análisis de la teoría del discurso de e. laclau

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Análisis de la teoría del discurso de E. Laclau Así, el vuelco goetheano de su presencia en los orígenes: “Al principio fue la acción”, se vuelca a su vez: era ciertamente el verbo el que estaba en el principio y vivimos en su creación (...). Ningún hombre la ignora en efecto, puesto que la ley del hombre es la ley del lenguaje desde que las primeras palabras de reconocimiento presidieron los primeros dones. Jacques Lacan, Escritos I,“Función y campo de la palabra” La teoría del discurso del teórico argentino Ernesto Laclau ha sido degradada alternativamente por la Ciencia Política y la Sociología marxista acusándola de idealista (Boróny Cuellar, 1983) y de subsumir la economía a la “plena contingencia” (Zizek, 2003). Ello se debe, en primer lugar, a que considera que el discurso constituye a los sujetos en sus prácticas sociales y, en segundo lugar, a que no cree en la existencia de clases sociales y determinismos materiales como las entiende el marxismo ortodoxo. Las principales fuentes teóricas en las que se basa Laclau para ambas afirmaciones son el post-estructuralismo lacaniano y el historicismo gramsciano. En relación al post-estructuralismo, Laclau afirma que no es el sujeto el que constituye al discurso, sino, al contrario, es el discurso el que constituye a los sujetos como tales. Esta primacía del discurso como realidad material, aunque se origina en el psicoanálisis lacaniano (Lacan, 1987, 2003, 2006), encuentra también en teóricos como Jacques Derrida (1989a, 1989b) a importantes antecesores. La segunda gran influencia dijimos que era el historicismo de Antonio Gramsci. En efecto, a partir del pensamiento de este pensador italiano de comienzos del siglo XX, el marxismo ha logrado trascender su reduccionismo clasista, es decir, ha logrado ir más allá de su creencia acerca de los “intereses objetivos de clase” que, en sus distintas vertientes, constituían la perspectiva predominante. Según lo ha analizado tempranamente Laclau en su trabajo inicial junto con Chantal Mouffe (1987), no existen intereses de clase que puedan constituirse a priori. En ese contexto, lejos de existir una determinación de la economía, ya sea en “última instancia” (Althusser, 1968, 1988) o como “autonomía relativa” (Poulantzas, 1971), las lógicas de antagonismo, noción clave en el autor, pueden ser descriptas a partir de cuestiones que exceden el campo de la economía, por ejemplo, como antagonismo cultural, ético, etc. En esas circunstancias, adquiere particular importancia la noción gramsciana de hegemonía (Gramsci, 1984), al hacer hincapié en la necesidad de toda práctica política de trascender su inherente particularismo para articular diversas demandas sociales que posibiliten hegemonizar el espacio social (Laclau y Mouffe, 1987; Laclau, 1993, 1996, 2003a, 2003b, 2003c, 2005). Pero volvamos a Lacan. Como dijimos, este autor ha ejercido una fuerte influencia en la obra de Laclau. Lo primeros antecedentes al respecto los

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Page 1: Análisis de la teoría del discurso de E. Laclau

Análisis de la teoría del discurso de E. Laclau

Así, el vuelco goetheano de su presencia en los orígenes: “Alprincipio fue la acción”, se vuelca a su vez: era ciertamente

el verbo el que estaba en el principio y vivimos en su creación (...). Ningún hombre la ignora en efecto, puesto que la ley del

hombre es la ley del lenguaje desde que las primeras palabras de reconocimiento presidieron los primeros dones.

Jacques Lacan, Escritos I,“Función y campo de la palabra”

 

La teoría del discurso del teórico argentino Ernesto Laclau ha sido degradada alternativamente por la Ciencia Política y la Sociología marxista acusándola de idealista (Boróny Cuellar, 1983) y de subsumir la economía a la “plena contingencia” (Zizek, 2003). Ello se debe, en primer lugar, a que considera que el discurso constituye a los sujetos en sus prácticas sociales y, en segundo lugar, a que no cree en la existencia de clases sociales y determinismos materiales como las entiende el marxismo ortodoxo. Las principales fuentes teóricas en las que se basa Laclau para ambas afirmaciones son el post-estructuralismo lacaniano y el historicismo gramsciano. En relación al post-estructuralismo, Laclau afirma que no es el sujeto el que constituye al discurso, sino, al contrario, es el discurso el que constituye a los sujetos como tales. Esta primacía del discurso como realidad material, aunque se origina en el psicoanálisis lacaniano (Lacan, 1987, 2003, 2006), encuentra también en teóricos como Jacques Derrida (1989a, 1989b) a importantes antecesores.

 

La segunda gran influencia dijimos que era el historicismo de Antonio Gramsci. En efecto, a partir del pensamiento de este pensador italiano de comienzos del siglo XX, el marxismo ha logrado trascender su reduccionismo clasista, es decir, ha logrado ir más allá de su creencia acerca de los “intereses objetivos de clase” que, en sus distintas vertientes, constituían la perspectiva predominante. Según lo ha analizado tempranamente Laclau en su trabajo inicial junto con Chantal Mouffe (1987), no existen intereses de clase que puedan constituirse a priori. En ese contexto, lejos de existir una determinación de la economía, ya sea en “última instancia” (Althusser, 1968, 1988) o como “autonomía relativa” (Poulantzas, 1971), las lógicas de antagonismo, noción clave en el autor, pueden ser descriptas a partir de cuestiones que exceden el campo de la economía, por ejemplo, como antagonismo cultural, ético, etc. En esas circunstancias, adquiere particular importancia la noción gramsciana de hegemonía (Gramsci, 1984), al hacer hincapié en la necesidad de toda práctica política de trascender su inherente particularismo para articular diversas demandas sociales que posibiliten hegemonizar el espacio social (Laclau y Mouffe, 1987; Laclau, 1993, 1996, 2003a, 2003b, 2003c, 2005).

 

Pero volvamos a Lacan. Como dijimos, este autor ha ejercido una fuerte influencia en la obra de Laclau. Lo primeros antecedentes al respecto los podemos hallar en sus textosHegemonía y estrategia socialista (1987), Nuevas reflexiones sobre la Revolución de nuestro tiempo (1993) y Emancipación y diferencia (1996). En aquellos trabajos, principalmente en este último, el autor argentino tomará como base de su análisis la noción lacaniana sobre la primacía que adquiere el significante (la imagen acústica) sobre el significado (el concepto) (Lacan, 1987, 2003). Este concepto, cuyo origen se remonta a la idea de Ferdinand de Saussure acerca de la “arbitrariedad del significante” (1961), le permitirá afirmar a Laclau la importancia ejercida por el discurso en la formación discursiva de las identidades políticas.

 

En efecto, a partir de su artículo “¿Por qué los significantes vacíos son importantes para la política?” Laclau (1996) intentará trascender la idea saussuriana de que toda identidad es diferencial y relacional y que las diferencias se constituyen dentro de un mismo sistema estructural de signos (De Saussure, 1961), para sostener que el espacio relacional nunca logra constituirse como tal. Según afirmará, toda construcción identitaria, lejos de formar un todo “cerrado”, presupone una serie de límites que se encuentran excluidos del mismo. Estos límites forman lo que denomina una “frontera de exclusión”, en la que todos los elementos que la componen son equivalentes entre sí, en la medida en que todos se forman como exclusión de una primera identidad. Sin embargo, prosigue Laclau, diferente es la cuestión

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si el sistema, constituido a través de la “exclusión radical”, intenta transformar en equivalentes las diferencias positivas que lo constituyen. Esto anuncia el surgimiento de lo que el autor denomina un “significante vacío” (Laclau, 1996).

 

Según Laclau (1996), la condición para que esta operación sea posible consistirá en que lo que está más allá de la frontera de exclusión sea reducido a la “pura negatividad”, es decir, a la “pura amenaza” que ese más allá presenta a las diferencias interiores del sistema. Pero las categorías excluidas, para lograr constituirse en los significantes de lo excluido, tienen que cancelar sus diferencias a través de la formación de una “cadena de equivalencias” (Laclau y Mouffe, 1987) de aquello que el sistema “demoniza” a los efectos de poder significarse a sí mismo. De este modo, la frontera de exclusión, pese a conformar una “amenaza externa” que hace imposible la constitución del sistema, resulta, a su vez, condición necesaria para constituir la propia identidad1.

 

En resumidas cuentas, un significante vacío se forma mediante la constitución de una cadena de equivalencias a partir de una dispersión de demandas fragmentadas que se unifican en un “punto nodal” (Laclau y Mouffe, 1987) que actúa como contraposición a otra cadena de equivalencias amenazante del sistema ¿Y cuál es la importancia que adquieren estos significantes vacíos? Laclau parte de la base de que lo que llamamos sociedad es, en realidad, la ficción del deseo de “suturar” una estructura que se encuentra necesariamente ausente. En otras palabras, parte de la idea, basada en el psicoanálisis lacaniano, de que existe un espacio de relaciones entre individuos y grupos que desean alcanzar una sociedad unificada, el Uno lacaniano (Lacan, 2006). Sin embargo, lo que tenemos en realidad es una “totalidad fallada”, el sitio de una “plenitud inalcanzable”. La función que cumplen estos significantes (palabras, imágenes) reside, precisamente, en que, pese a que representan una particularidad, actúan simbólicamente refiriéndose a la cadena equivalencial como una totalidad2 (Laclau, 1996, 2005).

 

Se puede observar aquí la influencia de nociones lacanianas como “cadena significante” (Lacan, 1987: 246, 2003: 24), resignificada por Laclau como “cadena de equivalencias”, y la de “rasgo unario” (Lacan, 2006), en tanto deseo estructural de unidad social. Del mismo modo, el término “punto nodal” (Lacan, 1987: 160), tomará la forma de significante vacío. Debemos destacar, sin embargo, que muchas de estas nociones lacanianas llegarán al pensamiento de Laclau a través de la obra de Slavoj Zizek (1992). En efecto, Zizek será uno de los primeros pensadores que intentarán pensar la intersección entre política y psicoanálisis a partir de conceptos lacanianos como “punto de capiton” (Zizek, 1992) y la famosa frase “no hay relación sexual” (Lacan, 2006). En ese contexto, Laclau se referirá, siguiendo a Zizek (1993), a la “imposibilidad de la sociedad”, en una reformulación de aquella famosa y controvertida frase de Lacan, y utilizará también la noción de significante vacío retomando la noción lacaniana de “point of capiton” o “punto de almohadillado” (Lacan, 2006: 205),abordada también en su momento por Zizek (1992).

 

Sin embargo, pronto el teórico argentino se desligará del filósofo esloveno, criticándole la supremacía que continuará observando en este autor de la lógica economicista de la “lucha de clases” como antagonismo político primordial (véase Laclau, 2003a, 2003b). En efecto, como dijimos, desde el enfoque de Laclau no puede hablarse de un tipo de antagonismo que sea determinante per se, siendo su delimitación dependiente de un contexto histórico particular. En ese contexto, aunque en sus últimos trabajos no niega que la economía impone límites fuertemente condicionantes (Laclau, 2005: 294-295), sólo un análisis contextual e histórico puede delimitar la influencia de las nociones que adquieren la lógica de antagonismo primordial3

 

Tras su alejamiento del pensamiento de Zizek, Laclau hallará en el análisis de Joan Copjec (2006), una fuente teórica renovada y afín a su pensamiento post-marxista. Esta influencia del psicoanálisis lacaniano se verterá primordialmente en su famoso y controvertido libro La Razón populista (2005). Allí, Laclau, además de hacer un recorrido del psicoanálisis y su relación con lo social y lo político desde los abordajes de Tarde y Le Bon, pasando por las críticas de Freud, tomará una noción clave en el psicoanálisis lacaniano como es la del objeto a. Luego de explicar que la díada anterior al nacimiento entre la madre y el hijo “contenía todas las cosas y toda la felicidad y a la cual el sujeto se esfuerza por regresar a lo largo de su vida”y que una, vez dado a luz, el niño ya no puede regresar a ese estado anterior de pura

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satisfacción, necesitando incorporar un “objeto parcial” que intente reproducir el goce perdido (Laclau, 2005: 144-145), Laclau señalará que estos conceptos resultan cruciales para entender la constitución de las identidades políticas. Ello se debe a que estos objetos parciales lacanianos, también llamados objeto a u objeto petit a, encarnan, al igual que los significantes vacíos4, objetos hegemónicos que satisfacen de manera sustitutiva el verdadero deseo, que es el sueño de una “totalidad mítica” madre/hijo, o su correlato, la sociedad “reconciliada consigo misma”. En ese contexto, Laclau concluye que la lógica del objeto a minúscula, transferida a objetos parciales (objetivos, figuras, símbolos) que son “fuentes de goce”, al convertirse en los “nombres” que simbolizan la “ausencia” son no sólo similares, sino idénticos a la lógica por la cual los significantes vacían su particularidad inherente para articular otras demandas sociales. En otras palabras, la lógica del objeto a, al satisfacer el deseo de unidad con el otro, funcionaría de manera equivalente a la lógica por el cual los significantes logran vaciar su particularidad constitutiva para hegemonizar el espacio social (Laclau, 2005: 148-149). Podemos observar, de este modo, lo fructífero que resulta y el vasto campo que abre la intersección entre el psicoanálisis lacaniano y la teoría política post-marxista para entender los modos de construcción discursiva de las identidades políticas.

Hernán Fair