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El Informador 191 / Marzo de 2012

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CONTENIDO

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Por: + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Hemos venido considerando la necesidad de una profunda renovación de las parroquias, para que

respondan a la identidad que deben tener hoy en la Iglesia y para que realicen la tarea que les corresponde en el mundo. Las parroquias, con sus múltiples comuni-dades menores y organizaciones eclesiales, integradas profundamente a la Diócesis, son el lugar donde la vida y la misión de la Iglesia acontecen de modo concre-to. Por tanto, en la parroquia, como en toda la Iglesia, debe aparecer siempre la actuación de la triple misión de Cristo: el anuncio del Evangelio, la santificación de los fieles y el fomento de la caridad. Así, por la fuerza del Espíritu y a través de sus discípulos, Cristo continúa presente en el mundo. Para que esto sea posible con-viene tener a la vista algunos criterios fundamentales y algunas opciones de fondo con los que debe conducir-se la vida parroquial.

Se debe empezar por creer en la parroquia. Ante la visión pesimista de algunos pastoralistas que opinan que la parroquia es una institución superada y ante el descuido pastoral en que están ciertas parroquias, de-bemos afirmarnos en la convicción que la parroquia es un instrumento fundamental para la nueva evangeliza-ción y para la transformación del mundo. La parroquia, comunidad de discípulos de Cristo que se congrega de forma organizada bajo la responsabilidad de un minis-tro ordenado, es la expresión normal y primera de la vida cristiana y del itinerario para madurar en la fe. Ella es una comunidad en la cual y con la cual Cristo recon-firma la presencia de Dios. A través de las parroquias, la Iglesia puede responder con fórmulas profundas y audaces a los dos grandes males de nuestra sociedad: la dicotomía entre fe y culturas y la ruptura entre fe y vida.

ALGUNOS CRITERIOS FUNDAMENTALES PARA LA RENOVACIÓN DE LAS PARROQUIAS

“La parroquia no es una mónada cerrada o una reserva exclusi-va de alguno por una repartición geográfica, sino una célula viva caracterizada por dos referencias imprescin-dibles: la Iglesia dioce-sana y el territorio en el cual vive.”

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La parroquia debe poner en el centro a Cristo. La pa-rroquia es el espacio para provocar y educar la fe en Cristo, hasta el punto que los fieles sientan a Cristo vivo y presente. Hay que hacerlo dentro de las debilidades y las fatigas cotidianas para creer y para entregarle la vida a Dios. Si la parroquia no logra poner las personas delante de la propuesta de Jesús no es cristiana; puede ser, más bien, un almacén de cosas de Iglesia. La fe debe darle gusto al vivir; Cristo es la clave para sentir-nos hijos de Dios y para caminar como hermanos. Esta-mos llamados a ofrecer la pasión por la vida con la mis-ma fuerza y compromiso con que proponemos el amor entre los hermanos. Deben crearse medios, entonces, para afrontar el sentido y las preguntas profundas de la vida; para abrir las personas, sin respuestas prefabrica-das, a acoger el primer anuncio con mayor empeño, a través de un proceso progresivo de iniciación cristiana. Esto exige, más que normas y ritos, llegar a sentir a Cristo vivo y seguirlo.

Las parroquias deben estar al servicio de la Palabra de Dios. Anunciar la Palabra de Dios y testimoniarla con la vida es una tarea fundamental de la parroquia. Cristo quiere, a través de las parroquias, continuar anuncian-do la Buena Noticia. La Iglesia vive de la Palabra, como vive de la Eucaristía. El anuncio de la Palabra despierta la fe y fructifica en las buenas obras. Sin un constante anuncio de la Palabra la fe se enfría, la moral se desvía, las organizaciones eclesiales pierden su sentido y la co-munidad se desintegra. Sería como un árbol que ya no recibe agua. Toda pastoral parroquial debe estar ins-pirada, motivada e impregnada por la Palabra de Dios (cf VD, 72-78). El anuncio y la acogida de la Palabra de Dios acontecen de modo privilegiado en la liturgia, con la proclamación de las lecturas y la homilía. Pero, en una parroquia, deben ser muchas las iniciativas al ser-vicio del anuncio de la Palabra de Dios en las diversas etapas de la vida de los fieles.

Es preciso trabajar por la santificación del pueblo. Des-de el Bautismo hemos sido hechos hijos de Dios, por eso estamos llamados a vivir una vida santa, como es santo el que nos llamó (cf 1 Pe 1,15). Esto implica una comunión constante con Dios, para hacer su voluntad. La Iglesia es la comunidad de los “santificados” por la gracia de Dios, llamados a vivir una vida santa y a san-tificar el mundo. El Vaticano II nos recuerda que todos estamos llamados a la santidad y que realizamos de

diversas maneras esta vocación (cf LG, 39-42). Las parroquias tienen la misión de proporcionar a todos los fieles los medios adecuados para vivir la santidad, me-diante el anuncio de la Palabra, la celebración de los sacramentos, especialmente la Eucaristía, la práctica de la oración, el cultivo de las virtudes cristianas y la vida comunitaria. Constituye una gran misión colaborar para que los fieles sean atraídos por Cristo, fuente de vida.

Hay que llegar a formar un pueblo sacerdotal y profé-tico. El sacerdocio más importante es el común. El fin del sacrificio de Cristo ha sido el de “inventar” el sacer-docio común. El sacerdocio común, que es el de todos incluidos los ministros ordenados, es un sacerdocio existencial, que da la capacidad de ofrecer sacrificios de alabanza, de volver la propia vida una ofrenda a Dios. El sacerdocio ministerial es un sacerdocio de me-diación; la mediación indispensable y única de Cristo para encontrar al Padre, que sacramentalmente hacen presente el obispo y el presbítero. Estos dos sacerdo-cios son queridos por Cristo y están profundamente unidos y cuanto más se integran tanto mejor se hace la comunión y el crecimiento de la Iglesia. No son los laicos los que ayudan al presbítero creyendo que sólo a él le corresponde salvar el mundo; es el presbítero quien ayuda a los laicos para que asuman la vida nueva que trajo Cristo y cumplan la tarea de llegar a todos los ambientes con el anuncio del Evangelio. La parroquia es entonces una comunidad de bautizados que se ha-cen ayudar de los presbíteros para vivir la belleza de la vida cristiana, la fuerza de la comunión y la alegría de la misión. Esta es la Iglesia del Nuevo Testamento a la que deben convertirse las parroquias.

Darle toda su primacía al amor. La caridad no puede ser sólo uno de los empeños de la parroquia, sino su profunda realidad. Es en el amor donde se ve la voca-ción esencial de la Iglesia. Mientras no nos amemos el mundo no va a creer que Cristo es el enviado del Padre (cf Jn 17,21), no estaremos en la verdad (cf 1 Jn 3,19), no contaremos con nuevos discípulos (cf He 2,47). Cris-to continúa siendo el Buen Pastor que conoce sus ove-jas, las llama por su nombre y las conduce, a través de la Iglesia, su comunidad pastoral en el mundo. Por eso, la parroquia debe ser el lugar de acogida de todos, de atención especialmente a los que sufren, de búsque-da de los alejados. La parroquia debe ser un signo de Cristo que reúne, llama, guía, defiende, ama y entrega la vida por todos (cf Ez 34; Jn 10). La caridad debe ser

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personal pero también comunitaria y organizada para que pueda responder a tareas concretas como la pro-moción de la dignidad de la persona, la defensa de los derechos humanos, la difusión de la doctrina social de la Iglesia, la formación sólida de personas para el lide-razgo político y social, la buena administración de los recursos. Por tanto, de una parte, es necesario acre-centar la fraternidad entre los miembros de la parroquia y cuidar la unidad profunda con la Iglesia universal y particular; y, de otra, debe haber diversos servicios or-ganizados de caridad e iniciativas de solidaridad para ayudar especialmente a los pobres.

Las parroquias trazan su camino en oración y discer-nimiento. La fidelidad al Evangelio exige ver, analizar y juzgar las diversas situaciones que vivimos, recono-ciendo en ellas los signos de la presencia de Dios y, por tanto, las opciones que se deben seguir para llevar una vida personal y comunitaria de acuerdo con la vo-luntad de Dios. En este discernimiento vivió Nuestro Señor Jesucristo que no quería sino seguir el proyecto del Padre (cf (Mt 6,10; 7,21; 12,50; 26,42). Igualmen-te la primitiva comunidad cristiana, que había recibido el encargo de discernir los signos de los tiempos y de dejarse guiar por el Espíritu, tuvo que mantenerse en oración y en discernimiento para clarificar el designio y la voluntad de Dios sobre ella. San Pablo exhorta a sus comunidades a un permanente discernimiento y les enseña los criterios para conocer lo que Dios quiere (cf 1Cor 14; Gal 5,14-22; 2Cor 12,12). El Concilio Vaticano II enseña que “para cumplir su misión es deber perma-nente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda res-ponder a los perennes interrogantes de la humanidad” (GS, 4). Por consiguiente, las parroquias deben buscar permanentemente en la oración y el discernimiento lo que Dios quiere en cada tiempo y lugar para sus hijos.

Mantener una opción preferencial por los jóvenes. Hoy las parroquias deben tener como una de sus más hon-das preocupaciones la de comunicar la fe a los jóvenes y promover las vocaciones. No se les puede ofrecer a los jóvenes sólo la participación en la Eucaristía, sino también una red de relaciones, espacios de encuentro y propuestas pastorales que respondan a sus inquietu-des y necesidades. Hay que proporcionales “puentes” entre la Iglesia y el mundo, entre su vida y la comuni-

dad cristiana. Esto exige lugares apropiados, dinámicas especiales y sobre todo laicos bien formados para ser apóstoles de la juventud. Dentro de este acompaña-miento es necesario ayudarles a descubrir su puesto y su misión dentro del plan de Dios y dentro de la Iglesia, llamándolos abiertamente a optar por el ministerio sa-cerdotal, por la vida religiosa o por el compromiso apos-tólico como laicos. De un modo especial, hay que pre-sentarles la importancia y la santidad del sacramento del matrimonio y de la vida familiar.

Construir parroquias abiertas a todos. La parroquia no es una mónada cerrada o una reserva exclusiva de alguno por una repartición geográfica, sino una célula viva caracterizada por dos referencias imprescindibles: la Iglesia diocesana y el territorio en el cual vive. Está llamada por su misma naturaleza a ponerse en diálogo con todas las fuerzas evangelizadoras y sociales pre-sentes. También la Iglesia puede volverse una comu-nidad líquida, que toma la forma del recipiente, una co-munidad estética de almas selectas y solitarias que se hacen indemnes a los riesgos de la compleja sociedad en que vivimos, una comunidad aséptica que no asume responsabilidades éticas y compromisos frente a los demás. Algunos incluso se dedican a crear la propia co-munidad para salvarse ellos y los de su misma catego-ría. Es lícito preguntarnos si tenemos laicos dedicados a la comunidad de todos, a la simple experiencia del pueblo de Dios, que reúne toda clase de personas de todas las condiciones sociales y culturales. Podemos preguntarnos si está desapareciendo en los proyectos pastorales el laico “común” que puede realizar su vida cristiana dentro de la realidad cotidiana y la pertenen-cia a su parroquia. Es preciso abrir espacio a todas las personas para que puedan encontrar la experiencia de la fe allí donde viven sin tener que buscar asociaciones elitistas y especiales. Una parroquia católica debe aco-ger a todo el mundo y tener propuestas pastorales y oportunidades para todos. La acogida no es un hecho espontáneo sino querido y programado. Los fieles de-ben ver la parroquia como una ventana sobre toda la Iglesia y sobre el mundo entero.

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LA NOTICIA DEL DOMINGO

Por: Pablo Andrés Palacio Montoya, Pbro.

“En esta entrega concluimos el recorrido cuaresmal: el segundo Domingo, con la Transfiguración como eje central, nos recuerda que Jesús es Dios solidario con el sufrimiento humano; una sema-na después seremos llamados a vivir un culto coherente en cuanto donamos la vida a los demás. El cuarto Domingo, por su parte, nos recuerda la condescendencia divina pues, siendo pecadores, el Padre nos entregó a su Hijo para que tengamos vida eterna. En-trega sacerdotal y Nueva Alianza serán los temas esenciales en el Quinto Domingo, preparándonos así a vivir la Pascua”.

1 Las otras nueve son: 1) emigración del país y separación de su familia (12,1 – 4. 7). 2) viaje peligroso por Egipto (12,10 – 13,1). 3) Concesión a Lot (13,2 – 18). 4) Rescate de Lot (caps. 14 y 15). 5) Peligro del hijo de Agar (caps. 16 y 17). 6) La prueba de la circuncisión (18,1 – 15). 7) Lot en peligro por la maldad de sus conciudadanos (18,16 – 19,29). 8) Abraham de nuevo en peligro a causa de un rey extranjero (20,1 – 27,7). 9) Nacimiento de Isaac y expulsión del primogénito (21,8 34).

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

Génesis 22, 1 – 2. 9a. 10 – 13. 15 – 18

Este relato es paradigmático ya que Abraham, en cuanto padre fundador de Israel, debe en-

tregar confiadamente toda su vida y su futuro a Dios. La tradición rabínica (es decir, la interpreta-ción posterior de los textos bíblicos por parte de los escribas) habla de diez pruebas por las que debió pasar el Patriarca, la última de las cuales se nos presenta hoy en la lectura1. De ahí en ade-lante, lo único que le queda por hacer es comprar un terreno para la sepultura de Sara y encontrar una esposa para Isaac. ¿Cómo es posible que el Patriarca pudiese ofrecer su hijo único, el depositario de las promesas divinas? Lo más interesante es que él mismo sabe que si Dios fue capaz de darle un descendiente en la vejez, ahora será capaz de librarlo de la muerte: quien puede lo poco, puede lo mucho; por eso, a la pregunta del pequeño el padre responde: “Dios proveerá”, prueba de que pone todo en manos de Dios, tanto así que al final la montaña será llamada “Yhwh se ocupará” (v. 14). La escena concluye diciendo que Abraham encuentra un carnero para ofrecerlo en lugar de su hijo. El sacrificio de niños, práctica habitual en Ca-naán y en las colonias fenicias del norte de África, se llegó a practicar incluso en Israel como medio de aplacar la ira divina en tiempos difíciles, tal como

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aparece en 2 Re 16,3; Miq 6,7, o en el relato de la hija de Jefté (Jue 11). Ahora bien: Israel admitía que los primogénitos pertenecían a Dios (Ex 13,11- 16), pero se les podía redimir mediante un sacrifi-cio alternativo, cosa propuesta por el Señor en este texto, hecho que demuestra la total oposición divina a las prácticas cananeas. Vemos, entonces, cómo en el monte don-de se daría culto a Dios años más tarde, Dios Padre encontró complacencia en la obediencia y fe de Abrahán, evitando que sacrificara su hijo; del mismo modo, en otro monte, dirá el Evangelio de hoy, la voz del Padre testificará a favor de la entrega de su Hijo Amado.

Salmo (116) 115 Proclamamos hoy la segunda parte de este himno (vv. 12 – 19), cuyo eje central es una gozosa liturgia de acción de gracias en la que se bendice a Dios por-que ha cambiado la penosa situación descrita por el orante en los vv. 3 al 11. Todo comienza con un reconocimiento de aquello que Dios ha obrado en la vida del salmista y se habla de “beneficios”: este sustantivo en hebreo, proveniente de la raíz “gml” indica sobre todo la ac-ción salvífica del Señor en la historia del pueblo. La gratitud se enmarca en un sacrificio de acción de gracias (v. 17), al cual seguía un banquete; por eso se habla de “la copa de la salvación”. El orante se siente movido a “invocar el nombre del Señor”, hecho ya mencionado en el v. 4; pero mientras allí se trataba de una súplica estando ya cercano a la muerte, ahora se trata de celebrar que su presencia lo ha salvado. Es por eso que la gratitud se mueve en dos direcciones:

En el v. 15 encontramos un resumen de todo el sal-mo: el orante, que parecía un moribundo, ha sido salvado y comprende que Dios no quiere la muerte del justo, ya que no escucharía más su alabanza.Después de haber sido arrebatado del terrible amo, que es la muerte, el orante se transforma en siervo del Señor, tal como era costumbre para los hijos de esclavos ya al servicio de un dueño. Su más ardiente deseo es consagrar su vida por en-tero a Aquel que le ha dado nuevamente la vida.

Es posible deducir que el salmista personi-fica al pueblo de Israel que ha pasado de la muerte a la vida, de la esclavitud (“rompiste mis cadenas”) a la libertad y que a partir de aquel momento llega a comprender que su vida depende sólo de Dios, su único Señor, su único amo. La experiencia de la vida recobrada, de la cual la Pascua es el más grande signo, es lo que nos debe mover a dar la vida por los demás, de modo que muchos moribun-dos tengan aún esperanzas de alabar a Dios por todo el bien que les ha hecho.

Romanos 8, 31b – 34 Recordemos, a modo de introducción, aquello que decíamos el Domingo XIV (ciclo A): “si los capítulos 1 al 4 de esta carta insisten en el aspecto teológico (justicia divina y fe como medio para alcanzarla), la perspectiva de Romanos 5 – 8 es más soteriológi-ca, en cuanto describe el “status” presente y futuro de los bautizados, es decir, de quienes han logrado la justificación por la fe. Esta nueva sección pre-tende demostrar su estar EN y CON Cristo gracias al don del Espíritu Santo. Ahora bien: tras haber analizado diversos aspectos de la vida nueva en unión con Cristo y su Espíritu y las razones que proporcionan una base para la esperanza cristiana, Pablo concluye esta sección con un pasaje cuyo tema central es el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. A nivel retórico, llegamos a la “perora-ción” del discurso (vv. 31 – 39), donde siempre encontramos dos recursos: la amplificación y la re-capitulación. Todo se presenta en lenguaje jurídico: el Apóstol afirma que en el plan salvífico de Dios Él está de parte de los creyentes, de quienes ha pronunciado sentencia favorable y por eso no se podrá esperar en lo sucesivo nada diferente: nada ni nadie los podrá condenar. De ahí que las pregun-tas formuladas en los vv. 33 – 35 son retóricas, es decir, aquellas de la que no se espera respuesta, o cuya respuesta se da por descontada. En pocas palabras: ninguno de los peligros o aflicciones de la vida, nadie, absolutamente nadie, pueden hacer que el verdadero cristiano olvide el amor de Cristo dado a conocer en su muerte y resurrección. De esta forma, teniendo en cuenta la primera lectura y

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el Evangelio de hoy, anticipamos la bellísima fra-se que escucharemos el próximo Domingo: «tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 13,16).

Marcos 9, 2 – 10El texto que hoy proclamamos exige, para ser comprendido, entenderse dentro de su contexto inmediato: Jesús se dirige a Jerusalén a entregar su vida y en el camino, como Maestro, enseña cuál ha de ser la actitud de quien quiera seguirle. En Cesarea de Filipo había rechazado ya la tentación que Pedro le proponía de escapar al sufrimiento (8, 31 – 33) y había enseñado a los discípulos y a la gente sobre la necesidad de cargar con la cruz e ir detrás de sus huellas (8, 34 – 38). En otras pa-labras: “El relato de la transfiguración se entiende –en relación de contraste– a la luz del anuncio de la cruz. La pausa de los seis días señala un espa-cio de tiempo para acoger y asimilar lo anterior”2. Queda clara la intención de mostrar a Je-sús como Dios verdadero por medio del cambio de aspecto y sus vestidos; pero lo que no se lograba entender era cómo Dios pudiese sufrir. Decíamos hace dos años, a propósito del relato lucano, que el anuncio de Jesús sobre su pasión resultaba es-candaloso para sus discípulos, de modo que era necesaria una sanción divina, preparada ya por la presencia de dos personajes insignes del Antiguo

Testamento. Veamos:

La figura de Elías, esperado para preparar la venida del Mesías (Mal 3, 23 – 24), enseña que el tiempo escatológico ya ha comenzado.Moisés, por su parte, representa el profeta es-perado (Dt 18,15) que asumiría las funciones del libertador de Israel3. Entendidas así las cosas, Elías y Moisés testifican a favor de un Mesías-Profeta sufriente; pero la voz del Padre va más allá y declara, no sólo la validez del asumir la Cruz con el impera-

tivo de la escucha (v. 7), sino que “entroniza” a Jesús, presentándolo como verdadero Rey: en efecto, expresiones como “éste es” o su corres-pondiente “tú eres” eran empleadas en el antiguo oriente dentro del ritual del rey4. La ratificación del anuncio de la Pasión es más que evidente; sin embargo, Pedro, quien había ya mostrado su inconformismo frente a esta realidad, de nuevo quiere “retener la bien-aventuranza celestial”, defendiéndose de nue-vo contra la necesidad de entregar a vida. Este apóstol representa el ansia de todos nosotros de escapar del sufrimiento y llevar una vida cómoda; pero el Maestro será enfático: todo aquel que quiera ser su discípulo ha de aprender a seguirlo optando por la Cruz, negándose a sí mismo para hacer de su vida, como afirma Be-nedicto XVI5, una existencia “para”.

TERCER DOMINGO DE CUARESMA

Éxodo 20, 1 – 17Para comprender el sentido del Decálogo es nece-sario leerlo desde la frase divina que introduce las normas: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud» (v. 2). Este presupuesto nos indica que los preceptos que van a ser estipu-lados no consisten de ningún modo en una carga pesada, sino que son el signo distintivo del compor-tamiento de un pueblo que acaba de ser liberado. En palabras de Sicre: “Para comprender el decálogo hay que situarse en el contexto de una sociedad que lu-cha por establecer estos valores como norma esen-cial de convivencia. Es la carta magna de la libertad y la justicia, del respeto a la persona, enmarcada por el supremo acto de justicia y de liberación realizado por Dios en Egipto. Es la forma concreta de que el pueblo no vuelva a caer en una esclavitud mayor y peor que la anterior”6. Vamos a hacer un breve comentario al Decálo-go, teniendo en cuenta los dos aspectos fundamentales que trata: la relación con Dios y con el prójimo:

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2 Cf. HERNÁN CARDONA y FIDEL OÑORO en su ya citado comentario a Marcos”, p. 73.3 El año pasado decíamos a propósito de esta figura en el relato mateano: “Moisés designó a Josué para hacer entrar al pueblo en la tierra prometida (Dt 31, 7-8); no en vano, “Josué” y “Jesús” son el mismo nombre, el primero en hebreo y el segundo en arameo. Así pues, Moisés confirma que la Pasión constituye el verdadero paso del Jordán, para hacer entrar al hombre en la verdadera tierra”.4 Cf. J. GNILKA. “El Evangelio según San Marcos” Vol. II. Salamanca, Sígueme 2005, p. 40.5 En su obra Jesús de Nazaret: desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección. Santa Fe de Bogotá, Planeta 2011, p. 160.6 En su obra “Introducción al Antiguo Testamento”, Estella, Verbo Divino 2000, p. 119. Véase igualmente el Catecismo de la Iglesia Católica, numeral 2057.

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7 Para una visión objetiva de este mandamiento, se recomienda leer los numerales 2129 – 2132 del Catecismo de la Iglesia Católica.

Los mandamientos que se refieren a Dios tienen como originalidad el monoteísmo -que comienza a surgir en la mentalidad del pueblo- y el hecho de no utilizar imágenes, aspectos que contrasta-ban con las costumbres de los pueblos circun-dantes. Esta última prohibición hunde sus raíces en el peligro de pretender manipular a Dios, al mismo tiempo que salvaguarda su trascendencia7. Así, porque Dios amó primero a Israel e hizo alianza con ellos, los primeros mandamientos dejan claro que no es posible vivir en libertad si se permanece de espaldas a Aquel que los sacó de la esclavitud.Los seis mandamientos restantes pretenden inculcar el absoluto respeto por el prójimo en todas sus dimensiones: su vida, intimidad ma-trimonial, su libertad, derechos en la comuni-dad jurídica y sus posesiones. ¿Qué sentido tendría haber sido liberados de los opresores egipcios para continuar haciendo lo mismo con los propios hermanos? La Ley fue el emblema de Israel, fue lo único que subsistió luego de la destrucción del templo en el 70 d.C. y la columna vertebral del judaísmo hasta nuestros días; se trata de pre-ceptos buenos y nobles, (tal como lo demues-tra el salmo de hoy) y que con el paso de los años fueron reinterpretándose, adaptándose a nuevas circunstancias. Pero nosotros hemos recibido de Jesús el paradigma hermenéutico de la Ley, cuando dio a entender que el amor es su plenitud (Mt 22, 37 – 40): Él, como dice Juan en el Evangelio de hoy, enseñó que sólo se es verdaderamente libre (esencia del Decá-logo) cuando, asumiendo un culto coherente, se es capaz de entregar la vida a los hermanos como el Cordero inmolado.

Salmo 19 (18) La primera parte de este salmo (vv. 1 – 7) es un “himno al sol”, en el que éste, junto con la crea-ción entera da gloria a Dios. Hoy proclamamos la segunda parte (vv. 8 – 15), el “himno a la Torá” que resalta su inmenso valor en la vida de todo israelita piadoso.

El himno comienza (v. 8) calificando la Ley: es “perfecta”, adjetivo que en hebreo reclama la circularidad del ser en su integridad; se dice ade-más que beneficia el alma en cuanto literalmente “la hace regresar” a Dios. La Ley renueva, restau-ra, y en ese sentido es “descanso del alma”, tal como propone la traducción litúrgica. El mismo v. 8 comienza la lista de sinónimos de la Torá: allí encontramos “el testimonio del Señor”, que refiere el empeño divino en su fidelidad a la alianza: la Ley recuerda que el pueblo está llamado a responder a la fidelidad divina. El v. 9 especifica la Ley en cuanto a sus normas, calificándolas como “rectas” y “puras”, si-nónimos de la perfección ya mencionada en el v. 8. El v. 10 nos habla de la “voluntad de Dios”, que es ante todo límpida: aquello que Él quiere no tolera la falsedad: Él ha sido fiel, y espera la misma respuesta de sus hijos. Concluye el himno a la Torá con una estro-fa (v. 15) en la que se pone de relieve la actitud del siervo que sólo desea hacer la voluntad de Dios; tal persona, no busca en su vida sino agradarle con sus pensamientos y palabras. Todos los atributos de la Ley presentados en este salmo no pretenden sino convencer sobre su importancia y trascendencia: cumplirla a pleni-tud constituye el medio más efectivo para respon-der con fidelidad a quien ha amado primero libe-rando de la esclavitud.

1 Corintios 1, 22 – 25 En los vv. 10 – 17 de este capítulo Pablo ha aborda-do un grave problema de la comunidad: los corin-tios habían llegado a exagerar la importancia de la persona que administraba el bautismo, ya que pensaban que se convertían automáticamente en discípulos suyos para crecer con su sabiduría, he-cho que generó fuertes divisiones. El Apóstol deja claro que su misión, más que bautizar es evangeli-zar (este fue el encargo recibido del Salvador: Gal 2, 15 – 16) y no desde la elocuencia, con la que no había logrado nada en Atenas, sino desde la Cruz de Cristo. Encontramos aquí uno de los gran-des núcleos de la teología paulina: el camino que Dios ha elegido para revelarse es completamen-

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8 Las otras las encontramos en 6,4 y 11,55.9 JUAN MATEOS – JUAN BARRETO, “El Evangelio de Juan: Análisis Lingüístico y Comentario Exegético”, Madrid, Cristiandad 1982, p. 168.

te contrario a la sabiduría humana, ya que se ha manifestado en la humillación y en el abajamiento, aspectos incomprensibles para los judíos, que no aceptaban un Mesías sufriente, y para los griegos, que no toleraban ver un Dios impotente ante el do-lor. He ahí, pues, la originalidad de la predicación cristiana: en el crucificado, aparentemente venci-do, repugnante a la vista, muerto como si perte-neciese a lo más bajo de la sociedad, en Él, Dios ha mostrado todo su poder. Vistas las cosas desde esta perspectiva, la Cruz es el signo más evidente de la gracia: en ella Dios ha desbordado todo méri-to humano y ha demostrado, lo dirá el mismo Pablo escribiendo a los Romanos, que “siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros” (5,8). Continuemos, pues, nuestro camino cua-resmal con la mirada puesta en la Cruz, signo de la solidaridad divina en el dolor y sufrimiento humano, signo incluso paradójico para nuestro mundo, ya que, mientras este propone un egoísmo absoluto como camino de libertad, el Salvador nos enseña a ser verdaderamente libres cuando nos clavamos a la Cruz.

Juan 2, 13 – 25Una vez se ha mostrado en Caná de Galilea como el Mesías que inaugura el gran banquete escatoló-gico (2, 1 – 11), Jesús llega a Jerusalén durante la primera de las tres Pascuas que presenta Juan8. Esta indicación temporal es decisiva para com-prender el texto que hoy proclamamos, ya que todo gira en torno a dos realidades celebradas en dicha fiesta: la liberación de Egipto y la inmolación del cordero. Veamos:

El culto del templo, institución antiquísima, tenía como finalidad propiciar el encuentro con Dios, ya para pedir perdón (holocaustos), ya para dar gracias (sacrificios de comunión), o bien, para ofrecerle los frutos de las cosechas. Pero es también un dato cierto que muchos profetas le-vantaron su voz en contra, no sólo de la incohe-rencia, sino también del enriquecimiento de la clase sacerdotal (Is 1, 11 – 17; Mal 1 – 2). Es en esta misma línea que ha de situarse la de-

nuncia de Jesús: la casa del Padre se ha con-vertido en un mercado (v. 16), donde lo único que interesa es el dinero, donde se desfigura totalmente la imagen divina: “el lugar donde Dios debería manifestar su gloria, su amor fiel al hombre, es un lugar de engaño y de abu-so”9. Presentadas así las cosas, el mesianismo anunciado en Galilea es manifestado ahora claramente en Jerusalén: para cualquier cono-cedor del AT la expulsión de los comerciantes es una notoria alusión a Zc 14,21 («ya no habrá mercaderes en el templo del Señor») donde se habla del Día del Señor; pero por otra parte, al designar el lugar sagrado como “la casa de mi Padre”, Jesús se entiende como Hijo, haciendo referencia a Salmo 2,7. El mensaje, pues, no se presta a equívocos: los tiempos nuevos han llegado, tiempos en los que el Mesías propone un nuevo éxodo en cuanto al culto; Israel ha de liberarse (Pascua) de la esclavitud a la que lo ha llevado la clase dirigente y purificar su rela-ción con Dios.Los vv. 18 – 22 nos presentan el otro elemento de la Pascua: el Cordero. En efecto, cuando los dirigentes, que sienten amenazado el po-der piden a Jesús mostrar sus credenciales, Él hace referencia a su entrega: «destruid este templo y en tres días lo reconstruiré» (v. 19). En el v. 14 se hablaba del templo en tér-minos generales como “hierón”, pero aquí se emplea la palabra “naós”, haciendo referencia al recinto sacro que simbolizaba la presencia de Dios. Así, Jesús no sólo se presenta como Mesías, sino como Dios mismo, que no busca poder ni beneficio a costa de otros, como las autoridades judías, sino que manifiesta su glo-ria entregando la propia vida. De esta forma, los sacrificios del templo son sustituidos por el único sacrificio del Cordero de Dios, en Quien se ha mostrado la sabiduría y el poder de Dios (segunda lectura).

En este Domingo hemos meditado en nuestra re-lación con Dios cuyas mediaciones, para el pueblo de Israel eran la Ley (primera lectura y salmo) y el culto en el templo (Evangelio). Avanzando, pues,

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en la Cuaresma, hagamos el propósito de vivir una verdadera adhesión a Él, en la medida en que nuestras prácticas de fe eviten todo mecanismo o simple cumplimiento y puedan así trascender has-ta el punto de presentar la vida como ofrenda.

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

2 Crónicas 36, 14 – 16. 19 – 23Dos grandes compendios de la historia de Israel sobresalen en el AT: la llamada “Historia Deute-ronomista”, a la que hemos hecho referencia en comentarios precedentes, y la “Historia Cronista”, cuyo final hoy proclamamos. Si bien esta última, escrita al comienzo de la dominación griega (300 a.C.) modifica y hace retoques a la primera10, la referencia al exilio es casi el mismo en cuanto a sus causas: la infidelidad y los pecados de Israel (vv. 14 – 16. Cf. 2 Re 24, 2 – 4). Sin embargo, el optimismo cronista con respecto los años posterio-res es mucho más evidente que en 2 Reyes, donde simplemente se dice que el rey Joaquín, aún en el exilio, gozaba de privilegios brindados por los ba-bilonios (25, 27 – 30). La lectura de hoy nos brinda un panorama mucho más alentador, narrando la liberación obrada por Ciro y el regreso a Palestina, hecho que no es extraño a esta narración, cuyo ambiente vital, caracterizado por un gobierno ex-traño –aunque no hostil como ocurrirá años más tarde– ha hecho nacer la esperanza y el deseo de ver consolidada a perpetuidad la casa de David, al mismo tiempo que propone el culto del templo como señal inequívoca de fidelidad al Señor, que los ha liberado. La experiencia del destierro a Babilonia, tal como se deduce del salmo de hoy, marcó profundamente la fe de Israel11 suscitando en algunos –no en todos– conversión y esperanza, aspectos que llegarán a plenitud en la obra re-dentora de Jesús, Quien, según el Evangelio de hoy, no sólo nos invita a salir de las tinieblas a la luz, sino que constituye la prueba de amor más grande de Dios hacia sus hijos.

Salmo 137 (136) Tres partes componen este lamento de los deste-rrados: la primera tiene como fondo los ríos de Ba-bilonia (vv. 1 – 4); la segunda recuerda Jerusalén (vv. 5 – 6) y la tercera, volviendo a Babilonia, se desencadena en una gran imprecación contra los enemigos (vv. 7 – 9). Vamos a observar el hilo transversal de las dos primeras estrofas –propues-tas por la liturgia hoy–: el recuerdo de la ciudad donde Dios ha colocado su sede12. Tengamos presente que no todos los exi-liados fueron fieles a Dios: algunos cayeron en el desespero, pensando que todo había terminado; otros encontraron nueva patria en Babilonia, adap-tándose a su religión, olvidando así al Señor; pero encontramos un grupo que permaneció fiel en medio de las adversidades: son ellos quienes han compuesto esta lamentación. La nostalgia de Sión es, pues, fundamen-tal, ya que involucra la mano, la lengua, el pala-dar, la voz, la alegría, la mente, las lágrimas. Es interesante cómo en el v. 5 se esperaría primero la parálisis de la mano derecha antes que olvidar a Jerusalén, cosa que era factible, no sólo por lo que hemos comentado atrás, sino por el contraste entre las aguas de Mesopotamia y el árido paisaje de Judea. Ahora bien: la mano es necesaria para tocar las cítaras, pero estas ya están colgadas a los sauces (v. 2): su suspensión a los árboles representa la “suspensión” del sonido, cosa que se hacía en caso de luto. Otra imagen similar viene presentada en el v. 6: la lengua, indispensable para el cantor, debe-ría pegarse al paladar si el fiel israelita llegase a olvidar la ciudad sagrada, fuente única de la vida y de la alegría. Pero ahora no es tiempo de cantar! Los cantos de Israel no son folclor, sino oración y sólo en la libertad del culto de Sión podrán elevar-se al cielo; es por eso que en vano los carceleros ba-bilonios tratan de violentar el silencio de desolación.

10 Por citar algunos ejemplos, el Cronista hace una introducción remontándose a Adán, se ve poco interesado por los reyes del Norte y omite muchos aspectos negativos de los reyes de Judá, especialmente de David, quien se destaca por su santidad.11 Lo afirmábamos también a propósito del relato del diluvio el 1er Domingo de Cuaresma.12 Para la tercera parte, difícil de interpretar, remitimos a la ya citada obra de RAVASI “Una Comunidad lee los Salmos”, pp. 518 – 519, texto que seguimos muy de cerca para este comentario.

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Efesios 2, 4 – 10Esta exhortación, así como aquella dirigida a los colosenses, aborda un tema espinoso que causó gran impacto en las nacientes comunidades cris-tianas: la relación entre los judíos y gentiles que se habían convertido al cristianismo. La dificultad es que éstos últimos tendían a ser despreciados por aquellos que se sentían con mejores derechos al ser herederos de las promesas hechas a los pa-dres. La “purificación” de estas relaciones, tratada por Pablo en 2,11 – 21, será preparada en el tex-to que hoy proclamamos, que se enmarca en una gran sección denominada “la revelación del miste-rio de Cristo” (caps. 2 – 3). La similitud de los vv. 1 – 10 con Rm 5 se fundamenta sobre todo el en vocabulario que con-trapone el pecado a la gracia. El autor comienza haciendo referencia a la antigua situación pecami-nosa de los paganos convertidos (vv. 1 – 2), pero al utilizar el “nosotros” en el v. 3 va más allá, situándose en la categoría de los fieles a la primera alianza, que no aventajaban en nada a los otros, ya que vivían como esclavos de sus pasiones. Un tema parecido había tratado también Pablo en Rm 1 – 3, donde dejaba claro que tanto gentiles como judíos eran pecadores. Ahora bien: habiendo establecido este pre-supuesto y antes de llamar a la unidad, el autor va a dejar claro que la salvación en Cristo es gracia di-vina. En efecto, los vv. 4 – 7 insisten en que la vida nueva de paganos y judíos brota de su adhesión a Cristo13, mostrando así que la acción divina es ya una realidad en los creyentes; pero los “agracia-dos” han de mostrar en la vida el don recibido, por medio de obras concretas (vv. 8 – 10), entre ellas la anhelada unidad, de la que se ocuparán los vv. 11 – 22. Qué amor tan grande el de Dios para con nosotros! No sólo ha perdonado nuestros pecados14, sino que nos ha regalado la comunión con Él por medio de su Hijo, tema central del Evangelio.

Juan 3, 14 – 21 Luego de la manifestación mesiánica de Jesús en el templo de Jerusalén, donde ha anunciado la sustitución del santuario por su propia persona (2,

13-17), pasa Juan a exponer la reacción, en pri-mer lugar del pueblo en general, (vv. 18 – 21) para llegar en un segundo momento a la reacción de los hombres del gobierno y de la Ley, representa-dos en Nicodemo, quien de hecho es un notable (“árjōn”) entre los judíos. Este, como fiel seguidor de la Ley, ve en Jesús al Mesías-Maestro (v. 2) enviado por Dios para establecer su reinado según la estricta observancia de los preceptos mosaicos; pero el Salvador cambia su perspectiva y le ense-ña que el único camino de salvación es la capa-cidad de amar, y de ello dará cuenta el texto que hoy proclamamos. Resultará sorprendente, pues, para la mentalidad judía en general y para los fa-riseos, que el Mesías esperado sea levantado en alto (vv. 14-15, clara alusión a la Cruz, culmen de “la hora de Jesús”), tanto así que la imagen del Pa-dre aquí presente no puede sino aludir a aquella de Abrahán, capaz de desprenderse de su hijo Isaac (Gn 22, texto del segundo Domingo de Cuaresma). Analicemos en forma breve dos realidades trascendentales: la iniciativa de Dios (vv. 16 – 17) y la respuesta humana (vv. 18 – 21)

Jesús es el don (verbo “dídōmi: “dar” en el v. 16) del amor de Dios a la humanidad; Él ha sido enviado (v. 17: verbo “apostéllō”) con una finalidad concreta: entregar la salvación sin discriminación alguna a todo el que se adhiera a su persona, sea de Israel o no. Observemos cómo las expresiones “tener vida eterna”, “no perecer”, “salvarse”, muestran que la intención divina excluye cualquier intervención negativa o exclusión.Según el v. 18, corresponde al ser humano, en su libertad, aceptar o rechazar lo que Dios ha hecho para salvarlo. Nicodemo pensaba que no era posible nacer de nuevo (v. 4); Jesús le enseña que la decisión está en sus manos. Es por eso que los vv. 18 – 21 vuelven sobre la oposición luz-tinieblas ya esbozada en el pró-logo. ¿Qué es, en el fondo, aceptar la luz y rechazar las tinieblas? Teniendo en cuenta el contexto de todo el relato, no es otra cosa sino asumir en la vida la misma actitud de Jesús, es

13 Hay que resaltar, que desde el texto griego, esta idea es evidente por el repetido empleo de las preposiciones “con” (syn) y “en” (en) para designar dicha realidad.14 Siguiendo la temática de la primera lectura y el salmo podríamos decir que “nos ha liberado de nuestro exilio”.

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decir, aprender a “dejarnos levantar” por amor a los hermanos. He ahí, pues, el verdadero camino de la libertad, de la liberación del exilio: depender sólo de Dios y optar por una donación sin límites.

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

Jeremías 31, 31 – 34La misión del profeta durante sus cuarenta años de ministerio no fue nada fácil, tal como comen-tábamos el Domingo XXII (Ciclo A) a propósito de “las confesiones”. Debido a la terquedad de sus gobernantes, Israel se disponía a ir al exilio; todo parecía perdido. Y no faltaban –lo hemos repeti-do numerosas veces con respecto a Ezequiel– quienes consideraban injusto el proceder divino, repitiendo a más no poder el antiguo refrán: “los padres comieron uvas agrias y a los hijos les dio dentera” (31,29). Ahora bien: el profeta no se contenta solamente con ratificar el principio de la responsabilidad individual (v. 30), sino que va más allá, anunciando aquello que Dios es capaz de realizar por la salvación de sus hijos: una nueva alianza; en otras palabras: si el destierro a Babi-lonia era una realidad inevitable, el Señor promete a sus hijos rebeldes la restauración de sus relacio-nes: el ofendido perdona a los pecadores y les da esperanza. Observemos brevemente, pues, en qué consiste esta nueva alianza, que como veremos en el Evangelio, llegará a su plenitud en Jesús: El adjetivo de la misma, “nueva”, enfatiza que no es como la primera, aquella que comenzó con la salida de Egipto (v. 32)15. Dios los tomó de la mano, los sostuvo, los guió con paternal solicitud, pero ellos sólo quisieron emanciparse. No en vano desde la mis-ma experiencia del camino hacia la tierra prometida, la infidelidad de Israel experimentará un “crescendo” en la historia, salvo contadas excepciones de gober-nantes que, como Josías, impulsaron serias reformas religiosas. Pero la nueva alianza no sólo se contrapone a aquella en la que los antepasados de Israel se ca-racterizaron por su infidelidad, sino que implica dos elementos fundamentales, según los vv. 33 – 34:

Si en el éxodo el hecho de “tomar de la mano” remitía a un evento exterior, aquí se trata de uno interior: la Ley estará grabada en el cora-zón, para que nunca sea olvidada.Hay algo que será el distintivo de todo fiel is-raelita: el conocimiento de Dios, que desde la perspectiva bíblica implica una unión plena y total a Él, casi como afirmando que lejos de su presencia es imposible vivir. Qué mensaje tan actual para nuestra Cua-resma, que ya va concluyendo: Dios perdona nuestros pecados y nos entrega su alianza nueva sellada con la sangre de Jesús (segunda lectu-ra y Evangelio). Propongámonos, pues, vivir en fidelidad a Aquel que a pesar de nuestras fal-tas, no se cansa de ofrecernos su perdón y su amistad, elementos distintivos del salmo.

Salmo 50: remitimos al comentario hecho el Miér-coles de Ceniza.

Hebreos 5, 7 – 9 Hacia el año 80 d.C. las comunidades cristianas afrontaban una crisis severa, ya que algunos de sus miembros, venidos del judaísmo, no alcanza-ban a comprender cómo la simplicidad de la frac-ción del pan se contraponía a la majestuosidad y esplendor del culto judío que se celebraba en el apenas destruido templo de Jerusalén; y para au-mentar las dudas, ellos se cuestionaban sobre el sacerdocio de Cristo, ya que no pertenecía a la tribu de Leví, sino a la de Judá. Pues bien, estos creyentes debían ser iluminados al respecto, y fue por eso que se escribió el Sermón a los Hebreos, en el que a partir del c. 5 se explica la esencia del sacerdocio de Cristo, Quien pertenece a un orden nuevo y diverso de aquel de Leví: el de Melquise-dec. Ahora bien: la lectura que hoy proclamamos pretende introducir y presentar el tema en mención. El Papa Benedicto XVI afirma que Hb 5, 7ss es un texto similar al que los sinópticos nos regalan de Getsemaní, pero que se extiende hasta la misma crucifixión. Llama la atención el hecho de que el sufrimiento, expresado en “gri-

15 Tal como afirmábamos el Tercer Domingo de Cuaresma, el Decálogo (Ex 20, 1 – 17) fundamenta los preceptos desde la acción liberadora de Dios.

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16 Tal como afirmábamos el Tercer Domingo de Cuaresma, el Decálogo (Ex 20, 1 – 17) fundamenta los preceptos desde la acción liberadora de Dios.

tos y lágrimas” (v. 7) esté enmarcado en una ac-titud sin igual: la oración: «precisamente en su gritar, llorar y orar, Jesús hace lo que es propio del sumo sacerdote: Él lleva la zozobra del ser hombre hacia lo alto, hacia Dios»16. Hay en el Salvador, entonces, dos actitudes que lo constituyen sacerdote:

La mencionada función de “llevar ante Dios”, llevar a lo alto” (v. 7). El Cardenal Albert Vanhoye, citado por el Papa, afirma que la expresión “hacer perfec-to” (v. 9) aparece en el Pentateuco referido a la consagración sacerdotal.Qué misterio tan grande nos disponemos a ce-lebrar ya dentro de una semana: el Hijo de Dios aprendió a obedecer en medio del sufrimiento, pero fue escuchado por el Padre (v. 7), Quien, resucitándolo de entre los muertos, nos dio a entender en qué consiste su sacerdocio: no en ofrecer cada día víctimas por los propios peca-dos, sino ofrecerse a sí mismo para purificar nuestros pecados.

Juan 12, 20 – 33Vamos a acercarnos a este texto desde la pers-pectiva de Nueva Alianza y función sacerdotal de Jesús sugerida en las lecturas del día. Ya desde 11,55 se nos dice que se aproximaba la Pascua, motivo por el cual muchos peregrinos acudían a Jerusalén al menos con una semana de anteriori-dad para cumplir con las prescripciones legales de purificación. Comentemos en forma breve cuatro aspectos dignos de mención:

Unos extranjeros se acercan a Felipe y Andrés, los mismos que, según 1, 41 – 42. 45 permitie-ron que otros se encontraran con Jesús; llama la atención el hecho de que en este momen-to no tomen la iniciativa de hacerlo por cuenta propia, sino que decidan consultarlo primero a Jesús. Puede ser que aún no tuvieran claro que la salvación se ofrecía a todos los hombres.

Jesús responde con unas palabras en las que reconoce que “la Hora”, tema esencial del Evan-gelio, aquella anunciada en 2,4, ya ha llegado: en efecto, si tenemos en cuenta la cronología que ofrece el c.12 (vv. 1 y 12), nos encontramos a solo cinco días de su muerte en la Cruz! En este momento, ante la inminencia de su entre-ga, Él toma conciencia de que la muerte es la condición esencial para que el grano de trigo libere toda la energía vital que contiene. Así, los griegos que deseaban verlo descubren una respuesta tajante: todo aquel que quiera seguir a Jesús ha de aprender a estar donde Él está, ha de aprender a gastar la vida; en otras palabras: la experien-cia de encuentro con el Salvador ha de trascen-der la simple y llana curiosidad para entrar en la esfera del compromiso, del verdadero cono-cimiento, tal como lo anunciaba Jeremías. En este orden de ideas, la donación de la propia vida es la nueva ley inscrita en el corazón de quien desee servirle.Si en la segunda lectura hablábamos del “Get-semaní del Sermón a los Hebreos”, en los vv. 27 – 28 encontramos lo que algunos estudio-sos acostumbran llamar “el Getsemaní de Juan”: ciertamente no fue nada fácil para Jesús desprenderse de sí y asumir la opción del gra-no de trigo, la opción del sacerdote que se da a sí mismo como ofrenda; es por eso que, siendo consciente de su misión, se abandona en las manos del Padre.La respuesta del Padre está cargada de hondo sentido: tal como en la antigua alianza (Ex 19,19), aquí se escucha su voz como si fuese un true-no y ratifica la gloria divina, que se muestra en la paradoja de la humillación y la Cruz; en otras palabras: la fuerza de Dios se mostrará patente en la impotencia del crucificado, Quien será un signo claro del alcance de la Nueva Alianza, se-llada con su sangre, alianza en la que el príncipe de este mundo será derrotado.

Entrega sacerdotal de Cristo y Nueva Alianza consti-tuyen el eje transversal de esta domínica. Dentro de muy pocos días celebraremos la Pascua; disponga-mos nuestro corazón desde ahora para tratar de en-tender lo que Él ha hecho para salvarnos.

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MENSAJE DE CUARESMA 2012

“Ante un mundo que exige de los cristianos un testimonio renovado de amor y fidelidad al Señor, todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas obras (cf. Hb 6,10)”.

Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas

La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. En efecto, este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sa-cramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual.

Este año deseo proponer algunas reflexiones a la luz de un breve texto bíblico tomado de la Carta a los He-breos: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10,24). Esta frase forma parte de una perícopa en la que el escritor sa-grado exhorta a confiar en Jesucristo como sumo sa-cerdote, que nos obtuvo el perdón y el acceso a Dios. El fruto de acoger a Cristo es una vida que se des-pliega según las tres virtudes teologales: se trata de acercarse al Señor «con corazón sincero y llenos de fe» (v. 22), de mantenernos firmes «en la esperanza que profesamos» (v. 23), con una atención constante para realizar junto con los hermanos «la caridad y las buenas obras» (v. 24). Asimismo, se afirma que para sostener esta conducta evangélica es importante par-ticipar en los encuentros litúrgicos y de oración de la comunidad, mirando a la meta escatológica: la comu-nión plena en Dios (v. 25). Me detengo en el versículo 24, que, en pocas palabras, ofrece una enseñanza preciosa y siempre actual sobre tres aspectos de la vida cristiana: la atención al otro, la reciprocidad y la santidad personal.

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1. “Fijémonos”: la responsabilidad para con el hermano.

El primer elemento es la invitación a «fijarse»: el ver-bo griego usado es katanoein, que significa observar bien, estar atentos, mirar conscientemente, darse cuenta de una realidad. Lo encontramos en el Evan-gelio, cuando Jesús invita a los discípulos a «fijarse» en los pájaros del cielo, que no se afanan y son objeto de la solícita y atenta providencia divina (cf. Lc 12,24), y a «reparar» en la viga que hay en nuestro propio ojo antes de mirar la brizna en el ojo del hermano (cf. Lc 6,41). Lo encontramos también en otro pasaje de la misma Carta a los Hebreos, como invitación a «fijar-se en Jesús» (cf. 3,1), el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe. Por tanto, el verbo que abre nuestra exhortación invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos. Sin embargo, con frecuencia prevale-ce la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la «esfera privada». También hoy re-suena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos «guardianes» de nuestros hermanos (cf. Gn 4,9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado reciproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien. El gran mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabi-lidad respecto a quien, como yo, es criatura e hijo de Dios: el hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro a un verdadero alter ego, a quien el Se-ñor ama infinitamente. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la mi-sericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón. El Siervo de Dios Pablo VI afirmaba que el mundo actual sufre especialmente de una fal-ta de fraternidad: «El mundo está enfermo. Su mal está menos en la dilapidación de los recursos y en el acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos» (Carta. enc. Populorum progressio [26 de marzo de 1967], n. 66).

La atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos los aspectos: físico, moral y espiri-tual. La cultura contemporánea parece haber perdido el sentido del bien y del mal, por lo que es necesario reafirmar con fuerza que el bien existe y vence, por-que Dios es «bueno y hace el bien» (Sal 119,68). El bien es lo que suscita, protege y promueve la vida, la fraternidad y la comunión. La responsabilidad para con el prójimo significa, por tanto, querer y hacer el bien del otro, deseando que también él se abra a la lógica del bien; interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades. La Sagrada Escri-tura nos pone en guardia ante el peligro de tener el corazón endurecido por una especie de «anestesia espiritual» que nos deja ciegos ante los sufrimientos de los demás. El evangelista Lucas refiere dos pará-bolas de Jesús, en las cuales se indican dos ejemplos de esta situación que puede crearse en el corazón del hombre. En la parábola del buen Samaritano, el sacerdote y el levita «dieron un rodeo», con indiferen-cia, delante del hombre al cual los salteadores habían despojado y dado una paliza (cf. Lc 10,30-32), y en la del rico epulón, ese hombre saturado de bienes no se percata de la condición del pobre Lázaro, que mue-re de hambre delante de su puerta (cf. Lc 16,19). En ambos casos se trata de lo contrario de «fijarse», de mirar con amor y compasión. ¿Qué es lo que impide esta mirada humana y amorosa hacia el hermano? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. Nunca de-bemos ser incapaces de «tener misericordia» para con quien sufre; nuestras cosas y nuestros problemas nunca deben absorber nuestro corazón hasta el pun-to de hacernos sordos al grito del pobre. En cambio, precisamente la humildad de corazón y la experiencia personal del sufrimiento pueden ser la fuente de un despertar interior a la compasión y a la empatía: «El justo reconoce los derechos del pobre, el malvado es incapaz de conocerlos» (Pr 29,7). Se comprende así la bienaventuranza de «los que lloran» (Mt 5,4), es decir, de quienes son capaces de salir de sí mismos para conmoverse por el dolor de los demás. El en-cuentro con el otro y el hecho de abrir el corazón a su necesidad son ocasión de salvación y de bienaven-turanza.

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El «fijarse» en el hermano comprende además la so-licitud por su bien espiritual. Y aquí deseo recordar un aspecto de la vida cristiana que a mi parecer ha caído en el olvido: la corrección fraterna con vistas a la sal-vación eterna. Hoy somos generalmente muy sensi-bles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos y en las comunidades verdade-ramente maduras en la fe, en las que las personas no sólo se interesaban por la salud corporal del hermano, sino también por la de su alma, por su destino último. En la Sagrada Escritura leemos: «Reprende al sabio y te amará. Da consejos al sabio y se hará más sa-bio todavía; enseña al justo y crecerá su doctrina» (Pr 9,8ss). Cristo mismo nos manda reprender al herma-no que está cometiendo un pecado (cf. Mt 18,15). El verbo usado para definir la corrección fraterna —elen-chein— es el mismo que indica la misión profética, propia de los cristianos, que denuncian una genera-ción que se entrega al mal (cf. Ef 5,11). La tradición de la Iglesia enumera entre las obras de misericordia es-piritual la de «corregir al que se equivoca». Es impor-tante recuperar esta dimensión de la caridad cristiana. Frente al mal no hay que callar. Pienso aquí en la ac-titud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecuan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que con-tradicen la verdad y no siguen el camino del bien. Sin embargo, lo que anima la reprensión cristiana nunca es un espíritu de condena o recriminación; lo que la mueve es siempre el amor y la misericordia, y brota de la verdadera solicitud por el bien del hermano. El apóstol Pablo afirma: «Si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado» (Ga 6,1). En nuestro mundo impregnado de individualismo, es necesario que se redescubra la importancia de la corrección fra-terna, para caminar juntos hacia la santidad. Incluso «el justo cae siete veces» (Pr 24,16), dice la Escritura, y todos somos débiles y caemos (cf. 1 Jn 1,8). Por lo tanto, es un gran servicio ayudar y dejarse ayudar a leer con verdad dentro de uno mismo, para mejorar nuestra vida y caminar cada vez más rectamente por los caminos del Señor. Siempre es necesaria una mi-

rada que ame y corrija, que conozca y reconozca, que discierna y perdone (cf. Lc 22,61), como ha hecho y hace Dios con cada uno de nosotros.

2. “Los unos en los otros”: el don de la reciprocidad.

Este ser «guardianes» de los demás contrasta con una mentalidad que, al reducir la vida sólo a la dimen-sión terrena, no la considera en perspectiva escato-lógica y acepta cualquier decisión moral en nombre de la libertad individual. Una sociedad como la actual puede llegar a ser sorda, tanto ante los sufrimientos físicos, como ante las exigencias espirituales y mora-les de la vida. En la comunidad cristiana no debe ser así. El apóstol Pablo invita a buscar lo que «fomente la paz y la mutua edificación» (Rm 14,19), tratando de «agradar a su prójimo para el bien, buscando su edifi-cación» (ib. 15,2), sin buscar el propio beneficio «sino el de la mayoría, para que se salven» (1 Co 10,33). Esta corrección y exhortación mutua, con espíritu de humildad y de caridad, debe formar parte de la vida de la comunidad cristiana.

Los discípulos del Señor, unidos a Cristo mediante la Eucaristía, viven en una comunión que los vincula los unos a los otros como miembros de un solo cuerpo. Esto significa que el otro me pertenece, su vida, su salvación, tienen que ver con mi vida y mi salvación. Aquí tocamos un elemento muy profundo de la co-munión: nuestra existencia está relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el mal; tanto el pecado como las obras de caridad tienen también una dimensión social. En la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, se verifica esta reciprocidad: la comunidad no cesa de hacer penitencia y de invocar perdón por los pecados de sus hijos, pero al mismo tiempo se alegra, y continuamente se llena de júbilo por los testimonios de virtud y de caridad, que se multiplican. «Que todos los miembros se preocupen los unos de los otros» (1 Co 12,25), afirma san Pablo, porque formamos un solo cuerpo. La caridad para con los hermanos, una de cuyas expresiones es la limosna —una típica práctica cuaresmal junto con la oración y el ayuno—, radica en esta pertenencia común. Todo cristiano puede expresar en la preocupación concreta por los más pobres su participación del único cuerpo que es la Iglesia. La atención a los demás en la reciprocidad

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es también reconocer el bien que el Señor realiza en ellos y agradecer con ellos los prodigios de gracia que el Dios bueno y todopoderoso sigue realizando en sus hijos. Cuando un cristiano se percata de la acción del Espíritu Santo en el otro, no puede por menos que alegrarse y glorificar al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,16).

3. “Para estímulo de la caridad y las bue-nas obras”: caminar juntos en la santidad.

Esta expresión de la Carta a los Hebreos (10, 24) nos lleva a considerar la llamada universal a la santidad, el camino constante en la vida espiritual, a aspirar a los carismas superiores y a una caridad cada vez más alta y fecunda (cf. 1 Co 12,31-13,13). La atención re-cíproca tiene como finalidad animarse mutuamente a un amor efectivo cada vez mayor, «como la luz del alba, que va en aumento hasta llegar a pleno día» (Pr 4,18), en espera de vivir el día sin ocaso en Dios. El tiempo que se nos ha dado en nuestra vida es precio-so para descubrir y realizar buenas obras en el amor de Dios. Así la Iglesia misma crece y se desarrolla para llegar a la madurez de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13). En esta perspectiva dinámica de crecimiento se sitúa nuestra exhortación a animarnos recíprocamente para alcanzar la plenitud del amor y de las buenas obras.

Lamentablemente, siempre está presente la tentación de la tibieza, de sofocar el Espíritu, de negarse a «co-merciar con los talentos» que se nos ha dado para nuestro bien y el de los demás (cf. Mt 25,25ss). Todos hemos recibido riquezas espirituales o materiales úti-les para el cumplimiento del plan divino, para el bien de la Iglesia y la salvación personal (cf. Lc 12,21b; 1 Tm 6,18). Los maestros de espiritualidad recuerdan que, en la vida de fe, quien no avanza, retrocede. Queridos hermanos y hermanas, aceptemos la invita-ción, siempre actual, de aspirar a un «alto grado de la vida cristiana» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millen-nio ineunte [6 de enero de 2001], n. 31). Al recono-cer y proclamar beatos y santos a algunos cristianos ejemplares, la sabiduría de la Iglesia tiene también por objeto suscitar el deseo de imitar sus virtudes. San Pablo exhorta: «Que cada cual estime a los otros más que a sí mismo» (Rm 12,10).

Ante un mundo que exige de los cristianos un testimo-nio renovado de amor y fidelidad al Señor, todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la cari-dad, en el servicio y en las buenas obras (cf. Hb 6,10). Esta llamada es especialmente intensa en el tiempo santo de preparación a la Pascua. Con mis mejores deseos de una santa y fecunda Cuaresma, os enco-miendo a la intercesión de la Santísima Virgen María y de corazón imparto a todos la Bendición Apostólica.

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LAMENTO DEL HOMBRE, SILENCIO DE DIOS

Por: Juan David Figueroa Pbro.

“Pero, ¿por qué escri-bir sobre sentimientos? ¿por qué recitar sobre el propio dolor? El lamento en la biblia, antes que un género, como lo iden-tifica Gunkel3, es ante todo un ejercicio que podríamos considerar “terapéutico”.

Desde el parto, la madre experimenta físicamente la herida de un vientre que está por abrirse para

entregar a la luz un ser que se resiste a escapar. Un vientre con el cual la vida había sido cubierta y, para la cual, Dios había “adquirido”1 entrañas, lugar de los sentimientos según la antropología hebrea. Desde esta lógica, en la entrañas, el ser humano lleva un re-gistro de sus dolores comenzando incluso por el prísti-no momento de su concepción. Que no sea conscien-te de ello no significa que no haya padecido desde su propio nacimiento. Las entrañas también identifican el punto más profundo del hombre, aquel lugar donde puede existir la intimidad, el diálogo y hasta el silencio entre el divino Creador y la humama creatura, un es-pacio sólo alcanzable por un sentimiento intenso sea de gozo, sea de tristeza. Podríamos hacer una historiografía de nues-tros sufrimientos para confirmar una suposición: el sufrimiento siempre ha estado surcando los cami-nos del hombre, mellando su espíritu, dislocando sus huesos, menoscabando su mirada; quizás sin justifi-cación, generando preguntas, inspirando reflexiones tan profundas como la hondura del mismo dolor y, anterior a ello, suscitando lo más espontaneo que el padecer genera: una lágrima, un lamento. Esta simple afirmación pareciera sobrar en medio de un artículo que debiera insinuar novedades pues, al fin y al cabo, es pretensión del lector querer encontrar algo nuevo, algo que le haga sentir que su esfuerzo de lectura no ha sido en vano. Y, no obstante, se debe reafirmar y

1 Cf. Sal 139,13. Preferimos “adquirir” como lo pide el verbo hebreo usado que la traducción “crear” o la connotación “tejer”. Para el salmista, Dios adquiere o compra sus en-trañas con el mismo sentido con el cual Eva afirma en Gn 4,1 que es “con” Dios con quien ella “ha adquirido” (qanîtî) su hijo Caín (qayin); llama la atención el juego de sonidos entre el nombre del primogénito y del verbo. La idea aquí concebida pone a Dios por autor directo de la vida que en definitiva termina siendo un don y un acto divino en cuyo caso la madre, es receptora del gesto del Creador.

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2 Véanse a propósito el balag y el eršema usados en la época seléucida y que eran, precedentemente, parte de los poemas mesopotámicos usados para cantar sobre las ruinas de las ciudades. En Mesopotamia, luego que la ciudad era destruida por un dios mayor, las diosas menores se reunían a cantar lamentos por la que en otrora, era esplendor y que ahora yace en escombros. Esta misma mentalidad se encuentra detrás de Lam 1 y 2 donde Dios ha arrasado la ciudad pecadora y la Jerusalén, como una princesa avergonzada, se lamenta de lo acaecido. Otros lamentos famosos son el de Eridu sobre la destrucción de Sumer, el Lamento de Uruk y la Lamentación por la destrucción de Nippur. A parte de poesías, también existían liturgias de lamento atestiguadas incluso en el curso de la historia de las culturas del medio oriente así como en Israel. Para ampliar puede leerse F. W. DOBBS-ALLSOPP, Weep, O Daughter of Zion: A Study of the City-Lament Genre in the Hebrew Bible, Bibl. et Orien. 44, Roma 1993.3 H. GUNKEL, Einleitung in die Psalmen: die Gattungen der religiösen Lyrik Israels, Vandenhoeck & Ruprecht, Göttingen 1933; 117-139 y 172-265.

con vehemencia que el lamento nace, es consecuen-cia, fruto del sufrimiento. Con el lamento podríamos entender la res-puesta espontanea generada ante toda experiencia dolorosa y, en especial, cuando ésta última carece de un sentido o al menos de una causa. Luego, el lamento es tan antiguo como la primera sensación de dolor que padeció el primer hombre en los primeros albores de su existencia. A través del lamento el hom-bre expresó el dolor y, gracias a ello, la humanidad ha recibido una enorme tradición, una profunda inquietud perpetuada hasta nuestros días. Los seres humanos hemos hecho poesía, lí-rica de nuestro dolor más que historiografías, quizás por lo expesado en la afirmación aristotélica “la histo-ria cuenta lo que sucedió, la poesía lo que debía su-ceder”. Antes de la biblia sucedía ya la poesía: “sobre la tierra, antes que la escritura y la imprenta, existió la poesía” declaraba Neruda. La antigüedad prebíbli-ca y las culturas alrededor de Israel nos ofrecen ricos testimonios de “lo que debió ser”2 y, hasta nuestros días, seguimos haciendo poesía de un momento al cual no nos acostumbramos y del cual continuaremos sobreviviendo hasta la muerte. No ajeno a este mundo, los hagiógrafos hicieron uso de la poesía para hablar de aquello que experimentaban en sus entrañas. Cuando el amor, la piedad, la fe y el dolor los desbordaban, nacía en el mundo bíblico la poesía y, por ello, podían decir de dicho amor, piedad y fe, versos como el del Sal 84, 3: “suspiro y también perezco por los atrios del Señor; mi corazón y mi carne darán gritos de júbilo al Dios de mi vida”. Acerca de su dolor, bueno, ya diremos. La poesía bíblica no nace como ejercicio creativo de la fantasía. Está bien que desarrolle y cite imágenes incluso ya lexicalizadas, es decir, desgas-tadas por el uso y el tiempo, pero son las pasiones y los sentimientos la principal fuente de su inspiración. Nada se dice que no haya sido sentido, de nada se la-menta si no se ha sufrido. Quien compone un lamento se confiesa como agente del dolor y quien lo lee o lo escucha no puede si no encontrarse en él. Ya Octavio Paz lo afirmaba: “Cada poema es único. En cada obra late, con mayor o menor grado, toda la poesía. Cada

lector busca algo en el poema y no es insólito que lo encuentre: ya lo llevaba dentro”. La poesía también se desarrolló en Israel potenciando el depósito artístico que las culturas le habían brindado a lo largo de su evolución como pueblo en relación. Israel conoció le-yendas, cantos líricos y relatos épicos de los pueblos que se extendían hacia el oriente más allá del Jordán y hacia el norte y obtuvo un material único a través del cual comunicar. La experiencia literaria se intensificó al intensificarse la conciencia del carácter sagrado de sus textos. Allí, el lamento también encontró paradóji-camente sacralidad, no obstante sirviese para acusar a Dios como causante de la aflicción, para juzgarlo por su poca o ninguna injerencia ante las situaciones dolorosas del ser humano. En el lamento eclosiona la imagen del Dios fuerte y victorioso, que lleva al triunfo a los débiles y da al malvado la ración de su cosecha; todo concep-to de Dios cae porque resulta ilógico: Dios aparece distante e incapaz no porque no pueda hacer nada por el hombre, sino porque ha decidido no hacerlo. Del lamento como poesía del dolor, Dios no sale bien librado y, sin embargo, gracias al lamento, el hombre mejora su relación con Dios, lo ve de modo diferente y mejor. El dolor permite esta antítesis. Pero, ¿por qué escribir sobre sentimientos? ¿por qué recitar sobre el propio dolor? El lamento en la biblia, antes que un género, como lo identifica Gunkel3, es ante todo un ejercicio que podríamos con-siderar “terapéutico”. Conviene establecer algo antes de continuar: no toda aflicción produjo un lamento. La muerte de un ser amado puede inspirar una elegía y ésta no ser un lamento. Se convierte en tal cuando el sujeto a quien se dirige es Dios, concebido como el garante de la historia, sin importar que el dolor sea causado realmente por terceros, por la muerte de quien se amaba, por la propia enfermedad o por cual-quier experiencia del mal. En ese mismo sentido re-sulta terapéutico, pues el lamento contrasta el propio depósito de la fe (Dios es fortaleza para el hombre, defensor para el perseguido, guerrero y escudo para el pueblo en calamidad) que parece no concordar con los actuales gestos divinos y concilia, desahogando y

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creando una relación más honesta. La contradicción de este Dios generó en el espíritu humano el lamento. Si es misericordioso, ¿por qué no actúa consecuente-mente? ¿por qué Dios defiende a algunos y con otros permanece inmóvil? El lamento, al acusar a Dios, establece un desahogo emocional que purga la rabia, dejando salir todo el dolor que permanece en la memoria humana. La rabia, por ejemplo, fue contenida y expresada en las imprecaciones que nuestros textos litúrgicos omi-ten cuando se recitan estos poemas. Lam 2,17 es un buen ejemplo de esta acusación: “El Señor ha reali-zado su designio, ha cumplido la palabra que había pronunciado hace tiempo: ha destruido sin compa-sión; ha exaltado el poder del adversario, ha dado al enemigo el gozo de la victoria”. Diciendo esto, quien se lamenta resulta sincero con Dios, no le dice que lo ama, porque por el momento no puede hacerlo. Al sentirse excluido de la visión, la escucha y la memo-ria divina, el sufriente llama la atención de Dios acu-sándolo, para que la misericordia, simbolizada en los poemas de lamentación con el gesto de la mirada, se haga de nuevo efectiva: “Mira, Señor, fíjate: ¿a quién has tratado así?” (Lam 2,20)4. El “ver” de Dios implica la misericordia y “ver”, en el AT, también sugiere poder recordar: “¿Por qué te olvidas siempre de nosotros y nos tienes abando-nados por tanto tiempo?” (Lam 5,20). Si se trata de llamar la atención, los poemas de lamento comienzan generalmente con una expresión que denota el dolor5 para introducir una descripción del estado de los afec-tados a través de un efectivo arsenal de imágenes que no podrían pasar desapercibidas por ninguno. De hecho, dice Lam 1,12: “Vosotros los que pasáis por el camino, mirad, fijáos: ¿hay dolor como mi dolor?... El señor me ha castigado el día del incendio de su ira”. Las palabras comienzan a salir como un río en creci-da, construyendo imágenes que presentan la pasión del hombre bajo el efecto avasallante de las accio-nes divinas. En algún momento, el sufriente se sintió como una bestia arreada, obligada a trabajar: “Yo soy un hombre que ha probado el dolor bajo la vara de su

cólera, porque me ha llevado y conducido a las tinie-blas y no a la luz; está volviendo su mano todo el día contra mí” (Lam 3,1-3). Las imágenes no concluyen pues el sufrien-te se esfuerza para que el Señor se sienta tentado a responderle. El dramatismo del lamento llega a su clí-max cuando el poeta describe a Dios. A veces, lo ha sentido como un guerrero, un arquero que apunta sus flechas y traspasa sus entrañas, como un animal que metódicamente sitia, acecha, desgarra y se alimenta de su carne como si el afligido fuese un animal de caza; si se trata de un lamento por el ocaso de la ciu-dad, piensa a Dios como un arquitecto de la destruc-ción, como un esclavista y hasta un jifero6. Después de la acusación y del desahogo total, el poeta no tiene más palabras, el describir se agota y las imágenes sucumben ante el silencio divino. Y sin respuestas ni justificaciones el sufriente lanza un último reclamo: “¡Despierta, Señor! ¿por qué duermes? Espabílate, no nos rechaces más. ¿Por qué escondes tu rostro y olvidas nuestra desgracia y opresión?” (Sal 44,24-25). El silencio divino acalla los gritos del sufriente, se da inicio al silencio del lamento. Sin palabras el orante se sigue enfrentando a su realidad de dolor. El sufriente ha ajusticiado, ha acusado a amigos, enemigos y, sobre todo, a Dios. Ahora, él quiere entender la razón por la cual ha de-bido padecer y se topa con un muro tan frío como la actitud de Dios. En el silencio, el sufriente permanece sólo ante sí mismo. Sólo uno faltaba por ser llamado a juicio y es él mismo: en el reconocimiento descubre que también él ha sido causa de su sufrimiento. Otro fin del lamento es el de restablecer la esperanza y sólo en el reconocimiento de sí mismo, la víctima la puede encontrar: “Es bueno esperar en silencio la sal-vación del Señor... que se esté solo y callado cuando la desgracia descargue sobre él; porque el Señor no rechaza para siempre; aunque aflige, se compadece con gran misericordia” (Lam 3,26.28.32). Purgados los propios reconocimientos, el poeta puede recordar aquello que no podía cuando sus dolo-res habían ocupado el espacio de sus entrañas.

4 Las expresiones “mírame”, “fíjate”, “recuérdame” son súplicas recurrentes en los lamentos. El sufriente se siente olvidado y por ello cree que yace en el polvo, como un muer-to, pues característica de los muertos es su imposibilidad de relación con Dios, de acuerdo a la mentalidad de la época. Cf. Lam 1,9.11.20; 2,20; 3,19.56-63; 5,1.5 A veces ´êkâ aunque no necesariamente debe aparecer para que un poema sea identificado como un lamento. Debemos recordar que las estructuras entre los lamentos no son siempre fijas pues cada autor utiliza variaciones a fin de comunicar algo. No existen pues convencionalismos: los elementos comunes son abstracciones que nosotros, los lectores, hemos determinado al tener una visión en conjunto de estos escritos.6 A este propósito puede leerse el tercer poema de las Lamentaciones que concentra muchas de las imágenes de Dios utilizadas por el género del lamento. Al respecto de la imaginería de Dios en los salmos de lamento, puede verse la obra de A. BASSON, Divine Metaphors in Selected Hebrew Psalms of Lamentation, FAT 2, Tübingen 2006.

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Es difícil no ensimismarse cuando se sufre, o hacer o decir algo que no sea sufrimiento. Cuando se sufre, es normal que las primeras acciones sean determinadas por preguntas o por acusaciones mientras la capaci-dad de recordar viene desplazada por el reciente do-lor y la vida se detiene en un solo momento. Sin poder recordar, el poeta debe llegar al silencio para activar de nuevo su memoria. Es sabido que la esperanza es una percepción del futuro. En los lamentos esta clase de esperanza existe y, no obstante, el fundamento de la esperanza funge desde el pasado. Si se recuerda, se puede ver cómo Dios ha estado siempre presente

en la vida del hombre. Y si Dios lo ha estado inclu-so en otros ámbitos del sufrimiento, esto garantiza que lo estará en el futuro. Haciendo memoria, se redescubre la promesa de fidelidad que había he-cho el Señor y si bien, el dolor había producido una percepción torpe de la historia, de Dios visto como un enemigo, citando una imagen típica del lamento, se pasa al Dios cuya misericordia no conoce oca-so y cuya fidelidad es más determinante que toda realidad de muerte. “Pero hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza — dice el poema de Lam 3,21-24 —: que la misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión; antes bien, se renuevan cada mañana; ¡qué grande es tu fide-lidad! El Señor es mi lote, me digo, y espero en él”. El lamento como ocasión, como canto o género fue y debería ser, acción del hombre que padece para reactivar la esperanza a través de un gesto de reconocimiento y de un ejercicio de la me-moria. Restablecer la esperanza es el objeto del lamento pero para llegar a ello, se necesita de una relación sincera del orante, en este caso del sufrien-te con Dios. El uso de imágenes purga la rabia y los sentimientos que impiden la capacidad de ordenar el pensamiento. Y así, la poesía de lamento sana las relaciones con Dios y con los hombres haciendo recordar que siempre se puede ir más allá de un muro tan impenetrable como el dolor. ¿Por qué la poesía de lamento lo logra? ¿cómo puede ella curar y restablecer las relaciones? Quizás debamos citar a Lorca: “Poesia es unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio”. ¡Un misterio!

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Por: Jorge Alonso Buitrago Orozco, Pbro.

“Cada Sacerdote ha tenido a lo largo de su proceso de fe, un llamado o Vocación, en donde de manera autentica, valiéndose de una realidad personal, el Señor llama a los que quiere, cómo quiere y cuando quiere, pero a la vez debe haber docilidad para dejarse moldear por Dios, pues en definitiva hay que ser pastores según el corazón de Cristo, mas no el parecer propio o de otros”.

LA PARROQUIA, ESCUELA DE FORMACIÓN PARA LOS SACERDOTES DEL HOy

En el contexto de nuestra Arquidiócesis de Mede-llín, al uno ser Ordenado Sacerdote, es enviado

a trabajar como “Vicario Parroquial o Cooperador” de alguna comunidad en proporción mayor de estructura y de extensión territorial, estando vigente del Párroco y de otros compañeros sacerdotes. En medio de todo esto, se vive un aprendizaje Sacerdotal, donde no se prolonga la experiencia vivida del Seminario, sino que ya como Sacerdote, está llamado a dar testimonio de vida de esa experiencia de seguir a Jesucristo en me-dio de los fieles, mediante el Orden Sacerdotal.

Partamos del hecho que el Ministerio Sacerdotal es un regalo que nace del corazón de Jesucristo para toda la Iglesia. Es un don en el cual nunca se logrará profundizar, agradecer y admirar. Hablar quizá, del perfil de un Sacerdote es hablar de las actitudes pro-pias de Cristo Buen Pastor, que el Sacerdote debe encarnar en su vida y en su ministerio, para respon-der a los retos diversos que esta época presenta en medio de nuestras experiencias Parroquiales. Cada Sacerdote ha tenido a lo largo de su proceso de fe, un llamado o Vocación, en donde de manera auténtica, valiéndose de una realidad personal, el Señor llama a los que quiere, como quiere y cuando quiere, pero a la vez debe haber docilidad para dejarse moldear por Dios, pues en definitiva hay que ser pastores según el corazón de Cristo, mas no el parecer propio o de otros.

La experiencia como Vicario Parroquial, a la vez que la experiencia de todo sacerdote, es una vivencia o estilo de vida a la par de Jesús. Todo ser humano

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sabe lo que le conviene, pero dentro de ello es ne-cesario asimilar el bien y la virtud, que ira pidiendo a verificar y rectificar el rumbo en nuestro ministerio, de ese modo se responde a la llamada de Cristo que nos hace aquí y ahora: “Apacienta a mis Ovejas” (Jn 21, 17). El Papa Benedicto XVI, en la audiencia general del 14 de Abril de 2010, dice: “El Señor ha confiado a los Sa-cerdotes una gran tarea: ser anunciadores de su Pa-labra, de la verdad que salva; ser su voz en el mundo para llevar aquello que contribuye al verdadero bien de las almas y al auténtico camino de la fe”. Hoy en día, en una sociedad pluralista, cargada de materialis-mos sin sentido donde se vivencia el tener que el ser, donde prevalece la apariencia, el placer por el placer y la corrupción, en un mundo donde las familias se des-truyen, donde la vida es atentada, donde prevalece el agobio y la tristeza, más que la alegría, el Sacerdote en cada comunidad parroquial ha de ser un hombre de gran sabiduría y fortaleza heroica para resistir a esas presiones culturales y sociales del mundo de hoy, y ser capaces de llevar esas almas a Dios.

Teniendo presente unas características fundamenta-les, que desde nuestra realidad sacerdotal hay que tener presente en las comunidades Parroquiales a servir:

1. Saber Orar: Hay una pregunta a la que no sabemos dar respuesta lógica ¿Realmente sabemos Orar? sin duda sabemos orar, pero quizá no siempre como conviene. Para cualquier cristiano la Oración, más que conveniencia es una necesidad. De esta experiencia depende todo, hasta lo más pequeño e insignificante, de nuestro mi-nisterio sacerdotal. Si todos nosotros hemos tenido la experiencia de la oración, ya desde el seminario, co-nocemos la importancia real de la misma, pero ¿Por-qué se abandona con gran facilidad en el ministerio? pueden existir muchas respuestas, tanto como las condiciones de cada uno. Las frecuentes respuestas son: Falta de tiempo, porque hay que visitar enfer-mos, llenar expedientes matrimoniales, ir a una ins-titución educativa, llamadas que contestar, personas que atender en confesión o en dirección espiritual, no hay disposición para orar ni tranquilidad, elementos

que no existían cuando se estaba de seminarista; a veces se conforma con la liturgia de las horas y eso que rápido. Es en el ministerio donde las situaciones pastorales no pueden influir a abandonar la Oración. Hay que tener presente que la Oración es una deci-sión personal y que por mucho que las circunstancias nos orillen a abandonarla, hay que organizar tiempo en donde se establezca esta prioridad. El tiempo no es el problema, sino la organización de prioridades y la decisión. No es para tiempos difíciles, no es para los retiros anuales, es una experiencia constante, en donde se convierte en gozo cuando se percibe el amor de Cristo y tomamos conciencia de ante quién estamos y lo que de él hemos recibido. Y que a la vez en nuestras parroquias, hemos de ser maestros de oración, orar en medio y con la comunidad, haciendo enseñable las palabras del maestro a petición de sus discípulos “Maestro, enséñanos a orar” (Lc 11,1).

2. Saber Celebrar: La Celebración de los Sacramentos, de un modo es-pecial La Eucaristía, hace parte de nuestra identidad de Presbíteros y son la fuente de nuestra vida espiri-tual. Desde el día de nuestra Ordenación, hemos sido consagrados y constituidos Pastores para celebrar los misterios del Señor y así distribuir la gracia san-tificadora a los hermanos. Para nosotros sacerdotes en medio de nuestras comunidades parroquiales la celebración de los sacramentos, no sólo es nuestra actividad principal, sino el fundamento que actualiza y renueva nuestro ministerio día a día. Cada celebra-ción es un gozo y fiesta para la Iglesia, aunque no siempre nuestras actitudes y disposiciones nos per-mitan manifestarlo plenamente. Cada comunidad se alegra al sentirse congregada en la celebración Eu-carística porque en la fe de ella, se percibe la presen-cia de Cristo vivo y Resucitado. He descubierto que a través de los signos del Sacerdote, de la Palabra, del pan y el vino de la Eucaristía, sobre todo en el momento de la consagración. Es decir, la verdade-ra razón de esa alegría, no se radica en la persona que celebra la Eucaristía, ni en la comunidad que se reúne, debe ser en Jesucristo que nos invita a ir más allá de nosotros mismos para descubrir su presencia salvadora. Por eso cada sacerdote es responsable de transmitir esa alegría de la salvación, con sus gestos y actitudes, pues somos colaboradores en tanto que

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somos enviados por él para hacerle presente física y espiritualmente entre los hermanos, de ahí que una importancia fundamental, es que nosotros, con nues-tra naturaleza de celebrar, podamos transparentar los gestos y las actitudes de Cristo. Pero ¿Para cuantos de nuestros hermanos nuestras celebraciones supo-nen un verdadero gozo interior? ¿Se alegran por ver-nos alegres al celebrar?, ¿Qué tanto transparentamos la alegría del Resucitado cuando celebramos?

3. Saber Predicar: Es la tarea que el mismo Jesucristo invita a los dis-cípulos, el Sacerdote en medio de su comunidad parroquial debe ser ese heraldo de la buena nueva, que distribuye el alimento de la Palabra de Dios, en el corazón de los niños, de los jóvenes, de las familias e inclusive, de catequizar a aquellos que no conocen nada o son indiferentes ante las cosas de Dios. Ese hecho de la predicación es un ministerio fundamental e insustituible en nuestro ministerio sacerdotal. Por-que es allí, en el ambón, lugar donde Cristo habla en donde cada sacerdote da testimonio de esa verdad, hacía la cual él mismo es santificado. Este mundo en el cual se vive ha perdido el sentido de Dios, en gran parte, porque ha dejado de escucharlo, esas delica-das situaciones morales y sociales por las que este mundo atraviesa, debe llevar a cada sacerdote a re-visarnos de modo profundo qué falta y de ese modo prepararnos para esos retos que día a día se nos pre-sentan en el encender de la televisión y ver las noti-cias, o leer lo que hay en el periódico etc, y que en el futuro se multiplican en cantidad e intensidad. Por eso hay que tomar conciencia de nuestro modo de predi-car, de dar una homilía en la Eucaristía, de impartir la catequesis presacramental, de animar a los grupos pastorales y agentes, no hay que llegar con algo su-perficial, hay que dar palabras de salvación, es sentir que la siembra del sembrador se da todos los días y que la cosecha debe germinar en los corazones que se han dejado tocar por la semilla de la palabra de Dios, que crece en cada persona que se pone ante su presencia maravillosa.

Cuando se predica, se predica la palabra de Dios, no nuestras palabras. Cuando predicamos estamos ex-puestos a haces escuchar más nuestras palabras que la misma Palabra de Dios. En ocasiones, los fieles se retiran aburridos y desilusionados por las predicacio-

nes que reciben. En ellas se encuentran anécdotas de la vida del Sacerdote, amonestaciones, regaños, posturas moralizantes, opiniones en torno a la políti-ca o a la economía, clases de psicología, comedias, obras de teatro, avisos parroquiales, etc, pero no la palabra de Dios. Escuchan quizá palabras y palabras y más palabras, pero no la palabra que da vida eter-na. La gente quiere que les hable de Dios y para ello hay qué preparar bien mediante la oración y el estu-dio, no hay que improvisar ni mucho menos buscar un protagonismo inevitable. Una predicación eficaz y efectiva nace del corazón orante, que está lleno de Dios. El sacerdote que busca prestar un servicio a la palabra, cuida y procura el cultivo de su vida interior, prestando un mejor servicio pastoral a la comunidad de fieles, en contraposición de aquel que descuida su espiritualidad.

He descubierto que la actividad pastoral es eficaz en la medida en el que el pastor conoce y ama a la porción de Dios encomendada. No se predica como alguien que esté ajeno a la comunidad, sino como un miembro de la comunidad que conoce y comprende los problemas, los sueños, los temores, las alegrías y las tristezas de los demás. ¡Cuánto confortan, animan y orientan las palabras del sacerdote en la predica-ción cuando los demás sienten la comprensión de sus mismos pastores! Cuando uno conoce y comprende la realidad de los demás, no solamente se denuncia los errores, sino que con la Palabra de Dios se busca iluminar la vida concreta de los demás, prestar un ver-dadero servicio a la palabra de Dios y a la comunidad encomendada.

4. Saber Escuchar: Escuchar es un verdadero arte. Parecería algo fácil, pero en esta sociedad se acostumbra mas a oír que a escuchar. Escuchar es “estar pendiente” de quién habla, poniendo atención a todo lo que dice y cómo lo dice. Escuchar es algo más que oír, pues se pone en juego no sólo las membranas auditivas, sino que se pone en juego toda una personalidad que busca recibir y descubrir lo que se nos quiere transmitir.

En las comunidades parroquiales, escuchar a las per-sonas es dignificarlas, es valorarlas porque merece nuestra absoluta y plena atención, independiente-mente si es un niño, un joven, un adulto o un anciano,

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porque a todos se les considera valiosos en aquello que nos quieren transmitir. Escuchar al otro es con-templar al otro en su historia biográfica: Sus errores, aciertos, ambiciones, sueños, frustraciones, temores y fortalezas. Aprender a escuchar supone tener un co-razón dócil y humilde, actuando en la misma persona de Jesús que manso y humilde de corazón, a quién los hombres depositan sus cansancios y asperezas (Cf Mt 11, 28-30).

Para escuchar a los demás, cada Sacerdote debe co-menzar por escuchar a Dios (fundamento e importan-cia de la oración ya explicada), además de escuchar a Dios, cada Sacerdote ha de aprender a escuchar a sus fieles, principalmente en el sacramento de la Reconciliación. Escuchar a los demás no es fácil y a la vez pueden existir barreras o limitaciones para poder escuchar a los demás: el ruido, el tener per-sonalmente problemas de audición, la impaciencia, el cansancio. Sin embargo, debe procurar hacer un gran esfuerzo de nuestra parte siempre, porque de una atenta escucha se deriva un buen consejo, al igual se logra una mejor disposición de parte del penitente, pues cuando él logra sentirse escuchado, entonces se siente comprendido, amado y animado a cambiar. Cada Sacerdote, debe tratar con prudencia y caridad a sus penitentes, que efectivamente lo lleven a experi-mentar el amor misericordioso de Dios, que es capaz de olvidar la ofensa realizada y que reintegra a la per-sona toda su dignidad de hijo amado de Dios. Luego de salir del confesionario uno se siente reconfortado y animado a ser mejor al experimentar esa misericordia de Dios en el Sacramento de la Reconciliación, desde ahí se comprueba que los regaños no ayudan a mejo-rar, sino el amor misericordioso de Dios transmitente en los gestos y palabras del confesor, sintiendo en carne propia la Parábola del hijo pródigo, en donde al pecador arrepentido se acoge, se anima a enmendar-se sin llegar a recriminarles reproches de sus faltas, sino demostrarles que Dios los ama no por lo que son, sino a pesar de lo que son. Es decirle al pecador, las mismas palabras de Jesús hacía la mujer adultera: “Yo tampoco te condeno, vete y en adelante, no pe-ques mas” (Jn 8, 11), desde aquí, no se mira tanto en lo cuantitativo de la confesión, sino en lo cualitativo, donde se pone en juego la serenidad y la paciencia de cada sacerdote que debe actuar con la mas plena y absoluta caridad.

Cada comunidad Parroquial debe sentirse edificada al reconocer la luz de la verdad, reconocer en cada Sacerdote la voz del buen Pastor que es Jesucristo, que invita a todos a vivir en fe y santidad.

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LAS LLAMADAS “MISAS DE SANACIÓN” y EL DERECHO CANÓNICO

Por: Elías Lopera Cárdenas Pbro.

“Todo lo que ordena el de-recho de la Iglesia sobre la sagrada liturgia no es de aceptación libre del sacer-dote o de la comunidad cristiana, sino que obliga en conciencia atendiendo el bien común espiritual del pueblo de Dios y para alimentar, robustecer y ex-presar su fe; vengan estas orientaciones de la Santa Sede, de la Conferencia Episcopal o del Obispo diocesano”.

Los obispos de las provincias eclesiásticas de Me-dellín y de Santa Fe de Antioquia, el 20 de octubre

de 2011, enviaron una carta pastoral a todos los ca-tólicos, en las que dan orientaciones precisas sobre las llamadas “misas de sanación”. Nos recuerdan que la misión de la Iglesia y de los Pastores es de santi-ficar al pueblo de Dios. La doctrina de la Iglesia y el derecho canónico exponen el principio: Cada obispo en su diócesis es responsable de la vida litúrgica y de la celebración adecuada - consciente, activa, piadosa y fructuosa - de los sacramentos y de los ritos sagra-dos. Las llamadas “misas de sanación” y las prácticas para implorar de Dios la “curación” y la “liberación”, están generando preocupación y dificultades. ¿Qué establece y qué permite el derecho de la Iglesia acerca de la celebración de los sacramentos de la Eucaristía, de la Penitencia, de la Unción de los enfer-mos, de los sacramentales y de las oraciones y prácti-cas para implorar de Dios la “curación” y la “liberación”? El Concilio Vaticano II exhorta: “Los pastores de almas deben vigilar para que en la acción litúrgica no sólo se observen las leyes relativas a la celebra-ción válida y lícita, sino también para que los fieles participen en ella consciente, activa y fructuosamen-te” (Sacrosantum Concilium 11). La función de santificar de la Iglesia la trata el código de derecho canónico en el Libro IV, cáno-nes 834-1253, donde regula con precisión quiénes celebran, cómo celebran y las celebraciones válidas para los católicos del rito latino. La normativa del Li-bro IV acogió la renovación de la liturgia pedida por el Concilio Vaticano II introduciendo la lengua propia de cada comunidad cristiana, la diversidad de textos y plegarias con la aprobación de la competente auto-ridad eclesiástica y los espacios y momentos donde

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se permite el aporte del que preside y la comuni-dad; para procurar “seleccionar y ordenar aquellas formas y elementos propuestos por la Iglesia que, teniendo en cuenta las circunstancias de personas y lugares, favorezcan mejor la participación activa y plena, y respondan más idóneamente al aprovecha-miento espiritual de los fieles” (Introducción general del misal romano 20). Basemonos en los cánones de la Iglesia para encontrar los fundamentos legales de las orien-taciones pastorales sobre las llamadas “misas de sanación”. El culto de la Iglesia se ofrece en nom-bre de ella misma, por las personas legítimamente designadas y mediante aquellos actos aprobados por la autoridad de la Iglesia (cf. c. 834 & 2). Ejer-cen en primer término la función de santificar los Obispos,...y, en la Iglesia a ellos encomendada, son los moderadores, promotores y custodios de toda la vida litúrgica (cf. c. 835 & 1). Los presbíteros, minis-tros de Jesucristo, que participan de su sacerdocio, se consagran a la celebración del culto divino y a la santificación del pueblo de Dios bajo la autoridad del Obispo (cf. c. 835 & 2). La ordenación de la sagrada liturgia depende exclusivamente de la autoridad de la Iglesia, que reside en la Sede Apostólica y, según las normas del derecho, en el Obispo diocesano (cf. 838 & 1). El derecho canónico insiste en que los Or-dinarios del lugar procuren que las oraciones y prác-ticas piadosas y sagradas del pueblo cristiano estén en plena conformidad con las normas de la Iglesia (cf. c. 839 & 2). Los que se preparan para el ministerio sacer-dotal tienen dentro del plan de estudios eclesiásticos las materias de liturgia y derecho canónico, donde es central la temática de los sacramentos; así cono-cemos todo lo que establece el Código de derecho canónico al tratar el Bautismo en los cc. 849-878, la Eucaristía en los cc. 897-958, la Penitencia en los cc. 959-997, la Unción de los enfermos en los cc. 998-1007 y los sacramentales en los cc. 1166-1172. En la propuesta de la formación permanente, los sa-cerdotes debemos repasar y, sobre todo, consultar cuando vengan las dudas. Dios nos da muchos do-nes y carismas, pero para que sean auténticos de-ben servirse según las orientaciones y enseñanzas de la autoridad legítima de la Iglesia; así por ejem-plo sobre los exorcismos, el derecho de la Iglesia es preciso: “Sin licencia peculiar y expresa del Ordi-

nario del lugar, nadie puede realizar legítimamente exorcismos sobre los posesos. El Ordinario del lugar concederá esta licencia solamente a un presbítero piadoso, docto, prudente y con integridad de vida” (C. 1172). El canon establece las cualidades del sa-cerdote con esta licencia, pues debe distinguir entre la posesión del demonio y las enfermedades, sobre todo psíquicas, cuyo cuidado pertenece a la ciencia médica y a médicos especializados. Además del Código de derecho canónico son fuente de la normatividad y orientaciones de la Iglesia el Catecismo, los documentos de los conci-lios, sobre todo del Concilio Vaticano II, las Cartas encíclicas y las exhortaciones apostólicas como: de Benedicto XVI, Exhotación apostólica Postsinodal Sacramentum Caritatis (22 febrero 2007); de Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia (17 abril 2003) y Reconciliatio et paenitentia (2 diciembre 1984);... las instrucciones emanadas de las Congregaciones de la Santa Sede: El Directorio para el ministerio pas-toral de los Obispos Apostolorum Successores (22 febrero 2004) de la Congregación de los Obispos; la Instrucción Ardens felicitatis, sobre las oraciones para obtener de Dios la curación (14 septiembre 2000) de la Congregación para la Doctrina de la Fe. De la Conferencia Episcopal de Colombia tenemos varias orientaciones como Instrucción General del Misal Romano (2007), las contenidas en el Ordo para el año litúrgico que cada año es editado y los libros aprobados y publicados para las celebracio-nes, entre los que tenemos el misal, los rituales, los leccionarios, etc. Todo lo que ordena el derecho de la Iglesia sobre la sagrada liturgia no es de aceptación libre del sacerdote o de la comunidad cristiana, sino que obliga en conciencia atendiendo el bien común espiritual del pueblo de Dios y para alimentar, robustecer y expresar su fe; vengan estas orientaciones de la Santa Sede, de la Conferencia Episcopal o del Obispo diocesano. El que preside la celebración y su equipo de colaboradores, teniendo en cuenta las necesidades, la preparación y la índole de los participantes, pue-den escoger de las 13 plegarias eucarísticas apro-badas, la más conveniente; además los cantos y los comentarios apropiados y, sobre todo, que la homi-lía, bien preparada, eduque en los contenidos de la fe, para que desde la Palabra de Dios oriente la vida de la comunidad cristiana.

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Por: Luis Fernando Arroyave Gutiérrez Pbro.

“Hacerse responsable del otro” compromete todas las dimensio-nes de la vida humana. La Pala-bra de Dios advierte de endurecer el corazón por una especie de “anestesia espiritual”, que en tér-minos de Benedicto XVI nos en-ceguece y no nos permite ver los sufrimientos del prójimo. A esto se refieren dos parábolas lucanas: el buen samaritano ve al hombre caí-do en desgracia mientras el sacer-dote y el levita “dieron un rodeo” con indiferencia (Lc 10,30-32); y el rico que no percibe la condición del pobre Lázaro, que muere de hambre delante de su puerta (Lc 16,19). En ambas parábolas se trata de lo contrario de “fijarse”, de detenerse y mirar con amor y compasión.

El Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la Cuaresma 2012

1. Claves interpretativas

El Magisterio de Benedicto XVI desarrolla simultá-neamente las tres categorías ético-teológico bá-

sicas: caridad, justicia y bien común. El pensamiento del Papa tiene por pilares fundamentales la teoría pla-tónica del conocimiento como recuerdo, el personalis-mo de San Agustín y la influencia de San Buenaven-tura. Su teología nos presenta el Misterio de Dios a partir de la complejidad de lo que hay en el corazón del hombre y substancialmente desde la huella de Dios en la creación, discurriendo el hecho salvífico de la kénosis y la encarnación del Hijo de Dios. Esta clave interpretativa es esencial para comprender en profundidad el pensamiento del Papa, al respecto él mismo afirma: “personalmente soy un poco más platónico. Con eso quiero decir que creo que hay una especie de memoria, como un recuerdo de Dios, grabado en el hombre, y hay que despertarlo en él. El hombre no sabe originariamente qué debe saber, ni tampoco ha llegado a donde debe llegar; es un hombre, un ser humano en camino”.1 El Papa no oculta que en sus tiempos de estudiante de teología no vibraba con la denominada “lógica cristalina” to-mista ni con la neo-escolástica, que le resultaba “de-masiado cerrada en sí misma, demasiado impersonal y preconfeccionada”.2 Particularmente “Las Confesiones” de San Agustín marcarán el derrotero del fecundo pensa-

1 RATZINGER, Joseph. Sal de la tierra. Cristianismo e Iglesia Católica ante el nuevo milenio. Una conversación con P. Seewald. Madrid, Palabra, 1997. p. 452 RATZINGER, Joseph. Mi vida. Autobiografía. Madrid, Encuentro. 2006. p.89

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miento teológico de Benedicto XVI, así lo afirma él mismo: “Soy decididamente agustiniano. De la mis-ma manera que la creación es asequible a la razón y es razonable, de la fe se podría decir que es conse-cuencia de la creación y, por consiguiente, da acceso al conocimiento; yo estoy convencido de esto. Creer significa entrar en la comprensión”.3 En su obra “Sal de la tierra” también afirma: “Mi teología tiene cierto carácter bíblico e incluso pa-trístico, sobre todo, agustiniano”. En el pensamiento teológico de Benedicto XVI el acto mismo de creer incluye que procede de Aquél que es la misma razón; porque en la medida que creyendo acepto someter-me a Aquél que no comprendo sé también que, preci-samente de este modo, abro la puerta a la posibilidad de comprender del modo justo. La tesis doctoral de Joseph Ratzinger evi-dencia la influencia de San Buenaventura.4 El apa-sionamiento por la filosofía agustiniana del amor y la tesis sobre la presencia de la imagen trinitaria en el hombre se contraponen en cierto sentido a la aridez de la filosofía aristotélica. En el pensamiento teológico de Benedicto XVI hay lugar para el afecto y la belleza, así como para la comunión íntima con lo divino; a esto se refiere la doctrina sobre la irradiación luminosa y la consecuente inhabitación del ser humano en la ver-dad eterna.

2. La perícopa de Hebreos 10,24

Los Mensajes de Cuaresma del Papa en años pre-cedentes han sido enriquecidos por perícopas prin-cipalmente paulinas. El año anterior la reflexión es-tuvo centrada en Colosenses 2,12: “Con Cristo sois sepultados en el bautismo, con Él también habéis resucitado”. Esta centralidad del Misterio Pascual se trazó desde el Mensaje del año 2010: “La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo” (Cf. Rm. 3,21-22). En 2009 la perícopa fue tomada de los Sinópticos: “y después de un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre”. El Mensaje del año 2008 se inspiró en 2 Cor. 8,9: “Nuestro Señor Jesucristo, siendo rico, por vosotros se hizo pobre”, mientras que en 2007 y 2006 los Mensajes de Cua-

resma se centraron en Jn. 19, 37 “mirarán al que tras-pasaron”, y Mateo 9,36 “al ver Jesús a las gentes se compadecía de ellas”. Como vemos, recurrir a la Carta a los He-breos para el Mensaje de la Cuaresma es nuevo respecto a los años anteriores, por supuesto que se mantiene la línea temática, la centralidad del Misterio Pascual con un énfasis muy particular de este Ponti-ficado: la caridad como corazón de la vida cristiana. La perícopa “fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras” (Heb.10, 24) utiliza la palabra griega “parousmós” (estimularnos) que significa “algo agudo o incómodo al lado de”; en latín stimulāre significa “aguijonear, picar, punzar, incitar, excitar con viveza a la ejecución de algo” 5 según la acepción griega y latina podría-mos decir que los creyentes debemos estimularnos/incomodarnos unos a otros para la praxis de la cari-dad, esta actitud de “no instalarse” y “desacomodar-se” es coherente con una vida cristiana dinámica.La totalidad del texto bíblico nos permite entrar en la dimensión de las tres virtudes teologales, hay que acercarse al Señor “con corazón sincero y llenos de fe” (v. 22), para mantenernos firmes “en la esperanza que profesamos” (v. 23), realizando con la comuni-dad cristiana “la caridad y las buenas obras” (v. 24). La fuente se halla en la oración comunitaria (liturgia) con una perspectiva escatológica, la plena comunión en Dios (v. 25). El Mensaje de Cuaresma resalta tres aspec-tos de la vida cristiana: a) la solidaridad, b) la recipro-cidad y c) el camino de santidad.

La solidaridad: “hacerse responsable del otro”

“El verbo griego utilizado es “katanoein” que signi-fica “observar bien, estar atentos, mirar conscien-temente, darse cuenta de una realidad”. Este ver-bo lo encontramos, por ejemplo, en el Evangelio de San Lucas, cuando el Señor exhorta a sus discípulos a “fijarse” en los pájaros del cielo, que no se afanan y Dios cuida de ellos (Lc 12,24); y a “reparar” en la viga que hay en nuestro propio

3 Op., cit. pág.364 “Saber mucho y no gustar nada, ¿qué vale?” SAN BUENAVENTURA. Hexaemeron, 22.215 DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA DE LA LENGUA ESPAÑOLA, vigésima segunda edición

a)

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ojo antes de mirar la brizna en el ojo del hermano (Lc 6,41). En la Carta a los Hebreos se invita a “fijarse en Jesús” (3,1) autor y consumador de nuestra fe, “por tanto, el verbo que abre nuestra exhortación invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos. Sin embar-go, con frecuencia prevalece la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la «esfe-ra privada». También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos «guardianes» de nuestros hermanos (cf. Gn 4,9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado reciproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien”.6 La misericordia y la compasión brotan natu-ralmente del corazón, según el Papa, si cultivamos una mirada de fraternidad, solidaridad y justicia. En continuidad con el Magisterio de Pablo VI, Benedicto XVI reafirma el imperativo cristiano de la fraternidad, porque “el mundo está enfermo. Su mal está menos en la dilapidación de los recursos y en el acapara-miento por parte de algunos que en la falta de fraterni-dad entre los hombres y entre los pueblos”.7 Este “hacerse responsable del otro” compro-mete todas las dimensiones de la vida humana. La Palabra de Dios advierte de endurecer el corazón por una especie de “anestesia espiritual”, que en términos de Benedicto XVI nos enceguece y no nos permite ver los sufrimientos del prójimo. A esto se refieren dos parábolas lucanas: el buen samaritano ve al hombre caído en desgracia mientras el sacerdote y el levita “dieron un rodeo” con indiferencia (Lc 10,30-32); y el rico que no percibe la condición del pobre Lázaro, que muere de hambre delante de su puerta (Lc 16,19). En ambas parábolas se trata de lo contrario de “fijarse”, de detenerse y mirar con amor y compasión. ¿Qué impide “la mirada fraterna” y la conse-cuente praxis de la caridad? Benedicto XVI responde que “con frecuencia son la riqueza material y la sacie-dad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. Nunca

debemos ser incapaces de «tener misericordia» para con quien sufre; nuestras cosas y nuestros proble-mas nunca deben absorber nuestro corazón hasta el punto de hacernos sordos al grito del pobre. En cambio, precisamente la humildad de corazón y la experiencia personal del sufrimiento pueden ser la fuente de un despertar interior a la compasión y a la empatía: «El justo reconoce los derechos del pobre, el malvado es incapaz de conocerlos» (Pr 29,7). Se comprende así la bienaventuranza de «los que llo-ran» (Mt 5,4), es decir, de quienes son capaces de salir de sí mismos para conmoverse por el dolor de los demás. El encuentro con el otro y el hecho de abrir el corazón a su necesidad son ocasión de salvación y de bienaventuranza”.8

La reciprocidad: “los unos en los otros”

En nombre de las libertades individuales no se pueden aceptar todas las decisiones morales, la vida humana no se reduce sólo a la dimensión temporal hay que considerar la perspectiva es-catológica. Este es el sentido pleno de buscar lo que “fomente la paz y la mutua edificación” (Rm. 14,19) El camino del amor a Dios pasa por el amor al prójimo, por eso se trata de buscar la edificación del prójimo para su propio bien (Cf. Rm.15,2), sin pretender el propio beneficio “sino el de la mayoría, para que se salven” (1 Co 10,33). Los discípulos misioneros permanecemos unidos a Jesucristo, la comunión eucarística nos vincula los unos a los otros como miembros del cuerpo de la Iglesia, lo cual “significa que el otro me pertenece, su vida, su salvación, tienen que ver con mi vida y mi salvación. Aquí tocamos un elemento muy profundo de la comunión: nuestra existencia está relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el mal; tanto el pecado como las obras de caridad tienen también una di-mensión social. En la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, se verifica esta reciprocidad: la comunidad no cesa de hacer penitencia y de invocar perdón por los pecados de sus hijos, pero al mismo tiempo se alegra, y continuamente se llena de júbilo por los tes-timonios de virtud y de caridad, que se multiplican”.9

6 BENEDICTO XVI. Mensaje de la Cuaresma 2012.7 PABLO VI. Carta Encíclica Populorum progressio, 668 BENEDICTO XVI. Mensaje de la Cuaresma 2012.9 Ibíd., p.4

b)

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10 Desde esta perspectiva teológica se entiende una de las prácticas habituales de la Cuaresma: la limosna. En nuestra realidad eclesial se expresa la caridad a través de la Campaña de Comunicación Cristiana de Bienes que tiene por lema este año “Educar es sumar posibilidades de futuro”.11 Ibíd., p.512 JUAN PABLO II. Carta ap. Novo millennio ineunte, 31. 6 de enero de 2001

Esta reciprocidad es propia de la teología paulina, “que todos los miembros se preocupen los unos de los otros” (1 Co 12,25), los creyentes expre-samos de manera muy concreta la solicitud por los más pobres10 porque ellos son miembros del cuerpo místico de Cristo, ahí radica “la opción preferencial por los pobres”, que no se reduce al aspecto socio-lógico ni menos justifica ideológicamente la lucha de clases sino que tiene una dimensión escatológica.

El camino de santidad: “para estimular la caridad”

Hay que aspirar a los carismas superiores y a una caridad cada vez más alta y fecunda (Cf. 1 Co 12,31-13,13). La reciprocidad tiene por finalidad motivarse mutuamente para un amor efectivo cada vez mayor “como la luz del alba, que va en aumento hasta llegar a pleno día” (Pr 4,18), en alegre espera de vivir el día sin ocaso en Dios, sin embargo, “lamentablemente, siempre está presente la tentación de la tibieza, de sofocar el Espíritu, de negarse a «comerciar con los talen-tos» que se nos ha dado para nuestro bien y el de los demás (cf. Mt 25,25ss). Todos hemos reci-bido riquezas espirituales o materiales útiles para el cumplimiento del plan divino, para el bien de la Iglesia y la salvación personal (cf. Lc 12,21b; 1 Tm 6,18). Los maestros de espiritualidad recuerdan que, en la vida de fe, quien no avanza, retroce-de”.11 El beato Juan Pablo II invitó a aspirar a un “alto grado de la vida cristiana”.12 El mundo exige de los creyentes un testimonio de amor y fideli-dad, las injusticias sociales urgen la praxis de una auténtica caridad y promoción humana.

c)

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¿HABLAR DE MILAGROS IMPLICARíA “METERNOS EN CAMISA DE ONCE VARAS”?

Por: John Freddy Tamayo Cruz Pbro.

“El fenómeno de los “milagros” vuelve a aparecer en la cultura latinoamericana con una lectura acrítica del mismo, y con alto riesgo de caricaturizar la fe, enredando la misma en episodios de posesiones y sanaciones, que bien pueden ser tratados desde la psicopatología clínica”.

Durante los últimos años en los países latinoame-ricanos, y por ende en Colombia, han proliferado

los fenómenos de milagros interpretados como “sa-naciones” y “liberaciones demoníacas”; situaciones en las que se entiende el término “milagro” como un hecho que supera lo real, y a su vez, escapa de toda posibilidad humana.

La exclamación de la doctora Ingrid Betancourt cuan-do saluda a su madre en el momento de su liberación, tras haber permanecido por más de seis años secues-trada por el grupo armado FARC, es un ejemplo, que aunque en otro contexto, puede ilustrar este hecho: “Mamá, estoy viva, esto es un ‘milagro’, el ejército me rescató”.

Como se aprecia, la expresión -“es un milagro”- es recurrentemente utilizada para, y así como ella, el fe-nómeno de las “misas de sanación” en el ámbito cris-tiano, en las que se da una expresión masificada de emociones como las que manifestó la doctora Betan-court en el mismo momento que recuperó su libertad.

Volviendo al ejemplo, la palabra “milagro” fue verbali-zada por la doctora Betancour de manera inconscien-te sin pensar que se hubieran violentado las leyes de la naturaleza, pero por ser una persona con rasgos religiosos y creyentes, es posible que haya percibido el actuar de Dios en ese hecho, en el que se respetó la vida humana, tanto de sus captores como de ella y de los otros liberados. Sin embargo, en el fenómeno de las “sanaciones” y “liberaciones demoníacas” hay una expresión más de orden sintomático, con una car-

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ga emocional alta sin que se de una verificación cien-tífica del restablecimiento de la salud de la persona enferma y/o poseída. Tales fenómenos de “sanación” y “liberación” repiten para nosotros, la época decadente de la ciencia griega, que al perder el sentido crítico, abrió el camino a la superstición y las técnicas mágicas.

Teniendo en cuenta lo anterior, es válido preguntar-nos el por qué de los milagros en el actuar de Jesús, según el relato de los evangelistas canónicos (Mateo, Marcos, Lucas y Juan). El evangelista Juan afirma, de manera clara y sin ambigüedades, “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14), desde esta perspectiva bíblico-teológica no tenemos problema en creer en Jesús de Nazaret como que asumió la cultu-

ra del entorno de Palestina en el siglo I, marcando una diferencia con las divinidades salutíferas greco-latinas (Asclepio, Serapis, Isis entre otras), pues, sus accio-nes, relatadas por los evangelistas como milagros, se inspiraron en la convicción profunda del Reinado de Dios, que fue su desvelo y a lo que le dedicó toda su vida. Es necesario tener en cuenta que según la cultura semita, las enfermedades estaban asociadas a los demonios; por lo tanto, las acciones de Jesús, y mejor, toda su vida, estuvieron direccionadas a mos-trar que Dios reina en la medida que las fuerzas del mal son vencidas.

En el tema de los milagros, para que no sea cami-sa de once varas, es importante tener en cuenta los siguientes énfasis: 1) Jesús de Nazaret vivió en una cultura taumatúrgica, esto es, los milagros no empe-zaron con él. 2) Jesús realizó las “obras del Padre”, o también “signos” ligados a la predicación del Reino de Dios, que fue lo que verdaderamente le interesó. 3) Los evangelistas, quienes presentan la vida de Jesús, bebieron de la misma cultura en que vivió Jesús e hi-cieron un relato instrumental de los milagros o de tales signos con el propósito de profesar la fe en Jesús de Nazaret, muerto y resucitado para nuestra salvación.

Para terminar, es importante tener en cuenta que así como en la época de Jesús, también hoy las personas que buscan y pretenden beneficiarse de los milagros, militan en la pobreza y la marginación social, o quizás les acompaña un siquismo frágil; tales personas, al igual que muchos de los posibles casos de la cultura griega como judía, buscaban ayuda después de ser desahuciados por la medicina tradicional.

El fenómeno de los “milagros” vuelve a aparecer en la cultura latinoamericana con una lectura acrítica del mismo, y con alto riesgo de caricaturizar la fe, enredando la misma en episodios de posesiones y sanaciones, que bien pueden ser tratados desde la psicopatología clínica. Este camino necesita ser tran-sitado, sino se quiere caer en expresiones religiosas infantiles y pre-científicas que para nada fortalecen el seguimiento y la adhesión de fe hacia Jesús de Naza-ret y su propuesta del Reinado de Dios.

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“Así, la nueva evangelización se convierte en el reto de aplicar la llamada de Jesús a la conversión del corazón, no sólo ad extra sino también ad intra; a los creyentes y culturas en las que la sal del evangelio ha perdido su sabor”.

Entre la misión “ad-gentes” y la nueva evangelización

“¡Vayan, y hagan discípulos en todas las naciones!” es un mandato tan actual como la misión misma de ser Iglesia. Acogemos la enseñanza del Concilio Vatica-no II, especialmente en lo que está expresado en los documentos Lumen Gentium, Gaudium et Spes y Ad Gentes, que especifican con precisión cómo entiende la Iglesia su propio deber evangélico, llamando a toda la Iglesia misionera; es decir, que todos los cristianos, en virtud del bautismo, la confirmación y la eucaristía, son evangelizadores. Sí, el Concilio ha reiterado, sobre todo en Ad Gentes, que si bien son misioneros explícitos aquellos enviados a los lugares donde las personas nunca han oído el nombre mediante el cual todos los hombres han sido salvados, sin embargo, no hay cristiano que esté excluido de la tarea de dar testimonio de Jesús, transmitiendo a los demás el llamado del Señor en la vida cotidiana. Por lo tanto, la misión se ha convertido en el punto central de la vida de cada Iglesia local, de cada creyente. La naturaleza misionera se renueva no sólo en un sentido geográfico, sino en el sentido teológico, en tanto el destinatario de la ‘misión’ no es sólo el no creyente, sino el creyente. Algunos se preguntaban si esta ampliación del concepto de la evangelización hu-biese debilitado involuntariamente el significado de la misión ‘ad gentes’. El beato Juan Pablo II ha desarrollado esta nueva comprensión del término, haciendo hincapié en la evangelización de la cultura, en cuanto el parangón entre fe y cultura sustituyó la relación entre la Iglesia y

LA PROCLAMACIÓN DEL EVANGELIO HOy:

Por: + Timothy Card. Dolan Arzobispo de Nueva York

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el Estado que prevaleció hasta el Concilio, y en este cambio de acento consiste la tarea de reevangelizar culturas que alguna vez fueron el verdadero motor de los valores evangélicos. Así, la nueva evangelización se convierte en el reto de aplicar la llamada de Jesús a la conversión del corazón, no sólo ad extra sino también ad intra; a los creyentes y culturas en las que la sal del evangelio ha perdido su sabor. Por lo tanto, la misión se dirige no sólo a Nueva Guinea, sino también a Nueva York. En la Redemptoris Missio, número 33, el bea-to Juan Pablo II presentó este planteamiento, hacien-do una distinción entre la evangelización primaria –el anuncio de Jesús a los pueblos y contextos sociocul-turales donde Cristo y su Evangelio no son conoci-dos–, y la nueva evangelización –el reavivar la fe en la gente y las culturas en las que se ha apagado–, y la atención pastoral de las iglesias que viven la fe y han reconocido su compromiso universal. Está claro que no hay oposición entre la mi-sión ad gentes y la nueva evangelización: no se trata de un fuera-fuera sino de un dentro-dentro. La Nue-va Evangelización genera misioneros entusiastas, y aquellos que están comprometidos en la misión ad gentes deben dejarse evangelizar continuamente. Desde el Nuevo Testamento, la misma ge-neración que recibió la misión ad gentes del Maestro en el momento de la Ascensión necesitaba que san Pablo la exhortase a “reavivar el carisma de Dios”, reavivando la llama de la fe depositada en ellos. Esto es sin duda, uno de los primeros ejemplos de la nueva evangelización. Y más recientemente, durante el alentador Sínodo sobre África, hemos escuchado las voces de nuestros hermanos que están ejerciendo su ministe-rio en los lugares donde la cosecha de la misión ad gentes era rica, pero ahora que han pasado dos o tres generaciones, también ellos sienten la necesidad de una nueva evangelización.El reconocido misionero televisivo, arzobispo Fulton J. Sheen, dijo: “La primera palabra de Jesús a sus discípulos fue ‘vengan’, y la última fue ‘vayan’. Uno no puede ‘ir’ a menos que primero no haya ‘venido’ a él”.

Un gran reto, tanto para la misión ad gentes como a la nueva evangelización, es el llamado secularismo.

Escuchemos cómo lo describe el Santo Padre:

“La secularización, que se presenta en las culturas como una configuración del mundo y de la humani-dad sin referencia a la Trascendencia, invade todos los aspectos de la vida diaria y desarrolla una men-talidad en la que Dios de hecho está ausente, total o parcialmente, de la existencia y de la conciencia hu-manas. Esta secularización no es sólo una amenaza exterior para los creyentes, sino que ya desde hace tiempo se manifiesta en el seno de la Iglesia misma. Desnaturaliza desde dentro y en profundidad la fe cristiana y, como consecuencia, el estilo de vida y el comportamiento diario de los creyentes. Estos viven en el mundo y a menudo están marcados, cuando no condicionados, por la cultura de la imagen, que impone modelos e impulsos contradictorios, negando en la práctica a Dios: ya no hay necesidad de Dios, de pensar en él y de volver a él. Además, la mentalidad hedonista y consumista predominante favorece, tan-to en los fieles como en los pastores, una tendencia hacia la superficialidad y un egocentrismo que daña la vida eclesial.” (Discurso de Su Santidad Benedic-to XVI a la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para la Cultura, 8.III.2008).

Esta secularización nos llama a una estrategia eficaz de evangelización.

Permítanme exponerla en siete puntos:

A decir verdad, al invitarme a hablar sobre este tema “El anuncio del Evangelio hoy: entre misión ad gentes y la nueva evangelización”, el eminentí-simo secretario de Estado, me pidió contextualizar el secularismo, sugiriendo que mi arquidiócesis de Nueva York es quizá “la capital de la cultura secu-larizada”. Pero, –y creo que mi amigo y colega, el car-denal Edwin O’Brien, que creció en Nueva York, estará de acuerdo–, yo diría que Nueva York, a pesar de dar la impresión de ser secularizada, es sin embargo una ciudad muy religiosa. Incluso en los lugares que suelen ser clasifi-cados como “materialistas”, tales como los medios de comunicación, el entretenimiento, las finanzas, la política, el arte, la literatura, hay una innegable apertura a la trascendencia, ¡a lo divino! Los cardenales que sirven a Jesús y a su Iglesia en la Curia Romana pueden recordar el

1.

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discurso de Su Santidad por la Navidad hace dos años, en el que se celebraba esta apertura natural a lo divino, incluso en aquellos que dicen adherirse al se-cularismo: “...Considero importante sobre todo el hecho de que también las personas que se declaran agnós-ticas y ateas deben interesarnos a nosotros como creyentes. Cuando hablamos de una nueva evangeli-zación, estas personas tal vez se asustan. No quieren verse a sí mismas como objeto de misión, ni renunciar a su libertad de pensamiento y de voluntad. Pero la cuestión sobre Dios sigue estando también en ellos... Como primer paso de la evangelización debemos tra-tar de mantener viva esta búsqueda; debemos pre-ocuparnos de que el hombre no descarte la cuestión sobre Dios como cuestión esencial de su existencia; preocuparnos de que acepte esa cuestión y la nos-talgia que en ella se esconde... Creo que la Iglesia debería abrir también hoy una especie de “atrio de los gentiles” donde los hombres puedan entrar en contac-to de alguna manera con Dios sin conocerlo y antes de que hayan encontrado el acceso a su misterio, a cuyo servicio está la vida interna de la Iglesia”. Este es mi primer punto: Compartimos la con-vicción de los filósofos y poetas del pasado, los cuales no tenían la ventaja de haber recibido la revelación. Y, por eso, incluso una persona que dice adherirse al secularismo y despreciar las religiones, tiene dentro de sí una chispa de interés en el más allá, y reconoce que la humanidad y la creación serían un enigma ab-surdo sin un concepto de ‘creador’. En el cine hay ahora una película llamada The Way (El Camino), en la que uno de los protagonistas es un conocido actor, Martin Sheen. Quizás la hayan visto. Hace el papel de un padre cuyo hijo distancia-do muere mientras recorre el Camino de Santiago de Compostela en España. El angustiado padre decide completar la peregrinación en lugar del hijo perdido. Es el icono del hombre secular: satisfecho de sí mis-mo, despectivo hacia Dios y la religión, que se definía “excatólico”, cínico frente a la fe... pero, es incapaz de negar que dentro de sí hay un interés irresistible de conocer más allá, una sed de algo más -o alguien más--, que crece en él a lo largo del camino. Sí, podríamos tomar prestado lo que los apóstoles le dijeron a Jesús en el evangelio del do-mingo: ¡”todos te buscan”! Y te están buscando inclu-so hoy...

Esto me lleva al segundo punto: este hecho nos da una inmensa confianza y el coraje decisivo para cumplir con el sagrado deber de la misión y la nueva evangelización. “No tengan miedo”, como suele decirse, es la exhortación más repe-tida en la Biblia. Después del Concilio, la buena noticia era que el triunfalismo en la Iglesia había muerto. Pero, por desgracia, ¡también la confianza! Estamos convencidos, confiados y valientes con la nueva evangelización gracias al poder de la Persona que nos ha confiado esta misión –da la casualidad de que es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad–, y gracias a la verdad de su mensaje y la profunda apertura a lo divino, incluso entre las personas más secularizadas de nuestra sociedad actual. ¡Seguros, sí! Triunfalistas, ¡nunca más! Lo que nos mantiene lejos de la arrogancia y de la soberbia del triunfalismo es el reconoci-miento de lo que nos enseñó el Papa Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi: ¡la Iglesia misma tiene siempre la necesidad de ser evangelizada! Esto nos da la humildad de admitir que la Iglesia tiene una profunda necesidad de conver-sión interior, algo medular en la llamada a la evan-gelización.

Un tercer elemento para una misión eficaz es la conciencia de que Dios no sacia la sed del cora-zón humano con un concepto, sino a través de una persona que se llama Jesús. La invitación im-plícita en la misión ad gentes y la nueva evange-lización no es una doctrina, sino un llamado a co-nocer, amar y servir --no a algo--, sino a alguien. El Santo Padre, cuando comenzó su ponti-ficado, nos invitó a una amistad con Jesús, ex-presión con la que Usted ha definido la santidad. Es el amor de una Persona, una relación personal que está en el origen de nuestra fe.

Y aquí está el cuarto punto: esta persona, este Jesús de Nazaret, nos dice que Él es la verdad. Por lo tanto, nuestra misión tiene una sustancia, un contenido. A veinte años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, en el quincua-gésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y al umbral de este Año de la fe, nos

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encontramos con el reto de combatir el analfabetismo catequético.Es verdad que la nueva evangelización es urgente, porque a veces el secularismo ha ahogado el grano de la fe; pero esto fue posible porque muchos creyen-tes no tienen la mínima idea de la sabiduría, la belleza y la coherencia de la Verdad. Su eminencia el cardenal George Pell, dijo que “no es tan cierto que las personas han perdido la fe, sino que no la tuvieron desde el inicio; y si la había de algún modo, era tan insignificante que podía ser fácilmente arrancada”. Por eso el cardenal Avery Dulles nos ha llamado a una neoapologética, no radicada en dis-cusiones vacías, sino en la Verdad que tiene un nombre, Jesús. Del mismo modo, cuando el beato John Hen-ry Newman recibió la tarjeta para la nominación al Colegio de Cardenales, advirtió sobre los peligros del liberalismo en la religión, es decir, “la doctrina según la cual no hay ninguna verdad positiva en la religión, en que un credo vale tanto como otro. La religión re-velada no es una verdad, sino un sentimiento y una preferencia personal”. Cuando Jesús nos dice “Yo soy la Verdad”, dijo también que es “el Camino y la Vida.” El camino de Jesús es al interior y a través de su Iglesia, que como una madre santa nos da la Vida del Señor. “¿Cómo lo habrías conocido a Él si no a tra-vés de Ella?”, preguntaba De Lubac, haciendo refe-rencia a la relación inseparable entre Jesús y su Igle-sia. Por lo tanto, nuestra misión, esta nueva evan-gelización, tiene unas dimensiones catequéticas y ecle-siales. Esto nos lleva a pensar en la Iglesia de una manera renovada: a pensar en ella como una Misión en sí misma. Como nos enseñó el beato Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris Missio, la Iglesia no tiene una misión, como si la “misión” fuera una cosa entre las muchas que Iglesia hace. No, la Iglesia es una mi-sión, y cada uno de nosotros que confiesa a Jesús como Señor y Salvador debería interrogarse sobre su propia eficacia en la misión. En los últimos cincuenta años desde la aper-tura del Concilio, hemos visto a la Iglesia pasar por las últimas etapas de la Contrarreforma y volver a des-cubrirse como una obra misionera. En algunos luga-

res esto ha significado un nuevo descubrimiento del Evangelio. En los países cristianos ya ha dado lugar a una reevangelización que abandona las aguas es-tancadas de la conservación institucional y, como Juan Pablo II ha enseñado en la Novo Millennio Ineunte, nos invita a despegar en pos de una pes-ca eficaz. En muchos de los países aquí representa-dos, alguna vez la cultura y el entorno social transmi-tían el evangelio, pero hoy en día no es así. Ahora, por lo tanto, el anuncio del evangelio –la invitación explícita a entrar en la amistad con el Señor Jesús–, debe estar en el centro de la vida católica y de to-dos los católicos. Pero en todo momento, el Conci-lio Vaticano II y los grandes Papas que le han dado una interpretación autorizada, nos impulsan a llamar a nuestra gente a pensarse como un despliegue de misioneros y evangelizadores.

Cuando era seminarista en el Colegio Norteame-ricano, todos los estudiantes de teología del pri-mer año de todos los ateneos de Roma fueron invitados a una misa en San Pedro celebrada por el prefecto de la Congregación para el Clero, el cardenal John Wright.Esperábamos una homilía densa. Pero él empezó pidiéndonos: “Seminaristas, háganme un favor a mí y a la Iglesia: cuando vayan por las calles de Roma, ¡sonrían!”. Por lo tanto, el punto cinco: el misionero, el evangelizador, debe ser una persona alegre. “La alegría es el signo infalible de la presencia de Dios”, afirma Leon Bloy. Cuando asumí como arzobispo de Nueva York un sacerdote me dijo “sería mejor si deja de sonreir cuando va por las calles de Manhattan o ¡terminará por hacerse arrestar!” Un enfermo terminal de sida en la casa Don de la Paz llevada por las Misioneras de la Caridad en la arquidiócesis de Washington del cardenal Donald Wuerl, pidió ser bautizado. Cuando el sa-cerdote le pidió una expresión de fe, murmuró: “lo que sé es que soy un infeliz, y las hermanas en cambio son muy felices, incluso cuando las insulto y les escupo. Ayer finalmente les pregunté la razón de su felicidad y ellas me contestaron: “Jesús”. Yo quiero a este Jesús para que así yo también pueda ser feliz.Un verdadero acto de fe, ¿no?

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La nueva evangelización se realiza con una sonrisa, no con el ceño fruncido. La misión ad genteses, básicamente, un sí a todo aquello que hay de decente, bueno, verdadero, bello y noble en la persona humana.¡La Iglesia es básicamente un sí, no un no!

Y, penúltimo punto, la Nueva Evangelización, es un acto de amor. Recientemente le preguntaron a nuestro hermano John Thomas Kattrukudiyil, obis-po de Itanagar, en el noreste de la India, el motivo del enorme crecimiento de la Iglesia en su dióce-sis, que registra más de diez mil conversiones de adultos al año. “Porque presentamos a Dios como un Padre amoroso, y porque la gente ve que la Iglesia los ama”, respondió. No es un amor etéreo, añadió, sino un amor encarnado en maravillosas escuelas para los niños, clínicas para los enfermos, casas para los ancianos, orfanatos, alimentos para los hambrientos. En Nueva York, hasta el corazón del más convencido secularizado se enternece cuando vi-sita una de nuestras escuelas católicas de la ciu-dad. Cuando uno de nuestros benefactores, que se definía como agnóstico, le preguntó a la her-mana Michelle, por qué a su edad y con dolores de artritis en las rodillas, seguía trabajando en una escuela hermosa, pero muy exigente, ella respon-dió: “Porque Dios me ama y yo lo amo y quiero que estos niños descubran este amor.” Alegría, amor y... último punto... siento decir-lo, la sangre.

Mañana, veintidós de nosotros oirán lo que la ma-yoría de ustedes ya han oído: “Para la gloria de Dios y en honor de la Sede Apostólica recibe esta birreta, signo de la dignidad cardenalicia, sabien-do que tendrás que actuar con fortaleza hasta el derramamiento de tu sangre: para la difusión de la fe cristiana, la paz y la tranquilidad del pueblo de Dios, la libertad y el crecimiento de la Santa Iglesia Romana.” Santísimo Padre, ¿podría, por favor, saltar lo del “derramamiento de tu sangre” cuando me entregue la birreta? ¡Por supuesto que no! Pero nosotros somos audiovisuales escarlata para todos nuestros her-

manos y hermanas que también están llamados a su-frir y morir por Jesús. Fue Pablo VI quien observó sabiamente que el hombre moderno aprende más de los testigos que de los maestros, y el supremo testimonio es el martirio. Hoy en día, lamentablemente, tenemos már-tires en abundancia. Gracias, Santo Padre, porque nos recuerda a menudo a aquellos que hoy en día sufren la persecu-ción a causa de su fe en todo el mundo. Gracias al cardenal Koch, porque cada año llama a la Iglesia a un “día de solidaridad” con los per-seguidos por causa del evangelio, y por la invitación a nuestros interlocutores en el ecumenismo y en el diá-logo interreligioso a un “ecumenismo en el martirio”. Mientras lloramos a los mártires cristianos; mientras los amamos, oremos con y por ellos; mien-tras actuamos enérgicamente en su defensa, estamos también muy orgullosos de ellos, nos sentimos orgu-llosos de ellos y proclamamos su testimonio supremo al mundo. Ellos encienden la chispa de la misión ad gentes de la Nueva Evangelización. Un joven de Nueva York me dijo que volvió a la fe católica, abandonada en la adolescencia, des-pués de haber leído ‘Los monjes de Tibhirine’, sobre los trapenses martirizados en Argelia quince años atrás, y al haber visto su historia en el film francés ‘De dioses y hombres’. Tertuliano no se sorprendería. Gracias a ustedes, santo padre y hermanos, por soportar mi italiano básico. Cuando el cardenal Bertone me pidió que hablara en italiano, estuve pre-ocupado porque yo hablo italiano como un niño. Pero entonces me acordé de que cuando era un joven sacerdote, recién ordenado, mi primer párroco me dijo mientras iba a enseñar el catecismo a los niños de seis años: “¡Ahora vamos a ver que hará toda tu teo-logía, y si podrás hablar de la fe como un niño!”. Y quizás conviene concluir simplemente con este pensamiento: tenemos necesidad de decir de nuevo, como un niño, la verdad eterna, la belleza y la sencillez de Jesús y de su Iglesia.¡Alabado sea Jesucristo!

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Por: Sergio González Franco.

“Es indispensable que la Iglesia de Medellín participe en la transformación de estos paradigmas de muerte, es necesario imponer la vida y la dignidad del ser humano y en esto la Iglesia tiene que ser protagonista”.

MICROTRáFICO DE DROGA EN MEDELLíN

Es necesario para la Iglesia de Medellín acercar-nos no solo a la ciudad imparable o a la ciudad

de múltiples eventos, es necesario acercarnos a la ciudad doliente en busca del Cristo que requiere de nuestra inmediata atención. Medellín empieza a co-brar alas tras la década de los años 80, grandes capos de la mafia se instalan en este territorio articulando así, grandes estructuras criminales al servicio del nar-cotráfico, el país llega a tal degeneración moral que estas estructuras empiezan no sólo a filtrarse en el aparato del Estado, sino que tras los programas socia-les financiados por capos del narcotráfico como Pablo Escobar al brindar canchas de futbol, construir barrios y demás actividades, la conciencia moral y ética de la ciudadanía empieza a vivir en una ambivalencia, por un lado repudia las asonadas de violencia y terror y por otro lado se enriquece del negocio del narcotráfi-co. Desde la muerte de Pablo Escobar en 1993 hasta el 2012 se han reacomodado las estructuras crimina-les y sus capos, unos han sido extraditados y otros han muerto al interior del conflicto, en cuanto a las estructuras estás se han reacomodado pero persisten al interior de la ciudad. En los últimos años han sido dos los momentos que han dado nuevas configuracio-nes al conflicto en la ciudad, la desmovilización de las AUC y la extradición del jefe de la Oficina de Envigado Diego Fernando Murillo alias “Don Berna”.

Tras la desmovilización de las AUC varios de sus je-fes llegaron a dominar combos de la ciudad, pero di-chos combos por disposición del gobierno no pudieron ser amparados por la Ley de Justicia y Paz (Monroy 2009,10 A), lo que genero que muchos grupos lide-

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rados por la AUC quedaran en la ilegalidad. Esto ha ocasionado que en materia de seguridad para la ciudad, los indicadores no sean muy alentadores; según la encuesta de percepción ciudadana, Mede-llín Cómo Vamos 2011, Los niveles de seguridad, en una escala de 1 a 5, la ciudad se ubica en un 3,3 (Medellín cómo vamos, 2011). Después de Pablo Escobar, las perso-nas asociadas a él y la banda de “Los pepes” no desapa-recieron, sino que se reconfiguraron bajo otros nombres como la actual y po-lémica “Oficina de Envigado”; quienes encontraron en la protección violenta una nueva forma de riqueza, protección brindada a los mer-cados minoristas, al microcrédito informal (llamado comúnmen-te paga diario), a los juegos de azar, entre otras actividades (Be-doya, 2010,19). Esto se ha convertido, tras la caída en produc-ción de cocaína, en un nuevo mecanismo para la supervivencia de los combos en la ciudad. Alrededor de 1994 la Oficina de Envigado fue asumida por Diego Fernando Murillo, alias don Berna hasta el 2008 des-pués pasó a manos de Carlos Mario Aguilar, alias Rogelio, hasta que fue entregado a la justicia Norte-americana el mismo año. Después, Daniel Alejandro Serna, alias “El Cabo” o “Kener” toma el mando por un corto periodo de tiempo, posteriormente, la Ofici-na es tomada por Leonardo Muñoz, alias “Douglas”,

hasta que lo capturan en 2009, hasta ese año libró una guerra con Maximiliano Bonilla, alias “Valencia-no” capturado en diciembre de 2011, quien le llega a dar la batalla sería Erik Vargas, alias “Sebastián” quien es hoy el nuevo capo de la oficina de Envigado.

Hay que entender que tras la extradición de Don Ber-na, la Oficina de Envigado no perdió espacio, sólo se dio un reacomodamiento de las estructuras que deben leerse detenidamente, pues estas organizaciones de ca-rácter multi-delictivo, (como Los Machos, Los Rastrojos, Los Paisas, La Banda de Urabá, antigua banda de alias don Mario, Renacer y el Ejército Revolu cionario Popular Antiterrorista Co-lombiano (Erpac), inde-pendientes unas de otras, carentes de toda ideología, con capacidad para desple-garse hacia zonas donde convergen las cadenas del narcotráfico y que incluso han llegado a consolidar alianzas con grupos terro-ristas (FARC y ELN) y con organizaciones delincuen-ciales con propósitos crimi-nales. Las redes criminales de la ciudad, tienen dos características, la primera es su dimensión territorial fuertemente marcada, “no son grupos de delincuencia y ya” dichas organizacio-

nes tienen un modus operandi en la extracción de los recursos del territorio, por medio de la extorsión y demás. La segunda característica es que estas re-des criminales están adscritas a organizaciones más grandes como las BACRIM, como el caso de los Ura-beños o los Paisas.

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Para el Estado es claro que las bandas criminales (BACRIM) se hallan concentradas especialmente en zonas rurales, las cuales se encuentran armadas y dan cuenta de toda una organización jerárquica. En-tre sus metas esta la ampliación de fronteras para propiciar espacios de explotación, toma de zonas estratégicas del narcotráfico y otras modalidades de-lictivas. Pasando a las áreas urbanas nos dirigimos a los combos o redes criminales las cuales siendo parte de las BACRIM, a las cuales les rinden pleite-sía, dichas organizaciones según el Observatorio de derechos humanos del IPC tienen armas cortas y muchas de ellas han sido absorbidas o financiadas por las BACRIM para ejercer el sicariato, hurtos, ex-torsiones, secuestros y demás, estos combos o redes criminales son un eslabón para preservar las rutas para el tráfico y microtráfico de drogas, armas, etc. al menos 230 municipios del país registran presencia de estas organizaciones, surgidas luego del proceso de desmovilización de los bloques de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). En Medellín, según cifras suministradas por la Personería de Medellín, exis-ten en promedio 200 grupos armados con cerca de 6.000 integrantes, dejando a la ciudad con un índice de 70 homicidios por cada 100.000 habitantes. Ahora bien, sabemos que mientras existan varios actores buscando el control del monopolio del narcotráfico y demás negocios, emergerán figuras públicas como bandas, combos, milicias, narcotraficantes, grupos de limpieza social, guerrilleros, paramilitares y las lla-madas “oficinas”, los cuales llevan la criminalidad a mayores índices de homicidios por medio de una red intrincada de relaciones de poder , pues cada actor del conflicto busca mecanismos de financiación para la defensa de su territorio, y es allí cuando empiezan a inmiscuirse en las dinámicas socio-económicas de la población civil, para usufructuar de ellas y así pre-valecer ante los demás actores deseosos de un ma-yor dominio en la territorialidad de la ciudad.

El conflicto ha tomado un perfil expansionista, apo-yado en el pasado lleno de excentricidades que brin-dó el narcotráfico; la ambición y el lucro que brinda el microtráfico de droga beneficia desde los jóvenes expendedores hasta los grandes capos. La preferen-cia de ya varias generaciones por permanecer en la ilegalidad sólo da muestra de la crisis moral que

permeo las estructuras sociales, la legitimación que dieron los grupos armados por medio de la fuerza a la población creo en la cotidianidad de la ciudadanía una naturalización del narcotráfico y del porte de ar-mas, la legalidad y la legitimidad se hicieron confusas para una sociedad atrapada en el conflicto, y los que implementaron la fuerza incorporaron a la cultura de la población sus intereses éticos o no.

La tarea es pues procurar transformar estos paradig-mas socio-culturales transmisores de muerte del ima-ginario colectivo impuesto por los violentos y poder así desvincular a la población del consumo de droga y por ende de los homicidios que engendra. Es indispensa-ble que la Iglesia de Medellín participe en la transfor-mación de estos paradigmas de muerte, es necesario imponer la vida y la dignidad del ser humano y en esto la Iglesia tiene que ser protagonista.

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DECRETOS y NOMBRAMIENTOS

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Se nombra al Diácono SAÚL DE SAN JOSÉ ARROYAVE ARANGO Formador de la Es-cuela Diaconal Casa Pablo VI (Decreto Nº 420N/12) 23 – Feb – 12Se nombra, por un período de dos años, como miembros de la Junta del Fondo Co-mún Arquidiocesano – Sacerdotal, a las si-guientes personas: Mons. Edgar Aristizábal Quintero, delegado del Arzobispo. Pbro. Luis Eduardo Yepes Zuleta, miembro de la comi-sión de vida socio – económica del Consejo Presbiteral. Pbro. Luis Humberto Arboleda Tamayo. Pbro. Carlos Eugenio Londoño Me-jía. Pbro. Hernando Antonio Pulgarín Agudelo. Pbro. Luis Alberto Ángel Álvarez. Se nombra como Administrador General, y por tanto re-presentante legal de este fondo, al Pbro. Luis Humberto ARBOLEDA TAMAYO (Decreto Nº 419N/12) 21 – Feb – 12Se nombra al Diácono Yerson Henry Gar-cía García para ejercer su sagrado orden en la parroquia “Nuestra Señora de los Dolores” (Las Estancias), Vicaría Episcopal del Oriente, zona pastoral Nº 3 (Centro – Oriental), arci-prestazgo San Felipe Apóstol (Comuna 8 – Vi-lla Hermosa). Al Diácono Andrés Felipe Guz-mán Guzmán para ejercer su sagrado orden en la parroquia “Nuestra Señora de Belén”, Vicaría Episcopal del Occidente, zona pasto-ral Nº 6 (Sur – Occidental), arciprestazgo San Bartolomé Apóstol (Comuna 16 – Belén). Al Diácono José Heriberto Herrera Salazar para

ejercer su sagrado orden en la parroquia “San Leopoldo Mandic”, Vicaría Episcopal del Nor-te, zona pastoral Nº 8 (Norte), arciprestazgo Santiago Apóstol (Bello – París – Cabañas – Barrio Nuevo). Al Diácono Alexander Montoya Valencia para ejercer su sagrado orden en la parroquia “La Visitación”, Vicaría Episcopal del Sur, zona pastoral Nº 5 (Sur – Oriental), arciprestazgo San Lucas Evangelista (Comu-na 14 – El Poblado) (Decreto Nº 418N/12) 15 – Feb – 12Se nombra al Presbítero Fray JOHN MARIO RUÍZ BOLIVAR, OFM, de la Comunidad Franciscana Provincia de la Santa Fe, vicario parroquial de la parroquia “SAN BENITO” (De-creto Nº 417N/12) 15 – Feb – 12Se nombra al Presbítero Fray RAÚL LÓPEZ LONDOÑO, OFM, de la Comunidad Fran-ciscana Provincia de la Santa Fe, párroco de la parroquia “SAN BENITO” (Decreto Nº 416N/12) 15 – Feb – 12Se nombra al Presbítero JAIME ANTONIO ROJAS GUTIÉRREZ, CJM, de la Congrega-ción de Jesús y María “Padres Eudistas”, pá-rroco de la parroquia “SAN MIGUEL ARCÁN-GEL” (Decreto Nº 415N/12) 15 – Feb – 12Se nombra al Presbítero CARLOS MA-NUEL BARRIOS GONZÁLEZ, SDB, de la Inspectoría Salesiana “San Luis Beltrán”, vi-cario parroquial de la parroquia “SAN FRAN-CISO DE SALES” (Decreto Nº 414N/12) 15 – Feb – 12

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Se nombra los Presbíteros JAIME MIRA GA-LLEGO SDB y WILSON AURELIO MORALES PALACIOS SDB, de la Inspectoría Salesiana “San Luis Beltrán”, vicarios parroquiales de la pa-rroquia “NUESTRA SEÑORA DEL SUFRAGIO” (Decreto Nº 413N/12) 15 – Feb – 12Se nombra, a partir de la fecha de expedición del presente Decreto y por un período de dos años, a los siguientes arciprestes: Arcipreste del Arciprestazgo Nuestra Señora de Guadalupe, en la Vicaría Episcopal del Oriente, al Presbíte-ro Diego Luis Gómez Muñoz, Arcipreste del Ar-ciprestazgo Santo Tomás Apóstol, en la Vicaría Episcopal del Oriente, al Presbítero Julio Enrique Montoya Restrepo, Arcipreste del Arciprestazgo San Pedro Apóstol, en la Vicaría Episcopal del Oriente, al Presbítero Germán Sigifredo Valencia Jaramillo, Arcipreste del Arciprestazgo San Feli-pe Apóstol, en la Vicaría Episcopal del Oriente, al Presbítero Jorge Alberto Yepes Garcés, Arcipres-te del Arciprestazgo Nuestra Señora del Sagrado Corazón, en la Vicaría Episcopal del Oriente, al Presbítero Wilson de Jesús Uribe González, Ar-cipreste del Arciprestazgo Nuestra Señora de la Candelaria, en la Vicaría Episcopal del Oriente, al Presbítero Mons. Manuel Armando Santama-ría Ortiz, Arcipreste del Arciprestazgo San Juan Evangelista, en la Vicaría Episcopal del Occiden-te, al Presbítero Julián Darío Gómez Mejía, Arci-preste del Arciprestazgo San Simón Apóstol, en la Vicaría Episcopal del Occidente, al Presbítero José Mauricio Vélez García, Arcipreste del Arci-prestazgo Nuestra Señora del Carmen, en la Vi-caría Episcopal del Occidente, al Presbítero José Hallén Rave García, Arcipreste del Arciprestazgo San Matías Apóstol, en la Vicaría Episcopal del Occidente, al Presbítero Manuel José Sánchez Villa, Arcipreste del Arciprestazgo San Bartolomé Apóstol, en la Vicaría Episcopal del Occidente, al Presbítero Luis Javier Uribe Londoño, Arcipres-te del Arciprestazgo San Judas Tadeo Apóstol, en la Vicaría Episcopal del Norte, al Presbítero Juan David Torres Martínez, Arcipreste del Arci-

prestazgo Beata Madre Laura, en la Vicaría Episcopal del Norte, al Presbítero Germán Giraldo Valencia, Arcipreste del Arciprestaz-go San Mateo Apóstol, en la Vicaría Episco-pal del Norte, al Presbítero Aldemar de Jesús García Ceballos O.P. Arcipreste del Arci-prestazgo San Andrés Apóstol, en la Vicaría Episcopal del Norte, al Presbítero Jorge Iván Medina Arango, Arcipreste del Arciprestaz-go Santiago Apóstol, en la Vicaría Episcopal del Norte, al Presbítero Daniel Fabiano Me-neses Álvarez, Arcipreste del Arciprestazgo Nuestra Señora de la Asunción, en la Vicaría Episcopal del Norte, al Presbítero Néstor de Jesús Alzate Álvarez, Arcipreste del Arcipres-tazgo San Marcos Evangelista, en la Vicaría Episcopal del Sur, al Presbítero Bernardo de Jesús Restrepo Montoya, Arcipreste del Arci-prestazgo San Lucas Evangelista, en la Vica-ría Episcopal del Sur, al Presbítero Gustavo Alonso Montoya Montoya, Arcipreste del Ar-ciprestazgo San Pablo Apóstol, en la Vicaría Episcopal del Sur, al Presbítero Jhon Arango Tobar, Arcipreste del Arciprestazgo Nuestra Señora de Chiquinquirá, en la Vicaría Episco-pal del Sur, al Presbítero Diego Aurelio López López, Arcipreste del Arciprestazgo Beato Mariano Eusse, al Presbítero Martín Alonso Arias Hernández (Decreto Nº 412N/12) 15 – Feb – 12Presbítero BERNARDO DE JESÚS RESTREPO MONTOYA, Responsable para la coordina-ción de grupos, comunidades, movimientos apostólicos y otras formas de apostolado que existen en la Arquidiócesis de Medellín (De-creto Nº 411N/12) 13 – Feb – 12Se nombra, por un período de dos años, como miembros de la Junta Directiva de Cor-poración Arquidiocesana de Servicios Exe-quiales El Tabor – La Candelaria. Principales: Pbro. Julio Jairo Ceballos Sepúlveda (Repre-sentante del Arzobispo), El Vicario Episcopal de asuntos económicos y administrativos,

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Pbro. Octavio Marcos Fernando Barrientos Gómez. Pbro. Luis Humberto Arboleda Ta-mayo. Dr. Carlos Ospina Martínez y Dr. Ser-gio Bernal Uribe. Suplentes: El Coordinador del área para la evangelización de lo social arquidiocesana, Pbro. Álvaro Jaramillo Ramí-rez. Arquitecta Silvia Patiño López y Doctora Mónica Areiza Luna (Decreto Nº 410N/12) 13 – Feb – 12Se nombra, por un período de dos años, como miembros de la Junta de Arquitectura y Arte Sagrado, a las siguientes personas: El vicario episcopal de asuntos económi-cos y administrativos, Pbro. Octavio Marcos Fernando Barrientos Gómez. Mons. Carlos Luque Aguilera. Pbro. Hader de Jesús Gó-mez Gómez. Pbro. Francisco Eduardo Toro Betancur. Arquitecta Silvia Patiño López. Arquitecto Samuel Ricardo Vélez González. Arquitecto Álvaro Sierra Jones. Arquitecto Leonardo Correa Velásquez. Arquitecta Mar-garita María Arenas Madrigal e Ingeniero Luis Albeiro Rendón R (Decreto Nº 409N/12) 13 – Feb – 12Presbítero DARÍO CERÓN GAVIRIA, CMF, de la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María “Padres Cla-retianos”, vicario parroquial de la parroquia “JESÚS NAZARENO” (Decreto Nº 408N/12) 13 – Feb – 12Presbítero DARÍO VILLEGAS GONZÁLEZ, CMF, de la Congregación de Misioneros Hi-jos del Inmaculado Corazón de María “Padres Claretianos”, párroco de la parroquia “JESÚS NAZARENO” (Decreto Nº 407N/12) 13 – Feb – 12Presbítero Fray HUMBERTO ANIBAL URI-BE MOLINA, OFM, de la Comunidad Fran-ciscana Provincia de la Santa Fe, vicario parroquial de la parroquia “SAN ANTONIO” (Decreto Nº 406N/12) 03 – Feb – 12Presbítero Fray LUIS ALBERTO TORO VA-LENCIA, OFM, de la Comunidad Franciscana Provincia de la Santa Fe, párroco de la pa-

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rroquia “SAN ANTONIO” (Decreto Nº 405N/12) 03 – Feb – 12Presbítero LUIS FELIPE CAMPO SEPÚLVEDA, OAR, de la Orden de Augustinos Recoletos, pá-rroco de la parroquia “SAN NICOLÁS DE TO-LENTINO” (Decreto Nº 404N/12) 03 – Feb – 12Presbítero PABLO SEXTO ARRIETA ARRIETA, sds, de la Sociedad del Divino Salvador - Sal-vatorianos, Administrador Parroquial de la Parro-quia “REINA DE LOS APÓSTOLES” (Decreto Nº 403N/12) 24 – Ene – 12Se nombra al Presbítero OCTAVIO MARCOS FERNANDO BARRIENTOS GÓMEZ Gerente de la entidad Promotora de Bienes PROBIEN (Decreto Nº 402N/12) 23 – Ene – 12Se nombra al Presbítero OCTAVIO MARCOS FERNANDO BARRIENTOS GÓMEZ Geren-te del Instituto Corporativo de Acción Pastoral (ICAP) (Decreto Nº 401N/12) 23 – Ene – 12Se nombra al Presbítero OCTAVIO MARCOS FERNANDO BARRIENTOS GÓMEZ Director y Representante Legal de la “Caja de Prestacio-nes Sociales”, con las funciones inherentes a su cargo (Cf. Estatutos Artículo 7º) (Decreto Nº 400N/12) 23 – Ene – 12Presbítero DILMER HERNÁN ENRÍQUEZ RENGIFO, cp, de la Congregación de la Pasión de Jesucristo - Pasionistas, vicario parroquial de la parroquia “SANTA GEMA” (Decreto Nº 399N/12) 19 – Ene – 12Presbítero HÉCTOR MANUEL PEÑA LANCHEROS, cp, de la Congregación de la Pasión de Jesu-cristo - Pasionistas, párroco de la parroquia “SANTA GEMA” (Decreto Nº 398N/12) 19 – Ene – 12

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