el aprendiz de cabalista - cesar vidal

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    Enfrentado con Francia, Carlos V decide recurrir a las artes mgicas para

    asegurarse la victoria. Sin embargo, Hayim, el instrumento elegido por el

    oven emperador, no es un mero taumaturgo sino un prestigioso cabalista,

    expulsado de Espaa en 1492 y dotado de un conocimiento oculto y

    prodigioso. Las rdenes imperiales brindarn a Hayim la oportunidad decambiar la Historia pero, sobre todo, la de alterar su propia existencia. La

    historia del cabalista, entretejida por los hilos dorados y peligrosos de la

    pasin prohibida, la sabidura oculta y el ansia de salvacin, nos ofrece as

    un vigoroso fresco de la Europa renacentista pero tambin plantea temas tan

    perdurables como el carcter real de la naturaleza humana y su denodada

    lucha en pos del amor y del conocimiento.

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    Csar Vidal

    El aprendiz de cabalista

    ePub r1.0

    orhi 09.05.16

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    Ttulo original:El aprendiz de cabalistaCsar Vidal, 2006Imagen de cubierta: Pgina de la Gua para los perplejos, de Maimnides

    Editor digital: orhiePub base r1.2

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    A Sagrario. Sin ella, este librono se hubiera escrito. Ni siquiera

    habra podido nacer en mi imaginacin.

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    Italia, 1525

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    I

    El rab Hayim Cordovero sigui contemplando el suelo mientras notaba cmo ibaen aumento el dolor que se le haba enroscado con insoportable potencia en la ya untanto encorvada espalda. Lamentablemente, los soldados que le haban arrancado desu morada se haban negado a escuchar sus protestas. Por supuesto, haba alegado queera un judo situado bajo la proteccin directa del papa y que, precisamente en virtudde esa peculiar circunstancia, no tenan ningn derecho a menoscabar su hacienda, amaltratarlo y, mucho menos, a detenerlo. Podan ser brutos, pero hasta el msignorante catlico saba que la palabra de la Santa Sede tena la fuerza casi mgica dela ley y que, entre sus decisiones reiteradas pontificado tras pontificado, estaba la dedisponer de judos propios a los que otorgaba una curatela ocasionalmente similar a laque disfrutaban las nias de sus ojos.

    En honor a la verdad haba que reconocer que los soldados no se haban burladode l ni tampoco haban tratado de golpearlo. Ms bien, en todo momento, sus rostrosse haban asemejado a una mscara de frialdad y dureza surcada espordicamente poruna mueca de desprecio. A pesar de todo, no haba podido evitar que lo prendieran.

    El cesar Carlos requiere tu comparecencia era todo lo que le haban dichoantes de montarlo a horcajadas en un corcel y obligarle a cabalgar por aquella parte

    perdida pero singularmente hermosa de la pennsula italiana.No hubiera podido precisar con exactitud el tiempo que les llev el inesperado

    viaje, pero s era consciente de que no se haban detenido en ningn momento niporque comenzara a llover llover?, diluviar ms bien! ni porque los caballosestuvieran a punto de reventar. De hecho, cada vez que las bestias que cabalgabanparecan a punto de exhalar el ltimo aliento, alcanzaban alguna posta inesperadadonde eran cambiadas por monturas frescas, una circunstancia que les habapermitido no interrumpir el trayecto ms que unos instantes.

    El rab Hayim Cordovero no tena la menor idea de dnde poda alojarse enaquellos momentos el emperador. Tampoco posea ningn conocimiento preciso deltipo de soberano que era. Saba eso s que para lograr que lo eligieran ocupantedel trono alemn el jovencsimo Carlos haba repartido sobornos a manos llenas. Siera cierto lo que se rumoreaba, al final no haba sido su condicin de nieto deMaximiliano, el anterior emperador, sino aquel deslumbrante derroche de oro lo quele haba otorgado la codiciada corona venciendo a pretendientes tan importantes yambiciosos como Francisco I de Francia o Enrique VIII de Inglaterra.

    Endeudado hasta las cejas deba de encontrarse aquel monarca, eso era verdad,pero aparte de ese dato, el rabino no dispona de ninguna opinin bien fundamentadasobre la conducta que poda seguir para salir bien parado de un encuentro con sus

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    funcionarios. Precisamente por eso, no le sorprendi el hecho de que, tras molerle loshuesos con aquella interminable cabalgada, los soldados le condujeran hasta unachorreante tienda de campaa en lugar de a las cercanas de alguno de los mltiplespalacios que haba desperdigados por aquellas tierras. Cuando penetraron en aquellamorada destinada a servir de albergue provisional y castrense el rab Hayim

    Cordovero experiment la primera humillacin seria desde que haba dado inicioaquel agotador viaje. Apenas haba traspasado el umbral de tela empapada de latienda, uno de los sudorosos soldados le propin un inesperado empujn que locatapult contra el suelo, y cuando intent ponerse en pie not que unas manos dehierro se clavaban en sus hombros sujetndolo como si de garfios se tratara.

    Mantente de rodillas, judo oy que susurraba sobre su nuca una vozempaada de asco y soberbia a la vez que teida de un pesado acento germnico.

    Por si malinterpretaban cualquiera de sus gestos y procedan a golpearlo, el rab

    Hayim Cordovero ni siquiera os levantar la inclinada cerviz. Al principio, aquellapostura forzada le pareci llevadera. No era cmoda pero, desde luego, resultabamuchsimo mejor que arriesgarse a recibir una patada o un puetazo. Incluso intentrelajar los msculos y aprovechar para que su posicin le sirviera de descanso de laespantosa cabalgada a que se haba visto obligado en las horas precedentes. Sinembargo, a medida que la espera se fue dilatando not con desaliento cmo lasarticulaciones comenzaban a dolerle en penosa sucesin. Primero, el foco de dolorsordo se despert en la nuca, doblada y encogida. Luego, compaeros de aquelprimer punto agnico aparecieron en los hombros y el inicio de la espalda.Finalmente, como si de hongos que salpicaran el suelo de un bosque se tratara, ladesazn se extendi ardiente e insoportable a los brazos, las piernas y, sobre todo, lasrodillas.

    Quiz otro en su situacin se habra quejado o, al menos, habra dejado escaparun suspiro de dolor. El rab se cuid mucho de permitirse semejante muestra dedebilidad. La experiencia le haba enseado que los gemidos paridos por elsufrimiento provocan ocasionalmente la compasin pero tambin pueden ser lospadres de un maligno sentimiento de diversin en el que los oye. En ese caso

    concreto, no actan como barreras frente a nuevas agresiones sino ms bien comoacicates para que stas se cometan, y eso era lo ltimo que deseaba que le sucediera.

    Para entretener la angustia que haba comenzado a anidarle en el pecho, el rabHayim Cordovero decidi reflexionar sobre las razones que haban podido ocasionaraquella ingrata situacin. Para qu poda desear convocarle ante su presencia elflamante y jovencsimo emperador? Cuanto ms se formulaba aquella pregunta msrecordaba los rumores bien fundados acerca del mtodo que haba empleado para quela corona imperial se ciera sobre sus sienes. Dinero! Siempre dinero! Si resultaba

    cierta semejante informacin y el rab Hayim se tema que lo fuera, era muyposible que el emperador deseara utilizarle como una va para sangrar una vez ms alos judos. S. Era cierto que l mismo no tena ningn caudal salvo sus libros y que

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    careca asimismo de influencia sobre las comunidades hebreas que residan en Italia,al menos sobre la decisin de financiar al cesar Carlos. Sin embargo, cualquiera queconociera la historia de los judos saba que los monarcas que haban intentadorobarles no siempre contaban con una informacin fidedigna acerca de su autnticafortuna. Ms bien actuaban impulsados por la creencia en las riquezas supuestamente

    fabulosas de los judos, una idea no por absurda menos repetida y menos creda.Bien, se dijo Hayim, supongamos que el emperador Carlos desea obtener

    dinero de m. Qu voy a contarle?Iba a intentar responderse a esa pregunta cuando percibi un entrechocar de

    armas que tena lugar a su espalda. Dedujo que haba llegado alguien importante y,por prudencia, decidi mantener su actitud servil.

    Judo escuch que le deca en latn una voz cargada de preocupacin.Incorprate. El cesar Carlos desea hablar contigo.

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    II

    No le caus buena impresin al rab Hayim Cordovero el rostro del emperador.Plido, delgado, con el mentn cuadrado y extraordinariamente alargado haciadelante y unos labios gordezuelos y sobresalientes, daba la impresin de ser ms unmuchacho malcriado que el seor de un imperio donde no se pona el sol.Muchacho s. No le caba duda a Hayim de que no llegara a los veinticinco aosde edad, lo que no poda calificarse de una fortuna. Precisamente por ser tan jovencarecera de la experiencia que slo proporciona la edad y estara dispuesto a creersetodas aquellas solemnes majaderas relativas a los tesoros de los judos.

    Por un instante, Hayim se pregunt hasta qu punto la mezcla de sangre podahaber influido en el aspecto malsano del muchacho. Su madre, Juana, la hija de losReyes Catlicos, era una pobre enajenada a la que tenan recluida desde haca aospara impedir que pudiera hacer dao a alguien o a s misma. En cuanto al padre,Felipe el Hermoso, haba sido un mujeriego sin pudor muerto en una de susimprudentes francachelas. Desde luego, no se trataba de los progenitores que unohabra elegido suponiendo que existiera semejante posibilidad.

    Las reflexiones del judo sobre la ascendencia del emperador se interrumpieronbruscamente cuando ste le dirigi una mirada acuosa como la de un pez y a

    continuacin pronunci unas frases en un idioma no menos spero que el alemn. Elrab Hayim lo reconoci enseguida. Era flamenco, y en honor a la verdad haba queadmitir que Carlos lo hablaba a la perfeccin. Dado que era la lengua de su difuntopadre posiblemente tambin se trataba del idioma en que primero haba aprendido aexpresarse.

    Naturalmente, el rab Hayim poda haber comunicado a sus raptores quecomprenda sin ningn gnero de dificultades la pregunta que acababa de formular elemperador, pero prefiri guardar silencio. Si ignoraban sus conocimientos

    lingsticos se veran obligados a recurrir a un intrprete, y los instantes que stededicara a traducirle las palabras de Carlos constituiran un tiempo precioso queutilizara para pensar en alguna respuesta prudente.

    Loquisne linguam latinam?pregunt un clrigo que estaba en pie al lado delemperador.

    Hayim contest a la pregunta de si hablaba latn de manera afirmativa aunque enun tono convenientemente humilde. Haba recorrido lo suficiente Europa como parasaber que conocer la lengua de Virgilio segua siendo una seal indiscutible de

    distincin y no deseaba despertar la envidia de ninguno de los presentes.Apenas haba respondido cuando, de manera inmediata, el clrigo traduciendola primera pregunta del emperador le interrog acerca de su identidad. S. Era

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    Hayim Cordovero. En cuanto se hubo identificado, las preguntas se sucedieron conuna celeridad que contrastaba con el aspecto ablico del emperador. Tena tantosaos? Haba viajado por tales y cuales pases? Resultaba cierto que era amigo deJohannes Reuchlin, el erudito alemn? Era asimismo verdad que le haba enseadohebreo tiempo atrs? A todas y cada una de las preguntas respondi Hayim de manera

    afirmativa pero humilde. Saba que la seguridad poda ser malinterpretada comoprepotencia y se era un pecado que nunca se perdonaba a un judo. Jams olvidaracmo, paseando una vez por las calles de Roma, haba contemplado a un goy, a unno-judo, procedente de Alemania que preguntaba a un hijo de Israel por una calleconcreta. El judo, un romano bienhumorado, le haba contestado sealando que erausto la que tena a la espalda. Se trat de un simple comentario desprovisto de

    cualquier tinte de burla y acompaado por aadidura de una sonrisa amplia y amable.El alemn, sin embargo, lo haba interpretado como una burla del judo y, rpido

    como el relmpago, haba descargado un fustazo sobre su rostro. Hayim recordabaperfectamente que el desdichado perdi un ojo a consecuencia del golpe mientras elgermano reciba las alabanzas de sus acompaantes por sofocar de manera tancontundente la soberbia de hebreo. No, no tena ningn deseo de quedar tuertosimplemente porque su interlocutor fuera tan torpe como para malinterpretarlo.

    Llegados a aquel punto del interrogatorio, el emperador y el clrigo hicieron unapausa e intercambiaron una mirada cargada de sentido. No pudo interpretarla Hayimcabalmente, pero sospech que estaban aproximndose al meollo de la cuestin,precisamente el que haba provocado que lo sacaran de su casa a altas horas de lanoche sin ningn gnero de explicaciones.

    Es cierto que gozis de la condicin de judo del Santo Padre? pregunt enlatn el clrigo.

    S, seor respondi Hayim. Disfruto de ese privilegio desde hace variosaos.

    El emperador esper a que el judo concluyera su respuesta y se dirigi enflamenco al sacerdote para decirle que interrogara a Hayim acerca de las razones quehaban llevado al romano pontfice a otorgarle una condicin tan singular.

    Le cur de una grave enfermedad contest Hayim despus de que leformularan la pregunta en latn.

    Nuevamente, el emperador se dirigi al sacerdote pero, para desgracia de Hayim,esta vez no dijo nada, sino que se limit a levantar suavemente la diestra del brazo dela silla donde la tena apoyada. S, ahora s que haba llegado el momento. El clrigose moj los labios con un gesto desagradable que asemej la punta de su lengua alrgano bfido de algunas serpientes y despus clav en el judo la mirada, una miradaque pareci ahora impregnada de un brillo vigoroso y enigmtico.

    Entre los conocimientos que dispensaste a micerJohannes Reuchlin se hallabapor un casual el de una ciencia oculta conocida como Cbala?

    Haba que reconocer que aquellos dos hombres saban llevar a cabo un

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    interrogatorio. Primero, le haban formulado preguntas aparentemente sinimportancia, lo suficientemente triviales como para que se confiara. Luego, alconducir la conversacin hacia su condicin de judo papal, haban retirado casi porcompleto cualquier velo de desconfianza que pudiera cubrir sus respuestas, y justoentonces, cuando la guardia se hallaba bajada, haban descargado el golpe tramado

    bastante tiempo atrs. El rab Hayim Cordovero no pudo evitar la sensacin de queuna mano glida y frrea descenda sobre su pecho, como si fuera un reptiloprimindole el corazn.

    De modo que de eso se trataba El emperador tena la intencin de acusarle debrujo y hechicero. Posiblemente, comenzara a continuacin un proceso contra l y,finalmente, desencadenara una persecucin sobre las juderas que se colocaran a sualcance en el curso de su triunfal campaa por Italia. No caba afirmar que fuera unplan original pero tampoco caba negar que poda resultar efectivo. Tena que pisar

    con sumo cuidado el terreno que se abra ahora ante l si no deseaba acabar muy mal.Saba por experiencia que cuando la gente se empeaba en culpar de crmenesabsurdos a los judos ningn razonamiento poda disuadirlos de su estupidez.

    Y qu acusaciones haban llegado a formularse! En Inglaterra los habanculpado de envenenar el agua de las fuentes, en Alemania de que los varones tenanla menstruacin como las hembras debido a sus hechiceras, en Francia de queconsuman sangre humana y en Espaa de que asesinaban nios indefensos! Todoeran absurdas calumnias, pero una vez que la desenfrenada rueda de la locura sehaba puesto en funcionamiento le constaba que ya resultaba imposible detenerla. Fueel temor cerval a que comenzara a girar sobre su cabeza el que llev a Hayim aesforzarse por controlar la irritada agitacin que se haba apoderado de l. Entreabrila boca para tragar una bocanada de aire y respondi:

    No slo ense la disciplina de la Cbala a maese Reuchlin. Tambin heiniciado en ese saber a dos papas

    El enjuto clrigo mantuvo silencio mientras sus pobladas cejas se elevabanformando unos arcos grises y redondeados sobre unos ojos abiertos como platos. Elemperador, por su parte, se llev una diestra blanquecina, en la que se dibujaban

    algunas venillas azulencas, hasta el mentn y comenz a acaricirselo lentamente.Eres consciente de que la prctica de la Cbala es motivo ms que suficiente

    para encausarte por brujera? pregunt el clrigo con un tono de clera malcontrolada.

    Se haba dirigido a l sin que previamente hablara el emperador y aquellacircunstancia provoc en Hayim una sensacin de inesperado alivio. Quiz los dospersonajes no estaban tan de acuerdo como poda parecer a primera vista y, si era as,tena mayores posibilidades de salir bien parado de aquel encuentro.

    Seor respondi humildemente Hayim, jams pens que una disciplinaque poda llamar la atencin de dos hombres santos como los ltimos papas o de unerudito de la talla de maese Reuchlin fuera susceptible de encuadrarse en la

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    calificacin de hechicera.No objet nada el clrigo a aquella respuesta pero por la manera en que torci sus

    finos labios le pareci obvio a Hayim que se senta especialmente violento. No dabala sensacin de que el emperador compartiera aquel malestar. Sin manifestar la menoralteracin, formul en flamenco una nueva pregunta que provoc en Hayim una

    sensacin ambigua.No respondi el rab Cordovero tras escuchar la traduccin al latn. Ignoro

    cmo se pueden convertir en oro los metales menos nobles pero, si se me permitedecirlo, no creo que, en realidad, nadie sepa cmo conseguirlo.

    Esta vez, por el juvenil rostro imperial pas rpido como el rayo un mal ocultadogesto de contrariedad. Por el contrario, el clrigo sonri levemente. Se haba tratadode dos movimientos faciales apenas perceptibles, pero bastaron a Hayim para saberexactamente lo que suceda. Era el cesar Carlos el que estaba interesado en contar con

    sus servicios mientras que el clrigo aquel fuera quien fuese no dejaba desentirse profundamente molesto ante semejante posibilidad.El emperador abri lentamente los finos y azulencos labios y volvi a expresarse

    en flamenco. Sin embargo, esta vez, el rab Hayim Cordovero no esper a latraduccin. El judo reprimi a medias una sonrisa de satisfaccin y, provocando lasorpresa del cesar Carlos y de su intrprete, contest ahora en la lengua de Flandes.

    S, majestad. Puedo cambiar el curso de una batalla valindome de la Cbala.

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    III

    El rab Hayim penetr sigilosamente en la habitacin sumida en la penumbranocturna. Tal y como haba esperado mientras cabalgaba agotado de regreso a casa,encontr al muchacho profundamente dormido. Seguramente, lo haba esperadodurante un tiempo prudencial y, al fin, haba optado por subir a descansar a surecmara. Haba hecho bien. Cuando se tienen diecisiete aos el sueo es tanindispensable como una alimentacin apropiada, e incluso ms. De jvenes que noduermen debidamente slo acaban surgiendo ancianos decrpitos o muertosprematuros.

    Los cabellos pelirrojos del muchacho haban adquirido una suave tonalidadcastaa a causa de la ausencia de luz y su respiracin acompasada indicaba queestaba reposando adecuadamente. Hayim reprimi el deseo de acariciarle la cabezapero no pudo evitar el experimentar una profunda sensacin de ternura al contemplaraquel cuerpo largo y delgado descansando bajo la abultada ropa de cama. Duranteunos instantes, el rab mantuvo sus ojos posados en el joven adolescente mientrasperciba cmo un millar de sentimientos le suban desde el corazn hasta formarle unnudo agridulce en la garganta.

    Procurando hacer el menor ruido posible, Hayim se apart del lecho

    encaminndose a la puerta. Abri con sumo cuidado la pesada hoja de madera deroble y sali al exterior. A continuacin, esforzndose para que sus pisadas nosonaran demasiado y turbaran as el sueo del muchacho, enfil hacia su gabinete.

    Era aqulla una habitacin que, como resultaba costumbre entre los sabios de lapoca, se hallaba caracterizada por un desorden creativo y casi bullicioso. La extraadisposicin de los macizos muebles de madera, de voluminosos libros abiertos oapilados y de infinidad de papeles escritos o a la espera de verse cubiertos por lneastrazadas en tinta habra provocado en la gente vulgar una sensacin de agobio y

    desconcierto. Sin embargo, en Hayim constitua una garanta de que su saber podafluir tan raudo como las aguas de un torrente sin que ningn impertinente obstculolo impidiera.

    Tom asiento en un robusto y ancho silln de poderosos brazos y, tras acomodarel mentn sobre los dedos entrecruzados de ambas manos, dej que su menteregresara a la estancia que haba abandonado unos momentos antes. Mientraspermita que una sonrisa traviesa se dibujara en sus labios se dijo que, a buen seguro,nadie, salvo l mismo y, hasta cierto punto, el muchacho, habra podido explicar cul

    era la razn de aquel afecto. A decir verdad no tenan en comn ni la raza, ni la patria,ni la religin, ni la sangre. El rab era un judo de origen sefard, de estatura media ybrillantes cabellos negros jaspeados por algunas canas; en cambio el adolescente era

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    un goy pelirrojo, de origen germnico y elevada estatura. A pesar de todo, Hayimconsideraba la peculiar relacin que exista entre ambos como un vnculoextraordinariamente fuerte tejido no por la casualidad sino por las Manos que trenzanlos hilos que configuran el destino de los seres humanos. Por eso, poda decirse quelos primeros pasos encaminados a que el rab conociera a su discpulo hundan sus

    races en un episodio que haba sucedido incluso varias dcadas antes de que stenaciera en un glido lugar del norte de Europa.

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    Espaa, 1491 - Alemania, 1510

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    IV

    En la vida de algunas personas existe de manera clara y delimitada un suceso, unepisodio, un acontecimiento que obliga a trazar una lnea divisoria que marca unantes y un despus. Cuando se examinan atentamente hechos de ese tipo, parece quetodo hubiera experimentado un cambio decisivo en un momento o momentosconcretos, de tal manera que, con toda seguridad, la vida de un hombre habra sidodistinta de no haberse producido aqullos. Hayim era consciente desde haca muchotiempo de que sus aos se haban visto marcados por experiencias de esa clase y quela primera de ellas haba acontecido en 1491 cuando era un adolescente judo y, poraadidura, un sbdito satisfecho de la Corona de Castilla.

    Entre las paradojas que encierra la mente humana est la de recordar detalles enapariencia insignificantes pertenecientes al pasado a la vez que se olvidanacontecimientos del presente dotados de una especial trascendencia. En ocasiones,parece que la memoria fuera una mquina pilotada por un duendecillo travieso que sedivierte trayndonos al corazn lo que nos doli y ya nadie podr cambiar y borrandolo que nos resulta indispensable tener en las mientes.

    El rab Hayim Cordovero recordaba con todo lujo de detalles aquel da de 1491en que su mundo, apacible y tranquilo hasta entonces, se vio trastornado de la cabeza

    a los pies. Todo haba sucedido una tarde de temperatura clemente que preludiabaincluso una cierta frescura nocturna. Aquella maana, tras atender las tareas delnegocio familiar, una tiendecilla modesta pero no carente de movimiento, se habaenfrascado en el estudio de uno de los tratados del Talmud. Para todos sin excluir asu familia resultaba a esas alturas innegable que Hayim era un muchachoespecialmente dotado para el estudio. Seguramente podra desenvolverse bien en elmundo de los negocios o incluso, como tantos otros judos, al servicio del rey, perocada vez que se comentaba el tema el gesto de sus mayores le indicaba que habran

    considerado un desperdicio que no se entregara con todas sus fuerzas al estudio.Su memoria, su capacidad de comprensin, su inteligencia en suma le haban

    permitido casi desde la infancia ir aprendiendo una lengua tras otra a la par queproceda a dominar los distintos libros de la Torah, la ley que Dios haba entregado aMoiss, y los primeros tratados del Talmud, la obra rabnica que interpretaba lospreceptos divinos. Haba crecido, as, empujado por dos fuerzas paralelas que secomplementaban a la hora de extraer de l lo mejor que su intelecto poda dar. Laprimera era la conviccin, inculcada continuamente por los que se encontraban cerca

    de l, de que era inteligente y que hubiera sido un crimen no aprovechar aquellainteligencia; la segunda, la certeza de que cada paso que daba por la angosta sendadel saber le costaba a su padre mil sudores y sacrificios. De hecho, la escasa fortuna

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    de su progenitor no le permiti al muchacho contar con todo lo que hubiera sidoindispensable para formarle, pero s le brind la oportunidad de sacar el mximopartido de cuanto se puso a su alcance.

    Aquella tarde, Hayim haba concluido ya las oraciones vespertinas en la sinagogay estaba plegando su taledcuando la puerta del edificio se abri con un golpe seco y

    desalentado. Al igual que los otros varones presentes en la estancia, Hayim se volvihacia la entrada y descubri el cuerpecillo frgil y en esos momentosextremadamente sudoroso de Abraham, el zapatero de la comunidad. Encircunstancias normales, aquel hombrecillo sola transmitir una sensacin defragilidad, como si estuviera formado por un ligero humo a punto de desvanecerse encualquier momento. Sin embargo, a aquel aspecto casi gaseoso sumaba unaamabilidad que provocaba el grato sosiego de los mayores y la divertida sonrisa delos pequeos. En aquellos momentos, no obstante, Abraham segua siendo el mismo

    aunque todo su ser haba experimentado una transmutacin similar a la que podahaberle ocasionado una perversa hechicera.Los amarillentos ojos del zapatero parecan estar a punto de salirse de las rbitas;

    sus cabellos entrecanos se haban convertido en una masa grumosa, sucia y revuelta;su boca, de labios tan finos que apenas eran visibles, haba quedado reducida a unamueca empavorecida, y sus manos delgadas daban la sensacin de ser sarmientoscubiertos por una piel cenicienta y tenue. Pasara lo que pasara, no caba duda de queera presa de una profunda agitacin.

    Qu os sucede, Abraham? pregunt el rab Isaac acercndose al recinllegado.

    Rab rab apenas acert a balbucir Abraham. Yu Franco haconfesado

    El avejentado rostro del rabino se contrajo igual que si hubiera recibido un golpeen la boca del estmago y deseara a toda costa ocultar el dolor que le habaocasionado.

    Dnde habis odo eso? pregunt Isaac intentando aparentar una presenciade nimo que haba perdido totalmente tan slo unos momentos antes.

    Abraham boque igual que los peces que ansan prolongar su vida al serarrancados del agua. Luego, su protuberante bocado de Adn se desplazostentosamente a lo largo de la garganta y, finalmente, dijo:

    Mi hermano acaba de llegar de Toledo y me lo ha dicho.Hayim desconoca hasta qu punto el testimonio del pariente de Abraham era

    fidedigno pero no pudo dejar de ver cmo una nube sombra y espesa descenda sobreel rostro consternado del rabino.

    Os dijo tambin lo que haba confesado? inquiri Isaac con una voz que

    simulaba entereza y que haba sido emitida a travs de unos labios ahora plidoscomo el mrmol.

    Un sollozo, seco y asustado, trep por la garganta de Abraham y comenz a

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    derramarse hacia el exterior a la vez que contorsionaba su pecho. Hayim hubieraacudido en ese momento a su lado, quiz para abrazarlo o nicamente para hacerlesentir que no estaba solo, pero un gesto rpido trazado por la diestra del rabino ledisuadi. Durante unos instantes, todos los varones presentes en el minsculo recintode la sinagoga contemplaron cmo el zapatero lloraba sin derramar una sola lgrima

    y clamaba sin que de su boca brotara sonido alguno. Era slo un ser frgil y dbil quetemblaba movido por una fuerza invisible pero no desconocida para un pueblo quellevaba en el destierro ms de milenio y medio y que saba cmo gritar sin dar gritos,cmo aullar sin emitir aullidos y cmo gemir sin dejar escapar un solo gemido.

    De repente, el zapatero cay de hinojos en el suelo y, alzando las manos abiertashacia sus correligionarios, clam:

    Ha dicho todo lo que queran que dijera que mataron entre varios a unnio que bebemos sangre humana que sacrificamos criaturas inocentes en la

    PascuaHayim todava recordara aos despus que el desdichado Abraham tan slo habapronunciado aquellas cuatro frases, pero que cada una de ellas reson en la recoleta ymal iluminada estancia como la paletada de tierra que al caer sobre el atad anunciaque nunca ms veremos al difunto.

    Eso es falso! Eso es mentira! Los han torturado para que digan esa sarta decalumnias! Qu va a ser ahora de nosotros?

    Esas y otras frases similares se agolparon unas sobre otras saliendo a borbotonesde las bocas de los presentes mientras el rabino, el zapatero y Hayim permanecansumidos en un silencio manchado de penumbra. El primero porque sospechaba lo quepoda acontecer a su comunidad; el segundo, porque an no haba expulsado de sucorazn todos y cada uno de los detalles que le haba facilitado su aterrorizadohermano, y el tercero porque acababa de comprender que los das de felicidad, unafelicidad de la que quiz no haba sido muy consciente durante aos, habanconcluido.

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    V

    En el curso de las horas siguientes, las malas noticias se extenderan por el senode la comunidad con la misma rapidez, ineludible y pastosa, que caracteriza a unamancha de aceite. Para evitar que el pnico cundiera entre sus correligionarios, el rabconvoc a todos los varones a una reunin urgente que deba celebrarse en lasinagoga. Estaba convencido de que, si lograba explicar con sosiego la gravesituacin a los cabezas de familia y a los muchachos que haban llegado a lapubertad, le resultara ms fcil conseguir que mantuvieran la calma y evitaran lashorribles explosiones de alarma y desesperacin.

    Fue as como, de los labios del rab, Hayim supo que Yu Franco no era sino undesdichado correligionario de un pueblo toledano; y que le haban arrestado hacams de dos aos bajo la acusacin de ayudar a judos conversos que deseabanregresar a su antigua fe. Semejante delito el de que judos dudosamente sinceros ensu paso al cristianismo regresaran a la religin de sus padres impulsados por la culpa,la sensacin de no pertenecer a ninguno de los dos mundos o la mera soledad noera de escasa relevancia. A pesar de todo, en un primer momento, las circunstanciasparecan indicar que Yu escapara de aquel trance con un castigo de escasaimportancia o incluso que podra abandonar el calabozo libre de toda sospecha.

    Semejante perspectiva se disip trgicamente cuando no mucho tiempo despusdel prendimiento de Yu tuvo lugar el encarcelamiento de otros. Entonces todocambi de la misma manera que cuando se unen el tono azul y el amarillo lo quesurge es una tercera tonalidad que no es ninguna de las anteriores sino el verde. Derepente, ya nadie acus a Yu de colaborar con malos cristianos que deseaban volversecretamente a vivir como judos. De forma inesperada, se comunic a los detenidosque eran sospechosos de haber dado muerte a un nio.

    Nadie mencion quin era aquel nio ni de dnde proceda ni dato alguno que

    hubiera podido servir para identificarlo o defenderse. Tan slo se someti a tormentoa los acusados con la esperanza de que, tarde o temprano, acabaran confesando uncrimen horrible del que no tenan con anterioridad la menor noticia y cuya vctima nise haba encontrado ni era conocida. Durante das se les suministr como alimentotan slo carne extremadamente salada sin darles ni una gota de agua. Luego, sinadvertencia alguna, se aplic a los detenidos el tormento del agua, aquel que consistaen colocar un embudo de boca ancha entre las quijadas del reo y de arrojar por lrecipiente tras recipiente de lquido hasta lograr provocarle la terrible y dolorosa

    sensacin de que, de un momento a otro, acabara reventando y las hmedas partes desu deshecho cuerpo se estrellaran contra las cuatro paredes de la celda.Tardaron meses pero, al fin y a la postre, los interrogadores lograron que los

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    detenidos, cada vez ms dbiles y asustados, afirmaran que haban secuestrado a unnio desconocido, de una localidad de Toledo no identificada, con la intencin detorturarlo y de extraerle despus la sangre para bebera, consumando as un horriblecrimen. ste, por aadidura, no sera sino una ceremonia religiosa de extraordinariaimportancia para los judos.

    Pero es todo una locura! protest Hayim cuando el rabino termin de relatartodo lo que el hermano de Abraham le haba referido. La Torah que Moiss recibien el Sina nos prohbe incluso comer carne de animales sin desangrar. Cmobamos a beber la sangre de un ser humano?

    Un coro angustiado de protestas y adhesiones se elev hasta el techo de lasinagoga estrellndose en el pobre artesonado. Como sucedera tantas veces a lo largode su vida, Hayim haba proporcionado su voz para expresar lo que sentan otraspersonas cercanas a l pero carentes de su elocuencia.

    S, es un disparate reconoci el rabino una vez que aquel guirigay perdiparte de su intensidad, pero cuando los pueblos enloquecen, de ellos slo puedenesperarse locuras, y no cabe la menor duda de que una parte pequea pero influyentede nuestra Espaa ha cado en la demencia. Esa parte ha decidido que no puedesoportar cerca a los que no son exactamente como ella, no piensan como ella, no secomportan como ella Me temo que algunos slo andan a la busca de un pretextoque les permita librarse de nosotros.

    Librarse de nosotros? pregunt con acento alarmado uno de los presentes. Qu queris decir?

    Una profunda arruga roja surc rpida como el relmpago la frente del rab,dando la sensacin de que la cabeza quedaba dividida en partes desiguales merced aun corte agudo y preciso.

    Quin puede saberlo, hermano? respondi alzando las manos. Hace unsiglo, un siglo cumplido casi da por da, atacaron nuestras aljamas y mataron,saquearon y violaron durante das sin que nadie moviera un dedo. Hubo que esperar ala llegada de la justicia del rey para que tanto atropello tuviera un final. Creo que

    tenemos que orar al Dio[1]para que nada semejante suceda y tambin prepararnos por

    si es Su voluntad someternos a esa prueba.Pero pero balbuci un Hayim que se debata entre la incredulidad

    estupefacta y la indignacin abrasadora nuestra Torah nos ensea a ser compasivoscon todos, incluso con los que no profesan nuestra religin, cmo les puede entraren la cabeza que mataramos a un nio?

    Hayim respondi el rab, a los que creen sin apelar a la razn no se lespuede convencer de lo contrario de lo que creen recurriendo a la razn. Creen entodas esas mentiras porque desean creerlas y no se conmovern porque les mostremos

    que no son sino un montn de falacias sin fundamento. No tienen la menor intencinde que los hechos desnudos les convenzan de que sus ideas son equivocadas.

    Rab protest uno de los presentes, pero nada de esto tiene sentido. Por

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    qu nos odian as? Qu les hemos hecho? Acaso no pagamos impuestos comoellos? Acaso no obedecemos las mismas leyes que ellos? Si cae un pedrisco, nodestroza nuestras cosechas al igual que las suyas? Si la muerte negra ataca un pueblo,no mata de la misma manera a nuestras familias que a las de ellos?

    Haba pronunciado las ltimas frases con lgrimas en los ojos y el rab no pudo

    evitar bajar la mirada abrumado por lo que estaba sucediendo. Apenas se trat de uninstante, porque saba de sobra que no le estaba permitido manifestar siquierapasajeramente la menor seal de debilidad. Era el jefe de la comunidad y laexperiencia le haba enseado dolorosamente que, si l temblaba, los dems sedejaran arrastrar por un terror ciego e incontenible.

    Slo el Dio puede dar respuesta cabal a todas vuestras preguntas comenz adecir con un tono de voz pausado. Quiz en el corazn de cada uno de los queahora desean nuestro mal se remuevan motivos distintos para odiarnos. Algunos

    sern campesinos que despus de un mal ao tienen que pagar de todas formas susimpuestos. En el fondo de su ser desearan maldecir al rey o incluso al cielo por sudesdicha, pero tienen miedo a llegar tan lejos en sus injurias y se limitan a desear ladesgracia del recaudador de impuestos que, a veces, es un judo. Otros son tan pobresque saben que por debajo de ellos no existe nadie a quien puedan contemplar como aalguien inferior y ms desafortunado. Tambin a sos les agrada descubrir laexistencia de gentes a las que mirar con desprecio por encima del hombro, de gentescomo nosotros. Luego estn los resentidos que se creen maltratados injustamente porla vida a la vez que piensan que otros han recibido lo que ellos deban poseer con msmerecimientos. De buena gana se revolveran contra los nobles, los labradoresacomodados o los comerciantes ricos para robarles lo que tienen, pero su cobarda selo impide. Para ellos los judos somos la presa ideal porque poco o nada podemosdefendernos

    Rab interrumpi con voz premiosa uno de los varones presentes, entoncesno vamos a contar con el socorro de nadie?

    Una tristeza profunda, destilada a lo largo de siglos de huidas, persecuciones ytorturas, pareci asomarse a los ojos cansados y tristes del rab. Durante las horas

    siguientes intent responder animosamente a la pregunta que se le acababa deformular, pero Hayim tuvo bastante con ver aquellas pupilas para comprender que,humanamente, los judos de Sefarad, la tierra donde haban vivido la Edad Dorada,estaban total e irremisiblemente solos.

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    VI

    Durante los aos siguientes, Hayim reflexionara una y otra vez sobre los ltimosmeses de 1491 y los primeros de 1492. Lo que haba comenzado como un procesotrgico pero aislado no tard en convertirse en un huracn incontenible de dolor,injusticia y muerte. Primero se llev a cabo la ejecucin de Yu Franco y de suspresuntos cmplices en el secuestro y asesinato de un nio al que nadie conoca, alque nadie reclam y cuyos restos no aparecieron nunca. En buena lgica, si se tratabade un crimen, de razn hubiera sido que todo concluyera con el castigo de loscriminales pero, como haba previsto el rab, aquello fue slo el comienzo. Luego, dela misma manera que si la culpa se pudiera aplicar a todo un pueblo, a toda una raza oa toda una clase social, fueron decenas los que se lanzaron sobre las juderas igualque las hambrientas aves de presa se precipitan codiciosas sobre un indefenso rebao.En apenas unas semanas se multiplicaron los robos, los saqueos, las palizas, lasviolaciones, los secuestros, cuyas vctimas eran judos.

    Comenzaron a abatirse sobre la comunidad las noticias que se referan a unadoncella ultrajada en una localidad catalana, a un comerciante golpeado casi hasta lamuerte en un pueblo castellano, a un taller saqueado y quemado en una poblacinaragonesa Raro era el da en que no llegaba hasta la reducida aljama un nuevo

    suceso de ese jaez, raro era el da en que la gente no lloraba a un familiar o conocidosobre el que haba recado la desgracia, y raro era el da en que no se alzaban los ojosal cielo suplicando una seal del Dio que anunciara que aquella tempestad de doloracabara del mismo modo que haba comenzado. Porque no se trataba de que lausticia de los reyes no actuara, puesto que se afanaba en hacerlo, sino que no poda

    atender a aquel arremolinado torbellino de delitos, de desafueros, de iniquidades.Los reyes tienen funcionarios judos repeta vez tras vez el rab. Saben que

    somos sbditos leales, que nunca recurrimos a la sedicin para presentar nuestras

    splicas, que jams causaremos daos en vidas o haciendasAquellas palabras y otras parecidas calmaban o aparentaban calmar a los

    atemorizados judos con una excepcin, la del joven Hayim, que slo veaacumularse ms y ms nubes sobre el horizonte de su vida hasta entonces tranquila ytema que, en cualquier momento, descargaran sobre sus cabezas sin que pudierahacerse nada para evitarlo. Mientras que sus correligionarios intentaban otear algunaseal esperanzadora de que el vendaval de injustificados sufrimientos estabaremitiendo, Hayim se limitaba a consignar fra y aspticamente lo que vea y slo lo

    que vea. Fue as como capt la mirada de Nuo, el labrador, observandocodiciosamente la tienda de Abner, o el gesto de odio de Gonzalo, el ventero, alcontemplar cmo caminaba a unos pasos de distancia de su establecimiento una

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    familia juda. Haca slo unas semanas, todos ellos haban sido vecinos si noamistosos, s, al menos, correctos. Ahora se haban convertido, quiz sin darse cuentade ello, en seres que tan slo reflexionaban acerca del momento adecuado para robar,herir y matar. Las razones para comportarse as no eran otras que las mencionadasdas atrs por el rab: la oportunidad de saquear lo que no posean y se crean con

    derecho a tener, la posibilidad de sentirse superiores a costa de humillar a otros, elansia de volcar sus frustraciones en alguien que no podra defenderse y tambin laocasin de no tener que saldar sus deudas con algn prestamista que antao les habapermitido conservar los campos en tiempos de mala cosecha. As, al reflexionar sobretodo aquello, Hayim comprendi que no slo la situacin no iba a mejor sino que anestaba por llegar lo peor.

    Lo peor lleg precisamente en forma de un papel escrito que una tarde ventosa yfra de inicios de abril ley en la sinagoga el rabino de la comunidad. Se trataba de

    una real provisin de los reyes que tanto para la Corona de Castilla como para la deAragn tena fecha de 31 de marzo de 1492. Hayim se qued sorprendido al escucharla apretada lista de ttulos de que disfrutaban don Fernando y doa Isabel, as como elnmero de receptores de la real provisin. Aqullos comenzaban con la Corona deCastilla y concluan con el marquesado de Gociano (dnde se hallaba tal lugar?),mientras que stos se iniciaban con el prncipe don Juan mi muy caro y muyamado hijo, deca la orden y terminaban con todas las otras personas decualquier ley, estado, dignidad, preeminencia y condicin que sean, a quien lo deyuso en esta nuestra carta contenido atae o ataer puede en cualquier manera, saludy gracia.

    De este ltimo aspecto caba derivar que los judos de ambas coronas, la deCastilla y la de Aragn, se hallaban, desde luego, entre los destinatarios de la orden.A decir verdad era a ellos ms que al prncipe don Juan o a la ciudad de Burgos y suarzobispado a quienes les competa aquel texto legal que en su final presentaba lafirma de los reyes.

    Pasaran aos y Hayim no podra olvidar el contenido de aquella real provisin nitampoco el ambiente glido en todos los sentidos en que escuch su lectura. Haca

    fro y los varones de la comunidad se esforzaban por sofocar las tiritonas respectivaspara no quebrantar un silencio que slo deba verse rasgado por la lectura del rabino.Tras las referencias de ttulos y destinatarios, ste prosigui con el texto, que sealabacmo desde haca doce aos los reyes haban manifestado su preocupacin por elhecho de que los judos contaminaran espiritualmente al resto de sus sbditos. Elcontacto entre ambas fes haba llevado a algunos malos cristianos a judaizar y aapostatar de la santa fe catlica, por lo que en 14-80 cuando Hayim era un nioincapaz de distinguir la mano derecha de la izquierda se haba ordenado apartar a

    los judos en todas las ciudades, villares y lugares. Al escuchar aquel prrafo,Hayim sinti una especie de fogonazo revelador que le mostraba el porqu de la vidaen las aljamas aislados de sus dems compatriotas, pero no dej que aquella

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    sensacin de repentino e inesperado conocimiento lo distrajera e intent centrarse enel resto de la real provisin.

    Fue as como supo que la disposicin regia de aislarlos adoptada en las cortes deToledo no haba terminado de conjurar el peligro y cmo ahora, persistiendo ste, losreyes haban llegado a la conclusin de que el remedio verdadero de todos estos

    daos e inconvenientes estaba en apartar del todo la comunicacin de los dichosudos con los cristianos y echarlos de todos nuestros reinos.

    Lo que vena a continuacin estuvo a punto de resultar inaudible en medio delcoro de sollozos, alaridos y protestas que estall al escuchar aquellas palabras. Hayimy, dicho sea de paso, el rabino habra deseado que todo el mundo reprimiera sussentimientos y guardara silencio para poder escuchar con atencin lo que habandispuesto de manera ms concreta los reyes. Sin embargo, por tres veces intent elrabino imponer silencio y por tres veces result imposible.

    No hubiera sabido precisar Hayim el tiempo que fue necesario para regresar a unestado de mnima quietud en el que pudiera continuarse el doloroso rito de la lecturaen voz alta. S que habra reconocido de buena gana que se dilato en exceso. Sinembargo, al fin y a la postre, nadie pudo hurtarse a la noticia ms terrible de todas.Antes de que concluyera el mes de julio, la totalidad de judos y judas de ambosreinos deberan haberlos abandonado disponindose que jams tornen ni vuelvan aellos ni a alguno dellos. De tornar, incurriran en pena de muerte y confiscacin detodos sus bienes para nuestra cmara y fisco.

    La real provisin vedaba acto seguido a los dems habitantes de los reinos laayuda a los judos pero tambin les prohiba aprovecharse econmicamente deaquella circunstancia. Finalmente, anunciaba a los judos que podan sacar sus bienesde los reinos con tanto que no saquen oro ni plata ni moneda amonedada ni las otrascosas vedadas por las leyes de nuestros reinos, salvo en mercaderas, y que no seancosas vedadas, o en cambios. Esta ltima disposicin ya no interesaba a Hayim. Nosaba cmo se mantena su familia ni los bienes de fortuna con que contaba. Slo eraconsciente de que iban a ser arrojados del solar de sus padres y de que no contaba conuna explicacin suficiente para aquella tragedia que se haba abatido sobre sus

    cabezas. An peor. No slo careca de explicacin, es que adems no dispona delmenor consuelo.

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    VII

    Las situaciones especialmente difciles suelen poner de manifiesto lo mejor y lopeor de la sustancia intangible que se alberga en el interior del alma humana. Durantelos escasos das que dur el penoso camino hacia la frontera, Hayim descubri que notodos sus compatriotas goyimeran iguales. En una aldea a la que llegaron exhaustosbajo un sol que pareca complacerse en atormentarlos cruelmente, en medio de unocano de rostros airados o, como poco, indiferentes, una mujer regordeta y decabellos rubiajos se haba acercado hasta Hayim para entregarle a la vista de todosuna reluciente naranja que le calmara la sed.

    Toma, hermoso! le dijo. Que debes de estar abrasado.En otra poblacin en la que no les permitieron entrar lanzndoles piedras y

    amenazndolos con perros, una pareja, quiz matrimonio, de mediana edad se atrevia salir de noche para ofrecerles comida y agua sin aceptar ningn pago a cambio.

    No todos somos iguales haba dicho el hombre mientras se alejabancautelosamente de regreso a la aldea.

    Posiblemente el peor recuerdo que Hayim guardaba de aquellos das fuera el deltormento de la sed, una sensacin perpetua, continua, abrasadora de necesitar que elagua le mojara los labios, le llenara la boca y le descendiera por la garganta, a la vez

    que aquel deseo permaneca totalmente insatisfecho. Los absurdos rumores acerca deudos que emponzoaban las aguas haban hecho presa en millares de corazones y

    abundaban las poblaciones que mantenan guardianes cerca de acequias y arroyospara librarlos de los supuestos envenenadores. Tampoco faltaron los que se negaron avender agua a los judos incluso a precio de oro, como si as los castigaran poraquella maldad terrible de la que haba hablado la real provisin y en la que crean apies juntillas.

    Una de las cosas que Hayim descubri en aquel doloroso viaje fue que con sus

    catorce aos de muy poco poda servir a sus familiares. Era una boca que consuma lomismo que un adulto, pero no tena ni la fuerza ni la capacidad del hombre hecho yderecho. Quiz otro adolescente hubiera decidido adaptarse de la mejor manera aaquella realidad, sin estorbar pero aceptando a la vez sus limitaciones para ser til asus mayores. Hayim, sin embargo, era diferente. Desde pequeo haba sidoconsciente de los sacrificios que su educacin haba acarreado a sus padres y sentaun impulso real, aunque no del todo fcil de explicar, que le conduca a buscarinfinidad de maneras de ayudarlos. Fue as como, durante una noche calurosa que

    sigui a un da tan ardiente como una sartn en el fuego, decidi conseguir agua parasu madre, cuyos labios estaban resecos como un pellejo vaco expuesto al sol, y parasu padre, que no se quejaba pero que no por ello sufra menos los rigores de aquel

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    interminable trayecto.Esper Hayim a que todos sus familiares se quedaran dormidos y entonces se

    levant sigilosamente y comenz a caminar en busca de cualquier corriente, pordiminuta y turbia que fuera, que pudiera proporcionarle el agua ansiada. Le constabaque tena que haber alguna, porque a lo lejos haba vislumbrado el humo blanco y

    deshilachado que sale de las chimeneas y saba por experiencia que una poblacinsiempre se sita en lugares donde pueda hallar el agua necesaria para beber, lavarse y,muy especialmente, cultivar la tierra.

    No era el muchacho un explorador avezado pero no tard en sentir en medio delsilencio de la noche, tan slo quebrado por el ruido peculiar de los infatigablesgrillos, un murmullo que en aquel entonces reson en sus odos como si de verdaderamsica celestial se tratase. No era otro que el del discurrir del agua de una corrientequiz no torrencial pero s abundante. Al escuchar aquel sonido, el joven sac la

    punta de la lengua y se la pas por los labios en un gesto goloso. Tard apenas unosinstantes en llegar a la ribera, pero aquel breve lapso de tiempo le pareci tanprolongado como el que sus antepasados haban tenido que esperar a la salida deEgipto antes de alcanzar la Tierra Prometida.

    Entonces lo vio. Se trataba de un riachuelo negro al que los rayos de lunaarrancaban aqu y all destellos plateados. Mientras el corazn comenzaba a latirlecon ms fuerza que nunca, dio unos pasos trmulos hasta la orilla, se arrodill yhundi las manos en el agua. La sensacin que experiment fue fuerte, placentera,sensual, casi como si hubiera logrado acariciar la suave piel de un ngel. Entonces,ech el pecho a tierra y sumergi la cara en la corriente.

    Bebi y lo hizo con una mezcla de codicia, de miedo, de ansia que convirti aqueltrago enormemente largo en un placer prohibido y nutricio a la vez. Bebi y lo hizohasta que sinti que el estmago poco antes vaco le dola y los pulmones se lequedaban sin aire y ansiaban de nuevo llenarse. Bebi y lo hizo hasta que laslgrimas se agolparon en sus ojos por la alegra de recibir la primera satisfaccin enmuchos, muchos das de pesar y amargura.

    Se incorpor y se qued jadeando al lado del agua. Boque un par de veces y a

    continuacin se descolg las calabazas que llevaba pendientes del cuello parallenarlas de agua. Realiz la operacin con una mezcla de gozo y orgullo. No slo setrataba de que estaba consiguiendo el agua tan necesaria para aplacar la sed de sufamilia sino que adems no haba necesitado a nadie para acometer aquella tarea.

    Acababa de llenar los recipientes cuando oy con claridad un chasquido seco. Sevolvi alarmado pero de nuevo la noche haba arrojado un pesado manto de silenciosobre los rboles y el agua. Sin dejar de mirar hacia todas partes, Hayim recogi lascalabazas, las tap y se puso en pie. Hubiera deseado no hacer ningn ruido y, a la

    vez, correr. No era posible y tuvo que optar por una va intermedia, la de apresurarsesin quebrar el silencio. Haba logrado caminar una docena de pasos cuando volvi aor claramente un ruido spero que proceda de varios lugares a la vez.

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    Si hubiera sido un muchacho ms miedoso y menos responsable, quiz habraarrojado las pesadas calabazas al suelo y comenzado a correr con toda la fuerza quepudiera imprimir a las piernas. Pero Hayim no estaba dispuesto a renunciar al fruto desu esfuerzo. Apret los rezumantes recipientes contra el cuerpo y realiz el gestoanterior a emprender la carrera. No consigui iniciar la huida. De un lugar, de otro, de

    un tercero cayeron sobre l manos y piernas que lo patearon, lo golpearon y loinmovilizaron.

    Es un judillo! dijo la voz de un muchacho no mayor que l. Es unudillo!

    S, debe de serlo afirm otra voz juvenil.Eres judo? pregunt un tercer zagal mientras otros cuatro ponan en pie a

    Hayim sujetndolo por los brazos y las piernas.Si sus padres no hubieran ardido de sed, si no hubiera estado en su mano el

    calmarla, quiz Hayim habra respondido que s imprimiendo a su tono de voz lafuerza del desafo. Sin embargo, a pesar de su juventud, saba de sobra que no podatomar decisiones que perjudicaran a otros. Opt pues por callar.

    No contestas? dijo uno de los muchachos, y a continuacin descarg unsonoro bofetn sobre la mejilla derecha de Hayim.

    Aquel golpe propinado de travs arranc lgrimas a Hayim pero no a causa deldolor sino porque se senta objeto de una humillacin absurda e injusta.

    Soy soy espaol acert a decir Hayim mientras contena el impulsoirresistible de gritar su dolor y escupirles los insultos que le venan a la cabeza. Luegoaadi: Como vosotros

    El que pareca dirigir el grupo, el que haba acompaado su pregunta de violencia,se acerc a Hayim y le coloc dos dedos de la diestra bajo el mentn. Le subi labarbilla y a continuacin clav la mirada, una mirada de patn sabihondo, en elindefenso muchacho.

    Conque como nosotros? dijo con acento burln.S respondi Hayim.Eso vamos a verlo exclam el interrogador. Quitadle los calzones!

    Hayim se revolvi instintivamente al escuchar aquellas palabras. Con toda lafuerza que pudo sacar de su cuerpo, intent doblarse sobre s mismo, sujetarse laprenda que le cubra las piernas, seguir vestido. Actuaba as no slo por pudor overgenza sino porque saba lo que buscaban y estaba seguro de que una vez que lohubieran descubierto su situacin slo podra empeorar.

    Cmo se resiste el puerco judillo! protest uno de los muchachos al ver queHayim se revolva sobre s mismo.

    Rompedle la cabeza si hace falta pero quitadle los calzones! grit el jefe de

    la partida cuando vio que el muchacho haba logrado lanzarse al suelo y estaba apunto de colocarse las manos sobre el pubis.

    No lo consigui. Dos de los muchachos se sentaron sobre sus piernas mientras

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    otros dos le estiraban los brazos para impedir que se defendiera. Entonces, el jefecillose arrodill y desat la lazada que sujetaba los calzones de Hayim. ste intentresistirse y pegar las nalgas contra la tierra pero fue intil. Un tirn propinado a lasperneras rasg la tela y le dej expuesto a las miradas de sus captores.

    Lo veis? dijo con una sonrisa de suficiencia el jefecilio. Es un judo.

    Tiene el haba recortada.Pues es verdad! corrobor con asombro uno de sus esbirros.S que lo es! No tiene el haba como los dems! remach un tercero

    sobrecogido ante aquel descubrimiento.Hayim escuch aquellos comentarios con un horror creciente. Le espantaba

    comprobar que sus compatriotas eran unos ignorantes que no saban que tambinJess haba sido circuncidado al octavo da de su nacimiento, y que esa ignorancia lesllevaba a ver a los judos como monstruos, lo que, dicho sea de paso, a l y a los

    suyos poda costarles la desgracia.Tiene el haba recortada, s dijo el jefecillo, pero creo que no lo bastanteY apenas pronunci aquellas ltimas palabras, ech mano a su faja, extrajo una

    navaja y la abri con un chasquido que reson en los odos de Hayim como el vuelofro y cercano del implacable ngel de la Muerte.

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    VIII

    Con una sonrisa maligna, el muchacho se acerc a Hayim blandiendo la navaja.Sin embargo, no era consciente de estar actuando de una manera especialmentemalvada. Con el mismo sentimiento despreocupado de diversin habra entrado arobar en un huerto ajeno, habra robado el nido a unos pajarillos indefensos oapedreado a un perrillo sin dueo. Ahora se trataba simplemente de torturar a otro serinerme, un ser al que por su naturaleza no vea ms cerca de s que un rbol o unanimal.

    Hayim hubiera podido gritar, llorar, incluso intentar razonar con sus captores,pero algo en su interior le deca que todos y cada uno de esos comportamientoscarecan de sentido, que lo nico que poda hacer era soportar con dignidad cualquierdesgracia que pudiera sucederle y mostrar as que no era menos hombre que los queahora lo sujetaban cobardemente como si se tratara de un animal destinado a lamatanza. Intent mantener los ojos abiertos y, casi sin despegar los labios, musit unaoracin.

    Apenas haba pronunciado tres palabras cuando vio asombrado que el mocetnque sujetaba la navaja en la mano sala catapultado como si lo hubiera impulsado unafuerza gigantesca. Tambin el zagal, ahora estrellado contra el suelo, se volvi con el

    espanto pintado en la cara hacia la direccin de la que haba venido aquel golpevigoroso.

    Lo pagar caro vuesa merced musit mientras se llevaba la mano hacia unlado del rostro, que, de haber existido ms luz, hubiera aparecido a la vista de todosenrojecido por el impacto de unos dedos no pequeos.

    So truhn reson una voz de adulto a cuyo dueo Hayim no consegua ver, t s que puedes estar seguro de que pagars caro el quedarte aqu un solo instantems. Voto al cielo que!

    No acab el recin llegado la frase y el muchacho ya se haba puesto en pie ycomenzado a correr. Sus secuaces apenas tardaron un suspiro en seguir acobardados asu gua. Fue en ese momento cuando, como si emergiera de las sombras, ante los ojosde Hayim apareci una figura apenas iluminada por la luna.

    De estatura media, nada hubiera indicado que aquel hombre tuviera algo especial.A decir verdad, si el zagal de la navaja hubiera decidido hacerle frente apoyado porsus aclitos podra haberle colocado en una situacin comprometida. Sin embargo, apesar de no ser alto ni fuerte, de l pareca emanar un vigor poco comn.

    Estis bien? pregunt a Hayim a la vez que le tenda la mano para ayudarlea levantarse.S s gracias dijo el muchacho mientras se pona en pie e intentaba

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    subirse los calzones que haban formado una especie de grilletes de tela en torno a sustobillos.

    Cuando termin de cubrirse, levant los ojos y se percat de que su salvadorhaba apartado la mirada como si deseara librarle de la humillacin de contemplarcmo tapaba apresuradamente su desnudez. Aquel gesto silencioso y delicado

    provoc en el pecho de Hayim la calidez propia de la gratitud. Fuera quien fueseaquel hombre, no slo le haba evitado una desgracia sino que adems estabarespetando su dignidad.

    Vinisteis a buscar agua, verdad? pregunt al fin cuando coligi que elmuchacho haba terminado de atarse el lazo que le sujetaba los calzones.

    S respondi Hayim.Imagino que tampoco andaris bien de provisiones coment el hombre

    como si pensara en voz alta.

    Algo tenemos respondi el muchacho.Venid conmigo.Hubiera podido excusarse alegando que su familia le esperaba o que no era

    menester que le diera nada. Sin embargo, tal conducta le habra parecido unadescortesa, y, por aadidura, algo en su interior le deca que no deba temer nada deaquel hombre.

    Sin intercambiar una sola palabra, le sigui durante el breve espacio que mediabaentre el riachuelo y la poblacin. Subieron una cuestecilla polvorienta y sembrada deguijarros y excrementos de animales, pasaron junto al adormilado edificio de laiglesia, y media docena de casas ms all el hombre se detuvo y con l Hayim. Lapuerta estaba abierta, y por ella entraron uno con la seguridad que da el volver alpropio hogar y el otro con una mezcla de esperanza y temor. Tras atravesar un patiodesierto, penetraron en la vivienda, y por un pasillo estrecho y fresco desembocaronen la cocina. Con gestos precisos, propios del que los ha repetido millares de veces, elhombre encendi un candil y, a continuacin, comenz a meter en un talego losalimentos que iba sacando de anaqueles y estantes. Quesos, cebollas, panes todofue cayendo en aquel recipiente confeccionado con tela burda hasta que adquiri un

    aspecto de pellejo hinchado y a punto de estallar.Tomadlo exclam al fin. De todo corazn os lo doy.Por un instante, Hayim no supo qu hacer ni qu decir. Todo al mismo tiempo,

    hubiera dado las gracias a aquel hombre, le hubiera besado la mano y hubieraapoyado la cabeza sobre su pecho para romper a llorar de gratitud. Sin embargo, sequed paralizado sin poder despegar los labios ni articular un sencillo movimiento.

    Tomadlo volvi a repetir aquel hombre que an no le haba dicho cmo sellamaba mientras le tenda el talego con un gesto amable.

    Esta vez el adolescente estir la mano y asi la bolsa que le ofrecan. Se quedsorprendido al darse cuenta de cunto pesaba.

    No s cmo pagaros comenz a decir. Bueno, la verdad la verdad es

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    que no s si puedo hacerloNo tenis que pagar nada le interrumpi su benefactor. Se trata de un

    obsequio.Tampoco s si podr encontrar el camino de vuelta para devolveros el talegoLa mortecina luz del candil ilumin una sonrisa ancha y, s, divertida que acababa

    de aparecer en el rostro del hombre.Os acompaar hasta la salida del pueblo le dijo sin que la sonrisa se borrara

    de su faz. Estos caminos no son del todo seguros a estas horas de la noche.

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    IX

    Nunca lleg a saber Hayim el nombre de aquel personaje que haba aparecido enel momento ms adecuado para salvarle y que se despidi de l con un clido queDios os guarde!. Tampoco se atrevi a referir a sus familiares el peligro que se habacernido sobre l. Sin embargo, a pesar de que los das que tard todava en abandonarEspaa fueron duros y difciles, al dejar la tierra en la que su familia y susantepasados haban vivido durante miles de aos, haba descubierto sin ningngnero de dudas que la bondad poda convivir con la maldad, que la compasinemerga incluso en medio de las conductas ms despiadadas y que la decencia se lasarreglaba para manifestarse entre los comportamientos ms viles.

    El decreto de expulsin promulgado por los reyes destroz a casi todas lasfamilias de judos espaoles. La de Hayim, como las del centenar de miles decorreligionarios sobre los que recay aquella normativa, qued fragmentada entre losque prefirieron convertirse y permanecer en suelo hispano y los que optaron, comosus padres y algunos parientes que los acompaaron, por el exilio. Fue una decisindolorosa pero que, en realidad, no les exigi pensar mucho. Judos haban sido suspadres, judos haban nacido ellos y judos deseaban seguir siendo. La cuestin ahoraera decidir el lugar hacia el que se dirigiran para prolongar una existencia que de la

    noche a la maana se haba vuelto ardua, triste y desabrida.El padre de Hayim prefiri desde el principio no seguir a la mayora. As, en lugar

    de encaminarse hacia los territorios regidos por prncipes musulmanes, habadecidido dirigirse hacia el norte. A decir verdad, no es que se fiara mucho de losmonarcas cristianos, pero saba que no eran pocos incluido el papa los quebuscaban tcnicos judos para ponerlos a su servicio. Por el contrario, estabainformado de que en las tierras sometidas al islam estallaban peridicamente tumultosen los que las vctimas acababan siendo siempre los cumplidores de la Torah que

    Dios confi a Moiss en el monte Sina. Su hermano haba intentado disuadirlodicindole que, a fin de cuentas, los seguidores de Mahoma crean como ellos en unsolo Dios y no en esa Trinidad propia de los cristianos, pero el cabeza de familia semantuvo firme en su decisin, fundamentalmente porque confiaba en que en mediode una sociedad prspera su hijo Hayim acabara por abrirse camino, mientras que enotra menos adelantada siempre habra turbas que desearan vengarse de lo queconsideraban una situacin injusta, y, por regla general, no tardaban mucho en culparde todo a los judos. As, impulsados por ese pensamiento, los padres de Hayim y su

    oven hijo cruzaron la frontera con Francia.Haca mucho que otro rey francs haba expulsado ya a los judos y, precisamentepor ello, nadie lo recordaba. Sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido, sus

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    sbditos demostraron hacia ellos una hostilidad an mayor que la experimentada entierras espaolas. Eran conscientes de la indefensin que padecan aquellosdesdichados procedentes del sur de los Pirineos y no perdan oportunidad de intentaraprovecharse de ella. Para colmo, los judos que, recurriendo a mil argucias, habanlogrado retornar a suelo francs tenan un rito, unas costumbres y una historia

    diferentes de los que caracterizaban a los sefardes exiliados de Espaa. Erancorreligionarios, s, pero distaban mucho de considerarlos sus iguales. De estamanera, los padres de Hayim recibieron en su llagada alma nuevas heridas, y aquellaslaceraciones acabaron finalmente por arrancarles la vida antes de que abandonaran elsuelo sometido a los dictados del rey galo.

    El galeno que los atendi en las ltimas horas habl de humores sanguneosrevueltos, de bilis en mal estado, de mil y una cosas que a Hayim le parecieronabsurdas, porque, cuando expir su padre, l ya saba que su madre no tardara en

    seguirle, y porque, sobre todo, era consciente de que ambos haban comenzado afallecer el mismo da en que cruzaron la raya que separaba Espaa de Francia. As,con quince aos, el muchacho se encontr solo en un pas cuya lengua desconoca,cuyos judos hablaban el hebreo con una pronunciacin grotescamente incorrecta ypreferan expresarse en un idioma spero de origen centroeuropeo y cuyascostumbres le resultaban extraas e incluso brbaras.

    En los aos siguientes Hayim rehusara referirse a aquellos meses pasados enFrancia despus de la muerte de sus padres. Nunca hablaba de cmo haba trabajadotodo el da segando a cambio de un plato de sopa aguada, de cmo haba descendidoa las minas profundas y negras como el sheol, la morada de los muertos, para podercomer un nabo y un trozo de pan y de cmo, a pesar de todo, en ningn momentohaba quebrantado los mandatos contenidos en la Torah.

    Durante aquellos das terribles, Hayim logr dormirse muchas noches slodespus de haber llorado su soledad, la ausencia de unos padres que cuidaran de l yla inexistencia de una mano que lo ayudara a mantenerse en pie en medio de unmundo que era indiferente a su dolor e incluso abiertamente hostil. El muchachosegua creyendo en el Dios de sus padres pero no poda dejar de interrogarse sobre las

    razones que podan existir para que hubiera permitido todo aquel dolor, y alformularse ese gnero de preguntas no encontraba ninguna respuesta convincente niconsoladora. Otra naturaleza menos fuerte que la de Hayim hubiera terminadoquebrndose o, al menos, adaptndose a aquel universo para poder sobrevivir. Si todoestaba perdido, si nada tena explicacin, quiz lo ms sensato fuera soportar de lamejor manera esta existencia absurda y luego esperar la llegada inevitable delsiniestro ngel de la Muerte. Sin embargo, el muchacho estaba formado de otra pastamuy diferente de aquella que impulsa a algunas personas a capitular. Crea, y porque

    crea no perda la esperanza de saber y entender algn da.Acababa de cumplir los diecisis aos y estaba guardando su taleden la sinagoga

    de una ciudad situada en el norte de Francia cuando le pareci ver a dos judos cuyo

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    aspecto se diferenciaba notablemente del que tenan sus correligionarios franceses.En el curso de los aos, Hayim haba llegado a la conclusin de que cualquiera que esdiferente corre el riesgo de ser atacado por los que se consideran iguales y,precisamente por ello, haba cambiado su manera de vestir, de hablar, de alimentarsee incluso de caminar. Ahora nadie habra podido decir que era un sefard, porque

    hasta haba aprendido aquella manera de pronunciar el hebreo que caracterizaba a losudos askenazes y que l consideraba errnea y malsonante. Sin embargo, aquellos

    dos varones que ahora distingua mientras se iba vaciando la sinagoga eran, sin dudaalguna, sefardes.

    Por un instante, sinti el impulso de llegar hasta ellos y entablar conversacinpero se contuvo. As, lenta, prudente y sigilosamente se aproxim al lugar donde seencontraban y prest odo a lo que hablaban. Como tantos miles de judos exiliadosde Espaa, sus palabras giraban en torno a la patria perdida y a las razones reales de

    aquella terrible desdicha. Hayim tena inters por saber lo que decan pero, al cabo deunos instantes, se sinti tentado de marcharse al escuchar aquellas expresiones yfrases que, por tan odas y repetidas, le parecan vacas y tediosas. Fue en esemomento cuando la conversacin dio un giro que le llev a reconsiderar su decisin.

    Vuesa merced est completamente equivocado al pensar que fuimos expulsadosde Sefarad por los que creyeron las mentiras que bajo tortura confes nuestrohermano Yu Franco dijo con gesto apesadumbrado el que pareca ms viejo delos dos.

    Rab rab contest el otro con tono irritado, no ser yo quien discutavuestro saber, pero la realidad es la que es, nos guste o no nos guste. En Sefaradramos felices. No dir que todos sus habitantes nos quisieran pero, al menos, nosrespetaban y vivamos tranquilos. Slo cuando aquel pobre hombre, al que el Dioperdone, solt aquella sarta de necedades cambi nuestra suerte. A partir de esemomento, todo se alter, las cosas fueron de mal en peor y, finalmente, los reyesterminaron por decretar nuestra expulsin. sa es la realidad.

    El hombre al que el otro haba llamado rab volvi el rostro y clav una miradaprofunda, penetrante y aguda en su interlocutor. Por un instante, a Hayim le pareci

    que iba a permanecer en silencio y quiz a marcharse interrumpiendo aquelladolorosa conversacin. Sin embargo, el rab se llev la diestra a la barba y jug unmomento con las pobladas guedejas. Luego abri la boca y dijo:

    Vuesa merced juzga slo por las apariencias. No es capaz de darse cuenta deque por encima de este mundo que vemos existe otro que la vista no alcanza

    Rab, rab protest con gesto cansino el otro varn, las cosas son comoson.

    S concedi el rab. Ah tenis razn. Son como son y no como nos parece

    que son. Vos veis caer el agua sobre los campos y decs que es as porque habanubes, pero pasis por alto que las nubes vienen de algn lado, que se desplazan en elcielo por alguna razn y que incluso en ese movimiento puede influir una mente

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    inteligente.Yo lo que veo es que llueve y eso es todo coment un tanto amostazado el

    segundo hombre.Y si hubierais sido un egipcio contemporneo de Moiss le interrumpi el

    rabino, al contemplar las plagas que asolaban vuestra tierra tambin os habrais

    negado a ver lo que poda haber detrs de ellas. Ante las ranas habrais dicho: acasono est el ro siempre lleno de ranas?, y los mosquitos os hubieran hecho exclamar:cmo no se va a llenar la tierra de bichos con tanta rana muerta? Pensando de esamanera, nunca os habrais percatado de que aquella realidad que veais era impulsadapor otra realidad superior e invisible.

    Hayim contuvo el aliento al escuchar aquellas palabras. No estaba seguro deentenderlas cabalmente pero en ellas se revelaba cierta veracidad que no le parecasensato desdear.

    Bien, rab, bien coment el segundo varn. Supongamos que lo que decses cierto. Cul sera entonces la razn ltima e invisible de que furamos expulsadosde Sefarad?

    El rab volvi a acariciarse las guedejas que formaban su poblada barba. Luego sedescolg del hombro la bolsa en la que haba guardado poco antes su taledy tomasiento en uno de los bancos de madera.

    Veris comenz a decir, todo sucedi de la siguiente manera

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    X

    Veris comenz a decir, todo sucedi de la siguiente manera. Cuandomurieron mis padres, ya ambos de edad avanzada, decid poner toda la distanciaposible entre mi persona y los lugares que me recordaban su presencia. Quiz esto osparezca absurdo, pero un rbol, una casa, un arroyo, incluso un simple matorral meevocaban su presencia, y entonces el pesar se apoderaba de m y los ojos se mellenaban de lgrimas.

    El segundo hombre guard un profundo silencio al escuchar aquellas palabras y aHayim le pareci incluso que en sus ojos se poda percibir el brillo que slo arrancael agilla de la pena. Seguramente, tambin l haba perdido a sus familiares, y esacircunstancia le record el triste fallecimiento de sus propios padres con tantaintensidad que tuvo que realizar un verdadero esfuerzo para que la melancola no losofocara hacindole perder el hilo de aquella historia.

    Fue as prosigui el rabino como tom la decisin de encaminarme haciael domicilio de unos parientes que vivan en Zaragoza, una ciudad populosa del reinode Aragn a orillas de un ro que los romanos denominaron Ebro.

    S donde est Zaragoza dijo con ligero fastidio el segundo hombre, quizporque tema que el rab se desviara del relato principal.

    Sin embargo, el rab no pareci advertir aquel tono molesto y prosigui sunarracin cada vez ms absorto, como si fuera perdiendo relacin con el mundo quele rodeaba y entrando en un cosmos que ya no exista pero que para l se hallabatotalmente vivo y presente.

    Mi descubrimiento de nuestras comunidades en aquella urbe no pudo ser msdesalentador prosigui el rab. A diferencia de las que haba conocido enCastilla, stas no destacaban ni por la bsqueda de erudicin ni por el deseo de saber.Mi abuelo, que, como sabis, fue el famossimo rabino Isaac Toledano, habra sido

    all despreciado por dedicar tanto tiempo a especular acerca de la creacin delmundo, de la manera en que eso deba influir en nuestro comportamiento cotidiano yde los secretos extraordinarios de la Cbala.

    Cbala! Si Hayim se hubiera podido ver, habra contemplado a un joven dediecisis aos cuya mandbula inferior se haba descolgado por la sorpresa dejndoleabierta la boca. Haca mucho tiempo que no escuchaba una sola palabra referente aaquella disciplina que, segn haba odo en alguna ocasin, capacitaba para ver elfuturo, comprender el pasado e incluso obligar a las paredes a resudar vino. Si el

    abuelo de aquel rab haba sido un cabalista, quizDe hecho, yo intent comentar sus enseanzas en un par de ocasiones con misparientes y slo contempl rostros desconfiados, duros e incluso molestos dijo el

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    rab con el gesto de desaliento que slo provocan la cerrazn y la ignorancia. Yeso se come, David?, zanj la conversacin con una pregunta uno de mis primoslejanos en una de esas ocasiones. No. Ciertamente, las enseanzas cabalsticas de miabuelo el rabino no se coman ni, al menos hasta donde yo saba, eran susceptibles deconvertirse en nada que pudiera llevarse a la boca.

    Por un instante, el rab baj la mirada hacia el suelo y sacudi la cabeza en unevidente signo de pesar. No caba duda de que aquellos recuerdos le provocaban unapena profunda que el paso del tiempo no haba conseguido borrar. Finalmente, lanzun suspiro hondo, alz la frente y volvi a abrir los labios:

    Lo peor no era el deseo cerril de permanecer en la ignorancia que caracterizabaa nuestros hermanos. Tampoco lo era su situacin, bastante peor que la que exista enlas tierras de Castilla. No, en realidad, lo que ms me asombr y, a la vez, me causms dao fue el comprobar que no pocos de ellos estaban dispuestos a abandonar la

    fe de nuestros antepasados, no por conviccin religiosa sino simplemente para poderllevar una vida ms fcil. Un da uno de mis familiares me cont la historia de Pedrode la Caballera. Se trataba de uno de los judos ms ricos de todo Aragn, y, derepente, se convirti e incluso lleg a escribir un libro en defensa de su nueva fe. Perono haba actuado as por convencimiento, sino slo por inters! A menudo vena aZaragoza para visitar a un amigo tejedor de nuestra comunidad. Hablaba con l enhebreo, discuta con l sobre la Torah, responda a las oraciones que ste recitaba enel shabattodo, todo igual que cualquier otro judo. El tejedor estaba sorprendido delo que vea. Por un lado, don Pedro de la Caballera iba a misa, defenda la fecristiana y haba hecho bautizar a sus hijos y, por otro, se comportaba como un judofiel a la Torah. Al final, no pudo ms con su curiosidad y le dijo: Seor, cmo oshicisteis cristiano con tanta rapidez conociendo como conocis nuestra ley?, ysabis lo que le respondi?

    No reconoci el segundo hombre.Pues le dijo: Calla, loco. Hasta dnde poda yo subir siendo un simple

    rabino? Ahora soy juez, y gracias a uno que colgaron en una cruz, me honran ymando y controlo toda la ciudad de Zaragoza. Cuando era judo, en sbado no poda

    ni siquiera andar ms de algunos pasos y ahora hago lo que quiero.Seguramente su caso no fue nico dijo con pesar el segundo hombre

    mientras las lgrimas que le haban ido llenando los ojos se mantenanprodigiosamente sujetas en la barrera que les ofrecan los prpados.

    No, claro concedi el rab, pero, hasta donde yo saba, los judos deCastilla que se haban convertido al cristianismo lo haban hecho siempre porconviccin o, muy excepcionalmente, por miedo a perder la vida. Lo que no habaconocido nunca es que alguien pidiera el bautismo para llegar a ser importante y

    luego seguir viviendo como un judo. Lo peor era que el caso de Pedro de laCaballera, lejos de ser una excepcin, responda a una actitud muy corriente ennuestras comunidades. Otra era la de gentes encerradas en s mismas, que aborrecan

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    todo lo nuevo, que abominaban de cualquier saber y que contemplaban consuspicacia, cuando no con odio, a los que conocan algo ms que ellos. Ahora piensoque debera haber combatido aquel ambiente, pero reconozco que me dej llevar porel desnimo y no slo no logr que mis correligionarios fueran algo mejores sino queyo mismo me fui distanciando de la fe que haba tenido desde la infancia. No es que

    la negara, no. Simplemente, se fue desprendiendo de m de la misma manera que elagua pertinaz acaba arrancando el encalado de un muro expuesto a sus gotas. Al cabode un ao de vivir en aquella ciudad de veranos agobiantes y vientos arriscados eintolerables, yo mismo comenc a creer que lo mejor que poda hacer era buscarmeuna manera cmoda de abordar mi existencia. Tanto me amold a aquella forma devivir que cuando uno de mis primos, que se llamaba Jacob, me anunci que tenaintencin de viajar a Castilla para conocer alguna de nuestras comunidades en esereino, pens que lo nico que conseguira sera perder el tiempo

    Y all os sorprendi el edicto de expulsin? le interrumpi el segundohombre como si, de repente, hubiera sentido el deseo de que aquel relato concluyerasepultando en el olvido un mundo pasado que nunca regresara.

    No respondi el rab indiferente a la curiosidad de su acompaante ytotalmente inmerso en el desgranamiento de su historia. Como he dicho a vuesamerced, yo estaba cambiando de una manera que nunca antes de la muerte de mispadres habra sospechado. No eran muy avispados nuestros hermanos de Zaragoza yquiz esa circunstancia me ayud a abrirme camino poco a poco en el seno de lacomunidad. Al cabo de un ao, y gracias a la ayuda de mi to, pude establecer mipropia tienda y al cabo de otros doce meses no slo le haba devuelto el prstamosino que comenzaba a obtener los primeros beneficios. Gracias a esta circunstancia,pude arrendar una vivienda y me dispuse a encarar la vida de la manera ms grataposible en medio de una comunidad que me aburra y de una ciudad que slo estabadispuesta a dejar paso franco al triunfo a quienes se inclinaran respetuosos ante laimagen de la Virgen. Quiz os preguntis en qu crea yo por aquel entonces. Deboconfesar avergonzado que, con conviccin y entusiasmo, en nada. Con tibieza, en lanecesidad de seguir viviendo cada da con el menor sufrimiento posible. Fue entonces

    cuando sucedi algo que no hubiera imaginado nunca y, desde luego, menos quenunca en aquellos das, algo que no slo marcara mi vida sino tambin la vuestra y lade todos los judos sefardes que vivamos por aquel entonces en Espaa.

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    XI

    El inesperado rugido de un trueno sobresalt a Hayim. No recordaba haber vistoninguna nube al entrar en la sinagoga, pero el furioso golpeteo de las gotas de lluviacontra la techumbre de madera le anunci que si sala en aquellos momentos a la calleacabara convertido en una verdadera sopa. Percibi entonces el gesto de fastidio delsegundo hombre, que quiz pensaba que la locuacidad del rab le expona ahora aquedar empapado en el camino de regreso a casa. Sin embargo, el narrador de aquellahistoria acontecida en la lejana y llorada Sefarad no daba la sensacin de habersepercatado de lo que suceda. Por el contrario, sus pupilas estaban fijas en un puntodistante, seguramente en el tiempo y en el espacio, que ni su acompaante ni Hayimpodan descubrir.

    Me encontraba un da terminando de comer prosigui el rab cuando en lapuerta sonaron, suaves pero insistentes, dos llamadas urgentes sin casi espacio detiempo entre s. Sorprendido por lo intempestivo de la visita, me levant de la mesa yacud a abrir. Entonces, en el umbral, apareci ante m el primo Jacob. Ahora estoyconvencido de que haba estado vigilando la casa para asegurarse de que en suinterior slo me encontrara yo. En aquel momento, sin embargo, me sorprendi suaudacia al venir a verme sin anunciarse previamente y a una hora en la que las visitas

    eran ms que extraas. Jacob fingi, estoy seguro de que slo lo fingi, sorprenderseal verme en casa pero, en lugar de marcharse, entr sin que lo invitara a hacerlo ycomenz a charlar conmigo. En realidad, no haba nada que pudiera contar mi primoJacob que tuviera algn inters para m. Yo conoca mucho mejor cualquier lugar y acualquier persona que hubiera podido encontrarse durante su estancia en Castilla. Porlo que se refera a otros temas sinceramente, mi poca de discutir sobre la Torahquedaba muy atrs y los arcanos de la Cbala bueno, nunca hubiera credo queJacob pudiera tener ni inters ni capacidad para abordar alguna de esas cuestiones. Le

    soport, por lo tanto, pacientemente durante un buen rato y al cabo me puse en piepara indicarle que nuestra entrevista haba terminado y que lo ms adecuado era quese fuera por el mismo lugar por el que haba venido. Casi empujndole, lo fuiconduciendo hacia la puerta, y me encontraba a punto de despedirlo cortsmentecuando se volvi y me dijo: Vos estudiasteis mucho la doctrina del Nombreinefable, verdad?.

    Por primera vez desde que el rab haba iniciado el relato su acompaante pareciotorgarle una atencin especial. Hayim tuvo la sensacin de que la simple mencin

    del Nombre inefable haba activado en su interior un oculto resorte de inters que semanifest inmediatamente en el sugestivo brillo de sus ojos, en el pattico dibujo desus labios y en la expresin abrumada y, a la vez, no exenta de esperanza de su cara.

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    Reconozco prosigui el rab que aquella pregunta me desconcertprofundamente. Ver, vuesa merced, el primo Jacob era grandote, desmaado, conuna frente estrecha y una mandbula poderosa. Jams hubiera pensado que pudieraalbergar en la cabeza ms de dos ideas a la vez, y ahora me preguntaba por elNombre inefable! Como sabe sobradamente vuesa merced, ese Nombre no es otro

    que el formado por cuatro letras hebreas,yod, hei, vavy otra vez hei, perteneciente alDio y expuesto en las Sagradas Escrituras. Tampoco os descubro nada al deciros que,a ciencia cierta, nadie sabe cmo se pronuncia. En el Antiguo Israel, slo unapersona, el sumo sacerdote, y una sola vez al ao, el da de la Expiacin de lospecados, se atreva a pronunciarlo. El resto de nuestros antepasados siempre losustituyeron por otros ttulos como Adonai, Elohim o Ha-Shem. Sin embargo, laCbala nos ensea que ese Nombre impronunciable, indescriptible, desconocidoresulta tan poderoso que podra provocar que las montaas se hundieran en el abismo

    como un montoncillo de arena, que los ros subieran desde el mar en lugar dedescender hacia l o que los colosos se desplomaran deshechos como una brizna dehierba. Por l precisamente me preguntaba el bobo de mi primo Jacob.

    Y qu le respondi vuesa merced? pregunt el segundo hombre, esta vezpresa de un inters inusitado.

    Le respond que, efectivamente, haba estudiado algo sobre aquella cuestinpero que de eso ya haca algn tiempo

    Y l qu dijo?Apenas hube pronunciado la ltima palabra continu el rab, el primo

    Jacob me dijo con una remarcada curiosidad: Llegasteis a estudiar tambin algo dematemticas?.

    Algo de matemticas? exclam totalmente confuso el segundo hombre.Qu tienen que ver las matemticas con el Nombre inefable?

    Eso mismo me dije yo respondi el rab. En realidad, aquella nuevapregunta slo sirvi para aadir confusin al desconcierto que ya haba comenzado aapoderarse de m. Adonde desea llegar el primo Jacob?, me pregunt. Decid que lomejor que poda hacer era librarme de su molesta presencia cuanto antes y, de la

    manera ms fra posible, asent dicindole que conoca la aritmtica, el lgebra, algode geometra

    Y qu dijo Jacob?Hayim parpade sorprendido. No hubiera podido asegurarlo pero tena la

    sensacin de que en el rostro del rab se haba dibujado una sonrisa burlona.Creo que aunque pasaran miles de aos nunca conseguira olvidarme de su

    reaccin respondi. Al escuchar aquella respuesta, las pupilas de Jacobdespidieron un brillo cmo dira yo? Era, desde luego, extrao retorcido

    casi casi maligno. Incluso por la comisura de los labios le asom el extremo de lalengua con gesto de avidez Luego puso su diestra sobre mi mano izquierda yclavando sus ojos en los mos me pregunt: Podrais entonces calcular el verdadero

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