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El origen del arte
Fragmento del libro “Física y
metafísica de la Pintura” de Louis
Cattiaux dedicado al origen mágico del
arte.
(http://www.arsgravis.com/wp-
content/uploads/2013/10/04.jpg)
Cueva de Pech-Merle (Lot). Francia. Friso de los
caballos tordos (18000 a.C.). Vemos que una
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(http://www.arsgravis.com/?
cat=40)
mano de color rojo se halla en el vientre del
animal de la derecha, acompañada de una hilera
de puntos del mismo color.
EL ORIGEN DEL ARTE
El origen del arte no es resultado de una
necesidad estética como generalmente
se cree, es el resultado de una necesidad
de dominación mágica.
En efecto, todos los especimenes más
antiguos de dibujos y de pinturas
rupestres contienen signos extraños, que
son de difícil interpretación cuando no se
conocen los antiguos rituales de
hechicería. En esas pinturas, que
generalmente representan animales, se
ven puntos y trazos que se dirigen hacia
la cruz de las bestias u otros puntos
vulnerables.
Se trata de representaciones de
azagayas y flechas, que atraviesan
mágicamente la efigie sensibilizada del
animal que está en el punto de mira del
ritual de hechicería.
Los primitivos conocían muy bien la
poderosa acción ejercida por el influjo
mágico del hechizo de cacería sobre el
alma colectiva de ciertas especies. Se
ponían en contacto con el espíritu de la
manada (1) por medio de un rito de
sensibilización de la imagen pintada, y
obtenían su consentimiento asegurando
la perennidad de la especie, su
perpetuación por la salvaguarda de las
madres y de los animales jóvenes.
Los cuerpos sin cabeza de osos y de
bisontes hechos de arcilla que se han
encontrado recientemente en grutas
prehistóricas, intrigan mucho a los
arqueólogos. Sin embargo, todos los
signos de utilización mágica de esas
efigies son visibles tanto en ellas como a
su alrededor. La pica que emerge de su
cuello está destinada a sostener la
cabeza recién cortada de un animal
muerto en la cacería; esa cabeza
completa así la dagyde (2) de hechicería
y la anima, la vitaliza, la sensibiliza, la
impregna del alma colectiva de la
manada.
El rito mágico que sigue sirve para dar a
los cazadores el dominio sobre dicha
manada por la influencia psíquica que se
ejerce sobre la entidad que anima a
dichos animales.
Las numerosas huellas de manos
marcadas con sangre que han aparecido
sobre esas efigies o sobre las pinturas
murales, y las flechas clavadas en puntos
vitales, constituyen marcas visibles del
rito secreto de posesión mágica.
La misma música, el canto y la danza, en
su origen, sólo eran el soporte del
pensamiento mágico que se concilia con
el mundo hostil o que lo domina.
Así, todas las artes tienen su origen en la
primera obligación del hombre
encarnado: la de defenderse en los tres
planos del mundo creado. Sólo después
de acabado el rito ha sido cuando ha
podido tomar conciencia de la gratuidad
del arte a través del juego de formas,
sonidos, colores y movimientos, y elevar
su magia hasta intentar comulgar por
medio de ella con la gran alma del
mundo, a la que los hombres llaman
Dios.
Entonces diremos que la magia particular
se ha elevado hasta la magia general y
que el arte es el conducto que nos
comunica con lo Universal.
Cuando eso se produce es arte, cuando
no se produce, no es nada.
Por lo tanto, la obra de arte es una
creación mágica y, al igual que la
procreación, exige, para dar lugar al Ser,
una carga psíquica producida por el
espasmo del amor; por eso hay tan
pocos hombres y tan pocas obras vivas
en este mundo, ya que la proyección
mágica es un acto difícil por encima de
todo, como el de la transmisión integral
de la vida; y pocos seres son capaces de
realizar ese misterio de la transfusión
energética del “voltio”.
Los hijos del amor, más vivos y más
bellos que los demás, son los que se
engendran en el entusiasmo y en la
pasión amorosa; si consideramos la
humanidad media y las obras ordinarias,
tendremos la prueba de que todo lo que
se hace en el aburrimiento y la
mediocridad engendra la muerte. Sólo los
artistas generosamente dotados cargan
inconscientemente sus obras, las cuales,
en consecuencia y sin explicación
razonable, hechizan a ciertos
espectadores más sensibles y receptivos
que el común de los hombres.
Así pues, tanto los humanos como las
obras de arte nacidos-muertos pululan
naturalmente por el mundo, a causa del
estímulo dado a la debilidad y a la muerte,
que siempre van en aumento desde la
caída inicial. Esas creaciones
fantasmales sólo tienen apariencia de
vida sin poseer su esencia, pero, tal
como decía el maestro antiguo: “Hay que
dejar a los muertos que entierren a sus
muertos”, ya que el absurdo de la muerte
es lo único capaz de hacer que ella nos
repugne verdaderamente.
La vida sólo se transmite haciendo el
amor, ya sea procreando, obrando o
rezando, y allí donde no se hace el amor,
sólo hay una caricatura de vida,
aburrimiento y muerte.
[....]
El estudio irracional de las antiguas
creencias, probablemente, nos conduciría
a constatar nuestra grosera ignorancia
sobre los problemas que conciernen a la
vida y a la muerte.
La orgullosa creencia en nuestra
supuesta civilización y en nuestra
pseudo-ciencia, por desgracia, nos
impide considerar el misterio de la
creación a partir de la simplicidad
primera, donde el instinto unido a la
intuición reemplazarían brillantemente
nuestra rastrera razón razonadora. Ya
que sólo aquél que penetra hasta la raíz
conoce todos los frutos del árbol.
El artista no ha de imitar a la naturaleza,
so pena de ser tonto o necio.
Armand Drouaut.
El arte imita a la naturaleza en su modo
de operar y no en sus visiones naturales.
Albert Gleizes.
INFORMACIÓN DEL LIBRO
(http://www.arolaeditors.com/index.asp?
sc=ficha&isbn=978-84-15248-71-2)