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A MERCED DE SU GRACIA André Louf EL PODER DE LA FE Los lectores de este libro serán en su mayoría creyentes, lo que en nuestro vocabulario significa personas ligadas a la fe cristiana. Las palabras Fe y Creyente nos parecen tan claras que no nos plantean preguntas. Lo mismo sucede con distintas palabras del vocabulario religioso corriente. Con ello se corre el peligro de que al cabo de cierto tiempo, dejen de usarse matices fundamentales o que acepciones secundarias jueguen un papel mucho mas importantes que en el origen. Por eso es bueno someter nuestro vocabulario habitual a un examen crítico. ¿ COMO HABLAR DE LA FE? En lo que toca a la palabra FE una primera dificultad surge del empleo de dos adjetivos derivados: creyente e increyente. Los empleamos comúnmente para indicar dos grupos sociales bien definidos. En todas partes se encuentran creyentes y no creyentes. La mayoría de la gente no vacila en decir a qué grupo pertenece. Es un poco como una profesión, una nacionalidad o un estado civil. Casi se podría consignar en el documento de identidad o en la declaración de la renta, como pasa de hecho en algunos países. Mencionemos algunas expresiones derivadas de la palabra FE que podrían llevarnos a error: creíble y crédulo, Decimos que algo es creíble cuando parece razonable. Sin quererlo, insinuamos así que la fe tiene algo que ver con una verosimilitud objetiva. Una cosa no creíbles es por lo tanto inverosímil. La misma ambigüedad lleva consigo el uso de lo crédulo e incrédulo. Un Tomas "incrédulo" es uno que, según nosotros, concede importancia a las normas de la verosimilitud, a quien no se le puede hacer creer, mientras que por el contrario una persona crédula no da a eso mas que muy poca importancia, y que roza la ingenuidad. La misma raíz creer se emplea así en contextos que tienen poco que ver con la fe de la que habla el Evangelio.

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A MERCED DE SU GRACIA André Louf EL PODER DE LA FE

Los lectores de este libro serán en su mayoría creyentes, lo que en nuestro vocabulario significa personas ligadas a la fe cristiana. Las palabras Fe y Creyente nos parecen tan claras que no nos plantean preguntas. Lo mismo sucede con distintas palabras del vocabulario religioso corriente. Con ello se corre el peligro de que al cabo de cierto tiempo, dejen de usarse matices fundamentales o que acepciones secundarias jueguen un papel mucho mas importantes que en el origen. Por eso es bueno someter nuestro vocabulario habitual a un examen crítico.

¿ COMO HABLAR DE LA FE?

En lo que toca a la palabra FE una primera dificultad surge del empleo de dos adjetivos derivados: creyente e increyente. Los empleamos comúnmente para indicar dos grupos sociales bien definidos. En todas partes se encuentran creyentes y no creyentes. La mayoría de la gente no vacila en decir a qué grupo pertenece. Es un poco como una profesión, una nacionalidad o un estado civil. Casi se podría consignar en el documento de identidad o en la declaración de la renta, como pasa de hecho en algunos países. Mencionemos algunas expresiones derivadas de la palabra FE que podrían llevarnos a error: creíble y crédulo, Decimos que algo es creíble cuando parece razonable. Sin quererlo, insinuamos así que la fe tiene algo que ver con una verosimilitud objetiva. Una cosa no creíbles es por lo tanto inverosímil. La misma ambigüedad lleva consigo el uso de lo crédulo e incrédulo. Un Tomas "incrédulo" es uno que, según nosotros, concede importancia a las normas de la verosimilitud, a quien no se le puede hacer creer, mientras que por el contrario una persona crédula no da a eso mas que muy poca importancia, y que roza la ingenuidad. La misma raíz creer se emplea así en contextos que tienen poco que ver con la fe de la que habla el Evangelio. Cuando hablamos de la Fe, pensamos espontáneamente en las verdades de la fe. Esta asociación orienta el concepto de la fe en una dirección intelectualista y en parte la cierra .El que habla de verdades de la fe piensa inmediatamente en un manual de teología o de catequesis, en donde la Palabra de Dios se expone de manera didáctica. Esta expresión didáctica de la fe tiene mucha importancia, y es deseable que se haga con gran esmero. Pero también es muy importante acentuar la diferencia fundamental entre la fe y un manual, incluso realizado de manera ejemplar. Puedo “saber” mucho del tema de la fe, y también “compartir” mucho este conocimiento con los demás, sin dar nunca el paso decisivo de la fe que implica siempre un abandono existencial en Jesús. La dificultas puede venir en parte del hecho de que, según el uso actual de la Iglesia, la mayoría de nosotros hemos sido bautizados en nuestra primera juventud y por ello hemos recibido la fe desde nuestra infancia. Confesamos que en el bautismo hemos recibido el don de la fe. Por eso creemos que desde nuestro bautismo pertenecemos a la categoría de creyentes de una vez y para siempre. Esto es verdad sólo en cierta medida. Sin querer cuestionar los usos actuales de la Iglesia, hay que hacer notar que la fe recibida en el bautismo no constituye más que un comienzo. En modo alguno puede dispensarnos de un encuentro personal con Jesús. Cuando fuimos bautizados de niños, fue gracias a la fe de la Iglesia, representada por nuestros padres y padrinos que se comprometieron a sostener la fe que se daba, pero que era todavía inconsciente en el niño o ahijado, y a acompañar su desarrollo hasta un verdadero encuentro de fe con

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Jesús, Sin este compromiso de los padres, del padrino y la madrina, la Iglesia no permitiría nunca el bautismo de niños de poca edad porque, sin catequesis, la fe del niño bautizado continuará dormida indefinidamente en su corazón y terminara por extinguirse. Se puede uno preguntar si esa fe inconsciente no duerme durante largo tiempo en muchos cristianos, porque nadie los ha ayudado a desarrollar la gracia recibida o porque la ayuda era tan extraña a la gracia que los frutos eran apenas visibles. En muchos casos no se ha hecho más que añadir a esta fe inconsciente un sistema de verdades puramente intelectual, mientras que en el plano de acción concreta se han añadido algunos principios de saber-vivir cristiano, llamados moral. Pero muy raramente se ha enseñado cómo ajustarse concretamente a esta fe recibida, cómo estar atento a la vida de la gracia y cómo vivir y amar según esta vida. Por eso, cuando llega el tiempo de transmitir esta fe a los jóvenes, seremos totalmente incapaces. El que no ha descubierto nunca el camino de la gracia en él porque no se lo han enseñado nunca, no podrá tampoco nunca enseñarlo a sus propios hijos. Se contentará con transmitir un conjunto más o menos correcto de verdades sobre la fe, al mismo tiempo que se esforzará por dar ejemplo de una vida leal e irreprochable en la que la gracia tiene muy poca parte.

EL ASOMBRO DE JESUS

La fe no es cosa fácil, ni puede convertirse en pretexto para evasivas. No es tampoco un camino rápido; es necesario tiempo y paciencia: "Creo, ayúdame porque tengo poca fe" (Mc 9,23). Para comprender mejor la fe es bueno volver al Evangelio, y más especialmente a la perícopa en que Jesús alaba la fe de alguien como no lo hace en ninguna otra parte. Se trata de la fe de un centurión romano, que asombra tanto a Jesús que llega a decir que no ha encontrado nunca una fe igual, ni siquiera en Israel (Mt 8,10). En los sinópticos no hay más de dos circunstancias en las que Jesús muestra cierta admiración: se sorprende de la fe del centurión y de la falta de fe de sus compatriotas de Nazaret. Marcos lo dice explícitamente. "Se asombraba de su falta de fe" (Mc6,6).Y añade que no pudo hacer alli ningún milagro. Detengámonos aquí un momento ante ese publico que no cree en Jesús, Su falta de fe es extraña. Se trata de compatriotas, gente de Nazaret, tal vez vecinos de Jesús, y por lo tanto de gente que lo conocía desde hacía años. Eran muy cercanos a Jesús. Posición excepcional, tal vez pensemos, para conocerle y sondearlo. Quizás nos sintamos a veces movidos a pensar que la fe hubiera sido más fácil si también nosotros hubiéramos sido contemporáneos y compatriotas de Jesús. El Evangelio sugiere precisamente lo contrario. Y Jesús subraya además como si fuese lógico: "Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa, carece de prestigio" (Mc6,4). Cuanto mas cercano a Jesús, humanamente hablando, mas difícil creer en el. Aun mas extraño es pensar que los habitantes de Nazaret que encuentra Jesús el sábado en la sinagoga son los judíos más creyentes de la época. No sólo conocen la Ley, sino que además frecuentan la sinagoga, prueba de que son creyentes fervorosos. Aunque creen en la palabra de Dios, no llegan a creer en Jesús. Al contrario, se escandalizan ante sus palabras, lo que prueba que pertenecen a la categoría que podríamos llamar de los "devotos". El que no hubiera estado pronto a sacrificar todo por su religión no se hubiera escandalizado ante las palabras de Jesús. Hubiera sonreído o se hubiera alzado de hombros, pero no se hubiera escandalizado, ni mucho menos hubiera intervenido. Sin duda alguna se trataba de gente fervorosa y

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profundamente religiosa. Sin embargo no reconocieron a Jesús, ni confiaron en sus palabras, ni creyeron en sus milagros. Algo los tiene bloqueados, y son incapaces de abrir el cerrojo. Parece incluso que cuanto mas cercanos están de Jesús, más lealmente confiesan su religión y cumplen generosamente sus prescripciones, más difícil les resulta entregarse a las palabras y a la persona de Jesús con la fe que les pide.De hecho, a lo largo del evangelio son los menos recomendables, publicanos, pecadores o extranjeros, los que en este terreno van con mucho, muy por delante de judíos creyentes y piadosos. El centurión cuya fe admira tanto Jesús, es precisamente una de estas figuras. No sólo es no creyente y extranjero, sino que además no es un extranjero neutro sino oficial del ejercito ocupante, por lo tanto un enemigo. Sin embargo parece que tiene cierta simpatía por lo judío. Bajo el uniforme conserva un corazón de oro; uno de los evangelistas señala incluso que habría hecho construir una sinagoga (Lc7,5). Pero no es un judío creyente. Sin embargo, parece que está dispuesto a dar su corazón y su confianza a Jesús. Ha recibido esa fe rara que Jesús deseaba tan ardientemente. Estudiando más de cerca este episodio se nos revelará algo de la fe del centurión. Lo que llama la atención en primer lugar de este hombre es la conciencia de su pequeñez. Es cierto que el centurión se encuentra en una tesitura penosa y tiene necesidad de ser ayudado: tiende la mano hacia Jesús; un criado al que ama mucho esta enfermo. Hubiera podido actuar de manera distinta. Como oficial superior del ejército de ocupación, hubiera podido reivindicar de otra manera la ayuda de este taumaturgo ¿Por qué no hacer valer su autoridad y exigir una intervención? Pero se pone en camino todo un día de viaje para encontrar a Jesús. Además, siente que no tiene el menor derecho sobre Jesús, que ni siquiera puede exigir su visita. No es más que un profano. Cuando Jesús le anuncia, como cosa lógica, que tiene intención de desplazarse para curar a su criado, su reacción espontánea es: "Señor, yo no soy digno". Es un incircunciso, un no creyente, y aunque ha hecho construir una sinagoga, no forma parte del pueblo elegido. Se pone en el ultimo lugar, en el atrio, y confiesa su pequeñez ante Jesús:" Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa". El segundo elemento que llama la atención es la actitud del centurión en su confianza ilimitada en Jesús.¡Hay tantos judíos que tienen dudas! Por el contrario, el cree firmemente que Jesús puede curar y curará de hecho. Una convicción tan firme sólo es posible porque presiente que existe un lazo personal entre Jesús y él. Ha comprendido que Jesús iba a hacer esto por él. Es mucho más que creer en el poder de curación de Jesús o en el mensaje que trae. Cree que Jesús lo hará porque está bien dispuesto para con él , muestra que su corazón se ha abierto a Jesús. Se trata de un comienzo de amistad. Esa confianza le impacta a Jesús. Le es cada vez más difícil negar su intervención, porque se le acaba de dirigir una llamada personal. Finalmente el centurión es consciente del poder de la palabra de Jesús:"Di una sola palabra y mi criado quedará sano”. Piensa que es inútil que vaya Jesús en persona. Basta que de una orden. Esta reacción es típica de un oficial que sabe por experiencia lo que significa una orden y la obediencia. Basta una palabra:"Ven y viene. Vete y va".El centurión con su sensibilidad típica de soldado romano, se acerca muchísimo al abandono y a la obediencia de fe con que todo judío trata de vivir la palabra de Dios y el poder que en ella se esconde. La fe judía consistía en el abandono total a la palabra de Uno en quien se tenia plena confianza; en ese "Si" a la palabra de Dios.

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CONSENTIMIENTO Y ABANDONO

En hebreo, la palabra fe, emunah, deriva del radical emeth, fiel; Dios es misericordioso y fiel (Gn 24,27). Podríamos decir también: ternura y solidez, porque emeth sugiere la imagen de la roca en la que uno se puede apoyar y sobre la que se puede construir. Dios no va a fallar. Podemos siempre contar con él. Creer es apoyarse sobre esta solidez de Dios. Amen viene también de la misma raíz. Decir amen es creer hasta lo ultimo, asentir a la solidez de Dios tal como se nos impone en su palabra o en la persona de Jesús. También de Jesús se dice en el Apocalipsis que es a la vez amen y pistos (Ap3,14). Lo es en dos sentidos. En primer lugar Jesús puede apoyarse sin medida e incluso temerariamente en su Padre, porque puede confiar de manera absoluta en su poder y en su solidez. Se hace pues para nosotros el vigor y el poder por excelencia, en los cuales podemos apoyarnos sin medida ni vacilación. La fe del centurión brota de la necesidad. Sin embargo era antes que nada confianza en Jesús y abandono en su palabra, y esto hasta la obediencia total. La fe no es pues sólo, o al menos no en primer lugar, un consentimiento a verdades de fe que se refieren a Jesús, sino la aceptación del mismo Jesús con el poder que ha recibido de su Padre, lo que incluye un abandono total de nuestra persona en su fuerza. Lo importante no es que creamos, por ejemplo, que Dios existe, o que creamos a Dios cuando nos dice algo, sino que creamos en Dios o hacia Dios en el sentido del acusativo griego o latino del movimiento, tal como se ha conservado en el Credo ( pisteuein eis ton Theon; creyereIn Deum). Porque nuestra fe es un movimiento hacia Dios, es una fe que nos pone en movimiento y nos arrastra. Una fe que es un éxodo de si y una entrada en Dios. Esta fue la fe del centurión. Cada día puedo aferrarme a las palabras de Jesús que salvan y decirle: " Di una sola palabra y seré curado". Esta fe constituye una vuelta radical. Se invita al hombre a salir de si mismo. Aprende a olvidarse y a abandonarse para dejarse alcanzar por la Palabra viva y omnipotente de Dios, con todas las consecuencias que esto lleva consigo. Una de estas consecuencias es que, por la fe, recibimos el poder mismo de Dios. Porque la fe no es tan solo el camino por el que podemos adherirnos a Dios y alcanzarle. La fe es también el camino que Dios abre a su poder y a su fuerza, para hacer maravillas en todo el mundo.

LA FE QUE HACE MARAVILLAS

Acabamos de leer en el Evangelio que Jesús no pudo hacer milagros en su patria por la falta de fe de los habitantes de Nazaret. Jesús no estaba despojado de su poder, pero lo tenia como debilitado, resquebrajado por la falta de fe. Jesús no puede intervenir en nuestra vida si no nos entregamos totalmente a El, a partir de nuestra debilidad pero con plena confianza. Jesús está ante el hombre con toda la plenitud de su amor y de su poder, aunque la mayoría no empalma con El. Por eso no puede intervenir. Jesús busca nuestra mayor pobreza al mismo tiempo que nuestro abandono a ciegas. En ese terreno con su poder y a través de nuestra fe, va a hacer hoy maravillas. En el Evangelio, Jesús se muestra dichosamente sorprendido ante la fe que descubre en uno u otro."Vete" dice al centurión, "y que te suceda como has creído" (Mt 8,13). No es la única vez que Jesús

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atribuye su acción de taumaturgo a la fe de los oyentes. Los milagros no parecen ser obra de él solo, sino que están al alcance de los que piden dichos milagros. Muchas veces Jesús admite que la curación se atribuya a la fe del enfermo: "Tu fe te ha curado"( Mt9,22; Lc 8,48; 17,19; 18,42...). Da incluso la impresión de que cede y capitula ante la fe profunda de la cananea:" Mujer, grande es tu fe; que te suceda lo que deseas". Jesús cede hasta obedecer a la fe de quien suplica. Así como la falta de fe le paraliza, la fe libera el poder de Jesús. Este es el maravilloso dialogo de fe entre Dios y el hombre. Dios es el primero en hablar y espera que nosotros nos abandonemos a su palabra en cuanto hayamos sido captados por ella. Apenas sucede esto, Dios se convierte en el humilde servidor del que ha abandonado todo por El .Desde ese momento, Dios no es ya el único omnipotente: el que cree y se entrega a su omnipotencia lo es tanto como El. María fue la primera en abandonarse así a la Palabra de Dios dirigida por el ángel Gabriel:"Hágase en mi según tu palabra"(Lc1,38). En el centro del dialogo de fe Dios da la vuelta y nos la devuelve:" Que se cumpla tu deseo" ( Mt 15,28). De este modo, nuestra fe es comparable a un seno fecundado por el poder de la Palabra de Dios, que a su vez participa del poder de Dios desde que esta palabra se recibe en un abandono total. Entonces ya nada es imposible. Al contrario: "Todo es posible para quien cree", dice Jesús (Mc9,23). La fe basta sobradamente. El centurión había dicho a Jesús:" Mándalo de palabra y quedará sano mi criado". Pero incluso a esta petición le da la vuelta Jesús: " No temas, solamente ten fe y se salvara" ( Lc 8,10); con una fe no mayor que un grano de mostaza ( Mt 17,2) el milagro se hará. Ahora vemos claro que el objeto de nuestra fe no es ante todo un conjunto de verdades que tenemos que expresar y cumplir. Esto se hará en la siguiente etapa que brota de nuestra misma experiencia de fe. El objeto de la fe es en primer lugar el maravilloso poder de Dios, presente para nosotros y para todos en la Palabra de Dios, en los signos de salvación que se producen en la Iglesia, y ante todo en el Señor Resucitado, Jesucristo. Tenemos que creer en el poder liberado para siempre por la resurrección de Jesús, poder que, a través de nuestra fe, salta sobre cada uno de nosotros y el mundo entero. Por nuestra fe el poder de la resurrección de Jesús se pone a disposición de todos:

" Por eso también suplico al Dios de nuestro Señor Jesucristo, al Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente. Que él ilumine vuestros corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos, y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los creyentes por la eficacia de su fuerza. Este es el mismo poder que Dios manifestó en Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo, elevándolo por encima de todo Principado, Potestad, Poder y Dominación, y de cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto en este mundo como en el futuro. El puso todas las cosas bajo sus pies y lo constituyó, por encima de todo, Cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo y la plenitud de aquel que llena completamente todas las cosas. (Ef 1,15-23)

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La fe nos abre al poder de Dios. Nos libra de nosotros mismos, y salva nuestro corazón. Es como si Dios corriera un cerrojo en nuestro yo profundo y abriese una puerta por la cual puede precipitarse un torrente que nos invade y nos arrastra al amor, y nos hace revivir la omnipotencia, a imagen de lo que sucedió la mañana de pascua, cuando Jesús resucito de entre los muertos por la omnipotencia de la gloria del Padre. La fe es este acontecimiento sorprendente que conmueve no solo nuestra inteligencia, sino todo nuestro ser. Nos hace pequeños, como perdidos. Pequeños para con nosotros mismos, para con los demás y para con Dios: sin embargo, nunca derrotados. Al contrario: más bien liberados por esa confianza ilimitada en "aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar" ( Ef3,20)Y siempre disponibles para los milagros que el Señor Jesús realizara de nuevo a través de nuestra fe. También hoy. No queda la menor duda de que Dios actúa sin cesar en la Iglesia y el mundo. Solo nuestra fe puede descubrir estos milagros continuos, y terminar viviendo como rodeados de milagros. No hay otro modo de alcanzar la obra de Dios que la fe. Los cristianos están llamados a hacer visibles los milagros de Dios en la Iglesia de hoy. Todo cristiano puede permitir al poder y a la fidelidad de Dios realizarse en la vida. Su propia fe constituye por otra parte la primera maravilla de Dios, como el centurión mismo era un milagro de Dios, mucho antes de que su siervo fuera curado. Nuestra fe lleva pues a Dios, a aquel al que la Biblia define como el testigo fiel por excelencia ("Ap 1,5) que permanece indefectible e inquebrantable a nuestra mirada, la roca donde podemos apoyarnos y el cimiento sobre el que podemos edificar. Cada vez que Dios nos hace comprender en lo mas profundo de nosotros mismos que los milagros están realizándose en nosotros y a nuestro alrededor, es señal de que empezamos poco apoco a creer. Porque Dios no hace solamente milagros para que se crea sino porque algunos creen y se han abierto con confianza a su omnipotencia. Los milagros brotan de su fe, se escapan sin darse cuenta de su mano, antes de que puedan dudar. La fe no es otra cosa sino esta experiencia, siempre a tientas, del amor omnipotente de Dios, que se sabe ella misma un milagro de este poder y, en cuanto que Dios lo desea, un signo luminoso para todos los hombres.