atisbos trinitarios en clemente de roma

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ATISBOS TRINITARIOS EN LA I CARTA DE SAN CLEMENTE DE ROMA A LOS CRISTIANOS DE CORINTO. PADRES DE LA IGLESIA SAMUEL NICOLÁS VITRERAS LEAL Facultad de Teología PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE VALPARAÍSO 28 de octubre de 2015 1. PREÁMBULO INTRODUCTORIO Cuando hablamos de padres de la Iglesia y, en especial, de padres apostólicos, hablamos de una denominación acuñada hacia el siglo XVII, y por la cual se comprendía a una serie de escritores cristianos del s.I, y de principios del s.II, caracterizados justamente por una especial proximidad a los Apóstoles y, por ende, por poseer una doctrina cual reflejo de la predicación de los apóstoles. Nos referimos a cercanía desde dos perspectivas: una, en cuanto al tiempo, y esto es a tal punto que podemos afirmar que algunos llegaron a conocerlos ya sea personalmente o a través de discípulos directos, lo que los vuelve testigos privilegiados de una primera tradición. Más aún, si hacemos referencia a que algunos de los escritos fueron probablemente anteriores al

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Análisis sobre los aportes de San Clemente a la cuestión trinitaria

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Page 1: Atisbos Trinitarios en Clemente de Roma

ATISBOS TRINITARIOS EN LA I CARTA

DE SAN CLEMENTE DE ROMA

A LOS CRISTIANOS DE CORINTO.

PADRES DE LA IGLESIA

SAMUEL NICOLÁS VITRERAS LEAL

Facultad de Teología

PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE VALPARAÍSO

28 de octubre de 2015

1. PREÁMBULO INTRODUCTORIO

Cuando hablamos de padres de la Iglesia y, en especial, de padres apostólicos, hablamos de

una denominación acuñada hacia el siglo XVII, y por la cual se comprendía a una serie de

escritores cristianos del s.I, y de principios del s.II, caracterizados justamente por una

especial proximidad a los Apóstoles y, por ende, por poseer una doctrina cual reflejo de la

predicación de los apóstoles. Nos referimos a cercanía desde dos perspectivas: una, en

cuanto al tiempo, y esto es a tal punto que podemos afirmar que algunos llegaron a

conocerlos ya sea personalmente o a través de discípulos directos, lo que los vuelve testigos

privilegiados de una primera tradición. Más aún, si hacemos referencia a que algunos de los

escritos fueron probablemente anteriores al evangelio de San Juan, podríamos advertir

entonces hasta qué punto esta es una literatura temprana y privilegiada. No obstante, desde

otra perspectiva, hablamos de cercanía también para referirnos tanto al fondo como a la

forma de los escritos, los cuales nos rememoran frecuentemente a la escritura

neotestamentaria. Además, de la misma manera que como ocurre en el Nuevo Testamento,

no suelen ser tratados de manera sistemática, sino más bien responden a necesidades

concretas, a problemáticas determinadas, y a situaciones específicas de ciertas

comunidades. De ahí el valor entonces tan relevante de su información y su contenido1.

1 Cfr. SAYÉS, J. La Trinidad. Misterio de Salvación. Palabra. Madrid, 2000. pp. 121-122; cfr. MOLINÉ, E. Los Padres de la Iglesia. Palabra. Madrid, 1981.

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Ahora bien, es necesario entender que el interés de los padres apostólicos no estribó en

hacer apología alguna sobre la fe cristiana, ni mucho menos una exposición científica de

ella. Sus escritos no poseen especulación alguna, ni sobre la existencia de Dios, ni sobre su

naturaleza, ni mucho menos sobre sus perfecciones; más bien sintetizan la enseñanza

bíblica sobre Dios, Creador y Padre de todas las cosas. De ahí que su fundamento sea la

confesión del único Dios, Padre y Creador, bajo el talante primordial del testimonio. Por

ello entonces sus escritos reflejan claramente una gran nostalgia de la presencia física del

Señor2. Es en relación, por tanto, con el Padre, el hecho que se pueda hablar también de la

misión del Hijo y del Espíritu Santo. Así, la afirmación de la divinidad de Jesús no conduce

aún siquiera a la afirmación de una misma naturaleza entre el Padre y el Hijo. Esto será un

concepto acuñado posteriormente; no obstante, no por ello no se afirmará la divinidad de

Cristo en cuanto que es Hijo de Dios, enviado por el Padre y, a su vez, siendo revelador del

mismo.

Se entiende que, por consiguiente, el lenguaje de los padres apostólicos al hablar, por

ejemplo, de la Trinidad, refleja el lenguaje propio de las Sagradas Escrituras, pero

claramente con un talante evidentemente más pastoral. Y es que la unidad de Dios es una

constante fundamental en la escritura neotestamentaria, pero junto con esto, el mismo

Nuevo Testamento nos presenta al Hijo y al Espíritu Santo unidos al Padre en la obra

salvífica y en la fórmula bautismal. Jesucristo, el Hijo unigénito, es el único mediador entre

Dios y los hombres, y aparece unido a Dios Padre también en la obra creadora.

Analógicamente, el Espíritu Santo aparece unido al Padre y al Hijo en la realización de la

obra salvadora. Por ello, no debería sorprender que desde los inicios los tres aparezcan

unidos en los escritos cristianos3.

Y es que, realmente, un recorrido de difícil reflexión se ha gestado desde la era apostólica

hasta ya finales del s.IV, que ha llevado a formulaciones de los elementos fundamentales

del dogma de la Iglesia actual sobre Dios Uno y Trino y, más en particular, sobre la

divinidad del Hijo y del Espíritu Santo en la unidad de la esencia propiamente tal de Dios

Padre, con quien han de ser un solo Dios. Es por tanto entendible el que existan ciertas

lagunas e imprecisiones. No obstante, estas mismas son testimonio de una fe que se

2 Cfr. MATEO-SECO, L. Dios Uno y Trino. Eunsa. Pamplona, 2005. p. 1703 Cfr. LADARIA, L. El Dios vivo y verdadero. El misterio de la Trinidad. Secretariado Trinitario. Salamanca, 1998. p. 129.

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mantuvo en una constante búsqueda de formulaciones cada vez más adecuadas para

expresar un misterio de tal envergadura, que rebasa las palabras y conceptos humanos4.

Resulta claro entonces que, debido a lo temprano de los escritos, no se puede hablar de una

teología trinitaria mayormente elaborada.

2. SAN CLEMENTE. LA OBRA MÁS ANTIGUA, UNA POSIBLE DATACIÓN5

Junto a los escritos bíblicos, probablemente la obra más antigua de la literatura cristiana

conservada corresponde a una carta –comúnmente denominada como I Carta de san

Clemente a los cristianos de Corinto- que, tanto en los manuscritos como en la tradición

unánime y más temprana de la Iglesia se le atribuye a San Clemente, quien, según la lista y

testimonio de san Ireneo, fue el tercer sucesor de Pedro, después de Lino y Anacleto, en la

sede episcopal de Roma (entre los años 90/92 hasta el 101), y además “había visto a los

apóstoles”, “se había relacionado con ellos” y “tenía todavía la predicación apostólica en

sus oídos y su tradición ante sus ojos”6.

Ahora bien, si consideramos la alusión a las “repentinas… tribulaciones y vicisitudes”, que

se mencionan en la obra, y que habrían impedido de momento a la comunidad romana

preocuparse del revuelo de Corinto –que Eusebio de Cesarea fija hacia el reinado del

emperador Domiciano, años 81 al 96-, más la persecución que los cristianos romanos

padecieron hacia finales del reinado de Domiciano, podría haberse escrito entre los años

96/97. Nada más se conoce acerca del autor. No se sabe con exactitud si es lícito

identificarlo con Clemente, el acompañante que san Pablo menciona en Flp 4,3, como

sugieren Orígenes y Eusebio. De una u otra manera, testimonios tardíos, de los siglos IV y

VI, atribuyen a Clemente el título de mártir.

Lo que sí se puede afirmar es que la Carta de Clemente corresponde a una obra de un solo

autor, aunque él se refiera a sí mismo en plural, haciendo alusión a la comunidad romana

entera como remitente.

3. LA CARTA DE SAN CLEMENTE A LOS CRISTIANOS DE CORINTO7

4 Ibíd. p. 1305 Cfr. BENEDICTO XVI. Los Padres de la Iglesia. De san Clemente Romano a san Agustín. Agape Libros. Buenos Aires, 2011. p. 9; cfr. DROBNER, H. Manual de Patrología. Herder. 2001, Barcelona. pp.69-70 6 Adversus Haereses, III, 3, 37 Cfr. DROBNER, H. Manual de Patrología. Herder. 2001, Barcelona. p.70

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3.1 ENFOQUE LITERARIO

La carta, que consta de 65 capítulos, aborda desde los capítulos 40 al 58 –al igual que en 1

Cor de san Pablo-, las disensiones surgidas en la comunidad de Corinto porque algunos

presbíteros mayores habían sido sustituidos por jóvenes. Esto, de alguna manera, habría

escandalizado a una minoría, mientras que otros no sabían qué posición adoptar frente a

esta disputa. Esta situación llegó a oídos de la comunidad romana, y ésta por su propia

cuenta decidió intervenir. En esta sección, en base al orden litúrgico y jerárquico de la

Iglesia, querido por Dios, se condena la deposición de los presbíteros y se exhorta a los

reaccionarios a convertirse.

La carta tiene un proemio -1 al 3- que explica brevemente el motivo de la obra; luego lo

sigue la gran primera parte principal -4 al 39- de consejo contra los celos y la envidia como

detonantes del revuelo, y de exhortaciones a la humildad, al apaciguamiento, a la unidad y a

la armonía, según el modelo de Cristo, de acuerdo con el orden del cosmos, de la sociedad

y del cuerpo humano, poniendo así la mirada en el fin escatológico del cristiano.

Finalmente, la carta termina con una oración, con una síntesis del contenido, con una

recomendación y con el saludo final -59 al 65-.

3.2 ENFOQUE TEOLÓGICO TRINITARIO8

Cuando se habla de doctrina trinitaria, se sabe claramente que su desarrollo hacia el dogma

como tal se fue perfilando en el Concilio de Nicea I (325) y, posteriormente, se ratifica con

una acabada fórmula en el Concilio de Constantinopla (381).

Sin embargo, ya lo hemos mencionado, hablar de una fundada ‘teología trinitaria’ hacia el

siglo I resulta un acto demasiado prematuro, pues en este tiempo los acercamientos a la

cuestión trinitaria propiamente tal aún resultaban ser del carácter al modo de confesión

simple y sencilla. No se trata entonces de una teología trinitaria en su pleno desarrollo, sino

más bien de fórmulas trinitarias definidas y transmitidas.

Y es que, aún no se señala la unidad de los tres, sino la singularidad de cada uno, que es

único. Y esto lo vemos cuando Clemente cuestiona a Corinto:

8 Cfr. LADARIA, L. El Dios vivo y verdadero. El misterio de la Trinidad. Secretariado Trinitario. Salamanca, 1998. pp. 130-131

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“¿Por qué hay entre vosotros discordias… Acaso no tenemos un único Dios, un único

Cristo, un único Espíritu de gracia derramado sobre nosotros?”9

Llama la atención que a través de discordias en la Iglesia Clemente se abra paso para

elaborar esta fórmula triádica. Por tanto, podemos observar aquí un claro reflejo de la

doctrina enseñada por los apóstoles. Ahora bien, es menester exponer también que, en su

nomenclatura la denominación de Theós es reservada al Padre, y la de Kyrios, además de

ser indicadora de una naturaleza divina, es la denominación del Hijo y, por correlación, del

Espíritu Santo:

“Aceptad nuestro consejo y no tendréis que arrepentiros. Porque vive Dios (Theós) y vive

el Señor Jesucristo (Kyrios) y el Espíritu Santo, la fe y la esperanza de los elegidos: …

[quien] obra las sentencias y mandamientos dados por Dios (Theós), ése estará colocado y

será ilustre entre el número de los salvados por Jesucristo (Kyrios), por medio del cual a Él

la gloria por los siglos de los siglos”10.

Clemente conoce el Dios único (Theós), que es Padre, junto al cual viene a situar a

Jesucristo Señor, invocado también junto con el Padre. Ahora bien, la mención del Espíritu

en tercer lugar no ha de interpretarse en sentido propio como teología trinitaria; pero sí,

muestra que se ha afianzado la tradición de unir los tres nombres, lo cual comporta que los

tres están unidos en la conciencia del creyente de la época. Cabe destacar que, y pareciese

que, Clemente no ha entendido en profundidad estas fórmulas trinitarias que él mismo

repite. No obstante, ahí se encuentran los textos, para dar testimonio, sobre las líneas de un

desarrollo, más allá del entendimiento o de la mentalidad de cada uno de los testigos.

El Padre es llamado como Theós, despotés, es decir, Señor de la Creación. Por tanto, se

subentiende que, la paternidad divina se refiere frecuentemente a la creación. Lo cual

podemos encontrarlo cuando invita a que:

“Fijemos los ojos en el Padre y Creador de todo el cosmos… Los cielos movidos por su

gobierno…”11

Aquí, este pasaje nos mueve directamente a relacionarlo con Cristo, en su exhortación que

ha hecho con anterioridad, y en la cual los relaciona filialmente:

9 I Clem 46,610 I Clem 58,211 I Clem 19,2-20,12

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“Fijemos los ojos en la sangre de Cristo, y reconozcamos qué preciosa es a Dios, su

Padre…”12

O bien, a través del Salmo 2, Clemente se refiere a la misma relación filial:

“Acerca de su Hijo, dijo, empero, el Señor: Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy.

Pídeme y te daré las naciones por herencia y por posesión tuya los confines de la tierra”13.

En relación a esto, podemos argumentar, bajo la lectura de nuestra obra a pesquisar, que

Cristo ya preexistía a su encarnación, y que el Espíritu Santo ya hablaba de él, pues él

mismo es quien habla en los escritos veterotestamentarios:

“El cetro de la grandeza de Dios, el Señor Jesucristo, no vino al mundo con aparato de

arrogancia ni de soberbia, aunque pudiera, sino en espíritu de humildad, conforme lo había

de Él dicho el Espíritu Santo”14.

Cristo revela al Padre. La verdad brilla ante nuestros ojos al habernos puesto en comunión

con el Padre de la verdad. Aun así, observemos aquí que, aún, no se trata de una noción

muy precisa de preexistencia.

Además de ello, y con respecto al Espíritu Santo, se sabe que ha sido derramado sobre los

cristianos, y que ya había hablado en el Antiguo Testamento:

“De la penitencia hablaron los que fueron ministros de la gracia de Dios por el Espíritu

Santo”15.

O bien,

“… dice, en efecto, el Espíritu Santo: No se gloríe el sabio en su sabiduría, ni el fuerte en

su fuera, ni el rico en su riqueza, sino que el que se gloríe, gloríese en el Señor, para

buscarle a Él y practicar el juicio y la justicia (Jer 9,23-24; 1 Sam 2,10; cf. 1 Cor 1,31; 2

Cor 10,17)”16.

Sin embargo, vemos cómo de una u otra manera, a pesar de las notables alusiones, y lugar,

otorgado al Espíritu Santo, no existen aún en la primera carta de san Clemente a los

cristianos de Corinto, formulaciones claras y explícitas sobre su carácter divino, aunque en

última instancia, se suponen.

12 I Clem 7,413 I Clem 36,414 I Clem 16,215 I Clem 8,116 I Clem 13,1

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4. APORTES AL MAGISTERIO Y ALGUNAS CONCLUSIONES17

Ya lo hemos mencionado con anterioridad, a pesar de ver grandes signos en nuestro padre

apostólico, Clemente de Roma, habrá que llegar a la celebración del Concilio de

Constantinopla, hacia el 381, para ver formalmente ratificada la fórmula de un único Dios,

existente en tres personas iguales. El símbolo Niceno-Constantinopolitano queda elaborado

formalmente de esta manera:

“Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra, de todas las

cosas visibles o invisibles. Y en un solo Señor Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios, nacido

del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, nacido,

no hecho, consustancial con el Padre, por quien fueron hechas todas las cosas; que por

nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió de los cielos y se encarnó por obra

del Espíritu Santo y de María Virgen, y se hizo hombre, y fue crucificado por nosotros bajo

Poncio Pilato y padeció y fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras, y subió

a los cielos, y está sentado a la diestra del Padre, y otra vez ha de venir con gloria a juzgar a

los vivos y a los muertos; y su reino no tendrá fin. Y en el Espíritu Santo, Señor y

vivificante, que procede del Padre, que juntamente con el Padre y el Hijo es adorado y

glorificado, que habló por los profetas. En una sola Santa Iglesia Católica y Apostólica.

Confesamos un solo bautismo para la remisión de los pecados. Esperamos la resurrección

de la carne y la vida del siglo futuro. Amén”18.

Vemos, por tanto, los diferentes aportes gestados y matizados, epocalmente, por parte de

san Clemente a un símbolo de fe que nos ha llegado por tradición magisterial hasta los

tiempos actuales en la Iglesia.

En especial, podemos observar las similitudes en la concepción del Padre como creador del

cielo y de la tierra. Clemente sabe que Dios es Señor de la creación; y, además, es Padre

porque es situado filialmente con el Hijo, el Hijo unigénito; pero no sólo eso, sino que

además la paternidad a la que alude, ya lo decíamos, es una paternidad referida con

frecuencia a la creación. Para Clemente Jesucristo es el Señor; es Él quien nos revela

plenamente al Padre. Ya lo decía, poseemos un solo Dios, y un solo Espíritu de gracia,

derramados sobre nosotros, de manera que todos somos partícipes de esta vida íntima que

tiene el Padre con el Hijo en el Espíritu Santo.

17 Cfr. PAVODESE, L. Introducción a la Teología Patrística. Verbo Divino. Navarra, 2000. pp. 73-80; cfr. MATEO-SECO, L. Dios Uno y Trino. Eunsa. Pamplona, 2005. pp. 171-17318 DH 83

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Por tanto, observamos cómo esta fe en este trío va a la par con una evolución semántica de

los títulos de Dios y prepara el desarrollo al personalismo trinitario. De una u otra manera,

la transición del anuncio cristiano desde el mundo semítico al helenístico permitió la

prevalencia del esquema de fe triádico –Padre/Hijo/Espíritu Santo- por sobre el primer tipo

–la mención de Cristo Señor-. Y es que, si los hebreos creían ya en el Dios único y

conocían el Espíritu Santo, entonces el anuncio kerygmático –de Jesucristo- exigía

necesariamente la mención expresa de los dos. Se entiende, por consiguiente que, de una u

otra manera, el elemento central de la fe sigue siendo la persona de Cristo, porque el fiel del

siglo I que cree en Cristo Señor (Kyrios), cree en Dios y en el Espíritu Santo.

Ahora bien, no fue menor la labor de Clemente, pues, fue el primer testigo que se vio en la

dificultad de romper sus vínculos con el seno hebreo original, el cual, a pesar de que recurre

un par de veces a fórmulas trinitarias –I Clem 46,6; 58,2-, muestra aún una concepción

cristológica judaizante, en cuanto a que nunca llega a atribuirle formalmente a Cristo la

calidad de Dios, ni da relevancia a su preexistencia. Y es que, de alguna manera, en este

período no existía la creencia en una Trinidad preexistente; más bien, para los padres

apostólicos la Trinidad de Dios, Cristo y Espíritu Santo comienza con el nacimiento de

Jesús, y prosigue después de su resurrección y de su ascensión. Antes del nacimiento de

Jesús sólo había dos seres preexistentes, Dios y el Espíritu Santo, identificando a este

último con el Cristo preexistente; y, a su vez, si llegase a aparecer en alguna ocasión el

término Logos, es en función de identificación con el Espíritu Santo.

Sin embargo, no hemos de quitar mérito a la gran labor de los padres apostólicos, pues,

para tan temprana época cristiana, sorprende la fuerza de su fe en la afirmación de la

divinidad de Jesucristo, no suponiendo una negación de la unicidad de Dios, ni una

relajación del monoteísmo del Antiguo Testamento. Así, el texto de san Clemente resulta

ser, por tanto, una admirable confesión de fe en un solo Dios.

En resumen, hemos de dejar en claro que san Clemente, como precursor en las obras de

padres apostólicos, no realiza ninguna especulación sobre el misterio trinitario. Más bien,

se limita a testimoniar la predicación cristiana, para cristianos. Ya hemos citado algunos

pasajes en su calidad de testimonio trinitario, y enmarcado en una perspectiva teocéntrica

de la historia de la salvación, como iniciativa del Padre, y realizada por medio del Hijo en

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el Espíritu. Así, finalmente, el Espíritu Santo está presente en la Iglesia, justamente, para

mantenerla unida al Señor, e impulsarla a proclamar el reino del Padre. De esta manera, la

Iglesia es entonces un lugar privilegiado para la consideración de una primitiva ‘teología

trinitaria’ de los Padres Apostólicos, ya que en su conciencia existía la imagen de la Iglesia

como “amada por el Padre, edificada por el Hijo y vivificada por el Espíritu”19.

Finalmente, hemos de observar que en los inicios de la Iglesia la doctrina trinitaria no fue el

fruto de una especulación sobre Dios, sino que más bien, surgió de la intención de

reelaborar las experiencias históricas. En una misma idea, la grandeza de los Padres

Apostólicos radica en que creyeron en la divinidad de Cristo, afirmando a su vez la unidad

de Dios, y todo esto sin salirse del sistema monoteísta heredado de la Escritura. En otras

palabras, se trata de un empeño de encontrar un adecuado y fiel lenguaje para expresar el

concepto de una pluralidad de personas ‘divinas’, arraigado original y profundamente en la

tradición apostólica, en la fe popular, de las gentes, y expresado ya en el culto de la Iglesia

primitiva, de la Iglesia desde sus orígenes.

5. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

19 DALMAU, J. Dios revelado por Cristo. BAC. Madrid, 1969. p. 214

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FUENTES

- RUIZ, D. Padres apostólicos y apologistas griegos (s.II). BAC. Madrid, 2002.

- DENZINGUER, E.; HÜNERMANN, P. El Magisterio de la Iglesia. Herder. Barcelona,

2006

PRIMARIA

- SAYÉS, J. La Trinidad. Misterio de Salvación. Palabra. Madrid,

2000

- MOLINÉ, E. Los Padres de la Iglesia. Palabra. Madrid, 1981

- MATEO-SECO, L. Dios Uno y Trino. Eunsa. Pamplona, 2005

- LADARIA, L. El Dios vivo y verdadero. El misterio de la Trinidad.

Secretariado Trinitario. Salamanca, 1998

- BENEDICTO XVI. Los Padres de la Iglesia. De san Clemente

Romano a san Agustín. Agape Libros. Buenos Aires, 2011

- DROBNER, H. Manual de Patrología. Herder. 2001, Barcelona

- PAVODESE, L. Introducción a la Teología Patrística. Verbo Divino.

Navarra, 2000

- DALMAU, J. Dios revelado por Cristo. BAC. Madrid, 1969

SECUNDARIA

- TREVIJANO, R. Patrología. BAC. Madrid, 1998