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El Sabor de los Grandes El Sabor de los Grandes El sabor de los Grandes El Sabor de los Grandes El Sabor de los Grandes El Sabor de los Grandes El Sabor de los Grandes

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Edita FUNDACIÓN PARA LA CULTURA DEL VINOCalle Atenas 2, 1ºF. 28224 Pozuelo de AlarcónTel: 91.799 29 [email protected]

Presidente Pablo Álvarez

Vicepresidente Antón Fonseca

Gerente Rafael del Rey Salgado

Coordinación y edición María Gasca Elósegui

Documentación y bibliografía Harlan Estate Imágenes Harlan Estate

Diseño y maquetación Magic Circus

COMPARTIENDO TRADICIÓN, GENERANDO CONOCIMIENTO

Patronato de la Fundación

• Ministerio de Agricultura, Pesca Y Alimentación

• Bodegas La Rioja Alta, S.A.

• Bodegas Muga

• Bodegas Terras Gauda

• Vinos de los Herederos del Marqués de Riscal

• Bodegas Vega Sicilia

Fundación para la Cultura del Vino Fundación para la Cultura del Vino Fundación para la Cultura del Vino Fundación para la Cultura del Vino Fundación para la Cultura del Vino

Presentación

Prefacio y seguimos...H. William HarlanLa historia de esta tierra, a capasJonathan Swinchatt

Labrado en la tierraMary Maher

La estampaDon Weaver

Menciones en prensa

Información de la bodega

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El Sabor de los Grandes El Sabor de los Grandes El sabor de los Grandes El Sabor de los Grandes El Sabor de los Grandes El Sabor de los Grandes El Sabor de los Grandes

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Presentación

Harlan Estate. Uno de los grandes vinos de américa. Uno de los mejores del mundo.

Un año más, la Fundación para la Cultura del Vino tiene el gran honor de presentar en España uno de los mejores vinos del mundo; uno de esos grandes vinos reconocidos a nivel internacional por la crítica y los más exigentes consumidores, cuya exclusividad hace muy poco frecuente que puedan ser objetivo de una cata vertical.

Nos acercamos, en esta ocasión y por primera vez, al llamado “nuevo mundo” y en concreto, al proyecto familiar de una gran persona como es H. William Harlan, situado en Napa Valley, California. Un proyecto familiar, relativamente reciente en el tiempo, puesto que la fundación de Harlan Estate data de 1984 y la comercialización de su primera añada fue en 1996. Un proyecto donde se plasma la ilusión de un extraordinario grupo de profesionales, hoy representados por su hijo Will Harlan y el director Don Weaver, unidos por su pasión por la tierra y el proyecto en el que llevan juntos varias décadas.

Como en otras ocasiones a lo largo de la ya dilatada experiencia en este “Sabor de los Grandes”, los principales responsables de la bodega invitada nos acercan a una magnifica selección de sus mejores vinos. Una vez más, este tipo de actos pueden traerse a España por el interés creciente que despierta nuestro país, como productor y también como consumidor de vinos de calidad, y por las buenas relaciones que tenemos entre muchas bodegas dentro de nuestra Fundación y a nivel internacional.

Confiamos en que esta cata sea del agrado de todos los asistentes que, en un numero necesariamente limitado, van a tener la oportunidad de acercarse a un vino único y demandado en los mejores restaurantes y en las mejores colecciones de expertos del mundo.

Para conocer mejor la bodega y los vinos, hemos realizado este dosier y el correspondiente cuaderno de cata, con la colaboración del equipo de Harlan Estate liderados por Don Weaver y Ann Corona, así como con la impecable edición -nuevamente- de Magic Circus y la coordinación de Rafael del Rey y Maria Gasca, a quienes quiero agradecer su trabajo, como al resto del equipo de nuestra Fundación y al conjunto de los patronos que se esfuerzan en hacer que esta y otras actividades se lleven a cabo.

Solo me queda desearte, querido lector, que disfrutes de esta cata única y especial y de la lectura de esta información, que te permitirá conocer mejor un nuevo ejemplo de los grandes vinos que se elaboran en muy diferentes partes de nuestro magnifico plantea.

Un cordial saludo,

Pablo Álvarez,Presidente de la Fundación para la Cultura del Vino

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Toda vida está llena de sueños. Algunos son pasajeros. Otros se quedan con nosotros, evolucionando, definiéndose y perfilándose y, si todo sale bien, dando fruto tarde o temprano. Son profundamente distintos para cada uno de nosotros, tal y como lo somos nosotros mismos de los demás. Sin embargo, la creencia de que podemos hacer que nuestros sueños se conviertan en realidad, transportándolos desde el filo de nuestra consciencia hasta el centro mismo de nuestras vidas y de las de los demás, es la base de gran parte de nuestra tradición Occidental.

Aquellos de entre nosotros que, en algún momento, nos damos cuenta de que anhelamos algo más que los placeres transitorios, somos afortunados, en el mejor sentido de la palabra. Ese conocimiento –el saber que no se puede crecer sin raíces– es el que nos permite imaginar, y, quizás, hacer realidad, algo que puede que dure varias generaciones. Es cierto que puede exigir una vida de enorme esfuerzo, un esfuerzo que vale la pena porque contiene la promesa de una belleza maravillosa, año tras año, a medida que nos enfrentamos a las pleamares de la vida. No es algo que valga para todos. Pero es el alma de una vida vivida cerca de la tierra, donde la constancia y los contratiempos están en constante contraposición, el contraste definitivo a una vida perfectamente planificada, o a una vivida en el momento, sin pensar por un segundo en un futuro lejano al nuestro.

Prefacio… y seguimosH. William Harlan

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Todo pasa cuando debe pasar. Una vida puede acelerarse, siguiendo una trayectoria cada vez más rápida y arriesgada, hasta alcanzar un límite casi demasiado lejano para nosotros. Para algunos de nosotros ese límite puede convertirse en un punto de inflexión, ó puede que sea uno de varios, alcanzados uno tras otro a medida que avanzamos. Entre todas las experiencias acumuladas y relaciones creadas hasta ese momento, puede que se halle lo necesario para un futuro merecedor de un compromiso pleno, firme, e incondicional. He aprendido que lo más importante es analizar todas las posibilidades para encontrar la lucidez y así vivir, apasionada y deliberadamente, para conseguir que el sueño se haga realidad. Sin embargo, solo a posteriori podemos ver cómo nuestras vidas llegaron a ser lo que son, independientemente de cuán sabiamente o con cuánto celo pensásemos haberlas organizado. Por ejemplo, cuando, de niños, nos gusta mucho la jardinería y nos encanta ir en bici hasta una bodega en un barrio lejano, ¿estamos predestinados a dedicar nuestra vida al cultivo de la vid de mayores?

No necesariamente, pero no hay duda de que estas experiencias planta la semilla de esos recuerdos sensoriales indelebles que son caldo de cultivo para una pasión por la tierra y sus posibilidades. Sin duda, el pámpano tiene una forma generosa, inolvidable. El olor de la tierra húmeda es elemental, primordial, como lo es la sensación del barro entre los dedos. Una bodega fresca, oliendo levemente a levadura, puede ser un refugio atractivo para un niño en un caluroso día de verano, cuando los sentidos se ven agudizados. Pero fue más bien un camino sinuoso, no uno trazado a tiralíneas el que nos lleva desde esas

tempranas experiencias a una finca vitícola en el Valle de Napa.

A veces necesitamos eventos externos, el paso de la historia, para que den forma a nuestros sueños, impulsándolos; esos sueños que hacían equilibrios… ¿Se logran? ¿No se logran? ¿Quién habría pensado, dado el estado de la industria del vino en las primeras décadas después de la Segunda Guerra Mundial, que el Valle de Napa sabría reinventarse hasta llegar a convertirse en una de las capitales del vino? Para los que empezamos a venir aquí a finales de los cincuenta y principios de los sesenta, este era un paraje soñoliento en un espectacular paisaje indómito. Puede que una docena escasa de bodegas sobreviviesen a la ley seca y los años posteriores. Estos pioneros dieron la bienvenida a catadores de vino, y dejaban que entrase casi cualquiera a las catas –un reclamo para los

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universitarios, de Berkeley y otros sitios, que se encontraban a una distancia razonable en coche. Algunos de nosotros volvíamos a casa después de esas visitas soñando con, algún día, tener una bodeguita en el Valle de Napa.

La inauguración de la Bodega Mondavi en 1966 definió con mayor precisión la idea de crear una bodega. Fue entonces cuando me di cuenta de que si una persona tenía una visión clara –y enormes reservas de energía–, podía conseguir crear algo completamente único, algo que sentase un nuevo precedente, inspirado por su anhelo y gracias a la energía que le insuflaban su pasión y voluntad. Empecé a buscar un terreno en el Valle de Napa en 1972 y también visité viñedos europeos en varias ocasiones a fin de comprender cuáles eran las condiciones necesarias para producir los mejores vinos del mundo. Mientras tanto, el Valle de Napa había comenzado su renacimiento como centro vitícola, al mismo nivel que los mejores del mundo, y el mundo del vino comenzó a descubrirlo a mediados de los setenta. A medida que los nuevos restaurantes se iban sofisticando, y al tiempo que pequeños, pero bonitos, hoteles empezaban a abrir sus puertas, el Valle de Napa empezó a darse a conocer como destino ideal para todos aquellos cuyo interés en el vino les inspiraba a conocer esta tierra y también a apreciar su calidad de vida.

La primera Subasta de Vino del Valle de Napa, en 1981, fue un hito importante en la evolución que llevó a Napa a convertirse en la región vinicultora más importante de Estados Unidos. En 1979, los Napa Valley Vintners (Viñateros del Valle de Napa) comenzaron a preparar el evento, inspirado en los Hospices de Beaune, para dar a conocer el renacimiento que estaba teniendo lugar, y para recaudar fondos para hospitales locales. El comienzo de la organización coincidió con la compra de Meadowood, donde se celebró la primera subasta. Allí se sigue celebrando a día de hoy. Con el paso de los años, la subasta ha crecido considerablemente y ahora son más de veinte organizaciones prestadoras de servicios de la zona las destinatarias de los fondos recaudados. También ha servido para unir a la comunidad. Este acercamiento empezó en los primeros años de la subasta, cuando atraía a unos 1.000 voluntarios, muchos de los cuales no habían trabajado juntos nunca antes; ha resultado ser una fuerza cohesiva para el Valle de Napa, que ha crecido al unísono con la subasta.

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Para prepararme para la subasta fui a Francia en 1980, en un viaje organizado por Robert Mondavi, mientras seguían en marcha la búsqueda de terrenos para viñedos para Harlan Estate y el desarrollo de Meadowood. Mondavi organizó visitas para conocer los primeros crus de Burdeos y muchos de los grands crus de Borgoña: fue una experiencia que me cambió. Me aclaró los

conceptos, y aprendí a ver el mundo del vino desde otra perspectiva. Cuando vi esos viñedos, cuando conocí a las familias que los habían dirigido, generación tras generación, cuando fui testigo de la noble tradición de conseguir que algo procedente de la tierra se convirtiera en algo exquisito, la idea del viñedo romántico y de tamaño reducido se transformó en la idea de una explotación vitivinícola que podría, con el tiempo y el equipo apropiados, traer al mundo un vino que no se sentiría fuera de lugar rodeado de

primeros crus. Esto requería establecer, como sucede con un primer cru, una cultura con principios, distinta a las demás, y una estética claramente definida –la personalidad de un pago y un vino–, que pudiese perpetuarse. Para mí también significó labrar con mucho cariño un viñedo en una parcela inexplorada, virgen hasta entonces. Me parecía que intentar conseguirlo en las colinas del Valle de Napa parecía un reto digno de emprender.

Carecía del terreno idóneo, me faltaba el equipo, y no tenía suficiente conocimiento de enología… Tenía mucho que hacer, mucho que aprender. El primer paso fue abrir una pequeña bodega que, como tantas otras, usaría fruto comprado y equipamiento prestado. Por aquel entonces, afortunadamente, los primeros miembros de lo que llegaría convertirse en el equipo de Harlan Estate se habían unido a nuestros primeros esfuerzos. Ahí, durante los años ochenta, comenzamos a estudiar a fondo el vino, la vinicultura, y el cultivo de la vid –con todo lo que ello conlleva. Esta bodega sacó su primera añada en 1983, compuesta de unas 250 cajas de Cabernet y otras 200 de Chardonnay. Creció rápidamente y luego se vendió, en el momento apropiado. Pero, aparte del conocimiento y la experiencia que ganamos, lo mejor de ese proyecto fue que creamos un equipo maravilloso. El conocer a personas que ayudan a que nuestras ideas se hagan realidad es uno de los mejores regalos que la vida nos puede hacer. La mayoría de quienes contribuimos a la creación de Harlan Estate llevamos trabajando juntos más de veinticinco años. Creemos que el hecho de que este equipo haya perdurado, perseverado y sobrevivido es muy

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positivo, ya que es esencial para todos los aspectos de la iniciativa. A medida que nuestros planes dan fruto, esperamos que igualmente den pie a que la cultura de la bodega siga mejorando de manera continuada, siempre pensando en el futuro.

El verdadero comienzo de Harlan Estate se remonta a 1984, con la compra de las primeras diecisiete hectáreas de tierra sin cultivar en las colinas al oeste de Oakville. Esta extensión de tierra, accidentada, cubierta de bosques de roble y áreas ribereñas, es tan fértil y está tan llena de vida, como la naturaleza pretendía. A lo largo de la siguiente década añadimos paulatinamente más de ochenta hectáreas adicionales, plantándolas en las laderas colindantes. Desde esa primera compra en 1984, lenta y cuidadosamente hemos ido cultivando una pequeña parte de la naturaleza; alrededor de un 15% del terreno salvaje ha sido plantado con vides; comenzamos en 1985 y seguimos hasta el comienzo de la década de los 2000. Con el paso de los años, tallamos discretamente otras dos hectáreas de entre los bosques para la bodega, para vías adicionales, para nuestra vivienda familiar, y para los jardines y parques. Pero el grueso del terreno, sin duda, se quedará como está ahora, tal y como ha estado durante siglos. Los planes detallados que hemos diseñado, cuidando todas las facetas de la propiedad, y una gestión y custodia sensatas, sin duda aseguran la salud futura del terreno y el bienestar futuro de generaciones venideras, que sabrán disfrutar de esta tierra y administrarla con cuidado.

Diseñar y crear algo que no ha existido antes con la esperanza de que sobreviva durante siglos exige que todas y cada una de las miles de decisiones necesarias para su creación sean claras de pensamiento y tengan un propósito definido –y un íntimo conocimiento del terreno donde se asentarán el edificio y las cepas. Esto solo se puede adquirir con el tiempo y la experiencia, que en este caso llegaron tras largos meses, incluso años, de pasear por la propiedad, metro a metro, hasta conocerla como la palma de la mano, profundamente, familiarizándonos con todos sus matices. Antes de hincar el azadón por primera vez, tiene que haber un plan general. Desarrollar dicho plan lleva tiempo y exige la experiencia de un equipo compuesto no solo por un enólogo y el director del negocio. Hacen falta también un geólogo, un ingeniero de bosques, un paisajista y un arquitecto. A medida que la finca evoluciona, también ha de hacerlo el plan, porque nada, ni en la naturaleza ni creado por el hombre, es inmutable.

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Durante el primer año de vida de Harlan Estate, trazamos las primeras vías a través del bosque frondoso, preparamos la tierra para los viñedos, desarrollamos sistemas de abastecimiento de agua y desagües, minuciosamente creando una infraestructura allí donde antes no había nada. Después vinieron las preguntas, tanto las muy evidentes y las no tan obvias, acerca de la mejor manera de

plantar las vides en sí. Durante una década, o más, no habría manera de saber si las decisiones tomadas habían sido las mejores... Sin embargo, lo que más nos preocupaba era tener la seguridad de que cada decisión que tomásemos relativa a la tierra sin cultivar nos permitiera trabajarla de la manera más sostenible y ecológica posible. Buscábamos conservar la tierra y permitirle evolucionar hasta conseguir su potencial.

Durante siglos, en primavera, muchos dueños con viñas en las laderas subían la tierra, arrastrada monte abajo por las lluvias invernales hasta los pies de las colinas, hasta sus cimas. Nosotros no queríamos hacer eso. Desbrozamos las primeras terrazas y plantamos cultivos de cobertura durante cuatro años, y así garantizamos, al diseñar y proyectar nuestros futuros viñedos en las laderas más inclinadas, que evitaríamos esta erosión.

La selección de varietales, portainjertos y clones, y el diseño del espaciado entre hileras, la dirección y los enrejados llegó después del desarrollo del sistema de abastecimiento de agua y desagües. Tras largas deliberaciones, comenzó la plantación de las primeras

cepas con varietales de Burdeos. La finca produjo cosechas en 1987, 1988 y 1989 –de las cuales, ninguna salió a la venta porque no eran de la calidad que pretendíamos. Las cosechas de 1990, 1991, 1992 y 1993 estaban embotelladas, y la de 1994 en barricas, antes de que ninguno de nosotros de Harlan Estate nos sentásemos con un crítico para catar nuestros vinos. El lanzamiento, la cosecha del 90, fue en 1996, porque solo entonces sentimos que teníamos un vino con la personalidad y la calidad suficientes –y que teníamos además las siguientes cosechas necesarias.

Una bodega no es solo su vino, ni es solo su tierra, sus viñedos, su cultura y sus valores. También es la familia. La familia, la cercana y la más lejana; el

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equipo, en otras palabras, viene acompañado de unos cimientos compuestos de compromisos compartidos que nos arraigan a todos al lugar, al cometido, a la comunidad –así como a la promesa de un futuro compartido, una generación tras otra. Y una vez se esclareció el sueño de la bodega, eso es lo que pasó. Para mí, la finca, el vino y la familia son inseparables. Diez meses después de la compra de las primeras diecisiete hectáreas, conocí a la que sería mi esposa, Deborah. Nos casamos el siguiente mes de mayo. Will, nuestro hijo, nació en el mes de julio siguiente, cuando nuestra finca brindó su primera cosecha. Un año más tarde, produjimos nuestro primer vino in situ. Amanda, nuestra hija, llegó en 1989. Y el año siguiente llegó la primera cosecha que llegaríamos a poner a la venta. El equipo llegó primero. Los viñedos después. Luego siguió la bodega y, después de eso, la casa familiar. En los doce años transcurridos desde la compra de los terrenos hasta la venta de la primera botella, habíamos creado una familia entera. En los veintitrés años que han pasado desde entonces, la familia ha crecido con el pago hasta alcanzar la madurez.

Lo que en un principio fuera un sueño singular, con el tiempo se ha transformado en una pasión que ha impulsado el trabajo de todos quienes nos hemos entregado al sueño. Así pues, la bodega ha evolucionado. A lo largo de los últimos treinta y cinco años hemos aprovechado una parte del bosque, convirtiéndola en un rancho, y luego hemos trabajado en ese rancho hasta transformarlo en una finca vitícola donde se dan transiciones humanas –viñedos, bodega, hogar y jardines, indelebles y aparentemente autóctonos, en el límite entre lo salvaje y lo domesticado.

El vino contribuye a la amistad, anima la conversación, es bueno para la salud y favorece las relaciones amorosas. Inspira grandes y antiguas tradiciones, tanto de culturas locales como del comercio global. También puede encender la chispa del sueño del viticultor, una visión en la que se entremezclan la familia, el esfuerzo familiar, y el lugar y la comunidad que nacen del legado del vino. Sea o no cercana la relación con la tierra, el vino y la uva, su mera existencia nos recuerda que muchas de las maravillas de la vida llegan solamente cuando deben hacerlo. No llegan antes, y no lo hacen instantáneamente. La vida en el campo mide el tiempo, se somete a él, a los caprichos de la naturaleza, y a sus indomables estaciones. Los viticultores lo saben bien: desde que se planta la primera parra hasta que ésta alcanza la madurez necesaria como para dar fruto de buena

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calidad, han de pasar diez años. Y habrá que esperar cinco años más para que el vino alcance su potencial temprano. A medida que el vino madura, evoluciona para llegar a ofrecer un placer mayor.

Aunque el sueño precedió por veinticinco años la compra de los primeros cuarenta acres, no hubiera podido hacerse realidad sin dos cosas. En primer lugar, la creencia de que era posible crear algo completamente nuevo, duradero y de alta calidad –algo que mejora las vidas de las personas– aquí, en Estados Unidos, en California, en el Valle de Napa. Segundo, el saber que los modelos centenarios europeos –los grandes châteaux franceses, las villas italianas, las quintas portuguesas– tenían mucho que enseñar acerca de la importancia del lugar y de la continuidad, de la familia y de la historia, del legado que es el arte del vino. Hemos aprovechado los treinta y cinco años transcurridos desde que encontramos

nuestro terreno al lado de Oakville para conocerlo mejor : nuestra sabiduría ha aumentado, así como lo ha hecho nuestro conocimiento de las grandes tradiciones vitivinícolas. Sin embargo, hace poco tiempo que empezamos a comprender esta tierra lo suficientemente bien como para conseguir que esté como está ahora. Y creo que así debe ser, porque los vinos maduran con el tiempo, y las bodegas, las familias y sus comunidades, lo hacen también, generación tras generación.

H. William Harlan

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© Marqués de Riscal

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Los lugares transcienden la percepción. Nuestra consciencia solo roza la superficie de lo que podemos ver y tocar -colinas y valles, campos y árboles, cielo y cimas-. Nuestras percepciones se anclan en la forma y en el color, en la relación entre el espacio y el objeto -los ingredientes de la belleza visual que nos rodea-. Sin embargo, la realidad de un lugar se halla en un sitio más profundo. Las vides perciben esto de manera natural, lanzando sus raíces para recolectar la humedad y los nutrientes de la tierra y de las rocas. Pero la realidad del lugar también transciende el alcance de la vid, aun a pesar de que ésta expresa, de manera misteriosa, la larga y profunda historia de la tierra que alimenta.

Las serpenteantes colinas del Valle de Napa abarcan un amplio trecho de tierra engalanado de suaves colores y formas que solamente se encuentran en este valle. Los vinos del Valle de Napa son igual de singulares: su complejidad, intensidad y potencia reflejan las condiciones casi perfectas que ofrece este pequeño valle a la viticultura. Estos vinos se hacen eco, también, de parte de la historia del valle, la que está escondida en capas bajo la superficie, esperando que alguien la descubra. Como tan acertadamente apuntó el difunto geólogo/enólogo David Jones, en una botella de vino de Napa se “degustan cien millones de años de la historia de la Tierra”. Quien entiende algo de esa historia, si es capaz de reconocer la epopeya de la tierra, aportará al mundo del cultivo de la vid, a la vinicultura y a la enología un conocimiento que permeará todas las decisiones que tome, las acciones que emprenda y los momentos de placer que disfrute.

Hace cien millones de años, el lugar que ocupa Harlan Estate no existía. Por aquel entonces, la costa de Norteamérica estaba mucho más al este, sobre un fondo marino que se estaba desplazando lentamente bajo el continente, impulsado por las inexorables fuerzas de las placas tectónicas en movimiento. Desde hace unos 145 millones de años y hasta hace 60 millones de años, los sedimentos del blando fondo marino y fragmentos de dura corteza oceánica quedaron

La historia de esta tierra, a capasJonathan Swinchatt

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adheridos al borde del continente, formando un conjunto de rocas conocido como el Complejo Franciscano. Estas formaciones ahora se encuentran en la superficie de la tierra, y debajo también, a lo largo de gran parte de la costa septentrional de California. En el interior, una cadena de volcanes, predecesores de Sierra Nevada, vertieron sedimentos en lo que ahora se conoce como el Valle de San Joaquín, entonces un cauce, que se llenó lentamente con unos 50.000 pies (15.240 metros) de arenisca y esquisto, y que los geólogos han nombrado la Secuencia del Gran Valle de California.

Un intervalo en el registro geológico que abarca los siguientes 52 millones de años (aproximadamente) refleja un largo periodo de inactividad y estabilidad en la región de Napa. Pasa el tiempo y, hace 8 millones de años, una serie de erupciones volcánicas desgarraron el cielo, las fisuras volcánicas arrojaron chorros de lava al exterior, y grandes nubes de polvo y cenizas volcánicas se fijaron sobre las rocas del Complejo Franciscano y sobre la Secuencia del Gran Valle. A lo largo de los siguientes 5 millones de años, las erupciones volcánicas periódicas que se sucedieron acabaron por cubrir varios centenares de millas cuadradas de topografía poco accidentada con unos cuantos millares de pies de diversas rocas volcánicas, que en este ensayo hemos llamado los terrenos Volcánicos de Napa.

La formación de los terrenos Volcánicos de Napa, sin embargo, no fue el último evento geológico que resultó, en su momento, en la aparición de la tierra de Harlan Estate. La Falla de San Andrés nació cerca de Los Ángeles hace unos 25 millones de años. A medida que la falla se extendía a lo largo de la costa, desencadenó una serie periódica de erupciones volcánicas: las más recientes produjeron los terrenos Volcánicos de Napa. La de San Andrés es una falla transformante, cuyos lados se deslizan horizontalmente al lado el uno del otro de manera no siempre linear. A veces, los lados se separan un poco, generando tensión. Otras veces, se juntan, comprimiéndose. Cada movimiento crea una nueva serie de fuerzas en la parte superior de la corteza terrestre. En Napa, a medida que los lados de la falla se acercaban, las fuerzas compresoras rompían la superficie, apilando capas de roca como si de una baraja de cartas se tratase. El resultado: los Montes Vaca, en la frontera oriental de Napa. Más adelante, la compresión continuada y una nueva geometría de movimiento de la corteza dio lugar a un alzamiento en la corteza que hoy conocemos como los Montes Mayacamas.

Harlan Estate es diferente a otras fincas del Valle de Napa, y a cualquier otro lugar en el mundo. Está situada en las laderas inferiores de los Mayacamas, entre los abanicos aluviales al pie de las colinas y las cimas de la cordillera, en una tierra

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con atributos topográficos y geológicos únicos. Los viñedos, cultivados en dos segmentos separados –una pequeña cadena y las laderas colindantes al otro lado de un valle estrecho–, están plantados sobre rocas madre marcadamente distintas y están orientados hacia todos los puntos cardinales, con una disposición de aspecto solar más bien inaudita para una finca de viñas. Están a una altura de entre unos 100 y 170 metros -una característica física que parece producir excelentes vinos, como comprendemos al estudiar las mejores regiones productoras de vino del mundo-. En las colinas de Napa escasea la clase de tierra apropiada para el cultivo, y el uso de la que hay está limitado porque las pendientes tienden a ser muy marcadas, muy inestables o muy rocosas como para ser de provecho. Al contrario de lo que sucede en el suelo, ideal para el cultivo, que ofrece el Valle de Napa, donde las raíces penetran fácilmente los sedimentos blandos y sueltos que descienden de las colinas colindantes, las laderas sobre él solo tienen una fina capa de suelo para cubrir la roca madre. Las viñas de Harlan suelen echar raíces en menos de medio metro de suelo, a veces incluso en unos pocos centímetros, antes de tener que luchar para infiltrarse en la roca madre descompuesta primero y, luego, en un roca madre más joven, atravesando sus fisuras y grietas. Las rocas, rotas y fracturadas, excepcionalmente bien drenadas, obligan a las raíces de la vid a luchar no solo para conseguir espacio, sino para conseguir humedad, un esfuerzo que muchos vinicultores piensan que es beneficioso para las viñas y da uvas de mejor calidad y personalidad.

Las dos partes de la finca –la cadena al este y la ladera montañosa principal al oeste– son distintas en términos geológicos. El estrecho valle que separa la cadena de la masa montañosa principal surgió sobre una falla geológica que trazaba una línea débil, buena para erosionar arroyos. La geología diferencia, además, una parte de la finca de la otra de maneras diferentes. Donde antaño hubo rocas planas, ahora las que hay se arquean hacia arriba, como en los Montes Mayacamas, quedando las más jóvenes fuera del plegamiento, y las mayores, en el interior. En la parte más al sur de la cadena, donde se encuentra Harlan Estate, las rocas de los terrenos Volcánicos de Napa forman una fina capa en las bases externas e inferiores de la montaña, y la arenisca y el esquisto del Gran Valle conforman el núcleo. En la finca, los viñedos de las laderas crecen, en su mayoría, sobre areniscas del Gran Valle, mientras que los que están en la cadena al este están arraigados, aunque de forma precaria, sobre rocas de los terrenos Volcánicos de Napa.

La arenisca del Gran Valle, en la ladera occidental, son rocas de grano fino depositadas por los barros fangosos que se precipitaron por las laderas de la cuenca en forma de desprendimientos de tierras submarinos, y se acumularon

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en varios miles de pies de agua. Los pequeños granos de cuarzo y de feldespato que componen estas rocas están unificados por un “cemento” de carbonato cálcico. A medida que este material se disuelve durante la formación de la tierra, las partículas liberadas crean suelos arenosos que proporcionan un sustrato suelto y bien drenado para las viñas. Estas particiones en los viñedos occidentales son bastante uniformes, pero las viñas más meridionales arraigan en detritos de desprendimientos que contienen un pequeño componente de gravas y guijarros volcánicos meteorizados. Dos zonas de material volcánico que se deslizaron interiormente a lo largo de una pequeña falla, quizás una ramificación de la mayor que recorre el largo del valle adyacente, marcan las parcelas norteñas.

Las viñas de Harlan Estate plantadas en la cadena oriental crecen sobre los terrenos Volcánicos de Napa, un grupo de rocas más diverso de lo que su nombre da a entender. La lava viscosa y candente, cuando se enfría, se convierte en una roca robusta y de grano fino, resistente a la erosión y a la meteorización, pero es frágil y propensa a la fractura. La ceniza volcánica pulverulenta, arrojada violentamente desde las grietas en la superficie, se asienta sobre la tierra para formar toba, una piedra blanda que se meteoriza en arcilla. Si la ceniza está lo suficientemente caliente, las acumulaciones densas de ceniza se vuelven a derretir y, al enfriarse, se convierten en toba soldada, un material casi tan duro y resistente como el de las rocas de flujo.

Las particiones orientales de Harlan Estate crecen sobre roca de flujo fracturada, con algunas áreas considerables de toba. La diferencia entre ambas es evidente. En la roca de flujo, dura y resistente, unos pocos centímetros de material suelto yacen sobre la roca madre descompuesta que, a su vez, se convierte en roca madre más joven a una profundidad de entre uno y dos tercios de metro. Las finas raíces de las viñas atraviesan la roca madre descompuesta y sus radículas laterales avanzan hacia el interior del material matricial más joven, pero la mayor parte del crecimiento de las raíces tiene lugar en el sedimento superficial, fino y suelto. Las tobas meteorizadas, más descompuestas, con detritos arenosos que alcanzan hasta los dos metros de profundidad o más, ofrecen un sustrato blando y suelto que las raíces de las viñas pueden penetrar con facilidad. Su textura es similar a la de los materiales arenosos superficiales que aparecen en las areniscas del Gran Valle, y su origen podría ser cenizas volcánicas trasvasadas y desgastadas por el agua de arroyos y lagos tras su sedimentación.

Desde una perspectiva más general, las dos partes de Harlan Estate –la de levante y la de poniente– pueden verse como extremos opuestos. Las rocas volcánicas de las parcelas orientales son duras y jóvenes, y las areniscas del Gran

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Valle son blandas y viejas. La lava incandescente y las cenizas explosivas de los terrenos Volcánicos de Napa encarnan los antiguos elementos cósmicos griegos del fuego y el aire, mientras que los materiales de las areniscas del Gran Valle–arrancados de la tierra y entregados al mar– representan la tierra y el agua. Pero, como suele suceder con los elementos contrapuestos, cada una contiene en su interior la semilla del otro. En las parcelas dominadas por las rocas del Gran Valle encontramos gravas y elementos volcánicos, mientras que las parcelas sobre los terrenos Volcánicos de Napa contienen trozos de toba meteorizada con una textura similar a la arenisca meteorizada del Gran Valle. Puede que esta mezcla de componentes geológicos y elementos cósmicos clásicos ofrezca sus propios matices a la inconfundible personalidad y calidad de los vinos de Harlan Estate. A pesar de la tecnología moderna, el vino sigue rodeándose de misterio.

Como periodo de tiempo, cien millones de años de evolución de la Tierra puede parecer inimaginable y, seguramente, no tenga sentido desde el punto de vista de una vida humana. Pero pensemos en la naturaleza dentro de estas cifras: millones de años para crear los fundamentos, miles de años para elaborar el suelo, cientos de años para desarrollar la cultura vinícola moderna, décadas para establecer un viñedo maduro, una década o más para que un gran vino alcance su potencial, cuatro años para producir y envejecer un vino resultado de una temporada de cultivo de unos pocos meses. Esta progresión histórica es parte del vino, de igual manera que lo es el bodeguero que lo elaboró, el viticultor que produjo la uva o el lugar donde se plantó y creció. Desde luego, permite diferenciar las frutas y los vinos de Harlan Estate de los demás.

El misterio y la magia del vino siguen suponiendo un reto para los intentos de reducir el proceso de producción a un conjunto de fórmulas, o al producto en sí a un conjunto de meros adjetivos. Sabemos, sin embargo, que el mejor vino proviene de la tierra mejor elegida y preparada con el mayor esmero, labrada con el mayor cuidado y atención, y de una ética bodeguera respetuosa para con las condiciones y tradiciones del lugar, así como para con el esfuerzo realizado para conseguir las uvas que sean reflejo de su personalidad. El hecho de conocer la profunda historia de la tierra y su compleja personalidad actual permite entender que la relación entre el vino y el lugar puede estar más entrelazada de lo que sospechamos, y quizás no podamos deshacer esos vínculos. Sin embargo, este conocimiento puede brindar una nueva comprensión de las cualidades inefables de las vides, de las uvas y del vino, cualidades que puede que siempre se encuentran más allá de capacidad de análisis.

– Jonathan Swinchatt

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Labrado en la tierraMary Maher

Todo en la agricultura empieza con la tierra, y la tierra de Harlan Estate es única. El viñedo, sobre las laderas, tiene forma de herradura y diversas orientaciones. Sus suelos cambian de manera espectacular de pendiente a pendiente, de una parcela del viñedo a otra, de hilera a hilera, e incluso entre hileras. Todas estas condiciones fueron tenidas en cuenta cuando se tomaron las decisiones anteriores a la plantación de las primeras diez hectáreas de vid, en 1986 y 1987. El 75% de las cepas se plantaron en una ladera y el otro 25% en otra. A comienzos de los noventa, se plantaron otras seis hectáreas en la finca. En 1999, un brote de filoxera requirió la resiembra de algunas parcelas, cuyos portainjertos resultaron ser vulnerables; afortunadamente, la mayoría de los portainjertos de las vides plantadas al principio fueron resistentes.

La viticultura californiana es, en realidad, la viticultura del Nuevo Mundo: hace uso de portainjertos que crecen de manera distinta. Harlan Estate usa portainjertos más nuevos, los que se han introducido en los últimos veinticinco años y que mejor casan con los suelos de esta propiedad, con el terreno mismo, con su aspecto, y con nuestras ideas acerca de cómo distintas vides crecen en las distintas áreas de la finca. Algunos de estos portainjertos resisten mejor la sequía que otros, algunos crecen menos y otros tienen una temporada de crecimiento más corta. Dependiendo de dónde esté plantada, la misma combinación de uva, clon y portainjerto produce uvas con características muy diversas. Esta diferencia se debe a la orientación de la cepa, al aspecto de la ladera y a la composición del suelo. La mayoría de las dieciséis hectáreas de la finca están plantadas con uvas Cabernet, la principal, aunque se ha conseguido un equilibrio con uvas Cabernet Franc, Merlot y Petit Verdot.

Como los diversos portainjertos, cada varietal crece a su manera. La uva Cabernet Sauvignon es un caballo de tiro: crece en muchos y diversos tipos de suelo y se manifiesta de distintas maneras en cada uno de ellos. La Merlot es más delicada: desfallece con el calor, mientras que una Cabernet en el mismo suelo y con el mismo

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patrón no lo haría. La Cabernet Franc es extremadamente sensible a su ubicación, y aunque no es tan adaptable como la Cabernet, tampoco es tan melindrosa como la Merlot. La Petit Verdot tiene un aspecto silvestre y reconocible: se caracteriza por largos entrenudos, muchas hojas grandes y zarcillos.

Las primeras plantaciones de Harlan Estate se distribuyeron en terrazas en las laderas de las colinas. Aunque los viñedos se han expandido, su disposición sigue rindiendo tributo a las pendientes, a pesar de que ahora las parcelas y las hileras se organizan de manera muy distinta. La evolución en la planificación y la plantación responde en parte al terreno, en parte a asuntos agrícolas como la seguridad de

los tractores, y en parte a las restricciones impuestas a los viñedos en las laderas por el Condado de Napa. En una parte del viñedo, las terrazas están muy cercanas las unas a las otras. En otra parte, las hileras de vides siguen la línea del contorno y están perfectamente niveladas. Las plantaciones de 1992 y 2002, más recientes, se ajustan a la línea de caída, y las hileras que suben por la montaña están muy cerca las unas de las otras.

Es complicado gestionar las vides a medida que cambia la dirección de la hilera: nosotros dedicamos el año entero a vigilar las diferencias entre cada vid y entre cada hilera en cada parte del viñedo. Intentamos conseguir la mayor uniformidad posible; esto exige que tengamos que observar dónde están esas diferencias y qué necesita cada una de ellas. Y esto no es entre una variedad de uva y otra, sino de un punto a otro, desde lo alto a lo bajo de las hileras, a medida que bajan por la ladera.

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El estilo del espaldera que se usa en Harlan Estate se llama espaldera vertical, o de disposición vertical. Este enrejado permite atrapar una capa de vegetación estrecha entre los alambres. Puesto que la distribución ideal para las espalderas verticales es de norte a sur, las vides pueden ser un tanto “melindrosas” en un clima tan cálido como este. Así que las hileras norte-sur tienen un cierto peralte noreste/sudoeste, para protegerlas de los rayos de sol vespertinos. Las hileras orientadas de este a oeste tienen un lado del follaje expuestas directamente al sol a lo largo de todo el día, de manera que la fruta es vulnerable a posibles quemaduras por la luz solar. En esas áreas del viñedo, distribuimos la vegetación para proteger la fruta mejor.

El tipo de suelo cambia a lo largo de la colina, por lo que debemos regar a lo ancho de la colina, en lugar de por parcelas, o de arriba abajo. En las terrazas de la ladera, la hilera de vides en el lado exterior de cada nivel tiende a tener una capa vegetal mayor que las de las hileras en el interior de cada nivel, porque los cortes utilizados para crear las terrazas trasladan la capa vegetal al borde de cada nivel. La diferencia entre suelos exige que las hileras internas y externas sean gestionadas por separado; en este caso se consigue con sistemas de irrigación individuales para cada hilera, así como con técnicas agrícolas distintas.

El equipo de Harlan Estate está “ojo avizor”, porque el viñedo requiere mucho trabajo y atención. La larga experiencia del equipo y su comprensión de los parámetros que nos fijamos en cuanto a la calidad, garantizan que todo funcione bien. El equipo recorre los viñedos a diario, durante cada una de las cuatro estaciones, año tras año, y nosotros dependemos de lo que ven. El supervisor de los viñedos lleva con nosotros desde el principio de esta aventura, y tiene un conocimiento profundo e intuitivo del terreno. Solo con pisarlo observa dónde cambia la composición del suelo, y él entiende cómo queremos gestionar cada una de las parcelas.

El trabajo en el campo no para en ningún momento del año. Las podas empiezan a finales de enero, cuando las cepas están hibernando. La poda tiene una parte técnica y otra artística. Lo que se suele hacer es cortar las yemas de cada planta para dejarlas en un número concreto, normalmente entre doce y veinte, dependiendo de la resistencia del lugar, de la fuerza del alambre, y de la estructura de los sarmientos. En los suelos menos profundos, como no hay mucho espacio para echar raíces, las vides tienden a estar más cerca las unas de las otras y a ser más pequeñas. En algunos suelos más ricos, las cepas pueden explorar y crecer algo más. Una vid más pequeña puede tener doce yemas, o seis lugares de donde salgan tallos, mientras que una más grande puede tener ocho o nueve. La cifra concreta cambia según la parcela donde estén, y también varía según su emplazamiento en el interior mismo de una parcela. El equipo conoce tan bien las vides individuales,

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tanto sus idiosincrasias como sus puntos fuertes y débiles, que individualiza la poda de cada cepa. Si el año anterior una de las vides puso de manifiesto un punto débil, el podador solo dejará una yema en ese punto, en lugar de hacer lo habitual, que es dejar dos. La primera poda o aclareo sirve para retirar la maleza, que normalmente trituramos o usamos como abono. La segunda poda tiene lugar más cerca del inicio de la brotación, y la poda final tiene lugar a finales de marzo. A lo largo de esos primeros tres meses del año, el equipo peina los viñedos y ata las vides al sistema de espaldera para asegurar que todo esté en orden para la temporada que viene.

A medida que los sarmientos empiezan a crecer, a finales de marzo y comienzos de abril, comenzamos a proteger las plantas del mildiú. Las vides son muy sensibles al mildiú, que prevenimos fumigándolas con cobre, azufre y otros aerosoles a lo largo de la temporada de crecimiento. El clima determina el ciclo de fumigación, igual que determina todo lo demás. Aquí pulverizamos de noche, cuando hace más fresco y hay menos viento.

A lo largo del siguiente mes limpiamos las vides, que conlleva retirar el exceso de material de los brotes. Las uvas son como las rosas y otras especies beneficiosas: independientemente de cuán cerca se pode, tienden a liberarse del material vegetal sobrante. El equipo recorre las parcelas para retirar los brotes superfluos, dejando solo dos tallos con sus dos racimos de primordios. Ese proceso nos permite hacernos una idea de la cosecha que dará el año, y podremos también pronosticar lo que sucederá en el viñedo a medida que avancen las estaciones.

Las uvas se autopolinizan. Florecen a comienzos de junio, y si la mitad de las flores de cada racimo se convierten en bayas, será una buena cosecha. A partir de ese momento, nuestro deseo principal es que haga buen tiempo. Los pequeños racimos de bayas van a más mientras los sarmientos continúan creciendo, y el sistema de espaldera guía a los sarmientos en ascendente para que la fruta tenga una exposición ideal, tanto a la luz del sol para madurar, como a la brisa para el control de enfermedades. Las muestras del tejido de las hojas tomadas durante la floración nos ayudan a evaluar la salud general de las vides; el análisis nos informa acerca de posibles problemas de fertilidad y de si las vides necesitan alguna clase de suplemento, como boro o magnesio, o algún nutriente.

A medida que los frutos crecen, el equipo repasa minuciosamente el viñedo, muestreando parcelas al azar para determinar el número y tamaño medios de los racimos, y para hacerse una idea general acerca del tamaño de la cosecha. El recuento, de media, está entre un racimo y un racimo y medio por sarmiento por

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vid, pero algunos años es inferior a esa cifra. La cantidad de luz del sol del verano anterior determina cuánta fruta darán los brotes del año siguiente.

Una vez tenemos una idea general del tamaño de la cosecha, comenzamos el proceso de aclareo de racimos. Harlan Estate es inflexible en lo que respecta a los bajos rendimientos, de manera que el primer aclareo reduce la cosecha a unos diez racimos por viña. A través de ensayo y error, con el paso de los años hemos aprendido cuál es la mejor cosecha por vid para obtener vino de la calidad que deseamos producir. Dependiendo del espacio y de la densidad en el viñedo, la producción debiera ser de entre treinta y treinta y cinco hectolitros por hectárea, que no es mucho. Las vides podrían producir el doble de esa cantidad fácilmente. Una vez asentadas las frutas y terminado el primer aclareo, la fruta empieza a madurar. A medida que así va haciendo, regamos y abonamos, normalmente con abonos orgánicos. Las vides, como los olivos, son muy resistentes en muchos aspectos: no necesitan demasiado apoyo, pero a veces necesitan suplementos. Si esto sucede, añadimos potasio o magnesio al riego de las parcelas concretas que lo necesiten. También utilizamos tés de composta a lo largo del año para el material orgánico.

A finales de julio y agosto tiene lugar el envero: desde la brotación hasta ese momento, las vides se dedican a crecer, pero en cuanto empieza a colorear la fruta, también empieza el cambio fisiológico. Así se sobrevive en el reino vegetal: al madurar, el fruto se convierte en suficientemente atractivo como para que los pájaros lo coman y dispersen las semillas. Si en ese momento la cosecha sigue pareciendo muy abundante, la reducimos de nuevo. Y, cuando el envero termina, peinamos el viñedo una vez más para quitar aquellos racimos verdes excedentes que puedan quedar. Para asegurar la uniformidad de la madurez en la cosecha, Harlan Estate tiene la costumbre de aclarearla dos veces durante el envero, incluso en años con cosechas poco abundantes.

Y en otoño, la vendimia. Debido a la pendiente del terreno, al alba, o un poco antes, los labradores empiezan a recolectar los frutos a mano. Se detienen a las 8:30 o 9:00 de la mañana, para llevar la fruta cosechada, aún fría, a la bodega: es así como prefiere recibirla el equipo de enólogos.

Una vez acabada la vendimia, empezamos a preparar los viñedos para el invierno, plantando cultivos de cobertura para evitar la posible erosión de las laderas. Algunas parcelas más débiles reciben lo que llamamos “constructores de suelo”: legumbres, guisantes de campo o cebada. También plantamos tréboles rojos y escarlatas, así como distintas hierbas y semillas que se amoldan a las necesidades

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© Marqués de Riscal

de las zonas individuales y del terreno. Y al final del otoño, nos encargamos del compostaje post-cosecha, del abono, de la reparación de los enrejados y de otros proyectos, porque vamos a dejar todo listo para cuando llegue el invierno.

A medida que las vides se hacen mayores, parece que resulta más fácil gestionarlas, y los viñedos plantados en 1999 llevan un ritmo excelente. Las vides jóvenes, de entre cinco y siete años, son como los niños y los adolescentes: tienen una cantidad enorme de energía y dan enormes cantidades de uvas que no pueden madurar, ni mucho menos mantener. Las vides mayores también son exuberantes, pero gestionan mejor que las más jóvenes los altibajos del estrés, gracias a un sistema de raíces bien asentado: las desigualdades, en lugar de marcadas, son más reducidas. Cuando una vid fracasa en Harlan Estate, siempre la sustituimos, la cuidamos, la regamos y la abonamos a mano, año tras año. Al cabo de un tiempo, estas vides sustitutas más jóvenes se adaptan al ritmo y, aunque nunca tendrán la misma edad que las vides que les rodean, empiezan a comportarse igual que ellas.

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© Bodegas Muga

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La estampaDon Weaver

El grabado es un arte en vías de extinción, pero su declive no se debe exclusivamente a los procesos técnicos que lo están reemplazando, ni a la fotografía ni a la litografía –en este último caso, una técnica más sencilla y económica, aunque no puede reemplazar al grabado satisfactoriamente…-.

El grabado es, en realidad, una traducción; es decir, es el arte de trasladar una idea de un arte a otro, tal y como hace un traductor con un libro escrito en un idioma extranjero al pasarlo al suyo. El idioma extranjero del grabador, y es aquí donde hace gala de sus habilidades, no consiste en imitar los efectos del cuadro sin más, con los medios de su propio arte, que es, por así decirlo, un idioma distinto. Tiene, si así lo puedo describir, su lenguaje personal, propio, un sello característico con el que firma su trabajo, y que, incluso en las traducciones más fidedignas, permite que sus

sentimientos personales aparezcan.

-Del diario de Eugène Delacroix, 25 de enero, 1857

En el verano de 1994, habiéndome alejado de infinidad de tareas para concentrarme exclusivamente en el lanzamiento de Harlan Estate, me fijé en los miles de botellas escondidas en nuestra bodega – el alijo de botellas (llenas y con su corcho, pero sin etiquetar) que componían el grueso de las seis primeras cosechas de vino producidas por Harlan Estate-. Ocupados, como habíamos estado, con la plantación de las viñas, el cultivo y la producción del vino, no habíamos decidido aún cómo íbamos a comunicar gráficamente lo que queríamos que Harlan Estate representase: una excepcional atención al detalle, una calidad suprema y una autenticidad imperecedera. Queríamos reflejar la cultura de nuestra empresa, la personalidad de nuestra tierra y la relación entre nuestro producto y nuestro cliente en una única imagen –y todo ello en el exiguo espacio que proporciona una botella de vino-.

Nuestro instinto natural nos dirigió hacia los sellos y billetes de época, ya que encarnaban un valor asignado y eran de naturaleza artística. Nos gustaba la idea de que tanto la técnica del grabado de billetes como la de la talla dulce se habían desarrollado específicamente para responder a criterios de la máxima calidad, para garantizar la seguridad y confianza, y para proteger al titular ante la amenaza de los falsificadores.

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Fascinados por el reverso del “antiguo” billete de veinte dólares, con sus detalles complicados y sus icónicos símbolos, nos pusimos en contacto, ingenuamente, con el Bureau of Engraving and Printing (la Oficina de Grabado e Impresión de los Estados Unidos, parecido a la Casa de la Moneda en España) para averiguar algo acerca del artista. Para nuestro chasco, nos explicaron que el billete de veinte dólares era el trabajo no de uno, sino de varios maestros grabadores –de grabadores de retratos, de grabadores de imágenes y letras, de grabadores de patrones geométricos, etc.– y que todos, salvo uno de ellos, habían fallecido hacía mucho tiempo. “¿Y, cómo se llama este señor?” preguntó Bill Harlan. Así conseguimos el número de teléfono de Herbert Francis Fichter, aprendiz en el Bureau en 1941 a la edad de 21 años.

Herb se había jubilado y vivía en el Sur de California. Después de una presentación como es debido y de unos pocos ruegos por nuestra parte, este hombre, más que simpático, viajó en avión para vernos en las colinas de Oakville, visitar el viñedo y comentar con nosotros un posible diseño para nuestra etiqueta. Aunque no tardó en aclararnos que él no había llegado a conocer personalmente los tiempos de la American Bank Note Company original, nos habló de esta empresa, cuyos orígenes se remontan al principio mismo de nuestro país y que había sido la encargada de imprimir los billetes y sellos de Estados Unidos de América hasta la Guerra de Secesión.

Tras indagar un poco, Bill y yo volamos a Filadelfia. Temprano, a la mañana siguiente de llegar, seguimos las direcciones que nos daba nuestra app y llegamos a un edificio anodino en las afueras de un pueblecito de Pensilvania. Dejamos los abrigos en el guardarropa, nos colocamos nuestros pases de visitantes y seguimos a nuestro guía hasta la planta de la imprenta, donde unas enormes rotativas expelían cheques de viajeros y coloridos billetes de banco de países africanos casi desconocidos. Después nos llevaron a una habitación un tanto pequeña y nos ofrecieron asiento. Un vigilante armado permanecía al otro lado de la puerta como centinela.

La ABN, deseando ayudarnos en nuestra búsqueda, había llamado a su antiguo archivista y bibliotecario, ya jubilado, para que nos guiase a través de los múltiples, enormes y envejecidos libros de muestras: los tomos rebosaban grabados de seguridad. Eran 200 años de historia ante nuestra mirada. Bill y yo empezamos a pasar las desgastadas páginas, cada una un verdadero banquete para la vista. Increíblemente fieles reproducciones de águilas, barcos de vela, locomotoras, retratos de presidentes de bancos y demás llenaban cada centímetro cuadrado de cada página. Nos dimos cuenta rápidamente de que podríamos dedicar semanas o meses al estudio de este tesoro. Y, de pronto, ¡ahí estaba! Una alegoría femenina, en un entorno bucólico, tendiendo los brazos hacia una generosa vid. ¡Todo lo que

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habíamos querido transmitir sobre nuestra tierra, nuestra visión y nuestra cultura… ya existía! Fue, verdaderamente, un flechazo. Y, aunque llevaría un poco de trabajo adicional llevarlo a imprenta, expresaba la visión perfectamente –tal y como lo hizo otra joya que encontraríamos ahí también más adelante para nuestra segunda etiqueta, The Maiden, La Doncella-.

Tras investigar más, descubrimos que nuestro grabado provenía de un diseño de Alonzo Earl Foringer, incomparable diseñador de billetes de la época. Inspirándose en el trabajo de los grandes pintores académicos europeos (de la misma manera que a nosotros nos inspiraron sus vinicultores), Foringer se acostumbró a pintar a gran escala, en monocromía, generalmente en tonos de gris o marrón. Pensamos, “¿será posible que el original de Foringer aún exista? ¿Estará colgado en la sede de la compañía en Manhattan? ¿Estará arramblado entre archivadores en el departamento de chapado? ¿Habría formado parte del lote de cuadros subastados en 1990 por Christie’s?” Encontrar la obra original se convirtió en una especie de búsqueda del Santo Grial para nosotros. Tristemente, a pesar de nuestras pesquisas, a pesar de nuestras intensas investigaciones, nos quedamos de manos vacías.

Unos tres años más tarde, como caído del cielo, llegó un sobre por correo. Un cúmulo de espléndidos sellos conmemorativos decoraban la esquina derecha superior, y una dirección neoyorquina desconocida aparecía escrita a mano en la izquierda.

Dentro encontramos una carta firmada por alguien cuyo nombre no conocíamos, pero que, desde entonces, se ha convertido en un buen amigo e inestimable socio.

El autor de la carta, Mark Tomasko, es abogado de formación, pero siente pasión por la historia y el coleccionismo de viejas acciones y bonos ya cancelados.

Mark, una fuente de conocimiento sobre todo lo relacionado con el arte del grabado de billetes de banco, un arte en vías desaparición, tuvo la amabilidad de enviarnos una historia detallada del dibujo de nuestra etiqueta y nos ofreció una fotocopia del original.

Aunque la carta de Mark nos despertó bruscamente de nuestro sueño de colgar el preciado lienzo de Foringer sobre la chimenea de la bodega, nos recordó la naturaleza efímera de las cosas. Y también nos produjo una gran satisfacción el saber que éramos dueños de una parte de una gran tradición y sensibilidad antiguas, de esos tiempos, cuando un apretón de manos valía como contrato y la vida se deslizaba al ritmo de las estaciones.

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THE WINE ADVOCATE, Robert M. Parker, Jr.

“Esta bodega ha logrado un auténtico grand cru, y sus vinos son, indudablemente, de categoría mundial.”

“Estos vinos poseen los elementos imprescindibles para ser grandes: tienen carácter y robustez, conjugados con elegancia; una complejidad extraordinaria; tremendo potencial de maduración, y una atractiva opulencia carente de pesadez.”

“Harlan Estate bien puede que sea el tinto de mayor profundidad producido no ya en California, sino en el mundo entero.”

LA REVUE DU VIN DE FRANCE, Jancis Robinson

“Acerca de Harlan Estate, algo impulsivamente, escribí: ¿Por qué no sabrán así todos los vinos?”

FOOD & WINE, Lettie Teague

“...El vino que con más pasión se hace en Estados Unidos.”

WINE ENTHUSIAST, Steve Heimoff “Bill Harlan, un adelantado, ha demostrado que el terreno y el clima sí tienen alma.”

SOMMELIER JOURNAL, Charles Curtis, MW

“Si nos ceñimos a los criterios de Borgoña, que se centran en el terreno, la bodega de Harlan produce un vino extraordinario, año tras año. Si nos atenemos a la vara de medir económica que se usa en Burdeos, los vinos de Harlan Estate se venden por encima de casi cualquier otro vino en el mercado. Lo miremos como lo miremos, Bill Harlan ha conseguido el objetivo que se marcó al principio: ha logrado un premier cru americano.”

THE INTERNATIONAL WINE CELLAR, Stephen Tanzer

“Sin duda alguna, estamos ante un grand cru californiano. Es difícil pensar en otro vino californiano que haya inspirado tantos elogios en los últimos veinte años.”

SOTHEBY’S, Serena Sutcliffe, MW

“Harlan se sitúa a la cabeza de los viticultores desde que se dio a conocer con la añada de 1990. En parte, su invariable excelencia se la debe a su equipo: profesionales brillantes del campo de la vitivinicultura y de la dirección de empresas, que son los mismos desde el arranque de la bodega.”

“No hay nada excesivo en los vinos de la bodega Harlan: están perfectamente compuestos y su crianza es excelente.”

MENCIONES

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FUNDACIÓN: 1984

PROPIETARIOS: H. William Harlan y familia Cofundador de Pacific Union Company Socio Director de Meadowood Napa Valley Fundador de BOND, The Napa Valley Reserve & Promontory

EQUIPO: Director de vinificación: Bob Levy Enólogo: Cory Empting Director de la bodega: Don Weaver Operaciones de viñedo: Mary Hall Maher

LA VISIÓN: Producir un Premier Cru de California LA BODEGA: Harlan Estate es una bodega situada en las colinas occidentales de Oakville, en California, en el corazón mismo del Valle de Napa. La espectacular finca, de 240 hectáreas, con vistas a las famosas terrazas de Oakville, está en un terreno que asciende desde los 68 metros sobre el nivel del mar hasta los 374 metros por encima del nivel del mar.

Una bodega innovadora con una cava subterránea que sabe armonizar lo mejor de la tradición y de la tecnología.

LOS VIÑEDOS: 17 hectáreas dedicadas al viñedo: se cultiva un 70% de uva Cabernet Sauvignon, un 20% de Merlot, un 8% de Cabernet Franc y, finalmente, un 2% Petit Verdot.

Las viñas están emplazadas en la ladera de las colinas, sobre un substrato tanto volcánico como sedimentario; se aprecia una combinación de viñedos en terraza con vides, cercanas las unas a las otras y plantadas en tierra que cubre la roca fracturada; los viñedos están plantados en espaldera, en posición de brote vertical, con 300º de exposición.

PRODUCCIÓN: La fruta se cosecha a mano, y se procesa, selecciona, despalilla y ordena con esmero; la fermen tación del fruto entero se lleva a cabo con levaduras autóctonas, y la maceración es prolongada, en una combinación de depósitos de acero inoxidable y pequeñas cubas verticales de roble.

La fermentación secundaria (maloláctica) es en madera: entre 20 y 25 meses de maduración en barriles casi-nuevos del centro de Francia, de tostado medio.

La vinificación es no-intervencionista: el embotellado se realiza sin clarificar y sin filtrar.

EL VINO: Se ha descrito a Harlan Estate como un vino clásico que combina un gran estilo con un color impresionante, y que aúna una gran concentración con complejidad y profundidad. Sus taninos armoniosos y bien integrados, junto con una única combinación de densidad y vigor, con un acabado muy largo, reflejan los rasgos singulares del Estate.

Aunque es tentador saborear este vino mientras es joven, está destinado a durar. La producción anual media es de 2.000 cajas. La etiqueta muestra una viñeta alegórica: un grabado a semejanza de un billete de banco, que es, como el vino, un original atemporal.

primera añada: 1987 (segunda floración) primera añada comercial: 1990, salida en enero de 1996 añada más reciente: 2015, salida en mayo 2019 precio de venta recomendado: $1.500,00

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