de la historia cultural en honduras

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De la Historia Cultural en Honduras Por Rolando Sierra Fonseca 1 1. Licenciado en Historia; Magister en Ciencias Sociales con mención en Cultura y Religión, Doctorando en Pensamiento Político. Actualmente es el Director de FLACSO Honduras. * La presente conferencia magistral fue dada el 15 de abril de 2016, en la inauguración de la Maestría en Historia Social y Cultural de la UNAH, en la sala Ramón Oquelí, del edificio A1, en Ciudad Universitaria, Tegucigalpa. Introducción 1 En primer lugar, quiero agradecer a los coordinadores de la Maestría en Historia Social y Cultural de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras por su gentil y honrosa invitación para impartir esta conferencia de inauguración de la primera maestría en Historia que se crea en Honduras, la cual significa un real avance en la institucionalización, enseñanza e investigación de los estudios de la historia en el país. Sin duda alguna la orientación de esta maestría conlleva en un cierto giro en los estudios de la historia hondureña al pasar de una historiografía centrada en lo político para concentrarse en la historia cultural y social. En ese sentido cabe preguntarse si dentro de la historiografía hondureña, que es relativamente reciente y escasa, existe una tradición historiográfica sobre la cultura y lo cultural. La presente conferencia pretende reflexionar sobre las tendencias y los aportes de la historia cultural dentro de la historiografía hondureña. Trata de ubicar quienes y en cuales tradiciones historiográficas, preocupaciones históricas y posicionamientos científicos se han ocupado de esta temática en perspectiva de recuperar las principales contribuciones a la historiografía hondureña. En ese sentido, en el primer apartado se hace un resumen de las principales tendencias de la historia cultural a partir de la obra de Peter Burke. En un segundo apartado se presentan algunos antecedentes del estudio de la cultura dentro de la historiografía fundante en el país, para luego hacer una relación de la historiografía sobre la identidad. En un apartado final, se analizan los aportes y tendencias recientes de la historia cultural en Honduras. Imagen: Detalle del retrato de Leticia de Oyuela. Fotografìa de: Evaristo López.

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Page 1: De la Historia Cultural en Honduras

De la Historia Cultural en Honduras Por Rolando Sierra Fonseca1

1. Licenciado en Historia; Magister en Ciencias Sociales con mención en Cultura y Religión, Doctorando en Pensamiento Político. Actualmente es el Director de FLACSO Honduras.* La presente conferencia magistral fue dada el 15 de abril de 2016, en la inauguración de la Maestría en Historia Social y Cultural de la UNAH, en la sala Ramón Oquelí, del edificio A1, en Ciudad Universitaria, Tegucigalpa.

Introducción1

En primer lugar, quiero agradecer a los coordinadores de la Maestría en Historia Social y Cultural de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras por su gentil y honrosa invitación para impartir esta conferencia de inauguración

de la primera maestría en Historia que se crea en Honduras, la cual significa un real avance en la institucionalización,

enseñanza e investigación de los estudios de la historia en el país.

Sin duda alguna la orientación de esta maestría conlleva en un cierto giro en los estudios de la historia hondureña al pasar de una historiografía centrada en lo político para

concentrarse en la historia cultural y social. En ese sentido cabe preguntarse si dentro de la historiografía hondureña,

que es relativamente reciente y escasa, existe una tradición historiográfica sobre la cultura y lo cultural.

La presente conferencia pretende reflexionar sobre las tendencias y los aportes de la historia cultural dentro de la historiografía hondureña. Trata de ubicar quienes

y en cuales tradiciones historiográficas, preocupaciones históricas y posicionamientos científicos se han ocupado

de esta temática en perspectiva de recuperar las principales contribuciones a la historiografía hondureña. En ese

sentido, en el primer apartado se hace un resumen de las principales tendencias de la historia cultural a partir de la

obra de Peter Burke. En un segundo apartado se presentan algunos antecedentes del estudio de la cultura dentro

de la historiografía fundante en el país, para luego hacer una relación de la historiografía sobre la identidad. En un

apartado final, se analizan los aportes y tendencias recientes de la historia cultural en Honduras.

Imagen: Detalle del retrato de Leticia de Oyuela. Fotografìa de: Evaristo López.

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Sobre la historia cultural 2 2

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Historia Cultural

Desde hace algunas décadas, diversos teóricos y filósofos de la historia han analizado el concepto de historia cultural, no sólo para intentar sentar algunas bases intrínsecas a éste, sino también en su detrimento. La idea de una historia cultural nació y se ha desarrollado a partir de la problemática misma que alberga en su difícil definición. Algunos intelectuales califican al historiador cultural como un investigador ajustado a una moda pasajera de hacer historia, una moda que carece de marcos teóricos y de metodología. Se ha dicho, asimismo, que la historia cultural es como un pastel de crema, un pastel engañoso que debajo de su belleza gastronómica no tiene ningún sustento, está hueco. Sin embargo, para ser una moda pasajera sin ningún sustento teórico, la historia cultural tiene ya una larga historia y ha sido el vértice indicado del cual han partido interesantísimos trabajos.

Los orígenes de esta historia se encuentran en el marco de la historia cultural clásica, periodizada por Burke entre 1800 y 1950, cuando emergió la preocupación por retratar una época determinada desde el “canon” de las obras maestras (arte, literatura, filosofía, ciencia, etc.), producidas por la sociedad estudiada. Los trabajos de Jacob Burckhardt (La cultura del Renacimiento en Italia, publicado en alemán por primera vez en 1860), de Johan Huizinga (El otoño de la Edad Media, publicado en holandés, en 1919), de los sociólogos alemanes Max Weber (La ética protestante y el espíritu del capitalismo, 1904) y Norbert Elias (El proceso de la civilización, 1939), de Ernest Gombrich (Arte e ilusión: estudio sobre la psicología de la representación pictórica, publicado en alemán, en 1960), de Arnold Hauser (Historia social de la literatura y el arte, publicado en inglés en 1951), entre otros, siguen siendo emblemáticos de este primer esfuerzo por conectar las diferentes corrientes intelectuales y artísticas de una época al estudio de los procesos históricos utilizando nociones de hermenéutica.

La finalidad de estos estudios se desligaba de la tradicional tarea del historiador, que se basaba en documentos oficiales para empaparse de los patrones culturales de una época. A partir de esta importante iniciativa, la década de los sesenta del siglo pasado presentó ante los ojos de los intelectuales una nueva línea de estudio: la volkskultur o cultura popular, que tenía su impronta en algunos anticuarios y folcloristas alemanes del siglo XVIII y en los antropólogos decimonónicos.

En el siglo XX fueron historiadores quienes se preocuparon por la cultura popular, debido al evidente descuido del enfoque historiográfico tradicional hacia la gente común y corriente y a la preeminencia de los estudios históricos político-económicos. Dos títulos representaron esta nueva fase de la historia cultural: The Jazz Scene (escrito por “Francis Newton”, seudónimo de Eric Hobsbawm, en 1959) y La formación de la clase obrera en Inglaterra, de Edward Palmer Thompson (publicado en inglés, en 1963).

Entre los años sesenta y setenta, la historia cultural también adoptó lo que se ha llamado el giro antropológico. La historia comenzó a enriquecerse de los estudios antropológicos y, principalmente, del concepto de cultura. En este encuentro se discutió sobre “la” cultura y se determinó que era más apropiado hablar de “culturas”: cultura impresa, cultura cortesana, cultura del miedo, cultura de los bárbaros, etc. Entre los antropólogos más estudiados por los historiadores estuvieron Marcel Gauss, Edward Evans-Pritchard, Mary Douglas y Clifford Geertz.

Es este el inicio de lo que se conoce como Nueva Historia Cultural o NCH (New Cultural History) estadounidense y de la historia cultural francesa, concepto que rivaliza con otros de similar importancia, como historia de las mentalidades o historia del imaginario social. Historiadores como Robert Darnton, Roger Chartier, Rhys Isaac, Emmanuel Le Roy Ladurie, Natalie Davis, Giovanni Levi, Carlo Guinzburg o Hanz Medick, representan el matrimonio antropología histórica o historia antropológica. Después este balance histórico tratado en otros lugares (La revolución historiográfica francesa o

Este apartado está basado en: Hernández Sotelo, Anel. Reseña de “¿Qué es la historia cultural?” de Peter Burke.Fronteras de la Historia, vol. 15, núm. 2, 2010, pp. 417-421, Instituto Colombiano de Antropología e Historia Bogotá, Colombia

2.

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Historia Cultural

Formas de historia cultural), Peter Burke se esmera por analizar los paradigmas de la NCH y las responsabilidades de los historiadores culturales actuales sobre la teoría cultural. Para el autor, cuatro teóricos consolidan el desarrollo de la teoría cultural: Mijail Bajtin, Norbert Elias, Michel Foucault y Pierre Bourdieu.

El concepto básico que aporta el primero es el de polifonía, poliglosia o heteroglosia, concepto que describe “las diferentes voces que pueden oírse en un único texto”. Por su parte, las teorías de Norbert Elias, en su obra ya citada, sobre el umbral de vergüenza, el umbral de repugnancia y la presión social orientada al autocontrol aportan a la NHC nuevas perspectivas sobre los conceptos de cultura y civilización.

El gran aporte de Michel Foucault a la teoría cultural se divide, según Burke, en tres ramas: (a) su enfoque sobre las discontinuidades o rupturas en la relación histórica entre las palabras utilizadas y las cosas señaladas, donde tiene relevancia el concepto de invención; (b) su estudio acerca del control del pensamiento y las formas de exclusión de los discursos amenazadores para el régimen, y (c) su concepto de prácticas ligadas a la microfísica del poder, donde considera que la función de las instituciones es la producción de “cuerpos dóciles”.

Finalmente, Pierre Bourdieu enriquece la teoría cultural con los conceptos de campo (un ámbito autónomo, que adquiere independencia en un momento concreto en una determinada cultura y genera sus propias convenciones culturales), de reproducción cultural (proceso mediante el cual un grupo mantiene su posición en la sociedad a través de un sistema que se presenta como autónomo e imparcial) y de habitus (capacidad de improvisación dentro de un armazón de esquemas inculcados por la cultura). De todo lo anterior se desprende que el núcleo de la historia cultural se encuentra en el término representación.

Entre los conceptos discutidos se hallan el de historia serial, análisis de contenido, análisis del discurso, zonas temporales, problemas de la

tradición y definición de cultura y cultura popular. Burke cierra su obra con un capítulo bastante retador, titulado “¿Más allá del giro cultural?”, donde sugiere que el arranque del siglo XXI parece ser un momento de reconocimiento, balance y consolidación para la historia cultural, momento en el que podríamos preguntar si lo que vendrá a continuación será un movimiento aún más radical o si, por el contrario, asistiremos a una aproximación a modalidades más tradicionales de historia (Burke, 2006). Al respecto, él escribe que existen tres panoramas posibles para la historia cultural de las próximas décadas. El primero de ellos es una “reactivación del énfasis en la historia de la alta cultura”, puesto que se ha dado mucha importancia al concepto de cultura popular, y aunque es poco probable que éste se agote, sería justo también reformular los estudios sobre este otro tipo de cultura, con lo que se enriquecería la historia cultural, al otorgarle la coexistencia de ambos parámetros. El segundo escenario planteado por Burke es una “continua expansión de la nueva historia cultural por nuevos territorios”, principalmente en lo tocante a la política, la violencia y las emociones. Según el autor, la historia cultural de la política está en espera de un estudio sobre la publicidad, el coleccionismo de los gobernantes como símbolo de su magnificencia, las razones nacionalistas para la fundación de espacios culturales, entre muchos otros temas, empleando el concepto de cultura política. En cuanto a la violencia, reformular el tema de la guerra como un fenómeno cultural más allá de sus fundamentos sociales es otro de los aspectos que recientemente están retomando los historiadores culturales. En el ámbito de las emociones y percepciones, ya Carol Z. y Peter N. Stearns han hablado de la emocionología histórica, que alude a los cambios en el estilo emocional en Estados Unidos a comienzos del siglo XX, entre otros trabajos.

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De la visión positivista de la culturaa la pregunta por la identidad nacional

y cultural

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64Historia CulturalHistoria Cultural

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Al remitirse a los antecedentes remotos o a la genealogía sobre el estudio de la cultura hondureña se encuentran interpretaciones positivistas elaboradas, a finales del siglo XIX, por los iniciadores del positivismo en el país, como Adolfo Zúñiga (1836-1900) y Ramón Rosa (1848-1893), quien público en 1882 un en sayo titulado: Constitución social en Hondura, en el que desde una perspectiva positivista interpreta la cultura como un espacio de diferenciación. Para estos autores, el positivismo fue más que una doctrina filosófica. Constituía un modo de instalación de las nuevas sociedades, una forma de ingreso posible a la civilización por medio de la alternativa de ruptura con el pasado colonial, a través de un nuevo mito unificador de todos los sectores políticos. Sin embargo, es Rafael Heliodoro Valle (1891-1959), quien puede identificarse como el precursor de los estudios culturales en Honduras con sus trabajos sobre las fuentes del folklore y el estudio de la tradición hondureña en la búsqueda de un cierto ethos o talante de lo hondureño desde un enfoque historicista y romántico. De lo anterior dan cuenta sus principales trabajos sobre Honduras, como la tesis sobre Cristóbal de Olid, conquistador de Honduras y de México y la muy significativa Historia de la cultura hondureña (1981), en la que se compilan una serie de ensayos referidos a la historia intelectual, la literatura, el periodismo y el folclore hondureños. Este libro se complementa con una nueva compilación de varios de sus trabajos dispersos en el libro Ensayos escogidos (1991), en donde sobresale una serie de escritos referidos a la geografía y al paisaje hondureño, a la historia de la minería, las tradiciones y la religiosidad hondureña. De igual modo, se recopilan en este estudio los planteamientos del autor sobre Francisco Morazán, Dionisio de Herrera, José Cecilio del Valle, José Trinidad Reyes y Ramón Rosa. Sin embargo, es el peso de la tradición y la oralidad en Honduras lo que más interesó a este autor para establecer una memoria hondureña y desde la cual construyó su hermenéutica cultural sobre el país, como se puede apreciar en

sus hermosos libros Tierras de pan llevar (1939), Flor de Mesoamérica (1955) y, Anecdotario de mi abuelo (2003), textos que permiten conocer la comprensión de Valle sobre Honduras y lo hondureño, y lo propio que la memoria hondureña tiene que recordar y no olvidar.

Este enfoque es continuado, en varios sentidos, por Irma Leticia de Oyuela (1936-2007), quien intenta comprender la cultura hondureña a partir del estudio del imaginario minero y de la significación, en la cultura, de la hacienda ganadera. Más recientemente, Mario Ardón Mejía ha estudiado la cultura hondureña bajo el enfoque de la cultura popular. Por ende, se ha hecho cargo del estudio de la música, las tradiciones, la gastronomía, etc. El intento de Heliodoro Valle, en cierto modo continuado por distintos autores, fue hacer una hermenéutica cultural de Honduras por medio de una serie de imágenes que consiguieran dibujar su historia y cultura. De hecho este autor, como lo expresa Héctor Leyva (2009), es el que introduce una visión fatalista de la historia y la cultura al elaborar la imagen de que la historia de Honduras: “…podría escribirse en una lágrima. País de pinos en primavera eterna y de montañas difíciles, por él han corrido largos ríos de sangre en una larga noche de odio y de dolor…” (Valladares & Valle, 1948: VII). Está imagen ha sido compartida y desarrollada por otros escritores nacionales como Marco A. Rosa, para quien Honduras es una “tierra de pasado histórico tristísimo”. El poeta Roberto Sosa agudizó aún más la imagen de Honduras de Rafael Heliodoro Valle al representar el país como un “peñasco sin posible salida”, en el que la historia “se puede escribir en un fusil, sobre un balazo, o mejor dentro de una gota de sangre” (Sosa, 1985), mientras que el historiador Ramón Oquelí escribió: “...Interpretando esta actitud y agregándole la sentencia de Rafael Heliodoro Valle, podríamos decir que nuestra historia puede resumirse en una lágrima y en un bostezo: historia trágica y aburrida, reiteradamente monótona...” (Oquelí, 1995).

Rafael Heliodoro Valle en las ruinas de Cop†n. Foto, Jorge Amaya Banegas

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Historia Cultural

En Honduras, la pregunta por la identidad y la cultura ha sido planteada desde las ciencias humanas y sociales, sobre todo, en el marco de la conmemoración del quinto centenario del contacto entre los pueblos europeos y americanos. En ese marco se encuentran debates, estudios y ensayos acerca de la identidad hondureña. Así, es posible encontrar trabajos que revisan críticamente la conquista española y buscan revalorar la contribución olvidada y oprimida de las culturas nativas. Tal es el caso de la filósofa Irma Becerra en su libro 1492: El encubrimiento de América (1992), cuya reflexión se encuentra claramente situada en el tiempo y en el espacio, desde una “rectitud histórica”, concepto que la autora desarrolla para analizar la relación pasado presente y futuro desde un posicionamiento del propio pasado.

La rectitud histórica es la “…capacidad de toda la población latinoamericana, tanto civil como militar y en cualquiera de sus expresiones étnico-culturales, de plasmar su concepción del mundo sin inhibirse, cohibirse o acomplejarse ante las muestras de soberbia, superioridad, altivez o altanería de aquellos que consideran que existen razas inferiores y que parten siempre desde la posición de la “raza” como concepto superior al de nacionalidad, ciudadanía o etnia-cultural para realizar el análisis histórico…”. En ese sentido para la autora de lo que se trata es pensar la historia y la identidad desde “…la legitima y legal defensa contra las actitudes que reflejan la aún restante conciencia del dueño o colono que intenta establecer un derecho anticipado de determinar nuestro destino histórico, y que pretende que este derecho no prescriba, mientras expropia, explota, oprime y reprime a los habitantes de nuestras ciudades…” (Becerra, 1992). En cambio, otras reflexiones y estudios se concentran, hasta cierto punto, en visualizar la contribución cultural española, especialmente en lo religioso y en el idioma, y buscan en los procesos de mestizaje la matriz identitaria hondureña. Desde los trabajos de José Reina Valenzuela, Jorge Fidel Durón, Roberto Reyes Mazonni o Leticia de Oyuela.

En algunos de estos trabajos se observa una cierta tendencia creer que parte de los problemas actuales de Honduras podrían tenían tener una solución mediante el retorno a los valores y prácticas de esas

comunidades indígenas o a los valores religiosos desarrollados en el mestizaje. Las tentaciones esencialistas y simplificadoras acechan en estos trabajos. Se expande la idea de que existe una esencia o matriz cultural sepultada y olvidada que hay que recuperar. No obstante, existen también perspectivas críticas sobre la historia del mestizaje hondureño tal como se encuentra en los escritos de Marvin Barahona, Darío Euraque, “...que cuestionan la hegemonía mestiza en Honduras, aunque no siempre reconociéndole su carácter genérico y sexual...” (Mendoza, 2001).

De acuerdo con Jorge Larraín (1994), las visiones esencialistas de la cultura e identidad han tomado históricamente dos formas. Por un lado, algunas posiciones rechazan el carácter híbrido de la cultura y la nación hondureña y buscan en algunos de sus componentes, sea el español, el indígena o el racionalista, la clave del ser verdadero o la clave para su reconstrucción. Por otro lado, hay visiones que, aun aceptando una matriz cultural híbrida, la fijan históricamente en un cierto período y se niegan a considerar el impacto de nuevos aportes. Por eso es necesario volver atrás una vez más con una mirada histórica y una concepción no esencialista de la identidad para escudriñar los diversos factores que contribuyen a la formación de la identidad o las identidades hondureñas, y cómo cada síntesis se va modificando.

Se requiere, como lo han hecho Becerra, Barahona y Leyva, lanzar una mirada retrospectiva al tiempo de la conquista y colonización española para identificar los principales elementos que contribuyeron a la formación de los primeros modelos culturales en lo que hoy se conceptualiza como Honduras a partir del choque entre la cultura hispánica y las culturas indígenas.

Desde la perspectiva culturalista del mestizaje y la cultura hondureña quizá pueda ubicarse la obra de la investigadora y escritora hondureña Irma Leticia de Oyuela, quien mantuvo una producción sistemática y continua en el ámbito de los estudios histórico-culturales en Honduras. Sus obras invitan a la consulta

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Imagen: Leticia de Oyuela. Fotografìa de: Evaristo López.

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cotidiana y permanente, porque se ocupan, ante todo, de temas sugerentes, garantes de una riqueza documental y de una creativa e imaginativa interpretación de los procesos socioculturales del país.

Esta infatigable escritora se ocupó de otros temas. Tal es el caso del rescate de la historia de la mujer en Honduras en su trilogía: Notas para la evolución histórica de la mujer en Honduras (1989); Cuatro hacendadas del siglo XIX (1989) y Mujer, familia y sociedad (1994). Estos trabajos llenaron, por un lado, un vacío dentro de la historiografía nacional referente a la historia de género y, por otro, visibilizan a la mujer hondureña como sujeto histórico, al demostrar que mientras los hombres combatían en las guerras, las mujeres estabilizaban la familia y la sociedad. En el campo de la historia regional y local y desde la perspectiva de la vida cotidiana y la religiosidad popular, sobresalen sus trabajos: Historia mínima de Tegucigalpa. Vista a través de la fiesta de su patrono San Miguel (1991) y Honduras: Religiosidad popular. Raíz de la identidad hondureña (1996).

Leticia de Oyuela en su libro Senderos del mestizaje (2006), realiza una revisión teórica del problema del mestizaje en la cultura hondureña a partir de tres hechos denotativos y puntuales que inciden fundamentalmente en nuestro transcurrir histórico y en la forma de interpretar el mismo por una serie de estudiosos de la historia y la sociedad hondureñas:

1. Haciendo una contra lectura de los acontecimientos narrados por los cronistas de “La Historia de Bronce”, que como de todos es sabido, se enfoca únicamente desde la óptica de la historiografía hondureña, que parte de la búsqueda de un pensamiento laico, que convierte en subjetiva la microhistoria nacional, siendo fundante la concepción de un mundo laico, y especialmente anti-hispánico por la propagación del mito de la libertad, como aspiración básica en la historia hondureña.

2. La negación de una forma de mirar la historia en la visión constructiva de los habitantes, no sólo de la entonces Provincia de Honduras, sino del Istmo Centroamericano, que constituyó la zona geográfica y cultural que es Mesoamérica.

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Historia Cultural

3. La proliferación y divulgación del pensamiento presente en la mayoría de las universidades norteamericanas y noreuropeas, que en la búsqueda de un cientificismo ultramontano, sólo aceptan las visiones directamente documentalistas, estadígrafas y sociológicas, y no toman en cuenta que la historia también se conforma por las pulsiones, aspiraciones, anhelos, sueños, sistemas de creencias, que hace el “ethos” que determina una sociedad, sobre todo en su periodo de conformación que se trasmuta en el mito fundante.

A partir de estos presupuestos, Leticia de Oyuela analiza los hitos del mestizaje en las hijas mujeres destinadas al convento, en el aporte africano y la minería, en la evangelización de los indígenas, negros y chinos, en el surgimiento de la mentalidad criolla, en la ruptura de 1829, en el papel de las y los pardos en la anarquía republicana, en las corrientes migratorias de los siglos XIX y XX. En todos ellos enfatiza que es preciso entender que la cara etnológica de Honduras siempre fue el sur, y que la costa Atlántica, inicia su desarrollo tres siglos más tarde, de acuerdo con los intereses tradicionales de otras potencias, en una guerra económica entre imperios que buscó únicamente la desestabilización del orden hispánico. De esta herencia española es de la que proceden los mitos fundacionales, sobre todo en el aspecto religioso, y que llevó, no sólo a una mestización racial, sino que nos permitió conformar un mestizaje cultural de tal grado, que incidió fundamentalmente en todo un sistema de creencias, que desde hace más de quinientos años es la estructura básica, no solo de una cultura sino también en propia forma de pensamiento, que hoy más que nunca de cara al siglo XXI se tiene que asumir para que la cultura sea un medio y un fin para el desarrollo.

Así, la autora se inscribe dentro de una visión culturalista, la cual interpreta el fenómeno de la ilustración latinoamericana como un movimiento no contra la Corona (puesto que de ella venia), ni contra la nobleza (como en el caso europeo), sino contra los

únicos sujetos de la síntesis cultural latinoamericana: el indio y el mestizo. La constitución de los estados nacionales vino a reforzar todavía más esta tendencia hasta transformar el criollismo a fines de siglo XIX en un fenómeno urbano comúnmente analizado por la sociología bajo el título: surgimiento y constitución de los sectores medios. En efecto, estos sectores son los herederos del proyecto cultural sincretista ideado por los jesuitas, continuado por los ilustrados laicistas y, desde el cuarenta y cinco, también por los neoiluministas cristianos y de todos los pelajes. Ocasionalmente estos sectores se defienden a sí mismos como “clase alta”, pero este es más que un seseo de diferenciación social propio de la misma condición de la clase media crecida al amparo del Estado que, como se sabe, en América Latina no es un producto de la sociedad civil, sino su creador. La diferencia entre oligarquía y sectores medios es ciertamente de riqueza y de posición social, pero cualquiera que sea su magnitud no es lo suficiente como para ocultar su origen cultural común, que, según Pedro Morandé, se identifica con el intento del criollo por desprenderse de su origen mestizo, sustituyendo la historia real del siglo XVI por un sincretismo universalista y sin historia (Morandé, 1984).

Una perspectiva distinta y a la vez crítica a la de Oyuela se encuentra en los trabajos de los historiadores Marvin Barahona y Darío Euraque. Barahona publicó, el año de 1991, el libro Evolución histórica de la identidad nacional, que sin duda pretende hacer un giro en los estudios históricos en Honduras al pasar del estudio de los temas políticos y socioeconómicos a la historia social y cultural. Este libro pretende analizar la reconfiguración de Honduras como nación y cultura atendiendo a las tendencias de larga duración en la historia del país, como la inestabilidad, los procesos inconclusos que han sido factores para la constitución lenta, accidentada y llena de frustraciones de la nacionalidad hondureña. Así este autor recorre la historia del país a fin de buscar respuestas valederas a los intrincados nudos sobre los que se forjaron procesos que ayudan a comprender la evolución conflictiva de la construcción de la identidad nacional.

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Imagen: Dr. Marvin Barahona investigador e historiador, autor de diferentes obras de contenido histórico y social.

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Historia Cultural

En este trabajo Barahona es quien, hasta ahora, ha realizado el estudio más completo sobre la sociedad colonial, al centrar su estudio en el peso de la sociedad colonial en la conformación de la identidad hondureña. Retoma el análisis de la sociedad piramidal del sistema colonial expuesto por el historiador guatemalteco Severo Martínez Peláez en La patria del criollo (1969) , en cuya base se encontraban los indios, por el pago de tributos y en el abastecimiento de mercado locales, en el cual los pueblos de indios se convirtieron en el punto de apoyo de todo el sistema colonial, lo que le permite a Barahona concluir “…que los pueblos de indios, aun en las condiciones y circunstancias que hemos descrito, fueron el origen de las culturas rurales y campesinas de Honduras…” (Barahona, 1991:139). De igual manera, Barahona rescata los conceptos de Martínez Peláez de hibridación cultural y religiosa para analizar la cultura emergente de la sociedad hondureña. De este modo, en relación con la identidad nacional, establece una genealogía de un hondureño pobre, insatisfecho, marginado y resentido que, a su pesar, se convirtió en el tipo predominante de la sociedad hondureña. Es el arquetipo

humano que se construyó con los elementos que pudo arrebatar de los indios, hispanos, negros y mulatos y que, en su aislamiento, recreó y moldeó a la imagen de sus condiciones de vida. Esto explica la conformación de una Honduras heterogénea, multirracial y pluricultural, con metas y objetivos sociales siempre postergados para un futuro incierto e indefinido.

Por su parte, Darío Euraque ha incursionado en la década de los noventa del siglo XX, con sustanciales aportes al estudio de la historia social y cultural, introduciendo al debate historiográfico nacional temas novedosos y revisando otros con nuevos enfoques, fuentes y perspectivas de análisis, como la raza, el mestizaje, la presencia árabe-palestina y las élites.

Euraque ha sido un estudioso de la historia de Honduras en tres campos: la historiografía, la historia económico-social y la historia de la cultura. Con la publicación de sus libros Estado, poder, nacionalidad y raza en la historia de Honduras (1996) y Conversaciones históricas con el mestizaje y su identidad nacional en Honduras (2004) antologó una serie de ensayos y artículos dispersos en revistas nacionales y extranjeras, que en su conjunto hacen una obra que sistematiza el contenido de cada uno de los conceptos de los títulos de ambos libros, en los que estudia la imagen de la raza y el perfil del poder en Honduras.

El primer libro presenta una visión panorámica de los recursos económicos del Estado hondureño de 1830 hasta 1970 a través de diversas fases: entre la antesala de la independencia y la Federación (1790-1830); entre la independencia y la antesala bananera (1840-1870); el enclave bananero y la tragedia concesionaria (1870-1930) y el nuevo capitalismo agrario e industrial (1940-1970). En estas fases sobresale como tendencia histórica la precariedad de los recursos de Honduras para la conformación del Estado y la falta de capacidad de éste para responder a las demandas sociales, pero, sobre todo, la predominancia de un Estado patrimonialista que ha

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Darío Euraque, abril 2010, foto del Trinity College, Hartford, Connecticut

De la imagen a los imaginarios culturales 4

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sido el botín para muchos sectores sociales. Desde el acceso al poder del Estado, han surgido nuevos grupos económicos y de poder que han provocado metamorfosis económicas y sociales de las antiguas oligarquías tradicionales.

De estas metamorfosis da cuenta el segundo ensayo, en el cual se discute la hipótesis de la historiadora Marta Elena Casaús Arzú (1992), quien plantea que el retorno de las oligarquías se fundamenta en la supervivencia o metamorfosis de antiguas redes familiares que detentan el poder desde la época colonial. En el caso de Honduras, Euraque presenta datos sobre los grupos económicos más importantes del país, durante la década de los setenta y ochenta, períodos claves para la supuesta recomposición de la oligarquía de Honduras; asimismo, observa que las familias con poderío económico durante estas décadas no sólo carecían de redes familiares coloniales, sino que representan varias generaciones de inmigrantes árabe-palestinos que llegaron a Honduras a finales del siglo XIX.

El autor concluye que en el caso de Honduras se carece de una tradición o herencia del poder desde el período colonial y que la débil «oligarquía terrateniente- minera» que se conformó en el país a lo largo del siglo XIX fue incapaz de mantener la hegemonía sobre el poder político, especialmente en el centro del país; que se vio casi desplazada a inicios de siglo XX por un nuevo ciclo minero en

el sur y por el ascenso de la economía bananera en la Costa Norte y después, en la segunda mitad del siglo, por la emergencia de los grupos árabes palestinos que a partir de la década de los cincuenta surgen como un grupo con poder económico. Esto le permite concluir que: “…Si hubo metamorfosis en la oligarquía de Honduras, este proceso no se dio en la centuria pasada; el proceso se inició durante la transición al siglo actual, en el marco general de la nueva integración de la economía hondureña al mercado mundial mediante la plata y el banano…” (Euraque, 1996:47).

Una nueva perspectiva de la historia cultural hondureña se encuentra en la obra de Héctor Leyva, Imaginarios (sub)terráneos: Estudios literarios y culturales de Honduras (2010), que si bien se inscribe en esa tradición de los estudios históricos y literarios, no se suscribe a la misma, al plantear teórica y metodológicamente una nueva aproximación a los estudios culturales. Su libro representa, dentro de los estudios culturales hondureños, el paso de la visión cultural de la imagen a la visión de los imaginarios. En ese sentido, los ocho ensayos que componen este libro pueden leerse como

un nuevo punto de partida para una historia cultural. Peter Burke (2006) propone que el común denominador de la historia cultural podría describirse como la preocupación por lo simbólico y su interpretación, es decir el análisis de los imaginarios y de las representaciones. Esto es lo que hace Leyva en el conjunto de los ensayos de este libro que, aunque abordan especialmente tópicos literarios, sociales y políticos, siempre el eje es la cultura. Por ello, la obra puede ubicarse dentro de la historiografía nacional como una primera aproximación a una historia cultural de Honduras, al permitir una visión que a la vez que es

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teórica, es también investigación histórica, por su uso tanto de fuentes escritas como orales, que convoca abordajes y reflexiones sumamente heterogéneas a través del tiempo y de las disciplinas, de los problemas y las narraciones culturales de Honduras. En alguna medida, el carácter disruptivo que Leyva quiere imponer en el estudio de la cultura hondureña, parece autorizar lecturas diversas y reelaboraciones permanentes sobre la misma. Así, cuando estudia la reacción al positivismo decimonónico en Honduras, no lo hace desde la política, sino desde la cultura, o cuando estudia la dictadura de Tiburcio Carías (1933-1949), en el caso de una institución fundamental para un régimen dictatorial como es la policía, lo analiza desde la ética y la cultura. Más de medio siglo después, las páginas de la Revista de Policía ofrecen desde el trabajo de Leyva un rico registro de los desencuentros entre las conductas sociales (la cultura popular, la contracultura) y la moralidad que con excesos buscaba fundar el régimen. Se trataba, desde el punto de vista del cariato, no sólo de la

apología de la dictadura sino del proceso civilizatorio que hacía falta para conducir a la gente hacía una vida más provechosa y más responsable respecto a las obligaciones del progreso y la armonía en una sociedad moderna (justamente lo que hacía falta para disfrutar de la democracia antes desvirtuada por las montoneras y los derramamientos de sangre). Se puede decir que fue un momento particularmente ilustrativo del esfuerzo común de las oligarquías del continente por moldear la sociedad desde la esfera secular de acuerdo con el proyecto de la modernidad (Leyva, 2009).

El libro en su conjunto invita a un recorrido por una serie de facetas del imaginario hondureño, a partir de preguntas vigentes en el campo de los estudios culturales. En este marco, se interrogan desde la mitología fundante en el mundo lenca hondureño, al estudiar el mito e historia de los lencas desde los relatos de Yamaranguila sobre una generación legendaria de hombres que precedió a la actual: los egueguan, hasta las expresiones de los “imaginarios

de la marginalidad” y los “imaginarios del miedo” producidos por el contexto de violencia y delincuencia en la Honduras de los últimos diez años, con el fin de bosquejar el hilván de un diálogo cultural entre algunos de sus conceptos y categorías.

La pregunta por el talante de los procesos de producción de sentido constituye el punto de partida que se extiende, a lo largo de los ensayos, hacia territorios de lo universal y lo particular; la objetividad y la subjetividad; lo ideológico y la realidad. El horizonte general en el que esta obra se inscribe supone una concepción de la cultura o de las culturas sobre una noción plural – heterogénea al decir– de cultura. Por ello, es probable que Leyva no busque definir un ethos o una esencia o síntesis de la cultura hondureña como la pretendieron Valle y Oyuela. Desde el estudio de los imaginaros subterráneos como representaciones simbólicas que han hecho sentir su presencia en la historia del país, se presenta la cultura como un campo a la vez que disparejo,

contradictorio, con fisuras que demarcan varios sistemas, diferenciales y aun opuestos, debido a los múltiples tiempos históricos que componen el pasado del país.

El planteamiento de Leyva se ubica dentro de una de las tendencias en América Latina respecto de los estudios culturales, orientada a explicar la “heterogeneidad’, cultural y social de la región, los varios tiempos históricos que la caracterizan, las distintas visiones del mundo, las distintas epistemes de conocimiento y cultura que las caracterizan. Es explicar las negociaciones que surgen de esa heterogeneidad, cómo son los imaginarios de una tierra subordinada y sub-alternizada. Asimismo en estos trabajos sobre Honduras el autor tiende a revaluar las culturas de las grandes mayorías desposeídas y postergadas y los grupos excluidos del país, como el imaginario indígena y los imaginarios de la delincuencia y de los jóvenes en maras y pandillas. Por otro lado, el objeto de los estudios culturales planteado por Leyva, puede

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Sobre la cultura y el desarrollo humanoen Honduras

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decirse que no es el del sociólogo o del antropólogo, preocupados especialmente en el cambio cultural como signo del cambio social (lo que leen los poetas románticos o los discursos de los militares después de la guerra), sino como agente –uno entre otros– de dicho cambio. Es que la idea misma de cambio social vara para cada corriente: allá se atiene a la rápida variación de la cultura de los jóvenes en maras (y a la variación de los discursos dominantes sobre ellos) como medio de desmontaje de la hegemonía cultural. Desde un cierto punto de vista podría decirse que el miedo y sus efectos colaterales crecieron de tal modo entre la población que consiguieron penetrar el aparato jurídico e institucional y reforzar las tendencias represivas de los órganos de seguridad. Se trataría de una pasión colectiva canalizada bajo la forma de una ley y en ese sentido una forma de desestructuración del Estado. Pero tal perspectiva permite una interpretación desde un ángulo contrario, en el sentido de que el miedo de la población demandaba un tipo de respuesta de las elites en el poder que

resultaba necesaria y funcional a sus intereses y a los de la 6 dominación, con lo cual en lugar de debilitarse el Estado vendría a fortalecerse, aunque volviendo hacia sus formas autoritarias (Leyva, 2009:196).

Los estudios culturales hechos por Leyva enfatizan en un panorama que se puede llamar “horizontal” de la dinámica cultural hondureña, pues abordan cuestiones como la diversidad, la transculturación, el mestizaje o la hibridez cultural que se desprenden del contacto de pueblos o grupos humanos. A lo largo de estos trabajos Leyva evita toda voluntad enciclopédica o estudio comparativo y prescinde del recurso de la totalización o la síntesis para ofrecer, en cambio, una aproximación desde los estudios culturales y literarios, desde el ensayo hacia el artículo académico, que reconoce regulaciones a la investigación, transitando del estructuralismo (afincando en la confianza de la ciencia), al postestructuralismo (más escéptico tanto con respecto a la ciencia como a la sociedad y

la historia) con el fin de articularlas en un encuentro fecundo para profundizar en los imaginarios subterráneos de Honduras.

Esta reseña sobre la historia cultural no sería completa sino se presenta el Informe desarrollo humano. Honduras 2003, del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Este informe se centra en la relación entre cultura y desarrollo. Parte planteando que la historia de Honduras muestra un país que ha cambiado en los últimos siglos su conformación cultural y que sigue experimentando cambios visibles. Ha sido un proceso de renovación permanente de la propia población, de sus prácticas cotidianas y de sus modos de vida: del pasado indígena mágico religioso al católico colonial, de la minería y la ganadería, a la república bananera y a la maquiladora del presente; de asentarse la mayoría de su población en las tierras del occidente y luego poblar el centro y el sur, para después extenderse hacia la zona norte y la costa caribeña; de las lenguas indígenas a la lengua española, y ahora con influencias del inglés, de la cultura estadounidense, así como de la cultura de masas (véase capítulo 3).

El proceso de conformación sociocultural ha tenido como externalidad negativa la conformación de una sociedad que ha tendido a la fragmentación territorial y sin una sólida identidad compartida entre sus habitantes. Esta fragmentación territorial ha sido vista a lo largo de la historia nacional como una causa importante para explicar la dispersión poblacional, la incomunicación y la ausencia de un sentido de nación, de una territorialidad compartida o de una cultura predominante. Sin embargo, no puede desconocerse que en las últimas décadas, mejoras evidentes

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han hecho posible integrar más el país, aunque persisten zonas apartadas de los principales flujos de intercambio que se dan en el territorio hondureño. Sostiene que hasta la década de los cincuenta del siglo XX, en Honduras no se notaban grandes contrastes entre lo urbano y lo rural, las ciudades en su mayoría habían sido más bien pequeñas islas en el campo. De manera que cuando comienza la urbanización extensiva, el continuum rural-urbano se abre y se produce un flujo poblacional y simbólico en el que lo urbano tiende a quedar enlazado al ethos rural dentro del espacio de las ciudades, produciéndose así un fenómeno de hibridación.

El crecimiento acelerado de la urbanización comenzó a sucederse desde los años sesenta del siglo pasado, de tal forma que en la dinámica entre la población rural y urbana, se puede apreciar que actualmente Honduras es el país de Centroamérica que presenta el mayor ritmo de crecimiento urbano. Así mismo sostiene que en cuanto al proceso de urbanización ocurrido en el país, se observan limitantes que inciden para que a medida que las poblaciones hondureñas crecen y se expanden, más que el florecimiento de ciudades lo que se aprecia es el surgimiento de asentamientos desprovistos de las condiciones básicas de un hábitat acorde al desarrollo humano.

La urbanización en sí misma presenta una serie de distensiones que se manifiestan, entre otros rasgos, en la precariedad de la infraestructura física urbana, el peso del trabajo por cuenta propia, el incipiente desarrollo de la institucionalidad en la propiedad inmobiliaria, y lo rudimentario de la productividad del trabajo en las áreas modernas de la economía.

Resulta pertinente señalar que debido a ciertos impulsos de movilización de la población en Honduras, se ha creado un país de migrantes interdepartamentales, acompañado de un significativo porcentaje de emigración internacional. Desde el análisis de la territorialidad y de la urbanización plantea la tesis

que en Honduras esta dinámica genera un reacomodo de la cultura tradicional a y reafirma la hibridación urbano-rural en los comienzos del siglo XXI. Por lo que, sin perjuicio de los obstáculos y efectos negativos, la cultura hondureña se ha transformado de una sociedad predominantemente rural, a una sociedad en la que van surgiendo múltiples vínculos entre los núcleos rurales y urbanos que suponen transformaciones tanto en el campo económico como en el sociocultural. Dentro de esta dinámica de urbanización acelerada, es prioritario evitar una degradación social del medio rural, para lo cual se sugiere revalorizar y asignar nuevas funciones a este ámbito, mediante políticas que redefinan lo rural y aseguren que este espacio pueda servir, entre otros atributos, como factor de equilibrio ecológico y de producción de paisajes o de recreación (servicios ambientales) y como fuente de conocimiento y de reserva de las identidades culturales.

A partir del análisis de los fenómenos antes descritos, el Informe plantea que Honduras no es más la quieta sociedad rural de los siglos pasados, sino una sociedad en transición en la que los individuos todavía viven su experiencia cultural en el continuum rural-urbano, sin llegar a internalizar por completo ni el ethos rural ni el urbano. Es a partir de esta necesidad de internalización de los cambios socioculturales experimentados en las últimas décadas, que es importante estudiar el imaginario y la subjetividad de los hondureños y las hondureñas sobre su propia cultura.

A pesar de los cambios hacia una sociedad industrializada y modernizada, los hondureños y las hondureñas no han internalizado estos cambios totalmente, pues las percepciones muestran actitudes y valores más tradicionalistas que innovadores o de transformación. Las tendencias a la apatía, a la pasividad y al conformismo podrían obstaculizar los esfuerzos a favor del desarrollo humano, pero al mismo tiempo es persuasiva la denuncia de estas actitudes, en cuanto hace pensar en una actitud autocrítica que hace un llamado enérgico por superar tales resabios (véase capítulo 4).

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A partir de los resultados de una encuesta de opinión sobre características de los hondureños y hondureñas, el Informe intenta una aproximación a los rasgos que definen el ethos cultural en el país. Así, en lo que se refiere a la dinámica cultural, se muestran percepciones conservadoras al menos en tres ámbitos relevantes de las conductas sociales: en la alta valoración del pasado y de las tradiciones culturales hacia los que los hondureños muestran un singular apego; en la conformidad con el statu quo, que se expresa en niveles significativos de satisfacción con las condiciones sociales, aun tratándose de un país calificado entre los últimos en desarrollo en el continente; y, en la preeminencia de comportamientos pasivos que pueden estar erosionando o disolviendo iniciativas a favor del desarrollo.

La aprehensión hacia el pasado se puede vincular, de alguna manera, con las valoraciones de la vida en el transcurso del tiempo, las cuales apuntan hacia una actitud nostálgica a tono con la frase “todo tiempo pasado fue mejor”, combinada con cierta incertidumbre hacia el futuro, propio de una sociedad en transición. Una mayoría de los encuestados (72.4%) considera que “la vida era mejor en el pasado para los hondureños”, mientras los demás se dividieron casi equivalentemente entre los que opinan que “es mejor el presente” y los que opinan que “será mejor el futuro”. El apego al pasado y a la tradición pone de manifiesto cierta resistencia a perder lo que se tiene y que se considera valioso, y tiene como corolario un cierto temor por el futuro, lo cual puede desincentivar las transformaciones sociales en la medida en que la resistencia al cambio evite la asunción de riesgos para alcanzar un futuro mejor.

En el imaginario colectivo hondureño parece existir una cierta complacencia con las condiciones actuales de vida, pese a los marcados rezagos que existen en el país en torno al desarrollo. Para superar las condiciones concretas de la pobreza del país, quizás se requiera de actitudes más decididas de rechazo de lo negativo

(malestar), pero de igual manera esta percepción implica reflexionar sobre la idea de que el bienestar depende no sólo de elementos concretos sino de una complacencia con las condiciones de vida.

Sobresale el hecho de que el rasgo más identificado por los encuestados para definir a los hondureños es el de ser “trabajadores”, pero otras de las características más opinadas expresan que los hondureños son “haraganes” y “conformistas”. Sería pertinente indagar sobre la racionalidad del trabajo en la población hondureña, para identificar los elementos que estarían impidiendo que esta autoidentificación positiva de ser trabajadores se concrete en comportamientos emprendedores e innovadores.

La representación de una cultura común en las percepciones de los hondureños y las hondureñas se puede identificar en algunos elementos tangibles: los encuestados en el Informe ligan su idea del país a los símbolos patrios, por ejemplo la bandera, el himno y el escudo; a las ruinas de Copán; y, luego a la selección de fútbol. Es interesante subrayar que los aspectos culturales con los cuales se relaciona más la idea del país responden al imaginario moderno que se ha tratado de construir desde el Estado a partir de finales del siglo XIX hasta el presente, y no tanto con los elementos que surgen de las propias formas de vida o de las prácticas cotidianas. La existencia de estos aspectos de una cultura común creados ideológicamente se ve reforzada por una percepción de cierta uniformidad entre la población hondureña. La gran mayoría de los encuestados, un 85%, se siente “nada” o “poco diferente” de los demás hondureños y hondureñas, lo que a priori hace suponer que existen condiciones favorables para facilitar la cohesión social. Sin embargo, el que prevalezca la idea de una sociedad en apariencia uniforme no puede considerarse del todo favorable para el país, en tanto habría que indagar si esta percepción estaría o no inclinándose a ignorar la heterogeneidad de intereses y grupos sociales que en él convergen.

Existe una presencia activa o emergente de nuevas formas de

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identidad sociocultural que, sin rivalizar necesariamente con la de la nacionalidad, podrían tener un potencial favorable para la ampliación de la participación, para la extensión de los derechos humanos y la democratización. Son las identidades de los pueblos indígenas y negros de Honduras, las identidades de las mujeres y de los pobres, las identidades que revitalizan lo local y las diversas identidades religiosas. Es revelador que una de las formas de identidad activa que sobresale de los resultados del estudio es la que tiene que ver con el ámbito territorial, la cual supera la identificación con el ámbito étnico, religioso, organizacional y de clase social: un 62.9% considera que la población hondureña se identifica más con el lugar donde vive (la aldea, el municipio, el departamento o la región).

La desconfianza es uno de los principales problemas que estaría afectando la integración de la población. Las relaciones de convivencia entre la población hondureña están mediadas por una serie de factores tales como la desconfianza y las discriminaciones. Como se ha mostrado en varios estudios, las personas en su mayoría manifiestan bajos niveles de confianza y de solidaridad para solucionar los problemas de la comunidad. En cuanto a la discriminación, la más percibida es la que se da por la condición de pobreza u origen social.

Más allá de la fortaleza que muestra el tradicionalismo en varios sectores de la población, existen indicios notables de que en Honduras existe una fuerza cultural dinámica y cambiante que amerita ser estudiada a fondo. Para lograr un papel constituyente de la cultura en el desarrollo, es necesario contrarrestar las marcadas actitudes de pasividad y conformismo, las distintas formas de discriminación, y los bajos niveles de confianza entre las personas, factores que en su conjunto no generan “un modo de vida y un modo de vivir en comunidad” que propicie el desarrollo humano. Empero, es conveniente potenciar esa percepción en el imaginario que identifica a la población hondureña como una sociedad noble, austera y trabajadora.

Siguiendo de una manera u otro el estudio de la relación entre los procesos de urbanización, el desarrollo y la cultura se encuentran los trabajos realizados por un grupo de jóvenes historiadores en el el Centro de Arte y Cultura (CAC) de la UNAH, dirigidos por Marvin Barahona y que publican sus investigaciones en la Revista de Arte y Cultura de dicho centro.

En el primer número de esta revista publicado a finales del 2014, se presentan cinco artículos referidos al estudio de la historia social y cultural de la ciudad de Comayagüela. Se deduce que desde que la ciudad de Tegucigalpa fue declarada capital de la República de Honduras 1882, inició un proceso de múltiples transformaciones en apelación a un discurso moderno y de modernización. Uno de estos cambios principales es reflejado desde finales del siglo XIX hasta inicios del siglo XXI en el espacio público. Del estudio de dichos espacios se hacen cargo los artículos de Daniel Medina: “La Calle Real y la Feria de la Inmaculada Concepción en Comayagüela. Lugar, memoria e identidad” y el de Luis Lozano: “Los Mercados de Comayagüela: Historia y modernidad (1884-1935)” ambos trabajos ayudan a comprender los significados del proceso histórico de esta ciudad, que como la mayoría de las ciudades latinoamericanas experimenta cambios desde finales del siglo XIX. En los artículos contenidos en esta revista se analiza como los procesos generales de cambio repercutían en un territorio alejado de los centros de la economía capitalista internacional, como Comayagüela. Se analizan la constitución de los espacios sociales en la ciudad, destacando la acción de los agentes sociales en la producción del espacio público, como la hace en su trabajo Marvin Barahona “Modernización, espacio público y nacionalismo en Comayagüela (1880-1940)”, y el papel del poder local en la gestión de los poblados indígenas en el que se centra el artículo de José Carlos Erazo “Comayagüela: Historia de un pueblo de indios (1578-1820)”, y el papel de las mujeres y los comerciantes son analizados por Barahona y Lozano. Joel Barahona, por su parte, analiza a una de las figuras emblemáticas de las artes

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plásticas hondureñas y en especial de la enseñanza de las bellas artes en su artículo “Arturo López Rodezno, su aporte a la identidad nacional”.

Todos estos trabajos son un avance en la historiografía de Comayagüela, analizada por José Carlos Cardona Erazo en su trabajo, pero a la que hay que agregar, también, los aportes de Rafael Helidoro Valle y del mismo Armando Cerrato Valenzuela, citado por Cardona. Los trabajos de la Revista Arte y Cultura representan un cambio dentro de la historiografía hondureña al centrarse en los impactos socioculturales de los procesos de modernización y desarrollo urbano en Honduras, reflejando la integración de Honduras en la economía capitalista mundial y un proceso de modernización y de desarrollo comercial, en el marco del proyecto de sociedad propiciado por los reformadores liberales a partir de 1876, – la sociedad urbana e industrial emergente –, y la sociedad agraria y colonial todavía dominante.

Tal como se ha visto en este recorrido por algunas de las tendencias, autores y obras sobre la historia cultural hondureña, existe un corpus de obras significativas y exploraciones interesantes de la cultura y lo cultural en Honduras. No obstante, los vacíos y la deuda de los estudios históricos con la cultura son grandes. En ese sentido, con la creación de esta Maestría en Historia Social y Cultural, se espera que este vacío y deuda empiecen a llenarse y pagarse, en la medida que los estudiantes de las diferentes promociones a futuro de este posgrado realicen investigaciones y tesis desde los aportes de la Nueva Historia Cultural planteada por Burke.

Como sostuvo Marvin Barahona en su discurso de aceptación del vigésimo quinto Premio de Estudios Históricos Rey Juan Carlos I, en Tegucigalpa, en 2014:

“...Los estudios históricos de hoy deben responder a estos nuevos desafíos, con una conciencia clara del contenido que llenó al viejo paradigma vigente desde el siglo XVI, y una conciencia no menos clara de la exigencia que proviene de nuestra realidad y de la globalización para crear un nuevo paradigma de identidad nacional que transforme profundamente la sociedad, el Estado y la Nación...” (Barahona, Presencia Universitaria, 2014).

Para Barahona es imposible establecer una separación entre las ciencias históricas y las deudas sociales y culturales:

“No veo estudios históricos o ciencias sociales al margen de esta dicotomía, de esta medición de fuerzas entre un paradigma viejo y un paradigma nuevo de sociedad y cultura. Me niego al hecho de deber asumir

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Bibliografia

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como propia una investigación histórica y social que no intente llenar la enorme deuda social contraída con los pueblos indígenas y afrodescendientes, con la juventud y las mujeres; y, sobre todo, que no desarrolle una visión estratégica sobre el uso racional y compartido de nuestros recursos naturales, que no sea capaz de percibir en la diversidad humana, natural y cultural el principal tesoro que la nueva identidad nacional debe descubrir.” (Barahona, Presencia Universitaria, 2014)

Sin duda para una nueva historia cultural y social es importante también tomar en cuenta el llamado hecho por Burke, según el cual han de cuidarse tres aspectos de la historia cultural para evitar su desgaste: la definición de cultura, los métodos que han de seguirse y el peligro de la fragmentación que conlleva la historia cultural. Sobre estas advertencias, Burke argumenta la posibilidad de realizar “una empresa histórica colectiva” donde no sólo coexistan las diferentes historias (política, económica, intelectual, social, cultural, etc.), sino que se aproximen para contribuir a “una visión de la historia como un todo”; pero sea cual sea el futuro de la historia cultural (y de los estudios históricos en general), Peter Burke asegura que en ese futuro “debería estar vedado el retorno a la literalidad”.

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