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El misterio de la caja Mc. Gonhan

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Page 1: El misterio de la caja Mc. Gonhan

El misterio de La Caja

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Mc. Gonahan

Guillermo Diestro Aguirre

Profesor de lengua y literatura 3º Eso:

Pedro López de Murillas Manrique

Cambridge 22/Mayo/1947

Querido William:

Viejo amigo, hace ya tanto tiempo que no nos vemos que me he decidido a escribirte esta carta; lo cierto es que echo de menos a mi

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mejor alumno de la universidad y compañero ocasional de mi tiempo libre.

Tras estos siete largos años, me gustaría saber cómo le van las cosas a mi pequeño, pero gran detective, ¿Has conseguido trabajo? ¿Has montado esa pequeña empresa de la que tanto me hablabas en el pasado? ¿Qué lugares has conocido? ¿Qué logros has realizado? Todo me gustaría saber sobre lo que has ido haciendo durante todo este tiempo.

Aunque, no te quiero engañar, el único y verdadero motivo de esta carta, es el de avisarte de que tengo en mis manos uno de los objetos más valiosos y codiciados de la historia de Irlanda; si, lo has adivinado, es uno de los restos más importantes de la herencia de la familia Mc. Gonahan, en concreto ese del que tanto me hablabas; la caja musical Mc. Gonahan, que por su fama de estar maldita, ha hecho leyenda entre el populacho británico, y que todavía es un misterio para ti, para mí, y para todo aquel que busca una respuesta a todo lo inexplicable de este mundo. Después de una larga semana de investigación, no encuentro nada lógico entre todo lo que rodea a este enigmático objeto; por ello, considero oportuno el abrirla para comprobar si la leyenda es cierta, o solo es una mentira alimentada por las habladurías de las malas lenguas.

Aquí adjunto mi dirección junto a un juego de llaves de mi apartamento por si ocurriese lo peor:

Nº 18 de Pembroke Street. 3º piso, puesta b.

Un cordial saludo:

Paolo Berlinus

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Tras leer esta carta me quede totalmente aturdido, pero feliz al mismo tiempo; ¡Mi antiguo profesor ha conseguido la caja musical de la herencia Mc. Gonahan! O más conocida como la caja Mc. Gonahan o mortífera. Ese nombre fue dado a esta, por la fúnebre historia que la rodea, y que dice que todo aquel que la abra y escuche su música… ¡morirá! Debido a que nadie en lo que llevamos desde que la caja existe, ha vivido para decir lo contrario.

De inmediato terminé el té que estaba tomando en la terraza de aquel café y me apresuré para coger un taxi, ya que seguramente mi alocado amigo Paolo ya se habría propuesto correr el riesgo de formar parte de la historia de la misteriosa caja Mc. Gonahan. La distancia entre Londres y Cambridge no era precisamente muy larga, pero toda prisa era poca en esa situación y me apresuré todo lo posible para llegar cuanto antes al apartamento del Sr. Berlinus.

Al llegar a la ciudad de Cambridge, fui directamente hasta Pembroke Street y subí a la puerta b del tercer piso del bloque, pero cuando llegué a su puerta, no me encontré una cerradura para abrir con el juego de llaves que mi ex maestro me había enviado, sino un extraño candado que solo se podía abrir con una contraseña numérica; estaba claro, era un acertijo que yo mismo debía resolver, aunque, en este caso, el viejo maestro no podía haber sido más inoportuno.

Largo rato estuve meditando, observando las llaves, juntándolas, separándolas, inclinándolas; todo tipo de peripecias hice, y aun así no obtuve respuesta alguna.

Tras un largo rato, cuando ya estaba a punto de tirar la puerta abajo, cayeron al suelo adoptando una postura que se asemejaba mucho al número cuarenta y uno.

-¡Ya lo tengo!- Exclamé al ver ante mis ojos la respuesta al complicado acertijo.

De inmediato abrí la puerta para comprobar cómo se encontraba mi mentor.

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En efecto, ya era demasiado tarde, el señor Paolo Berlinus ya había abierto la caja y corrido la suerte que le esperaba. Me sentí totalmente desconcertado y asustado, ¿Cómo podía ser? ¿Será cierto que la caja provoca la muerte a todo aquel que escucha su música? ¡No puede ser posible!

Me senté en el suelo durante un buen rato intentando recapacitar y explicarme a mí mismo todo lo sucedido. Cuando ya no pude más me puse a buscar la maldita caja mortífera alocadamente. Quería destruirla, deshacerme de ella para que nada de esto volviese a ocurrir una próxima vez; pero al buscarla, no la encontré por ninguna parte, ni en el escritorio, ni en los armarios; nada, no había ni rastro de ella. En ese momento decidí dar parte a la policía.

No tardaron más de diez minutos en llegar. Acto seguido el pequeño piso se llenó de policías, forenses, inspectores, etc… que empezaron a examinarlo todo, tomando fotos, poniendo números en cada una de las posibles pistas y mil y un cosas más que según mi parecer formaban parte del protocolo policial. Entonces, dos inspectores se acercaron hacia mí.

-Hola, señor… ¿Cómo se llama?- Me dijo con tono arrogante.

-Right, William Right.

-Bien, William, según lo que me han dicho fue usted quién encontró el cadáver, ¿Me equivoco?

-No, así es, yo lo encontré.

-Y… dígame… al entrar, ¿notó algo raro en la habitación donde se hallaba el cuerpo? Porque… hasta el momento no hemos encontrado ningún indicio de asesinato, lo mismo le podría haber dado un patatús a este viejo, ¿No cree?

En ese instante me sentí realmente ofendido por parte del inspector que me hacía las preguntas, ya que ninguna persona de avanzada edad debería ser considerada como un viejo, en mi opinión ese adjetivo solo tiene lugar en objetos materiales que no sienten, ni escuchan. Aparte de todo esto, la avalancha de preguntas que me estaba planteando el inspector, junto a su compañero, que iba anotando todo lo que yo decía, me parecía de lo más molesto.

Cabizbajo, le respondí; lo cierto es que no quería revelarle nada sobre la desaparecida caja Mc. Gonahan, ya que incluso podrían tratarme de loco.

-Pues… en verdad, esa es mi opinión, lo cierto es que mi amigo ya era muy anciano, y a esas edades todo puede ocurrir.

Cuando terminó de una vez el interrogatorio, se llevaron el cuerpo de mi amigo, y pedí unos instantes a solas en el apartamento de este, quería despedirme de todo aquello que era suyo.

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Me senté en la silla de su estudio, miré a mi alrededor y me puse a meditar sobre lo fácil que viene y se va la vida. Fui a abrir el armario que allí se encontraba, quizás tuviera una foto de la universidad junto al resto de mis compañeros; para recordar viejos tiempos. Pero cuando lo abrí, una avalancha de ropa y artilugios se echó sobre mí. Era muy extraño que Paolo hubiera dejado eso así, no era propio de él. Es más, lo recuerdo como una de las personas más ordenadas y meticulosas de todas las que conocía. Fue entonces cuando me fijé en un billete de ferri hacia Irlanda que se encontraba en el fondo del armario, ¿Cómo era posible? Si el Sr. Berlinus hubiera decidido ir a Dublín a investigar más sobre la caja, seguro que me hubiera puesto al corriente en la carta que recibí ese mismo día.

En ese instante las peores sospechas salieron de mi cabeza; ¡Paolo Berlinus podría haber sido asesinado! No sé cómo, ni de qué manera, pero debía de resolver el enigma que se hallaba ante mí, ya que todo lo que me estaba sucediendo me parecía de lo más confuso.

Salí rápidamente del apartamento para averiguar más cosas sobre ese billete, aunque lo mejor de todo sería ir con él al ferri, que salía mañana de Liverpool a las ocho y media de la noche, con destino a Dublín; estaba seguro a de que allí encontraría la respuesta a esta encrucijada y al asesino de mi difunto amigo.

Ya serían las nueve y media cuando por fin conseguí llegar a la estación de ferrocarril de Cambridge. Y cuál fue mi suerte, que encontré un tren hacia

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Londres que partía de allí a las diez en punto; cogí un billete y espere a que legara mi tren.

Cuando entre en el vagón, una multitud de gente ocupaba ya una buena parte de los asientos; loco me volví intentando buscar uno que estuviera libre, y cuando por fin conseguí divisar uno desocupado, me dispuse a sentarme en él, cuando un apestoso gordinflón se adelantó dándome un empujón y me arrebató el lugar, que remedio… tendría que quedarme de pié durante más de una hora de viaje hasta mi ciudad. Al verme, una bella dama se mostró amable y quitó la maleta que se encontraba en el asiento de su lado para ofrecerme el sitio.

-Caballero, puede sentarse aquí si lo desea.- me dijo la voz más dulce que hasta el momento había escuchado.

-Oh, mil gracias por su amabilidad.

-No es nada.- Dijo mientras gruñía por el peso de la maleta que llevaba en su regazo, la misma que había quitado para que yo me sentase.

-Disculpe, yo podría llevar esa pesada maleta, si usted lo desea.

-No, no es necesario, así estoy bien.

-Insisto, me gustaría agradecerle de alguna manera el gesto tan amable que ha tenido conmigo.

-¡No insista! No quiero que un desconocido lleve mi equipaje.

-¿Acaso no confía en mí?

-No, no es eso, ¡pero la quiero llevar yo!

-Por favor, sería todo un placer para mí el poder ayudarla.

-¡Dios santo, que incordio!- y con los nervios crispados se levantó del asiento y se fue hasta el lugar más alejado de mí del vagón. ¿Por qué le abría causado tanta molestia que intentara ayudarla? ¿Por qué no había dejado su maleta junto a las demás del vagón? ¿Por qué no quería separarse de ella? No podían robarle entre tanta gente, y no creo que su preocupación fuese que algo pudiera romperse, las correas que sostenían las maletas del tren las protegían de sobra. Entonces me di cuenta, quería ocultarme algo. Me incorporé del asiento y me acerqué a ella con el fin de averiguar más.

-Siento mucho lo ocurrido señorita, de verdad que lo siento.- le dije de la manera más cordial que pude.

-Sí, no sé si lo sabe, pero nunca se debe forzar a una dama a hacer algo que ella no desea.- dijo como si quisiera enseñarme modales.

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-Ya le he dicho que lo siento, hemos empezado con mal pié; ¿Qué tal si comenzamos de nuevo y nos presentamos? Yo soy William Right, encantado de conocerla.

-Yo me llamo Michelle Ounme, encantada.

- Ahora, ¿Qué tal si regresamos a nuestros asientos?

-Sí, eso será lo mejor, y discúlpeme por haberme comportado así con usted, ha sido muy descortés por mi parte.

-Tranquila, no ha sido nada. Y… ¿De dónde viene, a dónde va?

-Yo soy de Canterbury, y he pasado por aquí, para… hacer un recado, digamos. Aunque ahora me dirijo hacia Liverpool para coger un ferri hacia Dublín.

Tras escuchar esas palabras me estremecí, todo lo que me decía era demasiado sospechoso, tantas coincidencias juntas no podían ser posibles.

-¡Vaya! Qué extraña coincidencia, yo soy de Londres, fui a Cambridge para visitar a un antiguo profesor, ahora me dirijo a mi casa a hacer el equipaje, e irme a Liverpool mañana para coger, si no me equivoco, el mismo ferri que tú.

-¿Cómo, el mismo, va hacia Dublín?

-¡Exacto!

-Pues sí que es una coincidencia, entonces, puede que nos encontremos allí.

-No lo dude.

Llegó el momento de bajarse del tren, ya habíamos llegado a Londres.

Me dirigí a mi pisito de Trafalgar Square dispuesto a descansar de una vez después del ajetreado día que había tenido.

Lo intenté durante mucho tiempo, pero no conseguía conciliar el sueño, había demasiadas preguntas sin resolver rondando por mi cabeza: Tampoco podía dejar de pensar en la bella sospechosa, Michelle Ounme; aún no me podía creer que tantas coincidencias juntas hubieran aparecido de repente entre nosotros. Aunque, por otra parte, si ella fuese la culpable del asesinato de mi ex maestro, no hubiera sido tan descuidada de decirme todo eso a mí.

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A la mañana siguiente, me levanté temprano para prepararlo todo e irme cuanto antes a Liverpool.

Al bajar las escaleras de mi bloque de pisos, me encontré un taxi justo delante de mí, no dudé ni un solo momento en hablar con el taxista para convencerle e ir hasta la ciudad de la que partía el ferri.

-Perdones caballero, ¿me podría llevar hasta Liverpool?

-¡No! No estoy de servicio -dijo de la forma más vulgar posible, y rectificó- espera un momento, ¿has dicho Liverpool?

-Sí, eso he dicho.

-Entonces te llevaré, me viene de paso.

-Perfecto, ¿dejo el equipaje en el maletero?

-¡¿Pues tú qué crees?!¡Vamos, que quiero llegar cuanto antes!- Dijo el muy grosero.

De inmediato nos pusimos en marcha. Fueron las dos horas y media más largas de mi vida; tanto, que me parecieron tres días. El antipático taxista que ni me dijo siquiera su nombre, no sacaba ningún tema de conversación y rehuía la que yo intentaba darle.

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-Disculpe… ¿Queda mucho para llegar a Liverpool?

-¡Madre mía! ¡Qué impaciente! ¿Falta mucho? ¿Cuándo llegamos? ¿Estamos ya? ¡Los clientes sois una pandilla de impresentables!- Refunfuñó, soltando todas esas faltas.

-Lo siento… ¿Por qué no nos presentamos? Aun no me ha dicho su nombre.

-¿De verdad te importa?

-Pues lo cierto es que sí, llevo con usted en este auto casi hora y media.-dije mientras consultaba mi reloj de bolsillo.

- Está bien… Mi nombre es Parker.

-Encantado, yo soy…

-¡No me interesa!- me interrumpió maleducadamente sin dejar decirle mi nombre.

Ahí se terminó nuestra corta conversación.

Cuando por fin llegamos a Liverpool, era la una y media del medio día, el puerto estaba abarrotado, era imposible avanzar con el coche entre el tráfico y la multitud que allí se encontraban, así que pagué al taxista y me fui del maloliente vehículo.

Fui paseando por el puerto, y cuando aún tenía al auto detrás de mí saqué mi billete de ferri.

-¿Tú también vas a viajar a Dublín?- me dijo Parker desde la ventanilla del taxi.

-Sí, así es, lo cierto es que quiero investigar sobre un incidente que me ocurrió hace muy poco.

-Comprendo, yo tengo mi billete aquí mismo…-decía mientras lo buscaba- ¡Un momento! ¿¡Dónde está mi billete!?

-¿Lo ha perdido?

-¡Pues si! ¿Acaso no ves que lo estoy buscando? A propósito, ¿me podrías decir el número de tu billete?

-Por supuesto, pero… ¿Para qué lo quiere?

-¡Tú dimelo!

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-Esta bien, 3124.

Comforme iba diciendo el número, la cara de Parker iba cambiando radicalmente, hasta adoptar una expresión asustadiza y totalmente seria.

-¡Ladrón!- gritó mientras daba un acelerón al coche.

En ese instante pude notar un fuerte golpe en la espalda que me dejo inconsciente durante unos segundos, los suficientes para que ese bastardo se bajara del coche y me arrebatase el billete, que según él le pertenecía; más tarde salió corriendo.

Fue entonces cuando oí esa dulce voz que se dirigía a mi, la cual recordaba perfectamente:

-¡William! ¿Se encuentra usted bien?

-¡Auch!-Exclamé resentido.

-¿Señor?

-Si, tranquila, estoy bien.

-¡¿Quién era ese hombre?!

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-Un canalla, un asesino más bien.

-¿Por qué dice eso? ¿Qué es lo que ha pasado exactamente?

-Es un larga historia.

-¡Pués me la tendrá que contar!

-¡Jajajajaja! ¿Qué tal si damos un paseo?

Cogí mi maleta, y la señorita Michelle y yó nos fuimos caminando entre el barullo de las calles de Liverpool.

Después de un buén rato caminando, la damisela, muy astuta, tuvo una idea.

-Mire Willliam, allí están todas las maletas de nuestro barco,¿Por qué no deja la suya?

-No tengo el billete, el bastardo del que te he hablado antes me lo robó.

-Bueno, no es necesario tener billete para dejarla en ese montón, no creo que esos dos carcamales que vigilan las maletas estén muy atentos a lo que hacemos.

-¿Cómo, qué estás insinuando?

-Estoy insinuando, que si no dejas tu maleta allí, y consigues subir al barco, partirás sin ella.

-Bueno, está bien, lo intentaré,¡pero esto no es lo correcto!

-Si este mundo fuera correcto usted no estaría aquí, ¿me equivoco?

Cuando Michelle pronunció esas palabras me di cuenta de que tenía toda la razón del mundo, y me decidí a dejar mi maleta junto a las demás.

-¡Adelante!- quiso animarme.

Mientras yo dejaba con sigilo mi maleta, los dós jovenes que vigilaban, hablaban sobre la despedida de soltero de uno de ellos, de qué manera se emborrachó, y otros muchos detalles más obscenos, de los cuales hoy, prefiero no acordarme.

Tras eso, la señorita Ounme y yo nos dispusimos a visitar la ciudad de Liverpol en el tiempo que restaba hasta que dieran las ocho y media.

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Ya era la hora de partir cuando nos aproximamos al puerto; una larga fila de personas pasaba por la pasarela para subir al barco y partir de una vez.

-¿No es ese el hombre que le robó el billete?-me preuntó Michelle.

-¡Sí! ¡Es él!

Entonces la astuta damisela, sin pensarselo dós veces, se apresuró a recuperar mi billete. Parker llebaba el billete descuidadamente en el bolsillo trasero de sus pantalones, por lo que no fue demasido dificil quitarselo.

-¡Eh! ¡Oye! ¡Pero bueno! ¡Un poco de cuidado!- Gritaban todas las personas a las que Michelle molestaba.

Cuando salió de la fila, me enseñó el billete con expresión triunfadora, y nos colocamos al final de la cola para poder pasar al barco.

Cuando le pidieron el billete, el taxista no pudo subir, “había desaparecdido”. Mas tarde nos tocó a nosotros, y pudimos subir sin ningún tipo de complicación.

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Llegamos a Dublín a las nueve de la mañana siguiente, y desembarcamos del ferri en un pequeño puerto llamado Tolka Quay.

-Bueno… creo que este es el momento de separarnos -dijo ella entristecida.

-No tiene porqué ser así, ¿acaso no quiere que pasemos otro día juntos?

-No, a partir de aquí debo continuar yo sola, y… William, ¿qué tal si empiezamos a tutearnos? Ya hay suficiente confianza entre nosostros, ¿no crees?

-En ese caso, espero que también haya la suficiente confianza para hacer esto.- y en ese momento sellé sus labios con un dulce y cálido beso que apenas duro tres segundos, pero a mí me pareció toda una vida.

-Debo irme… William- Dijo con esa dulce serenidad que la caracteriaba, y se adentró en el centro de Dublín.

La seguí, no podía permitirme el lujo de perderla; además, aún continuaba sospechando sobre su relación con el misterio que intentaba resolver, y no sé por qué, pero mi intuición me decía que ella sería la clave de todo esto.

La inquietante Michelle Ounme, me condujo hasta una calle céntrica llamada Parnell Street, donde se alojó en Jurys Inn; un lujoso hotel de la zona. Ni lo dudé, inmediatamente reservé una habitación al lado de la suya, y la seguí a su habtación, no tardó en salir ni cinco minutos, bajó y pidió un taxi. ¿A dónde iria? Cogí otro, y mandé al chofer que la siguiera. Mientras la seguía, pude observar con mis propios ojos porqué a Irlanda se le llamaba la isla esmeralda; verdes prados y montañas daban un vivo color natural a todos los campos que allí se veian, que belleza más natural, qué naturaleza más bella, casi tanto como la señorita que perseguía en aquel momento.

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De repente ví como el coche que llevaba a Michelle se adentraba por el camino de un bosque.

Entonces le dije a mi chofer que parase el auto; quería seguir a pié. Tras haber caminado hasta que su coche parase, encontré ante mis ojos la mansión más increible que había podido ver en toda mi corta vida, la mansión Mc. Gonahan. Me quedé totalmente deslumbrado; su blanca fachada, sus altas torres, sus densos jardines naturales que la rodeaban por todos lados; todo reflejaba la perfecta elegancia de la familia Mc. Gonahan, años y años de generaciones, que hace poco terminaron dejando este pequeño rincón tan bello,que ahora algunos afortunados como yó, pueden disfrutar.

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El coche de la señorita Michelle paró justo delante de la puerta de la grán morada; acto seguido baj, y el auto partió de allí, ¡un momento! ¿No era ese Parker? ¿Qué hacía en este lugar?

-Buenos días, señorita Michelle -dijo el que sospechoso asesino de Paolo.

-¿Pk? ¿Tú eres ese tal Pk?- Preguntó dudosa la dama.

-Asi es.

-¿Y cómo has conseguido llegar hasta aquí? ¿Acaso subiste al ferri?

-No…, pero me resultó muy facil robar una lancha. ¡Dejémonos de “cháchara”! ¿Dónde está mi dinero?

-¿Y lo que pedí?

-Aquí mismo.

-¡Imposible! Era la caja Mc.Gonahan, no podía ser verdad, aunque… no cabía duda,¿Cómo no me di cuenta antes?-Me dije a mi mismo.

Entonces, me acerqué sigilosamente hacia ellos por detrás del asesino, mientras cogía una robusta rama que había caído al suelo, y cuando me encontré lo suficientemente cerca, di tres rápidos pasos y le golpeé con todas mis fuerzas en la cabeza.

-¡¿Pero qué estás haciendo?!- Me regañó la señorita.

-¡Creo que el que debería preguntar eso soy yo!

-Wlliam… te lo puedo explicar todo.

-¿A si? ¡Pues puedes empezar!

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-Verás…, digamos que esta caja me pertenece.

-¿Cómo...?- No terminé de formular mi pregunta.

-¡Soy una descendiente de la familia Mc. Gonahan! –Me interrumpió dolida y sollozando- La última, si nó me equivoco…

-Perdona…, pero no entiendo nada de lo que está pasando.

-Mi abuela me dio esta caja en su lecho de muerte, me quedé sola y no supe que hacer; era una niña de diez años cuando me quedé totalmente sola. Empecé a caminar hacia la ciudad y un horfanato me abrió sus puertas, pero solo pude entrar a cambio de esta caja, al parecer era más valiosa de lo que yo pensaba. Cuando por fín crecí, viajé a Inglaterra para encontrar trabajo y vivr allí, quería alejarme de mi terrible infancia. Pero cuando me enteré del rumor sobre esta caja de música, me puse a buscarla desesperadamente, ya que era lo único verdaderamente valioso para mí que quedaba entre toda la herencia. Y por eso, contraté a Pk para que consiguiese mi preciada caja; no tenía idea de lo que lo que era capaz de hacer.

Después de eso fui comprendiendo poco a poco todo lo que había sucedido hasta el momento. Y sé que una buena parte de la culpa de la muerte de mi amigo es de ella, pero con el tiempo conseguí perdonarla. Respecto a Parker, encontró su castigo siendo juzgado por el tribunal británico y fue sentenciado a cadena perpetua por el asesinato de Paolo Berlinus.

Y… en cuanto a mí, ahora me encuentro sentado en el porche de mi casita de campo a las afueras de Dublín junto a las trés mujeres más maravillosas del mundo: Michelle, que ahora es mi mujer; y mis dos queridas hijas, Darlin y Madelaine. Y es que ahora, hasta puede que me alegre de lo que sucedió, porque fue mi billete hacia la felicidad absoluta en la que ahora me encuentro.

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