el mariscal francisco solano lópez

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    E L M A R I S C A L

    FRANCISCO SOLANO LOPE:

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    E L M A R I S C A L R A N C I J G O J O L J N O L O P E Z

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    P A R T E P R I M E R A

    RAZN DE ESTA OBRA" L a tirana desapareci liace ms d& trein

    ta a o s; pero en la conciencia pa ragu ayaflotan todava ideas y sentimientos de sumisin, como hay en nuestro temperamentola indolencia o la inercia" .De un tiempo a esta parte lia recrudecido otra vez lacampaa glorificadora del mariscal Francisco SolanoLpez que se viene haciendo so capa de "nacionalismo"por los que tratan de endiosarlo, presentndolo como unafigura extraordinaria, culminante y nica de nuestrahistoria, como un superhombre genial y providencial,como un dios, cuya veneracin hay que imponer al culto del pueblo paraguayo, por l vejado y sacrificado.Si es verdad que ciertas divinidades antiguas, al igualde algunos guerreros que han elevado su pedestal sobrecrneos humanos, exigan cruentos sacrificios a sus in

    felices admiradores, el mariscal Lpez puede figurara justo ttulo entre estos genios del m al; pero en modoalguno entre los grandes constructores de patrias, entrelos grandes benefactores de la humanidad ni entre losgenios tutelares dignos del respeto y el amor de lospueblos.En este sentido, si el mariscal de los "tribunales desangre" y verdugo de sus propios hermanos y an desu propia madre, como lo fuera tambin de todos susconciudadanos y de la madre patria, puede figurar dignamente al lado de Gengis-Kan o Tamerln, de Tiberioy de Nern, de Atila o de Moloeh, en modo alguno puedeponerse al lado de los grandes proceres antiguos y modernos, ya se llamen Deucalin o Eneas, Washington oSarmiento (*).

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    El persistente empeo de transfigurar a un tirano sombro con el intento de depurarlo y absolverlo de sus vicios

    y crueldades, de su vanidad y de sus ambiciones, de susinstintos sanguinarios y de su obtusa mentalidad para revestirlo con glorias y herosmos usurpados a su pueblo,es en realidad un delito histrico tan grave y revela unaperturbacin tan funesta como pueden serlo la usurparcin y el despojo convertidos en norma de la vida social.Por eso ante una aberracin semejante que es una desnaturalizacin de los principios morales, es menesterlevantar una vez ms la voz de protesta de las almasincontaminadas y no deslumbradas por el oropel de susfalsos laureles.El elogio consagratorio e incondicional tiene an otroreparo. A la usurpacin de las ajenas glorias, mritosy sufrimientos, en los que no tuvo la menor participacin l mariscal sibarita, nico que no pas hambre, nised, ni fatigas, ni sinti las de su pueblo en la larga yterrible via-erucis porque lo condujera, se agregan losarrestos de quienes por s y ante s se erigen audazmente en jueces y se creen con derecho a pronunciar sentencias inapelables, con manifiesta invasin de atribuciones y fueros que corresponden exclusivamente a la posteridad .Esta generacin en cuyo seno an alientan sobrevivientes y actores de la tragedia, por un elemental principio y buen sentido histrico no puede ser la llamadaa pronunciar el fallo definitivo, ni tan siquiera estnterminados los debates sobre los que incumbe a los psteros decir la ltima palabra.Todava hay que escuchar muchas pruebas de cargo yno es exaltando los espritus, fulminando recriminacionesy decretando excomuniones para los que no opinen delmismo modo, que se acreditar la justicia de la causaque se invoca.La poca de los procedimientos inquisitoriales, de lastorturas y del terror ha pasado felizmente y queda slo

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    como triste recuerdo de una historia lgubre que no esposible rehabilitar ni revivir.Lejos de probar nada en favor, esta impaciencia revela por s sola bastante dosis de inters y an de pasin, nada recomendables por cierto, y acusan slo elafn desasosegado de arranear a la posteridad prejnz-gamientos, que son siempre inadmisibles, lo mismo enla historia que en el fuero comn.Es menester estudiar todos los elementos de juicio ypesarlos muy detenidamente antes de suscribir como juezlo que slo ha podido argirse como parte interesada.Habindose persistido durante un largo perodo detiempo en la jactanciosa tarea de enzalzar la memoriade aquel trgico gobernante, es justo que tambin seconozca una parte, cuando menos, de los muchos cargosque pesan en el opuesto platillo de la balanza. A finde ponerlos al alcance de las nuevas generaciones, facilitando su examen, la "Junta Patritica" los rene enesta obra.En ellos queda de manifiesto, entre otros hechos,que es menester levantar primero, antes de poder levantar un monumento que enaltezca la memoria del mariscal Lpez los siguientes puntos:l 9 Que la defensa del territorio nacional no tuvo para aqul otro valor ni otro alcance que el deincorporarlodefinitivam ente a su patrimonio.2 ' Que igual destino tuvieron la fortuna pblica' yprivada, m obiliaria e inmobiliaria de los habitantes todos del pas.3 ' Que la continuacin de la guerra no fu para lotro problema que la continuacin del mando y su ejercicio en la forma ms brutal y tirnica de que haya memoria. '4 ' Que para acallar para siempre a sus desgraciadasvctimas y justificar el despojo de sus bienes, transferidos a su peculio, las envolvi en un proceso infamantey las someti a toda clase de torturas como medio dearrancarles falsas confesiones y acusaciones que pasaran

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    luego escritas a la posteridad como presuntas pruebasvindicatorias para el dspota codicioso e irascible, infligindoles, adems, toda clase de penurias para terminarcon todos ellos y hasta con sus familias, a fin de queno quedaran acusadores ni memoria de sus nefandoscrmenes.5 ' Que en esta fiebre de destniccin y de demencia-,llevada a sus ms inicuos extremos, sacrific sin piedady con fro y siniestro clculo a lo ms granado de lasociedad paraguaya, incluso a espectables y distinguidosextranjeros, verdaderos colaboradores del engrandecimiento y de la defensa nacional, que prestaban muy valiosos servicios al gobierno y al pas en aquellas crticas horas, tal como inmol injustamente a meritoriosjefes, oficiales y funcionarios privando a la nacin desu concurso.

    6 ' Que su torpeza primero y luego su tirana y sucrueldad sin lmites causaron ms vctimas que el enemigo y fu el ms eficaz aliado de ste en la obra delcompleto aniquilamiento del pas.7 ? Que en consecuencia, antes que defensor de lapatria, debe ser considerado y juzgado como el ms grande traidor a la causa de su pueblo." 8 ' Que en todo momento, hasta sus ltimos instantes,antepuso sus intereses y su egosmo a la suerte y al servicio de la nacin.9 ' Que, finalmente, llev su cobarda, bien comprobada, a huir siempre de los campos de accin, no obstante sus reiteradas promesas de morir en la lucha. Prontopara ordenar masacres y resistencias sin objetivo militar alguno, fu siempre el primero y el nico en correr,y as ocurri todava en Cerro Cora cuando vislumbrde cerca el peligro de verse cortado en su retirada, yno obstante sns bravatas tuvo "valor" para darse a lafuga en busca de la selva impenetrable y salvadora,o lvidando que en pos de s dejaba un montn informe decamaradas sacrificados por su culpa y, sobre todo, suflamante promesa de morir peleando al lado de ellos

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    por la patria, pues slo muri cuando fu alcanzado ensu ignominiosa carrera, a unas quince cuadras del campo de la accin.He aqu a lo que" queda reducida la leyenda del decantado herosmo del Mariscal y la sonada defensa delterritorio patrio, que tuvo el buen cuidado de escriturara sus herederos, entregndolo junto con la fortuna detodos sus habitantes, a una advenediza, impuesta a laforzada adoracin de la culta sociedad paraguaya ya su propia familia, que jams le perdonaron tal depravacin.Pinsese en todos estos hechos y despus dgase enconciencia si deben elevarse estatuas y atronarse losaires con himnos y loas al "gran teratlogo" que dijera-de l don Juan Silvano Godoi.

    Y pinsese, en conclusin, en esta para doja: o Lpezfu un santo como pretenden sus apologistas, y entonces son culpables los millares de hroes y de mrtiresinmolados por aqul, incluso sus ms fieles servidoresy hasta los extranjeros que sacrific despiadadamente,lo que en el mejor de los casos, significara que estabaen contra suya toda la nacin en lo que sta tena dems significado y calificado, o, a contrario sensu, tanhorrendas y fras masacres fueron slo la obra de unatirana execrable y sin justificacin posible, ante Diosni los hombres.

    (* ) La mitologa griega en una hermosa y profunda alegora, simboliz en Deucalin el prototipo del hroe constructivoque repobl su patria despus de un cataclismo. Eneas, fugitivode Troya, durante siete aos de peregrinacin, carg a cuestascon su anciano padre. Hay alguna diferencia con la conductaobservada por el Mariscal Lpez, destructor de su pueblo, queprecipit y amarg con su intemperancia el fin de su padre, llegando hasta imponerle un testamento sucesorio en su lecho doenfermo para sucederle en el poder y conden al suplicio y ala muerto a su propia madre, hermanos y hermanas.

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    U N L I B R O D E L S R . G O D O(Prlogo a la obra "El asalta a los acorazados. El

    Com andante Jos Dolores Molas")I

    Comienza el libro con una de scripcin insup erable de aquella mitolgica aventura de los acorazados, que es para m la proeza mxima de nuestraguerra .' ' E xp ed ici n sin precedentes en la historia escribe el autor, refirindose a este hecho de armas y ms imponente y misteriosa que la de los "Argon a u t a s " ; empresa digna de cclopes pudieraagregarse y que estaba ab init'io condenada alfracaso, porque los dioses no consienten que los hombres se les igualen.La poderosa fantasa del seor Godoi reproduceel drama con toda su hrrida belleza, Al eficazconjuro de su pluma, los hroes nuestros reviveny, a nuestra vista asombrada, emprenden de nuevosu feroz contienda. Y a medio siglo de distancia,con los nervios crispados de pavor, presenciamosel homrico choque. Y se nos representa el capitnGenes, impvido, segando vidas con la fulmnea espada, bello y siniestro a la par, como el ngel de

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    12 la M ue rte ; el gallardo Molas, sonriendo al pe ligroque le cerca, cubierto de heridas y atento slo aderribar con tra rios ; todos aquellos hroes, en f in ,que sobre la estrecha cubierta de un buque, se hallan entregados a la furia de matar, frenticos, terribles, implacables.

    La lobreguez de la noche; el pavoroso silencio queprecedi al estruendo del combate; el atentado avanzar de los nu es tro s; su cauteloso llegar al pie delacorazado; el rpido abordaje, el estupor de losdescuidados marinos, los gritos ahogados, de pavorde los unos, de coraje, de los otros; el chocar delos ac er os ; el trona r de los ca on es ; el rod ar delas cabe zas; el correr de la sa n gr e; tod o esto re co bra en la mente del lector su prstina realidad porefecto de la mgica evocacin.

    i Bien haya la pluma que acierta a obrar estos milagros, y tiene la virtud de infundirnos, por uninstante s iquiera , el -titnico aliento de nuestrosp a d r e s Qu sob erbio herosmo ste que de tan m agistralmanera nos describe el seor Godoi, y qu magnfico desprecio de la vida el de aquellos hombres dehierro, que no contaban el nmero de sus enemigos;que en frgiles canoas embestan buques encorazad o s ; que, diezmados po r pro pios y extraos, yhambrientos y desnudos, al cabo de cinco aos derudo y continuo combatir, seguan luchando con lamisma intrepidez y pujanza que primero

    Ningn pueblo ha mostrado jams tanto denuedo, tan compacto sentimiento nacional, tan estricta

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    13 disciplina, abnegacin tan grande, como el nuestroen su guerra de cinco aos.Ninguno tampoco ms infortunado. Pu gna ndosiempre en la proporcin de uno contra diez, inferior en armamento, mal nutrido y desnudo, con unenemigo abundante de cuanto a l le faltaba, suherosmo sin par hubo de estrellarse siempre enestos factores de la superioridad contraria. Y paraque nada faltase a su desventura, este pueblo legendario y nico por su lealtad y disciplina, y sufervoroso patriotismo, fu cien veces sospechado detraicin a la patria, y torturado y diezmado poresta causa

    Y he aqu que, sin querer me he metido en elcorazn de la vexaa qucestio: F u el M ariscal L pez un gran patriota o un tirano abominable?

    Contestando, clamo crrente, a una carta po lmica que me dirigi das pasados un aprovechado estudiante de jurisprudencia, hube de esbozarmi pensamiento sobre esta cuestin en la siguientecarta, que a ttulo de,opinin ma sobre el punto,reproduzco en este lugar.

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    14 Asuncin, 25 de Mayo de 1919.

    Seor don Justo Pastor BentezMuy seor mo:

    He ledo con el inters que el asunto merece, lacarta que usted me escribi a propsito de una frase ma contenida en mi artculo sobre Zubizarreta,el vi ej o. E s el ob jeto de su carta, segn pa rece ,hacerme absolver posiciones, como decimos en nuestra jerga tribunalicia, sobre una serie de puntosrelacionados, segn usted, con la susodicha frasema. Digo "segn usted" porque, por ms vueltasque doy a la cosa, no acierto a descubrir el msremoto parentezco espiritual entre algunos de dichos puntos y la expresin aludida.Habl yo , por ventura , de "miedo a l t i rano" ,ni da a entender lo que dije que yo crea en l?Yo creo, s, que hubo en el Paraguay, en los dasde la guerra, un gran miedo a Lpez, un terror pnico slo comparable con el que hubo de reinar enRoma en los tiempos de las grandes tiranas de Tiberio y de Nern; y an creo que, con tener estemiedo, la gente no haca nada de ms. Pero, claroest, que este miedo no tiene nada que ver con elotro miedo (el del cuento de u s te d ), o sea, el que,segn algunos, fu causa del herosmo paraguayoen la guerra.Es indudable que, al formular sus cargos contra Lpez se le fu la mano al doctor Bez muchoms d lo que pudiera excusarse; y a mi inters

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    15 cum ple declarar que no estoy con l en , m uch simos puntos, aunque s en el muy esencial de abominar de la tirana y del tirano, llmese ste Lpez, Franc ia q Nern .No est, sin embargo, solo el que dijo, ni es tandisparatada la tesis, que el temor del tirano pudoengendrar las acciones heroicas de nuestros padres.Usted que, no obstante sus pocos aos, ha ledo tanto ya, recordar que en su Vida de Marco Brutoescribe Q ue ve do : " y no son pocas victoria s las queha alcanzado el temor por desesperado, no por valiente". Mas, no hablemos ya de esto, que es excusado, puesto que ni usted ni yo creemos que"nuestros padres fueron val ientes por .miedo" .

    Una pregunta, desarrollada luego en otras cuatro, me hace usted "con un adarme de intencin" ,que pudiera resultar buenos quintales, sobre una"af irmacin" ma , que en r igor no es ta l . Lo queyo expres en aquel escrito, como estado psicolgicode los sobrevivientes a la guerra, es meramenteconjetural, dubitativo, como lo da bien claro a entender el "acaso" que, no a humo de pajas, estpuesto ah.Pero si usted me apura, an podr, en obsequiosuyo, suprimir el referido acaso, y dejar, entoncess, como una afirmacin lisa y llana, la frase aludida por usted. Y en ese caso la apoyara en eltestimonio de ms de un veterano de alguna conciencia (da la casualidad, por cierto muy signif icativa, que todos los paraguayos de alguna ilustracin, del tiempo de la guerra, hayan sido anti-lopiztas, el P. Maz inclusive) ; a los cuales vetera-

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    16 nos he escuchado algo igual o muy parecido a loque yo todava quise velar con la piadosa dubitacin que su excesivo fervor nacionalista le ha impedido a usted ver en mi expresin."Guando en el hospital de sangre instalado enSan Jos supimos la muerte de Lpez me decauno de ellos sentimos como un alivio; nos pareci que salamos de una atroz pesadilla, y era queya le tenamos m s miedo a l que al enemigo".Usted ve, pues, que, al apuntar como simple yhasta tmida conjetura lo que algn fundamento tena yo para afirmar, iba ya demasiado lejos enmi prevencin, que usted conoce, contra lo afirmativo.Por lo que hace a las dems preguntas de usted, estoy completamente de acuerdo con lo quede ellas se colige qu e es su op ini n. Creo en to das las excelencias que usted supone en nuestropueblo de 1864, y precisamente porque creo entodas esas virtudes de nuestro pueblo es por loque no quiero reconciliarme con los que lo trataron tan mal. Porque una de dos, mi estimado amigo:o somos un pueblo en que los traidores se danpor millares (suposicin que no nos favorece muc h o ) , y en ese caso Lpez hizo perfectamente bienen habernos fusilado tambin por millares; o fuimos el pueblo valiente, leal, patriota, abnegado,mstico, que usted y yo suponemos, y en ese caso.. .dejo a usted sacar la consecuencia y calificar la conducta de Lpez.Mas, para que usted vea lo de buen componerque soy en esto, como en todo lo dems, estoy dis-

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    17 puesto a convenir con usted (tal, al menos, creoque es su opin in ) en que el M ariscal L p ez fu un hroe mximo y "un gran patr iota genial" ,como le llama el seor Stefanich, con tal que usted me pruebe lo siguiente:1?Q ue el M ariscal L p ez no m and m atar,torturar ni arruinar a la mayor parte de la gentems distinguida de nuestro pas, en lo intelectualy en lo social;2? Que , fuera de Lom as Va lentinas y CerroCora, se le vio en algn campo de batalla;

    3"Que particip, en alguna medida, de las penurias que en tan alto grado sufri su ejrcito;4?Que tuvo probabilidades de ganar la guerradespus de Lomas Valentinas, en el cual caso lereconocer de buen grado el derecho de haber llevado a su pueblo hasta Cerro Cora;5?Que no envi fondos del Estado al exterior,consignados a 'su querida;6?Que no regal a sta 3105 leguas de tierraspblicas, de ese mismo territorio que l deca defender ; y

    7Que no huy, sano an, del campo de batalla de Cerro Cora.Estas son las condiciones sine qwibus non de miconversin al credo de usted; aunque, bien miradas las cosas, tal vez, fuera mejor que ni usted niyo nos convencisemos. F ig re se usted el escndalo que con ello daramos en este pas donde sontan fuertes las conviccionesPor lo que a m respecta, bien sabe usted que nome anima el espritu de proselitismo, ni me entur-

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    18 bia el pecho el que la gente piense o no como yo.No soy idlatra de mi opinin, la cual s que no.tiene otro mrito que el de ser sincera; y todas lasque tengo, adems, son provisionales, hasta mejorver .En lo dems de su carta (1) estoy asimismo deacuerdo con usted. Yo tambin creo todo eso queusted cree; slo que el ser las cosas como usted yyo las creemos, no mejora ni en un pice la causadel lopizm o. Pa ra m ste no tiene significacinsino al modo cmo Lpez hizo la guerra, trat a supueblo y manej las riquezas del Estado.El que la guerra haya tenido las causas econmicas, histricas, geogrficas y dems que ustedenumera y yo no discuto, exculpa, por ventura,al Mariscal Lpez de las matanzas de San Fe 1-nando, del exterminio de su pueblo en una guerrasin pie ni cabeza, ni del vergonzoso peculado de las3.000 legua s? Y , rec uer da usted quines fue ronlos sacrificados en aquellas hecatombes1 Pues nadamenos que el nclito Berges, varn clarsimo de inmaculada historia, el cultsimo don Benigno Lpez,hermano del Mariscal, el anglico Obispo Palacios,de infortunada y santa memoria, el general Barrios,cuado del propio Dietadoi ' , y personaje de granviso en aquella sociedad; el general Bruguez, militar de escuela y hombre de gran distincin social;el coronel Alem, uno de los militares ms instruidosde nuestro antiguo ejrcito; Gumersindo Bentez,intelectual de la poca , redactor del "Semanario" ;

    (1) Se refiere a las causas de la guerra.

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    19 Saturnino Bedoya, otro cuado del Mariscal ; Juliana Insfran, esposa del infortunado cuanto heroicodefensor de Humait, y cerca de mil personajesms, que, aunque de menos significacin de los anteriores, eran lo ms distinguido de nuestro pas.

    Pero, forzando un poco las cosas, pudieran explicarse estas matanzas por aquello de las conspiraciones, bien que esto m ismo sea y a un fuer te argum entocontra Lpez; lo que no tiene atadero, lo que yo nos cmo hayan de compaginar los lopiztas con elpatriotismo de su dolo, es el negocio aquel de las3.000 leguas de tierras pblicas que Solano Lpezregal a su que rida. L a m uerte de aquellos ciu da danos pu do ser t il a la defensa nacion al s, p o rhiptesis, siendo ellos malos patriotas, hubiesen estado conspirando contra el gobierno que encarnaraesa defensa; pero, cmo, por dnde poda haberaprovechado a la causa nacional, a la defensa de lapatria, la escrituracin de esas tierras a favor deuna mujer que no tena dinero con qu pagarlas?Y, an suponiendo que lo hubiese tenido, qu poda haber hecho Lpez con ese dinero, aislado comose hallaba totalmente del resto del mundo?

    He dicho que la misma hiptesis (que ni rechazoni admito) de la conspiracin para justif icar lasmatanzas de San Fernando es un argumento contraLpez, porque, en efecto, si fu verdad, mire ustedque haber tenido que conspirar contra l un hombre tan ecunime y de tan acendrado patriotismocomo Berges; un prelado tan santo como el ObispoPalacios, amigo suyo adems; soldados tan dignos

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    20 y valerosos corno el general Bruguez y el coronelAlem; sus hermanos y, despus, hasta la propiam ad re Tal habra sido el hom bre y tales lascosas

    Y note usted que aquellos tiempos no eran comolos nuestros, en que el conspirar es cosa fcil, nadapeligrosa y, para algunos, hasta lucrativa, segndicen.No desciendo de legionarios, a Dios gracias, nilloro la cada de ninguno de los mos en las hecatombes con que el Magno Artista amenizaba decuando en cuando su tragedia; tampoco tengo, entre mis ascendientes, ningn tirano de mayor nide menor cuanta; as que puedo creerme libre depreocupaciones hereditarias sobre este particular.He ledo un poco, y he llegado a familiarizarmecon la verdadera grandeza de los hombres que lahan tenido realmente; pues bien: he de confesara usted que, a despecho de mi buena voluntad deparaguayo, nunca he podido hallar nada grandeen Solano Lpez, como no sea su egosmo, ya que,su crueldad, que fu asimismo tan grande, no esms que la ferocidad de ese egosmo.

    Qu v irtudes tuvo? Abnegacin? Dios la d ier a ; valor? puso el mayor empeo en no mostrrnoslo; desinters, probidad?, las 3.000 leguas estn gritando en co n tra ; aus teridad?, la seoraLynch salta a desmentirla; patriotismo?, el exterminio de su pueblo en una guerra sin esperanzade v ictor ia proclama lo contrario ; caridad? , sombras de las vct imas de San Fernando, hablad

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    21 Qu resta, pues, en L p ez , de lo qu e puede cons

    tituir la grandeza moral de un hombre?No ser yo quien desconozca la enorme magnitudde la f igura histrica del Mariscal Lpez; bien syo que sus hechos habrn de llenar muchas pginasde la historia de Su d Am rica . Pe ro veamos quclase de grandeza es la suya.Dos son, a mi ver, los principales gneros de lagrandeza histrica: la que se funda en la virtudo el genio, y la que se cimenta en el crimen perpetrado en grande escala. Pertenece al primer gnero la grandeza histrica de W ash ing ton , porejemplo, y de Napolen; al segundo, la de TiberioNern, Atila y dems azotes de la humanidad. Puesbien: a este ltimo gnero, que pudiramos llamar

    erostrtico, pertenece la grandeza histrica del Mariscal Lpez.Pero observo que, sin querer, me he subido a lactedra, y, contra mi costumbre, estoy pontif icando desde ella. La culpa la tiene este maldito Mariscal, que a todos ha de sacarnos de quicio. Disimule usted la pequea pedantera, y adelante.Tuvo Lpez talento militar, o polt ico? De genio no hablemos, que fuera mucho pedir. Las de^sastrosas expediciones a Matto-Grosso, Corrientesy TJruguayana, y el ningn xito de sus campaasy batallas (verdad es que stas no las libraba l)no parecen indicar un talento militar muy distinguido. Y su talento poltico? O mucho me equivoco, o es el mismo que, con igual xito, ha mostrado el gobierno alemn en la gue rra que. se estterminando.

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    22 Cuentan sus coetneos que era el Mariscal hom

    bre inteligentsimo, posesor de tres o cuatro idiomas, que hablaba a la perfeccin, y de un notabledon de gentes; empero, usted habr de convenirconmigo en que el mundo est lleno de esta clase dehombres, que viven y mueren como simples mortales, sin que nadie se acuerde de erigirles estatuas.Qu ms quisiera yo sino que un individuo demi raza, conductor de su pueblo en una gran guerra, hubiese sido tal, que mereciera ser puesto allado de un Bonaparte, por el genio, o de un W a-shington, por la virtud? Pero si el hombre no dade s, qu le hemos de hacer? La gloria no se fabrica aprs coup.Bien s yo que la divergencia de nuestras opiniones sobre L p ez no p roviene sino de la diferen te manera cmo, los de uno y otro bando, entendemos que debe escribirse la historia. Ustedes quieren escribirla a lo Treitsehke: dando siempre todala razn a lo propio y la sinrazn a lo ajeno.

    Quieren hacer historia nacional, como conviene ala Nac in : ad majorem repblica utilitatem.Nosotros, por el contrario, pensamos que la verdad histrica debe escribirse, caiga el que cayere,satisfaga o no a nuestro amor propio colectivo, convenga o no a la Nacin. Primum ventas, deindepatria pudiera ser nuestra divisa.A dv ie rta usted que la escuela de Treitsehke lleva derecho al maquiavelismo, como lo prueba lanefanda frase de su disc pulo Delbrk: "Benditasea la mano que falsif ic el telegrama de E m s " .Es muy loable, sin duda, este frvido patriotis-

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    23 mo de ustedes, que los lleva hasta la justificacinde lo injustif icable, slo porque con ello anduvomezclada la patria; mas no hay que olvidar que, porencima de nuestras efmeras patrias territorialesy sus deleznables intereses, est el imperio ideal dela verdad, a cuya soberana debemos pleito homenajetodos los hombres, y cuyos intereses son trascendentales y eternos.Pero a qu cansarnos en estas intiles porfas,cuando ni usted, ni yo, ni ninguno de los paraguayos, que hoy alientan bajo el sol, hemos de establecer la verdad definitiva sobre Lpez y la guerra?Nos lo veda nuestra misma condicin de casi contemporneos del Dictador y de los hechos con lrelacionados.Podemos, si, tener opiniones, y stas podrn serms o menos acertadas; pero es casi seguro que ladefinitiva de la posteridad no habr de ser exactamente igual a ninguna de ellas. Ya ve usted queno me creo posesor exclusivo de la verdad, creencia que por otra parte no se hubiera avenido biencon mis cuarenta y cinco aos, ya que a esta edad,salvo que se trate de un mentecato, fuerza es queuno haya perdido algo de esa adorable confianzaen el saber propio, y de esa deliciosa propensin aafirmar categricamente las cosas, que suelen caracterizar a la juventud.No estar, como digo, en posesin de toda la verdad, y mi opinin tendr su lote, ms o menosgrande, de error; santo y bueno. Pero est ustedseguro de que la suya no padezca el mismo achaque? Pues, error por error, me quedo con el mo.

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    _ 24 Ms quiero errar condenando a un tirano que glorif icndole. M e parece ms racional, hum ano y saludable aborrecer al tirano que adorarle. Ello vade gustos, sin embargo, y usted prefiere lo segundo.Con su pan se lo coma; no reiremos por eso.Creo, por otra parte, haberle dicho en conversacin alguna vez, que reputaba yo una fatalidadhistrica para nosotros tener que cimentar nuestrofuturo nacionalismo (pues hay que confesar queno le tenemos hecho) en el bloque de nuestra guerra, del cual, desgraciadamente, no se puede desprender la f igura del Mariscal Lpez, monstruosay todo como es.Mas no se tome esto a cuenta de que yo piense,como otros, que esa figura debe convertirse en unnoli me tangere para el historiador futuro. Nadamenos que eso. Sera establecer un absurdo y monstruoso privilegio en favor de los grandes malvados de la historia el haber de siistraerlos al fuerode ella.

    Por lo que hace a la zarandeada cuestin de siha de aceptarse o no el pasado ntegro de la patria, que tanta polvareda ha levantado entre nosotros en estos ltimos das, no me parece, dicho seacon perdn de sus promotores, ms que un inocentejuego de palabras. Cmo fraccionar el pasado?Tal es, en la realidad histrica, la trabazn de loshechos y las personas que los obraron, y tan irrevocable es cualquier pasado, que, cuando nos presentan un perodo histrico, no podemos tomar del ciertas cosas y desechar otras, diciendo, como aun vendedor turco: esto quiero, y esto no. Forzoso

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    25 es tomar todo el bloque histrico, a reserva, claroest, de examinar sus partes, aquilatarlas y adjudicar las responsabilidades correspondientes.Esto en la suposicin ele que se trate de un perodo plenamente histrico, o sea, un pasado respecto del cual podamos ser ya entera y serenamente imparciales; que, si no, nuestros juicios nohabrn de ser otra cosa que panegricos o lbelos.Y, pues debemos convencernos de que es paranosotros una pequea fatalidad no poder ser eneste pleito ms que defensores o fiscales, sera conveniente, a mi ver, y a ello le invito, que depusiramos de una vez, no dir las armas, pero s eseolmpico aire de jueces que solemos darnos al hablar de estas cosas, con grande risa, probablemente, de los que desde planos superiores nos contemplen.Concluyo esta desaliada carta, que ha resultadoms larga de lo que al principio'me propuse, dndole las gracias por haberme proporcionado laocasin de desentumecer un poco mi espritu, y dartal o cual limpin a la perezosa pola, que, depuro holgar, andaba hecha una lstima y pocomenos que perdida entre los trastos viejos de uncamarachn de casa.De usted afectsimo y S. S.

    Adolfo AP ONT E.# # *

    En 1814 otro gran dspota iba llegando al finde su carrera de dom inador de pueblos. D ifer en -

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    cibase ste de Lpez en que no era tirano y enque posea inmenso genio.Acababa de infligir, en menos de veinte das,cinco grandes derrotas a los ejrcitos coaligados deRusia, Austria y Prusia, que haban invadido suimperio; dispona an de un ejrcito de setentamil hombres, y no se exagera nada con decir quetena a su servicio el genio guerrero ms grandeque han visto los siglos. Pues bien: en tales circunstancias, aquel titn invencible hubo de abdicar su im per io, y retirarse a una isla. E nto nce sfu, como se sabe, cu ando dirig i a su Gu ardiaVieja aquella histrica alocucin de despedida:" . . . Con hombres como vosotros nuestra causa noestaba perdida; pero la guerra se haca interminable, hubiera venido, tal vez, la guerra civil y laFrancia no se hubiera vuelto con ello sino msd e s g r a c ia d a . B E S A C R I F I C A D O 1 , P U E S , M I SI N T E R E S E S A L O S D E L A P A T R I A . . . " ( 1 ) .Palabras sublimes, que no tuvieron la virtud deinspirar al Mariscal Lpez anloga decisin, a l,que, segn el seor Godoi, estaba tan al cabo de lascosas napolenicas, y gustaba tanto de imitar algrande hombre.

    Otro autcrata acaba de dar, en nuestros das,parecido ejemplo de abnegacin patritica, abdicando el trono de sus mayores en medio de cuatromillones de soldados que lo idolatraban.

    (1) El subrayamiento, como se comprende, es demi cuenta.

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    27 Slo el nuestro, que no tena ni el genio del uno,

    ni las frreas muchedumbres del otro (1) , hubode llevar tan lejos su egosmo, que, anteponiendolos mezquinos intereses de su orgullo personal a losvitales de su patria, lleg en la guerra hasta eltotal exterminio del pueblo con que la haca.Este es el crimen que, probablemente, la historiano habr de perdonar al Mariscal Lpez: haberaniquilado a su pueblo en una guerra sin esperanzas de victor ia. N in g n goberna nte tiene el derecho de hacerlo, y es deber elemental de humanidadpedir o aceptar la paz tan pronto como se hayaperdido la ltima probabilidad de vencer.

    fc f

    El seor Godoi, cuyo espritu de artista no podamenos de haber sido fuertemente impresionado porla f igura del Dictador, se ha apoderado de ella, y,fundindola en su ardiente fantasa, nos la ha devuelto vaciada en plutarquinos moldes.Ya es el hroe gigantesco, pero^sombro y fatal,de las "Monograf as Histr icas" ; ya el t i tn herido por injusto.destino, de la "Muerte del Marisc a l L p e z " ; ja el guerrero genial, pero i nfo rtu nado, del presente libro y de las "Ultimas opera-

    (1) A partir de Lomas Valentinas, Lpez no tuvoya ejrcito, propiamente hablando, pues no merecaneste nombre las pocas tropas, mal armadas, que logrreunir de nuevo despus de la desastrosa retirada deVilleta.

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    28 ciones de guerra del General D a z " . Todas estascreaciones llevan un fuerte bao de clasicismo histrico y mitolgico, en que el autor es muy versado,y producen la ilusin, al contemplarlas, de queefectivamente nos hallamos en presencia de alguno de los varones de Plutarco.Qu decir de estas magnficas metamorfosis deltirano ?Obra ele un ex altado patriotism o serv ido p orartstica fantasa, recomiendan al patriota y aseguran el triunfo del literato; pero fuerza es reconocer que deslustran un poco la gloria del historiador.

    I IEl Mariscal Lpez ha muerto, la guerra ha terminado y la autocracia ya no existe. Al poderdictatorial ha sucedido el poder democrtico; a lague rra, las revolu ciones. L os hroes han sido brus

    camente transportados del ambiente pico de lasbatallas al montono prosasmo de la vida jurdica ordinaria.Y ocurri lo que no poda menos de ocurrir.Aquellos hroes tan grandes se empequeecen; losque tan gallardamente condujeran sus tropas, sino a la victoria, al sacrificio heroico siempre, desbarran de modo lamentable al tener que ejerceruna funcin para la que no estaban preparados: elgobierno civil. Y es que, como se sabe y se ha dicho tantas veces, la autocracia, entre sus malesinfinitos, acarrea el de incapacitar a los pueblos

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    29 -para la vida poltica, reducindolos a la condicinde personas que han llegado a la edad adulta sinhaber apren dido a andar. E llo acaba po r apren derse, es cierto; pero cuesta muchas cadas.El ideal ha sido sustituido por el inters, al corazn y la cabeza ha sucedido el vientre en la impulsin y gobierno de los hombres. De aqu lasclaudicaciones tristsimas, las veleidades increbles,las infidencias deshonrosas que nos revela el librodel seor Godoi.Las revoluciones se suceden sin interrupcin. Losamigos de ayer son los enemigos de hoy, y, de nuevo, los aliados de maana. La inverecundia poltica llega a sus ltimos lm ites. E l . gob iern o delEstado es una cinta de cinematgrafo, no siempremanejada por paraguaya mano, pues todo decoro,todo sentimiento nacional se ha perdido.Algn que otro campen osa levantar la banderadel honor ciudadano; pero ese no tarda en desaparecer del escenario, suprimido por pual aleve ocobarde bala.Uno de stos es Molas, que reaparece en la escena como caudillo de vanguardia de la revolucinllamada de Caballero.

    # * *En medio de tantas traiciones y vilezas como llenan la historia de esta poca, Molas se destaca concierta dignidad, no exenta de arrogancia y conserva sin mancha su aureola de hroe.Cuando, victoriosa aquella revolucin, los diree-

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    30 tores de ella hubieron de vender por un plato delentejas su triunfo, Molas, que se haba mantenidoincorruptible, alzando el pendn de la disidencia,resuelve continuar el movimiento revolucionariohasta la total derrota del enemigo.Sus compaeros de la vspera se aprestan a combatirle, va el general Serrano a su encuentro, ysufre el tragi-cmico percance de Trinidad. Fuentonces cuando se produjo aquel hecho inaudito,por lo vergonzoso, de solicitarse el apoyo de lasfuerzas brasileas de ocupacin, para batir al revolucionario triunfante y conservar as "el no durab le mando" .

    C m o lastima v er el envilecim iento de aqulloshombres, hasta entonces tan prestigiosos, los cuales,al pasar del medio heroico de los combates a las bajas realidades de la poltica, pierden todo decoro,y arrastran por los suelos la dignidad nacional, esamisma por la que acababan de luchar con tanto denuedo Curiosa co ntr ad icci nLa revolucin haba triunfado, pero la intrigapoltica triunf ms, pues venci al f in. Los victoriosos de Trinidad hubieron de retirarse despechados y mohnos ante el despliegue del ejrcitoimperial, que sali a arrebatarles el fruto de la

    victoria.Tal es la triste y eterna verdad de las revolucion e s : "Los necios las inician, los incautos se adhieren a ellas, los aventureros las hacen triunfar ylos intrigantes se apoderan de ellas para explotar las " .

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    Y pensar que an haya quienes crean en sueficacia * *

    En esta parte del libro el autor narra ms quedescribe, y como tan bien hace lo uno como lo otro,y, por otra parte, cuenta cosas por l vistas, cuandono hechas, contra la opinin cervantina de que"nunca segundas partes fueron buenas", los episodios revolucionarios resultan an ms interesantes que el trozo pico que sirve como de primeraparte a la obra.

    Con qu natu ralida d y desembarazo corre supluma por entre la maraa de sucesos que se entrecruzan y enredan en aquel turbulento perodo denuestra democraciaYa bosqueja, con una pincelada feliz, la curiosapsicologa de un personaje; ya narra con picantevivacidad mi episodio risible de aquellas famosasrevoluciones, que ms se distinguieron por lo cmicas que por lo trgicas; ya nos lleva de la manoa las interioridades tenebrosas de la sacrosantaPoltica, sus intrigas y sus crmenes.

    El extrao duelo entre Aquiho y Molas, enCarapegu, aquellos dos centauros de legendarioarrojo; la tragi-cmica aventura de Serrano y Ca-briza, en Trinidad; la salida de las fuerzas imperiales para debelar a Molas, y otros pasajes comoestos, son pginas que han de afianzar la fama delescritor.

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    I I IEl creciente, desasosegado afn de acumular bienes materiales que domina al mundo moderno, alsustraer del dinamismo humano aquellas fuerzas

    que, en otros tiempos, acaso ms felices, empleabael hombre en el cultivo desinteresado de las cosasdel espritu, hace que, de da en da, vayan siendoms raros los que, como don Juansilvano Godoi,viven callada, religiosamente, consagrados al cultode las artes, sin otra recompensa que la propia,ntima satisfaccin de contemplarse Don Quijoteen medio de tanto Sancho como llena el mundo.E s, en efecto, el seor Godoi uno de los pocos,si no es el n ico, que entre nosotros no tienenpuestas las fuerzas de su espritu al servicio de laUtilidad, y cultivan las letras por el solo placerque su cultivo produce. Es, pues, un ejemplar verdadero de lo que ha dado en llamarse un intelectual. ;

    No s si estar cegado por el amor propio nacional, pero tengo para m que, en punto a comprensin, nuestra raza no es inferior a ningunaotra. E nte nd em os' fcilm ente las cosas, an lasms abstractas, las discernimos con bastante ca-

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    33 ridad y juzgamos con acierto no recusable (1) .De lo que hasta hoy no hemos dado prueba es deposeer aquellas facultades que, segn la ortodoxiaesttica, son las potencias productoras del artista,a saber: la imaginacin y el sentimiento. Esta falta , unida a la deplorable deficiencia tcnica conque aqu desempeam os nuestros oficios intele ctuales, da la clave del hecho de que hasta ahorano hayamos tenido un gran artista literario (2) .Es sta una falta tnica nuestra o se trata deun defecto puramente accidental?P or sup erior a m is fuer zas, de jo la tarea dedilucidar este pu nto a los socilogos que tantoabundan entre nosotros, los cuales a buen seguroque no dejarn de hallar explicacin al fenmenosi ya no es que lo nieguen, que todo puede suceder." N o tenemos genios porque somos p o b r e s " es latesis corriente en la materia.Es la prosperidad econmica condicin sinequa non de la produccin del talento? O, en otrostrminos: el talento nace y prospera solo en el

    (1) M uestr a de esta poten cia intelectual de nuestra raza son: el Sr. Gondra, crtico sagaz, que, a undel icado gusto nativo, une vast s ima y sl ida cultura;el Dr. Domnguez, sut i l anal ista y hbil dialct ico; e lDr. Bez , gran comprensor de ideas y excelente expositor de el las .(2 ) Far ia N e z es una excepc in. E n l hay detodo: sentimiento del icado e intenso, buena fantasay plena posesin de la tcnica l iteraria.

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    34estado de saturacin econmica? Por de pronto, enlo que se refiere al individuo, parece que no; y,por el contrario, est averiguado que la mayorparte de las obras maestras del genio del nombre,han sido hijas de la miseria y del dolor. De Homero se cuenta que era poco menos que un mendigo , ciego po r a ad idu ra ; Cervantes con cibi suobra inmortal, la creacin ms portentosa del ingenio humano, en la inhospitalidad de una crcel;el Dante fu "un mrtir de las injusticias sociales de la Edad Media" ; Milton v io su Paraso a ltravs de sus amarguras de ciego; Poe concibi suscreaciones ms geniales en la degradacin del vic io y entre las sordideces de la miseria. . . En general, la carrera de las letras ha tenido siempreestrecha hermandad con las incomodidades de lapobreza.Nada ms estril que el placer; slo el dolor, elinfortunio, es fecundo. La hartura producir unabuena siesta, pero nunca un Quijote o una Divina Comedia.Se referir, tal vez, a lo colectivo la prosperidad consabida?E s lo cierto que H om ero prece di en ms dequinientos aos a la prosperidad de Grecia; Shakespeare, en trescientos, pltis minusve, a la de Inglaterra, que, por otra parte, no produce ya Sha-kespeares en el da; Goethe, Sehiller, Heine vivieron casi un siglo antes de la grandeza alemana,que tampoco produce ya artculos de esta calidad;nunca estuvo peor Italia, ni en lo poltico ni enlo econmico, que cuando se dieron en ella el Dan-

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    35 te y el Petrarca; Edgard Poe no coincidi, ni mucho menos, con la gran prosperidad norteamerican a . . .Lbreme Dios de poner en duda verdades tan autorizadas como esa de que es preciso ser rico paratener talento; lo que hago es llamar la atencin delos estudiosos sobre estas pequeas excepciones dela sacra regla. 4fc 4fc

    El seor Godoi posee en alto grado la imaginacin reconstructiva, y es as como tenemos en l auno de los pocos literatos que entre nosotros merecen este nombre verdaderamente.Y de tal manera es la fantasa la facultad dominante en el autor, y tan activa es en l esta facultad, que siempre est haciendo arte cuando escribe, as no se haya propuesto hacer ms quehistoria.Captulos enteros hay en las "Monografas Histricas" de un primor literario tan exquisito, deuna factura artstica tan perfecta, que nos hacenolvidar por completo de la historia que contienenpara no pensar sino en la belleza que rea liza n."Alberdi" cont iene pginas que ya quis ieran para s escritores que gozan de celebridad en el mundo. La misma "M ue rte del Marisca l L p e z " y " E lBarn de Ro Braneo", que son para m las obrasms endebles del autor, tienen pasajes que descubren las garras del len, como suele decirse.Su musa es el herosmo. El seor Godoi profesael culto de los hroes, por virtud de una afinidadpsicolgica. De temple heroico l tambin, mira a

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    36 los hroes corno hermanos suyos, los ama y se consagra gustoso a su servicio.Otros ha y, p or el con trario, que profe san esteculto po r efecto de una desem ejanza esp iritu al.Estos no ven en los hroes sino sus seores naturales, y, a tal ttulo, les reverencian y les sirven.

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    37 Hagamos votos porque los dioses tutelares del

    talento deparen al seor Godoi la vida y salud necesarias para que siga dndonos los sazonados frutos que del suyo nos quedamos prometiendo.Adolfo APONTE.

    Asuncin, 2 de julio de 1919.

    E l doctor Ad olf o Ap ont e, autor de este tr ab aj o,. periodista., actual Ministro de Justicia, Culto e Instruccin Pblica, es uno de los ms atildados cultores del idioma, es-critov de vasta ilustracin en las literaturas espaola yclsica (latina y francesa) as como de gran versacin cuhistoria y letras.

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    G U E R R A D E L P A R A G U A YS M A J i i o : Preparativos del General Francisco SolanoLpez para iniciar la guerra del Paraguay. Datosnum ricos de Thom pson y del general Besquin, Jefedel Estado Mayor del Ejrcito Paraguayo. Podermilitar del Brasil, de la Argentina y del Uruguay. La captura del vapor mercante brasileo "Marqusde O linda". Invasin de Matto G rosso. Crticadel general Eesquin. Invasin de Corrientes.

    Descripcin del soldado paraguayo don Manuel Tru-jillo. Desembarco del general Robles con sus tropas en el puerto de Corrientes. Constitucin de ungobierno provisorio en la ciudad. Lopes se instalaen Humait desde el 9 de Junio de 1865. El combate dsl Riachuelo. Descripcin de Trujillo. Cond ucta de Lpez en esta emergencia. Disposiciones adoptadas por el Congreso extraordinario reunidoel 5 de Marzo de 1865 en Asuncin. Invasin deRo Grande do Sul por las fuerzas del coronel A ntonio de la Cruz Estigarribia. Su rendicin en Uru-guayana a las fuerzas enemigas. El ejrcito deRobles evaca la provincia de Corrientes y repasa elParan. Inaccin de la escuadra brasilea. Prdidas paraguayas en el primer ao de la ofensiva deLpez: 64.000 hom bres. El Mariscal se instala conmadama Linch, su favorita, en Paso de la Patria. Aprovechndose de su descuido, el general brasileoOsorio, penetra libremente, con 20.000 hom bres, enterritorio paraguayo por las Tres Bocas en Abril de1866. Huida de Lpez a los Esteros. Combatesvarios. Lpez organiza un nuevo ejrcito, compues-

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    40 to de30.000 hom bres, y lo lanza contra el reducto fortificado de Tuyut, (24 de Mayo de 1866). Su frarcaso pone trmino al poder militar de Lpez. Laentrevista de Yataiti-Cor, segn don Gregorio Ben-tez; Lpez confiesa su culpabilidad; Mitre lepide que salga del pas. El mariscal se n iega aabandonar el poder. Plan de destruccin de la nacin paraguaya. Batalla de Curupait. Caida deHum ait. Lpez huye al Chaco. Beapa rece enSan Fernando; ordena matanzas increbles. It-Ibat. Continan las matanzas desde las cordilleras hasta Cerro-Cor. Aqu el mariscal fu alcanzado y muerto por los brasileos el 1* de Marzo delao 1870.Como los antiguos romanos, los paraguayos, desde la poca colonial, eran agricultores y soldadosa un tiempo, porque tenan necesidad de defender-

    contra las incursiones de los indios salvajes dela orilla derecha del ro Paraguay.El primer dictador, doctor Jos Gaspar de Francia, los disciplin y los arm para defender el pascontra las invasiones de los argentinos y los brasileos, abstenindose de intervenir en sus contiendas anrquicas.El segundo dictador, don Carlos Antonio Lpez, prepar a la nacin para la ofensiva y cometi la imprudencia de provocar al tirano Rozas, deBuenos Aires. Entreg el pueblo paraguayo, atado de pies y manos a. su hi jo m ayo r general F ra n cisco Solano Lpez y este insensato dispuso lo necesario para lanzarse a una guerra que no reclamaba ni el honor, ni el inters ele la nacin.Desde epie usurp el poder por muerte de su pa-

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    41 dre, ocurrida en septiembre de 1862, comenz aintervenir en los conflictos del Ro de la Platacomo desfacedo r de entuertos. A de m s, organizejrcitos en Cerro Len, en Encarnacin y en Hu-mait. Su primer gran ejrcito se compona dehombres de 16 a 50 aos de edad. En el primerpunto haba 30.000, en el segundo 17.000, en el tercero 10.000. en Concepcin 3.000, y en la capital4.000. Total: 64.000 soldados, en agosto de 1864,arrancados a un pas de medio milln de habitantes (Thompson-Resqum).

    Posea, adems, Lpez una escuadrilla de oncevapores, algunos lanchones y unos 300 400 caones de todo calibre.En la misma fecha, el Imperio del Brasil, pasde unos 10 millones de habitantes, no contaba sinocon un ejrcito de 25.000 hombres, que operabanen el Uruguay, y con una flota de buenos barcosde guerra.El Uruguay estaba convulsionado por sus partidos polticos; la Argentina careca de tropas regulares; el general Mitre pas el ao de 1865 en Concordia disciplinando reclutas y esperando en vanoel contingente de Urquiza. Las dems provinciasse hallaban tam bin con vuls iona das.De manera que si Lpez se hubiese lanzado contodas sus fuerzas, en el primer momento, hacia lospases del Ro de la Plata, probablemente hubiera obligado a Pedro II y a Mitre a darse a partido acerca del conflicto brasileo-uruguayo.Pero Lpez no era un hombre capaz de una hazaa semejante. Se qued en la Asuncin, reteni-

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    do por temores desconocidos o por los ruegos de sufavorita la inglesa Elisa Alicia Linch.La catstrofe comenz en la forma en que voya relatarla brevemente.E l presidente L p ez inici la llam ada guerradel Paraguay capturando, en aguas paraguayas, alvapor mercante brasileo "M ar qu s de O li n d a "en noviembre de 1864. En el primer momento notuvo el impulso de cometer esta agresin; pero leindujo a ello el ministro uruguayo Jos VzquezSagastume, en vista de que fuerzas brasileas haban invadido el territorio orientili, con el fin deproteger al caudillo revolucionario don VenancioPlores. E l general Fr an cisco Solano L p ez, Presidentede la Repblica del Paraguay, se pona al serviciodel gobierno de Montevideo, en perjuicio de su patriaPero l ocultaba su pensamiento diciendo quetena que contener la ambicin del Brasil y mantener el equilibrio poltico en el Ro de la Plata.Pareca, pues, natural que l, lanza en ristre, como el caballero de la triste figura, marchase inmediatamente para Bu eno s A ires y M ontevideo ; pe ro no sucedi as. Se afirma que su hermosa Dulcinea no le permiti que saliera del pas.

    Entonces tuvo esta ocurrencia singular: en lugar de partir l para el sud en demanda de susenemigos, orden a los coroneles Barrios y Resqu in fue ran a buscarlos en el no rte, en M attoG-rosso. Y saliei-on estos jefes para su destino endiciembre de 1864.

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    48 Las fuerzas par agu aya s saquearon las forta le

    zas y establecimientos rurales de aquella lejana eindefensa provincia. Dijo, despus, el general Res-quin que esa expedicin, del punto de vista militar, no tena objeto; slo sirvi para sacar de ellauna gran cantidad de ganado vacuno y materialesde guerra.Inmediatamente despus de esta agresin al Brasil, acometi tambin a la Argentina.Como L p ez , hasta ese m om ento, no estaba enguerra con el general Mitre, Presidente de dichaRepblica, le pidi permiso para hacer pasar porel territorio de Corrientes las tropas que l enviaba contra el Brasil. Mitre neg el permiso, alegando que l estaba decidido a observar la ms estricta neutralidad en presencia del co nfli cto sur gidoentre los dos pases vecinos. Y, como Lpez no respetaba el derecho internacional, orden a sus fuerzas armadas cruzaran el Paran y se encaminarana sus destinos a travs del territorio argentino. De

    consiguiente, Lpez declaraba de hecho la guerraa la Arge ntina , dan do un. auxiliar al B rasil.En consecuencia de esta resolucin insensata,propia de un hombre sin juicio, el 13 de abril de1865 cinco vap ores par ag ua yos a saltaron, en .elpuerto de Corrientes, a dos vaporcitos argentinos,

    e l "25 de Mayo" y e l "Gua leguay" , l os ametra llaron y mataron casi a todos sus tripulantes; finalmente, regresaron trayendo a remolque sus presas.El compatriota don Manuel Truji l lo, veteranode la guerra del Paraguay, ha publicado ltima-

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    44 mente un opsculo intitulado Gestas Guerreras, endonde narra esa acometida con la sinceridad de unsoldado pundonoroso. Dice as :" E l prim er com bate, en que fui a ctor, ha sido elabordaje en el puerto de Corrientes, tomando porasalto y por sorpresa los vapores argentinos "25de Mayo" y "Gua leguay" . Era un jueves santo alas 7.45 a. m. del 13 de abril de 1865."All hubo una masacre; saltamos sobre la cubierta, y empez la lucha pecho a pecho y manoa mano, a l arma blanca. . . La v ictor ia fu completa para nosotros . . ." E l vapor nacional " I p o r a " permanec i en elpuerto durante treinta das para favorecer el desembarque de nuestras tropas en Corrales y en Corrien tes . . . "Segn Thompson, al siguiente da del combate,o sea el 14 de abril, el general Robles desembarcen dicha ciudad 3.000 soldados; entraron despus800 hombres de caballera y, sucesivamente, otrosregimientos y batallones. Mientras se ejecutabanesas operaciones, Robles se dirigi al sud, a lo largo de la costa del ro Para n, d ejan do en Co rrientes un gobierno-pantalla protegido por 1.500 homb r e s ; era un triunvirato formado de los correnti-nos Gauna, Silvero y Cceres, manejado por otratrinca compuesta de Jos Berges, Miguel Haedo yel den Eugenio Bogado, Berges era el directorprincipal y reciba rdenes del Mariscal.Como el general Robles entrase en la ciudad deGoya con el grueso de su ejrcito (20.000 hombres ) , en los primeros das de junio, dejando tras-

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    45 (enejados a los cuerpos francos correntinos de La-graa y Cceres, el general Paunero pudo desembarcar tropas para recuperar la capital de la provincia. En consecuencia hubo un combate el 25 demayo entre esas fuerzas enemigas y la guarnicinparaguaya de 1.500 hombres que comandaba el mayor Martnez.Lpez se despidi de la Asuncin el 8 de junio yse present en Humait el da siguiente. El da10escribe el veterano don Manuel Truji l loorden a los comandantes del "Tacuar" y ocho barcos ms de su flotilla para que marcharan esa misma noche a Corrientes, a abordar y capturar porsorpresa a nueve va po res brasileos anclados endicho puerto y cuya numerosa tripulacin pasabala noche en tierra, Pero hubo contratiempos imprevistos y falsas m aniobras m andada s ejecu tarpor el almirante M ez a; los brasileos tuvie rontiempo de ganar sus barcos y destruyeron a la escuadrilla paraguaya. Aquello fu un desastre, dice Trujillo; hubo un entrevero de diecisiete vapores y cua tro lanchones que se atacaban, corr an ,avanzaban, retrocedan, en tanto que otros iban apique; se pele as durante todo el da 11 hastala cada de la noche, hora en que los asaltantesvolvieron con cuatro barcos solamente, habindose rendido los dems. En esa accin, el almiranteMeza fu herido e hizo sus veces el capitn Cabral.Aquella catstrofe descorazon a Lpez.Los vapores brasileos siguieron aguas abajo,siendo caoneados por la artillera de la costa quecomandaba Bruguz. Lpez condecor a estos arti-

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    lleros para humillar a los jefes y oficiales de la escuadrilla destruida por el enemigo en la batalladel Riachuelo, frente a la ciudad de Corrientes.Antes de acometer a la Argentina, en la formareferida, el presidente Lpez, en febrero, convocun Congreso extraordinario, el cual inaugur sussesiones el 5 de marzo y vot el siguiente decreto:

    Art cu lo l 9 Aprubase la conducta del PoderEjecutivo de la Nacin para con el Imperio delBrasil, en la emergencia trada por su poltica amenazadora del equilibrio de los Estados del Plata,y por la ofensa directa inferida al honor y la dignidad de la Nacin, y usando de las atribucionesdel art. 3 9, tt. 3 9 de la ley de .13 de marzo de 1844,autorzasele para oantimiar en la guerra.Art . 2 9 Declrase la guerra al actual gobierno argentino hasta que d las seguridades y satisfacciones debidas a los derechos, a la honra y dignidad de la Nacin Paraguaya y su gobierno.Por otros decretos, el Congreso acord al presidente Lpez el grado de Mariscal de Campo y unsueldo de 60.000 pesos anuales, si bien que, a lamanera de los Csares romanos, l era dueo de vidas y haciendas; y se le autoriz por forma a levantar un emprstito de 5.000.000 de libras esterlinas.

    En junio de 1865, el Mariscal Lpez establecisu cuartel general en Humait; desde aqu dirigilas operaciones realizadas en Corrientes y el combate naval del Riachuelo. Y, al mismo tiempo quehaba ordenado la invasin de Corrientes, enviabahacia Ro Grande del Sud al teniente coronel An-

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    tonio de la Cruz Estigarribia con 12.000 hombresy seis piezas de artillera, con el objeto de ocupardicha provincia. Pareca este jefe improvisado Napolen americano que se internaba en el pas delos arrapos imperiales. E nc on tr en la frontera30.000 brasileos armados, en tanto que los generales Mitre y Plores concentraban sus fuerzas enConcordia ( junio de 1865).Qu le pas a Estigarribia en UruguayanafQue, aislado e incom unicado del Pa rag ua y, tuv oque rendirse de una manera vergonzosa (18 deseptiembre).La noticia de la rendicin de Estigarribia descalabr moralmente a Lpez; reuni a todos los jefes y oficiales que se hallaban en Humait y cometi la villana de decirles que Estigarribia sehaba vendido a los enemigos. Era falso que se hubiese vendido. Se rindi porque era demasiado ignorante para adoptar resoluciones por s mismo.Ello no obstante, e l "Semanario" de Asuncinponderaba las gran des cua lidades de L p ez , pa rangonndole con Cincinato. La comparacin eradesgraciada, porque Cincinato venci a los enemigos de Roma, entr en ella como libertador y al cabo de dieciseis das se despoj de las insignias dela dictadura de que haba sido investido para volver a su casa de campo y empuar de nuevo la reja del arado, que trocara por breve tiempo por laespada del guerrero.El desastre de Uruguayana fu precedido de lasupuesta traicin de Robles, quien fu reemplazado en julio por el general Resquin. Malograda la

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    expedicin al Uruguay, Lpez orden la evacuacin de Corrientes. Resquin tuvo la gran habilidad de salvar tod o su ejrc ito y la artillera deBruguz, que estaba en Cuevas, frente a Goya y ala vista de la escuadra brasilea.Los barcos enemigos, cual si quisieran ser simples testigos presenciales del pasaje por el Paran,se situaron en Corrientes y en las inmediacionesde Itapir.Del 31 de octubre al 3 de noviembre se efectuel traslado de las fuerzas paraguayas de la izquierda del Paran a la orilla derecha, ms o menosfrente al Paso de la Patr ia. A fir m a el coronelThompson que Resquin, gracias a la inaccin dela escuadra brasilea, hizo pasar libremente sustropas con 100.000 cabezas de ganado vacuno, arrebaadas de Corrientes; pero que muchos millaresde estos animales perecieron de cansancio y porcausa de haber comido yerbas venenosas.Aade el coronel Thompson, que el ejrcito quevo lva de Corrientes estaba excesivam ente extenuado.Estas reliquias del ejrcito de operaciones en elsud se componan de 14.000 hombres sanos y 5.000enfermos.En Uruguayana se perdieron como 10.000 hombres.Y en los hospitales de Humait, Cerro Len yPaso Pac murieron como 40.000 hombres, de disenteria y otras enfermedades.

    De suerte que en el primer a-o de la> guerra,1865, liaba perdido su primer gran ejrcito de

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    ^ 49 64.000 hombres, antes de que los enemigos atacasen al Paraguay.Los aliados contaban con el triunfo de sus armas viendo al mariscal Lpez destruir sus propiasfuerzas terrestres y fluviales.Esta circunstancia explica el hecho de que losbrasileos y argentinos, conducidos por el generalOsorio, entrasen en el Paraguay, el 16 de abril de1866, en nmero de 20.000 hombres de una vez, sinser molestados por Lpez, el cual se hallaba en Paso de la Patria, a la orilla derecha del Alto Paran, donde haca matar a sus soldados en asaltos intiles a la costa correntina de Corrales. Elveterano paraguayo seor Trujillo hace mencinde estas acometidas sin objeto.Lpez esperaba a los aliados en Itapir; pero stos penetraron en el Paraguay por la confluenciade los ros denominada Tres Bocas.Lpez huy de Paso de la Patria hacia los pantanos de eembue, que llaman Esteros, donde, para proteger a Humait, mand construir una extensa lnea de fortificaciones en forma de cuadriltero. All se libraron las batallas del Sauce, Ya-taity Cora, Estero Bellaco, Tuyucu, Curupayty,etctera.E l debi com prend er que, destruido su granejrcito de 64.000 hombres, no le quedaba otra salida que capitular o arruinar totalmente a la nacin, cuyos destinos diriga despticamente.E l M ariscal, sin emba rgo, antes de decidirse atomar este ltimo partido, plane otro golpe insensato. Form un nuevo ejrcito de 30.000 hombres,

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    compuesto por jvenes y viejos y lo lanz al asalto de las posiciones enemigas de Estero Bellaco.Aqu estaba el general Mitre dentro de un campoatrincherado, protegido por los pantanos y defendido por 40.000 soldados y un nmero considerable de bocas de fuego. Los paraguayos, en columnas cerradas, embistieron el formidable reducto;ametrallados a mansalva, perecieron casi todos. Esla batalla del 24 de mayo de 1866, que llaman deTuyut .

    Este gran desastre puso trmino al poder militar de Lpez.El Mariscal ee sinti enteramente descalabrado,por que debi com prend er que no le quedab a yaninguna esperanza, y que Humait dejaba de serel Sebastopol paraguayo. En efecto, las escuadrasbrasileas lo burlaron dos aos despus de Tuyut.Lpez invit a Mitre a una conferencia particular, la cual tuvo lugar en un sitio llamado Yatait-Cor el 12 de septiembre de 1866. En esa ocasinel mandatario paraguayo habl a su rival de estamanera :

    "General Mitre: mi presencia aqu est explicada por los aoonteciniientos y los deberes que mi posicin impone a los hom bres qte dirijen los destinosde los pueblos y que son responsables de sus desventuras. "Yo he hecho la guerra al Imperio delBrasil", porque he credo que aquella nacin no sedetendra en el dom inio del Estado Oriental y quenos am enazaba a todos. Yo tena y tengo la m# alta estima por el pueblo argentino; acaso si se hubiera tenido mayor contacto con la persona que es-

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    S i -t al frente de su gobierno, muchas dificultades ymuchas desgracias se hubieran evitado; pero no hasido asi, "y yo lie hecho la guerra al gobierno argentino", porque lo consideraba ligado al brasilero en la cuestin Oriental. H oy creo que la sangrederramada es ya bastante para lavar las ofensascon que cada uno de los beligerantes se creyeseagraviado, y considero que puede Imcerse que estaterrible guerra tenga un fin, estipulando las condiciones de tina paz slida, duradera y honrosa para todos. (Gregorio Bentez , "Las primeras batallas contra la Triple A li a n z a ", As un cin, 1919,p g . 2 2 9 ) " .Lpez se conceptuaba, pues, culpable y vencido.Mitre le contest que l nada poda hacer por ssolo; que por el tratado de la Triple Alianza, estaba prohibido a los aliados tratar con Lpez; quepara celebrar la paz con el gobierno del Paraguay,era condicin sine qua non que Lpez saliese delpas.

    Como se ve, la conferencia de Yatait-Cor nodio ningn resultado, pues Lpez no se decidi aretirarse del pas. En su consecuencia, los enemigos iniciaron la ofensiva con tra las deb ilitadasfuerzas del presidente paraguayo. Este, a su turno, comenz a huir por etapas: desde Paso de laPatria a los Esteros, desde los Esteros a Humait,de Humait al Chaco, del Chaco a San Fernando,de aqu a Villeta, donde hubo de ser cogido prisionero, de Villeta a las Cordilleras, y de stas aCerro Cora, donde fu alcanzado y muerto, despus de haber ordenado una serie de matanzas de

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    hombres, mujeres y nios, ya como supuestos conspiradores, ya por espritu de venganza, ya con elintento de exterminar a la nacin paraguaya, demanera que los enemigos no encontrasen sino ruinas en el pas.R es um en : en el prim er ao de la guerra , delgran ejrcito de 64.000 hombres, murieron ms de30.000 en los hospitales de Cerro Len, Paso Pu-c y Humait, y la otra mitad en las desgraciadasexpediciones a Corrientes y Uruguayana.El segundo ejrcito qued destruido en la grancontienda del 24 de mayo. Este desastre, del puntode vista militar, fu el final de la ofensiva de Lp e z ; y el tr iunfo obtenido en Curupayty no compens de ninguna manera las grandes derrotas yprdidas de la nacin.En cuanto a la defensiva de Lpez durante lostres ltimos aos (1866-1869), fu la va cnocisdel pueblo paraguayo. Comienza la hecatombe ordenada por Lpez en San Fernando, contina enVilleta, prosigue por las Cordilleras y los yerbales del norte y concluye en Cerro Cora el l 9 demarzo de 1870.Por causa de aquellas matanzas mandadas ejecutar por el Mariscal en sus furores o en su demencia, fueron exterminadas millares de familiasinocentes, y, aproximadamente, la mitad de la poblacin total.Por tales hechos, el Mariscal Francisco SolanoLpez f igura en la historia como un gobernanteinsensato, como un general inepto y como un tirano m on stru oso . ' Sus crmenes han sido descrip -

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    53 tos por nacionales y extranjeros, que los presenciaron y los vieron, y varios de los cuales viven todava,

    Cecilio BEZ.

    El doctor Cecilio Bez, periodista, catedrtico, ex Presidente de la Repblica^ ex ministro del Paraguay en Estados Unidos y Europa, ex canciller, ex delegado a los congresos americanos de Montevideo y Mjico, ltimamente rector de la Universidad Nacional y autor de gran nmero deobras, publicaciones y artculos de sociologa, de derecho yde historia, no necesita presentacin, pues su vasta laborintelectual es harto conocida.

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    U N J U I C IO L A P I D A R I OS OB BE E L S I S T E M A E D U C A T I V O D E L O S

    L O P E Z

    Tal es el famoso Catecismo de San Alberto, d ifundido en las escuelas primarias con el fin depreparai' , como ingenuamente dijo Calvo, el trnsito gradual del despotismo a la democracia extrem a

    Ese ignominioso opsculo demuestra el carcterde la educacin comn en tiempo de los Lpez, yhace ver cuan exageradas son las laudatorias quese les dirigen, sin considerar que los signos delpensamiento, ya sean hablados o escritos, son signos de m uerte cua nd o solo transm iten ideas deopresin y servidumbre.

    El Paraguay poco debe en este sentido a la tiranaRecurdese que es gloria altsima la suya ser el

    primer pueblo americano que haya defendido lasoberana popular, cuando por boca de los comuneros proclamaba, an no demediado el sigloXVIII , que la autoridad del pueblo es superior ala del mismo rey, y pinsese luego en lo que sentaba el vitando manual: que el soberano no est

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    sujeto ni su autoridad depende del pueblo mismosobre quien manda, y que no es menester la aceptacin de ste para que rijan sus decretos; recurdense las ideas vertidas en 1812 por Yegros y Caballero en un documento digno de las loas del historiador, en el que encarecan la necesidad de educar en las escuelas ciudadanos tiles a su patria, yconsidrese, despus, que todos los conatos de losdspotas fueron slo encaminados a formar en loscolegios vasallos fieles a su soberano, y dgase sidebe aplaudirse sin reservas un a edu cacin quetrataba de perpetuar a la repblica bajo el yugodel despotismo.Cuando se leen esas pginas en que se habla delas penas que el gobernante puede imponer a lossubditos, y en que se establece la delacin como undeber de f idelidad de los mismos, acuden involuntariamente a las memorias tantos trgicos episodios durante la guerra. S;en aquellos captulosmalditos bebieron sus inspiraciones esos acusadores y jueces inquisitoriales de San Fernando e It-Ibat; en ellos formaron su espritu todos los delatores que, con sus infames denuncias, llevaron alcadalso tantas vctim as inocen tes, substra yend omuchas veces con ellos a la patria paraguaya heroicos defensores, que al llegar al patbulo lloraban, como el bravo Mongels, no la prdida de unavida acostumbrada a jugarla en las batallas, sinoque el tirano lee hubiese negado trocar una ejecucin estril por el suicidio sublime de un forzososacrificio en los combates librados por la causa nacional; en ellos tambin encontraron alientos esos

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    57 sacerdotes, apstatas del Cristo, que infamaron elconfesionario, llevando los secretos recogidos de labios de los penitentes a los odos del tirano, convirtindose de este modo en las aves del cielo quedeca el catecismo, cuando conminaba a los que sintiesen bajamente del gobierno, an all en la clausura de los hogares y en las inescrutables reconditeces del corazn Cunto daa a la m emoria de don Carlos L pez su rgimen educativo, ya que no se puede negar, ni ser yo quien lo niegue, que en otros respectos de su gobierno es digno de alabanzaEl lo presenta cargando, acaso, mayor responsabilidad ante la historia que el dictador Francia.Alberdi hizo ya notar que el despotismo del ltimo,que fu slo un accidente y pudo desaparecer conel hombre que lo ejerci, lo elev don Carlos a sistema en la carta constitucional del 44, en que nose menciona siquiera una vez la palabra libertad.Y si de esta consideracin se pasa a las que sugiere el Catecismo de San Alberto, n o se est le jo sde pensar que, en efecto, si la tirana de aqul fusolo, acaso, resultado de invencibles impulsos deun temperamento morboso, no as la del segundo,que, con todo clculo, quera imbuir al pueblo enlas doctrinas de la obediencia pasiva, ensendolela filosofa del despotismo, santificada con los prestigios de la religin, por la pluma, o envilecida ofantica, de un obispo absolutista

    (Alude el autor al antecesor del obispo Palacios).

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    58 En la capital y en algunos puntos, los ms im

    portantes de la campaa, existan colegios particulares, pero, ms que en ellos, el espritu de lamujer paraguaya se form en los hogares, donde,aparte de las nociones de la enseanza elementalrecibida de sus padres, cultivaban esas raras virtudes sublimadas ms tarde en la hora de la prueba, cuando Pancha Garmedia, el ngel del pudor,la mrtir de su honra, caa lanceada en remotassoledades, y tantas madres y hermanas preferanla muerte y soportaban los ms brbaros tormentos, antes que manchar sus labios con la delacino la denuncia falsa que se les exiga contra el hermano, el esposo o el hijo, demostrando as que noes necesario buscar en la historia griega las pginas de Harmodio y Aristogitn para saber a qusacrificios puede llegar la mujer en aras de lalealtadY, si se piensa que la que no sucumba vctimade los tormentos, expiraba despus en las penuriasde ese xodo doloroso a travs de la selva o el desierto, y huyendo ante el invasor que hollaba consu planta la tumba de los muertos queridos, entonces se comprende que la historia futura tendrque esculpir en sus hojas la imagen de esa noblemujer con el relieve pico que le dan sus inmensos dolores

    Manuel GONDRA.Asuncin, mayo 15 de 1897,

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    59 Con motivo de los elogios que el malogrado Blas

    Garay dedicara a la obra educacional del gobierno de don Carlos Antonio Lpez en su "Compendio de la H istoria del P a ra g u a y " (pg . 2 6 9 ) , donManuel Gondra public en "La Democracia"(1897) , una serie de artculos ocupndose del "Catecismo de San Alberto" , adoptado entonces comotexto de instruccin cvica en las escuelas de larepblica y que es como reza su portada una "instruccin donde por lecciones, preguntas y respuestas, se ensea a los nios y nias las obligacionesms principales que un vasallo debe a su Rey ySeor" como "emanacin de la autoridad divina."

    Juicio del Doctor Dom nguez"El gobernante se identif ic con la patria y sigui llamando traidor al que deca mal del gobierno; en los colegios se hizo aprender el Catecismode San Alberto, es decir, el cdigo del despotismo.El seor Manuel Gondra fu quien en unos ar

    tculos bien pensados se ocup del Catecismo deSan Alberto, pero exagerando tal vez sus resultados, pues nosotros entendemos que, con o sin SanAlberto, las horribles escenas de la guerra, la crueldad, la bajeza y la delacin, hubieran sido moneda corriente.

    Manuel DOMNGUEZ.(Conferencia sobre la enseanza nacional1897).Tanto don Manuel Gondra como el doctor Manuel Domnguez, descollantes figuras de las letras paraguayas, sonsuficientemente conocidos, aparte de sus estudios y actuacin de primera fila en la vida nacional, para que seamenester extenderse en otros datos a su respecto,

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    O T R O S C O M E N T A R I O S(Del Doctor Cecilio Bez)

    Cuenta Mr. Washburn que luego que el general Lpez se apoder de la presidencia, hizo reimprimir el catecismo de San Alberto, obispo de Tu-cumn, quien lo public en 1784, despus y comoconsecuencia de la insurreccin encabezada por eldesgraciado Tupae-Amar, que fu ahogada ensangre. El catecismo de San Alberto es el Cdigodel despotismo, y estaba destinadodice Jos M.Estradaa corromper a la juventud, inf i ltrndoledesde temprano la idolatra del poder y la abyeccin del esclavo.El pueblo vivi, pues, en la ignorancia ms profunda, tanto en los dramticos tiempos del coloniaje, como en los muy trgicos de los dictadoresnacionales. Segregado del mundo civilizado por latriple barrera de los grandes desiertos territoriales, de la ignorancia de la lengua castellana y delsistema teocrtico-poltico, implantado por las misiones catlicas y por los gobiernos dictatoriales, elpueblo paraguayo ha llegado a ser el ms pobre,el ms ignorante y el ms incapaz para la vidademocrtica.Recin despus de 1870 piiede decirse que el Pa-

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    raguay lia llegado a incorporarse al movimientode los pueblos civilizados, y tiene escuelas de verdad, donde el individuo ilustra su espritu y adquiere conciencia de su personalidad, que antesno la tena,Mas es necesario hacer constar que no solamenteson escasas todava las escuelas en los pueblos dela campaa, sino tambin asaz insuficiente la enseanza para elevar la condicin moral del pueblo.

    Es necesario multiplicar las escuelas para educar al pueblo. La escuela es el fundamento de todo progreso y la base del gobierno libre.Por falta de instruc cin, el pue blo pa rag ua yono tiene todava costumbres democrticas: el pueblo campesino es muy ignorante. En el Parlamento no hay ideas, y la prensa nacional no cuenta nicon un solo rgano de principios . . . por fa lta deun pblico ledo que le d vida. Esta es la verdad.La verdad, como ciertos remedios, tiene susamarguras; pero hay que devorarlas con resignacin, si queremos suprimir los males.Eduquemos al pueblo por la instruccin y porlos actos de buen gobierno; porque un pueblo sedesmoraliza por los atentados gubernativos, se co

    rrompe por el despotismo, y se cretiniza por la falta de instruccin.{La tirana en el Paraguay.Sus causas, caracteres y resultados).

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    C I N C U E N T E N A R I O D E C E R R O C O R AM U E R T E D E L T I R A N O

    Muchas veces estuvo (Napolen) auna pulgada de la muerte . Una vez cayen el puente de Areola. Otra vez en unencuentro se vio en medio de los austracos y fu librado a duras penas. EnLonato y en otras partes estuvo a punto de ser prisionero. Pele en sesentabatal las y todava no estaba contento . E m e r s o n .

    Cunto contraste entre e l guerrerogenial y su imitador (e l Mariscal Lpez) que result ser el Capitn Araade la guerra del Paraguay

    Hoy se cumplen cincuenta aos que se libr elpostrer combate entre un puado de espectros, msque soldados, y el numeroso y bien mantenido ejrcito brasilero, en Cerro Cora, suceso acaecido el l 9de Marzo de 1870.Este luctuoso acontecimiento, ltimo episodio dela gran tragedia, que ha puesto fin a la contienda,en la que sucumbi nuestro pueblo, marca, al mismo tiempo, la era inicial do la im plantacin del r

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    gimen de la democracia en este suelo siempre hollado por la planta del tirano o del dspota, desde suemancipacin polt ica.Este aniversario encierra el ms doloroso recuerdo por cuanto es la consagracin de nuestra derrotasellada con la muerte de ese monstruo de perversidady de cobarda, que fu el Mariscal Francisco Solano Lpez. Este hombre, ms que tal, una fiera abrasada de ambiciones desatadas, de instintos carniceros, sensual, codicioso y pusilnime, arrastr trasde s, hasta el exterminio, a su pueblo, noble, sufrido, valeroso, legando a la historia pruebas desu ineptitud militar y de excesiva crueldad, puesse complaca en someter a las ms exquisitas torturas, como dira el padre Maz, a los ms leales servidores de la patria, con olvido de sus mritos ysacrificios en penosas campaas.

    Es verdad que hay compatriotas que se proponen glorif icar a ese protervo, presentndolo comom odelo de gobernante y con du ctor de pue blos,como la encarnacin misma del herosmo de la raza ; pero esta pretensin absurda slo se cifra y fundamenta en la necesidad, ineludible a su juicio, deforjar un ser superior, legendario, epnimo, parainculcar a nuestros conciudadanos el sentimientodel nacionalismo de cuo tiranfilo, y cultivarloartif icialmente como en un invernculo.Uno de los hijos del tirano Lpez, de cortos alcances, pero tenaz en su empeo, deseoso de atenuar los crmenes y errores que pesaban sobre elautor de sus das, m s o m enos autn tico, conahinco y constancia haba logrado embaucar a unos

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    65 cuantos jvenes ingenuos para que asumieran ladefensa vindicatoria del verdugo de su generacin,al exterminador de un pueblo valiente y abnegado,que luch hasta el martirio, haciendo renuncia decuanto ms amable posee el hombre, con un estoicismo sin paralelo. E ntr e tanto, L pe z, en com paa de una adltera cortesana, la Lynch, llevaba,durante toda la campaa, una vida regalada, sibartica, lejos del fragor de los combates.

    As cono estamos en el deber de rendir homenaje al soldado paraguayo, que nos ha dejadoejemplos imperecederos de valor y abnegacin, rayanos en lo prodiogioso, arrancando la admiracindel mundo entero, tambin habremos de examinar,el reverso de la medalla, simbolizado en el Mariscal-presidente, que se mostr indigno del pavorosoy tremendo drama.Alrededor de la personalidad, de Lpez, que tienerelieves bien pronunciados a causa de sus deformidades morales, se ha tejido una leyenda de excelsas virtudes; mas, con el correr del (tiempo,agente depurador de las cosas, aqulla se ir desvaneciendo para que la historia surja esplendente consu contenido de verdades inmutables. Las mentiras desaparecern como las brumas ante los rayosdel sol. Es tarea vana pretender velar al Quasi-modo de la guerra del Paraguay.Hay una faz del tirano, que sus panegiristas seguardan de.-dar a luz, callndola, cuidadosamente,con evidente mala fe: la desenfrenada codicia queroa las entraas de su "Hroe" , pues mientrasel pueblo peleaba bravamente en defensa de la pa-

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    tria invadida por el extranjero enemigo, Lpez,en estrecho maridaje con una impdica cortesana,inmigrada de Europa para instrumento de placer,se preocupaba ms en transferir, por medio de escrituras de venta simuladas, extensas zonas de tierras a su querida, esas mismas tierras por cuyaconservacin en el patrimonio nacional rendan lavida millares y millares de los hijos infortunadosde este suelo. No slo se mostr indigno el Mariscal como soldado, como capitn de sus legiones debravos, sino que tuvo el cinismo y la desvergenzade ir despojando a este pueblo sufrido, denodado,de unos seis millones de hectreas, que serviranpara asegurar el porvenir de la aventurera, queno le dejaba ni a sol ni sombra, de sus hijos, yde s mismo, si lograba escaparse, como lo ha intentado en Cerro Cora, bien que le fuese contraria la suerte, alcanzado en su fuga por balas enemigas, hasta que se le ultim cobardemente. No sloel tirano sombro e implacable, verdugo desalmadode sus subditos sumisos y obedientes, escriturabams de tres mil leguas de tierras fiscales a nombrede la mujer adltera, la Proserpina de la guerradel Paraguay; sino que, adems, sendos cajones deoro, plata y joyas arrebatadas a las madres, hermanas y esposas de los heroicos defensores de la patria, eran, sigilosamente, conducidos y depositadosa bordo ele barcos extranjeros y remitidos a Europa a consignacin de los agentes de la Lynch.Es as que el tesoro metlico y las mejores tierras del Paraguay defendidas jpor sus hijos a uasy dientes, con valor indmito, eran traspasados a

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    la mujer funesta, que contribuy, ms que nadie,por su influencia mgica y deletrea sobre Lpez,para consumar la ruina del pueblo paraguayo, vejado, escarnecido, ultrajado sin piedad por unaaventurera descarriada.Cuando se rehaga la historia con el criterio daimparcialidad y de justicia con que se deben analizar los hechos y examinar los acontecimientos, hade emerger la siniestra figura de Lpez como elprototipo del monstruo, smbolo de la barbarie, lacobarda, el orgullo satnico, la incapacidad militar y poltica, y de una inmensa codicia, pues resulta ser ste el aspecto ms repulsivo de su personalidad siniestra, como general y gua de un puebloarrojado a travs de los mayores sacrificios querecuerda la historia de Amrica.

    Quien leyera detenidamente la infinidad de documentos que condenan a ese ngel exterminador,y supiera que hay jvenes paraguayos que pretenden vindicar su memoria, no saldra de asombro;dira que son seres degenerados, que han sido vctimas de la locura o de la ley fatal de atavismoque les fuera transmitido por sus ascendientes directos o de segunda lnea, que han sufrido mil penurias, privaciones y vejmenes durante la largacontienda y que han debido padecer de los nervios,debilitndose su organismo hasta el agotamiento.fsico y moral.

    Si Lpez fu un tirano, sensual y sanguinario,que pasar, definitiva e irremisiblemente, a la historia, como uno de los ms encarnizados perseguidores de sus semejantes, que no ha respetado an-

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    - 68 canos, mujeres y nios, no es menos vituperablela conducta de los que, a pretexto de ensear "nacionalismo", menoscaban las legtimas glorias delos jefes, oficiales y soldados, muchos de ellos cados bajo la saa del tirano, que se batieron bravam ente en los comb ates. E llo es debido a que sequiere ocultar las manchas indelebles de la grotesca f igura de Lpez para presentarlo como smbolode las ms altas y puras virtudes ciudadanas yguerreras, en homenaje de quien fu, precisamente, la cifra y el compendio de todas las maldades,dechado de pusilanimidad y crueldad; quien, ensus crmenes y venganzas, no respet ninguno delos sentimientos humanos, que distinguen al hombre de la f iera. Esca rneci a la sociedad, introduciendo en su seno una cortesana adltera; atropello derechos y liber tad es; no cono ci a m igo s;repudi a sus hermanos, torturndolos y luego hacindolos fusilar; neg a su madre; sacrif ic a losmejores servidores de la patria, fraguando una vasta conspiracin; nadie encontr cuartel a su saaimplacable.

    Hoy, cincuentenario de la muerte vergonzosa delverdugo de este pueblo, lo es tambin de su tristeaniquilamiento definitivo. La triple alianza, quese aprovech de la vanidad, soberbia e ineptitud deLpez, sostuvo y aliment la guerra a sangre y fuego, y, una vez terminada, dict duras condiciones,las que impone todo vencedor al vencido, al cabode una lucha prolongada, en la que se abate totalmente al ejrcito enemigo, haciendo imposible todocon ato de resistencia. Se nos arrebat la tercera

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    partc de nuestro territorio y se nos adjudic unadeuda de guerra estupenda que, a causa de su misma cuanta, aparece en la historia como la acusacin ms tremenda contra los gobiernos que concertaron la guerra de la triple alianza y los respectivos pueblos, que la aceptaron y que todavala aceptan, con excepcin del Uruguay, nacin noble e hidalga, que, posteriormente a la contienda,lleg a borrar esa mcula, hacindonos justicia, entanto que el Brasil y la Argentina, ricos y poderosos, beneficiados con nuestros despojos, celosamente guardan y conservan bajo siete llaves el padrnms ignominioso que pregona por todo el orbe elmaquiavelismo de los estadistas que ap roba ro n,suscribieron y ejecutaron el tratado de la triplealianza, invocando, para mayor escarnio, sentimientos de humanidad y de justiciaEn resumen: si Lpez fu la causa de la prolongacin injustificada de la lucha, que no supodirigir, precipitando a su pueblo a la ruina, losaliados, de su parte, merecen la ms severa condenacin de la historia por haber despojado a unanacin infortunada, exnime al terminar la guerra, no obstante la proclama que lanzaron a la fazdel mundo de que no les mova otro inters que castigar la soberbia de un tirano brbaro, sanguinarioy megalmano, que pondra siempre en peligro lapaz internacional de la A m ri ca del Su r, yque tena aherrojados y oprimidos con las ms duras cadenas a sus gobernados.Tan devastadora ha sido la guerra, que, ahora,a medio siglo de distancia, el Paraguay no ha lo-

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    70 gra do an afirmar su indepen dencia econm ica,restaurar sus energas, reponerse de sus pasadosquebra ntos. Se debate tod ava en la pobre za, laignorancia y desorganizacinA lo que nos han conducido las aberraciones deun dspota altanero, y la poltica solapada y artera del General Mitre, el gaucho Fl