cuadernillo de prácticas del lenguaje

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Lecturas 1 – Canto IX de La Odisea. 2 – “La boda” de Silvina Ocampo. 3 - “Manos” de Elsa Borneman. 4 – “El extraño” de Lovecraft. 5- “Casa tomada” de Julio Cortázar. Canto IX, La Odisea (siglo VIII a.C.) de Homero “Quién eres”, le preguntaba el rey Alcínoo. “Rey Alcínoo, qué agradable es estar en tu palacio. Tal vez mis lágrimas te parezcan extrañas; voy a contarte muchas cosas, aunque no sepa por dónde empezar. Lo primero, mi nombre: soy Ulises, a quien todo llaman el prudente, el ingenioso, el fecundo entre ardides. Dicen que soy astuto y que mi gloria llega hasta el cielo. Habito en Ítaca, una tierra áspera, pero buena criadora de guerreros. No he hallado jamás cosa más dulce que mi patria, anhelo ver mi casa, a mis padres, a mi esposa y a mi hijo”. Los lotófagos “Voy a contarte mi vuelta desde que salí de Troya cuando, al mando de las naves, terminamos siendo desviados por las corrientes y los vientos dañinos lejos de Ítaca. Así llegamos a la extraña tierra de los lotófagos, que se alimentan con loto, un fruto de color de azafrán, que crece en abundantes racimos. Envié a algunos compañeros a conocer a los habitantes, quienes les dieron para comer muchos racimos, dulces como la miel. Entonces, mis compañeros solo querían quedarse allí por el resto de sus días, pues el loto hace olvidar el recuerdo de la patria. Hube de llevarlos a la fuerza a los barcos, aunque mis amigos lloraban y se arrastraban: de nada les sirvió, los hice encadenar a los mástiles. Yo tenía un racimo de loto en mis manos, pero vencí la tentación de probarlo. Lo eché al mar y zarpamos.” Los cíclopes “Más tarde, arribamos a una tierra sin ley, la tierra de los cíclopes, quienes, confiados en los dioses, no plantan árboles ni labran los campos, pues el trigo, la cebada y las vides les nacen sin cultivo de los campos y Zeus les envía buenas lluvias. No tienen ágoras donde reunirse, ni leyes, ni naves. Viven en cuevas dentro de las montañas; y cada cual impera sobre sus hijos y mujeres, sin meterse los unos con los otros. Frente al puerto donde viven los cíclopes, había otra isla, más pequeña; y hacía allí guiaron los dioses. Pudimos recorrerla en paz, cazando cabras. Fácilmente conseguimos nueve cabras para cada una de las doce naves. Comimos y bebimos vino, ya que aún no nos escaseaba pues nos habíamos provisto de muchas ánforas llenas. Desde allí podíamos ver la tierra de los cíclopes y oíamos sus gritos salvajes y los balidos de las ovejas y de las cabras. Se puso el sol; y dormimos en la oscuridad, a la orilla del mar, bajo las estrellas. En cuanto se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de rosados dedos, llamé a mis compañeros y les ordené que e me aguardasen, en tanto que yo iría con mi nave y los que venían en ella a ver qué tan violentos y salvajes eran los cíclopes. Cruzamos el estrecho que nos separaba de la isla; y con los pies en la tierra, elegí a doce hombres para que me acompañaran al interior; dejamos al resto al cuidado de la nave. Pronto vimos a un cíclope, un gigante que salía de una gruta rodeada de laureles y de una cerca de pinos, encimas y piedras. Dentro de la cerca y en la misma gruta, había cabras y ovejas en cantidad. El cíclope era un monstruo, una montaña que se movía, con su único ojo vigilante. Sin embargo, no dudamos en entrar en la gruta y en saludar por si había alguien; pero él se había marchado a apacentar otras ovejas, y sin duda, vivía solo. Dentro de la inmensa gruta, muchos establos separaban cabritos y corderos. Había estanques cargados de quesos, en tanto que goteaba suero de las vasijas y tarros que usaban para ordeñar. Mis compañeros deseaban llevarse algunos quesos y animales, y partir; pero fui

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Lecturas1 – Canto IX de La Odisea.2 – “La boda” de Silvina Ocampo.3 - “Manos” de Elsa Borneman.4 – “El extraño” de Lovecraft.5- “Casa tomada” de Julio Cortázar.

Canto IX, La Odisea (siglo VIII a.C.) de Homero“Quién eres”, le preguntaba el rey Alcínoo. “Rey Alcínoo, qué agradable es estar en tu palacio. Tal vez mis lágrimas te parezcan extrañas; voy a contarte muchas cosas, aunque no sepa por dónde empezar. Lo primero, mi nombre: soy Ulises, a quien todo llaman el prudente, el ingenioso, el fecundo entre ardides. Dicen que soy astuto y que mi gloria llega hasta el cielo. Habito en Ítaca, una tierra áspera, pero buena criadora de guerreros. No he hallado jamás cosa más dulce que mi patria, anhelo ver mi casa, a mis padres, a mi esposa y a mi hijo”.

Los lotófagos

“Voy a contarte mi vuelta desde que salí de Troya cuando, al mando de las naves, terminamos siendo desviados por las corrientes y los vientos dañinos lejos de Ítaca. Así llegamos a la extraña tierra de los lotófagos, que se alimentan con loto, un fruto de color de azafrán, que crece en abundantes racimos. Envié a algunos compañeros a conocer a los habitantes, quienes les dieron para comer muchos racimos, dulces como la miel. Entonces, mis compañeros solo querían quedarse allí por el resto de sus días, pues el loto hace olvidar el recuerdo de la patria. Hube de llevarlos a la fuerza a los barcos, aunque mis amigos lloraban y se arrastraban: de nada les sirvió, los hice encadenar a los mástiles. Yo tenía un racimo de loto en mis manos, pero vencí la tentación de probarlo. Lo eché al mar y zarpamos.”

Los cíclopes

“Más tarde, arribamos a una tierra sin ley, la tierra de los cíclopes, quienes, confiados en los dioses, no plantan árboles ni labran los campos, pues el trigo, la cebada y las vides les nacen sin cultivo de los campos y Zeus les envía buenas lluvias. No tienen ágoras donde reunirse, ni leyes, ni naves. Viven en cuevas dentro de las montañas; y cada cual impera sobre sus hijos y mujeres, sin meterse los unos con los otros. Frente al puerto donde viven los cíclopes, había otra isla, más pequeña; y hacía allí guiaron los dioses. Pudimos recorrerla en paz, cazando cabras. Fácilmente conseguimos nueve cabras para cada una de las doce naves. Comimos y bebimos vino, ya que aún no nos escaseaba pues nos habíamos provisto de muchas ánforas llenas. Desde allí podíamos ver la tierra de los cíclopes y oíamos sus gritos salvajes y los balidos de las ovejas y de las cabras. Se puso el sol; y dormimos en la oscuridad, a la orilla del mar, bajo las estrellas.

En cuanto se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de rosados dedos, llamé a mis compañeros y les ordené que e me aguardasen, en tanto que yo iría con mi nave y los que venían en

ella a ver qué tan violentos y salvajes eran los cíclopes. Cruzamos el estrecho que nos separaba de la isla; y con los pies en la tierra, elegí a doce hombres para que me acompañaran al interior; dejamos al resto al cuidado de la nave. Pronto vimos a un cíclope, un gigante que salía de una gruta rodeada de laureles y de una cerca de pinos, encimas y piedras. Dentro de la cerca y en la misma gruta, había cabras y ovejas en cantidad. El cíclope era un monstruo, una montaña que se movía, con su único ojo vigilante. Sin embargo, no dudamos en entrar en la gruta y en saludar por si había alguien; pero él se había marchado a apacentar otras ovejas, y sin duda, vivía solo. Dentro de la inmensa gruta, muchos establos separaban cabritos y corderos. Había estanques cargados de quesos, en tanto que goteaba suero de las vasijas y tarros que usaban para ordeñar. Mis compañeros deseaban llevarse algunos quesos y animales, y partir; pero fui yo, esta vez, el equivocado y quise quedarme. En realidad, quería probar si el cíclope nos brindaría los dones de la hospitalidad. Encendimos el fuego, comimos algunos quesos y aguardamos hasta que volvió con el ganado. Traía leña seca para preparar su comida y la tiró al suelo con tal estrépito que nos sobresaltamos. Hizo entrar en la cueva a las ovejas para ordeñarlas y dejó fuera a los carneros. Entonces cerró la losa de la entrada, a la que no hubiesen podido mover veintidós carros de cuatro ruedas empujados por mulas. Una hora habrá tardado en ordeñar las ovejas y cabras, guardó parte de la leche en canastillos de mimbre luego de hacerla cuajar y otra parte vertió en vasos para la cena. Encendió el fuego con la leña seca y entonces nos vio. Su voz grave y su aspecto monstruoso a la luz del fuego eran aterradores. Nos preguntó quiénes éramos, y le suplicamos hospitalidad, pero él respondió que haría lo que le viniera en gana. Quiso saber dónde estaban las naves. Desconfiando de sus intenciones, le dije que se habían destrozado contra las rocas y que luego el viento se llevó los restos hacia el mar. Por toda respuesta, el cíclope echó mano a dos compañeros y, como si fueran cachorros, los arrojó al suelo con tal violencia que sus cabezas se partieron. Acto seguido, se puso a comerlos, no dejó intestinos, ni carne, ni huesos. Todo se comió de nuestros compañeros, no veré espectáculo más horrible. El cíclope se bebió encima toda la leche de los vasos y se acostó, repleto, en la gruta, sin temor a nosotros, que estábamos desesperados. Pensé en matarlo mientras dormía, pero jamás lograríamos empujar la piedra que tapaba la entrada. Así cavilé toda la noche esperando a la Aurora.Apenas llegó la hija de la mañana, el monstruo organizó a las hijitas con sus madres cabras y ovejas para que bebieran leche. Bien pronto terminó esta tarea y sin decir nada, tomó del pellejo a dos más de mis compañeros y, cuando acabó de comerlos, abrió la pesada puerta y se fue con sus rebaños, tras cuidar de

dejarnos encerrados. Para el cíclope, ya no éramos más que su alimento. Tramé un siniestro plan a fin de escapar del él. Vi sobre el suelo un palo de olivo verde. Corté una estaca como de una braza y se la di a mis compañeros para que la puliesen. Cuando estuvo lisa, agucé uno de sus cabos y, para endurecerla, la puse en el fuego. Ordené a mis hombres que sortearan entre ellos a cuatro, a efectos de clavar la estaca en el ojo del cíclope, en cuanto se durmiera. Me junté con los elegidos, para animarlos. Por la tarde, llegó el cíclope con su rebaño; al escucharlo, saqué la estaca del fuego y la oculté en el estiércol de las cabras. Nuevamente ordenó a los animales, hizo mamar a los hijitos y, cuando terminó la tarea, el terror se renovó en al gruta, pues tocaba la hora de cenar. Pobres mis compañeros, por más que mi plan saliera bien, dos de ellos no podrían ya escapar de la terrible Parca. El monstruo eligió a dos y se holgó con la cena.

Al verlo relajado, me acerqué a él con una copa de vino negro y le hablé: “- Toma, cíclope, bebe este vino que había pensado dártelo como regalo, antes de que te comieras a seis de nosotros. ¡Cómo habremos de confiar en ti si te comportas de esta manera! Ningún hombre bajará de aquí en adelante a tu isla. Pero acepta este vino para que compruebes qué bebida se guardaba en nuestros naufragados buques”. Me miró con su ojo malévolo, como si fuera a saltar sobre mí y a despedazarme sin más.. Aunque, al fin, estiró su brazo y bebió de la copa. Hizo un gesto de satisfacción y me dijo: “- Dame más vino, y yo te ofreceré ese don hospitalario que tanto reclamas”. Volví a servirle tres veces. Cuando los efectos del néctar envolvieron su mente, comenté con suavidad: “- Voy a decirte cómo me llamo: mi nombre es Nadie. Ahora dame el presente de hospitalidad que me prometiste”. Enseguida me respondió con crueldad: “-Nadie, a ti te comeré último: ése es mi regalo hospitalario”.

Se tiró de espaldas, y algunas cabras se asustaron por el temblor del piso. Quedó dormido, aunque eructaba; y le salían de la boca pedazos de carne. Apurado, tomé la estaca, la puse otra vez al fuego y animé a mis compañeros, para que el espanto no los paralizara. A pesar de ser verde, la estaca ya estaba a punto de arder, entonces la tomé y pasé la estaca a mis compañeros, quienes la clavaron en el ojo del cíclope. Me colgué de ella para hacerla girar como un barreno, mientras la sangre brotaba alrededor del palo ardiente. El vapor quemó los párpados y cejas del cíclope, la pupilar ardía y sus raíces crepitaban. Entonces, el monstruo comenzó a dar gemidos de dolor, y nos alejamos cuanto pudimos. El cíclope se arrancó la estaca –y con ella, parte de su órbita- y la arrojó lejos. Otros cíclopes se acercaron a la cueva para reprocharle, desde afuera, sus gemidos. “-Polifemo… ¿por qué haces tanto ruido? No nos dejas descansar”. Polifemo les respondió: “-Amigos, he quedado ciego; y Nadie tiene la culpa”. Y ellos le contestaron: “-Pues si nadie tiene la culpa, Zeus te ha enviado alguna fiebre delirante. Ruega a tu padre, el soberano Poseidón, tutor de los mares, que te cure, mas deja de gritar”.

Dicho esto, se fueron a seguir durmiendo, mientras yo me reía de cómo mi ingenio los había engañado. Sufriendo por sus dolores, el cíclope avanzó a tientas y corrió al peñasco de la entrada y allí se sentó, estirando su mano para ver si pretendíamos salir. Claro que no fui tan tonto; vi unos carneros gordos, de mucha lana y los até de a tres con muchos mimbres. A lo largo de las vejigas de ellos, iba uno de mis compañeros: así nos quedamos, bajo los carneros, hasta que despertó la Aurora de los dedos rosados y los carneros salieron a pacer. El cíclope les palpaba el lomo y los dejaba salir. Como yo no pude atarme, elegí un carnero enorme, el conductor del rebaño, y me coloqué bajo su vientre, aferrándome a la lana con manos y pies. De ese modo, también escapé. Cuando subimos a las naves, y estando lejos, pero no tanto para que no pudiera oír mis gritos, no pude evitar expresar mi odio al cíclope por los muertos, así que le grite: “-Si algún mortal te pregunta, diles que no te cegó “Nadie”, sino Ulises, el ingenioso hijo de Alertes, que tiene su casa en Ítaca”. El monstruo gritó algo acerca de un adivino que le había pronosticado ese desastre y me ofreció regresar para demostrarme su hospitalidad, así algún dios quizá le devolviera la vista. Le grité que ningún dios podría curarle el ojo. Furioso, Polifemo oró a Poseidón: -Poseidón, tutor de los mares, si en verdad soy tu hijo, concédeme que Ulises no vuelva nunca a su palacio”. Así rogó el cíclope para que Poseidón lo escuchara.

Guía de lecturaDespués de leer el cuento responda las preguntas:

“Los lotófagos”1) ¿Por qué los habitantes de esa tierra son llamados “lotófagos”? (fagos significa “comer” en

griego).2) Observá la historieta y explicá qué parte del relato retrata esa imagen. ¿Por qué están tan relajados

estos personajes?“Los cíclopes”

3) ¿Por qué Ulises quiso quedarse en la gruta del cíclope? ¿Qué creés que son los “dones de la hospitalidad” que Ulises espera del monstruo?

4) Cuando Ulises y sus soldados suplican “hospitalidad”, ¿qué les responde el cíclope?5) ¿Por qué Ulises no mató al cíclope Polifemo mientras dormía?6) Observe la ilustración perteneciente a una vasija antigua. Explique qué sucede en esa escena.

7) ¿Cuál es la consecuencia de que Ulises diga al cíclope que se llama Nadie? 8) ¿Cuál es la relación entre Polifemo y Poseidón, el dios de los mares?

“La boda”, Silvina OcampoQue una muchacha de la edad de Roberta se fijara en mí, saliera a pasear conmigo, me hiciera confidencias, era una dicha que ninguna de mis amigas tenía. Me dominaba y yo la quería no porque me comprara bombones o bolitas de vidrio o lápices de colores, sino porque me hablaba a veces como si yo fuera grande y a veces como si ella y yo fuéramos dos chicas de siete años. Es misterioso el dominio que Roberta ejercía sobre mí: ella decía que yo adivinaba sus pensamientos, sus deseos. Tenía sed: yo le alcanzaba un vaso de agua, sin que me lo pidiera. Estaba acalorada: la abanicaba o le traía un pañuelo humedecido en agua de Colonia. Tenía dolor de cabeza: le ofrecía una aspirina o una taza de café. Quería una flor: yo se la daba. Si me hubiera ordenado "Gabriela, tírate por la ventana" o "pon tu mano en las brasas" o "corre a las vías del tren para que el tren te aplaste", lo hubiera hecho en el acto.Vivíamos todos en los arrabales de la ciudad de Córdoba. Arminda López era vecina mía y Roberta Carma

vivía en la casa de enfrente. Arminda López y Roberta Carma se querían como primas que eran, pero a veces se hablaban con acritud: todo surgía por las conversaciones de vestidos o de ropa interior o de peinados o de novios que tenían. Nunca pensaban en su trabajo. A la media cuadra de nuestras casas se encontraba la peluquería LAS OLAS BONITAS. Ahí, Roberta me llevaba una vez por mes. Mientras que le teñían el pelo de rubio con agua oxigenada y amoníaco, yo jugaba con los guantes del peluquero, con el vaporizador, con las peinetas, con las horquillas, con el secador que parecía el yelmo de un guerrero y con una peluca vieja, que el peluquero me cedía con mucha amabilidad. Me agradaba aquella peluca, más que nada en el mundo, más que los paseos a Ongamira o al Pan de Azúcar, más que los alfajores de arrope o que aquel caballo azulejo que montaba en el terreno baldío para la vuelta a la manzana, sin riendas y sin montura y que me distraía de mis estudios.El compromiso de Arminda López me distrajo más que la peluquería y que los paseos. Tuve malas notas, las peores de mi vida, en aquellos días. Roberta me llevaba a pasear en tranvía hasta la confitería Oriental. Ahí tomábamos chocolate con vainillas y algún muchacho se acercaba para conversar con ella. De vuelta en el tranvía me decía que Arminda tenía más suerte que ella, porque a los veinte años las mujeres tenían que enamorarse o tirarse al río.-¿Qué río? -preguntaba yo, perturbada por las confidencias.-No entiendes. Qué le vas a hacer. Eres muy pequeña.-Cuando me case, me mandaré hacer un hermoso rodete -había dicho Arminda-, mi peinado llamará la atención.Roberta reía y protestaba:-Qué anticuada. Ya no se usan los rodetes.-Estás equivocada. Se usan de nuevo -respondía Arminda-. Verás, si no llamo la atención.Los preparativos para la boda fueron largos y minuciosos. El traje de novia era suntuoso. Una puntilla de la abuela materna adornaba la bata, un encaje de la abuela paterna (para que no se resintiera) adornaba el tocado. La modista probó el vestido a Arminda cinco veces. Arrodillada y con la boca llena de alfileres la modista redondeaba el ruedo de la falda o agregaba pinzas al nacimiento de la bata. Cinco veces del brazo de su padre, Arminda cruzó el patio de la casa, entró en su dormitorio y se detuvo frente a un espejo para ver el efecto que hacían los pliegues de la falda con el movimiento de su paso. El peinado era tal vez lo que más preocupaba a Arminda. Había soñado con él toda su vida. Se mandó hacer un rodete muy grande, aprovechando una trenza de pelo que le habían cortado a los quince años. Una redecilla dorada y muy fina, con perlitas, sostenía el rodete, que el peluquero exhibía ya en la peluquería. El peinado, según su padre, parecía una peluca.La víspera del casamiento, el 2 de enero, el termómetro marcaba cuarenta grados. Hacía tanto calor que no necesitábamos mojarnos el pelo para peinarlo ni lavarnos la cara con agua para quitarnos la suciedad. El cielo, de un color gris de plomo, nos asustó. La tormenta se resolvió sólo en relámpagos y avalanchas de insectos. Una enorme araña se detuvo en la enredadera del patio: me pareció que nos miraba. Tomé el palo de una escoba para matarla pero me detuve no sé por qué.Roberta exclamó:-Es la esperanza. Una señora francesa me contó una vez que la araña por la noche es esperanza. -Entonces, si es esperanza, vamos a guardarla en una cajita -le dije.Como una sonámbula, porque estaba cansada y es muy buena, Roberta fue a su cuarto para buscar una cajita.-Ten cuidado. Son ponzoñosas -me dijo.-¿Y si me pica?-Las arañas son como las personas: pican para defenderse. Si no les haces daño, no te harán a ti. Puse la cajita abierta frente a la araña, que de un salto se metió adentro. Después cerré la tapa, que perfore con un alfiler.-¿Qué vas a hacer con ella? -interrogó Roberta.-Guardarla.-No la pierdas -me respondió Roberta.Desde ese minuto, anduve con la cajita en el bolsillo. A la mañana siguiente fuimos a la peluquería. Era domingo. Vendían matras y flores en la calle. Esos colores alegres parecían festejar la proximidad de la boda. Tuvimos que esperar al peluquero, que fue a misa, mientras Roberta tenía la cabeza bajo el secador.-Parecés un guerrero -le grité.Ella no me oyó y siguió leyendo su libro de misa.Entonces se me ocurrió jugar con el rodete de Arminda, que estaba a mi alcance. Retiré las horquillas que sostenían el rodete compacto dentro de la preciosa redecilla. Se me antojo que Roberta me miraba, pero era tan distraída que veía sólo el vacío, mirando fijamente a alguien.-¿Pongo la araña adentro? -interrogué, mostrándole el rodete.El ruido del secador eléctrico seguramente no dejaba oír mi voz. No me respondió, pero inclinó la cabeza como si asintiera. Abrí la caja, la volqué en el interior del rodete, donde cayó la araña. Rápidamente volví a enroscar el pelo y a colocar la fina redecilla que lo envolvía y las horquillas para que no me sorprendieran. Sin duda lo hice con habilidad, pues el peluquero no advirtió ninguna anomalía en aquella obra de arte, como él mismo denominaba el rodete de la novia.-Todo esto será un secreto entre nosotras -dijo Roberta, al salir de la peluquería, torciendo mi brazo hasta que grité. Yo no recordaba qué secretos me había dicho aquel día y le respondí, como había oído hacerlo a las personas mayores.-Seré una tumba.Roberta se puso un vestido amarillo con volantes y yo un vestido blanco de plumetís, lmidonado, con un entredós de broderie.En la iglesia no miré al novio porque Roberta me dijo que no había que mirarlo. La novia estaba muy bonita con un velo blanco lleno de flores de azahar. De pálida que estaba parecía un ángel. Luego cayó al suelo inanimada. De lejos parecía una cortina que se hubiera soltado. Muchas personas la socorrieron, la abanicaron, buscaron agua en el prebisterio, le palmotearon la cara. Durante un rato creyeron que había muerto; durante otro rato creyeron que estaba viva. La llevaron a la casa, helada como el mármol. No quisieron desvestirla ni quitarle el rodete para ponerla muerta en el ataúd.Tímidamente, turbada, avergonzada, durante el velorio que duró dos días, me acusé de haber sido la causante de su muerte.-¿Con qué la mataste, mocosa? -me preguntaba un pariente lejano de Arminda, que bebía café sin cesar.-Con una araña -yo respondía.

Mis padres sostuvieron un conciliábulo para decidir si tenían que llamar a un médico. Nadie jamás me creyó. Roberta me tomó antipatía, creo que le inspiré repulsión y jamás volvió a salir conmigo.

Guía de lecturaDespués de leer el cuento responda las preguntas:

1. ¿Qué tipo de narrador tiene el cuento? Citar una frase del cuento que te permita justificar la respuesta.2. Marcá en el cuento la situación incial, el nudo y el desenlace (si no tenés el cuadernillo, escribí la primera y última palabra de cada una de estas partes).3. Enun parte del cuento la protagonista no entiende una frase que le dice Roberta:(a) ¿Vos entendés lo que significa que “a los veinte años las mujeres tenían que enamorarse o tirarse al río”? Explicá la frase.(b) ¿Estás de acuerdo con Roberta? ¿Las mujeres si no se enamoran deberían tirarse al río? Explicá en cinco renglones tu posición.4. Explicar las palabras subrayadas en las siguientes frases: (a) “Es misterioso el dominio que Roberta ejercía sobre mí”(b)”Que una muchacha de la edad de Roberta se fijara en mí (…) era una dicha que ninguna de mis amigas tenía”(c) “Arminda López y Roberta Carma se querían como primas que eran, pero a veces se hablaban con acritud”(d) “Los preparativos para la boda fueron largos y minuciosos”(e) “-Ten cuidado. Son ponzoñosas -me dijo.”5. AMBIENTE REALISTA: (a) ¿En qué provincia de la Argentina viven los personajes? Subrayar y copiar la frase donde se cuenta dónde viven los personajes; (b) ¿Cómo se llama la peluquería donde la protagonista pasa el tiempo con su amiga Roberta?6. (a) La protagonista dice haber matado a Arminda: ¿Cómo la mató? ¿Roberta tuvo algo que ver o alguna implicancia en el crimen? Justificar con una cita. (b) ¿Por qué creés que Roberta le tomó “repulsión” y “antipatía” a la protagonista luego de la muerte de Arminda?7. Roberta le dice a la protagonista que guarde un secreto, y la protagonista le responde que “será una tumba”? ¿Qué significa “ser una tumba”? Explicar.

“Manos”, Elsa BornemanMartina, Camila y Oriana eran amigas amiguísimas.No sólo concurrían a la misma escuela sino que —también— se encontraban fuera de los horarios

de las clases. Unas veces, para preparar tareas escolares y otras, simplemente para estar juntas.De otoño a primavera, las tres solían pasar algunos fines de semana en la casa de campo que la

familia de Martina tenía en las afueras de la ciudad.¡Cómo se divertían entonces! Tantos juegos al aire libre, paseos en bicicleta, cabalgatas, fogones al

anochecer...Aquel sábado de pleno invierno —por ejemplo—lo habían disfrutado por completo, y la alegría de

las tres nenas se prolongaba —aún— durante la cena en el comedor de la casa de campo porque la abuela Odila les reservaba una sorpresa: antes de ir a dormir les iba a enseñar unos pasos de zapateo americano, al compás de viejos discos que había traído especialmente para esa ocasión.

Adorable la abuela de Martina. No aparentaba la edad que tenía. Siempre dinámica, coqueta, de buen humor, conversadora. Había sido una excelente bailarina de "tap"1. Las chicas lo sabían y por eso le habían insistido para que bailara con ellas.

—¿Por qué no lo dejan para mañana a la tardecita, ¿eh? Ya es hora de ir a descansar. Además, la abuela no paró un minuto en todo el día. Debe de estar agotada.

La mamá de Martina trató —en vano— de convencerlas para que se fueran a dormir a las cuatro y no sólo a las niñas, porque la abuela tampoco estaba dispuesta a concluir aquella jornada sin la anunciada sesión de baile. Así fue como —al rato y mientras los padres, los perros y la gata se ubicaban en la sala de estar a manera de público— la abuela y las tres nenas se preparaban para la función casera de zapateo americano.

Afuera, el viento parecía querer sumarse con su propia melodía: silbaba con intensidad entre los árboles.

Arriba —bien arriba— el cielo, con las estrellas escondidas tras espesos nubarrones.La improvisada clase de baile se prolongó cerca de una hora. El tiempo suficiente como para que

Martina, Camila y Oriana aprendieran —entre risas— algunos pasos de "tap" y la abuela se quedara exhausta y muy acalorada.

Pronto, todos se retiraron a sus cuartos.Alrededor de la casa, la noche, tan negra como el sombrero de copa que habían usado para la

función.Las tres nenas ya se habían acostado. Ocupaban el cuarto de huéspedes, como en cada oportuni-

dad que pasaban en esa casa.Era un dormitorio amplio, ubicado en el primer piso. Tenía ventanas que se abrían sobre el parque

trasero del edificio y a través de las cuales solía filtrarse el resplandor de la luna (aunque no en noches como aquella, claro, en la que la oscuridad era un enorme poncho cubriéndolo todo).

En el cuarto había tres camas de una plaza, colocadas en forma paralela, en hilera y separadas por sólidas mesas de luz.

En la cama de la izquierda, Martina, porque prefería el lugar junto a la puerta. En la cama de la derecha, Camila, porque le gustaba el sitio al lado de la ventana.

En la cama del medio, Oriana, porque era miedosa y decía que así se sentía protegida por sus amigas.

1 Tap: zapateo americano.

Las chicas acababan de dormirse cuando las despertó —de repente— la voz del padre. Terminaba de vestirse —nuevamente y de prisa— a la par que les decía:

—La abuela se descompuso. Nada grave —creemos—, pero vamos a llevarla hasta el hospital del pueblo para que la revisen, así nos quedamos tranquilos. Enseguida volvemos. Ah, dice mamá que no vayan a levantarse, que traten de dormir hasta que regresemos. Hasta luego.

¿Dormir? ¿Quién podía dormir después de esa mala noticia? Las chicas no, al menos, preocupadas como se quedaban por la salud de la querida abuela. Y menos pudieron dormir minutos después de que oyeron el ruido del auto del padre, saliendo de la casa, ya que a la angustia de la espera se agregó el miedo por los tremendos ruidos de la tormenta que —finalmente— había decidido desmelenarse sobre la noche.

Truenos y rayos que conmovían el corazón.Relámpagos, como gigantescas y electrizadas luciérnagas.El viento, volcándose como pocas veces antes.—¡Tengo miedo! ¡Tengo miedo! —gritó Oriana, de repente.Las otras dos también lo tenían pero permanecían calladas, tragándose la inquietud.Martina trató de calmar a su amiguita (y de calmarse, por qué negarlo) encendiendo su velador.

Camila hizo lo mismo.La cama de Oriana fue —entonces— la más iluminada de las tres ya que —al estar en el medio de

las otras— recibía la luz directa de dos veladores.—No pasa nada. La tormenta empeora la situación, eso es todo —decía Martina, dándose ánimo

ella también con sus propios argumentos.—Enseguida van a volver con la abuela. Seguro —opinaba Camila.Y así —entre las lamentaciones de Oriana y las palabras de consuelo de las amigas más corajudas—

transcurrió alrededor de un cuarto de hora en todos los relojes.Cuando el de la sala —grande y de péndulo— marcó las doce con sus ahuecados talanes, las

jovencitas ya habían logrado tranquilizarse bastante, a pesar de que la tormenta amenazaba con tornarse inacabable.

Las luces se apagaron de golpe.—¡No me hagan bromas pesadas! —chilló Oriana—¡Enciendan los veladores otra vez, malditas! —y

asustada, ella misma tanteó sobre las mesitas para encontrar las perillas.Sólo encontró las manos de sus amigas, haciendo lo propio.—¡Yo no apagué nada, boba! —protestó Camila.—¡Se habrá cortado la luz! —supuso Martina.Y así era nomás. Demasiada electricidad haciendo travesuras en el cielo y nada allí —en la casa—

donde tanto se la necesitaba en esos momentos...Oriana se echó a llorar, desconsolada.—¡Tengo miedo! ¡Hay que ir a buscar las velas a la cocina! ¡Hay que bajar a buscar fósforos y

velas! ¡O una linterna!—"¡Hay que!" "¡Hay que!" ¡Qué viva la señorita! ¿Y quién baja, ¿eh? ¿Quién?—se enojó Camila—.

Yo, ¡ni loca!—¡Yo tampoco! —agregó Martina—. Esta Oriana se cree que soy la Superniña, pero no. Yo también

tengo miedo, ¡qué tanto! Además, mi mamá nos recomendó que no nos levantáramos, ¿recuerdan?Oriana lloraba con la cabeza oculta debajo de la almohada. —Buaaaah... ¿Qué hacemos entonces? ¡Me muero de miedo! Por favor, bajen a buscar velas... Sean

buenitas... Buaaah...Martina sintió pena por su amiga. Si bien eran de la misma edad, Oriana parecía más chiquita y se

comportaba como tal. Se compadeció y actuó —entonces— cual si fuera una heramana mayor.—Bueno, bueno; no llores más, Ori. Tranquila... Se me ocurrió una idea. Vamos a hacer una cosa

para no tener más miedo, ¿sí?—¿Q--ué..? —balbuceó Oriana.—¿Qué cosa? —Camila también se mostró interesada, lógico (aunque seguía sin quejarse, el temor

la hacía temblar). Martina continuó con su explicación:—Nos tapamos bien —cada una en su cama— y estiramos los brazos, bien estirados hacia afuera,

hasta darnos las manos.Enseguida, lo hicieron.Obviamente, Oriana fue la que se sintió más amparada: al estar en el medio de sus dos amigas y

abrir los brazos en cruz, pudo sentir un apretoncito en ambas manos.—¡Qué suertuda Ori!, ¿eh? —bromeó Camila.—Desde tu cama se recibe compañía de los dos lados...—En cambio, nosotras... —completó Martina— sólo con una mano...Y así —de manos fuertemente entrelazadas— las tres niñas lograron vencer buena parte de sus

miedos.Al rato, todas dormían.Afuera, la tormenta empezaba a despedirse.Gracias a Dios, la abuela ya se siente bien —les contó la madre al amanecer del día siguiente, en

cuanto retornaron a la casa con su marido y su suegra y dispararon al primer piso para ver cómo estaban las chicas—. Fue sólo un susto. Como —a su regreso— las niñas dormían plácidamente, la abuela misma había sido la encargada de despertarlas para avisarles que todo estaba en orden. ¡Qué alegría!

—Así me gusta. ¡Son muy valientes! Las felicito —y la abuela las besó y les prometió servirles el de-sayuno en la cama, para mimarlas un poco, después de la noche de nervios que habían pasado.

—No tan valientes, señora... Al menos, yo no... —susurró Oriana, algo avergonzada por su compor-tamiento de la víspera—. Fue su nieta la que consiguió que nos calmáramos...

Tras esta confesión de la nena, padres y abuela quisieron saber qué habían hecho para no asustar-se demasiado.

Entonces, las tres amiguitas les contaron:—Nos tapamos bien, cada una en su cama como ahora...—Estirarnos los brazos así, como ahora...—Nos dimos las manos con fuerza, así, como ahora...¡Qué impresión les causó lo que comprobaron en ese instante, María Santísima! Y de la misma no

se libraron ni los padres ni la abuela.

Resulta que por más que se esforzaron —estirando los brazos a más no poder— sus manos infantiles no llegaban a rozarse siquiera.

¡Y había que correr las camas laterales unos diez centímetros hacia la del medio para que las chicas pudieran tocarse —apenas— las puntas de los dedos!

Sin embargo, las tres habían —realmente— sentido que sus manos les eran estrechadas por otras, no bien llevaron a la acción la propuesta de Martina.

—¿Las manos de quién??? —exclamaron entonces, mientras los adultos trataban de disimular sus propios sentimientos de horror.

—¿De quiénes??? —corrigió Oriana, con una mueca de espanto. ¡Ella había sido tomada de ambas manos!

Manos.Cuatro manos más aparte de las seis de las niñas, moviéndose en la oscuridad de aquella noche al

encuentro de otras, en busca de aferrarse entre sí.Manos humanas.Manos espectrales.(Acaso ——a veces, de tanto en tanto— los fantasmas también tengan miedo... y nos necesiten...)

“El extraño”, LovecraftNo sé dónde nací, salvo que el castillo era infinitamente horrible, lleno de pasadizos oscuros y con altos cielos rasos donde la mirada sólo hallaba telarañas y sombras. Las piedras de los agrietados corredores estaban siempre odiosamente húmedas y por doquier se percibía un olor maldito, como de pilas de cadáveres de generaciones muertas. Jamás había luz, por lo que solía encender velas y quedarme mirándolas fijamente en busca de alivio; tampoco afuera brillaba el sol, ya que esas terribles arboledas se elevaban por encima de la torre más alta. Una sola, una torre negra, sobrepasaba el ramaje y salía al cielo abierto y desconocido, pero estaba casi en ruinas y sólo se podía ascender a ella por un escarpado muro poco menos que imposible de escalar.

Debo haber vivido años en ese lugar, pero no puedo medir el tiempo. Seres vivos debieron haber atendido a mis necesidades; sin embargo, no puedo rememorar a persona alguna excepto yo mismo, ni ninguna cosa viviente salvo ratas, murciélagos y arañas, silenciosos todos. Supongo que, quienquiera que me haya cuidado, debió haber sido asombrosamente viejo, puesto que mi primera representación mental de una persona viva fue la de algo semejante a mí, pero retorcido, marchito y deteriorado como el castillo. Una vez traté de escapar del bosque, pero a medida que me alejaba del castillo las sombras se hacían más densas y el aire más impregnado de crecientes temores, de modo que eché a correr frenéticamente por el camino andado, no fuera a extraviarme en un laberinto de lúgubre silencio.

Y así, a través de crepúsculos sin fin, soñaba y esperaba, aún cuando no supiera qué. Hasta que en mi negra soledad, el deseo de luz se hizo tan frenético que ya no pude permanecer inactivo y mis manos suplicantes se elevaron hacia esa única torre en ruinas que por encima de la arboleda se hundía en el cielo exterior e ignoto. Y por fin resolví escalar la torre, aunque me cayera; ya que mejor era vislumbrar un instante el cielo y perecer, que vivir sin haber contemplado jamás el día.

A la húmeda luz crepuscular subí los vetustos peldaños de piedra hasta llegar al nivel donde se interrumpían, y de allí en adelante, trepando por pequeñas entrantes donde apenas cabía un pie, seguí mi peligrosa ascensión. Horrendo y pavoroso era aquel cilindro rocoso, inerte y sin peldaños; negro, ruinoso y solitario, siniestro con su mudo aleteo de espantados murciélagos. Pero más horrenda aún era la lentitud de mi avance, ya que por más que trepase, las tinieblas que me envolvían no se disipaban y un frío nuevo, como de moho venerable y embrujado, me invadió. Tiritando de frío me preguntaba por qué no llegaba a la claridad, y, de haberme atrevido, habría mirado hacia abajo. Se me antojó que la noche había caído de pronto sobre mí y en vano tanteé con la mano libre en busca del antepecho de alguna ventana por la cual espiar hacia afuera y arriba y calcular a qué altura me encontraba.

De pronto, al cabo de una interminable y espantosa ascensión a ciegas por aquel precipicio cóncavo y desesperado, sentí que la cabeza tocaba algo sólido; supe entonces que debía haber ganado la terraza o, cuando menos, alguna clase de piso. Alcé la mano libre y, en la oscuridad, palpé un obstáculo, descubriendo que era de piedra e inamovible. Luego vino un mortal rodeo a la torre, aferrándome de cualquier soporte que su viscosa pared pudiera ofrecer; hasta que finalmente mi mano, tanteando siempre, halló un punto donde la valla cedía y reanudé la marcha hacia arriba, empujando la losa o puerta con la cabeza, ya que utilizaba ambas manos en mi cauteloso avance. Arriba no apareció luz alguna y, a medida que mis manos iban más y más alto, supe que por el momento mi ascensión había terminado, ya que la puerta daba a una abertura que conducía a una superficie plana de piedra, de mayor circunferencia que la torre inferior, sin duda el piso de alguna elevada y espaciosa cámara de observación. Me deslicé sigilosamente por el recinto tratando que la pesada losa no volviera a su lugar, pero fracasé en mi intento. Mientras yacía exhausto sobre el piso de piedra, oí el alucinante eco de su caída, pero con todo tuve la esperanza de volver a levantarla cuando fuese necesario.

Creyéndome ya a una altura prodigiosa, muy por encima de las odiadas ramas del bosque, me incorporé fatigosamente y tanteé la pared en busca de alguna ventana que me permitiese mirar por vez primera el cielo y esa luna y esas estrellas sobre las que había leído. Pero ambas manos me decepcionaron, ya que todo cuanto hallé fueron amplias estanterías de mármol cubiertas de aborrecibles cajas oblongas de inquietante dimensión. De pronto mis manos tropezaron inesperadamente con el marco de una puerta, del cual colgaba una plancha de piedra de superficie rugosa a causa de las extrañas incisiones que la cubrían. La puerta estaba cerrada, pero haciendo un supremo esfuerzo superé todos los obstáculos y la abrí hacia adentro. Hecho esto, me invadió el éxtasis más puro jamás conocido; a través de una ornamentada verja de hierro, y en el extremo de una corta escalinata de piedra que ascendía desde la puerta recién descubierta, brillando plácidamente en todo su esplendor estaba la luna llena, a la que nunca había visto antes, salvo en sueños y en vagas visiones que no me atrevía a llamar recuerdos.

Seguro ahora de que había alcanzado la cima del castillo, subí rápidamente los pocos peldaños que me separaban de la verja; pero en eso una nube tapó la luna haciéndome tropezar, y en la oscuridad tuve que avanzar con mayor lentitud. Estaba todavía muy oscuro cuando llegué a la verja, que hallé abierta tras un cuidadoso examen pero que no quise trasponer por temor a precipitarme desde la increíble altura que había alcanzado. Luego volvió a salir la luna.

Medio inconsciente, abrí la verja y avancé bamboleándome por la senda de grava blanca que se extendía en dos direcciones. Por aturdida y caótica que estuviera mi mente, persistía en ella ese frenético anhelo de luz; ni siquiera el pasmoso descubrimiento de momentos antes podía detenerme. No sabía, ni me importaba, si mi experiencia era locura, enajenación o magia, pero estaba resuelto a ir en pos de luminosidad y alegría a toda costa. No sabía quién o qué era yo, ni cuáles podían ser mi ámbito y mis circunstancias; sin embargo, a medida que proseguía mi tambaleante marcha, se insinuaba en mí una especie de tímido recuerdo latente que hacía mi avance no del todo fortuito, sin rumbo fijo por campo abierto; unas veces sin perder de vista el camino, otras abandonándolo para internarme, lleno de curiosidad, por praderas en las que sólo alguna ruina ocasional revelaba la presencia, en tiempos remotos, de una senda olvidada. En un momento dado tuve que cruzar a nado un rápido río cuyos restos de mampostería agrietada y mohosa hablaban de un puente mucho tiempo atrás desaparecido.

Habían transcurrido más de dos horas cuando llegué a lo que aparentemente era mi meta: un venerable castillo cubierto de hiedras, enclavado en un gran parque de espesa arboleda, de alucinante familiaridad para mí, y sin embargo lleno de intrigantes novedades. Adelantándome hacia él, miré al interior y vi un grupo de personas extrañamente vestidas, que departían entre sí con gran jarana. Como jamás había oído la voz humana, apenas sí podía adivinar vagamente lo que decían. Algunas caras tenían expresiones que despertaban en mí remotísimos recuerdos; otras me eran absolutamente ajenas.

Salté por la ventana y me introduje en la habitación, brillantemente iluminada, a la vez que mi mente saltaba del único instante de esperanza al más negro de los desalientos. La pesadilla no tardó en venir, ya que, no bien entré, se produjo una de las más aterradoras reacciones que hubiera podido concebir. No había terminado de cruzar el umbral cuando cundió entre todos los presentes un inesperado y súbito pavor, de horrible intensidad, que distorsionaba los rostros y arrancaba de todas las gargantas los chillidos más espantosos. El desbande fue general, y en medio del griterío y del pánico varios sufrieron desmayos, siendo arrastrados por los que huían enloquecidos. Muchos se taparon los ojos con las manos y corrían a ciegas llevándose todo por delante, derribando los muebles y dándose contra las paredes en su desesperado intento de ganar alguna de las numerosas puertas.

Solo y aturdido en el brillante recinto, escuchando los ecos cada vez más apagados de aquellos espeluznantes gritos, comencé a temblar pensando qué podía ser aquello que me acechaba sin que yo lo viera. A primera vista el lugar parecía vacío, pero cuando me dirigí a una de las alcobas creí detectar una presencia... un amago de movimiento del otro lado del arco dorado que conducía a otra habitación, similar a la primera. A medida que me aproximaba a la arcada comencé a percibir la presencia con más nitidez; y luego, con el primero y último sonido que jamás emití -un aullido horrendo que me repugnó casi tanto como su morbosa causa-, contemplé en toda su horrible intensidad el inconcebible, indescriptible, inenarrable monstruo que, por obra de su mera aparición, había convertido una alegre reunión en una horda de delirantes fugitivos.

No puedo siquiera decir aproximadamente a qué se parecía, pues era un compuesto de todo lo que es impuro, pavoroso, indeseado, anormal y detestable. Era una fantasmagórica sombra de podredumbre, decrepitud y desolación; la pútrida y viscosa imagen de lo dañino; la atroz desnudez de algo que la tierra misericordiosa debería ocultar por siempre jamás. Dios sabe que no era de este mundo -o al menos había dejado de serlo-, y, sin embargo, con enorme horror de mi parte, pude ver en sus rasgos carcomidos, con huesos que se entreveían, una repulsiva y lejana reminiscencia de formas humanas; y en sus enmohecidas y destrozadas ropas, una indecible cualidad que me estremecía más aún.

Estaba casi paralizado, pero no tanto como para no hacer un débil esfuerzo hacia la salvación: un tropezón hacia atrás que no pudo romper el hechizo en que me tenía apresado el monstruo sin voz y sin nombre. Mis ojos, embrujados por aquellos asqueantes ojos vítreos que los miraba fijamente, se negaban a cerrarse, si bien el terrible objeto, tras el primer impacto, se veía ahora más confuso. Traté de levantar la mano y disipar la visión, pero estaba tan anonadado que el brazo no respondió por entero a mi voluntad. Sin embargo, el intento fue suficiente como para alterar mi equilibrio y, bamboleándome, di unos pasos hacia adelante para no caer. Al hacerlo adquirí de pronto la angustiosa noción de la proximidad de la cosa, cuya inmunda respiración tenía casi la impresión de oír. Poco menos que enloquecido, pude no obstante adelantar una mano para detener a la fétida imagen, que se acercaba más y más, cuando de pronto mis dedos tocaron la extremidad putrefacta que el monstruo extendía por debajo del arco dorado. No chillé, pero todos los satánicos vampiros que cabalgan en el viento de la noche lo hicieron por mí, a la vez que dejaron caer en mi mente una avalancha de anonadantes recuerdos.

Supe en ese mismo instante todo lo ocurrido; recordé hasta más allá del terrorífico castillo y sus árboles; reconocí el edificio en el cual me hallaba; reconocí, lo más terrible, la impía abominación que se erguía ante mí, mirándome de soslayo mientras apartaba de los suyos mis dedos manchados. Luego olvidé cómo salí de allí. Pues aunque el olvido me ha dado la calma, no por eso ignoro que soy un extranjero; un extraño a este siglo y a todos los que aún son hombres. Esto es lo que supe desde que extendí mis dedos hacia esa cosa abominable surgida en aquel gran marco dorado; desde que extendí mis dedos y toqué la fría e inexorable superficie del pulido espe

Actividades de comprensión

1) Observe el cómic y numérelos según lo que ocurra primero.

2) Explique qué está sucediendo en cada cuadro del cómic.

“Casa tomada”, Julio CortázarNos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la mas ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.

Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las ultimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y como nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que era ella la que no nos dejo casarnos. Irene rechazo dos pretendientes sin mayor motivo, a mi se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.

Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No se porque tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mi, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina. Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor para preguntarle a Irene que pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mi se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.

Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte mas retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte mas retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y mas allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo mas estrecho que llevaba a la cocina y el baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es increíble como se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento después se deposita de nuevo en los muebles y los pianos.

Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venia impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tire contra la pared antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.

Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:

-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo.

Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.

-¿Estás seguro?

Asentí. -Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.

Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que me tejía un chaleco gris; a mi me gustaba ese chaleco.

Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.

-No está aquí.

Y era una cosa mas de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.

Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: mientras yo preparaba el almuerza, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre.

Irene estaba contenta porque le quedaba mas tiempo para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papa, y eso me sirvió para matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:

-Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol?

Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.

(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.

Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en vos mas alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.)

Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamo la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.

No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían mas fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.

-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.

-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútilmente. -No, nada.

Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.

Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a

la alcantarilla. No fuese que algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.

* El narrador y los tipos de narrador

Leé las características de los tres narradores y los ejemplos sobre el gol de Diego Armando Maradona.

OPCIÓN 1: NARRADOR omnisciente siempre en tercera persona: “él” o “ella” conoce sentimientos, pensamientos y todo lo que ocurre con los personajes Ej.: “Maradona ese día se sentía un ganador, un winner, salió a la cancha y lo primero que

pensó fue en su madre, su padre y sus dos hijas. Salió a dar todo. Mientras iba gambeteando a los jugadores ingleses se dio cuenta de que ese iba a ser EL gol. Encima, contra los ingleses. Cuando metió la pelota en el arco se sintió el mejor jugador del planeta”        

OPCIÓN 2: NARRADOR protagonista siempre en primera persona “yo” “a mí” “me pasó” conoce sólo lo que le ocurre a él, cuenta su propia historia Ej.: “Yo, Diego Armando Maradona, el “Diez” para muchos, voy a contar cómo fue el mejor gol

que metí en mi vida. Se lo hice a los ingleses, en el ’86, en el mundial de México.  Haberle hecho el gol a los ingleses, encima, es lo que lo convierte en el mejor gol de mi vida”

    OPCIÓN 3: NARRADOR testigo

-      puede estar en primera (“yo”) o en tercera persona (“él”, “ella”)-      cuenta una historia donde conoce sólo lo que vio, es decir, una historia de la que fue testigo-      Ej. de narrador testigo en primera persona: “El mejor gol de Maradona fue el que le hizo a los

ingleses, en el ’86, yo lo ví por la tele, con mi familia. Tenía 12 años, ese día descubrí lo que era el fútbol. El Diego se gambeteo a seis jugadores y metió la pelota en el arco. ¡Fue increíble! Mi viejo lloró”

-      Ej. de narrador testigo en tercera persona: “Muchos dicen que el mejor gol de Maradona fue el que le hizo a los ingleses. La mayoría lo vio por la tele. Se dice que cuando vieron como el Diego gambeteó a los seis ingleses, y metió la pelota en el arco, muchos lloraron. Dicen que fue increíble."

ACTIVIDAD 1: En tu carpeta, hace un cuadro de doble entrada con las características del narrador. Debe tener tres columnas: narrador omnisciente, narrador testigo y narrador protagonista; y debe tener tres filas: pronombre personal, características y ejemplos.

ACTIVIDAD 2: Ahora debes marcaren los tres ejemplos del gol de Diego Armando Maradona las palabritas que cambian, y que hacen que ese narrador sea protagonista, testigo u omnisciente. Por ejemplo, en el narrador omnisciente deben marcar los verbos en tercera persona que se refieran a pensamientos y sentimientos del protagonista (él sintió, él pensó, él soñó); en el

protagonista pueden señalar la primera persona pronominal (“yo”) o verbal ( yo “peleo”, “imagino”, “pienso”)

ACTIVIDAD 3:      Reconoce  en los siguientes ejemplos los tipos de narradores. Debés subrayar la palabra que te permitió darte cuenta.

1)   “Desde aquel día nuestros momentos amorosos fueron más alejados”.Narrador___________________________________________________

2)   “La primavera es la estación del año más romántica y peligrosa a la vez, pensó la jovencita antes de escribir en su diario.”Narrador_______________________________________________

3)   “ En el camino polvoriento, lleno de animales sueltos y alocados, corrían unos deportistas para encontrar el tesoro escondido”Narrador___________________________________________

4)   “Antes del amanecer, el señor se levantó y salió a trotar como de costumbre, luego sintió una molestia en su lado izquierdo, su médico le advirtió que no podía ejercitarse”Narrador_______________________________________

5)   “En medio del patio estaban todos los estudiantes, vestidos de gala, con hermosos peinados las niñas y elegantes corbatas los varones”.Narrador__________________________________

6)   “Estábamos todos juntos cuando repentinamente Armando salió a buscar algo indeterminado, volvió de madrugada, feliz sin decir nada”.Narrador_________________________________

7)   “La lluvia fría caía sobre mi cabello, me molestó en un principio, luego me sentí regocijada”.Narrador________________________________

8)   “Los computadores del establecimiento educacional, se encuentran en perfectas condiciones, a pesar de que algunos estudiantes pretenden romperlos.”Narrador________________________________

Actividad 4. Completar con las opciones: narrador omnisciente, narrador testigo o narrador protagonista. Subraye la palabra que le permitió reconocer el tipo de narrador.

1)   “Nunca necesitó reconocer sus errores, pensó el padre cuando recordaba a su hijo”.Narrador________________________________

2)    “Pensaba todas las noches en aquella situación grave que le aproblemaba”.Narrador_____________________________

3)   Diez días habían pasado desde que tuvo lugar aquella penosa conferencia.  No sintiéndome capaz de cumplir con los deseos de mi padre sobre la nueva especie de trato”. (María, J. Isaacs)Narrador___________________________________________________

4)   “La luna, que a acababa de elevarse, llena y grande, bajo un cielo profundo, sobre los montes, iluminaba las faldas de las montañas.” (María, Jorge Isaacs)Narrador_______________________________________________

5)   “Emilia estaba sufriendo.  Su hombre parecía más huraño y sombrío que de costumbre.  Dormía mal.” (Llampo de sangre, Oscar Castro)Narrador___________________________________________

6)   “Era la época de exámenes y yo tenía que estudiar más de lo que costumbre” (Demian, H. Hesse).Narrador_______________________________________

7)   “No tenía muchas ideas pero trabajaba.  Sonreía con sus largos dientes y sus descarnados labios.  No era un gran personaje pero había tomado parte en grandes manifestaciones de masas.” (Sombras contra el muro, Manuel Rojas)Narrador__________________________________

8)   “El niño, perdido ya  el recuerdo del que se fue cuando él tenía tres o cuatro años, mira al señalado como a los demás”. (Sombras contra el muro, Manuel Rojas)Narrador_________________________________

9)   “Su cabeza giraba repasando el contorno de aquel panorama y sus ojos brillaban intensamente, como la única cosa viva en su cara reseca”: (Llampo de sangre, Oscar Castro)Narrador________________________________

10)“ Estábamos en la plaza cuando repentinamente, él caminó hacia la pileta y bebió copiosamente agua cristalina”Narrador________________________________

11)“Nunca necesito reconocer sus errores, porque para él no lo eran”.Narrador________________________________

12) “Pensaba todas las noches en aquella situación grave que me aproblemaba”.Narrador_____________________________

* La concordancia

ACTIVIDAD 1) Actividades de concordancia entre sustantivo y adjetivo. Completar con el género y número que concuerde y especificar al lado: femenino, masculino, singular o plural.

Las manzanas son  . (rojo) Rojas: femenino y plural. // La pizarra es  . (negro)

El cielo es  . (azul) //Los estudiantes son  . (inteligente)

Mi madre no es  . (paciente) // Esos chicos son  . (masoquista)

La tarea es muy  . (difícil) // Mis perros son muy  . (grande)

Las montañas son muy  . (alto) // Es un día muy  . (agradable)

María es una muchacha muy  . (antipático)// Mi profesora es muy  . (arrogante)// El agua es muy  . (frío) 

ACTIVIDAD 2) Las siguientes frases tienen mal la concordancia. Corrija los errores de concordancia y reescriba las frases correctas en su carpeta.

1. Tiene el pelo liso y muy largos.

2. Tiene un trabajo en un fábrica de ladrillos.

3. La gente es muy simpático y no dicen lo que piensan.

4. La muerte de su padre fue una trauma para ella.

5. El candidato más votado fue yo.

6. Hoy la misma situación continúo porque nada ha cambiado entre los países que lucha.

7. Cada vez estamos más influido por la televisión.

8. Todavía no he leído el parte final de este novela.

9. Este cazador ha matado mucho elefantes.

10. Tengo un duda sobre la legalidad de esta trabajo.

11. Necesitamos una legislación que regular exportar determinado artículos de consumo.

12. La tema de este simposio no es de mi interés.

13. Vuestra sistema de educación es más completa que el de los franceses.

14. Todas las problemas que tengo se resolverían con dinero.

15. No has prestado ningún atención a esta tema.

16. La película nos gustó porque estaba llena de chistes y no era nada aburrido.

17. Cerca de tu casa habían varias gasolineras.

18. He mirado la mapa del tiempo y mañana no va a llover demasiada.

19. Las noticias es muy interesante en el canal 21.

20. El nación más grande del mundo es China.

21. El agua de esta ciudad es limpio y puro.

22. Este libro resulta muy apropiada para todo los públicos.

23. La política que regula el comportamiento de los estudiantes en esta universidad fue redactado hace diez años por los anterior consejeros.

24. Tus gafas está sobre la mesa.

25. Me he comprado unos pantalones vaquero y una bufanda negro.

26. En esta clase hay bastante alumnos que ya sabe español.

27. La clima de México es más suave que la de Canadá.

ACTIVIDAD 3) La concordancia: **Leer el siguiente cuento y luego leer atentamente las preguntas.

La tortuga de Leo MaslíahSalí a caminar porque me sentía solo y el tedio me abrumaba. Afuera el sol resplandecía. Las nubes también pero más oscuros. Llegué al parque y me llené los bronquios de aire pura. Los ojos de los árboles se movían a impulso de una brisa fresca y delicado que hacía tintinear además los esqueletos de algunos insectos muertas contra fragmentos de botellas rotos. Me acerqué al lago y vi que una tortuga trataba de avanzar por el barro pugnando por llegar hasta el agua. No la dejé. Su caparazón era duro y su semblante inteligente y serena. Me la llevé para casa, a fin de paliar mi soledad. Cuando llegamos la puse en la bañera y me fui a buscar en la biblioteca un libro de cuentas para leerselo. Ella escuchó atento, interrumpiéndome de vez en cuando para pedirme que repitiera alguna frase que le hubiese parecido especialmente hermoso. Luego me dio a entender que tenía hombre y ya me fui nuevamente al lago a buscar alga que le resultara apetecible. Recogí pasto y una planta de ojos verdes oscuras. También junté algún hormiga, por si acaso. De nuevo en casa, fui a llevar las cosas al baño, pero el tortuga no estaba allí. Lo busqué por todas partes, en el ropero, la refrigeradora, entre los sábanos, alfombras, vajillo, estantes, pero no hubo casa, no lo encontré. Entonces me vinieron deseos de ir al baño y los hice, pero cuando tirábamos la cadena comprobaste que el inodoro estaba tapada. Se les ocurrió entonces que the tortuga podía haberse metida allí. ¿Cómo rescatarlos? Salí de casa y caminé hasta encontrar una alcantarilla. Levantéi la tapa y me metisteis ahí. No habían luces. Caminéi. Los pies se me mojarán. Una rata morderói. Yo seguéi. "¡Tortuguéi, tortuguéi!", gritéi. Nodie contestoy. Avancex. Olor del agua no ser como la del lago. "¡Tortugúy, vini morf papit!", insistiti. Ningún resultoti. Expedición fútil*.

Salí del cantarillo y en casa me limpí y me preparó cafés. Lo tomés a sorbo corta, mirondo televicián. En sópito ¿qué vemos in pantalla? Tortugot. "¿Cómo foi a parar alá?", le preguntete. Y ella dijome ofri con dichosa contestaçao: "No por Allah: Budapest. Corolarius mediambienst cardinal e input fosforest". A la que je la contesté "bon, but mut canalis et adeus, Manuelita".

"¡Nai, nai!", dictio tort, "eu program mostaza interesting".

"Demostric", pidulare.

Tons turtug bailó, candó, concertare, crobacía y magiares, asta que yo poli me zzz*futil: inútil.

1) Hay palabras en negrita que no respetan la concordancia. Marquelá con un círculo.2) Copiar el texto en la carpeta con las palabras corregidas por usted.

a. CUIDADO: Hay tres frases incorregibles. Están escritas en un lenguaje inventado. En estos caso debe corregir inventando lo que puede querer decir esa frase. ¡Use su imaginación!

i. "¡Tortugúy, vini morf papit!” ii. Corolarius mediambienst cardinal e input fosforest".

iii. A la que je la contesté "bon, but mut canalis et adeus, Manuelita".3) Clasificar las palabras subrayadas en: sustantivos, verbos y adjetivos.4) Copiar el texto corregido en la carpeta. Si querés aprobar, copiá sólo las palabras corregidas en una lista:

ACTIVIDAD 4) El mono gramático**Leer el siguiente texto y luego resolver las tareas que se encuentran a continuación: 

Tarzán, el rey de la selva, tiene por costumbre pronunciar un discurso todos los años para el día del árbol. Como habla mal, un venerable gorila se encarga de traducirlo, es decir, de mejorarle el estilo, conjugando los verbos y reemplazando o eliminando las palabras repetidas. A continuación pueden leerse las primeras frases que tenía pensado decir Tarzán y junto a ellas están las primeras correcciones que hizo el gorila.

Discurso de Tarzán Versión corregida

—Tarzán agradecer a los monos que estar en el lugar en que estar Tarzán. Yo les agradezco que estén aquí.

Discurso de Tarzán Versión corregida

—El día en que Tarzán estar hablando, Tarzán querer conmemorar con los que escuchar “el día del árbol”.

Hoy quiero conmemorar con ustedes “el día del árbol”.

—El árbol ser el mejor amigo de los monos y Tárzan. El árbol es nuestro mejor amigo.

1) Escribir frases en la tabla siguiente corrigiendo las propuestas por Tarzán (tomando el lugar del gorila).

Discurso de Tarzán Versión corregida

—El árbol dar sombra, casa y comida a los monos y a Tarzán.

—El árbol permitir desplazarse por las ramas del árbol a los monos y a Tarzán.

Apetitosas bananas colgar de las ramas del árbol en el lugar en el que estár los monos y Tarzán

Hermanos, y hermanas, no dañar los árboles.

—Gracias al árbol, los monos y Tárzan poder escondese de los cazadores.

*Sinónimos, antónimos, homónimos y campo semántico

Los sinónimos son palabras que tienen un significado idéntico pero que se escriben de manera

diferente. Ejemplo: Feliz == Contento.

Los antónimos son palabras que significan lo opuesto. Ej.: Feliz =/= Infeliz.

Dulzura = =/= Belleza

Sensualidad Misterio

Coraje Encanto

Grupo Perfección

I. Escriba al lado de cada palabra un sinónimo y un antónimo.

II. Escribe en la línea el sinónimo de las palabras escritas entre paréntesis en las siguientes

expresiones

1.- El coche de mi amigo es más (rápido) ______________ que tu coche.

2.- La noche estaba muy (obscura) _________________ y no podíamos ver nada.

3.- ¡No comas las galletas porque todavía están (calientes) _______________!

4.- No me esperes voy a regresar muy (tarde) __________________.

5.- Este ejercicio de español está muy (fácil) ____________________ y ya lo resolví.

6.- No compré la computadora porque era muy (cara) _________________.