los fuegos artificiales, los bailes y otros gastos propios del festejo. Por otro lado, los cofrades disfrutaban del beneficio espiritual que les brindaban las misas y actos devotos que se dedicaban por el alma de los miembros difuntos. Esto es Yabucú era una finca comunal con un capital destinado al culto de San Miguel, y a velar por las almas de los muertos.

En tiempos del obispo fray Luis de Piña y Mazo (1780-1795), las haciendas de cofradías se consideraron bienes eclesiásticos, y la Iglesia comenzó a venderlas a particulares, pues se pensaba que se estaba haciendo un mal uso de esos bienes, ya que, como se ha dicho, los pueblos de indios las utilizaban para costear las fiestas patronales, pero éstas acababan siendo grandes excesos, sobre todo en el consumo del alcohol. Así, muchas haciendas de cofradías se vendieron, y el capital obtenido se dio en préstamo a particulares, quienes debían

sufragar el 4% anual de la cantidad otorgada. No hay que olvidar, que en aquel entonces la Iglesia funcionaba como un banco que brindaba créditos a quienes tenían propiedades para hipotecar. Los intereses que se obtenían por los capitales de las cofradías enajenadas debían servir para subsanar los gastos exclusivamente religiosos de la fiesta anual del santo de cada hermandad, así como cubrir otras necesidades de los cofrades; esto es, en teoría, los pueblos de indios no perdían su capital, pero sí el control de esos recursos, pues sus bienes pasaban a ser manejados por las autoridades religiosas.

En tal caso, Yabucú se vendió y el comprador fue don Juan Crisóstomo Mimenza. Este hombre, en un primer momento, no pagó en efectivo el valor de la hacienda, y lo que hizo fue hipotecar su hacienda Kukulá a la catedral de Mérida, por el valor de Yabucú, prometiendo pagar el 4% anual que se había acordado. Así, cada año, el señor Mimenza debía sufragar los intereses, pues de lo contrario, su hacienda

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Pago de réditos de la cofradía de Yabucú, 1803Fuente: “Cuenta de los rezagos de la cobranza de cofradías que son al

cargo de mi antecesor don Juan José Delgado, según los documentos que se hallan en los mismos libros de su última cuenta” AHAY, Asuntos

terminados, vol. 9, 1801-1805, exp. 241, 1803, f. 1.

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Kukulá debía responder. En 1803 el señor Mimenza pagó 21 pesos de réditos, hecho que comprueba que Yabucú se hallaba en su poder, (ver imagen 1).6

En 1804 comenzó el proceso conocido como la Consolidación de Vales Reales que impuso la Corona española. Dicho proceso consistía en que la Corona tomaba para sí los bienes de la Iglesia, y se comprometía a pagarle un rédito del 3% anual sobre esos recursos, con el fin de subsanar los gastos que tenía con motivo de la guerra contra Francia. Para llevar a cabo la Consolidación de Vales, la Iglesia tuvo que solicitar el pago de los capitales que tenía otorgados a particulares, para así poder entregar dinero efectivo a las cajas de la Real Hacienda. En tal caso, el capital de la hacienda Yabucú que manejaba el señor Mimenza, fue solicitado en efectivo por la catedral, para que pudiera pasar a las arcas del rey. Así, la hacienda 6 “Cuenta de los rezagos de la cobranza de cofradías que son al cargo de mi antecesor don Juan José Delgado, según los documentos que se hallan en los mismos libros de su última cuenta” AHAY, Asuntos terminados, vol. 9, 1801-1805, exp. 241, 1803, f. 1.

Yabucú se remató en 335 pesos7, mismos que pagó el señor Mimenza, liquidándose así la hipoteca, por lo que Yabucú se convirtió en propiedad privada.

Un hecho interesante es que las pocas personas vivas que fueron los últimos habitantes de Yabucú, tienen memoria de que en la hacienda se le rendía culto, además de San Miguel, a San Juan.8 Es muy posible que esta devoción haya aparecido como consecuencia de la privatización de Yabucú, imponiendo el nuevo dueño el culto a su propio santo, pues no hay que olvidar que el señor Mimenza tenía como nombre de pila, el de Juan. En tal caso, esta situación fue una consecuencia de la privatización, pues el culto comunitario de la cofradía se convirtió en una devoción de los habitantes de la hacienda, incluyendo al hacendado. Así, la devoción a San Miguel Arcángel y la de San Juan, comenzaron a ser sufragadas por el dueño de la hacienda. 7 Von Wobeser, 2003, Apéndice 9. 8 Entrevista a don Santiago Ancona y Mukul, del pueblo de Acanceh, en 22 de junio de 2013.

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Los grandes perdedores de la privatización de Yabucú fueron los cofrades indígenas, quienes dejaron de percibir los ingresos para mantener el culto de San Miguel Arcángel, y desde luego, dejaron de contar con las misas y oficios religiosos que se sufragaban con los réditos que el arrendador pagaba. Así, al menos para el caso de Yabucú, la Consolidación de Vales Reales acabó con el carácter comunal de esa finca, pues los beneficios empezaron a ser aprovechados por un sólo dueño, el cual se convirtió en el hacendado, en el amo, en el señor.

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El renacimiento de una hacienda yucateca

Yabucú“Donde abundan las torcazas”

4. Yabucú en tiempos de los Cicero.

Primera mitad del siglo XIX

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La hacienda Yabucú puede mirarse como un caso que representa con toda claridad el proceso de “transición entre la sociedad yucateca dependiente de la tributación, y una nueva sociedad estructurada en torno de las haciendas y la servidumbre agraria”1. Se trata de un largo proceso que comenzó con la misma llegada de los españoles. Como bien se sabe, ante la falta de metales preciosos, la primera fuente de riqueza en Yucatán fue la Encomienda, que consistía en un número de indios que el rey le entregaba por sus méritos de conquista a un español, el cual se comprometía a vigilarlos, educarlos, y evangelizarlos, recibiendo a cambio el tributo de sus Encomendados. Sin embargo, al crecer la población española, las Encomiendas no fueron suficientes, por lo que los españoles tuvieron que dedicarse a otras actividades, entre las que resalta la fundación de estancias ganaderas.

En 1588, según el fraile Alonso Ponce quien viajó por Yucatán en aquellos años, los 1 Bracamonte, 1993, p. 3.

alrededores de la ciudad y el noroeste de la península estaban generalmente dedicados al ganado vacuno, al caballar, y al porcino. Los españoles situaron sus estancias alrededor de la capital, en donde existían abundantes pastos y se hicieron norias y bebederos para proporcionar agua al ganado ante la falta de ríos y lagos.2 Sin embargo, fue a partir de 1750 cuando “se incrementó el ritmo de apropiación del suelo por particulares para la fundación de haciendas, por medio de mercedes reales o mediante compras a los indígenas y composiciones de la Corona”.3

La expansión de la hacienda ganadera como medio para obtener riqueza aumentó todavía más por el decreto Real del 17 de octubre de 1785, en el cual el rey ordenó que las Encomiendas de Yucatán fueran incorporadas a la Corona,4 acabándose con este mandato el sistema económico que había subsistido desde 2 García, 2006, p. 15.3 Bracamonte, 1993, p. 29. 4 “Real cédula de 16 de diciembre de 1785, ordenando la disolución de las encomiendas”. AHAY, Oficios y decretos, volumen 4, libro 0 [sic] 1782-1796.

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la llegada de los primeros colonizadores. Así, la posesión de tierras se convirtió en el principal medio económico de la provincia yucateca.5

Como se ha dicho, con la llegada a Yucatán del obispo fray Luis de Piña y Mazo en 1780, las cofradías comenzaron a venderse a particulares. Esto coincide con la desarticulación de la Encomienda, razón por la cual las haciendas de cofradías se convirtieron en un atractivo modo de invertir los capitales. La adquisición de Yabucú por el señor Juan Crisóstomo Mimenza forma parte del contexto que aquí se presenta, pero éste hombre, en algún momento de principios del siglo XIX, vendió la finca a don Francisco Cicero y Cárdenas.

Don Francisco fue en 1803 Subdelegado de la Sierra Baja con cabecera en el pueblo de Mama6 y en 1809 mantenía el mismo cargo pero en el Partido de Valladolid,7 puestos que le permitían el control político y económico 5 Para mayor información ver : Machuca, 2010, p. 175ss. 6 Machuca, 2011, cuadro 3.6. 7 Para entender de manera más amplia la importancia social y económica de la familia Cicero ver : Machuca, 2011, p. 106.

de esas regiones. Además, Francisco Cicero provenía de una familia emparentada con lo más alto de la élite yucateca, e incluso, a finales de la colonia, don Francisco “recibía rentas de una encomienda en calidad de pensionado”8, hecho que lo posicionaba entre las familias privilegiadas por la Corona española en aquellos últimos años de su dominio en América. Además de Yabucú, Francisco de Cicero y Cárdenas era dueño de las haciendas Dzical, San Joaquín, Bacoc, y Sahcatzín;9por lo que se trataba de un hombre que pertenecía a las familias yucatecas de viejo cuño, con rentas de una encomienda, con cargos político-administrativos, y además, hacendado. Con la familia Cicero, Yabucú ingresó al grupo de haciendas que compartían tres características:

El acceso a capital, que difería de persona a persona y se conseguía por medio del crédito de la Iglesia o de prestamistas individuales

Una mano de obra endeudada y con

8 Machuca, 2011, p. 113. 9 Machuca, 2011. P. 91.

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salarios bajos de la que se obtenía una parte de las ganancias y cuyo origen se debe al alza de la población y a la falta de tierras de cultivo

El acceso a diversos mercados, locales, regionales y hasta internacionales10

Así, de ser una cofradía que beneficiaba los intereses comunes de los indígenas, Yabucú se convirtió en una hacienda privada que comenzó a transformarse materialmente, incrementando sus tierras y su infraestructura. Con estos cambios las estancias ganaderas empezaron a incorporar entre su producción al maíz. Para mediados del siglo XIX, la mayoría de las haciendas yucatecas podían definirse como fincas maicero-ganaderas. No obstante, hay que mencionar que fueron las haciendas de Valladolid, Campeche, y Tekax, las que sembraron maíz para comerciar11 de manera intensiva, mientras que las del noreste y alrededores de Mérida, mantuvieron al ganado como su principal producto. 10 Estas tres características de la hacienda fueron tomadas de: Machuca, 2011, p. 234. 11 Bracamonte, 1993, p. 101.

Para 1834, Yabucú estaba en manos de las hermanas Nicolasa y Fulgencia Cicero, hijas de don Francisco Cicero y Cárdenas, y la finca contaba con 16 peones endeudados (ver cuadro 1); esto es, se trataba de 16 individuos que habían recibido un préstamo monetario por parte sus patrones, mismo que los ataba a la finca ya que no podían abandonarla sin antes haber pagado su deuda.

Entre estos 16 hombres, uno era el mayoral, o responsable de todas las labores ganaderas y agrícolas de la hacienda; otro era el mayocol o capataz, encargado de vigilar ciertas tareas relacionadas con la ganadería; y otros dos eran vaqueros subordinados a los dos cargos anteriores. “Cada hacienda necesitaba de los servicios de 3 a 6 de estos hombres diestros en el manejo del caballo y en el trato con el ganado”12, lo que coincide en el caso de Yabucú.

Los otros 8 trabajadores eran luneros que servían a los dueños de Yabucú, muy 12 Bracamonte, 1993, p. 80.

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N° Acasillado Cargo Deuda

1 Gregorio Santana Mayoral 3 pesos

2 Apolonio Chan Vaquero 3 pesos

3 José Santana Vaquero 6.5 pesos

4 Marcelo Ku Mayocol 1 peso

5 Olayo Ek Lunero 2.5 pesos

6 Pedro Aké (el mayor) Lunero 11 pesos

7 Pedro Aké (el menor) Lunero 2 pesos

8 Nicolás Ek Lunero 21.5 pesos

9 Martín Ek Lunero 3.5 pesos

10 Juan Aké Lunero 3.5 pesos

11 Felipe Ek Lunero 2 pesos

12 Victoriano Canul Lunero 3.5 pesos

13 Antonio Ek Lunero 5 pesos

14 Luis Santana Lunero 12.5 pesos

15 Feliciano Chan Lunero 1 pesos

16 Manuel Chan Lunero 11.5 pesos

Cuadro 1.- Trabajadores endeudados de la hacienda Yabucú en 1834

Fuente: “Documento del cargo de las haciendas Saccatzín, Yabucú, Bacoc, por J.M. Castro, a petición

del C. Manuel Roberto Sansores” AGEY, Justicia, Tribunal Superior de Justicia, Civil, Mérida-Acanceh,

10 de febrero de 1834, vol. 17, exp. 10. f. 2.

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posiblemente en la siembra de maíz y otros servicios. Estos eran “la clase de servidumbre más numerosa. La formaban indígenas arrendatarios de parcelas de las haciendas, pagando con un día de trabajo semanal”13 el cual fue en un principio el lunes, razón por la cual se les daba el nombre de luneros. De hecho, en ese mismo año de 1834 se contabilizaron en un inventario 39 cargas de este grano,14y pagos a peones por la cosecha de ese cereal, lo que apuntala la idea de que Yabucú también lo producía.

La presencia de 16 hombres endeudados, nos remite a pensar en la posibilidad de que cada uno de estos individuos fueran cabezas de familia, por lo que la cifra de 16 habitantes podría hipotéticamente multiplicarse por 3 (el trabajador, su esposa, y al menos un hijo), dándonos como resultado el número de 48

13 Bracamonte, 1993, p. 49. 14 “Documento del cargo de las haciendas Saccatzín, Yabucú, Bacoc, por J.M. Castro, a petición del C. Manuel Roberto Sansores” AGEY, Justicia, Tribunal Superior de Justicia, Civil, Mérida-Acanceh, 10 de febrero de 1834, vol. 17, exp. 10. f. 1 ss.

habitantes en aquellos años. Claro está, en estos números no se consideran a aquellos que no tenían deudas con el patrón, y sólo se contabiliza a un hijo por familia, por lo que el número de habitantes podría ser mucho mayor. De cualquier manera, para 1834 Yabucú se había convertido en un pequeño núcleo poblacional en donde la complejidad social comenzaba a estructurarse.

Según el inventario de 1834 Yabucú contaba con los bienes que muestra el Cuadro 2, es de notar que el verdadero valor de una hacienda se encontraba en los productos que generaba, y no tanto en el intrínseco valor de sus tierras, esto es, mientras las construcciones y tierras de la hacienda costaban 1,340 pesos, sus productos ascendían a 2,080 pesos. Se puede ver en el cuadro 1 que el producto de mayor valía era el ganado, pues no hay que olvidar que en aquellos años del siglo XIX, Yucatán seguía manteniéndose con la producción bovina. No obstante, en el registro de 1834 se puede ver

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que ya se habían plantado 198 mecates de henequén, lo que equivalía a casi 8 hectáreas. Esto indica que para estos años el henequén comenzaba a ser un producto de consideración, pero por otro lado la documentación también indica que parte de estas 8 hectáreas de agave se hallaban arruinadas, lo que demuestra que todavía el interés por la fibra era menor.

No se puede menospreciar la presencia de otros productos como la miel y el maíz, los cuales, si bien no eran los productos centrales, coadyuvaban a la riqueza de la hacienda. En el mismo caso se hallan los productos de la huerta, pues en 1834 se vendieron mameyes, naranjas y cocos; y si bien se trata de ventas de sumas muy cortas, nos ayudan a pensar en Yabucú como una finca que producía frutos que se insertaban en los mercados locales, y que muy posiblemente se consumían en los mercados de Mérida, en donde vivía gente que demandaba estos frutos. Así, la producción de una finca se diversificaba.

Cuadro 2.- Bienes de Yabucú, 1834

Fuente: “Documento del cargo de las haciendas Saccatzín, Yabucú, Bacoc, por J.M. Castro, a petición del C. Manuel

Roberto Sansores” AGEY, Justicia, Tribunal Superior de Justicia, Civil, Mérida-Acanceh, 10 de febrero de 1834, vol. 17, exp.

10. f. 1 ss. El valor monetario ha sido redondeado.

Bienes Cantidad ValorPlanta y tierras 1340 pesosGanado 233 cabezas 1165 pesosTerneros 37 cabezas 124 pesosBecerros 11 cabezas ¿?Ovejas 18 cabezas 5 pesosCaballos herrados 23 cabezas 230 pesosCaballitos 4 cabezas 20 pesosMulas 5 cabezas 105 pesosMiel 203 corchos 76 pesosHenequén 198 mecates 297 pesos (arruinado en partes) Maíz 39 cargas 58 pesosMateriales de fábrica 32 pesosMuebles y aperos 37 pesos

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Recibo por la venta de un toro de Yabucú

Recibo que corrobora la venta de ganado de las haciendas Yabucú y Bacoc, que fueran

propiedad de la familia Cicero. Fuente: “Documento del cargo de

las haciendas Saccatzín, Yabucú, Bacoc, por J.M. Castro, a petición

del C. Manuel Roberto Sansores” AGEY, Justicia, Tribunal Superior

de Justicia, Civil, Mérida-Acanceh, 10 de febrero de 1834, vol. 17,

exp. 10. f. 2.

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Hay que decir que en el inventario de 1834, cada toro o vaca de la finca se inventarió con el valor de 5 pesos, lo que sumó en total 1,165 pesos. Sin embargo, el precio de cada cabeza de ganado era superior a esos 5 pesos, pues como se puede ver en un recibo de 1834, un toro de Yabucú se vendió en 8 pesos (imagen 2). Esto no es de menor importancia, ya que con esta observación se aumenta en mucho el precio de los productos de la hacienda, y permite acercarnos al verdadero valor de la ganadería, negocio que fue muy redituable para los hacendados, quienes invertían poco en el pago de mano de obra y mantenimiento de la finca gracias a los luneros, y ganaban mucho con la venta de sus cabezas de ganado.

Para tener una idea de cómo operaba la hacienda Yabucú en sus tiempos agrícola-ganaderos, veamos los movimientos que tuvo del 17 de febrero al 1 de julio de 1834. En primer lugar tenemos a los gastos. Estos se redujeron al pago de los trabajadores fijos y a

su mantenimiento por medio de sus raciones de maíz. Dichos gastos fueron de 26 pesos y se pueden ver en el siguiente cuadro:

Cuadro 3.- Gastos de la hacienda Yabucú del 17 de febrero a 1 de julio de 1834

Fuente: “Documento del cargo de las haciendas Saccatzín, Yabucú, Bacoc, por J.M. Castro, a petición del C. Manuel Roberto Sansores” AGEY, Justicia, Tribunal Superior de Justicia, Civil, Mérida-Acanceh, 10 de febrero

de 1834, vol. 17, exp. 10. f. 10.

Movimiento Gasto

Raciones de Yabucú 4 pesosAl mayoral 4 pesos 6 realesAl mayoral por cosechar 1 peso 2 reales100 mecates de milpaAl vaquero José Santana 2 peso 2 realesAl vaquero Apolinario Chan 1 peso 2 realesPor tumbar 100 mecates 12 pesos 4 realespara la milpa

Total: 26 pesos

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Vale la pena mencionar que un trabajador de una hacienda, de manera general, ganaba en 1840 un real al día (la octava parte de un peso) además de su ración de maíz.15 Un real de plata equivalía a 12.5 centavos de peso, y una ración de maíz costaba 3 centavos, siempre y cuando no hubiese escases, por lo que se puede percibir que el sueldo de un trabajador apenas y alcanzaba para su alimentación, sobre todo considerando que generalmente se trataba de cabezas de familia que tenían que alimentar a su esposa e hijos. Este dato ayuda a entender la proporción de lo que invertía el hacendado en salarios, y lo que percibía un trabajador.

Por otro lado, tenemos los ingresos. Estos se obtuvieron por la venta de productos de la hacienda como fueron el ganado, la miel y cera, y los frutos de la huerta. El total de estos ingresos fue de 72 pesos 2 reales16, esto es, deduciendo los egresos de los ingresos tenemos que Yabucú

15 Stephens, 1984, p. 291. 16 1 peso equivale a 8 reales.

obtuvo de ganancia 46 pesos 2 reales en un tiempo de 3 meses y medio. Claro está, estos ingresos fueron aquellos que se reportaron como venta, sin considerar por ejemplo al crecimiento de la población de ganado, el cual no necesariamente se vendió. Ver Cuadro 4.

El valor de la hacienda aumentaba conforme crecía el número de animales. Algunas cabezas de reses se vendían, y otras seguían multiplicándose, por lo que la hacienda cada vez valía más. Además, no hay que olvidar que la familia del hacendado obtenía de sus haciendas lo necesario para su alimentación. Existía la costumbre de que cada determinado tiempo salía una carreta de las haciendas con destino a Mérida, la cual llevaba frutas, legumbres, carne, maíz a la casa de los hacendados y al mercado local.17 Esta dinámica también tiene que considerarse como ganancia, aunque es difícil determinar con exactitud el monto monetario del beneficio. 17 Barbachano, 1986, p. 16.

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Es de subrayar que en el inventario de 1834 se contabilizaron 32 pesos en materiales de fábrica, resaltando entre estos, 32 cargas18 de cal19. ¿Qué se construía en la hacienda en estos momentos? Esta es una pregunta que no tiene una respuesta concreta, pero podemos suponer algunas cosas: lo más probable es que los materiales de construcción hayan estado destinados para extender los corrales, noria y bebederos, mismos que hasta hoy existen y que nos remiten hacia ese tiempo ganadero. 18 Una carga equivale a 42 kilos aproximadamente. Ver: Bracamonte, 1993, p. 13. 19 “Documento del cargo de las haciendas Saccatzín, Yabucú, Bacoc, por J.M. Castro, a petición del C. Manuel Roberto Sansores” AGEY, Justicia, Tribunal Superior de Justicia, Civil, Mérida-Acanceh, 10 de febrero de 1834, vol. 17, exp. 10. f. 2.

Movimiento Ingreso

Por la carne de una vacavendida a José María Souza 2 pesos 4 realesPor la cera que produjo Yabucú 5 pesos 4 realesPor la venta de dos vacas y untoro a Miguel Bates 17 pesos 4 realesPor una vaca lastimada vendidaa José María Souza 5 pesosPor venta de naranjas y cocosde la hacienda 1 peso 2 realesPor venta de mameyes yzapotes de la hacienda 3 pesosPor venta de 2 vacasa Clemente Souza 12 pesos 4 realesPor venta de miel 19 pesosPor venta de un toro milperoa Clemente Souza 6 pesos

Total 72 pesos 2 reales

Cuadro 4.- Ingresos de la hacienda Yabucúdel 17 de febrero a 1 de julio de 1834

Fuente: “Documento del cargo de las haciendas Saccatzín, Yabucú, Bacoc, por J.M. Castro, a petición del C. Manuel Roberto Sansores” AGEY, Justicia, Tribunal Superior de Justicia, Civil, Mérida-Acanceh, 10 de febrero de 1834, vol. 17, exp. 10. f. 10.

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Sabemos que dichos materiales de construcción no se destinaron para la casa principal que actualmente se ve. Esto se corrobora en el inventario de 1876 en donde se reportó una casa principal ripiada y con techos de paja. Tampoco sirvieron para cuartos de máquinas pues en tiempo de los Cicero Yabucú no era una finca henequenera. En 1876 ya existía el oratorio techado de vigas y con suelo de hormigón. Existe la posibilidad que éste se halla levantado en tiempos de los Cicero, pero no hay indicios para asegurar este hecho. De manera personal, pienso que los Cicero se dedicaron a construir la infraestructura ganadera, y que fueron los Casares, próximos dueños, los que le dieron a Yabucú la estructura de una hacienda señorial, con su gran casa principal, sus cuartos de máquinas y su oratorio. En tal caso, el panorama actual de Yabucú, se construyó a partir del último cuarto del siglo XIX, haciéndose adecuaciones durante todo el siglo XX.

Corrales de YabucúFuente: Fotografía del autor.

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El renacimiento de una hacienda yucateca

Yabucú“Donde abundan las torcazas”

5. Yabucú: Una hacienda henequenera

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Hasta ahora se han presentado las características del tiempo ganadero por el que transitó la hacienda Yabucú. Toca ahora hablar de su etapa henequenera. Como es bien sabido, el henequén le dio a Yucatán la mayor de las riquezas de su historia. Los descendientes de españoles que habitaban Yucatán, por fin encontraron un producto que los impulsó y les permitió alcanzar sus sueños de grandeza. Muchos hacendados ganaderos de mediano rango, y pequeños rancheros habitantes de los pueblos, trabajando el henequén, lograron amasar grandes fortunas que transformaron sus vidas. Por otro lado, las élites de viejo cuño, las que siempre habían resaltado en la economía yucateca, se convirtieron, además de hacendados, en los agentes exportadores de la fibra, y formaron el grupo selecto que integró la oligarquía yucateca del porfiriato, misma que el general Salvador Alvarado denominó: La casta divina. Los indígenas por su parte, siguieron siendo la mano de obra barata, viviendo en la

pobreza, y sometidos al poder de los capitalistas. La nueva riqueza transformó la conciencia

de pertenencia social, y los hacendados se descubrieron como el grupo dominante, resurgiendo con mayor fuerza la figura del “hombre del poder”, el amo, el señor, el hacendado. Así, los nuevos grandes ricos comenzaron a ostentar su poderío de varias maneras. Sus viviendas dejaron lo liso de la arquitectura colonial, para transformarse en casonas con motivos y ornamentaciones afrancesadas. Los hombres forjadores de las fortunas comenzaron a recurrir a símbolos que demostraran su riqueza. Así, empezaron a utilizar monogramas o sus iníciales entrelazadas, las cuales exhibían a manera de escudo de armas en las fachadas de sus nuevas casas, en sus muebles, e incluso en sus vajillas. Los hacendados también recurrieron a los retratos, los cuales se exhibían en sus bellas salas, ataviados con un frac, copiando las modas llegadas de Europa, y presentándose como catrines. Junto al retrato

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del amo, generalmente se exhibía el retrato de su esposa, la cual también transformó sus costumbres, concurriendo a los teatros, bailes, y a las actividades religiosas o de beneficencia, luciendo vestidos de la última moda parisina. Viajes a Europa, clases de idiomas, educación particular para los hijos incluso fuera de México, automóviles, luz eléctrica; fueron algunos de los elementos que simbolizaban el nuevo estrato social que se logró gracias a la raspa del agave.

La infraestructura de las haciendas también cambió. Los montes yermos para el ganado se convirtieron en mares verdes de cultivo henequenero. La casa principal se convirtió en una residencia de campo para el hacendado y su familia, mientras a su alrededor vivían los sirvientes o peones acasillados que movían la maquinaria de la hacienda. Se insertó moderna tecnología, dejando en el olvido la raspa manual, apareciendo la motora y la desfibradora; que junto con la empacadora, mecanizaron el proceso para obtener la fibra. La vieja

noria de fuerza animal dejó de ser funcional y se reemplazó por la bomba de agua o por la veleta; y en general, el viejo escenario colonial se transformó en un espacio de producción moderno, el cual hacía eco al proyecto porfiriano.

La hacienda se convirtió en algo más que una empresa moderna, pues toda ella connota un estatus, una posición, un poder. La lectura semiótica de la estructura de la hacienda henequenera la encontramos en la obra Arquitectura de las haciendas henequeneras1 que fue coordinada por Roberto Ancona Riestas.

Para algunos autores, la casa principal equivale al castillo feudal. Esta es entonces la casa del señor, del amo, del dueño de vidas y tierras. La gran burguesía, con sus altos alcances económicos deja muy clara esta idea y una prueba la encontramos en la hacienda Chenché de las Torres, que es una bella muestra arquitectónica de la estructura de una lujosa y exquisita casa principal. Generalmente, las casas 1 Ancona, 1996, p. 114 y 115.

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principales resaltaban entre todos los edificios que formaban el casco de la hacienda, y se levantaban prominentes recordando el poder de aquel que era el dueño.

Por otro lado, se tiene también a la capilla u oratorio. Esta representa la autoridad de la Iglesia, pues al haber un sistema complejo de interacción social, tenía entonces que existir un espacio religioso a donde se asistiera para encontrar el consuelo espiritual. La capilla y la devoción a los santos brindaban a los habitantes de la finca el alivio a las necesidades espirituales. En tal caso, el poder de la Iglesia estaba presente en las haciendas, como siempre, hermanada con los grupos poderosos, fungiendo como una aliada de los hacendados en el dominio social.

La casa de máquinas representaba al capital. La inversión mayor de un hacendado se hallaba en esos espacios, mismos que resguardaban los instrumentos que producían la riqueza. Los hacendados presumían de su tecnología. El tren

Casa principal de la hacienda Chenché de las TorresFuente: Fotografía tomada de Internet

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de raspa, la motora, y la empacadora tenían un lugar privilegiado e incluso lujosamente ataviado. Esto sólo se lograba con mucho dinero, y casi siempre, el innecesario lujo, sólo podía significar una cosa: ostentación del poder económico.

A partir de estas ideas, veamos entonces cómo se transformó la hacienda Yabucú, y cómo adquirió el aspecto que subsiste en la actualidad.

Capilla de la hacienda Eknakán, perteneciente a la

jurisdicción de Cuzamá

Fuente:Fotografía tomada de Internet

Casa de máquinas de la hacienda YaxcopoilFuente: Fotografía tomada de Internet

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La hacienda Yabucú estaba en manos de los Cicero cuando llegó un año fatal: 1847. Como bien se sabe, en este año estalló un movimiento indígena armado conocido como “La guerra de castas”. Una de las principales causas de la guerra fue la paulatina pérdida de las tierras indígenas, mismas que se fueron convirtiendo en propiedad privada al irse fundando las haciendas. Así, la tierra que originalmente fue de los naturales, para mediados del siglo XIX, se hallaba, en buena medida, en manos de unos pocos y ricos hacendados.2 Por lo mismo, no es nada raro que el coraje de los indígenas, convertido en odio, haya recaído sobre todo en la élite yucateca, la cual los despojó de sus tierras, los convirtió en sus siervos, y los explotaba de manera cotidiana, por lo que muchos autores, refiriéndose a las condiciones laborales de los trabajadores de las fincas, hablan de un estado de cuasi-esclavitud.3

Los indios, enfurecidos, fueron en busca

2 Ferrer, 2000, p. 55.3 Ferrer, 2000, p. 56.

5.1- Yabucú

en tiempos de

Pedro Casares Quijano

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de sus verdugos habituales: los hacendados. Un ejemplo que retrata esta situación lo encontramos en el levantamiento de Nohcacab (Ticul), previo a la Guerra de Castas en el cual el cacique de ese pueblo asaltó junto con una masa de indios enardecida, la hacienda Uxmal, propiedad del rico hacendado don Simón Peón.4 Los indígenas asesinaron a los trabajadores de la hacienda, y preguntaban por el paradero del hacendado con toda la intención de matarle. Sin embargo, la familia Peón era muy poderosa y pronto fueron apresados los rebeldes. No obstante, este ejemplo nos muestra el odio que los indios sentían por los dueños de las haciendas, quienes ante la crueldad de la Guerra de Castas, y al sentirse perdidos por el asedio de los indios, huyeron a Cuba o a otros destinos que los alejaran del peligro. Esto mismo sucedió con la familia Cicero pues al enterarse del levantamiento indígena, doña Nicolasa y su familia huyeron a la Isla del Carmen, de lo cual quedó testimonio en un interrogatorio a testigos 4 Güemes, 1992, p. 182.

realizado en 1865 cuando los herederos de doña Nicolasa pretendieron recuperar lo que le correspondía de la hacienda Yabucú, misma que había sido vendida por su hermana Fulgencia sin haberle dado la parte que le correspondía como heredera. El documento dice a la letra:

“Digan todos, si con motivo de la guerra de indios, el año de 1847 en que se creyó fuese invadida la capital de este departamento, tuvo precisión de ausentarse dicha señora doña Nicolasa, con toda su familia, para la mencionada Isla del Carmen”5Todo parece indicar que durante la Guerra

de Castas, la hacienda Yabucú se abandonó, situación que sucedió con la mayoría de las fincas yucatecas. No hay que olvidar que la guerra llegó hasta el pueblo de Tecoh,6 cercano a Acanceh, por lo que permanecer en Yabucú era un acto muy osado. Como bien apunta 5 “Juicio ordinario por el albacea de Nicolasa Cicero de Canto, pretendiendo la mitad del valor de las haciendas Yabucú y Bacoc” AGEY, Justicia, Juzgado Primero de lo Civil, Civil, Mérida, 5 de abril de 1865, vol. 118, exp. 6, f. 11. 6 Reed, 1971, p. 102.

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Nelson Reed, por las calles de Mérida “corrían […] rumores de que los salvajes estaban por todas partes”7 por lo que el miedo se apoderó de los habitantes de la ciudad. Por otro lado, los trabajadores de Yabucú tuvieron que decidir entre sumarse a sus hermanos de sangre, o huir, pues de lo contrario también podían ser ejecutados. Las haciendas fueron atacadas y saqueadas por los indios, pero también por las tropas de los “blancos” quienes buscaban desesperadamente alimentos.8 Por lo mismo, raro sería que Yabucú hubiera salido incólume de aquel generalizado desastre.

En 1851 la hacienda Yabucú fue vendida en 4,278 pesos, por doña Fulgencia Cicero, a don Pedro Casares Quijano9. La hacienda seguía siendo ganadera y su dinámica cotidiana era al parecer la misma que en tiempos pasados. La familia Casares había sido notable desde la época

7 Reed, 1971, p. 103. 8 Reedm 1971, p. 111, 9 “Juicio ordinario por el albacea de Nicolasa Cicero de Canto, pretendiendo la mitad del valor de las haciendas Yabucú y Bacoc” AGEY, Justicia, Juzgado Primero de lo Civil, Civil, Mérida, 5 de abril de 1865, vol. 118, exp. 6, f. 32.

colonial. Don Pedro, casado con doña Juana Solís y Bolio, fue hijo de don Pedro Casares Armas y de doña María del Carmen Quijano y Cosgaya. Sus abuelos paternos fueron el español don José Antonio de Bulnes Casares Pérez Roldan Sánchez de Boedo y Cuesta, y la campechana doña Petrona de Armas, quienes se ostentaban como nobles en aquellos tiempos previos a la Independencia. Don Pedro Casares Quijano y su esposa, tuvieron 4 hijos: Enriqueta Josefa Francisca, María Celedonia Enriqueta, María del Tránsito Dolores, y José Esteban Enrique,10pero sólo sobrevivió María del Tránsito Dolores, ya que los demás murieron a corta edad. El 19 de marzo de 1847 falleció doña Juana Solís y Bolio, dejando viudo a don Pedro Casares Quijano. Tiempo después, don Pedro contrajo segundas nupcias con Candelaria Echánove, con quien tuvo 7 hijos: Arturo, Pedro Francisco, Rosario, Carmen, Candelaria y Mercedes.

La hacienda Yabucú comenzó su transición definitivamente hacia el henequén con don 10 Valdez, 1931, p. 137.

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Pedro Casares y Quijano, pues este individuo fue el primero en adquirir una máquina raspadora. No sólo eso, Yabucú fue una de las haciendas pioneras en tener una desfibradora en todo Yucatán. En el inventario de 1876 se habla de “una fuerza motriz para raspar henequén”11, pero ¿a qué se refiere este dato? Veamos con cuidado.

El 9 de marzo de 1857, a seis años de haber adquirido Yabucú, don Pedro Casares Quijano formó parte de la “Comisión nombrada por el Superior Gobierno para examinar las máquinas de raspar henequén”12 que se presentaron con motivo de un concurso organizado por el gobierno, que premiaba con 2,000 pesos a aquel que inventara una máquina que raspara de forma efectiva las pencas del agave. En dicho concurso, bajo supervisión de don Pedro Casares Quijano y de don Manuel Medina, ganó la máquina de don José Esteban Solís, la 11 “Juicio ordinario por el albacea de Nicolasa Cicero de Canto, pretendiendo la mitad del valor de las haciendas Yabucú y Bacoc” AGEY, Justicia, Juzgado Primero de lo Civil, Civil, Mérida, 5 de abril de 1865, vol. 118, exp. 6, s/f.12 Trujillo, 1977, p. 633.

cual raspó 6,342 pencas en 21 horas, superando las 2,017 pencas de la máquina inventada por José María Millet, y las 1,615 pencas que raspó el aparato de Florentino Villamor, en el mismo tiempo.

En la propaganda de la máquina Solís de 1860, a la raspadora se le denomina “fuerza motriz”, mismo nombre que se usó en el inventario de Yabucú de 1876, por lo que es de suponer que la maquinaria de la hacienda haya sido una raspadora Solís. Todo indica que Pedro Casares Quijano conocía muy bien de maquinarias, por lo que no es raro pensar que haya decidido invertir en una raspadora Solís, la cual había sido ganadora del concurso, y que por lo mismo, era la máquina más eficiente hasta el momento.

Hay que decir que la infraestructura de la hacienda Yabucú, si bien comenzó a transformarse, aún no contaba con edificios monumentales. Una ventana para mirar cómo era la finca la encontramos en el inventario de 1876:13 13 “Juicio ordinario por el albacea de Nicolasa Cicero de Canto,

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1. Un corral principal al norte con 55 varas14 de largo y 51 varas de ancho, amurallado de pared, con sus arcos de entradas de comunicación, con sus puertas de reja de dos hojas en buen estado

2. Un bebedero de cantería de 43 varas e largo, y una vara de ancho, situado al oriente de la casa principal

3. Al oriente tiene un trascorral con 55 varas en cuadro, cercado de albarradas

4. Al poniente otro trascorral dividido por mitad, en la que forma un chiquero y traschiquero, con 55 varas en cuadro, amuralladas de pared

5. La noria corriente y su andén mide 14 y media varas en cuadro, situado al oriente de la casa principal con una vara de alto su embutido

6. Un tanque con 9 y media varas de ancho por 13 y media de largo, y 6 cuartas15 de

pretendiendo la mitad del valor de las haciendas Yabucú y Bacoc” AGEY, Justicia, Juzgado Primero de lo Civil, Civil, Mérida, 5 de abril de 1865, vol. 118, exp. 6, s/f. 14 Una vara equivale a 0.838 metros15 Una cuarta equivale a 0.209 metros

profundidad7. Una pileta al oriente de la huerta que sirve

de tortuguera8. Su huerta tiene de de ancho 20 varas, y de

largo 55 varas, toda cerrada de albarradas9. La casa principal, ripiada, situada sobre un

altillo, la cual tiene 13 varas de largo, y 5 de ancho, cobijada de paja, con vista para el corral al norte, por donde tiene 6 cuartas de alto

10. Una pieza que sirve de oratorio y queda entre la manga, que mide 5 y tres cuartos de vara de largo, por 4 varas y cuarta de ancho, techada de vigas y suelo de hormigón. Otra pieza contigua.

11. La manga mide 81 varas de largo, y 76 de ancho, cercada de albarrada.

12. Su cercado cerrado de albarradas con 400 mecates, y sembrado de henequén el cual estaba de medio corte

13. 16 sirvientes14. Un cuarto de legua de tierras (equivale a

434 hectáreas)

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En aquel entonces, la hacienda contaba con 150 cabezas de ganado, 5 bestias mulares, 400 mecates de henequén de medio corte (16 hectáreas), la fuerza motriz para raspar henequén, una carreta para el servicio de la finca, y algunos muebles que eran dos mesas de cedro, 6 asientos de madera, y algunas herramientas de hierro como barretas, mazos y picos. Hay que resaltar, que según el inventario, Yabucú aún no se había convertido en una casa de campo para el hacendado, y era más bien un centro productivo dedicado exclusivamente al ganado y al henequén; esto es, la hacienda Yabucú carecía de cualquier tipo de lujo, siendo un austero rancho. La población de los peones tampoco había crecido mucho, pues en el inventario de 1834 se reportaron 16 trabajadores, mismos que se mantuvieron para 1876.

Pedro Casares Quijano falleció el 13 de noviembre de 1886 a los 72 años de edad, diagnosticándole los médicos una insuficiencia

vascular. A su muerte, don Pedro era dueño de las haciendas Yabucú, Xcucul, y Concepción.16 Antes de su muerte, Yabucú fue traspasada a su hija Dolores Casares Bolio, liquidando así su responsabilidad con los bienes obtenidos en su primer matrimonio. Las otras haciendas fueron heredadas a su segunda esposa e hijos.

Dolores Casares Bolio era esposa de Julían Luján, mismo que se convirtió en el legítimo administrador de los bienes de su consorte, por lo que Yabucú comenzó a ser dirigida por este individuo. Todo indica que don Julián era nativo de Acanceh, perteneciendo al grupo de la élite rural. De hecho, en 1866, don Julián fungió como alcalde municipal de dicho pueblo,17 posición que sin duda lo ayudó para lograr todos sus intereses. Don Julián y Doña Dolores tuvieron 13 hijos: Francisco, Felipe, Pedro, Manuel, Ramón,

16 “Testamentaría de Pedro Casares Quijano” AGEY, Justicia, Juzgado segundo de primera instancia, Civil, Mérida, 26 de noviembre de 1886, vol. 157, exp. 23, s/f. 17 “Julián Luján, comunica al prefecto político del Departamento, la toma de posesión del ayuntamiento de Acanceh” AGEY, Poder Ejecutivo, Alcaldía Municipal de Acanceh, Ayuntamientos, Acanceh, 19 de febrero de 1866, caja 247, vol. 197, exp. 8.

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Tomás, Mercedes, Carmen, María, Mónica, Cristina, Guadalupe, y Rosario.18 Don Julián Luján fue el hombre que transformó la infraestructura de la hacienda Yabucú, y fue también el que vivió el auge henequenero en toda su expresión, pues la hacienda, de ser un rústico rancho, se convirtió en una lujosa casa de campo, al mismo tiempo que se instalaron modernas maquinarias para la raspa del agave.

Además, en tiempos de Luján, la hacienda Yabucú aumentó la extensión de sus tierras. Según el inventario de 1876, la hacienda contaba con un cuarto de legua de tierras, equivalente a 434 hectáreas. Sin embargo, utilizando estrategias políticas y aprovechándose de las facilidades legislativas, el señor Luján empezó a anexar nuevas tierras a la hacienda hasta lograr la extensión de más de 1,684 hectáreas.19

En los últimos años del siglo XIX, el señor Luján anexó 106 lotes de terrenos de más de 18 “Testamentaría del señor Julián Luján” AGEY, Justicia, Juzgado tercero de lo civil, Civil, Mérida, 6 de agosto de 1900, vol. 259, exp. 14, f. 1. 19 “Testamentaría del señor Julián Luján” AGEY, Justicia, Juzgado tercero de lo civil, Civil, Mérida, 6 de agosto de 1900, vol. 259, exp. 14, s/f.

Cuerpo de tierras anexadas a Yabucú en 1877

Fuente: “Interdicto posesorio promovido por el C. Julián Luján, contra el C. Bernardo Peón, por la

hacienda Yabucú” AGEY, Justicia, Juzgado de Primera Instancia, Civil, Mérida, 10 de marzo de 1876, vol.

3, exp. 20.

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7 hectáreas cada uno,20 lo que da una cantidad aproximada de 742 hectáreas. No se sabe exactamente cuándo, pero el señor Luján adquirió o fundó la finca Santa Rosa, (imagen 7) la cual era vecina de Yabucú por el lado norte. Esta pequeña finca se convirtió en una anexa de Yabucú. Las fincas anexas eran haciendas en donde generalmente se sembraba henequén, y su producción era trasladada a la hacienda principal para ser procesada por las maquinarias. Así, Yabucú funcionaba como la hacienda matriz, y Santa Rosa como una finca auxiliar. Estas anexiones, y seguramente otras que hizo el señor Luján, hicieron que Yabucú se convirtiera en una hacienda de grandes extensiones.

Además de las tierras, la hacienda sufrió otros cambios, como la construcción de la casa principal, y los cuartos de máquinas. Así, al morir en el año de 1900 don Julián Luján,21 la hacienda

20 “Testamentaría del señor Julián Luján” AGEY, Justicia, Juzgado tercero de lo civil, Civil, Mérida, 6 de agosto de 1900, vol. 259, exp. 14, f. 23v.21 Don Julián Luján murió de cáncer en el intestino. Ver: “Testamentaría del señor Julián Luján” AGEY, Justicia, Juzgado tercero de lo civil, Civil, Mérida, 6 de agosto de 1900, vol. 259, exp. 14, f. 1.

Plano de la hacienda Santa Rosa, anexa de YabucúFuente: AGEY, Catastro, Acanceh, libro 62, 19571

1 En este plano la hacienda Santa Rosa ya había sufrido la afectación llevada a cabo por el presidente Lázaro Cárdenas en 1938, pero originalmente tuvo más de 230 hectáreas.

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contaba con lo siguiente: “una casa principal de mampostería, con una

sala de 16 varas, y dos cuartos de a 10 varas. Un corredor de zinc al norte, y otro de tejas al sur. La casa de la prensa es de tejas, y de 20 varas. Tiene dos piezas de mampostería, en que está la máquina de raspar, y un tinglado de tejas. Hay dos calderas de fuerza, cada una de 16 caballos. Dos máquinas de vapor, una de diez y seis, y otra de 6 caballos. Un molino de viento, tres plataformas, tres carros de tráfico, una bomba Blake. Una prensa de henequén y media legua de rieles dacauville”22

Además de todo esto, don Julián Luján dejó al morir 5,000 mecates de henequén de corte, y 2000 mecates23 de henequén de 3 años; siembras que garantizaban la producción de la hacienda por varios años más. No hay que olvidar, que para 1876, cuando el señor Luján y su esposa obtuvieron la hacienda, sólo tenía 22 “Testamentaría del señor Julián Luján” AGEY, Justicia, Juzgado tercero de lo civil, Civil, Mérida, 6 de agosto de 1900, vol. 259, exp. 14, f. 23v.23 Un mecate equivale a 400 metros cuadrados. 25 mecates es igual a una hectárea.

sembrada 400 mecates del agave, por lo que su crecimiento en 15 años fue extraordinario. Este crecimiento sin duda necesitó de muchas manos, por lo que los 16 peones que existían en 1876, se habían convertido en 35, mismos que estaban endeudados con el hacendado por la suma total de 3,500 pesos.

Como es de esperarse, el número de ganado había bajado, pues en 1876 se contaban 150 cabezas de reses, y para 1900 sólo quedaban 100, más 20 mulas que con mucha seguridad servían para el manejo de la hacienda, sobre todo como fuerza para movilizar las plataformas y los carros que circulaban sobre las rieles decauville. Hay que decir que el ganado era uno de los enemigos del henequén, pues un puñado de toros podía destruir un plantel al comerse las pencas, o al mascarlas, ya que la fibra valía siempre y cuando los filamentos tuvieran el largo solicitado, y la blancura requerida. Además, hay que considerar que el henequén tardaba 7 años en alcanzar su madurez para el corte,

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por lo que el daño a una sola planta, implicaba la pérdida de mucho tiempo de inversión. No obstante, muchas haciendas mantuvieron al ganado como producto secundario, y cuidaban sus planteles por medio de las albarradas, dejando montes yermos para el pastoreo de sus animales.

Las marcas o hierros que se usaron para identificar el ganado de Yabucú se pueden ver en la imagen número 8.

Hierros de la hacienda Yabucú en 1878Fuente: “Datos estadísticos del partido de Acanceh” AGEY, Congreso del

Estado, Varios, 1878, vol. 2, exp. 10.

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Para ese año, la hacienda contaba con 25 trabajadores que debían al hacendado, entre todos, 1000 pesos. En el mismo documento aparece el nombre de don Julián Luján, quien era el dueño junto con su esposa. Los hierros que se utilizaban en la hacienda eran las letras E y C. Los hacendados generalmente usaban sus iniciales o las de la hacienda, para marcar a su ganado, lo cual se puede ver en el mismo fragmento del documento para el caso de otras haciendas, resaltando el caso de don Perfecto Ávila, dueño de Kankirisché, el cual usaba su monograma como hierro. Sin embargo, para el caso de Yabucú, desconocemos hasta ahora el significado de la letra E. Por otro lado, la letra C puede hacer referencia a los Cicero, pero también a los Casares. En lo personal creo que la letra C se remonta hasta el tiempo de los Cicero, pues no era sencillo cambiar de hierros, ya que éstos eran la manera por la cual se reconocía a una cabeza de ganado, sobre todo en los constantes pleitos que se daban por el delito del abigeato.

Este delito era muy común en Yucatán, y Yabucú no estuvo exento de ese problema. De hecho, en el año 1920,24 cuando el ganado había mermado, muchas reses de Yabucú fueron matadas y beneficiadas en los montes por ladrones que en la oscuridad de la noche hacían sus fechorías. Sin embargo, este problema era difícil de controlar, pues era imposible mantener vigiladas las más de 1,900 hectáreas que conformaban la finca.

24 “Diligencias promovidas por Manuel Casares Escudero contra quienes resulten responsables de numerosos robos de ganado en su finca Yabucú y anexas” AGEY, Justicia, Penal, Juzgado de Tercera Instancia, Mérida, 20 de septiembre de 1920, vol. 169, exp. 2.

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El renacimiento de una hacienda yucateca

Yabucú“Donde abundan las torcazas”

6. El fin de Yabucú:

el tiempo de Manuel Casares Escudero

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El auge de la hacienda Yabucú lo hallamos en tiempos del señor Luján. No obstante, después de su muerte, la finca se mantuvo airosa por algunos años. En 1900, al morir el señor Luján, heredó la hacienda a su esposa Dolores Casares Quijano, quien la vendió en 1903 a su primo Manuel Casares Escudero, quien fuera hijo de Eduardo Casares Quijano, y nieto de Pedro Casares y Armas. Las aportaciones de Manuel Casares Escudero a Yabucú fueron importantes. En primer lugar, fue en tiempos de don Manuel, en el año de 1907, cuando se comenzó a instalar la vía de rieles decauville que uniría a la hacienda con la estación del ferrocarril que se hallaba en el pueblo de Acanceh (ver apéndice fotográfico).25 Esta vía pasaría por la calle 19 de dicho pueblo hasta llegar a la calle 24 en donde se desviaría a la izquierda para llegar a la mencionada estación. El tiempo que tardaría la construcción sería a más tardar dos años. Sin 25 “La comisión de industria dictamina autorizar a Manuel Casares Escudero la construcción de un tranvía que comunique su finca Yabucú con la estación de Acanceh” AGEY, Congreso del Estado, Dictámenes, Mérida, 26 de agosto de 1907, vol. 3, exp. 71.

embargo, para 1909 la vía no estaba terminada, por lo que Manuel Casares Escudero solicitó al Congreso de Estado dos años de prórroga. Las razones que alegó Casares Escudero fueron la gran crisis económica que se vivía, además de que había tenido problemas para adquirir algunos terrenos por donde debía pasar la mencionada vía.26No sabemos a ciencia cierta si la vía se terminó. La petrolización de las calles de Acanceh borró las posibles pruebas materiales, y la gente no recuerda vía alguna. Lo que es cierto, es que en la entrada principal de la hacienda se puede ver hasta hoy los restos de lo que fuera una vía de “truc” que tiene dirección hacía la población de Acanceh. Sin embargo esto no quiere decir que este medio de transporte se haya culminado.

Por otro lado, otro avance logrado por Manuel Escudero fue la instalación de infraestructura en la hacienda Santa Rosa, 26 “Se prorroga por dos años, el término para continuar la construcción del tranvía que unirá la finca Yabucú con la estación de Acanceh” AGEY, Congreso del Estado, dictámenes, Mérida, 12 de julio de 1909, vol. 3, exp. 89.

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anexa de Yabucú. Como podemos recordar, en tiempo del señor Luján, Santa Rosa era un tablaje de tierras sembradas de henequén, pero sin edificios para el trabajo y administración. Así, Manuel Escudero mandó a construir una casa principal de mampostería y tejas, de 10 metros de largo por 4.5 metros de ancho.27 Además, Escudero ordenó la construcción de dos casas para peones, hecho que nos remite a pensar en su interés por convertir Santa Rosa en una hacienda en forma.

En 1922, la finca Yabucú contaba con lo siguiente:

“1921 hectáreas, edificios para maquinaria: 16 x 10 metros, parte cal y canto, parte madera y tejas. Para administración 20 x 4.50 metros de mampostería. Para habitación 20 x 8 metros, parte de mampostería parte de madera y tejas. Casas para jornaleros: 26, de 5 x 3.50 metros (23 de paja y embarro, y 3 de mampostería). 83 hectáreas de henequén en cultivo, 18 hectáreas

27 “Fraccionamiento de una parte de la hacienda Yabucú” AGEY, Catastro, Acanceh, libro 17, folio 510.

en explotación, 86 cabezas de ganado vacuno, 22 cabezas de caballar. Maquinaria: Vapor Marshall Sons de 16 caballos, y desfibradora Mola-Villamor, 10 km. de tranvías deucaville.

Como se puede ver, la extensión de tierras había aumentado, pasando de 1,684 hectáreas a 1,921. Además, por primera vez se contabilizaron las casas de los peones, las cuales eran 26, y de éstas, sólo 3 eran de mampostería. Hoy se pueden ver las ruinas de varias casas que fueron de mampostería, lo que sugiere que algunas se construyeron después del año de 1922. La casa principal y demás edificios seguían con la misma disposición que los había dejado el señor Luján.

Sin embargo, de los 7,000 mecates de henequén (280 hectáreas) que existían en 1900, sólo quedaban 2,525 (101 hectáreas). Posiblemente esto se halla debido a la inestabilidad que sintieron los hacendados ante las promesas de la Revolución que venía anunciando, desde tiempos de Salvador

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Alvarado, la expropiación de las tierras. ¿Para qué sembrar más henequén si al final iba a ser expropiado?

Además, el control de la exportación de la fibra dejó de estar en las manos de la “Casta Divina” y pasó a ser administrado por la Comisión Reguladora del Mercado de Henequén,28lo que sin duda inquietó a muchos hacendados ante la desconfianza en el gobierno. Sin embargo, la Primera Guerra Mundial consumió mucho henequén, por lo que en tiempos de Alvarado se vivió un pequeño auge que animaba a los hacendados a mantener sus fincas, aunque las grandes inversiones ya no se dieron más, conservando a las haciendas con lo mínimo necesario.

Los gobiernos socialistas que estuvieron en el poder después de Alvarado se preocuparon más por otorgarle beneficios al proletariado rural, por lo que la producción del henequén siguió estando en manos de los hacendados. Sin embargo, Felipe Carrillo 28 Joseph, 1992, p. 162-170.

Puerto fue el primero que le dio un “impulso radical a la Reforma Agraria Yucateca”29. La nueva Ley del Trabajo, la Liga Central de Resistencia, las expropiaciones de las haciendas abandonadas, entre otras medidas, sirvieron de base para la gran Reforma cardenista que vendría años después.

Por otro lado, el ganado de Yabucú también había mermado. De 100 cabezas de ganado que se contabilizaron para 1900, sólo quedaban 86, pero se añadieron 22 caballos; aunque ya no se mencionaron a las bestias mulares; por lo que es posible que los primeros hayan suplido a las mulas en la movilización de los carros de la hacienda. El inventario de 1922 tiene un tinte de decadencia. La siembra del henequén había mermado en mucho, el ganado también, el panorama político no era nada prometedor, y los precios de la fibra colgaban en alfileres.

Fue precisamente en ese año de 1922 cuando Yabucú comenzó a perder, aunque 29 Joseph, 1992, p. 246.

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Plano de la hacienda Yabucú en 1947

Fuente: “Manifestación de la finca rústica Yabucú”

AGEY, Catastro, libro 57, 1947, acta 1576.

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tímidamente, algunas de sus tierras. Manuel Casares Escudero vendió 14 hectáreas de la finca a la empresa de Ferrocarriles, por lo que de 1,921 hectáreas, se redujo a 1,907.30 Sin duda se trata de una pérdida menor, no obstante ésta fue significativa pues por primera vez la hacienda perdió una parte de su extensión, la cual se había logrado, poco a poco, por cada uno de los dueños anteriores.

Para 1923 la situación de Yabucú ya era preocupante. Según los testimonios del mismo Manuel Casares Escudero, “por las difíciles circunstancias económicas que atraviesa el Estado, la falta de braceros, la destrucción de más del 50% de sus henequenales a causa de tres incendios que sufrieron, y la destrucción de muchos de sus edificios”31 Yabucú se reportó de la siguiente manera:

“con 1904 hectáreas, tiene un edificio para 30 “Fraccionamiento de una parte de la hacienda Yabucú” AGEY, Catastro, Acanceh, libro 17, folio 510.31 “Manifestación del estado de las haciendas Yabucú, Santa Isabel y Sahcatzín” AGEY, Catastro, Acanceh, libro 17, folio 548.

maquinaria de mampostería, madera y tejas que mide 16 por 10 metros, y para habitación y administración uno de mampostería que mide 10 por 4.50. Para jornaleros tiene 8 casas de paja y embarro que miden 5 por 3.50 metros. En cultivo tiene 15 hectáreas de henequén, y en explotación 70 hectáreas. Maquinaria en uso: Marshall y desfibradora Mola-Villamor. Tranvías: 4 kilómetros”32

En un año (de 1922 a 1923), Yabucú había pasado de 101 hectáreas sembradas de henequén, a 85; de las cuales sólo 15 estaban en cultivo; por lo que es de notar que Manuel Casares Escudero se estaba dedicando a consumir sus planteles, sembrando apenas unas cuantas hectáreas del agave. La hacienda se mantuvo en esas condiciones hasta el año de 1930 en que Manuel Casares Escudero desmembró la finca y la vendió a sus hijos Guadalupe y José Casares Martínez de Arredondo.33 La primera se adjudicó las dos 32 “Manifestación del estado de las haciendas Yabucú, Santa Isabel y Sahcatzín” AGEY, Catastro, Acanceh, libro 17, folio 548. 33 “Manifestación de la desmembración y venta de la hacienda

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terceras partes de la hacienda, y el segundo la restante tercera parte. Todo parece indicar que la desmembración y venta de Yabucú fue un trámite ficticio, y fue también un intento por proteger sus propiedades ante los rumores de la Reforma Agraria que se avecinaba. En la mente de Casares Escudero, dividir Yabucú podría aminorar la pérdida de grandes extensiones de tierras.

En 1935, la totalidad de la finca Yabucú se adjudicó a José Casares Martínez de Arredondo, pues su hermana Guadalupe, le cedió su parte.34 Nuevamente se trata de movimientos carentes de toda lógica, y que sólo expresan el interés de la familia Casares por proteger lo que consideraban su patrimonio. No hay que olvidar que para ese año ya era presidente de México el general Lázaro Cárdenas del Rio, quien desde su

Yabucú” AGEY, Catastro, Acanceh, 1930, libro 27, folio 783.34 Un dato curioso es que por aquellos años José Casares Martínez de Arredondo mandó a poner sus iníciales [JC] en la chimenea mayor de la hacienda, mismas que hasta el día de hoy se pueden observar.

campaña electoral había prometido llevar a cabo la tan ansiada Reforma Agraria. El temor de los hacendados se había acrecentado y aunque muchos pensaron que nuevamente sortearían la Reforma, ésta vez ya no se pudo pues, de manera personal, Cárdenas se instaló en Yucatán para ejecutar con firmeza el cambio agrario, el cual nadie pudo detener.

Así, siendo propietario José Casares Martínez de Arredondo, Yabucú fue afectada por la Reforma cardenista, y quedó asentado su nuevo registro de la siguiente manera:

“Finca rústica denominada Yabucú, ubicada en la localidad y municipio de Seyé, expartido y exdepartamento de Acanceh, con una extensión de 173 hectáreas, propias para el cultivo del henequén y cereales. Edificios: tiene uno de mampostería con techos de mampostería y vigas de madera, en mal

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estado, con 64 metros cuadrados. Otro para prensa y bodegas, de mampostería con techo de lámina de zinc, con 80 metros cuadrados. Otro para habitación y administración, de mampostería y techos de mampostería, con vigas de madera en mal estado, de 44 metros cuadrados. Tres casas para jornaleros de mampostería y techos de mampostería y vigas de madera, en mal estado, que miden cada una 16 metros cuadrados. Tiene 85 hectáreas de henequén viejo de más de 20 años, y 20 hectáreas de henequén en explotación de 19 años, 4 hectáreas de henequén en explotación de 12 años, 18 hectáreas de henequén en cultivo de 5 años, y 10 hectáreas de henequén en cultivo de 3 años. Tiene una motora diesel marca Cummins de 130 caballos de fuerza motriz; una desfibradora marca Prieto-Vencedora con capacidad para 20 mil pencas por hora, una bomba de engrane marca Gould de tres pulgadas, y tiene una prensa de

palanca sin marca. Tiene 4 kilómetros de rieles portátiles sistema decauville”35

La descripción de Yabucú para el año de 1947 es la misma que la de 1949, pero nos ofrece el único mapa histórico (mapa 3) que hasta ahora se ha hallado. En este mapa se representa el estado de Yabucú después de la afectación cardenista siendo propietario José Casares Martínez de Arredondo. Es interesante ver como para estos años de mediados del siglo XX aún subsistían planteles que rememoran el nombre de los creadores del Yabucú henequenero, pues un plantel se llama San Julián, e inmediatamente junto a él se halla otro llamado Dolores. Como el lector puede notar, con el nombre de estos planteles se recuerda a don Julián Luján y a su esposa Dolores Casares Bolio. De la misma manera se puede hallar otro plantel con el nombre de San Manuel, que igualmente rememora a don Manuel Casares Escudero. Hay que resaltar el 35 “Manifestación de la finca rústica Yabucú” AGEY, Catastro, Acanceh, libro 48, 1949, acta 1576.

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nombre de los planteles llamados San Juan y San Juanito, los cuales recuerdan a uno de los santos patronos de Yabucú. De esta manera, los planteles de las haciendas se dedicaban a los santos de sus dueños, quienes en su religiosidad, buscaban la ayuda de lo divino para que estos espacios prosperaran. De cualquier manera, con las reformas de Cárdenas, no hubo santo que pudiera intervenir a favor de los hacendados, y sus nombres en los planteles sólo quedaron para el recuerdo de viejos tiempos de auge.

Yabucú siguió raspando henequén como una finca particular hasta que en algún momento pasó a manos de Banrural, quedando por algunos años a disposición de los ejidatarios. Sabemos que en el año de 1978 la maquinaria se detuvo, pues como dice una nota del diario de Yucatán de 5 de marzo de 1979:

“La situación en el ejido es […] crítica. Se visitaron dos haciendas, Yabucú y Petectunich. En ambas la desfibración de

pencas es cosa del pasado. La maquinaria raspadora de Yabucú está detenida hace 13 meses, porque hubo que desmontarla, y hasta ahora los henequeneros no han podido conseguir dinero para repararla y volverla a montar”36

De hecho, fue por aquellos años cuando la imagen de San Miguel Arcángel, que provenía desde tiempos de la colonia fue robada. Esto se debió al abandono de la hacienda, lo que permitió el hurto sacrílego. Los pocos habitantes de Yabucú, al no poder recuperar su venerada imagen, compraron una nueva de yeso, pero con poca gracia artística; misma que se encuentra en manos de la familia Medina del pueblo de Acanceh, quienes ante el derrumbe de la Iglesia, lograron rescatar a la imagen y la trasladaron a su domicilio particular. Algunos de los que fueron peones de Yabucú en su última etapa, comentan que la imagen original se encuentra hoy en el museo de la ciudad de

36 Hemeroteca Carlos R. Menéndez, Diario de Yucatán de 5 de marzo de 1979.

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Mérida, ubicado en el ex edificio de correos. En dicho museo se pueden ver dos imágenes de San Miguel Arcángel, por lo que de ser verdad los testimonios de la gente de Acanceh, una de esas imágenes debe de ser la de Yabucú. Ambas imágenes son de bulto, de madera tallada, estofadas, y de un estilo que coincide con las imágenes del tiempo virreinal.

Esculturas de San Miguel Arcángel que

se hallan en el museo de la Ciudad de Mérida.Fotografía del autor.

Por el testimonio de los habitantes de Acanceh sabemos que la maquinaria de Yabucú se reparó de nuevo, sin embargo, ya nunca pudo siquiera rozar algo del viejo boato. Sus edificios terminaron de arruinarse, y acabó la finca abandonada. Los periodistas del Diario de Yucatán captaron la que fuera tal vez la última imagen de la hacienda en su tiempo henequenero, misma que fue publica en 1979 y que aquí mostramos.

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El renacimiento de una hacienda yucateca

Yabucú“Donde abundan las torcazas”

Conclusiones

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En septiembre de 2013 se celebró en Yabucú un ritual maya conocido como el Hetz Luum. Dicho ritual tuvo la finalidad de solicitar permiso a los Señores del Monte, dueños de la tierra y todo lo que en ella existe. Para los mayas de antaño, y también para muchos de los de ahora, el monte es un lugar sagrado, y sus dueños son los dioses. El éxito de cualquier proyecto en los campos, ya sea una milpa, una parcela, la cacería, la apicultura, o la tala de árboles para la leña; necesita del permiso de Yum Kaax, señor del monte, y de todas los demás deidades, pues de lo contrario, se espera el fracaso, la sequía, las enfermedades, los malos vientos. Este milenario rito es también parte de nuestro patrimonio cultural, y el proyecto Yabucú participa también en su conservación. Pero no sólo eso, la celebración de la antigua ceremonia significó el inicio de una nueva etapa: la coyuntura de Yabucú al cerrar su ciclo henequenero, innovándose en otros ámbitos. La mística maya forma parte de ese proceso, y los

dioses del panteón indígena se incluyen como aliados del nuevo proyecto.

Así, la historia de Yabucú no concluye con el acabose henequenero. Si bien la finca se arruinó y abandonó ante la caída de esa industria textil, este proceso tiene que percibirse como una transición hacia un nuevo destino. En Yucatán muchas haciendas han sido restauradas; y la mayoría de ellas se han vuelto hoteles de gran lujo o se han convertido en residencias particulares. El caso de Yabucú resalta entre todos los de Yucatán, pues su nueva misión tiene matices muy originales.

En primer lugar, las instalaciones de la hacienda se han recuperado y acrecentado para ser el centro de capacitación de los trabajadores de “AB Agente de Seguros S.A de C.V” que como ya se ha dicho, opera en sociedad con la firma Internacional “MetLife”. Este original esfuerzo busca formar líderes, por lo que beneficiará a todos los trabajadores de dichas empresas en su desarrollo humano, en su

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competitividad, y en la adquisición de estrategias que optimizarán la efectividad en el trabajo, y por lo tanto, también mejorarán la calidad de sus vidas.

Pero no sólo eso, Yabucú recuperará también su vocación histórica, pues nuevamente sus tierras producirán. Utilizando los métodos de la Agricultura Ecológica Forestal, las tierras de la finca se han reforestado con miles de árboles de mucha utilidad como son el cedro, la caoba, y el ramón. En un mediano plazo, Yabucú producirá maderas de calidad, y se beneficiará de las bondades del ramón, mismo que se utiliza como forraje, pero también como alimento, ya que su fruto, altamente nutritivo, puede sustituir sin mayores problemas al sorgo. No sólo eso, las virtudes medicinales del ramón son muy prometedoras; por lo que se trata de un árbol “multiusos”, del cual se espera mucho. Además de la inversión en materia forestal, Yabucú también se proyecta para ser un productor del chile habanero, especie que incluso ya

cuenta con una denominación de origen que lo convierte en un fidedigno representante de Yucatán.

“Grupo AB Agente de Seguros S.A de C.V” no sólo se ha preocupado por la recuperación del patrimonio cultural tangible representado en la antigua estructura material de la finca, sino que también participa en la protección al patrimonio natural del Estado. Así, Yabucú y sus tierras se han destinado para convertirse en una Unidad de Manejo para la Conservación de la Vida Silvestre (UMA). Las UMA puede funcionar como “centros de exhibición, centros productores de pie de cría, bancos de germoplasma o centros de investigación; son alternativas viables para la conservación, reproducción y propagación de especies silvestres, y para la elaboración de productos, servicios y derivados certificados que puedan incorporarse a un circuito de mercados verdes para su comercialización”37. Así, las tierras de Yabucú se está convirtiendo en

37 http://app1.semarnat.gob.mx/dgeia/informe_04/05_aprovechamiento/recuadros/c_rec1_05.htm

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un refugio de especies endémicas o en peligro de extinción como lo son el venado cola blanca, el pecarí, el armadillo, el jabalí, varias especies de aves, y en particular, se coadyuvará al rescate de la abeja melipona que hoy peligra en el Estado, produciendo la tan preciada miel, solicitada en muchos mercados internacionales.

Como parte de las acciones de la UMA, Yabucú también se proyecta para ser un Centro de Investigación con el objetivo de generar biotecnología. En este rubro, un proyecto a corto plazo es la producción de insectos que de manera natural equilibren o eviten plagas que afectan a la agricultura, muy en particular, el caso de la Mosquita Blanca del Mediterráneo, la cual afecta el cultivo del chile habanero y otros frutos.

Sus espacios son históricos. Su infraestructura es majestuosa. Un recorrido por la vieja hacienda traslada al visitante en el tiempo. Así, Yabucú se transforma en un monumento digno de conocerse, por lo que también se

convertirá en una opción para practicar el ecoturismo. Cualquier visitante podrá encontrar en Yabucú la perfecta armonía entre el vestigio material restaurado, y la naturaleza. Los viejos implementos de la hacienda henequenera, la raspadora, la prensa, la motora, y otros muchos objetos de la época, se irán restaurando con el fin de ser exhibidos para rememorar sus ayeres gloriosos. Con esto Yabucú se convierte en un museo in situ, un espacio para la enseñanza de los ayeres, un acervo en donde se resguarda el patrimonio cultural que nos narra la historia del campo yucateco. Yabucú, “donde abundan las torcazas”, nuevamente resplandece.

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Bib

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