ana y la incertidumbre
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Nuevo libro de poesía, de Sergio S. TaboadaTRANSCRIPT
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“ A n a y l a i n c e r t i d u m b r e ” , p o r S e r g i o S á n c h e z T a b o a d a © 2 0 1 1 S e r g i o S á n c h e z T a b o a d a E p í l o g o d e E v a M á r q u e z T o d o s l o s d e r e c h o s r e s e r v a d o s . E d i t a d o d i g i t a l m e n t e p o r G r o e n l a n d i a c o n p e r m i s o d e s u a u t o r . D i r e c t o r a : A n a P a t r i c i a M o y a R o d r í g u e z C o r r e c c i ó n : A n a P a t r i c i a M o y a D i s e ñ o : C é s a r N e v a d o L i n o s ( P o r t a d a y C o n t r a p o r t a d a ) \ A n a P a t r i c i a M o y a D e p ó s i t o l e g a l : C O - 9 7 8 - 2 0 1 1
C ó r d o b a , 2 0 1 1
Julio de 2010. Una mañana cualquiera. Verano. En el curro. Espero para comenzar una tediosa reunión. De curro. Verano. Suena el móvil. Anochece a las nueve de la mañana. Algo le pasa a Ana. Un derrame cerebral. Así nace “Ana y la incertidumbre”. Y así se desarrolla durante diez días. Es un poemario de supervivencia. Un intento de ir digiriendo lo que sucede a mi alrededor, una transformación en energía. Fuerza para ser más apoyo que estorbo. El poemario lo he dividido en tres apartados: Ana y la incertidumbre; Regreso al presente, escrito seis meses después, a propósito de una revisión rutinaria. Y un Apéndice final, donde he querido incluir tres poemas de amor. Aunque de amor podría decirse que es el poemario en sí. Son 28 poemas y relatos escritos en movimiento. En trenes. En autobuses. De ida, de regreso. De amor, sin olvidar que en los tránsitos también suceden, se ven cosas. Que cada quién saque sus conclusiones. Como cantaban Los Fabulosos Cadillacs: ¡Silencio, hospital! Que hablen los versos. NOTA: La Sangre y Tras la explosión, han sido editados en el poemario “Y la vida”. Aunque su lugar, es éste.
Sergio S. Taboada
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A Xandra, parte indisoluble de nuestras vidas y, como tal, parte imprescindible de mis palabras, espacios, comas y parte
fundamental de los días y noches que dieron vida a este libelo.
Un teléfono que suena
el mío
Una llamada inesperada
en un momento inhabitual,
una voz que adoro
la suya
Un tono quebrado
en una frecuencia extraña
Una mañana a medias
cualquiera
Una luz que se opaca
en un amanecer detenido
Un traslado corto
rutina
Una sensación que eterniza
cada minuto y el siguiente
y el siguiente
y el siguiente
Una nube de tormenta
descargando bucles de cerebro
taquicárdico
Visiones tragicómicas
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de lo que, sin certeza,
ni destino alcanzado,
y el siguiente
y el siguiente
intento relativizar
como un susto
Y su proceso.
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Quiero creer que no va a ser más que un paréntesis.
Quiero vernos mañana sentados a la mesa, saboreando
cualquier delicia entre divagaciones y silencios.
Quiero ver tus manos artesanas dando forma a un porro
entre verborreas, provocadas por tu cansancio y mis
tonterías.
Quiero llevarte un café a las seis y media y ver cómo te
despiertas poco a poco de la siesta imperdonada.
No veo más allá del siguiente minuto de niebla espesa
luchando contra el deseo.
A duras penas logro esquivar las bofetadas de realidad
desconocida que caen entre un granizo de silencio.
Intento reír, no puedo; intento llorar, no puedo; intento
pensar, no puedo.
Horas de incertidumbre me tiñen las canas.
Contracturan cada músculo de mi cuerpo. Aún así estoy
entero.
Confío en la ciencia.
Me tranquiliza saber a Xandra a tu lado.
Sobre todo, confío en ti.
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No es comprensible.
Con tanto hijo de puta
que lo infrautiliza,
infravalora,
tiene que enfermar
justo el tuyo,
ya ves,
tú que lo utilizas,
valoras,
alimentas,
mimas como te mimas.
y como nos mimas.
Al menos sobrevive tu cerebro,
renaces.
Te debe otra el mundo.
Van dos.
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No la pierdes ni un nanosegundo. La consciencia. Es de
agradecer. Ahí, tumbada en una cama con una instalación de
fontanería a lo largo de tu cuerpo. La cabeza inmóvil. En
apariencia. Porque venga a organizarnos (comer, dormir, iros a
descansar, el perro, la gata, los niños). Todo cruzado. En lugar
de centrarte en tu tranquilidad, pendiente de la nuestra. Y de
todo lo demás. Nosotrxs, preocupadxs por la tuya. Y por todo lo
demás. Lo que nos dejas.
El clímax llega, cuando, medio drogada camino del quirófano,
antes de cerrarse el ascensor, tu mano se eleva resonando en
toda la planta: "¡Iros a tomar una cerveza!"
Ya te vale.
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Si me pongo a contar
la cantidad de poemas
maldiciendo tus conceptos,
pierdo la tarde.
Ahora cada pensamiento
te evoca y añora,
te pide que vuelvas
y me abraces,
aunque,
rutina
sigo convencido
que te sobra la "t".
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Desapareces rodando por el pasillo. Un racimo de nervios hasta
ahora reprimidos se abre paso entre el optimismo.
Llega con su bata azul, su metro ochenta y cinco, sus graves
formalismos. Pasamos a una sala dónde apenas caben las sillas
por culpa de una gran mesa ovalada. Es como el resto del
hospital: fría, impersonal, rodeada de un ambiente más propio
de posguerra - cualquiera - que del momento que vivimos. Nos
sentamos.
Comienza el ritual. Y tú quién eres. Y tú. Al tema. Nos cuenta
todo lo que te va a hacer. Y todo lo que te puede pasar durante
el proceso. El optimismo termina de ocultarse entre los racimos
de nervios.
Firmo.
Se cierra la puerta.
Se apaga la luz.
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Estás,
casi entera
son tus palabras,
es tu mirada,
es tu expresión facial,
es tu tacto;
falta
la energía inquieta,
el discurso de tus manos,
el ir y venir, con y por
los impulsos de tu cerebro.
Pero verdadera.
Eso tranquiliza.
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Ya nos restringen tu presencia. Ya nos hablan de
tranquilidad. Ya nos alejamos en el tren de regreso a casa.
Nos faltas pero tampoco.
Ya la noche sigue al día. Ya hay momentos de gente y
cerveza. Nos faltas pero tampoco.
Ya una conversación deriva en otra. Ya todo junto acaba en
risa. Liberadora. Desbloqueos catárticos sin los que no
podríamos gestionarnos.
Te evocan.
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Nunca lo hubiera pensado. Hay buitres sobrevolando
hospitales. Se ocultan tras nubes condensadas por el dolor
de unos y el sufrimiento de otros. De vez en cuando posan y
se mezclan con habilidad entre la gente. Camuflados. Si te
fijas bien los puedes distinguir, incluso catalogar en dos
especies.
Una se disfraza de familiar más o menos cercano, con su
careta de pena comprada el último carnaval. Cuando bate
sus alas, un olor agrio de codicia corta la respiración.
La otra no puede ocultar su pico de leguleyo mordiendo la
carne aún viva. Cuando suena su "ca-ca-ca" el aire torna
irrespirable.
Picaban con furia progresiva. La víctima afrontaba sus más
que probables últimas horas. Con la energía que resistía en
su cuerpo debilitado, repelió el embiste. Salvaje. Los
salvajes se retiraron. Desplumados.
Y asquerosamente vivos.
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La sangre circula por las venas. A veces las cabronas nos sitúan
al borde de precipicios sin fondo. Se derrama. Afirmo y me
reafirmo. Es la única en la que creo.
Atrás dejo sangres simbólicas lastrándonos la vida. Lazos
imaginarios atando tradiciones y maldiciones. Génesis de la
enfermedad mental y la sociedad - veamos quién puede
establecer diferencia -.
Lo llaman familia. Por definición, grupo primario, por función,
perpetuadora de roles bastardos y autonomías imposibles.
La sangre circula por las venas. A veces las cabronas nos sitúan
al borde de precipicios sin fondo. Tan altos que nos elevan más
allá de las nubes y, entre delicados equilibrios emocionales, nos
posan en espacios clarividentes. Afirmo y me reafirmo. Llámalo
como te venga. El único grupo en el que creo es en el día a día.
Con sus maravillas y sus miserias. Eso sí, con la seguridad que
da comprobar que, en las unas y en las otras, estamos a
nuestros lados.
A Xandra, por tantas horas de apasionantes conversaciones. Por ser la calma en la tensión y poner tensión a la calma. Y por ser y estar.
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Qué empeño. Qué insistir. Y tú quién eres. Y tú. Hay que
llamar a la familia. Y dale con la sangre.
Por suerte no hubo que dar un puñetazo en la mesa,
acompañado por un "¡Me cago en Dios!", tan de esta tierra.
Por casualidad no hubo que emplear tiempo en improvisar
cursillos intensivos ultrarrápidos acerca de cómo
entendemos, vivimos las relaciones, sus distintas formas.
Por fortuna, quienes ejecutan los protocolos, son personas.
Y no los burócratas que los cagaron con su culo
cuadriculado.
Que les den.
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Parece otra dimensión, otro planeta, una de marcianos.
Rodeada de seres verdes que van y vienen tomando notas,
estudiando tu especie tan humana. Pequeñita entre tubos,
cables, pantallas, gráficos, pitidos y luces parpadeantes.
Estás como abducida.
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Cada regreso a casa
- triunfante y derrotado -
el perro ladra ansioso
lo bueno que ha sido.
Y dónde estás.
Cada salida de casa
- repuesto y cansado -
la gata maúlla sincera
que el próximo regreso,
seamos dos.
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Para una prisa. Rojo. Pasan coches. Rojo. Más coches. Rojo.
Un autobús. Rojo. Pasan los minutos. Rojo. Ya no sé lo que
pasa. Rojo.
Verde. Hostia, veinte segundos. Para un tropezón. Para
una cojera.
En Oviedo se penalizan a los peatones. Será que no
pagamos viñeta.
Mierda. Rojo. Casi que me da tiempo a escribir esto.
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Estás bien atendida. No sé si te lo transmito bien. También
estás muy arropada. Eso alegra. No te preocupes. Yo
también estoy bien atendido. Por mí y por ella. Que está
bien atendida. O eso procuro. Por si fuera poco, mucha
gente llama y cada día repite: "Ella está bien observada, cuídate tú mucho, no te olvides de comer".
Ya me he cuidado dos kilos.
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Pasan los días.
y cosas.
Todo aparenta continuar.
Es mentira,
estoy
cada instante
más seguro,
que el tiempo nos espera.
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Se acabó. Adiós. Fuera tubos, batas, prohibiciones. Hasta
siempre horarios restringidos. Tienes el alta. Aunque sigas
siendo escuerzo sin escorzo de sonrisas disimuladas - no
hace falta disimular nada - . Ya no tienes por qué ser
paciente - si no quieres -. Ya no tenemos que ser visita - si
no queremos -. Regresamos a los artículos masculinos,
femeninos, singulares y plurales.
Retorna la ru(t)ina, la que queramos, se nos ocurra, la que
sea.
Porque hoy empieza.
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Sé que estás tranquila,
pero no me gusta la idea.
La de verte alejarte por el pasillo
con media bata verde.
No me gusta que pase tu control de ti
a otras manos, por muy cualificado
que esté su temple, por muy médicos,
por mucho que ya te hayan salvado la vida
[no puedo dejar de pensar
que son víctimas de turnos salvajes,
por eso de la privatización encubierta
(estrés)]
Me disgusta que antes de dormirte
no te dejen fumar un porro,
mientras lees media novela,
o te atascas en la página catorce.
No me gusta la idea
de la sala de espera condensando
tornados de incertidumbre.
No me gusta no poder observarte
mientras estás ajena a todo,
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ni que al despertar no tengas
un café, un perro y una risas.
Tampoco estos ataques nerviosos
de verborrea abrumadora y nada
(problemas míos).
Ni que te metan cámaras ahí,
dónde sólo tú sabes
lo que hay guardado.
(y a veces compartes).
Me asusta que esté el día lluvioso,
no me hacen sonreír las nubes
ni mordiendo lapiceros
(miedos tontos).
Vamos, que no me gusta la idea,
pero sé que estás tranquila.
Eso me basta.
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Era previsible. Llego. No estás. Bajo al lugar de los hechos.
No encuentro quién me pueda decir algo. Subo a la
habitación. Sobre la mesilla, el libro que trajiste, un boli y
unos crucigramas. Abro el armario. Miro tu ropa. Le falta
el relleno. En el cajón, las gafas. Les falta tu cara. Al lado
el teléfono. Echa de menos tu indiferencia. No encuentro
más que mirar. Me siento. Escribo compulsivamente.
No son lo mismo las esperas en soledad.
Sin una mano que coger.
Me siento manco.
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No me preguntes la razón. Todos los seguratas se me parecen
a Charles Bronson. Los de los hospitales también.
Mientras espero, salgo al aire, enciendo un pito. Cosas de los
nervios. No entienden de leyes anti tabaco (en particular), ni
de estupidez humana (en general). Comienzo a caminar
alrededor del edificio. En la puerta de Urgencias, Charles
Bronson gruñe algo a un grupo de esperadores. Apuran la
calada camino de la papelera. Me localiza, avanza hacia mí.
Sigo en movimiento, trato de mantener la distancia. Acelera
el paso. Me deshago del cigarro. Freno. Me alcanza.
"BgUgEgNgOgS DgÍggAgS", rezonga. "Buenos días", repite.
Respondo con un ligero elevamiento de hombros, un cuarto de
sonrisa burlona y una mirada de:"¿tú quién hostias eres para entrarme así?"
"Aquí no se puede fumar", refunfuña.
"No entiendo lo que quieres decir, no estoy fumando", respondo tranquilo mientras dejo las palmas de la mano
visibles.
"¡Pero hace un momento sí!", ladra.
"Demuéstralo", replico con la sonrisa burlona, ahora ya
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entera.
"¡Qué no te vuelva a ver!", amenaza mientras se despide
dedicándome una mirada homicida.
Le devuelvo una mirada acompañada por un gesto de
negación y una sonrisa más amplia si cabe. Y silencio. Todo
junto le dice (por fortuna en mi cabeza, Charles Bronson no
razona): "no creo que sea el lugar más indicado para molestar a la gente, Charles. Vete a rascarla con la pistolita a otro lado".
El grupo de esperadores vuelve a echar humo. Enciendo otro
cigarro. Charles hace como que no nos ve.
Desiste.
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Ocho meses atrás, el riesgo fue máximo. Hoy, el riesgo es
mínimo.
Ocho meses atrás, regresaste medio dormida. Apenas
lograbas encadenar frases de más de tres palabras. Hoy,
llegas despierta, me lo cuentas todo con detalle, tienes
tiempo para la inquina.
Ocho meses atrás, te llenaron de tubos y cables, te
restringieron en una sala acorazada. Hoy, te ponen un
café, entro y salgo a mi antojo.
Ocho meses atrás, la risa era momento puntual de catarsis.
Hoy es el resto de la mañana.
Con las diferencias tan a la vista: ¿por qué siento hoy más
miedo?
¿O no ha sido más que una trampa del recuerdo? Que me
ha puesto delante la voz grave de bata azul eclipsando el
sol y la luna.
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Camino desde el hospital hacia la estación. Me cruzo con
tres coches de la policía municipal, uno de la nacional, un
furgón de antidisturbios y un autobús de traslados de la
guardia civil.
Por fortuna, te cuento esto desde el tren.
Muchxs otrxs, no pueden.
Casi todxs inocentes.
Víctimas del sistema.
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Lo siento. Hoy las únicas flores
que colorearán la sala
somos nosotxs
con nosotrxs
para nosotrxs.
Y quién quiera compartirnos.
No tuve más tiempo que para llenar
el jarrón del momento
con el agua que disolverá
la negación de la certidumbre.
Regará nuestras vidas
con la vida.
Por que hoy - sí, hoy -
Ana y la incertidumbre
sólo podrá significar:
fin.
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Julio adosó una bomba
a los bajos de sus primeros días
que
casi
nos
salta
por
los
aires.
Habría supuesto el más cruel atentado.
Ni una reseña en los medios.
Ni falta.
Ni ganas de jugar este Agosto
que se disfraza de tormenta de verano
a buscar cada huella
tuya
marcada en cada palabra
mía.
Trituro a mordiscos estatutos
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de asociaciones de víctimas
del terrorismo vital.
Nos las componemos
recomponemos
inventamos rutinas nuevas
y
algo debo estar haciendo bien
según están las cosas
tuyas
y
según estoy con las cosas
mías
cuando me invitas
a seguir amándote en presente.
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A Ana
Aunque el recuerdo traicione a los recuerdos.
Nacimos al mundo que nos conoce
como dicen nació el universo que conocemos.
BUM!!!!
Tú, ya habías salido del agua;
caminabas erguida buscando cómo escapar
del ocaso derruido de tus cuevas primitivas.
Yo, luchaba contra las corrientes alternas
que electrocutaban mi evolución;
y me impedían alcanzar alguna orilla.
Hasta que las ondas del impacto de una noche
- una que quiso acariciar los fluidos -
nos arrastraron hacia la estela de su nado.
Su fuerza nos desintegró en mil partículas,
su calma nos fusionó en dos,
juntxs.
Aprendí a alcanzar las orillas.
Caminamos.
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Caminamos.
Haciendo de cada hoy una pequeña revolución,
recordando las explosiones del tiempo,
- de todos los tiempos -
soñando mañanas dónde juntxs,
siga significando dos.
Y todxs.
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No son los corazones los que suenan,
los corazones no laten juntos;
son nuestras palabras al ritmo
taquicárdico de la risa
(que libera momentos).
Eso sí que es querernos;
también lo otro
(y lo demás).
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Aquí, sentada en una butaca cualquiera, leyendo a
hurtadillas las orillas del miedo y la soledad que implica el
dolor de la incertidumbre; no puedo evitar dejar escapar un
torrente de lágrimas agridulces al sentir mucho más de lo
que el autor se imagina. Sergio no puede saber cómo y cuánto
entiendo y siento cada una de sus palabras porque desconoce
quién será o es el encargado de escribirle este epílogo: la
artífice de ello o de la petición del mismo es Ana (otra Ana).
¡Qué curioso! Todas las mujeres que rodean el alma de este
hombre portan en su nombre diversas u alguna “A”: Ana,
Xandra, Eva; ¿será cuestión del azar? No, no lo creo; sin
embargo, sí creo que la razón de Ana Patricia al solicitarme
escribiera yo este epílogo no residía principalmente en mi
amistad y mi afinidad para con Sergio, sino más bien en mi
capacidad para sentirme como si estuviera sentada al lado
del autor en el mismo momento en que escribía cada uno de
estos versos. Aunque esta disposición te la impone la vida sin
pedirte previamente permiso, todas aquellas personas que
hayan vivido a través de los huesos de un ser querido el
transcurrir de una enfermedad grave que implique la muerte
inminente sabrá con exactitud qué quiere transmitir Sergio
en cada uno de los poemas que componen este poemario.
Todo sufrimiento es propiciado por una razón, una causa, y
toda causa / dolor genera el comienzo de un recuerdo
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imborrable, causante a su vez, de doble ración extra de
recuerdos de amor.
Sergio Sánchez en “Ana y la incertidumbre” nos cuenta una
historia tan real como su vida, tan efímera como la muerte y
tan dolorosa y verdadera como el amor; porque amor sin
sufrimiento no puede ser amor y porque tras toda esa
angustia de ver paso a paso la ruina del ser amado no nos
puede quedar más opción que seguir amándolo, pese a las
ruinas, a las rutinas del día a día y pese a la presencia
constante de su probable pronta ausencia. La claridad
semántica de sus poemas y la clarividencia de sus
sentimientos nos permiten entender la rabia que desprende
la impotencia de ser sólo un espectador en la película del
transbordo de la vida a la muerte; las emociones se suceden
unas detrás de otras y se agolpan en las comisuras de los
párpados con el conocimiento exacto de ser sólo un muñeco de
trapo que no tiene más salida que resistir el envite como
malamente pueda. No obstante, para mí, este poemario es
una clara historia de amor, porque pese al dolor de las
agujas, pese a los carroñeros que sobrevuelan las miserias
ajenas para llevarse un trozo del negocio diario, pese a las
críticas a una sociedad que no sabe entender las relaciones
humanas que se salen de la “norma mayoritaria”, pese al
miedo a la soledad más certera... pese a todo ello, Sergio sabe
trasladarnos al mundo de una Ana grande, risueña, vivaz,
alegre y preocupada por su familia por encima de la
prevención por sí misma, como cuando les decía a la puerta
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del quirófano "¡Iros a tomar una cerveza!” ; esta es para mí la
esencia del amor, una Ana preocupada y añorando el
bienestar de los suyos y los otros (sus amores de pareja y su
familia), llorando y extrañando la buena salud y la presencia
de su Ana, como nos demuestra cuando nos dice “... falta / la energía inquieta, / el discurso de tus manos, / el ir y venir, / con y por / los impulsos de tu cerebro.”, o al relatarnos su
subida a planta (“Hoy te llevan a planta. / Un favor: / no eches / raíces.”), o cuando Sergio se siente manco: “No son lo mismo las esperas en soledad. / Sin una mano que coger. / Me siento manco”.
Esta historia, gracias a la segunda oportunidad que la vida
le concede a Ana, tiene un final feliz; un final que deja
cicatrices de miedo en el pecho, cicatrices de soledad en la
mirada, cicatrices de supervivencia en la piel y bellas
cicatrices de amor en el alma / recuerdo, porque tras la vida,
la muerte sólo nos permite ser mero recuerdo. Esto funciona
así: la vida consiste en esto, en dejarse atrapar por el querer
y saber aprender a dejarse querer, porque nunca sabemos
cuando la vida escribirá nuestro último punto y final.
51Eva Márquez
ÍNDICE
Por entendernos (auto - prólogo) 4 Ana y la incertidumbre
Los sustos 10
La incertidumbre 12
La enfermedad 13
La consciencia 14
Paradoja 15
El pre 16
La calma 17
La risa 18
Los buitres 19
La sangre 20
Los protocolos 21
Abducciones 22
La planta 23
Los animales 24
Los semáforos 25
Los cuidados 26
Futuro 27
Hoy empieza 28
53
Regreso al presente No me gusta 31
Manco 33
Charles Bronson 34
Trampas del recuerdo 36
Transporte público 37
Poema final 38
APÉNDICE Tras la explosión 42
Recuerdo y nosotrxs 44
Eso lo otro y lo demás 46
Epílogo, por Eva Márquez 49
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