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Delrio

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    [D, . -]Del no-evento al genocidio

    RESUMEN:

    Este texto estudia las estrategias discursivas hegemnicas para la representacin de la campaa al desierto y el exterminio y desplazamiento de los pueblos originarios en la segunda mitad del siglo XIX en Argen-tina. Asimismo, contrapone esas estrategias a la memoria cole'iva de los pueblos origi-narios y discute la aplicabilidad de la nocin de genocidio a tales sucesos.

    ABSTRACT:

    From no-event to genocide.

    Aboriginals and state policy in

    Argentina

    This article studies the discursive hegem-onic strategies used to represent the Conquest of the Desert and the attempt to exterminate and relocate the aboriginals from Patagonia in the second half of the nineteenth century in Argentina. At the same time, it opposes the colle'ive memories of the abo-riginals to the aforementioned hegemonic representations. Finally, it discusses the pos-sible use of the notion of genocide to these events.

    DEL NOEVENTO AL GENOCIDIO.

    PUEBLOS ORIGINARIOS Y POLTICAS DE ESTADO

    EN ARGENTINA

    Por Walter Delrio

    R: //

    A: //

    Instituto de Investiga-ciones en Diversidad

    Cultural y Procesos de Cambio (IIDyPCa),

    Universidad Nacional de Ro Negro,

    CONICET

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    : genocidio, campaa al desierto, Patagonia, Pampa, pueblos origina-rios, Argentina.: genocide, Patagonia, Pampa, aboriginals, Argentina, Conque of the Desert.

    En mis primeros trabajos de campo en comunidades mapuche-tehuelche en el rea norte de Patagonia, una de las preguntas centrales era respe'o de las campaas de conquis-ta estatal que se haban desplegado en la regin entre 1878 y 1885. Tras haber realizado un trabajo previo de bsqueda en archivos, bibliotecas y hemerotecas, consider que era un buen momento para cotejar la infor-macin obtenida con la memoria oral y al mismo tiempo llevar a cabo un trabajo de devolucin en dichas comunidades de aquel material ob-tenido. Esperaba encontrar un rela-to signicativo con respe'o a las campaas militares, pero encontramos que estas se diluan, como tema, en otros relatos sobre los sacricios de los abuelos, las penurias y los itine-rarios que stos debieron padecer en un momento de suma confusin y para poder conseguir tierras en don-de nalmente poder establecerse con los suyos. Las caras de los agentes causantes de dicha situacin eran borrosas, as como la presencia de las fuerzas armadas estatales. Por el con-trario, la identicacin de los ante-

    pasados y de la comunidad a'ual como argentina pareca reproducir miradas y discursos ajenos, pero que, al mismo tiempo, claramente eran ejecutadas como discurso propio.

    No sera sino aos despus cuan-do en conversaciones informales y luego entrevistas empec a compar-tir otro tipo de historias. stas, si bien tambin versan sobre el sacri-cio de los antepasados, son historias tristes y se alejan de aquel relato fundacional de las comunidades ac-tuales en su relacin con la argenti-nidad. Expresan las experiencias de los abuelos trasmitidas en contextos de dolor, como un legado y ensean-za para las siguientes generaciones. Estos ngtram historias verdaderas o gnero veritativo del mapuzugun eran recordados cuando se juntaban los abuelos y an hoy, como enton-ces, frecuentemente son contados entre lgrimas. Sus marcas de aper-tura y cierre suelen ser saba llorar la abuela cuando contaba, cmo lloraban cuando se juntaban y con-taban, entre otras. Estas historias tristes forman parte tambin de las memorias de quienes las recibieron y transmitieron y que las vuelven a enmarcar en tanto eso lo o yo.

    No obstante, en la construccin de la historia provincial en Chubut en la Patagonia argentina, donde muchas de estas historias fueron es-cuchadas, para la elaboracin de la curricula y manuales escolares, guio-nes de museos, seleccin de sitios,

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    artefa'os y eventos patrimoniables y sus respe'ivos circuitos tursticos, estos recuerdos no han sido tenidos en cuenta. Por el contrario, s se ha utilizado como fuente otro tipo de memorias, particularmente aquellas pertenecientes a los llamados anti-guos pobladores: los colonos galeses que hacia la dcada de 1860 haban empezado a arribar desde Europa. Luego de permanecer en la oralidad por cierto tiempo, estas historias puestas por escrito por sus descen-dientes han sido consideradas como un insumo para los historiadores.

    Una de estas historias de los pio-neros galeses reere un episodio de fuga de un pequeo grupo de explo-radores, que hacia 1884 fue perse-guido sin motivo explicitado por la gente del lonko Foyel. Los europeos fueron asesinados y descuartizados por sus perseguidores, a excepcin de John Daniel Evans, quien logr escapar gracias a su caballo malacara, que salt una gran grieta. Pero es en la misma crnica de Evans donde se describe un campo de concentracin en Valcheta, en plena meseta rion-gerina, donde luego de las campaas de 1878-1885 el gobierno haba con-centrado la mayor parte de la pobla-cin originaria sometida. El gals describe Valcheta como una gran rea con espacios en los cuales, rodeados de alambrados de tres metros de alto, los indgenas deambulaban y moran de hambre al rayo del sol bajo la mi-rada de sus guardias militares. Esta

    ltima historia ha sido hasta no mu-cho tiempo atrs excluida de cual-quier relato histrico, mientras que la primera ha sido reiterada una y otra vez, no slo en los libros de tex-to y las efemrides provinciales, sino que el mismo caballo malacara posee un mausoleo y el sitio supuesto de su salto una marca conmemorativa, formando parte ambos de los circui-tos tursticos de la provincia.

    Esto evidencia, en primer lugar, la posibilidad dispar que han tenido una y otro tipo de memorias para acceder a formar parte del corpus he-gemnicamente legitimado al mo-mento de elaborar relatos de origen provincial y nacional; en segundo lugar, se expresan los recortes que sobre las mismas memorias se han venido efe'uando recortes que tie-nen, como veremos, su correlato con aquellos realizados en la separacin de los campos disciplinares en nues-tro pas; y en tercer lugar, que el resultado de estas operatorias ha sido no slo el silenciamiento de deter-minados hechos sino de otras claves de le'ura de los mismos.

    En efe'o, si entendemos que la memoria transmite claves de le'ura heredadas de generacin a generacin ms que descripciones f'icas,1 las memorias orales no son, entonces, tan slo versiones indgenas de los

    1. Se trata de claves de contextualizacin, segn la termino-loga de Gumperz, 1991.

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    mismos hechos, sino de otros he-chos y desde otras experiencias so-ciales. Con respe'o a estos index histricos,2 me interesa aqu abordar dos aspe'os.

    En primer lugar, los principales eventos narrados como historias verdaderas que remiten a una expe-riencia de sufrimiento, tristeza y lo-cura. Estos ngtram transmiten una experiencia social precisa y triste; ms all de la literalidad, lo que estas his-torias implican es que se lloraba al recordar. Por medio de la memoria se pudieron reconocer lugares y prc-ticas, lo que permiti dirigir esfuer-zos de grupos de investigacin en los ltimos aos para darle profundidad documental a la narracin histrica.3 En efe'o, la memoria social seala-ba que algo haba sucedido y que esto formaba parte de la historia no

    2. Benjamin, 1969, cit. en Ramos 2010.3. Me referir aqu en gran parte a los

    avances de los proyectos de investiga-cin que hemos venido co-dirigiendo con la Dra. Diana Lenton: Memorias y Archivos sobre el genocidio. Someti-miento e incorporacin indgena al estado-nacin, Secretara de Investiga-ciones, UBACYT F810, FFyL, UBA, y con la Dra. Diana Lenton y el Dr. Diego Escolar: Genocidio, dispora y etnognesis indgenas en la construccin del estado nacin argentino, Pict 2006-01591, Fondo para la Investiga-cin Cientca y Tecnolgica, Agencia Nacional de Promocin Cientca y Tecnolgica, Ministerio de Educacin, Ciencia y Tecnologa.

    contada4. El evento tena una den-sidad que evidentemente para noso-tros an no tena ni visibilidad ni sentidos.

    En segundo lugar, me detendr en los agentes y los mecanismos ope-rados tanto en los procesos de selec-cin y circulacin de las memorias hegemnicamente legitimadas como en sus claves de le'ura, en tanto pis-tas de contextualizacin de la me-moria social, con el objeto de anali-zar cmo se condensan en las re- presentaciones las agencias histricas. Finalmente, me gustara compartir algunas reexiones con respe'o al modo en que nuestras propias elec-ciones terico-metodolgicas, con respe'o al estudio del caso del so-metimiento e incorporacin de los pueblos originarios a la matriz esta-do-nacin-territorio, se relacionan y forman parte, en uno u otro sentido, de los procesos de legitimacin social de la memoria.

    Del no-evento al relato

    A menudo, en los talleres de per-feccionamiento docente para los diferentes niveles de enseanza or-ganizados por la Red de Inveigacio-nes en Genocidio y Poltica Indgena en Argentina, los participantes coin-

    4. Mauricio Fermn, Vuelta del Ro, 2005.

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    ciden en la siguiente armacin: co-mo sociedad, carecemos de imgenes para pensar en una historia que in-volucre a los pueblos originarios en la historia nacional, a excepcin de la imagen del indgena malonero. ste es fcilmente evocado en repre-sentaciones visuales mediante el re-cuerdo de obras pi'ricas como las de Rugendas o De la Valle u otras similares, en las que aparecen hor-das saqueando estancias y arrastran-do a mujeres cautivas. Por otro lado, estas imgenes son asociadas con el cuadro del pintor Juan Manuel Bla-nes realizado por encargo del go-bierno nacional que representa el arribo del general Julio A. Roca y su ejrcito al Ro Negro en el marco de las llamadas campaas al desierto. En efe'o, como sociedad evocamos estas imgenes utilizadas para cele-brar el evento de estas campaas y no disponemos de otras para pensar una historia previa o posterior a dicho momento.5

    5. Hace ya algunos aos, y como respuesta en gran medida a esta observacin compartida de la historia de los pueblos originarios como un no-tema en la matriz estado-nacin-territorio, surgi la idea de conformar un equipo de investigacin que reunira a docentes, investigadores y estudiantes de las carreras de Ciencias Antropolgicas e Historia, inicial-mente de la Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Al proyecto de investigacin

    No hace mucho tiempo, una de las premisas que se manejaba entre quienes investigaban el proceso de relacin entre sociedad hispano-crio-lla y pueblos originarios con poste-rioridad a las campaas al desierto era la que postulaba la inexistencia de una poltica de estado hacia la poblacin originaria luego de dicho evento. As, las medidas guberna-mentales tomadas en relacin a dicha poblacin se supona que constitui-ran medidas puntuales para casos puntuales.6 En su mayor parte, aun-que en un nmero global reducido, estas medidas comprendan la entre-ga de tierras a caciques y sus familias. Esto produca un efe'o empate ya que es bien sabido que las campaas tambin implicaron entregas de tie-rra tanto a los militares participantes como para quienes haban adquirido bonos para el nanciamiento de las campaas. Esta visualizacin del re-sultado de la conquista posibilitaba, por un lado, representarla como even-to incruento y, por el otro, minimi-

    acadmica le sigui la formacin de la Red antes mencionada, destinada a la transferencia y divulgacin de la produccin cientca hacia sectores interesados en la misma. Fundamen-talmente esta Red est integrada por docentes, documentalistas, periodis-tas, estudiantes universitarios y miembros de organizaciones y comunidades de los pueblos originarios.

    6. Briones y Delrio, 2002.

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    zar, por ejemplo, cualquier impa'o signicativo con respe'o a la utili-zacin de la poblacin originaria co-mo fuerza de trabajo, para lo que se argumentaban razones cuantitativas. En efe'o, se sostena que se trataba de relativamente pocos (reforzamien-to del supuesto de desierto atribui-do al rea a incorporar por parte de la clase poltica de aquel contexto histrico) y que los pocos sobrevi-vientes resultantes de una mezcla de choque biolgico y enfrentamientos militares o bien habran huido a Chile (reforzndose el supuesto de extranjera tambin atribuido en el mismo contexto) o se habran re-fundido entre la poblacin criolla (trmino presente en el discurso del mismo general-presidente Roca). Es-tos supuestos reforzaban an ms a las campaas de conquista del de-sierto como evento epitomizante del proceso de consolidacin del estado nacional.7 En las distintas comuni-dades mapuche y tehuelche aquel evento de las campaas es, por el contrario, reconocido como el awkan, o el maln de los winka.8 No son los expedicionarios sino los que ve-nan matando quienes a la pobla-cin originaria los tenan encerra-dos como animales o quienes se ensaaban con el castigo y la tortura

    7. Landsman y Ciborski, 1992; Briones y Delrio, 2009.

    8. Malvestitti, 1999.

    en las extensas marchas a pie, aque-llas que son recordadas como expe-riencias vividas por los abuelos.

    Las memorias sobre este momen-to inmediato al awkan recorren y se despliegan sobre una nueva parcela-cin del espacio en la que los puntos de referencia sern los pueblos y ciu-dades winka, los fuertes y campa-mentos militares y los campos y mar-chas de la muerte.9 En diferentes comunidades a lo largo de la Pampa y la Patagonia, las contadas sobre el tiempo de los abuelos reeren tan-to a desplazamientos y prdidas inmateriales y materiales (posesiones, personas, lugares sagrados, paz, tran-quilidad, etc.) produ'o de la perse-cucin de los expedicionarios, co-mo a lugares especcos y recono- cibles de matanzas (el corral donde los mataban a todos), de concentra-cin como Valcheta o Choele Choel, entre otros. A estas concen-traciones les contina la deportacin a lugares lejanos donde se dividieron a las familias el cuartel del Retiro, la isla Martn Garca, la huida de aquellos centros de detencin y la nueva marcha sin rumbo hasta la localizacin en los nuevos espacios de la a'ual comunidad.

    9. Denominacin que aparece en numerosos relatos que atesoran las experiencias sociales de la poca segn integrantes de las actuales comunida-des mapuche-tehuelche.

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    Las matanzas cometidas durante y posteriormente a la realizacin de las campaas de conquista han sido frecuentemente invisibilizadas. En algunos casos fueron descriptas por la documentacin ocial como ac-ciones de guerra, tal el caso del su-puesto combate en el Genoa, Chubut, en o'ubre 1884.10 Esta masacre, por ejemplo, dio por terminada la nego-ciacin iniciada por el lonko Foyel para acordar la presentacin de las familias que representaba. Luego de estos enfrentamientos, sometidos y presentados, eran trasladados a lu-gares de concentracin o de exter-minio. La condicin de estos prisio-neros era de excepcin de cualquier derecho como persona. A modo de ejemplo, Clemente Onelli recordaba sobre estas primeras reducciones de prisioneros:

    A la orilla del Limay se tiraban al da al ro 15 o 20 prisioneros cuyas cabezas, otantes en el agua, servan de blanco a los revlveres de un teniente y un alfrez, que a la presencia de sus soldados se es-meraban en hacer mayor nmero

    10. El mismo consisti en un ataque sorpresivo durante el amanecer por parte de las fuerzas del Teniente Enseis sobre el campamento del lonko Foyel. La escena de esta masacre es descripta por Luis Fontana (1886, p. 93) un par de aos despus.

    de puntos en esas cabezas move-dizas.11

    En los ngtram, se maniesta esta experiencia de los abuelos con res-pe'o a quienes venan matando a la gente:

    Cuando un pariente de mi abue-la se escap de all de la guerra y el salv, lo dejaron herido pero se salv, dice que cuando vio que se retiraron un poco los que andaban matando gente se rod par all donde haba un canalcito y se me-ti ah, fue rodando. Y despus cuando al rato aparecieron de vuel-ta otra vez y dice que ahora no me salvo, ahora me van a matar dice que venan a recorrer los matones, encontraron otros muertos, como diez muertos dice que haba y l eaba calladito, arrulladito, pa-saron al lado de l y no le vieron nada.12

    Quienes sobrevivieron al mo-mento del sometimiento o, como vimos para el caso de Foyel, de la misma presentacin, fueron obliga-dos a marchar a los sitios establecidos para la concentracin:

    Contaba la abuela que los haban agarrado los los de antes cuan-

    11. Clemente Onelli, artculo publicado en El Diario, s/f, AGN, Sala VII, Fondo Onelli, Tomo II, p. 51.

    12. Mauricio Fermn, Vuelta del Ro, 2005.

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    do hubo los cautivos, nosotros ra-mos jvenes, cuando nos contaba, sola llorar la abuela [A su abuela la hicieron cautiva de 10 aos]. Una tropa como animales se lo lle-vaban. El regimiento le llevaba, contaba que lo haban todo, como un animal, cuando hubo ese cau-tivo, cansaba la seora, cuando no poda ms le cortaban las tetas.13

    La vieja [la viuda de Jos Torres] me explic una vuelta que ellos eaban en el mismo Apeleg [] en la conuencia, ah dice que lo agarraron; y ah lo arriaron todo; haban como sesenta cuando lo aga-rr la polica; [] entonces no hicieron muerte ninguno y lo arria-ron noms, los llevaron para Trelew. [] de Senguer a Trelew [] ca-minando de a pie, parte, alguno a caballo, y as. Y ah dice que al que cansaba alguno, y lo sacaban el sable y le cortaban el garrn; y se quedaba sentao y ah se mora y lo dejaban, y lo otro iban siguiendo adelante noms. Dice que lo tra-taban igual que un animal; ella, la vieja, por eso larg a llorar y no lo quise hablar ms. Lo que dice ella dice.. un hermano de ella se cans, no poda caminar y lo pe-garon un sablazo, no pudo caminar se; entonces agarraron el sable y

    13. Laureana Nahueltripay, Cushamen, 1997.

    lo cortaron el garrn, atrs, un ha-chazo as. Ese entonces la vieja empez a llorar y eo no lo quise conversar ms.14

    Los centros de detencin y con-centracin a menudo fueron deses-timados por la historiografa al ser asimilados con la existencia de la -gura de los indios amigos, que for-maban parte de las tropas auxiliares tanto en el momento previo a las campaas de conquista (1878-1885) como durante las mismas. De hecho, algunos grupos sometidos o presen-tados en su desarrollo fueron incor-porados como tales, en calidad de baquianos, guas y tropa.15 Estos, junto con sus familias, residan prxi-mos a los fuertes y fortines. No obs-tante, lo que es recordado en los ng-tram es otro tipo de concentracin tambin prxima a los asentamientos militares, porque en efe'o estaban bajo su vigilancia. Catalina Antilef, pobladora recientemente fallecida de Futahuao, Chubut, relataba:

    Ay Para que le voy a contar, porque a m me contaba mi abue-lita, porque ellos se escaparon de la guerra, pobrecita saba llorar mi abuelita, saba llorar cuando se acordaba. Ella dice que se escapa-ron all cuando los tenan a todos

    14. Flix Manquel, en Perea (1989, p. 66).

    15. Al respecto, ver Fotheringham, 1970.

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    como animales, dice que los jun-taban, los tenan como para toreo. Una galleta le solan dar a la se-mana saba llorar mi abuelita, lloraba, se acordaba. Y cuando se juntaban todos esos ancianos que se escaparon que vinieron de la guerra se conversaban ellos y llora-ban cuando se acordaban se jun-taban cuando haba sealada y se largaban a conversar.

    Fue en este tipo de concentracio-nes donde fue destinada la mayor parte de la poblacin originaria so-metida o presentada. Algunos de es-tos sitios son recordados con los nom-bres a'uales de los parajes. Otros tambin son mencionados en otro tipo de fuentes, como las memorias escritas de los misioneros salesianos, de los nuevos pobladores que se asen-taron en la regin o los partes mili-tares. All tambin aparecen episodios de concentracin de personas, por ejemplo en Fortn Castro, hacia fe-brero de 1884;16 Chichinales por lo

    16. Alli fueron concentradas 300 personas de las tribus de los caciques Andrs Pichaleo y Juan Sacamata (Garofoli, Jos Datos Biogrcos y Excursiones del P. Milanesio, p. 74; Archivo Salesiano Inspectora Buenos Aires (ASIBA), indgenas 201.2).

    menos desde 1885, 17 y Valcheta.18 Todos ellos ubicados en la a'ual pro-vincia de Ro Negro. En cuanto al a'ual territorio de Neuqun, el pa-dre Domingo Milanesio aseguraba que en la regin cordillerana haba 20.000 indios agrupados.19 Con res-pe'o a Valcheta, tanto la memoria social como la documentacin de archivo permiten suponerlo como el centro ms importante en cuanto al nmero de personas que fueron tras-

    17. El padre Pedro Giacomini refera la presencia de 20 familias del cacique Couel en Chichinales (Giacomini, Pedro, Misiones de la Patagonia, p. 59). Tambin sera el lugar de concentracin de ms de mil personas hacia 1886 cuando los salesianos Cagliero, Remotti y Panaro realizan una extendida visita a la gente de ancuche y Sayhueque, por entonces prisioneras del ejrcito en aquel punto (Garofoli, Jos, op. cit., p. 169; ASIBA, indgenas C. 201.4 doc. 60). Chichinales aparece en un relato registrado por Lehmann-Nitsche (1938) como el sitio de concentra-cin de Sayhueque.

    18. El caso de Valcheta es el ms signicativo tanto por el nmero de personas que habra implicado, como por su mencin repetida en distintas narraciones mapuche-tehuelche en el rea patagnica, que reeren a dicho asentamiento como un lugar de concentracin, tortura y muerte. De las distintas versiones se desprende que por lo menos funcion hasta mediados de la dcada de 1890.

    19. Giacomini, Pedro, op. cit., p. 99.

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    ladadas all. Es precisamente John Daniel Evans quien lo describe:

    El camino que recorramos era en-tre toldos de los indios que el go-bierno haba recluido en un refor-matorio. En esa reduccin creo que se encontraba la mayora de los indios de la Patagonia. El ncleo ms importante eaba en las cer-canas de Valcheta. Eaban cerca-dos por alambre tejido de gran al-tura, en ese patio los indios deambulaban, trataban de reco-nocernos, ellos saban que ramos galenses del Valle del Chubut. Al-gunos, aferrados del alambre con sus grandes manos huesudas y re-secas por el viento, intentaban ha-cerse entender hablando un poco de caellano y un poco de gals: poco bara chior, poco bara chior (un poco de pan seor). () Al principio no lo reconoc, pero al verlo correr a lo largo del alambre, con insiencia gritando bara, ba-ra me detuve cuando lo ubiqu. Era mi amigo de infancia, mi her-mano del desierto con quien tanto pan habamos compartido. Ee hecho me llen de anguia y pena mi corazn. Me senta intil, sen-ta que no poda hacer nada para aliviar su hambre, su falta de li-bertad, su exilio, el deierro luego de haber sido el dueo y seor de las extensiones patagnicas y ear reducidos en ee pequeo predio.

    Para poder verlo, y teniendo la es-peranza de sacarlo, le pagu al guardia 50 centavos que mi madre me pre para comprarme un pon-cho, el guarda se qued con el di-nero y no me lo entreg. S pude darle algunos alimentos que no solucionaran la cuein. Tiempo ms tarde regres con dinero su-ciente dispueo a sacarlo por cual-quier precio y llevarlo a casa. Pero no me pudo esperar: muri de pe-na al poco tiempo de mi paso por Valcheta.20

    El hecho que algunos de estos campos de concentracin eran visi-tados por los salesianos en sus mi-siones volantes y que, en efe'o, exis-ti una diversidad de casos y con- diciones en las cuales la poblacin originaria fue en algunas oportuni-dades incorporada a las mismas fuer-zas militares, no debera volver invi-sible el que muchos de estos lugares de concentracin fueron, en efe'o, campos de muerte. No por sus con-diciones de hacinamiento sino porque el destino de los mismos no era otro que la ejecucin de los concentrados.

    Decan como los ataban, cuando los arreaban, dice que arreaban las personas las que iban as embara-

    20. Evans, Clery, John Daniel Evans, Chubut, El Molinero, 1994, pp. 92-93, citado por Fiori y De Vera, Trevelin, un pueblo en los tiempos del molino, Trelew, 2002, pp. 24-25.

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    zadas cuando iban teniendo fami-lia le iban a cortar el cogote del chico y la mujer que tena familia iban quedando tirao, los mataban. Venan en pata as a tamango de cuero de guanaco, as deca mi abuela. Los llevaban al lugar don-de los mataron a todos, de diintos lados, los que se escaparon llegaron para ac. Dios quiera que nunca permita eso de vuelta.21

    Los relatos reeren al momento en que los abuelos pudieron escapar-se de estos centros de detencin. La huida es penosa y en condiciones terribles. No slo por la condicin fsica de las personas, sino por el es-cenario que encuentran. stas son tambin las historias de las mujeres que perdieron el juicio, que se vol-vieron locas. Ana Ramos analiza estas historias sealando que expresan aquello que no puede ser dicho sino a travs de la descripcin del trauma y trastorno en el cuerpo y razn de estas mujeres.22 Se trata de lugares de la memoria social, las historias de estas mujeres que deambulan y arri-ban al espacio de la nueva comunidad (algunas reconocidas como familiares, otras annimas) son parte fundante de la misma en un contexto de des-plazamiento. Estas historias expresan, a travs de la locura de estas mujeres,

    21. Catalina Antilef, Futahuao, Chubut, 2005.

    22. Ramos, Ana, 2010.

    lo que no puede ser dicho en aquellas otras historias fundacionales de las a'uales comunidades y que hacen referencia a la condicin de argen-tinos de sus fundadores y descen-dientes.

    El contexto social descripto en los ngtram da cuenta de la prdida de vnculos. Una prdida cara'eri-zada principalmente por la separacin de los nios de sus familias. Es el momento en el que nuevos lazos se crean al adoptar hurfanos, pedir nios cautivados o rescatarlos de las manos de los soldados.

    Mi abuela sali as de noche, con otra compaera se escap de la gue-rra porque los tenan juntos dice que los paoreaban como anima-les, los vigilaban, de tantos que haba por ah sala alguno, de al-guna manera se escaparan. Dis-paraban para un lado. Ella me saba conversar todo, lloraba, des-pus volva a conversar, mi abue-lita. () cuando la sacaron dice que era chiquita cuando pasaron primero, pasaban eso que sacaban los chicos, quitaban a los chicos; y la madre de ella dice que la queran llevar y no la llevaron porque an-tes se ponan una que le llaman el killa, un killa, una cosa ancha, dice que ella eaba sentada y la puso debajo de un killa, la madre de ella y pasaron as dice que le queran levantar a ella a la rara

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    y no se levant la madre de ella, porque la tena abajo. As saba conversar mi abuela pobrecita. Ella fue cautiva, la abuela ma era cau-tiva, argentina, y despus cuando lo cautivaron vino a salir despus ah, se vino a salir, dispar, sali, se vino para ac, e hizo familia. Sola llorar mi abuela.23

    Las experiencias en el nuevo es-pacio social fueron dismiles. En al-gunos casos la poblacin originaria fue destinada, como fuera dicho, a servicios auxiliares de las fuerzas ar-madas o como cuerpos armados; en otros pocos casos algunos cole'ivos considerados como tribus fueron utilizados como elementos de de-marcacin territorial y se las situ en lugares clave para cumplir funcin de vigilancia o de apoyo a la tropa.24 La inmensa mayora, no obstante, fue expropiada de sus bienes mate-riales, concentrada y deportada a la ciudades para ser utilizada como fuer-za de trabajo para el servicio doms-tico, la polica y las industrias subsi-diadas por el estado nacional, como la azucarera en Tucumn y la vitivi-ncola en Cuyo. Miles de prisioneros indgenas oriundos de las a'uales provincias de Chubut, Ro Negro, La Pampa, Neuqun y el sur de Mendoza fueron, durante las dcadas

    23. Laureana Nahueltripay, 1997.24. Tal el caso de la tribu de Curruhuinca

    en el lago Lacar.

    de 1870 y 1880, trasladados forzo-samente a distintas provincias argen-tinas.

    El traslado a Mendoza de pobla-cin indgena prisionera a partir de las campaas militares en la Patago-nia, por ejemplo, fue masivo entre 1879 y 1887.25 El obispo Giovanni Cagliero publica en 1887 su crnica de la misin realizada en Chichinales durante los meses de enero y febrero de ese mismo ao.26 Describe a ste como otro centro de concentracin de indgenas, de las tribus de los caciques Yancuche y Sayhueque, quie-nes conformaran un numeroso asen-tamiento de alrededor de 2.400 per-sonas.27 Estas se encontraban bajo la vigilancia del ejrcito y deban hasta pedir permiso a las autoridades mi-litares para bolear animales en el cam-po. Los salesianos apuran su trabajo frente al justo temor que fueran dispersadas de un da a otro. En efe'o, al poco tiempo de iniciada la misin lleg una noticia que conmo-vi especialmente a la gente de Sa-yhueque. El gobierno nacional or-denaba la deportacin de 80 familias de la tribu de Sayhueque con destino a una colonia en Mendoza, para lo cual stas tenan que trasladarse dos

    25. Rusconi, 1961.26. Bolettino Salesiano del mes de marzo

    (versin italiana).27. Se calculaba unas 1.700 personas de

    la tribu de Sayhueque y unas 700 de Yancuche.

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    [D, . -]Del no-evento al genocidio

    meses a pie.28 En ste y otros testi-monios de los misioneros se mencio-na el traslado a pie y al alto grado de movilidad a la que era sometida la poblacin concentrada por las fuer-zas armadas. Esto era denunciado por los misioneros como el principal inconveniente para su tarea de evan-gelizacin.

    La memoria social en diferentes comunidades del rea pampeana y patagnica reproduce esta descripcin de marchas a pie, donde quienes iban cayendo eran abandonados o sim-plemente sacricados por los solda-dos.29 Los traslados fueron hacia dis-tintos puntos del pas en particular Buenos Aires fue escala intermedia hacia otras provincias para la utili-zacin de los prisioneros como fuer-za de trabajo.

    Pero lo agarraron [Sayhueque] todo y los llevaron; los llevaron a la provincia, los llevaron a pie. Los arriaron todo la toldera, los lle-varon, los que cansaban los mata-ban ah. Los llevaron a Buenos Aires.30

    28. Bolettino Salesiano XI-5, Turn, mayo, 1887:55.

    29. Nos remitimos a trabajos previos (Delrio, 2005 y 2007). Al respecto, existen tambin testimonios de los propios sobrevivientes tomados por Carlos Rusconi (Escolar, 2007 y 2008).

    30. Avil, Cushamen, Chubut 1997.

    A mi abuela la cautivaron y la llevaron a Buenos Aires, se entre-garon los viejos de ella y cuando se entregaron dice como trabajaba esa gente mujeres y nios, meta pala haciendo zanjas dice que cuando lo llevaba el que se cansa-ba lo mataba ah y lio, a pata le llevaban a pata, a los muchachitos los mataron por el hacer dao y el juego, se cansaban los muchachitos y los mataban y lio, los ponan a asar igual que a un cordero Los tenan en Buenos Aires, encerrados, en un regimiento dice que eaban as en guardia de los milicos los encerraban en el cuartel y los sa-caban caminando arriando como animal. Hacan campamento don-de haca la tarde noms.31

    Enrique Perea, mdico de la Pa-tagonia, publica en 1989 sus conver-saciones con Flix Manquel, quien tambin describe aquellos sucesos posteriores a la conquista militar:

    Lo que jode es que uno, aos que ya no habla, no?[] pero uno que-rindose acordar tiempo mo, la forma que hemos andado nosotros, que alcanc conocer [] Yo me acuerdo cuando conversaba mi pa-dre lloraba cuando se acordaba; la forma que anduvieron ellos de a pie los arriaron como anima-

    31. Mauricio Fermn, Vuelta del Ro, 2005.

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    les as haa Buenos Aires [] uno si se cansaba por ah, de a pie todo, se cansaban lo sacaban el sable lo cortaban en los garrones. La gente que se cansaba e iba de a pie. Ah quedaba nom, vivo, desgarrona-do, cortado. Y eso claro, muy tris-te, muy largo tambin; hay que tener corazn porque casi pre-ero no contarlo porque es muy trie [] un primo de l [de su padre] se cans, no pudo caminar ms, y entonces agarraron lo ei-raron las dos pierna y uno lo lo cap igual que un animal. Y todo eso a m me casi no tengo coraje de contarla.32

    Una buena parte de los entrevis-tados hizo referencia a lugares como el cuartel del Retiro y la isla Martn Garca como centros donde se con-centraba a las personas para su dis-tribucin. El puerto de la Boca tam-bin es descripto por la prensa de la poca como sitio de distribucin.33 Los proye'os de investigacin en curso reconstruyen los itinerarios y modalidades de la concentracin, deportacin, distribucin y utiliza-cin de la poblacin originaria so-metida como fuerza de trabajo. Los trabajos de Nagy y Papazin, publi-cados en 2009, analizan el funcio-namiento de Martn Garca como un espacio tanto de utilizacin de la

    32. Flix Manquel, en Perea, 1989, p. 7.33. Lenton, 1994, Mases, 2002.

    fuerza de trabajo indgena como tam-bin de disciplinamiento y distribu-cin de la misma a travs de los di-ferentes repartimientos que all funcionaban (la prisin, el depsito, la escuela, el lazareto, las canteras, el ejrcito, la marina, la iglesia, el hos-pital). Al trabajo de Mases, del ao 2002, que ha enfocado en los trasla-dos y distribucin en Buenos Aires para su utilizacin como servicio do-mstico y trabajo en la marina de la poblacin sometida, se han sumado en los ltimos aos otros como los de Lenton y Sosa, en 2009, que es-tudiaron el destino de los deportados hacia la provincia de Tucumn y su incorporacin a los ingenios, y los de Escolar, de 2007 y 2008, quien abord el destino en las provincias de Cuyo y la industria vitivincola. En todos estos casos la divisin de familias, la apropiacin de menores y el borramiento de su identidad han formado parte central de las investi-gaciones.

    Tambin existen otras lneas de investigacin orientadas a la recons-truccin del funcionamiento de los centros de concentracin en Pampa y Patagonia, la movilidad estru'urada en el nuevo espacio social,34 de la agencia misionera35 y de las fuerzas armadas en el perodo de sometimien-

    34. Prez, 2009, Salomn Tarquini, 2009.

    35. Malvestitti y Nicoletti, 2009.

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    [D, . -]Del no-evento al genocidio

    to y aos inmediatamente posteriores a las campaas de conquista.

    Al momento de escribir este ar-tculo, estos proye'os y lneas de investigacin se encuentran en desa-rrollo. No obstante, algunos acuerdos generales han sido alcanzados. En primer lugar, en cuanto a reconocer la existencia de una poltica de esta-do con respe'o a la poblacin ori-ginaria y la necesidad de hacer visibles procesos que no lo eran en gran me-dida por el peso especco de los supuestos instalados por la narrativa hegemnica que, como ya hemos dicho, construy a las campaas al desierto como evento epitomizante en la consolidacin estatal.36 En se-gundo lugar, la denicin de la Con-vencin de la ONU para la Preven-cin y la Sancin del Delito de Ge- nocidio abarca

    cualquiera de los a+os menciona-dos a continuacin, perpetrados con la intencin de deruir, total o parcialmente, a un grupo nacio-nal, tnico, racial o religioso como tal: a) Matanza de miembros del grupo; b) Lesin grave a la inte-gridad fsica o mental de los miem-bros del grupo; c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de exiencia que hayan de acarrear su deruccin fsica, total o parcial; d) Medidas de inadas a impedir

    36. Briones y Delrio, 2009; Delrio et al, 2007.

    nacimientos en el seno del grupo; e) Traslado por la fuerza de nios del grupo a otro grupo.37

    Hemos coincidido en la fa'i-bilidad de la utilizacin del concep-to de genocidio como herramienta para el abordaje del proceso de so-metimiento estatal de los pueblos originarios. Consideramos que es posible aplicar este trmino jurdico de acuerdo a la descripcin de dicho proceso basada en el corpus docu-mental conformado por la memoria social y los archivos histricos. An habra un potencial mayor en la com-petencia del trmino en la medida en que exploremos la relacin entre ambos tipos de memoria a lo largo del tiempo, desde el momento epi-tomizado de la conquista hasta el presente.

    Mecanismos de

    invisibilidad y la

    construccin del

    no-evento

    La tesis de Lenton rescata una in-teresante y reveladora intervencin del senador Aristbulo Del Valle en 1884 en la Cmara Alta del Congre-so Nacional. Del Valle sostena ex-

    37. Artculo 2 de la Convencin para la Prevencin y la Sancin del Delito de Genocidio, aprobada por la ONU el 9 de abril de 1948.

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    plcitamente que se haba esclavizado al indgena y que cada campaa con-verta a las mujeres y los nios en botn de guerra. El senador, no obs-tante, acusaba de ello no slo al go-bierno sino a la opinin pblica por su complicidad:

    Hemos reproducido las escenas brbaras, no tienen otro nombre de que ha sido teatro el mundo, mientras ha exiido el comercio civil de los esclavos. Hemos toma-do familias de los indios salvajes, las hemos trado a ee centro de civilizacin, donde todos los dere-chos parece que debieran encontrar garantas, y no hemos respetado en eas familias ninguno de los dere-chos que pertenecen, no ya al hom-bre civilizado, sino al ser humano: al hombre lo hemos esclavizado, a la mujer la hemos proituido; al nio lo hemos arrancado del seno de la madre, al anciano lo hemos llevado a servir como esclavo a cual-quier parte; en una palabra, hemos desconocido y hemos violado todas las leyes que gobiernan las acciones morales del hombre.38

    La calicacin como crimen de lesa humanidad de las distintas me-didas tomadas por el gobierno y la sociedad civil hacia la poblacin ori-ginaria sometida formaba parte de los discursos del mismo contexto de

    38. Citado en Lenton, 1994, p. 99.

    las campaas de 1878-1885.39 Quie-nes utilizaron esta categora citaban como ejemplos a episodios que pre-suman conocidos por el conjunto de los ciudadanos. No obstante, no fue esta interpretacin la que se im-puso como hegemnica en relacin a la descripcin de las polticas de sometimiento e incorporacin ind-gena.

    En efe'o, al analizar las media-ciones en la representacin del con-texto de las campaas por parte de las narrativas hegemnicas, una pa-radoja resulta de sopesar lo signi-cativos y fuertes que han sido los episodios narrados por los ngtram tanto para la memoria indgena, pe-ro tambin para la consolidacin del mismo estado y el benecio econ-mico de amplios se'ores, mientras que han devenido a lo largo del tiem-po y durante ms de un siglo en un

    39. Ver, por ejemplo, las notas editoriales del diario La Nacin del 16 de noviembre de 1878 y das subsiguien-tes en relacin con los sucesos de Pozo del Cuadril, en los cuales se acusa al comandante de frontera Rudecindo Roca, hermano del por entonces ministro de Guerra Julio Roca, de haber detenido a un grupo de ranqueles que se dirigan a Ro Cuarto a comerciar amparados por tratados recientemente rmados con el gobierno y fusilado a 60 guerreros en un corral. Como sostiene Lenton, 2005, el contingente detenido ser ofrecido como mano de obra a estancieros tucumanos.

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    no-evento. Cul ha sido y es en gran medida an la mediacin que permiti en todo caso que estos he-chos fueran tan asimilables? Cules fueron las agencias que operaron y los mecanismos empleados? El que se constituyeran durante tanto tiem-po como un no-evento es, en de-nitiva, una muestra de la capacidad performativa de la categora de in-dgena malonero para construir ex-cepciones. El efe'o representacional de esta categora es el de la mini-mizacin (por ser pocos, de otro la-do, en denitiva de otro estado, y por ser inferiores) de los sujetos y cole'ivos que engloba.

    Aqu me referir solo a algunos de los mecanismos a travs de los cuales la violencia se extendi tam-bin en trminos de historia, narra-tiva y performance,40 con el objeto de empezar a pensar la articulacin de agencias estatales y no-estatales en este proceso y los modos en que la gente se enfrenta para responder y recordar el genocidio.

    El museo, el manual de lengua y la coleccin folklrica permiten tra-zar una de las narrativas ms exten-didas en relacin con la construccin hegemnica de la capacidad civiliza-dora y modernizante del estado. Es-tos, en tanto proye'os del natura-lista, el militar devenido en etn-

    40. Taussig, 1984; ONeil y Hinton, 2009.

    grafo y la folklorista, poseen distintos objetivos pero, al mismo tiempo, han sido mecanismos performativos de la idea de que las campaas al desier-to fueron el ltimo eslabn de una cadena que queda separada entre el tiempo pasado (el del mundo ind-gena) y el presente y futuro del esta-do-nacin civilizado. Los indgenas en este ltimo slo pueden ser con-siderados como un remanente en extincin. Se constituyen por lo tan-to en elementos de una narrativa que fomenta un rgimen de silencio o de olvido acerca de los eventos, pues intenta fortalecer la identidad pol-tica nacional al crear instituciones emotivas y discursos sobre recuerdos que vinculen a sus seguidores me-diante una experiencia compartida.41 La constitucin de estos campos de visin es fundamental, ya que cons-truyen el aparato de verosimilitud. El relato historiogrco nacionalista, denido aqu ampliamente como cualquier tipo de relato destinado a hacer visible una comunidad imagi-nada en trminos naturalizados de un estado, una nacin y un territorio, nos permite analizar el modo en que dicho aparato ha venido operando no slo sobre la construccin del pasado a ser preservado sino tam-bin sobre la memoria social, en tan-to pr'icas de disciplinamiento.

    41. White, 2005.

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    [D, . -]Del no-evento al genocidio

    El pasado a ser preservado

    El museo es sin dudas un espacio importante en la construccin de los relatos hegemnicos de nacin. Es-pecialmente el Museo Nacional de Historia Natural de la ciudad de La Plata ha sido analizado como un ico-no de esta forma de construir en trminos de resguardo una histo-ricidad cientca de la ancestralidad de la nacin argentina.42 Su primera muestra central estaba constituida por la exhibicin de mil crneos, muchos de ellos provenientes de la donacin de Estanislao Zeballos (fru-to del saqueo sistemtico de tumbas realizado durante las campaas mi-litares de 1878-1885), y 80 esquele-tos distribuidos en una extensa vitri-na de dos niveles de altura. La secuencia permita recorrer con la mirada desde restos neandertales has-ta conocidos y recientemente falle-cidos pobladores de las Pampas y la Patagonia, pasando por integrantes de distintos pueblos americanos.

    Personas indgenas contempor-neas, muchas de ellas participantes forzados en la edicacin del mismo museo,43 estaban all en las vitrinas,

    42. Vase Andermann, 2007.43. Al respecto es muy ilustrativo el

    trabajo desarrollado por el Grupo Universitario de Investigaciones en Antropologa Social, formado por estudiantes de la carrera de Ciencias Antropolgicas de la Universidad de

    construidas como pasado piezas patrimoniales del museo al mismo tiempo que eran explicadas como parte de una lgica de evolucin y como piezas del patrimonio de una historia natural. Esta naturalizacin de la diferencia sociocultural ha ope-rado hacia la despolitizacin de las pr'icas genocidas y medidas gu-bernamentales contemporneas a su misma construccin.44

    De forma complementaria el Mu-seo de Historia Nacional de la ciudad de Buenos Aires incluira slo en los ltimos aos un pequeo rincn prximo a la entrada de su recorri-do cronolgico destinado a las an-tigedades indgenas. Esta especie de obligacin de incorporar lo ind-gena como antecedente es bastan-te reciente y hoy est extendida en la mayora de los museos histricos a lo largo del pas. No obstante, rara vez aparecer lo indgena ms all de ese punto inicial en la cronologa. La explicacin de la desaparicin del

    La Plata: Fueguinos en el museo de La Plata:112 aos de ignominia; Iconografa: Los prisioneros de la campaa del Desierto, de la Isla Martn Garca al Museo de La Plata, 1886; e Identicacin y restitucin de restos humanos de las colecciones del Museo de la Plata.

    44. Tomamos esta idea de los trabajos en comn y compartidos en el GE-APRONA, Grupo de Estudios en Aboriginalidad Provincias y Nacin, Inst. Cs. Antropolgicas, UBA,

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    [D, . -]Del no-evento al genocidio

    mundo indgena tambin encuentra en trminos de la historia poltica su justicacin coyuntural. En efe'o, las hiptesis de la transformacin y extincin indgena por la incorpora-cin de elementos europeos han sido dinamizadas por la teora conspira-tiva en contra del estado. As, proce-sos como la llamada araucanizacin de las Pampas, construccin tem-tica que desde la academia recoge y se monta sobre el mismo estereotipo del indgena malonero indio en movimiento y amenazante son ex-plicados en trminos de invasin y amenaza extranjera, de otro estado, sobre el desarrollo del estado-nacin-territorio argentino.45 En esta clave es tambin que los indgenas pueden desaparecer del resto de la crono-loga como las montoneras del Cha-cho Pealoza.

    La construccin de los campos disciplinares (la Historia Natural y la Antropologa para el pasado de los indgenas y la Historia para la matriz estado-nacin-territorio) constituye de forma general los principales cam-pos de visin. As, lo indgena ha quedado no slo en las vitrinas en las que se muestra el pasado natural sino tambin en la cartografa, como

    45. Estanislao Zaballos es nuevamente un referente de la literatura cientca en la construccin de este tipo de relato que proviene del discurso poltico de la poca y que deviene en hegemnico a lo largo del siglo XX.

    parte de la toponimia pero tambin en nombres de algunas calles o plazas. Una presencia fantasmal46 que como tal se convierte en insumo o recurso tambin en la construccin de identicaciones nacionales en rela-cin con un territorio (vase el tra-bajo de Escolar 2007 sobre el caso de lo huarpe en Cuyo). En esta di-reccin encontramos casi como una rareza la no utilizacin de palabras en lengua indgena para nombrar hosteras, clubes de veraneo, casas-quinta, establecimientos gastron-micos en regiones como la patagnica. En muchos casos, todas estas utili-zaciones giran en torno a la cons-truccin de un valor afe'ivo hacia un territorio y un pasado, no obs-tante en todos ellos se refuerza la idea de que lo indgena slo puede ser considerado en tanto pasado, como un patrimonio comn a todos los argentinos.

    El presente a ser controlado

    En 1879, contemporneo al ini-cio de las campaas militares de con-quista de Pampa y Patagonia, se pu-blica un Manual o vocabulario de la Lengua Pampa y Del Eilo Familiar para el uso de los jefes y ociales del ejrcito y de las familias a cuyo cargo estn los indgenas.47 El autor del

    46. Lazzari, 2003.47. Barbar, Federico, Manual o

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    mismo es el teniente coronel Fede-rico Barbar, quien ya en 1856 haba publicado Usos y Coumbres de los Indios Pampas.48 La intencin expre-sada por su autor es que el manual de lengua pampa o querand sea una obra did'ica, til para los in-dgenas y familias a cuyo cargo han sido puestos. Lo describe como un prontuario o gua de la conservacin en estilo familiar.49 Las personas podran as comprender y hacerse comprender por los indios.

    Barbar escribe en un contexto en el cual el ejrcito ha ocupado el Ro Negro y se espera que los padres misioneros acabarn de reducirlos (a los indios) convirtindolos al seno de la Iglesia, y preparndolos a la vida social.50 Estos debieran ser pre-

    Vocabulario de la Lengua Pampa y Del Estilo Familiar, Buenos Aires, Imprenta y Librera de Mayo de C. Casavalle, 1879. En adelante Manual, p.

    48. Durante su desempeo como dependiente de una casa de comercio en Tapalqu (1846-48) y luego como militar en la provincia de Buenos Aires, Barbar no slo se convierte en un conocedor de la lengua sino que establece relacin de Juan Manuel Catriel y la gente del cacique Maik que serva para el gobierno hacia la dcada de 1850.

    49. Manual, p. 17.50. Manual, p. 10. El autor menciona

    la existencia, paralela a su obra, de un pequeo catecismo hispano-indio para la enseanza de la doctrina

    parados precisamente por tratarse, segn el autor, de una gente que ha permanecido y permanece sin gozar de los benecios de la civilizacin; que no sabe leer ni escribir y que solo cuenta el tiempo por las lunas De una nacin en cuyos dilatados campos no hay seal alguna o ma-nifestacin del pensamiento humano; que solo conocen su historia por la tradicin verbal de sus ancianos.51

    La obra se compone de cuatro partes, la ltima incluye frases de uso familiar que el autor considera ms frecuentes y de uso cotidiano en la relacin entre los indgenas y las fa-milias que los tienen a cargo. Los dilogos giran en torno a preguntas sobre la edad, padres, hermanos, co-nocimiento de la casa y utensilios domsticos. Dentro de estas escenas familiares se encuentra la siguiente:

    1 Buenos das, seora2 Qu quieres, Mara? (en la versin en mapuzugun no se incluye el Mara)3 Por qu lloras, hija?4 por mi Padre (chao-biolgico), lloro.5 Dnde est tu Padre?6 Est preso, lo han llevado al cuartel

    cristiana a los indgenas que estn en casa de particulares (Manual, p. 26) y propone en su vocabulario slo algunos principios y rezos usuales.

    51. Manual, p. 10.

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    del Retiro.7 No llores, hija: maana iremos al cuartel.8 Sos cristiana, hija?9 No te gusta ser cristiana?10 S, seora, es bueno ser cris-tiana.11 Quin viene hija?12 Es el Padre (patiru- sacerdote), que viene.13 Buenos das, Padre.14 Buenos das, hija: cmo ests?15 Estoy buena, Padre.16 Ests desocupada, hija?17 S, Padre, estoy desocupada.52

    La situacin presentada por el autor es sin duda cotidiana en aquel momento y lo ser en los siguientes aos. El padre-chao y la nia forman parte de las miles de personas que hacia 1879 haban sido trasladadas a Buenos Aires. El propio Barbar estima en 10.000 personas deporta-das desde 1875 a dicha fecha. Las campaas al desierto haban dado comienzo en diciembre del ao an-terior a esta publicacin. En otro dialogo, un joven y una seora ha-blan de las condiciones de reclusin domiciliaria y del trabajo del prime-ro como criado, quien reere a que sus padres han sido muertos.53 En cada dilogo se presupone y recrea una experiencia de relacin social

    52. Manual, p. 115.53. Manual, pp. 117-118.

    asimtrica entre hablantes del caste-llano y de la lengua pampa. Recrean-do esta experiencia se evoca un marco de interaccin en el que el enunciador de las preguntas remite a una persona ajena a los indgenas y en posicin de poder. Del mismo modo las respuestas rearman tal asimetra. En sentido literal, las pre-guntas estn orientadas al disci- plinamiento, pero son tambin las descripciones de las situaciones de comunicacin las que dan cuenta del contexto: campos militares, personas recluidas en domicilios particulares, cuarteles, cocinas y el mercado.

    El escenario de la catequesis del misionero tambin aparece en dis-tintos puntos de la obra. En este con-texto cobran un especial signicado las enseanzas de las bienaventuran-zas hacia los pobres de espritu, los mansos, los que lloran, los hambrien-tos y sedientos de justicia, los mise-ricordiosos, los paccos y los que padecen persecucin. El autor tam-bin incluye una introduccin a la confesin general por preguntas bre-ves elaborada para que el manual de lengua pampa pueda ser consul-tado por los sacerdotes misioneros para reducir los indios al cristia-nismo.54 El manual propone una serie de preguntas por cada uno de los diez mandamientos. Del prime-ro se destacan: Has adorado al Sol o suplicado a la Luna u otras cosas

    54. Manual, p. 140.

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    como si fuesen Dios? Has credo de todo corazn en los brujos? Les has pedido ayuda? Sos hechicera, bruja o adivina? Has deseado serlo? Cun-tas veces?. Del sexto al noveno man-damiento slo aparece la versin en diale'o pampa a n de evitar ofen-der al pudor de aquellos le'ores del castellano.

    Finalmente, tambin el campo de concentracin bajo el control mi-litar aparece como escenario de los dilogos incluidos en el punto En el Ro Negro.55 Se trata de dos en-cuentros entre un Coronel y una persona annima. En Dilogo entre un Cacique prisionero y el Gefe del Cuartel, los protagonistas son el mismo lonko Pincn y un coman-dante annimo.56

    Barbar dedica la cuarta y ltima parte de su obra a los usos y cos-tumbres de los Indios pampas. All seala que era muy probable que dentro de cincuenta aos, las fami-lias indijenas hayan desaparecido de los territorios pampeanos que du-rante 350 aos han ocupado. Esta estinsion, aunque operada con len-titud, tiene que producirse ya que eso, argumentaba, fue lo que sucedi tanto en Amrica del Norte como con los guaranes del alto Paran.

    La descripcin detallada de dis-tintas pr'icas de la cultura pampa

    55. Manual, pp. 128 y ss.56. Manual, p. 137.

    que el autor incluye en este ltimo captulo es el resultado de dcadas de observacin realizada en el marco de su desempeo en la frontera bo-naerense. Algunas escenas son inclui-das con detalles muy cotidianos y el propio autor encuentra matices a su mirada etnocntrica en ciertos pun-tos. No obstante, toda esta informa-cin, alguna de ella tambin publi-cada en su anterior obra de 1856, ya carece de la importancia que tuvo aos atrs cuando la frontera era con-cebida entre dos entidades polticas soberanas. Se trata de una descripcin de un mundo extinto o en vas de serlo pronto, al ser conquistado. El proceso de sometimiento y disci-plinamiento puesto en marcha re-quiere ahora de un manual de la lengua, precisamente para su aban-dono denitivo, como elemento til. Las observaciones realizadas como obtencin de informacin estratgi-ca por parte de un militar devienen ahora en parte del recuerdo institu-cionalizado del pasado, como forma de preservacin de un patrimonio cultural, entendido como conoci-miento etnogrco.

    Para 1879, sostena que los res-tos, pues, de nuestras tribus pampas raleadas por la guerra, las pestes y otras circunstancias se hallan ac-tualmente reducidos a algunos cen-tenares de individuos que andan va-gando en las escabrosidades de las cordilleras capitaneados por Na-

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    muncura y otros caciques huiliches. A qu otras circunstancias haca referencia? Al hecho concreto de que Ms de diez mil indios de ambos sexos han sido capturados por las fuerzas nacionales desde 1875 al pre-sente. Su mayor parte ha sido distri-buida en esta capital y en algunas provincias. Esta cifra duplica esti-maciones realizadas para el perodo 1878-1885 por Mases.57 En otro frag-mento el mismo autor seala que desde 1875 los indios han ido per-diendo sus mejores Caciques y Ca-pitanes a ms de diez mil y tantos mocetones que hoy estn de cocine-ros, mucamos y soldados, con ms provecho para ello que antes, que se moran de hambre.58

    Barbar comenta que los caciques Catriel, Pincen, Epumer Rosas, Ma-niqueo y otros estaban en poder del gobierno, pero que ste dispona de pocos fondos para lo cual se contaba con el apoyo del se'or privado: da-mas de caridad y familias que ali-mentan y visten a los indios.59

    No hace todava un ao que nu-merosos wagones conducan haa la plaza de 25 de Mayo, cente-nares de infelices en un eado la-mentable, debido a la miseria y desaseo que son proverbiales a nueros indios. Las criaturas eran

    57. Mases, 2002, p. 88.58. Manual, p. 160.59. Manual, p. 146.

    momias o algo con forma hu-mana.60

    El aspe'o de estas personas ha cambiado, seala Barbar:

    Hoy han perdido haa la so-noma salvaje. La reaccin se ha operado en el fsico de los indios: las mujeres vien a la usanza del pas: van calzadas y limpias. Los nios han dejado su chamal o chirip y vien pantaln, saco y gorra. Honor al Gobierno y al pue-blo Argentino por ea hermosa conquista de la humanidad y

    civilizacin.61

    El pasado a ser recordado

    desde el presente

    Situmonos ahora unas dcadas despus a las campaas de conquista, cuando pese a que los procesos de disciplinamiento continuaban vigen-tes, la desaparicin de la organizacin sociopoltica indgena y su existencia autnoma eran visualizadas como episodios del pasado, instalndose la idea de quiebre por sobre la de pro-ceso de sometimiento. Al mismo tiempo, despolitizndose y naturali-zndose la interpretacin hegemnica del proceso de civilizacin o prdida cultural. Informar sobre este tipo de

    60. Manual, p. 147.61. Idem.

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    procesos era, ahora ms que nunca, visualizada como una tarea del cien-tco antes que del militar o del po-ltico.

    Como vimos, desde el mismo contexto de las campaas de con-quista, pero ms especialmente des-de principios del siglo XX se llevaron adelante distintos y muy diferentes proye'os orientados al rescate, en-tendido como descripcin, de las culturas indgenas consideradas en proceso de extincin. Esta tarea se bas en gran medida en el trabajo con informantes clave, exponentes vivos de pueblos y culturas conside-radas desaparecidas o en vas de serlo. Esta clase de proye'os estaba sus-tentada sobre los supuestos de la exis-tencia efe'iva de un desierto in-mediatamente previo a la presencia del estado, la extincin fsica (por muerte o huida) de la poblacin in-dgena con la conquista y la incor-poracin plena a la comunidad na-cional de los supervivientes. Esto habilitaba que las personas fuesen consideradas tan slo como descen-dientes y las comunidades como restos de tribus. En Patagonia por ejemplo, la supuesta extincin inme-diata de los tehuelches empez a ser anunciada en 1884, y hacia 1914 el gobierno sostena que ya no exis-tan indgenas en aquellos territorios al haberse fusionado con la pobla-

    cin criolla.62 El elemento central para invisibilizar a la poblacin ori-ginaria era la consideracin de que aquellos sobrevivientes y descendien-tes se encontraban ya incorporados en las relaciones laborales, como peo-nes rurales y servicio domstico.63 Esta mirada contribuy no slo a reforzar el avance de las relaciones capitalistas, sino tambin el proceso de cosicacin de la cultura como algo escindible, reconocible y regis-trable por fuera de las personas y los grupos sociales. As, las culturas in-dgenas devienen en parte del pa-trimonio cultural de un territorio nacional, en consecuencia, algo dig-no de ser preservado para las siguien-tes generaciones de argentinos.

    En particular, me referir al tra-bajo de rescate folklrico llevado ade-lante por Bertha Koessler-Ilg,64 quien describi su labor de toda una vida

    62. Delrio, 2005.63. La organizacin poltica y las redes

    sociales por el contrario nunca se terminaron de extinguir. An en el mismo momento de la concentracin luego de las campaas se realizaron parlamentos para continuar tomando decisiones colectivas entre los sobrevivientes del genocidio. Estos parlamentos mapuche-tehuelche continuaran celebrndose hasta el presente (Ramos y Delrio, 2006).

    64. Koessler-Ilg, Bertha, Cuenta el Pueblo Mapuche, Santiago de Chile, Editorial Mare Nostrum, 2006. En adelante Cuenta

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    (vivi en San Martn de los Andes desde 1920 hasta su muerte en 1965) como la tarea de un coleccionista ocupado en la preservacin de la tra-dicin indgena. La autora se propo-na compilar con nes comparativos entre distintas culturas.65 En efe'o, su experiencia previa consista en la realizacin de un trabajo similar en la isla de Malta, donde vivi en su juventud, basndose en su conoci-miento de los trabajos de compilacin folklrica en Alemania, su lugar de origen. Al mismo tiempo, la autora tambin se preguntaba por las causas que motivaban tanta indiferencia de las gentes por el capital folklrico de la raza mapuche, considerado por la generalidad, en el mejor de los casos, como invenciones de los na-rradores. Esta idea de invencin es una consecuencia del concepto de cambio cultural como prdida que instalaba tanto la nocin de ilegiti-midad de los descendientes como verdaderos indgenas, como al mis-mo tiempo negaba a la memoria so-cial como forma de preservacin de tradiciones histricas y culturales.

    Su trabajo se inici con entrevis-tas a ancianos mapuche que eran atendidos en el consultorio mdico de su marido, para luego encarar una bsqueda de contadas sobre las cos-tumbres tradicionales: adivinanzas, canciones, rezos, pr'icas mgicas,

    65. Cuenta, p. 182.

    refranes, pensamientos, juegos in-fantiles, sucedidos, brujeras, dioses, fbulas de plantas, y muchos otros rubros identicados por ella. En su tarea de recopilar distintas variantes de los mismos mitos, su trabajo de-ja de ser una coleccin y se transfor-ma en registro etnogrco de una tradicin cultural en un momento especco de un proceso. En cada relato estalla la historia en experien-cias sociales de corta, mediana y lar-ga duracin y est presente la relacin histrica con el winka. Encontramos historias contadas desde otras pers-pe'ivas. En ellas aparecen los misio-neros de Huechulafquen del siglo XVIII, Orellie Antoine, Quilapan, Kalfucura o Francisco Moreno como personajes secundarios o en roles desconocidos por los relatos historio-grcos.

    As, en el relato que explica por qu don Francisco (Moreno) deba haber muerto el narrador sealaba que en la discusin sobre qu hacer con Moreno por parte del parlamen-to reunido en Las Manzanas se haba advertido: Almas quiere robar Para qu junta tanta vbora, tanta lagar-tija, tanto sapo, el intruso? Y qu vamos a hacer cuando nos robe las almas y las meta en frascos, en pape-les? Cuando vace nuestro cuerpo, lo parta en dos?66

    El proye'o de Moreno era bien

    66. Cuenta, p. 241.

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    conocido y no pasaba desapercibido por los habitantes de las Manzanas. Chakaial, quien tambin haba estado presente en dicho parlamento, habra dicho segn el narrador:

    Yo pregunto saben que ya no que-da chenke, con huesos o no, que no los haya revuelto, que no lo haya saqueado, robado los huesos y todo? Saben que en Buenos Aires hay cientos y cientos de cabezas y es-queletos que ha mandado, y que todava hay muchos ms, que tie-ne escondidos para mandarlos despus?67

    El narrador y testigo de dicho episodio concluye advirtiendo que ha dado su testimonio pero que so-licita permanecer en el anonimato, debido al temor a cualquier represa-lia del winka:

    Lo que sabemos es que al indio se le quita su tierra donde Dios lo ha pueo; el indio es pobre hoy; me-lingu (cuatro ojos, es decir More-no) habr hablado muy mal del indio y seguro que sus patrones le creen todava. Era un guo contarle a ued toda la hioria, pero no diga que yo la cont: siem-pre se enoja el huinka contra el araucano y puede hacerle dao.

    67. Cuenta, p. 242.

    Tengo un pedacito de tierra y pocos animales. De qu iba a vivir?68

    Los patrones de Moreno le creen todava; se trata de una historia cu-yas consecuencias condicionan el presente y por lo tanto el narrador debe ser cuidadoso y permanecer en el anonimato. En muchos relatos est presente el contexto de someti-miento experimentado como en el caso de la cancin del adis a la vi-da del condenado, en la que se na-rra la a'itud del apoulmen Kurpilla frente al pelotn de fusilamiento del ejrcito chileno. Pero tambin, es entre las adivinanzas donde pode-mos encontrar por ejemplo una ex-plicacin de los procesos posteriores al enfrentamiento militar y que hacen a la llamada prdida cultural. As, Kolpan deca: Qu supera a la inuencia, a los consejos de los an-tepasados?. El hambre, es la res-puesta.69

    En la tarea de recoger el pasado la autora encuentra, sin proponrse-lo, interpretacin de los procesos de conquista. sta no se remite al la-mento por la prdida sino que cons-tituye una reexin sobre el pasado, el presente y el devenir:

    Desierto llamaron los winka a los lugares no habitados por ellos. Re-cin cuando vinieron ellos, se trans-

    68. Cuenta, p. 246.69. Cuenta, p. 184.

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    formaron los lugares poblados en

    desiertos.70

    Eando desesperada nuera na-cin, decan los sabios: Del todo no nos pueden desarraigar las san-guijuelas: muy abajo han ido nues-tras races en el regazo de la madre mapu.71

    Precisamente, esta memoria social tensiona al mismo concepto de al-ma y cambio cultural de la auto-ra. Como dice una de las frases pro-verbiales incluidas por Koessler-Ilg, porque nuestra vida es el espejo de la vida de nuestros padres y abuelos72 es que cada experiencia y contexto es elaborado desde una perspe'iva y losofa propias, y a pesar del so-metimiento y los condicionamientos, el cambio no implica la perdida sino todo lo contrario, la vida, el al-ma: Toda la mapu es una sola alma, somos parte de ella. No podrn mo-rir nuestras almas. Cambiar si que pueden; pero no apagarse. Una sola alma somos, como hay un solo mun-do (Abel Kruinka).

    En la realizacin de su proye'o la autora fue recogiendo otras le'u-ras y cuestionamientos. Conocer pa-ra qu?, le habra preguntado Taifu-reke, un reconocido narrador de ngtram. Y habra agregado: Igual

    70. Kaiun, Cuenta, p. 179.71. Idem.72. Cuenta, p. 161.

    seremos olvidados. De mis cuentos, nadie se va a ocupar de retenerlos en la memoria. Y menos todava, los blancos.73 Como sealara Nahuelp: Mucho inters tiene el uinka sobre nuestros cuentos y leyendas, pero olvida a los mapuche verdaderos En las escuelas, nuestros nios sirven de burla. De ignorantes y salvajes son tildados por la mayora.74

    Con el correr del tiempo las per-sonas entrevistadas por Koessler-Ilg dejaron de ser solo los ancianos. Una vez estos fallecidos, fueron las siguien-tes generaciones las que toman la palabra. Hacia el nal de su trabajo tambin jvenes adolescentes eran considerados como informantes del alma mapuche.

    Genocidio y articulacin

    de agencias

    En cuanto al recorte propuesto aqu quedan denidos tres tipos de proye'os dispares. No obstante, com-parten el haberse constituido en dis-tintos mecanismos que no slo hi-cieron a la constitucin de campos de visin hegemnicamente susten-tados, sino tambin al disciplina-miento de los pueblos originarios en la matriz estado-nacin-territorio.

    En primer lugar, la monumen-talidad del museo no slo impuso el

    73. Cuenta, p. 32.74. Cuenta, p. 33.

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    silencio sobre quienes formaban par-te de sus vitrinas como patrimonio sino que otros fueron compulsados a colaborar en su misma construc-cin. La exposicin del museo de Historia Natural, la ausencia en el museo de Historia Nacional y la re-presentacin pi'rica han contri-buido a reemplazar al relato histo-riogrfico al instalar una idea monoltica del indgena del siglo XIX. Una idea representada por la imagen del maln y la inevitabilidad del pro-ceso civilizatorio. En segundo lugar, la disponibilidad y acceso a la lengua a travs del manual como instrumen-to de colonizacin en un contexto de concentracin, deportacin y dis-tribucin de las personas. Por ltimo, la preservacin del patrimonio cul-tural desde las supervivencias que habilita y renueva los campos de vi-sin que restringen las posibilidades y modos de aparicin del otro in-dgena, a'ualizando pr'icas ex-propiatorias y normalizando los es-pacios para dicho sujeto social.

    Qu elementos en comn po-dramos encontrar entre estos dife-rentes tipos de proye'os? Por distin-tos motivos y con diferentes objetivos, Moreno, Barbar y Koessler-Ilg po-dramos haber tomado tambin otros ejemplos de la poca consideraron la cultura indgena como algo dable a ser preservado por medio de dis-tintas herramientas. Sus propsitos fueron diversos, pero coincidentes

    en un punto, ya que sus trabajos de-muestran su conocimiento de que la extincin y desaparicin de los ind-genas anunciada por el discurso po-ltico lejos estaba de ser efe'iva.

    No obstante, no es slo el modo en que distintos proye'os son pro-movidos sino tambin en que son articulados en la construccin de hegemona ms all tambin de las intenciones y de los puntos de vista de sus autores como opera la legi-timacin del nuevo orden social sur-gido a partir de las pr'icas sociales genocidas. Orden que no ha sido cuestionado y pr'icas que conti-nan fuera del campo de visin hegemnico hasta hoy da. Por lo tanto, siendo que el concepto de pre-servacin ha estado vinculado a dichas pr'icas sociales, como proye'o poltico, econmico, religioso y cien-tco, cabe preguntarse, por ejemplo, en qu medida se diferencian las ac-tuales construcciones del rescate/preservacin de la cultura indgena como patrimonio y valor afe'ivo del moderno discurso multicultural en tanto no denuncien dichas pr'icas genocidas. En primer lugar, consi-derando que tal tarea de preservacin de hoy da, as como la de civiliza-cin de ayer y hoy han sido his-tricamente denidas por sus obje-tivos y operadores como un proye'o de intervencin desde el exterior hacia los pueblos originarios. En otras palabras mediante la cons-

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    titucin de un campo y agentes de saber legitimado que permanente-mente han operado en el recorte o silenciamiento de la memoria so-cial.

    Por otro lado, los ejemplos del naturalista, el militar y la folklorista no debieran opacar el que estos sean slo algunos de los elementos ms visibles de este proceso de genocidio, sometimiento y expropiacin de re-cursos y fuerza de trabajo de los pue-blos originarios. Mediante diversas articulaciones entre agencias estatales y no estatales, de las cuales es impo-sible abstraer la construccin de los campos de conocimiento hegem-nicamente legitimados, se ha con-formado una particular condicin de permanente excepcionalidad de los indgenas, la cual no constituye modos denitivos, o ms o menos incompletos, de incorporacin ciu-dadana, sino que por el contrario articula un par fundante de modali-dades polticas que oscilan entre la excepcin ontolgica el estereotipo del indgena malonero o ms recien-temente el del indgena vinculado a las FARC y la ETA y la normaliza-cin del otro el ciudadano ind-gena argentino bajo permanente promesa de incorporacin denitiva a la ciudadana. Esto forma parte de las a'uales direcciones de nuestro equipo de investigacin, en las cua-les sostenemos que las primeras han sido la condicin de posibilidad de

    las segundas en diferentes contextos histricos desde fines del siglo XIX.75

    As, como puede observarse en los ejemplos utilizados, se destaca que no slo se utilizan a los prisio-neros como mano de obra para cons-truir el museo, sino que hay un es-tado que administra sistemticamente a dicha fuerza de trabajo; que el ma-nual de lengua es para el uso, no so-lo de los militares en sus expediciones o religiosos en su evangelizacin, sino de todas aquellas familias que se benecian con los indgenas tra-dos en vagones y repartidos en la ciudad; y, nalmente, que las tierras fueron expropiadas y las tumbas le-vantadas para la instalacin del lati-fundio y del miedo necesarios para su mantenimiento y reproduccin.

    75. En el proyecto actualmente en curso, nos proponemos describir y analizar la excepcionalidad indgena en su dimensin de normalizacin dentro de la nueva economa poltica del estado-nacin-territorio. Hacia este objetivo es que nos interesa explorar los modos histricos y contextualiza-dos en los cuales la articulacin de las diferentes agencias de gobierno ha llevado adelante una construccin normalizante de excepciones. Entendiendo a la normalizacin, segn Foucault, como un control alrededor de la norma, nos proponemos analizar las prcticas y fuentes de legitimacin de dichas agencias y de la propia racionalidad de control.

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    Esta articulacin entre instituciones y agencias polticas y de la sociedad civil es el fondo sobre el que se sos-tienen tales tipos de ejemplos como proye'os especcos de construccin de memoria y sobre la cual estamos trabajando.

    Palabras finales

    Finalmente, no podemos soslayar los a'uales desafos polticos que involucran a las polticas de conoci-miento como formas de representa-cin. Volvern a ser relativizadas las polticas genocidas de estado? Sern minimizadas las articulaciones entre instituciones polticas y sociedad ci-vil? Pondremos entre comillas la magnitud de la masacre?

    Los ngtram suelen identicar a los expedicionarios de aquellas per-secuciones, masacres, concentracio-nes, deportaciones y fragmentaciones no slo con soldados sino ms especcamente con los terratenien-tes que nalmente se apropiaron del territorio de los antepasados. Reco-nocen as la existencia de una agen-cia hegemnica articulada y cohe-rente, ponen en evidencia la fun- cionalidad recproca de los intereses econmicos de la poca y las insti-tuciones polticas. Esta es la ensean-za de fondo transmitida por quien expresa que los patrones de Moreno todava le creen, y que lo lleva a so-

    licitar su anonimato, luego de haber roto el silencio.

    Como sealan ONeil y Hinton, los distintos a'os de escritura acerca o representando el genocidio tanto pueden claricar como ocluir me-morias y entendimientos del pasado genocida; existe una articulacin y divergencia entre diferentes marcos locales y globales para comprender dicho tipo de a'os.76 Cmo se cons-truye el recuerdo individual y colec-tivo y cmo se relacionan estos con el del estado genocida? Cmo se relacionan estas construcciones con la de los acadmicos? Tambin en tanto investigadores estamos direc-tamente vinculados en este a'o de escritura. As como para la folkloris-ta como tambin para el naturalis-ta y el militar la idea de la extincin ameritaba un rquiem o proye'o de patrimonializacin, tambin para quienes se encuentran involucrados en la denuncia y visibilizacin del genocidio implica un propio proyec-to de clasicacin y escritura.

    Gran parte del proceso de visibi-lizacin historiogrca de estas po-lticas de estado y las memorias so-ciales han estado acompaadas, en los ltimos aos, de un debate en torno a la aplicabilidad del concepto de genocidio. En el caso argentino, la narrativa nacionalista ha demos-trado la performatividad del estereo-

    76. ONeil y Hinton, 2009.

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    tipo del indio malonero para crear sentido. Al punto que la discusin con respe'o a si fue o no un geno-cidio, o una serie de lamentables y limitados excesos en una historia de incorporacin no-traumtica, est instalada, por ejemplo, en cada taller de educadores, paneles pblicos, y discusin meditica.

    Desde el retorno de la democra-cia en 1983 se ha producido un sig-nicativo avance en cuanto al cuestio-namiento de la relacin entre estado y sociedad civil que ha llevado a po-ner a la agenda de los derechos hu-manos en un lugar importante. En este contexto la militancia de orga-nizaciones y comunidades de los pue-blos originarios han logrado hacer visibles, en primer lugar, su misma existencia en una sociedad que se ha pensado a s misma como euro-des-cendiente y blanca por ms de un siglo. Es as como a travs del traba-jo acadmico, en gran medida tam-bin, se han instalado las nociones de etnocidio, aculturacin y trascul-turacin como parte del repertorio lingstico para referirse a los proce-sos de relacin entre sociedades co-lonizadoras y pueblos originarios. No obstante, el trmino genocidio ha enfrentado mayores resistencias ya que involucra la agencia del esta-do moderno y su denicin popu-

    larizada lo vincula inevitablemente con el exterminio fsico.77

    Es sabido que la nocin de ge-nocidio cultural desapareci del tex-to nal de la Convencin de las Na-ciones Unidas, pese a que formaba parte de la denicin de Lemkin sobre genocidio.78 Como seala Mn-zel, la denicin de genocidio por la ONU no es sistemtica, sino prag-mtica; no es dedu'iva sino induc-tiva; no se orienta por una teora general del genocidio, sino por la pr'ica de los crmenes encontra-dos. El autor sostiene que por esta razn es posible aplicarla tambin a casos no tan masivos como Aus-chwitz.

    Desde el primer esbozo de la re-solucin, en mayo de 1947, ha ha-bido una serie de mediaciones suges-tivas. Como seala Mnzel, el tras- lado de nios es lo nico que qued del prrafo sobre genocidio cultural de la primera versin.79 Pos-

    77. Al respecto, un editor me sugiri en una oportunidad no utilizar el trmino de campo de concentracin para referirme a la concentracin indgena en Valcheta luego de las campaas de 1878-1885 en un manual para 5to grado de primaria, ya que las maestras podran confundirse al ser un contenido de la unidad relativa a la Segunda Guerra Mundial y al genocidio perpetrado en la Alemania nazi.

    78. Ver Kuper, 1981.79. Mnzel, 2008, p. 15.

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    teriormente la nocin de dolo, vo-luntad y deliberacin del hecho, se impone. Clavero destaca que el ele-mento clave de la intencin no se reere necesariamente a un propsi-to asesino, pues basta el designio de hacer desaparecer como tal a un gru-po. Cabe el genocidio respetndose la vida de los individuos.80 En rea-lidad, es la separacin de la nocin de genocidio cultural de la de ge-nocidio, hasta el punto de materia-lizarse en la consolidacin del trmi-no etnocidio siendo que en sus orgenes eran entendidos como si-nnimos, lo que ha posibilitado visualizar que la ausencia de la eli-minacin fsica masiva algo que por lo dems s se ha dado en el caso de los pueblos originarios implicara la ausencia de la intencin del exter-minio del grupo. Si entendemos la dimensin del etnocidio como un genocidio cultural, entonces no se trata de una otra categora sino de una parte constitutiva del genocidio. En tanto analistas, podemos descri-bir que no slo a travs de las ma-tanzas se ha operado intencionalmente hacia la desestru'uracin de los pue-blos originarios, desde el traslado de nios hasta el acoso a territorios y asalto a recursos que afe'an a su supervivencia. No obstante, como seala Clavero, el concepto de geno-cidio ha sido en los hechos neutrali-

    80. Clavero, 2008, p. 24.

    zado como norma internacional, al imponerse la nocin de intencin especca81 y limitando en conse-cuencia la idea de genocidio a la de matanza, y la de lesin mental slo al dao permanente de las facultades mentales mediante drogas, tortura o tcnicas similares,82 quedando as excluida denitivamente la idea de genocidio cultural.

    Al respe'o, coincido con Clave-ro en cuanto que a nada nos condu-cira preguntarnos sobre el nmero necesario de muertes intencionadas para que una matanza se convierta en delito de genocidio para dejar de ser solamente asesinatos en serie. El bien jurdico protegido, sostiene el autor, es la existencia del grupo o, dicho de otra forma, el derecho humano a constituir parte del mis-mo.83 Como seala Mnzel para el caso de los Ach, para las v'imas poco importaba si los autores y cm-plices de las masacres y de los robos se autodenieran como genocidas o como homicidas sin dolo.84

    81. Promovida por Estados Unidos en su raticacin de la Convencin en 1988.

    82. Le Blanc, Lawrence J., /e United States and the Genocide Convention, Durham, Duke University Press, 1991. Citado en Clavero, 2008, p. 28.

    83. Clavero, 2008, p. 25.84. Mnzel, 2008, p. 15.

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    Si bien la antropologa ha desa-rrollado a travs del concepto de et-nocidio un amplio campo en el cual ha sido posible hacer visibles pr'i-cas genocidas hacia los pueblos ori-ginarios, el uso y la generalizacin de este concepto tambin produjo el efe'o contrario. En efe'o, ha for-mado en gran medida parte de un proceso ms general en el cual los pueblos originarios, por carecer de estados reconocidos internacional-mente, no seran considerados como posibles v'imas de polticas o ac-ciones genocidas.85

    En nuestro caso, una vez reco-nocidas como verdaderas polticas de estado, las medidas destinadas hacia los pueblos originarios, y ha-biendo reconocido las relaciones de poder existentes en la construccin de conocimiento legitimado, pro-duccin de verdad, memoria y re-presentacin, consideramos no solo que la categora de etnocidio86 en-

    85. Clavero seala que el trmino etnocidio el genocidio de los pobres, el genocidio que se niegan a ver las potencias internacionales fue recuperado para cubrir los huecos dejados no tanto por la Convencin misma sino por la forma restringida como se la ha ido entendiendo. Clavero, 2008, pp. 30-32.

    86. Ms all del papel que en el pasado ha tenido para hacer visible y pensable para la academia y pblico en general los procesos de someti-miento de los pueblos originarios.

    tendida como intensin de elimina-cin cultural o culturicidio no permite por si sola describir histri-camente los eventos narrados sino que por el contrario puede consti-tuirse en un nuevo modelo para in-visibilizar no slo las pr'icas del exterminio fsico sino tambin a otras claves de le'ura, la de los pueblos originarios.

    Indudablemente, la aplicacin del trmino genocidio y la identi-cacin de sus perpetradores como genocidas continuarn produciendo ruido entre los diferentes se'ores de nuestra sociedad. En cierta medida, este ruido da cuenta del potencial performativo que han tenido las im-genes hegemnicas que operativiza-ron un determinado orden social y de acuerdo a una compleja articula-cin de intereses econmicos y po-lticos. El concepto genocidio ha de-mostrado en el ltimo medio siglo tener un reducido y relativo alcance jurdico y una importante dimensin tica. Esperamos que las a'uales di-recciones de las investigaciones en curso podrn participar de su evalua-cin en tanto categora analtica.

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