historia cultural, historia de los semióforos

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HISTORIA CULTURAL, HISTORIA DE LOS SEMIÓFOROS. Krzysztof Pomian

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Autor: Krzysztof Pomian. Más información en: http://alfinliebre.blogspot.com/2010/10/ano-ii-no-05.html

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Page 1: Historia cultural, historia de los semióforos

HISTORIA CULTURAL, HISTORIA DE LOS

SEMIÓFOROS.

Krzysztof Pomian

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HISTORIA CULTURAL,

HISTORIA DE LOS SEMIÓFOROS.

Krzysztof Pomian

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Historia cultural, historia de los semióforos.

Para esta digitalización, se ha insertado la portada original de la 1ª edición en

español en la página anterior. El proyecto ―Al fin liebre ediciones digitales‖

intenta hacer referencias a todos los datos originales posibles de las

publicaciones de donde se toman los textos.

Tomado de:

KRZYSZTOF, Pomian. ―Histoire culturelle,

histoire des sémiophores‖ en AA.VV. Pour

une histoire culturelle. Rioux, Jean-Pierre y

Jean François Sirinelli, coords. París. Editions

du Seuil. 1997. (versión en español:

KRZYSZTOF, Pomian ―Historia cultural,

historia de los semióforos‖ en AA.VV. Para

una historia cultural. Rioux, Jean-Pierre y Jean

François Sirinelli, coords. México. Editorial

Taurus. 1999). pp. 73-100.

* Los números de página no se

corresponden con el original.

De esta digitalización:

Diseño de portada Froy-Balam

Imagen de portada Imagen de internet, disponible en

<http://psicosystem.blogspot.com>

Digitalizado en Xalapa, Ver.

¿Cómo citar este documento?

KRZYSZTOF, Pomian. Historia cultural,

historia de los semióforos. [en línea] Xalapa,

Ver. AL FIN LIEBRE EDICIONES DIGITALES.

2010. 32 pp. [ref. –aquí se pone la fecha de

consulta: día del mes de año-]. Disponible en

Web:

<www.alfinliebre.blogspot.com>

AL FIN LIEBRE EDICIONES DIGITALES

2 0 1 0

Page 6: Historia cultural, historia de los semióforos

ÍNDICE

01. EL ACERCAMIENTO SEMIÓTICO Y EL ACERCAMIENTO PRAGMÁTICO ... 7

02. LOS SEMIÓFOROS ENTRE OTROS OBJETOS VISIBLES ................................ 12

03. LA DIVERSIDAD DE LOS SEMIÓFOROS ........................................................... 18

04. LA CONTROVERSIA SOBRE LA NOCIÓN DE CULTURA ............................... 23

05. COMENTARIOS FINALES .................................................................................... 29

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HISTORIA CULTURAL, HISTORIA DE LOS SEMIÓFOROS Krzysztof Pomian

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La historia en tanto saber universitario, en el sentido que le damos a esta

expresión —no un comentario de las obras de los antiguos historiadores, sino el

estudio, la explicación y la descripción del pasado—, tiene .sus orígenes en

Goettingue durante la segunda mitad del siglo XVIII. Los doscientos años que

nos separan se pueden dividir en tres grandes periodos. En el primero, que duró

hasta la segunda mitad del siglo XIX, la historia político-diplomática mantuvo

el papel rector en el conjunto) de disciplinas históricas. En el segundo, que

terminó en los años setenta de nuestro siglo, este papel le tocó a la historia

económica y social. Desde entonces, pertenece a la historia antropológico-

cultural.

En la época de su preeminencia, cada una de esas disciplinas intentó tratar

a las otras dos como auxiliares, o bien proporcionarles los conceptos que

deberían permitirles pensar el pasado que ellas sondeaban, e integrarlo en una

totalidad inteligible. Pero, en lo esencial, cada una privilegió a otro objeto. La

primera, al Estado como poseedor de la soberanía, promotor de las leyes cuyo

respeto —que él mismo impone— asegura el orden en su territorio, único actor

legítimo en las relaciones internacionales, habilitado para concluir los tratados

y para hacer la guerra. La segunda, las clases sociales, que se distinguen por el

lugar que ocupan en la producción o en la repartición de los ingresos y

portadoras de intereses y de aspiraciones opuestas, incluso incompatibles. La

tercera, las obras con sus autores individuales o colectivos y los compor-

tamientos de los grupos humanos a los cuales pertenecen, que definen el

carácter específico de esos grupos, contribuyendo al mismo tiempo a crearles

un sentimiento de identidad. De este tercer periodo trata el texto siguiente.

Page 8: Historia cultural, historia de los semióforos

EL ACERCAMIENTO SEMIÓTICO Y EL

ACERCAMIENTO PRAGMÁTICO

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HISTORIA CULTURAL, HISTORIA DE LOS SEMIÓFOROS Krzysztof Pomian

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Tomemos como ejemplo relatos que habitualmente se asignan a la

literatura, y comparemos dos acercamientos; uno de ellos los toma por obras

literarias y el otro, por libros. Suponemos que están aplicados con conocimiento

de causa y con espíritu de continuación, y no, como suele ocurrir, mezclados

uno con otro sin que nos demos cuenta. Suponemos también que ninguno

utiliza los procedimientos que son, en su terreno, ilegítimos.

Comencemos por constatar que la obra literaria es invisible, pues lo que

vemos siempre es un libro, manuscrito o impreso, y en éste, páginas cubiertas

de manchas de tinta de formas diversas. Para pasar de esas páginas y de esas

manchas a la obra literaria, hay que disponer de una capacidad que rebasa, y de

lejos, la de mirar de manera correcta. Hay que saber leer, es decir, reconocer

esas manchas como signos de una escritura, relacionados con sonidos de un

lenguaje determinado y comprender las asociaciones de esos sonidos; las

relaciones, a su vez, con lo que ellos significan, con lo que designan y con lo

que expresan. Es necesario, entonces, tener memoria tanto del lenguaje como

de la escritura, y hay que saber pensar, es decir, establecer entre las unidades

lingüísticas de diferentes niveles los lazos que constituyen un todo, en

determinado caso, la obra literaria. Y éstas no son sino condiciones necesarias

mínimas.

La obra literaria es entonces un objeto invisible y el libro un objeto visible.

Esta diferencia de naturaleza ontológica acarrea muchas otras. La obra literaria

no varía con respecto a sus relaciones físicas, si solamente existe entre ellas una

correspondencia biunívoca; se le puede recitar, escribir, imprimir,

numeralizar y sigue siendo la misma. Es invariable en lo que respecta a sus

realizaciones psíquicas, por eso, aunque sean tan numerosas como los

lectores, éstos pueden, cuando hablan de su tema, hablar de una misma obra,

con tal de que dispongan de competencias que les permitan comprenderla. Y

es invariable, finalmente, en lo que se refiere a sus realizaciones lingüísticas, lo

que hace posible traducirla. Dicho esto, en el primer caso, la obra no sufre

ninguna deformación, mientras que puede ser altamente deformada en los

otros dos. Se trata, sea como sea, de satisfacer ciertas condiciones para que la

identidad de la obra no se vea afectada. Se logra incluso preservarla, de

manera que la obra sigue siendo reconocible, cuando ésta se traspone fuera

del lenguaje, en una fila de imágenes inmóviles, en un espectáculo teatral, en

una película.

Es inútil demostrar que nada de todo eso se aplica al libro, inseparable de

su forma física; de ahí los problemas jurídicos y financieros que plantea a los

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HISTORIA CULTURAL, HISTORIA DE LOS SEMIÓFOROS Krzysztof Pomian

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bibliotecarios, editores y libreros la propagación de las técnicas informáticas

de grabación. Estaremos de acuerdo probablemente en que una lista de

números grabada en un disquete y leída por una máquina no es de ninguna

manera un libro, aun si esto significa realizar tal o cual otra obra literaria y

aun si, una vez la máquina conectada a una impresora, permite producir un

libro; por definición, un libro debe poder leerse sin la mediación de una

máquina. En otras palabras, un libro se muestra en la percepción como libro

porque lo distinguimos a simple vista como un conjunto de hojas de papel

blancas o cubiertas de manchas de tinta sin ninguna significación, lo que no

ocurre en el caso de un disquete, del que no sabemos si es virgen o si lleva

información, antes de haberlo introducido en una máquina para la cual está

adaptado. Desde ese punto de vista, las microformas no son libros: aunque

se pueda ver que están cubiertas de signos, no podemos leerlas sin un lector

apropiado. Pero un rollo de papiro o un códice en pergamino son formas

diferentes del libro.

En el inventario de las diferencias entre el libro y la obra literaria,

podemos ahora añadir algunas más. La obra literaria existe fuera del tiempo y

del espacio, pues en todas partes y siempre sigue siendo idéntica a ella misma.

En ese sentido, es una entidad ideal. El libro, como objeto visible, pero

también táctil, existe evidentemente en el tiempo y en el espacio: ocupa lugar,

pesa, cambia. La obra literaria es, en cada caso, única: no existe más que una

Madame Bovary y una sola Divina Comedia. A cada obra literaria

corresponden, sin embargo, ciertos libros. Ocurre, es cierto, que las obras sean

conservadas en un único manuscrito o en un solo ejemplar impreso. Pero

tales casos, siempre excepcionales, son cada vez más raros.

Como entidad ideal, la obra literaria no se dirige más que a dos personas:

un narrador que la hace acceder al ser, y un lector al que se dirige y que no es

sino un lector virtual. Uno y otro tienen una existencia tan ideal como la obra

misma, y sólo la obra les permite encontrarse. El libro hace trabajar

industrias enteras que producen papel, tintas, material de imprenta; exige

también impresión, energía, transporte, publicidad. Moviliza además toda una

colectividad: el autor en tanto que persona física y función social, el editor con

su equipo, el personal de imprenta, el distribuidor y sus servicios, los trans-

portes, las librerías, los lectores que deben disponer no solamente de las

capacidades idóneas, sino también del poder de adquisición que les permita

comprar el libro o en su defecto, de la posibilidad de leerlo en un biblioteca.

Requiere de capitales y de normas que regulan las relaciones entre los distintos

actores del mercado donde es objeto de toda una cascada de transacciones.

Necesita, entonces, como telón de fondo, del derecho, de la justicia y del

Estado.

La historia de las obras literarias está organizada por relaciones

puramente formales: similitudes, oposiciones, préstamos, transformaciones.

Estrictamente hablando, no es una historia sino una combinatoria imperfecta

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HISTORIA CULTURAL, HISTORIA DE LOS SEMIÓFOROS Krzysztof Pomian

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que toma en cuenta la sucesión temporal. En cuanto a una geografía, una

sociología o una economía de las obras literarias, están por definición excluidas,

puesto que estas últimas son entidades ideales. Es completamente distinto lo

que ocurre con el libro. Se estudia la historia, se diseñan los mapas de la

propagación de ciertos títulos, imprentas, librerías, bibliotecas; se hacen

encuestas sobre la lectura en función del sexo, de la edad, de los ingresos, de

las profesiones ejercidas, del nivel de educación, del tiempo que se le

consagra, de la preferencia por ciertos géneros de escritura, por ciertos temas,

por ciertos autores; se analizan los costos de la producción y de la

distribución, los precios, las cargas fiscales.

Todas esas cosas, a fin de cuentas perfectamente conocidas, se

recordaron aquí para hacer resaltar, de la manera más flagrante, el contraste

entre dos acercamientos de los escritos que se le asignan a la literatura, uno de

los cuales proviene de diferentes teorías, principalmente fenomenológicas y

estructuralistas, de la obra literaria, de la literatura y de los géneros literarios, y

el otro, representado por el conjunto de investigaciones sobre el libro, los

periódicos, las bibliotecas. Esos dos acercamientos —se hablará también de

tratamientos o de perspectivas— se excluyen recíprocamente en el sentido en

que uno no le deja ningún lugar al otro; de hecho, cada uno plantea preguntas

diferentes y se despliega en realidades distintas. El primero entre los signos, las

significaciones y las estructuras; el segundo entre las cosas, las acciones y las

series temporales. El primero será designado desde ahora acercamiento

semiótico; el segundo acercamiento pragmático. Uno y otro están presentes

desde los primeros decenios del siglo XX, no solamente en los estudios literarios,

sino en casi todos los campos de las ciencias humanas.

Así, en el estudio de las artes plásticas, tenemos la iconología que se

interesa prioritariamente por lo que permanece invariable en lo que concierne

al paso de la escritura y por lo tanto del lenguaje usual a trazos de lápiz,

pinceles o cinceles, cuya asimilación en una modalidad del lenguaje autoriza

una lectura de las obras de arte para explicitar los significados. En el polo

opuesto, tenemos diversas investigaciones que tratan esas obras

principalmente, si no exclusivamente, como visibles u observables: productos,

en cada caso, de la mano y del ojo de tal o cual individuo; aleaciones de ciertos

materiales de dimensiones determinadas; aplicaciones de diferentes técnicas;

objetos pertenecientes a individuos o grupos de tal o cual recepción, de lo que

dan testimonio los precios pagados para adquirirlos, los lugares en que se les

expone y las maneras de exponerlos, los comentarios expresados sobre ellas.

En el estudio de las creencias mágicas, religiosas o ideológicas, o de las

doctrinas filosóficas, teológicas, políticas, jurídicas, sociales, económicas, etc.,

reencontramos la ―historia de las ideas‖, interesada, sobre todo algunos de sus

adeptos, únicamente en entidades invariables con respecto a sus realiza-

ciones, sean las que sean, y libres de toda relación con un tiempo o un

espacio; en una palabra, en entidades ideales y por tanto designadas, con

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HISTORIA CULTURAL, HISTORIA DE LOS SEMIÓFOROS Krzysztof Pomian

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razón, por un nombre de resonancias platónicas. Se enfrentan a esto

investigaciones que colocan nuevamente los discursos proferidos oralmente o

por escrito entre los comportamientos visibles, o que lo fueron, de los

individuos, de los grupos, de las organizaciones, de las instituciones situadas en

un tiempo histórico y en un espacio físico y social a la vez. Y que tratan de

establecer no cuáles son las ideas que debería conducir tal o cual relato y que

el historiador debería mostrar, sino cómo ese relato fue comprendido por sus

lectores en las épocas sucesivas de su recepción, qué reacciones suscitó, qué

malentendidos provocó, qué controversias desencadenó. Pasa lo mismo en el

estudio de la ciencia a quienes la toman como ideal, en todos los sentidos de la

palabra, y que entonces asimilan a ella la historia, como una sucesión de

teorías, productos de un mero trabajo intelectual de individuos desinteresados,

consignados en escritos, a quienes se oponen los que insisten en el papel de la

experimentación y, por tanto, de los instrumentos que se manipulan, en todos

los sentidos de la palabra, así como en la dimensión social y material de la

investigación con sus conflictos y sus rivalidades alrededor de intrigas como

las del poder, el dinero o el prestigio.

Como es evidente, esto no agota la pluralidad de los acercamientos

que manifiestan las publicaciones que conciernen a los terrenos revisados aquí

rápidamente, pues hay algunos que siguen sin cambios desde el siglo pasado;

volveremos a esto. Queda por decir que, en las ciencias humanas contem-

poráneas, la línea de reparto principal opone el tratamiento semiótico al

tratamiento pragmático. Esta dualidad forma parte del paisaje a tal punto que

uno ya no lo percibe. Si, entre los años veinte y los años cincuenta, los

promotores del tratamiento semiótico luchaban para garantizarle primero el

derecho de ciudadanía, y después una posición dominante, o exclusiva,

multiplicando las polémicas, los manifiestos y los programas, desde hace más

o menos tres decenios reina en las ciencias humanas una coexistencia

pacífica. Unos toman sus objetos de estudio desde una perspectiva semiótica,

otros desde una perspectiva pragmática, los terceros con ligereza, pues de

manera inconsciente conjugan una y otra como si no fueran incompatibles.

Otros aún tratan, a veces con éxito, de encontrar una perspectiva unitaria: como

casi nunca la justifican con consideraciones teóricas, no se distinguen de

los que ilegítimamente mezclan las dos. Sólo podrían introducir cierto trastorno

los que refutan a las ciencias humanas en su principio mismo, arguyendo que

no hacen sino producir ficciones y que los argumentos presentados para

justificar las afirmaciones enunciadas no son más que procedimientos

retóricos expuestos para imponerle al público opiniones incurablemente

arbitrarias. Pero muy rara vez avanzan con la cara descubierta.

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LOS SEMIÓFOROS ENTRE OTROS OBJETOS

VISIBLES

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HISTORIA CULTURAL, HISTORIA DE LOS SEMIÓFOROS Krzysztof Pomian

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Regresemos a la obra literaria y al libro, pero ahora mirémoslos de otra

forma para advertir que habitualmente no tenemos pruebas ni de la

significación pura ni del objeto visible sin más. La tenemos de un libro como

soporte de la obra literaria; más exactamente, como unión de signos que

transcriben esta obra —por ejemplo, las letras del alfabeto latino reunidas

conforme a las reglas de una lengua determinada o de imágenes en blanco y

negro o en colores— y de un soporte de esos signos: hojas de papel pegadas o

cosidas bajo una misma portada: las hojas impresas, pegadas o cosidas en un

orden determinado, para que alguien las lea en el orden que ellas prescriben.

Dicho de otra forma, para programar el comportamiento de un destinatario a

fin de convertirlo en un lector.

Visto desde este ángulo, el libro ya no es únicamente un objeto visible:

remite a un destinatario exterior y a una significación invisible que se supone

que éste debería poder extraer al leerlo. Pero la obra literaria, por su parte, no

es solamente una entidad ideal, pues existe, realmente en el intelecto del

lector: cuando lee un libro y lo comprende, éste programa en cierta medida —

dependiendo de su contenido y circunstancias—, sus estados internos y a

veces sus comportamientos. En esta perspectiva, el libro es un semióforo: un

objeto visible investido de significación.

Pero no lo es de una vez y para siempre. Ser semióforo es una función

que el libro no conserva más que cuando se adopta frente a él una de las

actitudes programadas por su forma misma: cuando uno lo lee, lo hojea o, por

lo menos, cuando lo pone en las repisas de su biblioteca, en una librería o en

una tienda de libros viejos. Lo trata también como semióforo quien lo conserva

porque ve en él un libro, sin estar dispuesto a leerlo, o el que no ve más que un

objeto extraño o precioso que debe ser conservado por eso. Y el que ordena

quemarlo, convencido de que puede ejercer una influencia nociva en los

lectores o porque quiere destruir las elaboraciones escritas por un grupo, con el

fin de destruir al grupo mismo. Pero cuando calzamos con un libro un mueble

que cojea, o cuando utilizamos un libro para alimentar una hoguera, deja de ser

un semióforo y se convierte en una cosa; esta noción se explicará más ade-

lante. Es cierto que la propia apariencia de un libro sugiere que fue producido

para leerse o mirarse, pero eso no basta para que sea actualmente un

semióforo, si nadie es capaz, de reconocer en él esta función.

Abandonemos aquí el ejemplo del libro. Para aclarar la noción de

semióforo y mostrar su alcance en toda su generalidad, procedamos a una

clasificación del conjunto de objetos visibles (dejaremos entonces de lado

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HISTORIA CULTURAL, HISTORIA DE LOS SEMIÓFOROS Krzysztof Pomian

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todos los objetos percibidos por otros sentidos diferentes a la vista). Tal

clasificación exhaustiva de objetos visibles, compuesta de un pequeño número

de secciones, parece, por su extrema heterogeneidad, condenada de

antemano a un fracaso. Sería, en efecto, así, si nos limitáramos a clasificar los

objetos únicamente a partir de su forma y de los materiales de los que están

hechos. Nuestro proyecto sería de cualquier forma fácil de realizar, si

clasificáramos los objetos según su origen: producciones naturales y

producciones humanas. Se vuelve un poco más difícil, pero sigue siendo

realizable, cuando nos remitimos a funciones de objetos identificadas, por

cada quien, con el destino que le otorga el productor, individual o colectivo,

y con el empleo que le dan los usuarios. Tratamos así de dividir el conjunto de

objetos visibles en algunas clases funcionales.

En ese punto, no dejarán de replicarnos que hay tantos destinos

conferidos a los objetos como tipos de objetos y que, por tanto, el criterio

funcional no permite evitar la multiplicidad casi ilimitada en la que nos

encierran los criterios morfológico y material. Pero no es así, pues a

diferencia de las formas y de los materiales, que son cualitativamente

irreductibles unas y otros, las funciones, por específicas y puntuales que

sean, se dejan tratar como casos particulares de funciones más generales, como

lo ilustra la historia de las herramientas, por ejemplo, caracterizada por su

diferenciación progresiva. Nuestro propósito consiste, entonces, en determinar

las funciones más generales que hubieran permitido dividir el conjunto de

objetos en algunas clases, dentro de las cuales se puede proceder a

especificaciones tan a fondo como se quiera.

Existe otra objeción según la cual, por regla general, el destino de un

objeto no coincide con su empleo o con sus empleos; más adelante

veremos ejemplos. ¿Cómo se puede entonces asimilar la función de un

objeto a su destino y a su empleo? Para responder, notemos primero que el

destino asignado a un objeto por su productor, individual o colectivo, dicta la

elección de los materiales que se utilizan para fabricarlo y la forma que les

será impuesta. La función de un objeto está inscrita, entonces, en su apariencia

y se hace visible gracias a ésta. En cuanto al empleo y a los empleos, dejan en

general huellas, modificando en grados variables tales o cuales otros aspectos

de la apariencia original. En tanto que inscrito en la apariencia visible del

objeto, su destino inicial determina el abanico de sus empleos más probables.

Pero los empleos reales de este objeto pueden a veces apartarse mucho. Entre

unos y otros se despliega toda la historia del objeto entre los hombres,

resultado de las variaciones de su función en el tiempo y en el espacio, y de

los cambios que sufre por ese hecho su apariencia visible.

Notemos ahora que con toda certeza existen objetos visibles entre los

cuales algunos no tienen ningún destino porque no fueron producidos por los

hombres, y otros no tienen ningún uso, lo que explica su eliminación en el

espacio donde aquéllos viven. Unos y otros parecen cuestionar una clasifica-

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HISTORIA CULTURAL, HISTORIA DE LOS SEMIÓFOROS Krzysztof Pomian

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ción funcional de los objetos visibles. De hecho, le dan una confirmación.

Antes de haber sido transformados por los hombres, las materias primas, las

plantas y los animales salvajes, los elementos como el agua, la tierra, el aire, el

fuego producido por el sol, el rayo o los volcanes, el cuerpo humano mismo,

en fin, no tienen ningún destino originario. Poseen, sin embargo, usos de los

cuales los más probables están determinados por sus apariencias visibles o por

sus propiedades observables. Esto los constituye en una clase funcional

aparte, que reúne todo lo que los hombres encuentran en su medio ambiente;

los objetos que forman parte de esta serie recibirán el nombre de cuerpos.

Pasemos a los que no tienen ningún empleo. Los rastros que llevan muestran

que, a diferencia de los cuerpos, todos tuvieron un destino y usos para los que

ya no se prestan, ya sea por los cambios de su apariencia visible o de sus

propiedades observables, ya sea porque sus mismos usuarios cambiaron. Esto

los constituye como una clase funcional aparte, que reúne todo lo que los

hombres abandonan, evacuan o destruyen; los objetos que forman parte de ella

recibirán el nombre de desechos.

Entre los cuerpos y los desechos que, unos y otros, se pueden dividir en

numerosas secciones no pertinentes para nosotros, se reparten otras clases de

objetos. Tomemos los objetos destinados a transformar la apariencia visible o

las propiedades observables, o aun a modificar la localización de otros

objetos, ya sean cuerpos, incluido el cuerpo humano, o bien productos de

una transformación previa de los cuerpos, o de una cadena, a menudo muy

larga, de tales transformaciones, los destinados también a permitir a los

hombres protegerse o proteger otros objetos contra las amenazas externas, se

trate de variaciones del ambiente o de agresiones; y los destinados, por último,

a ser directamente consumidos o transformados con el fin de prestarse al

consumo. Todos los objetos que forman parte de esta clase recibirán el nombre

de cosas. Son las máquinas, las herramientas, los instrumentos, los medios de

transporte, las habitaciones, las vestimentas y las armas, los alimentos, las

medicinas. Son también las cosas que no son necesariamente inanimadas: las

plantas cultivadas y los animales domesticados con la finalidad de emplearlos

para uno de los usos que acabamos de enumerar. Y son también los hombres

cuando su cuerpo se somete a alguno de estos usos.

A la clase siguiente pertenecen los objetos destinados a reemplazar, a

completar o a prolongar un intercambio de palabras, o a conservar sus rastros,

volviendo visible y estable lo que de otra manera sería evanescente y

únicamente accesible al oído; ellos recibirán el nombre de semióforos. Ya

hemos estudiado un espécimen y encontraremos otros cuando propongamos

una clasificación. Mientras tanto, subrayemos los rasgos que les son comunes,

pues son resultado de su propia función. El primero es que cada uno está

compuesto de un soporte y de signos que, sin formar un lenguaje, fungen como

tal.

Cada semióforo está inscrito en un intercambio entre dos o varios

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HISTORIA CULTURAL, HISTORIA DE LOS SEMIÓFOROS Krzysztof Pomian

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compañeros, y entre lo visible y lo invisible. Pues cada uno remite

prioritariamente a algo actualmente invisible y que no podría designarse por un

gesto, sino únicamente evocado por la palabra; sólo de manera derivada y

secundaria los semióforos remiten a algo presente aquí y ahora. En la medida

en que sustituye algo invisible, lo muestra, lo indica, lo recuerda o conserva su

huella, un semióforo está hecho para ser mirado, si no es que escrutado en

sus menores detalles, para imponer a sus destinatarios la actitud de

espectadores. De ahí la elección de los materiales y de las formas susceptibles

de atraer y de fijar la mirada que, para producir este efecto, deben resaltar en el

medio ambiente y resultar raros al compararse con sus componentes. De ahí

que los semióforos formen una jerarquía según la rareza de sus materiales y

formas. De ahí, finalmente, la importancia que uno adjudica a los caracteres de

su apariencia, que manifiestan lo invisible y que son, por tanto, signos: esto

lleva a rodearlos de una protección, proporcional a la posición de cada tipo

de semióforo en la jerarquía, para evitarles el desgaste que sufren las cosas,

que al transformar los cuerpos u otras cosas, mutan ellas mismas

inevitablemente, al grado de volverse irreconocibles y, por tanto,

inutilizables.

Junto a las cosas y los semióforos, existe, finalmente, una clase de

objetos que, emparentados en grados diversos con unas y otros, se distinguen,

sin embargo, por su función. Están destinados, en efecto, a producir semióforos.

Forman parte de esta clase de objetos visibles: los sellos, los señaladores de

página, pinceles, punzones, buriles, lápices, plumas, máquinas de escribir,

impresoras, cámaras fotográficas, telégrafos, teléfonos, fonógrafos,

gramófonos, micrófonos, grabadoras, cámaras de video, emisores y sus antenas,

receptores de radio y televisión, fotocopiadoras, télex, videocaseteras,

computadoras con sus discos y disquetes, casetes, películas. También forman

parte los relojes, las balanzas, las reglas graduadas, las brújulas y todos los

instrumentos de observación y de medida. Todos ellos son semióforos, pues

cada uno está compuesto de un soporte y de signos. Pero esto es secundario

en su caso, como es secundario para una máquina el hecho de que lleve una

marca de fábrica, lo que la vuelve accesoriamente un semióforo. De igual

manera, resulta secundario que algunos, a semejanza de las cosas, transformen

la apariencia visible de los cuerpos o de otras cosas para que aparezcan signos

y, al hacerlo, se transformen ellos mismos, sufran el desgaste. Pues la función

primera de todos esos objetos no es ni estar cargados de significación ni

fabricar cosas, sino producir o transmitir signos con sus soportes visibles u

observables, es decir, ser semióforos. Convengamos en darles desde ahora el

nombre de medios.

El conjunto de objetos visibles se puede así dividir, de manera

aparentemente exhaustiva, en cinco clases funcionales: los cuerpos, los

desechos, las cosas, los semióforos y los medios. De entrada se ve que las

últimas tres corresponden a escalones de una sucesión histórica: las cosas son

mucho más antiguas que los semióforos que a su vez son mucho más antiguos

Page 18: Historia cultural, historia de los semióforos

HISTORIA CULTURAL, HISTORIA DE LOS SEMIÓFOROS Krzysztof Pomian

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que los medios; estos últimos comenzaron a distinguirse a la vez de unos y otros

sólo a partir del siglo XVI. Por otro lado, un objeto no está destinado para

siempre a la clase a la cual pertenece en su origen, por el simple hecho de que

todos corren el riesgo de convertirse tarde o temprano en un desecho. Nada

impide, por lo demás, que los objetos cambien de función a lo largo de su

historia: más tarde veremos que esto ocurre con más frecuencia de lo que se

piensa. En particular, la degradación de un objeto en desecho no es

necesariamente definitiva, pues conocemos los casos de reutilización de los

desechos y en particular de su promoción al rango de semióforos. El

simple recorrido irreversible lleva a los cuerpos hacia otras clases de objetos.

Page 19: Historia cultural, historia de los semióforos

LA DIVERSIDAD DE LOS SEMIÓFOROS

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HISTORIA CULTURAL, HISTORIA DE LOS SEMIÓFOROS Krzysztof Pomian

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Volvamos ahora al libro, pues resulta adecuado —ya que hemos

hablado mucho de él— escoger como punto de partida un estudio más

profundo de los semióforos. Comencemos entonces por aquellos que, como el

libro, se producen para ser leídos y que, en consecuencia, están, como él,

compuestos de un soporte y de signos de escritura. Se trata de las publicaciones

periódicas, diarios, publicaciones oficiales, volantes, carteles, manuscritos y

mecanuscritos, partituras, tablas numéricas, inscripciones, placas con nombres

de calle o de institución, carteles unidos a cuadros o a otros objetos expuestos,

marcas de fábrica, etiquetas, insignias. Se les dará desde ahora el nombre de

textos. Forman a la vez una clase funcional y una clase morfológica; esto

último, porque los signos de escritura que conllevan son los elementos

constitutivos de su apariencia visible. Pero, con respecto a otras cosas, son muy

heteróclitos. Así, entre los soportes de los signos, uno encuentra, junto al

papel, los metales, la piedra, las telas, el vidrio o las materias plásticas. Aun

así, dentro de la función que los convierte en semióforos y que consiste,

recordémoslo, en reemplazar, prolongar o completar un intercambio de

palabras o en conservar los trazos, tienen, lo veremos más adelante, funciones

específicas muy diferentes.

A partir del libro que, puede destinarse no sólo a leerse, sino

prioritariamente a mirarse, pasemos a las imágenes. Y primero a los cuadros,

pinturas, tejidos, bordados, recortados, grabados, ensamblados con diversos

materiales, compuestos de hombres y de objetos como en los espectáculos,

que pueden verse directamente o por intermedio de una grabación,

compuestos también de plantas y de bosquecillos en jardines de

esparcimiento, o incluso de inmuebles en ciertos paisajes urbanos donde los

puntos de vista están ordenados con el propósito de permitir captarlos como

cuadros. Añadamos los dibujos, estampas, fotos, mapas, planos, maquetas,

modelos, esculturas, instalaciones. Al igual que los textos, las imágenes forman

a la vez una clase funcional y morfológica. Pero, comparadas con los textos, se

distinguen principalmente por el carácter de los signos que contienen y que

ya no son, en su caso, idénticos a los signos de la escritura. Son matices del

negro y del blanco, colores, líneas, manchas, superficies, volúmenes, mímicas

y gestos, y las relaciones que se establecen entre ellos. Son además accidentes

de fabricación, lo pulido o la rugosidad, lo brillante o lo mate, la transparencia

o la opacidad. A veces son también dimensiones. Convengamos en darle a

esos elementos de las imágenes el nombre de signos icónicos.

Varios rasgos los distinguen de los signos de la escritura. Éstos son

inseparables del lenguaje cuyos sonidos representan, como las letras del

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HISTORIA CULTURAL, HISTORIA DE LOS SEMIÓFOROS Krzysztof Pomian

20

alfabeto, o, en el caso de los conceptos, como los ideogramas. Aquéllos no

mantienen con el lenguaje más que un nexo extremadamente tenue. Cada uno

visto por separado no representa nada; habría que conjugar varios y apartar el

conjunto así creado del exterior para que pueda, eventualmente, representar

algo. Para que sean reconocibles, los signos de escritura deben responder a un

modelo: Los signos ícónicos dependen totalmente de quien los traza. Los pri-

meros no pueden combinarse más que obedeciendo a ciertas reglas; Los

segundos se pueden combinar libremente; cada combinación puede ser

juzgada según el efecto que produce en el espectador. Los primeros son

autónomos con respecto a sus soportes. Los segundos pueden no disponer, en

relación con estos últimos, de ninguna autonomía y, cuando la tienen, es

generalmente muy limitada.

Los textos describen todas las modalidades de lo invisible. Las imágenes

sólo pueden mostrar algunas, las que pertenecen al pasado, aún si se les sitúa,

por lo demás, en la realidad trascendente. No se puede mostrar el futuro, pues

no puede ser visto antes de llevarse a cabo; las imágenes que pretenden

mostrarlo sólo transmiten visiones imaginarias. Conocemos, sin embargo,

semióforos que remiten al futuro y que, por esta razón, conforman una clase

funcional y presentan formas muy variadas. Son los billetes de banco y las

monedas, cuya significación es idéntica a su poder de compra, es decir, al

conjunto de mercancías contra las que podrán cambiarse llegado el

momento. Con los diferentes instrumentos de crédito, pertenecen a una clase

distinta de semióforos que, por falta de algo mejor, se designarán, como

sustitutos de bienes, de la que formaban parte, en otras sociedades, los lingotes

de oro o de plata, las conchas, el ganado, ciertas telas, ciertas cerámicas, etc.

Otros semióforos remiten también al futuro, no porque representen objetos

contra los cuales se les podrá intercambiar, sino porque reglamentan los

futuros comportamientos de los hombres; Las luces de señalización en las

autopistas y los innumerables ideogramas que prescriben hacer esto o aquello:

los que prohíben la entrada por tal puerta, los que indican la ubicación de tal

servicio, o los iconos sobre los cuales hay que apoyar el dedo para obtener la

respuesta deseada de la computadora, proporcionan muchos ejemplos de esta

clase de órdenes en plena expansión. También en ese caso, nos encontramos

frente a una clase funcional exclusivamente, pues, tomado en cuenta el criterio

morfológico, sus elementos son muy heterogéneos: textos, imágenes, colores,

luces continuas o intermitentes, líneas ininterrumpidas o entrecortadas.

Situadas sobre los edificios, en las vestimentas o en las cosas, incluso

directamente sobre el cuerpo humano, lo que ocurre en el caso de

uniformes, adornos, joyas, tatuajes, escarificaciones y mutilaciones rituales,

cambios cosméticos, modificaciones del estado natural de la cabellera, las

insignias utilizan signos icónicos, a veces imágenes, pero también ocurre que

se refieran a textos. No remiten, sin embargo, ni hacia el pasado ni hacia el

futuro; manifiestan caracteres presentes pero invisibles del individuo cuyo

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HISTORIA CULTURAL, HISTORIA DE LOS SEMIÓFOROS Krzysztof Pomian

21

cuerpo funciona como soporte: su pertenencia a un grupo étnico, confesional

o profesional, su lugar en la jerarquía social, a veces ciertos rasgos de su

personalidad. Manifiestan, asimismo, caracteres invisibles del objeto sobre el

cual se les coloca: la naturaleza de la institución que se encuentra en tal

edificio, el rango de la persona que lleva tal vestimenta, el hecho de que tal

cosa pertenezca a tal persona o a tal grupo. Notemos de paso que los

semióforos no son únicamente objetos inanimados. También pueden ser

plantas o animales, en cuanto se les coloca tal o cual otra insignia. En cuanto

a los seres humanos, siempre serán semióforos, incluso cuando no lleven

ninguna insignia: los rasgos de su cara, sus actitudes, el aspecto de sus manos,

la manera de hablar y de moverse se perciben como manifestaciones de su

pertenencia y de su rango.

Nos hemos alejado ya demasiado de los libros. Pero los semióforos de

los cuales se ha hablado hasta ahora están, de alguna manera, emparentados

con ellos, pues todos los signos que acabamos de mencionar, detectables a

simple vista, son transformaciones físicas de la apariencia de los objetos,

producidas deliberadamente con el fin de atraer la atención del espectador

sobre algo invisible y programar así sus estados internos o sus

comportamientos. Sin embargo, existen objetos visibles que son semióforos, no

porque hayan sufrido una transformación de ese tipo, sino porque han sido

dotados de esta función por otros medios.

Cuando intentamos poner orden en la abundancia de los semióforos,

constatamos, en efecto, que se encuentran entre ellos los representantes de

todas las clases de objetos visibles: los cuerpos, las cosas, los medios, los

desechos convertidos en semióforos después de haber sido sometidos a un

doble tratamiento que consistía en extraerlos de la naturaleza o del uso y, al

hacerlo, cambiar su función para colocarlos enseguida de manera que uno

pudiera mirarlos, rodeándolos de cuidados y protección, con el fin de volver lo

más lento posible la acción corrosiva de los factores físico-químicos e impedir el

robo y las depredaciones. Dicho de otro modo, todo objeto se vuelve un

semióforo como consecuencia de la descontextualización y la exposición. Y lo

sigue siendo mientras esté expuesto.

Esto es así porque colocar un objeto, sea cual sea, en una vitrina, en un

álbum, en un herbario, en un pedestal, colgarlo en un muro o en el techo,

separarlo con una cerca, una barrera, un cordón, una reja o simplemente una

línea dibujada que no hay que transgredir, hacer que un guardia lo vigile o

ponerlo junto a un cartel con la prohibición de acercarse y, sobre todo, de

tocarlo, todo eso equivale a imponerle a las personas que se encuentran

alrededor la actitud de espectadores, a incitarlas a voltear hacia ese objeto para

observarlo. Contribuye a centrar la atención sobre ese objeto y a mostrar que

la contemplación cambia a aquel que lo mira, pues le aporta algo de lo que de

otra forma estaría desprovisto.

Lo demuestra la decoración del edificio o del interior en que el objeto se

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HISTORIA CULTURAL, HISTORIA DE LOS SEMIÓFOROS Krzysztof Pomian

22

encuentra, del mueble en el que se le exhibe, del marco que lo rodea o del

pedestal en el que descansa. También lo demuestran los comentarios orales o

escritos que le son dedicados. Lo demuestra, sobre todo, la protección que lo

rodea, aun si ésta es absolutamente inútil, pues sólo son útiles los objetos que

circulan entre los hombres y a los que se les confiere un uso. Esta protección

es una manifestación visible del alto valor que caracteriza al objeto. Ya que no

le debe nada a su relación con los otros objetos visibles, puesto que está

aislado, este valor sólo puede venir de sus nexos con lo invisible. Así, por la

descontextualización y la exposición, todo objeto, sea cual sea, se ve dotado

de significación, y sus propiedades visibles se convierten en signos, aun

cuando no son producto de una intervención deliberada del hombre. La

descontextualización y la exposición convierten al objeto con gran facilidad,

distinguen al objeto, son excepcionales, contundentes, extraordinarias,

sorprendentes, y, por esa razón, contribuyen a separarlo de los otros. Los

semióforos que pertenecen a esta categoría serán designados con el nombre

de expuestos. La transfiguración de la que provienen se realiza, en nuestra

sociedad, sobre todo en las colecciones y en los museos. En otras épocas,

esto pasaba en las tumbas, los santuarios, los tesoros y los palacios.

Ahora podemos ver, al menos eso esperamos, que la noción de

semióforo no se introdujo sólo por el placer de alargar la lista de neologismos.

Pues, cuando reflexionamos sobre las características comunes de objetos tan

diferentes como son los textos, las imágenes, los sustitutos de bienes, las

órdenes, las insignias y los expuestos, llegamos a la conclusión de que cada uno

está compuesto de un soporte y de signos, que cada uno tiene una cara material

y una cara significante, en resumen, que son todos objetos visibles cargados de

significaciones. La palabra semióforo trata de asir precisamente lo que todos

esos objetos tienen en común, mostrarlos como realizaciones diferentes de una

misma función y darle a ésta un nombre; esto nos obligó también a describir

otras funciones que pueden ejercer los objetos visibles e introducir con este

propósito toda una terminología. Pero no se trata únicamente de palabras,

pues lo que se propone aquí con todas esas innovaciones terminológicas es un

nuevo acercamiento de los objetos visibles y en particular de los que hemos

llamado semióforos y en los cuales se interesa en particular la historia cultural,

como lo muestran nuestros ejemplos; tal acercamiento se puede extender sin

dificultad a objetos percibidos por otros sentidos además de la vista: Es un

acercamiento unitario que abarca a la vez los signos y sus soportes en sus

relaciones recíprocas y que permite sobrepasar, con la oposición entre la

perspectiva semiótica y la perspectiva pragmática, el carácter unilateral propio

de ambas.

Page 24: Historia cultural, historia de los semióforos

LA CONTROVERSIA SOBRE LA NOCIÓN DE

CULTURA

Page 25: Historia cultural, historia de los semióforos

HISTORIA CULTURAL, HISTORIA DE LOS SEMIÓFOROS Krzysztof Pomian

24

Hasta mediados del siglo XIX, se identificó a la cultura con la cultura

espiritual: el conjunto de productos del espíritu humano o de la psique humana.

Las dos nociones no son sinónimos, pero ponernos a diferenciarlas aquí nos

habría apartado del tema. Hasta ahora, las dos perspectivas, la espiritualista y

la psicologista, admiten de común acuerdo que cada producto del espíritu y

de la psique humana es una obra que tiene su autor individual y que como tal es

única. La singulariza, además de su carácter desinteresado, la ausencia de toda

utilidad. Finalmente, como realización de un proyecto libremente concebido por

su autor, representa la negación de todo determinismo externo, y el autor

aparece entonces como un verdadero creador; su personalidad excepcional

que le permite producir algo radicalmente original le da, por esa razón, una

estatura heroica.

La forma visible otorgada a la obra es, en esta perspectiva, secundaria; lo

esencial es el proyecto que encarna. Para comprenderla, es necesario referirla

al proyecto de su autor. El lector, el espectador o el auditor accede a tal

comprensión cuando logra introyectar, por decirlo así, en sí mismo, los rasgos

de la personalidad del autor que se expresan en su obra, cuando logra elevarse

de este modo a su altura, en la medida de lo posible, y recrear en sí mismo el

proyecto que era suyo. Un método semejante de estudio de la cultura, el único

válido, recibe el nombre de hermenéutica. Los objetos que privilegia, porque la

forma visible de las obras parece ser lo menos importante, son textos, sobre todo

literarios y filosóficos. Un historiador de la cultura ejemplar es, sobre todo, si

no exclusivamente, un filólogo.

Después de la segunda mitad del siglo pasado, esta posición fue

refutada por el tratamiento pragmático de la cultura, que identifica a ésta con

la cultura material, incluso si esta expresión no apareció hasta los años veinte

de nuestro siglo. La cultura material engloba todos los productos del trabajo ma-

nual, fabricados por las masas y en forma masiva, para satisfacer las

necesidades corporales. Son productos que expresan la pertenencia del

hombre a la naturaleza y, por tanto, su sumisión a un determinismo cuyo

sustrato constituye, al igual que su terreno, un objeto de debate. Esta

perspectiva orienta la atención hacia la forma visible de los productos

humanos, hacia su diferenciación, hacia su distribución espacial y temporal,

hacia el trabajo que los confecciona, los usos que se le dan y el mercado

donde circulan.

Todo esto debe explicarse: considerar a los caracteres del medio

ambiente, según algunos, del equipo biológico, según otros, del régimen social,

Page 26: Historia cultural, historia de los semióforos

HISTORIA CULTURAL, HISTORIA DE LOS SEMIÓFOROS Krzysztof Pomian

25

según los terceros, o incluso los modos y condiciones de producción con las

reglas de intercambio y de apropiación de los bienes materiales a los que están

unidos. Como la cultura proviene de lo repetitivo, el único método correcto de

estudiarla es la estadística, que permite dejar libre la regularidad detrás de las

aparentes fluctuaciones; de ahí el interés por las enumeraciones y las

conclusiones que se pueden sacar. Los terrenos privilegiados de la cultura son,

en esta perspectiva, la economía y la técnica, que manifiestan mejor las relaciones

del hombre con la naturaleza. Y un historiador de la cultura ejemplar practica

la arqueología prehistórica o étnica —diferente de la arqueología clásica, cercana

a la filología— o la antropología en tanto que estudio del equipo somático y ma-

terial de las sociedades primitivas, o incluso la historia económica que sigue los

progresos de la agricultura, de la industria, del comercio, las invenciones y los

descubrimientos.

Evidentemente, no han faltado los intentos de refutar el acercamiento

espiritualista o psicologista en su propio terreno, mostrando que la literatura, el

arte o la filosofía están también sometidos al determinismo y, en

consecuencia, deben estudiarse desde las ciencias sociales, con sus métodos

estadísticos. Tampoco han faltado los intentos opuestos de refutar el

acercamiento pragmático, mostrando que la técnica, o la economía, dependen

de fenómenos espirituales o de la psicología individual, lo que los convierte en

objetos legítimos de las ciencias humanas —o mejor aún: de las ciencias del

espíritu [Geisteswissenschaften]—, es decir, de la hermenéutica. Pero esas

controversias no han logrado invalidar las oposiciones conceptuales

incorporadas en el fundamento mismo de esas perspectivas incompatibles que

son la espiritualista, la psicologista y la pragmática. Esto sólo derivó en la

aparición de la perspectiva semiótica en los años veinte de nuestro siglo.

Esta última, para empezar, rechaza primero la suposición según la cual la

división de los fenómenos en espirituales (o psíquicos) y corporales (o físicos)

—integrada implícitamente en la oposición entre la cultura espiritual y la

cultura material— es a la vez exhaustiva y disyuntiva, es decir, que cada

fenómeno pertenezca a uno u otro de esos campos. El acercamiento semiótico

pretende, en efecto, haber demostrado que el lenguaje es a la vez intelectual y

sensible, físico y psíquico, y que esos dos aspectos son tan inseparables como el

anverso y el reverso de una hoja de papel. Rechaza también la suposición

según la cual sería exhaustiva y disyuntiva la división de los fenómenos en

individuales y colectivos (o sociales), pues la perspectiva semiótica pretende

haber demostrado que en el lenguaje esos dos aspectos no se pueden separar.

Además, la perspectiva semiótica rechaza el planteamiento de que es ex-

haustiva y disyuntiva la división de todo lo que puede ser objeto de conocimiento

en fenómenos accesibles a una intuición sensorial, por un lado, y en cosas en sí

que están fuera de su alcance, por otro, al mismo tiempo que escapan al

intelecto humano, incapaz de comprenderlo directamente, y, por tanto, a la

razón teórica. Pretende haber demostrado que la lengua, a diferencia de la

palabra, no es ni lo uno ni lo otro, sino que constituye un sistema de signos en

Page 27: Historia cultural, historia de los semióforos

HISTORIA CULTURAL, HISTORIA DE LOS SEMIÓFOROS Krzysztof Pomian

26

el que cada quien une una cara intelectual y una sensorial en un todo, cuyos

componentes no se pueden separar más que en forma de pensamiento.

La cultura aparece en esta perspectiva a imagen y semejanza del lenguaje:

es el conjunto de los sistemas de signos, y las producciones humanas sólo

forman parte de él si son sistemas de signos. También la investigación

privilegia, junto con el propio lenguaje, los principios de clasificación de los

hombres y de los objetos inscritos en las diferentes costumbres, por ejemplo

culinarias, o de formas de vestir, en la vida sexual, en la organización espacial

de las sociedades. Privilegia también las reglas del intercambio matrimonial y

de las relaciones de parentesco, así como los mitos, los ritos, las creencias, las

obras literarias. El método idóneo de estudio de la cultura lo proporciona el

análisis estructural que trata a los objetos en los que se aplica como sistemas

de signos y que, por ese hecho, sólo se interesa en los hechos sincrónicos, los

únicos que forman un sistema: dicho de otra forma, evacua al tiempo, con el que

no sabe qué hacer.

El lingüista, el etnólogo o el semiólogo que practican de manera

ejemplar el análisis estructural no son historiadores de la cultura. Son teóricos

de tales o cuales sistemas de signos. Con el acercamiento semiótico, las ciencias

humanas descubren la teoría que, corno toda teoría, debe en principio no ser

contradictoria; de ahí el llamado a las matemáticas, las únicas capaces de

satisfacer esta exigencia. Y éstas se desvían de la historia. Todos los intentos

por integrar a la perspectiva semiótica una diacronía han terminado, hasta hoy,

en fracasos, cuando no se quedaron en declaraciones de intención sin efecto

alguno.

La historia de la cultura sólo aparece como única forma legítima del

saber sobre la cultura en una perspectiva espiritualista, pues ésta proviene de la

asimilación de la humanidad en un individuo que se desarrolla desde el

nacimiento hasta la madurez; pero en un individuo inmortal, infinito, cuya

madurez durará eternamente y cuyo desarrollo no se detendrá jamás, pues

aspira insaciablemente a la perfección. Ésta es la definición más simple del

espíritu, cuya encarnación supuestamente es la humanidad que, al mismo

tiempo, es el sustrato y el creador de la historia. Sustrato, pues los individuos y

las colectividades empíricas que la llenan con sus actos y obras son

únicamente sus exteriorizaciones, sus manifestaciones visibles. Creador, pues

su producción sucesiva no se hace en un orden azaroso, sino en un orden que

resulta de su orientación teleológica, de su deseo de realizar en su plenitud lo

verdadero, lo bueno y lo bello.

El psicologismo radical y el igualmente radical materialismo —variante

extrema de la actitud pragmática— se vieron evidentemente obligados a

rechazar la identificación de la humanidad con un individuo, con todas sus

consecuencias. Tanto uno como el otro veían a la humanidad como dividida

en una pluralidad de grupos diseminados sobre la superficie de la tierra y

diversificados en función del medio ambiente que ocupaban. El espacio era

Page 28: Historia cultural, historia de los semióforos

HISTORIA CULTURAL, HISTORIA DE LOS SEMIÓFOROS Krzysztof Pomian

27

para ellos no menos importante, si no es que más importante que el tiempo. Sin

embargo, la convicción de que la historia es la única forma posible de saber

sobre la cultura —o la única junto con la psicología— podía justificarse en tal

contexto por la idea de la evolución de las especies biológicas, partiendo de la

especie humana.

El sustrato de la historia, en este caso, esta identificado con la vida, cuyas

manifestaciones visibles representan los individuos y las colectividades

empíricas. La propia historia es obra de la tendencia, inherente a la vida, de

hacer que triunfen los individuos o los grupos mejor adaptados a las

exigencias de ésta, capaces de ganar la lucha por los bienes que permiten

sobrevivir y de dominar a los otros. Versiones, más moderadas por menos

rigurosas, del acercamiento psicologista o materialista tomaban prestada del

espiritualismo la idea de la humanidad, más allá de su diversidad, rechazando

en tal humanidad una orientación teleológica. Desde su punto de vista, la direc-

ción de la historia es el resultado de los conflictos, rivalidades y esfuerzos de los

individuos y de los grupos para asegurarse el mejor lugar, según las necesidades

de la vida o las leyes de la naturaleza. Esto bastaba para fundar la convicción de

que la historia sería la única forma concebible de saber sobre la cultura o que

comparte ese privilegio con la psicología.

A fin de cuentas, tanto para los defensores del acercamiento espiritualista

como para los que escogieron el acercamiento pragmático, la primera

pregunta que hay que plantearle al objeto que uno estudia —un acontecimiento,

una persona, una institución— se refiere a su génesis: por un lado, sobre los

factores de los que es producto y sobre los medios que lo trajeron a la

existencia; por otro, sobre su lugar en la historia, sobre su pertenencia a esta o

aquella etapa de la historia de la humanidad. La perspectiva semiótica impone

otro cuestionario, pues no reconoce ningún sustrato de los cambios, tales

como el espíritu, la vida, la humanidad o sus equivalentes. En la medida en

que para ella sólo existen signos, reduce la realidad a relaciones, ya que un

signo es idéntico al conjunto de diferencias entre él y los otros signos. La

pregunta de la génesis pierde entonces su primacía, si no es que su pertinencia,

en beneficio de la pregunta sobre la estructura, es decir, del sistema de

relaciones inmanentes al objeto estudiado. Y la teoría sustituye a la historia.

Ahora bien, la concentración sobre la estructura lleva también a

marginalizarse, incluso a eliminar la problemática de las relaciones entre los

signos y sus soportes. Estaba, sin embargo, presente en la lingüística bajo la

forma de pregunta sobre las relaciones entre los fenómenos y los sonidos. Pero

la perspectiva general no le deja ningún lugar, pues no lo hay para los

soportes de los signos en una ontología semiótica, que sólo conoce las

relaciones y sus sistemas. De ahí el carácter limitado e incompleto del

acercamiento semiótico al tropezar con un objeto que no se deja reducir a los

signos que contiene y, por tanto, se ve en la obligación de hacer que entren

por la puerta de servicio los soportes de los signos que fueron expulsados por la

Page 29: Historia cultural, historia de los semióforos

HISTORIA CULTURAL, HISTORIA DE LOS SEMIÓFOROS Krzysztof Pomian

28

puerta de entrada, como ocurre con las obras de artes plásticas y de

arquitectura y con todos los semióforos donde el papel de soporte le

corresponde al cuerpo humano. De ahí también el privilegio otorgado al

lenguaje y a los textos, pues en ese caso el problema del soporte se considera,

sin razón, nada pertinente, lo que emparenta el acercamiento semiótico con

el espiritualista y coloca en el lugar de aquél al acercamiento pragmático. Uno

se ocupa de los signos sin soportes. El otro, de los soportes sin los signos. Esto

ilustra el contraste esbozado al principio entre la obra literaria y el libro.

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COMENTARIOS FINALES

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HISTORIA CULTURAL, HISTORIA DE LOS SEMIÓFOROS Krzysztof Pomian

30

Introduciré aquí una nota personal. El descubrimiento, en las obras de

Saussure, de Troubetzkoy, de Jakobson y, sobre todo, de Lévi-Strauss, del

acercamiento semiótico de la cultura o, como se llamaba en la época, del

estructuralismo, fue en mi vida intelectual, como en la de varias personas de

mi generación, uno de los acontecimientos más importantes. En mi caso, su

influencia fue duradera. Pienso todavía que la aparición de este acercamiento

abrió una nueva época en la historia de las ciencias humanas y que todos los

regresos a los acercamientos anteriores y su problemática no son sino

regresiones y nada más. Pero los 35 años que han pasado entre los tiempos de

una asimilación entusiasta de las reglas del acercamiento semiótico no han hecho

sino reforzar la convicción que germinaba ya en esa época, sin que yo haya

sabido en ese entonces expresarla claramente y según la cual el estudio de la

cultura no podría volver inteligibles los objetos tal y como los aprehendemos en

la experiencia, sino a condición de rebasar la oposición entre el acercamiento

semiótico y el acercamiento pragmático.

Es lo que se hace ahora en la práctica de la historia cultural: en la historia

del libro, en la historia de las colecciones, en la nueva historia política, en

algunos trabajos de la historia del arte. Y es lo que he tratado de teorizar aquí, al

introducir la noción de semióforo, que a mi parecer caracteriza de manera

tópica el tipo de objetos privilegiados por la historia cultural de hoy: ni

entidades ideales, ni cosas materiales; objetos cuya apariencia, cuya

localización o ambas, muestran que están cargados de significaciones. Fue a

la vez necesario esbozar toda una ontología del mundo visible para despejar

las grandes articulaciones y situar a los semióforos entre los otros objetos.

La promoción de los semióforos al rango de los objetos privilegiados de la

historia cultural entraña varias consecuencias. Modifica principalmente la

importancia relativa de la lectura y de la mirada. Durante mucho tiempo, los

historiadores se interesaron únicamente en lo escrito. El intento de hacerlos salir

al exterior y mirar los paisajes que emprendieron Vidal de La Blache y sus

continuadores, entre los cuales están Bloch y Febvre, sólo tuvo efectos

limitados. Ahora bien, actualmente asistimos a un nuevo intento que va en el

mismo sentido, aun si se lleva a cabo en un terreno distinto. La historia cultural

se dirige, en efecto, hacia los objetos y las imágenes, incluso en los campos

donde hace muy poco tiempo sólo se estudiaban los textos. De ahí el reequilibrio

de las relaciones entre la lectura y la mirada en beneficio de esta última, lo que

nos lleva a proponer algunas reglas simples. Primero lo visible, después lo

invisible. Primero la forma, después la función. Primero el presente, después el

pasado. No hago un llamado a limitar las lecturas; por grandes que sean,

Page 32: Historia cultural, historia de los semióforos

HISTORIA CULTURAL, HISTORIA DE LOS SEMIÓFOROS Krzysztof Pomian

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siguen siendo insuficientes. Pero lo que debe saber prioritariamente

cualquiera que practique hoy en día la historia cultural, es ver y describir lo que

ve. Primero, entonces, la descripción y solamente después teoría e historia. A la

teoría pertenece, en primer lugar, el problema general de las relaciones entre

la dimensión significante y la dimensión material, que se condicionan

recíprocamente, en cierta medida, diferente dentro de las diferentes clases de

semióforos. Pertenece también a la teoría el problema del lugar de los semióforos

en el conjunto de los objetos visibles y de sus relaciones con las diferentes

categorías de éstos. Viene en seguida toda la serie de problemáticas de las

relaciones entre los destinos y los usos, ente los productores y los usuarios,

entre las significaciones virtuales y las que han sido actualizadas por la

recepción. Notemos de paso que de esto podemos concluir que la historia

cultural debe privilegiar estos problemas y no su génesis, en la trayectoria

temporal de los objetos en general, y en particular de los semióforos.

Mencionemos, finalmente, la problemática de las relaciones entre los semióforos y

lo invisible, que por falta de lugar no ha podido tratarse aquí y que, sin

embargo, es esencial, pues el reconocimiento del nexo entre un objeto y lo

invisible que lo convierte en semióforo, es la definición de lo invisible al que éste

remite y que le otorga una significación.

Pero los semióforos difieren de los sistemas de signos principalmente en

esto: en su caso la historia es el complemento necesario de la teoría. No

porque nos remitan a un sustrato metafísico de la continuidad sino porque al

ser visibles, y por tanto entendidos y temporalizados, se transforman, se destru-

yen, cambian de lugar y de significado, pero a la vez siguen siendo

semióforos, o pierden su función, ya no circulan y comienzan a ser utilizados

como cosas, si no se les abandona como desechos. Cada uno tiene su trayectoria

temporal, a veces también espacial, que en la medida en que modifica la apa-

riencia y deja huellas en la memoria de los seres humanos o sobre otros

semióforos, codetermina su significación. Por eso, cuando Se trata la

significación de un semióforo como si uno fuera el primero en explicitarla,

desatendiendo su pasado, se crea una ficción, a menos que se trate de algo

absolutamente nuevo, lo cual es raro.

La historicidad no sólo caracteriza a cada semióforo por separado, sino

también clases enteras como los textos, las imágenes, los sustitutos de bienes,

las órdenes, las insignias y los expuestos. La composición de cada una cambia,

en efecto, al igual que las significaciones de las que están investidas, los

criterios de jerarquización de sus componentes y los lugares que cada una

ocupa en la jerarquía. Cambia también el propio número de clases, pues

mientras unas se forman otras desaparecen. Cambian las relaciones entre unas y

otras, sus dependencias recíprocas y los lugares que ocupan en una jerarquía

que forman todas juntas y que también cambia.

Por último, la historicidad es inherente al conjunto de los semióforos, a sus

relaciones con los cuerpos, las cosas, los medios y los desechos, a su papel de

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HISTORIA CULTURAL, HISTORIA DE LOS SEMIÓFOROS Krzysztof Pomian

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intermediarios entre los hombres y lo invisible, por un lado, y, por otro, entre

las diferentes modalidades de lo invisible, en su lugar en la producción, el

intercambio, el consumo, pero también en el conocimiento, la adoración, el

sacrificio. De la misma manera es inherente a cuerpos, cosas, medios y

desechos a los que se aplica todo lo que acabamos de decir sobre los

semióforos. Cada objeto visible recorre su trayectoria en el tiempo y cada clase

de objetos cambia así, como cambia también la jerarquía que conforman todos

juntos.

Basta con hacer un corte sincrónico en el conjunto de objetos visibles

presentes en nuestra sociedad para constatar que, en un mismo tiempo, a veces

en un mismo espacio, coexisten objetos que no han podido aparecer

simultáneamente; lo demuestra su apariencia externa, su frecuencia, los lugares

donde se encuentran, los papeles que se les otorga. La imagen develada por

una operación de este tipo puede compararse con un perfil geológico,

muestra estratos venidos de otras épocas. De cualquier modo, se sustituye

la superposición —que muestra en general cómo entre más profundo es un

estrato más antiguo es— por una distribución horizontal: entre más se aleja uno

de ciertos lugares, más encuentra objetos caducos, que han cambiado de

función o de significación, o que incluso se han convertido en desechos. La

historia entonces está inscrita en el presente como lo está en la apariencia de

cada objeto.

Se concluye de la definición de los objetos, no en términos sustanciales

sino funcionales, que ninguno está relacionado de una vez y para siempre con

la clase a la cual pertenece por su génesis. Aunque el paso de una clase a otra

no sea totalmente arbitrario, ya que ningún objeto puede convertirse en

cuerpo y la función de medio sólo se puede asumir a través de ciertas

propiedades físicas, todo objeto visible puede convertirse en un semióforo, y

casi ninguno puede convertirse en una cosa. Por eso es posible contemplar

legítimamente los objetos independientemente de los seres humanos que, al

servirse de ellos, les confieren sus funciones y, en el caso de los semióforos, sus

significaciones. Pero, por la misma razón, los seres humanos y sus

comportamientos no podrían estar contemplados sin los objetos de los cuales

se sirven y que codeterminan su lugar en la jerarquía social, sus funciones y sus

identidades.

Page 34: Historia cultural, historia de los semióforos

Esta obra se terminó de digitalizar el 05 de octubre de 2010 bajo la supervisión,

formación y cuidado editorial de

AL FIN LIEBRE EDICIONES DIGITALES.

―Por una libre redistribución de textos.‖

Xalapa-Enríquez, Ver., México.

2 0 1 0

Page 35: Historia cultural, historia de los semióforos

rzyztof Pomian, filósofo e historiador polaco nacido

en 1934, nos presenta en este artículo un interesante

análisis de los objetos que nos rodean en la vida diaria;

el criterio que ocupa para hacer esta categorización es

básicamente el uso que se les da a estos objetos,

dejando en claro que un mismo objeto puede cumplir

diferentes funciones y adquirir con ello, diferentes

significaciones.

Propone, al cabo de varias líneas una categorización

diferente: el semióforo. Y versa en adelante sobre las

cualidades y características que un objeto debe cumplir

para poder ser denominado como un semióforo.

El punto de partida, indispensable para este ejercicio

semántico es el libro, y el papel primordial que ha

tomado dentro de la historia cultural del ser humano.

A estas alturas del partido las preguntas que se derivan

de la lectura de este artículo van encaminadas a la

perdida material del libro-objeto y a la suplantación de

estos por un código binario.

AL FIN LIEBRE

ediciones digitales

(Estridentópolis, la vieja. Otoño de 2010)

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