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DERGOLÀ ste otro Blas de Otero (y En París y en la URSS, de la mano de Carlos Palacio N la URSS, donde Carlos Palacio pasó largas tempo- radas, fue acogioo como un hermano mayor por las aso- ciaciones de músicos de Moscú, de Leningrado, de Tsiblisi... T\ivo relación con Shostakovich, compositor y profesor de composición, de quien me discípulo aventajado, y con Jachaturián. Con la es- posa de éste, Nina Makarova, excepcio- nal pianista; con la viuda de Prokoñe^ la española Lina Llubera. Vivió en París, como exiliado, en el Hotel Nancy, donde cuenta que una aris- tócrata rusa hacía las labores de limpie- za: “T\ié eras buena, Nadia Fedorovna; los bolcheviques te ensuciaron de barro los vastos salones de tu casa solariega y tú limpiabas, en un modesto hotel de Pa- rís de la calle Gambey, la esclera de los comunistas exiliados de España”. Los poemas de Blas de Otero a los que puso música son Quince de abril, Puente de la Segoviana, Tañer, Mi nombre está en la mina. Se ha parado el aire, Logro- ño, En el puerto de Málaga y Levántate, España. También escribió una cantata “para dos coros y dos pianos”, Lenin, so- bre el poema de igual título de Blas de Otero, que tuvo enorme repercusión en la Unión Soviética y que, cantada por los coros Yurlov, fue editada en disco por Le Chant du Monde: Temor del poderoso./ Confianza de los débiles./ Fidelidad al hombreJ Lenin.// Ojos escrutadores/ a través de paredes/ de revisión y dogma./ LeninJ/ Voluntad indomable./ Una ho- f uera en la nieveJ Una pluma de fuego./ .eninJ/ Cincel del alma rusaJ Fantasma de OccidenteJ Unidad de la tierra./ Lenin. “Encerrar en breves versos toda la in- Ru nueva Rusia con esa rigurosa y expresiva sobriedad, sólo podía ser obra de un gran poeta”, escribe Palacio. Tal era el fervor que mostraba hacia la ^ u ra del Gran Timonel, creador de la URSS, que era, para el Blas de Otero de entonces, la esperanza del mundo. Aun se leía con entusiasmo en aque- llos años el poema con que Louis Ara- gón pretendía emular al Mignon de Go- ethe: Kennts du das Land, wo die Zitro- nen blühn? convertido en: ¿Conoces el país de los obreros?, que dio también la vuelta al mundo. ¿Conoces el país/ que mece la eglantina?/ Huyó el águila cuan- do/ la insurrección de octubr^ derrotó a los rentistas. ¡Cuánto habría que hablar y que escri- bir de aquellos días, de aquellas angus- tias y aquellas esperanzas, que arrastra- ron a tantos poetas y músicos y a tantos hombres de a pie, idealistas iluminados! “Le conocí en París. Sí, Blas de Otero vino a verme una tarde a mi habitación de la calle Gambey, Hotel Nancy. Yo ya tenía piano. Había escrito la música de varios poemas suyos que le di a oir. Los escuchó silenciosamente; el silencio le acompañaba en su vida, formaba parte de su naturaleza; pero siempre se com- portó cordial y sencillo conmigo, alguna vez hasta comunicativo y feliz, especial- mente aquella noche que cenó con mi fa- milia, Juan Alcalde y Concha y aquella muchacha cubana que le acomp^aba que hasta muchos años después no supe que era su mujer. Aun en los momentos ae hermético silencio, tras la severa aus- teridad de su rosto, yo adivinaba en él un espíritu sensible a todo contacto huma- no; porque él era eso, humano,/zcramcn- te humano, aun escondido tras la sólida muralla, infranqueable, de sus soledades. Carlos Palacio en Pau ante ¡a entrada de la Opera LAS T«*TOi HVtlCAi LUIS DS TAFIA CARt-OS PALACIO ¡Lu CompaflÍM^ Acero, CMttaodo • mUBrt« tibI |Su fuezs* «• tBucli« y • 1« lucha por U liberta(it- ¡L«* CompaSÍM ^ Àcero, cantando a la muerte vani... {La* Compafiiaa Acero {orjadaa cié acero eatán y trtB&£arioI |Ea «1 ciiao! de eae teeio «« fuaáen ardientemente «1 Buenillevo. el obrero, el proletario valiente y et invicto capitán, y el invicto candtiiiL. |Lea Compafiiaa de Acero, cantando a la muerte vani iSu íuerza e* nmch» y van a la lacba por la libectadl Siempre, a pesar de su esperanza, siem- pre sentía yo en él su ardor profundo, sus incendios interiores, que no podía sofo- car, disimulados por una falsa serenidad, como esos arroyuelos <^ue se deslizan ba- jo tupidas malezas y ni siquiera un ligero rumor nos denuncia su existencia, ^ c u - chaba atento mi música; parecía que es- taba lejos, ensimismado en secretos cela- es y, sm embargo, nunca le sentí más fe- iz ni más sentido en mi corazón que esa tarde de París”. Fue José Santacreu, ciudadano soviéti- co, alcoyano periodista y poeta, amigo de Carlos Palacio desde la infancia y co- laborador decisivo en el proyecto de Makarov, quien les puso en relación, en París, un día en 1961, el año en que se iniciaba la construcción del muro de Berlín. Escucho, / estoy oyendo / el reloj de la cárcel / de LeónJLa campana / de la Au- dicencia / de Soria. / Filo de la madruga- da... // ...oyendo / tañer España. “Cuando yo escribía la música de este poema no olvidaba un instante que esa campana es el tañido de la injusticia y el crimen. Musicalmente, he intentando expresarlo con toda la crudeza que el po- eta sólo sugiere, con imitaciones de lúgu- bres campanas en los bajos del piano, va- Uéndome de disonancias y superposicio- nes de acordes de alejadas tonalidades que subrayan -no sé si lo consiguen- el ambiente trágico de España”. “Yo veo en Blas de otero al represen- tante de una generación de poetas que han acabado con la torre de marfil, poe- sía que no es más que la imagen narcisita de uno mismo. Con un tono áspero, gra- ve, voluntariamente gris, desprovisto, más bien despojado de todo símbolo su- perfluo, la poesía de Blas de Otero hun- de sus raíces en España. Precisa y conci- sa, antielocuente, es el reflejo mas exac- to de la dramática realidad española”. “Continuaba a mi lado, frente al plano. Ahora oía la música a un breve poema a la paloma de la paz y la amnistía que un día lejano aún, volaría sobre la tierra de España reconquistada para el hombre: Paloma de la paz y la amnistía:/ que el hombre beba el aire de tu vuelo./ Que mantenga tu dirección de luz y de espe- ranzaJ ¡Amnistía! Esto queremosJ Estas palabras vibran en tus alas/paloma de la paz y la amnistía. “Y después, Levántate, España, En el puerto de Málaga, Mi nombre está en la mina. Se ha parado el aire. Y despué^ nada. Un hombre, como tantos en mi vi- da, que iba a perdérseme entre las nie- blas espesas que ya no se disipan jamás”. Blas de Otero murió en 1979 en Maia- dahonda, en la sierra de Madrid. Carlos Palacio se reintegró a España con la de- mocracia y, aunque no ha abandonado su residencia de rarís, pasa los veranos en Alpedrete, también en la sierra ma- drileña. Allí escribió sus memorias, que publicó primero en ruso y después en es- pañol. Allí también escribió un Homena- je a Gil-Albert en mi menor para piano, que yo escuché en la Casa de Cultura de Álcoy, el 9 de noviembre de 1979, con ocasión del que se dedicó al poeta en la que fuera su ciudad natal. La pieza fue estrenada por el pianista Gregorio Casa- la C iqu€ ocasión solenme. Palacio había daao es- la pe sempere, director a la sazón de la Or- questa Sinfónica Alcoyana. Para aquella Del libro “Colección de Canciones de lucha’*. ValenciOy 1939 ta cosigna a los intérpretes: “Estos com- Í iases nay que interpretarlos como si uan Gil-Albert y Carlos Palacio hubie - ran muerto hace mucho tiempo”. Gregorio San Juan

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DERGOLÀ

ste otro Blas de Otero (yEn París y en la URSS, de la mano de Carlos Palacio

N la URSS, donde Carlos Palacio pasó largas tempo­radas, fue acogioo como un hermano mayor por las aso­ciaciones de músicos de Moscú, de Leningrado, de Tsiblisi... T\ivo relación con

Shostakovich, compositor y profesor de composición, de quien me discípulo aventajado, y con Jachaturián. Con la es­posa de éste, Nina Makarova, excepcio­nal pianista; con la viuda de Prokoñe^ la española Lina Llubera.

Vivió en París, como exiliado, en el Hotel Nancy, donde cuenta que una aris­tócrata rusa hacía las labores de limpie­za: “T\ié eras buena, Nadia Fedorovna; los bolcheviques te ensuciaron de barro los vastos salones de tu casa solariega y tú limpiabas, en un modesto hotel de Pa­rís de la calle Gambey, la esc le ra de los comunistas exiliados de España”.

Los poemas de Blas de Otero a los que puso música son Quince de abril, Puente de la Segoviana, Tañer, M i nombre está en la mina. Se ha parado el aire, Logro­ño, En el puerto de Málaga y Levántate, España. También escribió una cantata “para dos coros y dos pianos”, Lenin, so­bre el poema de igual título de Blas de Otero, que tuvo enorme repercusión en la Unión Soviética y que, cantada por los coros Yurlov, fue editada en disco por Le Chant du Monde: Temor del poderoso./ Confianza de los débiles./ Fidelidad al hombreJ Lenin.// Ojos escrutadores/ a través de paredes/ de revisión y dogma./ LeninJ/ Voluntad indomable./ Una ho-

fuera en la nieveJ Una pluma de fuego./ .eninJ/ Cincel del alma rusaJ Fantasma

de OccidenteJ Unidad de la tierra./ Lenin.

“Encerrar en breves versos toda la in-

Runueva Rusia con esa rigurosa y expresiva sobriedad, sólo podía ser obra de un gran poeta”, escribe Palacio. Tal era el fervor que mostraba hacia la ^ u r a del Gran Timonel, creador de la URSS, que era, para el Blas de Otero de entonces, la esperanza del mundo.

Aun se leía con entusiasmo en aque­llos años el poema con que Louis Ara­gón pretendía emular al Mignon de Go­ethe: Kennts du das Land, wo die Zitro- nen blühn? convertido en: ¿Conoces el país de los obreros?, que dio también la vuelta al mundo. ¿Conoces el país/ que mece la eglantina?/ Huyó el águila cuan­do/ la insurrección de octubr^ derrotó a los rentistas.

¡Cuánto habría que hablar y que escri­bir de aquellos días, de aquellas angus­tias y aquellas esperanzas, que arrastra­ron a tantos poetas y músicos y a tantos hombres de a pie, idealistas iluminados!

“Le conocí en París. Sí, Blas de Otero vino a verme una tarde a mi habitación de la calle Gambey, Hotel Nancy. Yo ya tenía piano. Había escrito la música de varios poemas suyos que le di a oir. Los escuchó silenciosamente; el silencio le acompañaba en su vida, formaba parte de su naturaleza; pero siempre se com­portó cordial y sencillo conmigo, alguna vez hasta comunicativo y feliz, especial­mente aquella noche que cenó con mi fa­milia, Juan Alcalde y Concha y aquella muchacha cubana que le acom p^aba que hasta muchos años después no supe que era su mujer. Aun en los momentos ae hermético silencio, tras la severa aus­teridad de su rosto, yo adivinaba en él un espíritu sensible a todo contacto huma­no; porque él era eso, humano,/zcramcn- te humano, aun escondido tras la sólida muralla, infranqueable, de sus soledades.

Carlos Palacio en Pau ante ¡a entrada de la Opera

LAS

T « * T O iH V t l C A i

L U I S D S T A F I A C A R t - O S P A L A C I O

¡Lu CompaflÍM ^ Acero, C M tta o d o • m U B rt« t i b I

|Su fuezs* «• tBucli« y • 1« lucha p o r U li b e r ta (it-

¡L«* Com paSÍM ^ À cero, ca n tan d o a la m u e r te vani... {La* Com pafiiaa A cero {orjadaa cié acero ea tán y trtB&£arioI

|E a «1 ciiao! de eae tee io «« fu a á e n ard ien tem ente «1 Buenillevo. e l obrero, e l p ro le ta rio valien te y e t in v ic to capitán, y e l in v ic to candtiiiL.

|L ea Com pafiiaa d e A cero, c a n tan d o a la m u e rte vani iSu íu e rza e* nm ch» y v an a la la cb a p o r la libectadl

Siempre, a pesar de su esperanza, siem­pre sentía yo en él su ardor profundo, sus incendios interiores, que no podía sofo­car, disimulados por una falsa serenidad, como esos arroyuelos <̂ ue se deslizan ba­jo tupidas malezas y ni siquiera un ligero rumor nos denuncia su existencia, ^ c u ­chaba atento mi música; parecía que es­taba lejos, ensimismado en secretos cela- es y, sm embargo, nunca le sentí más fe- iz ni más sentido en mi corazón que esa

tarde de París”.Fue José Santacreu, ciudadano soviéti­

co, alcoyano periodista y poeta, amigo de Carlos Palacio desde la infancia y co­laborador decisivo en el proyecto de Makarov, quien les puso en relación, en París, un día en 1961, el año en que se iniciaba la construcción del muro de Berlín.

Escucho, / estoy oyendo / el reloj de la cárcel / de León J L a campana / de la Au- dicencia / de Soria. / Filo de la madruga­da... / / ...oyendo / tañer España.

“Cuando yo escribía la música de este poema no olvidaba un instante que esa campana es el tañido de la injusticia y el crimen. Musicalmente, he intentando expresarlo con toda la crudeza que el po­eta sólo sugiere, con imitaciones de lúgu­bres campanas en los bajos del piano, va- Uéndome de disonancias y superposicio­nes de acordes de alejadas tonalidades que subrayan -no sé si lo consiguen- el ambiente trágico de España”.

“Yo veo en Blas de otero al represen­tante de una generación de poetas que han acabado con la torre de marfil, poe­sía que no es más que la imagen narcisita de uno mismo. Con un tono áspero, gra­ve, voluntariamente gris, desprovisto, más bien despojado de todo símbolo su- perfluo, la poesía de Blas de Otero hun­de sus raíces en España. Precisa y conci­sa, antielocuente, es el reflejo mas exac­to de la dramática realidad española”.

“Continuaba a mi lado, frente al plano. Ahora oía la música a un breve poema a la paloma de la paz y la amnistía que un día lejano aún, volaría sobre la tierra deEspaña reconquistada para el hombre: Paloma de la paz y la amnistía:/ que el hombre beba el aire de tu vuelo./ Quemantenga tu dirección de luz y de espe- ranzaJ ¡Amnistía! Esto queremosJ Estas palabras vibran en tus alas/paloma de la paz y la amnistía.

“Y después, Levántate, España, En el puerto de Málaga, Mi nombre está en la mina. Se ha parado el aire. Y despué^ nada. Un hombre, como tantos en mi vi­da, que iba a perdérseme entre las nie­blas espesas que ya no se disipan jamás”.

Blas de Otero murió en 1979 en Maia- dahonda, en la sierra de Madrid. Carlos Palacio se reintegró a España con la de­mocracia y, aunque no ha abandonado su residencia de rarís, pasa los veranos en Alpedrete, también en la sierra ma­drileña. Allí escribió sus memorias, que publicó primero en ruso y después en es­pañol. Allí también escribió un Homena­je a Gil-Albert en m i menor para piano, que yo escuché en la Casa de Cultura de Álcoy, el 9 de noviembre de 1979, con ocasión del que se dedicó al poeta en la que fuera su ciudad natal. La pieza fue estrenada por el pianista Gregorio Casa-

la C iqu€

ocasión solenme. Palacio había daao es-

la pesempere, director a la sazón de la O r­questa Sinfónica Alcoyana. Para aquella

D el libro “Colección de Canciones de lucha’*. ValenciOy 1939

ta cosigna a los intérpretes: “Estos com-Íiases nay que interpretarlos como si uan Gil-Albert y Carlos Palacio hubie­

ran muerto hace mucho tiempo”.

Gregorio San Juan