el humanismo socialista en josÉ carlos...

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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA UNIVERSIDAD DEL ZULIA FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACIÓN DIVISIÓN DE ESTUDIOS PARA GRADUADOS PROGRAMA DE POSTGRADO: FILOSOFÍA NIVEL: MAESTRÍA EL HUMANISMO SOCIALISTA EN JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI TRABAJO ESPECIAL DE GRADO PARA OPTAR AL TÍTULO DE MAGISTER SCIENTIARIUM EN FILOSOFÍA Autor: Lcdo. William Roberto Nava Arias C.I: 7.734.784 Tutor: Dr. Antonio E. Tinoco Guerra C.I: 3.661.801 Maracaibo, febrero de 2009

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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA UNIVERSIDAD DEL ZULIA

FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACIÓN DIVISIÓN DE ESTUDIOS PARA GRADUADOS

PROGRAMA DE POSTGRADO: FILOSOFÍA NIVEL: MAESTRÍA

EL HUMANISMO SOCIALISTA EN JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI

TRABAJO ESPECIAL DE GRADO PARA OPTAR AL TÍTULO DE MAGISTER SCIENTIARIUM EN FILOSOFÍA

Autor: Lcdo. William Roberto Nava Arias

C.I: 7.734.784

Tutor: Dr. Antonio E. Tinoco Guerra

C.I: 3.661.801

Maracaibo, febrero de 2009

IIIIII

AGRADECIMIENTO

Sólo tengo palabras de agradecimiento para Duilimarth por todo el apoyo incondicional y a mi pequeña hija Kristin Sofia, quien con su sola presencia se ha

convertido en el motorcito que impulsa mi vida

IV

DEDICATORIA

Cuando comencé este

largo recorrido por la vida universitaria

lo hacía por un afán individual de lograr

metas que me mejoraran profesionalmente,

hoy lo hago por amor a un ser que me motiva

con sus miradas, su sonrisa, sus continuas travesuras,

con el teclado de mi computadora, con sus hermosas manitos…

Con todo mi corazón esta investigación se la dedico a

mi nena adorada… Kristin Sofia.

V

ÍNDICE GENERAL

Pág. - Agradecimiento..............................................................................................................iii - Dedicatoria.....................................................................................................................iv - Índice General................................................................................................................v - Resumen...................................................................................................................... vii - Abstract........................................................................................................................viii INTRODUCCIÓN............................................................................................................01 CAPÍTULO I. CONTEXTO SOCIO-HISTÓRICO DEL PENSAMIENTO DE JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI 1.1. Vida de José Carlos Mariátegui…..……………….……….……...……………..……04 1.2. Contexto Político Latinoamericano..........................................................................12

1.3. Contexto Sociopolítico Europeo..............................................................................16

CAPÍTULO II. INFLUENCIAS DEL PENSAMIENTO MARXISTA Y NO MARXISTA EN JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI 2.1. Crítica al Pensamiento Marxista..............................................................................18

2.2. Influencias no Marxistas en el Pensamiento de Mariátegui.....................................20

2.3. Ideas del Humanismo………………........................................................................22

2.3.1. Tipos de Humanismo……………………………………………….…………......39

2.3.1.1. Humanismo Cristiano………………...…………………...………………...39

2.3.1.2. Humanismo en el Marxismo……………………...……………………...…46

CAPÍTULO III. HUMANISMO Y SOCIALISMO EN EL PENSAMIENTO DE MARIÁTEGUI

3.1. ¿Qué es Humanismo Socialista?…………..............................................................48

3.2. Mariátegui y el Socialismo Indoamericano..............................................................52

VI

3.3. Categorías Marxistas desde la Visión Mariateguiana..............................................64

3.4. Humanismo y Socialismo en Mariátegui..................................................................68

3.4.1. El Sentido Humanista del Socialismo Mariateguiano................................72

3.5. La Revolución Bolivariana y Mariátegui...................................................................82

CONCLUSIONES……....................................................................................................86

BIBLIOGRAFÍA………………………………………………………………………..……….88

VII NAVA, A. William, R. EL HUMANISMO SOCIALISTA EN JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI. Trabajo Especial de Grado para optar al título de Magister Scientiarium en Filosofía. Maracaibo, Venezuela. Universidad del Zulia. Facultad de Humanidades y Educación. División de Estudios para Graduados. 2009. (90 pp.). Correo Electrónico: [email protected]

RESUMEN En esta investigación se analiza el pensamiento de José Carlos Mariátegui, quién es reconocido como un filósofo crítico de la realidad peruana de los años 20, destacándose por ser innovador y comprometido con el pueblo peruano y los pueblos originarios, comúnmente excluidos de la comunidad científica internacional, integrando el indigenismo con el socialismo como pilar fundamental de su pensamiento liberador. Unos aspectos fundamentales en Mariátegui es su pensamiento socialista, su peruanismo integrador y humanista, su fe y compromiso con el futuro del Perú y de América Latina. El objeto de esta investigación es analizar los elementos humanistas y socialistas en el pensamiento de José Carlos Mariátegui a través de sus obras; para ello se aborda la vida de este pensador y el contexto socio-histórico del Perú, seguidamente el contexto socio-político de la América latina durante su vida y obra, sin dejar a un lado la realidad Europea, debido a los grandes aportes que recibió de ésta para la elaboración de su obra y la formación de su pensamiento; luego se analizan las influencias marxistas y no marxistas en la conformación de su pensamiento, y la gestación de su ideología, tomando en consideración las ideas del humanismo con sus diferentes manifestaciones, particularmente el humanismo cristiano y el humanismo en el marxismo. Por otra parte, se define el concepto de humanismo socialista, enfatizando el llamado socialismo indoamericano, con su visión indigenista. Así mismo, se analizan algunas categorías marxistas desde la visión de Mariátegui, y su posición humanista socialista. Finalmente se establece un paralelismo entre la Revolución Bolivariana y Mariátegui. Con esto se pretende responder las siguientes interrogantes ¿cuáles son los elementos humanistas que distinguen el pensamiento de José Carlos Mariátegui? y ¿cuáles son los elementos socialistas que identifican su pensamiento? La metodología del presente trabajo se compone de una revisión documental, a través de la obra de José Carlos Mariátegui, en especial 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana, La Defensa del Marxismo, sin dejar de considerar los aportes de otras obras y textos secundarios. El método utilizado para el análisis de este autor es el Hermenéutico Filosófico. Palabras Claves: Humanismo Socialista, Socialismo, Indigenismo, Socialismo Indoamericano, Marxismo.

VIII NAVA, A. William, R. EL HUMANISMO SOCIALISTA EN JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI. Trabajo Especial de Grado para optar al título de Magister Scientiarium en Filosofía. Maracaibo, Venezuela. Universidad del Zulia. Facultad de Humanidades y Educación. División de Estudios para Graduados. 2009. (90 pp.). Correo Electrónico: [email protected]

ABSTRACT In this investigation is analyzed the thought of José Carlos Mariátegui, who is recognized like a critical philosopher of the Peruvian reality of years 20, standing out for being innovating and it jeopardize with the Peruvian people and the indigenous populations, commonly excluded from the international scientific community, integrating the indigenism with the socialism like pounding fundamental of its liberating thought. Fundamental aspects in Mariátegui are his socialist thought, his integrating Peruvian and humanist his faith and commitment with the future of Peru and Latin America. The object of this investigation is to analyze the elements humanists and socialists in the thought of Jose Carlos Mariátegui through its works; for this reason is analyzed the life of this thinker and the sociological and historical context of Perú, later is studied the sociological and political context of Latin American during his life and works, without leaving to a side the European reality, due to the great contributions that received from this one for the elaboration of his work and the formation of his thought; soon the marxist and nonmarxist influences in the conformation of their thought, and the gestation of their ideology are analyzed, considering the ideas of the humanism with their different manifestations, particularly the Christian humanism and the humanism in the marxism. On the other hand, the concept of socialist humanism is defined, emphasizing the called indoamerican socialism, with its indigenist vision. Also, some marxist categories are analyzed from the vision of Mariátegui, and its position socialist humanist. Finally a parallelism between the Revolución Bolivariana and Mariátegui is established. With this it is tried to respond the following questions: which are the elements humanists that distinguish the thought of Jose Carlos Mariátegui? and which are the socialist elements that identify his thought? The methodology of the present work is made up of a documentary revision, through the work of Jose Carlos Mariátegui, especially 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana, La Defensa del Marxismo, without stopping considering the contributions of other works and secondary texts. The method used for the analysis of this author is the Hermeneitical Philosophical. Key words: Socialist Humanism, Marxism, Indigenism, Indoamerican Socialism.

1

INTRODUCCIÓN

Quizás uno de los rasgos más sobresalientes del pensamiento filosófico

latinoamericano en general, ha sido su gran originalidad. Así tenemos, que de sus

entrañas han surgido perspectivas tan originales y propias de sus entornos como en

el caso de la teología de la liberación, la filosofía de la liberación, la pedagogía de la

liberación, la pedagogía crítica, e incluso el positivismo latinoamericano que

adquiere matices propios de cada una de las realidades de nuestros países, sin

dejar a un lado las experiencias del marxismo latinoamericano que llegaron, incluso

al socialismo real en Cuba, a través de la revolución encabezada por Fidel Castro.

En tal sentido, esta investigación también tiene la particularidad de analizar un

pensador latinoamericano como José Carlos Mariátegui, quién es reconocido como

un pensador innovador y comprometido con su pueblo y los pueblos originarios,

comúnmente excluidos de la comunidad científica internacional, y por supuesto

como uno de los marxistas latinoamericanos más reconocidos, pero también

discutidos a nivel internacional.

Este filósofo fue un crítico de la realidad peruana de los años 20 y fue un

agudo observador de su tiempo, y como todo socialista de su tiempo creyó que el

mundo estaba viviendo la era del socialismo y la caída del sistema capitalista, todo

esto debido a que vivió Europa, el auge de la Unión Soviética y las contradicciones

que empezó a sufrir el capitalismo que desencadenaron más tarde la gran depresión

del 29.

Es importante destacar que el socialismo mariateguiano es innovador. Y lo

fundamental en Mariátegui está en su socialismo, en su peruanismo integrador y

humanista, en su fe y compromiso con el futuro del Perú y de América Latina.

Influido por las ideas de su tiempo sostenía que el capitalismo ha dejado de coincidir

con el progreso. Criticó fuertemente a la burguesía peruana, por su rentismo

económico y liberalismo formal, por lo que no llegó a constituirse en una clase

capitalista vigorosa.

2 Al referirse a su rol nacional, afirmaba que la burguesía no había sabido ni

querido cumplir con su papel en la historia por carecer del espíritu y mitos

nacionales de los hacedores de la industria moderna. Sus ideas políticas eran

muchas veces contradictorias. Ello se debía al interés que mostraba al destacar un

tema o acentuar los rasgos de su socialismo, a su fe religiosa en el marxismo y en el

socialismo, a su espíritu innovador y polémico, y a su estilo político de vivir y actuar

como un protagonista que se proponía abiertamente concurrir a la creación del

socialismo peruano y mundial.

Mariátegui vivió como un protagonista, en una época rica y variada en

acontecimientos, época de guerras y revoluciones, en la que, bajo la influencia de la

Revolución de Octubre y de las ideas de Paul Valery y Oswald Spengler sobre la

muerte de las civilizaciones y decadencia de occidente, prejuzgó el agotamiento final

del capitalismo y admitió el triunfo inexorable del socialismo y la "cultura proletaria".

Su internacionalismo revolucionario, en sí mismo moral, emocional e

ideológico, que animara los intereses y propósitos de una clase, que defiende una

concepción de la vida y proclama un destino de la humanidad, no debe dificultar que

reconozcamos probablemente que esto sea lo más acertado para el inicio de una

perspectiva teórica y política integradora y renovadora del pensamiento político

peruano sobre el cambio social el substrato metodológico de su internacionalismo,

siempre atento al estudio de la evolución de las ideas y de los cambios en la

economía, sociedad, cultura, arte, ciencia, cine y otros. Tampoco debe dificultar que

apreciemos su actitud vital e inquieta para asumir como su causa la gran causa de la

humanidad, y que estemos dispuestos a no olvidar su admonición a que nos

preparemos y ocupemos nuestro puesto en la historia.

En esta investigación, se abordará en un primer momento la vida de José

Carlos Mariátegui y el contexto socio-histórico del Perú, y seguidamente el contexto

socio-político de la América latina durante la vida y obra de Mariátegui, sin dejar a un

lado la realidad Europea, ya que sabemos que este recibió grandes aportes para la

elaboración de su obra y la formación de su pensamiento de esta parte del mundo.

Luego se analizaran las influencias marxistas y no marxistas en la conformación de

3 su pensamiento, y la gestación de su ideología. Tomando en consideración las ideas

del humanismo con sus diferentes manifestaciones, particularmente el humanismo

cristiano y el humanismo en el marxismo.

Por otra parte, se definirá el concepto de humanismo socialista y se hará un

recorrido por su pensamiento, tomando en consideración el llamado socialismo

indoamericano, con su visión indigenista. Así mismo, se analizarán algunas

categorías marxistas desde la visión de Mariátegui, y su posición humanista

socialista en su obra. Finalmente se establecerá un paralelismo entre la Revolución

bolivariana y Mariátegui.

Finalmente se pretende responder las siguientes interrogantes, ¿cuáles son

los elementos humanistas que distinguen el pensamiento de José Carlos

Mariátegui? y ¿cuáles son los elementos socialistas que identifican su pensamiento?

4 CAPÍTULO I. CONTEXTO SOCIO-HISTÓRICO DEL PENSAMIENTO DE JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI 1.1. Vida y Obra de José Carlos Mariátegui José Carlos Mariátegui nace en Moquegua el 14 de Junio de 1894, siendo sus

padres Franscisco Javier Mariátegui Requejo y María Amalia La Chira Ballejos. Pese

a los cortos años que duró su vida, no puede negarse que su trayectoria esta plena

de acontecimientos muy densos que iluminan su carrera. Para algunos autores

como Marchena, “Podríamos dividir su vida en tres grandes etapas”.1 La primera de

ellas abarca desde su ilustre nacimiento hasta 1919, año éste muy importante, ya

que realiza su primer viaje a Europa. La siguiente etapa, que abarca desde este año

(1919) hasta 1923, comprende toda su estancia y vida en Europa. Y como última

etapa, su regreso de Europa en 1923 hasta su muerte en 1930.

Nace Mariátegui en el seno de una familia muy pobre, donde el padre

Abandonó el hogar a muy temprana edad, por lo que su madre debió asumir un

arduo trabajo para poder sacar adelante a sus hijos. Asiste a una pequeña escuela

en Huacho, situada al norte de Lima. Desde niño manifiesta una predilección a la

lectura, utilizando una vieja biblioteca paterna. Desgraciadamente sufre una lesión

en su pierna izquierda que lo deja inhabilitado para siempre de la posibilidad de

realizar trabajos físicos, hecho este que a la postre lo llevaría a estar en silla de

ruedas en los últimos años de su vida.

A muy temprana edad, a los 15 años específicamente comienza a trabajar

como ayudante de linotipista en el periódico La Prensa, lo que lo impulsó a escribir

muy pronto algunos artículos, bajo un pseudónimo “Jean Croniqueur”.2 Esta

situación lo llevó más tarde a que fuera nombrado redactor de crónicas de sucesos y

otros temas secundarios. Desde entonces su vida está marcada por sus escritos

periodísticos.

1 Marchena Fernández, Juan. (1988). José Carlos Mariátegui. Madrid. Edición de Cultura Hispánica. p.13 2 Carnero Checa, Genaro. 1980. La acción escrita. José Carlos Mariátegui periodista. 2da, edición. Lima. Amauta. p.13

5 Mariátegui en esta etapa de su vida no tiene preferencias y escribe todo tipo

de artículos, desde religiosos, literarios hasta sociales. En ese entonces es llamado

también por el diario El Tiempo, quien lo contrata como cronista parlamentario, por lo

que comienza a conocer la vida política de su Perú natal. Sin embargo, es de hacer

notar, que en ese entonces, se interesa más por la vida bohemia y alocada al lado

de algunos otros compañeros como César Vallejo, César Falcón y otros, y debido a

los excesos (continuas noches de farra y alcohol en lugares nocturnos) que cometió

en compañía de sus amigos fue encarcelado.

En un afán de justificar su forma de pensar y expresarse funda la revista

Nuestra Época, en la cual rechaza abiertamente el tradicionalismo de la vida de

Lima.

En estos años lee la recién fundada revista España, y se deja influir por

pensadores de la talla de Araquistain, Alomar y Unamuno, por lo que comienza un

vuelco ideológico, hecho este que se observa en un artículo que escribe para su

revista titulado “El deber del ejército y el deber del Estado”, donde por primera vez

se le nota preocupado por la situación de su país, con propuestas, incluso de un

Perú más moderno, que no invierta tanto en gastos militares, y que se dedique más

a combatir la miseria. Desde ese momento recibe amenazas y golpes, y el diario El

Tiempo decide quitarle su apoyo, de manos de su director quien se sintió

amedrentado.

Debido a esta situación funda un nuevo periódico con César Falcón, al cual

llama La Razón, con tendencias ya socialistas, y se convierte al poco tiempo en un

diario antigubernamental en un país gobernado por un General llamado Augusto B.

Leguía, quién se mantuvo en el poder desde 1819 hasta 1830 bajo una férrea

dictadura con tendencias derechistas, a quién por supuesto no le agradaban las

declaraciones y publicaciones de Mariátegui y el diario La Razón, por lo que se

comenzaron a producir trabas para tratar de minimizar su acción periodística.

Por otra parte, el gobierno les ofreció una beca, tanto a Mariátegui como a

César Falcón a Europa para estudiar, pero hasta ahora no se sabe a ciencia cierta,

6 si se les obligó a marcharse del país o si sólo aprovecharon la oportunidad de

obtener una mejor formación en el extranjero. También es importante señalar que en

esta etapa o Edad de Piedra como el mismo señaló, escribió 931 obras, entre

artículos sociopolíticos y crónicas (840), cuentos (15), poemas (37), dramas (2) y

artículos de crítica literaria y arte (37), con esto culmina una etapa que posee un

valor artístico, aunque comprometido ya en lo que algunos autores denominan una

vida de papel.

Sin embargo no se puede limitar el trabajo de Mariátegui anterior a su etapa

europea como un simple escritor de artículos periodísticos. También hay que hacer

mención de su vida política, ya activa en una huelga por las ocho horas de trabajo,

influyendo con sus artículos en 1919, y en la reforma de la enseñanza.

Ya en Europa, su vida adquiere influencias decisivas en su futura formación

ideológica, ya que se empezó a nutrir de los textos fundamentales del marxismo, y

de grandes pensadores como Croce, Sorel y Gobetti, pero lo más importante fue el

descubrimiento, quizás, como efecto de la distancia de la realidad latinoamericana,

tal como lo señala Marchena:

“Al igual que muchos otros intelectuales, la toma de conciencia de su calidad de hispanoamericano, en un mundo hasta cierto punto ajeno a la problemática de sus respectivos países, parece determinante en la conformación de una auténtica conciencia latinoamericana. Donde la liberación del hombre continental debía partir de la potencialidad del mismo para llevarla cabo. Así describe que el viaje europeo sirvió para descubrir, al final sobre todo, nuestra propia tragedia, la del Perú, la de Hispanoamérica. El itinerario de Europa había sido para nosotros el mejor y más tremendo descubrimiento de América”.3

En su última etapa, regresa a Perú en 1923, y se da cuenta del enorme

contraste que existe con el ámbito del que provenía. Para ese entonces sigue en el

poder Leguía, y el país permanece aún en un estado de descomposición y

empobreciéndose cada vez más. Ahora su preocupación es la de cómo enfrentarse

con esta situación política y cultural. Y es en este instante que surge en su vida el

gran líder político Víctor Raúl Haya de la Torre con quién mantendrá al principio una 3 Marchena Fernández, Juan. (1988). Op.Cit. p.17

7 profunda relación, pero también una dura polémica. Haya pertenece a la Universidad

Popular Manuel González Prada y encargará a Mariátegui una cátedra donde esta

desarrollará el tema de La Crisis Mundial y La Revolución, desde sus experiencias

europeas y ante la realidad de su país. Estas importantes conferencias significan la

aparición en el Perú de un Mariátegui distinto al que se marchó. Fuerte, seguro, con

una clara conciencia de lo por hacer y por lo conquistar”.4 Ya estamos en presencia

de la segunda etapa de la vida de José Carlos Mariátegui en 1923, fecha de su

retorno de Europa.

Luego Haya es deportado debido a su ideología considerada por el

gobernante Leguía como comunista, y encarga a Mariátegui la dirección de su

revista Claridad, y esta cambia su orientación de ser una revista dirigida al público

estudiantil, ahora orientada a las masas obreras.

Mariátegui sufre en 1924 la amputación de su pierna, y lejos de amilanarse

funda con su hermano la editorial Minerva, y publica su primer libro La Escena

Contemporánea. Realmente Mariátegui sólo publica dos libros durante su

trayectoria, Este ya citado, y Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad

Peruana. El resto de su obra fueron artículos de periódicos y revistas. Ahora bien, en

este libro se quería “explicar cómo la revolución Bolchevique abría el camino hacia la

construcción del tiempo nuevo del hombre, y cómo la democracia burguesa parecía

próxima a extinguirse, especialmente a causa del feroz desarrollo del fascismo y del

auge y la importancia de movimientos comunistas”.5

Hasta ese momento en el Perú se desconocían muchos de los temas

expuestos en ese libro y lo que intentaba Mariátegui era que la masa obrera

“industrial de Lima tuviera la oportunidad de conocer y comprender que su lucha, era

la lucha de todos, y que su aislamiento de las corrientes mundiales debía y podía ser

vencido por la causa revolución”.6

4 Ibídem. 5 Ibid. p.18 6 Ibídem.

8

A pesar que se incrementan las persecuciones y los ataques en su contra no

se acobarda y su fama comienza a ganarle admiradores alrededor del orbe, entre los

que se destacan el escritor norteamericano Waldo Frank (1889-1967) y el español

Miguel de Unamuno (1864-1936).

En 1926 funda la revista Amauta que se transformará a la postre en el cauce

de expresión de su pensamiento y también de toda una generación peruana y

continental. El enorme prestigio alcanzado al poco tiempo por la revista hizo que

Leguía la suspendiera arbitrariamente y la acusara de complot comunista y se

llegara, incluso a detener a Mariátegui, aunque la presión internacional hizo que

fuera liberado en seguida.

Quizás uno de los hitos más importantes se encuentra en la polémica que

sostuvo con el compañero Haya de la Torre debido a sus diferencias en cuanto a la

situación del Perú, ya que Haya, desde su perspectiva populista, estaba en defensa

de una salida reformista, en tanto que Mariátegui, como socialista buscaba una

salida revolucionaria, y entonces se empezó un enfrentamiento entre los

representantes de dos clases sociales diferentes, por un lado la pequeña burguesía

con Haya de la Torre y el proletariado con Mariátegui.

La principal diferencia se encontraba en el enfoque con que analizaban la

realidad peruana. En el caso de Haya de la Torre este pensaba en configurar una

burguesía nacional fuerte, con el fin de modernizar el país para sacarlo del atraso

del feudalismo interno y su dependencia del capitalismo internacional. De tal forma

que tanto el proletariado como las poblaciones indígenas colaboraran en un

programa de reestructuración liderado y promovido por la clase burguesa dentro de

un partido interclasista que sería el APRA o Alianza Popular Revolucionaria

Americana, movimiento continental fundado por el mismo Haya de la Torre con una

tendencia centroizquierdista, (cuyas primeras células surgen en 1926) y cuya línea

política internacional se enmarcaba en la Izquierda Democrática Latino Americana y

la socialdemocracia mundial.

9

Por otra parte, Mariátegui estaba radicalmente en desacuerdo con esta

política, ya que para él la burguesía jamás estaría Interesada en un transformación

social del país que lo llevara a una sociedad justa e igualitaria. Para Mariátegui sólo

el proletariado aliado con el indigenismo, constituidos y organizados bajo un partido

serian capaces de generar una verdadera revolución en el Perú.

De esta forma, se puede decir que no se trata sólo de diferencias en la

manera de ver la realidad del pueblo peruano, sino también de las concepciones

teóricas que promovían tanto uno, como el otro personaje. Como resultado de esta

polémica se produjo una ruptura definitiva entre estos dos grandes personajes de las

luchas por las reivindicaciones del pueblo peruano. Así tenemos que Mariátegui,

ante esta ruptura irreconciliable organiza un nuevo partido en 1928, llamado el

Partido Socialista del Perú, con características marxista-leninista, del cual elegido

como secretario general.

Para Mariátegui “el marxismo-leninismo es el método revolucionario de la

etapa del imperialismo y de los monopolios. El Partido Socialista del Perú lo adopta

como método de lucha”.7 A pesar de su dedicación al partido, Mariátegui no

abandonaría su trabajo como intelectual.

Por último, Mariátegui decide radicarse en Argentina en 1930 y cuando se

encuentra en vísperas de su viaje primero a Chile, para finalmente llegar a la

Argentina, reaparecen sus viejas dolencias y muere antes de haber cumplido 35

años el día 16 de abril de 1930 a las 8 de la mañana, a quien algunos de sus

compatriotas llamaron El más grande cerebro de América Latina.

Ante su pérdida todo el Perú sufre una gran consternación, desde los

estudiantes, obreros, intelectuales y sus mismos adversarios le rindieron tributo,

debido a su gran espíritu y a su obra, a pesar de todas las suspicacias que había

despertado durante su corta vida.

7 Ibid. p.21

10

El sepelio se produce ante grandes multitudes que llenan las calles de Lima, y

los obreros y trabajadores llevan su féretro en hombros para su última morada en el

cementerio de Lima, y por primera se escuchan en las calles de Lima los sones de la

Internacional.

La muerte de Mariátegui se produce cuando todo su talento se encontraba en

un periodo de esplendor. Se puede decir que debido a su prematura defunción su

obra quedó inconclusa, ya que muchas de sus propuestas, aún no había madurado

en su obra. A pesar de esto, en ella podría encontrarse un signo de su vida y de su

obra. Sólo alcanzó a escribir dos movimientos, pero con ellos levantó la arquitectura

de una conciencia. El número 30 de Amauta, en su tercera época, inserta un boletín

extraordinario sobre la muerte del militante ejemplar. Es el 17 de abril, ante el

cadáver de José Carlos Mariátegui: “Tenemos aún entre cuerpo de nuestro líder

inmovilizado por la muerte. Su desaparición conmociona los más nobles sectores de

América y engendra en las masas una sensación de estupor”8.

Nadie antes que Mariátegui, en el Perú, supo condensar más nítida, más

concretamente, la esencia y los contornos del pensamiento nuevo que estremece la

sociedad contemporánea. Marxista convicto y confeso; no fue tan sólo un prosélito y

un militante, sino un acérrimo propugnador, un calificado defensor de la ciencia, del

pensamiento marxista.

Este ilustre peruano perdura en la memoria, no sólo de sus compatriotas, sino

en la obra múltiple que legó. En toda esta, se puede apreciar su visión internacional,

su concepción, materialista, su desenvolvimiento dialéctico y determinista.

En sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana se desarrolla

como un sociólogo nacional, y da marcha contra todo prejuicio, destruyendo todas

las categorías ficticias que se habían tejido en torno a la sociedad peruana, para dar

lugar a una nueva interpretación. En su Defensa del Marxismo se hace notar como

un crítico acérrimo del revisionismo de pequeños burgueses que se encontraban

descontentos ante sus propuestas de corte revolucionario. Más tarde, el público

conocerá su obra póstuma. La clase proletaria y la vanguardia intelectual

8 Carnero Checa, Genaro. (1980). La acción escrita. José Carlos Mariátegui periodista. 2da, edición. Lima. Amauta. p.15

11 encontrarán en ella el esclarecimiento del camino, la visión ampliada de panoramas

nuevos.

Mariátegui ha vitalizado y ha dado su vida a una corriente que yacía

adormecida en la conciencia nacional. Arquetipo del autodidacto, del hombre que

consigue hacerse a sí mismo, se distingue fundamentalmente por su cualidad de

realizador. La corriente histórica, las realizaciones a las que dio origen, continuarán

acrecentándose y engrandeciéndose, gracias al impulso que les dio en el terreno de

las ideas y en el campo de la acción.

Como pragmático y científico realista, se vinculó estrechamente con la

realidad y tuvo la inteligencia y el valor de encarnarla: he aquí la razón de la

perdurabilidad de su obra, el secreto de la continuidad de su acción, más allá, de su

propia vida.

La enseñanza indestructible que deja, la orientación activa que ha trazado,

sobrevivirá a todas contingencias, se desenvolverá en la trayectoria de los hombres

que pongan su voluntad y su pasión en seguir el heroico derrotero que él y su obra

dejan señalado.

Mariátegui cumplió su papel de sembrador de ideas. No tuvo el puño acerado

de González Prada, pero sí la amplia mano que arroja, en pausa de música, el grano

de la idea. Para que cumpliera su jornada, fue necesario que González Prada

realizara antes, la suya. Desde su inmovilidad, que algo tuvo en la fecunda

inmovilidad del árbol, Mariátegui llevó a cabo su copiosa labor de expositor,

suscitador, confrontador y discriminador de ideas, principios y sistemas. Su palabra y

su pensamiento se movilizaron por todo lo que su creador, físicamente, estaba

impedido de hacerlo.

A su meridiana inteligencia nada le fue extraño: desde el sesudo estudio del

problema peruano hasta el comentario ágil del instante europeo; desde la acción

organizadora en los sindicatos proletarios hasta la esforzada empresa editorial. Y en

todo, al par que una generosa vibración humana, supo verter grandes dosis de

optimismo y de fe. Mariátegui construyó pacientemente su tribuna: Amauta; nos dejó

su visión del viejo mundo: La escena contemporánea; su interpretación de nuestra

12 realidad: Siete ensayos; una Invitación a la vida heroica y una Defensa del

Marxismo. Por si esto no fuera bastante, Mariátegui nos dejó, también, el ejemplo de

sí mismo, íntegra, total, absolutamente, en la selva de los grandes dolores y de las

grandes anunciaciones humanas.

1.2. Contexto Político Latinoamericano

Con la finalidad de contextualizar esta investigación Es muy importante

señalar cuál era la situación política de algunos países de la América Latina en el

periodo histórico de principios de siglo XX, y en especial de la década de los años

20.

En tal sentido, se comenzará por la situación del Perú a fin de conocer cuál

era la realidad de ese país sudamericano, cuna de Mariátegui, cuyo pensamiento es

objeto de esta investigación.

En el Perú, se vivía un periodo de estabilidad política, luego de la presidencia

del General Andrés Cáceres, quien a pesar de haber sido considerado un héroe

nacional, terminó convirtiéndose por sus ansias de poder en un tirano que fue

derrocado en 1895. Seguidamente se sucedieron en el poder presidentes de origen

civil y elegidos democráticamente hasta 1919, estos presidentes provenían de las

filas de dos partidos políticos que dominaban el escenario como lo eran los partidos

civilista y democrático, que se alternaban en el poder. Sólo en 1914 se produjo un

golpe cívico-militar que derrocó a Guillermo Billinghurst, pero que sin embargo, se

volvió nuevamente a elecciones, y la situación se estabilizó políticamente hasta el

año señalado de 1919.

Esta situación de estabilidad fue eclipsada por la aparición en la palestra

pública de Alejandro Leguía, quién luego de ser elegido democráticamente disolvió

el congreso, y gobernó bajo un régimen dictatorial hasta 1930, año que coincide con

la muerte de José Carlos Mariátegui. Leguía incrementó las competencias del poder

central con le apoyo del ejército y favoreció las oligarquías peruanas, aunque es

importante destacar que hizo “algunos gestos a favor de la población indígena, con

13 una ley que reconocía la existencia de la propiedad colectiva de la tierra de parte de

las comunidades e instaurando un día en homenaje a los pueblos indígenas”9.

Ahora bien, a pesar de lo férrea de esta dictadura, surgieron el Perú algunos

importantes movimientos políticos como la Alianza Popular Revolucionaria

Americana (APRA) fundado por Víctor Haya de la Torre en 1926 con un ideario

antiimperialista e indigenista. Este partido contaba con el apoyo de la clase media, y

su visión traspasaba los límites del Perú, y penetraba el continente, teniendo

influencia en algunos países del hemisferio.

De sus filas surge el Partido Socialista del Perú, producto de su ruptura con

José Carlos Mariátegui, hecho que ya fue explicado en el capítulo referente a la vida

y obra de Mariátegui. Este partido más adelante se transformará en el Partido

Comunista. De las publicaciones realizadas por Mariátegui en contra de Leguía en el

diario La Razón se dice que surgió su viaje a Italia, aunque hasta ahora se

desconoce si fue un destierro propiciado por el presidente o si fue de carácter

voluntario. Este hecho también fue explicado en el capítulo anterior sobre la vida de

Mariátegui, aunque lo más importante de destacar es que producto de este régimen

se produce su salida al exilio.

En otros países de interés para la investigación como en el caso de Bolivia se

desarrolló por primera vez un sistema de partidos políticos basado en la oposición

clásica de liberales y conservadores. Estos se alternaron en el poder durante

algunos años, imponiendo sus esquemas oligárquicos, pero es importante destacar

que en 1920 el presidente de entonces, Bautista de Saavedra fuel el primero en

adoptar una legislación social, aunque esto no le impidió reprimir con gran violencia

una huelga minera y una protesta indígena en las cercanías del Lago Tititaca.

Se produjo, sin embargo el nacimiento de algunos partidos políticos con

nuevas tendencias, como el Partido Socialista, y se conformó en 1928 la Federación

Nacional de Estudiantes Universitarios, pero estos movimientos continuaron siendo

durante mucho tiempo pequeñas minorías que no podían influir en la vida pública, y

9 Del Pozo, José. (1999). Historia de América Latina y el Caribe 1825-2000. LOM ediciones. Versión digital. p. 97

14 las oligarquías surgidas de los liberales siguieron sometiendo al pueblo a sus

esquemas excluyentes, y con poca participación electoral, con una gran

discriminación hacia el pueblo indígena que constituía la gran mayoría de la

población.

Por otro lado en otros territorios como Venezuela, Ecuador, Guatemala y

Paraguay, predominaban las dictaduras, por lo general asociadas a una sola

persona que gobernaba durante periodos de tiempo muy largos, como una

prolongación del caudillismo de finales del Siglo XIX.

Aunque estaban asociados a las oligarquías, esto no les impedía mantener

una dictadura personalista. En el caso de Guatemala Manuel Estrada Cabrera

empleó el expediente de las elecciones fraudulentas par legitimarse en el poder,

utilizando todo tipo de métodos arbitrarios como la censura postal y de los diarios,

las violaciones a la vida privada, vigilancia de los sospechosos de hacer oposición, y

arresto y prisión para los más audaces de los que se les consideraba subversivos.

También es reconocido por su apertura al capital extranjero, por supuesto para

favorecer sus propios intereses.

En el Territorio Ecuatoriano. A pesar que en la década de 1920 hubo una

sucesión de cuatro presidentes electos consecutivamente, continuaba existiendo

una gran división social, por lo que se produjo una gran masacre durante la huelga

de Guayaquil en 1922, y la protesta de los trabajadores rurales de la hacienda de

Leyto que trajo como consecuencia una represión brutal y sangrienta. Quizás de los

hechos más notorios a destacar está el proceso tendiente a reformar la sociedad y

ampliar los derechos de los civiles, con la intervención de los militares jóvenes en la

llamada Revolución Juliana de 1925, con apoyo de los civiles.

En el caso venezolano, asumen el poder dos figuras militares como Cipriano

Castro, en un primer momento, con características nacionalistas, quien pone fin al

caudillismo en Venezuela, y posteriormente surgido de sus propias filas es

derrocado por su compadre Juan Vicente Gómez, quien toma el poder y se mantiene

por un periodo de 27 años (1908-1935), quien se aprovecha de la incipiente riqueza

15 petrolera para su beneficio personal y el de su familia, y favorece el intervencionismo

extranjero de forma excesiva, y así “el apoyo de las potencias extranjeras, y sobre

todo el de los Estados Unidos, fue el eslabón que cerró la cadena de alianzas que

dio a Gómez la posibilidad de erigirse en el dictador absoluto de Venezuela, durante

27 años”10. La firma de los protocolos Buchanan- Gómez en 1909, “donde se

reconocían todas las reclamaciones yanquis contra Venezuela, fundaban lo que

sería una duradera alianza con los intereses norteamericanos y constituían el inicio

de una política complaciente hacia los intereses extranjeros”11.

A pesar que durante largos años no hubo oposición a su régimen debido a las

continuas torturas y violaciones de los derechos humanos a los que eran sometidos

sus opositores más valientes, al final de su gobierno comenzaron a levantarse un

núcleo opositor de las filas de los estudiantes universitarios, lo que se llamó la

Generación del 28. De la cuál surgirían los líderes políticos que dominarían

posteriormente el periodo de la llamada democracia representativa. Entre esos

líderes destacarían Rómulo Betancourt y Jóvito Villalba. Por otro lado, también se

origina el Partido Comunista de Venezuela (PCV) el 5 de marzo de 1931, fundado

por Juan Bautista Fuenmayor, Pío Tamayo, Rodolfo Quintero y otros revolucionarios,

tomando como antecedentes el Partido Revolucionario Venezolano (PRV) que había

sido fundado en México por un grupo de exiliados como Gustavo Machado, Eduardo

Machado y Salvador de la Plaza.

Otro hecho muy particular de este periodo es la aparición en Venezuela del

trabajo asalariado, que daría lugar a la clase proletaria en Venezuela, y el

nacimiento de la burguesía industrial.

Para cerrar esta parte de la investigación, lo más importante de destacar es

que durante este periodo de tiempo de la década de 1920, la América Latina vivía

regímenes dictatoriales en su mayoría que violaban los derechos más

fundamentales y universales, pero también comenzaron a surgir movimientos

políticos y sociales que impulsaban la igualdad social como la Alianza Popular

10 Pacheco, Emilio. (1984). De Castro a López Contreras. Caracas. Editorial Domingo Fuentes y Asociados S.R.L. p.39. 11 Ibídem.

16 Revolucionaria de América (APRA) y el Partido Socialista del Perú de corte

antiimperialista e indigenista, así como la Federación Nacional de Estudiantes

Universitarios; huelgas mineras y movimientos indígenas en Bolivia; la Revolución

Juliana en Ecuador; y en Venezuela la Generación del 28 y el Partido Comunista de

Venezuela del cual ya se ha comentado

1.3. Contexto Sociopolítico Europeo

Durante la segunda etapa de su vida Mariátegui se dirige a Europa y se pone

en contacto por primera vez con lo que más tarde se convertiría en sus fuentes

teóricas principales y de las cuales construiría su pensamiento.

En esos años, desde 1919 hasta 1923 el contexto sociopolítico europeo se

encontraba consternado debido a las consecuencias de la Primera Guerra Mundial,

que realmente fue una guerra europea, puesto que participaron en ella países de

ese continente.

Esta guerra había traído como consecuencia una gran pobreza en la

población civil, y una gran crisis económica, pero también una nueva correlación de

fuerzas en el ámbito político-militar originada por la puesta en marcha del Tratado

Versalles que un tratado de paz al final de la Primera Guerra Mundial que

oficialmente puso fin al estado de guerra entre Alemania y los Países Aliados. Este

fue firmado el 28 de junio de 1919 en el Salón de los Espejos del Palacio de

Versalles, exactamente 5 años después del asesinato del archiduque Francisco

Fernando, uno de los acontecimientos que desencadenaron el inicio de la Primera

Gran Guerra, o Primera Guerra Mundial de 1914 a 1918.

A pesar de que el armisticio fue firmado el 11 de noviembre de 1918 para

poner fin a los combates reales, se tardó seis meses de negociaciones en la

Conferencia de Paz de París para concluir en un tratado de paz. El Tratado entró en

vigor el 10 de enero de 1920.

17

Ahora bien con este tratado firmado por los países que habían entrado en

conflicto cambió el orden político-militar en Europa y surgieron Inglaterra y Francia y

Alemania e Italia como las grandes potencias que más adelante volverían a sacudir

toda Europa en un nuevo conflicto internacional.

También vale la pena destacar que la crisis de la postguerra trajo consigo una

crisis espiritual que afectaba toda la vida social de la región, incidiendo de forma

notable, tanto en la población del hombre común, como en las corrientes

intelectuales. Por tanto, se asumieron diversas posiciones que iban desde el

escepticismo, el nihilismo, esto incluye desde la teoría de la deshumanización del

arte de Ortega y Gasset hasta el impacto de la Concepción sobre la decadencia total

de Occidente de Oswaldo Spengler. Todo esto hacía presumir que se cumpliría el

vaticinio de Marx y Europa encontraría en el socialismo su advenimiento.

De este modo, Europa sufrió el impacto de la Revolución Bolchevique y los

primeros años del poder revolucionario de Rusia. Este acontecimiento aunado a la

fundación de la III Internacional en marzo de 1919, dieron pie a diversos

movimientos obreros y socialistas a nivel mundial, pero también movilizaron a

sectores intelectuales de distintas partes del mundo.

Todas estas diversas situaciones alimentaron su pensamiento y en las

conferencias en la Universidad Popular Manuel González Prada entre 1923 y 1924,

así lo demuestran en su discurso, ya que en ella pone en práctica sus concepciones

sobre la crisis de la era de postguerra. De la misma manera deja en claro su visión y

su filiación con el marxismo-leninismo y por supuesto, su posición para la

transformación de la realidad bajo esa perspectiva, claro está, en un contexto

completamente diferente como el latinoamericano.

Según Bermejo,

“Los rasgos principales de la crisis mundial expuestos en sus conferencias pueden ser resumidos de la siguiente manera: a) La crisis mundial no es tan sólo crisis económica y política. Es también y sobre todo crisis ideológica. Esto último corroborado en la decadencia de las filosofías positivistas de la sociedad capitalista,

18

minadas por una corriente de escepticismo y de relativismo. Está en crisis, en definitiva, la civilización capitalista, la civilización occidental, la civilización europea. b) Después de la contienda bélica el campo proletario no está ya dividido en socialistas y sindicalistas, sino en reformistas y revolucionarios. Se ha producido una escisión en el movimiento socialista. Una parte del socialismo ha asumido una orientación socialdemócrata, colaboracionista y la otra parte ha seguido una orientación anti-colaboracionista, revolucionaria. Esta última ha adoptado el nombre de comunismo. c) El Perú y América Latina están indisolublemente conectados a los acontecimientos que tipificaban el contexto histórico-social europeo de la postguerra. Un periodo de revolución en Europa será también un periodo de revolución en América”.12

Es de hacer notar, que Mariátegui no sólo pone de manifiesto la situación de

Europa en lo político, social e ideológico, sino también su propia postura, que

reflejaba un optimismo histórico, en contraposición al nihilismo, el escepticismo y el

pesimismo presentes en gran parte de la conciencia política, filosófica y artística de

la Europa de la postguerra.

CAPÍTULO II. INFLUENCIAS DEL PENSAMIENTO MARXISTA Y NO MARXISTA EN JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI

2.1 . Crítica al pensamiento Marxista.

Cuando Mariátegui se inicia en la vida social y política del Perú se puede

percibir, tanto en sus escritos, como en su postura ante la realidad y el acontecer de

Perú que no tenía aún una formación ideológica definida, de manera tal que es en su

estadía en Europa donde realmente recibe su primeras influencias que a la postre

serán determinantes en su formación intelectual, ya que para el tiempo en el Perú no

se tenía todavía acceso a lo que al marxismo se refiere y mucho menos a las otras

corrientes que se derivaban de la misma. Con esto se quiere decir que la cultura del

peruano era muy pobre en relación al marxismo.

12 Bermejo Santos, Antonio. (2003). José Carlos Mariátegui: Humanismo y Contemporaneidad. Panamá. Universidad de Panamá. pp. 14,15.

19

De manera tal, que puede decirse que la introducción al marxismo de

Mariátegui la recibió durante su estancia en Europa, aunque algunas de las obras

más importantes como los Manuscritos económicos-filosóficos de 1844, La ideología

alemana, la Tesis doctoral, se sabe hoy en día que fueron publicados posteriormente

a la muerte de José Carlos Mariátegui, por lo que éste leyó algunas traducciones y

recopilaciones de autores secundarios .

Ahora bien, en su obra se encuentran planteamientos de marxismo y de Marx

que nos dicen de forma contundente la influencia que de este y de la doctrina

marxista recibió durante su vida y su producción intelectual.

Y es de hacer notar que asume los fundamentos del materialismo, tomando

en cuenta su metodología en el materialismo histórico, y sumiendo la lucha de

clases, aunque con matices diferentes, pero sin dejar a un lado las del socialismo

científico.

En tal sentido, señalaba Mariátegui “el materialismo marxista comprende,

como ya se ha afirmado en otra ocasión, todas las posibilidades de ascensión moral,

espiritual y filosófica de nuestra época”.13 Para él el núcleo del marxismo era el

materialismo histórico, aunque dando un privilegio especial a la parte metodológica.

Por otra parte, expresaba Mariátegui que el mérito más grande de Marx lo

constituía el hecho de haber descubierto al proletariado, como la antítesis de la

burguesía, y por tal razón, no era posible construir un socialismo sin la lucha de

clases y explicaba que

“Los marxistas no creemos que la empresa de crear un nuevo orden social, superior al orden capitalista, incumba a una amorfa masa de parias y oprimidos, guiados por evangélicos predicadores del bien (…) En la lucha de clases, donde residen todos los elementos de lo sublime y lo heroica de su ascensión, el proletariado debe elevarse a una moral de productores, muy distante y distinta de la moral de los esclavos (…) Su moral de clases depende de la energía y heroísmo con que opera en este terreno y de la amplitud con que conozca y domine la economía burguesa”.14

13 Mariátegui, José Carlos. (1974). Defensa del marxismo. (Versión Digital) p.104 14 Ibid. p.72,73

20

Y en líneas generales las categorías marxistas abundan en su producción

intelectual desde su llegad de Europa, y por supuesto, le da una connotación

diferente, debido a entorno político, social y económico de América Latina

contrastaba en todos los aspectos con el ámbito europeo, del cual procedía la teoría

marxista.

2.2 . Influencias no marxistas en el Pensamiento de Mariátegui.

No cabe dudas que Mariátegui también recibió algunas influencias de otros

pensadores no marxistas como es el caso de Georges Sorel a quién en algunas

ocasiones coloca al mismo nivel de Marx, y frecuentemente lo cita durante su obra y

para él el alcance de la propuesta teórico-política de ese sindicalista revolucionario

radicaba en lo siguiente,

“Georges Sorel, en estudios que separan y distinguen lo que en Marx es esencial y sustantivo, de lo que es formal y contingente, representó en los dos primeros decenios del siglo actual, más acaso que la reacción del sentimiento clasista de los sindicatos contra la degeneración evolucionista y parlamentaria del socialismo, el retorno a la concepción dinámica y revolucionaria de Marx y su inserción en la nueva realidad intelectual y orgánica”.15

Para algunos autores como José Barba Caballero y José Fernández

Salvatecci, la influencia de Sorel en Mariátegui es tan grande que lo califican de

soreliano. Pero debe tomarse en consideración a la hora de asumir posturas que la

apología soreliana de la violencia no desemboca en la liquidación del capitalismo y

de la burguesía, sino que es un mecanismo de la lucha de clases para poder

envolver la voluntad de la burguesía. Y en esta posición soreliana se desconocía el

pale del partido político y además se manifestaba contrario a todo plan

preestablecido, considerándolo de utópico y reaccionario. De manera tal que todo

esto contrasta con el pensamiento de Mariátegui que creía en la destrucción del

régimen capitalista y con ello de la burguesía, y asumía un rol preponderante al

partido en la preparación de los cambios sociales.

15 Ibid. p.20,21

21

Otra gran influencia la constituyó Henri Bergson, aunque estas ideas le

llegaron a través de la obra de Sorel. Hasta ahora es conocido que leyó la Evolución

creadora, reconoció la influencia de este filósofo francés en la literatura de Bernard

Shaw, la teoría del sindicalismo revolucionario y el escuadrismo fascista, y también

asume la crítica al cientificismo positivista, aunque no está de acuerdo con el

impulso de lo irracional, de lo arbitrario en la dirección bergsoniana del impulso vital,

es decir, la espontaneidad, ya que para Mariátegui la voluntad aparece como una

expresión consciente y organizada de la necesidad.

De Nietzsche puede decirse que su principal aporte al pensamiento

mariateguiano está en la crítica al positivismo y al fatalismo metafísico. En su

ensayo, llamado El Hombre y El Mito expresaba que la fuerza de la revolución no

estaba centrada en el dogma o en la técnica, sino en la pasión con que abrazaba al

marxismo. Para Mariátegui ni la razón ni la ciencia podían abarcar todas las

necesidades del hombre, y en tal sentido, el hombre no podía vivir sin una

concepción metafísica de la existencia.

La influencia de Benedetto Croce se puede precisar con la presencia en el

pensamiento de Mariátegui de una crítica al evolucionismo vulgar y al economicismo

histórico, es decir, a la interpretación reduccionista y simplificadora de la concepción

materialista de la historia, y también niega como Croce las posturas teóricas

positivistas que planteaban en su momento la intrínseca amoralidad y antieticidad

del marxismo.

Otro gran pensador que aporta al pensamiento de Mariátegui es Piero

Gobetti, considerado para muchos como el heredero del neohegelianismo de Croce.

Es de destacar que esta influencia puede apreciarse al punto que Mariátegui escribió

tres ensayos dedicados al escritor italiano y sus influencias pueden verse a de lo que

se refiere a la importancia del análisis económico y su lugar en el marxismo. Pero

también adquiere una importancia particular la preponderancia de los revolucionarios

en los procesos históricos, y su convicción de que cada época tenía una clase social

que respondía a las exigencias del progreso social, y que los trabajadores

industriales habían asumido el papel dejado por la burguesía al perder su capacidad

de liderazgo y como punto principal el sentido ético de la lucha y el combate.

22

En cuanto a Miguel de Unamuno las huellas dejadas por este intelectual

español en Mariátegui se pueden apreciar en la visión heroica y metafísica de la

existencia humana, que era consustancial con la actuación revolucionaria.

Y para culminar no debe dejarse a un lado la influencia de Sigmund Freud

que enriqueció el materialismo de la subjetividad que privilegiaba la crítica al

cientificismo positivista, y en la alternativa mariateguiana de redención social, que

apuntaban a la liberación del hombre, tanto de las cadenas de la esclavitud como de

las cadenas mentales.

2.3. Ideas del Humanismo

Hablar del humanismo como corriente filosófica o como un doctrina del

pensamiento o de una actitud del hombre hacia la vida no es una tarea muy fácil

para aquellos quienes se interesan por profundizar sobre este tema en particular, ya

que para muchos investigadores, es un movimiento intelectual que se desarrolla en

Europa y específicamente en Italia en el Renacimiento, mientras que para otros

como Carlos Astrada, “el ideal de humanidad, que, referido a la esencia del hombre,

propone a éste la tarea de su progresiva realización o humanización, alumbró en la

antigüedad clásica”16, y para este autor desde ese momento ha adquirido diversos

matices.

Igualmente para Astrada “Quien inaugura la reflexión en torno al hombre es

Protágoras, debiéndose considerar el fundador del movimiento humanista, que se

desarrolla en Grecia, a partir del siglo V antes de Cristo, y, en consecuencia,

reconocer en él al precursor del humanismo occidental”.17

De acuerdo a Astrada con su más grande proposición del homo mensura, o “el

hombre es la medida de todas las cosas” se “proclama el advenimiento del regnum

hominis”.18

Siguiendo con la posición asumida por Astrada “el humanismo, desde que los

griegos lo acuñaron como ideal, es concebido como el esfuerzo por el cual el

16 Astrada, Carlos. (1960). Humanismo y dialéctica de la libertad. Buenos Aires. Editorial Dédalo. p.13 17 Ibídem. 18 Ibid. p.14

23 hombre ( un tipo de hombre histórico y socialmente condicionado) aspira a ser libre

para su humanidad y acceder por ésta a su dignidad”.19 Es importante destacar que

los grandes pensadores de la antigüedad clásica como Platón o el mismo

Aristóteles, e incluso los grandes juristas de la Roma antigua plantearon el problema

de la libertad del hombre. Todo esto, a pesar de que con los grandes pensadores

Griegos se inicia una concepción Antropocéntrica del mundo.

Para Hegel “los griegos y los romanos (y los asiáticos de ningún modo) nada

sabían de este concepto, que el hombre como hombre ha nacido libre, que él es

libre… Platón y Aristóteles, Cicerón y los maestros del derecho no tenían este

concepto, aunque él es la fuente del derecho”.20 En el caso de los griegos tenían

conciencia de que un ciudadano ateniense era libre, y de que había hombres libres y

no libres, pero no tenían idea de que el hombre como hombre es libre, es decir, del

hombre universal, del hombre que es concebido por sus ideas.

Ahora bien, “el concepto de humanismo instaurado por el Renacimiento

italiano de los siglos XIV y XV, había de entroncar con el ideal de la antigüedad

clásica”21, ya que como se ha dicho anteriormente la verdadera raíz de este

pensamiento se inicia con los antiguos. El humanismo comienza como un

movimiento intelectual, filológica, filosófica, artística e intelectual europea

estrechamente ligada al Renacimiento como ya lo hemos explicado en la península

Itálica , y más específicamente en ciudades donde se acentuó el interés por la

cultura como en el caso de Roma, Venecia y Florencia.

Esta situación se mantuvo de forma predominante allí y luego se trasladó a

buena parte del continente europeo hasta finales del siglo XVI. De esta manera se

fue transformando y diversificando a merced de los cambios espirituales provocados

por la continua evolución social e ideológica de Europa, fundamentalmente al recibir

influencias de algunos movimientos como la Reforma iniciada por Martín Lutero, y

así mismo, la Contrarreforma católica, la Ilustración y la Revolución francesa del

siglo XVIII. Este movimiento, que fue fundamentalmente ideológico, también tuvo

otras manifestaciones como una estética, el clasicismo renacentista, plasmada, por 19 Ibídem. 20 Hegel, Georg Wilhelm Friedrich. s/f. Introducción: sistema e historia de la filosofía. Leipzig. Editorial Hoffmeister. p.63 21 Astrada, Carlos. Op. cit. p.19

24 ejemplo, en un nuevo tipo de letra, la redonda conocida como letra humanística,

imitada de la letra uncial latina antigua, que vino a sustituir poco a poco a los

incómodos palotes de la letra gótica medieval.

En el “humanismo italiano se acentúa el ideal de la forma, el aspecto estético

de lo humano, ambos relacionados con el concepto de personalidad individual plena,

expresión de una vida bella, modelada corporalmente por el ejercicio físico y

exornada por una refinada cultura espiritual, rasgos predominantes de la época

clásica griega”.22

El término humanismo,

“ha sido acuñado en tiempos relativamente recientes: fue introducido como humanismus a principios del siglo XIX por el pedagogo alemán D. J. Niethammer para indicar la importancia atribuida al estudio de la lengua y la literatura griega y latina en la educación secundaria. La palabra latina humanista aparece en Italia durante la primera mitad del siglo XVI con la acepción del literato que se dedica a los studia humanitatis”.23

El Humanismo renacentista se desarrolla en un arco de tiempo que

aproximadamente se extiende desde la segunda mitad del siglo XIV hasta finales del

siglo XVI. Para Italia, y en general para Europa, éste es un período de extraordinaria

aceleración histórica en el que los acontecimientos se suceden a ritmo vertiginoso,

produciendo radicales transformaciones políticas y espirituales.

Una de las grandes polémicas que se han presentado es si el humanismo

constituyó o no un punto de quiebre en relación o si se trató de un proceso de

evolución de algunas ideas filosóficas, religiosas y sociales, que se habían generado

en la edad media tardía. Por supuesto, no cabe dudas que hay argumentos que

sostienen ambos puntos de vista, sin embargo (a pesar de la posición que se tome)

ninguna reconstrucción histórica puede prescindir de la imagen que los

protagonistas de aquella época tenían del propio tiempo y del significado que

22 Ibídem. 23. Kristeller, P. O. (1979). Pensamiento Renacentista y sus Fuentes. New York. Editorial Dédalo. pp. 21,22.

25 atribuían a sus obras. Este punto no da lugar a ambigüedades ya que la evaluación

es unánime.

Así tenemos que todas las principales figuras del humanismo sienten que el

tiempo que les ha tocado vivir es especial: un tiempo en el que la humanidad, luego

del atraso sufrido en la Edad Media, vuelve a sus orígenes, y se traslada a un

renacer o a una renovación del saber, del arte, de la literatura, y se vuelve a tomar

en cuenta al hombre como el centro de sus ideas, a un nuevo antropomorfismo. Por

lo tanto, para la cultura del humanismo no se trata simplemente de desarrollar y

completar las realizaciones de la época precedente, sino de construir un mundo y

una humanidad completamente renovados, y esto es posible sólo con la

desaparición del mundo y el hombre concebido en el ámbito medieval.

Durante la edad media el hombre deja de ser el dueño de su destino y se

convierte en un juguete de la historia, donde se debe exculpar y debe sufrir las

consecuencias del pecado original y el de sus propios pecados. El hombre en sí no

es nada y nada puede hacer por sí solo. Las obras que el hombre ejecuta deben ser

sólo para satisfacer las necesidades de Dios. El hombre está concebido como un ser

imperfecto, que para transcender debe vivir una vida ajena, dedicada a Dios,

desprendiéndose de las cosas mundanas y materiales. El hombre tiene como

aspiración la obtención del perdón de Dios, quien está en un mundo ideal.

En el Medioevo la visión de la historia y la imagen del universo reflejan una

posición teocéntrica. La historia no es la memoria de hombres, pueblos,

civilizaciones, sino el camino de expiación que lleva del pecado original a la

redención y a la resurrección en un mundo intangible. Esta concepción rechaza las

ciencias que tratan de explicar el origen del universo y su funcionamiento y se

arraigan en la concepción Ptolomeica de una tierra estática y centro de todo el

universo. Para esta visión el cielo es empíreo y es la sede donde habita el ser

supremo Dios.

Por otro lado, la organización social coincide con esta visión cosmológica

cerrada y jerárquica: los nobles y las clases subalternas de los burgueses y los

siervos se encuentran rígidamente separadas y se perpetúan por vía hereditaria. En

el vértice del poder están los dos guías del pueblo cristiano: el Papa y el Emperador,

26 a veces aliados, pero a menudo enfrentados en duras luchas por la preeminencia

jerárquica. La organización económica sigue el mismo esquema general. En el

Medioevo, al menos hasta el siglo XI, también la economía es un sistema cerrado,

basado en el consumo del producto en el lugar de producción.

La cultura del humanismo rechaza totalmente la visión medieval y, en su

esfuerzo por construir una humanidad y un mundo completamente renovados, toma

como modelo a la civilización clásica greco-romana. Así, el retorno al principio, el

hablar del renacer, es un regreso a los antiguos, un rescatar la experiencia de una

civilización a la que se le atribuyen esas potencialidades originarias de la humanidad

que el Medioevo cristiano había destruido u olvidado.

En sus inicios, el humanismo se manifiesta sobre todo como un fenómeno

literario que apunta al redescubrimiento de la cultura clásica. Con Petrarca comienza

la búsqueda de manuscritos antiguos olvidados en las bibliotecas de los conventos.

Un siglo después de Petrarca, se llega a conocer del mundo latino al menos diez

veces más de lo que se había conocido en un milenio. La llegada a Italia de

numerosos doctores bizantinos (primero en ocasión del Concilio de Florencia en

1439 que debía sancionar la reunificación de las iglesias ortodoxa y romana, y luego

con la caída de Constantinopla en 1453) renueva en Occidente el conocimiento del

griego y romano.

En cuanto a la literatura greco-latina, que de esta manera vuelve a la luz, se

refiere a la vida terrena. Es una literatura que habla de los hombres de este mundo,

radicalmente diversa a la literatura cristiana de los libros sagrados, de los padres de

la Iglesia, de los doctores medievales, donde Dios y la vida ultraterrena constituyen

el centro de todo interés. Es precisamente la contraposición de las humanae litterae

a las divinae litterae lo que inicia la renovación cultural operada por el humanismo.

Sin embargo, los códices antiguos no habrían servido de mucho si la sociedad

europea no hubiese sido capaz de mirar con nuevos ojos y con renovada curiosidad

los vestigios del mundo antiguo. De hecho, en los humanistas se encuentra

inmediatamente una actitud nueva en relación a las obras literarias descubiertas.

Antes que nada, está el amor por el texto, que se trata de reconstruir en su

originalidad para liberarlo de las interpolaciones y deformaciones que generaciones

27 de clérigos habían insertado con la intención de adaptarlo a la visión cristiana. El

gran descubrimiento asociado a esta actitud (y que va de la mano de la introducción

de la perspectiva óptica en la pintura) es la perspectiva histórica; el texto antiguo

fielmente reconstruido permite percibir con extrema claridad la imposibilidad de

conciliar al mundo greco-romano con el mundo cristiano. Por consiguiente, la

conciencia de la diferencia entre pasado y presente se transforma, en el humanista,

en conciencia del fluir de la historia que la visión medieval había anulado.

Por otra parte, los textos antiguos redescubiertos muestran una variedad

extraordinaria de figuras de fuerte personalidad, orientadas a la acción, que no

huyen ni desprecian el mundo, sino que viven en la sociedad humana y allí luchan

por construir su propio destino. Estos individuos se convierten en los modelos a

seguir, porque su modo de vida parece ser el más adecuado para responder a las

exigencias y aspiraciones de una sociedad en rápido desarrollo, que siente

profundamente la necesidad de elaborar nuevas formas de organización de la vida

civil y nuevos instrumentos para dominar a la naturaleza.

Pero la cultura del humanismo no se reduce a una imitación artificial de los

modelos del pasado. Por el contrario, su vitalidad consiste en la conciencia de que el

regreso a los grandes ejemplos de la antigüedad sería totalmente vano si no diera

lugar a una nueva orientación en la vida moral, artística, religiosa, política, etc. Para

la cultura del humanismo, imitar a los antiguos significa sobre todo educar a los

hombres nuevos como lo hacían los antiguos, cultivando las “virtudes” que ellos

habían demostrado poseer en sumo grado y que habían expresado en la vida civil.

Sólo con hombres así formados habría sido posible renovar verdaderamente la

sociedad humana.

De este modo, el humanismo renacentista hace suyo aquel ideal, a un tiempo

educacional y político, que figuras como Cicerón y Varrón habían propugnado en

Roma en la época de la República: el ideal de la humanitas, palabra con que se

tradujo al latín el término griego paideia, que suele asociarse a la educación con el

término pedagogía. En una confluencia rica de significados, humanitas llega a

indicar el desarrollo, por medio de la educación, de esas cualidades que hacen del

hombre un ser verdaderamente humano, que lo rescatan de la condición natural y lo

diferencian del bárbaro. Con el concepto de humanitas se quiso denotar una

28 operación cultural: la construcción del hombre civil que vive y opera en la sociedad

humana.

El instrumento al que recurrió este primer humanismo occidental fue la cultura

griega, a la que el mundo romano del siglo I A.C. se abrió velozmente y encontró

sistematizada en los ciclos de estudio de las escuelas filosóficas del período

helénico tardío. Estas escuelas tenían una orientación ecléctica, habiéndose ya

extinguido la fase creativa del pensamiento griego. De todas maneras, a través de

ellas llegaban al mundo romano las temáticas, los métodos de investigación y el

lenguaje desarrollados por los grandes sistemas filosóficos de la tradición helénica.

Es en instituciones de este tipo que, gracias al ejemplo de personajes relevantes

como Cicerón, comenzó a formarse la nueva clase intelectual y política romana,

asimilando un saber filosófico y una cultura poética y artística que la propia tradición

había desatendido casi completamente. Fue precisamente del encuentro con los

grandes modelos griegos que extrajo su linfa vital el espléndido florecimiento de la

literatura latina en los dos siglos separados por el nacimiento de Cristo.

Luego, después de casi mil años de cultura cristiana, reaparece en Occidente

el ideal de humanitas, la confianza en el inmenso poder formador que la filosofía, la

poesía y las artes ejercen sobre la personalidad humana, que fue característica de

Grecia primero y de Roma más tarde, y en la que se identifica la esencia misma del

humanismo renacentista. Ahora el instrumento educativo está dado por los grandes

clásicos de la literatura latina, y en segundo lugar (dado el limitado conocimiento del

idioma) por los clásicos griegos. En ellos se basan los studia humanitatis. De aquí

el nombre de humanistas atribuido a aquéllos que se dedican a estos estudios que,

a principios del siglo XV en Italia, comprendían: gramática, retórica, poesía, historia y

filosofía moral.

Sin embargo, es necesario tener siempre presente que para el humanismo del

Renacimiento estas disciplinas no conforman un simple curso de estudios que

transmiten un conjunto de nociones o fórmulas. Por el contrario, los studia

humanitatis constituyen fundamentalmente un vehículo para la educación de la

personalidad, para el desarrollo de la libertad y la creatividad humanas, y de todas

esas cualidades que sirven para vivir felizmente y con honor en la sociedad de los

hombres. En este sentido, los humanistas no son solamente literatos o eruditos,

29 sino los protagonistas de un grandioso proyecto de transformación moral, cultural y

política, un proyecto cuyo lema es Iuvat vivere (vivir es hermoso) que testimonia el

optimismo, el sentimiento de libertad y el renovado amor por la vida que caracterizan

a la época.

Toda la literatura del humanismo se concentra en exaltar al hombre y

reafirmar su dignidad en oposición a la desvalorización operada por el Medioevo

cristiano. No obstante la diversidad de los temas, todos apuntan a un objetivo

común: recobrar la fe en la creatividad del hombre, en su capacidad de transformar

el mundo y construir su propio destino.

El ataque contra la concepción medieval es decidido y continuo. Una de las

primeras personalidades del humanismo, Gianozzo Manetti, critica en su libro De

dignitate et excellentia hominis (La dignidad y la excelencia del hombre)

precisamente una de las obras más representativas de la mentalidad medieval, el De

miseria humanae vitae (La miseria de la vida humana), escrito por aquel diácono

Lotario di Segni que más tarde, con el nombre de Inocencio III, sería uno de los

papas más potentes de la Edad Media. A la miseria y degradación de la naturaleza

del hombre, fácil presa de vicios y pecados, a la debilidad de su cuerpo, Manetti

contrapone una exaltación del hombre en su totalidad de ser físico y espiritual. Pone

de relieve la proporción, la armonía del organismo del hombre, la superioridad de su

ingenio, la belleza de sus obras, la audacia de sus empresas. Los grandes viajes, la

conquista del mar, las maravillas de las obras de arte, de la ciencia, de la literatura,

del derecho, constituyen el mundo del espíritu humano.

El reino que el hombre ha construido para sí mismo gracias a su ingenio. El

hombre, además, no está sobre la Tierra como un simple habitante, criatura entre las

criaturas: su posición es especial en cuanto Dios lo ha creado con la frente en alto

para que contemplase el cielo y fuese así espectador de las realidades supremas.

En el centro del pensamiento de Manetti está la libertad humana que, además de ser

un don de Dios, es una continua conquista por la que el hombre lucha

cotidianamente con su trabajo, llevando belleza y perfección a las obras de la

30 creación. Por consiguiente “el hombre no es un ser inerme y despreciable, sino el

libre colaborador de la divinidad misma”.24

Otra gran figura humanista, Lorenzo Valla, ataca en su diálogo De voluptate

(El placer) uno de los aspectos centrales de la ética medieval: el rechazo del cuerpo

y el placer. Remitiéndose a la concepción epicúrea, nuevamente conocida gracias al

redescubrimiento de Lucrecio, Valla arremete en dura polémica contra toda moral

ascética, ya sea estoica o cristiana, que lleve al hombre a humillar su cuerpo y a

rechazar el placer. Para Valla toda acción humana (aun aquella que parece dictada

por otros móviles) está motivada por fines hedonistas.

Para Valla, aún el aspirar a una vida después de la muerte se encuadra en

este sentido. ¿Qué puede ser, en efecto, más hedonista que una vida celeste que

las Sagradas Escrituras designan con la expresión paradisus voluptatis (paraíso del

placer)? En el hombre no puede haber una oposición entre cuerpo y espíritu, como

no puede existir una parte buena y otra condenada a priori. El placer, lejos de ser un

pecado es más bien un don divino (divina voluptas). En el placer, la naturaleza se

expresa con toda su fuerza y de la manera que le es más propia. Invirtiendo los

términos del problema, Valla llega a afirmar que peca verdaderamente quien humilla

y reprime la naturaleza que palpita en nosotros, rehusando el amor físico y la

belleza. Por lo tanto, el himno a la felicidad de Valla que exalta al hombre todo, “no

sólo supera el antiguo dualismo entre carne y espíritu, sino también el pesimismo de

los antiguos epicúreos”.25

León Battista Alberti (que fue filósofo, matemático, músico, arquitecto) es una

de esas extraordinarias personalidades universales que la época del Renacimiento

prodigó al mundo. El centro de sus reflexiones es uno de los más típicos temas

humanistas: que la acción humana es capaz de vencer hasta al Destino. En el

Prólogo a los libros Della famiglia (La familia)26, Alberti niega todo valor a la vida

ascética, rechaza toda visión pesimista del hombre y otorga a la acción humana la

más alta dignidad.

24 Manetti, Giannozzo. (1972). De la dignidad y la excelencia del hombre. Florencia. Ediciones Florencia. pp. 230,243. 25 Valla, Lorenzo. (1982). De la voluntad. Ediciones Florencia. p. 174,199. 26 Alberti, León Battista. (1960). Opere volgari: Della famiglia. Cena familiaris. Volumen 1. Bari.Villa. Editado por C. Grayson, pp. 3,12.

31

Así el verdadero valor del hombre reside en el trabajo, que permite la

prosperidad de la familia y la ciudad. Alberti invierte la ética medieval de la pobreza

y la renuncia, afirmando que el florecer de las riquezas no sólo no va contra los

principios religiosos, sino que es una clara demostración del favor divino. Además,

la “virtud”, entendida como fuerte capacidad de querer y obrar, como humana

laboriosidad (también en los campos sociales y políticos), es superior al Destino

mismo. Para Alberti, el hombre es causa de sus bienes y de sus males: solamente

los estúpidos reprochan al Destino el origen de sus desgracias. El Destino o

“Fortuna” es incapaz de condicionar totalmente la acción humana cuando ésta es

virtuosa. Y si en algunos casos la “Fortuna” parece superar a la virtud, esta derrota

es sólo temporánea y puede tener una función educadora y creativa.

De este modo, en la concepción de Alberti no hay lugar para el retiro del

mundo ni para la sumisión del hombre al Destino; al contrario, la verdadera dignidad

humana se manifiesta en la acción transformadora de la naturaleza y de la sociedad.

El interés de Alberti, arquitecto innovador y teórico de la Arquitectura, se dirige

también a la construcción de la ciudad ideal (otro constante tema humanista), en

donde la naturaleza es sometida al arte. La ciudad ideal, hecha por el hombre y

para el hombre según armónicas estructuras geométricas, es el lugar de la acción

humana y también el lugar donde, a través del ejercicio de las virtudes sociales, es

posible la verdadera glorificación de Dios.

Así es como ya en los primeros humanistas aparecen claros los grandes

motivos de la exaltación del hombre y de sus capacidades creadoras, y la ruptura de

la concepción medieval. Pero a fines del siglo XV, con el redescubrimiento de la

filosofía platónica y de las doctrinas herméticas, la imagen del hombre se proyecta a

una dimensión religiosa y adquiere valor cósmico.

Protagonista del movimiento neoplatónico y exponente central de la Academia

florentina, fue Marsilio Ficino. Bajo la protección de Cósimo de Médicis, padre de

Lorenzo, Ficino tradujo al latín todas las obras de Platón, de Plotino y varios textos

de los neo-platónicos antiguos. Pero la obra que tuvo mayor importancia en la

construcción del pensamiento filosófico del Renacimiento (y una gran resonancia en

aquel tiempo) fue la traducción del Cuerpo Hermético, o sea el conjunto de obras

que contiene la enseñanza de Hermes Trismegisto (el tres veces grande). Los

32 manuscritos de estos textos llegaron a Occidente por interés de Cósimo quien

disponía de agentes que buscaban y compraban los antiguos códices en el Imperio

Bizantino.

Se puede comprender la importancia excepcional atribuida por el mundo

humanista a las obras herméticas si se considera que Cósimo ordenó a Ficino dejar

a un lado la traducción de Platón para dedicarse a éstas. Por lo tanto, la sabiduría

de Trismegisto era considerada superior aún a la del “divino” Platón. La figura de

Trismegisto adquirió tal popularidad que fue representada junto a Moisés en el gran

mosaico que se encuentra en el ingreso a la Catedral de Siena.

Los textos herméticos, que contienen enseñanzas filosóficas, prácticas

mágicas y alquímicas, según Doresse “fueron escritos probablemente entre el siglo II

A.C. y el siglo III D.C. y son expresión de ambientes sincréticos greco-egipcios. Sin

embargo, no es posible descartar que transmitan enseñanzas mucho más

antiguas”.27 Ficino y sus contemporáneos atribuyeron a estas obras una gran

antigüedad y creyeron redescubrir en ellas la religión egipcia, o lo que es más, la

religión originaria de la humanidad, que habría pasado luego a Moisés y a las

grandes figuras del mundo pagano y cristiano: Zaratustra, Orfeo, Pitágoras, Platón y

Agustín. Según Yates “Ficino llegó a creer que existió siempre, en todos los

pueblos, una forma de religión natural que habría asumido aspectos diversos en las

distintas épocas y en los diversos pueblos”.28

Esta concepción resolvía el problema, tan sentido en aquellos tiempos, de la

conciliación entre diferentes religiones (especialmente el Cristianismo y el Islam), y la

cuestión de la Providencia divina para los pueblos que, por razones históricas y

geográficas, no habían podido conocer el mensaje cristiano. De esta manera el

Cristianismo era redimensionado a una religión histórica, a una manifestación de la

religión primitiva de la humanidad. Aún más, la verdadera raíz del Cristianismo

debía ser buscada en aquella religión originaria y no en las formas barbáricas de la

Iglesia medieval.

27 Doresse, J. (1977). El Hermetismo de origen Egipcio. Historia de las religiones. Volumen 8. Roma-Bari. Editado por H.-C. Puech, p. 30. 28 Yates, F.A. (1964). Giordano Bruno y la tradición hermética. Capítulos I-IV. Londres. Ediciones London. pp. 60-90.

33

Ficino es una figura filosófica compleja, preocupada sobre todo por conciliar la

dignidad y la libertad del hombre, exaltadas por el primer Humanismo, con el

problema religioso que aquel no había afrontado adecuadamente. Aun siendo el

más decidido propagador del platonismo, no rechazó el cristianismo y hasta tomó las

órdenes sacerdotales porque para él cristianismo y platonismo coincidían en su más

profunda esencia. Sin embargo, precisamente partiendo del tema religioso,

completó la obra de glorificación de la naturaleza humana hecha por los primeros

humanistas y elevó al hombre casi al nivel de un dios.

Del neoplatonismo antiguo Ficino retoma la idea de la manifestación de la

divinidad, el Uno, en todos los planos del ser, por un proceso de “emanación”. No

hay, por tanto, un abismo entre el hombre y la naturaleza por un lado y Dios por el

otro, sino un pasaje ininterrumpido que va de Dios al ángel, al hombre, a los

animales, a las plantas, a los minerales. El hombre está al centro de esta escala de

seres y es el vínculo entre lo que es eterno y lo que está en el tiempo. El alma

humana, punto medio y espejo de todas las cosas, puede contener en sí todo el

universo.

Así es cómo se expresa Ficino:

“¿No se esfuerza el alma para transformarse en todas las cosas, así como el hombre es todas las cosas? ¡Se esfuerza en manera maravillosa! Vive la vida de las plantas en su propia función vegetativa, la vida de los animales en la actividad sensible, la vida del hombre cuando con la razón trata las cuestiones humanas, la vida de los héroes investigando las cosas naturales, la vida de los ‘demonios’ en las especulaciones matemáticas, la vida de los ángeles en el indagar los misterios divinos, la vida de Dios haciendo por gracia divina todas estas cosas. Cada alma humana hace, de algún modo, todas estas variadas experiencias, pero cada una según su forma. Y el género humano en su conjunto tiende a transformarse en el todo, porque vive la vida del todo. Por esto tenía razón el Trismegisto en llamar al hombre un gran milagro”.29

Es esta misma máxima, atribuida a Trismegisto, la que una de las figuras más

singulares del Humanismo, Giovanni Pico della Mirándola, cita al comienzo de su

oración sobre la Dignidad del hombre. Se trata de un texto que, por las intenciones

29 Ficino, Marsilio. (1977). Teología platónica y la inmortalidad del alma. Volumen I. Capítulo XIV. Roma-Bari. p. 117.

34 propagandísticas con que fue escrito, puede ser considerado un verdadero

“manifiesto del humanismo”.

Pico, que pertenecía a una rica familia principesca, había mostrado un precoz

ingenio y una extraordinaria curiosidad intelectual. Conocía el griego, el árabe, el

hebreo, el arameo; había estudiado a los grandes filósofos musulmanos y hebreos;

la Cábala lo había fascinado. Con poco más de 20 años había tratado de recopilar y

sintetizar toda la sabiduría de su tiempo en 900 tesis que, según su intención,

debían ser discutidas públicamente en Roma por los más grandes doctos de la

época, convocados a su cargo desde todos los rincones del mundo. Pero este

extraordinario programa, que superaba los confines de las religiones y las culturas, y

que apuntaba a la paz y la conciliación, fue inmediatamente congelado por la

oposición eclesiástica. Algunas tesis fueron declaradas heréticas, el gran debate fue

prohibido, Pico huyó a París donde fue arrestado por orden del Papa. Logró

salvarse sólo gracias a la simpatía de la que gozaba en el ambiente intelectual y en

la corte de Francia. Poco después, Pico se refugió en Florencia donde, bajo la

protección de Lorenzo el Magnífico, pasó el resto de su breve vida.

La oración sobre la Dignidad del hombre había sido pensada como

introducción al evento romano: se tendría que haber leído antes de comenzar los

trabajos, a fin de dar dirección a la discusión y delimitar su horizonte. Al inicio de la

oración Pico presenta su concepción del ser humano, y lo hace con un artificio

retórico de gran efecto: Dios explica cómo ha creado al ser humano. He aquí el

texto:

“No te he dado un rostro, ni un lugar propio, ni don alguno que te sea peculiar, Oh Adán, para que tu rostro, tu lugar y tus dones tú los quieras, los conquistes y los poseas por ti mismo. La naturaleza encierra a otras especies en leyes por mí establecidas. Pero tú, que no estás sometido a ningún límite, con tu propio arbitrio, al que te he confiado, te defines a ti mismo. Te he colocado en el centro del mundo, para que puedas contemplar mejor lo que éste contiene. No te creado ni celeste ni terrestre, ni mortal ni inmortal, para que por ti mismo, libremente, a guisa de buen pintor o hábil escultor, plasmes tu propia imagen. Podrás degenerar en cosas inferiores, como son las bestias; podrás, según tu voluntad, regenerarte en cosas superiores, que son divinas”.30

30 Pico della Mirandola, G. (1980). De la dignidad del hombre, séptimo. Del ser y Uno, y escritos varios. Ediciones Florencia. pp. 105-107.

35

Así, para Pico el ser humano no tiene una naturaleza rígidamente

determinada que condicione sus actividades, como ocurre con los demás seres

naturales. El hombre es fundamentalmente ausencia de condiciones, libertad,

elección. El hombre puede ser todo: por libre elección puede colocarse en cualquier

nivel del ser, puede degradarse hasta vivir como los animales o elevarse a un estado

en el que participa de la vida divina. Es, por lo tanto, un puro existir que se construye

a sí mismo a través de lo que elige.

Es difícil subestimar la importancia de una tal concepción de ser humano y la

influencia que ésta ha ejercido directa o indirectamente hasta nuestros días, como

aparecerá claramente en este ensayo. Esta concepción rompe con todo

determinismo y coloca a la esencia humana en la dimensión de la libertad.

En la obra del humanista francés Charles Bouillé, De sapiente (el sabio) la

glorificación del hombre alcanza quizás su máxima expresión. Bouillé, formado en el

pensamiento de Ficino y Pico, afirma (siguiendo a sus maestros) que el hombre no

posee una naturaleza determinada, sino que resume en sí todos los distintos grados

del ser: existe como la materia inanimada, vive como las plantas, siente como los

animales, y además razona y reflexiona. Gracias a esta capacidad el hombre se

asemeja a la Naturaleza creadora. Pero no cualquier hombre es capaz de alcanzar

este nivel, sólo el sabio puede hacerlo a través una paciente obra de

autoconstrucción, gracias a su virtud y su arte. Aquí aparece con toda claridad el

ideal de hombre que la cultura del humanismo ha siempre anhelado: “el hombre

superior, que supera a la naturaleza de los hombres comunes, que se construye,

eligiendo y luchando, una segunda naturaleza, más alta, más cercana a la

naturaleza de lo divino”.31 En el ser humano existe esta posibilidad, como así

también existe la posibilidad de detenerse en un grado inferior del ser.

Bouillé retoma y trasciende la equivalencia microcosmos-macrocosmos típica

del hermetismo. El cosmos es todo pero no es conciente de lo que es; el hombre es

casi nada, pero puede saber todo. Entre el hombre y el mundo descansa la misma

relación que existe entre el alma y el cuerpo. El hombre es el alma del mundo y el

mundo es el cuerpo del hombre. Pero la conciencia de sí, que el hombre confiere al 31 El tema hermético del hombre superior, que se autoconstruye y supera el común nivel humano, acerca las concepciones del humanismo europeo a las de otras filosofías tradicionales. Efectivamente, este tema es central en el Sufismo y el Hinduismo, entre otros.

36 mundo, humanizándolo en cierta medida, coloca al hombre por encima del mundo.32

Esta concepción, por el valor supremo que atribuye al hombre, bien puede ser

considerada como digno epígrafe de la filosofía del humanismo.

Todas las corrientes filosóficas del Renacimiento están saturadas de

naturalismo, pero en este caso el término asume un connotación especial, que nada

comparte (es más, que es incompatible) con la concepción moderna.

El mundo natural no es (como en la visión científica actual) pura materia

inanimada sujeta a leyes mecánicas y ciegas, sino un organismo viviente dotado de

energías en todo semejantes a las del hombre. Infinitas corrientes de pensamiento y

de sensaciones lo atraviesan, uniéndose a veces, y a veces oponiéndose entre sí.

Al igual que el hombre, posee sensación e intelecto, siente simpatías y antipatías,

placer y dolor. Según la concepción hermética, el universo es un gigantesco

individuo dotado de un alma invisible que siente y conoce, el alma del mundo, y de

un cuerpo visible, dotado –como el humano– de distintos órganos y aparatos. El

universo es un macroantropos.

Por lo tanto, la clave para acceder a la comprensión del mundo natural está

en el hombre. El hombre es el código, el paradigma del universo, ya que, como

microcosmos, presenta las mismas características fundamentales. La

estructuralidad, la armonía del cuerpo humano, el hecho de que todas sus partes se

interrelacionan y desarrollan funciones complementarias, se reflejan en la solidaridad

y la unidad del universo. Los distintos planos del ser en los que el universo se

articula (los minerales, las plantas, los animales, los seres humanos, las inteligencias

superiores) no están separados ni se ignoran recíprocamente: están unidos por hilos

sutiles, por misteriosas correspondencias. Cierta estrella lejana, cierta piedra, cierta

planta, a pesar de la diversidad y de la distancia que las separa, están ligadas entre

sí por una relación aún más profunda y esencial que la que existe con otras

estrellas, piedras o plantas de distinto tipo. Cada una, en su plano, es la

manifestación de una forma ideal; cada una es el signo de un aspecto esencial de la

naturaleza.

32 Cassirer, E. (2007). Individuos y cosmos en la filosofía del Renacimiento. Florencia. Versión Digtal. pp. 142-148.

37

El hombre, precisamente porque comprende en sí todos los planos del ser,

por su naturaleza proteiforme (una maravillosa síntesis del resto de la naturaleza) es

capaz de seguir los hilos misteriosos que se extienden de un extremo al otro del

Universo, de descubrir los influjos secretos que unen a seres aparentemente

distintos y lejanos. Él puede leer en la naturaleza los signos que la mano de Dios ha

escrito, como si fueran las letras del libro sagrado de la creación.

Pero además, si el alma y el intelecto actúan intencionalmente sobre el

cuerpo humano, ¿por qué no deberían actuar también sobre el cuerpo del mundo,

del cual el humano es una extensión? Si la Luna hace crecer las aguas, si el imán

atrae al hierro, si los ácidos atacan a los metales, ¿por qué el hombre, que es todas

estas cosas juntas, no puede ejercer una acción sobre cada aspecto de la

naturaleza? Él puede conocer los odios y amores, las atracciones y repulsiones que

acercan o separan a los elementos. Pero mientras estas fuerzas obran de manera

inconsciente, el hombre puede usarlas y dominarlas conscientemente.

Así, el humanismo del Renacimiento concibe la relación entre el hombre (en

este caso el hombre superior, el sabio) y la naturaleza, fundamentalmente como una

relación de tipo animista, mágico. El sabio es un mago que, utilizando sus

facultades intelectuales y anímicas, somete a las fuerzas de la naturaleza o coopera

con ellas. Su arte puede acelerar, detener o transformar los procesos naturales

cuyos secretos conoce. La astrología, la alquimia, la magia natural son las ciencias

características de la época.

Es cierto que la astrología conlleva un fuerte elemento de determinismo y de

fatalismo, y por esto fue ásperamente combatida por Pico que, en cambio, era

favorable a la magia. Si el destino de los hombres, de los países, de las

civilizaciones es dictado por los movimientos de los astros, que a través de sutiles

vías llegan a determinar sus comportamientos, no hay lugar para la libertad en la

gran máquina del Universo. Pero hasta las concepciones astrológicas del

humanismo se conforman al espíritu de la época, poniendo en primer plano al

hombre y su libertad. Así, el conocimiento de los influjos astrales es entendido como

el comienzo de un proceso de liberación de la esclavitud que éstos imponen y, en un

plano cósmico, aporta las pruebas de la solidaridad que une entre sí todas las partes

del Universo.

38

La ciencia de los astros y de las leyes de la naturaleza implica el uso de las

matemáticas. Pero este uso es bien diferente del que le dará la ciencia moderna.

Fiel a la concepción pitagórica y platónica, el humanismo renacentista no concibe a

los números y las figuras geométricas como simples instrumentos para el cálculo o la

medición. Los considera entes en sí, expresiones de la verdad más profunda,

símbolos de la racionalidad del Universo, comprensibles sólo a través de la facultad

más característica del hombre: el intelecto. Así, el humanista Luca Pacioli, que

redescrubre la divina proporción o sección áurea, considera a la matemática (tal

como lo hicieran Pitágoras y Platón) fundamento de todo lo existente. Se trata, por

lo tanto, de una matemática mística y no de una ciencia que encuentra su

legitimación en medir, proyectar o construir.

Por cierto, estos aspectos son también de fundamental importancia durante el

Renacimiento. El hombre de esta época es eminentemente activo: intenta, prueba,

experimenta, construye, impulsado por una ansiedad de búsqueda que lo lleva a

poner en discusión y someter a verificación las certezas consagradas por la tradición

secular. Este espíritu de libertad, de apertura, constituye la condición para la

revolución copernicana y todos los grandes descubrimientos de la época. Pero en la

base del trabajo técnico, del arte, subyace siempre la idea de un mundo natural que

no se contrapone al hombre, sino que es su prolongación.

Y es por esta razón que la actitud hacia las matemáticas y la técnica de

Alberti, Piero della Francesca y Leonardo, que hicieron vastísimo uso de ellas, es

sustancialmente diferente a la del técnico y del científico moderno. La diferenciación

entre alquimia y química, astrología y astronomía, magia natural y ciencia se

desconoce en esta época y vendrá mucho más tarde. Aun Newton, en pleno siglo

XVIII, escribe un tratado de alquimia y los ejemplos de este tipo se podrían

multiplicar.

Para el humanismo del Renacimiento existe en la naturaleza un orden

matemático que puede ser descubierto y reproducido. Este orden es divino y

reconstruirlo a través del arte significa acercarse a Dios, haciéndose como Dios,

creador de cosas bellas.

39

2.3.1. Tipos de Humanismo 2.3.1.1. Humanismo Cristiano La interpretación del Cristianismo en clave humanista se desarrolla en la

primera mitad del siglo XX como parte de un vasto proceso (que comienza en el

siglo XIX y se continúa hasta nuestros días) de revisión de las doctrinas cristianas a

fin de adaptarlas al mundo moderno; un mundo con respecto al cual la Iglesia

católica había adoptado, durante siglos, a partir de la Contrarreforma, una posición

de neto rechazo o de abierta condena.

A partir del Renacimiento, la autoridad espiritual de la Iglesia, que por mil

años había sido la depositaria de la visión cristiana en Occidente, fue declinando

cada vez más en un crescendo de eventos epocales: la cultura del humanismo

invierte la imagen que el cristianismo medieval había construido del hombre, la

naturaleza y la historia; luego la Reforma protestante divide a los cristianos de

Europa; en el Seiscientos y sobre todo en el Setecientos, las filosofías racionalistas,

que se habían difundido entre las clases cultas, ponen en discusión la esencia

misma del cristianismo. En el Ochocientos, las ideologías liberales o socialistas de

trasfondo científico, que se desarrollaron paralelamente a la expansión de la

revolución industrial, conquistan el rol de guía en la organización de la sociedad y en

la definición de sus fines e ideales que hasta ese entonces había desempeñado la

religión, dejándole a ésta un rol marginal. Finalmente, en este siglo, la rápida

difusión del ateísmo, que se transformó rápidamente en un fenómeno de masas,

pone en peligro la sobrevivencia misma de la Iglesia como institución.

Para no dejarse arrollar, la Iglesia se vio obligada a abandonar

progresivamente la visión del mundo que había heredado del Medioevo y la defensa

del orden social ligado a ella. Este proceso de apertura y modernización sufrió

durísimas resistencias, cambios de rumbo y replanteos.

En el tortuoso acercamiento de la Iglesia al mundo moderno, la encíclica

Rerum Novarum de León XIII de 1891 constituye un hito fundamental. Con esta

encíclica la Iglesia se dio una doctrina social que pudiera contraponerse al

liberalismo y al socialismo. En polémica con éste último, reafirmaba el derecho a la

40 propiedad privada, pero atenuándolo con un llamado a la solidaridad entre clases en

pos del bien común y a la responsabilidad recíproca entre individuo y comunidad.

Contra el liberalismo y su laissez faire en materia de economía, la Iglesia invitaba al

Estado y a las clases más fuertes a ayudar a los grupos sociales más débiles.

Después de la tragedia de la primera guerra mundial, en el clima de desilusión

general frente a las ideas de progreso sostenidas por el socialismo y el liberalismo,

la Iglesia pasó decididamente al contraataque. Y lo hizo tanto en el plano político,

autorizando la formación de partidos de masas de inspiración cristiana, como en el

doctrinario, proponiéndose como portadora de una visión, una fe y una moral

capaces de dar respuesta a las necesidades más profundas del hombre de esta

época.

Es en este intento de reproponer al mundo moderno los valores cristianos,

debidamente actualizados, que se encuadra el humanismo cristiano, cuyo iniciador

puede ser considerado el francés Jacques Maritain.

Maritain había sido primero alumno de Bergson, y después había adherido al

socialismo revolucionario. Insatisfecho de ambas filosofías, en 1906 se convirtió al

Catolicismo. Fue uno de los exponentes más notables del así llamado neotomismo,

es decir, de aquella corriente de pensamiento católico moderno que se remite

directamente a Santo Tomás de Aquino y, a través de él, a Aristóteles, cuya filosofía

Santo Tomás había tratado de conciliar con los dogmas cristianos. A este punto

cabe recordar que ya en el siglo pasado, otra encíclica de León XIII, Aeterni Patris

de 1879 había afirmado que la filosofía de Santo Tomás era la que mejor se

adaptaba a la visión cristiana.

Maritain, con una posición que se contrapone radicalmente a la tendencia

más general del pensamiento moderno, da un salto hacia atrás, sobrevolando el

Renacimiento y reconectándose con el pensamiento medieval. Y hace esto porque

es precisamente en el humanismo renacentista donde descubre los gérmenes que

han llevado a la crisis y al resquebrajamiento de la sociedad moderna, de los cuales

el nazismo y el estalinismo son la máxima expresión. Con esto él no pretende

explícitamente revalorizar el Medioevo y la visión cristiana ligada a aquel período; su

objetivo es restablecer (luego de la difícil experiencia del Medioevo) el curso de la

41 evolución histórica del cristianismo que, según su visión, ha sido interrumpido y

obstaculizado por el pensamiento moderno, laico y secular.

En su libro Humanismo integral, examina la evolución del pensamiento

moderno desde la crisis de la Cristiandad medieval al individualismo burgués del

siglo XIX y al totalitarismo del siglo XX. En esta evolución Maritain ve la tragedia del

humanismo antropocéntrico, como él lo llama, que se desarrolla a partir del

Renacimiento. Este Humanismo, que ha llevado a una progresiva descristianización

de Occidente es, según Maritain, una metafísica de la “libertad sin la gracia”. Con el

Renacimiento, el hombre comienza a ver su propio destino y su propia libertad

desligados de los vínculos de la “gracia”, es decir, del plano divino. Para el hombre,

la libertad es un privilegio que él pretende realizar por sí solo.

Dice Maritain: “A él sólo le compete ya crear su propio destino, a él sólo le

corresponde intervenir como un dios, mediante un saber dominador que absorbe en

sí mismo y que supera toda necesidad, en la conducta de su propia vida y en el

funcionamiento de la gran máquina del universo, abandonada a merced del

determinismo geométrico”.33

Así, el hombre moderno que surge en el Renacimiento, lleva consigo este

pecado de soberbia. Quiere prescindir de Dios y se construye un saber científico de

la naturaleza que, a partir de Descartes, es considerada como una gran máquina

para ser estudiada more geometrico, o sea según las leyes de la geometría. Pero

una concepción tal de la naturaleza sólo puede llevar a una escisión entre hombre y

mundo, y a un determinismo mecanicista que arrolla al hombre mismo. En efecto, a

medida que la razón substituye a Dios y el saber científico se extiende, la crisis

interna del hombre se hace más profunda.

He aquí las etapas de esta decadencia progresiva del hombre moderno que,

como Prometeo, se rebela ante Dios y, como Fausto, está dispuesto a todo con tal

de arrebatar los secretos de la naturaleza:

“Con respecto al hombre, se puede notar que durante el primer período de la época moderna, ante todo con Descartes y luego con Rousseau y Kant, el racionalismo había construido de la personalidad del hombre

33 Maritain, Jacques. (1980). Humanismo integral. Problemas temporales y espirituales de una nueva cristiandad. París. Versión Digital. p. 75.

42

una imagen soberbia y espléndida, indestructible, celosa de su inmanencia y autonomía y, finalmente, buena por esencia. En nombre mismo de los derechos y de la autonomía de esta personalidad, la polémica racionalista había condenado toda intervención externa en este universo perfecto y sagrado. Ya fuera que tal intervención proviniese de la revelación y de la gracia, o de una tradición de humana sabiduría, o de la autoridad de una ley de la cual el hombre no fuese autor, o de un Bien soberano que solicitase su voluntad, o, finalmente, de una realidad objetiva que midiese y regulase su inteligencia”.34

Pero esta soberbia de la razón (que primero eliminó todos los valores

tradicionales y trascendentes y luego, con el idealismo, absorbió en sí la realidad

objetiva) ha generado ella misma su propia destrucción. Primero Darwin y después

Freud asestaron los golpes mortales a la visión optimista y progresista del

humanismo antropocéntrico. Con Darwin el hombre descubre que no existe

discontinuidad biológica entre él y el mono. Pero no sólo esto: entre él y el mono ni

siquiera existe una verdadera discontinuidad metafísica, es decir, no hay una radical

diferencia de esencia, un verdadero salto cualitativo. Con Freud, el hombre

descubre que sus motivaciones más profundas están dictadas en realidad por la

libido sexual y el instinto de muerte. “Acheronta movebo”, moveré el infierno, había

dicho Freud, y con él la soberbia de la razón se hunde en la ciénaga de los instintos.

Al final de este proceso dialéctico destructivo, ya se han abierto las puertas a

los totalitarismos modernos, el fascismo y el estalinismo. Concluye Maritain:

“Después de todas las disociaciones y los dualismos de la época humanista antropocéntrica... asistimos a una dispersión y una descomposición definitivas. Lo que no impide al ser humano reivindicar más que nunca la propia soberanía, pero ya no más para la persona individual. Ésta ya no se sabe dónde está y se ve sólo disociada y descompuesta. Está ya madura para abdicar ... a favor del hombre colectivo, de aquella gran figura histórica de la humanidad de la cual Hegel ha hecho una teología y que, para él, consistía en el Estado con su perfecta estructura jurídica, y que con Marx consistirá en la sociedad comunista con su dinamismo inmanente”.35

Al humanismo antropocéntrico así descrito, Maritain contrapone un

humanismo cristiano, que define como integral o teocéntrico. He aquí cómo se

expresa:

34 Ibid. pp.81-82. 35 Ibid. p.83.

43

“Llegamos de este modo a distinguir dos tipos de humanismo: un humanismo teocéntrico, o verdaderamente cristiano, y un humanismo antropocéntrico del cual son responsables el espíritu del Renacimiento y el de la Reforma... El primer tipo de humanismo reconoce que Dios es el centro del hombre, implica el concepto cristiano del hombre pecador y redimido, y el concepto cristiano de gracia y libertad... El segundo cree que el hombre es el centro del hombre y, por ende, de todas las cosas, e implica un concepto naturalista del hombre y de la libertad. Si este concepto es falso, se entiende por qué el Humanismo antropocéntrico merece el nombre de humanismo inhumano y que su dialéctica deba ser considerada la tragedia del humanismo”.36

La base sobre la que se apoya el Humanismo teocéntrico es una concepción

del hombre

“(...) como dotado de razón, cuya suprema dignidad consiste en la inteligencia; (...) como libre individuo en relación personal con Dios, cuya suprema virtud consiste en obedecer voluntariamente la ley de Dios; como criatura pecadora y herida, llamada a la vida divina y a la liberación aportada por la gracia, cuya suprema perfección consiste en el amor”.37

Aquí vemos que la concepción que Maritain tiene del hombre es la

concepción clásica de Aristóteles (el hombre es un animal racional) interpretada en

clave cristiana por Santo Tomás. El hombre no es pura naturaleza ni pura razón: su

esencia se define en la relación con Dios y con su gracia. El hombre así entendido

es una persona.38

Maritain distingue en la persona humana dos tipos de aspiraciones, las

connaturales y las transnaturales. Mediante las primeras, el hombre tiende a realizar

ciertas cualidades específicas que hacen de él un individuo particular. El hombre

tiene derecho a ver colmadas sus aspiraciones connaturales, pero la realización de

las mismas no lo deja completamente satisfecho porque existen en él también las

aspiraciones transnaturales que lo impulsan a superar los límites de su condición

humana. Estas aspiraciones derivan de un elemento trascendente en el hombre y

36 Ibid. p.81. 37 Maritain, Jacques. (2007). L´education a la croisée des chemis. París Editorial Agazzi. p. 19. 38 Este término tiene una larga historia. El significado latino original es “máscara teatral” y, por extensión, llegó a significar “personaje”, “rol”. El estoicismo tardío la utilizó para designar al individuo humano en cuanto intérprete, en el drama del mundo, de un determinado rol que el destino le ha asignado.

44 no tienen derecho alguno a ser satisfechas. Si lo son, en algún modo, tal cosa

sucederá por la gracia divina.39

Al humanismo teocéntrico así entendido, Maritain le confía la tarea de

reconstruir una “nueva cristiandad” que sepa reconducir la sociedad profana a los

valores y al espíritu del Evangelio. Pero esta renovada civilización cristiana deberá

evitar repetir los errores del Medioevo, y en particular la pretensión de someter el

poder político al religioso. Deberá, en cambio, preocuparse por integrar los dos tipos

de aspiraciones humanas y amalgamar las actividades profanas con el aspecto

espiritual de la existencia.

La interpretación cristiana que Maritain dio del humanismo fue acogida en

forma entusiasta en algunos sectores de la Iglesia y entre varios grupos laicos.

Inspiró numerosos movimientos católicos comprometidos con la acción social y la

vida política, por lo que resultó ser un arma ideológica eficaz sobre todo contra el

marxismo.

Pero esta interpretación recibió también críticas demoledoras de ámbitos

filosóficos no confesionales. En primer lugar, se observó que la tendencia

racionalista que aparece en la filosofía post-renacentista y que Maritain denuncia en

Descartes, Kant y Hegel, se remonta precisamente al pensamiento de Santo Tomás.

Esta tendencia, que llevará a la crisis y a la derrota de la razón, no es un producto

del humanismo renacentista, sino más bien del tomismo y de la escolástica tardía: la

filosofía cartesiana que se encuentra a la base del pensamiento moderno, en su

racionalismo se reconecta mucho más con Santo Tomás que con el neoplatonismo y

el hermetismo místico del Renacimiento.

Correspondería buscar las raíces de la “soberbia de la razón” de la filosofía

moderna en la pretensión del tomismo de construir una teología intelectualista y

abstracta. Según estas críticas, Maritain cumplió con una obra colosal de

mistificación y de camuflaje, casi un juego de prestidigitación filosófica, atribuyendo

al Renacimiento una responsabilidad histórica que, por el contrario, compete al

pensamiento medieval.

39 Maritain, Jacques. (1944). De Bergson a Thomas de Aquino. Ensayos de metafísica y moral. New York. Versión Digital. p. 149.

45

En segundo lugar, la crisis de los valores y el vacío existencial al cual ha

llegado el pensamiento europeo con Darwin, Nietzsche y Freud no es una

consecuencia del humanismo renacentista, sino por el contrario deriva de la

persistencia de concepciones cristianas medievales dentro de la sociedad moderna.

La tendencia al dualismo y al dogmatismo, el sentimiento de culpa, el rechazo del

cuerpo y el sexo, la desvalorización de la mujer, el miedo a la muerte y al infierno

son todos residuos del cristianismo medieval, que aun después del Renacimiento

han influido fuertemente en el pensamiento occidental. Aquéllos determinaron, con

la Reforma y la Contrarreforma, el ámbito sociocultural en el cual el pensamiento

moderno se ha desarrollado.

La esquizofrenia del mundo actual en la que Maritain insiste deriva, según

estos críticos, de la coexistencia de valores humanos y antihumanos. La “dialéctica

destructiva” de Occidente se explica entonces como un intento doloroso y frustrado

por liberarse de valores en pugna.

En lo particular me despierta un interés notable el hecho del debate que se ha

abierto acerca de si el Humanismo Cristiano es o no un humanismo, o lo que es lo

mismo, si éste existe o no existe, lo que se llamaría en filosofía un problema

ontológico. Así tenemos que el problema ontológico es esencialmente acerca de lo

que existe. De esta forma si queremos determinar si cualquier cosa existe (el

humanismo cristiano en este caso) estamos por definición ante un problema

ontológico. Uno de los últimos filósofos notables que abordó este interesante tipo de

problema fue Willard Van Orman Quine. Siguiendo a Quine es posible llegar a la

conclusión que el humanismo cristiano existe incluso aunque se trate de un

concepto errado.

Pero en mi caso particular, no quiero llegar a hacer un desmontaje ontológico,

simplemente creo que el humanismo no puede ser compatible con el cristianismo,

fundamentalmente porque el humanismo tiene un carácter antropocéntrico y el

cristianismo es una doctrina religiosa teocéntrica, por lo que su pensamiento tiene

por objeto la exaltación a Dios, dejando al hombre un lugar secundario.

46

2.3.1.2. Humanismo en el Marxismo

El Humanismo Marxista se desarrolló especialmente en los años sucesivos a

la Segunda Guerra Mundial entre 1939 y 1945 por obra de un grupo de filósofos. Los

expositores más representativos fueron: Ernst Bloch en Alemania, Adam Shaff en

Polonia, Roger Garaudy en Francia, Rodolfo Mondolfo en Italia, Erich Fromm y

Herbert Marcuse en los Estados Unidos.

Estos autores trataron de recuperar y desarrollar el aspecto humanista que,

según su interpretación, constituía la esencia misma del marxismo. Anteriormente,

Engels en su famosa carta a Bloch (1880), había subrayado que el marxismo había

sido mal entendido y que había sido una equivocación el ver un determinismo

absoluto y unilateral de las fuerzas productivas sobre la conciencia y las

superestructuras. La conciencia, explicaba, reacciona a su vez sobre la estructura y

es necesaria para la comprensión revolucionaria de las mutaciones de la estructura

y de la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales.

Los marxistas humanistas destacaron la importancia de los textos de la

juventud de Marx, sobre todo de los Manuscritos Económico-Filosóficos de 1844, de

la Ideología Alemana y de la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, y otros de

la madurez como los de la Teoría de la Plusvalía.

Estos filósofos se esforzaron en reinterpretar el pensamiento de Marx en una

clave que no fuera estrictamente economicista y materialista. Así dieron énfasis más

que a los escritos de la madurez de Marx, como El Capital, a las obras juveniles

descubiertas recién en la década del 30. Los marxistas humanistas destacaron en

particular un pasaje de los Manuscritos en el que Marx dice:

“...el hombre no es solamente un ser natural; es también un ser natural humano, o sea, un ser que es para sí, y luego un ser que pertenece a la especie humana. Como tal, él debe realizarse y confirmarse tanto en su ser como en su saber. Por esto los objetos humanos no son los objetos naturales como se presentan en modo inmediato... la naturaleza, tomada abstractamente, en sí, fijada en su separación del hombre, es para el hombre una nulidad”.40

40 Marx, Carlos. (1844). Manuscritos Económico Filosóficos. Versión Digital: http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital1/. p.64

47

También dice, en el inicio de la exposición de su antropología en los

Manuscritos: “Vemos aquí como el naturalismo o humanismo conducido al propio

término, se distinga tanto del idealismo como del materialismo, y sea al mismo

tiempo la verdad que une a ambos”.41

Mondolfo explica que:

“En realidad, si examinamos sin prejuicios el materialismo histórico, tal como nos resulta en los textos de Marx y Engels, debemos reconocer que no se trata de un materialismo, sino de un verdadero humanismo, que en el centro de cada consideración y discusión coloca el concepto del hombre. Es un humanismo realista (Reale Humanismus), como lo llamaron los mismos creadores, el cual trata de considerar al hombre en su realidad efectiva y concreta. Trata de comprender su existencia en la historia y de comprender a la historia como una realidad producida por el hombre a través de su actividad, de su trabajo, de su acción social, durante los siglos en los cuales se va desarrollando el proceso de formación y de transformación del ambiente en el que el hombre vive, y en el que se va desarrollando el hombre mismo, simultáneamente como efecto y causa de toda la evolución histórica. En este sentido encontramos que el materialismo histórico no puede ser confundido con una filosofía materialista”. 42

En líneas generales el marxismo es un humanismo, porque pretende llevar a

cabo una crítica con el fin de acabar con la alienación del hombre, es decir, el estado

de enajenación del trabajador en la sociedad capitalista. Es también un humanismo

ateo porque establece el carácter autónomo del hombre, y proclama que no existe

ningún ser distinto y superior a éste y a la naturaleza. Finalmente, el marxismo es un

humanismo por motivos epistemológicos, porque el hombre como principio de la

sociedad y sujeto de la historia es el principio teórico y explicativo de la concepción

del mundo, así como de la teoría de la historia y de la sociedad. Se propone criticar

todas aquellas formas de conocimiento deformadas ideológicamente por

determinadas condiciones económicas y sociales que enmascaran la situación real

de alienación en la que vive el hombre en la sociedad capitalista. Aunque es de

destacar que para aquellos quienes lo rechazan, sostienen que no es un humanismo

por que es determinista, y la sociedad y lo económico rebasan al hombre como 41 Ibid. p.63 42 Mondolfo, R. (1977). El humanismo de Marx. México. Fondo de Cultura Económica. pp. 28,29.

48 protagonista de su crecimiento, es decir, las relaciones sociales de producción

superan al hombre.

CAPÍTULO III. HUMANISMO SOCIALISTA EN EL PENSAMIENTO DE MARIÁTEGUI

3.1. ¿Qué es el Humanismo Socialista?

Para hablar sobre este concepto de humanismo socialista se debe comenzar

por el de Erich Fromm, quien lo define como

“un sistema en que el hombre gobierna al capital, no el capital al hombre; en que el hombre, en la medida de lo posible, gobierna sus circunstancias, y no estás al hombre; en que los miembros de la sociedad pueden planificar lo que desean producir, más bien que permitir que su producción siga las leyes de los poderes impersonales del mercado y del capital, con su necesidad inherente de máxima ganancia"43.

En este concepto se puede apreciar claramente la visión marxista de Erich

Fromm sobre el hombre y el humanismo.

Para Fromm el marxismo es un humanismo, y éste tiene su principal base en

su identificación con la concepción del hombre de Marx, a la que considera como

profundamente humanista. Es dicha asunción lo que termina llevando a Fromm al

establecimiento de su propia posición como un humanismo radical de orientación

marxista, estimando como tarea propia y fundamental de este humanismo el ir más

allá de donde fue Marx en cuanto a la reflexión filosófico-antropológica, para abordar

desde ella lo que éste, tanto por reservas ideológicas como por la urgencia del

análisis crítico de la economía política capitalista, dejó sin afrontar en el transcurso

de su obra (por más que ella misma lo demande e incluso lo contenga

implícitamente): los problemas relativos al sentido de la existencia humana y, en

relación con ellos, los problemas éticos, que por otra parte se plantean de forma

insoslayable desde la teoría y práctica socialistas.

43 Fromm, Erich. (1960). Marx y su concepto del hombre. México. Fondo de Cultura Económica. p.110.

49

Conocemos la clara posición frommiana al respecto: “el humanismo socialista

no puede eludir de ninguna manera tales cuestiones”.44 Es decir, los problemas

relativos a la existencia y los problemas éticos planteados desde la práctica

socialista.

Pero igualmente piensa Fromm que para responderlas no basta con remitirse

a Marx. Su concepción del hombre hay que ampliarla, enriquecerla y, en algunos

puntos fundamentales, matizarla sensiblemente. Para tal cometido es

imprescindible, según Fromm, la aportación freudiana, que él conserva tras la

revisión operada con su psicoanálisis humanista. La aplicación del psicoanálisis

humanista a la teoría de Marx, fruto de la cual es su teoría del carácter social45. La

aplicación del psicoanálisis humanista a la teoría de Marx, es en Fromm una de las

claves fundamentales de su elaboración antropológica.

La otra hay que ponerla en el trasfondo desde el que procede tanto a la

relectura crítica de Freud como a la asunción de Marx: la herencia de la tradición

humanista en la que éstos a su vez, de distinta manera, se hallan insertos (acusando

en dichas relectura y asunción el influjo subterráneo de lo que el mismo pensamiento

de Fromm saca, por lo que a sí respecta, a la superficie: la herencia del judaísmo).

Señaladas esas claves de la elaboración antropológica frommiana, nuestra atención

hay que concentrarla en lo que ahora nos interesa: la «ciencia del hombre» que

constituye el armazón epistemológico de la misma.

Pretendiendo ir desde Marx, más allá de Marx, Fromm plantea expresamente

su teoría antropológica en clara continuidad con aquél. Es lo que se revela ya,

además de por los contenidos y por el enfoque histórico-materialista, en la misma

denominación de “ciencia del hombre” con que él se refiere a su proyecto

antropológico, la cual fue utilizada por el propio Marx en sus Manuscritos

Económico-Filosóficos.46 La cuestión es, no obstante, que, dejando ver su filiación

marxista, la comprensión frommiana de la ciencia del hombre se aleja de las

pretensiones cientificistas con que aparecía tal fórmula en su uso marxiano, en el

que se hacía notar que tampoco Marx escapaba al influjo del positivismo

44 Fromm, Erich. (1980). El miedo a la libertad. Introducción. Barcelona. Paidós Ibérica. p.12. 45 Ibid. p. 25. 46 Fromm, Erich. (1961). Op. cit. p.145.

50 decimonónico por más que lo que de hecho hiciera no respondiera al positivismo

que dicha fórmula dejaba traslucir. 47

Fromm, cuando habla de la ciencia del hombre, da a entender que no se trata

de una ciencia situada al mismo nivel que las demás ciencias: ni es una ciencia

natural, ni siquiera se trata tampoco de una más de las ciencias humanas, que

quepa poner al lado de las otras; es un saber de otra índole, que tiende al nivel de la

reflexión filosófica, pero (y esto es tan importante como lo anterior) de una reflexión

filosófica que se lleva a cabo a partir de lo que aportan sobre el hombre las distintas

ciencias. 48

En ese sentido, cabe decir que Fromm concibe la relación entre la “ciencia del

hombre” y las otras ciencias que tienen algo que decir sobre el hombre como una

relación de complementariedad dialéctica. Desde luego, no se pueden entender en

relación antagónica: la ciencia del hombre, ni puede prescindir de las ciencias, ni

puede (menos aún) ir contra las aportaciones científicas. Estas, por el contrario, le

proporcionan material para la reflexión filosófica, que es concebida como

metacientífica quizá sea más claro calificarla de transcientífica, lo que no implica que

sea metafísica; y a su vez, es a través de las ciencias, en diálogo con ellas, como el

saber filosófico sobre el hombre no pierde el contacto con una base empírica.

“La ciencia del hombre está sujeta, pues, a contrastación empírica, sólo que en su caso no es una contrastación inmediata, sino poniendo a prueba sus teorías confrontándolas con las mismas teorías científicas. Eso no quiere decir que ella quede en una posición subordinada respecto de las ciencias; es un saber de distinto nivel, cuyo objeto es la realidad humana en toda su complejidad e integridad, intentado dar una respuesta a la pregunta de qué significa ser humano”49

La cual toca la cuestión del sentido, y cuyo mismo planteamiento supone

situarse en una perspectiva totalizante, algo que desborda las posibilidades

legítimas de cualquier ciencia empírica.

Pero, además, precisamente por eso, la ciencia del hombre ejerce, respecto

de las otras ciencias con que se halla mediada, una función de instancia crítica,

47 Habermas, Jürgen. (1982). Conocimiento e interés. Madrid. Taurus. p. 52. 48 Fromm, Erich. (1973). Anatomía de la destructividad humana. Madrid. Siglo XXI. p. 223. 49 Fromm, Erich. (1968). La revolución de la esperanza. México. FCE. p. 58.

51 enjuiciando, desde su perspectiva de totalidad, la validez de sus respectivas

aportaciones parciales sobre el hombre. A todo ello se refiere Fromm cuando en

apretada síntesis escribe:

“No sólo las neurociencias y la psicología, también otros muchos campos tienen que ser integrados para crear una ciencia del hombre: como la paleontología, la antropología, la historia, con la historia de las religiones (mitos y rituales), la biología, la fisiología, la genética. El objeto de estudio de la «ciencia del hombre» es el hombre mismo; el hombre como ser total en desenvolvimiento, biológica e históricamente, que sólo puede entenderse si vemos las relaciones recíprocas existentes entre todos sus aspectos, si lo examinamos como un proceso que se produce dentro de un sistema complejo con muchos subsistemas. Las «ciencias de la conducta» (psicología y sociología) (...) se interesan principalmente en lo que el hombre hace y en cómo puede conseguirse que lo haga, no en el por qué lo hace y quién es él. En grado considerable se han convertido en obstáculo a la formación de una ciencia integrada del hombre y en sustituto de la misma”.50

Siguiendo las diversas posiciones que se han mantenido sobre el humanismo

y el socialismo tenemos que en 1968 Alejandro Dubcek decía que “si el socialismo

no adquiere un rostro humano desaparecerá como sistema”.51 Ya que la piedra

angular es la igualdad de clases, y para establecerla es necesario unas relaciones

económicas de cooperación entre los hombres.

Por otra parte Luiz Márquez plantea que “El marxismo es una de las

corrientes de pensamiento que mejor heredó las tradiciones del humanismo de la

antigüedad y la modernidad”52, sin embargo es bueno hacer recalcar que el

humanismo que propugnaba Marx según Ludovico Silva era un humanismo “de

sentido distinto”53, ya que según su opinión el Marx y Engels proponían un

socialismo con una base fundamental constituida por un humanismo de nuevo tipo,

donde el hombre no sólo conocía la libertad, sino que tenía las herramientas para

liberarse, y éstas eran la lucha de clases.

50 Fromm, Erich. (1973). Op. cit. p. 103. 51 Unzueta, Gerardo. (1992). Las dos primaveras de Dubcek, en Memoria. México. p. 29 52 J. Márquez, Luiz. (1991). El socialismo. Editora da Universidad Federal de Rio Grande del Sur. p.67 53 Silva, Ludovico. s/f. Humanismo clásico y humanismo marxista. Caracas. Monte Avila Editores. pp. 231-244.

52

Se trataba pues de un humanismo diferente y más práctico que el

humanismo del Renacimiento o el de la ilustración, para Guadarrama “Hombres en

distintas latitudes y ante circunstancias de distinto orden exigieron un humanismo

auténtico, es decir práctico. América Latina conserva en su historia hombres de la

talla de Bolívar, Martí, Sandino que hicieron del humanismo un estandarte

permanente tanto de sus acciones más heroicas como de las más cotidianas”54.

También menciona el mismo autor que en los casos como en el Che, Fidel y otros

marxistas latinoamericanos el humanismo no sólo tomó dimensiones prácticas, sino

también teóricas.

Para Pablo Guadarrama en la misma obra “Con el marxismo el humanismo

adquirió un perfil más definidamente clasista y proletario. Pero mucho más

significativo fue que se desentrañaran científicamente los mecanismos

subhumanizadores del capitalismo y se indicaran las posibles vías de su

superación”55. Con esto queda claro que una de las diferencias más notables que ve,

tanto este autor como algunos de los que hablan del humanismo socialista y del

marxismo como humanismo, es que éste descubre cuales son las redes bajo las

cuales se maneja la deshumanización del hombre y propone las vías para

solucionarlo. Por supuesto, estas redes no son más que la explotación del hombre

por el hombre que se dan en la relaciones de producción.

Así mismo para Louis Althuser (1964) “el socialismo es un concepto científico

y el humanismo es ideológico”.56 Ya que el socialismo nos explica como se debe dar

la igualdad social, y el humanismo nos indica que sólo es posible conseguirlo a

través de la liberación del hombre de las cadenas del capitalismo.

3.2. Mariátegui y el Socialismo Indoamericano

En esta investigación se presentará como Mariátegui nos da una nueva visión

del socialismo adaptándola a las características y al contexto peruano, y muy

54 Guadarrama, Pablo. (1995). Santa Clara. Humanismo y socialismo en la óptica del pensamiento marxista en América Latina. p. 85. 55 Ibid. p. 96 56 Althusser, Louis.(1964). Marxismo y Humanismo. Los Cuadernos de la I.S.E.A. p.18

53 particularmente hacia las grandes mayorías de la población, que en este caso son

pueblos indígenas originarios.

En primer lugar, se debe aclarar que antes que Mariátegui conociera sobre la

teoría marxista, ya en nuestros territorios americanos algunos ésta comenzaba a ser

divulgada, aunque en la mayoría de los casos no pasaba de ser una simple

propaganda, y ese hallaban sustentadas en interpretaciones, más que en los

verdaderos escritos de Marx.

También es importante destacar que la orientación de este marxismo era

socialdemócrata, y simplemente buscaba que en nuestros países se repitieran los

mismos pasos que en Europa, sin tomar en cuenta para nada nuestras propias

realidades, ni las fases de desarrollo en la que se encontraban los territorios

americanos que distaban mucho de los países europeos.

En este sentido, la mayoría de los que se consideraban marxistas

latinoamericanos mantenían este tipo de criterios, y sólo en algunas excepciones

como en los casos de Julio Antonio Mella, Enrique Terán y José Carlos Mariátegui

creían y sostenían que las condiciones eran otras y que el marxismo aplicado en

sociedades como la soviética no coincidían en forma alguna con el ámbito

latinoamericano. Para estos pensadores América Latina era una realidad diferente,

pero sería José Carlos Mariátegui quien lograría elaborar todo un mejor desarrollo

teórico a esta premisa.

En este sentido, la comprensión de Mariátegui sobre América Latina es otra

realidad la que le da una evocación especial a su visión del Marxismo. Ya que según

éste no bastaba la experiencia europea para explicar y transformar la misma. Era

profundamente necesario realizar una interpretación propia que se soportara en el

marxismo, pero bajo sus principales presupuestos teórico-metodológicos, pero que

no se limitara a esto. Al respecto escribe en su Mensaje al Congreso Obrero:

"El marxismo del cual todos hablan pero que muy pocos conocen y, sobre todo, comprenden, es un medio fundamentalmente dialéctico. Esto es un método que se apoya íntegramente en la realidad de los hechos. No es, como algunos erróneamente suponen un cuerpo de principios de

54

consecuencias rígidas, iguales para todos los climas históricos y todas las latitudes sociales. Marx extrajo su método de la entraña misma de la historia. El marxismo en cada país, en cada pueblo, opera y acciona sobre el ambiente, sobre el medio sin descuidar ninguna de sus modalidades".57

Esta comprensión del marxismo, como método dialéctico, se enriquecía y

completaba producto de su conocimiento histórico, cultura, y sensibilidad, con la

consideración del papel de la subjetividad en los procesos sociales y en la revolución

socialista. Vale apuntar que Mariátegui no concebía la revolución socialista como un

proceso automático gestado por las fuerzas ciegas de la economía capitalista en

bancarrota. Al igual que Lenin entendía que en determinado momento del desarrollo

capitalista y producto de su crisis se gestaban las condiciones objetivas para su

sustitución por el socialismo, sin que ello significase su desplome. Para que se

produjera el cambio de sistema era necesaria la voluntad, decisión y acción

combativa del sujeto revolucionario.

Es posible que en lo relativo a toda su producción no se encuentre un

fragmento que indique con mayor claridad esta superposición entre método y

subjetividad que en el editorial Aniversario y Balance. En éste se puede leer:

"La palabra Revolución, en esta América de las pequeñas revoluciones, se presta bastante al equívoco. Tenemos que reivindicarla rigurosa e intransigentemente. Tenemos que restituirle su sentido estricto y cabal. La revolución latino-americana, será nada más y nada menos que una etapa, una fase de la revolución mundial. Será simple y puramente, la revolución socialista. A esta palabra agregad, según los casos, todos los adjetivos que queráis: antiimperialista, agrarista, nacionalista revolucionaria. El socialismo los supone, los antecede los abarca a todos.... No queremos ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje al socialismo indo americano. He aquí una misión digna de una generación nueva". 58

Un análisis de los elementos conceptuales novedosos presentes en la lectura

creativa del marxismo realizada por Mariátegui excedería con creces el tiempo de

que se dispone para esta intervención. No obstante me parece necesario destacar

de manera sucinta lo siguiente. 57 Mariátegui, José Carlos. (1969). Mensaje al Congreso Obrero. Ideología y Política. Obras Completas. Volumen 13. Lima. Editora Amauta. pp. 111-112. 58 Mariátegui, José Carlos. (2003). Aniversario y Balance. Versión Digital. pp. 247-248. Versión Digital. fuente: http://www.filosofi a.cu/contemp/ joaquin003. Htm

55

Para Mariátegui la revolución socialista no es un acto sino un proceso de

cambio radical de las relaciones humanas. Se trata de una transformación

civilizatoria que entraña grandes cambios en las relaciones económicas, sociales y

en la mentalidad y cultura de los individuos. Como plantea Aníbal Quijano,

“Mariátegui preludia o anticipa una nueva racionalidad. Mariátegui participaba de la

convicción sobre el carácter mundial de la revolución socialista tan propio del

marxismo clásico, pero lo entendía de manera concreta”59. Vale decir considerando

el componente nacional o regional, que introducía el elemento de diferenciación de

una realidad a otra.

Si América Latina es otra realidad, el canon europeo no basta para

comprenderla, es necesario estudiarla apoyándose en el marxismo pero sin negar

los aportes de las ciencias y la filosofía burguesa. En este sentido el punto de vista

de Mariátegui es el de un marxismo abierto y creador que no rehúye el diálogo y la

polémica, pues como especulación filosófica toma la obra del pensamiento

capitalista en el punto en que este vacilante ante sus extremas consecuencias inicia

un retroceso.

Esta realidad diferente es fruto de circunstancias y determinantes históricos

que a su vez son influidos por esa realidad. Para Mariátegui, los verdaderos

revolucionarios no proceden nunca como si la historia empezara con ellos. Y esta

idea es válida también en el sentido de los antecedentes ideológicos que Mariátegui

tiene en el Perú y la influencia que estos ejercieron en su manera de aproximarse al

marxismo. Muchas de las posiciones teóricas del revolucionario peruano tienen una

presencia en las posturas de Manuel González Prada. La predilección por Sorel y el

papel del mito pudiera también deberse a las condicionantes históricas de la nación

andina y el papel del mito en su historia. Habría que agregar que antes de su viaje a

Europa Mariátegui y Falcón desde el diario La Razón apoyaron al movimiento

huelguístico más grande realizado en Lima hasta ese entonces, movimiento por

demás que resulto exitoso.

Esta huella no podía facilitar su acercamiento el anarcosindicalista francés

que sostenía la tesis de la huelga política de masas. Pudiera afirmarse entonces que 59 Quijano, Aníbal. (2005). José Carlos Mariátegui. México. Fondo de Cultura Económica (Colección Tierra Firme). p. 213

56 en él, la historia es central para entender al objeto y su desarrollo Pero el concepto

de historia que Mariátegui posee no es euro céntrico y se proyecta contra una

percepción mecanicista, evolucionista y lineal de la historia y junto con ésta del

progreso. Concepto éste en franca crisis en la actualidad.

Como marxista convicto y confeso Mariátegui parte de las clases y las

relaciones de clase para entender las relaciones sociales en el Perú de su época. No

aplica sin embargo esquemáticamente la contradicción burguesía- proletariado para

buscar el sujeto de la revolución socialista. Si la realidad peruana es diferente y en la

misma coexisten diversos modos de producción, deben existir varios sujetos

revolucionarios. El indio como sujeto de la revolución es una de las ideas más

interesantes de Mariátegui. El análisis clasista y de las relaciones de clase no

excluya en mi opinión la consideración del elemento étnico. Si Mariátegui se hubiese

limitado exclusivamente al análisis clasista no hubiese encontrado o descubierto las

posibilidades de ayllu, de la comuna indígena andina para el socialismo.

En líneas generales la discusión de Mariátegui se centra en relación a si el

problema del campesinado indio es de carácter nacional o de clase. Y que este

amplio sector de la población peruana vivía desde tiempos de la colonia en la más

absoluta explotación y servidumbre, desde que los blancos arribaron a nuestras

tierras.

Y esta situación, no sólo sucedía con los blancos hacia los indígenas, sino

que también se repitió, tanto con los criollos, como con los mestizos. Esta situación

como ya es de saberse trató de explicarse acudiendo a la tesis de la supuesta

inferioridad de los indígenas.

Para Mariátegui la situación del indio en América Latina, tenía varias premisas

que la explicaban, entre ellas se debe mencionar que el atraso de esta raza se debía

en gran parte al proceso de servidumbre que vivían desde la conquista española.

Ahora bien, el interés de la clase explotadora, en un primer lugar por los blancos

españoles y más adelante por los blancos criollos después, ha versado sobre el

argumento de la inferioridad, e incluso, según ellos, el primitivismo de las razas

indígenas. Con lo queda claro que lo único que se proponen es el hacho de

57 reproducir, en esa cuestión nacional interna, las razones de la raza blanca en la

cuestión del tratamiento y tutela de los pueblos coloniales.

Los pueblos colonialistas, han tratado de explicar a lo largo de los siglos, que

la razón principal de sus conquistas radica en culturizar, moral y religiosamente a los

pueblos, pero no es difícil identificar que lejos de conseguir estos supuestos fines

civilizadores, lo que se ha conseguido es deprimir y oprimir la vida de las clases

indígenas

Lo que si se ha conseguido, es que la evolución natural de estos pueblos se

vea interrumpida drásticamente, y que grandes civilizaciones y pueblos como el

Inca, el Azteca y los Mayas que habían ya alcanzado un alto grado de organización

social, se hayan retrogradado bajo el régimen colonial, a tal punto que hoy no pasan

de ser tribus dispersas que se dedican a la agricultura.

Hoy en el Siglo XXI en Perú, lo que si queda es un gran atraso, con respecto

a los avances generados por las etnias aborígenes, y por supuesto una

depauperación de las razas indígenas como consecuencia del coloniaje. Todo ello

sustentado en las tesis Aristotélicas que consideraba la existencia natural de

hombres esclavos y hombres patrones, por lo cual era conveniente que los primeros

sirvan y los segundos manden; pueblos que naturalmente debían dominar y otros

obedecer, tesis con las cuales se justificaban las invasiones y dominio sobre los

pueblos considerados por ellos raza inferior.

Esto acompañado por la explotación y apropiación de sus riquezas y la radical

implantación de las culturas europeas. Adicionalmente a la depauperación de los

pueblos aborígenes y la trata de los negros, se consolidó una acumulación de

capital. Esto bajo el supuesto de que si existían razas inferiores, también deberían

existir razas superiores. Para los europeos, sólo ellos son capaces de medir el

progreso de los pueblos. Hoy en día sabemos, que sólo se trata de sus instrumentos

ideológicos utilizados para implantar y extender en el tiempo su dominación.

58

Según Quijano problema indígena no era más que explotación feudal de los

nativos en la gran propiedad agraria; pero consideraba además, que el capitalismo

estaba imposibilitado como sistema económico y político para superar esta situación;

por el contrario le sacaba el máximo provecho a la fuerza de trabajo indígena. Para

Mariátegui

“El indio, en el 90 por ciento de los casos, no es un proletario sino un siervo. El capitalismo, como sistema económico y político, se manifiesta incapaz, en la América latina, de edificar una economía emancipada de las taras feudales. El prejuicio de la inferioridad de la raza indígena, le consiente una explotación máxima de los trabajos de esta raza; y no está dispuesto a renunciar a esta ventaja, de la que tantos provechos obtiene”.60

En la agricultura, el establecimiento del salario, la adopción de la máquina, no

borran el carácter feudalizada de la gran propiedad. Lo que se trata es de

perfeccionar la explotación de la tierra y de las masas campesinas. Para la mayoría

de estas clases explotadoras “el problema indígena es, a su juicio, un problema

étnico cuya solución depende del cruzamiento de la clase indígena con razas”.61

Más adelante, de acuerdo a Quijano Mariátegui insiste con más fuerza

ratificando el desprecio que tanto burgueses como lo que él llamaba feudales

sentían por los indios y los negros; pero además pone en evidencia la dicotomía

prevaleciente en los sectores medios tratando de simular ser aristócrata o burgués,

guardando distancia de la gente de color y, por otro, su cercanía con la plebe de

color por su evidente mestizaje:

“(…) la raza tiene, ante todo, esta importancia en la cuestión del imperialismo. Pero tiene también otro rol, que impide asimilar el problema de la lucha por la independencia nacional en los países de la América con fuerte porcentaje de población indígena, al mismo problema en el Asia o el Afrecha. Los elementos feudales o burgueses, en nuestros países, sienten por los indios, como por los negros y mulatos el mismo desprecio que los imperialistas blancos. (…)Y este sentimiento se extiende a gran parte de las clases medias, que imitan a la aristocracia y a la burguesía en el desdén por la plebe de color, aunque su propio mestizaje sea demasiado evidente”.62

60 Ibídem. 61 Ibídem. 62 Ibid. p. 215

59

Sobre lo señalado acerca de la situación de los indígenas del Perú y el resto

de continente, fue que Mariátegui y los miembros del Partido Socialista de Perú,

levantaron las tesis del socialismo como la condición indispensable para superar el

estado de cosas en que vivían los indios; y para la construcción de una vida digna.

“(…) Lo que asegura su emancipación es el dinamismo de una economía y una

cultura que portan en su entraña el germen del socialismo (…). El capitalismo, con

sus conflictos, con sus instrumentos mismos de explotación, empuja a las masas por

la vía de sus reivindicaciones, la conmina a una lucha en la que se capacitan

material y mentalmente para presidir un orden nuevo”.63

Es necesario resaltar que la población indígena para 1929 representaba

aproximadamente las cuatro quintas partes de una población total calculada en cinco

millones de habitantes. El peso de la población indígena en la realidad peruana, no

impidió que el PSP sostuviera que el problema fundamental eran las condiciones

económicas-sociales de vida de la población étnica y no la raza. Asimismo, no

menos del 90 % de la población indígena trabajaba en la agricultura con míseros

salarios pero, la mayoría de ellos, no dejaron de ser agricultores. En tiempos de

cosecha retornaban a sus pequeñas parcelas, las cuales eran insuficientes para su

subsistencia. En la agricultura peruana para el momento reinaba un régimen de

trabajo “feudal o semi-feudal”. El suelo era trabajado en casi todas las tierras de

latifundio en forma primitiva. Los latifundistas se reservaban las mejores tierras para

ellos; mientras que las pocas en manos de la población indígena eran exiguas y no

permitían que éstos cubrieran sus necesidades vitales. De modo que los indígenas

terminaban trabajando para los latifundistas.

En la hacienda, los indios, sus mujeres y niños estaban obligados a prestar

servicios gratuitos a los propietarios, no sólo en la casa-hacienda sino también en

las ciudades donde éstos residían. Situación parecida era la de las minas de

explotación del cobre. En las lejanas regiones de la montaña, se sometía en

frecuentes casos a los aborígenes a un “sistema esclavista”.64

Señala Quijano que 63 Ibid. p. 213 64 Ibídem.

60

“el problema racial indio no es necesariamente, en la actualidad, un problema nacional (…) la lucha contra la explotación y dominación de clase que pesaba sobre los indios, era la base de la alianza entre el proletariado y el campesinado indio; la liberación del indio de esa explotación y dominación de clase, era la condición para devolver al indio su capacidad para desarrollar libremente su cultura y sus derechos étnicos”.65

Más adelante planteó rotundamente “(…) rechazo de manera terminante esta

concepción antimarxista. No sólo una revolución nacionalista; no sólo una revolución

democrática-burguesa; sino tampoco una revolución proletaria, será capaz de crear

automáticamente un Estado sin clases”.66

La sobre-explotación y la violencia sistemática ejercida sobre los indígenas

por parte de los hacendados y las autoridades al servicio de éstos, llevó a los indios

a diversas sublevaciones que pasaron de ser inicialmente incidental y locales, a

extenderse a regiones más o menos extensas, las cuales fueron reprimidas con

verdaderas matanzas.

Para Mariátegui el problema indígena se identificaba con el de la tierra. La

ignorancia, el atraso y la miseria no son más que consecuencia de su situación de

servidumbre. Su reivindicación fundamental era la tierra; por tanto, consideraba que

los indígenas debían dar un carácter organizado, sistemático, definido a esta

reivindicación; tarea que debían realizar activamente.

También consideró que la formación ideológica de los indígenas sería posible

en tanto que en los centros urbanos y las minas “entran en contacto con el

movimiento sindical y político. Se asimilan sus principios y se capacitan para jugar

un rol en la emancipación de su raza (…) Los indios campesinos no entenderán de

veras sino a individuos de su seno que les hablen su propio idioma”.67

A ello agregaba los métodos de auto educación, la lectura regular de los

órganos del movimiento sindical y revolucionario de América latina, de sus

opúsculos; de las correspondencias con los compañeros de los centros urbanos. Así 65 Ibid. p. 200 66 Ibid. p. 203 67 Ibid. p. 226

61 entendía se cumpliría su misión educadora. Además agregaba: “Una conciencia

revolucionaria indígena tardaría quizás en formarse; pero una vez que el indio haya

hecho suya la idea socialista, le servirá con una disciplina, una tenacidad y una

fuerza, en la que pocos proletarios de otros medios podrán aventajarlo”.68

Consideró de primera importancia, darle al movimiento indígena, o negro,

agrícola e industrial un carácter neto de lucha de clases; pero añadía que el

problema indígena variaba de acuerdo con los países en tanto vivían situaciones

que se diferenciaban unas de otras. Con respecto a los negros en aquellos países

en los cuales las grandes masas de éstos tenían una influencia significativa, también

las consideró como un problema social y económico importante: (…)” en su rol de

explotados, nunca están aislados, sino que se encuentran al lado de los explotados

de otros colores. Para todos se plantean las reivindicaciones propias de su clase”.69

El capitalismo se sirvió de los sectores “feudales” para explotar en su

provecho a las masas campesinas. Como en toda la América, los conquistadores

españoles a su llegada cumplieron una doble función: por un lado convirtieron a la

población indígena a la religión católica y, en el orden temporal, la encomienda

debía proporcionar a la corona un tributo correspondiente, sin prejuicio de que el

encomendero sacara para sí la cantidad que creyera conveniente. A lo largo del

proceso colonizador, los curas aliados a las clases dominantes nacionales

inculcaron en los indios un fanatismo religioso que, en gran medida, transformó

creencias iniciales de los indígenas.

“Sólo una conciencia de clase –decía Mariátegui-; sólo el “mito” revolucionario con su profunda raigambre económica, y no una infecunda propaganda anti-clerical, lograrán sustituir los mitos artificiales impuestos por la `civilización` de los invasores y mantenidos por las clases burguesas, herederas de su poder. Había que conocer “la realidad concreta” para en consecuencia, trazar las políticas que hicieran posible la transformación de esa realidad. (…) nuestra investigación de carácter histórico es útil; pero más que todo debemos controlar el estado actual y sentimental, sondear la orientación de su pensamiento colectivo, evaluar sus fuerzas de expansión y de resistencia; todo esto (…) está

68 Ibid. p. 227 69 Ibid. p. 233

62

condicionado por los antecedentes históricos, por un lado, pero, principalmente, por sus condiciones económicas actuales (…)”70

Esta visión de Mariátegui superaba la concepción pragmática, empirista e

inmediatista de la política al fundamentarla en la investigación histórica; pero

también ponía énfasis en controlar el estado actual y sentimental de los indígenas

para sondear la orientación de su pensamiento colectivo; es decir, Mariátegui

consideraba de vital importancia la animosidad de los sujetos para saber cómo

estaban pensando como colectivo y hacia dónde se orientaba ese pensamiento. Se

preocupaba por la subjetividad de los indígenas, cómo se representaban su realidad,

cuáles eran sus verdades, sentimientos y aspiraciones porque comprendía que a los

pueblos los mueven sus verdades no el voluntarismo preclaro ni omnipresente.

Sobre estas reflexiones Mariátegui le propuso un Programa de Lucha a la

población indígena latinoamericana como base para una alianza histórica que creara

las condiciones socio-políticas para su liberación de la situación de servidumbre y

explotación de los sectores dominantes.

A continuación se reseñarán las tareas que según él debían cumplir los

Partidos Comunistas en el continente. Con estas tareas el Amauta peruano buscaba

impedir que las burguesías del continente le imprimieran una orientación racial al

problema de las razas y contraponer el carácter económico y social de esta

problemática. He de señalar que la Internacional Comunista se puso en contra, en lo

que a la raza negra se refiere, de las campañas que tendían a la formación de lo que

ellos llamaron el sionismo negro en América latina.

Las reivindicaciones que según Mariátegui estaban planteadas en aquel

momento y por las cuales debían luchar los trabajadores indios y negros explotados,

serían las siguientes:

1. “Lucha por la tierra para quienes la trabajan, expropiada sin indemnización. 1.1.- Latifundios de tipo primitivo: fragmentación y ocupación por parte de las comunidades colindantes y por los peones agrícolas que las cultivan, posiblemente organizados en forma comunitaria o colectiva.

70 Ibid. p. 238

63

1.2.-Latifundios de tipo industrializado: ocupación por parte de los obreros agrícolas que los trabajan, organizados en forma colectiva. 1.3.-Los parceleros propietarios que cultivan su tierra, quedarán en posesión de las mismas. 2.- Formación de organismos específicos: sindicatos, ligas campesinas, bloques obreros y campesinos, ligazón de estos mismos por encima de los prejuicios raciales, con las organizaciones urbanas. 2.1.- Lucha del proletariado y del campesinado indígena o negro, para las mismas reivindicaciones que constituyen el objetivo de sus hermanos de clase pertenecientes a otras razas. 2.2.- armamento de obreros y campesinos para conquistar y defender sus reivindicaciones. 3.- Derogación de leyes onerosas para el indio o el negro: “sistemas feudales esclavistas”, conscripción vial, reclutamiento militar, etc”.71

Únicamente, señalaba Mariátegui, la lucha de los indios, proletarios y

campesinos, en estrecha alianza con el proletariado mestizo y blanco contra el

régimen feudal y capitalista, pueden permitir el libre desenvolvimiento de las

características raciales indias y podrá (…)”crear la ligazón entre los indios de

diferentes países, por encima de las fronteras actuales que dividen antiguas

entidades raciales, conduciéndolas a la autonomía política de su raza”.72

Como es notable, Mariátegui propone una alianza histórica entre los sectores

revolucionarios y potencialmente revolucionarios del Perú y del resto del continente

en torno a un Programa que recoge las más sentidas reivindicaciones y las tareas

históricas de los sectores que integren la alianza, para construir una fuerza ética-

política alternativa, un nuevo bloque de poder que diera al traste con la dominación

feudal-capitalista y la construcción del socialismo; pero no el socialismo europeo –

ese que se pareció mucho al capitalismo- sino un socialismo con rostro latino, sin

predeterminar el sujeto de antemano sino descubriéndolo por su compromiso

práctico con el proyecto de transformación revolucionaria de la sociedad a través del

análisis concreto de la situación concreta que se planteó transformar; un socialismo

construido a partir de la cosmovisión del continente, con nuestro sincretismo cultural,

combinando razón, pasión y “mito”; entendido como una construcción permanente y

de todos los días: el Socialismo Indoamericano.

71 Ibídem. pp. 256,257 72 Ibid. p. 257

64 3.3. Categorías Marxistas desde la visión Mariateguiana

Como se puede notar durante toda su obra, y más específicamente en la

etapa de su regreso de Europa, Mariátegui fue un confeso Marxista y en varias

oportunidades hace mención a su inclinación por esta corriente del pensamiento “He

tenido ya -desde mi primer esfuerzo marxista por fundamentar en el estudio del

hecho económico la historia peruana”.73 Como se puede notar en estas breves

declaraciones el mismo se declara marxista, y no sólo eso, pone en énfasis su visión

del materialismo histórico, dado que según Marx

“En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política, y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social.”74.

Con esto queda claro que en esta afirmación de Mariátegui comparte la

visión marxista en cuanto al materialismo histórico se refiere. Y más adelante declara

en la misma obra Mariátegui

“Las ideas de la revolución francesa y de la constitución norteamericana encontraron un clima favorable a su difusión en Sudamérica, a causa de que en Sudamérica existía ya aunque fuese embrionariamente, una burguesía que, a causa de sus necesidades e intereses económicos, podía y debía contagiarse del humor revolucionario de la burguesía europea. La Independencia de Hispanoamérica no se habría realizado, ciertamente, si no hubiese contado con una generación heroica, sensible

73 Mariátegui, José Carlos. (1996a). 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. Esquema de la Evolución Económica. Lima. Empresa Editora Amauta S.A. p.1 74 Marx, Carlos. (1859). Prólogo a la contribución a la economía política. Versión Digital Marzo de 2001. p. 2

65

a la emoción de su época, con capacidad y voluntad para actuar en estos pueblos una verdadera revolución. La Independencia, bajo este aspecto, se presenta como una empresa romántica. Pero esto no contradice la tesis de la trama económica de la revolución emancipadora. Los conductores, los caudillos, los ideólogos de esta revolución no fueron anteriores ni superiores a las premisas y razones económicas de este acontecimiento. El hecho intelectual y sentimental no fue anterior al hecho económico". 75

En el mismo libro también declara “Me ha correspondido a mí, marxista

convicto y confeso”.76 Con lo que ya no queda lugar a dudas de su perspectiva y su

visión, aunque como hemos señalado en algunos de los capítulos que se han

desarrollado en esta investigación, y por supuesto, en mi opinión pone fin a la

polémica de si Mariátegui es no es un marxista.

De esta forma a lo largo de toda su producción bibliográfica se puede

observar el uso que hace de las diferentes categorías marxistas como en el caso de

la burguesía que en la siguiente frase podemos ver,

“Si la revolución de la independencia hubiese sido en el Perú la obra de una burguesía más o menos sólida, la literatura republicana habría tenido otro tono. La nueva clase dominante se habría expresado, al mismo tiempo, en la obra de sus estadistas, y en el verbo, el estilo y la actitud de sus poetas, de sus novelistas y de sus críticos. Pero en el Perú el advenimiento de la república no representó el de una nueva clase dirigente. La onda de la revolución era continental: no era casi peruana. Los liberales, los jacobinos, los revolucionarios peruanos, no constituían sino un manípulo. La mejor savia, la más heroica energía, se gastaron en las batallas y en los intervalos de la lucha. La república no reposaba sino en el ejército de la revolución. Tuvimos, por esto, un accidentado, un tormentoso período de interinidad militar. Y no habiendo podido cuajar en este período la clase revolucionaria, resurgió automáticamente la clase conservadora. Los encomenderos y terratenientes que, durante la revolución de la independencia oscilaron ambiguamente, entre patriotas y realistas, se encargaron francamente de la dirección de la república. La aristocracia colonial y monárquica se metamorfoseó, formalmente, en burguesía republicana. El régimen económico-social de la Colonia se adaptó externamente a las instituciones creadas por la revolución. Pero la saturó de su espíritu colonial. Bajo un frío liberalismo de etiqueta, latía en esta casta la nostalgia del Virreinato perdido”.77

75 Mariátegui, José Carlos. (1996a). Op. cit. 76 Ibídem. 77 Mariátegui, José Carlos. (1996b). El Proceso de la Literatura. Lima. Empresa Editora Amauta S.A. p.2

66

Aquí se puede determinar que Mariátegui, pensaba que en el Perú no se

había desarrollado una verdadera burguesía, y en consecuencia, existía un atraso

en todos los sentidos, ya que la clase dominante carecía de visión de futuro y se

hallaba en la más conservadora de las posiciones. La gran tragedia de esa situación

se debía en gran parte al hecho que la clase revolucionario no se pudo consolidar

durante el proceso independentista, y la burguesía dominante que el llama

republicana era la heredera de la aristocracia colonial. Así “En los primeros tiempos

de la independencia, la lucha de facciones y jefes militares aparece como una

consecuencia de la falta de una burguesía orgánica”.78

“La clase terrateniente no ha logrado transformarse en una burguesía

capitalista, patrona de la economía nacional. La minería, el comercio, los

transportes, se encuentran en manos del capital extranjero. Los latifundistas se han

contentado con servir de intermediarios a éste, en la producción de algodón y

azúcar. Este sistema económico, ha mantenido en la agricultura, una organización

semifeudal que constituye el más pesado lastre del desarrollo del país”79. En esta

cita se puede observar que Mariátegui no cree en el rol de la burguesía del Perú, y

sólo la ve como simples intermediarios del capital de las grandes transnacionales y

herederos del latifundio, que a su vez es una derivación de la vieja economía feudal,

otra categoría marxista desarrollada ampliamente a lo largo de la obra de Mariátegui.

Para Mariátegui “La supervivencia de la feudalidad en la Costa, se traduce en

la languidez y pobreza de su vida urbana”.80 En este sentido señala que la falta de

urbanización, se debe al atraso en que ha sumido la clase dominante al resto de la

población, ya que todavía se encuentran enraizados en el sistema feudal. En

consecuencia se ve y es notable la usencia de aldeas y de asentamientos urbanos, y

sólo puede observarse haciendas al estilo más medieval, circundados de miseria y

ranchos, y donde es notable la ausencia de de verdaderas tierras dedicadas al

cultivo y a la producción.

78 Mariátegui, José Carlos. (1996c). El periodo del guano y el salitre. Lima. Empresa Editora Amauta S.A. p.1,2 79 Mariátegui, José Carlos. (1996d). Economía agraria y latifundismo feudal. Lima. Empresa Editora Amauta S.A. p.1 80 Ibid. p.2

67

A continuación presentaremos una cita donde se describe detalladamente

esta situación, semifeudal para Mariátegui que sumía y sume al Perú en el más

grande de los atrasos en materia de desarrollo:

“Las ciudades, conforme a una ley de geografía económica, se forman regularmente en los valles, en el punto donde se entrecruzan sus caminos. En la costa peruana, valles ricos y extensos, que ocupan un lugar conspicuo en la estadística de la producción nacional, no han dado vida hasta ahora a una ciudad. Apenas si en sus cruceros o sus estaciones, medra a veces un burgo, un pueblo estagnado, palúdico, macilento, sin salud rural y sin traje urbano. Y, en algunos casos, como en el del valle de Chicama, el latifundio ha empezado a sofocar a la ciudad. La negociación capitalista se torna más hostil a los fueros de la ciudad que el castillo o el dominio feudal. Le disputa su comercio, la despoja de su función. Dentro de la feudalidad europea los elementos de crecimiento, los factores de vida del burgo, eran, a pesar de la economía rural, mucho mayores que dentro de la semifeudalidad criolla. El campo necesitaba de los servicios del burgo, por clausurado que se mantuviese. Disponía, sobre todo, de un remanente de productos de la tierra que tenía que ofrecerle. Mientras tanto, la hacienda costeña produce algodón o caña para mercados lejanos. Asegurado el transporte de estos productos, su comunicación con la vecindad no le interesa sino secundariamente. El cultivo de frutos alimenticios, cuando no ha sido totalmente extinguido por el cultivo del algodón o la caña, tiene por objeto abastecer al consumo de la hacienda. El burgo, en muchos valles, no recibe nada del campo ni posee nada en el campo. Vive, por esto, en la miseria, de uno que otro oficio urbano, de los hombres que suministra al trabajo de las haciendas, de su fatiga triste de estación por donde pasan anualmente muchos miles de toneladas de frutos de la tierra. Una porción de campiña, con sus hombres libres, con su comunidad hacendosa, es un raro oasis en una sucesión de feudos deformados, con máquinas y rieles, sin los timbres de la tradición señorial”. 81

Por otra parte Mariátegui hace alusión al capitalismo y declara “Las

concesiones del Estado y los beneficios del guano y del salitre crearon un

capitalismo y una burguesía. Y esta clase, que se organizó luego en el 'civilismo', se

movió muy pronto a la conquista total del poder".82 Haciendo ver que el capitalismo

en el Perú sólo servía para obtener el poder en el Estado, y no era más que un

capitalismo dependiente del capital extranjero, por lo que el Perú sólo había

conseguido la utopía de la independencia política. Ya que realmente seguía siendo

un Estado dependiente de las grandes potencias capitalistas.

81 Ibid. pp. 1,2 82 Mariátegui, José Carlos. (1996c). Op cit. p13

68 3.4. Humanismo y Socialismo en Mariátegui

Cuando Mariátegui muere en 1930 creía fervientemente que el capitalismo se

hallaba en una fase de deterioro como lo anticipara Marx, ya que no coincidía con el

progreso, y así mismo pensaba que el mundo estaba pasando por una era donde

prevalecía el socialismo.

El socialismo de Mariátegui percibía en los pueblos aborígenes una fuente

importante para la edificación del socialismo peruano. Pero, como era posible esta

transición en un pueblo que vivía en el más absoluto de los atrasos debido al

colonialismo, se preguntaba. Par ello era necesario crear un socialismo suigeneris,

basado en el colectivismo y el comunismo agrario, para acabar con el atraso del

capitalismo y el dominio del imperialismo.

En lo esencial esta relación sigue siendo hasta la actualidad el principal

problema a resolver por el socialismo peruano, si bien el comunismo agrario que

percibiera Mariátegui, ha sufrido profundos cambios, sobre todo después de la

reforma Agraria del nacionalismo militar de los años 60, cambios que no han

resuelto lo que Mariátegui llamara el problema del indio en uno de sus siete ensayos

de interpretación de la realidad peruana.

De Mariátegui nos queda en la memoria su clamor creativo de peruanicemos

al Perú y su permanente agonía por comprometernos en la tarea del socialismo.

El socialismo mariateguista fue fundamentalmente internacionalista, y no

puede ser confundido con el nacionalismo, que como sabemos fue la expresión

política del ascenso al poder de la burguesía y de la formación de los modernos

estados-nación, con los que se estableciera el dominio capitalista y el colonialismo

moderno.

Mariátegui, fue un agonista de la peruanidad, ideal que buscara con emoción

y compromiso socialista. Mariátegui es sin duda el intelectual más original y creativo

en la historia del pensamiento político peruano. Reclamaba para sí solo el beneficio

de la sinceridad, al afirmar que “Mi sinceridad es la única cosa a la que no he

69 renunciado nunca. A todo lo demás he renunciado y renunciaré siempre sin

arrepentirme".83

Su compromiso ideológico con el marxismo lo llevó a afirmar que “el

materialismo encerraba todas las posibilidades de ascensión moral, espiritual y

filosófica del hombre”84, con lo que se corresponde con el concepto manejado de

humanismo socialista. En su tiempo, tiempo de adhesiones apasionadas y de

vehemente romanticismo, de candoroso misticismo justiciero y milenarista, no pudo

intuir que en Europa el pensamiento crítico y afirmativo que postulara terminara en

muchos casos derrotado por el liberalismo y la socialdemocracia; y mucho menos

intuir la frustración histórica del socialismo.

Creía que “el Socialismo confluía casi como una fatalidad histórica”85, con el

indigenismo de los años 20. Así, para él la creación del nacionalismo peruano,

debería empezar resolviendo la dualidad de la economía y alma peruana.

Su concepción dualista de la historia y economía, del doloroso y enervante

conflicto entre la sociedad que se desarrolla en la costa y el sentimiento indígena

que sobrevive en la sierra, hondamente enraizado en la naturaleza, lo llevaron a

afirmar que La propagación en el Perú de las ideas socialistas ha traído como

consecuencia un fuerte movimiento de reivindicación indígena. La nueva generación

peruana siente y sabe que el progreso del Perú será ficticio, o por lo menos no será

peruano, mientras no constituya la obra y no signifique el bienestar de la masa

peruana que en sus cuatro quintas partes es indígena y campesina".86

Para Mariátegui, “la formación de la nación peruana implicaba el fin del drama

que nace de la conquista y que fuera trasmitido a la república; es decir, de nuestro

estilo ab initio de la República de querer construir una sociedad y economía peruana

marginando y relegando a indígenas, andinos y campesinos, a negros y mulatos, a

cobrizos y cholos".87

83 Mariátegui, José. (1926). La novela y la vida. Lima. Empresa Editora Amauta S.A. p. 20 84 Mariátegui, José Carlos. (2003). Op. cit. pp. 250. 85 Ibídem. 86 Mariátegui, José Carlos. (1996a). Op. cit. p. 5 87 Mariátegui, José Carlos. (1925). Peruanicemos al Perú. Lima. Empresa Editora Amauta S.A. p. 20

70

Ahora bien, si Mariátegui creía que la única peruanidad que ha existido ha

sido la del Perú autóctono, y fue muy crítico de la nueva peruanidad o peruanidad

criolla, que por sí sola no podía representar a la nación; postuló que la dualidad del

alma o de lo que se conoce comúnmente como peruanidad o identidad nacional,

debería resolverse mediante la fusión, mezcla, reconciliación, conciliación y

unificación de las culturas y rostros de nuestra peruanidad en el socialismo.

El socialismo mariateguista es innovador. Lo trascendente en Mariátegui está

en su socialismo, en su peruanismo integrador y humanista, en su fe y compromiso

con el futuro del Perú. Influido por las ideas de su tiempo sostenía que el capitalismo

ha dejado de coincidir con el progreso. Su crítica de la burguesía peruana, de su

rentismo económico y liberalismo formal, no lo llevaron a excluir teóricamente que

para constituirse en una clase capitalista vigorosa debería crear los elementos de un

orden liberal burgués.

Sus ideas políticas son muchas veces contradictorias. Ello se debe al interés

que muestra al destacar un tema o acentuar los rasgos de su socialismo, a su fe

religiosa en el marxismo y en el socialismo, a su espíritu innovador y polémico, y a

su estilo político de vivir y actuar como un protagonista que se proponía

abiertamente concurrir a la creación del socialismo peruano y mundial.

Mariátegui vivió como un protagonista, en una época rica y variada en

acontecimientos, época de guerras y revoluciones, en la que, bajo la influencia de la

Revolución de Octubre y de las ideas de Paúl Valery y Oswal Spengler sobre la

muerte de las civilizaciones y decadencia de occidente, prejuzgó el agotamiento final

del capitalismo y admitió el triunfo inexorable del socialismo y la “cultura proletaria”.

Su internacionalismo revolucionario, en sí mismo moral, emocional e ideológico, que

animara los intereses y propósitos de una clase, que defiende una concepción de la

vida y proclama un destino de la humanidad, no debe dificultar que reconozcamos

(probablemente esto sea lo más acertado para el inicio de una perspectiva teórica y

política integradora y renovadora del pensamiento político peruano sobre el cambio

social) el substrato metodológico de su internacionalismo, siempre atento al estudio

de la evolución de las ideas y de los cambios en la economía, sociedad, cultura,

71 arte, ciencia, cine, etc.; que apreciemos su actitud vital e inquieta para asumir como

su causa la gran causa de la humanidad, y que estemos dispuestos a no olvidar su

admonición a que nos preparemos y ocupemos nuestro puesto en la historia.

A Mariátegui le interesaba que sus proposiciones influyan en la acción, en los

hechos, que coincidan con el sentimiento de su generación y con el ritmo de la

historia. Su realismo político es en esencia ético. Su utopismo socialista, agónico y

religioso, fue a la vez un estilo renovado de hacer política. Reconoció, sin remilgos

que su búsqueda de Dios lo acompaño desde su infancia.

El socialismo lo sobreentendía todo o casi todo. Para él, si bien el socialismo,

como el capitalismo, había nacido en Europa, no era un sistema particularmente

europeo sino mundial al que no se sustraía ninguno de los países que se mueven

dentro de la órbita de la civilización occidental. Admitía que indo América podía y

debía tener individualidad y estilo, pero no una cultura ni un signo particular. El

socialismo que Mariátegui propugnara, estaba en la tradición americana, en la que la

más avanzada organización comunista, primitiva, que registra la historia, es la

incaica. Socialismo que ciertamente no sería ni calco ni copia del europeo, sino

creación heroica y que responda a nuestra propia realidad social y a nuestro propio

lenguaje.

Mariátegui sólo traza los contornos probables del socialismo en el Perú. En

los Principios Programáticos del Partido Socialista, afirma que el socialismo

encuentra en las comunidades, como en las grandes empresas agrícolas, los

elementos de una solución socialista de la cuestión agraria, que avanzaría en donde

ésta sea posible, y que mientras tanto toleraría en parte la explotación de la tierra

por pequeños agricultores, allí donde el yanaconazgo o la pequeña propiedad

sugieran dejar transitoriamente tierras de cultivo en manos de particulares.

Para Mariátegui el socialismo debía impulsar el Renacimiento del pueblo

indígena, con toda la manifestación de sus fuerzas creadoras, aunque esto no debía

tomarse para él como declaración romántica y antihistórica de una resurrección del

socialismo incaico, del que debían, sin embargo tomarse algunos aspectos como el

cooperativismo y el comunitarismo de las campesinos indígenas, dentro de una

técnica de producción perfectamente científica.

72

3.4.1. El Sentido Humanista del Socialismo Mariateguiano

Después de todas estas reflexiones se podría decir que a diferencia del

humanismo de Marx, el de Mariátegui es un humanismo del artista, del aventurero,

del creyente y el realizador agonista de los mitos heroicos de las multitudes que

anticipan en la tierra la obra del cielo.88 Sus ideales humanistas se definen por su

adscripción al socialismo, y adquieren forma propia al enfrentar las consecuencias

de la primera gran crisis de la razón moderna y de los ideales de libertad, igualdad y

progreso; crisis que se diera y viviera después de la Primera Guerra Mundial, de la

Paz de Versalles, y del ascenso del fascismo en Italia.

Mariátegui creyó, como ya lo hemos definido en algunos pasajes que era el

tiempo del socialismo y que el capitalismo ya no tenía ningún tipo de coincidencia

con el progreso, y por consiguiente, el progreso debía estar en consonancia con el

socialismo. Su espíritu inquieto e innovador expresaba la influencia de las ideas de

Bergson sobre la religión y los mitos, del socialismo revolucionario de Sorel, del

pragmatismo de James, y del optimismo de Unamuno que decía que agoniza el que

lucha.

El socialismo humanista de Mariátegui se alzaba contra el nihilismo y la

decadencia de una época puesta en evidencia por la guerra; contra la razón

negativa que reemplazaba a la razón creativa de la ilustración y del pensamiento

liberal; y también contra la violencia autodestructiva del hombre moderno

desencantado que va a la guerra en nombre de la democracia liberal, y que después

vestiría con las camisas negras de los fasci, y más tarde el uniforme del Tercer

Reich.

Su humanismo es activo, militante, revolucionario, transformador, y

esperanzador. Es un humanismo optimista, creyente en el que el hombre se

emancipa si lucha por los ideales del mito socialista; optimismo del ideal socialista

que toma para sí las banderas de la razón moderna y de la ilustración. Sigue las

ideas del mexicano José Vasconcelos que predicaba el “optimismo del ideal” y el

88 Mariátegui, José Carlos. (1925). Pesimismo de la Realidad y Optimismo del Ideal. Lima. Revista Mundial Nº 271. 21 de agosto de 1925. p. 64

73 “pesimismo de la realidad”; y no al filósofo español José Ortega y Gasset, que

escribiera sobre el “alma desencantada” y “el ocaso de las revoluciones”.89

Su humanismo es un gusto estético por la vida humana, por el buen vivir. Es

futurista e irreconciliable con el pesimismo y el escepticismo, y con toda otra forma

de postración y decadencia humana.90

Afirmaba que con el fin del capitalismo terminaría el predominio de la razón

utilitaria y de los ideales de una época en la que el hombre no ve otro sentido a su

existencia y realización humana sino en la consecución de riqueza a costa de lo que

otros deban perder según los dictados de la racionalidad del sistema capitalista.

Este gusto estético por la buena vida, distante por cierto de lo que Aristóteles,

en La Política llamaba el afán de vida, entendido éste como la consecución de

riqueza por la usura, guardaba identidad con el pathos del hombre revolucionario,

con sus sentimientos, pasiones y emociones creativas por un nuevo orden, un orden

socialista que humanice las costumbres, que las cambie, que cambie la mentalidad

de una época estableciendo una nueva ética, nuevas, costumbres, diferentes a las

que sustentan la estructura del orden burgués, orden que se había mostrado en

demasía impotente para terminar con el parasitismo de la economía capitalista.

Un humanismo estético y ético, que se descubriera en el escenario del

acontecer histórico y se mostrara más vital en sus raíces y en su contenido que el

anterior humanismo, y que en su acontecer, renovará las energías mentales y

morales de la humanidad, que vivía entonces el tiempo auroral de los cambios que

iniciara la revolución bolchevique.

Al haber devenido el capitalismo en infecundo para cumplir con los ideales del

progreso y la ilustración, la revolución socialista le daba un sino diferente a la

evolución, le daba otro sentido, su definitivo sentido emancipatorio, en tanto,

(afirmaba Mariátegui) el progreso de la humanidad aparecerá a la sazón como la

representación del devenir que ha tramontado a los regímenes de la desigualdad y 89 Ibid. p. 61 90 Barbusse, Henry. (1925). La Escena Contemporánea. Lima. Editorial Minerva. pp. 115-120

74 la servidumbre del hombre en el esclavismo y el feudalismo, a la explotación y el

régimen del salario en el capitalismo, por un régimen igualitario en el socialismo.

Su evolucionismo es diferente del evolucionismo del historicismo y del

racionalismo de la modernidad liberal, para el que la idea del bienestar material de la

humanidad había generado un respeto casi supersticioso por los ideales del

progreso: libertad, igualdad y fraternidad, con los que la humanidad parecía haber

hallado una vía definitiva a su emancipación de la necesidad y la escasez.91

Mariátegui, muy bien podría haber dicho que evoluciona quien revoluciona

“Capitalismo o Socialismo. Este es el problema de nuestra época. No nos

anticipamos a las síntesis, a las transacciones, que solo pueden operarse en la

historia. Pensamos y sentimos como Gobetti que la historia es un reformismo más a

condición de que los revolucionarios operen como tales. Marx. Sorel, Lenin, he ahí

los hombres que hacen la historia”.92

Su evolucionismo, al igual que su humanismo, es voluntarista ya que de

acuerdo a su opinión “El carácter voluntarista del socialismo no es, en verdad,

menos evidente, aunque sí menos entendido por la crítica, que su fondo

determinista....cada palabra, cada acto del marxismo tiene un acento de fe, de

voluntad, de convicción heroica y creadora, cuyo impulso sería absurdo buscar en

un mediocre y pasivo sentimiento determinista”.93

Pero, este voluntarismo no es ni frívolo ni sensual, y menos contemplativo y

mediocre, fatigado y apagado en la mesura y la timidez de los ideales y los

propósitos de libertad e igualdad de una época; menos es un deseo morboso y

enfermizo por lo trágico y lo autodestructivo, por el culto a la violencia, a la muerte y

a lo decadente.

No es tampoco el voluntarismo de las almas adormecidas en las veleidades e

inconstancias de un revolucionarismo escénico que se volatiliza en el retablo de los 91 Mariátegui, José Carlos. (1981). Dos Concepciones de la Vida. Lima. Editorial Minerva. pp. 17-22. 92 Mariátegui, José Carlos. (2003). Op. cit. pp. 247-248. 93 Mariátegui, José Carlos. (1974). Op. cit. p 69.

75 dioses del liberalismo; tampoco es un voluntarismo moralista que se repliega en su

proximidad con la violencia y su uso. Es un voluntarismo creativo y heroico,

aventurero y transformador, el del revolucionario socialista que decide vivir

peligrosamente en la acción y en el acaecer, inventando los acontecimientos, como

un protagonista del acto revolucionario del crear un régimen igualitario que humanice

al hombre Mostrando admiración, decía que “el socialismo es también una nueva

mentalidad, la del filosofar tan humana y tan humanitariamente, como Trotski,

Ministro de Guerra y Generalísimo del Ejército Rojo”.94

Mariátegui creía con convicción que en el período que va de la ilustración a la

primera gran guerra imperialista, la fórmula, el paradigma de una edad racionalista

de la evolución humana tenía que ser y era justo que así fuera, como Descartes

dijera: cogito, ergo sum, pienso, luego existo.

Pero con el fin de esta edad racionalista de la evolución y el progreso, en el

tiempo ya de la edad romántica, revolucionaria y quijotesca de la posguerra, el

antiguo paradigma no servía como antes; se imponía entonces una nueva fe, una

nueva creencia, una nueva mentalidad para la existencia humana y su devenir: la

vida, más que pensamiento, diría, es acción, es combate, es lucha, es agonía.

En realidad con la decadencia del tiempo del racionalismo cartesiano, no

estaba en crisis la razón moderna, sino el racionalismo que terminó desprestigiando

a la razón en las verdades objetivas y demostrables de la causalidad de la ciencia y

el positivismo; en el desapego de lo humano por la supremacía casi insana de la

creencia en las capacidades portentosas de la técnica transformadora del mundo

natural y de las relaciones de trabajo entre los hombres, y de las propias condiciones

de su adaptación al mundo de la vida. Mariátegui escribiría que el racionalismo no

ha servido sino para desacreditar a la razón; racionalismo que al desarraigar del

alma de la civilización burguesa los residuos de sus antiguos mitos metafísicos,

había condenado a la misma a sufrir en algún momento la falta, la ausencia de un

mito, de una fe, de una esperanza.95 92 Ibídem. 95 Fromm, Erich. (1976). El Hombre y el Mito. En Ensayos Escogidos. Lima. Ediciones del Nuevo Mundo. pp. 54-

60.

76

Al quedarse solo con el mito del progreso, que en las condiciones del

capitalismo mostrara la evidencia de la paradoja de su incertidumbre, paradoja que

se manifestara tanto en el sentido de los sucesos de la Primera Guerra mundial y el

ascenso del fascismo, y posteriormente del nazismo; como en el sentido del

acontecimiento histórico de la revolución de los bolcheviques en la lejana y extraña

Rusia de los zares.

La esperanza parecía renacer en la escenificación heroica, extremada y

exultante, de la revolución de octubre, que representara también en sus extravíos la

muerte del antiguo régimen zarista en el asesinato de los Romanov, y en la pérdida

y la expurgación de lo antiguo: del nombre Petrogrado, ciudad fundada por Pedro el

Grande, y su reemplazo por Leningrado, en honor al líder bolchevique; acto de

afirmación del porvenir en la creación de un nuevo nombre.

El nuevo racionalismo, el que fuera insuflado y motivado por el marxismo, la

nueva razón, la del régimen igualitario socialista, razón triunfante en el octubre rojo,

llegaba a tiempo para satisfacer la necesidad de infinito que hay en el alma humana,

dándole al hombre una nueva fe, la fe en el socialismo que aparecía así como el

mito final de la realización de los fines de la modernidad, de la libertad e igualdad de

los hombres, mito que, tuvo en su oportunidad la “preciosa virtud de llenar el yo

profundo” de los hombres creyentes y metafísicos, de los que viven y se mueven en

el sentido que la historia reclama; de los hombres iluminados por una creencia

superior ante la crisis del capitalismo de aquellos años.

La necesidad de infinito a que se refería Mariátegui, la suplía el socialismo, el

que devino en la nueva fe, en una creencia superior a la creencia positivista del

hombre, el que al desprenderse de lo sobrenatural había descubierto un exorbitante

y singular poder para dominar la naturaleza y ponerla al servicio de sus fines,

dejando así a los fines metafísicos del alma humana librados al azar y prodigalidad

de las realizaciones del capitalismo.

El mito de la igualdad socialista que empezaba a manifestarse con la

revolución de octubre, no solo amenazó al capitalismo con reemplazarlo, sino que

77 mostró una convicción y una práctica superior a la del capitalismo y la democracia

liberal, a los mitos de la revolución liberal, a los mitos de la libertad, la democracia y

la paz.

El socialismo había devenido entonces en una mentalidad de multitudes, en

un mito multitudinario. Mariátegui sostuvo entonces: “(...) el hombre como la filosofía

lo define, es un animal metafísico. No se vive fecundamente sin una concepción

metafísica de la vida. El mito mueve al hombre en la historia. Sin un mito la

existencia del hombre no tiene ningún sentido histórico. La historia la hacen los

hombres poseídos e iluminados por una creencia superior, por una esperanza super-

humana; los demás hombre son el coro anónimo del drama”.96

El miedo de la burguesía, aliada al socialismo de la Segunda Internacional, la

empujo a llevar a su término la revolución liberal en Europa, (como observara

Mariátegui) y poner fin a los rezagos de feudalidad y absolutismo aún remanentes en

la Europa Central, en Rusia y Turquía.

Para Mariátegui la revolución liberal había devenido infecunda, y más que

certidumbre y aliento, ofrecía la esterilidad de su escepticismo y decaimiento.

¿Dónde encontrar el mito capaz de reanimar espiritualmente el orden que

tramonta?, se preguntaba Mariátegui. Creía que nada era más estéril que intentar

reanimar un mito extinto, consumido, vencido.

Que la renovación espiritual exigía un nuevo hombre predispuesto a una

mística nueva, creyente en los milagros terrenos, capaz de llevar la esperanza a los

desvalidos y a los desgraciados, a los sin esperanza; apto para suscitar entre ellos

nuevos mártires dispuestos a transformar el mundo, hombres nuevos que no sean

los mismos hombres creyentes y desesperanzados de los mitos liberales.

Un hombre nuevo forjador de un humanismo socialista casi religioso, que

afirmara su fe en el socialismo igualitario, y que sin rubor afiance también su

religiosidad en la identidad con la diseminación de su fe y las creencias de las

multitudes, consolidando un humanismo afirmativo, esperanzador y liberador.

96 Ibídem.

78

Para Mariátegui, el nuevo hombre para dejar de ser el mismo hombre debe

vencer al mismo hombre, al complacido en la obra exultante y casi siempre

mezquina del capitalismo; hombre en realidad desencantado, nihilista y escéptico

respecto a si los fines últimos de la ilustración se lograrían alguna vez y en algún

tiempo por venir; escepticismo propio del liberalismo, y en lugar de él, un hombre

nuevamente afirmativo respecto al poder y la influencia que las multitudes pueden

desplegar para trastocarlo todo siguiendo una nueva fe moderna: el socialismo.

Hombres de almas diferentes, de espíritus contrariados, de estilos de vida

diversos, de convicciones contrarias eran entonces Ortega y Gasset, y Romain

Rolland, almas de fines distintos que coexisten, que luchan entre sí, que se oponen,

y que inquietan y conmueven a quienes los siguen. Para Mariátegui, Ortega y

Gasset representaba el “alma desencantada”, y Romain Rolland al “alma

encantada”. Señalaría Mariátegui que “el alma desencantada de Ortega y Gasset

encarnaba, simbolizaba el alma de la entonces decadente civilización burguesa,

mientras que el alma encantada de Romain Rolland era el alma de los forjadores de

la nueva civilización”.97

Creía con fervor que “el mito de la revolución socialista abría paso a la nueva

civilización, y que su realización, acontecer y ofrecerse a todos, le correspondía al

proletariado, mientras la burguesía se tomaba su tiempo para remontar el crepúsculo

de la civilización que timoneaba en el tiempo de las tormentas y cambios sociales,

mientras sus intelectuales se entretenían en la crítica racionalista de la teoría, la

ciencia y su método”.98

Mariátegui vería en esta diferencia de estilo y espíritu frente a la crisis del

sistema capitalista y la democracia liberal, dos estilos de vida, uno negativo y el otro

afirmativo, uno preocupado por restablecer el orden capitalista, y el otro

predispuesto a subvertirlo todo para crear un orden nuevo; en fin uno sin otros mitos

que la ciencia y la democracia, y el otro materialista y humano, religioso y místico,

espiritualista y voluntarista, que deviene con la irrupción de un hombre divino, que en

sus más profundas motivaciones humanas y humanistas se ha desplazado del cielo

a la tierra. 97 Fromm, Erich. (1980). El Crepúsculo de la Civilización, en Signos y Obras. Lima. Editorial Minerva. pp. 78-83

98 Mariátegui, José Carlos. (1974). Op.cit. pp. 65-69

79

Su humanismo, como no se cansara de repetir, es profundamente religioso en

sus creencias y en las posibilidades de su realización en el socialismo. Mariátegui

recupera para el socialismo marxista el sentido metafísico de las religiones,

trastocando, mudando su optimismo del ideal divino de una mejor vida librada de las

desigualdades e iniquidades de la vida terrena, por el idealismo materialista,

optimista y no pesimista de la existencia humana emancipada.99

La fe en el mito socialista, en la humanización terrena del hombre, es según

Mariátegui, un nuevo deseo, una nueva verdad, similar en la fuerza de sus creencias

a las creencias religiosas, pero diferente en tanto su ideal del mundo, sus

esperanzas no son puestas en lo divino, en la obra del cielo, sino en la obra terrena.

Es una religiosidad no pesimista y de esta manera explicaba “Es con los

espíritus pesimistas y negativos de esta estirpe con los que nuestro optimismo del

ideal no nos consiente tolerar que senos confunda. Las actitudes absolutamente

negativas son estériles. La acción está hecha de negaciones y de afirmaciones. La

nueva generación en nuestra América como en todo el mundo es, ante todo, una

generación que grita su fe, que canta su esperanza”.100 Es la religiosidad de la

nueva generación101 que reconociéndose en la verdad relativa del nuevo mito

socialista, cree en él como si fuera una verdad absoluta, una necesidad absoluta, ya

que sin la fuerza de esa creencia le resultaría al hombre nuevo casi imposible

separarse del hombre que es y acometer la acción, la práctica transformadora del

mundo y del hombre mismo.

Humanismo y revolución es una identidad en el socialismo de Mariátegui. El

uno es imposible sin el otro. El espíritu revolucionario, explicaría, es espíritu

constructivo, espíritu capaz de una gran empresa histórica, y la revolución, más que

una idea, es un sentimiento, y más que un concepto es una pasión, a la que llegan

los hombres con una especial capacidad psicológica y sin reservas mentales con el

viejo régimen al adoptar las reivindicaciones revolucionarias; hombres que no sólo

99 De Unamuno, Miguel. (1980). La Agonía del Cristianismo de Don, Signos y Obras. Lima. Editorial Minerva. pp. 116-120. 100 Mariátegui, José Carlos. (1925). Op. cit. pp. 61-64 101 Mariátegui, José Carlos. (1974). Op. cit. pp. 111-116

80 las acepten y las quieran, sino que luchen y actúen por ellas, que las deseen y se

encuentren en el gozo de su satisfacción.

Mariátegui indicaría que la idea revolucionaria tiene que desalojar a la idea

conservadora no sólo de las instituciones, sino también de la mentalidad y el espíritu

de los hombres. Eran tiempos de la utopía igualitaria casi al alcance de la mano de

los humildes, de los pobres, de los miserables102; tiempos en que la política era

creadora, innovadora, realizadora de los ideales de las muchedumbres.

Tiempos de cambios rápidos y bruscos en los que la verdad de nuestra

época es la revolución, revolución socialista que proclamaba sus fines dignificando a

la acción política; que declaraba que su fin supremo no era solo la conquista del pan

para los pobres y miserables, sino también la conquista de la belleza, del arte, del

pensamiento libre de todas las complacencias del espíritu103. Si algo podemos decir

y reconocer de Mariátegui es su humanismo socialista, que es agónico y

emancipador, en fin, el humanismo de un artista creativo y creyente a la vez.

Su obra ha sido comentada con prolijidad y sus libros han sido traducidos al

inglés, francés, chino, japonés, ruso. Ha sido y sigue siendo interpretado

profusamente, y en la interpretación pareciera que no hablara él, como hubiera

querido que trascendieran sus ideas e ideales. El humanismo socialista de

Mariátegui no puede reducirse a su interés narrativo y metafórico, a las influencias

que su pensamiento recibiera, al acento que le diera a su ideal de un socialismo sin

calco ni copia, o a su proximidad con el “problema del indio”.

La defensa que hiciera de la cultura de los quechuas fue incomprendida por

Luís Alberto Sánchez, que lo tildara de indigenista costeño, obligándolo a pedirle que

lo llame “simplemente socialista”104. Los dos últimos años de su vida fueron

marcados por las vicisitudes de su enfermedad agravada por la amputación de una

pierna en 1924, por la tensa angustia de su aislamiento final y su derrota política

circunstancial ante el estilo pedestre y utilitario de la política “criolla” que, hibridada

102 Barbusse, Henry. (1925). Op. cit. pp. 199-202.

103 Ibídem. 104 Mariátegui, José Carlos. (1981). Indigenismo y Socialismo: Intermiso Polémico. Ideología y Política. Lima. Editorial Minerva. p. 217.

81 por el civilismo, emergiera en los años 20, y que pareciera inundar hasta ahora casi

todo en el Perú con su influencia disolvente y decadente.

Fue abandonado por algunos de sus correligionarios carentes de la vitalidad,

la fe y el mito que reclamara, y en su soledad de pensador dúctil y fiel a sus ideales,

siente con pesar al final de su vida, el triunfo circunstancial del espíritu conservador

y criollo en la política y la cultura de su tiempo.

Habría seguramente ya curado del todo con una existencia reposada. “Pero ni

mi pobreza ni mi inquietud espiritual me lo consienten”105. El historiador peruano,

Alberto Flores Galindo, en un apunte biográfico señalaría que siendo José Carlos

muy niño, su padre abandona su hogar.

Su pensamiento es frecuentado por los socialistas y revolucionarios

latinoamericanos que no creen que el capitalismo haya devenido en un escenario

inexorable de la política, si bien su pensamiento no influye como en los años 70 y 80

en la vida de los peruanos. Mariátegui, muere en el año de 1930 después de una

agonía de muerte en la Clínica Villarán.

Sus ideales socialistas y su humanismo son aún un compromiso y un

acontecimiento por hacerse. No creo exagerar si afirmo que en nuestros días resulta

casi imposible ver de manera diferente las ideas de Mariátegui si no se comprende

su sentido emancipador y libertario. Su trascendencia está en lo creativo de su

pensamiento, en la invitación a la vida heroica y a la aventura de las multitudes, en

fin, en lo que simboliza su entrega al ideal de un Perú peruanizado.

Los socialistas herederos del partido que fundara, sabemos que en Mariátegui

nos encontramos con el nuevo hombre, con el libertario, el emancipador, el

revolucionario, que asumía como propios los problemas de la humanidad, en el nos

encontramos con el peruanismo auténtico, con el revolucionario creyente, afirmativo

y romántico.

105 Mariátegui, José Carlos. (1927). De la carta de fecha 10 de enero de 1927, enviada por Mariátegui al escritor Enrique Espinoza. Editada en Buenos Aires. p. 1.

82

En la forma en que Mariátegui analizaba y estudiaba los problemas de su

tiempo, debemos reconocer lo mejor de su método de análisis y pensamiento crítico,

de sus ideales socialistas, de su marxismo convicto y confeso, de su fe religiosa en

la voluntad creativa de los pueblos. Nos encontraremos con el socialismo de

Mariátegui y el socialismo marxista.

3.5. Revolución Bolivariana y Mariátegui

Si nos dedicamos a establecer relaciones entre la Revolución bolivariana y el

pensamiento de José Carlos Mariátegui encontraremos puntos de coincidencia que

parten principalmente del hecho de haber reelaborado un pensamiento propio,

desde los cimientos de la realidad peruana por un lado y de la realidad venezolana

por el otro.

Es entonces cuando se desprenden búsquedas, encuentros y desencuentros

con las teorías universales vigentes; interpretación del Perú; redescubrimiento de

Venezuela; identificación del papel de las grandes mayorías excluidas como la

mujer, el indio, el afrodescendiente. El trabajador asalariado por parte del

imperialismo.

Es así mediante la construcción de ese pensamiento original, interpretando el

marxismo desde la particularidad peruana, que Mariátegui va hacia el

descubrimiento de la historia, la tradición e importancia del Incario. La dignificación

del indio, la reivindicación de su historia. De igual modo, es esa particular manera de

asumir la obra de Marx que lo conduce al humanismo marxista, puente de

comprensión entre las ideas avanzadas de la Teología de la Liberación, la Ecología,

el Humanismo, el respeto a los géneros humanos, entre otros, y las propuestas de

Liberación Nacional.

De esta forma, es en ese redescubrir al Perú, su historia, su economía, su

sociedad, la desigualdad de clase y la alianza de clase entre los sectores burgueses

y el imperialismo, que Mariátegui entenderá que la única forma del Perú y de la

América Latina de ser libre, soberana y autónoma es enmarcando su acción en un

programa de liberación anti-imperialista, socialista e indo-americano.

83 En Venezuela, y en el caso específico de la Revolución bolivariana

encontramos que ese punto de inicio (la reelaboración de un pensamiento propio, en

este caso, el bolivarianismo), dará continuidad a su proceso histórico y sentido de

pertinencia: la lucha de hoy es la misma emprendida por Guaicaipuro y los suyos,

José Leonardo Chirinos, Bolívar, Zamora. Es el inventario del largo peregrinar de las

masas populares bajo el sometimiento de los oligarcas, desde Páez hasta Gómez y

desde el primer Betancourt hasta el último Caldera. Es el reconocimiento de las

minorías indígenas, de los negros, de los explotados de siempre. Encuentro con el

hombre, con la mujer de carne y hueso, dándole ese carácter humanista al proceso

bolivariano. También es la lucha contra el imperialismo y el esfuerzo por la

integración latinoamericana.

Otro aspecto interesante cuando observamos la relación entre la obra de José

Carlos Mariátegui y el proceso venezolano, esta en lo que respecta la elaboración de

la teoría de la revolución. Mariátegui subraya la correspondencia entre el hecho

revolucionario y la continua reelaboración de la teoría revolucionaria (El marxismo

como una filosofía de la historia apta para enriquecerse con otras vertientes

filosóficas). Proceso de teorización de la praxis como conjunción de elementos

objetivos y subjetivos, de necesidades y exigencias en consonancia con lo

dialéctico-histórico dado, que forma y conforma la totalidad social como síntesis del

decurso histórico y discurso teórico. Permitiendo la misma afirmarse o sucumbir ante

los nuevos agregados teóricos-prácticos. Disposición de la voluntad de acción para

la transformación en la transformación, como un proceso individual y colectivo que

no termina en la incorporación al aparato, el partido o movimiento, sino que es allí

donde ha de iniciarse.

Ahora bien, se establece un paralelismo entre; la realidad histórica-social

(incluyendo en ella la teoría, el arte, lo ideológico, lo social, lo económico) y el

hombre, ambos en dialéctica armonía revolucionaria. Revolución en la revolución

que incluye no solo la teoría, la realidad, sino fundamentalmente al sujeto que

sintetiza la totalidad concreta en el cambio. Históricamente, los inicios de los años 20

del siglo pasado, constituyeron un instante relevante de ese proceso, expresado en

hombres como G. Lukács, K. Korsh y A. Gramsci, entre otros, y silenciado por la

instauración de la ortodoxia soviética.

84

En la Venezuela Bolivariana, si bien no existe todavía una reflexión explicita,

es evidente un proceso de elaboración teórica al fragor de la práctica política, del

voluntarismo que caracteriza al liderazgo del proceso y en ese contexto, existe la

apertura a propuestas y tesis que enriquezcan la profundización del proceso de

liberación. Por supuesto que se dan casos de obstáculo, de menosprecio por el

estudio, por la formación crítica, sin embargo apostamos que mas temprano que

tarde, este déficit del accionar político revolucionario se convierta en uso cotidiano

tanto del militante de base como del dirigente local, regional o nacional.

En los tiempos de Mariátegui (1918-1926), el imperialismo no había

alcanzado la fortaleza actual, como la ha hecho de la mano de la globalización, de

allí que silenciar y aislar su aporte, vino mas por sectores identificados con la

revolución social, pero cargados de ortodoxos y deficientes métodos para la

comprensión de la realidad peruana y latinoamericana en general. Sujetos, que sin

proponérselo sembraron el camino hacia la liberación de desconcierto, confusión y

escepticismo en las masas de nuestra América Latina, dejándolas en manos de la

socialdemocracia y el social-cristianismo. Fue brutal el peso específico de la III

Internacional, su burocratismo, concepciones y occidentalismo.

En la actualidad, la fuerza del imperialismo es innegable, sin embargo el

peligro, la amenaza, paradójicamente tiene su asidero en el seno mismo de la

Revolución bolivariana; en la presencia de rasgos de la vieja cultura política y

partidista, con su secuela de: clientelismo, paternalismo coyunturalismo,

oportunismo, corrupción y burocratismo, además de una especie de culto a

pseudovalores propios de la decadente cultura occidental. Evidentemente, no existe

una suficiente valorización de la teoría, de la construcción en conjunto, de la

investigación para la participación, para la revolución. No se ha interiorizado en lo

individual y colectivo el contenido de la propuesta Bolivariana, es más, en algunos

sectores se desconoce, tergiversa o personaliza.

Por último, guardando la distancia que amerita el caso, salta a la vista los

elementos coincidentes entre el pensamiento del Libertador Simón Bolívar; los

Aportes teórico-políticos de Mariátegui y la actual búsqueda de la Revolución

bolivariana. Ese “no ser calco ni copia” de Mariátegui es el eco de aquel “inventamos

85 o erramos” de Rodríguez. Ese transito desde la realidad del Perú hasta la propuesta

de una revolución indo-americana, es el mismo que se constata en la lucha

bolivariana contra el imperialismo y por la integración latinoamericana.

El esfuerzo Mariateguista, siempre estuvo dirigido porque el hombre común

del Perú se descubriera victorioso, digno, histórico. La Revolución bolivariana en

boca de Chávez y en la práctica de sus seguidores, es un solo canto de

reivindicación de sus raíces populares. Y así como Mariátegui, en su tiempo,

reconoce el avance de Europa, mientras reivindica la especificidad latinoamericana,

de igual modo hoy, la propuesta bolivariana reconoce el adelanto de la técnica y la

ciencia occidental, asumiéndola como producto de todo el esfuerzo de la humanidad

y que debe estar al servicio de los pueblos para su desarrollo, bienestar y disfrute de

una vida digna.

Es importante destacar esta investigación y crítica permita sopesar cuanto de

trascendencia alcanzaría la Revolución bolivariana al integrar, no solo el

pensamiento de José Carlos Mariátegui, de José Martí, Farabundo Martí, Sandino,

Zapata, Eliécer Gaitan, sino de muchos otros valores latinoamericanos silenciados

por la cultura predominante. Esperamos también contribuir, de esta manera con el

debate necesario sobre la vigencia del Socialismo, que desde nuestra perspectiva

tiene, desde hace muchos años una connotación inocultable, cuyos elementos

principales son el Marxismo Crítico Latinoamericano, el Cristianismo Liberador, el

Bolivarianismo Revolucionario, la Resistencia Indígena, la Resistencia Afro-

americana, los Pensamientos Regionales, el Humanismo Marxista, entre otros

tópicos llamados a ser debatidos y profundizados.

86

CONCLUSIONES

Hoy en día existen diversos debates acerca de los planteamientos

humanistas, desconociendo muchos de ellos que el socialismo y particularmente el

marxismo es un humanismo.

El socialismo es el humanismo de nuestro tiempo. Es un humanismo

avanzado que se completa con los estudios de las nuevas disciplinas en el campo

de las ciencias sociales que han contribuido ya enormemente a entender la

problemática social que nos compete. El profundo estudio de la contradicciones de

la sociedad capitalista efectuado por Marx nos ha dejado la herramienta no solo para

interpretar la problemática humana sino, fundamentalmente, para cambiarla. Un

socialismo que responda a las particularidades propias de cada pueblo y en el Perú

el paradigma es José Carlos Mariátegui quien examinando las bondades del

humanismo, concluyó que la solución, para el Perú de hoy es, indiscutiblemente, el

socialismo, una etapa superior al humanismo, lo incluye en su mayor expresión y, lo

fortalece llevándolo hacía un análisis de ordenación equitativa de los asuntos

humanos.

En tanto que doctrina de la evolución de la sociedad, el marxismo, visto el

papel central que ocupa el hombre en el desarrollo, es un humanismo. Es, como

dijera Marx, el humanismo real o concreto. Marx denomina su doctrina humanismo

real porque ella aspira a la liberación total del hombre, a su pleno florecimiento.

Este humanismo es real o concreto, porque encara al hombre dentro de su

realidad y no de una manera abstracta. Marx rechaza al hombre en sí del

humanismo de las Luces, así como al hombre fuera de la historia del materialismo

humanista de Feuerbach. Para el humanismo de Marx, el hombre es un ser

sumergido en la historia, un ser que vive en el tiempo y en el espacio, y en la

sociedad.

En cuanto a lo que se refiere al humanismo de Mariátegui, es también un

marxismo, aunque adaptado a los entornos de la sociedad peruana y de América

87 Latina que asume igualmente como el Marxismo al hombre como un ser libre y que

tiene conciencia plena.

En el socialismo de Mariátegui, el hombre debe dejar las cadenas de la

alienación para transformar su realidad y superar la opresión del capitalismo. En

este sentido la lucha de clases, es la lucha de clases de los pueblos oprimidos

durante los años que han seguido al proceso de colonialismo en América Latina, y

en el Perú, cuna de una de las más grandes civilizaciones, de la antigüedad que ha

visto como sus descendientes, hombres y mujeres aborígenes han sido marginados

y abandonados a su suerte por una burguesía que no tiene una conciencia de

clases, ya que basa sus riquezas en la entrega de la nación a los grandes capitales

extranjeros, y sólo se ha transformado en una clase rentista.

Mariátegui centra su atención en el problema de la tierra, que el problema de

los indígenas que trabajan ésta como simples siervos o esclavos y se mantienen

bajo la alienación y la ausencia de libertad.

Para Mariátegui la única forma de alcanzar el progreso y liberar al Perú y a su

pueblo, y sobre todo a las clases oprimidas es mediante el socialismo, pero no un

socialismo copiado del marxismo europeo, sino adaptado a nuestros pueblos.

Pero esto sólo es posible en la medida que el hombre y sus diversas

facultades espirituales y físicas formen, pues, según la antropología marxista una

unidad.

Y restituir esta totalidad, que ha sido negada por la sociedad de clases, es la

tarea de la sociedad sin clases. La sociedad socialista significa la reunificación de

las esferas privada y pública del individuo, la superación de sus limitaciones en la

especialización.

El hombre como ser individual y como ser genérico se presenta en la

sociedad sin clases como una unidad. Su existencia privada y su vida pública ya no

son una contradicción, sino que se amalgaman.

88

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