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Desobediencia civil Henry David oreau 1849 Acepto plenamente la divisa: el mejor gobierno es el que menos gobierna, y quisiera verlo actuar en este sen- tido más rápida y sistemáticamente. Realizada, equiva- le en última instancia a esto en lo que también creo: el mejor gobierno es el que no gobierna en absoluto, y cuan- do los hombres estén preparados para él, éste será el tipo de gobierno que todos tendrán. El gobierno es, ba- jo óptimas condiciones nada más que un recurso, pero la mayoría de los gobiernos suelen ser, y a veces todos los gobiernos son inoportunos. Las objeciones que han sido planteadas contra la existencia de un ejército re-

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Desobediencia civil

Henry David Thoreau

1849

Acepto plenamente la divisa: el mejor gobierno es elque menos gobierna, y quisiera verlo actuar en este sen-tido más rápida y sistemáticamente. Realizada, equiva-le en última instancia a esto en lo que también creo: elmejor gobierno es el que no gobierna en absoluto, y cuan-do los hombres estén preparados para él, éste será eltipo de gobierno que todos tendrán. El gobierno es, ba-jo óptimas condiciones nada más que un recurso, perola mayoría de los gobiernos suelen ser, y a veces todoslos gobiernos son inoportunos. Las objeciones que hansido planteadas contra la existencia de un ejército re-

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gular, son muchas y de peso. Finalmente éstas puedentambién aplicarse a un gobierno establecido. El ejér-cito regular no es más que un tentáculo del gobiernoestablecido. El mismo gobierno, que sólo es el medioescogido por el pueblo para ejecutar su voluntad, es-tá igualmente sujeto a sufrir abusos y corrupción an-tes de que el pueblo llegue a actuar a través de él. Loprueba la actual guerramexicana, obra de relativamen-te pocos individuos que utilizan el gobierno estableci-do como instrumento personal, ya que, al principio, elpueblo no habría aceptado este proceder.

¿Qué es este gobierno norteamericano si no una tra-dición, aunque reciente, que se propone transmitirse así misma intacta a la posteridad, pero que a cada ins-tante pierde parte de su integridad? No tiene la vitali-dad ni la fuerza de un solo hombre viviente, ya que unsolo hombre puede doblegarlo a su voluntad. Es unaespecie de pistola de madera para la misma gente. Pe-ro no por esto es menos necesario ya que el pueblodebe tener algún aparato complicado, o lo que fuere, yescuchar el ruido que produce para satisfacer la ideaque tiene de gobierno. Así, los gobiernos demuestrancuán exitosamente se les puede imponer a los hombresy, los hombres a su vez, imponerse a sí mismos parasu propio beneficio. Esto es excelente, todos debemos

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admitirlo. Sin embargo este gobierno nunca fomentópor sí mismo ninguna empresa que no fuera el empeñocon que se apartó de su camino. El no mantiene libreal país. El no coloniza el oeste. El no educa. El carác-ter inherente al pueblo norteamericano es el autor detodo la que se ha realizado, y habría hecho algo mássi el gobierno no se hubiese interpuesto a veces en sucamino; ya que el gobierno es un recurso por el cuallos hombres accederían gustosos a dejar a los demásen paz, y como hemos dicho cuando más oportuno es,es cuando deja más en paz a los gobernados. Si el inter-cambio y el comercio no fuesen maleables, jamás con-seguirían librar los obstáculos que los legisladores lescolocan continuamente en el camino. Si hubiera quejuzgar plenamente a estos legisladores por los efectosde sus acciones y no parcialmente por sus intenciones,merecerían que se les colocase y castigase junto conlas personas nefastas que obstruyen las vías férreas.

Pero para hablar de manera práctica y como ciuda-dano, a diferencia de quienes se autoproclaman parti-darios del no gobierno, no pido inmediatamente queno haya gobierno, sino inmediatamente un gobiernomejor. Dejemos que todo hombre dé a conocer qué ti-po de gobierno merecería su respeto y esto sería unpaso para obtenerlo.

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A final de cuentas, una vez que el poder está en ma-nos del pueblo, la razón práctica por la cual se permiteque una mayoría mande, y por mucho tiempo, no esporque ésta tienda más a estar en la correcto ni por-que esto parezca más justo a la minoría, sino porquefísicamente es más fuerte. Pero un gobierno donde lamayoría manda en todos los casos, no puede basarseen la justicia ni siquiera hasta donde los hombres lacomprendan. ¿No puede haber un gobierno en el quelas mayorías decidan virtualmente según su concien-cia y no en relación a lo correcto e incorrecto? o ¿en elque las mayorías decidan únicamente sobre aquellascuestiones a las cuales es aplicable la regla de la con-veniencia? ¿Debe el ciudadano renunciar a su concien-cia, siquiera por un momento o en el menor grado a fa-vor del legislador? ¿Entonces porque el hombre tieneconciencia? Pienso que debemos primero ser hombresy luego súbditos. No es deseable cultivar tanto respe-to por la ley como por lo correcto. La única obligaciónque tengo derecho de asumir es la de hacer en todomo-mento lo que creo correcto. Se ha dicho con bastanteverdad que una corporación no tiene conciencia, perouna corporación de hombres conscientes es una corpo-ración con conciencia. La ley jamás hizo a los hombresni un ápice más justos; además, gracias a su respeto

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por ella hasta los más generosos son convertidos díaa día en agentes de injusticia. Un resultado común ynatural del indebido respeto por la ley es que se puedever una fila de soldados: coronel, capitán, cabo, solda-dos, dinamiteros y todo, marchar en admirable ordencruzando montes y valles hacia las guerras, contra suvoluntad, sí, contra su propio sentido común y su con-ciencia, lo que convierte esto, de veras, en una arduamarcha de corazones palpitantes. No abrigan la menorduda de que están desempeñando una ocupación de-testable teniendo todos inclinaciones pacíficas. Ahorabien, ¿qué son? ¿Son acaso hombres? ¿O son pequeñosfuertes y polvorines portátiles al servicio de algún ines-crupuloso hombre en el poder? Visitemos el Astillerode la Marina y contemplemos a un marino, un hombretal como lo puede hacer un gobierno norteamericano,o tal como puede hacer a un hombre este gobierno consu magia negra — sombra y reminiscencia — de huma-nidad, un hombre muerto en vida, de pie, y ya, para asídecirlo, sepultado con sus armas y acompañamientosfúnebres, aunque podría ser que,

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Ningún tambor se oyó, tampoco una notafúnebre,

Cuando transportamos su caballo hacia elfuerte;

Ningún soldado disparó una salva deadiós

Ante la tumba donde enterramos a nues-tro héroe.

La masa de hombres sirve al Estado así: no comohombres principalmente sino como máquinas, con suscuerpos. Son el ejército regular y la milicia, los car-celeros, los guardias civiles, la fuerza pública, etc. Enla mayoría de los casos no hay libre ejercicio, ni dejuicio ni de sentido moral, sino que se colocan en elmismo plano que la madera, la tierra y las piedras; yquizá se pudieran fabricar hombres de madera que sir-viesen tan bien a ese fin. Esto no merece más respetoque el que merece un espantapájaros o un puñado deinmundicia. Tienen el mismo valor que los caballos ylos perros. Sin embargo a gente como ésta se les tienecomúnmente por buenos ciudadanos. Otros — como lamayoría de los legisladores, políticos, abogados, minis-tros y funcionarios — sirven al Estado principalmentecon la cabeza, y así como raras veces hacen una distin-

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ción moral, se prestan, sin proponérselo, a servir tantoal demonio como a dios. Muy pocos — como héroes,patriotas, mártires, reformadores en amplio sentido, yhombres — sirven al Estado también con su conciencia,por lo tanto necesariamente en su mayor parte le resis-ten, y comúnmente el Estado los trata como enemigos.Un hombre sabio sólo como hombre será útil y no seprestará a ser arcilla, ni a tapar un agujero para queno pase el viento sino que al menos dejará ese oficio asus cenizas:

Soy de cuna demasiado noble para ser re-ducido a propiedad,

Para ser un subalterno sometido a tutela,un útil servidor y un instrumentode no importa que Estado soberano en el

mundo.

La vida y la muerte del rey Juan, Acto V. Escena 2, W.Shakespeare.

Aquel que se entrega totalmente a sus semejantesresulta inútil y egoísta para ellos; pero quien se les en-trega parcialmente es llamado benefactor y filántropo.

¿Cómo llega a ser un hombre al actuar correctamen-te frente a este gobierno norteamericano de hoy? Res-

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pondo que no puede asociarse a él sin humillarse. Nopuedo aceptar ni por un instante a esa organizaciónpolítica como mi gobierno que es también el gobiernodel esclavo.

Todos los hombres aceptan el derecho a la revolu-ción, o sea, el derecho a negar lealtad y a resistir algobierno cuando su tiranía o su ineficacia son grandese intolerables.Pero casi todos dicen que éste aún no esel caso. Sin embargo, opinan que tal fue el caso en larevolución del 75.1 Si alguien me dijera que aquel fueun mal gobierno porque impuso tributos a ciertos ar-tículos extranjeros traídos a sus puertos, es muy pro-bable que no hubiera hecho bulla sobre el particularya que puedo prescindir de ellos. Todas las máquinasgeneran sus propios conflictos y posiblemente ésta ha-ga suficiente bien para contrabalancear el mal. De to-dos modos es un gran mal hacer bullicio por eso. Perocuando el conflicto llega a tener su propia máquina yque la opresión y el robo están organizados, sostengoque ya no debemos tener una máquina así. En otraspalabras, cuando una sexta parte de la población deuna nación que se ha propuesto ser el refugio de la li-

1 1775: Inicio de la guerra de Independencia de los EstadosUnidos de América.

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bertad, es esclava, y cuando todo un país es invadidoinjustamente y conquistado por un ejército extranjeroy sometido a leymarcial, creo que no es prematuro quelos hombres honestos se rebelen y hagan la revolución.Lo que hace más imperioso este deber es el hecho deque el país invadido no es el nuestro, sino que nuestroes el ejército invasor.

Paley2 reconocida autoridad en cuestiones morales,en su capítulo sobre el deber de sumisión al gobiernocivil, reduce toda obligación civil a un mero recurso; yprosigue para decir que mientras el interés de la socie-dad en conjunto la requiera, esto es, mientras al gobiernoestablecido no se le pueda resistir ni modificar sin contra-riedad pública, es voluntad de dios… que se obedezca algobierno establecido, y nada más. Admitiendo este prin-cipio, la justicia de cada caso particular de resistenciaqueda reducida a la computación de la cantidad de peli-gro y agravio por una parte, y de la probabilidad y costode compensación por la otra. Acerca de esto, dice, cadahombre debe juzgar por sí mismo. Pero Paley no pare-ce haber contemplado nunca aquellos casos a los cua-les la regla del recurso no se aplica, en donde tanto unpueblo como un individuo deben hacer justicia a cual-

2 William (1743-1805). Teólogo y filósofo inglés.

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quier precio. Si le he arrebatado injustamente su tablaa un náufrago, debo devolvérsela aunque me ahogue.Esto, según Paley, sería inconveniente. Pero quien sal-ve su vida en un caso así, se perderá moralmente. Elpueblo tiene que cesar de tener esclavos y de hacer laguerra a México, aunque le cueste su existencia comopueblo.

En su práctica las naciones concuerdan con Paley,pero ¿quién cree que Massachusetts hace exactamentelo correcto en la crisis actual?

Una prostituta de lujo, una mujerzuelavestida de plata,

con la cola del vestido levantada,y el alma arrastrando en la inmundicia.

Hablando de manera práctica, los opositores a unareforma enMassachusetts no son un centenar de milesde políticos en el sur, sino un centenar de miles de co-merciantes y agricultores de aquí, que tienen más inte-rés en el comercio y en la agricultura que en la humani-dad y no están dispuestos a hacer justicia al esclavo y aMéxico cueste lo que cueste. No lucho contra enemigosdistantes sino contra aquellos que cerca de nosotroscolaboran y se solidarizan con los que están lejos, y sin

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los cuales los últimos serían inofensivos. Acostumbra-mos decir que las masas de hombres no están prepara-das; en realidad, el mejoramiento es lento, porque lospocos no son materialmente más sabios o mejores quelos muchos. No es tan importante que los muchos seantan buenos como usted, como que haya alguna bondadabsoluta en alguna parte, ya que esto hará fermentartodo el amasijo. Haymillares que en opinión se oponena la esclavitud y a la guerra, pero que, sin embargo, nohacen nada para poner fin a ambas; que, considerándo-se hijos de Washington y de Franklin, se sientan conlas manos en los bolsillos y dicen que no saben quehacer, y no hacen nada; quienes hasta relegan la cues-tión de la libertad a la cuestión del comercio libre, yleen tranquilamente las fluctuaciones de precios juntocon las últimas noticias de México, después de cenar,y que a veces se quedan dormidos sobre ambas. ¿Cuáles hoy la fluctuación de precios de un hombre honestoy un patriota? Vacilan y lo deploran, a veces suplican,pero no hacen nada serio ni eficaz. Esperarán, dispues-tos, a que otros remedien el mal, a que ya no tenganque deplorarlo. A lo sumo sólo otorgan un voto baladíy un débil apoyo así como un deseo de buena suertea lo correcto y ya. Hay novecientos noventa y nuevepatrones de virtud por cada hombre virtuoso. Pero es

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más fácil entenderse con el verdadero poseedor de unacosa que con el custodio temporal de la misma.

Toda votación es una especie de juego, como las da-mas o el backgammon, con un leve toque moral en él,un juego con acierto y errores, con cuestiones morales,y acompañado naturalmente por las apuestas. El carác-ter de los jugadores no interviene para nada. Depositomi voto al azar, por lo que me parezca bien, pero nome interesa mucho que este derecho prevalezca. Estoydispuesto a dejarlo a la mayoría. Su obligación, por lotanto, nunca supera a la de la conveniencia. Ni siquie-ra votar por lo correcto, es hacer algo por ello. Simple-mente es expresar débilmente a los hombres su deseode que prevalezca. Un hombre sabio no dejará lo co-rrecto librado a la suerte, ni querrá que prevaleciese através del poder de la mayoría. Hay poca virtud en laacción de las masas de hombres. Cuando la mayoríallegue a votar finalmente por la abolición de la escla-vitud, lo hará porque es indiferente a la esclavitud oporque muy poca esclavitud queda pendiente de abo-lir por su voto. Entonces los únicos esclavos serán ellos.Sólo puede acelerar la abolición de la esclavitud el votode aquel que afirme su propia libertad por su voto.

Supe que se celebrará una convención en Baltimore,o donde fuere, para nombrar un candidato a la presi-

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dencia; convención formada principalmente por direc-tores de diarios y hombres que son políticos profesio-nales, pero pienso ¿qué significa para cualquier hom-bre independiente, inteligente y respetable, la decisiónque adopten? Sin embargo, ¿no debemos contar conla ventaja de su sabiduría y de su honestidad?, ¿no po-demos contar con algunos votos independientes?, ¿nohay muchos individuos en el país que no concurren alas convenciones? Claro que no: considero que el hom-bre respetable, así llamado, ha abandonado inmedia-tamente su posición y desespera de su país, cuandosu país tiene más motivos para desesperar de él. In-mediatamente adopta entonces a uno de los candida-tos seleccionados como el único disponible, probandoasí que él mismo está disponible para cualquier desig-nio del demagago. Su voto no vale más que el de cual-quier extranjero sin principios o de un nativo merce-nario susceptible de ser comprado. Nuestras estadís-ticas son inexactas: arrojan una población demasiadogrande. ¿Cuántos hombres hay por cada mil millas cua-dradas en este país? Difícilmente uno. ¿Norteaméricano ofrece ningún incentivo para que los hombres se

3 Miembro del Independent Order of Odd Fellows, una so-ciedad secreta fundada en Inglaterra en el siglo XVIII.

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establezcan en ella? El norteamericano ha quedado re-ducido a un Odd Fellow3, persona que puede ser cono-cida por el desarrollo de su gregarismo, su manifiestafalta de intelecto y su alegre confianza en sí misma;cuya primera y única preocupación, al llegar al mun-do, es fijarse que las casas de asistencia se encuentrenen buen estado, aún antes de que legalmente haya do-nado el varonil traje para reunir un fondo con el finde sostener a las viudas y huérfanos que pueda haber;persona que, en suma, únicamente se aventura a vivircon ayuda de la compañía de seguros mutuos, que leha prometido enterrarla decentemente.

No es deber de hombre, en efecto, dedicarse a la erra-dicación de algúnmal, por enorme que fuere; uno debetener siempre sus propios asuntos que lo comprome-tan, pero es su deber, por lo menos lavarse las manos,y, si ya no le dedica el pensamiento, no prestarle prác-ticamente su apoyo. Si yo me dedico a otras activida-des y meditaciones, primero debo cerciorarme, por lomenos, de que no las realizo sentado sobre los hom-bros de otro. Debo colocarlo primero a él para que éltambién realice sus meditaciones. Veamos cuan inde-corosa inconsistencia se tolera. He oído decir a algu-nos de mis conciudadanos: ojalá me ordenasen ayudara sofocar alguna insurrección de esclavos o marchar a

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México; verían como me rehusaría, y sin embargo es-tos muy hombres, directamente por su lealtad, y por lotanto, indirectamente, cuando menos, con su dinero,hicieron que el gobierno pueda pagar a otro para quehaga lo que ellos rehúsan hacer. El soldado que se nie-ga a participar en una guerra injusta es aplaudido porlos mismos que no se niegan a sostener al gobiernoinjusto que hace la guerra; es aplaudido por aquelloscuya propia actitud y autoridad él desconsidera y re-duce a la nada; como si el Estado se apenase a tal gra-do que contratase a alguien para que se insubordinaracontra sus injusticias, pero no tanto como para dejarde cometerlas. Así en nombre del orden y del gobiernocivil, a fin de cuentas estamos hechos para rendir ho-menaje y prestar apoyo a nuestra propia mezquindad.Tras el primer sonrojo de injusticia se presenta su in-diferencia, y así su original inmoralidad se conformaen amoralidad no del todo innecesaria para la vida quehemos hecho.

El error más obvio y más común requiere de lamás desinteresada habilidad para sostenerlo. Son laspersonas nobles las más susceptibles de atraerse so-bre sí mismas la leve vergüenza a la que el patriotis-mo está usualmente propenso. Aquellos que, mientrasdesaprueban el carácter y las medidas de un gobierno,

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le prestan su lealtad y su apoyo, son indudablementesus partidariosmás conscientes y, por lo tanto, a menu-do se convierte en los más serios obstáculos para rea-lizar reformas. Algunos piden al Estado que disuelvala Unión, que desatienda las solicitudes del presidente.¿Por qué, entonces, no la disuelven ellos mismos — launión entre ellos mismos y el Estado — y se niegan apagar sus impuestos al tesoro? ¿Acaso no están ellosen la misma relación con el Estado que el Estado conla Unión? ¿y acaso las razones que impiden al Estadoresistir la Unión no son las mismas que les impidenresistir al Estado?

¿Cómo puede un hombre conformarse con tener só-lo una opinión y disfrutarla? ¿Hay algún goce en ellosi opina que fue agraviado? Si su vecino le estafa undólar, usted no se conforma con saber que lo han esta-fado ni con decir que lo han estafado, o ni siquiera conpedirle que le pague lo que le debe, sino que inmediata-mente toma medidas concretas para obtener el impor-te completo y prever que no le vuelvan a estafar. Laacción por principio, la percepción y el desempeño delderecho, modifica cosas y relaciones; es esencialmenterevolucionaria y no coincide plenamente con nada delo que era antes. No solamente divide Estados e Igle-

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sias, divide familias; sí, divide al individuo separandolo diabólico de lo divino en él.

Existen leyes injustas: ¿debemos conformarnos conobedecerlas o, debemos tratar de enmendarlas y aca-tarlas hasta que hayamos triunfado o, debemos trans-gredirlas de inmediato? Los hombres en general, bajoun gobierno como éste, piensan que deben esperar has-ta convencer a la mayoría para modificarlas. Piensanque si resisten, el remedio sería peor que la enferme-dad. Pero es el gobierno quien tiene la culpa de queel remedio sea peor que la enfermedad. El gobierno loempeora. ¿Por qué no es más capaz de anticiparse yprever para lograr reformas? ¿Por qué no aprecia a susabia minoría? ¿Por qué llora y se resiste antes de serherido? ¿Por qué no alienta a sus ciudadanos a estaralertas para señalarle sus faltas y así poder actuar me-jor? ¿Por qué siempre crucifica a Cristo, excomulga aCopérnico y a Lutero y declara rebeldes a Washingtony a Franklin?

Uno creería que una negación deliberada y prácticade su autoridad fuese la única ofensa jamás contem-plada por gobierno alguno; además ¿por qué no le haasignado el castigo preciso y proporcional que le co-rresponde? Si un hombre que no tiene bienes se niegasólo una vez a ganar nueve chelines para el Estado, se

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le encarcela durante un periodo ilimitado sin mediarmandamiento legal alguno, y esto determinado sola-mente por quienes le colocaron ahí, pero si roba no-venta veces nueve chelines al Estado, al poco tiempose le deja en libertad.

Si la injusticia forma parte de los problemas inhe-rentes a la máquina de gobierno, dejémosla funcionar,que funcione: quizá desaparecerán ciertamente las as-perezas y la máquina se desgastará. Si la injusticia tie-ne una cuerda, una polea, una soga o un eje exclusiva-mente para ella misma, entonces se podría considerarsi el remedio no sería peor que la enfermedad, pero sies de tal naturaleza que requiere que usted sea el agen-te de injusticia para otro, entonces, digo, ¡viole la ley!que su vida sirva de freno para parar la máquina. Loque debo hacer es ver a cualquier precio que no mepresto para fomentar el mal que condeno.

En cuanto a adoptar los medios que el Estado ha pro-porcionado para remediar el mal, no conozco tales me-dios. Toman demasiado tiempo, más que la vida de unhombre. Tengo otros asuntos que atender. No vine aeste mundo principalmente para hacerlo un lugar ade-cuado para vivir, sino para vivir en él, sea bueno o ma-lo. El hombre no debe hacerlo todo, pero sí algo; y co-mo no puede hacerlo todo, no hace falta que haga algo

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malo. No es de mi incumbencia recurrir al gobernadoro a la legislatura, así como no es el suyo recurrir a mi:¿que hago si ellos no escuchan mi solicitud? Para estecaso el Estado no ha proporcionado ningún medio: sumismísima constitución es el mal. Puede que esto pa-rezca chocante, obstinado e intolerante pero esto signi-fica tratar con la máxima amabilidad y consideraciónal único espíritu que pueda apreciarlo omerecerlo. Porlo tanto, todo cambio es paramejorar como sucede conel nacer o morir que convulsionan al cuerpo.

No titubeo en decir que quienes se llaman a sí mis-mos Abolicionistas deban retirar inmediata y efectiva-mente su apoyo, tanto en persona como con sus bie-nes, al gobierno de Massachusetts, y no esperar a queformen mayoría de uno, antes de adquirir el derecho aprevalecer por medio de ella. Pienso que basta con quetengan a dios de su parte, sin esperar lo otro. Además,todo hombre que tenga más razón que sus vecinos yaconstituye una mayoría de uno.

Me encuentro con este gobierno norteamericano osu representante, el gobierno estatal, directamente ycara a cara una vez por año — no más — en la perso-na de su cobrador de impuestos; ésta es la única formaen que un hombre de mi condición necesariamente loencuentra; y entonces dice inequívocamente, reconóz-

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came, y la forma más sencilla, más eficaz, y en el esta-do actual de las cosas, la forma precisa de tratar con éleste asunto, de expresar la poca satisfacción y aprecioque se le tenga, es rechazándolo. Mi vecino civil, el co-brador de impuestos, es precisamente el hombre conquien debo lidiar, porque, a fin de cuentas es con hom-bres y no con pergaminos con los que entro en con-tienda, y él ha elegido voluntariamente ser agente delgobierno. ¿Cómo va a saber perfectamente él lo quees y lo que hace como funcionario del gobierno, o co-mo hombre, si no se le obliga a considerar si habrá detratarme a mí, su vecino, al que respeta, como vecinoy hombre honesto, o como maniático y perturbadorde la paz, y ver si puede superar esta obstrucción desu buena vecindad sin un pensamiento o una palabramás ruda e impetuosa que corresponda a su acción?Sé perfectamente que si un millar, si un centenar, siuna decena de hombres a quienes pudiese nombrar —si diez hombres honestos nada más — sí, si un hombrehonesto solamente, en este Estado de Massachusetts,al cesar de tener esclavos, retirase realmente su colabo-ración y fuese recluido en la cárcel del condado poreso, sobrevendría la abolición de la esclavitud en Nor-teamérica. Porque no importa lo pequeño que parezcael comienzo: lo que se hace bien una vez, está hecho pa-

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ra siempre. Pero preferimos hablar y hablar del asuntoque decimos es nuestra misión. La reforma tiene mu-chas veintenas de periódicos a su servicio, pero ni unsolo hombre. Si mi estimado vecino, el embajador delEstado, que dedicara sus días al reconocimiento de lacuestión de los derechos humanos en la Cámara delConsejo, en vez de estar amenazado con las prisionesde Carolina, tuviese que ser el prisionero deMassachu-setts, ese Estado que está tan ansioso de imponer laesclavitud a su Estado hermano — aunque por el mo-mento sólo pueda descubrir un acto de inhospitalidadcomo base de conflicto con él — la legislatura desistiríadel todo este asunto el invierno siguiente.

Bajo un gobierno que encarcela injustamente a cual-quiera, el verdadero lugar de un hombre justo es tam-bién una prisión. Hoy el lugar correcto, el único lugarque Massachusetts ha provisto para sus más libres ymenos desalentados espíritus, está en sus cárceles, pa-ra que sean desterrados y expulsados del Estado porpropia ley de éste, como ya se han autodesterrado porsus principios. Es ahí donde el esclavo fugitivo, el pri-sionero mexicano en libertad condicional y el indioque llegan para abogar por los males de su raza, debe-rían encontrarlos; en ese apartado lugar pero muchomás libre y honroso, un sitio donde el Estado coloca a

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todos los que no están con él, sino contra él — la únicacasa en un Estado esclavista donde el hombre libre pue-de habitar con honor. Si alguien cree que su influenciaahí se perdería y que sus voces ya no afligirían el oí-do del Estado, que no serían como un enemigo dentrode sus muros, no saben cuanto más fuerte es la ver-dad que el error ni cuantomás elocuente y eficazmentepuede combatir la injusticia que él ha experimentadoun poco en su propia persona. Deposite todo su voto,no una tira de papel solamente, sino toda su influencia.Una minoría es impotente si se ajusta a la mayoría; en-tonces ni siquiera es minoría; pero es irresistible si seopone con todo su peso. Si no queda otra alternativaque encerrar a todos los hombres justos en la cárcelo dejar la guerra y la esclavitud, el Estado no vacila-rá en su elección. Si un millar de hombres no pagaselos impuestos este año, la medida no sería ni violen-ta ni sangrienta, como lo sería, en cambio, pagarlos yproporcionarle al Estado la posibilidad de que cometaactos de violencia y de que derrame sangre inocente.Esta, en efecto, es la definición de una revolución pa-cífica, si tal es posible. Si el recaudador de impuestoso cualquier otro funcionario público me pregunta, co-mo uno ya lo ha hecho: ¿pero qué quiere que haga?,mi respuesta es: si realmente quiere hacer algo, renun-

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cie a su cargo. Cuando el súbdito ha negado lealtad yel funcionario ha renunciado a su cargo, entonces larevolución se realiza. Pero supongamos que haya de-rramamiento de sangre. ¿No es una especie de derra-mamiento de sangre cuando la conciencia está herida?Por esta herida escapa la verdadera hombría e inmor-talidad del hombre que sangra hasta la imperecederamuerte. Ahora mismo veo derramarse esta sangre.

He pensado sobre el encarcelamiento del delincuen-te y no la confiscación de sus bienes — aunque am-bos sirvan al mismo fin — porque quienes defiendenel más puro derecho, y en consecuencia, son los máspeligrosos para un Estado corrupto, por lo general nohan pasado mucho tiempo acumulando propiedades.A ellos el Estado les presta relativamente pocos ser-vicios y hasta el más leve impuesto les parece exorbi-tante, sobre todo si se les obliga a ganarlo medianteel sudor de su frente. Si hubiera alguien que vivieseíntegramente sin el uso del dinero, el Estado mismovacilaría en exigírselo. Pero el rico — no porque quie-ra hacer alguna comparación envidiosa — siempre estávendido a la institución que lo enriquece. Hablando entérminos absolutos, cuanto más dinero, menos virtud;porque el dinero se interpone entre el hombre y susobjetos y obtiene éstos para él, y sin duda no fue gran

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virtud conseguirlo. El dinero echa a un lado muchasinterrogantes que de lo contrario se le obligaría a res-ponder, mientras que la única interrogante nueva queplantea es la concreta pero supérflua: cómo gastarlo.De esta manera sus pies dejan de pisar terreno moral.Las oportunidades de la vida disminuyen en la mismaproporción en que lo que se llaman medios aumentan.Lo mejor que un hombre puede hacer por su cultura,cuando es rico, es proponerse llevar a la práctica aque-llos planes que abrigaba cuando era pobre. Cristo res-pondió a los herodianos de acuerdo con su condición.Muéstrenme el dinero de los tributos dijo, y uno de ellosextrajo una moneda de sus bolsillos; — si usan dineroque tiene la imagen del Cesar en él y que éste ha he-cho corriente y de valor, o sea que si son hombres delEstado y gozan satisfechos las ventajas del gobiernodel César, entonces pagadle lo suyo con lo suyo cuan-do lo exige. Por lo tanto, dad al César lo que es del Césary a dios aquellas cosas que son de dios — con lo cual nolos ilustró más que antes en cuanto a de quien era que;porque no querían saber.

Cuando converso con el más libre de mis vecinospercibo que, no importa lo que digan sobre la magni-tud y gravedad del asunto y su interés por la tranquili-dad pública, es que no pueden prescindir de la protec-

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ción del gobierno existente y temen las consecuenciasque su desobediencia atraería para sus propiedades yfamiliares. Por mi parte, no quisiera pensar que siem-pre dependo de la protección del Estado. Pero, si niegola autoridad del Estado cuando me presenta su cuen-ta de impuestos, pronto se posesionará y derrocharátoda mi propiedad y así nos acosará a mí y a mis hi-jos para siempre. Esto es duro. Imposibilita al hombrevivir honesta y al mismo tiempo cómodamente en losaspectos externos. No valdría la pena acumular propie-dad porque sin duda volvería a suceder lo mismo. Hayque trabajar o tomar posesión de una casa en algunaparte, cultivar una pequeña cosecha y comerla pronto.Hay que vivir dentro de uno mismo y depender de símismo siempre alerta y listo para comenzar de nuevoy no tener muchas ocupaciones. Hasta en Turquía unhombre puede enriquecerse con la condición de que entodo sentido sea buen súbdito del gobierno turco. Con-fucio dijo: si un Estado es gobernado por los principiosde la razón, la pobreza y la miseria son motivo de ver-güenza; si un Estado no es gobernado por los principiosde la razón, la riqueza y los honores son motivo de ver-güenza. No: hasta que yo quiera que se me extienda laprotección del Estado de Massachusetts en algún dis-tante puerto sureño donde peligra mi libertad, o hasta

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que yo me dedique únicamente a eregir una finca enmi tierra mediante empresa pacífica, puedo permitir-me negar lealtad a Massachusetts y su derecho sobremi propiedad y sobre mi vida. Me cuesta menos en to-do sentido incurrir en la penalidad de la desobedienciaal Estado, de lo que me costaría obedecer. Me sentiríacomo si valiera menos en este caso.

Hace algunos años el Estado me vino a ver en inte-rés de la Iglesia4 y me ordenó pagar cierta suma paraapoyar a un clérigo a cuya prédica asistía mi padre pe-ro yo no. Pague — decía — o de lo contrario irá a lacárcel. Me negué a pagar; pero lamentablemente otroconsideró conveniente pagar por mí. No vi la razónpor la cual deba imponerse tributo al maestro de escue-la para apoyar al sacerdote y no el sacerdote al maes-tro; porque yo no era el maestro de escuela del Estadosino que me sostenía por suscripción voluntaria. Noveía por qué el liceo no debía presentar su cuenta deimpuesto y hacer que el Estado respaldara su deman-da así como lo hacía la Iglesia. Sin embargo a peticiónde los regidores, accedí hacer una declaración por es-crito: Sepan por estas líneas todos los hombres que yo,Henry Thoreau, no quiero ser considerado como miem-

4 Se refiere a la Iglesia Congregacional.

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bro de alguna sociedad corporizada a la que no me headherido. Entregué la declaración al oficial municipaly ahora él la tiene. Habiéndose enterado entonces elEstado de que no deseaba que se me considerase co-mo un miembro de esa iglesia nunca más ha vuelto ahacerme una demanda similar desde entonces, si biendijo que debía sostener su presunción original en esaocasión. Si hubiera sabido nombrarlas, habría debidofirmar entonces en detalle la lista de todas las socieda-des a las cuales nunca he pertenecido, pero no sabíadonde conseguir una lista completa.

Hace seis años que no pago el impuesto personal.5Por este motivo me tuvieron una noche en la cárcely, cuando meditaba examinando las paredes de sóli-da piedra, de dos a tres pies de espesor, la puerta dehierro y de madera de un pie de espesor, y la reja dehierro que filtraba la luz, no pude menos que pensaren la estupidez de esta institución que me trataba co-mo si simplemente fuese un montón de carne, sangrey huesos, susceptible de encerrarse bajo llave. Me pre-guntaba si habría llegado a la conclusión de que ésta

5 En algunos Estados el pago de este impuesto (en inglés Poll-tax) es un prerrequisito para votar en el Estado o en eleccioneslocales, pero este prerrequisito está prohibido en las eleccionesfederales por enmienda constitucional.

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era la mejor ocupación que podía proporcionarme yque jamás se le ocurrió disponer de mis servicios dealguna manera. Comprendí que, si había un muro depiedra entre yo y mis vecinos de la ciudad había to-davía otro aún más difícil de escalar o romper, antesde que ellos llegaran a ser tan libres como lo era yo.Ni por un momento me sentí encerrado, y las paredesme parecieron un gran derroche de piedra y argamaza.Me sentía como si, entre todos los vecinos, yo fueseel único que había pagado el impuesto. Sencillamenteno sabían como tratarme, sin embargo se comportabancomo personas groseras. En toda amenaza y en todocumplido erraban, porque creían que mi principal de-seo era estar del otro lado de ese muro de piedra. Nopude menos que sonreír viendo cuán diligentementecerraban la puerta a mis meditaciones, que los seguíande nuevo sin prisa ni pausa, y ellos estaban realmenteconvencidos de que todo eso era peligroso. Como nopodían llegar a mí alma, resolvieron castigar mi cuer-po; parecían chiquillos que si no pueden agredir a lapersona contra quien tienen odio maltratan a su perro.Comprendí que el Estado era ingenioso a medias, queera tímido como una mujer solitaria con sus cucharasde plata, que no sabía distinguir a sus amigos de sus

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enemigos, y perdí todo el respeto que conservaba porél y le tuve lástima.

Así, el Estado jamás confronta intencionalmente elsentido intelectual general del hombre, sino sólo sucuerpo, sus sentidos. No está armado con ingenio nihonestidad superior, sino con fuerza física superior.Yo no he nacido para ser obligado. Respiraré a mi pro-pia manera. Veamos quién es el más fuerte. ¿Qué fuer-za tiene una multitud? Sólo pueden forzarme quienesobedecen una ley superior a mí. Me obligan a llegar aser como ellos. No sé de hombres que sean obligados avivir de tal o cual manera por masas de hombres. ¿Quéclase de vida sería esa? Cuando encuentro un gobiernoque me dice: Su dinero o su vida, ¿por qué he de apurar-me a darle mi dinero? Puede estar en un gran apuro yno saber qué hacer; no puedo ayudar en esto. Que seayude a sí mismo; que haga como hago yo. No vale lapena lloriquear por él. Yo no soy responsable del efi-caz funcionamiento de la maquinaria de la sociedad.No soy el hijo del ingeniero. Percibo que, cuando unabellota y una castaña caen juntas, una no permaneceinerte para ceder paso a la otra, sino que ambas obede-cen sus propias leyes germinando, brotando, creciendoy floreciendo como mejor pueden hasta que una llegaa ensombrecer y destruir a la otra. Si una planta no

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puede vivir de acuerdo con su naturaleza, muere; lomismo sucede con el hombre.

La noche en la cárcel fue novedosa y bastante intere-sante. Cuando entré, los presos, en mangas de camisa,disfrutaban una plática y el atardecer en el pasillo. Pe-ro el carcelero dijo: Vamos, muchachos, es hora de re-gresar a sus celdas; entonces se dispersaron y escucheel ruido de sus pasos que se dirigían a los vacíos apar-tamientos. El carcelero me presentó a mi compañerode habitación como una persona de primera categoría ymuy lista. Cuando se cerró la puerta me mostró dondecolgar mi sombrero y como se las arreglaba ahí. Blan-queaban las celdas una vez al mes y ésta por lo menosera la más blanca y la más simplemente amueblada yprobablemente el apartamiento más limpio de toda laciudad. Naturalmente, quiso saber de dónde era y porqué me habían llevado ahí. Cuando se lo dije y le pre-gunté cómo había ido a parar ahí, suponiendo que eraun hombre honesto por supuesto, y cómo están las co-sas creo que lo era. Mire — dijo — me acusan de haberquemado un granero pero nunca lo hice. Según pudedescubrir, es probable que se haya acostado en un gra-nero estando borracho y ahí fumó su pipa, de maneraque el granero se quemó. Tenía fama de hombre lis-to, estaba ahí desde hacía unos tres meses esperando

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el proceso y debería aguardar mucho más, pero esta-ba muy conforme y contento porque le daban pensióngratis y pensaba que lo trataban bien.

El ocupaba una ventana y yo la otra; comprobé que,si uno se queda mucho tiempo ahí, la principal ocupa-ción consiste en mirar por la ventana. Al rato leí to-das las inscripciones dejadas en la celda, examiné pordonde se habían escapado otros presos y donde habíanaserrado un barrote, y me enteré de la historia de losdistintos ocupantes de esa celda; descubrí que hastaaquí, había una historia y comentarios que jamás cir-culaban fuera de los muros de la cárcel. Probablementesea la única casa del pueblo donde se componen ver-sos que después circulan entre los prisioneros pero nose publican. Me mostraron una larga lista de versoscompuestos por algunos jóvenes que fueron sorpren-didos cuando intentaban fugarse, y luego se vengaroncantándolos.

Cuestioné a mi compañero de cautiverio todo lo quepude temiendo que nunca volviese a verlo, pero porúltimo me indicó cuál era mi cama y me hizo apagarla lámpara.

Fue como viajar a un remoto país que nunca esperéobservar y en donde nunca pensé pernoctar una no-che. Me pareció que nunca había oído antes el sonido

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del reloj de la ciudad, ni los ruidos nocturnos del pue-blo, porque dormíamos con las ventanas abiertas, queestaban por dentro de la reja. Habría de ver mi pueblonativo a la luz de la Edad Media, nuestro Concord con-virtióse en una corriente del Rhin y visiones de caballe-ros y castillos desfilaron ante mis ojos. Eran las vocesde viejos aledaños que oía en las calles. Fui espectadory oyente involuntario de todo cuanto se hacía y decíaen la cocina de la posada adyacente, experiencia total-mente nueva y rara para mí. Fue una visión más ínti-ma de mi ciudad nativa. Estaba en sus entrañas. Nuncahabía conocido hasta entonces sus instituciones. Estaes una de sus instituciones peculiares porque es cabe-za de condado. Comencé a comprender qué eran sushabitantes.

Por la mañana nos pasaban el desayuno a través delagujero de la puerta en pequeñas bandejas rectangu-lares de estaño, hechas a medida y sosteniendo cien-to veinticinco gramos de chocolate, pan moreno y unacuchara de hierro. Cuando pidieron los recipientes, co-metí la ingenuidad de devolver el pan sobrante, peromi camarada lo atrapó diciendo que debía reservarlopara el almuerzo o la cena. Poco después lo dejaron sa-lir para acarrear pasto seco en un campo vecino adon-de iba todos los días y regresaba al medio día; en con-

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secuencia me dio los buenos días diciendo que dudabade que volvería a verme.

Cuando salí de la cárcel — porque algún entrometi-do pagó aquel impuesto — no comprendía que habíanocurrido grandes e importantes cambios, como los ob-servados por quien entra joven y sale vacilante y cano-so; y ya para mí se había operado un cambio en la esce-na — el pueblo, el Estado y el condado — mayor de loque habría podido causar el tiempo. Aún vi con mayorclaridad el Estado en el que vivía. Vi hasta qué punto lagente entre la cual vivía era digna de confianza, comobuenos vecinos y amigos: que su amistad era para losbuenos tiempos solamente; que no se proponían ma-yormente obrar bien; que eran de una raza distinta alamía por sus prejuicios y supersticiones, como sucedecon chinos y malayos, que en sus sacrificios por la hu-manidad no corren riesgos, ni siquiera en sus bienes;que, después de todo, no eran tan nobles ya que trata-ban al ladrón tal y como él les había tratado y espera-ban, mediante cierto cumplimiento aparente, algunasoraciones y recorriendo de cuando en cuando ciertosendero recto y particular, aunque inútil, salvar sus al-mas. Puede que con esto parezca juzgar crudamentea mis vecinos, porque pienso que muchos de ellos no

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tienen conciencia de que poseen una institución comola cárcel en su pueblo.

Antiguamente en nuestro pueblo se acostumbrabaa que, cuando un deudor pobre salía de la cárcel, susamistades lo saludaban mirándolo a través de los de-dos que cruzaban para representar la reja de una ven-tana de prisión: ¿cómo le va? Mis vecinos no me sa-ludaron así, sino que primero me miraron y despuésse miraron uno al otro como si hubiese regresado deun largo viaje. Me habían encarcelado cuando iba alzapatero a recoger un zapato remendado.

Cuando me soltaron la mañana siguiente proseguía terminar el mandado y, habiéndome puesto el zapa-to remendado, me uní a un grupo de gente que iba ajuntar gayubas y estaba impaciente por colocarse bajomi guía; a la media hora — porque pronto el caballofue aparejado — estaba en el centro de un campo degayubas de uno de nuestros cerros más altos, a dos mi-llas de distancia, y desde ahí no se veía el Estado porninguna parte.

Esta es toda la historia de mis prisiones.Nunca me negué a pagar el impuesto de carretera

porque estoy tan deseoso de ser buen vecino como deser mal súbdito; y en cuanto al sostenimiento de las es-cuelas, participo educando ahora a mis conciudadanos.

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No es en relación al particular punto en la cuenta deimpuestos que me niego a pagarla. Sencillamente quie-ro negar mi lealtad al Estado, retirarme y mantenermerealmente apartado de él. No me interesa trazar el re-corrido de mi dólar, aunque pudiera, que hasta puedecomprar a un hombre o un mosquete para matar a al-guien— el dólar es inocente — sinome preocupa trazarlos efectos de mi lealtad. En verdad, declaro en silenciola guerra al Estado a mi manera, aunque siempre haréel uso y conseguiré la ventaja que de él pueda, comosuele suceder en tales casos.

Si otros pagan por simpatía al Estado el impuestoque se me exija, no hacen sino lo mismo que ya hanhecho en su propio caso, o bien aceptan la injusticia enmayor medida de lo que el Estado requiere. Si pagan elimpuesto por erróneo interés en el individuo contribu-yente, para salvar su propiedad o impedir que vayana la cárcel, es porque no han considerado con sabidu-ría hasta donde pueden permitir que sus sentimientosprivados interfieran el bien público.

Por lo tanto ésta es mi posición actual. Pero no sepuede estar demasiado en guardia ante un caso así, pa-ra que la propia acción no sea influenciada por obsti-nación o por indebida consideración hacia las opinio-

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nes de los hombres. Que se haga únicamente lo quecorresponde a uno mismo y al momento preciso.

A veces pienso: pero si este pueblo tiene buenas in-tenciones, sólo que es ignorante; obraría mejor si su-piese cómo; ¿por qué dar a tus vecinos la pena de tra-tarte como ellos no tienen inclinación? Pero vuelvo apensar: esto no es razón para que yo haga como ha-cen ellos ni para permitir que otros sufran una penamucho más grande de distinta naturaleza. Además, aveces me digo: cuando muchos millones de hombres,sin acaloramiento, sin mala voluntad, sin una predis-posición personal de ninguna índole, demandan de tiunos pocos chelines solamente, sin la posibilidad, tales su constitución, de retirar o modificar su actual soli-citud y sin la posibilidad, de tu parte, de apelar a otrosmillones, ¿por qué exponerte a esta abrumadora fuer-za bruta? Por lo tanto, tú no resistes el frío y el hambre,los vientos y las olas, obstinadamente; te sometes ca-lladamente a un millar de necesidades similares. Nopones la cabeza en el fuego.

Pero exactamente en lamisma proporción en que noconsidero que sea esto del todo fuerza bruta, sino enparte fuerza humana, considero que tengo relacionescon estos millones así como con muchos millones dehombres y no con millones de cosas insensibles e in-

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animadas, veo que ese llamamiento es posible, prime-ro e instantáneamente de ellos a su creador, y luego deellos a ellos mismos. Pero si pongo mi cabeza delibe-radamente en el fuego, no hay apelación al fuego o alcreador de fuego y sólo me tengo a mí para reprochár-melo. Si pudiera convencerme de que tengo derechode conformarme con hombres tal como son y de tra-tarlos de acuerdo a eso, y no de acuerdo, en algunosaspectos a mis exigencias y esperanzas de lo que ellosy yo deberíamos ser, entonces como un buen y fatalis-ta musulmán, debería tratar de conformarme con lascosas como son y decir que es voluntad de dios. Ade-más, por encima de todo, existe la siguiente diferenciaentre estar resistiendo esto y una fuerza puramentebrutal o natural, cuando puedo resistir esto con algúnefecto, pero no puedo aspirar, como Orfeo, a cambiarla naturaleza de las rocas, de los árboles y de las bes-tias.

No deseo reñir con ningún hombre ni nación. Noquiero hacer mezquinas diferencias o finas distincio-nes ni erigirmemejor quemis vecinos. Buscomás bien,diría, hasta una excusa para amoldarme a las leyes dela Tierra. Estoy perfectamente listo para amoldarmea ellas. Realmente, tengo motivos para sospechar demí mismo en este sentido, y todos los años, cuando el

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recaudador de impuestos viene por las cercanías, meencuentro dispuesto a reconsiderar los actos y la po-sición de los gobiernos general y estatal, así como elespíritu del pueblo para descubrir un pretexto para laconformidad.

Debemos amar a nuestra patria como anuestros padres,

y si alguna vez permitimos And if at anytime we alienate

que nuestro amor o nuestras obras dejende honrarla,

debemos tener en cuenta los efectos y en-señar al alma

cuestiones de conciencia y religióny no deseos de poder o lucro.

Creo que el Estado pronto estará en condiciones dequitarme todo mi trabajo de ese tipo, y entonces noseré mejor patriota que mis conciudadanos. Contem-plada desde un punto de vista inferior, la Constitución,con todas sus fallas, es muy buena; la ley y las cortessonmuy respetables; hasta este Estado y este gobiernonorteamericano son, en muchos sentidos, cosas muyadmirables y raras que debemos agradecer, tal como

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muchísimos las han descrito; pero contempladas des-de un punto de vista un poco más alto, son como lasdescribí; contempladas desde un punto aún más alto ydesde el más alto, ¿quién diría lo que son o que seandignas de mirar o pensar en ellas en absoluto?

Sin embargo, el gobierno nome interesa mayormen-te y le concederé mínimos pensamientos. No son mu-chos los momentos en que vivo bajo un gobierno, nisiquiera en este mundo. Si un hombre es de libre pen-samiento, de libre fantasía, de libre imaginación, esoque nunca parece existir por mucho tiempo para él,mandatarios o reformadores imbéciles no pueden in-terrumpirlo fatalmente.

Sé que la mayoría de los hombres piensan distintoa mí, pero aquellos que por profesión dedican su vidaal estudio de estos temas u otros afines me contentantan poco como cualquiera. Los estadistas y legislado-res, que se hallan por completo dentro de la institución,nunca lo consideran netamente ni al desnudo. Hablande sociedad enmarcha, pero no tienen lugar de descan-so sin la institución. Pueden ser hombres de cierta ex-periencia y discernimiento, y sin duda han inventadosistemas ingeniosos y hasta útiles, por lo que les esta-mos agradecidos sinceramente; pero todo su ingenioy utilidad están confinados dentro de ciertos limites

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no muy amplios. Son proclives a olvidar que el mundono está gobernado por la política ni la conveniencia.Webster6 jamás va más allá del gobierno y, en conse-cuencia no puede hablar de él con autoridad. Sus pa-labras son sabiduría para aquellos legisladores que nocontemplan ninguna reforma esencial en el gobiernoexistente, pero para los pensadores y para los que le-gislan para siempre, jamás encara ni una sola vez elasunto. Conozco gente cuyas serenas y sabias especu-laciones sobre este tema pronto revelarían los límitesdel alcance y de la hospitalidad de su mente. Sin em-bargo, comparado con las profesiones de poco valorde la mayoría de los reformadores y la sabiduría y laelocuencia de aún más poco valor de los políticos engeneral, las suyas son casi las únicas palabras sensatasy valiosas, y agradecemos al cielo por ello. En compa-ración, siempre es fuerte, original y sobre todo prác-tico. Sin embargo su cualidad no es la sabiduría sinola prudencia. La verdad del abogado no es la Verdad,sino consistencia o una conveniencia consistente. LaVerdad siempre está en armonía consigo misma y nose dedica principalmente a revelar la justicia que pue-

6 Se trata de Daniel Webster (1782-1852) orador y políticonorteamericano.

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da caber al obrar mal. Bien merece que se le llame, co-mo ha sido llamado, el Defensor de la Constitución. Enrealidad los golpes que él tiene que dar no sonmás quedefensivos. No es un líder sino un seguidor. Sus líde-res son los hombres del 87.7 Nunca hice un esfuerzo— dice — y nunca propongo hacer un esfuerzo; nun-ca alenté un esfuerzo y nunca tuve la intención de fo-mentar un esfuerzo tendiente a perturbar el arreglo,tal como se hizo originalmente, por el cual los diversosEstados entraron en la Unión. Todavía pensando en lasanción establecida por la Constitución a la esclavitud,dice: porque formaba parte del conglomerado original,que se quede. No obstante su agudeza y su habilidadespeciales, no es capaz de extraer un hecho de sus rela-ciones meramente políticas y encararlo como debe ser-lo absolutamente por el intelecto — ¿qué, por ejemplo,debe hacer hoy un hombre, aquí en Norteamérica, conrespecto a la esclavitud? — sino que se aventura, o esllevado, a ofrecer una respuesta desesperada como la

7 En ese año de 1787 tras largos debates se aprobó la Consti-tución conciliando la tendencia de los federalistas que querían ungobierno central fuerte, con la de aquellos (posteriormente llama-dos republicanos) que aspiraban a una amplia autonomía de ca-da Estado. La Constitución entró en vigor en 1789 después de seraprobada por nueve Estados.

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siguiente, mientras declara hablar sin reserva y comohombre privado— de la que se desprende ¿qué nuevo ysingular código de deberes sociales surgirá? La forma,dice él, en que los gobiernos de aquellos Estados dondeexiste la esclavitud deben regularla queda librada a supropia consideración, bajo su responsabilidad ante susconstituyentes, ante las leyes generales de propiedad,humanidad y justicia y ante dios. Las asociaciones for-madas en otras partes, surgidas de un sentimiento dehumanidad o por otra causa, nada tienen que ver conesto. Nunca han recibido ningún aliento de mi parte ynunca lo recibirán.

Quienes desconocen fuentes más puras de verdad,quienes no han remontado la corriente aguas arriba,se atienen, sabiamente, a la biblia y a la Constitución,y de ella beben ahí mismo con reverencia y humildad;pero los que contemplan donde llega cada gota en estelago o en ese estanque están listos para enfrentar unavez más las dificultades y continúan su peregrinaciónhacia el ojo de agua.

Ningún hombre de genio para la legislación ha apa-recido en Norteamérica. Son raros en la historia delmundo. Hay oradores, políticos y hombres elocuentesa millares; pero todavía no ha abierto la boca para ha-blar el orador capaz de plantear las tan apremiantes

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cuestiones del día. Amamos la elocuencia por la elo-cuencia misma, pero no por la verdad que pueda expre-sar ni por el heroísmo que pueda inspirar. Nuestros le-gisladores no han aprendido todavía el valor compara-tivo del comercio libre y de la libertad, de la unión y dela rectitud para una nación. Carecen de genio y talen-to para cuestiones relativamente modestas de impues-tos y finanzas, comercio y manufacturas, o agricultura.Si quedásemos librados exclusivamente al talento ver-bal de los legisladores del Congreso para guiarnos, sinque les corrijan la experiencia oportuna y las quejasefectivas del pueblo, Norteamérica no conservaría pormucho tiempo el puesto que ocupa entre las naciones.Hace mil ochocientos años, aunque quizá no tenga de-recho a decirlo, se escribió el nuevo testamento; sinembargo ¿dónde está el legislador que posea la sabidu-ría y el talento práctico necesario para valerse de la luzque arroja sobre la ciencia de la legislación?

La autoridad del gobierno, incluso un gobierno co-mo al que estoy dispuesto a someterme — porque obe-decería de buen grado a quienes saben y pueden hacerlas cosas mejor que yo, y enmuchas cosas incluso a losque no saben ni pueden hacerlo tan bien — todavía esimpura; para que sea estrictamente justa tiene que con-tar con la sanción y consentimiento de los gobernados.

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No podrá tener algún derecho puro sobre mi personay mi propiedad que el que yo le conceda. El progresode una monarquía absoluta a una limitada, de una mo-narquía limitada a una democracia, es progreso haciaun verdadero respeto del individuo. Hasta el filósofochino fue suficientemente sabio como para consideraral individuo como base del imperio. ¿Es la democra-cia, tal y como la conocemos, la última mejora posibleen materia de gobierno? ¿No es posible dar un pasomás hacia el reconocimiento y organización de los de-rechos del hombre? Jamás habrá un Estado social real-mente libre e ilustrado mientras el Estado no llegue areconocer al individuo como una potencia superior eindependiente, de lo que se derivan su propio poder yautoridad, y lo trate de acuerdo a eso. Me complazcoen imaginar un Estado que por lo menos pueda per-mitirse ser justo para con todos los hombres y trataral individuo con respecto como vecino; que ni siquie-ra crea incompatible con su propia tranquilidad el quealgunos quieran vivir al margen de él, sin inmiscuir-se en él ni ser abrazados por él, dando cumplimientoa todos sus deberes de vecinos y semejantes. Un Esta-do que diese esta clase de fruto y sufriera el dejarlocaer con la misma rapidez que madura, prepararía elcamino para un Estado más perfecto y glorioso toda-

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vía, que también he imaginado pero aún no he vistoen ninguna parte.

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Henry David ThoreauDesobediencia civil

1849

Recuperado el 8 de febrero desdekclibertaria.comyr.com

Publicado originalmente bajo el título de CivilDisobedience. Todas las notas son de los editores

Chantal López y Omar Cortés.

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