elogio fÚnebre de l doctor andres lagun a

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ELOGIO FÚNEBRE DE L DOCTOR ANDRES LAGUN A POR E L MUY ILUSTRE SR . 1) . FERNANDO SANZ REVUELT A Deán de la Santa Iglesia Catedral de Segovi a Ll médico con los remedios da la salad y calina e l dolor ; el boticario hace sus mezclas para que la criatu- ra de Dios no perezca. (Eclesiástico 38,7) . Estamos conmemorando en Segovia, con carácter nacional , el cuarto centenario de la muerte de don Andrés Laguna acae- cida el 28 de diciembre del año 1559 . Del doctor Laguna sabe n todos, que nació probablemente en 1499 en esta castellanísim a ciudad del Acueducto, y se educó esmeradamente en la prístin a escuela de la morada hogareña de unos progenitores de mu y ilustre linaje segoviano . Fué un médico eminente y un insign e botánico ; un consumado humanista y distinguido diplomático ; un afamado polígrafo y políglota . Es decir, un esclarecid o varón de polifacética personalidad de muchos saberes y no po- cos decires o diversidad de lenguas . Así nos lo han enseñado en un brillante ciclo de luminosa s y bien. documentadas conferencias los más prestigiosos y auto - rizados maestros de las ciencias y las letras médico-botánico- humanísticas . En cambio, acaso no sean ya tantos los que tengan cono - cimiento exacto de que fué también un fervoroso creyente, u n distinguido y observante feligrés de esta parroquia de San Mi- guel, donde yacen sus restos mortales esperando el día tremen- damente impresionante de la resurrección universal . Por eso, yo, como ministro de Dios, me creo en el insosla- yable deber ministerial de dar a conocer la interesantísima fa - ceta religiosa del doctor Laguna, para que podáis contemplarl e todos, desde el ángulo de la espiritualidad, en eI plano superio r de lo sobrenatural y divino, como Ie habéis contemplado ya e n días anteriores en el inferior de lo natural y humano . --189

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ELOGIO FÚNEBRE DE LDOCTOR ANDRES LAGUN A

POR E L

MUY ILUSTRE SR. 1) . FERNANDO SANZ REVUELT ADeán de la Santa Iglesia Catedral de Segovi a

Ll médico con los remedios da la salad y calina e ldolor; el boticario hace sus mezclas para que la criatu-ra de Dios no perezca. (Eclesiástico 38,7) .

Estamos conmemorando en Segovia, con carácter nacional ,el cuarto centenario de la muerte de don Andrés Laguna acae-cida el 28 de diciembre del año 1559 . Del doctor Laguna sabentodos, que nació probablemente en 1499 en esta castellanísim aciudad del Acueducto, y se educó esmeradamente en la prístin aescuela de la morada hogareña de unos progenitores de mu yilustre linaje segoviano . Fué un médico eminente y un insign ebotánico; un consumado humanista y distinguido diplomático;un afamado polígrafo y políglota . Es decir, un esclarecid ovarón de polifacética personalidad de muchos saberes y no po-cos decires o diversidad de lenguas .

Así nos lo han enseñado en un brillante ciclo de luminosa sy bien. documentadas conferencias los más prestigiosos y auto -rizados maestros de las ciencias y las letras médico-botánico-humanísticas .

En cambio, acaso no sean ya tantos los que tengan cono-cimiento exacto de que fué también un fervoroso creyente, u ndistinguido y observante feligrés de esta parroquia de San Mi-guel, donde yacen sus restos mortales esperando el día tremen-damente impresionante de la resurrección universal .

Por eso, yo, como ministro de Dios, me creo en el insosla-yable deber ministerial de dar a conocer la interesantísima fa -ceta religiosa del doctor Laguna, para que podáis contemplarletodos, desde el ángulo de la espiritualidad, en eI plano superio rde lo sobrenatural y divino, como Ie habéis contemplado ya e ndías anteriores en el inferior de lo natural y humano .

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FERNANDO SAxz REVUELTA

Para ello me propongo hablaron con sencillez y brevedad :«De su catolicismo integral y de la perfecta armonía . o pacificaconvivencia, que existió entre su fe divina y su ciencia hu-mana. Por donde se verá, que en él la fe del creyente no corl ólos vuelos de la ciencia del sabio, ni la ciencia de é.de pus oobsiáculo alguno a la fe de aquel» . Pero antes de comenzar acumplir la honrosa, pero difícil misión, que se me ha confiado ,de hacer el elogio fúnebre de un hombre de tan altos valorescientíficos, espirituales y morales como el doctor Laguna, sin-ceramente os declaro, que me siento sobrecogido por un ciert oy justificado temor de correr el riesgo de deslustrar o empali-decer, con las sombras de mi ignorancia, la deslumbrante cla-ridad de sabiduría y virtud, que, como nimbo de gloria, envuel-ve la egregia figura del segoviano ilustre . Por eso ahora másque nunca necesito humildemente pedir a Dios inspiración yayuda, y a mi culto y distinguido auditorio comprensión y be-nevolencia, que confiadamente espero no me han de faltar .

I

La Iglesia Católica, maestra infalible de la verdad, cuand oen materia de fe y costumbres, habla solemnemente por boca delos Romanos Pontífices, nos ha enseñado en la magna asamble areligiosa del Concilio Vaticano, que hay en nosotros dos órde-nes de conocimientos, distintos en su principio y en su objeto .En su principio porque en el uno conocemos por la razón hu-mana, y en el otro por la fe divina . Y en el objeto, porque, fue-ra de las cosas, que la razón puede alcanzar por sí misma, haymisterios ocultos en Dios, que son propuestos a nuestra creen-cia y que no pueden ser conocidos por nosotros, si no son di-vinamente revelados .

Y aunque es cierto, que la fe está sobre la razón, jamáspuede existir entre la razón y la fe el menor desacuerdo u opo-sición, porque es uno mismo—Dios—el que revela las verdade sde la fe y el que ha dado al hombre la luz de la razón. Y escosa evidente, que Dios no puede negarse o contradecirse a S ímismo, ni la verdad estar en contradicción con la verdad, aun-que sean de orden distinto, o se encuentre en planos diferentes .

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Y si alguno se obstinase en descubrir conflictos entre la fe y l arazón, sepa, que éstos procederían únicamente de que las ver-dades de la fe no han sido comprendidas rectamente, o expues-tas en el genuino sentido de la Iglesia, o de que opiniones falsa sson tomadas como enunciados inconcusos de la razón .

I I

Pues bien, señores y hermanos míos, estas sabias enseñan -zas de la_Igiesia las vemos plenamente confirmadas en el docto rLaguna, ea el que, sin el menor atisbo de conflicto alguno, seda la nlñs perfecta armonía entre la ciencia y la fe . Basta ojea ralguno de sus libros .para comprobar, cómo para él, que sin se re(lesi= stieo, estaba instruido en Teología, la existencia de Dios ,sus sacrosantos atributos y providencia amorosa en el Gobiern odel mundo eran mas claros que la luz del mediodía, porqu elos vea magníficamente reflejados, como el Salmista, en lasobras todas de la creación, que cantan la Gloria del Señor.«Coeli enarrant gloriam Dei» . Su talento privilegiado le decía ,que a;í como no hay obra sin autor, ni artefacto sin artífice ,tampoco puede existir el Universo sin su Hacedor Supremo :que las cosas no se hacen nI se ordenan ellas solas por sí mis-mas, al acaso, o por pura casualidad, pues el acaso y la casua-lidad es el dios de los deficientes mentales, que tienen inteligen -cia y no entienden, ojos y no ven, oídos y no saben oir, y qu epor ello no se dan cuenta de que la casualidad o el acaso es e lseudónimo, que Dios emplea cuando no quiere fi . mar sus obras .

Los altos y profundos misterios de la fe los creía firmemen-te, apoyado en la autoridad infalible e indeficiente de Dio srevelador, que no puede engañarse a Si mismo, ni engañarno sa nosotros, porque es la Verdad absoluta y la santidad infinita .Con su aguda perspicacia de auténtico sabio católico se dab aperfecta cuenta de que, si no le era dado comprender los ine-fables misterios de la fe, no era porque éstos repugnasen o es-tuvieran en contradicción con la razón, silfo única y exclusiva-mente por la limitada capacidad comprendedora de su inteli-gencia : puesto que lo infinito de las verdades, que los misterio sde Dios tienen, no puede ser encerrado en la finitud de las

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facultades intelectuales del hombre . Porque en buena lógica :Lo que se recibe, sólo en pro p orción con la capacidad del reci-piente se puede recibir . Quidquid recipitur ad ntodum recipien-lis recipilur».

_ Para Laguna, filósofo de alto porte intelectual, el hombr ellamado también microcosmos o mundo pequeño, pero qu eestá lleno de grandes maravillas y milagros estupendos, qu epregonan el poder, la sabiduría y bondad infinitas de Dios sucreador, no es sólo un compuesto material de carne y huesos ,órganos y sentidos, tendones y músculos, nervios, arterias y ve-nas, que un día se convertirán en la tumba en unos deleznable spuñados de polvo, ceniza y nada : pulvis, cinis, nihil . Sino queantes por el contrario, está vivificado por un alma espiritual ,que no se ve con los ojos de la cara, ni se toca con la punta de lbisturí, ni se corta con el filo del escalpelo, pero que se adivin a¿qué digo se adivina?, se descubre palpablemente por los efec-tos espirituales, que produce en el cuerpo, al que está unida ,como forma sustancial suya . Tales efectos son, entre otros, l aideación, el conocimiento, la conciencia y los actos libres de lavoluntad, que acusan en el hombre la existencia de un princi-pio generador, que los causa, y que necesariamente ha de se respiritual, corno estos efectos lo son, porque como nos enseñ ala filosofía, los efectos siguen la naturaleza de la causa que lo sproduce . Efeclus sequilur nalurunt causae . Y es que Lagunatenía un concepto tan noble y alquitarado del hombre—rey d ela creación—al que Dios ha hecho poco menos que un ángel enfrase bíblica, «niinuisli eurn paulo m inus ab angelis», que nopodía comprender, que fuera sólo un simple amasijo de carn ematerial, sin que palpitase en él un espíritu casi divino, puest oque el Señor le había formado a imagen y semejanza suya. « .4dintag nem el simililudinem saanz forma vil illum» .

Por otra parte, no dudaba tampoco el experto psicólog ocristiano, de que si el cuerpo del hombre, por estar compuest ode moléculas materiales, se descompone, se desintegra y muere ;el alma en cambio, como substancia simple y espiritual, que es ,

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goza del privilegio de la inmortalidad en una vida ultraterrena ,en la que recibirá el premio o el castigo, a que se hubiere hech oacreedora por sus buenas o malas obras realizadas en estemundo, del que decía Santa Teresa, que no es otra cosa, que l a«Estada de una noche corta en una mala posada, en su asende-

reado caminar hacia la morada de la eternidad»,

II I

¿Queréis conocer ahora con datos auténticos cuán admira-blemente se concertaban la ciencia portentosa del sabio y la feilustrada del creyente en la inteligencia y el corazón del docto rLaguna? No es un secreto, para los profesionales de la medici-na, que esta meritísima ciencia no se hallaba tan adelantada e nel siglo xvI—en que vivió Laguna—como lo está en nuestro sdías. Pues desde que, a últimos. del siglo xix, los sabios Listery Pasteur descubrieron los microbios, que invaden y pueblanel organismo humano, e inventaron la Bacteriología, la cienci amédica ha progresado en ritmo verdaderamente sorprendente ,por lo acelerado y constante, en beneficio de la humanida dque sufre .

Mas a pesar de ello nadie podrá negar razonablemente ,que Laguna fué una figura señera y hasta cumbre, no sólo enel ámbito de la medicina de su tiempo, sino también de la sciencias auxiliares de ésta, pues estaba convencido Laguna ,como lo ha estado siglos después el famoso doctor Letamendi ,maestro de muchas generaciones de estudiantes de medicina,«de que el médico, que sólo sabe medicina, ni medicina sabe, s iignora las ciencias auxiliares de ella»: que no en vano Lagunalas aprendió, como alumno en la famosa Universidad de laSorbona de París, las enseñó como maestro en Alcalá y la sejerció como médico, con una eficacia curadora, que se dirí ataumatúrgica, en diversas naciones de Europa .

Pues yo os digo, que aquella prodigiosa ciencia del sabi omédico segoviano, no estuvo reñida con su acendrada fe debuen creyente, como nos lo demuestran estas palabras suyas ,que cito al pie de la letra en gracia a su mayor autenticidad :«Dios Todopoderoso, que por nuestras maldades y excesos río s

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castiga con innumerables enfermedades, sin embargo, com oProtomédico universal que cura todas las dolencias, y Padrepiadosísimo que es para todos nosotros, pone junto a las en-fermedades los remedios, para que no caigamos en la deses-peración» ,

Tampoco ignoran los cultivadores de las ciencias de lasplantas, que Laguna fué un botánico sin par en sus días . Puesdos siglos antes que Linneo, padre de la Botánica, realizó un alabor merítísima en el estudio de los plantas y en su taxonomía ,dando nombres binarios, algunos de los cuales todavía perdu-ran en la actualidad . Más aún, Laguna fundó el «Jardín botáni-co» de Aranjuez en España, antes que se fundaran los de Parí sy Montpellier. Pues tened por cierto, que la enorme vasteda dde sus conocimientos botánicos, tampoco le impidió el ser u nconvencidísimo católico, como se deduce de la cita que pon een una de sus obras, de esta magnífica sentencia del Apósto lSan Pablo, haciéndosela suya como exponente de su fe en l aprovidencia de Dios: «i'i el que riega ni el que planla, ni el quesiembra da crecimienlo y lozanía a las plan!aciones y a lasmieses, sino sólo Dios Nuestro Señor» . Y así es en verdad. Quepor algo decía el Divino Maestro Jesucristo, que su Padre Ce-lestial es el Agricultor por antonomasia . «Pater neus agricolaest». Sí; el agricultor por antonomasia o excelencia es Dio sNuestro Señor, el cual hace brillar en el firmamento el so lque irradia en el mundo vivificantes cascadas de luz y calor, yderrama, como bendición fecundadora, sobre la tierra las llu-vias oportunas, que t_a ponen en sazón de producir abundosostrigales de doradas espigas, con las que, convertidas en blancospedazos de pan, se alimenta la humanidad entera . Así mismo,mediante un inefable misterio y un portentoso milagro, y e nvirtud de las palabras de la consagración en el Santo Sacrifici ode la Misa, esos pedazos de pan se convierten, a su vez, en e lCuerpo Benditisimo de Cristo Jesús, que es manjar de ángelesy pan del cielo, que contiene las más exquisitas dulcedumbre sque pueden saborearse en la tierra. Y con aquel sol resplande-

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tiente y con estas Iluvias fecundantes el Divino Agricultor cu-bre de hojas los árboles, engalana con mil pintadas flores la spraderías verdeantes, y viste los lirios del campo con vestidurasmás espléndidas, que las rozagantes, que usaba el fastuos oRey Salomón, que llegó a fascinar con ellas, con sus riqueza sfabulosas y con su estupenda sabiduría a la ensoñadora y alu-cinada Reina de Sabá, que de lejanas tierras venía con la exclu-siva finalidad de conocerle y admirarle .

De la misma manera, no le sirvieron de estorbo a Laguna ,en sus arraigadas creencias religiosas, los extensisimos conoci-mientos que tenía, ni los profundos estudios que, como zoólog oy naturalista había hecho sobre los alacranes y escorpiones ,víboras, sanguijuelas, abejas, avispas y otros reptiles y animales .Así se deduce también de estas cristianísimas expresiones su-yas, que parecen escritas para nuestros días . «No contentos loshombres de exterminarse unos a otros con mil traiciones y en-gaños, y hacer cruel riza en todo género de animales salvajes ,aún inventaron la liga para perseguir los pajarillos inocentísi-rnos, que no ofenden a nadie, sino que antes bien, decoran e luniverso, y con su dulce armonía, ¡fijaos bien en esto!, dan gra-cias y alabanzas a Dios conditor del mundo».

¿Véis ahora cómo es verdad que en el doctor Laguna n ohabía conflicto alguno, sino la más pacífica coexistencia, entr ela fe divina del creyente y la ciencia humana del sabio, y cómoes cierto también que las creencias religiosas de aquel no cor-taron los vuelos aguileños de la razón de éste?

¡Bendito sea Dios, una y mil veces sea bendito!, que, com oseñor de las ciencias todas—las divinas y las humanas—«Deu sscientiarum Dominus», hace que los hombres sean sabios sindejar por ello de ser creyentes, como lo fué nuestro insignehomenajeado doctor Laguna, que supo ensanchar los vastos .horizontes de su asombrosa ciencia humana con la visión in-conmensurable del potente telecospio, de su esplendorosa f edivina . ¡Oh! maravillosa virtualidad espiritual de la fe, que ,como infundida por Dios en las almas, baja del cielo, hace su

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morada en la tierra y es, por ende, en el sentir de San Pedromás preciosa que el oro. «Fieles preciosior est auro» .

I y

No diré yo, que la fe religiosa del sabio-médico segovian ofuera tan vivaz y operante como la de un San Pablo, por ejem-plo, el cual no podía vivir sin Cristo=«1llihi vivere Cristus ,esl»---y hacía y quería, que todos los demás hiciesen todas la scosas para la gloria de Dios: «omnia in gloriam Dei facite» .Pero lo que sí me atrevo a afirmar es, que la religiosidad d eLaguna fué la de un excelente católico, que sin cobardes respe-tos humanos, y sin miedo al ¿qué dirán? vive y obra en confor-midad con las creencias religiosas, que profesa : pues harto sa-bía él que la fe sin obras es cosa muerta, y que, de poco o nadale sirve al hombre decir que tiene mucha si carece de obrasbuenas, porque no hasta con decir : «iSeñor, Señor! sino que esnecesario hacer además la volunlad de Dios traduciéndola enobras meritorias para entrar en el reino de los cielos. Comodato concreto del vitalismo práctico de la fe religiosa o catoli-cismo integral del doctor Laguna, váis a permitirme que os re-fiera lacónicamente un episodio de su vida, que no deja luga ra dudas o suposiciones en contrario .

Ello fué así : Corría el año 1542. Allá en Metz, capital delDucado de Lorena a donde el médico famoso había acudido ,llamado con angustiosa urgencia, se estaba desarrollando un apeste tan mortífera, que abarrotaba de cadáveres los cemente-rios. En poco tiempo fué sofocada la pavorosa infección con l avisible protección de Dios y la habilidosa pericia médica d eLaguna. Y entonces éste se dedicó de lleno a combatir una se-gunda epidemia de distinto orden que la primera : la de la he-rejía protestante, que causaba tantos estragos en las almas com olo hiciera «la primera» en los cuerpos de los aterrados habitan -tes de Metz . Y lo hizo Laguna con éxito tan rotundo y con frut oespiritual tan copioso, que al dedicar sus famosos comentariosdel libro de Dioscórides, médico griego, al príncipe y despuésrey Felipe II, pudo decirle con santo orgullo y noble fruicció nde buen católico práctico, «que a no ser por su incansable soli -

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citud y denuedo en defender la religión católica, no hubiera nquedado en pie en aquel país, ni templos, ni aliares, ni imáge-nes, sino que todos se hubieran convertido en montones d eescombros y piras de ceniza, por la furia iconoclasta de los im-píos secuaces de Lutef o, debelador implacable de la santa reli-gión católica».

Testimonio así mismo fehaciente de la vivencia práctic adel catolicismo integral del sabio médico segoviano, nos lo su-ministra el hecho elocuente de haber merecido la confianzaabsoluta del Pontífice Julio III, el cual en reconocimiento d elos excelentes servicios, que había prestado a la religión y a é lmismo en persona, le otorgó los títulos honoríficos de Soldadode San Pedro, Conde del Palatino y Caballero de la Espuel ade Oro .

Ahora bien, señores y hermanos míos . Es lógico pensar,que si el Papa, que tiene la misión divina de velar por la pure-za de la fe y la santidad de las costumbres, puso sus ojos enel doctor Laguna para encomendarle el cuidado de su precios asalud—como lo hizo también el Cardenal clon Francisco d eI3obadilla y Mendoza y otros altos dignatarios de la Iglesia— ;si de idéntica manera el susodicho Romano Pontifice Julio III ,que era un hombre de extraordinaria perspicacia y discreció nponderadísima, se fijó en Laguna para confiarle la solución dedeterminados problemas espirituales y morales de vitalísim aimportancia para la religión; y si por último como prueba deespecial afecto y alta consideración por el éxito feliz que obtu-vo en las trascendentales gestiones que le encomendara el Sant oPadre, nuestro doctor se hizo digno de que éste le distinguies ey honrase con condecoraciones tan preeminentes que sólo s econceden a los hombres más beneméritos de la Iglesia, ello fué ,sin género alguno de duda, porque el Augusto representante d eDios en la Tierra tenía la convicción contrastada día a día, n osólo de la universalmente reconocida sabiduría y prudenci adiplomática del segoviano insigne, sino también y de un mod osingularísímo, de su acendrada fe católica e intachable mora-

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lidad. ¿No lo creéis vosotros asi? . Yo de mi puedo deciros qu eestoy firmemente convencido de ello, porque conozco bien po rel estudio de la Historia Eclesiástica, la suma cautela con que ,en materia tan delicada suele proceder siempre la Iglesia .

Del mismo modo Su Majestad Católica, el Gran Emperado rCarlos V a cuya esposa, la malograda Emperatriz Isabel, asístí óen su última enfermedad Laguna, le colmó a éste de honore spor haber sido, en el orden político, diplomático y religioso, u nsagacísimo defensor del Glorioso Imperio Español y de la SantaIglesia Católica, que eran los dos grandes amores del Empera-dor invicto, excelente político y sobre todo católico ejemplar .

Sí; tan ejemplarmente católico era el Emperador que pid eal Papa la celebreción de un Concilio para resolver la cuestiónreligiosa en los Paises Bajos y Alemania . Y si no destruyó enellos el protestantismo, lo contuvo en los progresos y afirmó e lcatolicismo, siendo la Contrarreforma, en gran parte, obra suya .Tan eminentemente religioso era Carlos V, que confiaba má sen las oraciones nocherniegas de unas pobres monjitas, que e nla bravura proverbial de sus soldados, como lo pone bien deresalto el insigne relato histórico, de comprobadísima veraci-dad, de su desgraciada expedición a Argel en la que los tempo -rales de noviembre destruyeron la escuadra, y la lluvia copios ay fría inundó el campamento .

En tan terrible apuro el Emperador, cubierto con una gra ncapa blanca, se paseaba entre los caballeros españoles, y diri-giéndose a Dios repetía sin cesar : «¡Señor! ¡Hágase tu voluntad !¡Hágase tu voluntad! ¡Fiat voluntas tua! ¡Fiat voluntas tua! »A eso de las once y media de la noche llamó a sus pilotos y le spreguntó cuánto tiempo podían resistir aún las naves el embat ede la tempestad. Dos horas: respondieron . Voviéndose Carlo sa los combatientes les dijo : «tranquilizaos, dentro de media ho-ra se levantarán todos los frailes y monjas de España a orarpor nosotros» . Y después de mostrarse tan cristianamente con -fiado, se portó como resuelto capitán disponiendo hábilment ela retirada .

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- (Asi nos lo refiere el concienzudo historiador Mignet e nsu autorizada obra titulada ((CARLOS V EN YUSTE») .

¿Cómo un hombre de tan arraigados sentimientos y con-vencimientos religiosos, como el nieto de los Reyes Católico sIsabel y Fernando, iba a tener a su servicio, en cargos de má-xima confianza, trascendencia y responsabilidad al doctor La-guna, si no hubiera tenido él firmísimo convencimiento de qu eel insigne segoviano profesaba en toda su integridad y purez ala Religión Católica, Apostólica, Romana, máxime en aquello stiempos de tan acusada intransigencia religiosa? ¡Imposible d etoda imposibilidad !

Demuestra, por último, que el doctor Laguna fué no sól oun sabio creyente, sino también un católico practicante, el te-sonero empeño que puso en recibir cristiana sepultura, al mo-rir, en este templo de Dios, en quien creía y esperaba y a quienamaba sobre todas las cosas, como se lee en el sencillísim oepitafio en latín, que compuso para el mausoleo de su padre ,instalado en la capilla, erigida a expensas de su familia y dedi-cada a la gran Madre de Dios por la que sentía veneració nprofunda .

No es, pues, de extrañar, que un ilustre escritor del siglo xixdijera de Laguna: «Gloria de su patria fué en medicina y en fe».Mas si el doctor Laguna dió tanta gloria a España, y de u nmodo singular a Segovia—que le prestó cuna y sepultura—obli -gado e inexcusable era, que España y sobre todo Segovia, l amuy noble y muy leal, le glorificase a él, como lo han hech ocon aplauso de todos, en el IV Centenario de su muerte : ¡quenobleza obliga y a honor con honor se corresponde !

V

Nada más; que harto he abusado de vuestra benévola aten-ción; sino sólo recomendar con cariñoso encarecimiento a lo sseñores médicos y farmacéuticos, cooprofesionales del docto rLaguna, que no olviden nunca, que su ciencia médico-farma-

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céutica es un don de Dios, que es quien en beneficio de la hu-manidad, sujeta a muchas miserias físicas y morales, ilumin asus inteligencias y da sabia técnica operatoria a sus manos ,como yo lo puedo testificar por propia y dichosa experiencia .(El orador hace alusión aquí a su muy querido y admirad oamigo el doctor don Alfonso Gila, inteligentísimo y afamad ocirujano segoviano, el cual le operó con sorprendente felicida dde una ulcera pilórica en el estómago). Que tengan siempr epresente en el ejercicio de su nobilísima profesión, que no debe nconsiderarse los unos y los otros, sino como instrumentos dó-ciles de Dios, o auxiliares fieles de la naturaleza ; y que cuandoactúen prescindiendo de ellos, se convierten inconscientement een instrumentos y auxiliares de la desgracia . Por eso se les ad-vierte en el Eclesiástico, que Dios les da la ciencia para mos-trarse glorioso en sus maravillas ; y se les aconseja, que oren a lSeñor para que les dirija en proporcionar el alivio y la salu dpara prolongar la vida el enfermo, que es lo más precioso qu ehay en el mundo, y lo que con más ansias anhela conserva rtodo hombre. Así mismo me permito aconsejar a los hombre sde ciencia y estudio, que, como fruto práctico de esta efeméri-des conmemorativa de la muerte del doctor Laguna, meditenunas palabras del Apóstol San Pablo, que con suma compla-cencia, he visto yo hace poco tiempo escritas con grandes ca-racteres en la Capilla del INSTITUTO DE INVESTIGACIONE SMEDICAS, 0 CLINICA DE LA CONCEPCION DE MADRID,donde un selectísimo grupo de hombres creyentes y sabios—como lo era nuestro Laguna—con la amistad de alguno delos cuales yo me honro, investiga callada pero eficacísimament ey luchan con ardoroso empeño contra la enfermedad y la muerte .

(El autor se refiere concretamente a su distinguido amig oel doctor don Juan Puig, famoso especialista en reumatismo, e lcual tuvo la galantería de servirle de experto «Cicerone» en l avisita inolvidable que hizo a la clínica de La Concepción, qu edirige el sabio doctor don Carlos Jiménez Díaz . )

Dichas palabras de San Pablo rezan así : «Aunque yo pose-yera toda la ciencia, si no tuviere caridad—que es amor deDios, y al prójimo por Dios—no me aprovecharía para nada».Sentencia magnífica que se complementa con esta otra del mis-

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mo apóstol : «La ciencia por sí sola hincha y envanece antes loshombres, mientras que la caridad edifica y nos asemeja a Dios» ;y con aquella otra verdaderamente lapidaria y definitiva de lDivino Maestro Jesucristo : «¿De qué le sirve al hombre gana ro conquistar con su fama el mundo entero, si al fin de la jorna-da pierde su alma y se condena?» ¡Ciertamente que de nada !

Así lo entendió y practicó, de por vida, el doctor Laguna ,a quien Dios tenga en su santa Gloria por los siglos de los si-glos. REQUIESCAT IN PACE . AMEN.

Ad MAJOREN GLORIA M DEI ETHONOREJI DOCTORIS -.SEGOVI VIENSIS ANDREAE LA GUAM .

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