donde las hurdes se llaman cabrera

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42/ARGUTORIO 1 er SEMESTRE 2003 Andrés Martínez Oria En 1962, Ramón Carnicer realizó un viaje a pie por una de las comarcas más pobres y olvidadas de España: la Cabrera leonesa. Probablemente, las condiciones de vida en la Cabrera no eran mejores –quizá peores- de las de las Hurdes, la región que, a partir de la visita de Alfonso XIII y la difusión subsiguiente de ésta, se hizó célebre por la mísera existencia de sus habitantes. Sin embargo, ésta era una situación desconocida para la gran mayoría de la población, incluyendo los habitantes de la propia provincia de León, donde se ubicaba. Donde las Hurdes se llaman Cabrera, el libro que Carnicer escribió relatando lo que había podido ver en su recorrido por el valle del río Cabrera, sirvió para darla a conocer. El escritor de Villafranca del Bierzo fue inmediatamente objeto de las iras de unos y de otros; los poderes públicos le atacaron para, quizás, desviar atenciones, y algunos cabreireses hicieron lo propio por considerar que no habían sido tratados con respeto, al desvelar algunas de sus “miserias”. No obstante, cuando las cosas se sosegaron, las inversiones empezaron a llegar a la Cabrera, mejorándose las comunicaciones y los servicios públicos. Probablemente el libro de Ramón Carnicer tuviera mucho que ver en ello; al menos, esto es lo que creen muchos habitantes de la región. Lamentablemente, ya era tarde para la comarca, como para muchas zonas rurales, y las inversiones no sirvieron para frenar un éxodo masivo de la población que, quizá, sólo las explotaciones (irracionales e incontroladas) de pizarra han evitado que fuera casi total. Pueblos como Santalavilla, que tenía más de doscientos habitantes cuando Carnicer lo visitó, hoy están abandonados. La Cabrera es ya, en gran parte, un paisaje sin figuras. Tan sólo mantienen o han aumentado la población algunos núcleos próximos a explotaciones pizarreras; pero, eso sí, a costa de acabar con los dos únicos valores de futuro alternativos a la minería: el paisaje y la arquitectura popular. Pero para valorar todo esto con el adecuado detalle sería, tal vez, conveniente repetir el viaje de Carnicer y poder comprobar lo que va de ayer a hoy. Andrés Martínez Oria, escritor, apasionado por los viajes y gran admirador del libro de Ramón Carnicer, lo ha hecho, cuarenta y un años más tarde. Reproducimos en lo que sigue parte de lo que ha escrito sobre la primera jornada del viaje: Puente de Domingo Flórez-Pombriego. Donde las Hurdes se llaman Cabrera se ha transformado en Lo que va de ayer a hoy. Viaje a la Cabrera, un homenaje a una maravillosa comarca y a uno de los mejores libros de viajes españoles del siglo veinte. LO QUE VA DE AYER A HOY. VIAJE A LA CABRERA Aprended, flores, en mi/lo que va de ayer a hoy. (Luis de Góngora) El viajero se ha ido despidien- do de lo suyo con la doble certe- za de que no irá muy lejos y de que volverá pronto, si Dios quie- re, que no es poca certeza. Por eso el viaje no es ni puede ser, como diría algún cursi de tres al cuarto, metáfora de la vida. Ni mucho menos. Un viaje es un via- je, y la vida es otra cosa. No hay que ponerse melodramáticos. El viajero va a ir, como quien dice, al pie de casa y poco más. Deje- mos la cosas en su punto. El via- jero acaba de salir de casa bor- deando esa hora taurina en que las ciudades levíticas, y las que no lo son, están a punto de des- perezarse de la siesta o juegan la partida a la subasta perrera de- trás de un buen farias y con una copa de coñá color de oro a mano. Y de este modo, sin que nadie lo sintiera, ha puesto el pie en el estribo con grandísimo júbilo de ver lo fácil que es poner en marcha y dar co- mienzo a un afán largo tiempo acariciado en el pensamiento, que es donde mayor- mente tienen origen las empresas huma- nas que se precien. Al coger el tren, el viajero vio la luz tormen- tosa abatiØndose sobre los centenales a pun- to de amarillear en las laderas de San Justo y San RomÆn, al otro lado del río. Hay quien dice que el escalón mÆs difícil de salvar es el de la puerta de casa, y en eso va en lo cierto. Luego, todo es dejarse llevar. [] [] La estación de Quereæo es pequeæa, ruinosa y mugrienta. ¿Estamos? Tiene las pa- redes desconchadas y escritos obscenos por doquier. Pero es una estación como otra cual- quiera y cumple a las mil maravillas su pa- pel. O sea, que el tren para un poco despuØs de su hora, el viajero desciende con los bÆr- tulos como puede y sale a la plazuela. Por- que la estación de Quereæo tiene su placita delante como cualquier estación del mundo, aquí o en el extranjero, llÆmese Atocha o San LÆzaro, un suponer. […] El viajero ve cómo un hombre en si- lla de ruedas, que se toma su cervecita y se fuma su cigarrillo tan pancho a la puerta de un bar, lo mira con toda la conmisera- ción del mundo, como quien dice, “adónde irá este pobre diablo, con la que está ca- yendo”. Y no va desencaminado. El viajero está rodeado de una más que discreta mochila, de una riñonera, de una cantim- plora, de un bastón que fuera apoyo firme del señor abuelo de su señora esposa y de un sombrero de paja, de ésos de segador, que son los más frescos y eficaces contra el sol, dígase lo que se diga. Y si no haga la prueba el lector in- quisidor, quisquilloso y descreído. El viajero procede pacientemen- te a cargar con el bagaje ante la mirada compasiva y no desprovis- ta de alguna sorna del hombre de la silla de ruedas a quien envidia sin disimulo el viajero, que en este preciso momento acaba de llegar a la conclusión de que, por arte de birlibirloque, ha dejado de pertene- cer a la casta privilegiada de los via- jeros para venir a caer en la ínfima categoría del simple caminante de a pie, que es de lo peor que se pue- de ser en este mundo si uno ob- serva bien los gestos de conmise- ración que va despertando en quien le dice adiós. _ A las buenas tardes. _ Que a la sombra no son malas. Como haber, las hay peores. Adónde va con tan- ta mercancía, si puede saberse. _ A Puente de Domingo Flórez. _ Pues lo tiene bien cerca, a la otra vera del río. Según va, calle abajo, con sólo pa- sar el puente ya está usted en las calles de Puente. ¿Qué le parece? _ Lejos no es que sea. Veremos si llego sano y salvo. […] El Hostal La Torre, junto a la ga- solinera, es lugar pintiparado para hacer parada y fonda, cerca del río Sil, con par- que mimosamente cuidado de césped, ár- boles y flores a los lados de un arroyo

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Donde Las Hurdes Se Llaman Cabrera

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Page 1: Donde Las Hurdes Se Llaman Cabrera

42/ARGUTORIO 1er SEMESTRE 2003

Andrés Martínez Oria

En 1962, Ramón Carnicer realizó un viaje a pie por una de las comarcas más pobres y olvidadas de España: la Cabrera leonesa.Probablemente, las condiciones de vida en la Cabrera no eran mejores –quizá peores- de las de las Hurdes, la región que, a partirde la visita de Alfonso XIII y la difusión subsiguiente de ésta, se hizó célebre por la mísera existencia de sus habitantes. Sinembargo, ésta era una situación desconocida para la gran mayoría de la población, incluyendo los habitantes de la propia provinciade León, donde se ubicaba. Donde las Hurdes se llaman Cabrera, el libro que Carnicer escribió relatando lo que había podido veren su recorrido por el valle del río Cabrera, sirvió para darla a conocer. El escritor de Villafranca del Bierzo fue inmediatamenteobjeto de las iras de unos y de otros; los poderes públicos le atacaron para, quizás, desviar atenciones, y algunos cabreireseshicieron lo propio por considerar que no habían sido tratados con respeto, al desvelar algunas de sus “miserias”. No obstante,cuando las cosas se sosegaron, las inversiones empezaron a llegar a la Cabrera, mejorándose las comunicaciones y los serviciospúblicos. Probablemente el libro de Ramón Carnicer tuviera mucho que ver en ello; al menos, esto es lo que creen muchoshabitantes de la región.

Lamentablemente, ya era tarde para la comarca, como para muchas zonas rurales, y las inversiones no sirvieron para frenar unéxodo masivo de la población que, quizá, sólo las explotaciones (irracionales e incontroladas) de pizarra han evitado que fuera casitotal. Pueblos como Santalavilla, que tenía más de doscientos habitantes cuando Carnicer lo visitó, hoy están abandonados. LaCabrera es ya, en gran parte, un paisaje sin figuras. Tan sólo mantienen o han aumentado la población algunos núcleos próximosa explotaciones pizarreras; pero, eso sí, a costa de acabar con los dos únicos valores de futuro alternativos a la minería: el paisajey la arquitectura popular.

Pero para valorar todo esto con el adecuado detalle sería, tal vez, conveniente repetir el viaje de Carnicer y poder comprobar loque va de ayer a hoy. Andrés Martínez Oria, escritor, apasionado por los viajes y gran admirador del libro de Ramón Carnicer, lo hahecho, cuarenta y un años más tarde. Reproducimos en lo que sigue parte de lo que ha escrito sobre la primera jornada del viaje:Puente de Domingo Flórez-Pombriego. Donde las Hurdes se llaman Cabrera se ha transformado en Lo que va de ayer a hoy. Viajea la Cabrera, un homenaje a una maravillosa comarca y a uno de los mejores libros de viajes españoles del siglo veinte.

LO QUE VA DE AYER A HOY. VIAJE A LA CABRERA

Aprended, flores, en mi/lo que va de ayer a hoy . (Luisde Góngora)

El viajero se ha ido despidien-do de lo suyo con la doble certe-za de que no irá muy lejos y deque volverá pronto, si Dios quie-re, que no es poca certeza. Poreso el viaje no es ni puede ser,como diría algún cursi de tres alcuarto, metáfora de la vida. Nimucho menos. Un viaje es un via-je, y la vida es otra cosa. No hayque ponerse melodramáticos. Elviajero va a ir, como quien dice,al pie de casa y poco más. Deje-mos la cosas en su punto. El via-jero acaba de salir de casa bor-deando esa hora taurina en quelas ciudades levíticas, y las queno lo son, están a punto de des-perezarse de la siesta o jueganla partida a la subasta perrera de-trás de un buen farias y con una copa decoñá color de oro a mano. Y de este modo,sin que nadie lo sintiera, ha puesto el pieen el estribo con grandísimo júbilo de verlo fácil que es poner en marcha y dar co-mienzo a un afán largo tiempo acariciadoen el pensamiento, que es donde mayor-mente tienen origen las empresas huma-nas que se precien.

Al coger el tren, el viajero vio la luz tormen-tosa abatiéndose sobre los centenales a pun-to de amarillear en las laderas de San Justoy San Román, al otro lado del río. Hay quiendice que el escalón más difícil de salvar es elde la puerta de casa, y en eso va en lo cierto.Luego, todo es dejarse llevar. [�]

[�] La estación de Quereño es pequeña,ruinosa y mugrienta. ¿Estamos? Tiene las pa-redes desconchadas y escritos obscenos pordoquier. Pero es una estación como otra cual-

quiera y cumple a las mil maravillas su pa-pel. O sea, que el tren para un poco despuésde su hora, el viajero desciende con los bár-tulos como puede y sale a la plazuela. Por-que la estación de Quereño tiene su placitadelante como cualquier estación del mundo,aquí o en el extranjero, llámese Atocha o SanLázaro, un suponer.

[…] El viajero ve cómo un hombre en si-lla de ruedas, que se toma su cervecita yse fuma su cigarrillo tan pancho a la puertade un bar, lo mira con toda la conmisera-ción del mundo, como quien dice, “adóndeirá este pobre diablo, con la que está ca-yendo”. Y no va desencaminado. El viajeroestá rodeado de una más que discretamochila, de una riñonera, de una cantim-plora, de un bastón que fuera apoyo firmedel señor abuelo de su señora esposa y deun sombrero de paja, de ésos de segador,

que son los más frescos y eficacescontra el sol, dígase lo que se diga.Y si no haga la prueba el lector in-quisidor, quisquilloso y descreído.

El viajero procede pacientemen-te a cargar con el bagaje ante lamirada compasiva y no desprovis-ta de alguna sorna del hombre dela silla de ruedas a quien envidiasin disimulo el viajero, que en estepreciso momento acaba de llegara la conclusión de que, por arte debirlibirloque, ha dejado de pertene-cer a la casta privilegiada de los via-jeros para venir a caer en la ínfimacategoría del simple caminante dea pie, que es de lo peor que se pue-de ser en este mundo si uno ob-serva bien los gestos de conmise-ración que va despertando en quien

le dice adiós._ A las buenas tardes._ Que a la sombra no son malas. Como

haber, las hay peores. Adónde va con tan-ta mercancía, si puede saberse.

_ A Puente de Domingo Flórez._ Pues lo tiene bien cerca, a la otra vera

del río. Según va, calle abajo, con sólo pa-sar el puente ya está usted en las calles dePuente. ¿Qué le parece?

_ Lejos no es que sea. Veremos si llegosano y salvo.

[…] El Hostal La Torre, junto a la ga-solinera, es lugar pintiparado para hacerparada y fonda, cerca del río Sil, con par-que mimosamente cuidado de césped, ár-boles y flores a los lados de un arroyo

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1er SEMESTRE 2003 ARGUTORIO/43

cantarín.[…] Escalonado en la ladera derecha del

tajo abierto por el río Cabrera, que aquí yase le ve lanzado en busca de la cariciamimosa del Sil, bien puesto al mediodía,Puente parece maniatado por un aire dedecadencia del que no acaba de liberarse.Y sin embargo esa primera sensación esengañosa, porque hay dos Puentes. El cas-co viejo de siempre, y el que se ha ensan-chado camino de Quereño y en los extre-mos, al otro lado del puente y al costadode la gasolinera. El Puente viejo y el Puen-te nuevo. El ayer y el hoy.[…]

[…] Los de Puente de Domingo Flórezno se sienten parte de la Cabrera, eso seve. Al caminante siempre le ha resultadoparadójico ese afán de muchas cabezasde comarca de distanciarse de la tierra quesostiene, quiérase o no, sus industrias ymercados.

Ese aire un poco agobiante de que ha-blara Ramón Carnicer en su viaje a estatierra allá por 1962, como corresponde alos 381 metros de altitud, una de las locali-dades más bajas de la provincia, se sientehoy más opresivo debido a la amenaza detormenta. Por las plazuelas y calles estre-chas, tenía que hacer maniobras para nodar en los balcones el coche de línea quevenía de Ponferrada o de Valdeorras y lle-gaba hasta Pombriego, punto final de unacarretera imprevisible, sin asfaltar, a vecessin puentes a causa de la riada. A partir deaquí, sólo quedaban caminos carreteros yde herradura. Para muchos era en estepunto donde empezaba la Cabrera de ver-dad, la Cabrera profunda. De esa Cabrerade hace cuarenta años a la de hoy, hanmejorado muchas cosas y han empeoradootras. Se ha progresado notablemente enmateria de comunicación y comodidades.Pero ha desaparecido la gente de muchospueblos.[…]

DE PUENTE DE DOMINGOFLÓREZ A VEGA DE YERES

Cuando pican a la puerta, el caminantehace mucho que está despierto. El cami-nante se ha despertado bastante antes delas siete, a pesar de haber dormido tarde ymal a causa del calor. El caminante desa-yuna café con leche, croissant y zumo denaranja en el bar del Hostal. A esa horaparan a tomar café los que van a las cante-ras. Casi nadie dice una palabra. Pasadaslas ocho, toma la desviación que indica

VEGA DE YERES 4 POMBRIEGO 12La carretera asciende en un repechón

despiadado y el caminante se detiene unmomento, junto a los corimbos floridos delas hortensias, a oír los gallos y ver abajolos tejados negros de pizarra de Puente deDomingo Flórez. […]

[�] Todavía se ve a lo lejos el caserío alti-vo de San Pedro de Trones y el caminante yaentra en los primeros huertos de Vega de

Yeres.

VEGA DE YERES

Vega de Yeres es un pueblo caminero, quees como decir un pueblo surgido a lo largode un camino convertido en calle por dondea duras penas pueden cruzarse dos coches.Las casas son de dos plantas, de piedrapizarrosa. A veces los vanos estánenmarcados en piedra color óxido, como enPuente de Domingo Flórez. Las hay que con-servan el entramado de cañizo revocado debarro en la segunda, y magníficas galerías,abiertas o cerradas con tablas, al mediodía.[�]

A la salida de Vega de Yeres el caminanteve a una mujerina regando un huerto de pi-mientos y cebollas frente a un casón antiguo,al otro lado de la carretera. Lleva bata gris,de lunares, y se la ve vieja y seca. El cami-nante no descubre un asomo de alegría ensus ojos diminutos.

_ Estoy aquí, plantando lechuga._ De momento, no calienta mucho._ Vele ahí.La mujerina se echa las manos a la cabe-

za cuando oye que el caminante piensa reco-rrer la Cabrera a pie.[�]

[…]El caminante llega a la señal quepone Castroquilame y cae en la cuenta deque aún lleva a mano la ramita de olivo quecortó ayer en Puente de Domingo Flórez.

CASTROQUILAME

El caminante, que es muy amigo de susamigos, pregunta por la iglesia a unos al-bañiles que restauran una casa antigua porlo alto, con la seguridad de que al lado dela iglesia andará, no muy lejos, el cemen-terio. Al caminante le da corte preguntardirectamente por el cementerio, pero es adonde de verdad quiere encaminar suspasos. El bar donde tienen las llaves de laiglesia está aún cerrado. El caminante seasoma a la ventana y ve cacharros sin fre-gar en la pila. Cerca, en cambio, queda otroque ya tiene música y vida bien de maña-na. Al caminante le han entrado unas ga-nas invencibles, un auténtico apetito des-ordenado, de ir a tomar un café con lecheal bar de la música, pero antes quiere cum-plir una obligación que tiene contraída ysube por una calle en cuesta, entre higue-ras bravías y una fuente cantarina y enig-mática, camino de la iglesia. Les preguntaa unas vecinas que le dan al palique a lapuerta de un corralón y le dicen que sigacalle arriba. La iglesia de Castroquilame esde lo más compuesto y repulido. […]

El caminante vuelve a sentarse en lasescaleras que suben a la torre, frente a laentrada de mediodía que presenta los va-nos enmarcados en esa piedra color óxidoque viene observando desde Puente de Do-mingo Flórez. Bajo la escalera hay un arco

de medio punto, bajo, que es la entrada alcementerio. Los ataúdes deben cogersebajos para poder traspasar esta puerta, porsuerte abierta. El caminante deja los bártu-los donde los posó, que no están en malsitio, y entra en el cementerio con el ramitode olivo en la mano. Es un recinto que cir-cunda la iglesia por dos de sus lados, conla mayoría de los enterramientos en nichosrecubiertos de mármol oscuro donde elcaminante va leyendo los nombres. En loscementerios es donde mejor se ven losapellidos de un pueblo. Aquí abundan losÁlvarez, Ramos, Méndez, Prada, Blanco,Teumenón, Escuredo. También hay algúnGómez, Voces, Cotado, Castañé oCañueto. El caminante anda buscando elnicho del tío de su amigo y da con él casi ala primera,

D.E.P.D. Manuel Álvarez AguadoV17-10-1986 a los 71 años

Rdo de su esposa.

El caminante, que es muy mirado enestas cosas, deja el ramito de olivo que traedesde Puente de Domingo Flórez en el ni-cho del tío de su amigo y le dedica un re-cuerdo silencioso. Lo hace lo mejor quepuede, con respeto y recogimiento, comodeben hacerse estas cosas, y se esfuerzaen imaginarse a don Manuel, maestro deescuela que quiso quedar aquí, en la tierrade su esposa y de sus discípulos, parasiempre. Por lo que tiene entendido el ca-minante, levantó de su propio peculio laescuela y arregló el tejado de la iglesia, yfue buena persona, que no son pocos mé-ritos. Ya quisieran muchos que se dijerade ellos lo mismo. Pero no. Hay buenasgentes y hay gente turbia. Don Manuel era,al parecer, trigo limpio.

El caminante se detiene a mirar algunaslápidas en la pared excavada en la ladera,como si fueran tumbas rupestres. Algunastienen flores recientes y a otras se las veen cambio abandonadas. Da su aquél veruna tumba abandonada. Es cosa verdade-ramente triste. Pero hay muertos que sequedan sin nadie que vele su recuerdo yha de ser el caminante quien los tenga pre-sentes en su andar ocioso y vagabundo.D.E.P. D.ª Simona Álvarez Rodríguez + 27octubre 1942 a los 77 años. Jesús MerayoMerayo. El resto de la lápida queda ente-rrado en la maleza. Una crucecita de hie-rro forjado, con unas flores de papel des-coloridas, pegada a la pared de la iglesia,reza, Las dos hermanas Encarnitas ÁlvarezÁlvarez fallecieron en 1945 y 1947 a los 15y 18 meses de edad. Recuerdo de sus pa-dres. Si es bien triste que los hijos entie-rren a los padres, va contra natura que seanéstos quienes tengan que dar tierra a loshijos. Y más a tan tierna y prometedoraedad. Misterio insondable, como todos losmisterios, cie

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go azar, cruel destino o simple y verda-dera mala suerte, ahí queda en todo caso,reducido a las escasas líneas de una ins-cripción funeraria, el testimonio callado deun dolor sin límites, a lo mejor evitable conuna tan elemental como imposible atenciónmédica. Cosas de la vida, que es muy cucaella y nos tiene reservadas las sorpresasmás imprevisibles a la vuelta de la esqui-na. No estés preparado, amigo lector, y yaverás lo que es bueno. […]

El caminante vuelve al atrio y sube a latorre a ver el sobrecogedor panorama demontañas que rodea a Castroquilame. Enla ladera de enfrente, ser-pentea la carretera que va alos tres barrios de Robledode Sobrecastro, barrio deFondo de Vila, barrio deCampelo y barrio de laLomba. Por allí ve brillar unafurgoneta blanca, de las dereparto. El caminante seajusta otra vez los bártulos,la operación lleva su tiempoy requiere hábito, y descien-de por la calle empinada, en-tre la iglesia y las casas vie-jas que vio desde arriba. Enuna portalada que da paso aun zaguán y un patio, estánsentados un matrimonio dejubilados. El caminante dalos buenos días y se detienea pegar la hebra un rato, sinmirar el tiempo, que es la mejor forma deandar errante por el mundo. Ellos se inte-resan por el viaje y él lleva las aguas a sumolino, que no es otro en este caso que elasunto de don Manuel, el maestro. Mien-tras el hombre da sus puntos de vista, lamujer escucha desde la prevención lejanade un mutismo impasible e impenetrable.A veces, incluso exasperante. El hombrese refiere frecuentemente a la emigracióna la que se vieron obligados, sin mencio-nar el país. Luego vinieron a trabajar aPonferrada. Ahora están jubilados y hanvuelto a Castroquilame, donde las cosasvan de mal en peor porque los jóvenes noquieren saber nada de esto y no hay másque viejos. El caminante quiere volver a donManuel, el maestro. Pero hay otrosmanueles en esta tierra de los que tambiénle gustaría que le hablaran.

_ Así que viene a ver esto. Pues tienebien poco que ver. Al subir, le oímos pre-guntar por las llaves de la iglesia. Si quiereverla, las tienen en una casa, al lado delbar. El de la música no, el otro. Es una igle-sia muy bonita.

_ No se preocupe. Lo que me interesa-ba era el cementerio y ya lo vi. Por suerte,estaba la puerta abierta. Venía buscandola tumba de don Manuel, el maestro.

_ Ah, don Manuel. Sí, hombre. Era depor ahí, de La Cepeda, según tengo enten-dido. Enseñaba mucho y era buena perso-na. Sí, hombre, don Manuel. Era muy bue-

no, ya le digo. Anduvo de maestro algúntiempo por San Pedro de Trones yCarucedo. ¿Conoce aquello?

_ Sí señor. […]_ Y del otro Manuel, ¿se acuerda?El hombre mira al caminante sin acabar

de comprender._ Sí, hombre, Girón._ Ah, los rojos. Anduvieron por aquí, sí.

Yo a Girón no llegué a conocerlo. Era pocomás que un niño, y marché a la emigraciónpronto. No lo recuerdo, pero oí hablar de élmucho. Una vez, asaltaron el pueblo. Ve-nían en busca de dos falangistas, pero uno

se les escapó.El caminante supone que al otro le die-

ron matarile, pero no queda claro ni se atre-ve a preguntar. El hombre habla sin muchaprecisión, como quien no está dispuesto aentrar en mayores honduras. El caminantese despide y continúa calle adelante. Vuel-ve a pasar junto a la fuente y huele el aro-ma silvestre de las higueras. EnCastroquilame se dan unas condicionesclimáticas únicas y diferentes a la zona. Latemperatura es más cálida y no es difícilencontrar limoneros, granados, melocoto-neros, pavías. […]

Al salir de Castroquilame, el caminanteve dos palomares pintados de blanco, ca-racterísticos, en una ladera al mediodía.Son palomares de piedra, circulares, contejado de una sola vertiente, de los queabundan en la Cabrera. Una especie derúbrica inconfundible. Cada tierra tiene suestilo y sus materiales para los palomares.Al lado de la carretera quedan fincas biencuidadas, donde brilla el rojo saltón de lasguindas y cerezas. El caminante sabe quefue por aquí donde estaba la casa de donManuel, el maestro. Una casona rural congalería y buena biblioteca en la que acos-tumbraba a leer el amigo del caminante,que venía a pasar el mes de septiembrecon su tío. […]

Por la carretera pasan de vez en cuan-

do camiones de pizarra y turismos que vany vienen. Un muchacho, en un coche decolor granate, toma con escasas precau-ciones la desviación de Sotillo. Casi se es-tampa contra un castaño. Lleva la ventani-lla bajada, el brazo en la portezuela y lamúsica a todo volumen.

Desde que comió, sin posibilidad de en-contrar acomodo a la sombra de los casta-ños para echar una cabezada, el caminan-te va de susto en susto y de repechón enrepechón, sudoroso, soleado, por un pai-saje abrupto que no concede tregua. […]

POMBRIEGO

En una revuelta del camino,lo primero que se ve es el ce-menterio de Pombriego. […] Elcaminante debe tomar un ca-mino y continuar aún cosa detrescientos o cuatrocientosmetros entre chopos, cipresesy manzanos, escuchando elrumor de los regueros de aguaen las praderas, dejando a unlado antiguas alqueríasdeshabitadas, hasta llegar a laentrada de la Ferrería, que re-sulta ser Ferraría. El caminan-te apalabra cama y cena, de-sayuno no, porque los dan alas nueve y media, y a esahora piensa llevar casi dos deandadura, se toma un bañofresco y se tumba en la cama

que venía soñando los últimos kilómetros.El caminante se ve en la gloria y hasta sequeda un tanto amodorrado. Cuando abreel ojo, ve un cuarto exterior, comodísimo,que da a un prado con tendal para la ropa.El caminante aprovecha para lavar todaslas lañas, pitarras y miserias que se le haido pegando en el camino y se queda tanfresco. Las de la ropa, las del cuerpo y lasdel alma, que son las que peor se quitan.Y, cuando se siente plenamente reconfor-tado, va en busca de la muchacha que leatendió en la recepción y le pregunta dón-de puede tomar café y con quién pegar lahebra un rato.

_ El mejor es el dueño._ Que se llama._ Marcelino._ Y está._ En el bar. Saliendo a la derecha, al

fondo del camino._ Entendido, guapa.Se queda sonriendo, realmente es boni-

ta, y el caminante, siguiendo punto por pun-to las instrucciones, bordeando el edificiode la posada, magnífico, con galería demadera a rebosar de geranios, orientadaal valle y a Pombriego, llega a un local fres-co y a oscuras en cuyas mesas hay algúncliente mirando la televisión sin mucho afán.En la barra atiende un hombre que andapor los sesenta, arriba o abajo, aún vigoro-so, de pelo blanco, con cara

Lápidas excavadas en la ladera (Castroquilame).

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1er SEMESTRE 2003 ARGUTORIO/45

bonachona y sonriente. El caminantepide café y chupito de manzana con hielo.Un día es un día y hay que celebrar dispo-ner de tan espléndida posada en esta tie-rra. Lástima que más adelante no haya otraigual. Pero todo se andará y no convieneadelantar pesares ni sufrimientos cuandouno está gozando los frescos prados deledén. El caminante se presenta, habla aMarcelino de su viaje y pone ojo al parchey oreja larga a lo que oye.

_ Hombre, le hemos puesto Ferraríaporque es lo más cercano a como decimosaquí. En realidad, yo no soy el dueño. Nosoy el único dueño, a ver si me entiende.Es de cuatro hermanos. Hemos restaura-do una herrería del siglo XVIII que perte-neció al monasterio de San Pedro de Mon-tes, orden de San Benito.[…]

_ En la Cabrera Baja había gente de aquíte espero, según tengo entendido, comodon Manuel, el cura de Odollo.

_ Qué me va a decir de don Manuel.Menudo personaje. Vino de cura y se que-dó atrapado en esta tierra hasta llegar aser uno más de los cabreireses. No es ex-traño, porque Odollo era un pueblo muysuyo. Quiero decir que está en el medio yque una vez llegado ahí, ni para adelanteni para atrás.

_ El punto de no retorno, vaya. El lugarideal para echar raíces.

_ Qué sé yo. En este caso sí. Hombre,Odollo tiene buen agua, tenía sus tierras,mejores o peores. No son como éstas dePombriego, pero se vivía. Trajo a sus pa-dres a Odollo, sabe. Odollo era de donManuel como don Manuel era de Odollo.Vivía en la rectoral con una criada que sellamaba Fermina. Todo eso lo cuentaCarnicer en su libro. ¿Lo conoce? Un libromuy importante. Pintó la Cabrera tal cual.A mucha gente no le gustó porque sacabalas verdades a relucir, pero era lo que ha-bía. Ni más ni menos. Carnicer hizo mu-cho bien a la Cabrera sacando a la luz pú-blica sus carencias y miserias, que eranmuchas. Si no hubiera sido por Carnicer,aún seguiríamos igual. A Carnicer habíaque hacerle un monumento en la Cabrera.

_ Acaba de nombrarlo hijo predilecto elAyuntamiento de Encinedo, ¿no?

_ Pero no vendrá porque está muy ma-yor. Pasa de los noventa. Tengo entendi-do que anda mal, el hombre.

_ Igual es más la cabeza que otra cosa._ Quién sabe. Volviendo a don Manuel,

tenía fama de vestir de cualquier manera.Dicen que le traían zapatos y ropa usadade Ponferrada.

_ ¿Le gustaba el dinero?_ Eso dicen. Pero entonces no lo había.

Yo no lo conocí personalmente, pero por loque dicen no comía ni vestía por ahorrar.Según unos, lo hacía por avaricia y segúnotros para darlo a los necesitados.

_ Y usted qué cree._ Esas cosas, a saber._ Dicen que si tuvo algo de manga an-

cha con los huidos.Marcelino mira al caminante como si

acabara de tocar un asunto harto incómo-do.

_ Huy, eso es cosa de cuidado. Sabe,todavía hay gente que no quiere hablar deello. Se metieron aquí, iban armados, y lagente tenía miedo. Qué se podía hacer. Adon Manuel le pasaría lo mismo. El miedohacía que se les viera menos malos de loque eran.

_ Síndrome de Estocolmo._ Qué sé yo. Llegan diez hombres con

fusiles y pistolas a un pueblo y usted medirá qué se hace. Unos los acogerían con-vencidos, sabe, los menos. La mayoría lestendría que abrir las puertas a su pesar.

_ ¿Es lo que hizo don Manuel, el cura?_ Don Manuel era uno más, y tuvo sus

motivos. Cada cual tiene sus motivos y ra-zones. Don Manuel tuvo que irse a La Bañapor causa de ese asunto. Don Manuel ten-dría miedo o no, como todo hijo de vecino.Cada uno es muy dueño. El Girón era buentirador, eh. Siempre se dijo que donde po-nía el ojo dejaba la bala. Bueno era. Lossuyos le adoraban. Aquí se le llamaba Ma-nuel, no Girón. Hubo una cierta conviven-cia entre los huidos y los guardias, perocuando mandaron a Arricivita de Madrid lascosas cambiaron. Era un comandante dela Guardia Civil que desde Ponferrada diri-gía las operaciones en la sombra. Un ver-dadero cerebro. Frío, calculador, conoce-dor del asunto que traía entre manos. Sa-bía que era muy difícil darle caza y quemientras viviera Girón no era posible aca-bar con los huidos. Así que se le ocurriómeter a un confidente en la banda. Uno deSanta Eulalia. José Rodríguez Cañueto.Para hacer méritos ante Girón e infiltrarseen la partida, mató a dos del pueblo. El pre-sidente, Antonio León, y una mujer casa-da, Carmen, madre de dos hijos, que ante-riormente había sido algo novia deCañueto. A Girón lo mató mientras escri-bía una carta, cerca de Molinaseca. En unlugar que llaman las Puentes de Malpaso.Fue por detrás, le descerrajó un tiro en lanuca.

_ ¿Cree que tuvo algo que ver Alida, lacompañera o querida o como se quiera lla-mar?

_ Qué va. Eso fue todo cosa de Arricivita,que era muy listo. Y del Cañueto, ya digo.Ellos dos.

_ ¿Sabe que esa versión, que pareceser la que más se acerca a la realidad, seignoraba en el Bierzo hasta hace poco yen cambio se conocía perfectamente en laCabrera?

_ Aquí se ha sabido siempre que fueCañueto y que Alida no estuvo implicada.Cómo iba a estar si, ejecutado su marido,Girón fue el hombre de su vida.

_ Ya lo deja entrever Carnicer en su li-bro, en 1964. Más de treinta años antes deque se confirmara, está escrito allí.

_ En Pombriego torturaron a muchosvecinos a causa de ese asunto. Al pare-

cer, la Guardia Civil atrapó a dos de loshuidos. Uno de ellos se fue de la lengua. Alotro lo dejaron escapar y le siguieron la pistahasta Barcelona. Allí le echaron el guantey cayó con abundante información. En con-secuencia, hubo una buena redada y enPombriego torturaron a mucha gente.Pombriego estaba con los de Girón y conla Guardia Civil, por miedo a unos y otros.A ver. Hoy venía la Guardia Civil y mañanalos huidos. Y había que hacer a unos y aotros. Había que vivir.

_ Volviendo a Carnicer, ¿qué hay del barde Armesto?

_ Nada. Ya no existe. Aún le viven loshijos, no crea, pero ya no se dedican alnegocio. Aquello se acabó.

[…]En una rinconada hay un arado ro-mano de madera, de los de esteva y dentalen una pieza, con reja de hierro. Está allípara ser usado, no para ser mirado. La calleno es un museo, sino una calle real. Laestampa de esta calle puede representarmuy bien la Cabrera de hace cincuentaaños o la de hace un siglo. O la de hacedos. Los viejos modos de subsistencia,campesinos y pastoriles, se mantuvieronsin apenas evolución hasta bien entrado elsiglo XX. Luego vino la emigración masiva,los cambios profundos y el declive de todoaquel mundo que ya sólo pervive en algúnrincón como éste, preservado en un mu-seo real, al aire libre. En esta calle no haentrado aún un solo signo de modernidadmás que en el pavimento reciente de ce-mento. Las puertas tienen su gatera. Enalgunas huele a heno, en las más a abono.

[…] El caminante cruza delante de ungrupo de mujeres que charlan pausada-mente a la sombra y da las buenas tardes.A la vuelta de la esquina, ve que viene de-trás una de las mujeres que acaba de salu-dar._ Perdón._ Dígame._ No será usted por casualidad el señor dePonferrada que estoy esperando por lo dela obra.Es una mujer de edad, de pelo gris y ga-fas. Detrás de ella aparece un mocoso depocos años. Un decir, porque se le ve unrapaz pulcro y listo como un conejo._ No señora. Soy un simple curioso queanda recorriendo a pie todos estos pue-blos.[…]

_ Estoy en la Ferrería, ahí abajo, y ma-ñana salgo para Santalavilla, Llamas,Odollo y todo eso.

_ ¿Y piensa hacerlo a pie?_ Pues sí._ Ya tiene mérito._ Bah, no crea._ Que lo hace por escapar de la ciudad,

vaya._ Sí, y por ver la Cabrera._ ¿Le interesa esto?

Page 5: Donde Las Hurdes Se Llaman Cabrera

46/ARGUTORIO 1er SEMESTRE 2003

A Luis Antonio, que fue a Silván.

_ Mucho._ Quién diría que vale algo.

Pero una lo lleva muy dentro, sabe. Hepasado mi vida laboral en París y ahora,jubilada, he vuelto para morir aquí, dondepasé la infancia.

_ No lo diga usted así, aún es joven. En plena charla vuelve el rapaz, quehabía desaparecido un momento, y la mu-jer le pasa el brazo por encima del hombrocon la ternura de una madre o una abuela.Pienso que debe de ser su nieto. El rapazse deja querer y acariciar, y a su corta edadno pierde palabra de lo que decimos. Se leve un rapaz despierto._ Así que va de paso._ Pues sí, hoy aquí y mañana Dios dirá._ Sin coche ni prisas._ Pues no, ya ve usted._ Qué interesante. Yo me llamo Delia PradaBlanco, sabe._ Tanto gusto, yo Andrés. Qué encanto deniño, ¿es su nieto?El caminante acaricia el pelo sua-ve del rapaz, tirando a rubiales,que se deja sobar por la manocariñosa y maternal de Delia._ No, es un vecinito que me tienecogido el cariño y no se aparta demí. Se llama Edilberto._ Bonito nombre, Edilberto._ Pero todo el mundo le llamamosEdi, ¿verdad, cariño?El rapaz asiente, con una sonrisacómplice._ Edi.

[…]_ Tienen ustedes un pueblo y

una naturaleza muy hermosa. LaCabrera es un rincón digno deverse.

_ ¿No ha visto el río?_ Llevo todo el día a su vera._ Y qué me dice._ Qué me dice de qué._ Del agua._ Un poco turbia._ Un poco turbia, dice. Pura contamina-

ción._ ¿De las canteras de pizarra?Delia mira al caminante de arriba abajo.

El caminante se deja examinar con toda lapaciencia.

_ ¿Es usted ecologista?_ No.El caminante es muy suyo, y no se deja

definir ni clasificar tan fácil. El caminantees perro viejo, lamentablemente, está unpoco de vuelta de casi todo, aunque toda-vía deja la puerta abierta a la sorpresa esalgo escéptico, si acaso una migaja soca-rrón, y no está en condiciones de ser prác-ticamente nada que se pueda definir deforma concluyente. Y menos aún, algo ter-minado en ista.

_ De las canteras, claro, qué va a ser sino. Lavan la pizarra, sabe, y sueltan el aguaesa que acaba con todo. Tienen balsaspero qué mas da, abren y, hala, al río.Cuando era niña veía saltar las truchas

desde casa. Desde aquí arriba. La casa demi padre era ésa que están restaurandoahí, no sé si se ha fijado.

_ Algo he visto, sí._ Pues en tiempos, desde ahí arriba, se

veían las truchas saltar. Ahora no se venada. Hay pescadores pero qué mas da,ya no es lo de antes.

_ ¿Y cuál sería la solución?_ Depuradoras. Sabe, el día de las elec-

ciones me presenté a votar con un cartelaquí, que decía “No a la contaminación delrío”, qué le parece.

_ ¿Tuvo el valor de hacerlo?_ ¿Qué si tuve valor? Hombre, claro

que lo tuve. Y más. Sabe lo que le digo,mucha gente me decía, por lo bajo, claro,para que no lo oyeran otros, “Haces bien,Delia, yo estoy contigo”.

_ O sea, que la gente ve mal la contami-nación del agua.

_ ¿Que si lo ven mal? Huy, si yo le dije-

ra. Lo que pasa es que las canteras dantrabajo a los jóvenes, es lo único que hay,sabe, y nadie se atreve a decir lo que pien-sa por miedo a perder el sueldo.

_ Natural. Les pasa como a las mujeresde los militares, que tienen que ser ellaslas que den la cara. Aquí van a tener quesalir ustedes a la calle en representaciónde todos.

_ No estaría mal. Todo el mundo ve conmalos ojos la degradación del río, pero nopueden hacer nada por la cosa del trabajo.Es lo que pasa. La necesidad le tapa a unola boca. Esto no se debería consentir, peroqué puede hacer una mujer sola.

_ Es usted una mujer valiente. Puedenhablar con las autoridades, crear una aso-ciación de amigos de la naturaleza, sacara la luz alguna publicación local, aunquesólo sea una hoja volandera, donde denun-cien esto.

_ No estaría mal, pero es difícil hacerlodesde aquí. Carecemos de medios. ¿Us-ted escribe?

_ Pse. A veces._ Pues hágalo. Escriba de esto. Diga

cómo está el río Cabrera. Diga la verdad,lo que fue y lo que es. Si no escribe, será elsuyo un viaje perdido.

El caminante se ve retado. Es cosa de

recoger el guante o dejarlo en el suelo. Elcaminante comprende que Delia tiene em-puje. Que es una mujer de armas tomar.Que se encuentra ante un ser humano deuna pieza. Que le tiene cogido por el cue-llo, entre la espada y la pared. Que le asis-te, además, toda la razón. Que no pide nadadel otro mundo, sino algo tan sencillo y le-gítimo como respeto a la naturaleza. Queno se opone al progreso, no, que lo únicoque reclama es un río donde se puedanbañar Edilberto y otros niños, y donde sevean saltar las truchas al atardecer, comoen los días lejanos de la infancia, cuandoel valle del río Cabrera era un espacio vir-gen e incontaminado a pesar de todas lasmiseras que había entonces. Al caminantele gustaría hacer más de lo que realmentepuede, que no es sino dejar aquí constan-cia de lo que ve y de lo que oye. Bien poco.Casi nada. Pero es el compromiso que con-trajo con su amiga Delia Prada Blanco,

parisina de Pombriego de toda lavida. Y con su amigo Edi, que noquiere saber nada de estas cosasporque es muy niño aún, pero secoge de la mano de Delia, se aprie-ta contra ella y sonríe con la inocen-cia de los angelotes que andan porahí vagando sin escuela, a ver lo quecae

_ Escribiré._ Hágalo y envíenos una copia de

lo que salga._ Lo haré, Delia, se lo prometo.

Lo haré por usted y por mi amigo Edi.Ojalá pudiéramos hacer algo por elrío, pero ya sabe que la literatura notiene fuerzas para cambiar el mun-do. Eso es una cosa muy seria.

_ Usted escriba._ Lo intentaremos, Delia. Hasta la vista._ Que tenga buen viaje.El caminante está más contento de sus

dos nuevos amigos que de otra cosa. Elcaminante se siente bien de haber habla-do con Delia. El caminante se siente malde no haber tenido un caramelo a manopara su amigo Edi, el rapaz más guapo ycariñoso que vio en la Cabrera. El cami-nante se siente bien y mal, como siemprepasa. El caminante se siente bien de veresta tierra espléndida que la primavera havestido de gala. El caminante se siente malde ver este agua sucia que las canteras, loúnico que da vida a esta tierra, ha man-chado de sospechosos reflejos grises. Situviera el remedio en su mano. Pero quépuede un caminante del camino.

(Fotografías del autor)

Pombriego.