cap 1 dejours trabajo y desgaste mental

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Capítulo I Las estrategias defensivas 1. Las “ideologías defensivas” (el caso dei subproletariado) El sub-proletariado del cual vamos a hablar es aquel que vive en las zo- nas periféricas a la ciudad. No se trata aquí de una clase social» como lo en- tienden por ejemplo los políticos italianos. Sino más bien de esa parte de la población que vive en villas miserias o en viviendas precarias generalmente expulsadas hacia la periferia de las grandes ciudades. Esta población no se ca- racteriza por la común participación en una misma actividad económica. Por el contrario, lo que la define como tal es el desempleo y el sub-empleo. De hecho, podría parecer insólito tomarla como ejemplo en un estudio de psico- patología del trabajo. Si actuamos de tal manera es porque en este mundo marginal las contradicciones aparecen más marcadas que en cualquier otra parte. En él, el sufrimiento es masivo y evidente. Pero su naturaleza debe ser descifrada. La miseria “descripta por los académicos del siglo XIX”*esta mi- seria obrera concebida como una enfermedad epidémica15 traduce ante todo el pensamiento social imperante en esa época, pero no da cuenta de la viven- cia compartida por los seres humanos que forman parte del sub-proletariado. Por el contrario, más que en cualquier otra parte podemos ver entonces un cierto tipo de defensas que describiremos bajo el nombre de “ideología defensiva”. Lo que retendrá nuestra atención es la vivencia en esta población con respecto a la salud y, más precisamente, con respecto a la enfermedad. No se trata de describir las condiciones reales de salud. Ellas sólo serán men- cionadas para recordar los trabajos importantes publicados por el Dr. De la Gorce47 y el Dr. Calland.44 Estos trabajos muestran que el sub-proletariado está afectado por una tasa de morbilidad muy superior a la de la población en general. Como ejemplo significativo, podemos citar la importante inci- dencia de las enfermedades infecciosas en particular en los niños y de la tu~ berculosis que sigue siendo, aún, un flagelo para la población adulta. Pode- mos también constatar la importancia de las secuelas de accidentes y de en- fermedades: ellas muestran sobre todo tratamientos incompletos o mal ins- trumentados situando esto en el conjunto de una menor eficacia de la técni- cas médico-quirúrgicas sobre una población que no puede disfrutar como el resto, por razones de orden no solamente socio-económico y cultural, sino por razones de orden material (imposibilidad de acceder a las convalecen- c,as, a los cuidados posoperatorios* a la reeducación kinesioterapéutica y a vigilancia médica que sigue a una enfermedad grave o un accidente). El

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Cap 1 Dejours Trabajo y Desgaste Mental

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  • Captulo ILas estrategias defensivas

    1. Las ideologas defensivas (el caso dei subproletariado)

    El sub-proletariado del cual vamos a hablar es aquel que vive en las zo-nas perifricas a la ciudad. No se trata aqu de una clase social como lo en-tienden por ejemplo los polticos italianos. Sino ms bien de esa parte de la poblacin que vive en villas miserias o en viviendas precarias generalmente expulsadas hacia la periferia de las grandes ciudades. Esta poblacin no se ca-racteriza por la comn participacin en una misma actividad econmica. Por el contrario, lo que la define como tal es el desempleo y el sub-empleo. De hecho, podra parecer inslito tomarla como ejemplo en un estudio de psico- patologa del trabajo. Si actuamos de tal manera es porque en este mundo marginal las contradicciones aparecen ms marcadas que en cualquier otra parte. En l, el sufrimiento es masivo y evidente. Pero su naturaleza debe ser descifrada. La miseria descripta por los acadmicos del siglo XIX* esta mi-seria obrera concebida como una enfermedad epidmica15 traduce ante todo el pensamiento social imperante en esa poca, pero no da cuenta de la viven-cia compartida por los seres humanos que forman parte del sub-proletariado.

    Por el contrario, ms que en cualquier otra parte podemos ver entonces un cierto tipo de defensas que describiremos bajo el nombre de ideologa defensiva. Lo que retendr nuestra atencin es la vivencia en esta poblacin con respecto a la salud y, ms precisamente, con respecto a la enfermedad. No se trata de describir las condiciones reales de salud. Ellas slo sern men-cionadas para recordar los trabajos importantes publicados por el Dr. De la Gorce47 y el Dr. Calland.44 Estos trabajos muestran que el sub-proletariado est afectado por una tasa de morbilidad muy superior a la de la poblacin en general. Como ejemplo significativo, podemos citar la importante inci-dencia de las enfermedades infecciosas en particular en los nios y de la tu~ berculosis que sigue siendo, an, un flagelo para la poblacin adulta. Pode-mos tambin constatar la importancia de las secuelas de accidentes y de en-fermedades: ellas muestran sobre todo tratamientos incompletos o mal ins-trumentados situando esto en el conjunto de una menor eficacia de la tcni-cas mdico-quirrgicas sobre una poblacin que no puede disfrutar como el resto, por razones de orden no solamente socio-econmico y cultural, sino por razones de orden material (imposibilidad de acceder a las convalecen-

    c,as, a los cuidados posoperatorios* a la reeducacin kinesioteraputica y a vigilancia mdica que sigue a una enfermedad grave o un accidente). El

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  • T r a b a j o y d e s g a s t e m e n t a l * C h r s t o p h e D e j o u r s

    alcoholismo es frecuente. Como lo veremos ms adelante, un gTan nmero de enferm edades quedan por descubrir o se encuentran escondidas y la ma-yor parte de la morbilidad sigue siendo desconocida. Esta poblacin de va-rios miles de habitantes vive en conjuntos habitacionales a mitad de camino entre villas miseria, casas rodantes y los HLM (se denomina as, en Francia, a las viviendas provistas por el Estado con alquiler moderado). La promis-cuidad favorece la transmisin de las enfermedades infecciosas. La pobreza de las instalaciones sanitarias (canalizaciones, desages, provisin de agua, baos, recoleccin de residuos domiciliarios) forman tambin condiciones necesarias a la propagacin de la enfermedad y a las contaminaciones colec-tivas. El alimento es escaso, la carne es rara y escasa en la dieta, y es a este rubro al cual se destina la mayor parte del presupuesto familiar.

    La estructura familiar se caracteriza por el nmero elevado de hijos: la mayora de las familias tienen de ocho a diez hijos. Por otra parte, las pare-jas estn frecuentemente separadas dando lugar a la ruptura del ncleo fami-liar. Los jvenes poco escolarizados forman muchas veces los contingentes de futuros marginados, de los cuales unos cuantos algn da conocern la crcel.

    Ms significativo aun es el hecho notorio de que si el 80 % de los nios permanecen en el lmite de dos distanciamientos tipo en cuanto al desarro-llo estato-ponderal (contra 95 % en la regin parisina), 60 % se encuentra en la banda inferior, el 20 % queda por debajo de los dos lmites tipo con un re-traso del crecimiento que llega a veces a -14 % (quedando en e! lmite del enanismo), hay entonces un desplazamiento global hacia abajo con un por-centaje inferior a -26. Podramos estar proclives a mencionar los factores ge-nticos, pues algunos de estos chicos tienen padres de baja estatura, pero no seria ms conveniente pensar que los mismos padres tuvieron trabado su de-sarrollo por las carencias? El estudio de las condiciones de vida parece bas-tante significativo. As somos conducidos a pensar que el retraso en la esta-tura observada refleja, en la mayora de los casos de nios estudiados, una carencia nutricional debida tanto a factores econmicos como a factores cul-turales (hbitos alimenticios).47

    Ms que la morbilidad, que es siempre difcil de evaluar, el subdesarro- 11o estato-ponderal de esta poblacin refleja de manera significativa las ma-las condiciones de salud, higiene y educacin. Tales observaciones nos re-cuerdan las descripciones del siglo XIX acerca de la poblacin masculina sometida al consejo de revisin del ejrcito para hacer la conscripcin, y de lo que podemos todava encontrar en los pases del tercer mundo y en parti-cular en Amrica latina.

    Desde el punto de vista mdico-sanitario, los medios de que disponen es-tas poblaciones son bastante rudimentarios: inexistencia o escasos dispensa-

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  • L a s e s t r a t e g i a s d e f e n s i v a s - C h r i s t o p h e D e j o u r s

    nos, sin mdicos instalados en una zona que agrupa sin embargo a una pobla-cin de varios miles de individuos (pero hay, sin embargo, una insercin de varios trabajadores sociales, en particular asistentes sociales y enfermeras).

    Ya sea que se trate de una prctica mdica o de una encuesta relativa a la salud, una primera observacin se impone de entrada. Se niegan a hablar de la enfermedad y del sufrimiento. Cuando alguien est enfermo intenta escon-der esta informacin a los dems, pero tambin a su familia y a los vecinos. Es slo despus de largas vueltas que se logra, a veces, detectar la vivencia de la enfermedad, que siempre se considera vergonzosa: apenas se mencio-na una enfermedad, aparecen numerosas justificaciones como si tratara de disculparse. No se trata de la culpabilidad en el sentido propio que evocara una vivencia individual, sino ms bien de un sentimiento colectivo de ver-genza: Cuando uno est enfermo no lo hace'a propsito. Masivamente, en efecto, surge una verdadera concepcin de la enfermedad, propia de ese ambiente. Es una concepcin dominada por la acusacin. Toda enfermedad sera de alguna manera voluntaria: Si uno est enfermo, es porque es un pe-rezoso. Cuando se est enfermo, uno se siente juzgado por los otros. Es una acusacin de la cual no se conoce bien el origen, pero es una acusacin por parte deLgrupo social en su conjunto. Esta actitud frente a la enfermedad puede Ir muy lejos: cuando un muchacho est enfermo se lo acusa de dejar-se estar, y si se hunde an ms profundamente en la enfermedad y el sufri-miento es porque as lo desea y porque se resigna a la pasividad.

    La asociacin entre la enfermedad y la holgazanera es caracterstica del medio, y volveremos ms'adelante sobre su significacin. Un verdadero consenso social surge de esta manera, que apunta a condenar la enfermedad y al enfermo. Una pequea diferencia subsiste al juzgar segn sea un hom-bre o una mujer. Un hombre enfermo es realmente un holgazn. Se tolera-ra sin embargo que una mujer est enferma, siempre y cuando no signifique inmediatamente la ruptura del trabajo profesional. Pero una nocin implci-ta surge sin falta para corregir esta aseveracin. Por causa de ios hijos, una mujer no se puede dar el lujo de estar enferma. Aqu, el trabajo de las muje-res no es comparable a lo que podemos encontrar en otras clases sociales, ni incluso en la clase obrera. Criar ocho o diez hijos en ese medio y en las con-diciones materiales que han sido mencionadas representa una carga de tra-bajo y de angustia mucho ms importante que en cualquier otra parte. Final-mente, no se trata de evitar la enfermedad, se trata de amaestrarla, de conte- nerla, de controlarla, de vivir con ella. Las mujeres, segn se dice, estn to-das enfermas, pero esas enfermedades son de alguna manera tenidas a dis-tancia por el desprecio. Slo se reconocen aquellas que se evidencian por sntomas que son demasiado importantes para ser ignorados: una toz hemop- toica, una prdida de peso importante, una debilidad psicolgica que de-muestra la existencia de un sndrome deficitario grave.

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  • T r a b a j a y d e s g a s t e m e n t a l - C h r i s l o p h e D e j o u r s

    Para que una enfermedad sea reconocida, para ir resignado a consultar a3 mdico, para que se acepte ir al hospital, es necesario que la enfermedad ha- ya alcanzado una gravedad tai que impida proseguir ya sea la actividad pro-fesional en el caso del hombre o, las actividades domsticas en el caso de_la mujer. Se nota, sin embargo, una actitud cada vez ms flexible con respecto a la enfermedad de los nios. Puesto que en el sub-proletariado todo est or-ganizado, todo est estructurado, todo converge hacia la salvaguarda de 3a vida del nio. Pero incluso en estos casos, no se quiere consultar al mdico. No tanto por sentir vergenza frente a un personaje de otro mundo, sino ms bien porque se teme que l descubra un montn de cosas de las cuales uno prefiere no enterarse. Si el mdico detecta luego de su chequeo varias in-fecciones crnicas desconocidas, entonces la moral se derrumba y, como se dice en esos lugares, cuando no se tiene buen nimo, no se puede curar. Tal expresin puede encontrarse tambin en otra parte que no sea el sub-pro- letariado. Sin embargo, nunca tiene un significado tan fuerte como aqu. Hay que comprender esta expresin literalmente, palabra por palabra. Curarse, en esa regin, es ante todo un asunto moral. La curacin no debe sercompriih dida como la desaparicin del proceso patgeno. Curarse es solamente no seguir sufriendo. Ya sea que el sntoma que nos invalida desaparezca o que se llegue a domesticar el dolor, entonces s nos podemos considerar como curados. Ciertas frmulas de carcter proverbial tienen todava aqu una fun-cin real que hemos olvidado para retener, la mayora de las veces, solamen-te su carcter humorstico o potico. De este modo, el dolor de muela, es el mal de amor. Cuando uno se siente mal de salud dice: Tengo problemas,

    En este contexto, una estada como internado en el hospital es lo que ms se teme. AI extremo que se busca evitar a toda costa. Y esto se comprende si se piensa que la hospitalizacin es de alguna manera el fracaso, el derrum-bamiento de todo el sistema de contencin de la enfermecfcl, de la vivencia del sufrimiento, es el punto de no-regreso que marca una brecha del sistema colectivo de defensa contra la enfermedad. En un grado menor, consultar a un mdico tampoco tiene sentido. Ir al consultorio det mdico en la ciudad representa ya un cierto nmero de dificultades materiales: llevar consigo un hijo, de acuerdo, pero qu hacer con los otros ocho o nueve durante ese tiempo? Esta realidad es tan aterradora que en la prctica una mujer a lo lar-go de los das, semanas, meses y aos nunca se aleja del lugar que ellos han elegido como domicilio. Adems, los mdicos son mal vistos: Los doc-tores no nos escuchan. Hay que ir rpido. Nos da la impresin de que no nos creen. Pero el verdadero problema, frente a la prctica mdica, es de hecho mucho ms prosaico, es el del dinero. Toda consulta termina irremediable-mente con una receta o prescripcin mdica. Comprar los medicamentos, significa adelantar fondos a veces importantes. O este dinero no est dispo-nible, o s lo est, pero significa para toda la familia que habr restricciones

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    alimentarias hasta que llegue la hora del reembolso. A veces el acto mdico acaba con la consulta. Adelantar el precio de una consulta puede ser posible, pero no el del medicamento. Esto conduce a prcticas mdicas salvajes.La mayora de las veces se utilizan ios medicamentos que han sido anterior-mente prescriptos a otro nio. Se administra el medicamento con sentido co-mn y con la cuota de incertidumbre que se puede imaginar. Es a veces con una vecina con quien hay una relacin privilegiada, que se decide qu trata-miento administrar a un hijo*

    Un lugar aparte debe estar dedicado a la discusin sobre las mujeres, so-bre la vida sexual y sobre los hijos. Dijimos que en esa zona sera ms pro-picio hablar sobre las enfermedades que afectan a las mujeres antes que de las que alcanzan a los hombres. Para estos ltimos, la enfermedad equivale a! cese de la actividad profesional, es decir a la holgazanera. Pero a la mu-jer, la enfermedad no la autoriza a interrumpir sus tareas. No solamente por-que los hijos no pueden abstenerse de los cuidados de su madre sino porque, como se dice en aquellas ciudades, para las mujeres no hay interrupcin del trabajo, no hay medicina del trabajo. Pero ms caractersticas an son las actitudes frente al estado de embarazo. Uno de los caminos por los cuales se accede a estas localidades, es precisamente la familia, cuando se tienen mu-chos hijos. Las familias de ocho, diez, doce hijos son frecuentes en esa zona. Incapaces de hacer frente a los gastos de vivienda, alimento y vestimenta con un solo ingreso (ya que la mujer est enteramente ocupada con los cuidados de los nios), la familia, muchas veces de origen obrero, queda librada a un proceso implacable de marginalizacin por el endeudamiento, teniendo co-mo fin el crculo vicioso de la enfermedad, de los gastos, etc,, en su extremo.En este contexto, el embarazo aparece tambin, en el sub-proletariado, como^C una vergenza. Una mujer embarazada esconde su estado lo mximo posiblefrente a los otros. Cuando se sabe que una mujer espera familia, se dice de>

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    boca en boca: Esta slo sirve para eso, para parir y hacer hijos. Ms all del embarazo en s, se ve que toda su vida sexual es vergonzosa, escandalo- sa, reprimida, hasta prohibida. El embarazo, origen de las condenas, fuente de vergenza, est situado en el mismo nivel que la enfermedad.

    Pero cuando los chicos estn ah, todos los esfuerzos se orientan para asegurar su crecimiento. Ms que en cualquier otro medio, los hijos son el eje de la vida de la madre. A partir de cierta edad, luego de haber sacado a los hijos de las dificultades, luego de haber trabajado la vida entera para ellos, para.qu ocuparse de s misma? Cuando esta misin social fundamen-tal reservada a las mujeres se ha cumplido, es decir cuando ya alcanzaron los 40 50 aos, no hay ninguna otra razn_para seguir viviendo. Mientras que era necesario cuidarse cuando se tenan hijos para mantener, cmo justifi-car cuidados o tratamientos cuando se ha alcanzado la edad de la jubila-cin del trabajo domstico? Muchas veces, cuando los nios crecieron v ya

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    son grandes, tan slo algunos meses bastan para llevar a la madre a una en-fermedad fatal Una ya no sirve ms y se deja llevar. Hay un momento en que una ya no tiene ganas de curarse.

    La ideologa de la vergenza: de estas actitudes y de estos comporta-mientos frente a la enfermedad se pueden extraer dos caractersticas: la pri-mera concierne al cuerpo. Ya sea que se trate de sexualidad, de embarazo o de enfermedad, todo debe estar cubierto por el silencio. El cuerpo slo se puede aceptar en el silencio de los rganos; slo el cuerpo que trabaja, el cuerpo productivo del hombre, el cuerpo consagrado al trabajo de la mujer son aceptados; son tanto ms aceptados cuando no es necesario hablar de ellos. La actitud frente al dolor es, desde ese punto de vista, ejemplar. El cuerpo? N ojiay ni palabra ni lenguaje para hablar de l dentro del sub-pro- letariado. No se sabe lo que es estar bien en su cuerpo, estar bien de salud. No se conoce su cuerpo, por lo tanto, para hablar de l^eo^l& no qu ha-ya un dolor. Cuando este dolor llega al lmite de lo insoportable o imposi-bilita el trabajo, entonces, slo en tales ocasiones, se decide consultar al m-dico pero, vaya la mala suerte, cuando llegamos al consultorio ya no tene-mos ms dolor. Y esto est directamente relacionado con lo que decamos ms arriba, del miedo a que el mdico descubra efectivamente algo. Pero tambin es una auto-acusacin.

    La vergenza aparece evidenciada en afirmaciones tales como: Si no hay ms dolor, es que decimos pavadas Como primer anlisis, podemos considerar que la vergenza instaurada aqu como un sistema constituye una verdadera ideologa elaborada colectivamente, una ideologa defensiva con-

    : tra una ansiedad precisa, ia de estar enfermo o, ms exactamente, de estar en 1 un cuerpo fuera de su estado.

    La segunda caracterstica de estos comportamientos frente a la enferme-dad se refiere a la relacin existente entre enfermedad y trabajo. Para el hombre, en la ideologa de la vergenza, la enfermedad corresponde siem-pre a la interrumpcin del trabajo. El conjunto de esta poblacin sufre del sub-empleo que es particularmente crtico en un perodo de crisis econmi-ca. Pero incluso fuera de esta situacin que agranda la importancia numri-ca de los habitantes de dicha zona, siempre existe un grupo de mano de obra sub-empleada y marginalizada. Dijimos que una de las fuentes de ingreso en la zona es una familia muy numerosa. El otro mecanismo ms frecuentemen-te encontrado es aquel de la enfermedad o del accidente. Un obrero que fue hasta entonces eficaz en su trabajo sufre de una enfermedad crnica invali-dante o de las secuelas de un accidente de trabajo* Las compensaciones ma-teriales, el porcentaje de invalidez asignado ya no bastan para asegurar la su- pervivencia de la familia. Comienza entonces el inevitable proceso que con-

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    duce al sub-proletariado. Para la mujer, por el contrario, son los embarazos y las enfermedades que dificultan el trabajo colosal de la educacin de tos hijos y de las tareas hogareas. Que se trate de los hombres o de las muje-res, todo estado anormal del cuerpo conduce infaliblem ente al problema del trabajo o del empjeo. Vemos que el trabajo atraviesa profundamente la vi-vencia de la enfermedad: enfermedades del trabajo, a tal punto que la falta de trabajo se convierte en s en un sinnimo de enfermedad: Cuando se le dice a una persona que ya es muy vieja para trabajar o que ya no es capaz de continuar trabajando, es como si estuviera enferma

    Enfermedad y trabajo! Esta pareja indisolublemente ligada tiene en s un contenido especfico: la ideologa de la vergenza erigida por el sub-pro-letariado no apunta a la enfermedad en s misma, sino a la enfermedad en

    \tanto que ella impida el trabajo. En efecto, no encontramos nunca en el dis-curso del sub-proletariado una angustia especfica que se refiera a la salud, la enfermedad o la muerte. La enfermedad es vivida como un fenmeno to-talmente exterior, resultado del destino y que est relacionada con una inter-vencin exterior: como el mdico, el hospital. Cuando l lucha contra el do-lor, cuando trata de negar su sufrimiento, el hombre del sub-proletariado no pretende tener una actitud teraputica frente al proceso patgeno. El sabe que slo trata de hacerlo callar. Curar es el negocio o el trabajo del mdico o del especialista. La angustia contra la cual est erigida la ideologa de la vergenza no es la del sufrimiento, de la enfermedad, ni de la muerte; la an-gustia que se observa es, a travs de la enfermedad, el_agotamiento del cuer-po en tanto fuerza capaz de producir trabajo. Esta observacin es importan-te en la medida en que ella es prcticamente especfica del sub-proletariado y que no la encontramos en ninguna de las dems clases sociales, ni incluso en el proletariado. Cuando las condiciones de supervivencia son tan preca-rias como aquellas que observamos en el sub-proletariado o en las poblacio-nes de los pases sub-desarrollados, no hay lugar para la ansiedad frente a la enfermedad como tal (lo que no significa que dicha ansiedad no exista). Ella est probablemente oculta por la cuestin relativa a la supervivencia, si guiendo lo que se ha descripto a propsito del siglo XIX y de la historia de la relacin salud-trabajo antes de la guerra de 1914.

    Funcin de la ideologa defensiva: nos queda por entender, ms all de la finalidad de este sistema defensivo, cmo funciona, para qu surge, en qu consiste su positividad, y eventualmente evaluar su costo social. Ms all de la enfermedad, ya lo hemos visto, la ideologa de la vergenza consiste en Mantener alejado el riesgo de un agotamiento del cuerpo que lo aleje del tra-bajo y como consecuencia de la miseria, de la sub-alimentacin o de la niuerte. Podemos preguntarnos qu pasara en el caso de que esta ideologa

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    defensiva fracasara. La ansiedad relativa a la supervivencia, de colectiva. pa~ sariama convertirse en problema individual. Esta situacin no es solamente un estudio de caso puramente terico. Vemos a veces fracasos aislados de la ideologa de la vergenza. Aparecen entonces comportamientos individuales especficos; la principal salida frente a la ansiedad concreta de la muerte es el alcoholismo que alcanza a un cierto nmero de individuos. Pero el alco-holismo nunca reviste la forma colectiva, ni la epidmica. El alcoholismo es una fuga individual y gravemente condenada por el grupo social. El alco-holismo, en esta situacin, corresponde a una proyeccin hacia adelante ha-cia un desgaste fsico ms rpido y un destino mental y somtico particular-mente grave por causa de la rpida utilizacin del dinero que ya no permiti-

    ' r ms asegurar una alimentacin adecuada. La segunda salida est represen-tada por la emergencia de actosde violencia antisocial, la mayora de las

    v veces desesperados e individuales. La tercera salida es ajocura con todas las formas de descompensaciones psicticas, caracteriales y depresivas. Fi-nalmente, al no poder hacer uso de estas puertas de salida, el riesgo es la muerte. Mortalidad por sub-altmentacin o sustitucin agravando la evolu-cin de una enfermedad concurrente. Es de notar al respecto la frecuencia de las muertes precoces de los individuos jvenes con edades entre 35 y 50 aos.44 Confrontados individualmente al peligro concreto de no poder so- brevivir por razones materiales, pocos sujetos resisten. El esfuerzo material y econmico desplegado por las familias del subproletariado para sobrevivir sera incomprensible si no estuviera sostenido y basado en un sistema men-tal muy slido. Este sistema funciona ya que est elaborado y alimentado co-lectivamente. Tal es la positividad de la ideologa de la vergenza.

    Nos queda por contemplaran,costo. E^ silencio que rodea los problemas de salud, de enfermedad, de vida sexual, de embarazo y de medicina condu-cen a esta poblacin a agravar an ms los efectos del sub-equipamiento m-dico-sanitario, Hacer callar la enfermedad y el sufrimiento conduce de ma-nera coherente a rechazar los cuidados, a evitar las consultas mdicas, a te-mer las hospitalizaciones. D esta manera, muchas personas del subproleta- rado se podran beneficiar con protecciones sociales tales como visitas gra-tuitas y asistencias mdicas tambin gratuitas. No es tanto por ignorancia que los hombres del sub-proletariado no se benefician con estas medidas. La presencia de trabajadores sociales hara posible paliar esta dificultad. Pero de la experiencia misma de estos trabajadores sociales, surge el conocimien-to de una verdadera resistencia de la gente del sub-proletariado a hacer los trmites necesarios. Podramos, en tal situacin, acusar al sub-proletariado de complacencia respecto del sufrimiento y la miseria. Y eso no es nada si tenemos en cuenta la coherencia necesaria de la ideologa de la vergenza: distanciarse de la enfermedad, la miseria y el hambre, es tambin distanciar-se de todo lo que directa o indirectamente puede hacerlos recordar. Tambin

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  • La s e s t r a t e g i a s d e f e n s i v a s - C h r i s t o p h e D e j o u r s

    el estudio de toda medida mdico-sanitaria o de higiene reactiva una ansie-dad fundamental ms elevada de lo que podra ser susceptible de calmarla.

    A partir del ejemplo del sub-proletariado podemos proponer algunas ca-ractersticas de lo que es una ideologa defensiva. En primer lugar, la ideolo-ga defensiva funcional tiene como objetivo principal enmascarar, contener y ocultar una ansiedad particularmente grave. En segundo lugar, es al nivel de la ideologa defensiva, partiendo de que sta es un mecanismo de defensa ela-borado por un grupo social particular, que debemos buscar una especificidad. Encontraremos tales ideologas defensivas al tratar la situacin'de los traba-jadores de la construccin. Esta vez los caracteres especficos tendrn que es-tar relacionados con la naturaleza de la organizacin del trabajo. En el caso del sub-proletariado no puede tratarse del problema de la organizacin del trabajo en tanto tal, sino ms bien del problema del sub-empleo y del desem-pleo. La_spec4ficidad de la ideologa defensiva de la vergenza es, por una paite, resultado de la naturaleza de la ansiedad por contener y, por otra, de la poblacin que participa en su elaboracin. En tercer lugar, lo que caracteriza una ideologa defensiva, es que est dirigida,lTo~cotfa una angustia resultan-te de conflictos ntra-psquicos de naturaleza mental, sino que est destinada a luchar contra un peligro y un riesgo reales. En cuarto lugar, la ideologa de-fensiva, para ser operativa, debe obtener la participacin de todos los intere-sados. Aquel que no contribuye o que no comparte el contenido de la ideolo- gTa^efensiva es, tarde o temprano, excluido. En el caso de la construccin, se lo deja fuera de la obra; en el caso del sub-proletariado, es el aislamiento progresivo que lo conduce a la muerte por intermedio de las enfermedades f-sicas o mentales. En_quinto lugar, una ideologa defensiva, para ser funcio-nal, debe estar dotada de una cierta coherencia, lo que supone hacer adapta-ciones relativamente rgidas a larelidad, con el riesgo de que aparezcan con- secuericETms o menos graves en el plano prctico y concreto. (Resistencia a la proteccin mdico-sanitaria, rechazo a la contracepcin.) Veremos a pro-psito de la construccin que el costode elaboracin del funcionamiento de la ideologfa defensiva profesional es igualmente importante (resistencia fren-te a las campaas de seguridad). En sexto lugar, la ideologa defensiva tiene siempre un carcter vital, fundamental, necesario. Siendo tan inevitable co-mo la realidad misma, la ideologa defensiva se torna obligatoria. Ella jeem- Phzajgs mecanismos de defensa individuales y los pone fuera de combate. Esta observacin es de una gran importancia clnica eii l medida en que es a partir de ella que podemos comprender por qu un individuo aislado de su gnipo social se encuentra brutalmente desprovisto frente a la realidad a la cual se halla confrontado. Las participacin en la ideologa defensiva colec-

    ige acallar los mecanismos de defensa que nicamente justifican su existencia frente a conflictos de orden mental, los cuales slo pueden apare-cer cuando est asegurado un mnimo control de la realidad peligrosa.

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  • T r a b a j o y d e s g a s t e m e n t a l - C h r i s t o p h e D e j o u r s

    Veremos que todas estas caractersticas de la ideologa de la vergenza pueden reaparecer en las ideologas defensivas profesionales, ya sea que se trate de trabajadores de 3a construccin como de operadores de las industrias de proceso.

    2. Los mecanismos de defensa individuales contra la organizacin del trabajo: el ejemplo del trabajo repetitivo

    Es una situacin completamente diferente la que encararemos ahora: el trabajo repetitivo, ya sea que se trate de trabajo en cadena, de trabajo por pie-zas, de ciertos trabajos informatizados de oficina, en las compaas de segu-ros o en los bancos. Trabajo taylorizado, cuya organizacin es tan rgida que domina no solamente la vida durante las horas de trabajo, sino que tambin invade, como lo veremos ms adelante, el tiempo lbre.

    Para introducir el punto de vista de la psicopatologa en este campo, no podemos evitar volver a analizar ciertos aspectos de la Organizacin Cient-fica del Trabajo (OCT) concebida por Taylor.96

    El objetivo de este sistema, lo adivinamos si es que ya no lo sabemos, es el aumento de la productividad. Taylor, que haba hecho durante sus estudios un aprendizaje de obrero, formulaba contra ios obreros el reproche de hol-gazanera (op. c i t pg. 230). La holgazanera en el taller, no eran tanto los momentos de descanso que se intercalaban en el trabajo, sino ms bien los instantes durante los cuales ios obreros, pensaba, trabajaban a un ritmo menor del que habran podido, o habran debido adoptar.

    La holgazanera fue denunciada de este modo como prdida de tiempo, de produccin y de dinero. Lo que Taylor condena, aquel vicio de la cla-se obrera, quizs sea otra cosa totalmente distinta. Intentaremos demostrar que ms all de una simple reduccin de la produccin, este tiempo, aparen-temente muerto, es en realidad una etapa de trabajo en el curso de la cual se ponen en juego operaciones de regulacin de la pareja hombre-trabajo, des-tinados a asegurar la continuacin de la tarea y la proteccin de la vida men-tal del trabajador

    Tambin el destino de Taylor se identifica con la reduccin, en el senti-do radical, ortopdico diramos, de la holgazanera obrera.

    El principal obstculo que encuentra en su proyecto, es la ventaja indis-cutible del obrero-artesano sobre el empleador en la discusin de los tiem-pos y de los ritmos de trabajo. El conocimiento de la tarea y del modo ope-ratorio se encuentra en el campo del obrero y est cruelmente ausente en la argumentacin del ingeniero.

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  • Las e s t r a t e g i a s d e f e n s i v a s - C h r i s t o p h e D e j o u r s

    Experiencia profesional y saber-productivo tcnico son an complejos en una poca en que el obrero sigue siendo en la mayora de los casos un ar- jjgano calificado. _*

    El saber obrero se destaca entonces en la lucha como secreto guardado colectivam ente por la corporacin obrera62 saber-secreto-clave de la rela-cin de fuerzas, del que Taylor se va a apropiar. l emprende el anlisis sis-temtico de los modos operativos en uso (op. cit.y pg. 80). No se detiene en la inslita diversidad de estos modos operativos sino para condenar a los ms lentos, sin preguntarse sobre las razones de esta variabilidad atribuida implcitamente a la tontera o a la mala voluntad de los menos rpidos {op. cit., pg. 82). Error o ceguera intencional?

    Una vez seleccionados los diferentes modos operatorios, Taylor elige el ms rpido y, en base a ese criterio, lo declara modo operatorio cientfica-mente establecido que trata de ahora en ms de imponer a todos los obre-ros sin distincin de altura, edad, sexo o de estructura mental.

    Se insisti con mucha razn sobre el desposeimiento del conocimiento colectivo62 por la organizacin cientfica del trabajo. La diversidad de mo-dos operatorios, en cambio, ha llamado poco la atencin, Desposeimiento del saber, claro est, pero tambin desposeimiento de la libertad de interven-cin, puesto que esta diversidad es testigo, en realidad, de la originalidad de cada obrero frente a su tarea. Originalidad que no debera solamente conten-tarse en reconocerse como calidad esttica o valor moral. Se trata mucho ms de una inventiva o actividad fundamental que autoriza a cada obrero a adaptar intuitivamente la organizacin de su trabajo a las necesidades de su organismo y a sus aptitudes fisiolgicas. LaO C T no se limita a una desapro-piacin del saber. Anula la libertad de organizacin, de reorganizacin o de a d a c c i n del trabajo. Adaptacin espontnea del trabajo al hombre que no esper a los especialistas para inscribirse en la tradicin obrera. Adaptacin, de la cual percibimos fcilmente que exige una actividad intelectual y cog- nitiva que ser prohibida por el trabajo taylorizado.

    Pero ms grave an es la dimensin psicolgica y psico-econmica de esta libertad de organizacin reorganizacin modulacin del modo ope-ratorio. Volveremos con ms detalles sobre este problema (en el captulo II- 2), ya que involucra, como lo veremos, la integridad del aparato psquico y. ms all, la salud del cuerpo por el juego del proceso de somatizacin.

    La estrategia de Taylor no poda detenerse en la designacin del modo operatorio cientficamente establecido. Faltaba todava ponerlo en prctica, lo que evidentemente no es una tarea fcil. La pregunta era entonces: cmo verificar el respeto del modo operatorio y su ejecucin en los tiempos esta-blecidos? En otras palabras, de qu jerarqua, de qu control, de qu man-

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  • T r a b a j o y d e s g a s t e m e n t a l - C H r i s t o p h e D e j o u r s

    do deba dotarse a la nueva organizacin del trabajo? Taylor imagin enton-ces un medio de controlar cada gesto, cada secuencia, cada movimiento en su forma y su ritmo dividiendo el modo operatorio complejo en gestos ele-mentales ms fciles de controlar por unidades que en su conjunto. Hasta sistematiz este mtodo y lo declar como si fuera un principio: varios ges-tos no deban ser ejecutados ms por un slo obrero sin que en cada uno de ellos se interpusiera una intervencin de la direccin (op. c i t pg. 80). Aqu encuentra un papel el personal de supervisin. Divisin tcnica mxima de) trabajo y rigidez intangible de a organizacin del trabajo aparecen entonces como las dos caractersticas fundamentales del nuevo sistema.

    Desde e punto de vista psicopatolgico, la OCT se traduce por una tri-ple divisin: divisin del modo operatorio; divisin del organismo en rga-nos ejecutores y rganos de concepcin intelectual; y finalmente divisin de los hombres, separados por la nueva jerarqua considerablemente agrandada de los capataces, jefes de equipo, reguladores, cronometristas, etc. El hom-bre en situacin de trabajo, el artesano, desapareci para dar nacimiento a un aborto: un cuerpo instrumentalizado obrero-masa,18 desposedo de su capacidad intelectual y de su aparato mental. Cada obrero, adems, es aisla-do de los otros. Pero, a veces, es peor an, ya que el sistema puede hacerlo enfrentar a los otros. Superado por las cadencias, el obrero que no lleva el ritmo perturba las tareas de aquellos que intervienen despus de l en la ca-dena de los gestos productivos.

    Al fin de cuentas, e] trabajo taylorizado engendra entre los individuos una mayor cantidad de divisin que de puntos de encuentro. Si comparten colectivamente las experiencias del taller, el ruido, las cadencias y la disci-plina; sin embargo en esta iiueva estructura de organizacin de trabajo lo que cambia es que lo hacen confrontados, uno a uno, individualmente y en la so-ledad, a las exigencias de la productividad.

    sta es, en definitiva, la paradoja del sistema que elimina las diferen-cias; crea el anonimato y la intercambialidad, mientras que individualiza a los hombres frente al sufrimiento.

    Frente al trabajo por piezas, al chantaje de las primas e incentivos en di-nero, a las aceleraciones de las cadencias, el obrero se encuentra desespera: damente solo. A l le cabe encontrar la ayuda, la vuelta que le permitir ga-nar algunas decenas de segundos en el ciclo operatorio. La ansiedad, el abu-rrimiento frente a la tarea, tendr que asumirlos primero individualmente, in-cluso si es en medio de un verdadero hormiguero ya que las comunicaciones estn excluidas, hasta prohibidas. En el trabajo taylorizado no existe ms una tarea comn, ni una obra colectiva, como es el caso en la construccin o en la pesca en alta mar, por ejemplo. La rigidez de la organizacin del trabajo, las restricciones de tiempo, las cadencias, los ambientes de trabajo, el estilo

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  • de la direccin, el control, el anonimato de las relaciones de trabajo, la inter- cambiabilidad de los obreros,.., todo parece rigurosamente compartido por los numerosos trabajadores afectados a la misma cadena, en el mismo taller., La repetitividad de los gestos, la monotona de la tarea, la robotizacin, no perdonan a ningn obrero de base. La aparente uniform2acin de las exigen^ cas de trabajo parece indicar la direccin que debera tomar la observacin psicopatolgica: privilegiar loejue hay de comn y de colectivo en_la viven-!. ca antes que detenerse sobre lo que separa~ los individuos.

    Una tal opcin parece, adems, coherente con el anlisis sociolgico y poltico. Al tomar un estudio de este tipo, la pscopatologa del trabajo corre el riesgo de volver a caer en la interpretacin sociopoltica de la vivencia ps-quica que atribuye nicamente a las condiciones materiales y econmicas las causas del sufrimiento, y reduce el dolor a un simple reflejo de la lucha de clases. sta es una gran trampa terica, que probablemente bloque toda ela-boracin sobre lo vivido por el obrero taylorizado.

    Nos parece, por el contrario, que la individualizacin, incluso si es ante todo uniformizante porque borra las iniciativas espontneas, porque rompe las responsabilidades y el saber, porque aniquila las defensas colectivas, de-semboca paradjicamente en una diferenciacin del sufrimiento de un traba-jador respecto de otro. Por el hecho de la parcelacin de lo colectivo obrero, el sufrimiento que engendra la organizacin del trabajo, llama a respuestas defensivas fuertemente personalizadas. Ya no hay ms lugar para las defen-sas colectivas.

    L a s e s t r a t e g i a s d e f e n s i v a s * C h r i s t o p h e D e j o u r s

    Los residuos de las defensas colectivas

    En el caso del trabajo de carcter colectivo (construccin, trabajos pbli-cos), se trata de tareas de gran envergadura que exigen varios das o hasta varias semanas o varios aos para su realizacin. El trabajo en equipo, la participacin en un grupo de operaciones cuyo sentido es comprendido por el conjunto de los obreros, hacen posible la puesta en marcha de defensas co-lectivas. Aqu, en el caso del trabajo taylorizado, nada es parecido. La divi-sin del trabajo desemboca y los obreros no cesan de manifestarlo , en algo que no tiene sentido: los trabajadores, en su gran mayora, ignoran el sentido del trabajo y el destino de su tarea. El sin-sentido de la tarea indivi-dual y el desconocimiento del sentido de la tarea colectiva slo toman su verdadera dimensin psicolgica en la divisin y la separacin de los hom-bres. En ciertos momentos privilegiados veremos resurgir a veces los trozos de defensas colectivas. Es de esta manera como en LEtabli63 es descripto un grupo de obreros yugoslavos de la cadena en las fbricas Citroen. De a tres,

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    unidos por su comn nacionalidad, establecen entre ellos un sistema de con-vivencia y solidaridad. Gracias a la puesta en marcha de tcticas operatorias espontneas alcanzan a ganar algunos minutos sobre el ritmo impuesto por la organizacin del trabajo. De ese grupo, uno de los tres puede entonces quitar la cadena y fumar ostensiblemente un cigarrillo mientras que el con-junto de los otros trabajadores contina indefinidamente repitiendo los mis-mos gestos. Estos pocos minutos arrancados al tiempo y al ritmo de la cade-na, son gozados colectivamente. Este momento, como lo describe Linhart se vive con una inmensa alegra, como una especie de victoria colectiva so-bre la rigidez y la violencia de la coaccin de la organizacin del trabajo. En otros casos asistimos a una marcha hacia arriba colectiva de los obreros de la cadena de tal manera que dos o tres obreros, al final de la cadena, llegan a abandonar sus puestos durante algunos minutos, utilizndolos para golpear un cartn. En este caso es el conjunto de los trabajadores el que participa en el hecho. Podemos entonces realmente hablar dfi.dgfciisa colectiva? S, si lo que es colectivamente desafiado en este comportamiento es efectivamen-te el tiempo, el ritmo, las cadencias, y la organizacin del trabajo. Not en la medida en que slo por algunos momentos se toma a cargo colectivamente el sufrimiento. Su eficacia es por lo dems muy limitada. Limitada frente a lo que caracterizamos ms arriba (con respecto al sub-proletariado) como un peligro real. Qu eficacia real contiene efectivamente tal levantamiento en cadena? En cambio el juego, si es apreciado como tal, obtiene sus virtudes sin dudas de su carcter simblico: desafiar las cadencias, dominar el tiem-po, ser ms fuerte que la organizacin del trabajo. Veremos que la realidad de los riesgos en el trabajo taylorizado no se deben tanto a las cadencias mis-mas sino ms bien a las tensiones que esta organizacin del trabajo hace pa-decer al funcionamiento mental.

    Sera mal visto subestimar el beneficio mental de una operacin de ca-rcter simblico. Pero no podemos tampoco esconder su modesto valor fun-cional y su mezquina dimensin frente a la inmensidad del sufrimiento. Y tampoco estamos autorizados a admitir que estos mecanismos bastan a la lu-cha contra la angustia y el dolor moral. Hay que admitir entonces, evidente-mente, que es sobre todo individualmente que cada obrero debe defenderse de los penosos efectos de la organizacin del trabajo.

    El obrero-mono de Taylor

    Una vez lograda la desapropiacin del saber productivo, una vez desman-telada la colectividad obrera, una vez rota la libre adaptacin de la organiza-cin del trabajo a las necesidades del organismo, una vez que se ha concen-trado el poder supremo de la supervisin, slo quedan entonces cuerpos ais-

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  • L t s e s t r a t e g i a s d e f e n s i v a s - C h r i s t o p h e D e j o u r s

    lados y dciles desprovistos de toda iniciativa. El ltimo elemento del siste-ma puede entonces ponerse a funcionar sin obstculos: hay que adiestrar, en-trenar, condicionar esa fuerza potencial que ya no tiene nada de humana. Es jo que Tbylor mismo anuncia como la multiplicacin de las relaciones brero-empleador, se da junto con una simplicidad para concebir al hombre en el trabajo: el hombre-mono de Taylor ha nacido (Taylor, pg. 100). Cono-'.-; ce ta o s, por otra parte, la famosa respuesta de Taylor a la Corte Suprema de los Estados Unidos cuando tuvo que dar cuenta de su sistema frente a los jueces, sistema juzgado inhumano en esa poca. Y para justificar sus innovaciones, Taylor compara l mismo al nuevo obrero con el chimpanc, como elemento de conviccin para obtener la adhesin del jurado (Taylor, 96, pg. 100).

    La idea de entrenar a los obreros uno tras otro bajo la conduccin de un profesor competente, para ejecutar su trabajo siguiendo nuevos mtodos has-ta que los apliquen de una manera continua y /labitual, una manera cientfi-ca de trabajar (mtodo que ha sido concebido por otro), esta dea, digo, es di-rectamente contraria a la vieja idea segn la cual cada obrero es la persona ms calificada para determinar su modo personal de ejecucin del trabajo.

    Taylor se equivocaba. Lo que parece verdadero desde un punto de vista de la productividad es falso mirndolo desde la economa del cuerpo, pues-to que el obrero es efectivamente el mejor ubicado para saber lo que es com-patible con su salud. Incluso si su modo operatorio no es siempre el ms efi-caz desde el punto de vista del rendimiento en general, el estudio del traba-jo artesanal muestra que por regla general el obrero llega a encontrar el me-jor rendimiento del que es capaz respetando al mismo tiempo su equilibrio fisiolgico y que, de esta manera, no tiene en cuenta solamente lo actual, si-no tambin el futuro.

    Si nos inclinamos sobre las consecuencias de la OCT para el aparato mental, constatamos que aparecen en el funcionamiento fsico desrdenes que fueron ignorados por el creador del sistema.

    Los efectos del trabajo repetitivo sobre la actividad psquica

    Entre la organizacin del trabajo y el aparato mental, desapareci el amortiguador que constitua hasta entonces la responsabilidad de concebir y de realizar la tarea en funcin del saber-productivo, es decir la actiyidadjn- telectual emprendida por el obrero-artesano en su trabajo.

    En efecto, en el obrero-artesano pre-taylorista todo pasaba como si el tra-bajo fsico, es decir la actividad motriz, estuviera regulada, modulada, dis- tribuida y equilibrada en funcin de las aptitudes y de la fatiga del trabaja-

    d o dor, por intermedio de la programacin intelectual espontnea del trabajo.A C

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  • T r a b a j o y d e s g a s t e m e n t a l - CHr s t o p h e D e j o u r s

    En esta construccin jerarquizada, el cuerpo obedeca al pensamiento, sien-do ste dirigido por el aparato psquico, lugar del deseo y del placer, de la imaginacin y de los afectos,* El sistema Taylor acta de alguna manera por sustraccin del nivel intermedio, del lugar de la actividad cognitiva e inte-lectual.

    Podramos dar de esta imagen una representacin espacial: el primer pi- so y la base de la torre Eiffel seran el cuerpo. El segundo piso sera el sitio para la actividad intelectual. El ltimo piso junto a su transmisor de televi-sin sera el aparato psquico, que da a la construccin su coherencia y su fi-nalidad. Imaginemos lo que pasara si repentinamente sacramos el segundo piso. El desastre arquitectnico se acompaara con una alteracin signifi-cativa de la calidad de las transmisiones televisivas! Es precisamente lo que debe ser estudiado por la psicopatologa del trabajo: qu ser de la vida ps-

    . quica del trabajador desposedo de su actividad intelectual por la organiza-cin cientfica del trabajo?

    De la confrontacin entre un individuo, dotado de una historia persona-lizada, y la organizacin del trabajo, portadora de una orden terminante y despersonalizante, surgen una vivencia y un sufrimiento que podemos inten-tar sacar a la luz.

    Quizs no hemos terminado de debatir lo que pasa en la cabeza de un obrero que trabaja por piezas, o de un perfoverificador o un "data entry de la informtica.

    Si nos referimos a ciertas concepciones patronales, no hay duda alguna sobre la existencia de una actividad mental que acompaa al trabajo repeti-tivo. Segn ciertos autores,*05 incluso los sueos y la imaginacin a los cua-les se libra el obrero son nefastos para la produccin y convendra ponerles fin por un medio que queda por determinar. No solamente el espritu dejado a la deriva distrae al obrero de su tarea, con lo que peligran la calidad y la cantidad de trabajo, sino que la imaginacin liberada alimenta ilusiones no razonables. Otros autores han propuesto introducir en el taller una msica basada en percusiones rtmicas que, haciendo recordar obstinadamente la ca-dencia, evitaran los sueos incongruentes.

    Los especialistas del hombre en situacin de trabajo estn divididos al respecto. Las tareas repetitivas dejan un lugar para los recuerdos de la vs-pera o del fin de semana?101 Si bien algunos dan respuestas muy afirmati-

    * Es necesario, para seguir con la lectura de la obra, diferenciar claramente actividad inte-lectual y vida psquica (o mental). Un razonamiento matemtico es diferente de una imagen. La clnica psicoanalica m uestra que hay casos en donde Ja actividad intelectual puede desarrollar-se independientemente de toda actividad imaginaria.

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  • Las e s t r a t e g i a s d e f e o s i v a s - C k r i s t o p h e D e j o u r s

    vas, otros, fundamentndose en declaraciones de los obreros, pretenden, por el contrario, que la organizacin cientfica del trabajo no permite ninguna evasin mental,

    IEn lugar de adoptar una posicin clara al respecto, no estara permitido

    \ admitir que las dos situaciones son posibles?

    Esto pasa, por ejemplo, si nos referimos a dos libros-testimonio de la condicin obrera: Le salaire aux pieces (El salario por piezas)^2 bis y Ui nuil des machines (La noche de las mquinas)? Para Haraszti parece evidente que el espritu es totalmente absorbido por la dificultad en realizar la canti-dad exigida para alcanzar el salario y las primas. En la obra de Boyadjian, por el contrario, la evasin imaginaria domina su libro y su vivencia. La obrera colocada en el puesto de trabajo de los asientos del Citroen 2 CV des-cripta por Linhart62 parece funcionar como un autmata deshumanizado. Muchos casos personales muestran que ciertos trabajadores, rodos por pro-blemas personales, familiares y materiales, se libran brutalmente a una ca-dencia continua para olvidar esas dificultades durante el tiempo de trabajo.Al revs, otros sobreviven al trabajo repetitivo slo gracias a la autonoma mental que logran conservar, incluso en la fbrica. |

    Al ver esto ms de cerca se constata que el uso de la vlvula imaginaria - est sometido a dos condiciones la primera es de orden individual: la posi- /l bilidad de fantasear no est dada a todos los sujetos de manera idntica y eM valor funcional de la visin fantaseosa es desigual de una persona a la otra.10 ' Por valor funcionar* entendemos, en el caso presente, el poder de relaja- . cin, de distensin y de alivio que posee a veces la visin imaginaria.

    La segunda condicin est referida a la organizacin del trabajo. En La nuitdes machines, el trabajo es montono (consiste siempre en reparar los hi-los rotos del telar). Pero el gesto repetido no es regularmente rtmico, como en el trabajo por piezas. Existen algunos momentos ocupados en la vigilan-cia hecha sin restricciones directas de tiempo. Por consiguiente, la evasin hacia la fantasa es de hecho a veces posible. En Le salaire aux pieces, por el contraro, como est completamente orientado hacia la performance psico- motriz, el espritu nunca est libre, y no hay escapatoria imaginaria posible.

    Volveremos posteriormente sobre este punto que nos parece fundamen-tal: hasta los sujetos dotados de una slida estructura psquica pueden ser vctimas de una parlisis mental inducida por la organizacin del trabajo. Esta eventualidad es peligrosa en el plano de la salud, como lo mostraremos ms adelante (ver captulo V).

    Al revs, una organizacin del trabajo del tipo de la presentada en La nuit des machines no implica automticamente que todos los obreros se defien-dan individualmente tan bien como el autor. Ciertos trabajadores enfrentan

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  • T r a b a j o y d e s g a s t e m e n t a l - C h r i s t o p h e D e j o u r s

    la monotona de la tarea con posibilidades defensivas individuales mucho menos eficaces (defensas comportamentales) y su sufrimiento se agrava no-toriamente. Veremos las consecuencias de este sufrimiento en el estado de salud de estos trabajadores.

    La utilizacin del tiempo fuera del trabajo

    Compensacin aparentemente natural de los perjuicios del trabajo tayto- rizado, el tiempo fuera del trabajo no aporta todas las ventajas que se podra esperar.

    Si tenemos en cuenta el costo financiero de las actividades en el tiempo libre (deportes, cultura, formacin profesional) y el tiempo absorbido por las actividades que no se pueden comprimir (tareas hogareas, desplazamien-tos), muy pocos son los trabajadores y las trabajadoras que pueden organi-zar sus descansos conforme a sus deseos y a sus necesidades fisiolgicas: a pesar de todo, algunos de ellos logran organizarse armoniosamente, de ma-nera de contrabalancear los efectos ms nocivos de la OCT (despersonaliza-cin y formacin profesional siguiendo cursos durante la noche; restriccio-nes de posturas de los empleados y deporte, etc.). Otra vez ms, el uso del tiempo fuera del trabajo est muchas veces situado a distancia de la colecti-vidad de los trabajadores, y sigue siendo, en tanto sistema defensivo, fuerte-mente individualizado, incluso en las prcticas paternalistas en vigencia a principios de siglo, concernientes a los equipos deportivos de las empresas.

    La contaminacin del tiempo fuera del trabajo

    Ms complicado parece ser el asunto de las estructuras del tiempo fuera del trabajo. Muchos son los autores que insisten en la contradiccin entre divisin de los tiempos de trabajo/tiempo libre por una parte, y unidad de ta persona por otra.28 Qu quiere decir esto sino que el hombre no puede ser recortado en una mitad productiva y otra mitad consumidora7'? Es el hombre todo ente-ro el que est condicionado al comportamiento productivo por la organizacin del trabajo y, fuera de la fbrica, conserva la misma piel y la misma cabeza.

    Despersonalizado en el trabajo, perdurar despersonalizado cuando est en su hogar. Esto es por lo menos lo que observamos y de lo que se quejan los obreros.15 A la salida de la fbrica, reconocemos a los locos de Thomp-son por su manera de manejar en los caminos, como si continuaran respetan-do las cadencias aprendidas en el trabajo. Las mujeres se quejan de realizar las tareas hogareas a una gran velocidad que no hace ms que prolongar e]

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    tiempo violento del trabajo incorporado en la fbrica. Los telefonistas sufren c estereotipias fuera del trabajo (dicen hola, lo escucho tirando la cadena del bao, no contesta nadie, corto al escuchar en los subterrneos el cierre automtico de las puertas) que fueran descriptas, por Bgoin bajo el nombre impropio de lapsus.21

    La mayora de los autores est de acuerdo en interpretar estos hechos co-mo una contaminacin involuntaria del tiempo fuera del trabajo.

    No sera posible hacer resurgir la unidad estructural del tiempo en la f-brica y fuera de la fbrica?

    El tiempo fuera del trabajo no sera ni libre ni virgen, y los estereotipos de comportamiento no atestiguaran solamente algunos residuos anecdti-cos. Por el contrario, tiempo de trabajo y tiempo fuera del trabajo formaran un continuo difcilmente separable. Parece efectivamente que las actividades hechas a los apurones en casa no son de hecho una actitud pasiva, pero ellas tambin exigen un esfuerzo. Nada es ms penoso que adaptarse a una nueva tarea repetitiva (92, pgs. 50 y 100). Una vez que las dificultades han sido superadas, queda mantener la performance. La fase de entrenamiento que precede aparece como mas difcil an que mantener la performance produc-tiva misma. Ya lo hemos subrayado, en el trabajo remunerado por piezas, por ejemplo, toda la concentracin, todos los esfuerzos estn dirigidos hacia el resultado de la produccin. La produccin exigida compromete toda la per-sonalidad, fsica y mental. Lo ms peligroso para el obrero es la adaptacin del condicionamiento mental a la cadencia, adaptacin que exigir inevita-blemente un nuevo aprendizaje.

    Numerosos son los obreros y empleados sometidos a la OCT que man-tienen activamente, fuera del trabajo y durante los das libres, un programa en donde actividades y descanso son verdaderamente programados segn e! cronmetro. De esta manera, conservan presente la preocupacin ininte-rrumpida del tiempo impartido en cada gesto, especie de vigilancia perma-nente para no dejar apagar o desactivar el condicionamiento mental al com-portamiento productivo.

    Tambin el ritmo del tiempo fuera del trabajo no es solamente una con-taminacin, sino ms bien una estrategia, destinada a mantener eficazmen-te la represin de comportamientos espontneos que marcaran una brecha en el condicionamiento productivo.

    Los mdicos del trabajo, realizando prcticas en fbricas, se enfrentan a veces con este fenmeno que no es excepcional y que se traduce en el recha-zo de ciertos obreros para aceptar las pausas de trabajo prescriptas por el m- dico que los trata. Este presentismo puede tener otros orgenes (de orden salarial), pero a veces la causa es la lucha individual para preservar un con-

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  • T r a b a ] y d e s g a s t e m e n t a l - C h r i s t o p h e D e j o u r s

    dicionamiento productivo costosamente adquirido.

    Aparece en esta actitud el crculo vicioso siniestro de la alienacin por el sistema Taylor, en donde el comportamiento condicionado y el tiempo, cor-tados en base a la medida de la organizacin, forman un verdadero sndro-me psicopatolgico que el obrero, para evitar algo an peor, se ve obligado a reforzar l mismo. La injusticia quiere que al final el obrero sea el artesa-no de su propio sufrimiento.

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