fijos los ojos en jesus (escuela de oración) - maximiliano calvo arino

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Fijos Los Ojos en Jesus (Escuela de Oración) - Maximiliano Calvo Arino

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ESCUELA DE ORACIÓN

1.Maestro, enséñanos a orar. Andrea Gasparino.

2.Maestro, ¿dónde vives? Umberto de Vanna.

3.Alguien te llama. Fiorino Triverio.

4.Salmos con las manos vacías. Antonio Meléndez.

5.Dar la cara por el Reino. Luciano Lazzeri-Massimo Casara.

6.Deja que Dios te encuentre. Maximiliano Calvo.

7.La oración al alcance de todos. Maximiliano Calvo.

8.Palabras de oración. Domingo Martín.

9.Plegarias al Espíritu Santo. Álvaro Ginel.

10.Cosas de arriba y de abajo. Maximiliano Calvo.

11.Fijos los ojos en Jesús. Maximiliano Calvo.

12.Oraciones desde la vida. Alfonso Francia.

13.¡Xaire! Poemas marianos. Rafael Alfaro.

14.Oraciones «chungas». José Fernández del Cacho.

15.Orar con la Palabra de Dios. Maximiliano Calvo.

16.Claroscuros del corazón. Maximiliano Calvo.

Colección

MAXIMILIANO CALVO

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EDITORIAL CCS

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En el mundo del Espíritu nada se repite y nada ocurre por casualidad. La vida se crea yse re-crea en el universo, pero sobre todo en la inmensidad del corazón humano, paraísodonde Dios hizo sus delicias al plasmarlo a su imagen y semejanza. Así, en la historia dela salvación, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, se transbordan para sus criaturasseducidas por el mal, las re-crean, y en aquellas que abren el ser a su Ser realizan conAmor y por Amor la fiesta del último ágape. Y cuando alguien ha experimentado estefuego, ya no puede vivir por más tiempo para sí mismo o cerrado en sí mismo. Lo queha recibido de gracia, lo comunica de gracia.

Pienso que esto es lo que reflejan los libros de Maximiliano Calvo. Son fecundidad delEspíritu, frutos de un encuentro brotados del misterioso pero real océano interior dondehace años navega y se sumerge. Son mucho más que bellas frases; son vida que setransmite, no sólo para su Comunidad Jerusalén, en la que como los primeros cristianosintentan vivir la comunión, sino para todo aquel que busca al Señor con puro corazón.

La pureza de corazón nos dará los ojos nuevos, y «con los ojos fijos en Jesús» nossentiremos como María a sus pies, saboreando sus palabras o dejándonos penetrar por lafuerza de cada gesto, en cada signo realizado en las escenas evangélicas que se nospresentan. Como dije al principio, en él nada se repite; es siempre Agua Viva, agua frescapara nuestra sed. Dejemos una vez más que penetre abundantemente en las entrañas denuestro ser para que su VIDA y VERDAD nos afirmen en él, único CAMINO.

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El hombre está acostumbrado a moverse bajo el impulso de múltiples motivaciones oreferencias, que acepta como suficientes o sufre como inevitables. Entre ellas suele haberuna que domina sobre las demás, y suele acontecer también que unas suceden a otras ensu calidad de dominantes. Sin embargo, en el mundo del Espíritu y de la Palabra ocurremás bien lo contrario: las motivaciones tienen valor permanente y están en vigorgeneración tras generación, porque «la hierba se seca, la flor se marchita, mas la Palabrade nuestro Dios permanece para siempre» (Is 40.8). La palabra revelada no pasa, supoder y su verdad no cambian y sirven a todos los hombres de cualquier raza y nación.

Pues bien, esta Palabra nos invita a mantener «fijos los ojos en Jesús, el que inicia yconsuma la fe» (Hb 12,2). La expresión es suficientemente clara como para comprenderque el objetivo - motivación o referencia - es Jesús, y que mantener los ojos fijos en élsignifica que nada ni nadie puede distraernos ni llegar a ocupar nunca su lugar, sino que alcontrario, él tiene que ser la referencia para la vida del cristiano a lo largo de toda suexistencia. Hay dos razones importantes que justifican esta llamada: en primer lugar, elhecho de que Jesús sea el que inicia y consuma nuestra fe significa que él es la razón y elsoporte fundamental de la fe, y por tanto el que motiva nuestros comportamientos y lossostiene. Creer en él y mantener la fe en él nos garantiza llegar hasta el final con éxito.En segundo lugar, Jesús es el modelo a seguir en nuestro modo de vivir porque él, «enlugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentadoa la diestra del trono de Dios» (Hb 12,2).

El discípulo está llamado a seguir los pasos de su Maestro, pero el mundo de hoy y lacarne de siempre ejercen sobre él un gran poder de seducción, que apenas le permitenmante ner fijos los ojos en su modelo a seguir. Tal vez por eso, la Palabra sigueexhortándonos: «Fijaos en aquél que soportó tal contradicción de parte de los pecadores,para que no desfallezcáis faltos de ánimo» (Hb 12,3). Los discípulos de hoy necesitamosponer en práctica todos los recursos a nuestro alcance, aunque tengan visos decontradicción como en el caso del Maestro, para mantenernos firmes y no desfallecer.Creo que el secreto del éxito está, como siempre, en poner en práctica el consejo de laPalabra: «Fijos los ojos en Jesús». Si lo hacemos así y con todas nuestras fuerzas,comprobaremos que «ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lopresente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni otra criaturaalguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro»(Rm 8,38-39). Eso es lo que me propongo compartir en las reflexiones que siguen.

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«Al pasar vio a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de los impuestos y le dice:'Sígueme'. Él se levantó y le siguió» (Mc 2,14).

La narración no puede ser más simple: nada de preparación, nada de ruido, nada deanuncio, nada de drama, nada de bombo y platillo; sólo las palabras imprescindibles parasaber qué es lo que pasó, sin análisis de sentimientos ni reacciones, sin relatoscomplementarios que realcen el suceso principal. Todo lo contrario de lo que haríacualquier escritor que tratara de meter al lector dentro de la experiencia del protagonistapara que se identificara con él y participara de ella.

❑Aquí no se intenta eso, porque el autor no está escribiendo algo para vender o paradarse a conocer, sino que quiere dejar constancia de los hechos principales, delmensaje fundamental que intenta comunicar a través de un caso práctico: 1. Jesúspasa; 2. Jesús llama a Leuí; 3. Leuí deja todo y le sigue. Y ahí queda cortada latrama. No se sabe qué sucedió en el corazón de Leví, qué hizo con el dinero, cómose las arregló con la familia que pondría el grito en el cielo, al ver cómo perdían sufuente de ingresos si dependían de él, o la esperanza de una herencia. ¿Y la casa? ¿Ylos animales domésticos que se supone tendría? ¿Y los amigos? Todo queda omitidopor la sencilla razón - creo yo- de que al autor, que en definitiva es el Espíritu Santo,le tiene sin cuidado todo eso, porque en su opinión son circunstancias sin importanciaante el hecho trascendental de la llamada de Jesús y la respuesta de Leví. Y así escomo hemos de tratar de verlo y entenderlo, si tenemos corazón de discípulo, aunqueno hayamos pasado por la situación de Leví.

JTodo empieza con un encuentro inesperado. Leví está haciendo su trabajo, con la listade contribuyentes en orden, los recibos preparados y pequeña moneda lista para elcambio, sentado en el despacho, porque el día es largo y hay tiempo para todo, yesperando a los contribuyentes. Tal vez estuviera pensando que la gente iba muylenta a la hora de pagar y que todos esperaban a los últimos días para guardar eldinero un poco más, tal vez estuviera recordando los lamentos de alguna viuda o dealgún pobre que, para poder pagar los impuestos, se había quedado sin comer o habíatenido que vender los huevos que habían puesto las gallinas aquella semana, tal vezen el vecino que le había pedido una demora porque otro vecino le debía unacantidad - con la que pensaba pagar - y aún no se la había devuelto, o tal vezestuviera pensando en lo que tendría que hacer con aquel otro que siempreprotestaba. Y quién sabe si hasta pensaba en lo que haría con el dinero que lequedara por sus derechos de cobrador de impuestos.

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1JEs probable que estuviera ocupando su mente con tales ideas y proyectos, cuando viovenir a un grupo de gente en el que había uno que destacaba por su porte y suexpresión, y porque todos los que le acompañaban le escuchaban. ¿Habría oídohablar Leví de él? No es fácil porque hacía poco tiempo que había empezado su vidapública. El caso es que se dirigió hacia el puesto de recaudación y, cuando tal vezpensó que iba a pagar algún impuesto o a pedirle algo, vio que se le quedaba mirando;al punto se sintió tocado interiormente por la fuerza que venía de aquella mirada, algoque nunca antes había visto en ninguna persona, una mirada llena de misterio pero almismo tiempo de paz, que le hacía sentirse en un mundo nuevo y diferente.

JAún estaba sorprendido y gozando de aquella experiencia, cuando vio que se abrían loslabios de aquel personaje y que en medio del silencio general que se había producido,le dijo: «Sígueme». ¡Qué extraño fue todo! No hubo preparación de la mente ni de lavoluntad de Leví, ni un razonamiento previo que le ayudara a responderpositivamente a la llamada que le iba a hacer. No era necesario. Todo había quedadopreparado por la mirada del Maestro, y Leví estaba dispuesto para acoger la llamaday responder a ella. Así que, dejándolo todo, se levantó y le siguió. ¡Cuántas leccionestenemos que aprender de este encuentro!

❑Jesús pasó al lado de Leví y lo llamó. Al pensarlo, tal vez lleguemos a la conclusión deque fue un afortunado, algo así como uno a quien le toca la lotería. Pero, ¿no somoslos discípulos llamados también personalmente por el Maestro? Eso dicen, esodecimos; pero ¿lo creemos y tenemos conciencia de que el Señor haya pasado anuestro lado y nos haya llamado? Tal vez podemos recordar momentos clave ennuestra vida en que ha habido un cambio importante, un paso firme de conversión;ha sido un momento en el que el Señor nos ha mirado, nos ha invitado a seguirle yhemos respondido de algún modo. Pero, ¿lo hemos hecho como Levi-?

JEntre la respuesta de Leví, que lo dejó todo, y la del joven rico a quien Jesús invitótambién a seguirle, pero que no lo hizo porque no fue capaz de dejar nada (cf. Mi19,16-22), hay multitud de respuestas posibles, que se caracterizan por el grado dedesprendimiento, por la cantidad de cosas que dejamos o que nos reservamos cuandoel Señor nos llama. ¡Este suele ser nuestro problema: el seguimiento parcial al Señor,el seguimiento estilo caracol, con la casa a cuestas! Entonces nuestro seguimiento secaracteriza por nuestra lentitud, como la del caracol; y como no podemos llevar elritmo propio de un discípulo, terminamos abandonando.

J¡Cuántos llamados se quedan en el camino por la sencilla razón de que no pueden ir másdeprisa a causa de sus cargas! Tal vez durante un tiempo han creído que era posiblehacer frente a las dos situaciones a la vez, pero pronto quedan agotados y tienen quedecidir entre seguir al Maestro sin carga o quedarse con la carga y perder de vista alMaestro. Este es el momento más difícil en la vida del discípulo: si es capaz deromper con todo, estará ya en condiciones de llegar hasta el final con su Maestro; en

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caso contrario, llegará el abandono o, tal vez en un intento de buscar una soluciónque acalle su conciencia, se conformará con seguirle a distancia, acudiendo algunavez a donde él está, escuchando alguna de sus palabras y haciendo alguna cosita parael Señor.

❑La Iglesia, la Comunidad de los discípulos que él ha llamado, está formada por algunosque, como Leví, responden a la llamada dejándolo todo, y por una enorme masa delos que han dejado alguna cosa. Y a la hora de pensar en quienes lo han dejado todohay que ser precavidos y no caer en el error de identificar lo visible con lo invisible, loexterno con lo interno, porque en el corazón caben muchos tesoros, que se puedenconservar y llevar a cualquier parte, mientras se dice y parece que se ha dejado todo.

Perdona, Señor, por tanto seguimiento parcial, por tantas escapadas para dar unavueltecita por lo que hemos dejado, por todo lo que tenemos escondido en el corazón,mientras te decimos que somos tus seguidores; perdona, Señor, porque hemos tratado deengañarte cuando nos has llamado y no hemos sido capaces de dejar el dinero ademásdel despacho, de entregarte el corazón además de las cosas. No te canses, Señor, yvuelve a pasar; pero sedúcenos con tu mirada para que, como Leví, seamos capaces deaceptarte en radicalidad, dejándolo todo y además para siempre. ¿Lo harás, Señor?

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«Pedidy se os dará... Porque todo el que pide recibe» (Mt 7,7-8).

La Palabra de Dios es veraz, la Palabra de Dios no pasa, Dios no puede engañarse niengañarnos; pero tenemos la experiencia de que muchas de nuestras peticiones noobtienen respuesta, por lo menos la respuesta que deseábamos. ¿Por qué? La Palabranos responde: «No tenéis porque no pedís. Pedís y no recibís porque pedís mal, con laintención de malgastarlo en vuestras pasiones» (St 4,2-3). Hay aquí una razón clara depor qué no recibimos respuesta; pero, ¿es ésta la única? No. Hay otras razones quedeberíamos tener siempre presentes a la hora de pedir y no recibir:

JLa carencia de buenas relaciones con aquél a quien dirigimos nuestras peticiones: «Si laconciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante él, y cuanto pidamos lorecibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada»(Un 3,21-22). Pero sucede con frecuencia que estas relaciones no son buenas y enraras ocasiones llegan a ser óptimas. Cuando nos relacionamos humanamentetenemos mucho cuidado de preparar el terreno si tenemos que pedir un favor aalguien, y no nos decidimos a pedirlo mientras no tenemos por lo menos laprobabilidad de que nos va a escuchar. ¿Por qué no somos igualmente prudentes ennuestras relaciones con el Señor?

Otrarazón consiste en creernos con suficiente derecho a ser escuchados, en vez de pediren el nombre de Jesús, que es el único que tiene influencia suficiente ante el Padre:«Y todo lo que pidáis al Padre en mi nombre yo lo haré, para que el Padre seaglorificado en el Hijo» (Jn 14,13). Orar en el nombre de Jesús no significa usar sunombre simple y llanamente; si así fuera, estaríamos abundando en todo comoconsecuencia de tantos rezos en los que usamos esta expresión, sobre todo en lostiempos de la celebración eucarística. Significa que vivimos en él y permanecemos enél, y por eso él hace suya nuestra oración y la presenta al Padre con nosotros o pornosotros.

JCon la demostración de que nuestra conducta es correcta, porque presentamos frutosjunto con nuestra petición: «Os he destinado a que vayáis y deis fruto, y un fruto quepermanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo conceda»(Jn 15,16). No hay duda de que siempre existe una relación profunda entre un árbol yel fruto que da. El fruto es el resultado final en el proceso natural del árbol. En elcristiano los frutos verdaderos sólo pueden ser los del Espíritu que mora en él, simora en él. De lo contrario, los frutos serán de la carne y, por tanto, falsos desde elpunto de vista del Espíritu.

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1JPedir de acuerdo con su voluntad. Si no buscamos su voluntad, tal vez no laconozcamos y, si no la conocemos, es fácil pedir en contra o al margen de suvoluntad. Entonces no llega la carta a su destino: «En esto está la confianza quetenemos en él: en que si le pedimos algo según su voluntad, nos escucha. Y sisabemos que nos escucha en lo que le pedimos, sabemos que tenemos conseguido loque le hayamos pedido» (Un 5,14-15). No es fácil conocer la voluntad de Dios, perodeberíamos intentar conocerla con más frecuencia. Cuando la conocemos, podemosorar de acuerdo con ella y, de este modo, cumplir con una de las condiciones másimportantes que necesitamos para que nuestra oración sea escuchada. ¿Acaso noponemos en práctica este recurso en las relaciones humanas?

iOrar por nuestra cuenta suele equivaler a orar en la carne. Esto es algo así como intentarhacer diana con los ojos cerrados. «Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritude Dios» (1Cor 2,11). Significa que, si queremos pedir certeramente, tenemos quehacerlo con la ayuda del Espíritu Santo, porque «nosotros no sabemos pedir comoconviene, mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables y elque escruta los corazones conoce la aspiración del Espíritu, y que su intercesión afavor de los santos es según Dios» (Rm 8,26-27).

JPara gloria de Dios. Si la relación fundamental que debe haber entre el hombre y Diostiene que estar basada en el amor, y el amor verdadero piensa en el otro y se entregaal otro, es normal que al orar busquemos la gloria de Dios antes que nuestroprovecho personal, ya que esto sería una manifestación de egoísmo en vez de amor.Por eso, la búsqueda de la gloria de Dios no puede faltar en la oración de peticióncorrecta, puesto que el Señor quiere que la busquemos siempre y en todo, incluso enlas cosas de menor importancia: «Ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa,hacedlo todo para gloria de Dios» (1Cor 10,31).

JCon sencillez de niños y corazón de hijos. Si lo hacemos así, además de darle a lapetición un carácter de confianza, evitaremos formalismos que dan a entender todo locontrario. El Señor les dijo a sus discípulos: «Al orar, no charléis mucho, como losgentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis comoellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo» (Mi 6,7-8).

JCon espontaneidad. ¡Cuántas veces, al dirigirnos personalmente al Señor en petición dealgo, lo hacemos con oraciones que hemos aprendido de otras personas odevocionarios, como si la calidad de su contenido o el estilo literario fueran garantíade calidad para la oración! Está bien que tratemos de buscar orientación, pero, ¿desdecuándo un hijo pregunta a alguien lo que tiene que decir a su padre o le pide a otroque se lo escriba porque no sabe cómo hablarle?

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Señor, tus discípulos de primera hora, aquellos a los que tú llamaste por su nombre paraque estuvieran contigo y aprendieran de ti, también debían tener el problema de no sabercómo orar; te pidieron ayuda y tú les enseñaste la oración del Padrenuestro (cf. Lc 11,1-4). Parece que nosotros no tenemos tanto interés como ellos en aprender a orar, tal vezporque ya aprendimos de niños a recitar ésta y otras oraciones y pensamos que tenemossuficiente con repetirlas muchas veces, lanzándolas hacia el cielo con la boca sinpreocuparnos si llevan la fuerza del corazón. Y me pregunto: a juzgar por los resultados,¿no será ésa una de las causas por las que, al parecer, llegan pocas veces a su destino?También nosotros tenemos que decirte: «Enséñanos a orar», porque también nosotros lonecesitamos, por lo menos tanto como aquellos discípulos.

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«Cieloy tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mc 13,31).

No está nada mal la comparación que emplea el Señor para dar a entender la grandeza, lafuerza, la calidad y la fiabilidad de sus palabras: el cielo y la tierra, que son las dosreferencias más colosales para el hombre que abre los ojos a la creación; la tierra porque,entre otras razones, su contacto permanente con ella le introduce en el misterio de lossiglos que le han dado y le siguen dando forma, mientras él pasa; y el cielo, porque en elencanto y la magnificencia que ofrece, avalados por el misterio de su lejanía y suconfiguración, hay un sello de grandeza y permanencia que no acierta a explicarse. Puesbien, aunque cielo y tierra pasen, su Palabra no pasará.

❑A diferencia de lo que sucede en política, donde parece no haber límite para los trucos,los subterfugios, el engaño, el uso y el abuso del lenguaje, y donde resultan casiimprescindibles las palabras `conservador' y 'progresista', el uso de estas mismaspalabras en la Iglesia de Jesucristo es, cuando menos, improcedente; porque esosignifica que se le quiere dar a la Iglesia el mismo tratamiento que a una instituciónpolítica, cosa que no es de recibo. La Iglesia de Jesucristo ha sido siempre progresistaporque, desde el principio, ha ido más allá que todas las instituciones políticastemporales. ¿Cuál de ellas, por decir algo, ha incluido en su constitución o en susleyes un mandato que diga que hay que amar a los enemigos?

JPero es también conservadora, porque se limita a mantenerse en la línea de losprincipios de sus orígenes, por el hecho de ser suficientemente válidos para todos loshombres de todos los tiempos, ya que están tan evolucionados que no admiten undesarrollo posterior. Si algún fallo se detecta, es porque los discípulos que tenemosque llevarlos a la práctica lo hacemos mal, o porque se les hace una lectura que sesale de la realidad.

J¡Qué más quisiera ninguna institución humana sino estar tan desarrollada y haberalcanzado tal progreso, que ya no pudiera avanzar más, porque cualquiermodificación de sus leyes o de sus normas significaría retroceso! Por eso es normalque las naciones estén cambiando constantemente sus constituciones y leyes,mientras la Iglesia mantiene la suya - su Evangelio- sin cambiar nada, como anunciósu Legislador al afirmar que cielo y tierra pasarían, pero que sus palabras no pasarían.

1JComo demostración, serían suficientes estos veinte siglos de duración de laConstitución-Evangelio dada por el Maestro a su Iglesia; pero es que tampoco hahabido que cambiar las leyes que mucho antes habían empezado a promulgarse porparte de Yahveh, quien por boca del profeta se había expresado de modo semejante,

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al referirse al mismo asunto: «La hierba se seca, la flor se marchita, pero la Palabrade nuestro Dios permanece para siempre» (Is 40,8).

JEn la Iglesia de Jesucristo, que es esencialmente santa, debido a su condición depecadora por lo que tiene de humana, puede haber, y de hecho hay, maestros y`maestros', pastores y `pastores'. Unos son fieles a la Palabra de Dios y tratan detenerla siempre como referencia y de acercarse a ella en el Espíritu, que es la úni caforma suficientemente válida, mientras otros tratan sólo de penetrar en ella con lasabiduría humana, sin darse cuenta de que eso es como querer enviar un hombre a laluna sin un cohete apropiado.

iPodríamos clasificar a los maestros que podemos encontrarnos en dos categorías:

•Maestros verdaderos, que son los que transmiten y enseñan la Palabra de Dios bajola dirección del Espíritu Santo. Sus palabras entran en el corazón de quienesescuchan y producen frutos de conversión y de vida.

•Falsos maestros, que se caracterizan porque enseñan la Palabra de Dios dándole unainterpretación incorrecta o a su medida. Son los que, suponiendo que enseñan laverdad de la Palabra de Dios, se salen de ella y se dedican a enseñar otrasdoctrinas semejantes o la misma doctrina, pero interpretada de modo incorrecto.Sus frutos, si es que pueden llamarse así, son frutos de muerte.

JEsta lamentable realidad, que siempre ha existido en mayor o menor grado y que ya fueanunciada por el Apóstol Pedro (cf. 2P 2,1), uno tiene la sensación de que se haconvertido hoy en problema especialmente grave, más que por la presencia de falsosmaestros (cf. 2 P 2,1), que siempre los ha habido, por el silencio o la escasez demaestros verdaderos capaces no sólo de de «conservar el buen depósito mediante elEspíritu Santo» (2Tm 1,14), sino también de hacer frente con valentía a losdetractores del Evangelio de Jesucristo y de llamar las cosas por su nombre - cuantasveces haga falta - en este mundo materialista, hedonista y consumista.

Danos, Señor, amor a tu Palabra y paladar espiritual para saborearla. Y para tus maestroste pedimos capacidad para entregarla sin adulterar y llena de vida. Que cuando seamensajera de tu verdad nos sepa dulce al paladar, como le supo al profeta; pero que,cuando esté adulterada, sepamos descubrirla y escupirla antes de que nos emponzoñe.

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«Todo el pueblo que le escuchó, incluso los publicanos, reconocieron la justicia de Dios,haciéndose bautizar con el bautismo de Juan. Pero los fariseos y los legistas, al no

aceptar el bautismo de él, frustaron el plan de Dios sobre ellos» (Lc 7,29-30).

El principal problema - o uno de los principales - que el hombre tiene con Dios desde elpunto de vista humano, consiste en que no puede comprender a Dios. Nuestra soberbiano está dispuesta a aceptar que haya algo o alguien que no esté a su alcance. Por eso,cuando esto sucede, la mayor parte de las veces aparca la situación o la persona; otras,se esfuerza por entender, aunque no lo logre; y algunas, finalmente, cree aunque noentienda.

1JEn el relato anterior se nos habla de dos reacciones distintas: la que procede de lossencillos y considerados escoria social - pueblo y publicanos-, y la de los inteligentes,sabios y poderosos social y religiosamente, representados en los fariseos y loslegistas. Todos son oyentes del mismo mensaje; sin embargo, unos creyeron y otrosno; unos aceptaron lo que oyeron, aunque no entendieron; los otros lo rechazaronporque no entendieron, porque estaban rechazando al mensajero, o posiblementeporque no les interesaba lo que estaban oyendo. El resultado final es que los primerossalieron beneficiados, mientras los segundos frustraron el plan de Dios sobre ellos. Ytodo por la sencilla razón de ha ber aceptado o haber rechazado el mensaje, es decir,por haber aceptado o no algo que no entendían; en definitiva, por haber o no habercreído.

JLo que en realidad sucede al hombre, ¿no será que le cuesta aceptar que Dios tieneplanes para la humanidad en general y para cada persona en particular sin haberlepedido su opinión? Si creyéramos en los planes amorosos de Dios y estuviéramosabiertos a ellos, parece lógico esperar que, tratándose de Dios - de alguien tanimportante como Dios - estaríamos en actitud permanente de escucha y búsqueda desus propósitos para no frustrarlos; pero no lo hacemos. A veces sucede también que,aun creyendo lo anterior, no sabemos qué hacer para llegar a tener ese conocimiento.Aquellas gentes se encontraron con las dos figuras principales en la historia delprofetismo: Juan Bautista y Jesucristo. Pero a los fariseos y legistas de nada les sirvió.Y es que cuando el corazón está ciego y bloqueado, de poco sirve la palabra que nosllega, sea la que sea y venga de donde venga.

JPor cierto, ¿somos conscientes de que en la historia de la salvación se nos habla decinco clases de profetas por lo menos? A saber: a) los falsos profetas; b) los profetasverdaderos del Antiguo Testamento que hablan de parte de Yahueh, inspirados por el

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Espíritu; c) Juan Bautista, el «más que profeta» (Mi 11,9); d) Jesucristo, el Profetaque habla de primera mano, porque viene del Padre y está en el Padre; e) los profetasdel Nuevo Testamento, que hablan en nombre de Jesucristo y desde su posición en élpor la fuerza del Espíritu Santo.

❑Los profetas auténticos siempre presentan los planes de Dios. Por eso, cuando no losescuchamos, podemos impedir que Dios lleve a cabo sus planes para nosotros. Y¿por qué no los escuchamos: porque no los hay o porque no nos interesa lo quepuedan decirnos? Tal vez por las dos razones. En primer lugar parece que noabundan demasiado y los pocos que hay están a veces tan mezclados y acosados porlos falsos, más abundantes, que no sabemos a quién escuchar.

❑Pero en el fondo no tenemos excusa, porque tenemos noticia de lo que nos hantransmitido los verdaderos profetas, y sobre todo el Gran Profeta; todos ellos noshablan de los grandes planes de Dios para el hombre. Los otros planes - lospersonales - vienen después, pues es lógico que Dios no se preste a comunicarnos susplanes pequeños y puntuales, si no estamos interesados en conocer y llevar a lapráctica los más importantes. Lo que sucede realmente ¿no será que estamos máscerca de los fariseos y legistas que del pueblo y de los publicanos? Al menos loparece.

Líbranos, Señor, a tus discípulos, de la ceguera del corazón, de la soberbia del corazón,de la dureza de corazón, para no frustrar tus planes sobre nosotros. Queremos estarsiempre abiertos y disponibles, en posición de ¡heme aquí!, con la voluntad abierta y lospies calzados. ¿Para qué nos sirve la vida, si fallamos en lo único importante, que esllevar a cabo tus planes sobre nosotros? Ten misericordia de nosotros, Señor, ysométenos a tus planes, aunque sea a la fuerza. Gracias, Señor.

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«¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el podercribaros como trigo; pero yo he rogado por ti para que tu fe no

desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tushermanos» (Lc 22,31-32).

Satanás, el mismo que en otro tiempo había solicitado probar a Job (cf. 1,6-12), hasolicitado ahora cribar a Pedro. ¡Es una pena! Pero parece que Satanás no tiene otromodus vivendi que meterse con los que quieren servir a Dios. ¡Vaya currículum que debetener con tantos siglos dedicados a trabajo tan sucio! Si al menos estuviera próximo a lajubilación...

JEn medio de todo, Pedro tuvo suerte, porque el Señor le avisó. Es posible que nollegara a comprender la gravedad de la situación y que, sólo cuando todo hubierapasado, cayera en la cuenta de la trama. En todo caso, pudo sacar provecho por laenseñanza que supuso la experiencia y el encargo que el Señor le había dejado para lasegunda fase de la operación. También en él se cumpliría la Palabra que dice: «entodas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Rm 8,28).

iEl proyecto de Satanás con los discípulos, parece en principio muy limpio: cribarlos. Yorecuerdo el trabajo de cribar el trigo que se hacía en casa de mis padres y en el quetuve que participar más de una vez. Era el fi nal del esfuerzo de todo un año. Lasmies segada y llevada a la era a lomos de caballerías, era triturada por el trillo,arrastrado por los mismos animales durante horas bajo el peso del calor de agosto.Luego se amontonaba la parva, y esperábamos la brisa de la tarde para aventarla;pero como el viento no se llevaba toda la suciedad, había que terminar con la últimaoperación de cribar el trigo antes de meterlo en sacos y llevarlo al granero. El uso dela criba era imprescindible para terminar de limpiar el trigo y lograr que el granoquedara limpio.

Contoda probabilidad, esta misma operación ya se realizaba en tiempos del Maestro yhasta es posible que él la hubiera hecho alguna vez. No sé si existirían entonces las«modernas» cribas que usábamos nosotros, formadas por un aro de madera y unamalla metálica en el fondo que, al sacudirlas, dejaban pasar el trigo y retenían todoobjeto que tuviera otra forma o tamaño. Pero la operación debía ser en el fondo lamisma: se trataba de una operación de limpieza necesaria para dejar definitivamentelimpio el fruto de los campos.

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JSatanás ha pedido permiso para cribarlos y, al parecer, le ha sido concedido, comoocurrió en el caso de Job. Mira por dónde hay ocasiones en que Dios y Satanás seponen de acuerdo en los métodos, aunque no en los objetivos. Es posible que alguienañadiera ahora: «para fastidiar al hombre». Pero no es así. Ésa es la intención deSatanás, pero la de Dios es purificar al hombre mediante la operación de cribado quelleva a cabo el enemigo. Por eso da Dios permiso para la operación, tanto en el casode Job como en el de todos los discípulos.

❑Y ¿por qué lo permite Dios, sabiendo que corremos peligro de caer bajo la presión delenemigo? Por la sencilla razón de que Dios también interviene, aunque no sepamoscómo, para bien de los que le aman (cf. Rm 8,28). Su mirada no se detiene en eldolor ni en la caí da, no está en el fuego ni en el yunque, sino en la obra terminada.El hierro que no pasa por el fuego hasta alcanzar la temperatura necesaria no esmaleable; y al hombre le pasa lo mismo. En el caso de Pedro, el Señor añade acontinuación la expresión «cuando hayas vuelto», equivalente a un «cuando te hayasrepuesto» o «cuando te hayas levantado de la caída». De esta experiencia, queimagino que Pedro no olvidaría jamás, no salió triunfante el enemigo, a pesar de lasapariencias.

J¡Qué humillante debió ser para Pedro la negación de su Maestro, a quien él amaba tantoy por quien había dejado todo! (cf. Mc 10,28). Pero, ¡cómo debió crecer enhumildad y conocimiento de sí mismo con esta experiencia! Y es que a veces seaprende más con una prueba que con cien lecciones teóricas. Se puede hablar muchode humildad y conocer mucho acerca de esta virtud, pero una humillación fuerte bienllevada y superada la graba a fuego en el corazón. Es lo que le sucedió a Pedro y nossucede a los discípulos cuando seguimos al Señor sin reservas. Él permite caídashumillantes para que crezcamos en humildad porque, a la hora de hacer unavaloración, él pone sus ojos en el valor del crecimiento antes que en el dolor de lacaída.

JCuando se ha pasado por la experiencia se está en mejores condiciones de «confirmar alos hermanos» porque la enseñanza desde la experiencia es mucho más profunda yconvincente que la que se transmite sólo con palabras. Lo que en definitiva importaen estas ocasiones, en que el Señor permite a Satanás que nos cribe, es salirpurificados y fortalecidos de la prueba, porque esto es lo que en definitiva quiere elSeñor. Si somos fieles, él se encarga luego de sanar nuestras quemaduras o nuestrasheridas con el bálsamo de su amor y de su paz como hizo con Pedro.

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Necesitaríamos, Señor, estar más pendientes del resultado que del proceso que nos llevahasta ti, ¿no te parece? Lo que pasa es que somos bastante cortos de vista espiritual y noalcanzamos tan lejos. Permíteme, Señor, que te pida ayuda para poner mis ojos donde túlos pones y dar a cada situación la importancia que tú le das, ni más ni menos. Y sobretodo, Señor, si alguna vez permites que te niegue, ten misericordia de mí y mírame comomiraste a Pedro. Y que mis ojos sean capaces de leer el dolor de los tuyos, hasta que micorazón rompa en llanto por mi pecado. ¿Te acordarás de esto que hoy te pidosuplicante?

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«Al salir del templo le dice uno de sus discípulos: 'Maestro, mira qué piedras y quéconstrucciones'. Jesús le dijo: ¿Ves estas grandiosas construcciones? No quedará piedra

sobre piedra que no sea derruida'» (Mc 13,1-2).

Estamos acostumbrados a escuchar del Maestro palabras llenas de sabiduría yenseñanzas profundas; por eso puede parecer sorprendente que tome parte ahora y aquíde una conversación aparentemente tan intranscendente, como es responder a uncomentario sobre la grandiosidad de las paredes del templo.

1JEs cierto que, a poca sensibilidad que uno tenga y aunque carezca de culturaarquitectónica, hay edificios que llaman la atención por su grandiosidad, por suvolumen, por sus esculturas, por sus líneas, por la originalidad de ideas, por lacombinación de los elementos, etc. Cuando esto sucede, un experto puede darexplicaciones durante mucho tiempo de aquello que está contemplando, mientras elprofano en la materia no conoce el vocabulario apropiado para expresar susemociones y su admiración ni es capaz de interpretar la belleza que se esconde detrásde lo que ve; por eso recurre a expresiones sencillas, que están muy lejos demanifestar lo que hay en su interior. Esto es lo que le debió pasar a aquel discípulo,que se limitó a pronunciar una sencilla frase, en la que quiso expresar toda suadmiración por la obra de arte que estaba contemplando: `Mira qué piedras y quéconstrucciones'.

JEl Maestro no hace oídos sordos al comentario del discípulo, y bien pudo iniciar unaexplicación desde su incalculable capacidad para la apreciación de la belleza en lascosas naturales; pero no le contesta desde la misma perspectiva. El discípulo hablacomo hombre, con visión de hombre; pero Jesús se sitúa en su posición de Maestroque viene de Dios y aprovecha esta ocasión para tratar las cosas temporales consabiduría eterna. Su visión de profeta le hace exclamar: «No quedará piedra sobrepiedra».

¿Sequedó el discípulo con su punto de vista anterior o fue capaz de reflexionar sobre elgiro que Jesús le dio a la conversación? No lo sabemos. Si se quedó con su visión, seperdió una gran ocasión de entrar en el terreno de la verdad y de lo transcendente; siacogió el comentario de Jesús, entró en sintonía espiritual con él y empezó a tener lamisma visión que él. A nosotros nos puede ocurrir algo semejante cada vez que nosaproximamos a la Palabra de Dios: podemos quedar en la periferia o podemosempezar a volar por alturas desconocidas, conducidos por el Espíritu. Depende deque nos equivoquemos o acertemos en el modo de escuchar. En el primer caso no

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hacemos más que ilustrar el entendimiento, en el segundo empezamos a saborear lascosas de Dios ayudados por el Espíritu. En cualquier caso hay una premisa necesaria:hay que estar con el Maestro.

❑Este suele ser nuestro problema: que no estamos con el Maestro donde hay que estar,cerquita, a su lado, de forma que podamos mantener un diálogo sencillo y normal conél. Él no tiene problema para dialogar con nosotros, más aún, lo está deseando; peronosotros sí que tenemos problemas: unas veces decimos que no sabemos; otras, queno tenemos tiempo, que ya lo ha remos otro día; a veces, que estamos cansados;muchas, que tenemos cosas más importantes que hacer; y hasta solemos pensar en elmejor de los casos que es suficiente con dedicarle unos minutos cada día. Elresultado final es que no estamos con el Maestro. ¿Cómo queremos entonces teneruna relación normal con él, un diálogo amistoso con él? Por aquí hay que empezar:por dedicarle un tiempo fijo y en exclusiva. Lo demás vendrá poco a poco.

Señor Jesús, enséñame a estar cerca de ti, a dedicarte el tiempo más precioso de cadadía, y tú que lo puedes todo, mantenme a tu lado, por favor, cuando se me olvide ocuando intente dejarte para hacer cosas por mi cuenta. Pero es posible que antes necesiteque me ayudes a tener los criterios de la sabiduría que viene de arriba, para no dejarmevencer por los criterios de mundo, que son los que me rodean y me dominan confrecuencia. Gracias, Señor.

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«Conozco tu conducta; tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto. Ponte envela, reanima lo que te queda y está a punto de morir. Pues no he encontrado tus obras

perfectas a los ojos de mi Dios. Acuérdate, por tanto, de cómo recibiste y oíste miPalabra: guárdala y arrepiéntete (Ap 3,1-3).

Esto dice el que es «el Alfa y la Omega, el Señor Dios, Aquel que es, que era y que va avenir, el Todopoderoso» (Ap 1,8) a la Iglesia de Sardes, una comunidad cristiana que,como sucede tantas veces, había empezado bien y se había ido enfriando hasta llegar a lasituación a que se hace referencia aquí.

JEl contenido del mensaje no da lugar a dudas: empieza con una declaración de lasituación real: «Tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto» (Ap 3,1). Yes que uno puede encontrarse en estado de vida, de muerte, o de vida aparente dondela muerte se está adueñando de la situación. Y esto no pasa sólo en el mundo físico;sucede también en el mundo espiritual, donde la vida y la muerte tienen unaimportancia incomparablemente mayor. Pues bien, la Iglesia, a la que el Señor sedirige, está en situación de coma espiritual.

1J¿Por qué? La razón está explicada en el comentario que sigue: «no he encontrado tusobras perfectas» (Ap 3,2). Y es para preguntarse: ¿es que el hombre peca dor eimperfecto puede hacer obras perfectas? El hombre por sí mismo no puede llevar acabo obras perfectas ante Dios, porque sólo Dios puede poner el sello de laperfección en ellas; sin embargo, al hombre se le pide que sus obras tengan unascaracterísticas muy definidas: que sus obras sean la respuesta a la Palabra recibida(cf. Ap 3,3). Esto significa que sus obras responden a la voluntad de Dios, al modode hacer de Dios y al tiempo de Dios. Cuando esto se cumple, Dios bendice las obrasque el hombre lleva a cabo en colaboración con él. Entonces son perfectas con laperfección que Dios les imprime; y el hombre está obligado a presentar estas obrasante Dios, porque le capacita para hacerlo así.

JCuando nos hallamos en situaciones de enfermedad espiritual grave, como la Iglesia deSardes en este caso, el Señor no viene a darnos el empujoncito para que acabemos demorir, sino el aviso sobre nuestra situación, para que podamos cambiar y no caer enlos brazos de la muerte. Por algo el profeta Isaías dijo de él: «No vociferará ni alzaráel tono, y no hará oír en la calle su voz. Caña quebrada no partirá, y mechamortecina no apagará» (Is 42,2-3). Y eso es lo que intenta hacer con la Iglesia deSardes.

❑¿Cuál es el remedio? El de siempre. En la botica del Espíritu hay un medicamento, que

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cura todos los males del espíritu: la conversión. Por eso dice: «Arrepiéntete» (Ap3,3). Sólo que, por si acaso no recuerda por dónde va el negocio del arrepentimiento,le dice antes: «Acuérdate, por tanto, de cómo recibiste y oíste mi Palabra; guárdala»(Ap 3,3). Ese es el secreto y la prueba de la conversión: escuchar la Palabra yguardarla. ¡Pero toda la Palabra y para siempre! No podemos hacer una selección detextos que nos interesa guardar y dejar otros, ni podemos ponerlos en prácticadurante el tiempo que nos interese y archivarlos después. La Pa labra es un alimentoque hay que comer y digerir bien todos los días para gozar de buena salud espiritual.

iY puesto que la conversión tiene que ver con el cumplimiento de la Palabra de Dios,depende en primer lugar y en buena parte del conocimiento de la Palabra; porque,¿cómo vamos a cumplir lo que no sabemos que hay que cumplir? Es lógico elrazonamiento, pero ¿es lógico que el desconocimiento de la Palabra de Dios sea ennuestra Iglesia tan profundo? No me refiero lógicamente a un desconocimiento total yabsoluto, que significa no haber oído nunca la Palabra, sino a la ignorancia quesupone el haberla oído y no haberla escuchado, es decir, haberla olvidado con lamisma facilidad con que la hemos oído, sin acogerla, sin llegar a guardarla como latierra guarda la semilla para que germine, crezca y dé fruto. ¿0 es que podemosesperar el fruto cuando acabamos de sembrar la semilla?

iEl consejo dado por el Señor a la Iglesia de Sardes es válido para toda su Iglesia,personal o comunitariamente considerada, es decir, para mí y para ti. Porque, ¿nonos pasa a veces lo mismo? ¿No parecemos vivos y estamos medio muertos? ¿Noestamos haciendo nuestras obras sin tener su Palabra como referencia? ¿No tratamosde hacer obras para Dios sin preocuparnos si quiere que hagamos aquéllas u otras, silas quiere así o de otro modo? ¿No le pedimos que bendiga lo que vamos a hacer oestamos haciendo en vez de pedirle que nos muestre su voluntad para llevarla a cabo?¿No estamos poniendo en nuestras obras el sello de nuestra incapacidad humana quelleva al fracaso, en vez de poner la fuerza del Espíritu que lleva al éxito?

Señor, gracias por tu paciencia. Gracias porque, como todas tus cualidades, es infinita yeterna. Sólo así se explica que permitas nuestros errores tantas veces y confíes una y otravez en que nos demos cuenta y rectifiquemos nuestros constantes fallos. Y si es posible -permíteme recordarte que para ti todo es posible-, no permitas nunca que entremos encoma espiritual por estar sordos a tu Palabra. Y gracias, Señor, gracias una vez más portu modo de corregirnos.

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«Aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque da el Espíritu sinmedida» (Jn 3,34).

Para empezar: parece que, según el texto y por deducción, hay quienes son enviados porDios y otros que no lo son. Por lo mismo, habrá que pensar que, cuando no sonenviados por Dios, se envían ellos a sí mismos o son enviados por otros `colegas'. Ycomo consecuencia, lo que nos interesaría saber siempre que tratamos con alguien decosas importantes, es si este tal es un enviado de Dios o no.

iEn el primer caso nos encontraríamos con un gran acontecimiento, porque encontrar aalguien enviado de Dios y sólo de Dios es algo poco normal además de grandioso; ensegundo lugar, porque podíamos estar seguros de que nos iba a hablar palabras deDios y de que, por lo mismo, no nos iba a mentir, ni nos iba a decir cosas a mediaspara que no las entendiéramos, ni iba a hablar con términos rebuscados para que sóloalgunos lo pudieran entender y no del todo, ni iba a hacer alarde de sabiduría paraque todos lo admirasen. ¡Qué suerte!

JPero este hecho, tan importante de por sí, viene avalado por la presencia del EspírituSanto, que es precisamente el garante de que el enviado es auténtico y de que hablapalabras de Dios. Esto es un descubrimiento que no deberíamos olvidar nuncaporque, lo que al fi nal deberíamos tratar de comprobar siempre que hablamos conalguien, es si habla el Espíritu Santo en él o es otro espíritu el que habla. Jesús da elEspíritu sin medida, lo que supone que lo tiene sin medida; y en tal caso ya no esdifícil entender que hable palabras de Dios.

iEsta reflexión, que parece tener carácter protector y defensivo, es aplicable también acada uno de nosotros porque, cuando hablamos a los demás, podemos hacerlo biencomo enviados de Dios y por el poder de su Espíritu, o bien como supuesta pero norealmente enviados de Dios, sino hablando por otro espíritu. También esta situaciónpuede ser peligrosa para nosotros y para los demás.

JY ¿cómo distinguirlas? La respuesta es aparentemente simple, pero compleja:discerniendo los espíritus. Pero esto, tan fácil de decir, no es fácil de poner enpráctica; en primer lugar por la complejidad de la operación; y luego porque no essuficiente un discernimiento intelectual, aunque es necesario, sino que el últimodiscernimiento tiene que ser espiritual - del Espíritu-, y por tanto del hombre que viveen el Espíritu. Los sabios e inteligentes pueden llegar a cierto punto, pero no puedenpasar de ahí con sus capacidades humanas, mientras el Espíritu no los introduzca enla verdad y les muestre con iluminación espiritual la realidad espiritual. Ya dijo el

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Señor: «Lo nacido de la carne es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu» (Jn 3,6).

❑Más complicaciones: los discípulos de Jesús hemos recibido el Espíritu Santo. ¿Paraqué? Para que realice en nosotros la obra que se le ha encomendado por consensotrinitario; y un aspecto de esa obra consiste en que hablemos también nosotros laspalabras de Dios. Por eso dice: «No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la quesea conveniente para edificar según la necesidad y hacer bien a los que os escuchen.No en tristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el que fuisteis sellados para el día dela redención. Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia, y cualquier clase demaldad, desaparezca de entre vosotros» (Ef 4,29-31). ¡Cuántos tipos de palabras queel Espíritu no quiere que salgan por nuestra boca, porque no son suyas! Y esto essólo un ejemplo.

JEn ese mismo texto sigue denunciando otras palabras que no pertencen al vocabulariodel Espíritu, y a continuación pasa a decir algo de lo que le va bien a una lenguadirigida por él: «Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantady salmodiad en vuestro corazón al Señor, dando gracias continuamente y por todo aDios Padre en nombre de nuestro Señor Jesucristo» (Ef 5,19-20). ¿No está mal estaregla de discernimiento para empezar, verdad?

¡Cuántas cosas nos has revelado, Señor, en tu Palabra, que pasamos por alto con sumafacilidad! Sin embargo, cuando nos paramos a pensar en ellas con la ayuda de tuEspíritu, se nos convierten en fuente de luz. Tú quieres darnos mensajeros que noshablen tus palabras con el poder del Espíritu y preferimos con frecuencia escuchar acharlatanes que digan cosas agradables al oído, aunque sean de su cosecha o de otroespíritu y no nos lleven a ti. Y, entre tú y yo, Señor: ¿no tienes problemas para encontrarmensajeros que estén dispuestos a hablar sólo tus palabras y que luego no te fallen?

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«Cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padreque está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6,6(.

La oración - diálogo amoroso entre Dios y el hombreno es una tarea fácil para el hombre;y si a esto se añade la poca información y el poco entrenamiento que recibimos para orar,tendremos que admitir que es bastante lógico que haya tan pocos orantes, a pesar de serla oración algo tan importante como el camino normal de encuentro entre el hombre yDios. El Señor lo sabe y, porque nos ama, resulta lógico que encontremos en surevelación normas acerca de cómo acercarnos a él, además del ejemplo de muchoshombres de oración que nos han precedido y de muchas oraciones que hay en laEscritura y han sido inspiradas por el Espíritu. El Maestro, que nos enseñó todas lascosas importantes que debíamos saber, nos enseñó también a orar, no con un tratadosobre oración, sino con enseñanzas breves y aisladas en las que se condensan las normasbásicas de la oración. En el texto que presentamos encontramos algunas.

1JLa primera de estas reglas está casi escondida y presentada como un principio del quehay que partir: «Cuando vayas a oran. Es cierto que no parece una regla, pero en miopinión es la primera entre todas las reglas de la oración. El sentido de la frase eséste: `Hay que orar'. El Señor no habla de la oración en térmi nosque den lugar a unainterpretación de posibilidad o circunstancialidad. En mi opinión, si el Maestropensara en la oración como como una posibilidad, hubiera empezado diciendo: «Sivais a orar...». Creo que quiere que entendamos que para un discípulo de Jesús nohay alternativa y que la oración tiene que ser para el espíritu lo que el aire querespiramos es para el cuerpo.

1JLa segunda regla tiene que ver con el aislamiento de cualquier impedimento para elencuentro de la persona entera con el Padre: entrar en el aposento. Tiene un sentidoreal y al mismo tiempo metafórico. Físicamente necesitamos un lugar tranquilo,aislado del mundo que nos rodea y del ruido con que suele machacarnos. Comonuestro sitio normal es el mundo, la acción de entrar en el aposento supone unesfuerzo por alejarnos de él y retirarnos al lugar apropiado para la oración.Necesitamos construir una ambientación adecuada para la entrevista con nuestroDios. Pero también necesitamos entrar en la profundidad del corazón, que es el lugarnecesario para el encuentro con Dios, «porque de él brotan las fuentes de la vida»(Pr 4,23).

JLuego hay que cerrar la puerta. Esta expresión no tiene sólo un sentido material y físico,porque quien va a orar es el hombre entero y fundamentalmente su espíritu. Por eso,

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hay que cerrar todas las puertas: las que aislan el cuerpo, las que aislan el alma y lasque aislan el espíritu. Las puertas se usan en general para dar seguridad: bien paraevitar que entre lo que no interesa, bien para que no salga lo que interesa conservardentro. Las puertas que hay que cerrar para orar también nos ayudan a permaneceren nuestro ser interior y evitar que entren todos los factores perturbadores de laoración, que unas veces son naturales, como las distracciones, los ruidos, losatractivos de las cosas que nos rodean; y otras veces son de tipo espiritual, como lapresencia del pecado o las perturbaciones que el diablo puede intentar causarnos paraque nuestra oración fracase.

❑Cuando hemos logrado con mayor o menor éxito cerrar la puerta, necesitamos activarnuestra fe, que es «la prueba de las realidades que no se ven» (Hb 11,1), y noscapacita para aceptar, con pleno convencimiento, que allí está nuestro Padre, que esespíritu, al que por tanto no podemos percibir con nuestros sentidos. Cuando la fenos pone en presencia de nuestro Padre, ya podemos empezar nuestro diálogo con él.No antes, porque, ¿cómo podríamos dialogar con alguien que creemos ausente? La fenos lleva a reconocer su presencia y considerar sus cualidades: su amor, sumisericordia, su poder, sus cuidados, su sabiduría, etc. Las dos cosas sonimportantes, porque el grado de conocimiento que tengamos acerca de élcondicionará también nuestro diálogo con él.

JDespués de poner las cosas en orden, viene la oración, el encuentro con el Padre, en elque hay que abrir el corazón con actitud filial, pero también con humildad ysinceridad, sin tratar de esconder nada, sino poniendo ante él nuestro pecado ydejando que su misericordia lo envuelva y arroje al fondo del mar, o que la sangre desu Hijo nos lave y purifique. Y desde el principio hasta el fin dejarnos llevar delEspíritu que «viene en ayuda de nuestra flaqueza» (Rm 8,26) y «clama: `Abbá,Padre'» (Gál 4,6).

JEl final de la enseñanza es que el Padre recompensa a quienes cumplen las condicionesanteriores. Si nuestra fe goza de buena salud, lo creeremos; pero también vale locontrario: si apenas lo creemos, ¿no será porque nuestra fe anda enclenque? ¿0 seráque queremos la recompensa a nuestro modo y en ese momento? No podemospermitirnos el lujo de ser caprichosos. Hay que dar al Padre un margen de confianza,porque en su infinita sabiduría sabe cómo y cuándo nos va a re compensar, y ademásporque no tenemos otro remedio. Lo nuestro es creer y esperar, mientras seguimosempeñados en orar, en encontrarnos diariamente con él para darle la oportunidad.

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Señor, necesitamos una vez más que tu Espíritu venga en nuestra ayuda: en primer lugarporque sólo él puede enseñarnos a cerrar las puertas con seguridad; en segundo lugar,porque él es el dador de la fe que necesitamos para encontrarnos con el Padre, que estáen lo secreto; y finalmente, porque él es el único Maestro de oración que puedeenseñarnos a orar correctamente.

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«Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero; y al que tú hasenviado, Jesucristo» (Jn 17,3).

¡Vida! ¡Qué palabra tan atractiva, tan sorprendente y tan poco considerada! En cuanto elhombre tiene conciencia de que es un ser vivo y contrasta la vida con la muerte, porqueha empezado a conocerla aunque sea por experiencia ajena y es consciente de que nopuede librarse de ella, empieza a preocuparse, porque cae en la cuenta, por mucho que lepese, de que su vida también está destinada a terminar en brazos de la muerte. A veces,intenta soslayar el problema, pensando que es todavía joven y tiempo le quedará parapensar cuando sea viejo; otras, trata simplemente de no querer profundizar, porque noestá en condiciones de llegar al fondo del problema o porque prefiere permanecer en laignorancia de algo que le resulta desagradable. Y la historia se repite en cada ser humano,porque antes o después todos tomamos conciencia de nuestro destino temporal.

1JUn enfoque correcto del tema de la vida consistiría en entrar a fondo en laconsideración de su esencia y su naturaleza, si bien existe también el peligro de llegara conclusiones equivocadas. Y aunque no lo pretendamos, nos encontramos ante lapregunta definitiva, que no podemos evadir cuando tratamos de los asuntostrascendentales del hombre: ¿dónde está la verdad so bre la vida y la muerte? Tal vezpueda sucedernos como a Pilato que se preguntaba: ¿qué es la verdad?, y no lareconoció aunque la tenía delante.

❑Por fortuna, los discípulos de Jesús tenemos la respuesta de quien es al mismo tiempo«la verdad y la vida» (Jn 14,6). Y él dice que la vida eterna consiste en elconocimiento del Padre y del Hijo. Jesús lo pone en este orden por deferencia alPadre, pero sabemos que al Padre sólo se puede llegar por el Camino, que es Cristo.Así pues: conocer a Jesucristo y conocer al Padre por Cristo es igual a alcanzar ytener vida eterna.

iEl problema inmediato con el que tenemos que tratar es el del conocimiento, porqueJesús no habla del resultado de una percepción sensorial precisamente. Él va más allá,mucho más allá. Está hablando en términos espirituales, es decir, de un conocimientoespiritual de realidades espirituales, de un conocimiento personal que comportatransmisión y comunión de vida más que de ideas, porque éstas sólo son, en últimocaso, un medio ordinario para alcanzar un fin tan extraordinario como la vida eterna.Conocer a Jesucristo es hacernos uno con él, a partir de la conversión, por medio dela obra que el Espíritu Santo lleva a cabo en el creyente.

❑Esta vida ya es en sí misma eterna, porque es la vida del Dios eterno, y por eso

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descarta definitivamente la muerte, que consiste en carecer de la vida que Dios nosda por Cristo. Tenemos que preguntarnos por qué los seres humanos no mostramosmás interés por el conocimiento de todo lo que se refiere a la muerte y la vida: ¿serápor incapacidad para conocer, será por miedo a tener que desprendernos de las cosasque engendran muerte en nosotros, o será porque no estamos dispuestos a pagar elprecio de la vida eterna, a pesar de que la diferencia entre el precio y el valor de loque se paga es infinita?

JLo que no podemos poner en duda es que, si la oferta de vida eterna fuera acompañadade toda clase de faci lidades, placeres y seguridades en este mundo, tendría máscompradores. El problema está en que, al mismo tiempo que se nos ofrece la vidaeterna, se nos presentan las condiciones para alcanzarla, y ¡no nos gustan! Ante eldilema, la mayoría prefiere no cambiar lo que se ve por lo que no se ve, o en todocaso, aceptar ofertas que no les quiten lo que tienen, sin preocuparse de si estasofertas son falsas, aunque esto conlleve exponerse al mayor de los absurdos, como esengañarse a sí mismo en el negocio transcendental de la existencia.

¡Qué mal lo debes pasar, Señor, tú que nos has amado hasta la muerte y nos siguesamando, cuando veas la cerrazón de los hombres para acercarnos a los misteriostranscendentales de la vida, en los que se ventila nada menos que la eternidad! Pero, yaves: nosotros a los nuestro; quiero decir, que a nosotros nos suele importar más lo que seve, lo que se oye, lo que nos da un poco de placer hoy o mañana, lo que nos ofreceseguridad aunque nos engañe, lo que resulta placentero hoy aunque traiga malasconsecuencias mañana, lo que nos hace menos racionales al no tener que pensar, lo quenos distrae y nos impide entrar en nosotros mismos... Y tantas cosas más. Gracias,Señor, porque tú no te das por vencido y sigues llamando, hablando, esperando,ayudando, confortando... es decir, amando.

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«Alzó la voz una mujer de entre la gente y dijo: 'Dichoso el seno que te llevó y lospechos que te criaron'. Pero él le dijo: 'Dichosos más bien los que oyen la Palabra de

Dios y la guardan'» (Lc 11,27-28).

Cuando alguien habla a un público y tiene la suerte de que la gente le escuche conatención, lo normal es que las personas piensen y reaccionen - bien o mal - ante lo queestán escuchando, pero que lo hagan en silencio. Luego, cuando el orador ha terminado,tal vez se da a los oyentes la oportunidad de hacer algún comentario o de plantear algunapregunta, que con frecuencia va acompañada de alguna alabanza hacia el ponente; perouna exclamación como la que hace la mujer, o bien procede de una persona muy allegadaal que habla, interesada en promocionarlo, o bien es una explosión emocional de unapersona impresionada por lo que ha escuchado. Este parece el caso de la mujer.

JNo tenemos que sorprendernos de que la doctrina de Jesús llegara al corazón de lamujer, porque sus palabras llevaban siempre una carga de profundidad que alcanzabalos corazones, aunque con efectos diferentes. Los sumos sacerdotes, los escribas ylos fariseos no llegaron a sintonizar nunca con la enseñanza del Maestro de Nazaret,ni con sus obras. Al contrario:

•unas veces trataban de matarle, porque su Palabra no prendía en ellos (cf. Jn 8,37);

•otras decían que tenía un demonio (cf. Jn 8,48; 10, 20);

•algunos tomaban piedras para tirárselas (cf. Jn 8,59; 10,31);

•en otras ocasiones quisieron prenderle (cf. Jn 10, 39; 11,57).

iY es que en ellos se cumplía lo que dijo el profeta Isaías: «Oír, oiréis, pero noentenderéis; mirar, miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón deeste pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado» (Mi 13,14-15).

JPero, ¿por qué la gente sencilla se quedaba admirada de su doctrina y decían quehablaba con autoridad, mientras los «sabios oficiales» lo rechazaban? Porque lascaracterísticas de su enseñanza, a pesar de su calidad excepcional, no encajaban en elmodo de pensar y vivir ni en la sabiduría de abajo de los fariseos, ya que Jesúscomunicaba una doctrina que no era suya, sino del Padre que le había enviado (cf. Jn7, 16) y hablaba lo que el Padre le había enseñado (cf. Jn 8,28); además latransmisión de esta palabra era perfecta, porque estaba lleno del Espíritu y era éste el

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que hablaba en él. Todo perfecto, pero aún así su ceguera les hace exclamar:«Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ése no sabemos de dónde es»(Jn 9,29). El hecho final es que toda esta gente rechazó la enseñanza de Jesús, perono pudo permanecer indiferente como tal vez les habría gustado, porque es algo quesucedía y sigue sucediendo: cuando se anuncia Palabra de Dios con el poder delEspíritu, nadie que la oiga puede quedar impasible; se aceptará o se rechazará, peroproducirá una reacción en los oyentes.

JAquella mujer pensó como madre. Creo que su reacción interior al escuchar a Jesússería algo así: ¡Cómo me gustaría que este hombre fuera hijo mío! La sanaadmiración - más que envidia - que brotó en su corazón, se tradujo en aquellaexpresión de bendición hacia la madre de Jesús: «Dichoso el vientre que te llevó y lospechos que te criaron». Luego el Maestro aprovechó la oportunidad, como hacíasiempre, para seguir anunciando la Buena Nueva del Reino: «Dichosos más bien losque oyen la Palabra de Dios y la guardan)) Jesús no le lleva la contraria, peroestablece un principio definitivo: el espíritu está sobre la carne, lo divino sobre lohumano, su mensaje sobre su físico, lo eterno sobre lo temporal. En cualquir caso,parece que en aquella mujer se hizo realidad lo que dijo el profeta: «He aquí quevienen días - oráculo de Yahveh - en que yo mandaré hambre a la tierra, no hambrede pan ni sed de agua, sino de oír la palabra de Yahveh» (Am 8,11).

JAhora bien, el Maestro no sólo pone énfasis en la Palabra, sino también en elaprovechamiento de la Palabra. El valor de la Palabra es indiscutible; su poder,imparable; su capacidad para dar vida, ilimitada; pero hasta aquí todo es potencial.Para que se haga realidad necesita ser acogida en la tierra del corazón preparado ycuidarla para que germine, crezca, madure y dé frutos de vida eterna. Acoger yguardar la Palabra de Dios y ver cómo llega a dar fruto es tal vez una de esasmaravillas de Dios que nos pasan prácticamente inadvertidas. La obra que Dios estáhaciendo con su Palabra es una creación permanente, mucho más importante que laque llevó a cabo en el cosmos, porque la Palabra de Dios es semilla de hijos de Diospara vida eterna. «Cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mi 24,35).¡Nada más y nada menos!

Señor, no sé si pedirte el don de amar, comprender y acoger tu Palabra, o el don delEspíritu que es el que le da la vida y la hace eficaz y poderosa. Si me lo permites, voy apedirte los dos: tu Palabra y tu Espíritu; tu Palabra, porque con ella te tengo a ti y alPadre; y tu Espíritu, porque me enseña a guardar la Palabra, es decir, a ti y al Padre. Ycon un poco de suerte tal vez me capacite para sobrecogerme ante el milagro de la

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Palabra. Hoy y siempre: gracias, Señor, por el don de tu Palabra.

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«Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba ya cumplido, para que se cumpliera laEscritura, dice: Tengo sed'» (Jn 19,28).

¡Qué paradoja! Estamos ahora viendo a Jesucristo, el que había sido capaz de vencer aSatanás, curar las enfermedades y resucitar a los muertos, pasando por el momento másdifícil de su existencia, con el cuerpo al límite de la resistencia y preparado para entregarel espíritu. En estas circunstancias levanta la voz para hablar de sed por segunda vez ensu vida, según los datos de que disponemos (cf. Jn 4,7); la otra había tenido lugar hacíatiempo, estando en Jerusalén, durante la fiesta de las Tiendas: «el último día de la fiesta,el más solemne, Jesús puesto en pie, gritó: `Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba elque crea en mí', como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva» (Jn 7,37-38). Y ahora, en un momento más transcendental y solemne que aquél, resulta que tienesed y no tiene agua. ¿Es que no tenía agua cuando hizo la oferta, es que se le ha acabadola que tenía, o es que está hablando de un agua diferente?

JCuando empleamos el vocablo `sed', nos referimos, en general, a una situación física decarencia o necesidad de líquido y, más en concreto, de agua. Al lado de la expresión`tener sed' aplicada a personas, también decimos que tienen sed los animales, lasplantas, los campos... Sin embargo, hay dos clases de sed: la sed física, la queexperimenta el cuerpo, cuando necesita reponer el agua que pierde a causa del calor odel esfuerzo, y la sed del espíritu, que es sed de Dios y de todo lo que conlleva lacomunión del hombre con Dios. Jesús está hablando en la cruz de su sed física, la desu cuerpo maltratado y exhausto por la pérdida de agua y sangre; y así lo entendieronlos soldados porque, al oírlo, «sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapadaen vinagre y se la acercaron a la boca» (Jn 19,29).

iAl principio de su vida pública, Jesús se encontró un día, junto al pozo de Jacob, conuna mujer samaritana que iba a sacar agua y aprovechó la ocasión para explicarle, yde paso explicarnos a los que viniéramos después, las diferentes clases de agua,aplicables lógicamente a diferentes clases de sed. En primer lugar entró enconversación con ella mediante la frase «dame de beben» (Jn 4,7), refiriéndose alagua que ella estaba sacando del pozo. Luego, el diálogo sobre el agua y el pozo ledio la oportunidad de ofrecerle otra clase de agua, que ella no conocía y que, porsupuesto, no brotaba de la tierra: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que tedice: `Dame de beber', tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva»» (Jn4,10).

iAntes de la aparición en público de Jesús, el Mesías, ya se conocían las diferentes clases

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de sed. La segunda, la sed del espíritu, era sobre todo una necesidad a satisfacer en elfuturo, porque todavía no se había descubierto ninguna fuente de agua viva. De ellahabló el profeta Isaías cuando dijo: «Te guiará Yahveh de continuo, hartará en lossequedales tu alma, dará vigor a tus huesos y serás como huerto regado, o comomanantial cuyas aguas nunca faltarán» (Is 58,11).

JLa mujer no debió entender nada, porque siguió hablando del agua, del pozo y deJacob, el construtor del pozo. Pero Jesús insistió: «Todo el que beba de esta aguavolverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo le dé no tendrá sed jamás, sinoque el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vidaeterna» (Jn 4,13-14). Cuando el tratamiento de la sed no es el adecuado, no se apagala sed. A la sed física del cuerpo hay que darle agua física; pero hay que usar el aguaespiritual para apagar la sed del espíritu. Y no al contrario.

JLa sed física se sacia físicamente, la experimenta el cuerpo y se acaba con él; pero lased espiritual sólo puede saciarse espiritualmente y no pasa, sino que tiende hacia unaplenitud que no puede satisfacer hasta que el espíritu es liberado del cuerpo y entraen comunión con el Espíritu de Dios. Cuando el hombre no tiene a Dios o lo tieneparcialmente, pasa sed de Dios, y la medida de la sed se corresponde con la carenciade Dios.

1JLa sed de Jesús en la cruz, además de ser físicamente real por la deshidratación quehabía sufrido durante la pasión, era también metafórica. Estaba pasando por losmomentos más amargos de su misión en la tierra, por la experiencia terrible desentirse abandonado del Padre al presentarse ante él con el pecado de la humanidad,pero también en la cresta de la ola de su preocupación por glorificar al Padre ycumplir su voluntad hasta el fin. Y es posible que en esos momentos viera en espíritula historia de la humanidad con todo el pecado y sufrimiento, a la humanidad comosujeto agente de pecado y doliente con sus consecuencias, que en su corazónmisericordioso estuviera intentando alcanzar en un abrazo universal a todos loshombres, y que todo su mundo interior escapara al exterior en esas dos palabras tancortas: «Tengo sed».

J¿No sigue sonando hoy en los espacios del cosmos aquella palabra de Jesús, sediento dela misma sed hasta que pueda entregar el Reino al Padre? Jesús sigue teniendo sed:

•de discípulos verdaderos que sean capaces de negarse a sí mismos, de tomar la cruzde cada día y seguirle sin que se avergüencen de él,

•de profetas que se dejen llenar de su Espíritu y hablen sus palabras, corriendo losriesgos que sean necesarios,

•de intercesores dispuestos a ir a la cruz por los pecadores,

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•de sabios que hayan sabido someter la sabiduría humana a la sabiduría del Espíritu,

•de evangelizadores que anuncien a Jesucristo y la conversión como medio de llegar aél, aunque las dos cosas estén mal vistas,

•de maestros que enseñen su doctrina como él la enseñaba,

•de pastores que pastoreen como él pastoreaba,

•de hombres y mujeres ardiendo en celo por la gloria de Dios y el establecimientofinal de su Reinado y capaces de dar su vida por conseguirlo.

Perdona, Señor, pero como nosotros no estamos llenos del Espíritu como tú, noacabamos de sintonizar contigo cuando nos hablas de las cosas espirituales; sin embargo,como discípulos tuyos queremos caminar en la verdad y la autenticidad. Ven en ayuda denuestra pobreza e introdúcenos contigo en el misterio del agua y la sed del espíritu, perosobre todo danos también sed de la que tú tienes, para que podamos poner todo nuestrocorazón en tu causa y servirte fielmente. Gracias, Señor.

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«Yo estoy en medio de vosotros, como el que sirve» (Lc 22,27).

En la Palabra de Dios se aplican a Jesús los títulos de `Siervo' y `Señor' indistintamente,dependiendo de los tiempos a los que se refiere. Desde el punto de vista humano esto notiene mucho sentido, porque entre nosotros lo normal es que un señor se mantenga en suseñorío - o por lo menos lo intenta - y el siervo en su servidumbre, aunque se esfuercepor salir de ella.

JSi alguna vez el de arriba - el señor - deja de estar arriba y tiene que convertirse ensiervo, la nueva situación se considera como desgraciada y vergonzosa. Por eso tratade mantenerse a toda costa en su señorío. El de abajo - el siervo - trata por elcontrario de salir de su condición y, si se le presenta la ocasión de llegar a señor, laaprovechará con toda seguridad. Nadie se siente llamado al servicio, pero parece quetodos tenemos vocación de señores. ¿Acaso no es una tentación que empezó ya en elorigen, cuando Adán y Eva quisieron ser como Dios - es decir, señores - a pesar deque no les faltaba nada en su condición de siervos?

JSi queremos entender el caso aparentemente `especial' del servicio de Jesús, tenemosque contemplarlo desde una perspectiva histórica y en su dimensión real, que es antetodo espiritual. Históricamente hablando, creo que podemos distinguir tres etapas biendefinidas:

•la del AT, en que se hace el anuncio del Siervo,

•el paso de Jesús por la tierra, que da lugar a la realización de la obra del siervo,

•la etapa que empieza en la resurrección y se proyecta en la eternidad, en la que sepresenta y glorifica a Jesús como Señor. Se trata de un itinerario en el que seavanza por el camino del servicio hacia la meta final del señorío. Y así es enrealidad.

JLa figura del Siervo está dibujada por los contornos de su servicio a Yahveh en elcumplimiento de su voluntad. El profeta Isaías (cf. 42,1-4; 49,1-6; 50,4-9; 52,13-53,12) nos presenta a un perfecto Siervo-discípulo de Yahveh, mediador de lasalvación futura, que reunirá a su pueblo y será luz de las naciones, que predicará lafe verdadera, que expiará con su muerte los pecados del pueblo y finalmente seráglorificado por Dios.

JEl Siervo anunciado toma cuerpo en la persona de Jesús, el Cristo, que lleva a cabo la

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obra anunciada, el servicio al Padre y su Reinado, del cual sale beneficiada lahumanidad pecadora. Entre los dos puntos de referencia - el Padre y la humanidad -Jesús tiene siempre presente que su misión es la de llevar a cabo la voluntad de Dios.«Por eso, al entrar en este mundo, dice: Sacrificio y oblación no quisiste; pero me hasformado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron.Entonces dije: ¡He aquí que vengo - pues de mí está escrito en el rollo del libro - ahacer, oh Dios, tu voluntad!» (Hb 10,5-7).

JMientras lleva a cabo su obra de Siervo y prepara a sus discípulos para que lacontinúen, los alecciona acerca de su doble condición de Siervo y Señor. Lo queahora se está manifestando es, sobre todo, su realidad de Siervo, porque aparece ensu porte como hombre, a pesar de ser de condición divina (cf. Flp 2,6-7), pero susdiscípulos también deben conocer su condición de Señor.

•Por eso permite que le den ese título y además les confirma su acierto al hacerlo:«Vosotros me llamáis `el Maestro' y `el Señor', y decís bien, porque lo soy» (Jn13,13).

•Jesús es Señor, pero está entre ellos como servidor: «Yo estoy en medio de vosotroscomo el que sirve» (Lc 22,27).

•Y se constituye en ejemplo a imitar por sus discípulos: «Si yo, el Señor y elMaestro, os he lanado los pies, vosotros también debéis lauaros los pies unos aotros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo hehecho con vosotros» (Jn 13,15).

1JEl pensamiento y el lenguaje de Jesús Siervo se manifiestan siempre con referencia alReino y en función del Reino y, por lo mismo, suelen ser bastante diferentes, y aveces contrarios, a los que usa el mundo. El hecho de que él sea «el Maestro» y «elSeñor> (Jn 13,13) no está reñido con su servicio, sino todo lo contrario, porque serMaestro es estar al servicio de la Palabra, y ser Señor significa estar al servicio delReino y del Padre. Así lo entendió Pablo, quien no tuvo ningún reparo en reconocersu dignidad de apóstol, que le había otorgado el Señor, al tiempo que se presentacomo servidor del Evangelio (cf. Ef 3,7).

JEl servicio en el Reino se caracteriza, sobre todo, por la obediencia a la Palabra, por labúsqueda de la gloria del Padre y por el anuncio de la Buena Nueva a los hombres; esalgo que en la práctica no tiene nada que ver con el hecho de estar sometidos a loshombres, sino en hacer a los hombres beneficiarios de un servicio, que en último casose hace al Padre. El servicio del Reino no se hace como intercambio, con el fin de serrecompensados, sino que la recompensa se recibe sin buscarla, como un fruto queprocede de la semilla de servicio que se ha sembrado.

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JEl servicio del Maestro se define por algo tan específico y especial a los ojos del mundocomo la entrega a través de sus ministerios y capacidades, algo así como si hubieraido sembrado un poco de su persona cada día, hasta terminar con la acción definitivae incomprensible de dar su vida como servicio de redención a la humanidad. Y es queel suyo, que en definitiva es el servicio de la vida, tiene como resultado final entregarla vida para dar vida. Al contrario de lo que sucede en el servicio humano, que toca alhombre por fuera, el servicio del evangelio penetra hasta el interior y se queda en élpara convertirse en semilla de vida eterna.

iUna vez concluido el tiempo del servicio - de la misión del Siervo - se abre paso lamanifestación del señorío en plenitud:

•El hecho de la resurrección y de la ascensión al cielo es el triunfo sobre la muerte yla proclamación absoluta del señorío de Cristo. Así lo ven los discípulos desde elprincipio de su evangelización: «Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel queDios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien nosotros habéiscrucificado» (Hch 2,36).

•En el plan de Dios no tenía ningún sentido la etapa de entrega del Siervo, si no eracon los ojos puestos en su proclamación como Señor: «Cristo murió y volvió a lavida para eso: para ser Señor de vivos y muertos» (Rm 14,9).

•La visión del Cordero no se entiende más que en situación de triunfo y gloria sobretodo el mal: «Estos (la Bestia y los reyes) harán la guerra al Cordero, pero elCordero, como es Señor de Señores y Rey de Reyes, los vencerá en unión con lossuyos, los llamados y elegidos y fieles» (Ap 17,14).

JLos discípulos, llamados a imitar en todo al Maestro, tenemos que seguir sus pasos: «Yale basta al discípulo ser como su maestro» (Mi 10,25). Debemos servir como élsirvió, sabiendo que, al final, «si nos mantenemos firmes, también reinaremos con él»(2Tm 2,12).

Pero, Señor, para que podamos entender - o al menos aceptar - tu doctrina sobre elservicio y seguir tu ejemplo, necesitamos acercarnos a ti con la mente transformadapropia del hombre nuevo, con la mente de discípulos radicalmente convertidos, porqueen caso contrario es posible que aceptemos y prediquemos lo que tú nos dices acerca delservicio cristiano, pero que en realidad estemos sirviendo al estilo del mundo, para serbien retribuidos por los hombres con dinero, reconocimiento, honor, autoridad, favores,

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seguridad, etc. ¿No hay algo de esto entre tus discípulos, Señor? Tú lo sabes todo, y esoes lo que importa, que a ti no te engañamos porque llamas a cada cosa por su nombre;pero lo cierto es que las peleas entre tus discípulos no son motivadas precisamente pornuestro afán de servir en el Reino.

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«De aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo elPadre. Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento» (Mc 13,32-33).

El hombre se define, entre otras cosas, por sus deficiencias. Al lado de grandescapacidades están, como freno a su posible autoexaltación, las grandes carencias,incomparablemente más numerosas. Si a alguien se le ocurriera hacer una comparaciónentre lo que conoce y lo que desconoce, vería que no puede llegar al fondo de larespuesta; pero no hace falta ser muy inteligente para advertir la diferencia abismal queexiste entre lo que se conoce y lo que se desconoce y que, entre sus carencias, tienenespecial importancia las realidades que se relacionan con su persona.

J¿Qué sabe un hombre acerca del pasado y de la historia, a pesar de tener tantos datos asu alcance? Lo que sabe en relación a lo que ya ha acontecido se reduce a casi nada,aunque se limite a considerar los sucesos que han tenido lugar en el planeta tierra, omejor todavía, al círculo de personas con las que se ha relacionado y los lugares enque ha vivido. Este panorama todavía se deteriora cuando pensamos que sólo algunosacontecimientos quedan registrados como datos históricos, y más aún si somosconscientes de la poca fiabilidad que tienen la mayor parte de las veces, ya que suelen ser el resultado de los hechos como se aprecian o como los cuentan otros, elinterés de quien narra o de quien paga al que narra y el esfuerzo del historiador deensalzar unos hechos y minimizar otros.

JEl hombre puede saber algo de su propia historia y de aquellos con los que haconvivido; pero, ¿qué sabe, por ejemplo, del resto de seres humanos que han vividoy viven con él en su tiempo y sólo en su ciudad? ¿Qué sabe el hombre de la vida delos animales, de los miles de millones de animales que habitan la tierra, el aire o losocéanos? ¿Qué sabe el hombre de la vida de los seres microscópicos o de las leyesque gobiernan el cosmos? Y ¿qué sabe un ciudadano de a pie acerca de la materia, desu origen, de sus propiedades, de las leyes que la gobiernan, de sus cualidades o de sutransformación? Son preguntas relacionadas con conocimientos que de algún modoestán a su alcance, porque son realidades que caen bajo el campo de la experiencia y,por tanto, del posible conocimiento del hombre.

i¿Qué sabe un hombre acerca de sí mismo? Tal vez más, pero tal vez también menos, sipensamos en lo que se supone que debería saber y le gustaría saber. Quizá laconclusión a la que llegó el filósofo que sentó el famoso principio de `conócete a timismo' fue resultado de la frustrante respuesta a la que llegó al intentar saber acercade sí mismo. La reflexión de Job terminó en esta afirmación: «El hombre, nacido de

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mujer, corto de días y harto de tormentos. Como la flor, brota y se marchita, y huyecomo la sombra sin pararse» (Jb 14,1-2).

J¿Y si pensamos en lo que está por venir? ¿Qué sabe la persona del futuro y de sufuturo? Apenas nada. Sabe que los seres vivos están destinados a la muerte, que lasleyes naturales seguirán gobernando la naturaleza, que ciertos avances científicos ledarán nuevos conocimientos, que el mal seguirá azotando a la humanidad, que loshombres seguirán caminando hacia la muerte a pesar de los avances científicos...Pero, ¿qué sabe acerca de su futuro personal? A ciencia cierta y como humano, casilo único que sabe es que está destinado a la muerte. Tal vez pensaba así el salmistacuando dijo: «Enséñanos a contar nuestros días para que entre la sabiduría en nuestrocorazón)) (Sal 90,12).

JNos gustaría conocer el futuro, y bien lo saben los aprovechados que se ofrecen paradesvelarlo, cuando lo que hacen es vivir el presente con el cuento del futuro yasegurarse económicamente el suyo a costa de los impacientes por conocerlo. Al ladode algunos acontecimientos dependientes de las leyes naturales, en el terrenoespiritual sólo sabemos lo que se nos ha revelado en la Palabra; lo demás es misteriopara el hombre. Sabemos que la humanidad camina hacia un final, pero los detallesde ese final permanecen ocultos para el hombre. Tan difícil es ese conocimiento queJesús, el Hijo del hombre, sabedor y conocedor como ninguno de los misterios y delos tiempos, al hablar de la venida futura del Hijo del hombre, dice: «Nadie sabenada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre)) (Mc 13,32).

JCon esto llegamos a la fuente absoluta y única del conocimiento y de la sabiduría, quees Dios. En él no hay tiempo ni espacio, sino que uno y otro están en él y son por él,creador de todas las cosas. Dios no necesita conocer en el sentido de adquirir algoque no se tiene, porque todo emana de él y es en él. La creación no es Dios, comotantos quieren hacernos creer hoy, pero es en Dios, y no podría existir fuera de Dios.Esta es la realidad, aunque el hombre se empeñe en no querer admitirla cuando sedeja aconsejar de la soberbia, que todavía aspira a sentarlo en el trono de Dios yapropiarse de sus atributos.

JEl consejo del Maestro a sus discípulos es la respuesta de la sabiduría del Espíritu alproblema. Ante la incapa cidad para el conocimiento, lo prudente es apelar alcomportamiento; porque aquél pasa, pero éste permanece. La vigilancia es unaespecie de camino para el conocimiento rápido de los acontecimientos y a veces de lagestación misma de los sucesos inmediatos; una especie de llamada insistente a lapuerta del futuro, un vistazo por el ojo de la cerradura del tiempo, que capacita parasituarse en posición correcta ante el bien o el mal que se avecina. Y tratándose de lasrealidades espirituales, la importancia de la vigilancia es capital, ya que puedeintroducirnos en el éxito o el fracaso, el alcance o la pérdida de bienes eternos.

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JEsta vigilancia tiene dos campos concretos de observación: los acontecimientos naturalesy los sobrenaturales. Al hombre, como ser temporal con proyección en la eternidad,deberían interesarle sobre todo los últimos, porque sobre ellos construye su eternidad.Como esta construcción está amenazada por los enemigos, unos porque prefieren lascosas de la tierra y otros porque están empeñados en que no alcancemos los bienescelestiales, es necesaria también la vigilancia sobre ellos, por su influjo negativo ydesestabilizador en la relación del hombre con Dios, en la que un momento clave esla venida del Hijo del hombre. Aprovechar o perder la oportunidad cuando llegue elmomento es jugárselo todo a una carta.

Enséñame, Señor, a estar atento y vigilante. Sé que hay que hacerlo, pero ¡con quéfacilidad se me olvida! No quiero depender de una circunstancia o de un momento, sinoque deseo poner toda mi vida, cada día, bajo el signo de la permanencia en ti y lavigilancia desde ti. ¿Quién puede avisarme mejor que tú y quién protegerme como tú, sillega el caso? Y si llego a olvidarme, te ruego, Señor, que me saques de mi letargo,aunque me cueste:

«Enséñame tus caminos, Yahveh, para que yo camine en tu verdad, concentra micorazón en el temor de tu nombre»

(Sal 86, 11).

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«Y sucedió que cuando acabó Jesús estos dircursos, la gente quedaba asombrada de sudoctrina. Porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas» (Mt

7,28-29).

A poco que profundicemos en el fenómeno de la admiración, cuando tiene que ver con lainformación, nos daremos cuenta de que de ordinario es la resultante de tres elementos:el informador o fuente de información, el contenido de la misma y la capacidad dereacción de quien la recibe. Los tres elementos tienen su importancia y ocupan un lugardestacado. Cuando alguno de ellos es débil, los resultados pueden quedar debilitados oanulados. ¿De qué sirve, por ejemplo, dar una noticia importante a través de un mediopoderoso, si quien la recibe carece de capacidad de reacción? En el texto quecontemplamos se dan las tres condiciones apuntadas.

iJesús, el transmisor de la doctrina, es objeto de admiración de la gente. De él dicen que«les enseñaba como quien tiene autoridad». La observación no sale de la boca de lospresentes, sino del evangelista que debe estar observando la reacción de la gente o talvez ha oído comentarios de oyentes cercanos a él. ¿Qué sentido tiene aquí la palabra`autoridad'? Por supuesto que no tiene que ver con el poder ni con el arte de laoratoria o la demagogia, sino con la novedad que significa el hecho de que les hablabadesde la vida y con conoci mientos de primera mano, que él transmitía con la uncióny el poder del Espíritu. ¡Esa era la gran diferencia! Los guardias que le habíanescuchado dijeron a los sumos sacerdotes y fariseos: «Jamás un hombre ha habladocomo habla ese hombre» (Jn 7,46).

JEl cuerpo de la información - doctrina o noticias- puede tener diferentes grados deimportancia. Las noticias de cada día, las doctrinas o los discursos suelen serrepetitivos y de poco interés. Si se les presta cierta atención suele ser porque no hayotras noticias más interesantes con que satisfacer la curiosidad. En el caso de Jesús,«la gente quedaba asombrada de su doctrina» también. ¿Qué tenía su doctrina paraque produjera nada menos que asombro? Jesús dio la respuesta en repetidasocasiones:

•«Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado» (Jn 7,16),

•«lo que el Padre me ha enseñado eso es lo que hablo» (Jn 8,28),

•«lo que le he oído a él, eso es lo que hablo al mundo» (Jn 8,26),

•«yo hablo lo que he visto donde mi Padre» (Jn 8,38).

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Una doctrina limpia, original, sin descafeinar y sin maquillar por los modernosmanipuladores de la información.

iEn tercer lugar, para que llegue a producirse asombro, sorpresa o admiración, esnecesario que los receptores tengan capacidad de reacción suficiente ante el estímulo,cosa que no siempre sucede. ¿Cuántas son, por ejemplo, las personas que seasombran al levantar los ojos al cielo en una noche estrellada, durante una tormenta ouna puesta de sol de otoño con cielo nublado y la luz refractándose graciosamenteentre las nubes? Sin embargo, los mejores pintores son incapaces de plasmar en uncuadro tanta grandeza y tales maravillas.

La escena que narra Mateo parece reunir todos los requisitos para que el asombro seproduzca. Tal vez creamos lógico que Jesús tenga tanto atractivo en su enseñanza,pero habría que preguntarse por qué aquella gente era capaz de reaccionar así. Y creoque podemos apuntar al menos dos razones:

•porque estaban libres de impedimentos y tenían corazón de pobre, a diferencia delos fariseos y compañía que, llenados por su soberbia de clase y de casta, de loscelos, de la envidia y del resentimiento hacia Jesús, habían hecho de su persona yde su enseñanza objeto de un rechazo sistemático y de persecución a muerte;

•porque estaban hambrientos de Dios, y la doctrina de Jesús les sabía a alimentosabroso para sus corazones, mientras la palabrería de sus guías religiosos lesdejaba vacíos. Por eso eran capaces de escuchar con atención, de acoger ladoctrina del Maestro y dejarse tocar por ella.

JEn los escribas y fariseos había defectos de forma y de fondo: no hablaban de primeramano, como Jesús, que habla desde su propia experiencia y conocimiento profundode Dios, sino de oídas y por lo que habían aprendido en los libros y las escuelas desus escribas. Y ¡hay tanta diferencia a la hora de hablar, según la posición de la quese parte! Tal vez el secreto esté en que, cuando hay experiencia, se transmite vida;pero cuando aquella falta, las palabras están huecas por dentro y llegan hasta lamente, pero no alcanzan el corazón. Jesús podía decir: «Las palabras que os he dichoson espíritu y son vida» (Jn 6,63).

iLos escribas y fariseos buscaban su gloria al enseñar, ser admirados por la gente ysatisfacer su ego cuando alguien les dijera que lo hacían muy bien y hablabanmagníficamente: «El que habla por su cuenta busca su propia gloria; pero el quebusca la gloria del que le ha enviado, ése es veraz y no hay impostura en él» (Jn7,18). Jesús sólo buscaba la gloria del Padre, olvidándose de sí mismo. Y a la genteno le gustan los arrogantes y pagados de sí mismos, sino los sencillos y humildes.

JLos escribas y los fariseos no se sentían enviados del cielo, portadores de un mensaje de

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amor de Dios y de salvación para el hombre, sino funcionarios del templo y de laLey, de los cuales vivían. Su enseñanza era de ordinario una mercancía que vendían,frente a la oferta gratuita de misericordia y vida que presentaba la enseñanza deJesús: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced,pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen yno hacen» (Mi 23,2-3).

JEn la enseñanza de los escribas y fariseos ellos son la meta, mientras su enseñanza es elmedio de autoexaltación que emplean: «Todas sus obras las hacen para ser vistos porlos hombres» (Mi 23,5). Cuando Jesús enseña, él se presenta como instrumento ycamino para hacer llegar a los hombres cuanto el Padre le ha enseñado, y comopuente por el que los hombres pueden acercarse hasta el Padre, pero nunca para quefijen la atención en él.

❑Eran tan distintas una y otra enseñanza, que el pueblo, aun sin saber bien en quéconsistía, apreciaba una diferencia abismal entre las dos. Y cabe preguntarse si estehecho aislado de la vida de Jesús es aplicable a nuestros tiempos o no, porquemaestros ha habido siempre, y Jesús encargó a los suyos a la hora de la despedidaque fueran a todas las gentes y les enseñaran a guardar todo lo que él les había dicho(cf. Mi 28,20), es decir, a enseñar lo que él había enseñado; y supongo que, aunqueno esté escrito, también esperaría que lo hicieramos como él lo había hecho. Y comoya se anunció desde el principio la venida de falsos maestros en el futuro - «habráentre vosotros falsos maestros que introducirán herejías perniciosas» (2P 2,1)-, nosqueda preguntarnos si somos capaces de reconcerlos, es decir, de distinguir ladoctrina de Jesús de cualquier otra doctrina.

JEntre ambas situaciones hay otra muy peligrosa: la de presentar la doctrina de Jesús enlo que tiene de forma, de contenido, de cuerpo, de dato, de noticia... pero sin vida, esdecir, sin experiencia, sin haber visto ni haber oído, sin haber estado en la fuente y sinvenir de allí con ella. ¿Qué diferencia habría en tal caso con la enseñanza de losescribas y fariseos?

A mí me gustaría saber, Señor, qué dirías tú de los que en nuestros tiempos nosdedicamos de un modo o de otro a anunciar tu palabra; porque se supone que tusdiscípulos deberíamos anunciarla a tu modo, con la unción del Espíritu, transmitiendovida, tocando los corazones, a tiempo y a destiempo, donde caiga bien y donde caigamal, dentro y fuera de las sinagogas (o sea, de los templos), a los que la aceptan y a losque la rechazan, con claridad y sin retoques, sin persecución y con persecución...

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Pero no por curiosidad, sino para que pusieras los puntos sobre las íes y llegáramos adonde tendríamos que llegar: a ver cómo la gente quedaba asombrada de tu doctrina,porque no quedaba deteriorada al pasar por nuestros filtros.

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«Yosoy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10,11).

Hasta hace pocos años había bastantes pastores. Mientras la sociedad fue principalmenteagrícola y ganadera, el campo daba trabajo y ocupación a la mayor parte de las personasque, por lo mismo, eran capaces de entender mejor que nosotros cualquier relatorelacionado con sus actividades. En tiempos de Jesús todos conocían bien los trabajos dela agricultura y ganadería, por lo que les resultaría fácil entender las palabras del Maestro.En el momento de hablar Jesús tal vez se hallaran delante de algún rebaño de ovejas,pastoreadas por un experto pastor, y la enseñanza que les dio no fue sólo teórica, sinoque además les estaba entrando por los ojos. Y hasta es posible que Jesús tuviera algunaexperiencia en el pastoreo por haberlo ejercido en algún momento de su vida oculta.

JEl caso es que conocía bien el tema y habló con seguridad acerca de la relación entre elbuen pastor y su rebaño en esta parábola, en la que quiere dejar constancia de lascualidades del buen pastor y de sus ovejas. La primera idea que quiere dejar claratiene que ver con su persona y su misión: «Yo soy el buen pastor» (Jn 10,11). Luegoexplica las cualidades que debe tener un buen pastor y que, por supuesto, se dan enél:

JEl buen pastor entra por la puerta, a diferencia del ladrón, que entra saltando por la tapiay a escondidas: «El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino queescala por otro lado, ése es un ladrón y salteador; pero el que entra por la puerta espastor de las ovejas» (Jn 10,1-2).

iEs decir, el buen pastor va de frente, a la luz del día y a la vista de todos, porque notiene nada que ocultar ni hay en su corazón malas intenciones.

iEl buen pastor es también puerta de las ovejas, porque por él tienen el acceso a todos losbienes, pero Jesús es la puerta, porque por él hay acceso a bienes que ningún otropastor ha podido ofrecer: «Yo soy la puerta; si uno entra por mí estará a salvo;entrará y saldrá y encontrará pasto» (Jn 10,9). No es una puerta más, él es la puerta.La relación de las ovejas con la libertad, con la luz y con el campo, con la comida yla bebida, con la atención individual, con la protección, etc., pasa por el pastor, quehace de puerta. Pero el paso de la esclavitud a la libertad se alcanza traspasando lapuerta excepcional que es Cristo. Por eso, el hombre que entra y sale por esa puerta«estará a salvo, entrará y saldrá y encontrará pasto», tendrá comida y bebida desalvación.

JEl buen pastor trata a sus ovejas personalmente, llama a sus ovejas una por una: «A sus

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ovejas las llama una por una y las saca fuera» (Jn 10,3). Esto significa que las conocebien y que su relación no es sólo con el rebaño, sino con cada oveja. Su modo depastorear el rebaño es el resultado de pastorear a cada una en particular, de conocer ytratar a cada una en particular. Y las saca fuera. El sitio normal de las ovejas no es elestablo, sino el campo; las ovejas son lentas para comer y necesitan dedicar muchotiempo para alimentarse; además, aprovechan toda clase de hierbas comestibles y nodesprecian las más pequeñas, entre otras razones porque no suelen gozar de pastosmuy abundantes y crecidos. Por eso el establo sólo es para pasar la noche, las horasdel calor de verano o los días cru dos de invierno, para las recién paridas y las cojas oenfermas. El resto del tiempo están fuera.

❑Va delante de ellas y las ovejas le siguen. Mientras las lleva por los caminos tal vezpueda tener delante las ovejas de la esquila, acostumbradas ya al recorrido, quesirven de referencia a las demás y les siguen; pero lo lógico es que él vaya delante.Cuando necesariamente tiene que ir delante es cuando van por sendas o parajesdesconocidos o poco frecuentados. Además, el pastor que va delante no se limita acaminar, sino que gira constantemente la vista atrás para ver si todo está en orden,para asegurarse de que ninguna se ha salido del rebaño o se ha quedado rezagada, yde que no ha surgido ningún problema imprevisto.

JPero hay algo nuevo e inaudito hasta ahora. Los pastores conocidos, los mejores, todolo más que podían hacer era llevarlas a buenos pastos y a las aguas limpias y frescas.Este pastor se convierte él mismo en pasto misterioso para sus ovejas, porque lasalimenta dando su vida por ellas, es decir, les quiere traspasar su propia vida con elfin de hacerlas semejantes a él: «El buen pastor da su vida por sus ovejas» (Jn10,11). Si algún pastor de Palestina lo estaba escuchando mientras decía esto, ¿nopensaría que Jesús no entendía mucho de rebaños y que además estaba más loco queuna cabra?

JEl buen pastor se ocupa también de la defensa de su rebaño, a diferencia del malo, quehuye cuando hay peligro. El buen pastor hace frente a las alimañas y no permite quehagan daño a ninguna de sus ovejas, pero «el asalariado, que no es pastor, a quien nopertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye» (Jn 10,12).También es característico del buen pastor exponer la propia vida para impedir quenadie ponga en peligro la seguridad de las ovejas.

JFinalmente, su recuerdo y su corazón van mucho más allá de lo que parece, porque sepresenta y se declara pastor universal de todas las ovejas. ¿Por ambicioso y avaro?No. Sólo porque es el pastor universal de todos los hombres, pastor del rebaño delPadre, el «buen pastor)) capaz de pastorear a los hombres y darles lo que nadie hastahoy ha sido capaz de dar: su propia vida. Por eso, no puede sentirse satisfecho hastaque cumpla su sueño de pastor de todos: «Tengo otras ovejas, que no son de esteredil; también a estas ovejas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un

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solo rebaño, un solo pastor)) (Jn 10,16). Su meta final es que todas las ovejas formenun rebaño único, no para satisfacción propia, sino para que todas las ovejas tengan loque necesitan y ningún otro pastor puede darles: su propia vida como alimento.

❑Pero también las ovejas que forman parte de este rebaño tienen algo peculiar que lasdiferencia de otras ovejas y de otros rebaños:

JEstas ovejas escuchan la voz del pastor. Casi siempre, el que está por debajo tiende aresistir y no obedecer a quien está por encima. Los animales no son una excepción ytambién tienden a hacer lo que su instinto les pide. Pero las ovejas del rebaño deJesús también son diferentes: han sido entrenadas para escuchar a su pastor; por esoacogen y guardan lo que el pastor les dice, y se alegran de oír la voz del pastor, quesiempre significa para ellas atención, cuidado y seguridad.

❑Esta actitud produce un resultado lógico: le siguen. Saben que se pueden fiar de él. Talvez antes han tenido otros pastores que las engañaban prometiéndoles la sal y luegono se la daban, o se despreocupaban de ellas cuando andaban por el campo, o no lesdaban el agua a tiempo, o les echaban los perros en vez de hablarles, o las teníanpocas horas en los pastos... Por eso, seguir a este pastor no es una carga para susovejas, sino un gozo. Y si no se tratara de ovejas, hasta diríamos que son «muyinteligentes».

•Conocen su voz, les encanta oír su voz. Por eso tienen el oído cerrado a la voz deotros pastores, que los hay, pero su voz es diferente. Y es que hay voces y voces:unas son falsas, otras medio falsas -o medio verdaderas si lo preferimos - y sólouna voz es verdadera: la del buen pastor. Lo malo es que no siempre las ovejasestán en condiciones de conocer las voces y entonces caen con facilidad bajo elpoder de otros pastores, que se aprovechan de ellas para beneficio personal y hastaes posible que, en vez de darles vida, les quiten a las ovejas la que tienen. Peroaún entonces pueden estar tranquilas, porque saben que su pastor sabe cuándo lefalta alguna y entonces deja a las otras y va en su busca (cf. Lc 15,4-7).

Gracias por tu pastoreo, Señor y buen Pastor nuestro, gracias por tu cuidado personal decada oveja de tu rebaño, por tu paciencia, por tu defensa, por tus desvelos, por tualimento, por tu voz, por tu vara y por tu cayado, por tu paz y por tu sosiego. Pero nosfalta algo, que es sólo culpa nuestra: tomar conciencia de que eres nuestro pastor todoslos días y de que necesitamos dejarnos llevar por ti para aprovecharnos de todo lo quetienes para nosotros; porque lo cierto es que a veces parecemos tus cabras más que tus

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ovejas. Perdona, Señor, y ten paciencia una vez más, que también la paciencia es virtuddel buen pastor.

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«Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad en lo alto de un monte.Tampoco se enciende una vela para ponerla debajo del celemín, sino para ponerla en el

candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, paraque vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre, que está en el cielo» (Mt

5,14-16).

La luz es una de esas maravillas de la creación, que el hombre está acostumbrado a usary disfrutar desde que llega al mundo, y que tal vez por eso le pasa desapercibida comotantas otras maravillas que el Creador ha puesto ante él. ¡Qué dramática resulta laincapacidad del hombre para descubrir la presencia de Dios en la majestuosa grandeza detodo lo que le rodea!

JLos problemas relacionados con la luz pueden depender de ésta, pero no siempre;porque, para que resulte útil, la luz necesita del ojo que la perciba. ¿Qué razón de sertiene la luz, si no hay ojos que la reciban, ojos en los cuales ponga ella la imagen detodo aquello que va iluminando a su paso? Al lado de la luz tiene que haber otramaravilla no menos sorprendente: el ojo y su capacidad de visión. Cuando los dosestán en condiciones normales, se hace posible el proceso completo de la visión,según el cual la imagen de los objetos iluminados por la luz pasa al cerebro, hastaconvertirse en idea mediante otro proceso llamado abstracción.

JEs algo que todo ser humano con visión normal está haciendo miles de veces cada día,sin que tenga conciencia de lo que está experimentando y, por lo mismo, sin ningunareacción de admiración y sorpresa. Y lo mismo sucede con el resto de los sentidos.Pero todo esto es sólo una parte de la maravillosa grandeza del hombre tan ocupadoen conocer los fenómenos que le rodean, pero tan poco interesado en su propiafenomenología personal, a pesar de ser ésta la que le caracteriza y le hace persona.¡Otro misterio más!

1JPues bien, yo creo que Jesús sí era consciente de estas realidades y que cuando él usael símil de la luz para hablar a los suyos sabe perfectamente lo que está diciendo. Yempieza así: «Vosotros sois la luz del mundo». Pero, ¿es que el mundo no está yaalumbrado por el hermano sol y la hermana luna, como los llamó el Hermano deAsís? Bien sabemos lo que sucede cuando nos faltan los dos; por eso el hombre nocesó de buscar hasta que inventó el fuego que le dio luz y calor. Por eso el mundo yano tenía en tiempos de Jesús -y menos hoy - problemas serios con la luz. Tal vezestaría preocupado por tener más que menos o en cómo mantenerla durante la noche,pero tenía luz. ¿Qué está queriendo significar el Maestro con sus palabras? ¿Será quehabla de otra luz, de otro mundo, o de otra luz y otro mundo?

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JEfectivamente, el mundo a que se refiere no es el espacio físico en que nos movemos yque percibimos por medio de los sentidos, sino el mundo moral, ético, religioso yespiritual del corazón, donde se vive la experiencia de las relaciones con Dios y contodo lo que nos rodea; donde el hombre, partiendo del mundo físico y sin prescindirde él, se introduce en el campo misterioso de la inteligencia, de la voluntad, de loscomportamientos y sobre todo del espíritu - a donde deben conducir todos los demás- para vivir su verda dera dignidad de ser humano, creado por Dios, a imagen deDios, para amar a Dios y dejarse amar por él.

iEste mundo espiritual nos resulta tan complicado y necesario como sorprendente. Elmundo en el que fue colocado el hombre al ser creado, era luz y sólo luz; en él nohabía tinieblas ni el hombre sabía que pudieran existir las tinieblas. Pero un día aciagoél mismo las introdujo, cuando abrió la puerta prohibida con la llave del pecado. Enese momento fue atrapado por las tinieblas y, a partir de entonces, la única luz que lequedó fue la del mundo físico que le relaciona físicamente con lo que le rodea. Sinembargo, en él quedó el recuerdo profundo y la nostalgia errante de aquella otra luz.

JAsí vivía la humanidad hasta que llegó la buena noticia de la Luz. Fue aquel día en queJesús de Nazaret, el Hijo de Dios, Luz de Luz, se presentó ante los hombres comoanuncio y oferta: «Yo soy la Luz del mundo. El que me siga no caminará enoscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12). Con él empezaba la nuevaetapa y el nuevo mundo, donde la ocupación principal tenía que ser el desalojo de lastinieblas por el empuje poderoso de la Luz. De este proyecto está hablando Jesús.

iÉl, la Luz, ha llegado al mundo para iluminar el mundo. Pero el trabajo es arduo, porquehay que ofrecer la luz a todos los hombres de todos los tiempos. Yo no sé si laTrinidad tendría una reunión de trabajo para discutir el plan de la Luz; fuera comofuera, lo que está claro es que decidió lo que hemos visto y oído: enviar la Luz de loalto para que se instalara entre los hombres y empezara a encender luminarias entodas las direcciones. ¡Ya hemos llegado!

JA esto se está refiriendo el Maestro cuando les dice: «vosotros sois la luz del mundo».Es como si les dijera: «vosotros sois las luminarias que yo quiero encender, para quevayáis por el mundo de las tinieblas con el fin de que llevéis a cabo dos cosas: queseáis luz para los demás y que traigáis a mí a todos los que, al oíros, crean en la luz,reciban la luz y vivan en la luz, para convertirlos yo también en luminarias que luegohagan lo mismo que vosotros, porque entre todos tenemos que llevar la luz hasta losúltimos rincones del mundo, con el fin de que todos los hombres conozcan la luz ypuedan abrirse a la luz que los rescate de sus tinieblas.

JY como el trabajo era muy delicado, el Señor les dio algunas instrucciones precisas:

•Nada de esconderse. El enfrentamiento con las tinieblas que cubren la humanidad no

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es nada apetecible, pero hay que afrontarlo, porque es la única forma de que elplan funcione. Además no hay que conformarse con ser visibles, sino que hay quehacerse visibles, hay que colocarse en lo alto para que todos puedan ver.

•Más aún: hay que dar luz. Pero ¡ojo! Que nadie puede dar lo que no tiene ni más delo que tiene. Este es un aviso especial, que ua a traer cola, porque hay multitud dediscípulos que no son conscientes del problema y no se hacen el examen de la luz;se aventuran a alumbrar como si fueran luz y luego no alumbran o, en el mejor delos casos, alumbran como estrellas lejanas que están a millones de años luz. Esigual. Con esa luz no hay quien vea. ¡Si por lo menos terminaran siendoconscientes de lo que está ocurriendo y vieran que nadie se inmuta a su alrededor!

•Cuando todo funcione correctamente y los hombres «vean», habrá que tenercuidado para no fallar en la última fase, cayendo en la tentación de apropiarnos lagloria del éxito en el proyecto de iluminación. El Señor nos advierte que no nospertenece, sino que le corresponde al Padre. Qué humildad la suya cuando,pudiendo arrogarse el éxito de la `operación luz' con todo derecho, prescinde de ély se lo atribuye por entero al Padre! No estaría nada mal que tomáramos nota losdiscípulos, que tan aficionados somos a subirnos al carro del triunfo.

Señor, tú eres la Luz eterna que viene del «Padre de las luces, en quien no hay cambio nisombra de rotación» (St 1,17), a traer luz al hombre que nace en la tiniebla y anda aoscuras por la vida, mientras tú no lo rescatas. ¡Bendito seas por tu luz! Y gracias porquequieres hacernos partícipes de la gloriosa aventura de iluminar el mundo. Pero ayúdanos,Señor, ayúdanos a dejarnos encender por ti, a ser luz de tu Luz, y a situarnos en el altoque nos tienes adjudicado a cada uno. ¡Ah! Y que no se nos olvide que sólo podremosproporcionar luz a los hombres, mientras estemos bien conectados contigo, fuente únicade toda luz verdadera.

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«Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos del poder de loalto» (Lc 24,49).

Poco después de empezar su vida pública, el Maestro Jesús de Nazaret empezó una delas partes importantes de su misión: la elección de sus discípulos, para lo cual «InstituyóDoce, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar con poder de expulsar losdemonios» (Mc 3,14). La misión de Jesús era personal e intransferible, pero lacontinuación de su misión, consistente en poner al alcance de todos los hombres la ofertade salvación que él había traído, tenía que quedar en manos de los que él eligió para quela continuaran. Por eso los tuvo a su lado durante el tiempo que duró su vida pública conla intención de que estuvieran en condiciones de hacer su trabajo después y colaborandopara que su doctrina y su obra alcanzaran a todos los hombres. Pero era consciente deque, tal como estaban los discípulos en ese momento en el que iba a dejarlos, todavía noeran capaces de llegar lejos. Por eso tenía que revestirlos con su poder. Ese es el sentidode la oferta.

JEn Jesucristo, el Hijo de Dios, todo es absoluto y perfecto; por lo tanto nos sirve demodelo para cualquier actuación relacionada con nuestra condición de discípulos,mientras dure la misión encomendada, es decir, hasta el final de los tiempos. Jesús lesdio muchos consejos y les hizo muchas advertencias durante el tiempo que estuvocon ellos. Ahora, en el momento del adiós, les da la última, según el relato de SanLucas. No se trata de algo totalmente nuevo, porque ya antes les había hablado sobresu poder y además les había hecho partícipes del mismo cuando los envió aevangelizar (cf. Lc 9,1-6; 10,1-20). El hecho de que vuelva a hablar de lo mismo enun momento tan señalado como éste, quiere decir que se trata de algo realmenteimportante. En Jesús y su enseñanza tenían el programa a realizar, pero les faltabacapacidad para llevarlo a cabo.

iLa promesa tenía que ver con el poder que necesitaban. Cualquier obra o misión quehaya que ejecutar requiere siempre, como es lógico, capacidad para llevarla a buenfin; además la capacidad ha de ser proporcional a la misión que se vaya a realizar.Jesús no les estaba hablando de una trabajo físico ni intelectual, sino de una misiónespiritual de ámbito mundial y de larga duración, para la que también necesitaríanobviamente medios intelectuales y capacidades físicas, pero éstos no servirían denada, si no tenían el poder de lo alto, es decir, el poder del Espíritu. Porque la misiónque reciben es fundamentalmente espiritual, por eso mismo necesitan poder espiritual.De éste les está hablando el Maestro.

JEl Espíritu Santo será la fuente de este poder que necesitan. Jesús ya les había hablado

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anteriormente del envío del Espíritu y de la misión que tendría en la tierra, pero estono significa que hubieran entendido. Y posiblemente tampoco entenderían ahora.Estaban acogiendo en fe la noticia y dispuestos a que llegara el momento de laexperiencia. Este mismo evangelista es un poco más explícito en otro relato dondedice: «recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros» (Hch 1,8).En cierto modo les estaba hablando de la puesta en marcha de la Iglesia y de sumisión, que tendrían que desarrollar con el poder del Espíritu.

JEste es el planteamiento básico del proyecto más sensacional y prodigioso de la historia,un proyecto conjunto de Dios y de los hombres, del cielo y de la tierra, que tiene porobjeto llevar a su plenitud la restauración del Reino de Dios en el mundo mediante latransformación del corazón de los hombres. Ahora bien, un proyecto tan delicado yde tal envergadura, ¿no necesitará toda la entrega, atención, capacidad, esmero ydedicación de los participantes en él? ¿No necesitará una dirección sin fallos y untrabajo perfecto de los operarios? ¿No habría que esperar en esta aventura lacalificación de «cero defectos» como en los proyectos de la NASA, por lo menos? Lacalidad y la importancia del proyecto no merecen menos. Pero, ¿es así?

iEs así en lo que a la dirección se refiere. El Director - el Espíritu Santo - tiene talcapacidad para la misión que no puede equivocarse, y además dispone de todos losmedios necesarios. ¡Algo es algo! Y tratándose de la dirección, aún podemos añadirque este algo es mucho. Pero no lo es todo. Todo trabajo compartido necesitaperfecta colaboración en sus participantes para que tenga éxito. Y en esta escala devalores, el segundo lugar lo ocupan los mandos intermedios - los técnicos-, que sonlos encargados de desarrollar cada parte del proyecto y de velar para que cadaoperario haga su parte. Si estos técnicos fallan, el proyecto está irremediablementedestinado al fracaso o, en el mejor de los casos, alcanzará su cumplimiento con uninevitable retraso.

Tú, que lo sabes todo, Señor; tú, que enviaste el Espíritu para que dirigiera y llevara aléxito final tu proyecto, sabes cómo anda, pero da la impresión de que falta mucho porhacer todavía. Parece como si no todos tus discípulos fue ran conscientes de su papel enel negocio y por lo mismo lo hubieran tomado un poco a broma. Yo no sé hasta quépunto fallan los técnicos o los simples peones; pero algo falla, ¿no te parece? Y esto debeser para ti motivo de disgusto, después de haber puesto en el programa cuanto tenías,incluida tu vida. Además, tenemos la sensación de que tu amor por nosotros te incapacitapara despedirnos del proyecto. ¿0 es que también tú piensas que vale más malo conocidoque bueno por conocer?

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«Mehabéis traído a este hombre como alborotador del pueblo, pero yo le he interrogadodelante de vosotros y no he hallado en este hombre ninguno de los delitos de que se le

acusa» (Lc 23,14).

No hay duda de que el poder suele ser atractivo para el hombre por su capacidad parasatisfacer su vanagloria y auto-exaltación, pero también tiene ciertos peligros ocultos y suparte de riesgo. Ese es el trauma por el que ahora está pasando Pilato. Pero ya se sabe:hay que estar a las duras y a las maduras.

JYa había interrogado a Jesús y no había encontrado en él delito alguno (cf. Lc 23,4);por eso y en buena lógica, debía haberlo puesto en libertad sin más; sin embargo, nolo hizo. Razón: estaban de por medio nada más y nada menos que «el Consejo deAncianos del pueblo, Sumos Sacerdotes y escribas» (Lc 22,66), es decir, todas lasfuerzas vivas, los que pueden mantener a uno en el poder o quitarlo de en medio o,en el mejor de los casos, hacerle la vida imposible. Esto le haría pensar a Pilato parabuscar una salida honrosa.

1JAnte la reacción de los acusadores a la declaración de inocencia que hizo acerca deJesús (cf. Lc 23,4-5), Pilato estaba en una encrucijada: ser consecuente con el juicioy dejarlo libre, que era lo lógico y lo justo, o ceder ante la presión de los acusadores,que hacía tiem po estaban buscando la oportunidad de dar muerte a Jesús y queahora tenían al alcance de la mano. Las dos decisiones eran problemáticas por susconsecuencias. Pero, mira por dónde, le había salido una solución que parecía caídadel cielo: enviarlo a Herodes porque era galileo. Pero Herodes se lavó las manos antesque él en este asunto y se lo devolvió.

JYa estaba Pilato como al principio. Intentaría convencer de nuevo a los judíos, para locual «convocó a los Sumos Sacerdotes, a los magistrados y al pueblo» (Lc 23,13)para hacer nuevamente la declaración de inocencia; pero era tarde. El mismo puebloque hacía pocos días había aclamado a Jesús, queriendo hacerlo Rey, parece haberdesaparecido; ahora aflora el otro pueblo, el que aquel día callaba y tal vez tambiénalgunos de los que le aclamaron antes, para pedir su muerte. La estrategia de losSumos Sacerdotes, los fariseos y los escribas estaba a punto de dar su fruto. Habíanenvenenado al pueblo y, cuando el pueblo está envenenado, nada hay que lo detenga.Por eso a Pilato tampoco le dio resultado el segundo intento de declaración deinocencia.

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JHabía llegado el difícil momento de decidir. La situación era insostenible: si administrabajusticia, tendría que enfrentarse al pueblo con todas las consecuencias, en este casoimposibles de prever; si cedía ante el pueblo, les habría dado gusto pero a costa decometer injusticia con un hombre, aunque fuera galileo.

JDespués de pensarlo mucho, parece que encontró otra solución intermedia: «Lecastigaré y le soltaré» (Lc 23,22). Si no había culpa alguna, ¿por qué le tenía quecastigar antes de soltarlo? Era un intento de amansar las fieras, pero no le sirvió. Elrecurso de salvar la situación con un mal menor no tuvo aceptación entre el pueblo,así que tuvo que tomar una decisión final. Y la tomó saltándose la justicia a la toreray salvando sus propios intereses: cediendo a la demanda del pueblo que pedía que locrucificaran (cf. Lc 23,23-24). Aquel día Pilato gustó la amargura del poder, si lequedaba algo de conciencia. ¡El poderoso Pilato cediendo ante el griterío de lamultitud y enviando a la cruz a un inocente!

JSon problemas que acarrean el poder y la autoridad. Cuando uno quiere ser justo, sueleencontrarse con la oposición frontal de quienes sólo intentan defender sus interesesparticulares con la bendición - o por lo menos el silencio - de la justicia; si eladministrador de justicia no se presta al juego, aquéllos se convierten en susenemigos, declarados o silenciosos, que harán cuanto esté en su mano por derribarlo.Si por el contrario cede y entra en el juego de los impíos, pasa a depender de ellos, detal modo que su posición y su poder se convierten en el pago permanente de sucolaboración con la injusticia. Por eso las verdaderas cualidades de una persona seponen a prueba cuando se presenta la ocasión. Pilato tal vez fue «buena persona»hasta que llegó la prueba, pero falló ante ella.

Señor, que tu Espíritu nos fortalezca interiormente y nos revista con coraza de justicia,para que, cuando llegue la ocasión, sepamos permanecer en la verdad aunque nos cuestela muerte como te costó a ti. ¡Con lo fácil que te hubiera sido salir de la situación yescapar como lo habías hecho otras veces! Pero ahora había llegado la hora de la verdady te mantuviste en ella hasta el final. Gracias por tu ejemplo, Señor.

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«Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso paravuestras almas» (Mt 11,29).

❑Aprended de mí. El Maestro sabía que el hombre necesita aprenderlo todo. Hay cosasque se pueden aprender en los libros, otras se aprenden en la experiencia de la vida,pero algunas sólo se pueden aprender del Maestro Jesús de Nazaret. Una de éstas esla humildad. El Señor no les dijo que la aprendieran de los personajes públicos, de losfariseos por ejemplo, sino de él, porque nadie podía presentar las credenciales dehumildad que tenía él.

Encualquier caso, ¿no parece esta afirmación una falta de humildad en sí misma? No.Recordemos que la humildad no está reñida con la verdad, sino todo lo contrario. Elhumilde reconoce las cosas como son y no se atribuye más que lo que puedeatribuirse, que en el caso del Maestro es la humildad como modelo, ya que enverdad, nadie puede mostrar una humildad semejante a la suya, porque, «siendo decondición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de símismo, tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres yapareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo obedeciendo hasta lamuerte y muerte de cruz» (Flp 2,6-8). ¿Quién ha conocido a un gran personaje de lahistoria que pueda decir lo mismo, aunque le quitemos la 'condición divina'?

1JLa forma de expresarse significa que nos da un mandato sobre la humildad:«Aprended». Y es que la humildad, como todas las virtudes, hay que adquirirla pocoa poco, porque la naturaleza humana nace en el extremo opuesto y preparada paraconvivir con la soberbia. Por eso, el aprendizaje de la humildad es una luchaconstante contra su oponente, la soberbia, y un esfuerzo por adquirir algo que no setiene y que no es fácil de conseguir. Tan difícil es que nos ocupa toda la vida y noacabamos de construir el edificio de la humildad.

1JTambién dice el Maestro que la verdadera humildad está en el corazón. Se presenta así mismo como «manso y humilde de corazón)), para distinguirla de la falsahumildad, que es exterior, está en las formas y se reviste de apariencias; es capaz deengañar, cuando falta el discernimiento, y se ampara en la carencia de luz y la imagendel bien. La humildad que sale del corazón es producto de la presencia del Espíritu,que mora en nosotros y realiza la obra de transformación del discípulo en Cristo,expresada en este caso por el cambio de la soberbia en humildad. La verdaderahumildad no se puede alcanzar sólo mediante el esfuerzo del hombre, aunque suesfuerzo sea imprescindible, sino que la logra con la ayuda que viene de lo alto.

iEn cierto modo podríamos hablar de tres clases de humildad:

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Lahumildad verdadera, resultado de la colaboración del hombre con la acción de Diosen él,

•la humildad sincera que viene de abajo y es cualidad o esfuerzo del hombre natural,

•y la falsa humildad, que no es más que pura apariencia.

JLa humildad del discípulo tiene que ser la que viene de arriba, la vemos y reconocemosen el Maestro, que ha ce de espejo, y la adquirimos con nuestros esfuerzos y laayuda del Espíritu.

JLa humildad controla los ataques de la soberbia, no sólo en sus manifestacionesexteriores, sino también y sobre todo en sus orígenes, es decir, en las fuentes delcorazón. Si no hay control interior, aunque haya un esfuerzo exterior, la soberbiatermina reventando por algún sitio, como si fuera un depósito en el que aumenta lapresión y carece de válvula de escape.

Señor, si tenemos que aprender de ti a ser humildes -y está claro que no hay alternativa -necesitamos que nos ayudes mucho en nuestro aprendizaje. Tú sabes que para algunoscasos de adiestramiento tenemos doble dificultad: la que procede de nuestra torpeza y laque se deriva de la asignatura que tenemos que aprender, aunque me parece que en esteasunto de la humildad habría que añadir una tercera, que es la falta de voluntad. Puestambién para esto necesitamos y te pedimos una ayuda suplementaria, si no te importa.Gracias, Señor.

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«Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponjaempapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó el vinagre, dijo: 'Todo

está cumplido'. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu» (Jn 19,29-30).

El drama estaba próximo a su fin. Los actores habían intervenido ya todos, llevando acabo cada uno su papel con todo realismo y crudeza. En el reparto había intervenido lacreación entera desde los ángeles hasta la naturaleza física, pasando por una extensagama de personajes humanos encargados de manifestar las capacidades más humanas einhumanas de la especie a la que representaban, desde las mujeres que lloraban al verlohasta los verdugos que ocupaban el lugar de los pecadores. Sólo quedaba bajar el telón,pero también ésta era una acción dramática llena de simbolismo.

1JLa acción final de la última escena de la vida del Salvador del mundo está relacionadacon el vinagre. ¿Quién lo podía imaginar? Pero, ¿es que puede el vinagre tener uncontenido o puede servirnos de enseñanza? Tal vez más de lo que parece. Unavaloración es la del vinagre en sí mismo; pero al margen de las razones por las queacostumbraban los romanos a dar vinagre a los crucificados cuando tenían sed, nopodemos menos de recordar la relación que puede existir entre la entrada y la salidade Jesús en su paso por la tierra.

JSu nacimiento en un pesebre es la entrada en el mundo por la puerta de la pobreza, dela que siempre estará acompañado: la pobreza humana manifestada en la ausencia desemejantes, en la soledad familiar y en la única acogida de la creación, representadapor la especie animal y la fría realidad de un establo, pero también la pobreza físicaque significa el pesebre, transferencia a la realidad de la expresión: «no tener dondecaerse muerto». En el momento de partir de este mundo, la cruz sustituye al pesebre,los verdugos a los animales, el espectáculo a la intimidad, el dolor de la muerte algozo de un nacimiento y el vinagre a la leche materna.

J¿Podemos imaginar la escena? Jesús ya no puede resistir y exclama: ¡tengo sed! Lossoldados, que probablemente estarían impacientes y esperando que Jesús murierapara volver a casa o ir a divertirse, cogerían con sus manos sucias -y tal vezsalpicadas de restos de sangre de los crucificados - la esponja con la que servían elvinagre a los crucificados, más sucia que sus manos - ¿la lavarían alguna vez opensarían que no era necesario en función del servicio que hacía? - y poniéndola enel extremo de un palo la empaparían y se la acercarían a Jesús, que no la rechazó,sino que «tomó el vinagre».

J¿Tiene un significado espiritual esta escena? Creo que sí. El vinagre era la última pieza

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del mecanismo de la pasión, la última expresión de la capacidad brutal de unahumanidad pecadora, el último trago de amargura para el despreciado y rechazadoSalvador de los hombres. El soldado, en nombre de los pecadores, en vez decompadecer al inocente, confirma con un gesto tan simple todo lo que se ha hechocon él. Ni el pecado puede dar marcha atrás, ni el pecador convertirse por sus propiasfuerzas. De algún modo, la toma del vinagre es la síntesis de la historia de lasalvación: la aceptación, por parte de Jesús, del rechazo de los hombres, que élasume para convertirlo en salvación desde las alturas del amor doliente.

iYa no quedaba nada por hacer: «Todo está cumplido». El plan de la Trinidad para larestauración del Reino se llevó a cabo con toda la perfección, por eso ya no quedabaotra acción que la de entregar el espíritu. El hecho fue precedido de la inclinación decabeza, que estuvo más o menos levantada mientras hubo vida; y la vida se mantuvomientras tenía sentido porque había algo que hacer. La entrega del espíritu marca elpaso de un estado a otro.

JEl espíritu de Jesús siempre estuvo en perfecta comunión con el Padre mientras estuvodesarrollando la misión que el Padre le había encomendado; pero una vez terminadasu misión como hijo de hombre, ya sólo le queda la dedicación al Padre desde laplenitud de comunión. La entrega del espíritu al Padre es la liberación del espíritufrente a todas las trabas y limitaciones anteriores. El final de Jesús es el camino aseguir por los discípulos: dejar atrás la misión cumplida para entregar el espíritu, conél y por él, al Padre.

¡Vaya final el tuyo, Señor! Ya habría sido un gran crimen condenarte a muerte siendoinocente; pero humillarte de esa manera es algo que no tiene nombre. Y lo más grave detodo es que allí estuvieron presentes nuestras manos para darte el vinagre, porqueaquellos pobres soldados no eran más que unos mandados que nos estabanrepresentando a todos los pecadores del mundo y de la historia. Sí, Señor, fue nuestropecado el que te crucificó y el que te dio el vinagre; pero parece que no le damosimportancia al hecho y nos consolamos pensando que no estábamos físicamentepresentes. ¡Como si esto nos excusara! Aunque no esté de moda en nuestro tiempo, yote ruego, Señor, que nos des conciencia de nuestro pecado para que no vivamosengañados.

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«Si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda él solo, pero si muere da muchofruto» (Jn 12,24).

Si la observamos en su conjunto, la enseñanza de Jesús parece con frecuenciadesconcertante, tanto por su contenido como por su forma. Unas veces pareceincomprensible y absurda, como esta expresión: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Siuno come de este pan vivirá para siempre» (Jn 6,51). Pero otras veces es de unasencillez aplastante, como en las parábolas o en los temas con los que el Maestro enseñausando ejemplos de la vida agrícola o pastoril que la gente conoce perfectamente, entrelos que se encuentra la siembra del trigo.

iTodos habían visto y presenciado de cerca la operación de la siembra, en la que la tierra,una vez preparada, aireada y limpia de malas hierbas, estaba lista para acoger lasemilla que se sembraba en el otoño. Todos habían visto al agricultor lanzar el granoal aire para extenderlo sobre la superficie, a los pájaros revoloteando cerca y listospara comerlo si les dejaban, y la operación final, cuando la tierra se volteaba paraenterrar el grano, que pronto empezaría a germinar si la tierra tenía el grado dehumedad necesario, o quedaba a la espera de las lluvias propias de la estación, que leproporcionarían la humedad apropiada para empezar a crecer.

JPartiendo de esta sencilla operación agrícola, el Señor lleva a los discípulos al terrenoespiritual para hablarles de otra siembra. Y es que en el fondo hay un granparalelismo en los procesos de la vida humana y espiritual, sobre todo en sus aspectosfundamentales, que son: nacer, crecer y morir; y de modo más simple aún: vida ymuerte. Las restantes actividades son circunstancias que colaboran a la gestación ydesarrollo de estas dos grandes realidades existenciales.

iEl grano de trigo lleva vida en sí mismo, aunque sea el grado más elemental de vida,como es el vegetal. Lo que importa es que lleva vida y, como todo ser vivo, tienecapacidad de reproducir vida siempre que se den las condiciones apropiadas.Paradójicamente la primera de ellas es que tiene que morir. Pero, ¿cómo puede darvida si muere? En realidad no se trata de pérdida de vida sino de transformación devida. El grano sembrado, sepultado simbólicamente, muere como tal, deja de ser loque era para transformarse en algo diferente y nuevo. En cuanto empieza a germinar,ayudado por la humedad necesaria, y a desarrollarse mediante la colaboración delalimento que le proporciona la madre tierra, empieza a perforar verticalmente la capaque le envuelve y a recibir también desde entonces la colaboración del aire, de la luzy del calor, que lo llevan al crecimiento. Luego quedará formada la espiga, que es la

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multiplicación del grano que se enterró, y una vez madure en el tiempo de calor,estará lista para separar el grano de la paja y llevarlo al granero con el fin de que sirvade alimento al hombre o quede a la espera de la siembra.

JEl Maestro nos enseña, a partir de este proceso agrícola, lo que acontece en el terrenoespiritual, donde tambien es necesario morir para dar fruto. Esta muerte se aplica, enel caso del Señor, a su propia experiencia de muerte física en la cruz, cada día máscercana, median te la cual va a traer a la humanidad tanta vida, que todos loshombres podrán participar de ella y ser re-engendrados con ella. La muerte delMesías - el grano de trigo venido del cielo - va a ser la expresión visible de unproceso invisible, que tiene lugar en el terreno espiritual.

1JLa humanidad, que yacía en sombras de muerte (cf. Lc 1,79), había perdido la vida -la comunión con Dios- por el pecado, de modo que desde entonces no sabía qué erala vida ni dónde estaba; en consecuencia permanecía en la muerte y sufría lasconsecuencias de la muerte. La única solución para escapar a la situación era laregeneración de la especie por medio de Jesúcristo, el grano de trigo incontaminado.Al tomar naturaleza humana y hacerse cargo de la muerte que soportaba lahumanidad, iba a dar muerte a la muerte en sí mismo, de tal modo que los granos quesalieran de su espiga estarían renovados y tendrían nueva vida.

JEste proceso puramente espiritual tiene su expresión visible en la muerte físicaanunciada por el Señor. Es la primera parte de las dos que forman el procesocompleto: muerte y resurrección. Por la muerte queda enterrado lo viejo, el pecadogenerador de muerte y la muerte misma; luego, en la resurrección, se produce laexplosión de vida oculta en la semilla enterrada en la cruz. Para que llegue a brotar lavida nueva hay que enterrar la condición anterior, hay que enterrar el pecado yesperar que la vida que hay en el grano de trigo que ha dado muerte al pecado,regado por la sangre de la cruz, atraviese la losa que cubre la sepultura, como la tierracubre el grano, y resucite ofreciéndose como espiga nueva dispuesta a dar vida aquienes lo coman.

iAunque de manera distinta, es necesario que este proceso se repita en cada discípulo,que tiene que morir al hombre viejo, enterrar su ego y poner su pecado en la cruz,para poder participar de la verdadera vida que hay en Cristo y convertirse en granomultiplicador de la vida que ha recibido, sin olvidar que no puede aspirar a ella enplenitud más que buscándola en el lugar conveniente y del modo apropiado: pasandopor la cruz y dejándose renovar por la sangre que purifica de todo pecado (cf. 1 Jn1,7), pero manteniéndose también en ella con el crucificado hasta la muerte total delhombre viejo, algo que tiene que preceder a la resurrección, de la que sólo el granomuerto puede tomar parte.

JLa solución en términos comprensibles es que: «El que ama su vida, la pierde; y el que

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odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna» (Jn 12, 25). ¡Odiar lavida... amar la vida! Jesús se refiere ahora aquí a la vida temporal en oposición a laeterna, al contenido de la vida temporal tomada como fin en sí misma, sin visión de lavida eterna, para la que debe ser camino y preparación. Amar la vida es tomarlacomo meta, entregarnos a ella y disfrutarla como meta. Y como esta vida es laplataforma del pecado que priva de la vida eterna, podemos quedarnos sin la últimacuando optamos por amar la primera. Odiar la vida es considerarla y tratarla comorealmente es, como la ocasión para dar muerte a la muerte eterna y hacernospartícipes de la vida eterna.

❑Lo que en definitiva ocurre es que no se puede amar simultáneamente las dos vidas,porque son contrarias como los conceptos vida y muerte. Por eso, en frase delMaestro, «el que ama su vida (la terrena) la pierde (la eterna)», y al contrario. No esun juego de palabras, ni siquiera es un juego, es el único negocio importante delhombre sobre la tierra que, dedicado a muchos pequeños e inútiles negocios, pierdede vista con tanta facilidad el único importante, el que tiene que ver con la vida o lamuerte que no acabarán.

Señor, ante todo, gracias porque tu amor te llevó a correr la difícil aventura de hacertegrano y dejarte enterrar en la tierra de la cruz que tú regaste con tu propia sangre.Gracias, Señor, porque tú no tenías necesidad de odiar tu vida en este mundo, y sinembargo, lo hiciste para darnos la vida a los que sólo podíamos permanecer en muerte. Ygracias, Señor, porque de tu muerte ha brotado y sigue brotando vida para todos losmuertos de este mundo que se presten a recibirla.

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«Sialguno guarda mi palabra, no verá la muerte jamás» (Jn 8,52).

Esta experiencia de Jesús durante su diálogo de sordos con los judíos, porque éstos nofueron capaces de escuchar, es el final de una serie de afirmaciones que Jesús haceacerca de su palabra, cuyo resultado final va más allá del conocimiento, incluso espiritual,para presentarla como don de vida en quien la escucha y la guarda.

JEn su discurso sobre la palabra establece una relación permanente entre palabra yverdad, que empieza en la misma fuente de la Palabra, que es el Padre. Jesús nohabla por sí mismo, al contrario «el que me ha enviado es veraz, y lo que le he oído aél es lo que hablo al mundo» (Jn 8,26). Aunque él puede presumir de estar libre deengaño y de mentira, atribuye al Padre la gloria de la verdad, mientras se reserva parasu persona la autenticidad y la pureza en la transmisión de esa verdad.

1JOtra característica es que su palabra sirve para la identificación y definición de losbuenos discípulos: «Si os mantenéis fieles en mi Palabra, seréis verdaderamente misdiscípulos» (Jn 8,31). Se han dicho muchas cosas acerca de qué es un cristiano ycómo se le conoce; con frecuencia se ha puesto énfasis en características accidentalesque tal vez interesaba defender en ese momento; sin embargo el Maestro - elCatedrático de la asignatura - lo dice sencilla y claramente: discípulo suyo es quienguarda su palabra, es decir, quien permanece en ella. ¡Cuántas veces juzgamos a losdiscípulos como buenos o malos de acuerdo con las palabras que les oímos decir oalgunas obras que les vemos realizar, siendo que la única norma válida es la demantenernos en su palabra y obrar de acuerdo con ella!

1JPara lograrlo hay que empezar por conocerla intelectual y espiritualmente. Hay queacercarse a la palabra y adquirir el conocimiento intelectual necesario, que resultasiempre insuficiente. Esta fase sólo es la preparación para el conocimiento interior porel Espíritu, que es el único que nos la puede iluminar para adentrarnos en su misterioy que puede dárnosla transformada en vida. Si no llegamos a este punto no estamostodavía libres de la muerte a la que se refiere el Señor. Cuando aprehendemosintelectualmente la palabra y la guardamos por el Espíritu hasta hacerla vida ennosotros poniéndola en práctica, entonces y sólo entonces nos estamos comportandocomo verdaderos discípulos.

❑La palabra - cualquier palabra - puede llevar una carga de verdad o de engaño, quelógicamente producen resultados diferentes. Esto sucede en el plano humano y en elespiritual. El Señor les habla de una de estas consecuencias: la permanencia en supalabra lleva a conocer la verdad (cf. Jn 8,31). Está hablando de la verdad absoluta,

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de la Verdad con mayúscula, que es él, y de las verdades derivadas de la Verdad. Éles la Verdad porque no puede haber engaño ni mentira en él, que es el Logos oPalabra eterna. Por eso todo lo que deriva de él es verdadero y produce efectosrelacionados con la verdad, el primero de los cuales es el conocimiento de la verdad,en contraposición al diablo, del que dijo el Señor: «No se mantuvo en la verdadporque no hay verdad en él; cuando dice la mentira dice lo que le sale de dentro,porque es mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44).

JConocer la verdad en términos absolutos - de modo intelectual y espiritual - tiene,además de otras consecuencias, la de introducirnos en la libertad interior, laverdaderamente importante, porque la Palabra nos da la oportunidad de abrirnostambién a los efectos de la Verdad. El conocimiento de la verdad nos relacionainmediatamente con las dos realidades más importantes - Dios y el hombre - y suscualidades más profundas, entre las que destaca la condición de pecadores para losseres humanos. La vida que trae la Palabra no se hace vida real en el hombremientras no elimina la muerte que lo posee, que es la que deriva del pecado, porque«todo el que comete pecado es un esclavo» (Jn 8,34). La libertad tiene su origen enla Palabra y es puesta a disposición del hombre mediante la verdad: «Conoceréis laverdad y la verdad os hará libres» (Jn 8,32).

iEn el principio de todo este proceso hay un problema básico: ¿Quién escucha la Palabra?Este es el paso previo: si no hay escucha, se corta la posibilidad de fruto. Y elMaestro dice: «El que es de Dios, escucha las palabras de Dios» (Jn 8,47). ¿Quésignifica «ser de Dios»? Por supuesto no significa vivir ya como discípulo, porque ental caso ya no sería necesario escuchar la palabra más que como un proceso deprofundización y crecimiento que dura toda la vida. Parece que el Señor se estárefiriendo al hecho de empezar a escuchar, por lo que «ser de Dios» equivaldría abuscar a Dios y su verdad, en oposición a vivir bajo la mentira y la autoridad delmentiroso. En el corazón de todo ser humano hay necesidad de Dios y una llamada aobedecer los mandatos impresos en su conciencia, mientras se le sigue buscando.Quien a partir de aquí busca sinceramente es de Dios y está en condiciones deescuchar las palabras de Dios.

JEl extremo opuesto está ocupado por los judíos, que no las escuchan porque no son deDios (cf. Jn 8,47). Parece un insulto a los judíos por parte de Jesús, decirles que ellosno son de Dios. ¿Acaso no eran el pueblo de Yahveh, de quien él había dicho que erasu propiedad personal? (cf. Éx 19,5). ¿Cómo se atreve Jesús a decir lo contrario?Porque en la oferta de Yahveh había una condición: «Si de veras escucháis mi voz yguardáis mi alianza» (Éx 19,5). ¿No suena esta expresión como la de Jesús a losjudíos? ¿Qué diferencia hay entre escuchar su voz y guardar su alianza, que diceYahveh, y la de «permanecer en su Palabra», como dice Jesús?

iEl hecho grave es que los judíos, a pesar de los títulos, el templo, el culto, las sinagogas

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y sus antecedentes, «no son de Dios», porque no han sido fieles a Yahveh y sualianza; por eso no pueden entender las palabras de Jesús. Y por si hubiera duda, elSeñor les ilumina la situación: «¿Por qué no comprendéis mi lenguaje? Porque nopodéis escuchar mi palabra. Vuestro padre es el diablo, y queréis cumplir los deseosde vuestro padre» (Jn 8,43-44).

JCuando el hombre se encuentra frente a frente con la Palabra de Dios pura, sinadulterar y ungida por el Espíritu, sólo caben dos reacciones: se escucha o se rechaza.La tercera vía, la de la indiferencia, no cabe aquí. Si la acogemos, nos hacemosbeneficiarios de toda su riqueza, convertida finalmente en vida; y si no la aceptamos,entonces la rechazamos sirviéndonos de alguna de las numerosas variantes quetenemos a nuestro alcance, una de las cuales es la que aquel día usaron los judíos,que «entonces tomaron piedras para tirárselas» (Jn 8,59).

Tú, Señor, eres la Palabra eterna y te haces hombre para comunicarte al hombre, paraponerte a nuestro alcance y para que podamos aprovechar todas las riquezas que nosofreces a través de tus palabras. Y los hombres, una vez más, preferimos la palabreríahumana en vez de acoger tu palabra, porque nuestra fe carece de los mínimos necesariospara acogerla. Y lo peor es que ni siquiera nos animamos a recibirla después de saber quetu palabra nos trae también la fe que necesitamos para empezar a relacionarnos con ella.Y tú, que ya no sabes qué hacer para sacarnos de nuestro letargo, decides esperarpacientemente que algún día despertemos. Gracias, Señor, por tu infinita paciencia.

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«Salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y levantandola voz dijeron: 'Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros'. Al verlos, les dijo: Id y

presentaos a los sacerdotes'. Y mientras iban quedaron limpios. Uno de ellos, viéndosecurado, se volvió glorificado a Dios en alta voz, y postrándose en tierra a los pies de

Jesús, le daba gracias, y éste era samaritano» (Lc 17,12-16).

La lepra era una enfermedad tan conocida como odiada en los tiempos de Jesús, hasta elpunto de que el leproso era expulsado de la sociedad para evitar el contagio y sólocuando los sacerdotes daban autorización, porque la creían curada, podía el leprosoreintegrarse en la sociedad. Por eso los leprosos le salieron al encuentro cuando iba «decamino a Jerusalén» (Lc 17,11), en pleno descampado.

JEllos, que sin duda, habían oído hablar de las obras de poder que se estabanpresenciando en Israel, se habrían planteado la necesidad de estar atentos al posiblepaso del Maestro por los caminos cercanos a su morada - tal vez alguna cueva - ysalir a su encuentro pidiéndole misericordia. Y hasta es posible que se hubieranorganizado el trabajo: quién vigilaría los caminos, qué turnos de vigilancia harían,cómo darían la señal cuando lo divisaran, dónde saldrían a su encuentro y quién ledirigiría la súplica. Luego llevaron el plan a la práctica. Después de esperar un tiempo- no sabemos si corto o largo - llegó el día esperado. El centinela hizo la señalconvenida y todos fueron corriendo a ocupar su puesto y dispuestos a hacerlo lomejor posible. Era la oportunidad de su vida y no podían dejarla pasar. Tal vez sepusieron nerviosos y su corazón empezó a latir deprisa, porque sabían lo que estabaen juego y todo su futuro dependía de un momento; no podían fallar.

JY llegó la ocasión. Jesús y los suyos se pusieron a su alcance al pasar frente a ellos a laentrada del pueblo y, manteniendo la distancia establecida, levantaron la voz. Habíaque levantar la voz, por supuesto, porque lo primero que tenían que conseguir eraque les escuchara, ya que en caso contrario el fracaso era seguro. Tal vez el que teníamejor voz era el elegido para empezar, pero después se unirían todos, repitiendo lamisma frase colectiva: «Ten compasión de nosotros». Ante esta súplica no es difícilimaginar cómo Jesús y los acompañantes volverían la cabeza hacia el lugar de dondeprocedían las voces que dieron origen al resto del encuentro.

iParece que en esta ocasión el Señor no se hizo de rogar, tal vez por la súplica certera delos leprosos, que no se plantearon la capacidad del Maestro para curarlos ni fueroncon rodeos, y porque tuvieron la habilidad de tocar su punto flaco, es decir, de ir a la

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fuente del poder, al motor de sus obras, que era su corazón compasivo, sede de susentrañas de misericordia, que el Padre le había dado para hacer visible y activo suamor entre los hombres.

JAquellos hombres no eran cultos ni habían hecho cursos o talleres de oración, perosupieron orar dejándose llevar de la poca fe que tenían y poniéndola en práctica. ¿Noes lo que Jesús esperaba siempre de quienes le pedían obras milagrosas? Nosotros,que sabemos mucho más que ellos acerca de la oración, no logramos resultadossemejantes; pero no nos preguntamos la razón, sino que la inventamos; no importa sies o no es correcta, lo que nos preocupa es tener una razón para justificarnos, aunquesea falsa, porque no es la verdad lo que buscamos, sino la tranquilidad; tenemosmiedo a imaginar y descubrir lo que no nos gusta, como por ejemplo, nuestra falta defe, una carencia tan real y sorprendente como inexplicable, en parte porque no noshemos preocupado de su desarrollo, y en parte también porque no nos han ayudado adesarrollarla quienes han intentado hacernos creer -y no son pocos - que los signos yseñales no son para nuestros tiempos. Por eso, no disponemos de un mínimo de feque nos empuje a acercarnos al Señor y gritarle, como los leprosos, pidiéndolemisericordia y conmover su corazón.

JLa fe - la poca o mucha fe que tuvieran - fue puesta a prueba: «Id y presentaos a lossacerdotes». Ellos obedecieron mientras pensaban que no entendían el porqué deaquel mandato, ya que la lepra seguía siendo tan visible como antes; sin embargo,obedecieron. Así trabaja la fe, que no nos lleva a hacer o decir porque vemos, sinoporque confiamos mientras no vemos. Los resultados vienen después: «Mientras ibanquedaron limpios». La desaparición de la lepra es la respuesta en fe al mandato deJesús.

JA veces nos parece que la oración es algo muy complicado, pero en este caso el éxitodependió de pocas condiciones: acercarse al Señor creyendo que puede hacerlo,pedirlo de todo corazón, apelar a su misericordia, y obedecer sus instrucciones. Losdiscípulos deberíamos hacer examen de nuestra oración cuando no vemos resultadosen ella.

❑La segunda parte tiene que ver con el comportamiento posterior al encuentro. Entrelos leprosos sólo uno volvió a darle gracias. ¿Es que los demás no se lo agradeceríanen su corazón? Creo que sí. Lo que debió suceder, en mi opinión, fue que el gozoque les embargaba era superior a su capacidad de agradecimiento en ese momento.Es posible que más tarde se acusaran a sí mismos de ese fallo. Lo que aquí se da aentender es que el samaritano, a pesar de experimentar el mismo gozo que los demás,tenía mayor capacidad para el agradecimiento que los judíos. Ampliando la reflexión:su condición de más pequeño, de más despreciado, de segunda categoría, dediferente, le hace más sensible a la humildad, a la alabanza y a la acción de gracias. Alos otros tal vez les preocupó más en ese momento obtener el visto bueno de los

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sacerdotes para poder integrarse en la sociedad; y es que, una vez más, también ellospensaron en sí mismos en primer lugar, aunque se tratara de agradecer su obra aquien les había devuelto la salud.

Aquí hemos conocido, Señor, cómo actuaste con estos pobres enfermos de lepra, cuandofueron capaces de presentarse ante ti y suplicar con fe tu ayuda. Y se me ocurre pensarque tú, que has venido a salvar al hombre entero, también estás dispuesto a escucharnuestras súplicas hoy, como las escuchabas entonces, y a realizar tus obras comoentonces, sin reparar si nuestras necesidades son físicas, psíquicas o espirituales. ¿Acasono prometiste estar con tus discípulos hasta el final de los tiempos? Pero la experiencianos dice que algo está fallando. ¿Será que no sabemos suplicar como ellos o será que notenemos la fe de ellos? También cabe la posibilidad de que pensemos que no tenecesitamos como ellos. Una cosa es segura: que tú no tienes la culpa. ¡Pero algo estáfallando!

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«Tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo único, para que todo el que crea en él noperezca, sino que tenga vida eterna» Un 3,16).

Nuestro conocimiento de Dios suele ser tan pobre y tener tantas lagunas, que la mayorparte de las personas apenas tienen algunas referencias superficiales; otras, las que hanprofundizado en el estudio de Dios, tienen un conocimiento más amplio; pero aunhabiendo mucha diferencia entre unos y otros, resulta insignificante en términosabsolutos, porque la gran diferencia está entre lo que el hombre conoce y lo que ignoraacerca de Dios. Tener ideas acerca de Dios no es suficiente para tener conocimientoverdadero, porque Dios es espíritu, y las ideas acerca de lo espiritual son algo así como lasombra de una realidad. Por la sombra sabemos que detrás hay un edificio, un árbol ouna persona, por ejemplo; pero ¿podemos decir por eso que conocemos el edificio, elárbol o la persona?

iAunque partimos del conocimiento intelectual, el verdadero conocimiento de Dios esespiritual, y sólo podemos alcanzarlo espiritualmente, es decir, por vía espiritual y conla ayuda del Espíritu Santo. El poco conocimiento espiritual que los hombres tenemosacerca de Dios se debe principalmente a la falta de relación con el Espíritu Santo, yno por culpa suya precisamente. La experiencia del Espíritu y el conocimiento deDios son dos realidades inseparables.

JA partir de aquí no podemos esperar otros efectos que los que derivan de esta realidad:el desconocimiento de Dios implica desconocimiento de sus cualidades, de su modode hacer, de la causa de sus acciones, del valor de las mismas, de sus objetivos, etc.Y aunque «sepamos» algo, aunque tengamos la sombra de muchas de estasrealidades, nos mantenemos al margen de casi todo y, como en el caso de la sombra,recurrimos a Dios intentando usarlo cuando creemos que nos puede ser útil, y pocomás.

1JY creo que algo así sucede con el amor de Dios. Sabemos que Dios nos ama, porquenos ha sido revelado y demostrado, pero, ¿de qué nos sirve el amor de Dios si sólosabemos que existe? ¿De qué nos sirve, si no nos lo apropiamos y nos dejamosalcanzar por él? Y, ¿por qué los hombres, que somos conscientes de este amor, nonos beneficiamos más de él? Hemos dicho que nos falta la relación espiritual conDios y por lo mismo con su amor. Y, ¿por qué no la tenemos más profunda? En elpunto de partida hay un problema de fe. La fe nos introduce en las realidadesespirituales, y nos hace partícipes de ellas en la medida en que es auténtica y sedesarrolla en nosotros; nos dispone para la acción del Espíritu y nos acompaña entodo el crecimiento espiritual.

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1JLeemos y escuchamos la grandeza infinita del amor de Dios al hombre, que llega alextremo de entregar a su Hijo único para que el mundo pueda salvarse de lacondenación a la que se encuentra abocado a causa del pecado, pero nos quedamostan frescos. Nos llega la noticia de un crimen cerca de nuestro domicilio, por ejemplo,y nos conmocionamos. Estamos preparados para poner nuestras emociones ensintonía con lo que nos rodea, pero no estamos igualmente dispuestos para conectarcon el terreno del espíritu, porque nos suena como algo lejano e imaginario. Por esopermanece mos impertérritos ante el anuncio del amor generoso y sin límites de Dios.

iTal vez los discípulos de Cristo, muchos de los cuales oímos cada día de las maravillasde Dios sin sentirnos sacudidos por ellas, deberíamos examinar nuestra posición y verqué tendríamos que cambiar para ser capaces de sintonizar con el amor de Dios ydejarnos sorprender por él, por ejemplo. Tal vez tendríamos que dedicar más tiempoy esfuerzo a conocer nuestra verdadera realidad espiritual y trabajar paradesarrollarla, eliminando los obstáculos y colaborando más activamente con elEspíritu. Tal vez deberíamos empezar con el examen de calidad de nuestra fe, sintemor a lo que pudiéramos descubrir; o tal vez tendríamos que empezar por elprincipio de toda experiencia espiritual, que nos lleva a mirarnos en el espejo de laconversión a la luz de la Palabra de Dios, y restaurar sin complejos, desde nuestroreconocimiento de pecadores, todos los defectos de nuestro edificio espiritual,empezando por los cimientos. Y hasta es posible que en algún caso tuviéramos quedemoler el edificio, parcial o totalmente, porque nos iba a resultar menos costoso entiempo y esfuerzo levantar uno nuevo que restaurar el viejo.

iNo es racional, ni siquiera hablando humanamente, el hecho de que nos encontremosante la obra de amor que Dios ha llevado a cabo en el hombre, la oigamos o laleamos, y nos quedemos como si aquí no hubiera pasado nada. La falta de reacciónlo dice todo por sí misma. Sin embargo, la obra de Dios, el modo de llevarla a cabo ylos beneficios que se siguen de su intervención no son para quedarse ni quietos, nimudos, ni impasibles.

Señor, si no nos hubiéras revelado que tienes entrañas de misericordia y que es eterno tuamor, podríamos deducirlo a la vista de la paciencia que tienes con nuestrocomportamiento, que parece increíble ante la manifestación de tu amor a los hombres.Porque saber que has muerto para que tengamos vida, de la que hubiéramos carecidoeternamente si no lo hubieras hecho, y quedarnos impasibles ante la noticia esincomprensible. Por reacciones menos llamativas mandan a la gente al psiquiatra. Lo quepasa es que como a los psiquiatras espirituales nadie los considera necesarios, seguimos

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con nuestra locura, como si aquí no pasara nada.

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«Jesús, lleno del Espíritu Santo, se volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu aldesierto, donde fue tentado por el diablo durante cuarenta días» (Lc 4,1-2).

La relación entre Jesús y el Espíritu Santo no deja de ser en cierto modo sorprendentedesde nuestro punto de vista. Parece como si el Espíritu Santo fuera tomando posesiónde Jesús poco a poco y fuera manifestándose a medida de su crecimiento espiritual. Ynos preguntamos: ¿No es Jesucristo obra del Espíritu en el seno de María? En tal casohay que pensar que el Señor está lleno del Espíritu Santo desde el primer momento,porque es obra suya y porque está libre de pecado; al fin y al cabo es el pecado el únicoobstáculo que condiciona y limita la presencia y la acción del Espíritu en nosotros.

JJesús estuvo en efecto lleno del Espíritu desde el primer momento en que se hizo carney acampó entre nosotros, pero la manifestación de esa plenitud fue gradual a lo largode su vida, teniendo especial relevancia en su bautismo en el Jordán, antes deempezar su vida pública. Nos dice la Palabra que «Jesús progresaba en estatura, ensabiduría y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2,52). ¿Es lógico que Jesúsprogresara en gracia, mientras María es saludada por el ángel como la «llena degracia» (Lc 1,28)? ¿Es que María tenía una plenitud que faltaba a Jesús? María, enaquel momento, es llena de gracia por lo que el Espíritu está ha ciendo en ella; y deJesús se dice que queda lleno del Espíritu en el bautismo de Juan porque habitandoen él ya plenamente, se manifiesta y actúa en grado diferente.

JDespués de esa experiencia palpable «fue llevado por el Espíritu al desierto». Toda lavida de Jesús es conducida por el Espíritu, porque la plenitud del Espíritu esinseparable de una vida sometida al Espíritu. Desde otro punto de vista se puededecir que uno está lleno del Espíritu cuando toda su vida es conducida por él, pero noantes.

iCuando el Espíritu dirige plenamente la vida del cristiano, unas veces actúa directamenteen ella, y otras permite que agentes exteriores presionen de algún modo sobre ella,pero la dirección está siempre bajo su control para llevar al crecimiento a cadapersona. Esto mismo le sucedió al hombre Jesús de Nazaret. El Espíritu lo dirigió entodo momento, hasta el extremo de llevarlo al desierto, no para tentarlo porque Diosno tienta a nadie (cf. St 1,13), sino para permitir que el diablo le tentara. Aquél queiba a ser el intercesor de los hombres, se hizo semejante en todo al hombre y fueprobado en todo excepto en el pecado (cf. Hb 4,15). No puede sorprendernos que elEspíritu lo pusiera en situación de ser tentado, para que supiera qué es la tentación yademás tuviera una gran oportunidad de enseñarnos cómo hay que comportarse con

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el tentador, y en su caso concreto cómo usar la espada del Espíritu que es la Palabrade Dios.

JLa vida y la obra de Jesús fueron presencia y acción permanentes y absolutas delEspíritu en él. La plenitud del Espíritu significó plenitud en todo: en poder pararealizar signos y señales, en comunión con el Padre, en sabiduría, en unción para supredicación, en fortaleza para hacer frente a la persecución y la muerte... Por eso nohubo en él ningún fallo en ningún sentido, y por eso gozó de santidad y perfecciónabsolutas.

JLa vida cristiana, que se mide por el grado de imitación y transformación en Cristo, esen definitiva una correspondencia con la presencia del Espíritu Santo en el bautizado,como lo fue antes en la persona de Jesús. Del mismo modo, las obras del cristianodeben ser fruto de la presencia del Espíritu en él y de la colaboración de ambos comocoautores de las obras. Cuando esto no sucede, nuestras obras son sólo humanas, loque no quiere decir que no sean aceptables a Dios, sino que tienen distinto valor anteDios. Las obras que lleva a cabo el discípulo, que está en Cristo y obra en él, con él ypor él mediante la capacitación del Espíritu, son para el Padre obras del Hijo. Por elcontrario, cuando estas obras se llevan a cabo sin Cristo y por lo mismo sin elEspíritu, no tienen la misma calificación ante Dios Padre.

iLa consecuencia final es que el discípulo de Cristo debería obsesionarse por estar «llenodel Espíritu», porque ésta es la única posición correcta para poder vivir y obrar comoJesús, que es lo que en definitiva ha de tener como meta el discípulo. Desde estasituación todo sería factible, desde las obras pequeñas hasta la victoria sobre elpríncipe de las tinieblas.

No consta que tú, Señor, te resistieras cuando el Espíritu quiso llevarte al desierto, apesar de la apariencia tan poco atractiva de la aventura, tal vez porque sabías que podíasy debías fiarte del Espíritu y que él te estaba conduciendo de parte del Padre. Nosotros,sin embargo, no lo tenemos tan claro, a pesar de que es el mismo Espíritu el que quiereguiarnos. No creemos del todo en él, en sus capacidades, en sus planes, en sus métodos.Tal vez lo aceptaríamos más fácilmente si se hubiera `modernizado' un poco y seolvidara del diablo, del ayuno y de todas esas historias que ahora apenas se llevan; perocomo sigue erre que erre... Y mientras tanto tus planes para nosotros se quedan sinrealizar por pura cabezonería nuestra. Perdona, Señor, perdona y llévanos al desierto,aunque sea a la fuerza.

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«He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me haenviado» (Jn 6,38).

La voluntad, esa facultad misteriosa del ser humano, que le capacita para estar porencima del instinto y dominarlo, oponiéndose con frecuencia a él, es un aspecto de lasemejanza de Dios que él quiso proyectar en el hombre. La voluntad tiene que ver con elmodo de actuar y en general se expresa en el `sí' o `no', con el `quiero' o `no quiero',cuando se encuentra ante la posibilidad de obrar o de no obrar.

JHay ocasiones en que se hacen las cosas en contra de la voluntad que actúapasivamente, como sucede cuando sucumbe bajo la influencia de los instintos o deapetitos placenteros de la carne, o cuando cede en una situación por razones deinterés; otras veces el hombre termina haciendo algo «en contra de su voluntad», sies obligado a hacerlo, cediendo en último caso porque no puede evitarlo, al serviolentado y forzado físicamente; finalmente, la voluntad cede otras veces, aunquesea a regañadientes, para evitar un mal mayor.

JLa vida del hombre está construida sobre el querer y no querer. Cada acción de cada díaes respuesta al querer, al no querer o a una mezcla de querer y no querer, en que unade las dos actitudes vence a la otra. Del mismo modo las grandes decisiones de lavida es tán acompañadas de una de estas intenciones, aunque con frecuencia seanestimuladas o condicionadas por otros factores y condicionamientos externos,aceptables o rechazables desde el punto de vista de nuestros criterios. El hecho esque no se entiende como normal un ser humano que carezca de voluntad y se usa laexpresión de `pobre hombre' o `pobre mujer' para aquéllos que se dejan llevar porotros, porque son débiles de voluntad.

iJesús, el Hijo de Dios bajado del cielo, al hacerse hombre, «participa de la sangre y lacarne» (Hb 2,14) y se hace semejante a nosotros en todo menos en el pecado; por lomismo, está también dotado de voluntad propia. Se puede decir que está dotado deuna voluntad perfecta y total, de la voluntad que el Creador quiso otorgar al serhumano al crearlo, porque en él no se dan las limitaciones que tiene nuestranaturaleza a causa del pecado. Además, los criterios que orientan su voluntad tienenla señal de la verdad, porque en él no hay engaño, sino que es la Verdad. Comoresultado de estas dos premisas, sus obras son perfectas siempre; puede hacerlasperfectas y quiere hacerlas perfectas.

iPues bien, cuando parece que hemos encontrado por fin entre los hombres a unoperfecto, que nos puede dar lecciones acerca del uso óptimo e ideal de la voluntad, se

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expresa diciendo que no ha venido a hacer su voluntad, sino la del que le ha enviado.¿Cómo entenderlo? La primera lectura de la expresión nos hace pensar en otro `pobrehombre', que tiene que vivir haciendo sólo lo que le ordena el Padre y que no puede`permitirse el lujo' de querer, de no querer y de obrar según crea conveniente; o enun niño dirigido paternalmente, como si estuviera previamente programado todo loque tendría que hacer.

JPero la realidad es muy distinta: no es lo mismo carecer de voluntad que coincidir con lavoluntad de otro; en el primer caso hay pobreza de voluntad, pero en el segundo hayidentificación de voluntad; y esto es lo que le ocurrió al Señor en relación con lavoluntad del Padre. Entre ambos había identificación según sus propias palabras: «ElPadre y yo somos uno» (Jn 10,30). Esto implica que tenían el mismo pensar, sentir yquerer. El hombre Jesús de Nazaret tiene, por la plenitud del Espíritu que mora en él,los criterios del Padre y, en consecuencia, piensa y ve lo mismo que el Padre y quierelo mismo que el Padre: «He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino lavoluntad del que me ha enviado» (Jn 6,38). 0 para que lo entendamos también contérminos prácticos: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevara cabo su obra» (Jn 4,34).

JY ¿cuál es la voluntad del Padre, manifestada en el Hijo? Las afirmaciones que haceJesús no son abundantes, pero son suficientes para sintetizar la voluntad del Padre:«Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que él me hadado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad del Padre: quetodo el que vea al Hijo y crea en él tenga vida eterna y que yo le resucite el últimodía» (Jn 6,3940). Es confirmación de lo que ya había anunciado al principio de suvida pública, cuando dijo a Nicodemo: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijoúnico para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn3,16).

JLa misión del Hijo o la voluntad del Padre, que se identifican en la práctica, consistió entraer al hombre la vida eterna de la que estábamos privados a causa del pecado. Todolo demás - el anuncio de la Buena Nueva, sus obras, su muerte, su resurrección - sondistintos pasos para conseguir el objetivo final. Por eso, al dirigirse el Padre en elmomento en que su vida pública está llegando a su fin, le habla así: «Te heglorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomen daste realizar» (Jn17,4). Y cuando ya se está acercando la prueba final ante la que como hombrereacciona con pánico, razona diciendo: «Ahora mi alma está turbada, y ¿qué voy adecir: Padre, líbrame de esta hora? Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!»» (Jn12,27).

JLa voluntad del Padre es la razón de su vida y de cada momento de su vida. Se iniciacon el «he aquí que vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad» (Hb 10,7) y acaba con el«todo está cumplido» (Jn 19,30), que precede a la entrega de su espíritu al Padre. En

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resumen: el Padre tenía un plan para él, plan que aceptó en su totalidad al llegar aeste mundo y, al partir de aquí, lo contempla cumplido en plenitud y a la perfección.

¿Sabes, Señor, que nos das envidia al considerar y contemplar la obsesión que tenías porhacer la voluntad del Padre y la perfecta dedicación con que te empeñaste en llevarla acabo hasta las últimas consecuencias? También a nosotros, tus discípulos, nos gustaríapoder decir lo mismo respecto a la tuya, pero más vale no hablar. Sabemos que debemoshacerla y aceptamos que debemos hacerla; pero luego, cuando llega la hora de la verdad,te fallamos en casi todo. Para empezar, no ponemos demasiado esfuerzo en las cosasimportantes, en las que sabemos cuál es tu voluntad; por eso es normal que después nonos preocupemos casi nunca de buscar tu voluntad en las cosas menos importantes. Enconsecuencia dividimos nuestra vida en dos tipos de actuación: cuando tratamos de hacertu voluntad y cuando hacemos sólo la nuestra. Y lo peor de todo es que la situación nonos preocupa demasiado, aunque sigamos diciéndote: `hágase tu voluntad'.

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«Leví le ofreció en su casa un gran banquete. Había un gran número de publicanos y deotros que estaban a la mesa con ellos. Los fariseos y los escribas murmuraban diciendo a

los discípulos: '¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores?'» (Lc 5,29-30).

Como si de un partido de futbol se tratara, parece que también aquí hay dos equipos: poruna parte, los fariseos y los escribas; por otra, los publicanos, los pecadores, Jesús y susdiscípulos. La contienda está servida y lista para ser jugada con el balón de los criterios.Una diferencia importante: mientras unos comían los otros miraban y juzgaban. Los quecomían no se preocupaban más que de comer, aunque probablemente no conocían lafrase del sabio: `haz lo que haces'. Los que miraban se cansaron de mirar y de pensar ypusieron el balón en juego con la patada de la murmuración.

1JLos escribas y fariseos murmuraban. ¡Lógico! La murmuración es una forma deprotestar cuando no llueve a gusto de uno. Cada ser humano tiene tendencia aconvertirse en centro y medida de todo lo que le rodea y, en cuanto algo no le encaja,tiende a juzgarlo y rechazarlo; y si hay alguien que le escuche, a pronunciar en vozalta el comentario malintencionado y malicioso sobre las situaciones o personas queno están en su onda.

iLa murmuración y la queja pueden ser internas o externas, ocultas o manifiestas. Sudiferencia consiste en compartirlas o no con otros para buscar su aprobación, pero enambos casos son un caudal de maldad y suciedad que nacen en la fuente del corazón,el lugar de donde sale lo bueno y lo malo. Nos equivocamos cuando pensamos quesólo es punible la murmuración y la queja que se manifiestan. ¿No se ha dichosiempre que se puede faltar de pensamiento, palabra y obra?

iLa murmuración, que es pariente próxima de la soberbia, implica una queja a causa deldesplazamiento o la minusvaloración del yo, por un supuesto trato indebido, queconsiste en no ser considerados como merecemos - según nuestra opinión - osimplemente en no ser tenidos en cuenta. En definitiva, es un problema de falta decoincidencia en criterios y valoración de conductas, de falta de entendimiento entrelos hombres.

JPues bien, si esto sucede entre los humanos que andamos todos en la tierra, en la quehemos nacido y crecido, ¿cómo no va a haber falta de entendimiento entre loshombres de abajo y el que ha venido de arriba, en el que no hay engaño, porque es laVerdad y sólo puede hablar y obrar la verdad? ¿Cómo iban a entender los fariseos y

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sus escribas que Jesús y sus discípulos se sentaran a la mesa con «un gran número depublicanos y otros» (Lc 5,29) que, al parecer, debían ser semejantes a ellos?

JVolviendo a eso de las opiniones, los escribas y fariseos las tenían diferentes respecto desí mismos y de los demás: en su opinión, ellos eran los buenos, los justos, los queestaban cerca de Dios y eran preferidos de Dios, mientras publicanos y pecadoreseran la escoria de la que había que cuidarse, como si se tratara de una enfermedadcontagiosa. Aquí estaban haciendo una va loración moral, expresando juicios de valorpeligrosos, porque si las opiniones trataran de cosas triviales, su juicio no tendríatrascendencia, pero las opiniones sobre el bien y el mal, sobre la justicia y el pecado,son algo así como un robo hecho a Dios, que es el único que está en condiciones deconocer con exactitud el bien y el mal y, por lo mismo, de emitir juicio justo.

JLos escribas y fariseos estaban acostumbrados a verse por encima de los demás y enconsecuencia a creerse equivocadamente con capacidad para juzgar a todos y, lo quees más difícil, para opinar también sobre sí mismos. El fallo que tuvieron es queveían las cosas al revés y confundían el bien con el mal y lo justo con lo injusto, esdecir, su modo de ser y entender era opuesto al de Dios. Y lo más grave de todo esque se creían poseedores únicos de la verdad; desde ahí es como se atrevieron apreguntar semejante sandez, y lo hicieron porque la ceguera espiritual, en que lesmantenía su soberbia, ni siquiera les concedió el favor de la duda en relación a susopiniones.

JLos escribas y fariseos tenían fácil acceso a la murmuración porque el Maestro - elpersonaje de moda que además había invadido su terreno - no sólo no contaba conellos, sino que arremetía contra ellos. Tal vez por despecho, tal vez porque temíanque, si se dirigían al Maestro, iban a salir humillados, decidieron dirigirse a losdiscípulos con su malintencionada pregunta, que tenía más de acusación que depregunta.

1JAl principio tal vez empezaran pensando en su interior poco más o menos así: «¡Vayaprofeta de perra gorda! No tiene ni idea de quién es esta gente (tal vez dirían gentuza)y, si la tiene, mucho peor, porque entonces se hace como uno de ellos, al mezclarsecon ellos, en vez de mantenerse aparte y sin contaminarse, como hacemos nosotros.¿Por qué no nos imita? Es un pecador que se hace pasar por profeta, que embauca ala gente y que habla y hace milagros en nombre de Beelzebú». Luego lanzaron laflecha envenenada en forma de pregunta: «¿Por qué coméis con publicanos ypecadores?».

JPreguntaron a los discípulos, pero el Maestro entró al quite y respondió por ellos. Aúnno estaban preparados para responder, por lo que, si les dejaba contestar, diríanalguna tontería, de la que se aprovecharían los murmuradores diciendo: «Esto es loque han respondido sus discípulos, luego esto es lo que les enseña». Pero la astucia

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de los necios escribas y fariseos quedó malparada por el golpe que les propinó lasabiduría del Maestro, que probablemente les dejó peor de lo que estaban: «Nonecesitan médico los que están sanos, sino los que están mal. No he venido a llamar aconversión a justos, sino a pecadores» (Lc 5,31-32).

Estamos de acuerdo contigo, Señor, en que aquellos 'pájaros' tenían malas intenciones ynos alegramos de que les cortaras las alas. En cuanto tenían ocasión ya estabancriticando tus palabras y tus obras. Pero, ¡es que cuesta tan poco murmurar, Señor! Bienpensado, también a nosotros nos ocurre a veces, a pesar de llevar el nombre dediscípulos tuyos. Por ejemplo, cuando en nuestro interior pensamos que no teentendemos, que no haces caso a nuestras oraciones o que te despreocupas de nuestrasmalas situaciones. La verdad es que tenemos tan a mano la murmuración, que lo difíciles pararla. En resumen: aunque no nos lo proponemos, muchas veces somos imitadoresde aquellos a quienes nosotros juzgamos y condenamos por murmuradores. Perdona,Señor.

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«No necesitan médico los que están sanos, sino los que están mal. No he venido a llamara conversión a justos, sino a pecadores» (Lc. 5,31-32).

La falta de entendimiento mutuo entre los seres humanos es una característica importantey constante, no de la condición humana, ya que el hombre fue creado en la verdad, en laluz y en el entendimiento, sino del hombre pecador, de la naturaleza humana caída. Sucapacidad para el entendimiento en general y para la comprensión mutua quedó tocadapor la oscuridad y la tiniebla que el pecado deja por donde pasa. El primer ejemplobíblico, o por lo menos uno de los más relevantes, es el de la torre de Babel, símbolo yexpresión de la falta de capacidad de los hombres para comprenderse.

JDe hecho, los problemas entre las personas, las familias, las organizaciones, los partidospolíticos, las naciones o cualquier tipo de colectivos enfrentados tiene como base eldesacuerdo o falta de entendimiento. La oposición de sus criterios, o la simplediferencia, les lleva a enfrentarse en defensa de sus propios intereses. Si los hombrestuviéramos un modo único de pensar -y éste sólo podría darse estando todos en laverdad-, el mundo sería una balsa de aceite; pero la experiencia nos muestra todo locontrario. Si la humanidad llegara a esa situación, ¡cuántos problemas iban a tener losmedios de comunicación, que se iban a quedar sin la principal fuente de atracciónpara sus noticias!

❑El Maestro aprovechó la oportunidad una vez más, aun sabiendo que estaba perdiendoel tiempo con ellos, para poner las cosas en su sitio, para que la verdad resplandecierapor encima del error, cuando escribas y fariseos murmuraban porque comía conpecadores: «No necesitan médico los que están sanos, sino los que están mal». Hastaaquí no tendrían nada que objetar y parecía que por fin estaban de acuerdo en algo:no eran los buenos, como ellos, quienes lo necesitaban, sino los pecadores como lospublicanos. Y hasta creerían que el Maestro lo estaba confirmando al decir: «No hevenido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores».

❑También es posible que la palabra `conversión' les hiciera recordar una situaciónanterior, que les hizo dudar sobre aplicación de lo que el Maestro estaba diciendo. Talvez se acordaron de que otro hombre, anterior a él, conocido como Juan Bautista,que era de un corte parecido, ya había empezado su predicación hablando deconversión, lo mismo que Jesús, pero a ellos les habia llamado `raza de víboras' (cf.Mi 3,7-8). Algo no les estaba encajando.

❑Más que la opinión de los fariseos, nos interesa la de Jesús, que pone de manifiesto laesencia de su misión: el rescate de los pecadores. Desde el primer momento

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prescindió de todo tipo de actuación que diera pie para situarlo en una posición social,política y religiosa concreta, porque su misión no tenía ninguna de esascaracterísticas. Si se hubiera integrado en la política, el pueblo lo habría visto comoun líder, y los políticos como un peligroso enemigo a batir; si hubiera formado partede una clase social, eso significaría preferencia de unos en detrimento de otros; y sisu plataforma hubiera sido religiosa, sólo una parte de la sociedad ha bría estado a sualcance. El Maestro estaba por encima y más allá de todos, porque pertenecía a todosy había venido en busca de todos; por eso no podía ser de nadie y, si en definitiva seinclinaba por alguien, ésos eran los más necesitados de su mensaje y de su ayuda: lospecadores.

JAquí entramos todos, pero no todos estamos con la misma actitud para oír, recibir yresponder al mensaje y la oferta de salvación. Hay unos más dispuestos que otros; lospublicanos y pecadores estaban más abiertos a la salvación que los fariseos y susescribas, porque no tenían problemas de clase ni se autoproclamaban justos.

iLa respuesta de Jesús fue también síntesis de lo que podría ser un discurso. Frente a losdos términos empleados maliciosamente por los acusadores - publicanos y pecadores-, el Señor emplea éstos: sanos y enfermos, justos y pecadores, afirmando así que suobjetivo preferente eran los que ellos rechazaban. Con esto echaba por tierra toda lafilosofía religiosa de sus acusadores.

JJesús se limitó a hablar de aquéllos que todos consideraban pecadores, ya que hubierasido inútil intentar convencer a escribas y fariseos de que también ellos eran peces dela misma cesta. A los pecadores y publicanos los calificó de enfermos y, por lomismo, necesitados de atención médica. El pecado es la enfermedad que aqueja atodos los humanos, aunque haya pacientes que no quieran reconocerse enfermos, loque en definitiva sólo les sirve para permanecer en la enfermedad y quedar privadosdel tratamiento médico que restauraría su salud por completo.

JEl Señor habló al mismo tiempo, como médico, del medicamento adecuado paraalcanzar la salud, que no es otro que la conversión. Es curioso ver cómo losmedicamentos para las enfermedades físicas o psíquicas del hombre están cambiandoconstantemente, a medida que la ciencia va haciendo nuevos descubrimientos; sinembargo, los medicamentos del espíritu son los mismos desde los tiempos másremotos, sin que aparezcan otros que los sustituyan, por la única razón de que ni hayotros ni son necesarios. La conversión es el antibiótico único y definitivo para lasenfermedades del espíritu.

JTal vez porque la conversión es tan antigua, estamos ya cansados de oír hablar de ella,aunque no nos hayamos sometido de verdad a su tratamiento, y buscamos algo másmoderno, más adecuado a nuestros tiempos; pero mientras andamos con estastentativas, dejamos pasar la gran ocasión, como les sucedió a escribas y fariseos. Si

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fuéramos espiritualmente inteligentes, es decir, si nos tomáramos en serio la Palabrade Dios, comprobaríamos que no hay alternativa para la conversión y nosesforzaríamos por vivirla con todas nuestras fuerzas; cuando no lo hacemos, nosquedamos igual que aquellos pobres hombres, en nuestra falsa justicia; entretanto, losque se reconocen pecadores y necesitados, se benefician de la salud del Salvador.

Señor, te rogamos que no permitas que nos contagiemos con el mal de los fariseos ylleguemos a vernos como buenos en vez de pecadores. Tú lo sabes mejor, pero, ¿no esesto lo peor que nos puede pasar? Porque si uno está enfermo y lo sabe, puede ponerremedio; pero si cree que está sano estando enfermo, se expone a lo peor, que es lamuerte. Y esta experiencia es mala cuando se trata del cuerpo, porque acelera el fin de lavida temporal; pero es terrible cuando se trata del espíritu, porque puede suponer laentrada en la muerte eterna. Por favor, Señor, no nos dejes caer enfermos con laenfermedad de los fariseos. Gracias, Señor.

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«Se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: 'Yo te bendigo, Padre, Señor delcielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has

revelado a los pequeños» (Lc 10,21).

¿Es que Jesús no estaba lleno del Espíritu Santo desde el principio? ¿Acaso no poseía laplenitud del Espíritu? De otro modo: ¿es que el Espíritu no poseía enteramente a Jesús?Si es así, no tiene sentido que se llenara de nada procedente del Espíritu; y si algorecibió, parece lógico que algo le faltaría. Para entender la expresión «se llenó de gozo enel Espíritu», tenemos que recordar que una cosa es tener y otra muy diferente mostrar loque se tiene o dejar que se manifieste. Jesús estaba lleno del Espíritu, pero esta plenitudes una realidad espiritual que se posee espiritualmente y se vive en el espíritu, pudiendopor tanto manifestarse o dejar de manifestarse visiblemente, sin que por eso cambie lasituación.

1JSiendo las realidades espirituales un aspecto, y ciertamente el más importante, de lapersona que llega a la plenitud de su desarrollo como criatura de Dios, es lógico quepuedan tener una expresión a través de las potencias del alma, que a su vez se sirvendel cuerpo para hacerse perceptibles. El gozo del Espíritu es resultado de la presenciadel Espíritu en el hombre - realidad espiritual - y se presenta como uno de sus frutos(cf. Gál 5,22). Lo que en mi opinión sucedió en ese momento fue que el frutoespiritual del gozo se exteriorizó por medio de una expresión psíquica de gozo,acompañada de las palabras que pronuncia Jesús y de la posibilidad de percepciónpor parte de los que estaban con él.

JLuego encontramos una de las pocas oraciones conocidas de Jesús al Padre, en estecaso de acción de gracias. Los hombres, y en concreto los discípulos de Jesús,solemos dar gracias a Dios por sus dones, sus favores, sus bendiciones, suprovidencia, su protección, su misericordia... por lo que él va haciendo en las vidaspropias o ajenas y, sobre todo, por aquellos beneficios que tocan palpablemente laexperiencia y la vida. En este momento, Jesús quiso dar gracias al Padre por lo queestaba haciendo en sus discípulos, que era darles a conocer los misterios del Reino. Yes que el Reino de Dios es un misterio que el hombre no puede llegar a conocer ymucho menos a comprender, más que en la medida en que nos es revelado desde loalto.

JEl Maestro atribuye esta revelación al Padre, fuente de toda revelación y de todo don.En su lenguaje, tanto el Espíritu como él son los ejecutores de los planes del Padre,

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del que procede en definitiva toda bendición. Si Jesús atribuía al Padre lo que él hacíay decía (cf. Jn 5,19.30), ¿cómo no iba a atribuirle lo que recibían sus discípulos?Además de ser una demostración de humildad también lo era de amor, porque nisiquiera quería atribuirse la parte que le correspondía como colaborador del Padre. Suhumildad le llevó a no atribuirse nada, mientras su amor lo atribuía todo el Padre,para que toda la gloria le fuera dada a él: «Yo te bendigo Padre, Señor del cielo y dela tierra», es decir, autor de todas las bendiciones en la creación y también de las queahora se están presenciando.

J¿Nos imaginamos esta breve oración de Jesús? Es una oración hecha enteramente en elEspíritu; partiendo del conocimiento de la situación que están viviendo, manifiesta elgozo de su corazón agradecido por la acción misteriosa y amorosa del Padre en losdiscípulos. Se habría gozado antes de que la presencia y la acción del Padre sehicieran presentes en él, pero posiblemente le supuso mayor gozo aún ver como elPadre lo hacía en sus discípulos. Él estaba siempre con el Padre y el Padre con él, yahora podía gozarse porque el Padre ampliaba su comunión a los discípulos que lehabía dado.

iObservemos el modo de actuar del Padre: abrir los ojos a unos mientras en otros losmantiene cerrados; dar a conocer los profundos misterios del Reino a los ignorantes,a los subdesarrollados culturalmente, a los despreciados del mundo pero fieles a él,mientras los oculta a los ojos de los sabios e inteligentes. Estamos hablando de lascosas de Dios en las que los sacerdotes, los escribas y los fariseos eran especialistas.Si alguno de éstos escuchó a Jesús, es probable que lanzara al aire también algunafrase de protesta: «¡Vaya faena! ¿Para esto tanto estudiar, tanto maestro y tantaescuela? ¡Si al menos hablara de temas profanos! ¡No hay derecho!». Y luego tal veztrataría a Dios de injusto porque no entendía cómo podía permitir aquello. ¿Pero esque no habían aprendido ellos que Yahveh ensalzaba a los humildes y derribaba a lospoderosos? Eso lo sabían; lo que no habían aprendido precisamente es que ellos noestaban entre los humildes.

1JEso fue lo peor de todo: que ellos, como ciegos que no sabían que estaban ciegos, nocreían aplicable a su conducta la palabra del Maestro; al contrario, por creerse losposeedores de la luz y la verdad, pensarían que sólo ellos estaban en condiciones derecibir y entender los misterios del Reino. Una vez más, la forma de ver y entenderde Dios es diferente a la nuestra. Y lo peor de todo es que no escarmentamos encabeza ajena, sino que los hombres de hoy seguimos siendo tan torpes y estamos tanllenos de vanagloria como aquéllos y, por lo mismo, corremos el peligro de no vernada, a pesar de lo mucho que el Padre está haciendo delante de nosotros en nuestrostiempos.

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Es verdad que a veces nos cuesta mucho aceptar las enseñanzas del evangelio, porqueson tan distintas de lo que estamos acostumbrados a ver y vivir... Por ejemplo: deentrada a nadie le gusta ser pequeño, ser menos, ser pobre, ser humilde. Y luego resultaque el Padre se complace en revelar sus secretos y sus misterios a los pequeños y a loshumildes, mientras se las oculta a los sabios e inteligentes. Y no es que tenga manía a lossabios, sino que es necesario que los sabios pongan su sabiduría en el lugar que lecorresponde para que la sabiduría del Padre, que es mucho más importante, puedaocupar su lugar. Cuando no sucede así, los sabios se quedan con su sabiduría, pero sin lasabiduría de Dios. Señor, ayúdanos a ser siempre pequeños y sencillos, capaces derecibir los misterios del Padre y ponerlos en el sitio de preferencia de nuestra vida y alservicio de nuestra inteligencia.

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«Dice a Tomás: 'Acerca aquí tu dedo y mira mis manos, trae tu mano y métela en micostado, y no seas incrédulo, sino creyente» (Jn 20,27).

La fe es uno de los grandes problemas con los que día tras día nos encontramos losdiscípulos de Jesús. Por añadidura es uno de los problemas más difíciles de resolver,porque es propio del hombre hacer uso en primer lugar, y a veces exclusivamente, de susfacultades psíquicas, sobre todo de la inteligencia y la voluntad, cuando tiene queenfrentarse a las dificultades de la vida, en vez de buscar también la lectura sobrenaturalque siempre tienen y darles en consecuencia un tratamiento adecuado a todos los niveles.Este intento se aplica también de modo casi automático a las realidades espirituales, queen buena lógica deben ser tratadas espiritualmente y en las que las facultades psíquicastienen un papel secundario, por muy importante que sea. Cuando hay que caminar en fe,la inteligencia tiene poco que opinar, por lo que la responsabilidad principal recae sobre lavoluntad, y como resultado las dificultades crecen, ya que ésta suele moverse de acuerdocon la información de la inteligencia.

JLas preguntas que el hombre se hace acerca de Dios, de la vida y la muerte, del bien ydel mal, del tiempo y de la eternidad, es decir, las preguntas clave de la existencia,nos llevan de la mano al terreno de la fe. Aunque estaríamos más tranquilos sipudiéramos evitarlo, el desasosiego, que su sola presencia produce en nuestrocorazón por falta de respuesta, nos empuja a la búsqueda de alguna contestación parasus planteamientos. Y es que, cuando el hombre se encuentra en medio de unavorágine de circunstancias tan importantes, no tiene más remedio que coger el toropor los cuernos.

IJLa primera tentación del hombre que llega a ser consciente de que tiene que tratar conel problema de la fe, es la de evitar la situación por incómoda. Si quiere razonar nosabe cómo, y si razona, se da cuenta de que sus razonamientos no le llevan aresultados concretos y fáciles. Cuando a Tomás le hablaron los otros discípulos deque habían visto al Señor, su reacción fue de ese estilo: «Si no veo en sus manos laseñal de sus clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré» (Jn 20,25). Surespuesta es una forma de cortar radicalmente cualquier planteamiento de fe que se lehaga. Si el hecho en el que tenía que creer hubiera sido de menor envergadura, talvez se lo hubiera pensado un poco; pero creer que el Maestro había resucitado... erademasiado hasta para ponerlo en duda.

JOtra situación es la de quien no tiene más remedio que enfrentarse a los hechos. Porejemplo: cualquier persona normal llega a plantearse la existencia de un ser infinito y

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eterno, todopoderoso, creador del universo, etc. La vida, la creación, las maravillasque nos rodean... son una pregunta permanente que nos bombardea con su origen, suduración, sus cualidades, su autor, etc. Lo normal sería - aunque no sea lo frecuente -que indagáramos partiendo de la razón que, al no tener respuestas definitivas, nosempujaría a activar nuestra fe para seguir buscando desde ella. Sin embargo, no sueleel hombre decidirse a llegar hasta las últimas consecuencias, limitándose a aceptarcomo suficientes algunas de las respuestas prefabricadas que otros le dan, y quesuelen ser - ¡qué coincidencia!- las que le convienen por cómodas e irresponsables.La gente que pertenece a este grupo no rechaza la fe; al contrario, hacen uso de ellapero sólo parcial e interesadamente.

JFinalmente existe una minoría que parten de la razón y, sin prescindir de ella a pesar deque no les da la respuesta final a todas sus preguntas o no se les da en toda suamplitud, entran por la puerta de la fe para encontrar por ella la verdad que les falta.Es el método normal que usamos los creyentes para penetrar, pero sobre todo paravivir, los misterios que escapan al hombre racional porque, si bien sus efectosalcanzan también el terreno natural, su naturaleza y su experiencia son sobre todoespirituales.

JA Tomás se le propuso creer, pero rechazó la oferta a pesar de que el Maestro ya leshabía anunciado varias veces que resucitaría. Luego, el Señor lo calificó de incrédulo,que no quiere decir falto de fe, sino que habiendo tenido la oportunidad y hasta laobligación de creer, la ha rechazado. Por eso añade: «No seas incrédulo, sinocreyente». Pero la expresión más reconfortante del Maestro es la que sigue:«Dichosos los que no han visto y han creído». Y es que la fe que sucede a la visiónno es de la misma calidad que aquélla que precede a la visión, porque la primera es elresultado de algo que hemos visto u oído. La fe auténtica no tiene apoyos ni garantíasde la experiencia, es aceptación total de las realidades espirituales en sí mismas y porsí mismas, sin que los sentidos nos ofrezcan ningún apoyo. 0 dicho de otro modo: elapoyo sustancial de nuestra fe está sólo en Dios, en Jesucristo y en la revelación.

JRecordemos finalmente que la visión no es razón suficiente para la fe. Los sacerdotes,escribas y fariseos vieron las obras y escucharon las palabras del Señor, pero nocreyeron. Y es que se puede ver y no creer, ver y creer, y también creer sin ver. Paraestos últimos está dicha la bienaventuranza de la fe: «Dichosos los que no han visto yhan creído».

¿No es verdad, Señor, que Tomás tiene abundantes imitadores en todas partes y en todo

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tiempo? Su actitud es la de los niños en la fe, que es la etapa por la que tenemos quepasar todos. Lo malo es que solemos instalarnos en ella y nos negamos a crecer y llegar aadultos en la fe, porque es mucho más cómodo vivir como niños; por eso siemprequeremos verlo todo, aun corriendo el riesgo de que tengas que decirnos: «No seasincrédulo».

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«Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano merinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres» (Mc 7,6-7).

El problema que dio pie para que Jesús recordara este texto de Isaías (cf. 29,13) es laacusación que los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén (cf. Mc 7,1) hicieron alos discípulos, porque no se lavaban las manos antes de comer, rompiendo así con unatradición de los antepasados (cf. Mc 7,5), que los fariseos conservaban y practicaban arajatabla. Y como siempre andaban tratando de encontrar razones para atacar al Maestro,aprovecharon aquella ocasión, que ellos creyeron oportuna y suficiente, para arremetercontra él. Lo que ellos no esperaban era ir por lana y salir trasquilados.

1JCon qué facilidad puede sucedernos lo mismo que a ellos y con cuánta frecuenciaveremos que nos sucede, si somos capaces de recordar las situaciones en quecreemos tener razón en algún asunto y estar en posesión de la verdad en relación aalgo, para comprobar luego que hemos tenido un fallo con el que no contábamos. Ysi esto pasa en los acontecimientos normales de la vida, con mayor facilidad puedeocurrir cuando se trata de verdades espirituales, por ser este terreno mucho másdesconocido y resbaladizo. ¡Si al menos aprendiéramos la lección cuando pasamospor tales ex periencias! Pero suele sucedernos como a los fariseos: que volvemos atropezar de nuevo en la misma piedra.

JLa acusación que pesa desde antiguo sobre ellos consiste en que honran a Dios con loslabios, pero su corazón está lejos de Dios. En otras palabras: ponen su atención en losuperficial y no se ocupan de lo que es realmente importante; obran de acuerdo consus criterios y gustos, pero no se preocupan por conocer los criterios de Dios y suvoluntad para acomodarse a ellos; en definitiva, se buscan a sí mismos pero nobuscan a Dios. La razón, como ocurre tantas veces en las relaciones del hombre conDios, es que quieren llevar la iniciativa en todo, tratando de dirigirlo todo, incluso aDios, porque esto es lo apetecible. Tal vez piensan que, si hubiera que someterse aDios en todo y buscar su voluntad en todo, `habría que perder mucho tiempo', asíque lo mejor es tomar la iniciativa y hacer las cosas al modo humano, dejandotranquilo a Dios.

JLa relación del hombre con Dios sólo puede ser establecida y gobernada por Dios.Nuestra respuesta debe ser de sometimiento y obediencia. Cuando nos salimos deesta regla, nuestros actos carecen de valor y de sentido ante Dios. No hay duda deque, entre honrar a Dios con los labios o hacerlo con el corazón, hay una gran

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diferencia en todo; la más significativa está en que honrar a Dios con los labios nosirve para nada, si lo que hay en los labios no sale de la fuente del corazón, que esdecir la fuente del amor, cuya prueba consiste en la obediencia a la Palabra de Dios(cf. Un 2,5).

JAhora bien, la diferencia de calidad que hay entre las palabras que llevan la marca delcorazón y las que carecen de ella es muy grande. Hablar nos suele costar poco,aunque tratándose de la oración resulte a veces un tanto difícil; pero ¡nos cuesta tantoobedecer! ¡Nos cuesta tanto amar! Sin embargo, a la vista de las palabras delMaestro, deberíamos andar muy preocupados por conocer hasta qué punto es falso overdadero nuestro culto a Dios, es decir, hasta qué punto es sólo palabrería ytradición rutinaria, o por el contrario, está sostenido por el amor de la obediencia a lavoluntad de Dios.

1JY cuando no se cumple correctamente con lo anterior, es normal que las consecuenciassean nefastas en todos los órdenes y no sólo en la relación con Dios. Así resulta quelas enseñanzas de los escribas y fariseos son consecuentes con su modo de opinar yvivir: en vez de enseñar la Palabra de Dios y los preceptos de Dios, enseñan palabrade hombre; en vez de transmitir los criterios de Dios, transmiten criterios humanosvistosamente presentados por la tradición. Es la forma de evadirse de lo importante ysustituirlo con pequeñeces o apariencias.

❑Si además fuéramos conscientes de cuán fácil es caer en este tipo de situación,tendríamos la precaución de echar un vistazo de vez en cuando a nuestro culto,tratando de discernir su grado de autenticidad o falsedad; trataríamos de ver hastaqué punto tantas oraciones que se repiten día tras día eran pronunciadas por loslabios o estaban avaladas por el corazón, y trataríamos de ver si los ritos que serepiten en las celebraciones, sacramentales y no sacramentales, eran fórmulas leídascon una entonación que suena bien al oído, o tenían que ver con el corazón.

JLa repetición de actos día tras día, con las mismas palabras, los mismos gestos, lamisma entonación, el mismo ambiente y tal vez hasta con las mismas personas, creanun ambiente propicio para la rutina, que es el clima adecuado para que todo terminesiendo superficial. La participación del corazón requiere una actitud y un esfuerzopermanente por vivir en obediencia a la voluntad de Dios. Dicho de otro modo: elverdadero culto a Dios queda autentificado por una actitud permanente deconversión, sin la cual el corazón no puede tomar parte en el culto a Dios.

También a nosotros nos podrías decir muchas veces lo mismo que a los fariseos, Señor,

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porque es fácil apartar el corazón de aquello que estamos haciendo o diciendo y dejarque los labios se encarguen de todo el trabajo, llenando con sus palabras el vacío quedeja el corazón. Líbranos de la palabrería, Señor, y líbranos también de las ofertas que sehacen cuando el corazón está vacío. Pero acerca nuestro corazón a ti y no lo sueltes,aunque quiera.

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«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados (sobrecargados) y yo os darédescanso. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde

de corazón» (Mt 11,28-29).

Podríamos decir que las palabras que usamos normalmente encajan en uno de estos tresgrupos: palabras que nos resultan agradables, otras que nos parecen odiosas, y algunas -tal vez la mayoría - que nos resultan indiferentes y pasan desapercibidas. Palabras como`cansados' o 'sobrecargados' no son placenteras; nos traen el recuerdo de tiempos en quepasamos por esa experiencia de ir con el agua al cuello y, si pensamos un poco, prontotenemos sensación de querer huir de ellas. Cuando nos sentimos cansados osobrecargados procuramos hacer todo lo que está a nuestro alcance para sustituir elcansancio por el descanso y el agobio por el sosiego.

❑El cansancio es un mal que acecha casi cada día a la mayoría de las personas. Laactividad y el trabajo prolongado traen cansancio a nuestro cuerpo, a nuestra mente otal vez a los dos; el esfuerzo físico requiere tiempos de paro, más frecuentes cuantomayor es el esfuerzo. Hay trabajos que requieren un esfuerzo pequeño perocontinuo; el cansancio se va acumulando para alcanzar su cota más alta al final de lajornada laboral. Otros trabajos requieren un gran esfuerzo puntual y, por lo mismo,un descanso inmediato. La pro porción entre esfuerzo físico y mental produce uncansancio mixto, que necesita también una reparación combinada del esfuerzo. Encualquier caso, lo normal es que necesitemos descanso, aunque se da la paradoja deque hay gente que se cansa de no hacer nada. Son los que sufren «el cansancio de nocansarse».

iEl cansancio afecta principalmente al cuerpo en las personas cuya actividad es física antetodo; y a la mente en quienes trabajan con esfuerzo intelectual. Este cansanciopsíquico se refiere a las actividades del alma en general; así puede existir cansancioemocional, cansancio de la voluntad, cansancio en la espera, etc. También existe otrocansancio más delicado y complicado: el que tiene que ver con las cosas del espíritu,cuyos efectos son mucho más importantes por el terreno en que se mueven.Podemos cansarnos de la ausencia de Dios, de caminar en fe, de hacer frente a laspruebas y tentaciones, de esperar respuesta a una oración, de sequedad en la oración,etc.

1JCuando Jesús habló a la gente se limitó a hablar de cansancio, sin mencionar ningunoen particular; según esto podemos deducir que no excluía ningún tipo de cansancio,aunque también cabe suponer que en su mente estaría poniendo énfasis en laimportancia de cada uno y que pensaría ante todo en el cansancio del corazón, para

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colocar luego el psíquico y en último lugar el cansancio físico. Y hasta es posible queno pensara en ninguno en concreto, sino que era la visión de la gente en general loque le producía compasión al verlos «como ovejas sin pastor», bajo el agobio de lossacerdotes, escribas y fariseos que los mareaban con las normas; bajo la opresión delos conquistadores romanos, bajo la carga de la pobreza que les exigía muchas horasde trabajo para sobrevivir, etc. Ante esa visión general, Jesús tal vez se estabarecordando a sí mismo que ha sido enviado en auxilio de los pobres, de los cautivos,de los ciegos, de los oprimidos (cf. Lc 4,18-19). Y es tal vez desde esa visión y eserecuerdo, de donde surgió su oferta de Salvador que alcanza al hombre entero,incluido su cuerpo, y por eso proclama el ofrecimiento con carácter universal sindistinción de raza, religión, cansancio o agobio.

1JEsta oferta nos facilita la comprensión de su forma de actuar ante la enfermedad, lamuerte o la opresión diabólica. Para el Salvador es considerado como obstáculo todoaquello que limite al hombre según fue creado por el Padre, no sólo el pecado, sinotambién todas las consecuencias del pecado, entre las que se encuentra el cansanciode cualquier clase.

JPero la oferta tiene una continuación, una segunda parte menos atractiva a primeravista: Jesús hace una invitación a tomar su yugo. ¿Se trata de cambiar un problemapor otro, un mal mayor por otro menor? No. Se trata sencillamente de un cambio deestilo o de camino. El caminante se va cansando a medida que hace camino y vanpasando las horas y el camino. El cansancio lo produce la acción de caminar,independientemente del camino. Al margen de este fenómeno hay otra realidadparalela, pero más importante: el destino del camino, porque cada camino nos lleva aun sitio distinto y, según sea el camino que recorramos, así será el destino al quellegaremos.

JEsta es la diferencia: Jesús es el camino que lleva a la vida, mientras los otros soncaminos de muerte. Todos los hombres caminamos - pasamos por la experiencia de lavida - pero nuestro destino depende de nuestro camino. Vamos a cansarnos de todosmodos, vayamos por donde vayamos. La oferta de Jesús tiene todas las ventajas: élse ofrece a tomar nuestro cansancio y a constituirse en camino y descanso. Todo acambio de nada, y si profundizamos un poco, descubriremos que su ofrecimiento vaademás acompañado de premio. Cuando vamos por otro camino, nos quedamos connuestro cansancio, porque no hay nadie que nos invite a entregárselo, y ademásperecemos en el camino.

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Lo malo de la vida para un discípulo no son los problemas ni la falta de respuestas a losproblemas, porque existen. Lo grave, aunque nos cueste creerlo, es la falta de decisiónpara aceptar las soluciones. Cuántas veces, como en el caso del cansancio, tú, Señor, nosofreces la solución y no nos inmutamos, mientras seguimos buscando otras que no nosvan a servir. Y todo porque no te creemos. ¡Si al menos nos decidiéramos alguna vez aprobar!

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«Si pues vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más elPadre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!» (Lc 11,13).

El Maestro estaba enseñando a los discípulos acerca de la oración. Todo había empezadocon un «enséñanos a orar» (Lc 11,1) de los discípulos y la respuesta de Jesúsofreciéndoles la oración del Padrenuestro. Luego aprovechó para seguir instruyéndolesacerca de tan importante tema, poniéndo énfasis en la necesidad de orar y en el valor dela perseverancia en la oración (cf. Lc 11,2-11), para terminar hablándoles de algoaparentemente tan extraño para ellos como el Espíritu Santo.

❑Si hacemos un breve examen acerca de nuestras oraciones y las que oímos a laspersonas con las que nos relacionamos, observaremos dos cosas: una, que casisiempre nuestras oraciones son de petición; otra, que las cosas que pedimos son detipo material o físico, como la salud, la paz, la comida, la lluvia, la protección deDios, etc. Esto significa a su vez otras dos cosas: por una parte, que nuestra oraciónes egoísta al girar alrededor de nosotros mismos y nuestras necesidades; por otra, quea la hora de pedir pensamos más en las necesidades materiales que en las espirituales.Estoy convencido de que, si nos dijeran que se eliminaba la oración del Padrenuestroporque resultaba larga y que podíamos reducirlo a una frase de libre elección, habríapocas preferencias por la primera parte y tendrían pocos votos las frases que serefieren a la glorificación de Dios, a su santificación y al cumplimiento de suvoluntad; sin embargo, sobrarían solicitudes para el pan de cada día y la liberación delmal, muchas más por supuesto que para la del perdón y la tentación.

JLo que en definitiva nos sucede es que fallan nuestros criterios a la hora de presentar aDios nuestras necesidades. Tenemos puestos los ojos en las cosas de abajo y pedimospor las cosas de abajo; creemos que lo que puede hacernos felices son los bienesmateriales, y pedimos bienes materiales; no le damos importancia a la acción degracias a Dios por sus beneficios - entre otras razones por creer que todo es mérito denuestro esfuerzo-, ni a la alabanza y la adoración, que casi desconocemos, y enconsecuencia no nos ocupamos de ellas. Por todo esto, a la hora de relacionarnos conDios, nos limitamos a intentar usarlo como un proveedor seguro y gratuito paranuestras necesidades materiales.

JJesús termina, sin embargo, su discurso sobre la oración hablando del don del Espíritu,que es el mayor de los dones que podemos recibir de Dios, ya que con él no sólorecibimos las cosas de Dios, sino que recibimos al mismo Dios, su amor y su vida.

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Jesús habló en diversas ocasiones acerca del don del Espíritu, que él pediría al Padrepara ellos, y una de cuyas tareas sería la de darles a entender lo que entonces noentendían. A los discípulos de hoy, como a los de entonces, nos pasa lo mismo: noentendemos la enseñanza sobre el Espíritu, pero somos culpables en buena parte,porque no nos preocupamos por salir de nuestra ignorancia sobre la persona y la obradel Espíritu, a pesar de que tenemos la Palabra que nos habla de él, la experiencia delos discípulos que nos lo contaron y multitud de enseñanzas que pueden ayudarnos aconocerlo.

JTodo esto sucede porque hay un problema de fe más que de ignorancia. No creemos nitomamos en serio las primeras nociones que la Palabra nos da acerca del Espíritu; poreso ya no seguimos profundizando en su conocimiento; luego la falta de conocimientonos impide desearlo y pedirlo. Más aún, cuando nos enteramos de lo que hemosrecibido en el bautismo, seguimos ignorándolo la mayor parte de las veces, como side un cuento de hadas se tratara.

❑La vida espiritual y la verdadera relación con Dios, que le es propia, nacen, crecen yse perfeccionan mediante la obra del Espíritu en el hombre. Bastaría saber y creeresto para tomarnos en serio la búsqueda del Espíritu y colaborar con él. Si fuéramosconscientes de su importancia y su grandeza, lo buscaríamos, lo pediríamos de todocorazón y nos relacionaríamos con él con todo respeto, delicadeza, confianza ysumisión. Entonces podríamos comprobar cómo el Padre se goza en concedernos elEspíritu, si se lo pedimos correctamente, y cómo la Trinidad hace morada en elhombre por el Espíritu, veríamos cómo la vida de Dios y el amor de Dios nosposeían y nos transformaban desde nuestra condición de hijos adoptivos por elEspíritu y cómo íbamos descubriendo y poseyendo los misterios que Dios tienereservados para los que acogen a su Espíritu y se le someten sin condiciones y decorazón.

JPero mientras no demos pasos de fe en la Palabra de Dios y seamos consecuentes conella, nos comportaremos como alguien que está viendo una película y sitúa en dosmundos distintos la fantasía de lo que ve y su propia realidad, con la que aquélla notiene nada que ver. Sin embargo, el Espíritu, aunque lo tratemos como fantasía, espresencia de Dios entre los hombres, hasta tal punto que todo, incluida la redenciónque Jesucristo llevó a cabo, se hace efectivo a través de él.

Cada vez que ahondamos un poco en tu Palabra, Señor, descubrimos alguna de lasmaravillas que encierra; pero no solemos sorprendernos demasiado. Y tenemos quepreguntarnos cómo es posible que tengamos tan poca capacidad para el asombro, que no

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somos capaces de reaccionar ante tus misterios y tus obras. ¿Tan tremendo es el efectodel pecado que nos ha dejado ciegos para tus cosas, y tan pobre nuestra fe, que no seinmuta ante nada? Perdona, Señor, pero algo muy grave está ocurriendo y necesitamosque tú, la Luz, vengas en nuestra ayuda y nos muestres la verdad.

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«Elespíritu es el que da la vida, la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dichoson espíritu y son vida» (Jn 6,63).

Vida es una palabra mágica, misteriosa y dominante para el hombre hasta el punto deque, si existe, es porque hay vida en él. Nada en el hombre sería posible sin vida y, por sifuera poco, la vida es su preocupación existencial, no sólo en su experiencia temporalsino también en sus afanes de eternidad. La vida y la realidad humana se identifican. Elhombre empieza a ser hombre cuando recibe vida y deja de serlo cuando la vida leabandona. Todo su esfuerzo va dirigido a mantener su vida en un estado que secorresponde con tener buena salud, para lo cual organiza un sistema de defensas contrala enfermedad y en general contra todo aquello que pueda suponer algún peligro para lavida. Y aunque sabemos que nacemos para morir, no estamos dispuestos a entregar lavida, antes al contrario, luchamos con todos los medios a nuestro alcance para retrasar elmomento final, en que se imponga la muerte.

iEn realidad, la vida es al mismo tiempo la fuente de capacidades para todo lo quehacemos y objetivo final de todos nuestros actos y esfuerzos, por lo menos ennuestro modo de ver las cosas, aunque luego en la realidad nos equivoquemos más deuna vez y lo que hacemos repercuta más a favor de la muerte que de la vida. A lavida se le aplican epítetos tan diferentes como hermosa, dura, difícil, grande, larga,corta, etc. Depende en buena parte de la experiencia que en ese momento se estéteniendo. Mientras una pareja de enamorados puede calificarla de hermosa y tiemblanpensando que la pueden perder, un enfermo crónico aquejado de dolores agudos dirátal vez que la vida es un asco y que prefiere morir cuanto antes, no por desprecio a lavida, sino por huir del sufrimiento.

❑Al hablar de vida tenemos que hacer una distinción fundamental entre lo quenormalmente llamamos vida, en cuanto que es el soporte de la experiencia física ypsíquica, y las realides espirituales a las que está llamado el hombre, que a su vez sonmucho más profundas, importantes y transcendentales. Si la vida - toda la vida - seacabara con la muerte física diagnosticada sobre todo por el paro cardíaco y el cesede actividad del cerebro, el hombre no pasaría de ser una especie de animal superiordotado de facultades especiales; pero a partir de la muerte se identificaría con losanimales. Esto es lo que algunos creen o dicen creer, pero la Palabra revelada noshace saber que Dios creó al hombre para otra vida diferente, superior y añadida a laque percibimos con nuestros sentidos y facultades en los seres humanos.

JLa vida con que Dios creó al hombre era una vida sin muerte en primer lugar, pero

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además era participación de su propia vida por la comunión entre el Espíritu de Diosy el espíritu del hombre, donde el Espíritu de Dios era dador y el hombre receptor.Esta vida o comunión, perdida por el pecado y recuperable por la redención deJesucristo y la acción del Espíritu, es la que Jesús está trayendo a la consideración delos discípulos. Aquí es donde el Espíritu da la vida y la carne no sirve para nada, encuanto que no es fuente de vida, sino sólo receptora de vida, si por carne entendemosaquí la unidad cuerpo-alma. Jesús está hablando por tanto de la vida del Espíritu, dela que nos introduce en la experiencia eterna de comunión en el amor con la Trinidad.Sólo así podremos entender que diga que sus palabras son espíritu y vida.

JCon esto nos da a entender también que su palabra es Palabra de Dios, porque sólo enella hay vida, luz, semilla de fe, poder, etc. En cierto modo nos está poniendoEspíritu y Palabra al mismo nivel, algo totalmente lógico si recordamos que la Palabrade Dios es inspirada por el Espíritu y que el poder y la vida de la Palabra tienen suorigen en el Espíritu. Así podemos entender aquella expresión de Jesús a susdiscípulos refiriéndose al Espíritu: «Cuando él venga, el Espíritu de la verdad, osguiará hasta la verdad completa» (Jn 16,13).

❑El Espíritu no sólo es la fuente de vida eterna, sino el único que nos capacita paramovernos certeramente en el mundo espiritual, al que pertenece también la vida quenos da. Él da calidad a todas nuestras obras y nos capacita para todo: para entender,ver, oír, hablar, pensar, obrar... en todo momento, pero siempre en el terrenoespiritual y proyectando la experiencia del espíritu sobre las realidades humanas. Eneste sentido se expresa el profeta cuando dice: «Ésta es la palabra de Yahveh aZorobabel. No por el valor ni por la fuerza, sino sólo por mi Espíritu - dice YahvehSebaot-» (Za 4,6).

JLas obras de los hombres, aunque exteriormente parezcan a veces iguales, sediferencian de muchas maneras según la fuente de poder, inspiración, capacitación,etc. Las obras de los hombres que actúan por sí mismos y con sus propias fuerzasson caducas y perecederas como ellos mismos y, aunque quisieran tenerla, carecen dela vida con la que tal vez sin saberlo están soñando, mientras caminan por caminos demuerte en dirección opuesta. Sin embargo, las obras del hombre verdaderamenteespiritual - que vive bajo el poder del Espíritu y es vivificado por él - tienen el signode lo eterno en todo.

Enséñanos, Señor, a amar la vida que nos da el Espíritu por lo menos tanto comoamamos la vida terrena que va consumiendo el tiempo; enséñanos a amar al Espíritu

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dador de vida, a conocerlo mejor, a dejarnos instruir por él; y enséñanos a amar tuspalabras, que son espíritu y vida. Pero tal vez tendríamos que pedirte en primer lugar quenos enseñes a dejarnos enseñar, porque de poco nos iban a servir tus esfuerzos, si noestamos receptivos y dispuestos a colaborar contigo. Gracias, Señor.

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«Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os dispersaréis cada uno por vuestrolado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo» (Jn 16,32).

¡Cuántas veces nos gustaría conocer el futuro de nuestra existencia, cómo vamos a viviren el porvenir, qué experiencias vamos a tener, de qué vamos a disfrutar! Tanto nosseduce que hay muchos ingenuos que pagan por dejarse engañar y oír a alguien que lesdiga que les puede desvelar su futuro. ¿Acaso no se ha convertido la adivinación en unnegocio para muchos ministros de Satanás o simplemente embaucadores?

JEl único que conoce el futuro de cada persona a la perfección es Dios, porque él lo tienetodo presente y conoce todo simultáneamente; por esa razón él es también el único aquien habría que consultar si quisiéramos conocer la verdad. Pero no lo hacemos,porque Dios no tiene por costumbre satisfacer la curiosidad de los hombres. Él harevelado aspectos del futuro cuando ha querido y a quien ha querido, y lo hacetambién hoy porque no hay quien se lo pueda impedir, pero cuando lo hace es porquetiene una razón suficiente según su modo de pensar y ver las cosas.

J¿Sería bueno o malo que Dios nos desvelara a cada uno todo nuestro futuro en elmomento de nacer? Su pongamos que la perspectiva fuera agradable y llena deéxitos; en tal caso empezaríamos a disfrutar por adelantado de ellos. Perosupongamos lo contrario. ¿Qué sucedería entonces? ¿Cómo íbamos a reaccionar?Empezaríamos a sufrir ya por lo que todavía no era real y, si la perspectiva era muynegra, tal vez enfermaríamos al verla y probablemente habría muchos suicidios.Tenemos que pensar que, cuando Dios nos ha creado así, él sabrá por qué, pero no lefaltará razón.

iJesús de Nazaret era diferente en este aspecto. Él era perfecto y sin pecado, por lo queestaba libre de sus efectos y al mismo tiempo lleno del Espíritu Santo; estaba encondiciones de tener un conocimiento mucho mayor que el hombre, pero era lapresencia del Espíritu en él y su acción las que le hacían diferente y más capaz: desdelas obras de poder que realizaba hasta el conocimiento del futuro que el Padre le ibarevelando. Conocía a los hombres y leía sus corazones, conocía los pensamientos delos fariseos, sacerdotes y escribas que tramaban contra él, y conoció - por deciralgunos casos concretos - las intenciones traidoras de Judas o la vida que llevaba lasamaritana.

❑El Padre también le había revelado su misión y el modo como debía llevarla a cabo. El

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Maestro había anunciado varias veces su pasión y muerte en ocasiones anteriores y, amedida que se aproximaba la hora, el sufrimiento moral iba en aumento. «Mi almaestá turbada» (Mc 14,34). Desconocemos si alguien se interesó, pero si alguno de losdiscípulos le hubiese preguntado si estaba contento de conocer su futuro o hubierapreferido ignorarlo, no sabemos lo que habría respondido; pero sabemos lo quehabríamos dicho nosotros en su lugar. Jesús sufre por los acontecimientos que seavecinan, porque no es para menos. La experiencia de Getsemaní, donde sudó sangredurante la oración, fue tal vez el resultado de la angustia acumulada desde que elPadre le revelara el modo como iba a llevar a cabo su misión hasta aquel momento enque empezaba la parte final del drama.

JUn acontecimiento que el Señor sabía que iba a ocurrir cuando llegase el momento, erael abandono por parte de los discípulos. Había dedicado la parte principal de susesfuerzos durante la vida pública a formarlos para que fueran sus continuadores,había puesto en ellos su corazón y sus esperanzas, a ellos contaba suspreocupaciones y sufrimientos, y hasta su madre había pasado a un segundo lugar deatención en este tiempo. Y él sabía que lo abandonarían en el momento de la prueba.Otro sufrimiento más.

JAl exteriorizar este dolor, se apoya en el único en quien podía hacerlo: el Padre. Aunquelos discípulos lo dejaran solo, le quedaría el apoyo y el consuelo más importante quetenía y recibía del Padre. ¿Sabría que iba a pasar en la cruz por la experiencia de suabandono también o tal vez el Padre no le permitió conocer este hecho, el másdoloroso de todos los que tuvo que soportar? Esperaba que la experiencia deabandono de los suyos sería compensada por la presencia y la compañía del Padre.Sólo así se veía con capacidad para hacer frente a todo lo que iba a sucederlepróximamente.

1JLos años de su vida pública iban a tener un fin dramático. Su muerte iba a estarprecedida de una trama de acontecimientos que iban a crear las circunstanciasapropiadas. Todo se vendría abajo de repente con el abandono de los discípulos, latraición de uno de los suyos, el cambio de actitud de las multitudes que se habíanaprovechado de él y la ejecución de los planes que sus enemigos habían estadointentando llevar a cabo inútilmente durante todo ese tiempo. Todo se vendría abajo,pero le quedaba el Padre. No tenemos datos, pero es lógico pensar que durante estosúltimos meses de su vida, su oración se intensificaría, su diálogo con el Padre seríaaún más profundo si cabía, y que el tema que tratara con él fuera el del sufrimientojunto con el amor por los hombres, la redención que tenía que llevar a cabo y sudisposición renovada para hacer la voluntad del Padre hasta el final.

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Señor, no podemos entender tu disposición y tu entrega. No podemos entender cómo nonos dejaste abandonados a nuestra suerte, sabiendo que te íbamos a costar tanto dolor yque además no íbamos a corresponderte después como merecía tu amor. Y es quetampoco podemos entender tu amor, que es el que en definitiva te introdujo en el mundodel sufrimiento. Si no nos hubieras amado, como el Padre, de modo infinito, no hubierashecho lo que hiciste; pero el amor lanzó tu destino hacia adelante y asumiste beber elcáliz de la persecución, de la pasión, del abandono, de la traición, de la cruz y de lamuerte porque nos amabas; y también en ti se cumplió, pero de manera solemne ygrandiosa, aquello que solemos decir los mortales: que el amor es ciego. Gracias, Señor,por tu amor infinitamente ciego.

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«Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose dijo: 'Señor, ¿no te importaque mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude'. Le respondió elSeñor: 'Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de

pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena y no le será quitada'» (Lc10,40-42).

Creo que la mayoría de las personas, si hubiéramos estado en la situación de Marta,habríamos hecho lo mismo, hubiéramos visto en María la figura de la intrusa yaprovechada y, usando una expresión de actualidad, le diríamos que tenía mucha cara.

JTodo empezó cuando Jesús y los discípulos iban de camino y Jesús «entró en un puebloy una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa» (Lc 10,38). Sin duda fue Martaquien tomó la iniciativa de acogerlo. Tal vez lo vio cansado o Jesús le pidió agua, talvez sintió compasión de él sin saber por qué y lo que quizá nunca antes había hecholo hizo entonces; hasta es posible que, al llegar, se encontrara la primera con él. Loque parece cierto es que Marta era la anfitriona y que María se encontró metida en lasituación sin haber movido un dedo. Y tal vez por esta misma razón Marta se sintióobligada a atenderlo en un ejercicio propio de la hospitalidad, mientras María, libre deocupaciones y compromisos, decidió estar más pendiente de él y de escucharle.

iEl caso es que María, «sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientrasMarta estaba atareada en muchos quehaceres» (Lc 10,39-40). Son dos conductasque toman cuerpo constantemente en los discípulos de Jesús, con frecuenciadiferenciados por su comportamiento y el grado de dedicación al Señor y a losquehaceres del Reino de Dios. La experiencia nos muestra cómo la mayoría tiende ainscribirse en el partido de Marta, mientras la minoría lo hace en el de María; y cómotambién hay personas que cambian de partido en algún momento de su vida. Siempreha habido defensores de la actividad como objetivo prioritario y defensores de ponerla actividad en segundo lugar. Y siempre ha habido críticas y quejas, defendiendocada uno su posición. Lo que no hay es una oportunidad de tener al Maestro comoárbitro de la situación.

JSi observamos a Marta, tenemos que confesar que tiene buena parte de razón. Almargen de los trabajos normales de una casa de entonces - donde además de lalimpieza, hacer la comida, buscar leña, traer agua de la fuente, ir al lavadero público oal río a lavar la ropa, dar de comer a los animales domésticos (cerdos, gallinas, etc.)-,había que atender con esmero particular a tan ilustre huésped. Y los trabajos no se

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hacen solos. Si María hubiera echado una mano a Marta, todo se hubiera hecho en lamitad de tiempo y luego podrían haberse dedicado las dos a escuchar al Maestro.¿No es todo esto lógico y muy lógico?

JPero tratemos de entender también a María. Debió sentirse tan impresionada por lapresencia del Señor que, sin proponérselo y sin apenas pensarlo, decidió que aquelmomento era especial y único y había que aprovecharlo, que las cosas que había quehacer eran menos importantes aunque necesarias y, por lo mis mo, podían esperar.Así pues, sin pensarlo dos veces, se sentó «a los pies del Señor y escuchaba supalabra» (Lc 10,39). ¿Nos imaginamos a María tratando de retener y almacenar cadapalabra y cada gesto del Señor para recordarlo y saborearlo todo después, cuando elMaestro ya no estuviera con ellas? La Palabra de Dios tiene en sí misma fuerza paratocar el corazón, como le pasó a la samaritana (cf. Jn 4) o para hacerlo arder con unfuego interior que quema sin quemar, como les ocurrió a los discípulos que ibancamino de Emaús (cf. Lc 24,37). ¿Cómo iba a pensar María en las cosas de la casa,mientras estaba bajo el poder de la mirada y de la Palabra del Maestro?

❑En definitiva, hay dos modos de pensar y actuar, pero el peligro no está en ninguno deellos, sino en el modo de usarlos. El problema surgió cuando Marta provocó elenfrentamiento para obligar al Maestro a hablar, esperando que le daría la razón. Eslo que hacemos siempre que creemos que la razón está de nuestra parte: buscarárbitros que sentencien a nuestro favor; pero también nos puede pasar como a Marta:que el arbitraje se vuelva contra nosotros. Marta, cargada de razón, le dijo a Jesús:«¿No te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que meayude» (Lc 10,40). Tan segura estaba de sí misma y de sus criterios, que no sólopresentó el cuerpo del delito, sino también la sentencia que procedía aplicar. Y por sifuera poco, acusó veladamente al Maestro de parcialmente culpable - o al menoscausante - de la situación, al presentarle su queja: «¿No te importa?». Es comodecirle: «Si no estuvieras entreteniéndola, estaría conmigo». 0 también: «Si lehubieras dicho que me ayudara, ahora estaría ayudándome».

❑Puesto que Marta ha reconocido al Maestro como juez, él dicta sentencia en pocaspalabras, evitando todo «considerando» y «resultando» que emplean nuestros juecespara que al final sólo los expertos entiendan lo que han dicho en la sentencia. Lasentencia del Maestro, a pesar de ser tan breve, tiene cuatro partes: a) sobre elcomportamiento de Marta, b) sobre el principio que debe regir la relación con elMaestro y el trabajo, c) sobre el comportamiento de María, d) sobre la absoluciónpara María.

❑La primera reflexión que hace Jesús es para Marta: «Marta, Marta, te preocupas yagitas por muchas cosas». No le llama la atención por ocuparse sino por preocuparsey agitarse; es necesario hacer las cosas, pero no es correcto dejar que las cosas y lassituaciones nos absorban, porque en este caso las cosas, en vez de ser un instrumento

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a nuestro servicio, se convierten en lo importante, y nosotros pasamos a ser susesclavos.

JHay pocas cosas importantes según el Maestro, «sólo una es necesaria». No lamenciona, pero la situación y el contexto nos dan a entender con claridad de qué setrata: las cosas del Reino de las que a buen seguro está tratando con María. Lodemás, todo lo demás, lo que llena nuestro tiempo y es motivo de nuestraspreocupaciones, tiene una importancia relativa ante el Reino. Lo demás pasa todo, elReino permanece; las cosas temporales nos sirven para el tiempo, mientras el Reinose proyecta desde el tiempo en la eternidad.

❑Sentencia sobre el tema que Marta trae a juicio, sobre el comportamiento de María:«María ha elegido la parte buena», o sea, la única necesaria, porque hace referenciaal Reino. María ha optado por escuchar a Jesús. Es «la parte buena» que excluyecomo buenas a otras, aunque no las califique como malas. El problema no está en sihay que elegir entre lo bueno y lo malo, sino entre lo bueno y lo indiferente, porqueaquí es donde está el peligro.

❑La regla definitiva implica poner cada cosa en su sitio, de modo que lo que no esnecesario en la perspectiva del Reino, quede siempre condicionado y sometido a lascosas del Reino. En definitiva se trata de poner y buscar en primer lugar el Reino deDios y su justicia, pero sabiendo que lo más importante del Reino es precisamente suRey; por lo que en la práctica todo se reduce a escucharle y obedecerle. Cuando lascosas se hacen en esa línea, no existen los problemas; pero cuando cambiamos elmodo de actuar todo empieza a ir mal porque, en definitiva y aunque estemoshaciendo las cosas del Reino, nos hemos apropiado de las atribuciones del Rey. Yesto, además de no dar resultado, es intolerable.

JFinalmente la postura de María es bendecida y confirmada por el Señor: «No le seráquitada». Cuando estamos donde tenemos que estar según la opinión de Dios, él nosapoya y defiende; pero no podemos esperar lo mismo cuando estamos haciendonuestra ¿santa? voluntad, por muy buenas e interesantes que nos parezcan las cosasque hacemos. Y es que las cosas de Dios son así, y no podemos cambiarlas.

Me asusta pensar, Señor, lo que dirías, si tus discípulos fuéramos capaces de someter atu juicio nuestras actuaciones, cosa que no sucede debido, en mi opinión, a dos causas:que la mayoría estamos de parte de Marta, y que tampoco recurrimos a ti cuandocreemos que hay que llamar la atención a la gente que se sienta a tus pies, porque ya nosencargamos nosotros de ponerlos verdes por detrás o de llamarles la atención

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personalmente. Eso sí, sin acudir a ti, por supuesto. Y es que los tiempos han cambiado,¿sabes? Ahora tenemos mucho que hacer y lo que tú tenías que decir ya lo tenemos enlos libros y podemos enterarnos cuando queramos. Sí, ya sé que esto es descabellado,pero es como nos movemos. Perdona, Señor, y mira a ver si vienes también a establecertu juicio entre nosotros, porque nos hace falta.

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«El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús puesto en pie gritó: 'Si alguno tiene sed,venga a mí y beba el que crea en mí', como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de

agua viva» Un 7,37-38).

El pueblo estaba de fiesta. Cuando el pueblo está de fiesta todo cambia en su modo devivir; la inercia de cada día queda paralizada y sustituida por la novedad, la pesadez deltrabajo por el descanso, la rutina de las horas y los días que se repiten como campanadasde reloj, dan paso al gozo de la amistad, de la camaradería, de la comida y de la bebida.Hasta se saca del baúl o del armario la ropa nueva o mejor conservada para presentarsemás elegante ante los demás. Jerusalén estaba de fiesta religiosa, por supuesto, ya quepara ellos no existían las profanas, pues toda su vida, incluidas las fiestas, sólo teníansentido por su relación con Yahveh y el culto en el templo.

JLas fiestas se estaban acabando. La gente empezaría a mostrar ya cara de cansancio ymuchos pensarían, aunque no todos, que también las fiestas cansan. Algunos sepondrían tristes pensando que había que volver a las tareas del campo, almantenimiento de la casa, la reparación de aperos y herramientas, etc. Si les dieran aelegir optarían por el cansancio de la fiesta antes que por la normalidad del trabajo;pues como decía alguien, no de aquéllos sino de los `buenos' operarios de ahora: esmejor tener treinta días de vacaciones que uno de trabajo.

1JLa fiesta que estaban celebrando - la fiesta de las Tiendas - incluía oraciones para pedirla lluvia y ritos conmemorativos del milagro del agua en Massá, cuando brotó agua dela roca golpeada por Moisés con la misma vara con que golpeó el Río (cf. Éx 17,4-6).Esto era una oportunidad que tenía el Maestro para presentarles el tema del Espíritucomo fuente de agua que brota para vida eterna. Pero también cabe otra posibilidad:el Señor, que era capaz de conocer la profundidad del corazón de los hombres,captaría con mayor facilidad los estados de ánimo que se reflejaran en el rostro, elcomportamiento o las palabras de quienes participaban en las fiestas, y tal vez vio queaquellas gentes se sentían en cierto modo vacías y frustradas, porque no se habíancumplido las expectativas que tenían al empezar la fiesta. Y pensó -o conoció elpensamiento del Padre - que allí había una buena oportunidad para dejar caer elmensaje de la Buena Nueva y anunciar algo que hasta entonces no había mencionadopúblicamente.

IJFuera lo que fuera, en ese momento se puso de pie, se supone que en un sitio desdedonde pudiera hablar para ser oído; como es lógico querría que su mensaje llegara almayor número posible de personas y como además habría bullicio, no tuvo más

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remedio que gritar, es decir, hablar con voz potente, a falta de la megafonía quetenemos nosotros. Pero tal vez había otra razón añadida: si todo lo que decía eraimportante, lo que iba a anunciar ahora, era de extraordinaria importancia. Habló ydijo para empezar: «Si alguno tiene sed». ¿Por qué emplearía esta expresión? Tal vezporque hablar de la sed era hablar de algo que todos entenderían y sería una buenamanera de atraer su atención. Además, no es la sed un problema de algunos, sino detodo ser viviente. Era una forma de decir: «Tengo un mensaje que os interesa atodos». Sin embargo, es posible que se sintieran decepcionados luego al ver lasolución para la necesidad: «venga a mí y beba». Pero, ¿qué iban a beber, si no teníabotijo, ni cántaro, ni cubo con agua? Una buena ocasión para sus detractores quevolverían a pensar o a decirse unos a otros, si estaban juntos: «¿No veis como estehombre está rematadamente loco?».

iLas palabras siguientes introducen un nuevo elemento, el más importante: la fe. Sin la feno se podía entender lo que Jesús estaba diciendo, y con la fe tampoco. Pero asícomo el no creyente ya no tiene más oportunidades, el creyente tiene en su mano lallave para abrir la puerta que le puede dar acceso al conocimiento y la experienciaposteriores. «Si crees, verás», le dijo Jesús a Marta antes de la resurrección deLázaro. Es la misma condición que la Palabra y el Espíritu ponen en nuestroscorazones cada vez que nos acercamos al Señor o él se acerca a nosotros. Y esa fuela condición que Jesús puso a los oyentes de aquel momento. El que creyera tendríaacceso al agua que Jesús ofrecía; el que no creyera, ya podía marchar.

❑Y a continuación, nueva prueba de fe: «De su seno correrán ríos de agua viva». Almargen de que la referencia del seno sea Jesús o el creyente, la dificultad semantiene: en primer lugar por la propia expresión, y en segundo lugar porque Jesús«decía esto refiriéndose al Espíritu Santo que iban a recibir los que creyeran en él»(Jn 7,39). ¿Cómo iban a entenderlo aquellas pobres gentes que no tenían noción delEspíritu Santo, porque no estaban instruidos y porque, por añadidura, «aún no habíaEspíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado» (Jn 7,39)?

JAl final tenemos que deducir que no se trataba de que entendieran, sino de queacogieran sus palabras, de que escucharan para creer. La Palabra de Dios, comocualquier semilla de vida, está sujeta a un proceso por el que tiene que pasar antes dedar fruto. El hecho de no entender y creer es parte del proceso, paralelo al de lasemilla que ignora lo que ocurre y por qué es enterrada bajo tierra, sin luz y en brazosde una muerte aparente. Así la Palabra, acogida por la fe, duerme bajo la sombraaparente de su noche y, si es capaz de resistir el tiempo necesario, termina rompiendola costra que la envuelve y abrazando la luz que le aguarda.

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Reconocerás, Señor, que a veces nos pones las cosas complicadas. ¿Cómo esperabas quete entendiera aquella pobre gente? ¿Qué sabían ellos de ríos de agua viva ni de EspírituSanto, si ni siquiera los patriarcas supieron quién era? Tampoco nosotros lo podemosentender, si no acertamos a entrar en ti y ver que estabas hablando en un tiempo y en unespacio concretos, pero que tus palabras eran para todos los tiempos y espacios; estabashablando con la mente y el corazón puesto en todas las generaciones del futuro y viendotodos los ríos de agua viva que tu Espíritu iba a hacer correr en multitudes incontables alo largo de los siglos, ¿verdad? Así se explica que usaras esas palabras y que ademásgritaras, tal vez porque tu corazón estaba lleno de un gozo incontenible, al ver la futuraobra del Espíritu. En cualquier caso, gracias, Señor, porque tampoco nosotros noshabríamos enterado, si no lo hubieras dicho.

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«Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán alPadre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren.Dios es espíritu, y los que adoran deben adorar en espíritu y verdad» (Jn 4,23-24).

La conversación de Jesús con la samaritana no deja de ser un posible modelo deevangelización. Empieza con un diálogo intrascendente sobre la sed y el agua junto alpozo de Jacob, para cambiar de tema aprovechando la lógica relación que hay entre elagua y la sed físicas con el agua y la sed del Espíritu; de aquí se pasa al tema central dela vida eterna y, como necesidad de tipo práctico y temporal, brota la conversación sobrela adoración, iniciada por la samaritana, no sabemos si llevada por el afán de buscar laverdad que trata de obtener de Jesús, a quien reconoce como profeta, o por sacar untema de conversación para seguir en compañía del Maestro.

JEl Señor aprovecha para enseñar, como hacía siempre que se le presentaba la ocasión, ylo hace sobre un tema tan importante y delicado como la adoración, partiendotambién de la realidad de las dos teorías que existían acerca de la misma, sostenidasrespectivamente por los samaritanos, que decían que la adoración debía hacerse en elmonte Garizim, y por los judíos, que sostenían que Jerusalén era el lugar apropiado.La samaritana empieza la conversación con algo intrascen dente, aunque importantepara ella, como es el lugar de la adoración, pero el Maestro pasa inmediatamente ahablar de lo importante, que es la adoración. Y lo hace dejando sentada una verdadpráctica: «Vosotros adoráis lo que no conocéis, nosotros adoramos lo queconocemos» (Jn 4,22). ¿Qué diferencia había entre lo que adoraban unos y otrospara que el Señor dijera esto? Los judíos eran depositarios de la revelación completa,mientras que los samaritanos sólo poseían la contenida en los libros del Pentateuco.

JLuego el Señor habla de la diferencia entre la adoración antigua y la nueva; a partir deahora habrá una posibilidad, no existente en el pasado: la adoración desde el Espíritu,que todavía era promesa para los nuevos tiempos y que llegaría cuando Jesús, unavez resucitado y glorificado, lo pidiera al padre para sus discípulos. La antiguaadoración estaba relacionada con el culto que ofrecían los sacerdotes en nombre delpueblo y por el pueblo, en la que éste era un espectador más que otra cosa. Ahora,cuando venga el Espíritu, que dará vida al espíritu del hombre y lo hará hijo de Dios,lo capacitará para formar parte de un sacerdocio santo en unión de Jesucristo, SumoSacerdote, y de dar juntos al Padre el culto que le es debido y del que la adoraciónserá parte importante.

JEl hombre de los tiempos nuevos tendrá que estar dirigido y capacitado por el Espíritu

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de Cristo para relacionarse con el Padre. El Espíritu es el único que sabe cómo tieneque ser nuestra actitud de hijos y criaturas para que nuestra relación con Dios seacorrecta. Esta adoración debe hacerse también en verdad, es decir, en pureza decorazón y desde nuestra vida renovada por la conversión y el perdón de los pecados,desde nuestra unión con Cristo-Verdad, de forma que nuestra aproximación al Padre,aun siendo hijos, se haga por Cristo, con él y en él, ya que en definitiva sólo asípodemos acercarnos dignamente al Padre.

JLa adoración en espíritu y en verdad no se corresponde necesariamente con un cultomajestuoso ni con ningún tipo de formas exteriores, porque tiene que salir delcorazón para que sea auténtica. Cuando a la pureza de corazón se une un cultocomunitario que exterioriza y da forma a la adoración interior, la adoración adquieretoda su grandeza; pero si falta armonía y correspondencia - verdad, en definitiva -entre lo interno y lo externo, puede dar lugar a que el Padre rechace nuestraadoración, como rechazaba los cultos del Israel idolátrico, que le honraba con laboca, pero tenía el corazón muy lejos de él (cf. Mi 15,8-9).

JLa adoración a Dios es algo que pertenece a la esencia de la criatura, a su ser y saberrelacionarse correctamente con su Creador, de cuyas manos ha salido, para conocerloy amarlo, para servirle y darle el culto que merece. Creo que un hombre sólo llega ala plenitud de hombre cuando, después de descubrir a Dios, ocupa debidamente suposición de criatura y la mantiene cada día de su vida. Esto implica que sólo elhumilde puede llegar a ser verdadero adorador, porque el Espíritu habita en loshumildes, pero se retira del corazón de los soberbios, si en algún momento lo hahabitado.

❑Porque Dios es espíritu hay que adorarle en espíritu y en verdad; y por la misma razóntenemos que aprender a movernos en el terreno del espíritu sin pretender que estasrealidades espirituales tomen cuerpo en el terreno de la experiencia psíquica. A laadoración hay que ir con pureza de corazón y animados por la fe, guiados por elEspíritu y sostenidos por la Palabra, siendo también conscientes de que unaadoración bien hecha es lo que mejor puede desarrollar y mantener nuestrascapacidades espirituales. Finalmente también aquí se puede aplicar el principio de queel mejor modo de aprender a adorar es adorando.

Ayúdanos, Señor, como lo hiciste con la samaritana, para entender mejor la adoración y,por favor, pon en nuestro corazón un gran amor a la adoración, verdad en elreconocimiento de nuestra condición de criaturas y la capacidad de respuesta que comotales debemos al Padre, por medio de ti, en el Espíritu Santo. En definitiva, enséñanos a

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ser buenos adoradores de los tiempos nuevos que tú nos has traído y a no perder laoportunidad.

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«Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, asus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío» (Lc

14,26).

Pensando un poco, nos damos cuenta de que todo este detalle de expresión que usaJesús no era necesario para dar a entender lo que en el fondo dice, y que es esto: «Nopuede ser discípulo mío quien no me pone a mí en primer lugar». Sin embargo, elMaestro va nombrando uno a uno a los que pueden ser los seres más queridos, la familiaen general, donde cualquiera de ellos puede ser el preferido a la hora de quedarnos conalguien, y que no es necesariamente el mismo para todos.

JEs curioso, pero el Señor emplea expresiones radicales, que en nuestros tiempos notienen cabida entre muchos de los autoproclamados discípulos suyos, porque notienen problema a la hora de hacer del texto una interpretación a la baja convaloraciones como «no es para tanto... lo que quiso decir...», etc. Sin embargo, eltexto de Mateo insiste en la misma idea, cambiando el verbo y por tanto la expresión:«El que ame a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama asu hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí» (Mi 10,37). Los dos textosaportan la misma doctrina, aunque de modo distinto. Para un cristiano que se precie,todo debe estar sometido y todo debe ser amado en segundo lugar, porque el primeroestá reservado a Jesucristo, el que está por encima de todo y es Cabeza de todo (cf.Ef 1,10). ¿No está en línea con el primer mandamiento que nos exige poner a Dios enel primer lugar de nuestro amor, culto y servicio?

1JLas expresiones «odiar a» y la de «amar a» hay que aplicarlas al corazón, fuente de lavida, es decir, a lo más profundo y característico del ser humano, creado a imagen ysemejanza de Dios y dotado de la capacidad de amar al estilo de Dios. Ni que decirtiene que no estamos hablando del egoísmo disfrazado, al que tantas veces se leaplica injustamente el nombre de amor, sino del amor auténtico que se definefundamentalmente por la entrega y el don de sí mismo.

JEl amor egoísta se alimenta de la satisfacción, de la seguridad, del placer... que recibe deaquello o de aquéllos que dice amar. Y es difícil encontrar ejemplos de amor puro, dedon y entrega a cambio de nada, pues ni siquiera entre los miembros de las familias,que es donde más fuertes parecen los lazos del amor, es fácil encontrarlo. Lo másaproximado, el amor materno, suele ser una mezcla de amor de entrega al lado deuna buena dosis de satisfacción personal, de correspondencia emocional, de seguridaden caso de necesidad, etc. Todo esto es lógico y es natural en el sentido de que se

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corresponde con las leyes naturales y hasta con la Palabra de Dios en cierto modo;pero es incorrecto cuando ocupa el primer plano de nuestra vida. Entonces caemosen una situación de dependencia o apegos, que nos impiden amar a Dios comodebemos. Aquí es donde el Maestro quiere llegar.

JDe hecho, su enseñanza viene a establecer dos niveles de amor y entrega: el Reino deDios con su Rey al frente y luego todo lo demás. El problema del hombre ha sido,desde siempre, lo que ha hecho con su amor, que es como decir lo que ha hecho consu voluntad y su libertad, porque amor y voluntad son inseparables, hasta el extremode poder afirmar que la esencia del amor es la voluntad: querer o no quererentregarse y hacerlo con toda la capacidad es lo mismo que amar con todas nuestrasfuerzas. Esta es la exigencia del Reino y de su Rey: reconocerlo como al másimportante, empeñarse en servirle como corresponde, y luego esforzarse porconseguirlo.

1JQuien ama al Maestro más que a otro cualquiera no renuncia a amar a nadie, sino quedecide sencillamente amar ordenadamente. Y tal vez sea ésta la palabra clave que nosexige poner a cada persona o cosa en el lugar que le corresponde. Amar al Señor enprimer lugar significa reconocerlo como lo más importante en nuestra vida, como lareferencia para nuestros pensamientos, palabras, deseos, obras, actitudes... para todolo que tenga origen en nuestra realidad de personas. Luego, desde él y con él, que escomo decir con la capacidad y la calidad que nos da el amor que recibimos de él,amar a los demás, lo cual no significa amar menos, sino amar más y mejor, porque lacapacidad de amor y la calidad de amor crecen cuando amamos a Dios sobre todaslas personas y cosas. Siempre que tratamos con las cosas de Dios salimos ganando, sisomos capaces de someternos a la voluntad y a los estilos de Dios; lo que ocurre esque nuestra falta de fe nos impide llevar a la práctica lo que sabemos que nos dice laPalabra de Dios, aun comprobando que podemos fiarnos cuando nos decidimos aponerla en práctica.

iPero tal es la condición del hombre, en quien la fuerza del pecado es tan grande yproduce efectos tan diversos que no podemos escapar por completo a su influencia.Sólo cuando somos capaces de lanzarnos al vacío de la fe y repetir constantementeesta experiencia, estamos poniendo de nuestra parte los requisitos necesarios para quevayan tomando cuerpo de expe riencia las promesas que la Palabra de Dios tiene paranuestro comportamiento de discípulos.

¡Otra vez a vueltas con el problema de la fe! ¿No es verdad, Señor, que hemos oído

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muchas veces y sabemos por muchos conductos que el amor a Dios está por encima detodo? Pero, ¿no es verdad también que no lo creemos del todo porque no nos interesacreerlo desde el punto de vista humano? Así pues, lo que hacemos es buscar un arreglo,en el que no te pedimos opinión sino que aceptes nuestra opinión, y nos damos porsatisfechos. Perdona, Señor, y ayúdanos a creer que no hablas en broma al decir estascosas, sino que esperas que las pongamos de una vez en práctica.

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«Al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que unode los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua» (Jn

19,33-34).

El drama estaba consumado. La pantomima de juicio que habían hecho al Maestro deNazaret, la consiguiente condenación democrática con los votos del Sanedrín y la lentaejecución de la sentencia vergonzante de la cruz había terminado. El hecho principal dela historia, el que iba a servir de referencia para el tiempo, estaba consumado. La últimafrase de la última escena, «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» (Lc 23,46),anunciaba la bajada del telón. El último suspiro que acompañó a la entrega del espírituacompañó al alma en su salida de aquel cuerpo que le había servido de morada. Todoestaba acabado, al parecer.

iPero no, faltaba algo que escapaba a toda lógica, pues «un soldado le atravesó elcostado con una lanza». ¿Para qué, si ya estaba muerto? ¿Por qué, si no habíaninguna razón? ¿Quién era aquel soldado romano y qué móvil le empujó a hacersemejante brutalidad? No nos dice nada el Evangelio, por lo que no podemos saber laverdad. Tan sólo nos da una explicación: «Todo esto sucedió para que se cumpliera laEscritura» (Jn 19,36). Estaba escrito que sucedería, pero no podemos deducir poreso que una fuerza extraña impulsó al soldado a clavarle la lanza para que no hubieraun fallo en la Es critura, sino que la Escritura lo afirmaba así porque iba a suceder ensu momento.

J¿Qué pasó por la mente de aquel soldado en ese momento o qué emocionesincontroladas le jugaron una mala pasada? Nos explicaríamos que lo hubiera hechoun judío, alguno de los perseguidores de Jesús, alguno de aquellos que habían salidomalparados en su intento por atrapar al Señor, pero sorprende que fuera un soldado,ya que Jesús nunca había dicho ni hecho nada contra ellos. ¿Será que estaba cansadode estar allí tantas horas o estaría ebrio? ¿0 será simplemente la imprevisible reacciónde los seres humanos ante las situaciones? La realidad es que un soldado le dio unalanzada y lo traspasó con la fuerza que le dio la carga de ira, de odio o de lo quefuera, que sin duda estaría almacenada en el corazón de aquel soldado. Porque, ¿esposible que fuera tan irracional que lo hiciera para divertirse?

J«Y al instante salió sangre y agua.» No saldría mucha cantidad, por supuesto. Habíaempezado a sudar sangre en el huerto de Getsemaní, seguiría perdiendo por lasheridas de la flagelación y la coronación de espinas, pero habría perdido sobre todo a

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partir del momento en que fue clavado en la cruz y durante el tiempo que permanecióen la cruz. Tal vez era ésta toda la que le quedaba. Si había venido a derramar susangre por los pecadores, cómo iba a quedarse con algo? El que trajo vida a lahumanidad que yacía en sombras de muerte, ¿cómo no iba a dar toda su sangre, elmejor exponente de vida en el cuerpo humano, en correspondencia a la otra vidanueva que iba a llegar a través de la sangre derramada? Lo dio todo en holocausto deredención y amor por la humanidad. También la sangre, que es vida, hasta la últimagota.

JY agua, también brotó agua de su costado junto con la sangre. ¿Qué explicación se lepuede dar? No importa; interesa más su simbología que el fenómeno físico. Es ciertoque gran parte del peso y volumen del cuerpo humano es agua, pero el agua no seencuentra precisamente embolsada en el costado. La que sale mezclada con su sangresimboliza el agua que Jesús había anunciado para quienes fueran a él buscando lasfuentes de agua que brotan para vida eterna (cf. Jn 7,38), es decir, tiene que ver conel Espíritu que enviará después a sus discípulos.

JY es que de la cruz brotó toda la vida, la que iba a eliminar a la muerte del espíritumediante la purificación de los pecados por la sangre, y la vida nueva del Espíritu,fuente de vida eterna mediante la obra de filiación y perfeccionamiento del hombrenuevo en Cristo. La sangre y el agua - la cruz y el Espíritu - son las artífices de lavida recuperada, del hombre recreado por Cristo, recuperado de su fosa fatal ytrasladado a la morada del Padre, por la obra del Hijo y el Espíritu.

❑El agua y la sangre que cayeron fueron en busca de los hombres de abajo paralevantarlos, por la fuerza de la cruz, hacia arriba; el agua y la sangre juntas porque,así como antes de ponerse ropa limpia, el hombre se lava toda suciedad que puedahaber en él, así el Espíritu no puede tomar posesión del corazón que no se ha lavadocon la sangre del Cordero. Es una obra conjunta, cuyo resultado es la vida abundanteque el Hijo vino a traernos. La tierra quedó empapada con la sangre y el agua.Dichoso el hombre que como la tierra, se deja empapar del agua y la sangre quebrotan del costado de Cristo y descienden de la cruz, porque quedará limpio y serálleno de vida nueva, de la vida eterna que nos alcanza el Hijo y nos da el Espíritu.

Gracias, Señor, por tantos dones juntos: por el don de la salvación y la redenciónmediante tu muerte en la cruz, por el don de la purificación de nuestros pecadosmediante tu sangre, por el don de la justificación ante el Padre y por el don del Espíritu,que nos da la nueva vida cuando tú vuelves al Padre y se lo pides para tus discípulos.¿No tendríamos que estar de rodillas ante tu cruz mucho tiempo para darte gracias por tu

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obra a través de ella? Gracias por tu cruz, Señor, gracias.

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«Dijeron todos: 'Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?'. Él les dijo: 'Vosotros lo decís: Yosoy'. Dijeron ellos: '¿Qué necesidad tenemos ya de testigos, pues nosotros mismos lo

hemos oído de su propia boca?'» (Lc 22,70-71).

No hay que ser muy avispados para imaginar la alegría que tendrían los enemigos yperseguidores de Jesús cuando vieron que por fin lo tenían bajo su poder. Casi no se locreerían. La noticia se había extendido tan rápida como los grandes acontecimientos;todos en las altas esferas estarían contentos y felices, frotándose las manos por el éxito.Ahora había que preparar a conciencia un plan que no fallara para terminar con él loantes posible, pero había que hacerlo con todo cuidado para que el pueblo no sólo noestuviera en contra, sino que colaborara en la ejecución del plan. Pero había que darapariencia de legalidad y justicia a todo el proceso y puesto que lo primero que había quehacer era tomar decisiones, había que reunir a los representantes del pueblo y de la leypara deliberar, porque aquello tenía que hacerse y presentarse bajo el signo de la unidady de la unanimidad.

1JAsí pues en cuanto se hizo de día tuvo lugar la reunión. ¡Qué movida debió ser lanoche! ¡Cómo irían y vendrían por las calles de Jerusalén los mensajeros amparadospor la oscuridad y cuántos pequeños conciliábulos no habría para pensar y tomarposiciones de cara a la reunión de la mañana! Y todos repetirían la misma frase: «Alamanecer, en el Sanedrín». Y los receptores del mensaje res ponderían: «De acuerdo,no faltaré». Es posible que algunos durmieran bien, pero también es seguro que másde uno pasaría la noche en vela pensando y haciendo planes. El caso es que a la horaconvenida, al amanecer, estaban todas las fuerzas representativas en el Sanedrín:ancianos, escribas y Sumos Sacerdotes. Los representantes del cielo y de la tierraiban a aunar esfuerzos para terminar de una vez con un personaje tan revolucionariocomo molesto para su tranquilidad y su seguridad.

JUna vez reunidos y puestos de acuerdo sobre lo que había que hacer y cómo hacerlo«le hicieron venir al Sanedrín», lugar digno de todo respeto, donde la justicia y lainjusticia convivían y se iban repartiendo las decisiones y los acuerdos de losadministradores de las leyes. Ahora, la injusticia estaría exultante al ver cómo estabaa punto de lograr la victoria más sonada de todos los siglos. Pero había que esperarhasta el final y no adelantar acontecimientos. Al ver aparecer al primer soldado seharía un silencio sepulcral, que daría paso a la curiosidad. Todos observarían losgestos de Jesús y se asegurarían de que estaba bien custodiado, algunoscomprobarían que estaba bien atado, y el jefe de seguridad habría advertido a los

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soldados:

-Si se escapa, os corto el cuello a todos. A lo que ellos tal vez responderían:

-Tranquilo, jefe, tranquilo. Está bien custodiado y no hay posibilidad de que huya.

-Una vez tomadas las máximas medidas de seguridad, decidieron empezar el juicio. Laspruebas que tenían podían resultar insuficientes, de modo que habría que hacer unbuen interrogatorio para ver si lo cazaban en algo que fuera razón suficiente paracondenarlo. Y empezó el portavoz, que sería algo así como el fiscal jefe:

-«Si tú eres el Cristo, dínoslo».

-Él respondió: «Si os lo digo, no me creeréis. Si os pregunto no me responderéis. Deahora en adelante el Hi jo del hombre estará sentado a la diestra del poder de Dios».

-Dijeron todos: «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?».

-Les dijo: «Vosotros lo decís. Yo soy» (Lc 22, 67-70).

1JNo acabarían de creerse qué fácil les había resultado todo y qué breve había sido eljuicio. Unos pensarían en su sagacidad e inteligencia para el interrogatorio; otros, enque tal vez Jesús no estaba muy en condiciones para pensar después de una nochetan difícil; y otros ni siquiera podían pensar, sólo se gozaban con el resultado. Entreestos tal vez habría alguno de aquéllos que habían escuchado del Maestro piroposcomo «sepulcros blanqueados», o «raza de víboras». En cualquier caso se lo habíanpuesto en bandeja.

iDijeron ellos: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos, pues nosotros mismos lo hemosoído de su propia boca?». Ya tenían la prueba que necesitaban, la prueba suficiente.Con la ley en la mano estaba claro que había blasfemado haciéndose pasar por elHijo de Dios. La decisión fue resultado de un razonamiento semejante a éste, aunqueno lo conocemos: «Este no puede ser el Hijo de Dios, pero se declara Hijo de Dios,luego ha blasfemado y es reo de muerte».

JEl Sanedrín falló en la primera opinión: «Este no puede ser el Hijo de Dios». Lo decíanellos que, si algo conocían bien, se supone que era la Escritura. Sin embargo, habíanrechazado a Jesús desde el principio no sólo como el Mesías, sino como simpleprofeta. ¡Tan ciegos estaban en su soberbia, en su ciencia, en su religión, en sutemplo - con todo lo cual habían hecho una especia de mezcla explosiva-, que nofueron capaces de plantearse una pregunta seria acerca de Jesús, de su doctrina y desus obras, y estudiar concienzudamente la situación antes de formular un juicio ysobre todo antes de condenar a priori todo lo que venía de él.

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JAunque resulte increíble y parezca absurdo, la soberbia ciega de tal modo que incapacitapara ver lo evidente y distorsiona la verdad y el engaño, de tal modo que lostergiversa en función del interés que domina la situación. Unos estarían ciegos, otrosdefendían sus intereses, otros no sabían bien lo que ocurría, y otros, tal vezadmiradores de Jesús aunque no se atrevieran a decirlo, guardarían un silenciocobarde que, en el fondo, era otro modo de mantener el puesto y no entrar enconflicto con nadie. Así pues, el resultado fue de unanimidad, que es lo que se dicecuando no hay oposición.

❑¿Testigos? ¿Para qué los querían si ellos eran todos testigos e intérpretes directos de lasituación? Ya tenían su verdad y eso era suficiente. Su técnica consistió en tomar larealidad, la evidencia de unos hechos, darles su propia valoración al margen de laverdad objetiva de los mismos y actuar en consecuencia. A eso se redujo el juicio quehicieron a Jesús. Y desgraciadamente la historia se repite, porque es un estilofrecuente de actuación en el ser humano, que suele anteponer el interés personal a laverdad y la justicia, sobre todo cuando sus intereses personales están en juego.

¡Cómo tenemos que alegrarnos, Señor, de que tu justicia no sea como la de los hombres!Tú administras la justicia de la verdad y del amor, pero los hombres nos inclinamos haciala `justicia' del interés personal en primer lugar. Si además se puede estar de acuerdo conla verdad, mejor que mejor; si no se puede, procuramos justificarnos de algún modo paraquedarnos tranquilos, como los que te enviaron a ti a la muerte, y acabar con lassituaciones lo antes posible para olvidar, como hicieron también contigo. Gracias, Señor,porque al final, siempre habla la justicia verdadera, que es la tuya.

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«Su madre le dijo: 'Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados,te andábamos buscando'. Él les dijo: 'Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo

debía estar en la casa de mi Padre?'. Pero ellos no comprendieron la respuesta que lesdio» (Lc 2,48-50).

Siempre se ha puesto a Jesús como el hijo modelo, al que había que tener comoreferencia, tratar de imitar en todo. Y no podemos dudar de esto, pero esta situación senos escapa. Cuando empezamos a pensar en su comportamiento, no nos parece muyejemplar; y es posible que los padres que quieran que sus hijos tengan como modelo alniño - al preadolescente - Jesús, pasen por alto este pasaje, porque no les gustaría versemetidos en algo parecido por culpa de sus hijos. Esta escena parece propia de un hijorebelde más que sumiso y obediente. Por eso, cuando reflexionamos sobre el pasaje, esfácil terminar con esta pregunta u otra semejante: ¿No podía haber pensado en elsufrimiento por el que iban a pasar sus padres y haberles anunciado lo que iba a hacer?

JEs evidente que una persona de esa edad tiene suficiente capacidad de raciocinio paradarse cuenta por anticipado del resultado de semejante acción, pero parece que Jesúsno hizo nada por evitarlo. Por eso está justificada la frase de su madre: «¿Por quénos has hecho esto?». No sabemos qué expresión tendría el rostro de María y conqué tono de voz se lo diría, pero es lógico pensar que estaría enojada y el tono de vozsería más bien el que acompaña a un serio correctivo. La palabra de Dios nosrecuerda que hay una ira, que es normal y no se puede calificar de pecado, sino quepuede dar ocasión al pecado: «Si os airáis, no pequéis...» (Ef 4,26). La llamada quehace la Palabra para no alimentar la ira tiene como objeto evitar la ocasión de pecado.Es posible imaginar, sin necesidad de ser madre, cómo María dejaría enseguida a unlado su enojo, y daría paso al gozo que suponía haber encontrado al `granuja' delhijo.

❑Y ¿qué dirían los vecinos cuando fueran oyendo uno tras otro la pregunta de Maríapor el camino: «¿Habéis visto a nuestro hijo por algún sitio?». Luego vendría elcomentario: «¡Quién lo iba a decir! ¿Cómo esperar que este niño, que parecía tanbuenecito, que no hacía las travesuras de los demás, que no apedreaba a los perros ylos gatos por la calle, que no entraba a los corrales a robar huevos, ni a los huertos acoger fruta, que nunca contestaba mal a su madre y le obedecía... fuera a hacer unacosa así? Desde luego, nunca te puedes fiar de las apariencias».

❑María hizo una pregunta a Jesús con su queja - se quejó preguntando-, y el niño, que

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parecía haberse espabilado de repente, le contesta con otra en la que va incluida larespuesta: «¿No sabías que yo debía estar en la casa de mi Padre?» (Lc 2,49). Loque no sabemos es si el diálogo se dio por concluido aquí o continuó; tampocosabemos si José le dirigió algún reproche o se limitó a cogerlo de la mano y tirar de élpara ponerse en camino; lo que está claro, porque nos lo dice el texto, es que «nocomprendieron la respuesta que les dio».

❑La expresión de María: «Tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando», notiene desperdicio. Por una parte, María incluye a José en la búsqueda con la categoría de padre nombrándolo en primer lugar, a pesar de que no lo era. La palabraangustiados recoge todo el estado emocional con que habían estado buscándolo,desde que se dieron cuenta de que no iba en la caravana. Empezarían pensando queno podía estar lejos, que iría con otros niños de Nazaret; y luego, al ver que no eraasí, seguirían pensando que tal vez estaría jugando con algún otro y se habíanrezagado; pero al ver que el único niño que faltaba era el suyo, empezaría latormenta. ¿Le preguntaría a José, reprochándole también al mismo tiempo por nohaber cuidado de él? La verdad es que cuesta comprender que, no teniendo los dosotra preocupación ni otro niño que atender, cayeran en semajante despiste, pero esque Dios permite a veces las situaciones más sorprendentes y desagradables desde elpunto de vista humano.

1JEl caso es que las dudas del primer momento dieron paso a la angustia como reacciónhumana normal. Pero se nos plantea una duda: ¿Cómo es posible que María, la llenade gracia y libre, por tanto de los efectos del pecado, cayera en una situación deangustia? ¿Es que su fe no era lo suficientemente fuerte como para creer que no iba apasar nada que no estuviera en los planes del Padre? Hay otro pasaje referido a Jesúsen Getsemaní que dice: «Comenzó a sentir tristeza y angustia» (Mi 26,37). Se repitela palabra angustia. ¿Es que a Jesús también le faltaba fe? ¿Cómo podía faltarle algo aquien tenía una comunión tan profunda con el Padre como para poder decir: «elPadre y yo somos uno»? (Jn 10,30)

❑La fe no puede eliminar las emociones y los sentimientos, porque el alma se expresasiguiendo sus reacciones naturales, las capacidades que le son propias en todos losórdenes. Si el miedo, por ejemplo, es un mecanismo de defensa, siempre que se hagapresente un peligro evidente, ese mecanismo, que no sabe que existe algo como la fe,se pone en marcha y hace sonar la alarma; otra cosa es que luego la situación pase amanos de una fuerza superior, como es la fe; pero el miedo hace su papel. Así sucedecon todas las emociones, cuya presencia se detecta inmediatamente que perciben elestímulo que las dispara. María y Jesús cayeron en situación de angustia por motivosque, siendo diferentes, tenían capacidad suficiente para generarla.

1JFinalmente el percance se dio por acabado y reemprendieron el camino sin volver ahablar del asunto, lo que no quiere decir que se diera por concluido. Jesús iría

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pensando en aquella experiencia tan nueva y excitante que tuvo entre los doctores dela ley y gozándose al ver cómo el Padre lo estaba iniciando y mostrando ya algo de sufuturo. María y José irían también pensativos, sobre todo María, tratando deentender lo que había ocurrido, y de modo especial reproduciría en su memoria laescena en que ve a su hijo dando lecciones a los maestros de la ley. Se haría muchaspreguntas para las que no había explicación ni respuesta, pero estaba segura de quealgo nuevo estaba empezando y que todo lo que ocurría formaba parte del misterioque envolvía su maternidad y los planes de Dios, de los que el ángel Gabriel le habíahablado. Le tocaba estar al tanto de todo, colaborando con todas sus fuerzas en lamisión que se les había encomendado, y esperar que se cumpliera todo lo que sabía ytodo lo que su corazón le decía que iba a suceder.

Tú, Señor, no tienes experiencia de los problemas propios de la paternidad, por lo que nopodrías comprender la angustia de María y José hasta que te encontraron, y eso queentonces no existían tantos problemas de inseguridad como los que tenemos hoy. ¿Fueidea tuya quedarte sin avisarles, o fue el Padre quien dirigió la aventura con la idea deenseñarles algo que tenían que aprender ya: que nuestros hijos pertenecen al Padre y quesólo son nuestros en segundo lugar? Nosotros sabemos que «en todas las cosasinterviene Dios para bien de los que le aman» (Rm 8,28); pero ¿lo sabían María y José ofue una lección que les dio el Padre con la experiencia?

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«Y levantándose todos ellos, le llevaron ante Pilato. Comenzaron a acusarle diciendo:'Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al

César y diciendo que él es el Cristo Rey'» (Lc 23,1-2).

Hacía mucho tiempo que «los sumos sacerdotes y los escribas buscaban cómo hacerledesaparecer, pues temían al pueblo» (Lc 22,2). Satanás, que como siempre viene enayuda de los que quieren trabajar a su lado, «entró en Judas» (Lc 22,3) y entre todos -sumos sacerdotes, escribas, Satanás y Judas - formaron un equipo poderoso, capaz deacabar con todos los obstáculos que se pudieran poner ante ellos. El primer paso lodieron Judas con Satanás, poniendo al Maestro en manos del resto de aliados medianteun beso de traidor valorado en treinta monedas. Si Satanás había entrado en Judas,¿sería el beso acción común de los dos? ¿0 se habría ausentado Satanás por un tiempopara no exponerse a otro percance vergonzoso y humillante ante Jesús como en eldesierto?

iUna vez en sus manos sólo buscaron hacerle hablar hasta que dijera algosuficientemente grave como para inculparlo y condenarlo a muerte. En ningúnmomento se habían propuesto averiguar la verdad acerca de lo que estabasucediendo, acerca de Jesús de Nazaret, de su persona, de su doctrina y de sus obras.No les interesaba la verdad sino su seguridad ante una situación que se presentabaconfusa y amenazadora desde su punto de vista. Y cabe preguntarse cómo es posibleque el Sanedrín - Sumos Sacerdotes, escribas y ancianos - que se supone eran la flory nata del pueblo elegido por Dios como propiedad personal, tuvieran tan pocadignidad y tanta bajeza moral, como para intentar eliminar por todos los medios a sualcance a una persona de la categoría de Jesús de Nazaret, visiblementeextraordinario en todo, por el simple hecho de que les molestaba y tenían miedo alpueblo (dos amenazas para su seguridad personal, social y religiosa).

❑Parece que estaban muy de acuerdo, porque no se sabe que hubiera vocesdiscrepantes. Y es que cuando se trata de beneficios personales, a los hombres noscuesta poco ponernos de acuerdo, aunque tenga que haber víctimas a la hora dealcanzarlos. Es un enfrentamiento curioso entre la verdad y el interés, en el que elhombre se inclina con mucha frecuencia por el segundo, porque al fin y al cabo leresulta más útil; pero como esto no es correcto hay que hacer algo para que loparezca y así pueda quedar la conciencia tranquila.

❑Qué diferencia con el comportamiento de Jesús, que no tiene reparo en reconocersecomo Hijo de Dios cuando se lo preguntan, aun sabiendo que le va a costar la vida(cf. Lc 22,70-71). La diferencia consiste en que él es la Verdad (cf. Jn 14,6) y no

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puede salir de ella, mientras que los otros se comportan como esclavos del Príncipede este mundo, incapaz de decir verdad.

❑No es una situación nueva porque ya les había dicho Jesús en otra ocasión: «Tratáis dematarme a mí que os he dicho la verdad que oí de Dios» (Jn 8,40). Y al replicarleque no tienen más padre que a Dios, insiste: «Vosotros sois de vuestro padre el diabloy queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Este era homicida desde el principio yno se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dicelo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44). Lasituación no es nueva, pero el momento es crítico.

JEl sumario estaba concluido; a su modo, pero concluido. Tenían las pruebas quenecesitaban para que cualquier tribunal lo condenara sin remedio. Así que sin esperarmás - los malos tragos hay que pasarlos lo antes posible - se dirigen a Pilato. Eso sí:«todos ellos», porque la unión hace la fuerza. Así sería más fácil convencer a Pilatoporque la presión trabajaría a su favor: «Y comenzaron a acusarle». Pero, ¿de qué?,¿de hechos o de opiniones? El cuerpo del delito está constituido por una acusaciónfalsa y por una verdad falsamente interpretada. Le acusan de prohibir pagar tributosal César. Como si ellos se sintieran felices por tener que pagarlos.

1JEs una acusación falsa, pero, ¿no se trata de buscar que le condenen? Entonces éste esun argumento poderoso con el que se consigue que Jesús no aparezca condenado porellos, sino por el poder político, con lo cual se anticipan simbólicamente a Pilato y selavan las manos antes que él. ¡Qué fácil es tergiversar la verdad y usarla comoinstrumento de condenación! ¿Podemos olvidar que Satanás y los suyos viven en lamentira y para la mentira? Por si acaso no fuera suficiente añaden un poco de salsapicante: «Hemos encontrado a este alborotando a nuestro pueblo» (Lc 23,2). Y esque eso de alborotar al pueblo pone nervioso a cualquier gobernante, aunque tenganervios de acero. Hay muchas situaciones en las que se puede hacer la vista gorda ycosas que se pueden permitir, pero ¿alborotar al pueblo? ¡Eso es intolerable!

JDespués de lanzar dos cargas de profundidad con detonador político, queda otra dereserva, de carácter religoso que, en caso de fallar las anteriores, la pondrán enmanos del pueblo; pero conviene que Pilato se entere, como quien no quiere la cosa,y sepa lo que viene después, si él no cede a la pretensión del Sanedrín y condena amuerte al reo sin más dilación: «Dice que es el Cristo Rey» (Lc 23,2). ¡Lo quefaltaba oír! Si tuviéramos un vídeo con la escena, creo que veríamos cómo Pilato sedescomponía mientras todos los ojos del Sanedrín estaban fijos en él y pendientes desu reacción.

JY Pilato - como habían hecho antes aquella chusma de «nobles e ilustres» acusadores -empezaría a pensar cómo salir de aquella situación, porque estaba también másinteresado en su seguridad que en la inocencia o la culpabilidad de aquel reo. En todo

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caso la situación estaba clara y el fallo se adivinaba. Para empezar, en aquel juicio nohabía defensor, pero había multitud de acusadores; el juez era un político que teníaque defender la poltrona frente a un Sanedrín y un pueblo que siempre habían sidoreligiosos. Y la acusación estaba suficientemente bien presentada y adornada comopara que pasara por creíble. Todo era correcto para conseguir lo que se pretendía:condenar a muerte al reo y al mismo tiempo quedar con la conciencia tranquila yquién sabe si hasta con la satisfacción de haber hecho un favor a Israel y dar gloria aDios. ¿No eran acaso los servidores de Yahveh quienes habían planificado y llevado acabo el proceso?

Una vez más, Señor, tenemos que avergonzarnos los humanos, como miembros de laespecie, de nuestros modos de pensar y de obrar. Y una vez más tenemos que reconocercon qué facilidad nos podemos alejar de la verdad y caer en el engaño y el crimenayudados por las razones del interés y la conveniencia. Ven en nuestra ayuda, Señor, yno nos dejes caer en la tentación de la mentira y la cobardía, cuando nos encontremos enalguna situación de peligro. Gracias, Señor.

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NOTA: Las citas en negrilla se corresponden con los textos con que se encabezan lostemas.

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1. Al pasar vio a Leví

2. Pedid y se os dará

3. Cielo y tierra pasarán

4. Frustraron el plan de Dios

5. Simón, Simón, mira que Satanás ha solicitado cribaros

6. No quedará piedra sobre piedra

7. Conozco tu conducta

8. Habla las palabras de Dios

9. Cuando vayas a orar

10. Esta es la vida eterna

11. Alzó la voz una mujer de entre la gente

12. Tengo sed

13. Como el que sirve

14. Estad atentos y vigilad

15. La gente quedaba asombrada

16. Yo soy el buen pastor

17. Vosotros sois la luz del mundo

18. Permaneced en la ciudad

19. Me habéis traído a este hombre como alborotador

20. Aprended de mí

21. Había allí una vasija de vinagre

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22. Si el grano de trigo no muere

23. Si alguno guarda mi palabra

24. Salieron a su encuentro diez leprosos

25. Tanto amó Dios al mundo

26. Jesús, lleno del Espíritu Santo

27. He bajado del cielo

28. Los fariseos y los escribas murmuraban

29. No necesitan médico los sanos

30. Se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo 30.

31. Acerca aquí tu dedo

32. Este pueblo me honra con los labios

33. Venid a mí

34. El Padre os dará el Espíritu Santo

35. El Espíritu es el que da la vida

36. Os dispersaréis cada uno por vuestro lado

37. Marta estaba atareada en muchos quehaceres

38. Si alguno tiene sed

39. Llega ]ahora

40. Si alguno viene donde mí

41. Uno de los soldados le atravesó el costado

42. Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?

43. Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?

44. Le llevaron ante Pilato

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1.Relatos desde la mesa compartida. Dolores Aleixandre

2.Vocabulario básico para el cristiano. Álvaro Ginel

3.Santos de leyenda. José Fernández del Cacho

4.Dios deformado. Enrique Martínez de la Lama

5.Iniciarse como catequista. Miguel Ángel Gil

6.Grupo y catequesis. Álvaro Ginel

7.Curso básico de pedagogía catequética. Eugenio González

8.Ser catequista. Alvaro Ginel

9.Dichosos vosotros. Dolores Aleixandre

10.Iniciar en la oración. Dolores Aleixandre

11.La fe de los grandes creyentes. Dolores Aleixandre / Juan J.Bartolomé

12.Esta historia es mi historia. Dolores Aleixandre

13.Bienaventuranzas. Ricardo lázaro Recalde

14.Los Sacramentos. Manuel Bellmunt

15.Psicología y catequesis. Ana García / Mina Freire

16.Curso básico de Moral. Eugenio Alburquerque

17.Vocabulario Básico de Psicología y de Pedagogía. Crista Ruiz de Arana

18.Los salmos, un libro para orar. Dolores Aleixandre

19.Cuando vayas a orar... Ma Dolores López

20.Descubrirla Biblia. Cesare Bissoli /Jordi Latorre

21.El Credo de nuestra fe. Antonio Cañizares / Ángel Matesanz

22.La ética cristiana. Eugenio Alburquerque

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23.Texto nacional para la orientación de la catequesis en Francia y Principios deOrganización. Conferencia de los Obispos de Francia

24.¡Dichosa catequesis! G i l les Routhier

25.Repensar la catequesis. Álvaro Ginel

26.Las diez palabras del Sinaí. Eugenio Alburquerque

27.Caminos para la fe. Josep M' Maideu Puig

28.Repensar la formación de catequistas. Álvaro Ginel

29.Los nuevos catequistas. Henri Derroitte / Daniel le Palmyre (coords.)

30.Querida madrina, querido padrino. Andrea Fontana

31.Un tesoro escondido. Dolores Aleixandre

32.Hacerse discípulo. Dolores Aleixandre

33.Acompañar a los catecúmenos. Secretariado Diocesano para la Iniciación Cristiana delos Adultos (Turín)

34.¡Salgan a buscar corazones! Jorge M.Bergoglio (papa Francisco)

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Obras publicadas en Editorial CC5

Otras obras del autor

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