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67 Capítulo 2 FAMILIAS Y GRUPOS DE PODER: ESTRATEGIAS DE SUPERVIVENCIA Del escenario pasamos a sus moradores: los miembros de la nobleza indígena de Tepexi de la Seda 77 . Vamos a abordar una serie de historias vitales, las de un grupo de familias compuestas por caciques y principales, es decir, individuos con una posición social y económica privilegiada que lucharon por mantenerla y reforzarla. Quiénes eran, qué tipo de acciones emprendieron para lograr sus objetivos, y si obtuvieron resultados positivos o negativos, son algunas de las preguntas a las que trataremos de dar respuesta en éste y los siguientes capítulos. Las cuotas de poder que manejaron fueron su principal baza en favor de la consecución de sus ambiciones. Éstas se alimentaban de tres fuentes principalmente: las relaciones sociales, el patrimonio personal y familiar, y la participación en diversos ámbitos de la administración colonial. Son diferentes esferas (social, económica y política) pero se caracterizan por un proceso de retroalimentación, fruto del cual se producía un incremento o disminución del 77 Cómo antecedente y referente de nuestro trabajo, cabe destacar la obra titulada Los popolocas de Tepexi (Puebla).Un estudio etnohistórico de Klaus Jäcklein (1978), aunque su objetivo principal no es el análisis de la nobleza indígena local. Por otro lado, debemos mencionar a Margarita Menegus (2005: 28, 29, 33, 52, 53, 65) quien en su análisis historiográfico del cacicazgo introduce referencias al caso tepexano. Tenemos noticia de que en el marco del XXVIII Coloquio de Antropología e Historia regionales “Caras y máscaras del México étnico. La participación indígena en las formaciones del Estado mexicano”, celebrado en Zamora (Michoacán), los días 26, 27 y 28 de octubre de 2005, presentó la ponencia titulada: “La territorialidad de los cacicazgos y los conflictos con terrazgueros en el siglo XVIII. El caso de Tepexi de la Seda, Puebla”. Asimismo Rik Hoekstra presentó en el marco del 52º Congreso Internacional de Americanistas (Sevilla, 11-21 de julio de 2006) y el simposio “La negociación cotidiana: indígenas, africanos y españoles, y la construcción del imperio” una ponencia titulada “Cacicazgo social and economic relations in the early seventeenth century- a case study from Tepexi de la Seda (Puebla)”.

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Vamos a abordar una serie de historias vitales, las de un grupo de familias compuestas por caciques y principales, es decir, individuos con una posición social y económica privilegiada que lucharon por mantenerla y reforzarla. Quiénes eran, qué tipo de acciones emprendieron para lograr sus objetivos, y si obtuvieron resultados positivos o negativos, son algunas de las preguntas a las que trataremos de dar respuesta en éste y los siguientes capítulos. Las cuotas de poder que manejaron fueron su principal baza en favor de la consecución de sus ambiciones. Éstas se alimentaban de tres fuentes principalmente: las relaciones sociales, el patrimonio personal y familiar, y la participación en diversos ámbitos de la administración colonial.

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Capítulo 2 FAMILIAS Y GRUPOS DE PODER:

ESTRATEGIAS DE SUPERVIVENCIA

Del escenario pasamos a sus moradores: los miembros de la nobleza indígena de Tepexi de la Seda77. Vamos a abordar una serie de historias vitales, las de un grupo de familias compuestas por caciques y principales, es decir, individuos con una posición social y económica privilegiada que lucharon por mantenerla y reforzarla. Quiénes eran, qué tipo de acciones emprendieron para lograr sus objetivos, y si obtuvieron resultados positivos o negativos, son algunas de las preguntas a las que trataremos de dar respuesta en éste y los siguientes capítulos.

Las cuotas de poder que manejaron fueron su principal baza en favor de la consecución de sus ambiciones. Éstas se alimentaban de tres fuentes principalmente: las relaciones sociales, el patrimonio personal y familiar, y la participación en diversos ámbitos de la administración colonial. Son diferentes esferas (social, económica y política) pero se caracterizan por un proceso de retroalimentación, fruto del cual se producía un incremento o disminución del

77 Cómo antecedente y referente de nuestro trabajo, cabe destacar la obra titulada Los

popolocas de Tepexi (Puebla).Un estudio etnohistórico de Klaus Jäcklein (1978), aunque su objetivo principal no es el análisis de la nobleza indígena local. Por otro lado, debemos mencionar a Margarita Menegus (2005: 28, 29, 33, 52, 53, 65) quien en su análisis historiográfico del cacicazgo introduce referencias al caso tepexano. Tenemos noticia de que en el marco del XXVIII Coloquio de Antropología e Historia regionales “Caras y máscaras del México étnico. La participación indígena en las formaciones del Estado mexicano”, celebrado en Zamora (Michoacán), los días 26, 27 y 28 de octubre de 2005, presentó la ponencia titulada: “La territorialidad de los cacicazgos y los conflictos con terrazgueros en el siglo XVIII. El caso de Tepexi de la Seda, Puebla”. Asimismo Rik Hoekstra presentó en el marco del 52º Congreso Internacional de Americanistas (Sevilla, 11-21 de julio de 2006) y el simposio “La negociación cotidiana: indígenas, africanos y españoles, y la construcción del imperio” una ponencia titulada “Cacicazgo social and economic relations in the early seventeenth century- a case study from Tepexi de la Seda (Puebla)”.

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poder global que albergaban en sus manos. En la primera de ellas nos centraremos en este capítulo.

Partimos de la premisa de que las relaciones sociales se sustentan en la creación de vínculos entre personas, ya sea mediante lazos familiares, de amistad, clientela u otro tipo. Unos u otros desembocan en la formación de colectivos cuyas actuaciones están orientadas a alcanzar una serie de objetivos o intereses comunes, más o menos perdurables en el tiempo. En este sentido, a lo largo de nuestro análisis nos referiremos a éstos como “grupos de poder”, entendiendo a los mismos como una asociación de individuos, independientemente de su calidad social o condición racial, en los que las familias nobles ocupaban una clara posición de liderazgo. Es decir, con esta concepción lo relevante son las personas y sus relaciones (amistades y enemistades), así como lo colectivo frente a lo individual78.

En definitiva, vamos a analizar el perfil de los individuos que integran dichas familias y grupos de poder, así como el tipo de relaciones existentes entre éstos, a través del examen de los siguientes aspectos: sus orígenes, calidades, relaciones jerárquicas, formas de acceso y transmisión de su estatus, así como el reflejo de estos en su educación y formas de vida. Todo ello con el objetivo de definir el tipo de nobleza existente en Tepexi, la composición de los grupos de poder y, para terminar, la proyección de sus influencias dentro y fuera del entorno local.

2.1. Nobles indígenas: orígenes, calidades y jerarquía

¿Quiénes formaban la nobleza indígena de Tepexi? Y lo más importante, cuando hablamos de ésta ¿a qué tipo de nobles nos estamos refiriendo? La elaboración de un perfil que nos ayude a establecer a qué individuos identificaremos como tales es un paso previo y necesario que nos va a permitir

78 Esta noción se gesta a raíz del planteamiento de Martínez (1984: 140) sobre la administración del poder en Tepeaca al afirmar que:

“El ejercicio y control del poder local, sin embargo, no es obra de individuos aislados sino de grupos bien consolidados: a lo largo del siglo XVI se nota una correspondencia plena entre los tlahtocayo que poseen la mayor cantidad de tierras y terrazgueros y aquellos cuyos miembros gobiernan la mayor parte del tiempo y retienen para sí el derecho de acceso a los principales cargos. En este sentido el estudio de los tlahtocayo cobra especial interés, pero es inevitable referirse a individuos. La identificación de los personajes que intervinieron ocupando los oficiales de república y su afiliación a uno u otro de los linajes conocidos es imprescindible para determinar la posición de clase de los cargueros y el dominio ejercido por ciertos tlahtocayo”. No obstante, nuestra concepción es más amplia, en la medida que incluye a los no-

indios, individuos que son parte activa en los espacios conocidos como pueblos de indios.

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caracterizar a este grupo social en el contexto tepexano y novohispano del siglo XVIII. La nobleza indígena de Tepexi de la Seda está formada, principalmente, por cuatro familias79: los Moctezuma y Cortés, los Mendoza y Luna, los Cruz, y los Cebrián80. Todas ostentan apellidos que no nos son desconocidos, sino que muy al contrario nos remiten a los nobles de otras latitudes de Puebla y del virreinato novohispano81.

Las fuentes nos muestran una realidad en la que el uso de los términos “cacique”82, “cacique principal”, o bien “cacique y principal”83, para identificar el estatus social de éstos, está más que generalizado84. Para el siglo XVIII asistimos a un proceso de homogeneización en el que la tradicional distinción entre caciques y principales es prácticamente inexistente, al igual que la presencia de una jerarquía entre ambos, la cual había sido uno de los aspectos característicos en Tepexi, al menos durante el siglo XVI (Jäcklein, 1978: 101). De hecho, el estatus de cacique o cacica no es potestad exclusiva de uno u

79 Señalamos las principales familias, no obstante se debe tener en cuenta la existencia de otras como los Hoyo, con una presencia muy secundaria en las fuentes; o los Guzmán, los Quintero y los Villagómez, siendo estos tres últimos, originarios de otras jurisdicciones como veremos al analizar las alianzas matrimoniales. Probablemente a alguna de ellas se está refiriendo Ouweneel (1996: 214) cuando afirma que para 1805 en Tepexi había cinco familias de caciques. Menegus (2005: 28), sin embargo, obvia en sus referencias a la familia de los caciques Cebrián.

80 Téngase en cuenta que sus miembros se identificaban de forma indistinta con los apellidos Ciprián, Cipriano y Cebrián, incluso en algunos momentos añadieron delante de éste el de “San Martín”; no obstante, con el objeto de evitar posibles confusiones, utilizaremos en nuestro discurso el apellido Cebrián para referirnos a ellos.

81 Si bien, en algunos casos se debe a meras coincidencias, detrás de otros se esconden vínculos de parentesco entre las diferentes familias que conforman la nobleza indígena de la Nueva España. Algunos ya se han demostrado, pero queda mucho trabajo por hacer. La tendencia de las investigaciones etnohistóricas a circunscribirse a ámbitos locales ha sido uno de los principales obstáculos de cara a establecer conexiones entre los caciques y cacicas de las diferentes zonas del virreinato. En este sentido, nuestro análisis, aun siendo de carácter local, pretende tener una proyección que abarque espacialmente mucho más. Ya que las relaciones de poder no entienden de fronteras territoriales, en la elaboración de nuestras conclusiones debemos de intentar que las consecuencias de trabajar con un marco geográfico definido sean lo más reducidas posibles. 82 Con el fin de profundizar en la situación jurídica de los caciques véase Luque, 2004: 22-26.

83 No hemos podido determinar si detrás de estas expresiones se esconden diferencias de jerarquía, ya que el uso de una u otra denominación no parece responder a una distinción social reconocida y aceptada por el conjunto de la sociedad novohispana.

84 En el caso de las mujeres observamos que el uso del término cacica, cacica principal o cacica y principal está extendido entre la mayoría (41 mujeres de 45), mientras que 4 utilizan la denominación masculina de cacique. Nos referimos a Dª María Antonia de Moctezuma -GENEALOGÍA 28- (APTR, LB, Vol. 20: 61v); Dª Petrona de la Cruz I –GENEALOGÍA 19- (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 7 p.); Dª Paula Francisca –GENEALOGÍA 15- (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 176v); y Dª Ana Salomé, madre de D. Juan Cebrián I –GENEALOGÍA 11- (AGN, Tierras, Vol. 1234, Exp. 1: 406 p.).

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otro linaje, todos se identifican como tal. Asimismo ya no recae únicamente en el titular del patrimonio, vinculado o no, sino que se hace extensible a todos los descendientes directos85. Por lo tanto, esta distinción social se convierte, en algunos casos, en la única herencia que capitalizar de cara a conseguir, por ejemplo, un buen matrimonio86. Sin embargo, ser cacique en este siglo no significaba únicamente una vía de acceso a beneficios sociales, sino también económicos y políticos. Siempre se contaba con ventajas de partida, privilegios que hacían deseable para cualquiera dicha posición: la exención del pago tributario, de ocupar cargos menores en el cabildo y de prestar servicios en las minas (Chance, 1989: 142). A partir de dicho mínimo, la habilidad personal de cada individuo era clave para que fueran más o menos sustanciosos. Pero aún cuando estamos hablando de una situación de homogeneización en el estatus social, las diferencias entre familias, así como entre los miembros de cada una de ellas, siguieron siendo una realidad. Poco a poco iremos viendo en qué se traducían.

La siguiente pregunta es ¿entonces qué sucedió con los principales? Según Jäcklein (1978: 101):

“Al aumentar la desgana de la población por cumplir estas exigencias heredadas, crecieron los problemas de los caciques y también los de los principales, y estos últimos pronto comenzaron a hundirse en la masa de la población hambrienta y miserable”.

La condición de “principal”, o para ser más precisos, la de “principal de nacimiento”, queda prácticamente desterrada. Sin embargo, así como es probable que algunos pasaran a engrosar las filas de los macehuales, la movilidad social que otros experimentaron fue ascendente: se convirtieron en caciques; de ahí el proceso de homogeneización del que venimos hablando. Son diversas las vertientes del cambio: de principales a macehuales o caciques, según los casos, pero también de macehuales a principales. Este proceso de ascensos en la escala social trasciende el entorno tepexano. El caso cholulteca, entre otros, así lo pone de manifiesto:

85 La definición para el “cacique dieciochesco” que hace Lockhart (1999 [1992]: 194-

195) se ajusta bastante al perfil de los tepexanos: “En 1700, la palabra cacique en español ya no tenía por lo común el significado

de <el poseedor de una tlatocayotl o cacicazgo>. Su uso tendió a desplazar casi a todo “principal” en la mayoría de los casos, y hacía referencia a cualquier persona prominente y con propiedades, que perteneciera a una familia que podía aspirar a ocupar cargos; a las mujeres de estos círculos se les llamaba cacicas. Un solo pueblo pequeño podía tener varios caciques”. 86 Es el caso del cacique D. Luis de Guzmán II –GENEALOGÍA 1- (véase los detalles

de su enlace en el apartado 2.2.1).

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“Comunes eran los casos en que los acaudalados oficiales de república solían “componer” su nivel social con las autoridades españolas, medida incuestionable si el propio rey español era quien la había respaldado mediante el otorgamiento de los derechos de hidalguía. En este sentido, muchos “caciques” novohispanos surgieron por decreto de las filas de los indios principales, secundarios u oficiales de las repúblicas de los pueblos, incluso a veces mediante la adquisición del título honorífico plasmado en un escudo de armas. No en balde fue este un importante rubro en los ingresos de la Corona. La generalización del término “cacique” entre las élites indias novohispanas del siglo XVIII, anuló el sentido histórico de la transmisión dinástica de derechos nobles, y significó más bien una elevada posición económica entreverada con un engrandecimiento político” (González Hermosillo, 1998: 70-71).

Se produce una generalización de los denominados “principales de oficio o por méritos”, es decir, individuos de origen macehual que por el ejercicio de un oficio de república adquirieron este nuevo estatus87. Detrás de estos ascensos sociales se esconde una estrategia política que es desarrollada, fundamentalmente, por el cacique D. Juan de Moctezuma I (GENEALOGÍA 4). Esta forma de actuar la encontramos en otra región como la Mixteca, de la cual Pastor (1987: 324) nos da testimonio:

“Dada la fragmentación cada vez mayor de las repúblicas originales y las pestes, un pueblo pequeño con cabildo propio podía verse obligado a elegir como alcalde o gobernador a un macehual que, ipso facto, era considerado principal. Pero aun en las cabeceras, para conservar su control del gobierno local, el grupo minoritario de los principales debió incorporar a sus rangos a macehuales ricos que lo respaldaran. Hacían elegir estos macehuales para los cargos superiores dándoles en adelante el título de “don” y consideración de principal”. El objetivo era mejorar la posición de los miembros de su grupo de

poder, lo cual se traducía en beneficios para su promotor88, quien colocaba a sus parciales en esferas estratégicas del poder local, por un lado, y reforzaba

87 Los casos documentados en las fuentes son los siguientes: D. Antonio Ignacio, alcalde de primer voto de la cabecera en 1744 (AGN, Indios, Vol. 68, Exp. 53: 97); D. Miguel Gabriel, regidor de Santa María Nativitas en 1761 (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 6: 10 p.) y alcalde del mismo en 1769 (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 8); D. Antonio José López, alcalde de Santa María Nativitas en 1770 (AGN, Indios, Vol. 62, Exp. 92: 148) y titular de algún otro cargo sin definir antes de 1769 (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 113); D. Juan Domingo, regidor de Santa María Nativitas en 1770 (AGN, Indios, Vol. 62, Exp. 92: 148) y alcalde del mismo antes de 1777 (AGN, Tierras, Vol. 3552, Exp. 2, Cd. 2: 126v); D. Pascual José López, cabecilla de Santa María Nativitas (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 47 y 131) y D. José Miguel, de quien solo tenemos una alusión a su condición de principal (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 47). 88 La valoración de Borah (1985: 38) para los alcaldes mayores resulta para el caso de los caciques muy reveladora:

“La estrategia más común para permanecer en el poder consistía en colocar a familiares, amigos y clientes dentro de la estructura administrativa. En el caso de las mujeres, casarlas con pretendientes con una posición social y económica destacada que revertiera en beneficios para el grupo entero”.

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los lazos de lealtad con estos, por el otro89. El testimonio de fray Bartolomé de la Luz (cura, vicario y juez eclesiástico de Tepexi de la Seda y enemigo de D. Juan I) en 1746, resulta bastante revelador:

“En este poder van todos los indios cabecillas puestos con dones, y el apoderado también es don, siendo todos los indios tributarios que jamás han tenido y ahora se lo han dado para que se hayan engreído de calidad y todo les parece nada donde está el común de dones, que liberalmente se ha repartido para que todos concurran con don Juan; de quien son repetidas las derramas, que cada día se están echando a estos miserables, para seguir sus maldades, porque en mantener a don Juan, mantienen los cabecillas sus gajes y ganancias, y conservan el alzamiento que hoy tienen, y todos los demás miserables gimiendo debajo del yugo” (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 2: 98-99 pp.) 90.

Por lo tanto, el uso del don, asimismo indicativo de un rango social destacado, no fue tampoco una prerrogativa exclusiva para los nobles de nacimiento, sino que los oficiales de república de origen macehual accedieron al mismo, junto con la posición de principal91. Ambas eran una forma de retribuir a los leales a cambio de la concesión de favores pasados, presentes y futuros.

Recordemos que dado que una de las diferencias entre ambos tipos de principales radica en que los primeros trasmiten la principalidad a sus

89 La rentabilidad de este tipo de estrategias, es decir, en qué resultados se tradujo es algo que podremos comprobar en los capítulos 4 y 5 cuando analicemos su participación en el acceso y ejercicio del poder político local. 90 Este es un fragmento de una declaración más amplia que se produce en el contexto de la contradicción presentada contra D. Juan de Moctezuma I, gobernador electo de Tepexi en 1746, por parte de los Luna (parciales del fray Bartolomé) que finalmente no prospera. En ella se vierten toda una serie de acusaciones contra D. Juan en torno a su ejercicio y obligaciones como gobernador (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 2: 97-100 pp.). En el apartado 4.3 del capítulo 4 analizaremos en profundidad los procesos de contradicción y recusación que se produjeron en el marco de las elecciones a la república de Tepexi. 91 A los ya señalados arriba como principales de oficio o por méritos, también utilizaban el don los siguientes: D. Ignacio Francisco alcalde de primer voto de la cabecera en 1717 (AGN, Indios, Vol. 40, Exp. 131: 193) y 1729 (AGN, Tierras, Vol. 3546, Exp. 1, Cd. 6: 47-47v); D. José Lucas, alcalde de segundo voto de la cabecera en 1717 (AGN, Indios, Vol. 40, Exp. 131:193); D. Antonio Romano, regidor mayor de la cabecera en 1717 (AGN, Indios, Vol. 40, Exp. 131: 193), alcalde de la cabecera en 1731 (ANP, Prot. nº 1 TR (1731-1754): 2 p.), 1734 (AHJP, 3249: 23), 1743 (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 8: 189 p.), 1746 (AGN, Vínculos, Vol. 71, Exp. 1: 164); y escribano de cabildo antes de y en 1729 (AGN, Tierras, Vol. 3546, Exp. 1, Cd. 6: 49), 1731 (ANP, Prot. nº 1 TR (1731-1754): 2 p.), 1756 (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 6: 42 p.), 1761 (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 6: 9 p.); D. Pedro Jacinto, alcalde de la cabecera en 1714 (AGN, Tierras, Vol. 3552, Exp. 2, Cd. 1: 32v), 1725 (AGN, Indios, Vol. 50, Exp. 200: 347v), 1728 y 1729 (AGN, Tierras, Vol. 3546, Exp. 1, Cd. 6: 46), 1731 (ANP, Prot. nº 1 TR (1731-1754): 2 p.); y por último, D. Diego López, alcalde de la cabecera en 1725 (AGN, Indios, Vol. 50, Exp. 200: 347v).

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descendientes, mientras que los segundos no pueden hacerlo92, cuando hablemos de la nobleza indígena de Tepexi nos estaremos refiriendo a los caciques, así como a los principales de nacimiento. Estos últimos, no obstante, se reducen a los descendientes de la cacica Dª Rosa Inés de San Martín (AHJP, 3812: 12): Domingo, María Inés, Baltasar y Juan de la Cruz y San Martín, todos ellos de Santa Inés Ahuatempan (AHJP, 3812: 22). Así que para ser más exactos, ser noble en Tepexi en pleno siglo XVIII se traducía, salvo contadas excepciones, en ser cacique o cacica.

La diferencia radica, entonces, en la pertenencia al linaje. Detrás de cada familia noble se esconden unos orígenes y una evolución propia, aún cuando sus historias confluyen y se entremezclan a lo largo del tiempo. La reivindicación de sus orígenes se manifiesta como uno de los principales recursos para legitimar su condición social. En este sentido, optaron por resaltar los más interesantes y buscaron ocultar los menos recomendables para contar con el reconocimiento y sanción de las autoridades virreinales. No obstante, estos últimos fueron una de las muchas armas arrojadizas que frecuentemente eran desenterradas por los adversarios, los cuales buscaban minar a sus rivales en la lucha por el control del poder local. Es tiempo de precisar la heterogeneidad que se escondía tras el título de cacique.

Los Moctezuma y Cortés son, sin duda, la familia de caciques más importante de la jurisdicción93. Sus miembros defienden que su legitimidad radica en que descienden “por línea recta de la real casa de los montezumas” (AGN, Indios, Vol. 68, Exp. 53: 94v). Por lo tanto, tienen vínculos de parentesco con Moctezuma II (tlahtoani de Tenochtitlan) quien, siguiendo su tradicional política de alianzas matrimoniales con los señores locales, casó a su hija Dª María de Moctezuma con Xochitzin Teuctli, señor de Tepexi y padre de D. Gonzalo Mazatzin, cacique de la región a la llegada de los españoles (Jäcklein, 1978: 167). Estos orígenes llevan a D. Juan de Moctezuma I (GENEALOGÍA

92 En el caso de los principales de oficio los descendientes solamente accedían al título cuando el padre y el abuelo habían ejercido cargos mayores (Carmagnani, 1988: 195). La falta de genealogías para estos individuos no nos permite determinar en qué medida esto fue así. No obstante, el caso de Juan Pascual López demuestra que después de haber sido gobernador de Tepexi en 1775, cuatro años más tarde, en 1779 (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 186), seguía conservando el título de principal (AHJP, 4577: 5). Por lo tanto, vemos como una vez alcanzado dicho estatus, al menos para los gobernadores pasados, la distinción era de por vida. 93 Su relevancia queda patente en la presencia que el apellido Moctezuma tiene en la nomenclatura de algunas construcciones del Tepexi actual: el Palacio Municipal, también conocido como el Palacio de Moctezuma, la Casa de Moctezuma, en el barrio de San Sebastián, y el Puente de Moctezuma, aunque este último, lamentablemente, ya no se conserva (Aguilar, 1999).

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4), el líder del linaje durante gran parte del siglo XVIII, a declararse sin complejos como el “principal cacique de la cabecera” (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 8: 105 p.), o dicho de otra manera, “el único cacique de la jurisdicción de sangre limpia y descendencia legítima” (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 8: 229 p.). Con estas afirmaciones buscaba no solo asentar la propia posición en la pirámide social, sino marcar las diferencias que la homogenización del estatus de cacique aparentemente había disipado. Sin embargo, esta distinción por encima de los demás caciques de la jurisdicción, no es solamente fruto de una percepción personal o interna de la familia. En 1712, en pleno proceso de composición de tierras94, los herederos del cacique D. Nicolás de la Cruz I (GENEALOGÍA 13) se refieren a los Moctezuma y Cortés, en ese momento encabezados por D. Jerónimo de Moctezuma (GENEALOGÍA 3), como “la primera casa de todos los caciques” (AHJP, 2742: 3v). Esto se tradujo, entre otras cosas, en que nadie, en ningún momento, cuestionó la legitimidad de su rango social95.

La situación cambia cuando hablamos de sus principales rivales: los Mendoza y Luna. Sobre ellos lo primero que procede comentar es que aunque el apellido legítimo es Mendoza y Luna, a partir del cacique D. Antonio de Luna I, fundamentalmente, así como de su hermana Dª María de Luna I y los hijos de ésta (Francisco, Tomás I y Nicolás de Luna) -GENEALOGÍA 23-, todos los descendientes de este linaje se identificarán únicamente por el segundo de los apellidos. Por lo tanto, a partir de este momento, nos referiremos a ellos como los Luna. Aunque sabemos que era habitual durante la colonia el que los individuos dieran preferencia a uno u otro apellido en función de los derechos sucesorios que se quisieran reclamar (Chance, 2001: 47), sin embargo para este caso, no hemos encontrado ningún indicio que nos acerque al motivo de dicho cambio, por lo que por el momento solamente podemos dar noticia de ello.

Esto en cuanto al uso de los apellidos. Pero si volvemos al tema de sus orígenes, la persona de referencia sobre la que sustentan su legitimidad como caciques es Dª Ana de Santa Bárbara, bisabuela de D. Antonio de Luna I 94 Véase el análisis de este proceso en el apartado 3.1. 95 El reconocimiento de los Moctezuma como caciques estaba garantizado, en la medida que dicha calidad había sido transmitida de generación en generación. Pero el mestizaje de su descendencia se utilizó, aunque sin éxito, para cuestionar la legalidad de su acceso al cargo de gobernador de la cabecera. Es el caso de D. Diego de Moctezuma (GENEALOGÍA 4), hijo de D. Juan de Moctezuma I y de Dª Mariana Espinosa, a quien se le acusa de mulato por vía materna en 1759 (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 2: 1-60 pp.). Profundizaremos en el contexto político de dicha acusación en el apartado 4.3.

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(AHJP, 3611: 2v), y una de las cacicas más importantes de Tepexi de la Seda entre finales del siglo XVI y principios del siglo XVII96. Sin embargo, en este caso tal ascendiente no parece tener el peso necesario, de forma que el rango social de caciques de los Luna es continuamente cuestionado. D. Juan de Moctezuma I se expresa en esta línea y al referirse a D. Antonio de Luna I califica su calidad de cacique de “muy dudable” (AGN, Indios, Vol. 68, Exp. 53: 94); asimismo dicha consideración la hace extensible a otros miembros de la familia:

“En realidad no lo son [caciques de urbanidad] porque todos ellos no tienen ni se les conoce padre; tan solo se les ha conocido madre, la cual nunca ha sido casada” (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 2: 87 p.).

Respecto a su pertenencia a la “universidad de nobles y conjunto de caciques” afirma que carecen de ambas cualidades:

“Por no descender limpia y legitima de una raíz noble, requisito necesario para la denominación, sin que haya quien entienda la denominación a los hijos naturales, de padre no conocido, siendo solo comunicable, la nobleza de los padres a los hijos naturales y no de las madres” (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 2: 88 p.).

Por lo tanto, les considera desnudos de la calidad de caciques y nobles. Este cuestionamiento es generalizado. El común y naturales de Santa María Nativitas, sujeto de Tepexi, en un pleito por tierras con D. Francisco de Luna (GENEALOGÍA 23) dicen de él:

“Que dice ser cacique sin serlo quiere ser de lo que carece como darán información a su tiempo porque él no tuvo padre, ni abuelo, sino solo abuela y madre es hijo de las yerbas o de buena guerra” (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 152).

Dejando de lado las normas de sucesión que abordaremos en el siguiente apartado, lo que si es cierto es que D. Antonio de Luna I y su sobrino D. Francisco de Luna, a los que principalmente se está aludiendo, son hijos de padres no conocidos97 (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 8: 102 y 106 pp.), y que al contrario que con otros de sus aliados98, no se ha encontrado datos en los

96 Para saber más sobre esta cacica véase el capítulo V “La organización económica de Tepexi” del libro de Jäcklein (1978: 82-98) en el que se analiza el contenido de su testamento y el pleito generado en torno a su sucesión. También se puede consultar su testamento en Rojas et. al., 2000: 104-125. 97 Pastor (1987: 396) los define como “criaturas abandonadas por sus padres, inmediatamente después de nacidos, en la casa de un vecino de quien –obviamente- se esperaba que lo diese por bienvenido y criado”. 98 Por ejemplo, el caso de D. Francisco de Moctezuma II (GENEALOGÍA 28). Las informaciones sobre sus progenitores son contradictorias. Mientras que sus detractores afirman

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registros parroquiales consultados que lo desmientan. Aun así, estos ejercieron como caciques, al margen de la veracidad de dichas consideraciones sobre su legitimidad. Al fin y al cabo, D. Francisco de Luna era, en palabras de D. Juan de Moctezuma I, “cacique de cortesía, porque nuestra cortesía se lo ha aguantado” (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 7: 67 p.). El matrimonio de aquél con una de las hermanas de éste es probablemente la causa de la concesión de dicho beneplácito heredado, asimismo, por sus descendientes.

En cambio, la familia Cruz99 no tuvo que enfrentar acusaciones en contra de su calidad que pusieran en peligro su reconocimiento como caciques frente a la sociedad. Probablemente por ello sus orígenes son más difusos en las fuentes que en los casos anteriores. De los nombrados, el miembro más antiguo del linaje es D. Nicolás de la Cruz “El viejo”, padre de D. Nicolás de la Cruz I -GENEALOGÍA 13- (AHJP. 3592: 6v); es decir, no nos remontamos más allá del siglo XVII. La investigación y genealogía de Jäcklein (1978: 168) no favorece nuestras indagaciones al respecto. A excepción de D. Martín de la Cruz, que fallece sin descendencia100, no tenemos ninguna pista acerca del posible origen de esta estirpe. Otra de sus características, frente al resto de los linajes tepexanos, es su extensión y complejidad (véase de la GENEALOGÍA 13 a la 22). La costumbre de contraer matrimonio en más de una ocasión y la reiteración hasta la saciedad en los nombres de sus miembros101, juegan un

que es hijo de padre no conocido, le califican de adulterino y afirman que su madre se caso después de darle a luz con otro que no era su padre (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 8: 141 y 148 p.); nos encontramos con que en su acta de matrimonio consta que su padre es Bartolomé Moctezuma (FS-IGI, Col. Santo Domingo, Film. 071195, Bn. M616358, 1712). Si éste es el hombre con el que se casa su madre después de su nacimiento no lo podemos precisar. Lo que está claro que es sus enemigos estaban interesados en demostrar que era hijo de padre no conocido porque eso implicaba, según sus normas, que no era cacique (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 8: 153 p.). Aún así, al igual que en el caso de sus aliados, los Luna, D. Juan de Moctezuma I reconoce a D. Francisco de Moctezuma II como “cacique de cortesía” (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 6: 68-69 pp.). En este caso, sin embargo, la clave no es el matrimonio de D. Francisco II, sino el parentesco de su padre D. Bartolomé con D. Juan I, aunque no hemos podido determinar en qué grado. 99 Este apellido destaca no sólo por su uso común entre los macehuales sino porque, curiosamente, es aquél que adoptan personas vinculadas por matrimonio a la nobleza indígena de Tepexi y de los cuales es desconocido al menos uno de sus progenitores. Por ejemplo Dª Mariana, la primera esposa de D. Juan de Moctezuma I, que utiliza este apellido en lugar del de su madre: Espinosa (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 2: 3 y 45 pp.). 100 Véase su testamento en Rojas et. al. (1999: 109 -111). 101 La repetición en los nombres propios es una costumbre arraigada entre las familias nobles tepexanas que frecuentemente nos complica la existencia a los investigadores en nuestro afán por diferenciar a unos de otros. En ese intento ascendientes y descendientes, así como los cónyuges, son junto a las fechas de nacimiento y defunción los elementos claves para desentrañar cuando detrás de un mismo nombre se esconden personas diferentes. No obstante, esta práctica alcanza, en ocasiones, situaciones extremas en las que se bautiza a más de un hijo

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papel determinante. Esto genera una multiplicación en los descendientes con derecho, o aspiraciones, a disfrutar del patrimonio familiar, es decir, un aumento de la conflictividad, que provoca, entre otras cosas, continuos cruces de acusaciones en los que la legitimidad ocupa un papel destacado como veremos en el siguiente apartado.

Y por último, los caciques Cebrián (GENEALOGÍAS 11, 27 y 30). En cuanto a sus orígenes, nos enfrentamos a una situación muy similar a la de los Cruz. Por un lado, en la medida que su calidad de caciques no es cuestionada; y por el otro, en que no hacen alusión a un ascendiente común. De forma que las fuentes únicamente nos permiten rastrear hasta D. Juan de San Martín Cebrián, bisabuelo paterno de D. Pedro Cebrián –GENEALOGÍA 11- (AHJP, 2713: 11). Aun así, en este caso, la genealogía de Jäcklein (1978: 168) recoge a un noble del siglo XVI de nombre D. Simón Cebrián que pudo ser uno de los ascendientes de este linaje. Sin embargo, las limitaciones de ésta no nos han permitido establecer un enlace entre los Cebrián de finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII, con la descendencia del citado D. Simón.

Pero si el perfil social de los Cebrian es significativo, se debe no tanto a sus orígenes, sino a su evolución. Aspecto por el que difiere del resto de los linajes tepexanos. Si recuerda el lector, una de las palabras que compone este epígrafe es “calidades”. El uso del plural y no el singular de este término se debe a la consideración de que fruto del intenso proceso de mestizaje entre españoles y nobles indígenas, estos últimos utilizaron su doble ascendencia, según las circunstancias. En este sentido, no es extraño encontrar en la documentación que la misma persona se identifica o es identificada de diferentes maneras102. Veamos cómo se refleja esta característica en los Cebrián.

con el mismo nombre y sin añadir un segundo que marque alguna diferencia. Es el caso de los dos hijos de D. Nicolás de la Cruz I a los que llama Juan. Para profundizar en este caso véase Cruz (en prensa-a). 102 Nos gustaría traer a colación un par de citas que reflejan lo fina que era la línea que dividía las identidades étnicas en la época virreinal. Tal y como ejemplifica Céspedes (1986: 185-186):

“Hay testimonios de que un mestizo hábil y despierto -como solían ser- cambiaba de grupo social lo mismo que de camisa, sin más que variar su grado de limpieza personal, vestido, porte, lenguaje o simplemente acento y conducta: podía ser indio a la hora de pagar impuestos para no satisfacerlos; podía ser mestizo a la hora de exigirle el tributo indígena, aunque viviese como indio entre los nativos; podía ser español a la hora de solicitar un cargo modesto o pretender un matrimonio de convivencia”.

Asimismo Gibson (1978 [1964]: 146) nos advertía ya entonces de que:

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Dª Josefa de Cebrián III (GENEALOGÍA 27) se define en su testamento como una mestiza (AHJP, 4961: 7). En cambio Rosalía Ramos, una de sus hijas, está registrada en su acta de defunción (13-12-1779) como “española”. Esta divergencia en la identificación de las calidades de los individuos queda patente en las actas de bautismo de las hijas de José Manuel Ramos y Petra Paula Pérez. Mientras que en la de 1776 se les llama españoles, en la 1780 se les identifica como mestizos (AHJP, 4961: 23-24). Por último, Antonia María del Espíritu Santo Ramos, hija de éstos, llama cacica a su abuela Dª Josefa en 1792 (AHJP, 4961: 40). Esta circunstancia, ascendientes y descendientes identificándose según un criterio que poco tiene que ver con el biológico, no es, sin embargo, el aspecto más relevante al que queremos llegar. Sí lo es, por el contrario, la declaración oficial de una de ellos, Dª Mariana Cebrián II (GENEALOGÍA 30), hermana de Dª Josefa, en 1785, orientada a probar:

“Que su bisabuela, abuela y madre, han sido mestizos y los hijos de la última castizos, y que sus antepasados fueron caciques, pero han conservado el apellido Cebrián, sin haber tenido reconocimiento algunos de indios” (AHJP, 5011: 1).

En palabras de los testigos que presentan, los Cebrián “han declinado su calidad”, lo cual se traducía en que no eran “pensionados como indios”, ni se les exigía “tributo y obvención” (AHJP, 5011: 5v-8v). Es decir, estamos ante una familia de caciques, o al menos parte de sus miembros, que optan públicamente por no seguir siéndolo. Renuncian a una de sus ascendencias frente a la otra porque les resulta más beneficioso ser considerados españoles. La causa radica probablemente en el hecho de que algunos de ellos empezaron a ser considerados tributarios. Y es que los caciques, en su constante afán por preservar una posición social y económica privilegiada, adoptaron las medidas que consideraron necesarias. En unas ocasiones esto pasaba por mantenerse como caciques y en otras, como es el caso, en convertirse en españoles. Este tipo de actuaciones nos llevan a plantearnos un par de cuestiones. La primera es si desde el momento en que Dª Josefa depone oficialmente su calidad de cacica debemos dejar de investigarla, dado

“No sabemos los criterios utilizados para definirlos e identificarlos en los registros coloniales, y es improbable que los problemas que plantean puedan resolverse satisfactoriamente algún día. (...) Los criterios externos o visuales para identificar a los indios eran los rasgos físicos, los trajes nativos y las balcarrotas o estilo de peinado indígena, cualquiera de los cuales, o todos, podrían haberse aplicado igualmente a los mestizos. Es de sospecharse que los españoles clasificaban por lo general a los mestizos como indígenas para obligarlos a pagar tributo y desempeñar otros servicios”.

Para profundizar en nuestros planteamientos acerca del problema metodológico del mestizaje véase Cruz (2005a).

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que conceptualmente ya no es una noble indígena. Y en segundo lugar, si esta transformación es finalmente un éxito o un fracaso.

Desde nuestro punto de vista, lo relevante son las personas, no las categorías estanco en las que las enmarquemos. Y si mantuvieron su poder económico y social (en este caso, su presencia en el cabildo tepexano fue mínima) esta estrategia y cualquier otra que garantizara su nivel de vida era, sin duda, un éxito. ¿Acaso no adoptaron las formas de vida impuestas por las nuevas autoridades tras la conquista con el único objetivo de seguir en el poder? Entonces ¿en qué difiere una situación de la otra? Simplemente en nuestras concepciones como investigadores. Si nuestra unidad de análisis se fundamenta en las distinciones étnicas, efectivamente asistimos a la desaparición de la nobleza indígena; pero no sólo en el siglo XVIII, sino desde el mismo momento en el que el proceso de mestizaje biológico y cultural dio comienzo. Por el contrario, si el objeto de nuestro estudio son los individuos y sus relaciones, simplemente hablaremos de transformación, de utilización de los recursos a su alcance (p.e. doble ascendencia), de estrategias para continuar manteniendo el poder en sus manos. Es decir, tan simple como la adopción de la filosofía “renovarse o morir”103.

En definitiva, nos encontramos con cuatro familias que a la hora de defender su modo de vida optan por diferentes mecanismos, unos defienden su legitimidad como caciques y otros optan por dejarla a un lado. El caso es que de todos ellos, únicamente los Moctezuma y Cortés recurren a su ascendencia prehispánica, mientras que el resto no van más allá de la época colonial, aún cuando fruto de las intensas relaciones matrimoniales entre los linajes, Moctezuma II fuera, cuando menos, un ascendiente lejano de todos ellos.

103 Cfrs. Rojas (en prensa: 133):

“Es posible que el término a emplear no sea “desaparición”, sino “transformación”. ¿Qué supone el que haya una mayoría, o muchos “caciques mestizos”? ¿Cómo era posible si estaba prohibido? Una posibilidad sugerente es que en esos casos, como hemos anticipado, se invoque la ascendencia india y se obvie la española. La mezcla conlleva una doble pertenencia, que puede ser invocada separadamente. No debemos olvidar que donde había un padre (español), una madre (india) y unos hijos (mestizos), nosotros estamos separando la familia en nuestro empeño de hacer distinciones étnicas”.

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2.2. La transmisión del estatus: matrimonios y sucesiones

Los miembros de las familias de la nobleza indígena de Tepexi contaban con un estatus social y económico elevado que mantenían gracias al poder que ostentaban, el cual se fundamentaba, como hemos indicado, en tres esferas básicamente: las relaciones sociales, la participación en diferentes ámbitos de la administración colonial y su patrimonio personal y familiar.

Era tan importante la gestión y rentabilidad que se sacará a estos recursos, como la creación de estrategias destinadas a perpetuar e incrementar, en la medida de lo posible, dicho “capital político, social y económico”. Para ello resultaba de vital importancia la concertación de alianzas de provecho para los interesados y la transmisión del poder adquirido a las siguientes generaciones. En este sentido, nos centraremos en profundizar en dos aspectos claves: los matrimonios y las sucesiones. En ambos, el papel de las mujeres adquiere especial relevancia para los intereses de sus familias y grupos de poder. Desplazadas de los cargos públicos, son claves para la creación de redes sociales que, no en pocas ocasiones, transcienden el ámbito local104.

2.2.1 Alianzas matrimoniales

El sagrado sacramento del matrimonio fue el mecanismo de actuación por excelencia por el que los “grupos de poder” sellaban sus alianzas y ampliaban sus redes de influencia105. Y es que la creación de vínculos de parentesco era la mejor vía para estrechar intereses comunes, aunque como veremos, no siempre dio los resultados esperados. En esta línea, trataremos

104 Las mujeres de la nobleza indígena novohispana jugaron un papel activo, desde los roles que, en razón de su género, la sociedad virreinal les asignó, de cara al mantenimiento de los suyos en una posición predominante. Por ello, es fundamental que, a pesar del desnivel de información que ha trascendido en las fuentes respecto a sus compañeros varones, ocupen en las investigaciones el lugar de primer orden que les corresponde. No obstante, las investigaciones al respecto son escasas, locales y en ocasiones superficiales. Con todo, cabe destacar los trabajos de Carrasco (1963), Chipman (1987), Haskett (1997), López de Meneses (1948, 1952), Muriel (1963 y 1998) Pérez-Rocha (1998), Reyes (1977), Schroeder (1992 y 1997), Spores (1997). Para un análisis más detallado consultase Cruz (2005b). 105 Verónica Zarate (1996: 228) en su estudio sobre el Marquesado de Selva Nevada plasma una definición sobre las estrategias familiares que consideramos refleja las actuaciones de las familias nobles de Tepexi de la Seda en este ámbito al definir:

“Las estrategias familiares como uno de los muchos elementos dentro del sistema global de reproducción biológica, social y cultural por el cual cada grupo procura pasar a la siguiente generación todo el poder y privilegios que él mismo ha heredado. Y agregamos que las familias, a través de los matrimonios, buscan multiplicar dichos atributos”.

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de definir las estrategias matrimoniales seguidas por las familias de la nobleza indígena de Tepexi durante cuatro generaciones. También analizaremos los vínculos creados entre los linajes, además de otros dos aspectos: las alianzas con los caciques y cacicas de otras jurisdicciones, por un lado, y los matrimonios con españoles, por el otro.

Como se puede observar en las 30 genealogías que recogemos en el APÉNDICE A (véanse págs. 427-466), las diferentes familias estaban emparentadas entre sí. En este sentido, éstas deben ser objeto de consulta durante la lectura de este capítulo, en la medida que favorece la comprensión de las relaciones matrimoniales que a continuación iremos desgranando.

Los Moctezuma, dada su posición predominante en el contexto local, celebraron matrimonios con individuos adscritos a los restantes linajes tepexanos. Esta costumbre responde a una práctica común en los dos siglos anteriores, de forma que la existencia de lazos de sangre, más o menos cercanos, era uno de los elementos compartidos por parte de la mayoría de los contrayentes. Gracias a la investigación de Jäcklein (1978) podemos precisar el origen de alguno de los matrimonios de los que hablaremos más adelante. Por ejemplo, las uniones entre las familias Moctezuma y Luna. Dª Ana de Santa Bárbara, bisabuela de D. Antonio de Luna I (GENEALOGÍA 23), estaba casada con un hermano de D. Francisco de Moctezuma, cacique ascendiente de los Moctezuma y con el mismo nombre que algunos de sus sucesores en el siglo XVIII (Jäcklein, 1978: 83)106. Por lo tanto, asistimos a una perpetuación de algunas de las estrategias a lo largo de los sucesivos siglos coloniales.

106 Su decisión de no publicar hasta 27 genealogías por no poder vincularlas a la principal nos ha generado, lamentablemente, claras limitaciones al respecto, ya que no contamos con toda la información recogida en la documentación que consultó.

“En la genealogía no han sido incluidas más que las personas, cuyas relaciones de parentesco se conocen con seguridad. Además de esta genealogía central, con informaciones parciales muy diversas pude trazar otros 24 fragmentos de genealogías desde el siglo XVI al XVIII con 217 personas diferentes en total que aparecen en los documentos como caciques y/o principales. Estos fragmentos no se pueden incluir en la genealogía central por ahora, ya que no se ha podido establecer la conexión exacta” (Jäcklein, 1978: 7). Frente a esta decisión, nosotros hemos optado por publicar todas las genealogías

posibles, al margen de si finalmente hayamos podido vincularlas o no a las demás; también hemos elaborado un listado con los caciques y cacicas de los que ni siquiera hemos podido construir una genealogía propia. Todo ello desde el convencimiento de que es nuestra labor ofrecer todas las piezas del puzzle al resto de los investigadores presentes y futuros (véase APÉNDICE A, págs. 427-466), y así favorecer la construcción de una genealogía que represente los vínculos entre las diferentes noblezas indígenas locales del virreinato de la Nueva España.

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Pero pasemos a los datos para ser más precisos en nuestras afirmaciones. Para ello empezaremos analizando los enlaces de la primera generación, de las cuatro estudiadas, puesto que constituye el enlace entre los siglos XVII y XVIII. Y más concretamente por los de la primera casa de caciques en Tepexi: los Moctezuma, constituida por tres hermanos de nombre María, Francisco y Jerónimo (mayor, mediano y pequeño respectivamente)107.

Dª María de Moctezuma y Cortés (GENEALOGÍA 1) se casa con D. Luis de Guzmán I108, cacique de Tepeaca, el 23 de julio de 1619 en Tepexi. Las alianzas entre nobles indígenas de estos dos lugares se remontan al siglo XVI con la unión entre D. Francisco Moctezuma109, cacique de Tepexi, con Dª Francisca de Guzmán, cacica de Tepeaca110. Asimismo se prolongan durante el siglo XVII, con al menos dos matrimonios más: Dª María de Guzmán Luna, cacica de Tepeaca, con un cacique de Tepexi, cuyo nombre no se especifica (Jäcklein, 1978: 75-76); y Dª María de Mendoza111, cacica de Tepexi y descendiente de Dª Ana de Santa Bárbara, que en 1622 se casa con D. Martín de los Ángeles, cacique principal de Tepeaca112. Por lo tanto, las dos familias de caciques más destacadas de Tepexi, los Moctezuma y los Luna, establecieron enlaces matrimoniales con la nobleza indígena de Tepeaca, los primeros desde el siglo XVI y los segundos como mínimo desde el siglo XVII.

107 Tanto para Dª María –GENEALOGÍA 1- (AGN, Intestados, Vol. 9, Exp. 4: 112v), como para D. Jerónimo –GENEALOGÍA 3- (AHJP, 3112: 10) las fuentes concluyen que su padre se llama D. Francisco de Moctezuma. Sin embargo los datos del acta de matrimonio de su hermano D. Francisco (GENEALOGÍA 2) afirman que su padre es D. Juan de Moctezuma (FS-IGI, Col. Santo Domingo, Film. 0711952 Bn. M616357, 1659b). Esto nos plantea un dilema, no sólo en cuanto a los datos sobre quién es el padre, sino porque en la genealogía de Jäcklein (1978: 168), la última generación, enlace con la recogida en las GENEALOGÍAS 1, 2 y 3, aparecen dos individuos, hermanos, de nombre Francisco y Juan. En este sentido, aún no estamos en disposición de ser concluyentes sobre la ascendencia de éstos y cuál es el enlace con la investigación que nos ha precedido. 108 Sus padres son D. Luis de Guzmán y Juana de Aquino (FS-IGI, Col. Santo Domingo, Film. 711952 Bn. M616357, 1659a). 109 Una de las consecuencias de este enlace fue la concentración de los gobiernos de Tepexi y de Tepeaca en la figura de D. Francisco (Jäcklein, 1978:45). 110 Véase genealogía de Tepeaca (Martínez, 1984: 154) y de Tepexi (Jäcklein, 1978: 167). 111 Esta cacica al ser descendiente de Dª Ana de Santa Bárbara es, por lo tanto, ascendiente de los Luna. El uso del apellido Mendoza es, igualmente, un indicativo claro. No obstante, dado que las dos Marías de Mendoza y/o Luna de cuya existencia tenemos constancia, la madre (AHJP, 2713: 1) y la hermana (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 8: 106 p.) de D. Antonio de Luna I, no tuvieron marido conocido y que su bisabuela fue Dª María de Luna casada con D. Nicolás de Mendoza (AHJP, 2713:9), por el momento, no estamos en disposición de precisar el grado de parentesco. 112 Para los gastos de la boda véase Jäcklein, 1978: 96-97.

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Del enlace de Dª María y D. Luis I, sabemos que se celebró en Tepexi, donde la pareja residió hasta su muerte. Las causas de ésta las desconocemos, pero la documentación da a entender que o bien fueron simultáneas o muy próximas en el tiempo, pues dejaron a sus cuatro hijos (Luis II, María, Juan y Gaspar) huérfanos desde muy pequeños y sin ningún bien mueble para legarles (AGN, Intestados, Vol. 9, Exp. 4: 112-114). De manera que la rentabilidad de esta unión parece que no fue muy alta, a pesar de que Dª María era una de las herederas del patrimonio familiar de los Moctezuma. Por otro lado, la investigación de Perkins (2001) no nos aporta información sobre la situación de D. Luis de Guzmán I o su familia, que esclarezca algo sobre los bienes de éstos. En cualquier caso, con este matrimonio se pierde el rastro de la alianza entre la nobleza indígena de Tepexi y la de Tepeaca, tanto en el caso de los Moctezuma, como de los Luna. Como iremos viendo, en los sucesivos enlaces no se repite este patrón.

Sus hijos corrieron en este aspecto una suerte desigual. D. Juan de Guzmán parece que falleció joven y no llegó a casarse; y Dª María de Guzmán estaba para 1710 en el convento de religiosas de la Santísima Trinidad113 de la ciudad de Puebla de los Ángeles (AGN, Intestados, Vol. 9, Exp. 4: 113). Mientras D. Gaspar de Guzmán, el primogénito, se casa con Magdalena de San Juan, cuya calidad desconocemos (FS-IGI, Col. Santo Domingo, Film. 711952, Bn. M616357, 1685). El matrimonio residió en Tepexi donde D. Gaspar fue candidato a gobernador en 1717, así como elector (AGN, Indios, Vol. 40, Exp. 131: 192). Nos queda D. Luis de Guzmán II114, quien al contrario que sus hermanos, celebró un matrimonio más que provechoso115. Éste amplía el círculo de influencias al casarse con Dª Josefa de Villagómez y Pimentel116, cacica de los pueblos de Acatlán, Tzilacayoapa y Yanguitlan. También tiene patrimonio en la jurisdicción de Guaxuapa117.

113 Profundizaremos en la historia del convento y su vinculación con la nobleza en el apartado 2.3 sobre educación y formas de vida. 114 Sobre este cacique hablamos por primera vez en la ponencia titulada “Redes familiares y alianzas matrimoniales de la nobleza indígena de Nueva España” presentada en el XI Congreso de la Asociación Española de Americanistas: Mediterráneo y América (Cruz, en prensa-b). 115 Según declaración de un español llamado Lorenzo Pérez: “el dicho don Luis con mejor fortuna casó en la mixteca con doña Josefa Villagómez, dueña de un buen cacicazgo” (AGN, Intestados, Vol. 9, Exp. 4: 113v). 116 Véase su genealogía en Smith et. al. (1991: 67). 117 En la composición que hace de las tierras de su cacicazgo en 1715 se nos dice que es cacica y principal de los pueblos de Acatlán, Petlalcingo, Santo Domingo y San Jerónimo, de un barrio del pueblo de San Pedro (jurisdicción de Acatlán). Y el de San Jerónimo Silacayoapilla y

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D. Luis II es acogido, junto a sus hermanos, por su tío materno D. Francisco de Moctezuma I quién “los crío y mantuvo en la decencia que pudo” (AGN, Intestados, Vol. 9, Exp. 4: 113). De manera que cuando se casó D. Luis II “no llevó al poder de dicha cacica nada porque hasta las donas que le hizo fue a costa del licenciado don Antonio Moctezuma, su primo” (AGN, Intestados, Vol. 9, Exp. 4: 113v). En cambio a su esposa se la define como “señora de un gran cacicazgo” (AGN, Intestados, Vol. 9, Exp. 4: 113).

Por lo tanto, podemos afirmar que el matrimonio para D. Luis II fue muy provechoso, de hecho, fue en términos estratégicos su gran baza, ya que su mujer pertenecía a una destacada familia de la nobleza mixteca que se encontraba entre los más grandes terratenientes de México desde la segunda mitad del período colonial hasta el 1800118. Pero, ¿por qué una cacica de su posición se casó con un cacique sin más recursos que su título y sus apellidos? ¿Era la mejor opción? Para Chance (2006: 22) la elección de debió a la necesidad de Dª Josefa, dada su juventud, de contar con alguien que

San Pedro Mártir de la jurisdicción de Guaxuapa y el de Yanhuitlán y sus sujetos: San Francisco Xaltepetongo y San Pedro Añane (FTTP-BNM, Caja 2, Exp. 199: 1). 118 La presencia de la familia Villagómez en Tepexi no se reduce a Dª Josefa. Por un lado, tenemos noticia de que se venden tierras pertenecientes al cacicazgo Villagómez en las proximidades del pueblo de San Marcos al español D. Alonso Ruiz de Barcenas, en una fecha sin precisar entre 1737 y 1762 (AGN, Tierras, Vol. 887, Exp. 2: 1). Es probable que el titular fuera D. Martín de Villagómez, aunque no sabemos a ciencia cierta a cuál de los individuos que conocemos con dicho nombre se refiere. En Tepexi de la Seda, nos encontramos con un acta de matrimonio que recoge el enlace entre don Martín de Villagómez y María de Mendoza el 31 de noviembre de 1682 (FS-IGI, Col. Santo Domingo, Film. 071195 Bn. M616357, 1682). En 1729, otro cacique con el mismo nombre, que por la fecha no parece estar refiriéndose al mismo que contrae matrimonio, vende, junto al cacique don Tomás de Moctezuma, las tierras de Santa Cecilia y Santa Ana al Colegio del Espíritu Santo (Puebla) (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 500-500v; Ewald 1976: 104). Por otro lado, se nos habla de la transacción o concierto entre los herederos de don Martín de Villagómez y los herederos de don Jerónimo de Moctezuma. El objeto del mismo: una caballería de tierra conocida como el Llano del Trigo (AHJP, 3119: 9-9v). Asimismo se nos habla de una persona con el mismo nombre que participa, en calidad de testigo, en el reconocimiento de la raya que separa Tepexi de Acatlán en 1738 y que, aunque comparece del lado de los de Tepexi, es cacique del pueblo y jurisdicción de Acatlán (AGN, Vínculos, Vol. 68, Exp. 4: 68v). Por las fechas, podríamos pensar que se refiere a don Martín de Villagómez Guzmán y Mendoza (¿?-1810), de Suchitepec, casado en 1717 con doña Teresa de la Cruz Villagómez, de Acatlán. Agradecemos a John Chance sus comentarios y sugerencias al respecto. Para profundizar sobre éstos véase la ponencia que presentó el 4 de noviembre de 2006 en el encuentro anual de American Society for Ethnohistory. Las posibilidades de que éstos y Dª Josefa fueran parientes es cada vez más probable. Por último, las fuentes nos dan noticia de otra Villagómez de nombre Juana, que según consta en el acta de bautismo de su hija María en 1730, es cacica de San Vicente Coyotepec (jurisdicción de Tepexi) y está casada con D. Rafael Rivera (APTR, LB, Vol.15: 17v).

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administrara su vasto patrimonio119 Es un matrimonio en el que siendo ambos del mismo rango, es decir, caciques, el respaldo que avala dicho título es bien distinto para uno y otro. D. Luis II es cacique de Tepeaca y de Tepexi a secas, esto es, ha heredado tal distinción social de sus padres, pero carece de un cacicazgo u otros bienes. Al contrario la posición de cacica de Dª Josefa, su mujer, va junto con las posesiones de su cacicazgo, ubicadas en diferentes sitios de Puebla y Oaxaca que ya hemos señalado. Por lo tanto, en términos de riqueza existe una clara desigualdad.

La pareja reside en Acatlán, donde se encontraban parte de las posesiones del cacicazgo de Dª Josefa. Allí permanecen hasta que, como consecuencia de los pleitos que les enfrentan con los naturales de dicho pueblo, son desterrados. El gobernador y demás oficiales de república, en representación del común y naturales de la cabecera de Acatlán (jurisdicción de Petlalcingo) se querellan criminalmente contra D. Luis II, a quien acusan de cometer toda clase de abusos y vejaciones contra los naturales. Este proceso dura al menos entre 1703 y 1704120. Aunque desconocemos la fecha exacta del destierro, lo que si tenemos constatado es que para 1709 (FTTP-BNM, Caja 1, Exp. 172: 2) este ya se había hecho efectivo. Asimismo, que esta circunstancia les lleva a Tepexi en una situación de pobreza121, teniendo que ser acogidos por otro de los tíos maternos de D. Luis II, D. Jerónimo de Moctezuma (GENEALOGÍA 3). Allí residen hasta que en 1710122 es asesinado por causas

119 Esperamos que la investigación de John Monaghan titulada La nobleza indígena y la reinscripción de los códices mesoamericanos (2001), en la cual estudia a la familia Villagómez, nos permita profundizar en este aspecto (véase un informe preliminar de la misma en la página Web de la Fundación para el avance de los estudios mesoamericanos –FAMSI.- En: Internet <http://www.famsi.org/reports/99031es/> -consulta, 3 de febrero de 2004-). De momento la publicación de parte de este trabajo (Monaghan, 2005: 422) no nos aporta más información sobre Dª Josefa que la ya publicada previamente en el estudio de Smith et. al. (2001) sobre el Códice Tulane. Cuando estábamos cerrando el texto definitivo, John Chance se puso en contacto con nosotros remitiéndonos su ponencia sobre las alianzas matrimoniales de los caciques Villagómez de Acatlán-Petlalcingo que presentó el 4 de noviembre de 2006 en el encuentro anual de American Society for Ethnohistory, por lo cual le estamos agradecidos.

120 Para profundizar más véanse los siguientes documentos: AGN, Indios, Vol. 36, Exp. 78: 79-79v; AGN, Indios, Vol. 36, Exp. 94: 92-92v; AGN, Indios, Vol. 36, Exp. 112: 108-109 y AGN, Indios, Vol. 36, Exp. 149: 136v-138.

121 Según Pedro del Castillo (español y vecino de la cabecera): “Pero que cuando murió, murió pobrísimo respecto que para alimentarse el

dicho don Luis difunto fue necesario a su tío don Jerónimo, hermano de don Francisco de Moctezuma que le sucedió en el cacicazgo, traerlo a su casa y a su esposa doña Josefa. Y le estaba dando sustento porque en el pleito que tuvo con los naturales de Acatlán se aniquiló y vendió su ropa y la de su mujer hasta quedar en el estado que le cogió la muerte” (AGN, Intestados, Vol. 9, Exp. 4: 113).

122 Smith et. al. (1991: 67) señala erróneamente esta fecha en 1698.

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desconocidas, muriendo intestado y sin descendencia (AGN, Intestados, Vol. 9, Exp. 4: 111).

A pesar de que el enlace con Dª Josefa le permitió a D. Luis II disfrutar de los bienes de un gran cacicazgo, así como acceder a puestos políticos como la gubernatura de Yanhuitlán (FTTP-BNM, Caja 1, Exp. 172: 11v), se mantuvo una situación de “separación de bienes” entre ambos123. Es decir, aunque D. Luis II gestionó, en calidad de “marido y conjunta persona” de Dª Josefa, los asuntos y patrimonio de ésta, sus actos parece que no repercutieron finalmente en el monto de las tierras del cacicazgo. De forma que la declaración acerca de la situación de pobreza en la que se quedan tras el destierro de Acatlán requiere de algunos matices. Si bien es cierto que los bienes que tiene D. Luis II en el momento de su asesinato están valorados en 9 pesos y 2 reales y medio124, esto es, una cantidad ínfima, la realidad es que su viuda no se queda en una situación de desamparo como se pudiera pensar. No sólo por la declaración explícita de la precaria situación económica de ambos, sino también porque el destino elegido tras su destierro es Tepexi, donde únicamente está la familia de D. Luis II, y no Guaxuapa o Yanhuitlán, donde Dª Josefa tiene más bienes.

No siempre es todo lo que parece a primera vista, sino que la percepción de las cosas depende de nuestros criterios de búsqueda en los documentos. Y es que dicha cacica, a pesar de su traslado a Tepexi en una supuesta situación de penuria económica, se ve inmersa en el proceso de

123 La práctica prehispánica a la que alude Chance (2001: 690) en su trabajo sobre la nobleza indígena de Tecali: la separación de los bienes del esposo y de la esposa durante el matrimonio, parece que en algunos casos se perpetuó durante el período del virreinato. 124 Tasación de sus bienes:

- Por la capa vieja de pelo de camello que se empezaba a desflecar...........2 pesos. - Por los dos sombreros viejos.....................................................................4 reales. - Por la banda vieja de saya negra……......................................................4 reales. - Por un sobretodo de pelo de camellón en el que no podían apreciarse sino es

algunos pedazos que estaban tratables y el forro todo roto.....................3 reales. - Por la casaca vieja y los calzones de paño................................3 pesos y 6 reales. - Por el pañuelo viejo...................................................................................6 reales. - Por una banda vieja de saya……..............................................................4 reales. - Por un tintero de plomo................................................................................1 real. - Por candelero y tijeras de bronce................................................6 reales y medio.

Esta cantidad es entregada por el alcalde mayor D. Juan Teodoro Prieto al cura del Partido para que se digan misas en honor del difunto (AGN, Intestados, Vol. 9, Exp. 4: 114v).

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composición de tierras que afecta a diferentes jurisdicciones125, al cual hizo frente su marido hasta su asesinato, y en el cual, tras muchas amenazas de embargarle sus bienes porque no presentaba los títulos que acreditasen su posesión126, recibe composición de todas las tierras de su cacicazgo el 13 de junio de 1715, tras presentar una información con nueve testigos en la que trata de demostrar ser la legítima dueña de dichos bienes y su donación a la Corona de 50 pesos (FTTP, Caja 2, Exp. 199: 3v-17). Por lo tanto, si el enlace de Dª Josefa con D. Luis II finalmente no le supuso la ruina ¿por qué éste acabó sus días como cualquier macehual sin recursos? Los datos son cuando menos desconcertantes. La falta de descendencia y la “desaparición” de Dª Josefa en la documentación sobre Tepexi127 nos deja por el momento con estas valoraciones determinantes, aunque no concluyentes.

D. Francisco de Moctezuma y Cortés I (GENEALOGÍA 2), el mediano de los tres hermanos y heredero del cacicazgo de la familia tras la muerte de su padre, se casa con la cacica de Tepexi Dª Magdalena de Mendoza128, hija de Diego Salvador y Francisca de Mendoza (FS-IGI, Col. Santo Domingo, Film. 711952, Bn. M616357, 1659b), quien probablemente estaba vinculada a la familia Mendoza y Luna129.

Y por último, D. Jerónimo de Moctezuma y Cortés (GENEALOGÍA 3), el menor y heredero del cacicazgo de la familia, tras la muerte de su hermano (AGN, Intestados, Vol. 9, Exp. 4: 113). Éste y sus descendientes son, de los tres hermanos, los que más huella han dejado en las fuentes. D. Jerónimo se 125 Marquesado del Valle de Oaxaca, Teutitlán del Valle, Tonalá, Tepexi de la Seda, Acatlán, Piastla y Tlapa (FTTP-BNM, Caja 28, Exp. 718). Sobre cómo afectó este proceso a los caciques de Tepexi de la Seda hablaremos en el apartado 3.1. 126 Según Dª Josefa, los títulos de sus tierras se quemaron en un incendio acaecido en la casa de D. Jerónimo de Alvarado, cacique de Acatlán, así como albacea de D. Diego de Villagómez, su padre, y tutor de ella y su hermana durante su minoría de edad (FTTP-BNM, Caja 2, Exp. 199: 3-5). Sin embargo, su marido D. Luis II argumenta que por los pleitos que habían tenido con los naturales de Acatlán, los títulos estaban en la Real Corte de México (FTTP-BNM, Caja 1, Exp. 172: 4). Al margen de la veracidad de estos argumentos, lo cierto es que ambos son harto frecuentes en las justificaciones esgrimidas en las reclamaciones ante las autoridades del virreinato, de cara a la presentación de los títulos de las tierras. 127 Según la fecha de su testamento (1717) no falleció mucho más tarde que su esposo (Rojas et. al., 2004: 57) y lo hizo en Petlalcingo. En este documento hace referencia a la mala gestión que hizo su esposo don Luis II de su patrimonio, la cual le ocasionó pérdidas y deudas (Chance, 2006: 25). 128 Tras fallecer su marido, utiliza el primer apellido de éste, es decir, aparece como Dª Magdalena de Moctezuma (FTTP-BNM, Caja 28, Exp. 718: 4v). 129 Para sus tres hijos (Antonia, Felipe y Antonio) carecemos de datos sobre los términos de sus matrimonios. De hecho, únicamente en el caso de Dª Antonia de Mendoza sabemos que tuvo descendencia aunque las fuentes no especifican el número y nombres de la misma (AHJP, 2713: 6).

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casa con Dª Rosa Flores130, vecina de Tepexi (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 2: 65-66 pp.), sobre la que no tenemos ninguna mención expresa como cacica o principal; igualmente desconocemos cuál es su ascendencia. No obstante, sus apellidos podrían ser una pista de vínculos de parentesco con dos familias residentes en Tepexi y relacionadas entre sí: los Flores131 y los Castillo132.

De los matrimonios de sus descendientes, destaca el papel de sus hijas en el establecimiento de una red de enlaces con miembros de las principales familias de Tepexi, e incluso, de otros lugares. No obstante, por ser menos, empezaremos por los varones. Tenemos por un lado a D. Carlos de Moctezuma y Cortés (GENEALOGÍA 7), el primogénito, que se casa con Dª María Hernández, hija de Sebastián Hernández y Magdalena Flores (FS-IGI, Col. Santo Domingo, Film. 0711953, Bn. M616358, 1719a). Aunque no declara su calidad, lo más probable es que fuera española133. De sus tres hijos (Juana, Rafael y Francisca) la información es inexistente, por ejemplo en el caso de Dª Juana de Moctezuma Hernández II. En cambio, sobre D. Rafael de Moctezuma Hernández, el primogénito, sabemos que contrajo matrimonio con otra española, de San Pedro Coayuca, llamada Dª Ángela Francisca Amadora

130 En las actas de bautismo y matrimonio de sus hijos aparece también nombrada como Rosa de Santa María Flores (FS-IGI, Col. Santo Domingo, Film. 0711953 Bn. M616358, 1719a) o Rosa Flores y Castillo (FS-IGI, Col. Santo Domingo, Film. 0711935, Bn. C616343, 1711) aunque en el resto de las fuentes se la conoce como Rosa Flores. 131 Están representados por D. Salvador Flores I y su descendencia (GENEALOGÍA 29). Este “cacique”, es arrendatario del rancho de San Pedro Coayuca, casualmente, propiedad de D. Jerónimo de Moctezuma (véase AHJP, 3027), el cual, a la muerte de éste, le queda en usufructo a Dª Rosa Flores (AHJP, 3119: 14). Hemos considerado oportuno poner la palabra cacique con entrecomillado porque la identificación de Salvador Flores I como tal es puntual y aislada en la documentación (AHJP, 3027: 28). Tanto su mujer como sus hijos no destacan esta característica y tampoco se la atribuye su descendencia. De hecho, su hijo mayor, también de nombre Salvador, se reconoce, según los casos, como mulato (AHJP, 3119: 24v) o español (AHJP, 2696:1v). Por lo tanto, si efectivamente lo fue, nos encontramos ante otro caso en el que, por un lado, como hemos visto con D. Luis de Guzmán II, el título de cacique era el único capital heredado y conservado; y por el otro, en el que, al igual que los Cebrián, los descendientes de la nobleza indígena tepexana se convierten en españoles. Aunque en este caso desconocemos las circunstancias de esta evolución debido, principalmente, a que carecemos de información sobre sus progenitores y antepasados. En todo caso queda ahí la reflexión a la espera de datos más precisos. 132 Son españoles entre los que cabe destacar a Pedro del Castillo “El viejo”: un labrador, vecino de la cabecera, que sirvió en la casa de D. Francisco de Moctezuma I (AGN, Intestados, Vol. 9, Exp. 4: 112v-113); y a Juan del Castillo: un sastre, tutor de los hijos menores de D. Salvador Flores I (AHJP, 3027: 30) y comisario de la Santa Hermandad en 1741 (AHJP, 3396: 2-2v). 133 Barajamos esta hipótesis fundamentándonos en que el marido de su hija Francisca, de nombre Vicente Hernández, posible pariente de ésta, es español (AHJP, 6287: 38).

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(APTR, LB, Vol. 20: 93v)134. Su hermana Dª Francisca Moctezuma y Hernández III (GENEALOGÍA 26) toma como esposo a Vicente Hernández135, vecino de Tepexi, español y de oficio tratante (AHJP, 6287: 38). De sus cuatro hijas, no tenemos información sobre Dª Josefa Hernández; al contrario que de Dª Joaquina, que se casa con D. Francisco de la Cruz136. Dª Juana Hernández hace lo propio con Domingo Ginés (ANP, Prot. nº 1 TR, exp. 15: 7 p.). Y Dª Gertrudis Hernández, quien contrae nupcias con José de la Trinidad (GENEALOGÍA 27), descendiente de dos caciques: D. José Hipólito Ramos y Dª Josefa Cebrián III137, junto con sus once hermanos138. De éstos, aquellos de los que tenemos constancia que contrajeron matrimonio, lo hacen con españoles, mestizos y mulatos, quedando en un segundo plano una de las estrategias matrimoniales seguidas hasta el momento por la familia paterna139, ya que tanto su padre, D. José Hipólito, como el hermano de éste, Luis, se casan con cacicas. Este último con Dª Mariana de la Cruz (GENEALOGÍA 15). Por el contrario, privilegian la tendencia de la familia materna en la que predominan los españoles.

Las circunstancias cambian para el segundo hijo varón de D. Jerónimo de Moctezuma y cabeza de linaje tras la muerte de éste y de su hermano Carlos. Nos referimos a D. Juan de Moctezuma y Cortés I (GENEALOGÍA 3), cacique sobre el que ya hemos hablado y seguiremos hablando reiteradamente a lo largo de este trabajo. D. Juan I contrae nupcias en dos ocasiones. La 134 De sus dos hijos Mª Roberta y Juan German Moctezuma, miembros de la cuarta generación, carecemos de datos. 135 También aparece en las fuentes como Vicente Fernández de Alva (ANP, Prot. nº 1 TR (1731-1754), Exp. 15: 7 p.). 136 Son varios los individuos que entre 1700 y 1786 se bautizaron con este nombre. Por lo tanto, valoramos la posibilidad de que algunos de ellos fueran el mismo. Sin embargo, con el objetivo de identificar la ascendencia del marido de Dª Joaquina, inicialmente descartamos al marido de Dª Inés de Moctezuma y Cortés -GENEALOGÍA 8- (AHJP, 2713:24v) y al de Pascuala María -GENEALOGÍA 16- (APTR, LB, Vol.15: 65v). A falta de datos más concluyentes, consideramos muy probable que aquél y el hijo de D. Nicolás de la Cruz y Moctezuma (GENEALOGÍA 18) (APTR, LB, Vol.16: 48v), ambos de la misma generación, pudieran ser la misma persona. Por otro lado, el apellido no nos supone, en este caso, un indicativo fiable sobre su calidad social. A pesar de que una de las familias nobles de Tepexi se reconoce por él, las fuentes, sobre todo las parroquiales, reflejan una realidad en la que dicho apellido no es patrimonio exclusivo de éstas. 137 La declaración en su testamento de que su esposo no trajo bienes al matrimonio y que lo que tiene ella lo ha heredado de su madre es un indicativo de quién aporto el capital económico a dicha unión (AHJP, 4961: 8-8v). 138 José González, Catarina de la Concepción, Francisco José, José Mariano, José Manuel, Rita Casilda, Rosa Basilia, Gertrudis Dolores, Josefa, José Isidro y José Mateo (AHJP, 4961: 1, 7, 8-8v). 139 No tenemos información sobre los matrimonios de las ascendientes de Dª Josefa III: su madre Dª María y su abuela Dª Josefa II.

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primera con Dª Mariana de Espinosa140, española o mulata, según las informaciones, e hija de Juana Espinosa141, una mulata originaria de la ciudad de Puebla de los Ángeles (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 2: 3 y 45 pp.), de cuyos descendientes Dª Mariana no fue la única que se casó con caciques de Tepexi (véase genealogía 10). Con ella, D. Juan I tuvo a toda su descendencia. La segunda esposa fue Dª María Serrano (AHJP, 4189: 24), de quien no sabemos más que su nombre.

Su hijo D. Diego de Moctezuma se casa también en dos ocasiones. En primer lugar con la española142 Dª Ana Sánchez, hija de Domingo Sánchez y Andrea Torres (FS-IGI, Col. Santo Domingo, Film. 071195 Bn. M616358, 1753). Y en segundo lugar, con Francisca143. Su única hija, Dª Rita de Moctezuma, fruto de su primer matrimonio, se casa con el cacique D. Francisco de Moctezuma y Cortés “El mozo” III, hijo del cacique144 D. Francisco Moctezuma y Cortés II y la española Dª Josefa Falcón145 (GENEALOGÍA 28). Es decir, el enlace entre Rita y Francisco, es un matrimonio entre parientes, aunque no sabemos en qué grado. Lo que sí podemos afirmar es que el vínculo es a través del abuelo paterno de éste, Bartolomé Moctezuma, casado con Juana Flores. Del resto de los hermanos de D. Francisco “El mozo” III, concretamente seis146, tenemos constancia del matrimonio entre D. Juan Mariano Moctezuma

140 Puntualmente se hace referencia a ella como Mariana de la Cruz (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 2: 3 p.). No obstante, desconocemos el motivo de estos cambios en el uso de los apellidos, aunque existe la posibilidad de que proceda de su padre, el cual es desconocido, u otro familiar cercano. 141 También se la nombra como Juana Serrano (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 2: 45 p.). 142 Deducción hipotética fundamentada en el hecho de que uno de las familias destacadas de españoles con tierras en Tepexi son los Sánchez (véanse los siguientes documentos: AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7; AGN, Tierras, Vol. 3545, Exp. 1; AGN, Tierras, Vol. 3546, Exp. 1 y AGN, Tierras, Vol. 3552, Exp. 2). 143 Al menos desde 1764 (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 6: 85 p.). 144 Según D. Juan de Moctezuma I, abuelo de Rita, D. Francisco de Moctezuma y Cortés II era “cacique de cortesía” lo que lo diferencia de ser “cacique verdadero”, es más se refiere a él como un simple natural (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 6: 68-69 pp.). Recordemos que el mismo apelativo utilizaba para referirse a D. Francisco de Luna (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 7: 67 p.), su cuñado. La diferencia ahora es que designa como tal a otro Moctezuma, aunque desconocemos el grado de parentesco entre ambos. Lo significativo es que, según las afirmaciones de D. Juan I, otros eran caciques porque él lo toleraba, y no por sus orígenes o la sanción del orden virreinal. 145 Nuestra hipótesis es que D. Francisco de Moctezuma y Cortés “El mozo” III es el mismo que Francisco Antonio, bautizado en 1749, e hijo de D. Francisco de Moctezuma y Cortés II y Dª Josefa Falcón (APTR, LB, Vol. 20: 12v). Por un lado el apelativo “El mozo” indica que su padre se llamaba igual y por otro, la posible fecha de nacimiento de éste (1739-1746) (AGN, Tierras, Vol. 1234, Exp. 1: 324 p. y AGN, Tierras, Vol. 3546, Exp. 1, Cd. 4: 40v) y la de Francisco Antonio del acta de bautismo, están muy próximas. 146 José, Francisca, Joaquina, Ana, Mª Victoriana, Juan y Mª Antonia.

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III y la cacica Gertrudis Armijo (APTR, LB, Vol. 20: 103) por un lado, y Dª María Antonia Moctezuma y el español D. Miguel de Mier (APTR, LB, Vol. 20: 61v), por el otro147.

La otra hija de D. Juan de Moctezuma I y Dª Mariana Espinosa, esto es, Dª Josefa de Moctezuma, contrae nupcias con un cacique de la familia Cebrián: D. Pedro (GENEALOGÍA 11), hijo del también cacique D. Miguel Cebrián y de Dª María Martínez, de calidad no definida. Así como nieto de D. Juan Cebrián I, de cuyos cuatro hermanos148, dos de ellas se casan con posibles españoles149. Si retornamos a la descendencia de Dª Josefa y D. Pedro150, nos encontramos únicamente con información del matrimonio de Dª Mariana Cebrián con un español llamado D. Juan José Cabrera (AGN, Tierras, Vol. 1234, Exp. 1:160 p.). De forma que D. Juan de Moctezuma I y su descendencia alternan entre dos opciones: caciques y españoles, principalmente.

En su momento ya dijimos que las hijas de D. Jerónimo de Moctezuma tuvieron un papel destacado en la configuración de alianzas con las restantes familias nobles de Tepexi de la Seda e incluso de otras provincias. Gracias a sus matrimonios la red de influencias de los Moctezuma se vio considerablemente ampliada. En este caso, vuelve a quedar demostrado el papel que, como agentes sociales activos, desempeñaron estas mujeres, desde los roles que la sociedad virreinal en función de su género les había asignado, de cara al mantenimiento de su grupo de poder en una posición de predominio social (Cruz, 2005b: 41-42). Veamos más detalladamente por qué se caracterizaron estas uniones.

El enlace de Dª Francisca de Moctezuma y Cortés I (GENEALOGÍA 5) con D. Antonio Quintero151 es el único caso que tenemos documentado tanto para el siglo XVIII, como para los dos anteriores, de la alianza entre caciques

147 De los cónyuges de sus hijos José, Juan y Manuela no sabemos nada. 148 Josefa, Petrona, Dominga y José. 149 Dª Josefa I con D. Juan de Ojeda (AGN, Tierras, Vol. 1234, Exp. 1: 370 p.) y Dª Petrona con Domingo Gómez (FS-IGI, Col. Santo Domingo, Film. 071193, Bn. M616342, 1691). 150 Tuvieron cinco hijos: María, Diego, José, Juan Antonio y Mariana, de los cuales, en un principio, solamente han dejado huella los dos últimos. Véase el pleito con los pueblos de San Mateo Soyamachalco y San Vicente Coyotepec (AGN, Tierras, Vol. 1234, Exp. 1: 454 pp.). 151 En la documentación también se le nombra como Antonio de la Cruz Quintero y José Quintero. De hecho llegamos a encontrar las tres opciones en el mismo texto (AHJP, 3575: 6, 10v y 28, respectivamente) Para este último caso, inicialmente valoramos que fuera una persona distinta, no obstante el hecho de que también se le cite como esposo de Dª Francisca de Moctezuma I y la coincidencia de fechas nos ha llevado, por el momento, a descartarlo.

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de Tepexi y caciques de Tecamachalco. Sobre D. Antonio Quintero, solamente sabemos que es hijo de D. Salvador Quintero (cacique de Tecamachalco) y que su madre Josefa Arroyo es mestiza, según consta en su acta de matrimonio. Además que, aunque es originario de Tecamachalco, se casa en Tepexi en 1725 (FS-IGI, Col. Santo Domingo, Film. 0711953 Bn. M616358, 1725a). En esta unión, al igual que la de D. Luis de Guzmán II y Dª Josefa de Villagómez, el principal beneficiado es D. Antonio; el traslado de la residencia de la pareja a Tepexi parece un claro indicativo. Sobre D. Antonio no tenemos constancia de patrimonio alguno, al menos en lo que a Tepexi se refiere. En cambio, parece que detrás de su titulo de cacique se albergaba un patrimonio en Tlacotepec152, sin embargo el monto y características del mismo es algo que una investigación sobre la nobleza indígena dieciochesca de la zona precisará en su momento. Por ahora, detengámonos en su descendencia, en este caso, única: D. Isidro Quintero153. Con él se pierde la pista sobre las alianzas matrimoniales, tanto las propias como las de sus posibles descendientes, si es que los hubo (AHJP, 4961: 9).

En el caso de Dª Jerónima de Moctezuma y Cortés (GENEALOGÍA 6) la información es mucho más extensa. Su marido es el cacique D. Luis de Guzmán III154, hijo de Micaela de Mendoza y de padre desconocido, según algunos testimonios “un gachupín” (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 8: 111 p.). Destaca una estrategia matrimonial muy clara. Tanto él, como Vicente, el hijo de su hermano Miguel, buscan sus esposas entre mujeres de la familia

152 Su hijo vende en 1781 unos cerdos y una casa que tiene en Tlacotepec para cubrir el pago de una deuda por el cual le embargan (AHJP, 4724: 1-12). No sabemos si dicho patrimonio era heredado de su padre o no. Sin embargo el hecho de que “para el siglo XVIII muchos de los grandes caciques de Tlacotepec descendían de los nobles de Tecamachalco” (Perkins, 2001: 54) es un indicativo del vínculo entre la nobleza de ambos lugares y de la extensión de sus patrimonios.

153 Las únicas noticias que nos han llegado de este cacique es que en 1781 le embargan por deudas unos bienes y que para cubrirla se venden unos cerdos y una casa que tiene en Tlacotepec (AHJP, 4724: 1-12). Sin embargo desconocemos si residía en ésta u otra jurisdicción. 154 Aunque Guzmán es el apellido que adopta y que transmite a su descendencia, también se le identifica puntualmente como D. Luis de Mendoza y Luna (FS-IGI, Col. Santo Domingo, Film. 0711953 Bn. M616358, 1719b), es decir, con los apellidos de su madre Micaela de Mendoza y Luna. Nuevamente los datos recogidos no nos permiten dar una explicación, aun cuando lo más probable sea que la clave de todo esto se esconde tras el progenitor desconocido. Sin embargo, téngase en cuenta, que su hermano Miguel (FS-IGI, Col. Santo Domingo, Film. 0711953 Bn. M616358, 1716) mantuvo los apellidos maternos, para ser más exactos, el de Luna. Nuevamente se vuelve a privilegiar éste frente al de Mendoza.

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Moctezuma155. Ya dijimos que los matrimonios entre ambos linajes se remontaban a los siglos anteriores. Esta praxis se rompe, sin embargo, con los enlaces de sus tres hijos (Jerónimo, Lucía y Mariana), que por el contrario, se casan con españoles. Dª Lucía de Guzmán con Joaquín Lizama156 (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 2: 9 p.), Dª Mariana de Guzmán con Manuel de Miranda (FS-IGI, Col. Santo Domingo, Film. 0711953 Bn. M616358, 1741) y D. Jerónimo de Guzmán con Dª Bárbara Galicia (APTR, LB, Vol. 20: 40)157.

Si sus hermanas consolidaron alianzas con un cacique de Tecamachalco por un lado, y con un “Luna/Guzmán”, probablemente de procedencia tepexana, por el otro, Dª Inés de Moctezuma y Cortés (GENEALOGÍA 8) hizo lo propio con un cacique de la familia Cruz, un tal D. Francisco I, hijo de D. Nicolás de la Cruz I y Dª María Beatriz Moctezuma (GENEALOGÍA 13)158. La elección de cónyuges para los hijos de Dª Inés se hizo entre miembros de la familia o personas cercanas a la misma. Dª Rosa de la Cruz (GENEALOGÍA 10) se casa con D. Antonio Espinosa (FS-IGI, Col. Santo Domingo, Film. 0711953 Bn. M616358, 1725b), uno de los hermanos de su tía política por parte de madre, Dª Mariana de Espinosa (GENEALOGÍA 4). De sus tres hijos, Lugarda, Juan y Mariano, sabemos que este último, siguiendo una costumbre familiar (véanse los matrimonios de sus tíos Nicolás y María), se casó con un miembro de la familia Hoyos o del Hoyo: Feliciana. Dª Josefa de la Cruz I159 (GENEALOGÍA 21) hace lo propio con D. Gaspar Antonio García, hijo de Dª Gracia de la Cruz (GENEALOGÍA 22), sobrina de su padre D. Francisco I.

Dª María I (GENEALOGÍA 8) y su hermano D. Nicolás de la Cruz III (GENEALOGÍA 18) se casan con otros dos hermanos respectivamente. La primera con D. José Hoyos y, el segundo, con Dª Teresa Hoyos, ambos hijos de Domingo Hoyos y Juana Flores. Con la descendencia de ambos perdemos la pista de las estrategias matrimoniales160.

155 Desafortunadamente no hemos podido establecer las conexiones precisas de estos con las otras genealogías de los Moctezuma y los Luna. 156 Es el mismo apellido que Lezama. 157 Sobre la descendencia de Dª Lucía y de D. Jerónimo, no contamos con datos sobre sus matrimonios, quedando en este punto la política matrimonial de Dª Jerónima de Moctezuma. 158 La política matrimonial de los Cruz, debido a su complejidad, la abordaremos de manera autónoma más adelante. 159 Sobre Rita García, su única hija, desconocemos las características de su matrimonio. 160 Dª María de la Cruz I y D. José Hoyos tienen dos hijos: Joaquín (APTR, LB, Vol. 20: 13) y Feliciano (APTR, LB, Vol.18: 28). Su hermano D. Nicolás de la Cruz III y Dª Teresa

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D. Jerónimo de la Cruz (GENEALOGÍA 19) se casa con Dª Rosa Moctezuma (GENEALOGÍA 20), hija de Miguel Moctezuma y nieta de D. Juan de Moctezuma II. Pero téngase en cuenta que éste y el hermano de Dª Inés de Moctezuma son dos personas distintas161, cuyo vinculo de parentesco exacto desconocemos. No obstante el hecho de que D. Juan de Moctezuma II fuera indio principal del pueblo de San Pedro Coayuca, patrimonio de los Moctezuma (AHJP, 3119: 14), es muy significativo. De sus seis descendientes (Antonio, Mariano, Josefa, Juana, Petrona y Dorotea) solamente conocemos la suerte de dos ellas. Petrona I se casa con Eugenio Cid y Dorotea con Juan Cebrián II. Cabría la posibilidad de que éste y el hijo de Dª Josefa de Moctezuma y D. Pedro Cebrián sea el mismo. En caso de demostrarse, los contrayentes serían primos hermanos.

Y por último D. Pedro de la Cruz (GENEALOGÍA 17) contrae matrimonio con Dª María Dolores de Mendoza, hija de Isidro Mendoza y Gertudris Serrano. Sus hijos se casan con españoles y caciques. D. Andrés de la Cruz y su hermana Dª María Antonia de la Cruz con dos miembros de la familia española de los Mier: el primero con Dª Francisca de Mier y la segunda con D. Juan de Mier. Por otro lado, D. Juan Félix de la Cruz y Dª María Jacinta de la Cruz (GENEALOGÍA 9) hacen lo propio con caciques: Dª Nicolasa María y D. Francisco Jerónimo de Luna, un primo de su madre.

La última descendiente de D. Jerónimo de Moctezuma (GENEALOGÍA 3) que nos queda es Dª Mariana de Moctezuma (GENEALOGÍA 9). Esta se casó con el cacique D. Francisco de Luna, como ya hemos visto, principal representante junto con su tío del linaje de los Luna durante el siglo XVIII, así como el cabeza del grupo opositor a D. Juan de Moctezuma I. Sobre la ascendencia paterna y materna de D. Francisco (GENEALOGÍA 23) ya hablamos en el apartado anterior, tanto de la de él, como la de su tío D. Antonio I, por lo tanto no la reiteraremos. No obstante, nos queda por comentar que D. Antonio de Luna I se casa en dos ocasiones, la primera con Dª Antonia de la Huerta y la segunda con Rosa María con quien tiene a su única hija Ignacia. Por otro lado, en relación a los dos hermanos de D. Francisco de Luna: D. Tomás y D. Nicolás, del primero sabemos que se casó y tuvo descendencia, pero desconocemos los nombres. El segundo se casa con Dª Inés Morales y tuvo a una niña de nombre Nicolasa. Hoyos cuatro: Francisco (APTR, LB, Vol.17: 33), Melchor (APTR, LB, Vol.11: 61v) y, por último, Josefa y Francisca (APTR, LB, Vol.16: 48v). 161 La calidad, lugar de residencia y matrimonio han sido importantes para reconocer dicha distinción (AHJP, 3232: 7-7v).

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En cuanto a los hijos de Dª Mariana y D. Francisco162, de la información que nos ha llegado sobre cuatro de ellos, solamente D. Francisco Jerónimo se casa con una cacica llamada Dª María Jacinta de la Cruz, hija de su primo D. Pedro. El resto contrae matrimonio con personas cuya calidad no hemos podido determinar. Dª María Rosa con Patricio López; D. José Alberto con Dª Juana Isabel de la Paz (GENEALOGÍA 24) y D. Juan con Juana Flores (GENEALOGÍA 25). Esta última probablemente estaba emparentada con la familia Flores (GENEALOGÍA 29).

Y por último, antes de establecer algunas conclusiones, es el momento de retomar, la política matrimonial de la familia de los Cruz. D. Nicolás de la Cruz I (GENEALOGÍA 13), recordemos que éste es el padre de D. Francisco de la Cruz I, marido de Dª Inés de Moctezuma, se casa en dos ocasiones, ambas con cacicas. La primera con Dª María Beatriz Moctezuma y la segunda con Dª Francisca Muñoz. Los descendientes del primero celebran enlaces con caciques y españoles-mestizos principalmente. Dª Angelina de la Cruz I con D. Bernabé de Mendoza (GENEALOGÍA 14), tío del cacique D. Antonio de Luna I (AHJP, 2696: 10). En cambio, su hijo D. Diego de Mendoza se casa con una española de nombre Antonia del Castillo, hija de Pedro del Castillo y Agustina Flores (FS-IGI, Col. Santo Domingo, Film. 0711953 Bn. M616358, 1727), de manera que los apellidos Flores y del Castillo vuelven a coincidir como en el caso de Dª Rosa Flores, esposa de D. Jerónimo de Moctezuma (GENEALOGÍA 3).

D. Juan de la Cruz I “El viejo”, al igual que su padre, se casa en dos ocasiones. La primera con la cacica Dª Mariana de Santa María (GENEALOGÍA 15) quien trae al matrimonio como dote las tierras de cacicazgo de San Luis y San José de Gracia, heredadas de sus ascendientes D. Juan de Santiago y Dª Ana de Santa María163 (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 233v). Por el testamento de D. Juan I (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 231v-236v) queda patente la rentabilidad de su primer matrimonio, gracias al cual obtuvo gran parte de las tierras que llegó a poseer y por las que más tarde sus nietos tuvieron que pleitear164. Sus hijos continúan con la estrategia familiar en la que caciques y españoles-mestizos son los mejores candidatos. Dª Juana María se casa con un español: Andrés de Zarate, al igual que su única hija, Dª

162 Juana, Francisco Jerónimo, Miguel, José Alberto, Rafael, Antonia, Manuel, María Rosa, Tomás y Juan. 163 No aparecen en la genealogía publicada por Jäcklein (1978: 168).

164 Para profundizar en el pleito de los caciques Cruz por estas tierras véase el apartado 3.2.

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María, con Esteban Villegas165. D. Domingo de la Cruz, en cambio, se une a una cacica de nombre Dª Paula Francisca y sus hijos optan por opciones variadas: cacique (Dª Mariana de la Cruz con Luis Ramos) y ¿española-mestiza? (D. José de la Cruz con Martina López). El segundo matrimonio de D. Juan I “El viejo” no resulta, sin embargo, tan provechoso, puesto que Catarina María no trae dote al matrimonio (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 233v). Asimismo, no tenemos constancia de los matrimonios de sus descendientes (Ana e Inés). Sí del de su única hija natural, Dª María de la Cruz II, quien se casa con un español: Cayetano Redondo (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 234v).

Y por último, del segundo matrimonio de D. Nicolás I con la cacica Dª Francisca Muñoz destaca el caso de su hijo D. Juan de la Cruz II “El joven” (GENEALOGÍA 22). Su primer matrimonio parece que no fue muy provechoso, al menos en términos económicos, ya que María Salomé no trajo dote al matrimonio. En cambio su segunda esposa, Juliana Juárez aportó 106 vacas, varias casas en Tepexi y unas tierras en el barrio de Aguatitlan del pueblo de San Martín Atexcatl (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 12v). En el caso de su tercer cónyuge, Dª Francisca Pacheco (natural y cacica de Tehuacan), aparte de una dote compuesta por cabezas de ganado mayor y menor (100 vacas y 120 ovejas), obtiene un beneficio muy claro: el establecimiento de alianzas entre caciques de Tepexi y de Tehuacan (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 12v). Así como el vínculo con otra región, Tlacotepeque, ya que al menos dos de sus hijas (Agustina y Petrona II) y de sus sobrinos (Miguel)166 se declaran caciques y vecinos de ésta (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 7 y 28 pp.). En el matrimonio de Petrona se repite un patrón que ya hemos visto con anterioridad: el vínculo con un español, miembro de los Lizama y vecino de Tlacopeque (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 7 p). La calidad del esposo de Agustina (Sebastián Juan) nos es desconocida (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 13 p.), al igual que con D. Bartolomé García, marido de Dª Gracia de la Cruz, del cual sólo sabemos que había estado casado con anterioridad con Antonia María y

165 No tenemos menciones expresas sobre su calidad; sin embargo, la aparición de otros individuos en las fuentes con dichos apellidos y calidad española reconocida, nos lleva a dicha conclusión. Por ejemplo Antonio Zarate (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 7: 129 p.), Juan Zarate (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 282v) y Bartolomé Zarate (APTR, LB, Vol. 20: 17v) por un lado; y D. Juan Antonio Villegas (AHJP, 3812: 18). También dos de los alcaldes mayores de Tepexi ostentan dicho apellido (véase cuadro 1, pág. 30). 166 Es probable que, por la coincidencia de nombres y fechas, éste sea uno de los dos individuos que Perkins (2001: 57) incluye en su cuadro de testamentos: Miguel de la Cruz (1760) y Miguel Isidro de la Cruz (1761).

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que sus padres (Verónica María y Gaspar García) eran originarios de Santiago Nopala, uno de los pueblos sujetos a la cabecera de Tepexi (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 37 p.). Por otro lado, el pleito entre los herederos de D. Juan II da a entender que Dª Gracia fue el cónyuge que aportó más patrimonio. Su descendencia (Gaspar, Gertrudis y María III) se declara como caciques de Tehuacan y Tepexi (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 1, 120 y 145 pp.).

En resumen, las estrategias matrimoniales desarrolladas por los linajes tepexanos se pueden concretar en: matrimonios entre los miembros de las principales familias de la nobleza tepexana: Moctezuma y Cortés, Mendoza y Luna, Cruz y Cebrián. Uniones con españoles, mestizos y mulatos, en algunos casos, con tierras en la jurisdicción. Enlaces con familias de caciques y cacicas de Tepeaca, Tlacotepec, Tecamachalco, Tehuacan, Acatlán, Tzilacayoapa y Yanhuitlán. Es decir, con otras zonas de Puebla y con Oaxaca. Algunas de éstas eran la continuación de una práctica ancestral, aunque para el siglo XVIII los datos nos indican que en parte se pierden. Matrimonios entre parientes de diferentes generaciones y con una relación colateral. Alianzas múltiples entre varios miembros de las familias. Por ejemplo, los hermanos de un linaje se casan con las hermanas de otro. Y por último, una primacía de la limpieza de rango frente a similares niveles de riqueza. Por lo tanto, la dote no fue un requisito y en los casos en que se aportó, resultó una contribución mínima en relación con el monto del patrimonio del receptor.

2.2.2 Sucesiones y preferencias

Junto a las formas de acceso, la transmisión del capital político, social y económico, de una generación a otra, era de vital importancia para la perpetuación de los miembros de la nobleza indígena en una posición privilegiada. La composición de dicho capital y las reglas para su herencia, esto es, ¿quiénes y qué heredan? es la cuestión que a continuación trataremos de definir. Para ello el instrumento clave son los testamentos167, los juicios de división de bienes y los pleitos entre los sucesores. En el CUADRO 5 damos

167 Los testamentos son una fuente de vital importancia para las investigaciones sobre

nobleza indígena. Por su amplitud geográfica y cronológica cabe reseñar el proyecto Vidas y bienes olvidados dirigido por Rojas (1999, 2000, 2004). De los cinco volúmenes que lo componen destaca el quinto. El índice de los testamentos albergados en el Archivo General de la Nación (México) es una herramienta sin precedentes para los investigadores. En este sentido, debemos aportar la noticia de los testamentos de D. Juan de la Cruz I “El viejo” y D. Juan de la Cruz II “El mozo”, los cuales, a pesar de estar conservados en el AGN no aparecen en dicho índice. Algunos aspectos sobre estos testamentos fueron analizados en la ponencia “Los testamentos de D. Juan de la Cruz (Tepexi de la Seda, siglo XVIII)”, véase Cruz, en prensa-a.

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noticia de los que nos han llegado y en los cuales fundamentaremos parte de nuestro análisis.

Asimismo, tendremos en cuenta referencias aisladas sobre los nombramientos de los albaceas, los herederos y los tutores de los menores. Tres figuras clave en este proceso, con llave de acceso a los bienes objeto de transmisión. En este sentido, empezaremos analizando las características y consecuencias de estos nombramientos, para después tratar de precisar las normas de sucesión que rigieron las herencias a través de las declaraciones de los propios interesados.

CUADRO 5. Testamentos (1700-1786) AÑO NOMBRE IDIOMA FUENTE 1701 D. Francisco de San Matías168 Castellano AHJP, 2609: 1-34

1718169 Dª María de Luna170 No conocido AGN, Tierras, Vol. 3546, Exp. 1, Cd. 6: 38v

1724171 D. Jerónimo de Moctezuma No conocido AHJP, 3560: 17 1726172 D. Juan de la Cruz I (El viejo) Castellano AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp.

Único: 231v-236v 1727173 D. Juan de la Cruz II (El mozo) Castellano AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4:

23-31 pp. 1784174 Dª Josefa María de Cebrián III Castellano AHJP. 4961: 7-11

La posición de albacea testamentario dotaba a su titular de una posición extra de poder frente al resto de los herederos, principalmente cuando la condición de albacea y heredero coincidían en la misma persona, que, por otro lado, era lo habitual. Al fin y al cabo era el encargado de gestionar el patrimonio heredado hasta la ejecución de las disposiciones testamentarias. De manera que dicha circunstancia podía ser aprovechada por éste para utilizar todos los bienes en beneficio propio, lo cual dio lugar a más de un pleito entre el albacea y el resto de los herederos175.

168 También citado por Jäcklein (1978: 185) en su cuadro de testamentos. 169 24 de agosto de 1718. 170 Madre de D. Antonio de Luna I y Dª María Beatriz de Luna I (GENEALOGÍA 23). 171 3 de agosto de 1724. 172 28 de junio de 1726. 173 6 de Septiembre de 1727. 174 6 de agosto de 1784. 175 Es el caso de la herencia y sucesión de D. Jerónimo de Moctezuma (GENEALOGÍA

3), entre su hijo D. Juan I (albacea y heredero) y los cónyuges de sus hijas (véase AHJP, 3119: 37 ff.). Un asunto privado que deriva en un enfrentamiento en el ámbito público. De manera que a raíz de él se gestó la conformación de los dos principales bandos o grupos de poder en Tepexi, cuya confrontación tendrá un claro reflejo en las luchas por el acceso y control del gobierno

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Los nombramientos de albacea fueron de naturaleza diversa, por el vínculo con el testador y el carácter individual o colectivo de dicho cargo. Así lo demuestran los casos que tenemos documentados y que ilustraremos puntualmente con algunos ejemplos:

La viuda y el hijo primogénito varón. D. Jerónimo de Moctezuma nombra como albaceas a su mujer Dª Rosa Flores y su único hijo varón vivo, D. Juan de Moctezuma I176 (AHJP, 3119: 1v-2v).

La viuda y un religioso. D. Francisco de San Matías designa para el albaceazgo a su mujer Dª Ana Ramírez y a su confesor el Padre fray José de Rojas, ministro de la doctrina y la orden de Santo Domingo (AHJP, 2609:3-4).

Un religioso. D. Domingo de la Cruz y San Martín otorga el albaceazgo de sus bienes a fray Manuel de Santo Tomás, maestro en sagrada teológica de la sagrada orden de predicadores (AHJP, 3811: 1), aun teniendo descendientes directos (AGN, Tierras, Vol. 2901, Exp. 37: 442-444). Sin embargo, el hecho de que no aparezcan en escena durante el pleito por esta herencia puede deberse a una fallecimiento prematuro.

El hijo varón. D. Juan de Moctezuma I nombra como albacea a su único hijo varón: D. Diego (AHJP, 4600: 2 p.).

El hijo varón primogénito. D. Juan de la Cruz I “El viejo” otorga dicho puesto a su hijo mayor: D. Domingo de la Cruz (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 235v).

Dos hijos varones. Dª Josefa de Cebrián III nombra como albaceas a dos de sus doce hijos e hijas: José Mateo Ramos y José González Ramos (AHJP, 4961: 10-11).

Todos los hijos (hombres y mujeres). Dª María de Mendoza y Luna177 nombra sus albaceas y herederos a sus hijos178: D. Antonio I y Dª María de Luna I (AGN, Tierras, Vol. 3546, Cd. 6: 38v).

local. El traspaso de esta enemistad del terreno personal al político es un aspecto sobre el que profundizaremos en los capítulos 4 y 5 (AGN, Vínculos, Vol. 71, Exp. 1: 107).

176 Su otro hijo varón D. Carlos de Moctezuma (GENEALOGÍA 7) fallece antes que su padre (AHJP, 3119: 6v).

177 Ella y su hermano D. Lorenzo habían sido, asimismo, los albaceas y herederos de sus padres: D. Nicolás de Mendoza y Dª María de Luna (AHJP, 2913: 1).

178 Dª María tenía un tercer hijo D. José de Mendoza (AHJP, 2742: 3v). Al no mencionarle en su testamento deducimos que para el 24 de marzo de 1718, fecha en la que se otorga el testamento (AGN, Tierras, Vol. 3546, Cd. 6: 38v), había fallecido.

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El sobrino. Dª Francisca de Moctezuma I hace lo propio con su sobrino D. Pedro de la Cruz (AGN, Indios, Vol. 64, Exp. 183: 298v).

El suegro. D. Pedro Cebrián designa como albacea a su suegro D. Juan de Moctezuma I ante la inutilidad de sus hijos, que son menores (AGN, Tierras, Vol. 1234, Exp. 1: 98 p.).

Y el yerno. D. Francisco de Moctezuma II nombra para dicha responsabilidad a su yerno D. Miguel de Mier, marido de Dª María Antonia Moctezuma (AHJP, 4189: 10).

Por lo tanto, aparte de las características más detalladas, podemos observar que, en el caso de las mujeres, tal distinción solamente recayó en las viudas y de manera excepcional en las hijas. De hecho el único caso que documenta esta última circunstancia es el de Dª María de Luna I. Probablemente se deba a que, a pesar de tener descendencia, no se casó, lo cual descartó, como se ve otros casos, la designación del yerno en representación o en lugar de la hija. De manera que los varones tienen una presencia más destacada, independientemente del vínculo de parentesco o amistad existente con el testador. En definitiva, a la hora de nombrar albaceas, las “normas” marcaban una clara preferencia por los hombres frente a las mujeres, aún en los casos en que éstas eran las descendientes legítimas ligadas al testador por lazos de sangre y línea directa.

En cambio, cuando de los herederos se trata, tal consideración se hace extensible a todos los descendientes lineales, tanto legítimos como naturales, así como hombres y mujeres. Sobre este aspecto téngase en cuenta que la mayoría de los datos no derivan de testamentos o, en su defecto, juicios de división de bienes, sino que se reducen a menciones expresas en pleitos de otras características. Por lo tanto, lo más probable es que la información sobre los herederos sea, en algunos casos, parcial, ya que carecemos de la fuente en la que se procedía a su nombramiento. De hecho ésta es sensiblemente menor a la que tenemos sobre los albaceas. A pesar de lo cual, ofreceremos un seguimiento de los herederos durante las cuatro generaciones en las distintas familias de la nobleza, al igual que hicimos con los matrimonios y en la medida que las referencias explícitas nos los permitan, con la finalidad de alcanzar algunas conclusiones.

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D. Francisco de San Matías nombra como herederos a su mujer Dª Ana Ramírez, a Dª Juana de la Cruz y a Dª María de Luna y los hijos de ésta179 (AHJP, 2609: 2v-3), quedando “desplazado” su único descendiente: Nicolás, a quien no se le atribuye dicha consideración. La pérdida del rastro de sus herederos y descendientes limita, por lo tanto, las posibilidades de valorar este aspecto con una mayor proyección temporal.

D. Jerónimo de Moctezuma declara en su testamento (1724) como herederos de sus bienes a su mujer, así como a sus hijos y nietos180. Sobre su hijo D. Juan de Moctezuma I (GENEALOGÍA 4) sólo sabemos que nombra como su albacea a su único hijo varón D. Diego (AHJP, 4600: 2 p.), como ya hemos señalado, pero no tenemos ninguna mención sobre los herederos. No obstante, lo lógico es que éste lo fuera además de albacea. De manera que quedaría por determinar qué pasó con su otra hija Dª Josefa. Recordemos que el marido de ésta, D. Pedro Cebrián, deja como albacea a su suegro D. Juan de Moctezuma I ante la inutilidad de sus hijos (AGN, Tierras, Vol. 1234, Exp. 1: 98 p.), aunque finalmente éstos heredan, al alcanzar la mayoría de edad. Sin embargo, solamente tenemos constancia de ello para dos de sus cinco hijos: Juan Antonio y Mariana.

Sobre Dª Francisca de Moctezuma I181 (GENEALOGÍA 5), hermana de D. Juan I, ya hemos mencionado que nombra albacea a su sobrino D. Pedro de la Cruz y Moctezuma, hijo de su hermana Inés (GENEALOGÍA 8) (AGN, Indios, Vol. 64, Exp. 183: 298v). Es probable que esto se deba a que su marido D. Antonio Quintero hubiese fallecido, pero ¿qué pasa con su único hijo D. Isidro Quintero? Sabemos que para las fechas que manejamos éste seguía vivo182, entonces ¿por qué su madre no le nombra como albacea? ¿Es posible que sí fuera heredero, pero al residir en Tlacotepec, donde tiene bienes, se opte por designar como albacea a su primo por residir en Tepexi? En su momento esperamos que nuevos datos nos den una respuesta.

El caso es que D. Pedro de la Cruz y Moctezuma (GENEALOGÍA 17), siguiendo la línea habitual, designa como albacea y heredero a su hijo D.

179 Sobre las dos últimas no hemos podido determinar la naturaleza del vínculo. En el caso de Dª María, lo más probable es que sea la madre de D. Antonio I y Dª María de Luna I (GENEALOGÍA 23).

180 D. Juan I (GENEALOGÍA 4), Dª Francisca I (GENEALOGÍA 5), Dª Jerónima (GENEALOGÍA 6), los hijos del difunto D. Carlos: Juana, Rafael y Francisca (GENEALOGÍA 7), Dª Inés (GENEALOGÍA 8) y Dª Mariana (GENEALOGÍA 9).

181 Para 1774 ya ha fallecido. 182 En 1781 está inmerso en el embargo por deudas de unos bienes. Para cubrirlas se

venden unos cerdos y una casa que tiene en Tlacotepec (AHJP, 4724: 1-12).

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Andrés de la Cruz (AHJP, 5142: 1). Sin embargo téngase en cuenta que tuvo ocho hijos más183 y que de tres184 de ellos tenemos constancia más allá de las actas de bautismo.

D. Francisco de Moctezuma y Cortés II (GENEALOGÍA 28) designa como su albacea y heredero a su yerno D. Miguel de Mier (marido de Dª María Antonia Moctezuma) (AHJP, 4189: 10). Frente a esto, nuevamente cabe preguntarse qué sucede con el resto de sus seis hijos185.

Dª María de Mendoza y Luna186, por su parte, nombra como sus herederos, además de albaceas a sus hijos187: D. Antonio I y Dª María de Luna I (GENEALOGÍA 23) (AGN, Tierras, Vol. 3546, Cd. 6: 38v). Además, son designados como herederos por su tío y hermano de su madre D. Lorenzo de Mendoza (AGN, Tierras, Vol. 3546, Exp. 1, Cd. 6: 39)188. D. Antonio de Luna I nombra como su albacea a su sobrino D. Francisco de Luna189 (AHJP, 4009: 5), al tener únicamente descendencia femenina: Ignacia de San José, fruto de su segundo matrimonio con Rosa María (APTR, LB, Vol. 11: 15v). Pero, ¿en qué posición quedó ésta? D. Francisco de Luna190 (GENEALOGÍA 9) nombra como albacea a su hijo D. José de Luna (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 163), en la línea que vamos manteniendo lo lógico es que fuera también heredero, pero nuevamente queda por determinar qué pasó con el resto de sus hijos191.

D. Luis de Guzmán III (GENEALOGÍA 6) declara su albacea y heredero a D. Jerónimo de Guzmán y Moctezuma (GENEALOGÍA 12) (AHJP, 4009: 10),

183 María Jacinta, Juan Félix, María Antonia Isidora (ANP, Prot. nº 1 TR (1731-1754), Exp. 15: 53-55 pp.), Clara (APTR, LB, Vol. 11: 62), Isidro Miguel (APTR, LB, Vol. 20: 18v), José Antonio de la Santísima Trinidad (APTR, LB, Vol. 20: 35v), María Gertrudis (APTR, LB, Vol. 20: 39) y Ana Esmeresilda (APTR, LB, Vol. 20: 42).

184 María Jacinta, Juan Félix y María Antonia Isidora. 185 José (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 500v), Francisca (APTR, LB, Vol. 20:

6), Francisco (APTR, LB, Vol. 20: 12v), Joaquina (APTR, LB, Vol. 20: 33), Juan (APTR, LB, Vol. 20: 37v) y Ana (APTR, LB, Vol. 20: 39v).

186 Ella y su hermano D. Lorenzo habían sido, asimismo, los albaceas y herederos de sus padres D. Nicolás de Mendoza y Dª María de Luna (AHJP, 2913: 1).

187 Dª María tenía un tercer hijo D. José de Mendoza (AHJP, 2742: 3v). Al no mencionarlo en su testamento deducimos que para el 24 de marzo de 1718, fecha en la que se otorga el testamento (AGN, Tierras, Vol. 3546, Cd. 6: 38v), había fallecido.

188 Ambos hermanos, Dª María y D. Lorenzo habían sido declarados herederos de su madre Dª Mariana en el testamento de ésta que fue otorgado en Tepeaca con fecha de 20 de junio de 1694 (AGN, Tierras, Vol. 3546, Exp. 1, Cd. 6: 40v).

189 En 1763 ya ha fallecido. 190 A principios de 1773 se refieren a él como difunto. 191 Francisco Jerónimo (AHJP, 4009: 5), Rafael (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7:

164v), Miguel (APTR, LB, Vol. 11: 65v), Juana (APTR, LB, Vol. 17: 44v), Antonia (APTR, LB, Vol. 20: 4v), Manuel (APTR, LB, Vol. 20: 16), María Rosa (FS-IGI, Col. Santo Domingo, Film. 07119 Bn. M616358, 1743), Juan y Tomás (AGN, Tierras, Vol. 3552, Exp. 2, Cd. 2: 138).

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su único hijo varón, quedando por definir la situación de sus tres hijas (Felipa, Lucía y Mariana).

D. Juan de la Cruz I “El viejo” (GENEALOGÍA 13) designa como albacea y heredero a su hijo D. Domingo de la Cruz (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 231-236v). Sin embargo, este no era su único descendiente. De D. Jacinto y Dª Juana, también fruto de su matrimonio con Dª Mariana de Santa María, sabemos que para 1726, fecha del testamento, ya han fallecido y que ninguno de los dos tiene descendencia (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 233v y 352v). Pero ¿qué pasa con los hijos de su matrimonio con Catarina María (Ana e Inés) y con su hija natural (María)? (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 234). A su vez, D. Domingo nombra a su hijo D. José de la Cruz (GENEALOGÍA 15) como su albacea y heredero (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 239), al igual que el resto de sus hermanos.

En el caso de D. Juan de la Cruz II “El mozo” (hermano por parte de padre de D. Juan de la Cruz I “El viejo”), su albacea es su yerno D. Gabriel Lizama, y sus hijas Dª Petrona y Dª Agustina de la Cruz, sus herederas (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 27-28 pp.). El heredero y albacea de la primera es su hijo D. José Lizama (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 313 p.). No obstante, tuvo otro hijo de nombre Ignacio (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4:221 p.).

Y por último, Josefa María de Cebrián III sobre la que ya sabemos que nombra como albaceas a dos de sus hijos: José Mateo Ramos y José González. Sin embargo, la condición de herederos se la otorga a todos sus descendientes legítimos por igual (AHJP, 4961: 10).

Por lo tanto, reiteramos la idea inicial de que los datos son parciales, conduciéndonos a una situación en la que se nos plantean más dudas que respuestas, dado que la información que nos ha llegado es la del individuo en quien confluía la doble condición de albacea y heredero, quedando en el anonimato la situación de los restantes descendientes. De forma que nuestras interpretaciones se ven fuertemente condicionadas. La limitación de los datos, en algunos casos, a las actas de bautismo nos conduce a la posibilidad de que la ausencia expresa de mención alguna se deba a que han fallecido en edad temprana. En casos como el de D. Jerónimo de Moctezuma, queda más que constatado en su testamento, ya que sólo habla de algunos de su hijos. Y es que aparte de los incluidos en la GENEALOGÍA 3, D. Jerónimo tuvo tres hijos más: Juana (APTR, LB, Vol. 10: 63), Diego (APTR, LB, Vol. 11: 5) y Teresa (APTR, LB, Vol. 11: 8). Sin embargo, son excepcionales los casos en los que la existencia de testamentos y actas de bautismo nos permiten verificar esta

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hipótesis. De igual manera las referencias, en las últimas disposiciones en vida, acerca del fallecimiento prematuro de la descendencia fueron menos habituales de lo que nos hubiera gustado192.

Además de los albaceas y los herederos, la presencia de menores, entre estos últimos, y el consecuente nombramiento de tutores fue un constante foco de problemas en las herencias y sucesiones. La causa era, principalmente, el que los mismos tutores u otros individuos interesados en la herencia ocuparan la posición que legítimamente les correspondía a los menores herederos, se beneficiaran de la misma y se produjera un desplazamiento de la línea de sucesión. En este último caso, no sólo los menores no accedían en su mayoría de edad a su legítima herencia, sino que se arriesgaban que a la muerte del “usurpador”, si no habían conseguido remediarlo antes por vía judicial, la herencia pasara a los descendientes lineales de éste. De manera, que como señala Rojas (en prensa: 149) se veían abocados a esperar mejores tiempos.

No obstante, ser tutor no siempre fue un beneficio, sino que esto dependió de los bienes a heredar. En el caso de D. Juan, D. Luis II, D. Gaspar y Dª María de Guzmán (GENEALOGÍA 1), que a la muerte de sus padres quedan bajo la tutela de su tío D. Francisco de Moctezuma I (AGN, Intestados, Vol. 9, Exp. 4: 113), a este último no le implicaba compensación alguna al no existir herencia193, sino que por el contrario, debía mantener a sus sobrinos. Sin embargo, esta situación fue excepcional.

La presencia de menores en los procesos de herencia y sucesión en Tepexi es significativa y los pleitos también. Por ejemplo, María Pérez Cebrián, siendo menor, ve como D. Juan Cebrián194, un hijo bastardo de un pariente, se queda con el cacicazgo que había heredado de su madre. Éste para quitarla de en medio la manda a estudiar a la ciudad de Puebla. Años después, estando casada, reclama su posesión mediante su marido Miguel Santiago García (vecino de Puebla), a quien le da un poder (AGN, Indios, Vol. 40, Exp. 90: 140-140v y AHJP, 2698: 1-2). Aunque no hace ninguna mención expresa, suponemos que D. Juan era su tutor. Las fuentes no nos dejan constancia del

192 Un caso excepcional es el testamento de Dª Josefa María de San Martín Cebrián III quien declara que su hijo Francisco José murió de pecho (AHJP, 4961: 8).

193 Recordemos que el único bien que les lega su madre, un rancho en el pago de San Luis, ubicado en la jurisdicción de Tepexi, lo rematan antes de 1709 por una cantidad de pesos que su padre quedó debiendo a Francisco Gómez Rosete, por unas mejoras que hizo en el rancho y nunca pagó (AGN, Intestados, Vol. 9, Exp. 4: 113).

194 No hemos podido determinar si éste y el de la GENEALOGÍA 11 son la misma persona, no obstante por la coincidencia de fechas, cabe esa posibilidad.

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resultado de este pleito, pero lo que está claro es que es un ejemplo de usurpación y desplazamiento de la línea de sucesión.

La herencia de los menores D. Rafael, Dª Francisca III y Dª Juana II, hijos de D. Carlos de Moctezuma también dio que hablar. Éstos al fallecer su padre, quedan como herederos de los bienes de su abuelo D. Jerónimo de Moctezuma. Los tutores que se nombran varían en el tiempo, algo también habitual. En este caso lo son la madre de los menores, Dª María Hernández (AHJP, 3560: 2v), y un familiar de ésta, Pascual Hernández (AHJP, 3119: 7). Aquí, el problema no radica en que se le dé lo que por partición de los bienes les corresponde a los hijos de D. Carlos, sino que Dª María reclama que su hijo mayor Rafael, es el titular del cacicazgo de los Moctezuma (AHJP, 4700: 1v). En este aspecto profundizaremos más adelante.

Sin dejar a la familia Moctezuma tropezamos con otro suceso en esta línea al que ya hemos hecho alguna referencia. El nombramiento de D. Juan de Moctezuma I, hermano de D. Carlos, como tutor y albacea, de los bienes de sus nietos e hijos de Dª Josefa de Moctezuma y D. Pedro Cebrián, a la muerte de este último195 (AGN, Tierras, Vol. 1234, Exp. 1: 17v, 50-50v). La relación de parentesco entre el tutor y los menores no fue una garantía para estos últimos196. Juan Antonio y Mariana, al alcanzar la mayoría de edad, se encuentran con que su abuelo no les devuelve todas sus tierras, sino que parte de ellas se las queda para sí y las engrosa como parte de su patrimonio, que después hereda su hijo y tío de los menores D. Diego y más tarde su prima Dª Rita. De manera que esto deriva en un pleito con ésta, en representación de quien actúa su marido D. Francisco de Moctezuma III “El mozo” (AGN, Tierras, Vol. 1234, Exp. 1: 5 y 6v).

Otros casos de los que queremos dejar constancia, aunque desconocemos las consecuencias, son los de los hijos de D. Nicolás de la Cruz I, quedando la madre de éstos, Dª María Beatriz Moctezuma, como su tutora (AHJP, 2696: 10); y el de D. Antonio de Luna I que ejerce como curador con los

195 Cuando muere su padre D. Juan de Cebrián I, D. Pedro y sus hermanos (Josefa y José Vicente) también son menores. Su tutor es Matías Hipólito. Al fallecer éste parece que quedan en un estado de muchas dependencias. Asimismo, se enfrentan a un pleito con D. Jerónimo de Moctezuma por intromisión en unas tierras de San Andrés. Para cubrir los gastos se vende el Chorrillo en 1729 a D. Cristóbal Camarillo por 500 pesos (AGN, Tierras, Vol. 1234, Exp. 1: 47v- 60). 196 Tal y como afirma Pastor (1987: 187) para la Mixteca “aunque se elegía como tutores y albaceas a los parientes más cercanos y los abonados, los bienes del cacicazgo rara vez salían intactos o bien conservados de esas a veces largas tutelas”.

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menores de D. Domingo de la Cruz -GENEALOGÍA 15- (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 259).

De una manera o de otra, la existencia de herederos menores era percibida como una fuente de conflictos, incluso cuando lo que mediaba era un arrendamiento y no una propiedad. Por ello, D. Jerónimo de Moctezuma al fallecer en 1725 Salvador Flores I, el arrendatario del rancho de San Pedro Coayuca, siendo sus hijos menores, alega, para no seguir manteniéndolo con su esposa Catarina Romero, entre una de las razones, el que esta circunstancia daría pie a las intromisiones de los colindantes (véase apartado 3.2). Además, la tutoría de menores era una oportunidad para acceder al patrimonio de otros. El grado de éxito se medía en relación al tiempo de disfrute. Éste podía circunscribirse únicamente al período de la minoría de edad o trascender y producirse el desplazamiento de línea del que ya hemos hablado. Evidentemente, aquí la correlación de fuerzas fue un factor clave.

Una vez que hemos abordado quienes eran los albaceas y los herederos, así como la problemática de la existencia de menores en las herencias, pasaremos a la otra parte, qué hereda cada cual y en función de qué normas. Esto es, una de las cuestiones más controvertidas. Para ello, primero hablaremos del título de cacique, para después adentrarnos en los bienes, que eran de dos tipos: heredados y vinculados.

El título de cacique era parte integrante de ese capital acumulado durante generaciones y como tal se transmitía de los progenitores a sus descendientes. Esta distinción social se convirtió en la cuota mínima a la que accedieron los herederos de las diferentes familias. Aunque en el siglo XVIII ser cacique ya no implicaba poseer un cacicazgo, los miembros del linaje, buscaban dotarse de una distinción que conllevaba interesantes beneficios197. Entre ellos, por ejemplo, la posibilidad de optar a un buen matrimonio (véase el caso de D. Luis de Guzmán II). Por lo tanto, ser cacique seguía siendo una posición ambicionada y buscada más que nunca por todos los miembros del linaje, que se reconocían como tal.

No obstante, la idea de que tal distinción era prerrogativa exclusiva del hijo primogénito, de acuerdo con las normas de sucesión propias de los mayorazgos, fue esgrimida, como arma arrojadiza contra los enemigos, cuando éstos no cumplían con dicho precepto. De hecho se extiende hasta fechas tan

197 “El título de cacique confirmó el derecho de los señores naturales a no pechar ni a prestar servicios personales, así como a recibir mercedes de tierras y una renta por parte de su comunidad en reconocimiento de su calidad, entre otros privilegios” (Menegus, 2005: 20).

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tardías como 1794, en la cual el gobernador de Tepexi y demás oficiales de república en un pleito de tierras con Dª Petrona Paula de la Cruz (hija de D. Jerónimo de la Cruz y Dª Rosa María Moctezuma -GENEALOGÍA 19-) afirman que:

“Es una falsedad lo que dice cuando supone cacique a su esposa, puesto que este derecho como en toda cosa vinculada recae forzosamente en el hijo primogénito y no en el resto porque ya son tributarios” (AHJP, 6287: 3v).

Al principio de este capítulo, cuando definimos el perfil de la nobleza indígena de Tepexi de la Seda, concluimos entonces que se había producido una homogeneización de sus miembros mediante la extensión del título de cacique a todos los integrantes del linaje. Esto es, se transmite de los progenitores a todos sus hijos e hijas o por lo menos éstos lo adoptan. Con el matiz, según D. Juan de Moctezuma I, que en el caso de los hijos naturales, dicha calidad solamente se transmite por vía paterna (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 2: 88 p.). Es decir, se despoja a las mujeres solteras de su papel como transmisoras de la nobleza. Por lo tanto, los descendientes fruto de la “guerra” o las “malas yerbas” cuyo padre no es noble, deben carecer de tal consideración, aun cuando su madre sí lo sea. A pesar de lo cual, como ya indicamos, esto en la práctica no supuso un impedimento para ejercer como tales (véase el caso de D. Antonio de Luna I y D. Francisco de Luna, principales exponentes de esta circunstancia198).

Con todo, vemos como el énfasis se pone en la existencia de padre conocido pero no se hace referencia a otras cuestiones como la pureza de sangre. El mestizaje no solamente no resulta un impedimento real, sino que tampoco es utilizado para desprestigiar al contrario. Un claro ejemplo es el caso de D. Diego de Moctezuma y Cortés, hijo de D. Juan de Moctezuma I. En 1758 los adversarios de este último, en un intento por evitar que D. Diego sucediera a su padre en el gobierno local, alegan su calidad de mulato como un obstáculo para ejercer el cargo199 (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 2: 1-3 pp.). Sin embargo no aluden a la norma de que los mestizos, mulatos y demás no pueden ser caciques, cuando, sin embargo, defienden la ostentación de esta última distinción como requisito para ser gobernador de Tepexi.

En cualquier caso, en la práctica el título de cacique fue transmitido a hijos e hijas, legítimos y naturales. Hemos visto que para el siglo XVIII ser

198 Además de ellos, solamente tenemos documentado otro caso de hija natural: María

de la Cruz II -GENEALOGÍA 13- (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 234v). 199 Volveremos sobre en ello en el capítulo 4.

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cacique no implicaba, obligatoriamente, tener detrás un cacicazgo del que se era titular. Había caciques con patrimonio y sin él. Dentro de los que sí lo tenían, podía ser vinculado, como corresponde, o simplemente heredado. La clave está en determinar qué se esconde tras la existencia de un cacicazgo y varios caciques vinculados al mismo. ¿Por qué normas se regula su transmisión? La cuestión es compleja. Va mucho más allá de la “simple” norma de que los bienes vinculados200 no podían ser divididos ni vendidos. La coexistencia de un patrimonio heredado y privado no favorece el esclarecimiento de la situación. No obstante no cejaremos en el intento.

Empecemos por el caso de la sucesión y herencia de D. Jerónimo de Moctezuma. La ejecución de esta herencia es especialmente relevante si tenemos en cuenta que estamos hablando del patrimonio del cacique más importante de Tepexi de la Seda. La cuantía y valor del mismo, es algo que analizaremos, junto con el resto de los patrimonios de las otras familias, en el siguiente capítulo. De momento, lo que nos interesa es determinar las reglas de sucesión entre los Moctezuma y Cortés y los conflictos que se derivaron por defender una u otra opción. En este sentido, subyacen dos clases de enfrentamientos. Por un lado, entre los albaceas y el resto de los herederos al que ya hemos hecho alusión; y por el otro, entre doña María Hernández, viuda de D. Carlos de Moctezuma, con los hermanos de éste, que es el que más nos interesa en este momento.

Tras elaborar el inventario de los bienes que quedan a la muerte de D. Jerónimo, se pasa a la división de éstos entre los herederos, correspondiéndole a cada uno (hijos y nietos, en el caso de la descendencia de D. Carlos de Moctezuma), una cantidad de tierras, una parte de la vivienda familiar en Tepexi, bienes muebles o en su defecto, una módica cantidad de pesos a modo de compensación. Por lo tanto se efectúa una división del patrimonio en partes similares, si no iguales.

La causa del segundo enfrentamiento gira en torno al reconocimiento o no de dichos bienes como partes integrantes de un cacicazgo. Veamos los argumentos de las partes. Dª María Hernández, viuda de D. Carlos de Moctezuma, defiende la tesis de que las tierras que deja su suegro tienen el carácter de vinculadas al cacicazgo. Por lo tanto, aplicando la regla sucesoria de la primogenitura y la descendencia lineal, al fallecer su marido D. Carlos,

200 De manera puntual se registra en la documentación el uso del término mayorazgo en

sustitución del de cacicazgo. Por ejemplo, en el caso de D. Jerónimo de Moctezuma (AHJP, 3119: 17) o de D. Domingo de la Cruz (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 135v).

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primogénito y por lo tanto heredero del vínculo, este derecho pasa a su hijo mayor Rafael, menor de edad en el momento de la muerte de su padre y de su abuelo (AHJP, 3560: 1-3v). Evidentemente, la aceptación de esta norma, inspirada en los preceptos del mayorazgo, implicaría el desplazamiento y despojo del resto de los herederos y tíos de Rafael del disfrute de los bienes, que según el juicio de división de bienes, habían sido repartidos. Así lo consideraban y en consecuencia actuaron. Sirvan de ejemplo las declaraciones de una de ellas, Dª Mariana de Moctezuma, quien apela a la costumbre natural de Tepexi en relación a las reglas de sucesión, la cual según afirma consta en las pinturas y mapas que guarda:

“Dichas tierras siempre han sido divisibles desde sus principios entre los predecesores viejos y antepasados que fueron de dicho don Jerónimo como el mismo lo confiesa en una de las cláusulas de dicho testamento, de tal suerte que atendiendo a la usanza y costumbre de los naturales y caciques de dicho pueblo ha estado dividido el todo de dichas tierras entre dicho don Jerónimo y sus tíos como a fojas doscientas setenta y cinco lo confiesa, y lo declara verdad tan inconclusa que la misma viuda de dicho don Jerónimo lo expresa así en el escrito de fojas doscientas noventa y una” (AHJP, 3560: 18v-19).

A lo cual añade:

“La referida costumbre es conforme del precepto divino que establece el socorro con el patrimonio a los hermanos, y consanguíneos porque es cosa inicua que en una familia se lleve uno solo toda la hacienda, y los demás giman en medio de sus pobrezas, y porque dicha división puede ser medio para cerrar la puerta a los litigios que se preparan respecto al consentimiento de los interesados” (AHJP, 3560: 20v-21).

Para profundizar un poco más en los matices de esta polémica veamos las declaraciones de otros herederos. D. Juan de Moctezuma I defiende que las tierras divididas “no son vinculadas sino que siempre han sido partibles” (AHJP, 3560: 21). En la misma línea declara su madre, Dª Rosa Flores, quien dice que D. Jerónimo:

“Era dueño de muchas tierras que heredó de sus padres, abuelos y hermanos y que de ellas vendió muchas a varias personas luego bien se infiere que las tierras que se pretenden dividir son heredadas y no de cacicazgo, y también de lo dicho se infiere que aun en el supuesto falso de que fuesen de cacicazgo son divisibles por el estilo y costumbre que han observado los indios por ser entre ellos la mejor ley y por estar por Su Majestad el señor Felipe segundo aprobada aquella costumbre que antiguamente se observaba entre los naturales siendo buena y no opuesta al derecho natural” (AHJP, 3560: 27-28).

En definitiva, nos enfrentamos a una disputa que versa en torno a la naturaleza de los bienes que D. Jerónimo deja a su muerte y las consecuencias que ésta tiene para las normas de sucesión. Como señaló Menegus (2005: 15)

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uno de nuestros principales problemas, en cuanto al cacicazgo se refiere, es que carecemos de un documento fundacional en el que se recojan los bienes por vincular y se defina el régimen sucesorio, como sí encontramos para los mayorazgos, institución en la que se inspira el cacicazgo. A esto le añadimos, que el mencionado testamento de D. Jerónimo, nuestra posible tabla de salvación, tampoco ha llegado a nuestras manos, teniendo que conformarnos con referencias indirectas al contenido del mismo.

Según las declaraciones de Dª Rosa Flores y de sus hijos D. Juan y Dª Mariana, la familia Moctezuma y Cortés contaba con un engrosado patrimonio heredado, pero no vinculado (AGN, Tierras, Vol. 2947, Exp. 84: 210). Esto es, son caciques sin cacicazgo. Sin embargo, más allá de las pretensiones de Dª María Hernández para su hijo Rafael, lo cierto es que las referencias a tierras de D. Jerónimo como parte de un cacicazgo son constantes. Veamos algunas de ellas. En primer lugar, en el proceso de composiciones de 1712, que abordaremos en el siguiente capítulo, afirma que sus tierras son de cacicazgo (FTTP, Caja 28, Exp. 718: 4v). Asimismo en los diferentes procesos en los que se ve inmerso (licencias para arrendamiento, usurpaciones, etc.) afirma que tierras, como las de San Juan Zacapala (AGN, Tierras, Vol. 2983, Exp. 175: 1) y San Pedro Coayuca (AHJP, 2713: 21), incluidas en el juicio de división de bienes, son de cacicazgo. Por otro lado, tenemos noticia de que en su testamento incluyó unas cláusulas en las que se indicaba el carácter vinculado de los bienes recogidos en él. Concretamente en la 10ª, 42ª y 47ª se habla de tierras “en razón de cacicazgo” (AHJP, 3119: 16v). Además, el alcalde mayor, tras la elaboración de los inventarios, solicita a los albaceas y herederos que presenten todos los papeles que tengan sobre el “cacicazgo” o “mayorazgo” para determinar el valor (AHJP, 3119: 17). Y por último, ejecutada la división y partición de bienes, se hace referencia a los herederos como “los legítimos sucesores del cacicazgo” (AHJP, 3648: 2v).

En definitiva, una parte del patrimonio de D. Jerónimo de Moctezuma estaba vinculado en un cacicazgo, aun cuando en el inventario no se hace ninguna distinción sobre la naturaleza de los bienes. Otras fuentes reconocen a algunas de ellas como vinculadas (véase el caso de Zacapala y Coayuca), mientras que sobre el resto no sabemos mucho más. Lo que ésta claro es que si los bienes sujetos al juicio de división eran de ambas naturalezas (vinculadas y heredadas), no fueron objeto de dos normativas diferentes a la hora de disponer las condiciones de la herencia. Ante lo cual solamente nos queda una opción viable, también sugerida en las manifestaciones de los herederos: las

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tierras son de cacicazgo pero, según la costumbre natural de Tepexi, las normas de sucesión aplican la división entre todos los herederos directos, es decir, de padres a hijos e hijas con un fin asistencial: el socorro de todos los familiares (hermanos y consanguíneos). De hecho como recuerda en su declaración Dª Rosa Flores, ellos se adscribían a lo determinado por Felipe II. Se refiere a la cedula de 1557 donde ordenó que en la sucesión se respetara la costumbre indígena (Menegus, 2005: 47) Por lo tanto, cada cual hizo en su casa lo que consideró conveniente201.

De manera que los albaceas de D. Jerónimo se limitan a reconocer el derecho de los hijos de D. Carlos y Dª María a la parte de tierras, vivienda y demás que les corresponde, tal y como consta en la división hecha entre los herederos (AHJP, 3560: 21v-22). No obstante, primero Dª María y después su hijo D. Rafael no cejan en su empeño. De hecho, este último solicita en 1780 que se le dé testimonio del testamento de su abuelo, para deducir los derechos que le asisten, ya que es hijo de D. Carlos, primogénito de D. Jerónimo, y por lo tanto “el cacicazgo que quedaba le venía por línea recta” (AHJP 4700: 1). Con esta afirmación, D. Rafael obvia una realidad que no le es lejana y desconocida ni a él ni a su madre: la sucesión de la titularidad del cacicazgo por vía colateral y masculina. Su abuelo D. Jerónimo había heredado la distinción de su único hermano varón y mayor que él, D. Francisco I, tras la muerte de éste, quien a su vez la había obtenido del padre de ambos (AGN, Intestados, Vol. 9, Exp. 4:113). Su hermana Dª María, a pesar de ser la primogénita, no goza, según nuestros datos, de dicho privilegio. Nuevamente asistimos a un desplazamiento de las mujeres frente a una clara preferencia de los varones para disfrutar de dicha posición. Por lo tanto, según estas normas, que desconocemos si prevalecieron en las generaciones anteriores, tras la muerte de D. Carlos, el primogénito, el titular del cacicazgo y sucesor inmediato debía ser su único hermano varón: D. Juan I, casualmente el albacea de D. Jerónimo, y no D. Rafael.

En conclusión, nos encontramos con que todos los herederos eran caciques, se repartían los bienes, fueran o no de cacicazgo, pero solamente uno de ellos era el titular. La siguiente pregunta será entonces ¿qué

201 Situación similar encontró Jäcklein (1978: 13) para los dos siglos anteriores al

afirmar que: “Se producen tan a menudo excepciones a estas reglas de preferencia que no

parece posible sistematizarlas; ni tampoco logramos una sistematización analizando las abundantes informaciones que nos dan los pleitos sobre herencias y tierras en época colonial”.

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diferenciaba a éste del resto? Y ¿por qué D. Juan I defendió la división y no la vinculación de las tierras a un cacicazgo cuando era el candidato preferente para ocupar la titularidad? ¿Qué se nos está escapando? Evidentemente muchas cosas. La falta de datos claros y precisos fruto de la transposición de dos sistemas inspirados en el mayorazgo, por un lado, y la costumbre natural, por el otro, nos lleva, en mayor o menor medida, según los casos, a un ámbito donde las hipótesis se quedan simplemente en eso, en hipótesis que no siempre se pueden constatar. Lo cierto es que esta confusión, tal vez interesada según las circunstancias, sobre la naturaleza de los bienes, es una constante en las diferentes herencias. Veamos otros ejemplos para perfilar aún más la realidad en la jurisdicción de Tepexi.

En el pleito por la herencia de D. Juan de la Cruz II “El mozo” se genera un enfrentamiento entre Gaspar García, quien reclama la herencia de su madre difunta Dª Gracia de la Cruz, y su tía Petrona (GENEALOGÍAS 21 y 22). Al margen del cuestionamiento que ésta hace de que Gaspar sea hijo de su hermana202, afirma que aunque fuera descendiente no podría tampoco vender ni partir las tierras, porque los bienes de cacicazgo de ninguna manera pueden ser vendidos ni partidos entre los herederos.

“Y es tan estrecho el rigor de la enajenación de estos bienes que ha habido muchos autos que han discurrido que ni el Supremo Príncipe puede conceder licencia para enajenarlos y los que le confiesa (y con razón) esta facultad todos a una voz dicen que se requiere causa justa para ello y pasan a disputar las causas sobre que difundiéndose traen la del presente negocio de si en el concurso de varios herederos por la necesidad de estos se pueden partir y enajenar los bienes que están afectos al mayorazgo o cacicazgo por parecer justa causa el que perezcan unos y el sucesor solo sea el aprovechado. Y para resolver el punto dicen que es necesario averiguar si además de estos bienes hay otros libres y hereditarios porque habiéndolos será esta dificultad pues con ellos se subviene y socorre a sus necesidades. Pero a pesar de que no haya otros bienes libres ni hereditarios, los del cacicazgo no se pueden partir ni enajenar, sino que los ha de gozar todos el sucesor inmediato, pues lo primero que se considera es la línea, lo segundo el grado, lo tercero el sexo y lo cuarto la edad, por lo que el que se halla en la línea de la primogenitura prefiere a todos los demás de las otras líneas aunque sean más inmediatos porque este beneficio se debe a la primogenitura” (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 176-177 pp.).

202 Dª Petrona afirma que Gaspar, que se apellida García, no es sino Gaspar Merino,

hijo legítimo de Gaspar Merino e Isabel Montaño, los cuales eran caciques y oriundos de la ciudad de Tehuacán. Por ello considera que carece de ningún derecho sobre las tierras en cuestión, porque no desciende de D. Nicolás Juárez, su bisabuelo, de quien fue el cacicazgo. Para profundizar más en el pleito véase AGN, Vol. 1586, Exp. 4: 318 pp.

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De manera que, a lo ya dicho, añade dos ideas importantes. Una, que para el socorro de los herederos están los bienes heredados y no vinculados, y en caso de no existir no se contempla dicha asistencia. Dos, que las reglas de preferencia en la sucesión de los cacicazgos privilegian, en orden de importancia, la línea, el grado, el sexo y, por último, la edad.

El objetivo de Dª Petrona es hacer valer que, aunque fuera parte D. Gaspar, lo cual niega, “la legitima sucesión y preferencia recae en ella” (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 43 p.) aplicando las reglas, arriba indicadas. Por el contrario, D. Gaspar se escuda en el testamento de su abuelo, en el cual, según él, los bienes recogidos “no son declarados por mayorazgo o vinculo, sino por suyos” (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 55). No obstante, en éste, que nos ha llegado, no existe ninguna mención expresa acerca de la naturaleza de los bienes que deja en herencia. Volvemos a encontrarnos con la misma dificultad: patrimonios formados por bienes de diferente naturaleza, con distintas normas para su herencia, pero carentes de una clasificación que nos permita su identificación. Igualmente, dos partes interesadas, que defienden las normas que les favorecen, realizando interpretaciones sobre aspectos no especificados en las disposiciones testamentarias.

Los hermanos D. Juan Antonio y Dª Mariana Cebrián heredan unas tierras de su bisabuelo D. Juan, que pasan a su abuelo D. Miguel y de éste a su padre D. Pedro Cebrián (GENEALOGÍAS 4 y 11). Cuando en 1784 las venden a los naturales de los pueblos de San Mateo Soyamachalco y San Vicente Coyotepec, salta a la palestra la polémica sobre la naturaleza de estas tierras. Según la parte de los pueblos:

“La división a la que se han visto sometidas demuestra que no son de cacicazgo, pues sino a la muerte de don Miguel no se hubieran aplicado a don Pedro, ni por la de éste se hubieran dividido entre don Juan Antonio y doña Mariana Cebrián” (AGN, Tierras, Vol. 1234, Exp. 1: 4-4v).

A pesar de que, en otro documento, afirman que las tierras que compran son de cacicazgo y que de este mismo se han vendido diferentes pedazos de tierra a otros individuos (AGN, Tierras, Vol. 2779, Exp. 15: 46 p.). Sin embargo D. Juan Antonio Cebrián afirma que:

“Aunque las tierras se denominan de cacicazgo, son divisibles y hereditarias y efectivamente se dividieron entre sus partes” (AGN, Tierras, Vol. 1234, Exp. 1: 7v).

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Mientras que en otro momento dicen que:

“Las tierras no son del vínculo o cacicazgo sino libres heredadas por sucesión de padres a hijos y como tales se han desmembrado y vendido parte de ellas como El Chorrillo y El Rosario” (AGN, Tierras, Vol. 1234, Exp. 1: 4v).

Por lo tanto, no sólo nos encontramos con diferentes versiones, sino que a veces proceden del mismo individuo, generando todavía, si cabe, mayor confusión.

Por suerte, casos como del Dª Josefa de Cebrián III (GENEALOGÍA 27) resultan más esclarecedores. En su testamento establece que “todos sus bienes se dividan en partes iguales” y autoriza a sus herederos a que si lo consideran conveniente los vendan en almoneda (AHJP 4961: 10). Esta transparencia, tan poco habitual, se debe a la ausencia de tierras vinculadas. Todos los problemas sucesorios radicaban en la existencia de un cacicazgo. Esta institución es el principal origen de los pleitos entre herederos y la fuente de múltiples quebraderos de cabeza para los investigadores.

Con la herencia de D. Domingo de la Cruz se plantea otra variación: beneficiar al primogénito frente al resto203. De forma que de sus cinco hijos, D. José, el mayor, se quedó con la mitad y el resto se dividió a partes iguales (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 67). Tal vez, en esa distinción radique el motivo por el cual D. Antonio de la Cruz, uno de los herederos al fallecer su hermano D. José, en el pleito por tierras que él y sus hermanos mantienen con el Marquesado de Selva Nevada, pase en un momento dado a declararse como “único hijo legítimo y heredero universal de D. Domingo de la Cruz” (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 1). D. Antonio justifica su identificación como único heredero, dejando de lado a sus hermanos, “porque siendo las tierras que se litigan de cacicazgo, él es el hijo mayor de D. Domingo” (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 149). Vuelve a aparecer un argumento ya planteado, el primogénito hereda el cacicazgo, el resto los bienes heredados.

Por último, nos gustaría traer a colación, a pesar de la fecha, la declaración que en 1798 la cacica Dª María Jacinta de la Cruz (GENEALOGÍAS 9 y 17) hace al respecto en la cláusula 11ª de su testamento:

“Por lo que respecta a los pedazos de tierra que son heredados de cacicazgo les ordena que ninguno de sus hijos de ninguna manera los vendan ni enajenen a persona alguna, y sí puedan venderse entre ellos mismos, y en caso de que lo quieran ejecutar a persona extraña pierda el derecho que a el

203 Pastor (1987: 326) indica para la Mixteca del siglo XVIII una tendencia a adoptar las

reglas de herencia española: reparto igualitario entre hijos legítimos y mejoramiento del mayor.

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tenga y se reparta entre los que no intentan vender” (ANP, Prot. nº 1 TR (1731-1754), Exp. 15: 57 p.).

Estas palabras nos aportan un nuevo matiz a la problemática que estamos tratando. Así como una clave para interpretar la naturaleza del cacicazgo tepexano. Por un lado, queda constatado como, salvo alguna excepción, tanto las tierras de cacicazgo como las que no lo eran, fueron divididas entre todos los herederos directos a partes iguales. Esta tendencia es interpretada habitualmente como el inicio de un proceso de fragmentación del vínculo y desaparición del mismo204. Sin embargo, Dª María nos plantea otra alternativa en la que la división entre todos los herederos y la integridad del cacicazgo eran viables, a través de la perpetuación de éste en el seno de la familia. El patrimonio vinculado es disfrutado y heredado por todos los descendientes, quienes a su vez pueden transmitirlo a sus hijos. La única condición es que no se puede vender, y en caso de hacerlo, a nadie ajeno al linaje, o en su defecto, se pierden los derechos a él.

Si a este planteamiento añadimos la declaración de D. Francisco de Moctezuma III (GENEALOGÍAS 4 y 28) para quien el desmembramiento de los bienes no era relevante siempre que esto no afectara “al cobro de los terrazgos” (AGN, Tierras, Vol. 1234, Exp. 1: 17v), la visión de conjunto empieza a perfilarse con más claridad. Así como donde residía el verdadero poder económico de los caciques tepexanos (sus terrazgueros) y, por lo tanto, la fuente de sus problemas, como veremos en el apartado 3.1.

En resumen, el cacicazgo tepexano evoluciona entre dos aguas: las normas del mayorazgo205 y los preceptos que marca la costumbre natural. Esta última condiciona la configuración del mismo y establece que los bienes estén

204 Ouweneel (1995: 771) considera que el hecho de que tanto los hijos como los hermanos y primos del cacique adoptaran el título y los derechos ligados a éste implicó el colapso del carácter de mayorazgo del cacicazgo, lo que derivó en una fragmentación de los derechos del cacicazgo.

205 Según López Sarrelangue (1965: 105): “Las leyes españolas equipararon los cacicazgos a los mayorazgos. Así, pues,

hubieron de regirse por las mismas reglas, esto es, por derecho de sangre y no de herencia.

Se había ordenado ya en 1603 que los hijos sucedieran a los padres en el señorío y que se prefiriera a los descendientes legítimos, mayores de edad, varones y más aptos.

Faltando la descendencia directa o siendo sus miembros inhábiles, se difería la sucesión al pariente transversal más cercano. Y era muy frecuente que entrando en posesión del cacicazgo una línea, ésta continuara gozando de la tenencia del puesto hasta extinguirse.

Siguiendo las Leyes de Partida que aceptan la sucesión femenina en defecto de varón por línea recta, tanto en los reinos y en los feudos, como en los mayorazgos y en otros vínculos, también se reconocían los derechos de las mujeres a los cacicazgos”.

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vinculados a todo un linaje. Si esto se traduce en lo que Machuca (2005: 193)206 define como “cacicazgo compartido” o, como sostiene Ouweneel (1995: 771), es una fragmentación de los derechos del cacicazgo, la ampliación de la proyección cronológica de esta investigación más allá del siglo XVIII es la vía que tal vez nos permita dar una respuesta más precisa en el futuro.

Por el momento, al margen de la naturaleza de esta institución y de sus normas de sucesión, la realidad es que la falta de un acta de constitución de los cacicazgos, junto con el criterio predominante de aplicación de la costumbre natural, deriva en una situación de confusión generalizada que favorecía a unos caciques y perjudicaba a otros. Cada cual contaba la historia según más beneficios les reportaba. Los resultados, no dependían tanto de la veracidad sino de los recursos de cada una de las partes: riqueza con la que sufragar los gastos de los pleitos y amistades ubicadas en posiciones estratégicas. Como reconoce el propio fiscal protector del caso entre los Cebrianes y los naturales de los pueblos de San Mateo Soyamachalco y San Vicente Coyotepec era habitual que se ocultara la condición de tierras vinculadas a un cacicazgo con el fin de facilitar la venta de las tierras. Para ello, entre otras causas, defendían ser mestizos o de otras castas (AGN, Tierras, Vol. 1234, Exp. 1: 26-26v). Esto último no era complicado para las familias nobles de Tepexi, ya que como hemos visto los matrimonios con españoles u otras castas no eran una excepción.

Por otro lado, al igual que los Cebrián en un momento dado optan por dejar de ser caciques, observamos que, según las circunstancias, los linajes están más interesados en vender sus tierras y en dividirlas entre todos los herederos, que en defender su condición de cacicazgo. Aunque la confusión entre la condición de las tierras y las normas de sucesión, así como la compatibilidad entre tierras de cacicazgo y la posibilidad de ser divididas y vendidas, dejaba la puerta abierta a las diferentes generaciones, así como a sus miembros, para que cada cual optase por lo que considerase más oportuno: ¿la defensa del interés colectivo o el individual? ¿cuál de los dos les beneficiaba más? En cualquier caso, su empeño debían de ponerlo en defender sus argumentos.

206 En referencia al caso del cacicazgo de Tehuantepec (siglo XVI-XVIII) afirma:

“Es difícil dar una definición del cacicazgo a partir del caso que acabamos de analizar; sólo se puede comparar con el mayorazgo en el siglo XVI, después otro modelo - que hemos llamado cacicazgo compartido -, tal vez más lógico, de explotación y recursos y repartidos entre toda la parentela, se impuso en unas propiedades que, se aclaraba, eran proindivisas; así se evitaba la fragmentación”.

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2.3. Educación y formas de vida

Nuestro siguiente objetivo es analizar diferentes aspectos de la vida cotidiana de la nobleza tepexana. Los pequeños retazos que nos dejan las fuentes nos permiten profundizar en una esfera más privada la cual, no obstante, es también importante para definir el grado de poder que amasaron en sus manos y cómo se reflejó éste en su educación y formas de vida.

2.3.1 Educación

En una época como la colonial en la que ser analfabeto era una realidad extendida entre la población de la Nueva España, independientemente de la calidad social y condición racial de la persona, la educación era un ventaja, un valor añadido para aquellos que aspiraban a acceder a una mayor posición social y mantenerla después207. En este sentido, vamos a determinar, en qué medida, los caciques y cacicas de Tepexi disfrutaron de esa ventaja y, en los casos afirmativos, a través de qué medios adquirieron dichas destrezas.

La formación se traducía en la adquisición de cuatro habilidades: lectura, expresión oral y escrita, así como el dominio de varios idiomas, en este caso, castellano, náhuatl y chocho. Por lo tanto, nuestro interés lo enfocamos hacia las siguientes preguntas: ¿cuántos hablan, leen y escriben? y ¿en qué idioma? Dicho análisis lo efectuaremos también desde la perspectiva del género.

De las 775 personas registradas en las fuentes consultadas (caciques y/o principales y oficiales de república), tenemos constancia de que solamente 69 de ellos saben firmar, siendo 48 caciques y principales (46 hombres y 2 mujeres)208. Véanse algunos ejemplos en las IMÁGENES 9, 10, 11 y 12.

207 Tal y como afirma Tanck de Estrada (1999: 438):

“Al final del siglo XVII la mayoría de los habitantes de Nueva España no sabía leer y escribir. Sin embargo, ser analfabeto, especialmente en el campo, no llevaba un estigma. Saber leer era ventajoso pero no imprescindible. Tanto entre los indios como entre personas de otras razas, ser analfabeto no impedía conseguir ciertos puestos, presentar litigios en los tribunales e incluso enriquecerse”. 208 D. Francisco de San Matías (AHJP, 2609: 2-2v); D. Lorenzo de Mendoza (AHJP,

2713: 1v); D. Joaquín de Mendoza (AGN, Vínculos, Vol. 71, Exp. 1: 27); D. Antonio de Luna I (AHJP, 2913: 1-1v); D. Tomás de Luna I (AGN, Vínculos , Vol. 70, Exp. 3: 133 p.), D. Nicolás de Luna (AHJP, 3611: 7-7v); D. Francisco de Luna (AHJP, 3027: 4); D. Tomás de Luna II, D. Juan de Luna (AGN, Tierras, Vol. 3552, Exp. 2, Cd. 2: 135) D. José de Luna (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 2: 40-41 pp.); D. Francisco de Moctezuma II (AHJP, 3611: 8v); D. Francisco de Moctezuma III “El mozo” (AGN, Tierras, Vol. 3546, Exp. 1, Cd. 4: 42v); D. Luis de Guzmán II (FTTP, Caja 1, Exp. 172: 2v); D. Gaspar de Guzmán (AGN, Intestados, Vol. 9, Exp. 4: 114); D. Felipe de Moctezuma (AHJP, 2713:6); D. Jerónimo de Moctezuma (AHJP, 2609: 26); D. Carlos de Moctezuma (AHJP, 2713: 16); D. Rafael de Moctezuma (AHJP, 3592: 2-2v); D. Juan de Moctezuma I (AGN, Vínculos , Vol. 71, Exp. 1: 20); D. Diego de Moctezuma (AHJP, 4600: 4);

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IMAGEN 9. Firma de D. Juan de Moctezuma I (Fuente: AGN, Vínculos, Vol. 71, Exp. 1: 20)

IMAGEN 10. Firma de D. Nicolás y D. Tomás de Luna I (Fuente: AGN, Tierras, Vol. 3552, Exp. 2, Cd. 2: 135)

IMAGEN 11. Firma de D. José de la Cruz (Fuente: AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 64)

D. Nicolás de la Cruz II (AHJP, 2713: 11v); D. Luis de Guzmán III (AHJP, 3560: 15v); D. Jerónimo de Guzmán (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 2: 40-41 pp.); D. Juan de la Cruz I “El viejo” (AHJP, 2742: 8v); D. Nicolás de la Cruz II (AHJP, 2713:11v); D. Francisco de la Cruz I (AHJP, 2696: 9); D. Pedro de la Cruz (AHJP, 3592: 2-2v), D. Jerónimo de la Cruz (AGN, Vínculos, Vol. 71, Exp. 1: 71v); D. Andrés de la Cruz (AGN, Tierras, Vol. 3546, Exp. 1, Cd. 4: 46v); D. Juan Antonio Cebrián y Dª Mariana Cebrián (AGN, Tierras, Vol. 1234, Exp. 1: 358-359 pp.); D. Manuel Moctezuma (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 2: 36 p.); D. Domingo de Hoyos (AGN, Tierras, Vol. 887, Exp. 2: 24-24v); Juan del Hoyo (ANP, Prot. nº 1 TR (1731-1754): 2 p.); D. José de la Cruz (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 2: 131-132 pp.); José Mateo Ramos (AHJP, 4961: 2); D. Miguel de la Cruz (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 29 p.); Dª Paula Francisca (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 87); D. Domingo de la Cruz (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 85); D. Juan Cebrián I (AHJP, 2713: 11v); D. Juan Cebrián II (AHJP, 5951: 20v-21); D. Antonio Quintero (AHJP, 3232: 1-1v); D. Domingo de la Cruz y San Martín (AHJP, 3027: 4); Juan Pascual López (AHJP, 4577: 3v); D. Antonio José López (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 153); Mariano Espinosa (AGN, Tierras, Vol. 3545, Exp. 1: 23v); Gaspar González (AGN, Tierras, Vol. 3546, Exp. 1, Cd. 6: 48v); D. Antonio Romano (AGN, Vínculos, Vol. 71, Exp. 1: 164v); D. Pedro Jacinto (AHJP, 2713:10); D. Miguel de Guzmán (AGN, Tierras, Vol. 3546, Exp. 1, Cd 6: 46v-47); Antonio de Mendoza (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 8: 183-184 pp.); Juan Soriano (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp.8: 175-176 pp.); Francisco López (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 153); Martín Francisco (AGN, Tierras, Vol. 3552, Exp. 2, Cd. 1: 69); Manuel Mateo (AGN, Tierras, Vol. 3552, Exp. 2, Cd. 2: 92); Miguel Martínez (AGN, Tierras, Vol. 3552, Exp. 2, Cd. 2: 104-104v); Domingo Jiménez (AGN, Vínculos, Vol. 71, Exp. 1: 40); Manuel José (AGN, Indios, Vol. 62, Exp. 92: 148); Francisco Antonio (AGN, Indios, Vol. 62, Exp. 92: 148); Bartolomé Martín (AGN, Indios, Vol. 62, Exp. 92: 148); Gabriel Miguel (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 113); Carlos Mendoza (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 2: 36 p.); José Guzmán (AGN, Vínculos, Vol. 71, Exp. 1: 38); Nicolás de Mendoza (AGN, Vínculos, Vol. 71, Exp. 1: 71v); Manuel Ávila (AGN, Indios, Vol. 62, Exp. 92: 147v); Manuel Ignacio (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp.42: 3 pp.); Catarina Romero (AHJP, 3027: 27) y Salvador Flores II (AHJP, 3210: 3-3v).

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IMAGEN 12. Firma de D. Juan Antonio Cebrián (Fuente: AGN, Tierras, Vol. 1234, Exp. 1: 359 pp.)

Por otro lado, sabemos que 50 individuos del total (775) no saben firmar

y así lo expresan en la documentación. De éstos, 23 son caciques y principales (8 hombres y 15 mujeres)209. Por lo tanto, observamos como esta destreza está asociada, principalmente, a la condición social de cacique y principal, así como al género masculino. Esto último, a pesar de que los datos sobre cacicas son claramente inferiores. Igualmente, si efectuamos el análisis desde la

209 Dª María Pérez Cebrián (AHJP, 2698: 1); D. Salvador de Luna (AGN, Tierras, Vol. 3552, Exp. 2, Cd 2: 226-226v); Dª María de Mendoza y Luna (AHJP, 2713: 9); Dª María de Luna I (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 8: 87 p.); Dª Antonia de la Huerta (AHJP, 4009: 6); Dª Mª Jacinta de la Cruz (ANP, Prot. nº 1 TR, exp. 15: 58 p.); Dª Rosa Flores (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 2: 65-66 pp.); Dª Josefa Cebrián III (AHJP, 4961: 10-11); D. José de la Trinidad Ramos (AHJP, 4961: 2); D. José Isidro Ramos (AHJP, 4961: 2); Dª Mariana Cebrián II (AHJP, 5011: 5); Manuel Hoyos Moctezuma (AGN, Tierras, Vol. 887, Exp. 2: 24v-25); D. Gaspar García (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 191 p.); Dª Petrona de la Cruz II (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 9 p.); Dª Agustina de la Cruz (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 13 p.); Dª Manuela de Luna (AHJP, 4802: 3v); Dª Francisca de Moctezuma III (AHJP, 6287: 38); D. Pablo de Velasco –cacique de Acatlán, residente en Tepexi -( AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 23v-24); D. Francisco Javier Velasco -cacique de Guajuapa, vecino de Tepexi- (AGN, Tierras, Vol. 3552, Exp. 2, Cd. 1: 25-25v); D. Juan de la Cruz -principal de Santa María Nativitas- (AGN, Tierras, Vol. 3552, Exp. 2, Cd. 2: 75); Dª Micaela de la Cruz (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 47); D. Antonio de la Cruz (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 49-50); Juan Diego (AHJP, 2609: 16v); Antonio Francisco (AGN, Tierras, Vol. 3545, Exp.1: 118v-119); José Nicolás (AGN, Tierras, Vol. 3546, Exp. 1, Cd. 6: 50); Sebastián Pablo (AGN, Tierras, Vol. 3546, Exp. 1, Cd. 6: 50v); Sebastián Pedro (AGN, Tierras, Vol. 3546, Exp. 1, Cd. 6: 51); Tomás Francisco (AGN, Tierras, Vol. 3546, Exp. 1, Cd. 6: 51v); Francisco Antonio, Marcos José y Martín López (AHJP 4616: 7v y 12); Martín Antonio (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 8: 185-186 pp.); D. Antonio Ignacio (AGN, Vínculos, Vol. 71, Exp. 1: 102); Sebastián de Santiago (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 287v); Pedro Antonio (AHJP, 2713: 25v-26); Ignacio Francisco (AGN, Tierras, Vol. 3546, Exp. 1, Cd. 6: 47-47v); Juan Antonio (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 20 y 47); Francisco Tomás (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 47); Francisco Martín (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 70v); Miguel Baltasar (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 71v); Domingo Melchor (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 113); Pascual José López (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 113); Felipe Gregorio (AGN, Tierras, Vol. 3552, Exp. 2, Cd. 2: 75); Tomás Jiménez (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 128 y 131v); Francisco Ventura (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 130 y 131-131v); Antonio Juan (AGN, Tierras, Vol. 3552, Exp. 2, Cd. 2: 75); José Romano (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 8: 192-194 pp.); Sebastián Martín (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 8: 187-188 pp.); Pedro del Castillo (indio y cabecilla de Santa Isabel, no confundir con los españoles del mismo nombre) (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 8: 194-195 pp.); Dª Mariana de Moctezuma (AGN, Tierras, Vol. 3552, Exp. 2, Cd. 2: 93v).

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perspectiva familiar, queda patente su extensión entre todos los linajes, aunque no entre todos sus miembros.

Destacamos el caso de la cacica Dª Mariana de Moctezuma (GENEALOGÍA 9). En 1776 dice que no firma porque no sabe escribir, pero que lo hace a su ruego su hijo D. José de Luna (AGN, Tierras, Vol. 3546, Exp. 1, Cd. 3: 63v). En la misma línea procede un año más tarde, en 1777, siendo su otro hijo D. Juan de Luna y su cuñado D. Nicolás de Luna, los que en esta ocasión firman por ella (AGN, Tierras, Vol. 3552, Exp. 2, Cd. 2: 93v). No obstante, en 1778 aparece en una carta su firma (AGN, Tierras, Vol. 3552, Exp. 2, Cd. 2: 210-211) (IMAGEN 13).

IMAGEN 13. Carta de Dª Mariana de Moctezuma (Fuente: AGN, Tierras, Vol. 3552, Exp. 2, Cd. 2: 211)

Ante esta situación, cabe preguntarnos si en un año aprendió a firmar o, por causas que desconocemos, optó por ocultar dicha habilidad210. En una sociedad donde los roles sociales se asignaban, entre otros aspectos, en función del género, ¿es lógico pensar que estas mujeres, siempre representadas en el ámbito público por sus familiares varones, estuvieran

210 El mismo dilema nos planteamos con Dª Mencía de la Cruz, principal de Coyoacán,

durante el siglo XVI, aunque en este caso el lapso de tiempo transcurrido entre la ausencia y posterior demostración de dicha destreza es superior. Estamos hablando de siete años (Cruz, en prensa-c: 7).

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condicionadas a no manifestar sus conocimientos y habilidades, según las circunstancias?211 El caso es que nos resulta extraño que una mujer de la posición de Dª Mariana (miembro de la primera casa de caciques de Tepexi -los Moctezuma- y casada con D. Francisco de Luna, un hombre que llegó a ser intérprete general de la Real Audiencia de México), aprendiera tales destrezas a una edad tan tardía como los 70 años (APTR, LB, Vol. 11: 11). Más bien, la posición de su esposo le facilitaría el acceso al servicio de escribanos que escribieran y firmaran en su nombre212.

Ahora, más allá de ésta, ¿qué nos dicen los datos acerca de sus destrezas lingüísticas en el campo del habla, la lectura y la escritura? En Tepexi de la Seda, a pesar de la supuesta política de la Corona, desde principios de la colonia, por extender el uso del castellano, nos encontramos con que en pleno siglo XVIII, la mayoría de la población del denominado común de los naturales hablaba chocho (la lengua autóctona de la jurisdicción) y en todo caso, náhuatl. La extensión del uso de esta última se debe, según testimonio de D. Juan de Moctezuma I, a la labor que desarrolló siendo gobernador, mediante la creación de escuelas en los diferentes pueblos. Detrás de esta empresa se escondía una cuestión logística: Tepexi era un lugar de tránsito y paso de caminos reales, por lo tanto con la introducción del náhuatl se buscaba favorecer la comunicación entre los comerciantes que transitaban por la jurisdicción y los indios213. De manera que el castellano estaba circunscrito a los españoles, mestizos y mulatos, por un lado, y a la mayoría de los oficiales de república y los caciques y principales por el otro. No obstante, estos últimos, manejaban igualmente las lenguas indígenas. Vamos a ver cuántos y en qué términos. Aunque antes de nada téngase en cuenta que los datos acerca de la destreza con el castellano son superiores al resto de lenguas. La declaración en las informaciones de testigos acerca de la necesidad de intérprete o no para efectuarla es el motivo de dicha abundancia.

Tenemos documentados 27 casos de caciques y principales que dominan el castellano (24 hombres y 3 mujeres), aunque en diferente medida.

211 Para ampliar el contexto en el que se enmarca la educación de las mujeres indígenas

nobles en el virreinato de la Nueva España, véase uno de nuestros trabajos donde analizamos los casos de 39 mujeres (entre cacicas y principales) de diferentes regiones y siglos del período virreinal (Cruz, en prensa-c). 212 Agradecemos dicha observación a la Dra. Justina Sarabia.

213 Profundizaremos más sobre esta iniciativa en el apartado 5.2 cuando abordemos las actividades desarrolladas por los gobernadores tepexanos.

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Por un lado están los que simplemente lo hablan, que son un total de seis214 (4 hombres y 2 mujeres) frente a los 21215 restantes (20 hombres y 1 mujer) que hablan, leen y escriben en dicho idioma. A éstos cabría añadir a todos aquellos que se casaron con personas de calidad española y, por lo tanto, tanto ellos como sus descendientes, convivieron con el castellano como lengua de uso en el seno de sus hogares. Es el caso de Dª Lucía y Dª Mariana de Guzmán (GENEALOGÍA 6), D. Rafael de Moctezuma (GENEALOGÍA 7), D. Jerónimo de Guzmán (GENEALOGÍA 12), D. Diego de Mendoza (GENEALOGÍA 14), D. Andrés y Dª María Antonia de la Cruz (GENEALOGÍA 17), Dª Petrona de la Cruz II (GENEALOGÍA 22), Dª Francisca de Moctezuma III (GENEALOGÍA 26), D. José Manuel Ramos (GENEALOGÍA 27) y Dª Mariana de Cebrián III (GENEALOGÍA 30).

De una forma u otra, vemos como eran pocos los que aún siendo caciques conocían y dominaban la lengua oficial del virreinato. No obstante, al igual que para las firmas, el uso del castellano y la alfabetización en éste estaba extendido en todos los linajes, aunque no en todos sus miembros. Además, debemos tener en cuenta a los 21 caciques y principales que no firmaban, quienes probablemente no eran por ello, tal y como señala Tanck de Estrada (1999: 439), ignorantes en la lectura. Y es que en el virreinato novohispano el doble de personas sabía leer que escribir. Los métodos de enseñanza-aprendizaje se centraban en primer lugar en la lectura y después en la escritura. Por lo tanto, en cuanto a la capacidad de lectura se refiere, debemos concluir que las cifras eran seguramente superiores.

214 Dª María Pérez Cebrián (AHJP, 2713: 24v); D. Juan Antonio Cebrián y su hermana

Dª Mariana Cebrián (AGN, Tierras, Vol. 1234, Exp. 1: 358-359 pp.); D. Antonio Quintero (AGN, Tierras, Vol. 736, Exp. 1: 27); D. Gaspar García (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 253-255 p.) y D. Gaspar de Guzmán (AGN, Intestados, Vol. 9, Exp. 4: 114).

215 Jerónimo de Moctezuma (AHJP, 2713: 9 y AHJP, 3027: 5v); D. Juan de Moctezuma I (AGN, Indios, Vol. 68, Exp. 53: 95; AHJP, 3396: 3 y AGN, Vínculos, Vol. 71, Exp. 1: 20); D. Diego de Moctezuma (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 19v-20); Dª Mariana de Moctezuma (AGN, Tierras, Vol. 3552, Exp. 2, Cd. 2: 210-211); D. Francisco de la Cruz I (AHJP, 2713: 24v); D. Pedro de la Cruz y su hermano D. Jerónimo de la Cruz (AGN, Vínculos, Vol. 71, Exp. 1: 71v); D. Andrés de la Cruz (AHJP, 5142: 11); D. Francisco de Moctezuma II (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 2: 18 p. y AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 3: 129 p.); D. Antonio de Luna I (AGN, Vínculos, Vol. 71, Exp. 1: 13v y 71v); D. Tomás de Luna I (AGN, Vínculos, Vol. 71, Exp. 1: 71v); D. Nicolás de Luna I (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 6: 118-119 p. y AGN, Tierras, Vol. 3552, Exp. 2, Cd. 2: 208-209); D. Francisco de Luna (AGN, Indios, Vol. 68, Exp. 3: 3-3v); D. José de Luna (AHJP, 5011: 7v); D. Domingo de Hoyos (AGN, Tierras, Vol. 736, Exp. 1: 20); D. Luis de Guzmán III (AGN, Vínculos, Vol. 71, Exp. 1: 71v); D. Domingo de la Cruz (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 85, 98-99v); y D. José de la Cruz (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 64).

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En relación al dominio del náhuatl y el chocho los datos son más reducidos, ya que, sobre todo, se circunscriben a la dinámica de acusaciones y defensas entre los grupos de poder rivales por el gobierno de la cabecera. Para el primero de los idiomas, las informaciones apuntan exclusivamente a D. Juan de Moctezuma I como conocedor de la misma (AGN, Indios, Vol. 68, Exp. 53: 95). En el segundo caso, los datos se circunscriben a algunos miembros de dos familias rivales: los Moctezuma216 y los Luna217. El contexto electoral en el que se generan estas informaciones predetermina la ausencia de datos sobre el grado de destreza de las mujeres para ambos idiomas.

Para terminar, nos queda un aspecto a considerar ¿por qué medios adquirieron las distintas destrezas? Como hemos señalado, D. Juan de Moctezuma I creó escuelas en Tepexi y otros sujetos, pero esta vía la descartamos puesto que dicha iniciativa estaba dirigida exclusivamente al común de los naturales. En este sentido, las indagaciones acerca de los medios por los cuales caciques y principales se alfabetizaron y castellanizaron nos apuntan varias posibilidades. Por un lado, hemos observado que los miembros de una misma familia compartían niveles de educación similares, lo cual es el resultado de haber recibido una formación parecida. Es complicado determinar a través de qué vía la obtuvieron, pero los datos apuntan a la ciudad de Puebla como el principal centro educativo. La cacica tepexana, Dª María de Guzmán, es enviada al convento de la Santísima Trinidad (AGN, Intestados, Vol. 9, Exp. 4: 113), del que en la actualidad tan sólo se conserva el templo (IMAGEN 14). Fundado en 1619218, entre sus muros albergaba a monjas concepcionistas trinitarias. Las condiciones de su constitución219 indican que sus integrantes no eran exclusivamente miembros de la nobleza indígena.

216 D. Juan de Moctezuma I (AGN, Indios, Vol. 68, Exp. 53: 95 y AGN, Indios, Vol. 58,

Exp. 97: 148v-151) y D. Diego de Moctezuma (AGN, Tierras, Vol. 3552, Exp. 2, Cd. 2: 184). 217 D. Antonio de Luna I (AGN, Indios, Vol. 68, Exp. 53: 95-95 y AGN, Vínculos, Vol.

71, Exp. 1:13v), D. Francisco de Luna (AGN, Indios, Vol. 68, Exp. 3: 3-3v) y D. José de Luna (AGN, Indios, Vol. 62, Exp. 92: 149v).

218 Es uno de los diez conventos fundados en la ciudad junto con los de Santa Catalina (1568), La Concepción (1593), San Jerónimo (1597) Santa Teresa (1604), Santa Inés (1626), Santa Mónica (1682), Capuchinas (1703), Santa Rosa (1683) y la Soledad (1748) (Loreto, 2000: 17, nota 6).

219 La descripción que se puede encontrar en el portal de la ciudad de Puebla dice así: “Hacia 1619 tres hermanos capitanes de la familia Rivera-Barrientos compraron

al obispo de la Mota y Escobar su palacio para establecer allí un convento de monjas concepcionistas trinitarias, cuyas primeras fundadoras fueron 14 hijas del citado tronco familiar. En 1673 se estrenó el edificio definitivo gracias a la ayuda del obispo Escobar y Llamas” (en: Internet <http://www.puebla.gob.mx/cultura/iglesias/trinidad.html> consulta, 19 de junio de 2006).

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Esto en cuanto a la educación de las mujeres se refiere. Sobre los varones, las fuentes no nos aportan datos biográficos. No obstante, una institución jesuítica suena con fuerza: la Escuela o Colegio de San Francisco Javier220. Según Ewald (1976:34) los jesuitas, presentes a través de sus haciendas en la jurisdicción, procuraron que los hijos de los caciques de Tepexi asistieran a ésta.

IMAGEN 14. Templo de la Santísima Trinidad (Puebla) (fuente:

<http://cvc.cervantes.es/actcult/ciudades/puebla/paseo/templotrinidad.htm> consulta, 24 de abril de 2006).

El trabajo de Gonzalbo (1990: 171-172) amplía nuestros conocimientos sobre este centro educativo que se funda en el siglo XVII en la ciudad de Puebla. Su promotor fue el padre Antonio Modesto Herdoñana Martínez, quien había vivido durante 24 años en el colegio para indios de San Gregorio ubicado en la ciudad de México. Por esta circunstancia el de San Francisco Javier fue similar a éste. Entre sus alumnos se elegía a los más destacados, quienes tenían la oportunidad de proseguir estudios de gramática en el Colegio del Espíritu Santo221. Paralelamente al de Francisco Javier se creó el internado de Guadalupe, destinado a indias doncellas. De forma que San Francisco Javier y Guadalupe pudieron ser, entre otros, los lugares donde los caciques y cacicas 220 En la actualidad sus paredes albergan el Instituto Cultural Poblano y el Archivo de Notarías de Puebla.

221 Para ampliar la información sobre la participación de los jesuitas en la educación de los indios véase Gonzalbo, 1990: 153-173.

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de la jurisdicción eran educados. Las investigaciones sobre estas instituciones y otras con ubicación en la ciudad de Puebla nos permitirán saber más sobre la educación de la nobleza indígena procedente de Tepexi y otras jurisdicciones aledañas.

2.3.2 Formas de vida

Gracias al testimonio de su cultura material podremos precisar algunos aspectos sobre sus formas de vida, las cuales están estrechamente relacionadas con su posición social y económica, más en una sociedad como la colonial, en la que los elementos externos eran un medio para manifestarla de cara al resto. No bastaba con serlo había que demostrarlo. En este empeño aspectos como la vivienda o la vestimenta juegan un papel fundamental.

La información sobre las casas es reducida en comparación con otros bienes patrimoniales como son las tierras. Aun así contamos con algunos datos que nos permiten esbozar una imagen de las residencias de caciques y principales.

La familia Moctezuma y Cortés vuelve a ocupar un lugar destacado. Gracias al juicio de división de los bienes de D. Jerónimo de Moctezuma sabemos que la familia contaba con una casa principal, cuyas dependencias fueron repartidas, a su muerte, entre sus hijos ya casados222. Esta se componía de dos patios, cinco salas y otras varias sin habitar (su número no se especifica), además de siete aposentos, tres recámaras y un solar. También contaba con al menos dos entradas a la misma. Por una de ellas se accedía desde la plaza a una parte de la casa con una sala y cuatro aposentos (AHJP, 3119: 19-23). Recordemos que en Tepexi hay dos plazas: la principal, donde está ubicado el Palacio Municipal y la denominada plaza del mercado. Lo más probable es que se refiera a la primera por dos motivos: por ser el espacio donde se concentraba el poder político del pueblo; y por la declaración de D. Miguel de Chávez (capitán de lanceros de la jurisdicción y vecino de Tepexi). En 1746 afirma que estando sentado en la puerta de la tienda del alcalde mayor, vio salir a todo el común de casa de D. Juan de Moctezuma I y mientras

222 En el primer patio le deja a los hijos del difunto D. Carlos una recámara y una sala

techada de viga y en otra separación otra sala y otra recámara; a Dª Mariana a mano izquierda dos paredones y una sala sin habitar; y a Dª Francisca un solar y una recámara de alto con sus bajos, más tres aposentos destechados. El segundo patio queda para D. Juan I, en él se incluyen una sala y tres aposentos en frente de ésta. Y por último a Dª Jerónima una sala y cuatro aposentos que tienen entrada separada por la plaza y a Dª Inés un pedazo de solar que está en una hollada destinada a la fabricación de un jacal de palma (AHJP, 3119: 20-23).

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éstos entraron en la vivienda interior del palacio, D. Juan I se apartó en compañía del alcalde Antonio Román dentro de la tienda (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 8: 189 p.).

En definitiva era una casa muy amplia concebida para la residencia de una familia extensa como era la Moctezuma. Sin embargo, aún cuando D. Jerónimo la repartió entre sus hijos, no podemos concluir si éstos estaban heredando la parte de la casa en la que ya habitaban, incluso después de casados; o por el contrario, si trasladaron su residencia al cambiar su estado.

Pero ésta no era la única casa de los Moctezuma. En el capítulo 1 al describir la configuración espacial del pueblo de Tepexi de la Seda hicimos referencia a la Casa de Moctezuma. En su momento comentamos que ésta estaba ubicada a unos cinco minutos caminando desde la plaza principal. Aguilar (1999) efectúa la siguiente descripción:

“Los paredones que subsisten de esa casa a punto de derrumbarse, permiten apreciar diferentes elementos, destaca un pórtico con rasgos prehispánicos combinados en la edificación de tipo colonial. Se encuentran también ruinas de lo que se piensa fue una alberca o estanque para agua, pues en el lugar donde se encuentra el inmueble abundan nacimientos del vital líquido. Asimismo encontramos juegos de pelota y un lavadero labrado en una sola pieza de piedra, con la cabeza de una persona al frente”.

Algunas de estas características pueden apreciarse en las IMAGENES 15 y 16223. Sobre la interpretación de la figura labrada en el lavadero discrepamos. Desde nuestro punto de vista, lo que aparece representado es un jaguar y no una cabeza humana. Por otro lado, al margen de las valoraciones, más o menos documentadas, sobre el origen de ésta entre tiempos prehispánicos y coloniales (siglo XVI)224, lo cierto es que ni en el testamento de D. Jerónimo (AHJP, 3119), ni en las restantes fuentes sobre los Moctezuma se hace mención alguna a ella. No obstante, las pruebas de su existencia son evidentes.

223 Quisiera expresar mi agradecimiento al amable tepexano que nos condujo hasta el

lugar, así como a sus actuales dueños que nos permitieron efectuar dichas instantáneas (2003). Asimismo, a Cristina González que nos acompañó durante la misma. 224 Según Aguilar (1999):

“En el barrio de San Sebastián, en Tepexi, existen ruinas de una casa que se conoce como Casa de Moctezuma, ya que entre una de las tantas leyendas que existen, está la que habla del Emperador Moctezuma, de quien se dice tenía su centro de descanso en Tepexi el Viejo, a donde le llevaban en relevos pescado fresco desde Veracruz. De ahí también la creencia de que posteriormente habitó la casa en mención; otras versiones señalan como dueño y morador de la construcción a Mazatzin, quien posiblemente la heredó a su sucesor don Juan Moctezuma”.

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IMAGEN 15. Paredones de la Casa de Moctezuma (Fuente: Patricia Cruz © 2003)

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IMAGEN 16. Detalle lavadero (casa de Moctezuma)

(Fuente: Patricia Cruz © 2003)

De importancia parecen ser también las casas que D. Francisco de San Matías declara tener en Tepexi, aunque no especifica el número. Nos dice que están compuestas de dos salas techadas con vigas y paredes de cal y canto con sus puertas y ventanas. Asimismo tiene cuatro jacales grandes techados con palma y quiotes, los cuales cuentan con una caballeriza realizada con los mismos materiales. También nos habla de dos casas de cedro, de vara y media de largo y tres cuartos de vara de ancho, con sus chapas “obradas y pavonadas de negro” y sus llaves (AHJP, 2609: 2v-3, 9-9v y 15-16).

Por otro lado, el cacique D. Juan de la Cruz “El viejo” hace referencia a la que denomina “Casa de la Cruz” de la cual, solamente sabemos, que está compuesta por cuatro viviendas y un solar (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 234-235).

Dª Josefa Cebrián III, declara en su testamento, tres casas en total, junto con dos cocinas. En este caso los datos que nos proporciona se refieren más a los materiales de construcción que a la extensión y disposición interior de las mismas. Las casas son de pared y barro cubiertos de palma y las cocinas son de palma. Asimismo, afirma que tiene piedras para hacer casas de pared (AHJP, 4961: 8v-9v).

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Otros Cebrián, hermanos en concreto: Juan, Josefa y Petrona de Cebrián tenían varias casas ubicadas en la calle del convento225 (AHJP, 2713: 6). Así como otras compuestas con cuatro cuartos con paredes de piedra techadas de jacal y un solar (AHJP, 2713: 11). Estas últimas las venden en 1711 a Nicolás Solís. En las declaraciones de los vecinos se dice que éstas siempre estaban vacías y que tenían otra muy grande (AHJP, 2713: 11v-12).

En la calle del convento también se ubicaba una casa perteneciente a Dª Magdalena de Mendoza y su hijo D. Felipe de Moctezuma. Ésta estaba construida en un solar de 50 varas y lindaba con casas de D. Juan Cebrián I y tierras del cacicazgo de D. Juan de Moctezuma I. En 1710 se la donan a Dª Antonia de Mendoza, su hija y hermana adoptiva, con fines asistenciales (AHJP, 2713: 6).

En definitiva, parece que la calle del convento estaba divida en solares en los que los caciques tepexanos tenían más de una vivienda. Por lo tanto, es más que probable que las casas y solares que tenía D. Antonio de Luna I en Tepexi estuvieran ubicados en ese espacio (AHJP, 4009: 5v).

IMAGEN 17. Casa en la calle 16 de septiembre

(Fuente: Patricia Cruz © 2003)

225 En la actualidad denominada “16 de septiembre”.

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La que aparece en la IMAGEN 17, ubicada en dicha calle, puede ser alguna de las viviendas de las que hemos hablado226. Actualmente reutilizada para fines comerciales, destaca la parte superior de su fachada, destinada a colocar el escudo de armas familiar, indicativo de una posición social elevada227.

Pero ¿qué tipo de mobiliario ornamentaban estas viviendas? Desde los muebles más elementales como mesas y escaños que tenía D. Jerónimo de Moctezuma en su casa (AHJP, 3119: 22-22v), hasta espejos, escritorios y escaparates donde ubicar imágenes, como los que había en casa de su hijo D. Juan de Moctezuma I (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 3: 142-143 pp.). El testamento de D. Francisco de San Matías nos proporciona más detalles y por ejemplo se nos habla de cuberterías de plata228, sabanas de ruan y colchas de algodón (AHJP, 2609: 9-9v).

Junto con el mobiliario y demás trastes para la casa, destaca la presencia de imágenes, figuras y cuadros de carácter religioso. Varios eran los santos y santas que se representaban en unas y otros. D. Francisco de San Matías tenía varios dedicados a las advocaciones de San Antonio, el Santo Cristo, San Francisco, Santa Rosa, Nuestra Señora de los Dolores, Nuestra Señora de Guadalupe y Santa Teresa (AHJP, 2609: 9-9v), uno de cada. Por su parte D. Juan de la Cruz I “El viejo” tenía entre sus bienes a San Juan, San Nicolás, La Limpia Concepción y un crucifijo (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 235-236). Su hermano D. Juan de la Cruz II “El mozo” albergaba en su casa una imagen de la Ascensión (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 25-26 pp.). D. Jerónimo de Moctezuma contaba con la Señora del Rosario, San Miguel, San Ramón, Jesús Nazareno, Jesús de la Humildad, San Francisco de Asís y San Jerónimo (AHJP, 3119: 19-23). Y por último, su hijo D. Juan de Moctezuma I tenia a Nuestra Señora de Guadalupe, Jesús Nazareno (herencia de su padre), Nuestra Señora de la Soledad y San José (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 3: 142-143 pp.). Este tipo de ornamentación era reflejo de como la

226 Durante nuestras estancias en el actual Tepexi de Rodríguez (2003 y 2004), excepto en el caso indicado, no hallamos casas que, por sus características, nos indicaran que en algún momento habitaron en su interior, cuando menos, personas con un alto estatus social. Según nos informaron las autoridades municipales (comunicación personal) aquellas residencias que en algún momento existieron fueron derribadas tras el terremoto de 1999 para construir otras de nueva planta, ya que resultaba más fácil que reponer las estructuras dañadas por el sismo.

227 “El blasón era privativo de un linaje y servía para identificar a la persona y su condición, por lo cual estos emblemas no sólo se llevaban en la casaca, sino que se esculpían en las casas o se reproducían en cualquier objeto personal” (Menegus, 2005: 25).

228 12 cucharas de plata y un salero grande de plata que pesa dos libras y 9 onzas (AHJP, 2609: 15-16).

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religiosidad, expresión del segundo poder colonial, impregnaba los espacios privados en los que las familias nobles tepexanas habitaban. Por otro lado, resulta llamativo que, excepto en los casos de Jesús Nazareno y Nuestra Señora de Guadalupe, ningún cacique tenía en su casa al mismo santo o santa. La adscripción de determinadas advocaciones a los linajes debe ser el motivo. Asimismo, cabe destacar el hecho de que el patrón de Tepexi, Santo Domingo de Guzmán, no se encontraba entre ellos.

No obstante, a pesar de contar con más de una residencia en la región, los caciques y cacicas originarios de Tepexi de la Seda no pasaron únicamente su vida en la cabecera y/o en otros pueblos de la jurisdicción. Por el contrario, destaca su movilidad geográfica por algunas de las jurisdicciones vecinas. Este aspecto, junto con el de las alianzas matrimoniales, ya abordado, nos proporciona no sólo una perspectiva más de su forma de vida, sino que también nos habla de la proyección de sus influencias y en definitiva, de la profundidad espacial de sus relaciones de poder. Téngase en cuenta en futuras investigaciones cuando en la documentación circunscrita a éste o aquel lugar encontremos los mismos nombres.

La ciudad de Puebla, principal centro administrativo de la zona, fue uno de los principales lugares donde éstos desplazaron su residencia. D. Felipe de Moctezuma (GENEALOGÍA 2), vive en la ciudad de Puebla (AHJP, 2742: 6). Asimismo fue el lugar de origen de personas como Juana de Espinosa, la suegra de D. Juan de Moctezuma I (GENEALOGÍA 4), que finalmente acabo residiendo en Tepexi (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 2: 3 y 44-45 pp.) y donde, como ya hemos indicado, alguna cacica ingresó en un convento.

Otras provincias fronterizas fueron el centro de sus negocios y tierras. D. Francisco de Moctezuma II (GENEALOGÍA 28) tenía, entre sus bienes, un rancho en Izúcar. Además comerciaba en Tepeaca (AGN, Indios, Vol. 56, Exp. 217: 306v-307v).

Hacia el sur se traslada José Manuel Ramos (GENEALOGÍA 27) pasando a ser vecino de Tehuacan (AHJP, 4961: 23-25). Allí también encontramos a miembros de la familia Cruz. Por ejemplo, Dª Gertrudis María de la Cruz, donde residen, asimismo, sus hijos (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 1-2 pp.). El tránsito de un lugar a otro era constante. Su hijo D. Gaspar García regresa a Tepexi cuando se casa con una cacica del lugar. Sin embargo, no fue el único traslado, también residió en la Ciudad de México (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 253-255 pp.). Sus tías por parte de madre, Dª Petrona y Dª Agustina de la Cruz, además de en Tepexi, es probable que

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residieran en Tlacotepeque, al menos estaban vinculadas al mismo ya que son reconocidas como cacicas y sus maridos eran originarios de dicho lugar (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 7 p.).

La adquisición de un nuevo puesto por parte del cabeza de familia también derivó en un cambio de residencia. D. José Alberto de Luna, natural y vecino de Tepexi, reside en México cuando se traslada en 1755 con su familia debido al nombramiento de su padre D. Francisco de Luna como Intérprete General de la Real Audiencia (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 163). No obstante, el cambio de residencia no es inmediato, al menos para él. Su padre recibe la comunicación de su cargo en 1750, siendo gobernador de Tepexi, cuando toma la decisión de dejarle el cargo a su hijo José, el cual permaneció en el hasta que finalizó el año (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 6: 231 p.). Sin embargo, no fue el único traslado durante su vida, tenemos constancia de que hacia 1774 reside en Puebla, al igual que su hermano Tomás II (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 211-212). No sabemos si es pura casualidad, pero el año anterior su padre D. Francisco de Luna fallece y consecuentemente cesa en el cargo que le ligaba a la capital (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 149-149v y 163). La movilidad geográfica era, por lo tanto, una característica propia, aunque no exclusiva, de los caciques tepexanos.

Llegados a este punto retomamos los símbolos externos que utilizaron para manifestar su estatus, de los cuales las viviendas y su mobiliario solamente eran una parte. Sabemos que a la nobleza indígena de la Nueva España se le otorgaron diferentes privilegios de honra y de beneficio (López Sarrelangue, 1965: 111-112). En Tepexi no es hasta 1590 cuando se efectúan peticiones, por parte de los caciques, de licencias para llevar armas, vestir a la española y montar a caballo (Jäcklein, 1978: 121). Las fuentes nos dan cuenta de dos licencias para portar armas, otorgadas a dos caciques, casualmente padre e hijo. Es el caso de D. Francisco de Luna y su hijo D. José Alberto de Luna. Para el primer caso la licencia dice así:

“Habiéndose publicado bando en esta capital con fecha de 26 de septiembre de 1754 para que ninguna persona pueda portar una hora después de la oración de la noche, el señor don Francisco de Luna solicita autorización para traer armas ya que por su trabajo de intérprete general le es necesario asistir armado a las diligencias pues algunas terminan muy tarde. Por lo anterior el virrey Revillagigedo concede licencia a don Francisco de Luna, intérprete general de este Superior Gobierno y Real Audiencia de la Nueva España, para que pueda, tanto en esta ciudad como fuera de ella, portar armas ofensivas y defensivas para resguardo y defensa de su persona, sin incurrir en cuestiones escandalosas” (AGN, Ordenanzas, Vol. 14, Exp. 219: 137v-138v).

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En el caso de su hijo, mantiene un formato similar aunque las causas que justifican dicha concesión son diferentes:

“El virrey Revillagigedo concede licencia a don José de Luna, vecino de Tepexi de la Seda, para que pueda portar armas ofensivas y defensivas por el tiempo que fuera y volviere de sus labranzas situadas fuera de dicho lugar, sin que la justicia le ponga impedimento alguno en el uso de esta licencia, con objeto de resguardar su persona y siempre y cuando no incurra en causas escandalosas” (AGN, Ordenanzas, Vol. 14, Exp. 219: 137v-138v).

No debieron ser los únicos caciques que contaron con dicha distinción, la posesión de armas por otros individuos así lo demuestra. Al menos D. Francisco de San Matías tenía entre sus bienes un arcabuz y una escopeta (AHJP, 2609: 9-9v y 30); y D. Juan de la Cruz II “El mozo” una escopeta y un cañón (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 25-26 pp.).

En relación a vestir a la manera española, no contamos con la concesión de este tipo de licencias, pero las fuentes reflejan que, al menos en algunos casos, era una realidad. Por ejemplo, para D. Juan de Moctezuma I, así como, para sus antepasados, quien declara:

“Las galas que ha hecho son los vestidos decentes que tiene de otros años pasados y los usa en las solemnidades que piden decencia y en las ocasiones que es gobernador, pues no ha de aparecer delante del pueblo descalzo y con cotón cuando sus antepasados, que lo sabe don Francisco229 y lo ha visto, se han vestido a la española” (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 7: 76 p.).

Gracias al testamento de D. Francisco de San Matías (AHJP, 3119: 27 ff.) podemos hacernos una idea de la vestimenta española a la que alude D. Juan I. Al fin y al cabo ambos individuos fueron gobernadores de Tepexi, posición por la que D. Juan I justificaba vestir galas. El vestuario de D. Francisco estaba compuesto por las prendas que detallamos a continuación (CUADRO 6):

- Dos capas de paño de Castilla.

- Diez pares de calzones: tres de paño, unos forrados con sus botones, dos blancos de ruan, otros de paño de Holanda con 28 botones de plata afiligranados medianos, dos de Castilla viejos y maltratados (unos forrados en bayeta y otros en mitán). Por último, unos de gamuza nuevos y forrados en seda negra con 39 botones de plata.

229 Se refiere a D. Francisco de Luna.

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- Dos gabanes: uno de Inglaterra en color pasa y forrado con seis broches de plata; y otro de paño de Cholula forrado en rosa de China con un broche de plata guarnecido con un listón negro.

- Una hongarina de tafetán negro.

- Siete camisas de ruan con mangas de Bretaña.

- Tres jubones de crea.

- Doce pares de medias: cuatro de seda, un par azul encarnado y otro verde, además de seis de varios colores.

- Un vestido de Cholula con broche grande de plata, mangas de gamuza y 48 botones de plata.

- Cuatro armadores: uno de gamuza con mangas de lo mismo, guarnecido con fleco de seda negro y con 40 botones de plata chicos forrados; otro de lana forrado en tafetán sencillo (en un telar de España) y con 26 botones de plata medianas y traídas en dichas mangas de chamelote y flor de romero forradas en sayas viejas; un tercero de escarlata forrado en mitán con botones de azabache viejo y, por último, un cuarto cuyas características no se especifican.

- Cuatro gabardinas: una de barra vieja forrada en bayeta en las espaldas con un broche chico de plata; otra de capilla criolla negra forrada en tafetán sencillo morado y traído; una tercera de picote negro forrado en mitán viejo; y una cuarta de capichola negra forrada en tafetán y traído.

- Un tápalo todo, barragán, forrado en bayeta de Castilla y traído.

- Un corto de sobretodo con sus forros de mitán musgo.

- Un coleto de gamuza forrado, guarecido con trencilla de oro fino y agujetas de color negro con 39 botones de plata medianos.

- Unas mangas de gamuza forradas en saya verde guarnecido con trencillas de oro angosto y con botones de azabache.

- Una capota de paño de Castilla y traído.

- Un capote de paño de Castilla nuevo.

- Una montera de capichola musga, forrado de bayeta de Castilla y traída.

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- Un sombrero nuevo criollo con bandilla negra y sus cabos de plata.

- Una valona de encaje de trencilla con su gorguera y traída.

- Tres varas de paño de Castilla con 6 forros de mitán musgo con seda y botones.

- Una pieza de raso salomónico de China con 15 varas.

- Una pieza de saya encarnada.

- Un paño de manos.

- Treinta y un botones de plata afiligranada mediana.

Como se puede observar, no escatimaban en detalles a la hora de utilizar el traje para significar la posición social del individuo que lo portaba y lucía. La indumentaria era un claro reflejo de la aculturación de la nobleza indígena. En el caso tepexano, adopta íntegramente la vestimenta española.

En cuanto a las licencias se trata, solamente nos queda hacer referencia a la que autorizaba montar a caballo. Al igual que en el supuesto de los atuendos, las fuentes no dan testimonio alguno sobre estos términos. No obstante, la tenencia de caballos y utensilios para montar son más que suficientes para atestiguar el uso de éstos por parte de la nobleza tepexana, como medio de transporte y forma de marcar la distancia que les separaba del común de los naturales. Las fuentes nos remiten a cuatro personas, todos ellos caciques y gobernadores. D. Luis de Guzmán II montaba a caballo, hasta que el único que le quedaba se lo robaron (AGN, Intestados, Vol. 9, Exp. 4: 114). En cambio los otros tres tenían suficientes ejemplares entre los que elegir: D. Francisco de San Matías poseía 18 ejemplares entre caballos y yeguas (AHJP, 2609: 2v, 9-9v y 15-16). Al igual que D. Jerónimo de Moctezuma: 26 caballos mansos en el rancho de San Pedro Coayuca (AHJP, 3027: 5v) y, por último, su hijo D. Juan de Moctezuma I, quien albergó en su rancho del Carrizal hasta 194 cabezas de ganado mayor, entre caballos, potros y yeguas (AHJP, 4600: 19 p.).

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CUADRO 6. Las prendas de vestir, los materiales y sus significados PRENDAS SIGNIFICADO

AGUJETA Correa o cinta con un herrete en cada punta, que servía para sujetar algunas prendas de vestir.

ARMADOR Sinónimo de Jubón. CALZÓN Prenda de vestir con dos perneras, que cubre el cuerpo desde la

cintura hasta una altura variable de los muslos. CAPA Prenda de vestir larga y suelta, sin mangas, abierta por delante, que

se lleva sobre los hombros encima del vestido. CAPILLA Capucha sujeta al cuello de las capas, gabanes o hábitos. CAPOTA Tocado femenino ceñido a la cabeza y sujeto con cintas por debajo de

la barbilla. CAPOTE Capa de abrigo hecha con mangas y con menor vuelo que la capa

común. COLETO Vestidura hecha de piel, por lo común de ante, con mangas o sin

ellas, que cubre el cuerpo, ciñéndolo hasta la cintura. GABÁN Capote con mangas, y a veces con capilla, que se hacía por lo regular

de paño fuerte. GORGUERA Adorno del cuello, hecho de lienzo plegado y alechugado. HONGARINA Gabán rústico para tiempo de aguas. JUBÓN Vestidura que cubría desde los hombros hasta la cintura, ceñida y

ajustada al cuerpo. LISTÓN Cinta de seda de menos de dos dedos de ancho. MONTERA Prenda para abrigo de la cabeza, que generalmente se hace de paño

y tiene varias hechuras, según el uso de cada provincia. SOBRETODO Prenda de vestir ancha, larga y con mangas, en general más ligera

que el gabán, que se lleva sobre el traje ordinario. Abrigo o impermeable que se lleva sobre las demás prendas.

TÁPALO Chal o mantón. TRENCILLA Galón trenzado de seda, algodón o lana, que sirve para adornos de

pasamanería, bordados y otras muchas cosas. VALONA Cuello grande y vuelto sobre la espalda, hombros y pecho, que se usó

especialmente en los siglos XVI y XVII. MATERIALES SIGNIFICADO BARRAGÁN Tela de lana, impenetrable al agua. BAYETA Tela de lana, floja y poco tupida. CAPICHOLA Tejido de seda que forma un cordoncillo a manera de burato. CREA Lienzo entrefino que se usaba mucho para sábanas, camisas, forros,

etc. CHAMELOTE Tejido fuerte e impermeable, generalmente de lana. GAMUZA Piel de la gamuza, que, después de curtida, queda suave,

aterciopelada y de color amarillo pálido. Tejido o paño de lana, de tacto y aspecto semejantes a los de la piel de la gamuza.

MITÁN Lienzo teñido y prensado, usado generalmente para forros de vestidos.

PICOTE Cierta tela de seda muy lustrosa con la que se hacían vestidos. RUAN Tela de algodón estampada en colores que se fabrica en Ruan,

ciudad de Francia. SAYA Vestidura talar antigua, especie de túnica, que usaban los hombres. TAFETÁN Tela delgada de seda, muy tupida.

FUENTE: Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (versión Web)

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En resumen, los caciques tepexanos portaron armas, vistieron a la española y montaron a caballo. Solamente tenemos documentados algunos casos. Sin embargo es más que probable que, al menos, sus parientes más próximos disfrutaran de similares prerrogativas, aunque las licencias se concedían de forma individual.

Por último, nos queda hablar de cómo dispusieron su tránsito de la vida a la muerte. En este aspecto vuelven a ser claves los testamentos al ser los soportes en los que se precisaban las últimas voluntades sobre los funerales, el entierro del cuerpo y el cuidado póstumo del alma. El lugar para el entierro elegido era la Iglesia de Santo Domingo. Dentro de ésta cada persona escogía un espacio específico de la misma. D. Juan de la Cruz II “El mozo” dispone ser sepultado frente al altar de Santa Rosa (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 12). Dª Josefa de Cebrián III, sin embargo, escoge la Capilla Mayor de la Parroquia, concretamente, en el paso que hay debajo del coro de Nuestra Señora del Rosario (AHJP, 4961: 7). D. Juan de la Cruz I “El viejo”, en cambio, deja esta decisión en manos de su hijo y albacea D. Domingo (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 232v-233). ¿Detrás de estas ubicaciones se esconden tradiciones familiares o era una decisión individual? Aunque la parcialidad de los datos no nos permite hacer un seguimiento de las prácticas familiares en este ámbito, abogamos por la idea de que los restos mortales del linaje descansaban en el mismo lugar. Una especificación al respecto por parte de D. Juan de la Cruz I hubiera sido muy reveladora.

Otra cuestión a determinar era la forma en la que se deseaba ser enterrado. Dª Juana es la única precisa en este aspecto al indicar su deseo de ser amortajada con el hábito y cuerda de San Francisco (AHJP, 4961: 7). Aunque carecemos de más datos a efectos comparativos, un aspecto es por sí solo llamativo, el vínculo con los franciscanos, en lugar de con los dominicos, orden que administró dicha parroquia durante gran parte de la época colonial.

Las mandas forzosas tuvieron, asimismo, diferentes destinos. Mientras que D. Juan de la Cruz I “El viejo” establece que sean para ayudar a la beatificación del siervo de Dios Gregorio López230 y el Señor D. Juan de

230 Erudito español que ha trascendido por su obra científico-humanista y religiosa en la

Nueva España durante la segunda mitad del siglo XVI. Entre la cual destaca su trabajo “Tesoro de medicinas”, un compendio de las recetas y remedios que utilizaban los naturales de la región central novohispana para curar enfermedades. En 1620, 24 años después de su muerte (1596), se inicia un proceso para su beatificación, el cual encontró una de sus grandes fuentes de financiación en las aportaciones que sus seguidores, entre ellos D. Juan de la Cruz I, destinaban a la causa. Unas contribuciones que eran recolectadas por el encargado de las limosnas de la

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Palafox (un real a cada uno) (AGN, Tierras, Vol. 3418, Exp. Único: 232v-233); Dª Juana, sin embargo, hace lo propio con la Guadalupe, patrona que se venera en su colegiata, ubicada en los extramuros de la Ciudad de México, con tres pesos y a las demás (no sabemos a quienes se refiere) tres reales de plata (AHJP, 4961: 8v).

Solamente quedaba garantizar el cuidado póstumo del alma con misas en honor del difunto. La cantidad y proyección de las mismas indicaba la riqueza del testador. D. Juan de la Cruz “El mozo” pide que se celebren seis misas en su honor, cantadas y con vigilia, para las cuales establece un calendario siendo, por supuesto, de referencia la fecha de su fallecimiento: a los nueve días, a los seis meses y el día de conmemoración de los Difuntos, en el cual, se ponga siempre, pólvora, su ofrenda y velas como es su voluntad. Asimismo especifica que se pague con sus bienes (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 12v).

Dª Josefa de Cebrián III, por su parte, establece que del arrendamiento de las tierras de Todos los Santos se destinen 5 pesos para pagar una misa anual en la parroquia al Patriarca San José, perpetuamente por las almas de sus padres, la suya y la de sus sucesores cuando fallecieran. Precisa que tal disposición sea comunicada al párroco (AHJP, 4961: 9). Era una forma de garantizar que alguien les recordará a sus albaceas el cumplimiento de esta cláusula. Al fin y al cabo, perpetuamente era mucho tiempo y dinero y los herederos no siempre estuvieron dispuestos a derivar parte de sus recursos a la iglesia.

Estos incumplimientos quedan patentes cuando en 1778 el por entonces cura de Tepexi, D. Manuel José Bermeo, en calidad de rector de las cofradías y obras pías de la parroquia, reclama a D. Juan de Moctezuma I el cumplimiento de las disposiciones de su padre como su albacea testamentario. D. Jerónimo había dejado ordenado que de una de las tierras de las que era dueño se destinasen 400 pesos anuales, del rédito de éstas, a beneficio de su alma, en los días que expresaba, 4 misas cantadas, cada una con vigilia y responso (AHJP, 4509: 1-1v). Dicha reclamación se efectúa en 1778, es decir, 54 años después de que se elaborara el testamento (AHJP, 3560: 17) y 48 años desde que se ejecutara la división de los bienes entre los herederos (AHJP, 3119: 27 ff.). Tomando como referente el último de los períodos, nos encontramos con

Catedral Metropolitana de la ciudad de México a lo largo de todo el período virreinal. Para profundizar más en la figura de Gregorio López véase el artículo de Rodríguez-Sala y Tena-Villeda (2003).

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que la parroquia de Tepexi llevaba sin percibir la “módica” cantidad de 19.200 pesos. Al igual que otros muchos pleitos, desconocemos el final de una historia en la que, sin embargo, los argumentos son similares. D. Juan de Moctezuma I alega que no ha pagado antes porque las tierras estaban sumidas en un pleito. El alcalde mayor establece un plazo de dos meses. D. Juan I asegura que lo cumplirá (AHJP, 3560: 17).

2.4. Grupos de poder: las relaciones y su proyección

Para finalizar este capítulo y cerrar el círculo que configuraba el poder que emanaba de las relaciones sociales, nos queda, una vez analizado el entorno familiar, abordar el que procede de los vínculos profesionales y personales. Estos vínculos, volubles en el tiempo en función de la conjunción de intereses entre las partes, se generaban en los diferentes ámbitos privados y públicos en los que los caciques interactuaron o jugaron un papel determinado. Y es que algunos de ellos tuvieron una participación activa en esferas de la administración colonial que trascendían lo local.

De esta manera definiremos la composición de los “grupos de poder”, los cuales, recordemos, estaban liderados por los caciques de Tepexi, pero integrados por individuos de diferentes calidades sociales unidos por la conjunción de una serie de intereses. En Tepexi había, principalmente, dos grupos de poder o facciones. Una encabezada por D. Antonio de Luna I y su sobrino D. Francisco de Luna; y otra por el cuñado de este último: D. Juan de Moctezuma I. La enemistad entre ambas partes se genera en el ámbito privado. Lo que inicialmente es un problema familiar, gestado por la herencia de D. Jerónimo de Moctezuma231, acaba trasladándose al espacio público, esto es, al gobierno local de Tepexi donde ambas facciones lucharon por el control del cargo de gobernador. Es decir, la misma lucha por el poder se traslada a los diferentes ámbitos de los que emana. En este caso, el patrimonio y el ejercicio del poder político local. La naturaleza de esta última se analizará en el capítulo 4 cuando hablemos del proceso electoral. Ahora nos centraremos en precisar los componentes de cada una de las partes. Y, al margen de sus posiciones en el gobierno local, las cuales abordaremos en el capitulo 5, vamos a incidir en qué otros puestos desempeñaron en el entramado administrativo novohispano. Esto nos permitirá ir midiendo la proyección de sus influencias.

Los Luna lideraron un grupo que, fruto del origen del conflicto con D. Juan de Moctezuma I, se componía principalmente por miembros de su más

231 Véase el apartado 2.2.2.

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inmediato entorno familiar: D. Luis de Guzmán III, D. Antonio Quintero y D. Francisco de la Cruz I. Todos ellos tenían algo en común: eran junto con D. Francisco de Luna, cuñados de D. Juan de Moctezuma I. Ellos y sus descendientes varones fueron, por lo tanto, sus principales activos. Entre estos últimos cabe destacar a D. Pedro de la Cruz o a D. Francisco de Moctezuma II, aunque el grado de parentesco de este último con D. Juan I, como ya hemos indicado, no lo hemos podido averiguar.

Aparte de su posición como caciques y los cargos de cabildo que desempeñaron, los Luna forjaron gran parte de sus relaciones en el entorno eclesiástico local. Como si de una tradición familiar se tratase, sus miembros varones ocuparon el cargo, generación tras generación, de fiscal mayor de la santa iglesia parroquial de Tepexi, es decir, “el representante de segundo rango de la comunidad, después del gobernador” (Lockhart, 1999 [1992]: 300-301). Es el caso de D. Antonio de Luna (AGN, Vínculos, Vol. 71, Exp. 1: 46), D. Francisco de Luna en 1742 (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp.4: 3 p) y en 1744 (AGN, Indios, Vol. 68, Exp. 3: 3-3v), D. Nicolás de Luna en 1759 (AHJP, 3611: 11) y D. José de Luna en 1770 (AGN, Indios, Vol. 62, Exp. 92: 148). Sin embargo, este no fue el único cargo vinculado a la iglesia que ocuparon. D. Francisco de Luna también ejerce como alguacil mayor de la Iglesia de Tepexi de la Seda (AGN, Vínculos, Vol. 71, Exp. 1: 106v). Esto les garantizó el amparo y alianza de los curas en sus disputas por el poder político, por ejemplo. La estrecha relación entre los Luna y la iglesia de Tepexi se expresa asimismo en el establecimiento de otros vínculos como el de padrinazgo. Es el caso de los padrinos de Miguel y Antonia, dos de los hijos de D. Francisco, que fueron fray Bartolomé de la Luz (APTR, LB, Vol. 11: 65) y fray José Peras232 (APTR, LB, Vol. 20: 4v), respectivamente.

El vínculo de los dominicos con esta facción y no con la liderada por D. Juan de Moctezuma I no es casualidad. Probablemente el abierto enfrentamiento entre éstos y el ascendiente de D. Juan, D. Francisco de Moctezuma (siglo XVII), tuvo una clara influencia a la hora de establecer amistades y enemistades233. Aunque en un momento dado contó con el apoyo del vicario del convento, entre otros, como el del corregidor de Cholula, para ser elegido gobernador en 1617. Jäcklein (1978: 148) afirma que esta alianza se produjo a cambio de la entrega de dinero o regalos al vicario. Y es que las

232 No se lee con claridad el apellido, siendo el indicado una posibilidad. 233 Con el fin de profundizar en dicho conflicto véase Jäcklein, 1978: 45-47.

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amistades se mantenían mientras generaran beneficios. De forma que el concepto de lealtad estaba sujeto a dichos términos.

Sin embargo, la red de los Luna no se redujo a la esfera eclesiástica. Desde 1741 D. Antonio de Luna es comisario de la santa hermandad (AGN, Vínculos, Vol. 71, Exp. 1: 6 y 106), un cargo que anteriormente había sido ocupado por un español: D. Juan del Castillo (exactamente entre los meses de abril y mayo) (AHJP, 3396: 1-4). No obstante, si alguien dentro de este grupo llegó a ocupar una posición destacada y cuando menos estratégica, ese fue D. Francisco de Luna como intérprete general de la Real Audiencia234 desde 1750, año en el que le nombran y deja el gobierno de Tepexi, a 1773, año en el que fallece235. Allí en México, su nueva residencia, se ubicó su casa mortuoria (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 163).

Alguno de los miembros de este grupo, como es el caso de D. Pedro de la Cruz y Moctezuma, también desempeñaron cargos en la administración. En 1772 es administrador de las reales rentas de tabaco, pólvora y naipes (AHJP, 4189: 5). El hecho de que en 1792 este cargo lo esté ocupando su nieto D. José Rafael de Mier (AHJP, 5755: 3 y 9) nos sugiere, al igual que en el caso del puesto de fiscal de la iglesia, que la transmisión “hereditaria” era una práctica habitual.

Frente a éstos, el grupo liderado por D. Juan de Moctezuma I, más allá de los miembros de su familia nuclear (esposa e hijos), estaba compuesto principalmente por oficiales de república de origen macehual a quienes, recordemos, les había otorgado la condición de principales. Por lo tanto, el estrato social de uno y otro grupo era completamente distinto. De hecho, en la facción de D. Juan I, él fue el único que ocupó puestos fuera del entorno político de Tepexi, el cual, por cierto, dominó durante gran parte del siglo XVIII, aunque no más allá del ámbito local. Por ello, ocupará una posición más destacada en los capítulos 4 y 5 que para el tema que ahora nos ocupa.

234 Para ahondar en los criterios y procedimientos para la designación de los intérpretes,

así como lo relativo a sus condiciones de trabajo y salarios véase el trabajo de Nansen (2003: 178-186).

235 A continuación hacemos relación de los años para los que tenemos mención expresa: 1750 (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 6: 231 p.), 1752 (AGN, Tierras, Vol. 2947, Exp. 84: 212v), 1754-1755 (AGN, Tierras, Vol. 3552, Exp. 2, Cd. 2: 165), 1756 (AHJP, 3611: 2), 1757 (AGN, Tierras, Vol. 1586, Exp. 4: 253-255 pp.), 1758 (FTTP, Caja 24, Exp. 1681: 1), 1762 (AHJP, 3811: 20), 1763 (AGN, Tierras, Vol. 887, Exp. 2: 27-28), 1767 (AHJP, 4009: 5), 1769 (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 50), 1770 (AGN, Indios, Vol. 62, Exp. 92: 148v), 1772 (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 120) y 1773 (AGN, Tierras, Vol. 3544, Exp. 7: 149-149v).

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En todo caso, debemos tener en cuenta que en un momento dado también ejerce como fiscal mayor de la iglesia parroquial de Tepexi en 1756 (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 6: 47 p.). Un año en el que el cargo de gobernador estaba ocupado por un miembro de la facción enemiga: D. Francisco de Moctezuma II (AHJP, 4189: 21v). Asimismo fue mayordomo de la cofradía del Santo Entierro. Aunque la referencia del dato es 1761, se está refiriendo a las cuentas (comunidad y limosnas) que dio siendo gobernador en la década de los 50 (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 6: 57 p.). Es decir, según los datos que tenemos, se refiere al período entre 1751 y 1753 (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 6: 165 p.) o 1755 (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 2: 34 p.). Aparte de esta cofradía tenemos noticia de la de Nuestra Señora de Nativitas, adscrita al pueblo del mismo nombre (AHJP: 3249: 45 ff.). Sin embargo el vínculo de la nobleza indígena de Tepexi con estas instituciones, que documenta el nombramiento de D. Juan I, lamentablemente se reduce a dicha referencia, ya que la información sobre la de Nativitas no trasluce relación alguna.

En definitiva, el poder del grupo de D. Juan I estaba más circunscrito al entorno de Tepexi, específicamente al ámbito político local, el cual incluía interesantes relaciones de alianza con los alcaldes mayores de la jurisdicción, con quienes compartía negocios como el repartimiento de mercancías. Destaca el caso del D. Juan Antonio de Oya (1745-1746) (AGN, Vínculos, Vol. 70, Exp. 2: 59 y 103 pp.).236 Mientras el de los Luna, desplazados por el primero del gobierno, se extiende más al espacio eclesiástico, así como a otros ámbitos de la administración. La puntualidad de la información que nos habla de D. Juan I como fiscal mayor de la iglesia no nos permite discernir si existía algún mecanismo de rotación en la ocupación de los cargos más elevados en la jerarquía política y eclesiástica local por parte de las facciones. En todo caso, los Luna parecían estar más interesados en el poder político que emanaba del cargo de gobernador, que D. Juan I en el de fiscal, dominados respectivamente por los adversarios de cada cual. En todo caso, lo cierto es que sus influencias se proyectaban en espacios dispares, aun cuando ambos perseguían el mismo objetivo: el control e incremento de su poder, independientemente de su procedencia o naturaleza. En qué medida el poder procedente de las relaciones sociales favoreció al económico y político es algo que comprobaremos en los siguientes capítulos.

236 Analizaremos la naturaleza de estas relaciones y sus consecuencias en el marco del

contexto político local abordado en los capítulos 4 y 5.